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Jueves de la VI semana de Pascua.

El Espíritu Santo, el «otro valedor» que el Padre nos envía por medio de Jesús, es significado en
el Nuevo Testamento por la «sangre» de Jesús, que «se derrama» (cf. Mc 14,24; Hch 2,17.18.33)
también en cumplimiento de «la promesa» de libertad y vida hecha por el Padre (cf. Lc 24,49). Y
así como la sangre no es visible desde el exterior de la persona, el Espíritu, aunque no se nombre,
está siempre presente en la vida del discípulo y de su comunidad y en la misión que realizan.

No es lo mismo adherirse a una persona que adherirse a unas convicciones. Hablar convencido
no equivale a hablar con objetividad. Las «convicciones» pueden arraigarse en la mentalidad de
la persona hasta el punto de limitarla en su razonamiento. La fe genera convicciones, pero no se
subordina a ellas. La fe cristina es adhesión incondicional a la persona de Jesús; las convicciones
que de ella se deriven pueden ayudar a vivir esa adhesión. El apóstol Pablo tenía convicciones
derivadas de su anterior fe judía, y estas se interponían con frecuencia entre él y su adhesión a la
persona, la obra y el mensaje de Jesús. Esto es indicio de que su fe cristiana aún no es madura.

La bina muerte-resurrección de Jesús, ausencia y retorno, se convierte, por así decirlo, en el


ritmo de vida de la Iglesia. A lo largo de su éxodo, habrá momentos en los que sentirá gravitar
sobre sí tanto la muerte del Señor como el abandono que se siente por su ausencia; los habrá
también de experiencias de vida, alegría y gozo, en los cuales no podrá dudar de su presencia
bienhechora.

1. Primera lectura (Hch 18,1-8).

Pablo, decepcionado, abandona Atenas y se dirige a Corinto. Se vincula a una comunidad judía,
el matrimonio formado por Áquila («cierto judío») y Priscila, ambos con nombre latino, pero no
se dice que ellos fueran discípulos, y ambos forzados a abandonar la capital del imperio. Pablo
vuelve a la sinagoga a polemizar con los judíos y a tratar de convencer a los griegos. Cuando
Silas y Timoteo llegan, deja de «polemizar» y se dedica a «predicar», pero se restringe a los
judíos.

La mayor dificultad reside en que Pablo, como «maestro», intenta convencer a los judíos de que
acepten un Mesías que ellos no están dispuestos a aceptar: primero, un Mesías fracasado (aunque
les hablara de la resurrección), y segundo, un Mesías universal (que echaba por tierra el
privilegio de Israel y contradecía su nacionalismo). Por muchos argumentos de la Escritura que
aportara, Pablo no lograba la unanimidad de los judíos, que era lo que él quería. El presupuesto
de Pablo era inconveniente: si una comunidad judía se convirtiera en pleno y tomara el liderazgo
de la fe en Jesús, los paganos quedarían subordinados a Israel, y entonces la universalidad de
Jesús como salvador quedaba cuestionada, y desmentida la igualdad de todos los hombres
delante de Dios. En vista del rechazo rotundo de los judíos, tras una amenazante advertencia,
Pablo declara (por segunda vez) que se va con los paganos. Pero no lo cumple por completo. Se
dirige a los paganos («Ticio Justo», nombre latino), que era «simpatizante del judaísmo, cuya
casa estaba al lado de la sinagoga». Esto constituye un pequeño paso, pero causa todavía
ambigüedad: conversión del jefe de la sinagoga («Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el
Señor con toda su familia»), y también de muchos paganos naturales de Corinto, algo positivo.
Pero, de nuevo, hay bautismo solo en agua, sin efusión del Espíritu Santo (cf. 16,15.33).

2. Evangelio (Jn 16,16-20).

Tres veces se repite la frase «dentro de poco dejarán de verme, pero poco más tarde me verán
aparecer», lo cual resalta su importancia en este relato. Hay que señalar que esta acción de «ver»
se indica aquí con dos verbos griegos distintos, aunque afines:

• «Dentro de poco, ya no me verán (θεωρέω)»: reconocer, contemplar. Denota percepción física.

• «… poco más tarde me volverán a ver (ὀράω)»: ver, experimentar. Denota la visión no física.

La muerte cercana de Jesús producirá su ausencia, que será breve, porque él volverá a estar con
ellos, aunque de un modo diferente (ver diferencia entre ὀράω y θεωρέω). Pero los discípulos no
logran entender que su ausencia temporal es necesaria para su nueva presencia, que será posible
gracias al Espíritu, el «otro valedor» que el mundo no «percibe» (θεωρέω: 14,17). Ese
desconcierto de ellos se manifiesta en la triple (o cuádruple: vv. 16-19) repetición de la misma
frase.

Jesús advierte su desconcierto y repite sus palabras como queriendo fijarlas en la memoria de sus
discípulos. Conserva la diferencia entre «ver» y «aparecer»: la presencia será diferente, pero real.
Para explicar lo que su ausencia significará en el grupo de sus discípulos, se vale ahora de otros
dos verbos que describen el profundo dolor que ellos van a experimentar:

• «Llorar» (κλαίω): es el duelo que se hace por un muerto, un dolor que es imposible ocultar.

• «Lamentarse» (θρηνέω): es la expresión exterior y pública del luto hecho manifiesto, visible.

Por lo contrario, «el mundo se alegrará». El sistema injusto celebra su triunfo sobre los
discípulos y el dolor que les causa. La crucifixión y la muerte de Jesús serán el triunfo del
«mundo», por su carácter de ignominia y destrucción. Pero ese triunfo está condenado al fracaso
definitivo.

Finalmente, la tristeza de los discípulos «se convertirá en alegría». Alegría que es muy distinta
de la del «mundo»: este se alegra con el dolor y la muerte; ellos, en cambio, por la vida que
supera la muerte. Esta inversión se dará a consecuencia de la nueva y definitiva presencia de
Jesús. Eso significa que la alegría por la salvación (el triunfo de la vida) proviene del Espíritu
Santo, que es la manifestación del amor del Padre y de Jesús (cf. 15,9-11), alegría que colmará a
los discípulos incluso desde ahora, mientras están en ese «mundo» (cf. 17,13).

La ausencia de Jesús, que la comunidad experimenta como abandono, puede ser sentida en los
ratos de persecución, incomprensión y exclusión que maltraten a los suyos en diferentes épocas
de la vida. Pero esa ausencia será fugaz, el Señor volverá a manifestarse, podrá ser visto por los
suyos, y la alegría de su presencia los confirmará una y otra vez en el triunfo de la vida sobre la
muerte, del amor sobre el odio, de la justicia sobre la injusticia.

Es preciso fijar este dato en la memoria, recordarlo siempre, para no desanimarse ni darse por
vencido en los momentos de adversidad. Siempre habrá que recordar que la «hora» del triunfo
del «mundo» es fugaz, porque carece de consistencia propia, se apoya en la «tiniebla», es decir,
en la ofuscación de la mente humana a causa de la mentira. En cambio, la «hora» del triunfo de
Jesús tiene carácter de eternidad, porque se apoya en la «luz», o sea, en la experiencia de la vida
victoriosa del Señor resucitado, que es promesa cierta y de seguro cumplimiento.

La celebración eucarística confirma la presencia del Señor entre los suyos, y fortalece cada vez
más la certeza de la ruina del «mundo» y del éxito del reino de Dios. La victoria está asegurada.

Feliz jueves eucarístico y vocacional.

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