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Viernes de la V semana de Pascua.

La vida en el Espíritu se da en «comunidad», no simplemente en «sociedad».


La mera asociación o coexistencia es insuficiente para la relación que el
Espíritu Santo establece entre los seguidores de Jesús. El cristiano, aun
sintiéndose ciudadano del mundo y separándose de todo nacionalismo
excluyente, es más que «ciudadano». Es hermano universal con Jesús, hijo
del Padre que quiere que todos los seres humanos sean sus hijos y hereden
la vida que él posee.

La misión se realiza en proporción a la libre docilidad del cristiano al Espíritu


Santo. Un aspecto muy importante en esta docilidad al Espíritu Santo es la
fidelidad al mensaje de Jesús, que en las comunidades se perpetúa sobre
todo por la actividad de los profetas.

Sin el amor que brota del Espíritu Santo, la comunidad cristiana sería
imposible, y la misión un sueño irrealizable. Por esto, el Espíritu es el «alma»
de la Iglesia y de la misión. Él crea y renueva las condiciones para que la
obra de Jesús se prolongue tanto en el tiempo como en el espacio.

1. Primera lectura (Hch 15,22-31).

Hay una primera manifestación de unanimidad: los apóstoles, los


responsables («presbíteros») y «la entera comunidad» deciden nombrar a
dos de entre ellos: a Judas Barsabá y a Silas. «Barsabá» es apodo, y puede
significar «hijo del anciano (presbítero)» o «hijo del sábado»; pero el códice
Beza lo llama «Barrabás», que significa «hijo del Padre». «Silas» es apócope
de «Silvanus», nombre latino usado para designar al dios de las selvas. Son
comisionados para viajar a Antioquía, con Pablo y Bernabé –nuevamente
Pablo a la cabeza, indicio de sesgo judaizante–, a llevar una carta con el
acuerdo logrado entre los «apóstoles», con Pedro a la cabeza, y los
«presbíteros», dirigidos por Santiago. Reaparece la «comunidad entera» (ὅλη
ἡ ἐκκλεσία) como partícipe del acuerdo que formuló Santiago en su calidad
de jefe del grupo de «responsables» y como heredero del Mesías en razón de
su pertenencia a la familia de David por parentesco de sangre (cf. 15,19-21),
aunque la carta la encabezan los apóstoles, en razón del prestigio que
todavía conservan. Los miembros de la comunidad elegidos para viajar con
Pablo y Bernabé eran líderes en la comunidad.
La carta se dirige solo a los paganos convertidos a la fe, en la provincia que
el sumo sacerdote reclamaba como su jurisdicción –de la que Santiago se
siente heredero– y desautoriza a los que han ido a perturbar las
comunidades de origen pagano, acredita como legados a Judas y a Silas, y
apoya dicha delegación con el respaldo de los «queridos» Bernabé y Pablo.
El códice alejandrino escribe «nuestros queridos…»; el códice Beza, «sus
queridos…».

Ahora no se habla de «unanimidad», indicio de que lo que sigue es una


fórmula de compromiso. De todos modos, hay tres garantías:

• La carta escrita,

• La delegación formal, y

• El respaldo de los apóstoles.

La carta comienza con una excusa, y desautoriza a los perturbadores. El


contenido de la decisión («…hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros»)
es como un ajuste logrado entre los apóstoles –guiados por el Espíritu Santo–
y los presbíteros –dirigidos por Santiago– que convienen esto:

• «No imponer más cargas» (opinión de Pedro, guiado por el Espíritu Santo),

• «…que las indispensables» (opinión de Santiago y de los «presbíteros»).


Renunciaron a exigir la circuncisión y la observancia de la Ley, pero
exigieron que se reconozca la superioridad de Israel.

Es evidente que la imposición de esas «cargas» de la Ley –por mínimas que


fueran– contradicen la libertad que da el Espíritu Santo y reducen a los
paganos al estatus de extranjeros por fuera de Judea (en realidad lo eran),
pero subordinados a los judíos, desigualdad no querida por Jesús.

Se abre paso el judeo-cristianismo. Al final de la carta, el códice alejandrino


dice: «Harán bien en guardarse de todo eso. ¡Salud!», en tanto que el códice
Beza dice: «Guarden con cuidado todo eso, y déjense llevar por el Espíritu».
En esta última versión se expresa mayor libertad.

2. Evangelio (Jn 15,12-17).

El amor, que es la esencia de la relación de Jesús con los suyos, se convierte


en el fundamento de la misión. Si faltara la comunidad de amor mutuo, la
misión no sería viable, pues no habría alternativa al mundo injusto. Se trata
de amor entre «amigos» (iguales), y con la disposición de dar el máximo
(«amor más grande»), que es la medida de Jesús («igual que yo los he
amado»).

Él es el centro del grupo, pero está en el mismo como «amigo», lo cual


entraña:

• Igualdad: los eleva a su nivel. Al lavarles los pies, les reconoció la condición
de «señores», sin dejar de ser él «el Señor». Él es libre y los hace igualmente
libres.

• Confianza: todo es común. Sin dejar de ser «el Maestro», al comunicarles lo


que le oyó al Padre los faculta para comunicarlo ellos también. Ellos serán
servidores como él.

• Libertad: cada uno decide. Ser amigo de Jesús no es una imposición,


porque el amor no lo es. Si aceptan su propuesta, serán libres para amar
como lo es él.

• Compromiso: hay una tarea común. Ellos no lo buscaron a él para que él


les asignara una tarea, sino que él los eligió para que compartieran con él su
misión.

Por eso, el amor («lo que yo les mando») no es optativo, es condición


ineludible; la confianza, total; la elección, gratuita; la tarea, empeño personal
y compartido.

Con Jesús no se trabaja como obrero asalariado, sino como obrero


propietario y personalmente interesado en el éxito de la misión. La tarea
consiste en:

• Ponerse en camino: se trata del éxodo personal y comunitario fuera del


mundo y hacia la tierra prometida, que es la comunidad;

• Producir fruto: fundar comunidades de amor fraterno, de gente digna, libre


y feliz, que con su amor le dé gloria o culto al Padre; y

• Fruto duradero: comunidades felices, que satisfacen los anhelos de vida de


sus miembros, y van proponiendo en el mundo la alternativa de Jesús.

Al profundizar la metáfora del fruto de la vid, advertimos que se trata de:


• Racimos: metáfora de una comunidad de vida (no frutos aislados),

• Uvas dulces: metáfora de felicidad (no uvas agrias o amargas: cf. Isa 5,2),

• Productoras de vino: símbolo del amor nupcial (Cant 1,2; 4,10: amor de la
alianza).

En la eucaristía presentamos el vino que nos dio Dios, «fruto de la vid y del
trabajo del hombre», que será el signo sacramental de la sangre (Espíritu)
del Señor, derramada para el perdón de los pecados de todos. Esa sangre
circula a través de nosotros y no debe detenerse en nosotros, ya que está
destinada a todos.

Ordinariamente se escucha que «la sangre de Cristo tiene poder», y esto hay
que entenderlo en la perspectiva del Nuevo Testamento. En este, el término
«poder» (κράτος) nunca se predica del Jesús histórico (evangelios), pero sí
del Señor resucitado. Sin embargo, en este caso, se refiere a su capacidad
de dar vida, de anular la muerte, no a una supuesta licencia para imponerse
sobre los demás. La «sangre» de Cristo es el Espíritu Santo, que no domina,
pero que sí infunde libertad y la vida indestructible del Señor resucitado,
vida a la cual nos abrimos de corazón con el «amén» con el que celebramos
y comemos el pan de la eucaristía.

Feliz viernes.

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