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ENCONTRARSE CON CRISTO

Yo soy el camino, la verdad y la vida.

Hay en la vida momentos de verdadera sinceridad en que,


de pronto, surgen de nuestro interior con lucidez y
claridad desacostumbradas, las preguntas más decisivas:
En definitiva, ¿yo en qué creo? ¿qué es lo que espero? ¿en
quién apoyo mi existencia? Ser cristiano es, antes que
nada, creerle a Cristo. Tener la suerte de habernos
encontrado con él. Por encima de toda creencia, fórmula,
rito, ideologización o interpretación, lo verdaderamente
decisivo en la experiencia cristiana es el encuentro con
Cristo.

Ir descubriendo por experiencia personal, sin que nadie


nos lo tenga que decir desde fuera, toda la fuerza, la luz,
la alegría, la vida que podemos ir recibiendo de Cristo.
Poder decir desde la propia experiencia que Jesús es
"camino, verdad y vida".

En primer lugar, descubrirlo como camino. Escuchar en él


la invitación a andar, a cambiar, avanzar siempre, no
establecernos nunca, renovarnos constantemente,
sacudirnos de perezas y seguridades, crecer como
hombres, ahondar en la vida, construir siempre, hacer
historia más evangélica. Apoyarnos en Cristo para andar
día a día el camino doloroso y al mismo tiempo gozoso
que va desde la incredulidad a la fe.

En segundo lugar, encontrar en Cristo la verdad. Descubrir


desde él a Dios en la raíz y en el término del amor que los
hombres damos y acogemos. Darnos cuenta, por fin, que
el hombre sólo es hombre en el amor. Descubrir que la
única verdad es el amor. Y descubrirlo acercándonos al
hombre concreto que sufre y es olvidado.

En tercer lugar, encontrar en Cristo la vida. En realidad,


los hombres creemos a aquel que nos da vida. Ser
cristiano no es admirar a un líder ni formular una
confesión sobre Cristo. Es encontrarse con un Cristo vivo y
capaz de hacernos vivir.
A Jesús siempre lo empequeñecemos y desfiguramos al
vivirlo. Sólo lo reconocemos al amar, al rezar, al
compartir, al ofrecer amistad, al perdonar, al crear
fraternidad.

A Jesús no lo poseemos. A Jesús lo encontramos cuando


nos dejamos cambiar por él, cuando nos atrevemos a
amar como él, cuando crecemos como hombres y
hacemos crecer la humanidad.

Jesús es «camino, verdad y vida». Es otro modo de


caminar por la vida. Otro modo de ver y sentir la
existencia. Otra dimensión más honda. Otra lucidez y otra
generosidad. Otro horizonte y otra comprensión. Otra luz.
Otra energía. Otro modo de ser. Otra libertad. Otra
esperanza. Otro vivir y otro morir.

JOSE ANTONIO PAGOLA


BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 55 s.

9.

1. Jesús se va con el Padre, pero volverá

Los evangelios comienzan ya a hacer referencia a los


acontecimientos de la Ascensión y Pentecostés. Pero Jesús
invita primero a sus discípulos a no perder la calma:
«Creed en mí». Tened la seguridad de que lo que yo hago
es lo mejor para vosotros. Después habla con suma
circunspección de su marcha: me voy a prepararos sitio y
volveré para llevaros conmigo, «para que donde yo estoy
estéis también vosotros». Jesús se irá con el Padre. Los
discípulos comprenden que eso está muy lejos y
preguntan por el camino a seguir. La respuesta de Jesús
es superabundante: el camino es él mismo, no hay otro.
Pero Jesús es aún más: él es también la meta, porque el
Padre, al que lleva el camino, está en él, directamente
visible para el que ve a Jesús como el que realmente es. El
Señor se extraña de que uno de sus discípulos todavía no
se haya dado cuenta de ello después de tanto tiempo de
vida en común. En él, que es la Palabra de Dios, Dios
Padre habla al mundo; e incluso el Padre hace sus obras
en él: se alude aquí a los milagros de Jesús, que
realmente deberían llevar a todo hombre a creer que el
Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre. Y sin embargo
la figura terrestre de Jesús debe desaparecer cuando se
vaya con el Padre para que nadie confunda esta figura con
Dios. Jesús volverá con una figura que no dará lugar a
ningún malentendido: con la gloria del Padre
resplandeciendo en él. Pero en el entretanto no dejará
«desamparados» a los suyos: habitará con el Padre
secretamente en ellos, de una manera que él les revelará
a ellos solos (Jn 14,23), y el Espíritu Santo de Dios les
hará comprender «que yo estoy con el Padre, vosotros
conmigo y yo con vosotros» (ibid. 2O). Al final aparece
una promesa casi incomprensible para la Iglesia: ella hará,
si cree en Jesús, «las obras que yo hago, y aun mayores».
Ciertamente no se trata de milagros más espectaculares;
lo que Jesús quiere decir es que a la Iglesia le está
reservada una influencia dentro del mundo que el propio
Jesús no quería tener. Su misión era actuar, fracasar y
morir; la Iglesia, en el fracaso y la persecución, derribará
todos los obstáculos que se levanten ante ella.

2. La casa espiritual.

Tras la marcha de Jesús al Padre y el envío del Espíritu


Santo sobre la Iglesia, se construye (en la segunda
lectura) el templo vivo de Dios en medio de la humanidad,
y los que lo construyen como «piedras vivas» son al
mismo tiempo los sacerdotes que ejercen su ministerio en
él y que son designados incluso como «sacerdocio real».
Al igual que el templo de Jerusalén con sus sacrificios
materiales era el centro del culto antiguo, así también este
nuevo templo con sus «sacrificios espirituales» es el
centro de la humanidad redimida; está construido sobre
«la piedra viva escogida por Dios», Jesucristo, y por ello
participa también de su destino, que es ser tanto la piedra
angular colocada por Dios como la «piedra de tropezar» y
la «roca de estrellarse» para los hombres. La Iglesia no
puede escapar a este doble destino de estar puesta como
«signo de contradicción», «para que muchos caigan y se
levanten» (Lc 2,34).

3. Servicio espiritual y temporal.

La primera lectura, en la que se narra la elección de los


primeros diáconos para encargarlos de una tarea
administrativa, temporal de la Iglesia, mientras que los
apóstoles prefieren dedicarse «a la oración y al servicio de
la palabra», muestra las dimensiones de la casa espiritual
construida sobre Cristo. Del mismo modo que el Hijo era
auténticamente hombre en contacto permanente de
oración con el Padre y anunciando su palabra, pero al
mismo tiempo había sido enviado a los hombres del
mundo, a enfrentarse a sus miserias, enfermedades y
problemas espirituales, así también se reparten en la
Iglesia los diversos carismas y ministerios sin que por ello
se pierda su unidad. Dicho con palabras del evangelio:
Cristo va a reunirse con el Padre sin dejar de estar con los
suyos en el mundo. El sabe «que ellos se quedan en el
mundo» (Jn 17,11) y no lo olvida en su oración; el Espíritu
que él les envía es Espíritu divino y a la vez Espíritu
misional que dirige y anima la misión de la Iglesia.

HANS URS von BALTHASAR


LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 65 s.

10. DESEO/BUSQUEDA

1. Buscadores de Dios

Son muchos los que actualmente afirman categóricamente


la muerte de Dios y el final de la Iglesia de Jesús. Es
verdad que a ello ha contribuido en gran manera la
presentación que de Dios y de la Iglesia hemos hecho los
cristianos. Otros, sin decir ni palabra, han abandonado,
convencidos de lo superfluo de ambas realidades en una
sociedad que está logrando niveles técnicos hasta hace
poco insospechados. ¿Qué puede decirle Dios al hombre
de hoy, lanzado a un progreso de tanta magnitud? Todo
parece indicar que los espacios que en otro tiempo fueron
reservados a las religiones están hoy ocupados por otros
intereses. No queda lugar para ellas.

Los que con tanta facilidad eliminan una realidad que son
incapaces de "ver" -la trascendencia humana-, han
olvidado un dato importantísimo: cristiano es el que sigue
el camino de vida y verdad marcado por Jesús de Nazaret.
Y esto es, con o sin permiso de tantos, una señal decisiva
de vitalidad. Pueden y deben desaparecer las numerosas
ideas falsas de Dios Padre, de las religiones..., pero nunca
la verdad y necesidad de una plenitud y eternidad que dé
sentido a la vida humana.

Las posesiones, la ambición de poder, la técnica y el


progreso... pueden atraer los intereses de la mayoría de la
humanidad. Es natural que, cuando se trata de conquistar
puestos de influencia y prestigio, haya competencia y
muchedumbres abriéndose paso a codazos. Y es lógico
que por este camino el cristianismo no tenga nada que
decir ni aportar a la sociedad. ¿Estará ahí su fracaso y el
de la Iglesia? Las cosas cambian cuando el hombre desea
únicamente buscar a Dios -situándose fuera de las luchas
egoístas-, prescindiendo de puestos de prestigio y no
defendiendo posesiones personales; cuando solamente
reivindica para sí el derecho de búsqueda. Una búsqueda
que le promete un descubrimiento, un encuentro ante el
cual todo lo demás es polvo.

En nuestro mundo siempre habrá un sitio para estos


buscadores de infinito y de plenitud, para estos
buscadores de Dios. Su deseo es uno solo: alcanzar la
dimensión del hombre verdadero a través de la ofrenda de
la propia vida al servicio de la fraternidad universal, tal
como hizo el joven rabino de Galilea. En ellos no tienen
sentido el aplauso y el éxito, la conquista de una posición
de una fama..., porque pertenecen a otro mundo, porque
vive otros valores, dejando en los corazones de los que los
rodean la nostalgia de una patria más verdadera, de una
tierra más humana, de una plenitud de paz y de alegría,
inconcebible para los hombres distraídos por los lazos que
tiende la sociedad del consumo y del progreso... de unas
minorías.

La Iglesia no es más verdadera cuando amplía su esfera


de influencia, conquista más privilegios, honores o bienes
terrenos... Es todo lo contrario. Es grande solamente si
puede demostrar que busca exclusivamente a Dios.

¿Somos buscadores de Dios y de su Cristo? ¿Podríamos


demostrarlo? El que sigue el camino de búsqueda de Dios
se va dando cuenta, poco a poco, de que toda la tierra le
pertenece, que es libre. Es posible que muchos no
entiendan de momento. Pero el que sigue hasta el final,
con coherencia y entusiasmo, demostrará que tenía razón.
Felices los que buscan a Dios -todo lo que él representa-,
porque tendrán siempre la posibilidad de ofrecer algo a
nuestra sociedad.

2. "No perdáis la calma"

Jesús tranquiliza a sus discípulos, inquietos por el anuncio


que les ha hecho de su partida. Para ello va a explicarles
el resultado de su marcha. Sobre esta base debemos
entender todo el capítulo 14 del evangelio de Juan.

No deben perder la confianza en él, a pesar de tantas


circunstancias adversas. La opción por su mesianismo se
identifica con la opción por Dios, aunque ahora no lo
comprendan. Todo su anhelo de Dios encontrará su
realización y consumación en Jesús. Deben creer que su
partida les favorece. Con esta fe pronto experimentarán lo
que es el optimismo, y superarán la angustia y el
desaliento que ahora les aflige. Su ausencia física le va a
posibilitar una perspectiva más amplia y mejor, en la que
la relación con los suyos va a ganar si se apoyan en la fe.
Hasta ahora ha vivido limitado, como todos los hombres, a
un espacio y a un tiempo determinados; con su muerte y
resurrección desaparecerán todos los límites. Sólo en un
clima de fe-obras se le podrá conocer. Es un conocimiento
sapiencial y experimental que trasciende a la razón.

"La casa" del Padre indica, al mismo tiempo, un lugar


concreto y una comunidad de vida, como es propio de una
familia. En ella "hay muchas estancias", tiene una
capacidad inmensa. Su partida del mundo significará el
retorno victorioso al lado del Padre. Una fe así los debe
ayudar a superar la tristeza de la separación y la soledad
en que van a encontrarse enfrentados con un mundo
hostil.

"Va a prepararles sitio". Es otro motivo de esperanza: el


camino del Maestro será el camino de sus discípulos; el
lugar en que él vivirá para siempre, será el mismo de sus
seguidores. Extraordinaria forma de hablar de la muerte y
del "más allá", quitándole todo el dramatismo que rodea
normalmente a estos acontecimientos.

"Volveré y os llevaré conmigo". El Padre quiere tener más


hijos. La lejanía y el misterio de lo divino se transforma en
cercanía. Dios quiere estar y vivir con los hombres, sus
hijos. Este será el resultado final de su misión: integrarlos
en la familia del Padre. La marcha de Jesús implica su
retorno. De otra forma su misión hubiese quedado
incompleta. Vivirán juntos para siempre. Es a lo que lleva
la verdadera amistad.

¿A qué momento se refiere esta vuelta? Se puede referir al


retorno visible en la parusía o al retorno invisible en el
momento de la muerte. Son mayoría los que piensan que
se trata del retorno de Jesús al fin del mundo. Pero nada
indica que los discípulos sólo se volverán a reunir con él
después de la resurrección universal. Al "buen ladrón" le
prometió que ese mismo día estaría con él en el paraíso
(Lc 23,43), lo que ayudaría a la hipótesis del momento de
la muerte de cada uno. Los cristianos somos seguidores de
uno que pertenece al "otro lado". No hay lugar para el
miedo. Los hombres podremos ser hijos del Padre Dios,
hermanos de Jesús y vivir en su intimidad para siempre.
Los más grandes ideales humanos serán un día realidad.

El camino ya lo sabemos: amar a la humanidad con un


amor como el suyo, hasta la muerte. Ese amor que ha
manifestado ya en tres momentos claves de la cena: el
lavatorio de los pies, la institución de la eucaristía y el
mandamiento nuevo. Le falta rubricarlo con sangre. Los
discípulos, capacitados por el Espíritu, aprenderán a amar
hasta el final, y ése será su camino. El don total de sí
mismos los realizará plenamente. Un camino que las
autoridades religiosas de Israel estaban incapacitadas para
seguir (Jn 7,34) por ser opresoras del pueblo. Vivían
cerradas al Espíritu, por no estar dispuestos a cesar en su
injusticia.

3. Jesús, vida plena y verdad total

Sorprendido ante la afirmación de Jesús, Tomás objeta:


"Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el
camino? Es una pregunta poco afortunada, porque debería
saber a estas alturas cuál es el camino que conduce al
Padre. Sí, es exacto un aspecto de su pregunta: el
reconocimiento que hace de la relación de dependencia
que existe entre el conocimiento del camino y el
conocimiento del término. Tomás ya había intervenido en
el episodio de Lázaro (Jn 11,16). En aquella ocasión
estaba dispuesto a morir por Jesús, al estar convencido
que el viaje a Judea, que se proponía hacer Jesús, era
suicida. Ahora Tomás no entiende cómo la muerte pueda
ser un paso que permita alcanzar una meta. Parece que
para él la muerte es meta y final del camino humano. De
ahí que piense que Jesús se refiere a otra cosa y no sepa
qué. Su idea mesiánica sigue siendo distinta de la de
Jesús. Aun después de la resurrección le costará entender
(Jn 20,24-29). Está desconcertado.

No debemos entender literalmente la afirmación de Jesús


como hizo Tomás. Es evidente que no es necesario
conocer el camino, desde el punto de vista geográfico,
para ir al Padre. El lenguaje del camino está dentro de la
perspectiva de la metáfora. Una persona no es nunca un
camino. Pero sí puede decirse con propiedad que una
persona es el medio por el cual alguien llega a otra
persona.

Jesús explica a continuación a Tomás cuál es el camino y


cuál es el término: el camino es él, y el término el Padre.
El mismo es, en cierto sentido, el camino y el término, al
identificar el conocimiento que tengan de su persona con
el conocimiento del Padre. Quien le conozca a él conocerá
al Padre, puesto que el Padre está en él y él en el Padre.
Jesús se hace el absoluto de todo, se define a sí mismo
como el camino, pero uniendo esta cualidad suya a otras
dos: la verdad y la vida. Es "el camino" por haber vivido
en sí mismo la plenitud humana. Un camino que se conoce
a medida que se avanza por él. Verdad y vida son modos
diversos de expresar la misma realidad. "La verdad"
supone un contenido y hace referencia a él. Ese contenido
es "la vida", que se identifica con el amor. De los tres
términos, el único absoluto es el tercero. Los otros dos
han de estar en relación con ella.

Jesús es la vida, porque es el único que la posee en


plenitud y puede comunicarla (Jn 5,26). Por ser la vida
plena es la verdad total, la plena realidad del hombre y de
Dios. Es el único camino -"Nadie va al Padre sino por mí"-,
porque sólo su vida y su muerte muestran a la humanidad
el itinerario que la pueda llevar a la máxima realización.
Un camino que se sigue con las obras del amor, y no con
palabras solas. Un camino que han seguido y continúan
siguiendo muchos no cristianos.

Lo que en Jesús se encuentra en su cumbre definitiva, sus


seguidores deberán alcanzarlo de forma gradual por la
entrega de sus vidas a imitación suya. Al don total de sí
corresponde la plenitud de vida y verdad, el final del
camino, donde la plenitud del hombre encuentra la
plenitud de Dios.

Los discípulos poseen ya un conocimiento de Jesús. En esa


misma medida conocen al Padre. Este conocimiento debe
crecer para llegar cada día más cerca de Dios. No es
meramente intelectual ni exterior, sino experiencial,
fundado en la familiaridad que crea el amor, y que se
alcanza sólo por la práctica del amor. Progresar en el
conocimiento de Jesús, ahondando la comunión con él por
la práctica de un amor como el suyo, va haciendo al
hombre hijo de Dios y dándole a conocer al Padre. ¿Cómo
pretender creer en Dios Padre sin un gran amor por los
hermanos? "Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto". Jesús
es el "Dios-con-nosotros" (Mt 1,23), el Dios invisible que
se hace"visible" a los hombres que vivan con, en y para
los demás.
4. Jesús, sacramento del Padre

A través de las preguntas de sus discípulos, Juan nos va


introduciendo en el mensaje de Jesús. No están
preparados aún para entender sus palabras, y le piden
algo más concreto por boca de Felipe: una visión directa
de Dios. Con ella quedarían satisfechos. Es un deseo
contrario a lo manifestado en el prólogo: "A Dios nadie lo
ha visto jamás" (Jn 1,18). Su visión es indirecta, y llega a
nosotros a través de la vida y las palabras del Hijo. Felipe
no pide ser transportado al mundo del más allá para ver a
Dios cara a cara y estar siempre con él; sólo pide para el
tiempo actual, mientras está todavía en la tierra. Piensa
que Jesús, que hizo tantos milagros, se lo puede mostrar
ahora con una maravillosa teofanía, al estilo de las que se
creía habían sido concedidas a Moisés y a algunos
profetas, que habían visto a Dios. Es una prueba más de la
rudeza e incomprensión de los apóstoles hasta la gran
iluminación de pentecostés.

Felipe sigue identificando a Jesús con la figura del Mesías


que podía deducirse de la ley de Moisés y de los profetas
(Jn 1,43-45) No ha comprendido todavía que Jesús es la
realización no de la ley, sino del amor de Dios. Tampoco
entendió en la multiplicación de los panes (Jn 6, 5-7) la
novedad del reino mesiánico. Está estancado en la
mentalidad de la antigua alianza. No ha descubierto que
Jesús desborda toda promesa, que él mismo es la
presencia de Dios en el mundo.

Jesús contesta a Felipe con una queja. La ya prolongada


convivencia con él no ha ampliado su horizonte. Y es que
es muy difícil superar la mentalidad formada por el
ambiente en que se vive. Es muy difícil, por ejemplo, que
los cristianos europeos superemos la fe sociológica y
descubramos que los planteamientos de Jesús eran muy
distintos a los que nuestra sociedad considera como
cristianos.

Su petición es injustificada, porque Jesús es Dios


encarnado. Quien lo ve y lo sigue, ve y sigue a Dios. Dios
se ha hecho visible en sus palabras y en sus obras. En
Juan, ver, conocer, amar y creer son palabras
prácticamente sinónimas. La "visión" de Dios se logra
mediante el conocimiento que nace de la vida entregada al
amor, cuyo modelo perfecto es Jesús. En la medida en que
aumente el conocimiento de Jesús -imitando su vida-,
aumentará el conocimiento y la visión de Dios. En el que le
conozca a él de verdad se hará realidad el deseo de ver a
Dios: lo estará experimentando en su propia vida de
entrega al amor, porque "Dios es amor" ( I Jn 4,8).

Jesús quiere que Felipe entienda -y con él todos los


discípulos de siempre- que su petición no tiene razón de
ser, dado que a Dios no se le puede ver directamente en
el curso de la vida terrena, y lo invita -nos invita- a
adquirir la visión mediata, única posible y que por ahora
basta plenamente. Jesús es el sacramento del Padre -
signo sensible-. ¿Somos los cristianos sacramento de
Cristo?

"Yo estoy en el Padre y el Padre en mí". ¿Cómo puede


estar una persona en otra? Por el amor, por la pobreza,
por el pensar, sentir y obrar. Jesús está en el Padre y el
Padre en Jesús en este sentido. Por el mutuo amor se han
entregado, donado en plenitud y constituido la Trinidad,
junto con el Espíritu. Lo tienen todo en común. Son
pobres. Esta mutua presencia no es visible o asequible
más que por la fe.

La plena identificación que existe entre el Padre y el Hijo


es causa de que Jesús no hable ni obre "por cuenta
propia". Es Dios mismo el que actúa a través de Jesús (Jn
7,16; 8,28; 12,49).

El Padre realiza su obra en la humanidad por medio de las


exigencias que propone el Hijo con su modo de vivir.
Imitándole, alcanzaremos la vida que el Padre quiere para
sus hijos, la única que podrá saciar nuestra hambre y
nuestra sed de infinito.

Jesús insiste en su total identificación con el Padre, y,


como último criterio, nos remite a sus obras (Jn 10,37-
38). Quien reflexione sobre ellas no tendrá más remedio
que concluir que son de Dios. Su amor "hasta el extremo"
(Jn 13,1) es la más clara demostración de su unidad con el
Padre (Jn 17,11). Las obras son la única prueba de la
honradez de nuestras palabras. La vida es lo que importa.

5. Las obras del discípulo

Jesús promete a los que crean en él que después de su


partida harán obras iguales a las suyas, "y aun mayores".
Y da la razón: su retorno al Padre. Su misión no acabará
con su partida, sino que será continuada y superada por
sus discípulos. Lo suyo ha sido sólo el comienzo de un
futuro mucho más extenso, un cambio de rumbo para la
humanidad. Dirección que deberán continuar los que
crean.

¿Cuáles son esas "obras mayores"? No se refiere, como es


evidente, a que sus seguidores tendrán una mayor
entrega que la suya, ni tampoco a milagros mayores que
los obrados por él, ni a doctrinas más profundas..., sino a
la expansión de su mensaje por todo el mundo. Jesús
limitó su actividad a Palestina, y no logró más que un
reducido número de seguidores. Serán sus discípulos los
que la extiendan por todo el imperio romano y,
posteriormente, a todas las naciones. Una expansión que
se mantuvo fiel hasta los siglos Vll y Vlll, degenerando
después en el cristianismo masificado que ha llegado a
nosotros, salvando esas minorías -el "resto de Yavé"- que
se han mantenido fieles al Maestro. La condición para
hacer esas obras es que crean en él. Así como con su
actitud ha mostrado Jesús su comunión con el Padre, de la
misma manera mostrarán sus discípulos a través de sus
obras la intimidad con él.

Termina el texto dándonos Jesús la razón de su afirmación


anterior: los discípulos harán obras como las suyas, y aun
mayores, porque desde su nueva condición de resucitado
él seguirá actuando con ellos. Las obras no serán fruto
únicamente de la acción de los suyos, sino principalmente
de su oración junto al Padre. Los discípulos no están solos
en su trabajo ni en su camino. La comunicación de Dios
con los hombres será constante a través de la mediación
de Jesús.
Las obras llegarán a feliz término si están maduradas por
la oración. Jesús repetirá varias veces que las peticiones
hechas en su nombre serán escuchadas siempre (Jn
15,16; 16,23.24.26). Al insistir en la promesa de que él
mismo escuchará la oración de sus discípulos, Jesús trata
de inculcarles e inculcarnos que toda nuestra actividad es
en realidad obra suya. No especifica el contenido de esa
oración; pero es evidente que no pueden ser intereses
humanos y personales, sino únicamente lo que necesiten
para llevar adelante la obra de su Maestro.

Al afirmar Juan que el mismo Jesús escuchará la oración


de sus discípulos, nos está afirmando, una vez más, su
divinidad.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ


ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4
PAULINAS/MADRID 1986.Págs. 178-185

11.

«¡CAMINANTE, SI HAY CAMINO!»


«Caminante, no hay camino»--dijo Machado. Y añadió que
cada cual es el que ha de trazar su propia ruta abriéndose
paso a golpes de ingenio y de esfuerzo: «Se hace camino
al andar».

Y creo que es verdad. Pero también es verdad que al


hombre se le brindan muchas ofertas. Tanto para el desvío
como para el acierto, tanto para su propia superación
como para su degradación. Jesús lo dijo claramente:
«Ancho es el camino que lleva a la perdición y qué
angosto el que lleva a la vida». Y, como sabía que todos
los hombres en cuanto caminantes y los cristianos lo
somos, corren el riesgo de equivocar su ruta, se apresuró
a decir algo indispensable, ante el despiste de Felipe: «Yo
soy el CAMINO, el que me ve a mí, ve a mi Padre». El
cristiano, por tanto es alguien que afirma: «Caminante, sí
hay camino». Pero, al mismo tiempo, trata de empaparse
en ese «libro de la ruta» que es el evangelio y de
acomodar sus pasos a él. Efectivamente, «sí hay camino».
El mismo Machado llegó a preguntarse en otro verso
anhelante: «¿A dónde el camino irá?».

Pero el hombre necesita, además la Verdad. «Y es que en


el mundo traidor, nada hay verdad ni mentira: todo es
según el color, del cristal con se mira», dijo otro poeta,
diagnosticando el subjetivismo en el que vivimos.
Tampoco Pilato era optimista en este tema «¿Qué es la
verdad?» Convencido de que estamos abocados al
escepticismo más cruel. Y eso es muy triste. No es buena
una sociedad construida sobre el engaño, la estafa, la
hipocresía, el disimulo, la mentira, el fingimiento. Y,
desgraciadamente y en muy elevada proporción, sobre
esos cimientos se asienta nuestro mundo competitivo y
hedonista. «Vamos a contar mentiras, tralará», lo
solíamos cantar jugando, pero es algo que se ha hecho
realidad.

Lo repito, eso es muy triste. Y muy peligroso. Porque la


mentira lleva a la desconfianza. La desconfianza a la
inseguridad. Y la inseguridad a encerrarse en el propio
«yo» y a no fiarnos «ni de nuestra sombra». Pues, bien,
Jesús, en el mismo pasaje de hoy, afirma: «Yo soy la
VERDAD». Y lo afirma, con la misma fuerza que otro día
dirá: «Yo soy la Luz: quien me sigue no anda en
tinieblas». ¿Es que seguiremos siempre los hombres
prefiriendo la mentira a la VERDAD?

Pero hay más. El hombre necesita, por encima de todo,


vivir; poner en marcha y llevar a plenitud toda su
capacidad de «existencia». Lo necesita como algo
inevitable, que le crece dentro, antes que cualquier otro
deseo: «primum, vivire». El derecho a la vida y las ansias
de vivir existían mucho antes que se promulgaran «los
derechos humanos». Por eso, en sus saludos familiares, el
hombre alude a la vida: «¿Qué es de tu vida?». Y vida es
lo que busca en todas sus acciones. Para vivir, trabaja.
Para vivir, descansa y come. Incluso, cuando se mata, es
para vivir. O, si queréis, para sobrevivir. Un suicida no se
mata porque ame la muerte, sino, al revés: porque ama
tanto la vida, que, al no gustarle la que le rodea --«¡esto
no es vida!»-- se va por ese túnel oscuro del suicidio, a
ver si encuentra otra vida mejor.
Pues, bien, Jesús completó su «trío de ases» con esa
afirmación: «Yo soy la VIDA». No hace falta argumentar
mucho. El evangelio es el libro de la «vida por
antonomasia». Las palabras de Jesús eran «palabras de
vida eterna». Sus acciones eran: liberar, curar, devolver la
vida. Su muerte fue para resucitar y para «resucitarnos».
Y, al poner en marcha la Iglesia, le dijo: «Yo he venido
para que tengan vida y la tengan abundante».

ELVIRA-1.Págs. 39 s.

12.

Frase evangélica: «Yo soy el camino, la verdad y la vida»

Tema de predicación: EL CAMINO CRISTIANO

1. El «camino» se forma por las pisadas repetidas de


quienes van de un lugar de partida a otro, que es final de
etapa. «Se hace camino al andar». Al atravesar el
desierto, donde no hay sendas sino costumbres, el pueblo
de Dios recorre «los caminos de Dios» (Sal 25,10). En las
Escrituras, caminar es comportarse, conducirse, hacer la
voluntad del Señor. La imagen del camino expresa que la
vida tiene un sentido.

2. Dios camina delante o en medio de su pueblo.


Consiguientemente, el pueblo debe caminar con Dios. Por
eso se dice como deseo cristiano: «vaya usted con Dios».
En san Juan, «camino» es un concepto subordinado a un
término relativo -«verdad»- que nos lleva a un concepto
absoluto: «vida». Jesús es el camino que lleva a la verdad
y a la vida, o el camino vivo y verdadero que conduce al
Padre. Es la encarnación de la verdad, de la luz y de la
vida. Por eso, sólo él puede afirmar: «Yo soy el camino, la
verdad y la vida». Por la muerte y la resurrección, Jesús
camina hacia el Padre y prepara un lugar a sus discípulos,
a los que más tarde volverá a buscar.

3. Cristiano es el creyente que recorre el camino de Jesús:


vive de la verdad, y la verdad lo conduce a la vida. Lo
contrario de la verdad es la mentira, y lo contrario de la
vida es la muerte. Al camino verdadero se opone el
camino mentiroso. Junto a «los caminos de Dios» están
«las sendas del mal». El Nuevo Testamento señala «dos
caminos» (Sal 1,6; Prov 4,18-19). Jesús nos muestra que
el camino hacia el Padre es el de la práctica de la caridad.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿En qué caminos nos movemos?

¿Cómo podemos hallar el camino del Señor?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 122 s.

13.

1. Dónde comienzan las crisis de la comunidad

En temas anteriores nos preguntábamos si cuando Lucas


nos describe la vida de la primitiva comunidad, se refería a
hechos reales o más bien presentaba un ideal de vida
comunitaria. Hoy nadie se hará esa pregunta, pues es
evidente que la crisis primera que surge en aquella
comunidad es tan humana y tan real que, cambiadas las
circunstancias y detalles, aún sigue vigente en nuestra
Iglesia.

El Libro de los Hechos, que nos dará el principal material


para las reflexiones, nos alerta, de cualquier forma, para
que no creamos que la Pascua o que Pentecostés obran
mágicamente sobre los cristianos. Si la Pascua de Cristo
ya ha tenido lugar y plenamente, la Pascua de la
comunidad cristiana es un proceso extendido en el tiempo
y en el espacio. Que esta Pascua florezca o que aborte, en
gran medida depende de nosotros...

El texto de Lucas nos obliga a poner los pies en tierra. Un


buen día la armonía de la comunidad se vio rota por
ciertos detalles que exigieron una pronta corrección. El
hecho de por sí es simple: en Jerusalén había dos estratos
socio-culturales de los que se alimentaba el discipulado
cristiano; por un lado, los judíos oriundos de Palestina,
orgullosos siempre de su raza, de su lengua y de su
relación estrecha con los lugares santos del pueblo. Por
otro, los judíos oriundos del imperio romano, de lengua
griega, que tenían algunas sinagogas en Jerusalén.

Pues bien: los cristianos tenían un servicio social similar al


judío, como es obvio. Las viudas y los pobres, como
también los huérfanos, recibían un subsidio semanal
consistente en dos comidas diarias. La comunidad se hacía
cargo de ello. Mas he aquí que los judíos palestinos, como
dueños de casa, no se preocupaban con el mismo interés
por las viudas de los helenistas, por lo que sobrevino la
crisis. Dos motivos encontramos para el surgimiento del
conflicto:

Primero: el problema racial y social. Hablando con


términos modernos, diríamos que en la primitiva Iglesia se
entabló una lucha de clases: palestinos contra helenistas.
La lucha no fue abierta, como será más tarde, pero tuvo
una primera manifestación penosa. Tiempo después el
conflicto tomará una connotación mucho más profunda:
los palestinos intentarán mantener una condición de
privilegio dentro de la Iglesia, obligando a los griegos a
circuncidarse antes del bautismo; los helenistas,
mandados por Pablo, exigirán igualdad de derechos, la
descentralización de la Iglesia absorbida por Jerusalén y la
puesta en práctica del principio de la universalidad del
cristianismo.

Todo ello nos revela que aún se estaba muy lejos de


comprender el alcance del Hombre Nuevo nacido en la
madrugada de Pascua. Los esquemas viejos se resistían a
dejar paso a una nueva concepción religiosa por la que
Jesús había dado su vida. La Pascua estaba en crisis y los
apóstoles tomaron cartas en el asunto. Mas antes veamos
el segundo motivo de la crisis.

Segundo: la falta de funciones específicas en la


comunidad. En un primer momento los apóstoles, con
poca experiencia en la materia, asumieron casi todas las
funciones comunitarias: predicaban, dirigían la Eucaristía,
bautizaban, administraban el dinero y organizaban el
servicio social. Pronto, y a consecuencia de esta crisis,
descubrieron que esto no podía seguir así. Esto se
desprende de las mismas palabras de los apóstoles: «No
nos parece bien descuidar la Palabra de Dios para
ocuparnos de la administración.»

Este suceso tan simple nos da una importante lección: en


la Iglesia todos los miembros están llamados a ser
miembros activos, y su organización exige distribuir las
tareas conforme a ciertas funciones que cada uno debe
desempeñar. Antes de dedicarnos a ver cuáles son estas
funciones, es bueno que atendamos a las otras dos
lecturas.

Efectivamente, la Carta de Pedro, al hablar de la Iglesia,


establece ciertos principios fundamentales que conviene
recordar. Dice Pedro, su autor, que debemos unirnos a
Cristo, piedra fundamental de todo el edificio, como
piedras vivas, escogidas y preciosas, para construir el gran
templo del Espíritu, la comunidad eclesial.

Detengámonos aquí: nadie es elemento muerto en la


Iglesia, ni muerto ni pasivo. Y a todos nos incumbe
construir el verdadero templo, que no es el de piedras,
sino el del Espíritu. Si recordamos el diálogo de Jesús con
la samaritana, no será necesario que expliquemos de qué
se trata este templo y el culto que en él se desarrolla. En
efecto, sigue diciendo Pedro, todos estamos llamados a
ejercer un sacerdocio sagrado para ofrecer sacrificios
espirituales que Dios acepta por Jesucristo.

De todo lo cual se desprende que nuestro cristianismo


occidental, mientras ensalzó el sacerdocio jerárquico,
olvidó casi completamente e] sacerdocio universal de
todos los fieles; un sacerdocio que no se ejerce
especialmente en los cultos rituales, sino en la vida diaria.
Nuestro sacerdocio consiste en construir la comunidad
cristiana, mantenerla y promoverla, ya que todos
constituimos el pueblo de Dios, nación santa y sacerdocio
real.
La Carta de Pedro bien puede llamarse «la constitución»
de la Iglesia, su carta magna. Antes de hablar de las
diferencias de estados y de funciones, es fundamental
precisar el papel que todos debemos asumir en la gran
responsabilidad de construir la comunidad. En una
palabra: todos somos Iglesia y todos coparticipamos de la
responsabilidad pastoral, y cada uno según cierto papel
específico de acuerdo con las diversas necesidades.

El texto del Evangelio de Juan también se mueve en esta


dirección cuando afirma Jesús: «En la casa de mi Padre
hay muchas estancias y yo voy a prepararos sitio...» En
otras palabras: aquí hay lugar y trabajo para todos.

Si ahora, olvidándonos por un momento de aquella


primera comunidad, colocamos los ojos en la Iglesia de
nuestro siglo, podremos comprobar que uno de los
motivos principales de su decaimiento y de sus crisis es,
precisamente, el acaparamiento de las funciones en
manos de la jerarquía, con lo que los fieles se
transformaron en piedras muertas. Del acaparamiento de
funciones al autoritarismo y al control absoluto, no hay
más que un paso. Y ese paso, por desgracia, se dio en
más de una oportunidad.

La Pascua, primavera de la Iglesia, nos exige hoy poner


las cosas en su lugar. Mas, antes de hacerlo, debemos
ponernos de acuerdo en este principio fundamental: que
nadie se sienta dueño de la Iglesia ni se crea su salvador o
la pieza indispensable. Todos, absolutamente todos,
somos miembros activos y con plena responsabilidad en
esta «cosa-pública» que es nuestro pueblo, la comunidad
cristiana, tanto la local como la universal.

Aclarados estos conceptos, veamos ahora cómo no


solamente se dan en la Iglesia diversas funciones y
ministerios, sino que todos responden al Espíritu y que
están al total servicio de la comunidad.

2. La crisis se resuelve en la responsabilidad compartida

Si releemos la primera lectura de hoy, observamos que


por primera vez en la historia de la Iglesia surge la
diferenciación de ministerios o tareas para una mejor
conducción de la comunidad. Los apóstoles, cuya primacía
no es discutida, delegan en otros parte de las funciones
que habían acaparado, estableciendo así el principio de
coparticipación en la conducción pastoral de la comunidad
cristiana.

Los Doce distinguen dos tipos de tarea: una, encaminada


a predicar la Palabra y dirigir la oración y el culto
litúrgicos. Otra, a organizar el servicio social y la práctica
comunitaria de la caridad. Ellos se reservan la primera y
delegan en otros la segunda.

Mas tengamos en cuenta lo siguiente: los dos tipos de


tareas están encaminados con la misma intensidad a
servir a las necesidades de la comunidad que, ayer como
hoy, tiene hambre de Palabra de Dios y hambre de pan o
promoción humana. Los cargos no se eligen para gozar de
cierto prestigio o privilegio, como aún hoy suele suceder.
El esquema es mucho más simple: cada uno, según la
invitación del Espíritu, debía hacer algo para que la
comunidad crezca espiritual y materialmente.

Varias cosas nos llaman la atención en este breve pero


jugoso relato, cuya vigencia, lo repetimos, sigue en pie.

a) En primer lugar, la grandísima importancia que los Doce


conceden al ministerio de la Palabra. Ellos se sienten
llamados por el Espíritu fundamentalmente para esta
tarea: anunciar el Evangelio, dando testimonio de los
hechos y palabras de Jesús. Son los iluminadores de la
comunidad, los intérpretes de un Mensaje que necesita
hombres especialmente preparados para ello. Para el resto
de las tareas, que se ocupe la misma comunidad... Aunque
parezca un lugar común, es bueno insistir en esto: los
obispos y los sacerdotes deben ser los especialistas del
Evangelio y de su anuncio. Para esto están en primer lugar
y por encima de todas las cosas: para alimentar a la
comunidad con el Pan de la Palabra, tal como lo hizo Jesús
cuando se refirió al tema en el capítulo sexto del Evangelio
de Juan.
¿Cumple hoy la jerarquía esta función primordial? Quizá
no sea el momento de responder, pero sí de exigir, en
cuanto miembros activos, que no se descuide este su
principal papel que muchas veces naufraga tras otras
tareas que los sacerdotes asumen como si los laicos no
fueran capaces de hacerlo. Tenemos una Iglesia saturada
de administración, de burocracia, de cuentas bancarias y
de muchas cosas más, que si pueden ser necesarias en
cierto momento, jamás pueden postergar o soslayar la
imprescindible tarea de la evangelización.

Tan imprescindible es este cometido, que el mismo Lucas


nos muestra a los "diáconos" encargados en el primer
momento de la administración de bienes, sobrepasando
esta tarea y predicando el Evangelio en Samaria y en otras
partes. Bueno será, por lo tanto, que nos hagamos ciertas
preguntas: ¿Qué valor le asignamos nosotros al anuncio
del Evangelio? ¿Conocemos la palabra de Jesús y estamos
capacitados para comunicarla a los hombres del siglo
veinte? ¿Está nuestro cristianismo tradicional
suficientemente alimentado y motivado por el Evangelio?

b) En esta tarea de volver a situar funciones, los laicos


han de asumir toda su responsabilidad. En primer lugar, y
tal como surge del relato de Lucas, han de saber
presentarse a los pastores para plantearles, respetuosa
pero firmemente, sus quejas y sus puntos de vista. Así lo
hicieron aquellos cristianos ante los Doce, y si los laicos
hubieran cumplido esta función, posiblemente las cosas no
hubieran llegado al estado de gravedad a que han llegado.
Es cierto que ahora nos quejamos y lloramos por tantos
problemas..., pero ¿no hubieran podido ser evitados si a
tiempo se hubiera levantado la voz?

Lucas nos dice hoy que dentro de la Iglesia hay derecho a


la protesta y a la crítica. Es algo que se había olvidado y
sobre lo que muchos hasta llegan a escandalizarse. Lo
cierto es que suele ser más fácil y cómodo cerrar los ojos
y evitarse un disgusto momentáneo al tener que reclamar
ciertos derechos, pero una comunidad madura debe saber
reclamar por un lado y escuchar por el otro. No basta
condenar el clericalismo ni es suficiente exigir obediencia
ciega. Clérigos y laicos han de madurar de modo tal que
los intereses generales de la Iglesia primen sobre los
egoísmos particulares.

En segundo lugar, a los laicos les corresponde resolver los


problemas que surgen de la misma vida comunitaria.
Observemos lo siguiente: los Doce dejan libre a la misma
comunidad en la elección de las personas que han de
ocupar el nuevo puesto creado. Solamente la orientan
acerca de las condiciones que han de requerir, pues todo
lo que se hace en la Iglesia exige espíritu y santidad de
vida.

Si los Doce han valorado su propia tarea de predicar la


Palabra, no menos valor otorgan al servicio de la mesa:
exigen que los elegidos sean hombres de buena fama,
llenos del Espíritu Santo y de sabiduría. Servir a los
hermanos es una tarea que no se puede hacer de
cualquier modo; es, en cambio, un ministerio que ha de
ser asumido seria y responsablemente. Es una función que
supone sensibilidad, buen trato, respeto y amor al otro; es
la sabiduría de dar sin humillar ni hacer diferencias.

Sobre estas personas así elegidas, los Doce imponen las


manos, después de hacer oración. Es con la fuerza y en
nombre del Espíritu Santo como han de actuar los elegidos
para servir a la comunidad. Con el tiempo se los llamó
«diáconos», o sea, servidores.

Concluyendo...

La primitiva comunidad hoy nos ha dado un ejemplo de


madurez. Es posible que en nuestras respectivas
comunidades necesitemos releer y meditar seriamente
esta página que, como otras tantas de los Hechos,
establecen criterios fundamentales para la vida de la
comunidad.

Estamos viviendo la Pascua y el viento del Espíritu debe


airear nuestras así llamadas comunidades cristianas. La
Iglesia, en su liturgia, insiste en presentarnos el ideal de
los primeros cristianos a través de sus gestos y palabras,
para que hoy el árbol no nos impida ver el bosque.
Cambiar lo caduco, vitalizar lo anquilosado, purificar lo
espúreo... son tareas que nos incumben a todos. Pascua
es también dar vida a las piedras muertas del Templo del
Espíritu; porque hemos sido convocados para «proclamar
las hazañas del que nos llamó a salir de las tinieblas para
entrar en su luz maravillosa».

Eugène Ionesco declaraba hace pocos años: "El mundo ha


perdido su rumbo, no porque falten ideologías
orientadoras, sino porque no conducen a ninguna parte.
En la jaula de su planeta los hombres se mueven en
círculo porque han olvidado que se puede mirar al cielo...
Como solamente queremos vivir, se nos ha hecho
imposible vivir. ¡Miren Vds. a su alrededor!" Y el famoso
historiador Arnold J. Toynbee confesaba: "Estoy
convencido de que ni la ciencia ni la técnica pueden
satisfacer las necesidades espirituales a las que todas las
grandes religiones quieren atender. La ciencia no ha
suplido nunca a la religión, y confío que no la suplirá
nunca. ¿Cómo podemos llegar a una paz duradera y
verdadera? Estoy seguro de que para la paz verdadera y
permanente es condición imprescindible una revolución
religiosa. Tengo para mí que ésta es la única clave para la
paz. Hasta que lo consigamos, la supervivencia del género
humano seguirá puesta en duda".

Es decir, que en este mundo tan tecnificado y consumista,


tan racional y seguro, quedan todavía por llenar las
grandes cavernas del corazón humano donde habita la
necesidad de la paz, de la bondad, del amor y la justicia,
de la felicidad verdadera. Asistimos -diríamos- a un doble
movimiento. Por una parte aumenta la ciencia y la
racionalidad, la técnica y los bienes, las riquezas..., pero
por otra parte disminuye cada vez más el sentido y la
felicidad de los hombres. La necesidad de Dios, de algo
que esté más allá de los bienes y de las cosas, de los
trabajos y del placer, sigue viva en el hombre del s. XX
con idéntica o mayor fuerza que en el hombre primitivo e
inculto de las cavernas. COMUNISMO/RELIGION Muchos
ateos convencidos y militantes, no han logrado nunca
sacudirse de encima el problema de Dios. Feuerbach y
Nietzsche, quienes por la proclamación pública de su
ateísmo se creyeron más liberados que nadie,
permanecieron hasta el final de sus días anclados en el
problema de la religión. La utopía que Marx anunciara de
la total "extinción" de la religión tras el proceso
revolucionario ha sido desmentida por la misma evolución
de los estados socialistas: sesenta años después de la
revolución de octubre, y tras indescriptibles persecuciones
y vejaciones de iglesias e individuos, el cristianismo en la
Unión Soviética es una realidad en crecimiento más que en
regresión; según los datos más recientes (quizá ya
superados), uno de cada tres rusos adultos (y los rusos
constituyen aproximadamente la mitad de todos los
habitantes de la Unión Soviética) y uno de cada cinco
ciudadanos soviéticos adultos es cristiano practicante (H.
Küng).

RL/QUE-ES: La religión no es una ética, una moral, una


teoría, una costumbre, un conjunto de ritos o prácticas
religiosas. Lo religioso es una dimensión del hombre. La
religión es la dimensión de profundidad del hombre, ese
último reducto donde se debaten las opciones profundas
ante la vida y la existencia.

H/MISTERIO: Porque todo hombre es para sí mismo un


misterio. La ciencia nos dice muchas cosas. Hoy no es
posible el hombre enciclopédico que sabe todo lo que
científicamente se puede saber en este mundo.

CIENCIA/FE: Sin embargo, las grandes verdades, que


suelen ser las más elementales pero a la vez las
verdaderamente vitales -las que clásicamente se llamaban
las "verdades eternas"- quedan sin contestar por la
ciencia. De lo más importante, de lo que realmente
necesitamos para vivir, no sabemos nada. Esas verdades
no pertenecen al ámbito de la ciencia sino al del misterio,
y sólo se resuelven y perciben en la fe, en la creencia o en
el ateísmo -que no deja de ser una fe.

Todos los hombres se preguntan: ¿Por qué la vida? ¿Por


qué la muerte? ¿Por qué el amor y el egoísmo, la paz y el
odio, la calma y la violencia, el hambre, la injusticia, la
opresión, el dolor, el tiempo, la enfermedad, la vejez, la
soledad, la frustración...? ¿Por qué? Sin embargo, hace
dos mil años, un hombre nació en un lugar oscuro de
Palestina y murió a los 33 años clavado en una cruz. Se
llamaba Jesús. Muchos han dicho que era un iluso o un
impostor.

J/CENTRO: Sin embargo, mil millones de hombres


creemos en él. Creemos que fue un hombre nacido de
mujer, pero creemos también que era Dios, el Hijo de
Dios, que apareció entre nosotros suscitado por Dios para
revelarnos su misterio, que es el nuestro. Murió, pero
resucitó. Por eso, no sólo vivió, sino que sigue vivo, en un
modo de existencia que nosotros también tendremos más
allá de la muerte y de este cuerpo frágil. Muchos creemos
en él porque en él hemos encontrado personalmente el
Camino, la Verdad, la Vida. En él hallamos una respuesta
a las preguntas esenciales del hombre, que nos satisface
más que cualquier otra respuesta balbuciente que se haya
aventurado en la historia de todos los pueblos.

Millones de hombres preguntan. Jesucristo es la respuesta.


Haberla hallado personalmente -y no otra cosa-, eso es
ser cristiano. Transmitir esa noticia a todos los hombres -
lejanos y cercanos- eso es la Misión. Y la Misión comienza
por nosotros mismos, en la medida en que nuestra propia
vida nos manifiesta que en Jesucristo hemos encontrado
realmente la solución de nuestras preguntas y un sentido
nuevo y gozoso para nuestra existencia.

DABAR 1977/59

2. H/HOGAR

La mayoría de la gente se queja de que no está donde


quiere estar, ni trabaja donde quiere trabajar. Existe
insatisfacción por causa de la inadaptación en el trabajo.
El grado de satisfacción es para muchos mínimo o nulo.

Pasa que muchos caminan y corren sin parar de acá para


allá, y lo más triste es que no saben si su camino es el
acertado...
El buen camino es el que lleva al hogar. Pero el hogar del
hombre, el hogar querido, no es un lugar para dormir o
para morir al final de la jornada de la vida, y nada más.

-Hay un hogar para el hombre.

A pesar de todo, la vida es posible con una cierta


compañía. De ahí que nuestro hogar está donde alguien
nos espera con amor, donde alguien nos recibe y nos
acoge; más aún, donde alguien sufre por nosotros cuando
tardamos en volver a casa, y nos acepta como somos y
conoce nuestro rostro y nuestro talante.

Pero si -imaginemos- nadie nos esperara, podríamos decir


que no tenemos hogar ni camino por donde ir a él, ya que
nada tiene sentido en la vida, y nos encontramos en el
mundo sin remedio, como desorientados.

Los discípulos de Jesús creemos que, de hogar, hay para


el hombre, para todos los hombres que caminan y buscan
sinceramente y sin desfallecer. Pero el hogar del hombre
no está en esta tierra de nuestras caminatas y de nuestros
desfallecimientos y pesanteces. No lo es todavía ni
prioritariamente.

/Lc/15/20b Ni siquiera el hombre es para el hombre un


lugar de acogida plena, ya que el único que puede acoger
plenamente al hombre es el Otro, es el Padre Dios.

Quiero decir que nosotros creemos que Alguien nos espera


con amor, que nuestro destino definitivo no es el vacío ni
la oscuridad. Quiero decir que nuestro futuro no está
repleto de fantasmas, y que podemos hacer camino sin
miedo a la muerte y a través de la misma muerte.

-Hay un camino hacia la Casa del Padre

Nosotros creemos que Jesús, el gran hermano, se nos ha


avanzado con el fin de sentarse en el futuro y allí
prepararnos sitio.

Nosotros creemos que Dios es Padre de verdad, y que en


Él todos, sí, todos, recibimos hospitalidad y acogida.
Creemos que Dios es la morada de la vida y la verdadera
casa del hombre.

Pero todos, poco o mucho, pensamos que Dios está lejos e


invisible, y entonces nos ponemos nerviosos. Pero Jesús
nos ha dicho que no perdamos la calma: "no perdáis la
calma, creed en Dios y creed también en mí". ¿Por qué?
Porque Él ya ha llegado a casa y, además, nos ha dejado
un camino, el Camino. Por Jesús y en Jesús tenemos
acceso a Dios, a nuestro Padre.

Ahora lo más urgente es ponernos a hacer camino; es


decir, vivir y morir como Jesús, que vivió y murió por los
demás.

Ya os dais cuenta de que este camino no pasa por un


mundo en el cual el hermano es olvidado y abandonado en
la orilla. Este no es el camino de Cristo. El camino pasa
por la fraternidad viva, por la solidaridad universal sin
discriminaciones.

Cuando todos seamos hermanos, vivencialmente


hermanos, entonces estaremos en casa, en nuestro hogar,
y en la casa del Padre ¡hay estancias para todos! Es
verdad que hay gente que siempre han tenido y tienen los
ojos del corazón fijos en el cielo, tanto que a veces no han
seguido el camino con los pies en el suelo. Y claro está, así
no es posible encontrarnos con los hermanos ni con el
Padre Dios.

Pensar únicamente en el cielo y olvidar el camino, no lleva


a ninguna parte, es una alienación, es equivocar el
camino.

-La Iglesia: un modelo de fraternidad gozosa

Los primeros discípulos de Jesús, los "discípulos del


Camino" (Hch), ofrecían al mundo que los observaba, un
modelo de fraternidad gozosa. Abiertos y atentos a la
Palabra de Dios y dispuestos a seguir el camino del Reino,
aprendieron a superar las diferencias y a resolver los
conflictos con amor. Organizaron la convivencia para
favorecer la vida (y no para complicarla o prostituirla con
estructuras no-evangélicas); la organizaron para
profundizar la comunión "íntima" entre hermanos y nunca
para crear grupitos de selectos.

Edificaron la comunidad sobre el único fundamento válido,


que es Cristo, el Señor, que con sus brazos abiertos nos
incorpora a todos y nos llena con el aliento de su Espíritu,
que es el Espíritu de Comunión, y nos da coraje para
seguir por los caminos nuevos del Reino hacia el hogar del
Padre.

Esta Iglesia no es todavía la definitiva casa del hombre, ya


que también ella peregrina hacia el Reino del Padre con los
dones del Señor y su fragilidad humana. En su peregrinar,
la Iglesia vive en germen y como anticipo el futuro
esperado.

Por esto la Iglesia siempre tiene que volver a las raíces de


la fraternidad original inspirada en el Evangelio y no en
ideologías propias de una historia o cultura determinadas
o en la imitación de la ciudad secular y política, que
prostituirían la comunión eclesial, que es un don de Dios,
alma y fermento del mundo presente que pasa.

Por esto ahora renovamos el memorial del Señor, el


Banquete de la Eucaristía que hace y rehace nuestra
fraternidad eclesial en el gran Viviente, que es el
Resucitado.

M. MONCADAS
Ob. de SOLSONA
MISA DOMINICAL 1987/10

3. J/PERSONALIDAD:

En el texto del evangelio de Juan que hoy nos presenta la


liturgia encontramos una singular autodefinición de Jesús:
"Yo soy el camino, la verdad y la vida". Estas palabras se
han convertido para muchos de nosotros, por efecto de la
repetición de las mismas, en una especie de estribillo que
se repite, normalmente, en ocasiones múltiples, venga o
no a colación. Sin embargo, estas palabras de Jesús no
son un estribillo sino, además de una personalísima y
novísima autodefinición de Jesús, una clara expresión de
su originalidad, de su radical diferencia frente a todos los
maestros que en Israel hubo antes que él.

El hombre es, por naturaleza, un ser itinerante, un ser en


camino, en marcha; más aún: el hombre, por su propia
naturaleza, se ve forzado a tener que "andar
caminos". J/CAMINO/VERDAD/VIDA: Precisamente porque
le son una necesidad connatural, los caminos se cotizan en
la vida del hombre; y porque se cotizan proliferan;
abundan caminos y encrucijadas: ¿qué camino será el
acertado, el que lleve al hombre a su meta? Muchos son
los caminos que reclaman para sí el derecho de ser el
válido; pero frente al estatismo de los caminos objetuales,
materiales, aparece un hombre de nuestra raza, Jesús de
Nazaret, que se dice ser el camino (no uno cualquiera sino
el camino, indicando exclusividad), un camino sujetual,
personal.

Es un dato de experiencia que no necesita ulterior


demostración: todos buscan tener razón, estar en lo
cierto, dar en la diana, acertar..., en definitiva, dar con la
verdad. Todos quieren tenerla y la mayoría creen que la
tienen; pero la verdad es, por naturaleza, única. ¿Cómo
conocer esa única verdad? O, al menos, ¿cómo acercarse
a ella, aunque cada uno lo hagamos desde nuestra óptica,
desde nuestro punto de vista, desde nuestra situación
particular? Mejor aún, ¿dónde está esa única verdad,
dónde encontrarla? Jesús responde a estos anhelos del
hombre de forma sorprendente, diciendo de sí que él es la
verdad. Frente a formulaciones filosóficas más o menos
frías, teóricas, cerebrales, Jesús plantea una verdad real,
personal, existencial, funcional, una verdad que, por su
peculiar naturaleza, puede responder más eficazmente a
las preguntas del hombre al respecto. La pregunta ¿qué es
la verdad? tiene ahora una respuesta decisiva y única: "Yo
soy la verdad". El gran anhelo, la mayor aspiración, el
instinto más arraigado en el hombre es vivir; la lucha por
la supervivencia es la lucha más encarnizada que lleva el
hombre a cabo; es, incluso cayendo en el mayor
contrasentido existencial, la razón, el ideal, la causa por la
que más gustosamente da el hombre su vida: por vivir y,
por supuesto, de una manera digna, como hombre, no
como animal.

Entre las diversas opciones, entre los diversos estilos de


vida, entre las diversas maneras que los hombres tienen
de vivir real, digna e intensamente puesto que hay
opciones tan contrarias, tan opuestas, tan dispares ¿cómo
dar con la forma más real, digna e intensa de vivir? Jesús
responde también a este interrogante y, como siempre, lo
hace de forma existencial, personal; Jesús no se va a
"perder" en dictar una filosofía del bien vivir, ni va a poner
una moral que indique al hombre las pistas a seguir para
que viva como tal; Jesús responde diciendo que él es la
vida.

En muchas ocasiones ha dejado de ser realidad, incluso


para los mismos bautizados, que Jesús sea el camino, la
verdad y la vida, porque los hombres no han aceptado tal
camino, tal verdad y tal vida; han preferido seguir otros
caminos, otras verdades, otras vidas; ciertamente que a
estos otros caminos, verdades y vidas no podemos
clasificarlos de totalmente erróneos, pues, en muchas
ocasiones, han participado de ese ser Camino, Verdad y
Vida. Pero bien es cierto que, al absolutizar esas otras
respuestas a las tres preguntas del hombre de que hemos
hablado, ha convertido tales respuestas en ídolos. Y un
ídolo, ciertamente, nunca puede ser un buen camino, ni
una buena verdad, ni una buena vida, sino una alienación.

Es por todo esto que se impone que el cristiano recupere a


este Jesús del evangelio de hoy y lo convierta en su
camino, en su verdad, en su vida, Y que, además, dé
testimonio de ello ante el mundo, desenmascarando así
caminos, verdades y vidas erróneos y parciales que, por
más que se acerquen al modelo Jesús, nunca podrán
satisfacer totalmente al hombre, nunca podrán contestar
de forma definitiva esos interrogantes que el hombre se
plantea.

DABAR 1978/27
4.

-¿Adónde vamos...? Parece evidente que ningún hombre


se encuentra donde quiere, pues todos vamos detrás de
nuestros deseos y proyectos, cuando no huimos de
nuestros temores y necesidades. En este caso es de suma
importancia hacerse la pregunta por el fin, si no queremos
perder el tiempo y el sentido de la vida. Si no queremos
perder también la libertad, porque solo es libre el hombre
que sabe adónde va.

Hoy vivimos en una sociedad altamente tecnificada en la


que se investigan los medios y se ignoran los fines. Diríase
que nos tapan los ojos para que no podamos descubrir
nuestro propio camino, y después nos dejan movernos y
aun elegir muchas cosas. Pero no somos libres porque no
sabemos adónde vamos. Si, a pesar de todas las presiones
sociales, conseguimos abrir los ojos, habrá amanecido
para nosotros el día de nuestra liberación, porque el
primer acto de la libertad es ver y descubrir uno mismo su
propia vocación.

El vidente sabe de alguna manera que Dios es la casa del


hombre, y que todos los caminos que no van a casa, son
caminos perdidos y sin salida. Dios es el Otro, no hay más
salida que ésta.

-Jesús es el camino. De nuevo nos encontramos en el


evangelio de hoy con una afirmación absoluta de Jesús:
"Yo soy el camino"; por tanto, no sólo es el que nos
enseña el camino, sino el camino mismo, en persona. Y de
nuevo tenemos que escuchar estas palabras en un
contexto pascual: Jesús "es" porque ha resucitado. Y Jesús
es el camino, porque con su muerte y resurrección nos
abre el acceso a la casa del Padre.

Jesús dice también que es la verdad y la vida. Nadie


puede hablarnos de esta manera a no ser Jesús, porque
nadie conoce al Padre si no es el Hijo, aquél y a quien el
Hijo lo haya revelado.

En la obediencia del Hijo, en la obediencia de Jesús hasta


la muerte, y muerte de cruz, se ha realizado toda la
voluntad del Padre y, de este modo, se ha revelado a los
hombres en carne visible. El que ve a Jesús, ve al Padre;
el que conoce a Jesús, conoce la voluntad del Padre y sabe
ya a qué tiene que atenerse para alcanzar la vida.

-Siguiendo el camino de Jesús. Seguir el camino de Jesús,


o seguir a Jesús, nuestro camino, es vivir unidos a él y
vivir como él vivió. Unidos a Jesús, que se ha identificado
con los pobres: "Lo que hagáis a uno de éstos, a mí me lo
hacéis", y que ha prometido a los pobres -sólo a los
pobres- el reino de Dios. El que halla a Jesús en los pobres
va por el buen camino. Vivir como Jesús vivió significa ser
un hombre para los demás, dar la vida y lo que es menos
que la vida para construir con todos la gran fraternidad.
Porque es así, saliendo al encuentro de cualquier otro,
como llegaremos todos a la casa del Otro -del Padre-
donde todos seremos hermanos. De manera que el acceso
a Dios en Jesucristo sólo es posible en la medida en que
nos acerquemos los unos a los otros, en que nos amemos
los unos a los otros como hemos sido amados por
Jesucristo, el hermano universal, prójimo de todos los
hombres. De ahí que debamos entender nuestra vocación

-Dios llama a cada uno por su nombre- como algo a


realizar en el amplio horizonte de una convocación
universal: porque una es la casa en que hay muchas
moradas, la casa de Dios, Padre nuestro.

-La Iglesia, lugar del encuentro. Los primeros discípulos de


Jesús ofrecieron al mundo un modelo de fraternidad.
Siguiendo el camino de Jesús, aprendieron a superar las
diferencias y a resolver los conflictos con amor.
Organizaron la convivencia para favorecer la vida, no para
complicarla: para fomentar la comunión entre hermanos,
no para establecer diferencias, rangos y dignidades.
Construyeron la comunidad sobre el único fundamento que
es Cristo, el Señor resucitado. Pedro dice de ella que es
templo del Espíritu Santo, es decir, ámbito del encuentro
con Dios en Jesucristo. Todos los miembros de esta
comunidad constituyen un sacerdocio real, un pueblo de
reyes y sacerdotes.
Un pueblo en el que, por tanto, ya no hay reyes o
sacerdotes que mediaticen la libertad de los hijos de Dios
y se interfieran en las relaciones de cada uno con el Padre.
Pero la Iglesia todavía no es el reino de Dios.

PARA LA REFLEXIÓN:

-¿Qué significado práctico tiene para nosotros la


afirmación de Jesús: Yo soy el camino? ¿Advertimos
alguna diferencia entre la imitación de Cristo y el
seguimiento? ¿Debemos imitar a Jesús en todo o seguirle
en todo? -¿Dónde encontramos hoy a Jesús? ¿Seguimos
todavía despistados?

-¿Puede un hombre realizarse en solitario? ¿Puede un


cristiano ir a la casa del Padre sin contar con los demás
creyentes? ¿Cómo nos ayuda la comunidad a permanecer
en el camino?

-¿Favorece la organización de la Iglesia la convivencia y el


encuentro entre los fieles? ¿Es un modelo de asociación
fraterna?

EUCARISTÍA 1978/19

5.

El presente domingo, nos interroga sobre la esperanza.


Escuchamos en el evangelio, como en los evangelios de
los dos domingos siguientes, fragmentos del llamado -
"discurso de despedida del Señor"- pronunciado por él
para consolar a sus discípulos antes de entregarse a la
pasión y muerte.

¿Estamos también nosotros en momentos de despedida y


separación con la inquietud ante un incierto futuro, puesto
que los tiempos de esa nueva realidad de Jesús y del
mundo -la resurrección- caminan hacia su fin...? Dice el
Señor: "Me voy a prepararos sitio. Adonde yo voy, ya
sabéis el camino". Y es que Jesús les había hablado ya de
su persona y de su misión. Por eso a estas alturas los
discípulos debieran saber sobradamente que el maestro va
al Padre y cuál es el camino.

Sin embargo, Tomás y Felipe -mencionados aquí


especialmente entre el resto de sus compañeros- se
sienten tristes y acobardados.

Quieren a su Señor y creen en él, pero dan la impresión de


no querer arriesgarse a vivir en esperanza.

PEGUY/ESPERANZA: No estaría demás traer a nuestra


memoria la bella imagen del poeta francés, Péguy, en la
que figura o describe la fe como un padre, el amor como
una madre y la esperanza como un hijo.

Pequeño y débil camina el hijo entre padre y madre: se


agarra fuertemente de sus manos o va a veces también
dando algún salto por delante de ellos. Por eso, no
obstante, no se muestran los padres cansados. Por amor a
la "esperanza", que es su retoño, recorren ellos su camino
sin dudar. ¡Qué sería de ellos sin ese hijo, sin esa
"esperanza"! Tomás afirma no conocer el camino que
Jesús recorre por delante de ellos. Y Felipe aún dice más:
quisiera que cayese el velo que le obliga a "creer" y, así,
poder "ver" ya un poco al Padre. Sin embargo, Jesús
replica a este discípulo: "Tú quieres ya algo que todavía no
se te puede dar, porque no has hecho tuyo aún lo que se
te está ofreciendo. Naturalmente nada es más maravilloso
que ver al Padre. Pero primero hay que tener en cuenta
que sólo ve al Padre quien me ve a mí". ¡Ojo! No hay que
olvidar el alcance total del contenido de la fe cristiana: el
verdadero Dios ha querido revelarse plenamente y en
definitiva de una sola forma, que es por medio de su Hijo
enviado.

Por encima de todo lo "celestial" se extiende todo lo


terrenal; lo que alguna vez hemos llamado "sobrenatural"
pasa indefectiblemente por lo natural. El consuelo que el
Señor proporciona a sus discípulos, fortaleciendo así su
esperanza, consiste en una de aquellas afirmaciones sobre
sí mismo: "Yo soy...". En el evangelio del pasado domingo
le oíamos decir: "Yo soy la puerta de las ovejas; yo soy el
buen pastor". Hoy escuchamos una de sus más
importantes revelaciones: "¡Yo soy el camino, la verdad y
la vida!". Siempre tuvo que estar Jesús diciendo a sus
amigos cosas semejantes: yo soy el nuevo templo, la
nueva casa, la nueva morada... Naturalmente no se trata
de un mero camino o lugar en sentido material, sino más
bien se trata de la posibilidad de hacerse uno con Cristo,
de aceptarlo en nosotros, de ir tras él y con él al
encuentro definitivo de un Dios que nos ha preparado una
nueva "estancia" o "estado", una nueva vida.

En esta espera estamos, y en esta espera es donde


florecen nuestras aspiraciones y brota nuestra oración
durante el tiempo de Pascua, que no solamente es tiempo
de Pascua en espera de Pentecostés, sino el tiempo de
toda nuestra vida en el deseo y el trabajo por una
definitiva venida del Espíritu de Dios a nuestro encuentro.

El Señor resucitado nos garantiza una salvación efectiva y


eterna de Dios, concediéndonos la capacidad y los motivos
suficientes para esperar. Tal esperanza, a su vez,
mantiene vigilante nuestra fe y nuestro amor durante la
peregrinación a la patria definitiva.

Con este mensaje tienen también que ver las otras dos
lecturas del presente domingo. En la primera escuchamos
la posibilidad que se nos ofrece, por decirlo así, de tomar
parte en la asamblea o en el espíritu de una comunidad
eclesial reunida...; una asamblea que discurre no sin
dificultades. Porque también los cristianos de la primera
iglesia tuvieron sus más y sus menos en diversidad de
opiniones. Aquí se reflejan fuertes controversias en torno
a la unidad de los cristianos de origen judío y los de origen
griego. Poco a poco fueron clarificándose los papeles, los
ministerios, etc., poco a poco fue construyéndose la
Iglesia por la fuerza de una misma esperanza.

En la segunda lectura nos encontramos de nuevo con la


imagen de la casa, de la Iglesia que se va congregando y
edificando en torno a Cristo, la piedra angular. Este nuevo
templo espiritual es descrito por una enorme dinámica:
por su hacerse, por su crecimiento, por su ir de camino...
Este templo ofrece acogida y es prenda de cobijo en medio
de la aparente intemperie e inseguridad de la marcha a
través del desierto de la existencia.

El templo, sin embargo, no está acabado (no olvidemos


que la Iglesia tampoco es la "casa definitiva", sino sólo el
símbolo necesario de aquélla a la que caminamos). Ahora
bien, los creyentes nos prestamos a su edificación, en
cuanto "generación elegida", en cuanto "pueblo adquirido
por Dios para su propiedad". No somos nosotros otra cosa
que un Israel en otro tiempo de camino.

De la misma manera, pues, que Jesús infundió cambio y


movimiento en su pueblo y en su mundo, así deben servir
sus comunidades al crecimiento y plenitud de los hombres
hasta llegar a la casa del Padre.

EUCARISTÍA 1987/24

6.

El evangelio de este domingo prepara la despedida de


Cristo. Pide fe y tranquilidad cuando deje el mundo y vaya
al Padre.

1) "Yo soy el camino y la verdad y la vida". Jesús se va a


la casa del Padre a preparar "sitio" a los suyos. Pero
volverá para llevarnos con él.

La pregunta de Tomás es significativa de quienes


desconocen el mensaje de Jesús. Cuando no se sabe que
la morada del Hijo está en la casa del Padre, se desconoce
también la orientación y el camino. Por eso en este
contexto las palabras de Cristo resucitado son de una
frescura de mañana de Pascua: "Yo soy el camino y la
verdad y la vida". No hay otro camino para llegar al Padre
que la persona de Cristo; conocerle a él es tener
experiencia visible del Dios invisible. Este conocimiento
pasa por las obras que el Padre realiza en él, sobre todo la
resurrección.

2) La Iglesia signo de la presencia del resucitado. Cuando


Cristo vaya al Padre, quienes creen en él realizarán sus
obras y aún mayores (evangelio). Por la predicación va
creciendo el número de los discípulos de Jesús (1 lectura).
Sobre la roca viva del resucitado se edifica la comunidad
de los bautizados, como templo vivo (2 lectura). La misión
de este pueblo cultual y sacerdotal es "ofrecer sacrificios
espirituales que Dios acepta por Jesucristo". Jesús
aparentemente ausente sigue actuando a través de esta
"nación consagrada" y "pueblo adquirido". Así la Iglesia es
sacramento universal de salvación que proclama al mundo
la liberación plena y la vida nueva en Cristo.

3) DIACONÍA: Por la oración e imposición de las manos.


En la Iglesia todos somos servidores de Cristo y de los
hermanos. Como Cristo servidor todos estamos llamados a
una diaconía. Toda la Iglesia está llamada a ser servidora,
pero en ella los servicios son variados.

La primacía entre los ministerios la tiene el de la Palabra y


la oración. Junto a ellos descuella también el servicio de la
caridad y atención a los más pobres. Los diáconos en la
Iglesia encarnan este ministerio último. Son constituidos a
partir de la elección de la comunidad, por la imposición de
manos y la oración de los apóstoles.

La Iglesia necesita imperantemente aparecer como


servidora en sus miembros. Es urgente la puesta en
práctica de los distintos ministerios y servicios, realizados
ya por seglares y por sujetos ordenados.

RAMIRO GONZALEZ
MISA DOMINICAL 1990/10

7. -Cristo, camino, verdad y vida

La joven Iglesia debe saberlo: nadie puede llegar al Padre


sin pasar por el Hijo; éste es uno de los temas del
evangelio de este 5.° domingo. Para Cristo, al responder a
la pregunta bastante mezquina de Felipe, "Muéstranos el
Padre", es el momento de recalcar con una frase su unidad
con el Padre: él está en el Padre y el Padre está en él. La
fe en esta realidad es indispensable, y si se quiere realizar
grandes obras, es necesario creer en la persona de Cristo.
Toda la actividad de la Iglesia sería infructuosa si no se
creyera de manera absoluta en la persona de Cristo y en
su unión íntima con el Padre. Durante su vida, Cristo quiso
dar con sus obras la señal de esta unidad entre él y su
Padre. Y Jesús anuncia ya su marcha. En el momento en
que va a dejar en la tierra a sus discípulos, se preocupa
por la hondura y el objeto exacto de su fe. Porque es tan
fundamental esa actitud para la joven Iglesia, que
condiciona su propia existencia. Cristo es verdaderamente
el instrumento del encuentro con Dios, y en este sentido,
la Iglesia ha de ser continuadora de Cristo e indicadora del
camino para llegar al Padre.

CON/HEBREO-GRIEGO: Indudablemente no existe


identidad entre Cristo y la Iglesia, pero es voluntad de
Cristo que su Iglesia sea signo; ella, en la humildad de su
condición, va detrás de su Cabeza y guiada siempre por su
Espíritu: camino, verdad y vida. Volvemos a encontrar
aquí en boca de Jesús el término "conocer". "Conocer" al
Padre, "conocer" a Cristo. El evangelio de este día da
bastante idea de la diferente manera que tienen de
entender lo que es conocimiento un filósofo griego y uno
hebreo. Para un griego, conocer sería más bien abstraer, o
también contemplar desde afuera un objeto que sigue
siendo lo que es de una manera definitiva, hasta el punto
de poder formarnos de él un concepto. De este modo está
Dios fuera de nosotros, y le contemplamos en sí mismo
como a alguien a quien intentamos alcanzar al ir
formulando progresivamente el concepto de Dios. Lo
esencial consiste en captar las cualidades esenciales de
ese Dios que contemplamos y que se mantiene exterior a
nosotros.

Para un hebreo, conocer significa experimentar el objeto


del conocimiento, entrar en estrecha relación con él. Si
para un griego se trata de contemplar a un Dios que
permanece fuera de nosotros en su inmutabilidad, para el
hebreo se trata de experimentar las relaciones de Dios con
los hombres; se le conoce por sus obras. El evangelio de
Juan ha de leerse en su contexto cultural. Aunque su
contexto es hebreo, sin embargo deben reconocerse en él
ciertos elementos griegos; así pues, para entender ciertos
términos de este evangelio, como el de "conocer", no
deberían aplicarse distinciones demasiado tajantes entre
"griego" y "hebreo". Sin embargo, el mismo Cristo indica
lo que entiende él por "conocer": es una experiencia
concreta que puede alcanzarse considerando las obras
realizadas por él mismo. En ese momento se le podrá
conocer partiendo de lo concreto de la experiencia.
Después de haber vuelto Cristo al Padre, habrá que
conocer a éste y tener experiencia de él a través de los
signos de Cristo.

-El Espíritu y la imposición de las manos

Continuar los "signos" de Cristo para permitir la


experiencia de Dios y poder hacer que se le vea -
"conociendo a Dios visiblemente", como dice uno de los
prefacios de Navidad- es la preocupación de la Iglesia.
Consiguientemente, ésta ha de poder disponer de
hombres que aseguren en ella el ministerio de la Palabra,
pero también los servicios más humildes que aseguren la
vida, incluso material, de los fieles. Quien elige en realidad
esos hombres y les comunica un carisma particular para
cumplir su misión, es el Espíritu. Siete hombres reciben así
la imposición de las manos de los Apóstoles, previa
oración. Lucas señala que la comunidad seguía
aumentando hasta el punto de que el número de los
discípulos "crecía mucho", escribe el propio Lucas, y se
complace en precisar que aceptaban la fe incluso
numerosos sacerdotes judíos.

-Raza elegida, sacerdocio real

Pero, en realidad, la Iglesia entera es ya un signo que


permite el acceso al Padre. En la construcción progresiva
de la Iglesia, cada cristiano es una piedra viva. Para serlo
necesita poseer una fe viva en la persona de Jesús
resucitado.

SCDO-COMUN-Y-MIRIAL: Sobre la base de este texto de


Pedro se ha construido a veces una teología un tanto
subjetiva, que ha podido contradecir a una teología de los
ministerios, ya no tan sencilla de establecer. Se ha podido
exagerar o, por el contrario, restringir el pensamiento de
quien habló del "sacerdocio de los fieles". En este
sacerdocio de los fieles se ha visto, por un lado, una
simple analogía: el bautismo y la confirmación conferirían
un sacerdocio analógico. O, por el contrario, en este texto
se ha querido encontrar una especie de proclamación
sacerdotal, la carta del sacerdocio de todos los fieles,
siendo verdaderamente sacerdote todo bautizado y por
tanto la negación de toda jerarquía en el orden sacerdotal.
En el momento del Concilio de Trento, uno de los caballos
de batalla de la Reforma fue éste: todos sacerdotes. La
interpretación de esta frase de la carta de Pedro la ha
dado con bastante claridad, parece, la constitución
dogmática Lumen Gentium, sobre la Iglesia, en la que se
considera el sacerdocio (Lumen Gentium 3, 9, 10, 31, 32).
Parece preferible recoger el texto de la Constitución tal y
como es: Cristo, Señor, Pontífice tomado de entre los
hombres (Heb 5, 1-5), a su nuevo pueblo "lo hizo reino y
sacerdotes para Dios, su Padre" (cf. Apoc 1, 6; 5, 9-10).
Los bautizados son consagrados como casa espiritual y
sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del
Espíritu Santo, para que por medio de todas las obras del
hombre cristiano ofrezcan sacrificios y anuncien las
maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz
admirable (cf. I Pe 2, 4-lO).

Hasta aquí, pudiera creerse que el texto habla de un


sacerdocio analógico por el que nos ofrecemos sólo
espiritualmente. Pero la Constitución puntualiza: El
sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o
jerárquico se ordenan el uno para el otro, aunque cada
cual participa de forma peculiar del único sacerdocio de
Cristo...

Así pues, en realidad no hay más que un solo sacerdocio,


el de Cristo, participado de dos maneras esencialmente
distintas: el sacerdocio de los bautizados y el de los
ministros ordenados. Sin embargo, la Constitución no hace
precisiones netas sobre este sacerdocio real de los fieles.
Se habla de los sacrificios espirituales que deben ofrecer;
en tanto que, al tratarse de la eucaristía, se relaciona con
ella al sacerdocio ministerial. Pudiera concebirse, por lo
tanto, una doble manera de entender el ofrecimiento del
sacrificio: una, espiritual, y ése sería el papel del
sacerdocio de los fieles, un ofrecimiento puramente
interior; y otra visible, ritual, exterior, de ofrecer el
sacrificio verdadero, que sería el papel del sacerdocio
ministerial o de orden. De donde podría deducirse que el
único sacrificio verdadero es el ritual y exterior, y por lo
tanto, únicamente el ofrecido por la jerarquía sacerdotal.
De ser exacta esta distinción, tendría importantes
consecuencias en cuanto a la participación de los fieles en
la liturgia. En efecto, la liturgia se sintetiza en el sacrificio
eucarístico y gira en torno a él. Si este sacrificio puede ser
solamente ofrecido de manera visible por el sacerdocio
jerárquico y sólo espiritualmente por los fieles con su
sacerdocio de bautizados, el sacerdocio de éstos sería en
realidad meramente analógico, y una especie de paso
nominal de las prerrogativas del sacerdocio ministerial al
de los fieles. En consecuencia, ¿cómo hablar de una
liturgia del cuerpo de la Iglesia, a no ser de una manera
analógica y metafórica? En realidad, habría que reservar,
por lo tanto, la liturgia verdadera y propiamente dicha
exclusivamente a los ministros ordenados de la Iglesia. Y
sin embargo, hay que reconocerlo: en ninguna parte
encontramos en la tradición esta distinción que
desdoblaría el sacrificio distinguiendo un sacrificio exterior,
visible, ritual y un sacrificio espiritual. Al contrario, a partir
de la enseñanza de los profetas y de Cristo, encontramos
un solo sacrificio, el sacrificio espiritual consistente en
cumplir la voluntad de Dios (Jer 7, 22; Am 5, 21-25, Mt 9,
13; 12, 7; Mc 12, 33-34; Jn 4, 23-24, especialmente Jn 2,
14-17; Mt 26.61; Mc 14, 58). Además, la muerte de Cristo
es un sacrificio espiritual, el único que el Padre puede
aceptar. También los cristianos ofrecen un sacrificio
espiritual. Si la celebración sacramental, y especialmente
la de la eucaristía, es un acto ritual y por lo tanto exterior,
el sacrificio de Cristo es un sacrificio espiritual, el único
que el Padre puede aceptar. También los cristianos ofrecen
un sacrificio espiritual. Si la celebración sacramental, y
especialmente la de la eucaristía, es un acto ritual y por lo
tanto exterior, el sacrificio de Cristo, así actualizado en
este rito, no es un sacrificio exterior y hay que afirmar que
este sacrificio espiritual de Cristo convertido en actual bajo
el rito sacramental, permite a los fieles unirse
enteramente a este único sacrificio espiritual de Cristo; de
este modo están los fieles íntimamente unidos a la
sumisión de Cristo que viene a cumplir la voluntad de su
Padre. De manera que la voluntad de obedecer al Padre
aportada por los fieles, es decir, su sacrificio espiritual, es
también materia de la oblación propiciatoria de Cristo a su
Padre, de Cristo que une esta ofrenda de los fieles a la
suya como Jefe de la Iglesia; él, Cabeza del Cuerpo,
ofrece un sacrificio espiritual de obediencia a la voluntad
del Padre, uniéndosele toda su Iglesia.

Si no hay que exagerar el texto de Pedro haciendo


sacerdotes a todos los fieles según el mismo modo
esencial, sin embargo no hay que oponer el sacrificio
ofrecido por el sacerdocio de los que han sido ordenados,
sacrificio que sería exterior, visible único sacrificio
verdadero, a la ofrenda del sacerdocio de los bautizados,
que consistiría en ofrecer interior y espiritualmente. Creo
que se debe volver a lo que escribimos a propósito de los
sacramentos de la iniciación cristiana en este mismo
volumen. El plan de salvación de Dios consiste en crear de
nuevo al mundo en la unidad consigo mismo y con su Dios
para glorificarle. Esto sólo puede realizarse mediante el
cumplimiento de la voluntad del Padre. El Verbo encarnado
puede realizar esta reconstrucción ofreciendo su vida,
signo del don espiritual e íntegro de su voluntad de
acuerdo con lo que el Padre quiere; eso es lo que le
merece ser el Hijo amado, como la voz del Padre lo
proclama en el bautismo de Cristo en el Jordán y en la
Transfiguración. Por nuestro bautismo, bajo la acción del
Espíritu nos hacemos hijos adoptivos, y por la
confirmación recibimos nuestro encargo oficial de ser
participantes en la obra de Cristo. Para realizar esto es
preciso que el sacrificio de Cristo, ese sacrificio espiritual
significado por su muerte y por su sangre, se actualice
para nosotros. El sacerdocio ministerial es el que podrá
rendir este servicio al mundo de los bautizados y de los
confirmados, al recibir del Espíritu la facultad de actualizar
el sacrificio del Calvario. Lo ofrecerá con Cristo, Jefe de la
Iglesia, con quien comparte el sacerdocio como sacerdocio
de la Cabeza de la Iglesia. Los bautizados y confirmados
ofrecen este sacrificio, convertido en presente, con su
sacerdocio de miembros de la Iglesia, asumiendo Cristo
todas las buenas voluntades, toda búsqueda de mejorar la
vida y todos los sufrimientos de cada uno de nosotros, al
ofrecer al Padre el sacrificio espiritual de alabanza cuyo
signo es el sacrificio de la Cruz, actualizado aquí de forma
incruenta.

Así pues, este domingo no necesitamos considerar a la


Iglesia como compuesta única y exclusivamente de
ministros ordenados para estructurarla, sino que se nos
invita a considerar nuestro propio sacerdocio según su
rango, pero también como complementario del sacerdocio
de orden, o ministerial. Sacerdotes, bautizados, sin duda
con grados esencialmente distintos -y hemos visto por
qué- tenemos que ofrecer con toda realidad el único y sin
par verdadero sacrificio espiritual.

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