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El amplio espectro del pensamiento y de las ciencias debe ser mirado por el creyente con honda
simpatía, porque muestra, al mismo tiempo, la madurez humana y la insondable sabiduría divina.
La humanidad solo mirará con hostilidad la falsificación de la fe, esa que se opone a la razón en
nombre de Dios, oposición artificiosa e ilegítima, totalmente ajena al mensaje de la fe cristiana.
La vida cristiana, aunque es perfectamente compatible con la razón humana, desborda la razón y
hasta la espolea. El mensaje de la buena noticia debe conservar su carácter «provocador» para la
razón humana y para los pensadores de la sociedad. De alguna manera, la vida cristiana tiene la
tarea de estimular la sociedad humana a superar sus límites y a dirigirse siempre más allá. Esto lo
entendió Pablo después de su fracaso en Atenas (cf. 1Cor 1,18-31).
Los alcances del mensaje del amor universal se dilatan tanto en extensión como en profundidad.
Los discípulos aún «no pueden» determinarlos. De hecho, nunca podrán, porque en cada época
descubrirán esos alcances en las nuevas situaciones que deberán afrontar. Pero también en este
campo está prevista la presencia y la ayuda del Espíritu. Gracias a él, los discípulos nunca serán
inferiores a los desafíos de la historia. Por eso, ahora Jesús lo llama «el Espíritu de la verdad», en
el doble sentido que el término «verdad» tiene en este evangelio: la verdad liberadora (cf. 8,31) y
la verdad salvadora o vivificadora (cf. 1,14); esta manifestación del Espíritu tiene el futuro como
horizonte.
El Espíritu va guiando a los discípulos «en la verdad toda» (ἐν τῇ ἀληθείᾳ πάσῃ), o sea, él
siempre pone a su disposición la plenitud del amor liberador y salvador de Dios; en cualquier
época los discípulos están capacitados para amar como Jesús, «hasta el fin» (cf. 13,1), pero la
percepción de los discípulos es progresiva, en la medida en que estén dispuestos a entregarse
amando como su maestro (cf. Jn 13,36).
Por eso, el Espíritu «no hablará por su cuenta, sino que les comunicará cada cosa que le digan»;
esto significa que la referencia de los oráculos del Espíritu, y, por lo mismo, del amor expresado
en obras será siempre la persona histórica de Jesús. Sería arrogante y fraudulento por parte del
discípulo desvincularse de la línea de Jesús (cf. Jn 13,12-17), o invocar el Espíritu Santo como
pretexto para hacer eso.
Y así el Espíritu irá guiando a los discípulos en el transcurso de la historia: «él les interpretará lo
que vaya viniendo», es decir, desentrañará el sentido de los hechos que se van desencadenando a
partir de la muerte y glorificación de Jesús. Para el discípulo es claro que la historia tiene una
dinámica: todo lo que vaya en la línea de Jesús tiene el apoyo de Dios y garantía de permanencia;
lo que no, está condenado a fracasar porque no tiene consistencia. Así interpreta la historia a la
luz del misterio de Jesús.
Feliz miércoles.