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1. Don Bosco, una biografía nueva. TERESIO BOSCO.

2. Vida de Don Bosco. (Ed. para la juventud.) TERESIO BOSCO.

3. Don Bosco con nosotros. MARCELLE PELLISIER.

4. Don Bosco, te recordamos. PEDRO BROCARDO.

5. Ejercicios Espirituales con Don Bosco. TERESIO BOSCO.

6. Don Bosco con Dios. EUGENIO CERIA.

7. Don Bosco: Cartas a los niños de todas las edades. RAFAEL ALFARO.

8. Don Bosco, al alcance de la mano. PEDRO BRAIDO.

9. El sistema educativo de Don Bosco. LUCIANO CIAN.

10. Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales. SAN JUAN BOSCO.

11. Don Bosco: Profundamente hombre-Profundamente santo. PEDRO BROCARDO.

12. Los sueños de Don Bosco. SAN JUAN BOSCO-FAUSTO JIMÉNEZ.

13. Historia de San Juan Bosco, contada a los muchachos. BASILIO BUSTILLO.

14. Don Bosco y la música. MARIO RIGOLDI.

15. Con Don Bosco de la mano. RAFAEL ALFARO.

16. Don Bosco y el teatro. MARCO BONGIOANNI.

17. Yo, Juan Bosco, otra vez con la mochila al hombro. F.RODRÍGUEZ DE CORO.

18. Aproximación a Don Bosco. FAUSTO JIMÉNEZ.

19. Don Bosco y la vida espiritual. FRANCIS DESRAMAUT.

20. Juan Bosco, con la fuerza de un equipo. FRANCISCO RODRÍGUEZ DE CORO.

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21. Don Bosco, historia de un cura. TERESIO BOSCO.

22. Prevenir, no reprimir. PIETRO BRAIDO.

23. El amor supera al reglamento. SAN JUAN BOSCO-FAUSTO JIMÉNEZ.

24. Palabras clave de espiritualidad salesiana. MIGUEL ARAGÓN.

25. Claves para una espiritualidad juvenil. JOSÉ MIGUEL NÚÑEZ.

26. Os presento a Don Bosco. NATALE CERRATO.

27. La alegría de la educación. XAVIER THEVENOT.

28. Una espiritualidad del amor: San Francisco de Sales. EUGENIO


ALBURQUERQUE.

29. Caminar tras las huellas de Don Bosco. FRANCESCO MOTTO.

30. Don Bosco encuentra a los jóvenes. CLAUDIO RUSSO.

31. Dirección y amistad espiritual. EUGENIO ALBURQUERQUE.

32. Don Bosco: la otra cara. FAUSTO JIMÉNEZ

33. 365 florecillas de Don Bosco. MICHELE MOLINERIS.

Michele Molineris

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Claudio Russo (ed.)

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En 1978, la editorial Central Catequística Salesiana, hoy Editorial CCS, publicaba el
libro de Michele Molineris, Florecillas de Don Bosco. Hoy presentamos una edición
corregida y renovada realizada por Claudio Russo con el título 365 florecillas de Don
Bosco.

¿Cuál es la novedad?

Se ha reducido la narración de las florecillas a lo esencial; se les ha podado de


literatura, logrando una brevedad más acorde con la sensibilidad del lector moderno.

Las florecillas están distribuidas de manera que hay una para cada uno de los días del
año civil. De ahí el título de 365 florecillas de Don Bosco.

Se dejan las referencias a las dos ediciones de las Memorias Biográficas, la típica
italiana y la castellana.

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Florecillas son, en una vida, esos episodios que brotan ante todo del temperamento,
luego de la costumbre de observar, de la presteza de espíritu de que uno está dotado, de
la cultura, de la familiaridad con sus interlocutores, de la bondad y de aquel tanto de
adaptabilidad a los acontecimientos que lleva irreversiblemente a dominarlos,
haciéndose, sin querer, su protagonista.
Todas estas dotes resaltan evidentes en este volumen que vuelvo a poner a la atención
de los lectores. Añadid a estas dotes de orden natural los dones sobrenaturales de que fue
dotado abundantemente Don Bosco por Dios y tendréis una idea aproximada de todo lo
contenido aquí.

Este libro no es, por tanto, una vida de Don Bosco, sino una colección de hechos
documentados y raros, que ennoblecen aquella vida, la ilustran e incluso la complican,
sustrayéndola no pocas veces a las leyes que de ordinario rigen la de los otros pobres
mortales. Porque su vida no fue ordinaria, llegando a poder decir que no había dado un
paso sin haber sido movido por lo alto.

Aunque su fama está muy extendida, no todos conocen a Don Bosco; y si no es


presunción la mía, cuento con contribuir a extender su conocimiento.

Don Ercolini, al presentar en 1911 a los lectores italianos la traducción del Don Bosco
del doctor D'Espiney, dice que «nosotros de un santo sólo sabemos lo que va haciendo a
los ojos del mundo, y bajo la mirada de Dios, y no podremos saber nunca aquí en la
tierra lo que ha pasado entre Dios y el alma de su elegido. Recojamos, al menos por
gratitud, lo que la bondad de Dios nos regala del fruto de las innumerables gracias que
embellecen el corazón de los santos; y estas páginas, en las que se verá revivir a Don
Bosco, sean para todos cuantos hablan del cielo, como una prenda de bienes futuros».
Hago mías estas palabras.

Dedico este libro a todos los jóvenes a quienes he tratado o que, por motivos
imprevisibles de la vida, no he podido tratar, si bien todos ellos, por vocación, debían
haber sido campo de mi apostolado. Que les quede al menos este testimonio de afectuoso
recuerdo y de doliente sentimiento. Que el resto lo haga Dios, por medio de Don Bosco,
el cual me debe haber visto en sus sueños, si con ellos llegó a contemplar nuestros días y
no los nuestros tan sólo, Él, a quien bastaba saber que uno era joven para sentirse deudor
suyo, sin distinción de casta, de censo, de patria y de religión.

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También yo fui joven y su predilección se concentró en una amistad que llegó a
compartir el pan y el techo. Con la esperanza de que otros me sucedan en esta intimidad,
vuelvo yo a poner a la atención de los lectores sus insospechados dones de naturaleza y
de gracia.

Don Molineris

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EL SUEÑO DE LOS NUEVE AÑOS

Cuando yo tenía unos nueve años, tuve un sueño que me quedó profundamente grabado
en la mente para toda la vida.

En el sueño me pareció estar junto a mi casa, en un paraje bastante espacioso, donde


había reunida una muchedumbre de chiquillos en pleno juego. Unos reían, otros jugaban,
muchos blasfemaban. Al oír aquellas blasfemias, me metí en medio de ellos para
hacerlos callar a puñetazos e insultos.

En aquel momento apareció un hombre muy respetable, de varonil aspecto,


noblemente vestido. Un blanco manto le cubría de arriba abajo; pero su rostro era
luminoso, tanto que no se podía fijar en él la mirada. Me llamó por mi nombre y me
mandó ponerme al frente de aquellos muchachos, añadiendo estas palabras:

«No con golpes, sino con la mansedumbre y la caridad deberás ganarte a estos tus
amigos. Ponte, pues, ahora mismo a enseñarles la fealdad del pecado y la hermosura de
la virtud».

«¿Quién sois para mandarme estos imposibles?».

«Precisamente porque esto te parece imposible, debes convertirlo en posible por la


obediencia y la adquisición de la ciencia».

«¿En dónde? ¿Cómo podré adquirir la ciencia?».

«Yo te daré la Maestra, bajo cuya disciplina podrás llegar a ser sabio y sin la cual toda
sabiduría se convierte en necedad».

«Pero, ¿quién sois vos que me habláis de este modo?».

«Yo soy el Hijo de aquella a quien tu madre te acostumbró a saludar tres veces al
día».

«Mi madre me dice que no me junte con los que no conozco sin su permiso; decidme,
por tanto, vuestro nombre».

«Mi nombre pregúntaselo a mi Madre.»

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(Cf. Memorie Biografiche, 1, 124-125; MBe', 1, 115-116.)

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2 DE ENERO
A SU TIEMPO LO COMPRENDERÁS TODO

En aquel momento, junto a Él, vi a una mujer de aspecto majestuoso, vestida con un
manto que resplandecía por todas partes, como si cada punto del mismo fuera una
estrella muy refulgente. Contemplándome cada vez más desconcertado en mis preguntas
y respuestas, hizo señas para que me acercara a Ella y, tomándome bondadosamente de
la mano, me dijo: «¡Mira!».

Al mirar, me di cuenta de que aquellos chicos habían escapado y, en su lugar, observé


una multitud de cabritos, perros, gatos, osos y otros muchos animales.

«He aquí tu campo, he aquí donde tienes que trabajar. Hazte humilde, fuerte, robusto,
y cuanto veas que ocurre ahora con estos animales, lo deberás hacer tú con mis hijos».

Volví entonces la mirada y, en vez de animales feroces, aparecieron otros tantos


mansos corderos que, saltando y balando, corrían todos alrededor como si festejaran al
Hombre aquel y a la Señora.

En tal instante, siempre en sueños, me eché a llorar y rogué al Hombre me hablase de


forma que pudiera comprender, pues no sabía qué quería explicarme.

Entonces Ella me puso la mano sobre la cabeza, diciéndome: «A su tiempo lo


comprenderás todo».

Dicho lo cual, un ruido me despertó.

Quedé aturdido. Sentía las manos molidas por los puñetazos que había dado y
dolorida la cara por las bofetadas recibidas. Después, el personaje, aquella mujer, las
cosas dichas y las cosas escuchadas ocuparon de tal modo mi mente, que ya no pude
conciliar el sueño durante la noche.»

(Cf. Memorias del Oratorio, 22.)

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3 DE ENERO
TANTO RUIDO POR NADA

Durante el otoño, Juan solía ir a casa de su madre, en Capriglio, con los abuelos para la
vendimia.

Un año (1820), mientras esperaban a que estuviera preparada la cena, alguien


comenzó a contar que, en tiempos pasados, se habían oído en el desván ruidos de diversa
intensidad, prolongados unos, breves otros, pero siempre espantosos. Todos decían que
sólo el demonio podía espantar a la gente de aquella manera.

La habitación donde conversaban tenía un techo de madera que servía de pavimento a


una amplia buhardilla, destinada a panera y a almacén de las otras cosechas.

De pronto se oye el estrépito de algo que cae, y luego un ruido sordo y lento que se
arrastra sobre sus cabezas de un extremo a otro de la sala. Cesa la conversación y se hace
un profundo silencio. Juan se levantó resuelto, encendió otro candil y dijo: «Vamos a
ver».

Mientras hablaba, subió la escalera de madera que conducía al desván. Los demás,
con luces y palos, iban tras él, temblando y hablando en voz baja. Juan empujó la puerta
de la panera, entró, alzó el candil y miró alrededor. No se veía a nadie. Todo estaba en
silencio. Algunos de los familiares se habían asomado a la puerta, pero sólo uno o dos se
habían atrevido a entrar.

De pronto, lanzaron todos un grito y algunos se dieron a la fuga: una criba grande, que
se encontraba en un rincón, se movía sola y avanzaba; y fue a pararse a los pies de Juan,
que puso las manos en la criba y la levantó... Estalló una explosión de risa: ¡debajo de la
criba había una hermosa gallina!

Margarita agarró la gallina, le retorció el pescuezo y, desplumándola, la echó en la


cazuela... para una magnífica cena.»

(Cf. Memorie Biografiche, 1, 85; MBe, 1, 83-84.)

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4 DE ENERO
UN CAMBIO EXTRAÑO

Un tal Segundo Matta, criadillo en una de las granjas de los alrededores, y de su misma
edad, bajaba de las colinas todas las mañanas, llevando la vaca de su amo. Iba provisto
de una rebanada de pan negro para desayunar. Juan, en cambio, tenía entre sus manos, y
lo mordisqueaba, un pedazo de pan blanquísimo que mamá Margarita nunca dejaba que
le faltara. Un buen día dijo Juan a Matta:

«¿Quieres hacerme un favor?».

«Con mucho gusto», respondió el compañero.

«¿Quieres que cambiemos el pan?».

«¿Por qué?».

«Porque tu pan debe ser mejor que el mío y me gusta más».

Matta, en su sencillez infantil, creyó que a Juan le parecía realmente más gustoso su
pan negro, y agradándole a él el pan blanco del amigo, aceptó el cambio de buena gana.

Desde aquel día, durante dos primaveras enteras, siempre que se encontraban por la
mañana en el prado, se cambiaban el pan.

Matta, cuando fue mayor y reflexionó sobre este hecho, comprendió que el móvil de
Juan para hacer aquel cambio no podía ser sino el espíritu de mortificación, puesto que
su pan negro no era precisamente ninguna golosina.

(Cf. Memorie Biografiche, 1, 89; MBe, 1, 88.)

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5 DE ENERO
¿PARA QUÉ VAS CON ESOS COMPAÑEROS?

Juan, apenas cumplidos los cuatro años, ya se ocupaba con mucha constancia en
deshilachar las varas de cáñamo que su madre le daba en determinada cantidad. Y el
niño, acabada su tarea, se dedicaba a preparar sus juegos. Ya en aquella edad era capaz
de redondear trozos de madera y hacer bolas y palos para el juego de la «galla».

Este juego consiste en que uno tira la bola con una estaca y el otro la devuelve de
rebote con un palo. Juan se sentía feliz jugando con sus compañeros; pero no faltaban
disputas y riñas, fáciles en semejantes reuniones de chiquillos; en tales casos, su papel
era siempre el de pacificador, interviniendo para calmar los ánimos.

Más de una vez la bola, manejada por aquellos inexpertos e imprudentes, iba a herirle
en la cabeza o en la cara y, al sentir el dolor, corría en busca de su madre para que lo
curara. La buena Margarita, al verlo en aquel estado, le decía:

«¿Para qué vas con esos compañeros? ¿No ves que son malos?».

«Por eso voy con ellos; cuando estoy yo, no se alborotan, son mejores, no dicen
ciertas palabras».

«Pero, mientras tanto, vienes a casa descalabrado».

«Ha sido mala suerte».

«Está bien, ya veo que volverás más veces a curarte; pero ten cuidado - concluía
apretando los dientes - mira que son malos».

Y Juanito, sin moverse, aguardaba la última palabra de su madre, quien, después de


pensarlo un momento, como si temiera impedir algo bueno, decía: «Bueno, vete con
ellos».

(Cf. Memorie Biografiche, 1, 48-49; MBe, 1, 57.)

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6 DE ENERO
LA VARA

Un día, la abuela notó que habían desaparecido unas frutas que ella había puesto aparte.
Su sospecha recayó sobre el más pequeño. Le llamó. Éste, que era inocente de aquel
hurto, corrió alegre junto a la abuela; pero ésta, muy seria, le dijo:

«Tráeme la vara del rincón».

El niño obedeció; pero sabiendo cómo habían sucedido las cosas, dijo:

«Abuela, obedezco, pero yo no he sido quien ha tomado la fruta».

«Está bien; entonces tú me dirás quién lo ha hecho y yo te perdonaré el varazo».

«Se lo diré, pero a condición de que perdone al culpable».

«Lo haré. Hazle venir acá y, si él me pide perdón, le perdonaré».

El pequeño fue corriendo al hermano mayor, que rondaba los quince años, y para el
cual no guardaba ningún rencor a pesar de lo mal que él le miraba, y le explicó lo
sucedido.

Antonio encontró ridícula la pretensión de la abuela. Ser castigado como un chiquillo


de seis años, le parecía una humillación absurda. Pero Juanito insistió:

«Ven, Antonio, no le lleves la contraria a la abuela. Ella tiene en mucho su autoridad y


se disgustaría. Y también mamá se sentiría contrariada. Cierto que ya eres mayor; pero,
que no se diga que, por tu causa, la abuela se siente poco respetada».

El hermano cedió, tomó la vara, se la dio a la abuela y refunfuñó: «No lo volveré a


hacer».

(Cf. Memorie Biografiche, 1, 69; MBe, 1, 71-72.)

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7 DE ENERO
¡PIENSA SIEMPRE EN LAS CONSECUENCIAS!

Juan tenía ocho años, cuando un día, mientras su madre había ido a un pueblo cercano
para sus asuntos, quiso alcanzar algo que estaba colocado en un sitio alto. Como no
llegaba, puso una silla y, subido en ella, chocó con la aceitera. La aceitera cayó al suelo
y se rompió. Lleno de confusión, trató el niño de poner remedio a la fatal desgracia
fregando el aceite derramado; pero, al darse cuenta de que no lograba quitar la mancha y
el olor, pensó cómo evitar a su madre aquel disgusto. Cortó una vara del seto vivo, la
preparó bien, escamondó con gracia la corteza y la adornó con dibujos lo mejor que
supo.

Al llegar la hora en que sabía que tenía que volver su madre, corrió a su encuentro
hasta el fondo del valle y apenas estuvo a su lado le dijo:

«¿Qué tal le ha ido, madre? ¿Ha tenido buen viaje?».

«Sí, Juan de mi alma. Y tú, ¿estás bien?, ¿estás contento?, ¿has sido bueno?».

«¡Ay, mamá! Mire!». Y le presentaba la vara.

«¡Vaya, hijo mío! ¡A que me has hecho una de las tuyas!».

«Sí, me merezco de verdad que esta vez me castigue. Me subí así, así...; y
desgraciadamente he roto la aceitera».

Mientras tanto, Juan le presentaba la vara adornada y miraba la cara de su madre con
aire picarón, entre tímido y gracioso. Margarita observaba a su hijo y la vara y,
sonriendo ante la infantil estratagema, le dijo al fin:

«Siendo mucho lo que te ha sucedido, deduzco, por tu modo de obrar, que no has
tenido la culpa y te perdono. Y no olvides nunca mi consejo: antes de hacer algo, piensa
en las consecuencias. Si hubieras subido más despacito, habrías observado alrededor y
no te habría sucedido nada malo».

(Cf. Memorie Biografiche, 1, 73-74; MBe, 1, 74-75.)

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8 DE ENERO
¡PERDONEME, MAMÁ!

Tenía Juan solamente cuatro años un día que, con su hermano José, regresó del campo,
muerto de sed. La madre fue a sacar agua y la ofreció en primer lugar a José. Juan creyó
ver en aquel gesto una preferencia; cuando su madre se le acercó con el agua, él, un tanto
puntilloso, hizo como que no la quería. La madre, sin decir palabra, se llevó el agua y la
dejó en su sitio.

Juan permaneció un momento de aquel modo, y luego, tímidamente, dijo: «¡Mamá!».

«¿Qué?».

«¿No me da agua también a mí?».

«¡Creía que no tenías sed!».

«¡Perdón, mamá!».

«¡Así está bien!». Fue por el agua y, sonriendo, se la dio.

En otra ocasión, Juan se había dejado llevar por cierto ímpetu o impaciencia propia de
su edad y de su temperamento fogoso. Margarita le llamó. Corrió el niño.

«Juan, ¿ves aquella vara?», y le señalaba la vara apoyada contra la pared en el rincón
de la habitación.

«Sí, la veo», respondió el niño, echándose hacia atrás, avergonzado.

«Tómala y tráemela».

«¿Qué quiere hacer con ella?».

«Tráemela y lo verás».

Juan fue a buscar la vara y se la entregó diciendo:

«¡Ah, usted la quiere para medirme las espaldas!».

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«Y, ¿por qué no, si tú me haces estas travesuras?».

«¡Mamá, no las volveré a hacer!».

Y el hijo sonreía ante la sonrisa inalterable de su buena madre.

(Cf. Memorie Biografiche, 1, 58; MBe, 1, 63-64.)

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9 DE ENERO
VENDRÁS A CONFESARTE CONMIGO

Desde febrero de 1827 a noviembre de 1828, Juan Bosco trabajó como mozo de campo
en la Granja de los Moglia en Moncucco (Asti).

Ana Moglia, cuando hablaba de Juan Bosco, refería con satisfacción y complacencia a
los vecinos, a los conocidos y en familia a sus propios hijos, la angélica y apostólica vida
que llevó durante dos años en casa de sus padres; cómo se retiraba con frecuencia a
lugares solitarios para leer, estudiar y rezar; y cómo explicaba el catecismo y narraba
ejemplos edificantes no sólo a los chiquillos del caserío, sino hasta a las personas
mayores de la familia, y con gracia tal, que todos le escuchaban con gusto y avidez.

Decía además que, a menudo, cuando trabajaban juntos en el campo, él había


asegurado varias veces en tono profético y con toda seriedad:

«Yo seré sacerdote, y entonces sí que predicaré y confesaré».

La muchacha, al oír estas palabras, se burlaba de él y despreciaba a Juanito diciéndole


que con aquellas ideas y con tanto leer acabaría por no llegar a ser nada. Y Juan, una de
las veces, le respondió:

«Pues sábete tú, que así hablas y te burlas de mí, que un día irás a confesarte
conmigo».

Y así fue. Siendo ya Juan sacerdote y fundador del Oratorio, la buena Ana, guiada por
circunstancias entonces imprevisibles, iba con frecuencia desde el caserío Bausone al
Oratorio de Turín para visitar a Don Bosco, confesarse con él en la iglesia de San
Francisco de Sales y practicar allí sus devociones. Y Don Bosco la recibía siempre como
a una hermana y persona de la casa.

(Cf. Memorie Biografiche, 1, 207; MBe, 1, 180.)

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10 DE ENERO
RECE USTED TAMBIÉN

Granja Moglia. Un día del verano de 1828, volvía a casa el anciano José bañado en sudor
y con la azada al hombro. Era el mediodía; se oía a lo lejos la campana, pero él no
pensaba en rezar el Angelus, sino que, rendido por el cansancio, se tendió a la larga.
Cuando he aquí que ve al jovencito Bosco que, llegado un poco antes, estaba de rodillas
en el rellano de la escalera, rezando el Angelus, y riendo exclamó:

«Mira qué bonito: los amos destrozando nuestra vida de la mañana a la noche, hasta
no poder más, y él tan tranquilo ahí, rezando en santa paz. ¡Así se gana el cielo
fácilmente!».

Bosco terminó su oración, bajó la escalera y dirigiéndose al anciano, le dijo:

«Escuche, usted mismo es testigo de que yo no me quedo atrás cuando hay que
trabajar, pero es muy cierto que he ganado yo más rezando que usted trabajando. Si
usted reza, por cada dos granos que siembre, nacerán cuatro espigas; si no reza, sembrará
cuatro granos y no recogerá más que dos espigas. De modo que rece usted también, y
así, en vez de dos espigas, recogerá cuatro».

Aquel buen hombre, profundamente admirado, exclamó:

«¡Caramba! ¿Que tenga yo que aprender de un muchacho? Ya no me atreveré a


sentarme a la mesa, sin antes rezar el Angeius».

Y, en adelante, no olvidó nunca esta oración.

El respeto, el amor, la afabilidad de modales con que Juan trataba a los que
consideraba como representantes de su madre, hacía que fueran gratas todas sus
observaciones.

(Cf. Memorie Biografiche, 1, 197; MBe, 1, 172.)

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11 DE ENERO
ACUSADO DE PLAGIO

Un día de 1831, que daba el maestro el trabajo para cada curso: Juan, alumno de
primero, pidió por favor que le dejase hacer el asignado a los de tercero. Don Moglia
soltó una carcajada:

«¿Qué pretendes tú..., tú de 1 Becchi? Déjate de latines. Tú no entiendes nada».

Juan, sin darse por ofendido, insistió; el maestro replicó cargando las tintas. Luego le
dijo que escogiera la tarea que más le gustase.

Dictó a los alumnos de tercero un tema latino para traducirlo al italiano. Al cabo de
poco tiempo, Juan presentaba su página al profesor, el cual la tomó y, sin mirarla, la
puso sobre la mesa, sonriendo con aire de compasión. Pero después de la insistencia de
los alumnos, tomó el papel y le echó un vistazo; la traducción era perfecta.

«¿No he dicho ya que Bosco no sirve para nada? Lo ha copiado todo de un


compañero».

El que estaba sentado al lado de Juan, testigo de cómo su compañero había hecho su
trabajo, sin acudir a otros ni a los libros, se levantó y salió en su defensa:

«Señor profesor, haga el favor de examinar si entre los trabajos de los alumnos hay
alguno parecido al suyo».

«¿Qué quieres saber tú? ¿No has oído que los de 1 Becchi son unos zoquetes que no
sirven para nada?».

Pero aquel compañero que había visto a Juan hacer su trabajo, contó con todo detalle
cómo había ejecutado su tarea; y todos, admirando su talento, y más aún la humildad con
que había sobrellevado las palabras ignominiosas del maestro, concibieron grandísima
estima y afecto hacia él.

(Cf. Memorie Biografiche, I, 230-231; MBe, 1, 197-198.)

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12 DE ENERO
UNA AYUDA ESPECIAL PARA LOS EXÁMENES

Cuando las clases están a punto de acabarse y se acercan los exámenes, comienzan las
dificultades, sobre todo para los que han jugado al escondite con los libros o se han
divertido con el vocabulario.

¿Desesperarse entonces? ¿Tirarse por la ventana? No son remedios adecuados para la


circunstancia. Conviene más ponerse a estudiar y rezar. Pero rezar, ¿a quién? Pues al
Señor y a la Virgen que es la sede de la Sabiduría.

Durante los cuatro años del gimnasio, hubo en Juan, además del talento y la memoria,
otra fuerza secreta y extraordinaria que le ayudaba.

Una noche, por ejemplo, soñó que el maestro había propuesto el trabajo de examen
para los nuevos puestos y que él lo estaba realizando. Apenas se despertó, saltó de la
cama y escribió el trabajo, que era un dictado en latín; después se puso a traducirlo. En la
mañana siguiente, el profesor dio, en efecto, en clase, el trabajo de examen, idéntico al
que había soñado. Juan lo tradujo sin servirse del diccionario. Preguntado por el maestro,
le expuso lo sucedido con toda ingenuidad, causándole naturalmente una vivísima
admiración.

En otra ocasión, entregó Juan su escrito tan pronto, que al maestro no le parecía
posible que un muchacho hubiera podido superar tantas dificultades. Mandó que le
presentara el borrador. Nueva sorpresa: el maestro había preparado el tema la tarde
anterior, pero había dictado sólo la mitad. En el cuaderno de Juan lo encontró todo
entero, sin una sílaba más ni una menos. ¿Qué había sucedido?

Juan confesó cándidamente: «Lo he soñado».

A causa de éstos y otros casos similares, los compañeros de pensión le llamaban el


«soñador».

(Cf. Memorie Biografiche, 1, 253; MBe, 1, 215.)

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13 DE ENERO
JUAN, CORNELIO Y LA GRAMÁTICA

Dos meses hacía que Juan estaba en la segunda clase, cuando ocurrió un pequeño
incidente que dio algo que hablar de él. Explicaba un día el profesor la vida de Agesilao,
escrita por Cornelio Nepote. Aquel día Juan no tenía su libro, pues lo había olvidado en
casa: y para disimular ante el maestro su olvido, sostenía abierto ante sus ojos el libro de
gramática.

No sabiendo a qué atender mientras escuchaba las palabras del maestro, volvía las
hojas del libro de una parte a otra. Se dieron cuenta de ello los compañeros; empezó uno
a reír, siguió otro, hasta que cundió el desorden en clase. El maestro, visto que todas las
miradas se clavaban en Juan, le mandó repetir su misma explicación.

Entonces, Juan se puso de pie y, siempre con la gramática en la mano, repitió de


memoria el texto, la construcción gramatical y la explicación que acababa de hacer el
maestro.

Cuando terminó, los compañeros instintivamente le aplaudieron. El profesor estaba


casi a punto de perder el control de sus nervios. Dio un pescozón a Juan, que esquivó
agachando la cabeza. Luego, poniendo una mano sobre la gramática que Juan sostenía
con sus manos, hizo explicar a los compañeros la razón de aquel desorden.

«Bosco, con la gramática en las manos, ha leído y explicado todo como si tuviera
delante el libro de Cornelio».

El profesor tomó, efectivamente, la gramática, le hizo continuar dos períodos más, y


después, pasando de la cólera a la admiración, dijo que le perdonaba por su formidable
memoria.

(cf. Memorie Biografiche, 1, 252; MBe, 1, 214-215.)

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14 DE ENERO
UN «PERRAZO»

Paseando con los jóvenes para llevarlos a 1 Becchi, Don Bosco contaba que un día
(siendo muchacho como ellos), se encontró en un camino del campo cerca de las
moreras y vio correr, arrastrándose a lo largo de un surco, a un perro muy corpulento.
«Daba la impresión de que se dirigía hacia mí. Tenía la cabeza gacha, balanceaba la cola
y los ojos parecían dos fuegos. Mientras lo miraba y trataba de evitarlo redoblando los
pasos, me lo vi casi encima. Miré en torno mío: descubro una fila de moreras y, saltando
el pequeño foso, trepo como si fuese una ardilla. El perro giró dos o tres veces alrededor,
raspó con sus uñas tratando de trepar al árbol; pero a los dos o tres pasos, caía gruñendo
y ladrando de un modo espantoso.

Finalmente, después de haberme encomendado al Ángel de la Guarda, a la Virgen...,


vi aparecer en la lejanía a un hombre que iba a trabajar al campo. Me puse entonces a
llamarlo todo lo fuerte que podía. Se detuvo a los pies de esta morera, donde yo seguía
acurrucado pálido como la muerte. El perrazo no se movió, sólo volvió los dientes hacia
él, esperando qué haría. Cuando vio que aquel campesino levantó la azada
resueltamente, aquella bestia se fue».

Concluyó Don Bosco: «¡Si hubiera tenido yo entonces mi perro Gris, sí que hubiera
sido oportuno!».

Alguno de los jóvenes decía: «Aquel perro era el demonio».

«Calla - decía otro - que no te oiga nadie».

(Cf. Francesia, Don Bosco e le sue passeggiate autunnali, 24.)

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15 DE ENERO
¿SACERDOTE 0 FRAILE?

Leemos en las Memorias de Don Bosco cómo se presentó a examen para su admisión en
el noviciado franciscano. Y lo hizo en el convento de Santa María de los Ángeles, en
Turín. Fue aceptado a mitad de abril.

Los Padres franciscanos conservan el siguiente documento:

«En el año 1834 fue aceptado en el convento de Santa María de los Ángeles de la
Orden de los Reformados de San Francisco el joven Juan Bosco de Castelnuovo,
bautizado el 17 de agosto de 1815 y confirmado. Tiene todos los requisitos y su petición
ha sido acogida a plenos votos. El 18 de abril de 1834».

Todo estaba preparado para entrar en el convento de la Paz en Chieri. Pero, pocos días
antes del tiempo establecido para la entrada, el joven Bosco tuvo un sueño bastante
extraño.

Le pareció ver una multitud de aquellos religiosos con los hábitos rotos corriendo en
sentido contrario los unos de los otros. Uno de ellos le dijo:

«Tú buscas la paz y aquí no vas a encontrarla. Observa la actitud de tus hermanos.
Dios te prepara otro lugar, otra mies».

El joven Bosco quería hacer alguna pregunta a aquel religioso, pero un rumor le
despertó.

Expuso todo a su confesor, el cual no quiso oír hablar ni de sueños ni de frailes:

«En estas cosas es preciso que cada uno siga sus inclinaciones y no los consejos de
otros».

(Cf. Memorie Biografiche, 1, 301-302; MBe, 1, 251-252.)

26
16 DE ENERO
UNA MEMORIA EXTRAORDINARIA

El final de las clases es para todos sinónimo de escrutinios y para muchos de exámenes.
Son frecuentes, en estos casos, los temores consiguientes a la constatación de una
preparación insuficiente, muchas veces fruto de ligereza y, a veces, de pobreza de
medios específicos.

Más de un santo en estas circunstancias tiene su vela encendida y pasa su momento de


notoriedad. Pero no todos tienen un pasado que justifique igualmente la invocación y la
intercesión, salvo ciertos episodios aislados recogidos por el biógrafo con la
preocupación de quien quiere que nada se pierda, pero que no iluminan un modo de ser.

Don Bosco, además de las disposiciones naturales nada comunes para el estudio, tenía
también en su activo ciertas capacidades superiores fuera de lo ordinario, que
aumentaban su prestigio escolar y todavía hoy lo imponen a la admiración de todos. En
efecto, bastaba que leyese una vez una cosa, para recordarla y repetirla con la precisión
de una grabación sonora, como hoy se puede obtener con un magnetófono.

Así era para los sermones y las conversaciones a las que se añadían como apéndices
algunos detalles de lugar y de circunstancias que dejaban perplejos incluso a los menos
propensos a admitir ciertas excepciones a las reglas comunes.

(Cf. Memorie Biografiche, passim.)

27
17 DE ENERO
DON BOSCO Y LOS EXÁMENES

En agosto de 1834, el profesor Lanteri había ido de Turín a Chieri para hacer el examen
final. Juan fue en seguida a visitarle.

«¿Qué deseas, amigo mío?», le preguntó Lanteri.

«Una sola cosa: que me dé buenas notas».

«¡Eso es hablar claro!».

«Es que yo soy muy amigo del profesor Gozzani».

«¿De veras? ¡Entonces también lo seremos nosotros!».

«¡Estupendo! Pero sepa que Gozzani me ha dado unas notas muy buenas».

Al llegar el día del examen, Juan fue hallado preparadísimo. Preguntado sobre
Tucídides, respondió maravillosamente. Entonces Lanteri tomó en mano un volumen de
Cicerón y le dijo:

«¿Qué quieres que veamos de Cicerón?».

«Lo que le parezca».

Lanteri abrió el libro y cayeron bajo sus ojos las Paradojas.

«¿Quieres traducir?».

«Encantado, y si usted me lo permite, estoy dispuesto a recitarlas de memoria».

«¿Posible?».

Y Juan, sin más, empezó a recitar el título en griego y luego siguió adelante.

«¡Basta! - exclamó estupefacto el profesor Lanteri, al llegar a cierto punto-. Dame la


mano; quiero que seamos amigos de verdad».

28
Y empezó a hablar familiarmente con él de cosas ajenas a la escuela.

Hay, pues, mucho más de lo que se necesita para que los alumnos se encomienden a
Don Bosco en la inminencia de los exámenes. Puede suceder que les cambie alguna idea
respecto a la conducta y a la aplicación.

(Cf. Memorie Biografiche, 1, 326-327; MBe, 1, 270.)

29
18 DE ENERO
DON BOSCO PRESTIDIGITADOR

Cuando en el otoño de 1834, Juan volvió a Chieri para cursar el quinto año de
Bachillerato, se alojó, siguiendo el consejo de su párroco don Cinzano, en casa de un tal
Tomás Cumino. Éste era sastre y tenía su tienda cerca de la plaza de San Bernardino,
junto a la iglesia de San Antonio.

En casa Cumino ya se había alojado don Cafasso, el cual, habiendo sabido que a Juan
Bosco, pobre de medios y escaso de condiciones, se le había designado por habitación
una caballeriza, logró, pagando a escondidas la pensión, que a su vez ya era fruto del
piadoso interés de personas buenas estimuladas por el párroco, una habitación más
humana y condiciones menos humillantes.

Leyendo a los biógrafos de Don Bosco, resulta que este Cumino, sin ser dulce de sal,
era, no obstante, crédulo y muy fácil de maravillarse. El joven Juan Bosco se
aprovechaba de ello, sin nada de malicia, para sorprenderle con ocurrencias que lo
dejaban boquiabierto y las más de las veces desconcertado. Le convertía en papel las
monedas del monedero, en agua el vino recién salido de la bota, las tortas en pan común,
el sombrero en un gorro de dormir.

Una vez había preparado, con mucho cuidado, un pollo en gelatina para obsequiar a
los huéspedes en su día onomástico. Llevó el plato a la mesa, pero al destaparlo, salió
fuera un gallo que, aleteando, cacareaba escandalosamente.

Otra vez preparó una cazuela de macarrones y, después de haberlos cocido bastante
tiempo, cuando fue a echarlos en el plato salieron convertidos en puro salvado.

Una llave, que se sabía ciertamente que estaba en otra parte, apareció en el fondo de la
sopera apenas fue vaciada.

(Cf. Memorie Brografiche, 1, 344-345; MBe, 1, 284.)

30
19 DE ENERO
EXAMEN DE MAGIA

El bueno de Tomás Cumino, que había acabado por prestarse al juego, llegado a cierto
punto, no pudo más; le pareció, pensándolo bien, que un hombre solo no podía realizar
tales proezas, si no tenía de su parte algún espíritu que lo ayudase.

Habló de ello con don Bertinetti, sacerdote con el que tenía cierta confianza; y éste
con el canónigo Burzio, delegado de las escuelas, quien a su vez encargó al campanero
de la catedral para que llevara a Juan a su casa para examinarlo.

Bosco acudió sin vacilar y convencido de que tenía que habérselas con un inquisidor.
Llamó, pues, a la puerta del canónigo Burzio con la seguridad de quien tenía los papeles
en regla. El canónigo se dio cuenta de ello inmediatamente por las respuestas de Juan y
por la seguridad con que hacía frente a la situación.

Juan no pestañeó. Sólo cuando pudo hablar, le pidió al canónigo cinco minutos para
responder. El canónigo consintió, metió la mano en el bolsillo, pero no encontró el reloj.
Entonces Juan pidió una moneda de cinco céntimos. Tampoco consiguió encontrar el
monedero. Entonces el canónigo se enfadó y pasó a las amenazas. Pero Bosco, tranquilo
y sonriente, reveló el misterio.

Cuando llamó a la puerta, el canónigo estaba dando limosna a un pobre y por atender
al que acababa de llegar, había dejado el monedero encima de un reclinatorio. El reloj no
estaba muy lejos. Tomó todo y lo puso debajo de una pantalla que estaba en la mesa y la
levantó mostrando los objetos buscados. El canónigo, divertido, le pidió que le hiciera
otras demostraciones de habilidad y le dejó marchar felicitándole y animándole.

(Cf. Memorie Biografiche, 1, 345-347; MBe, 1, 284-286.)

31
20 DE ENERO
DON BOSCO HACE ENCONTRAR OBJETOS PERDIDOS

En 1929, Don Bosco le hizo una broma parecida a Silvio Passerini, químico
farmacéutico de la Universidad de Innsbruck. Lo cuenta él mismo en una carta a la
redacción del Boletín Salesiano.

«En julio pasado, habiendo ido por negocios a Pergine, al volver me di cuenta de que
no tenía en el bolsillo la cartera que contenía documentos importantes y también la
imagen del nuevo Beato Don Bosco, tan querido para mí. Busqué en casa y fuera, rehice
el viaje cuidadosamente, volviendo por las mismas calles, casas y farmacias visitadas,
siempre con resultado negativo. Fue inútil también la denuncia a los carabineros de la
estación de Pergine.

Vuelto a Trento, en mi casa vuelvo a buscar siempre en vano. Mi hija de doce años,
ítala, entonces me dijo:

"Papá, voy a encender una vela y a rezar un Padrenuestro ante la imagen de Don
Bosco".

Yo estaba pensativo y la vieja criada estaba admirando la ingenua devoción de mi


hija; cuando ésta se vuelve y me dice estas textuales palabras:

"Papá, parece que Don Bosco me sonríe".

En aquel mismo momento sentimos lejos de mí y de la criada, detrás de las espaldas


de mi hija que estaba rezando, un ruido claro de algo que caía por tierra. Era la cartera
intacta. La niña fue la primera en volverse, recogerla y entregármela conmovida y
temblorosa por la sorpresa».

(Cf. Boletín Salesiano, octubre de 1929.)

32
21 DE ENERO
PREGÚNTAME EL CAPÍTULO QUE QUIERAS

Un día Juan Bosco maravilló con la potencia de su memoria a su amigo Luis Comollo,
de quien era huésped en la casa parroquial de Cinzano, donde era párroco su tío.

Había leído una sola vez los siete volúmenes de la historia de Flavio Josefo: pues
bien, tomándolos de la biblioteca del párroco, se los entregó a Comollo diciéndole:

«Pregúntame el capítulo que quieres que recite; únicamente tienes que decirme el
título».

Accedió con gusto Comollo y Bosco recitó con presteza aquel capítulo de la primera a
la última palabra. Después del primero, aún recitó otros.

«Ahora pregúntame el hecho que quieras escoger».

Comollo buscó el índice y le preguntó el primer hecho que cayó bajo sus ojos; Juan se
acordaba tan bien, que no se equivocó ni en una sola frase.

«Ahora abre uno de estos libros en la página que quieras y dime las primeras palabras
del primer renglón, aunque el párrafo esté en su mitad».

Comollo lo hacía así y Juan recitaba la página como si la tuviera ante los ojos.
Finalmente, indicábale Comollo un hecho cualquiera y él sabía en qué página se
encontraba y en qué parte de ésta empezaba el texto.

Una prueba igual ya la había hecho con su párroco el teólogo Cinzano, quien más
tarde lo atestiguaba a los jóvenes del Oratorio, cuando iban a visitarle en la época de las
grandes excursiones.

(Cf. Memorie Biografiche, 1, 432; MBe, 1, 349.)

33
22 DE ENERO
EL MÉTODO DE LA MANERA FUERTE

El de la manera fuerte es un método que Don Bosco ya había experimentado en su


propia persona y con sorprendentes resultados desde el año 1840. Don Bosco cursaba
entonces el penúltimo año de Teología en el seminario de Chieri, pero hacía ya bastante
tiempo que no se encontraba bien. Seguía teniendo una fuerza increíble, pero empeoraba
continuamente. Al fin tuvo que meterse en cama. Nos lo cuenta su biógrafo don
Lemoyne en el primer volumen de las Memorias Biográficas:

«La salud de Juan empeoraba. Le repugnaba toda suerte de comidas, le atormentaba


un insomnio pertinaz y los médicos lo desahuciaron. Hacía ya un mes que guardaba
cama.

Su madre, que no sabía nada de la desesperada situación del hijo, llegó un día a
visitarlo con una botella de vino generoso y un pan de maíz. Lleváronla a la enfermería y
enseguida se dio ella cuenta de la gravedad del caso. Al marchar quería llevarse aquel
pan tan pesado para el estómago; pero tanto le rogó Juan que se lo dejara, que, al fin, con
alguna dificultad, satisfizo su gusto.

Cuando quedó solo, se dejó llevar por el ansia de comer aquel pan y beber aquel vino.
Empezó por tomar un pequeño bocado, lo masticó bien y le pareció sabrosísimo. Cortó
después una rebanada, luego otra y, sin más pensar, acabó por comérselo todo,
acompañándolo con sorbos de vino generoso. Después se quedó dormido, con un sueño
tan profundo, que no despertó en dos días y una noche intermedia.

Los superiores del seminario creyeron que aquel sueño era un sopor precursor de la
muerte; pero resultó que, al despertar, estaba curado».

(Cf. Memorie Biografiche, 1, 482; MBe, 1, 385-386.)

34
23 DE ENERO
CURACIÓN INSTANTÁNEA

Pero la historia de la «manera fuerte» no termina aquí. Un tal José Gasca del Oratorio
Eduardo Agnelli de Turín, contó una intervención de ese género por parte de Don Bosco.

El 22 de enero de 1951, José había sido afectado por una grave broncopulmonía, que
se le repitió tres veces. Se le aplicaron todos los remedios del caso, pero todo resultó
inútil. El 5 de febrero, estando en las últimas, se le administró por un salesiano la Unción
de los enfermos.

El 6 de febrero, hacia el mediodía, el enfermo con más de 41 grados de fiebre, se


duerme; poco tiempo después se despierta y le dice a la monja que le asiste que había
soñado con Don Bosco y que éste le había dicho: «Si quieres curar, bébete una botella de
barbera».

La monja y la esposa del enfermo creen que se trata de un delirio y se quedan


dudando, pero ante la insistencia del enfermo le dan dos vasos de vino. No se atreven a ir
más allá, tanto más que el enfermo en sus varios días de enfermedad sólo había tomado
un poco de agua con hielo y ya daba los primeros síntomas de coma.

En aquel momento vino a visitar al enfermo un padre filipino, amigo de la familia, y


habiendo sabido de qué se trataba, ante las insistentes demandas del enfermo, exhortó
que lo contentasen.

Tras haber vaciado la botella en poco tiempo, notó como un escalofrío en toda su
persona y se sintió renacer a la vida. Se llamó al médico que lo atendía. Éste constató la
rápida mejoría que se convirtió luego en completa curación.

(Cf. Boletín Salesiano, abril de 1951.)

35
24 DE ENERO
DON BOSCO A CABALLO

Don Bosco aprendió a cabalgar de joven, conduciendo el caballo de su párroco don


Dassano. Pero a pocos meses de su ordenación sacerdotal, tuvo que montar el caballo de
un amigo para ir a Lavriano, que distaba algunos kilómetros de Castelnuovo. Allí tenía
que hacer el panegírico de san Benigno y temiendo llegar tarde, pues debía celebrar
antes, espoleaba al caballo.

Pero una bandada de pájaros se levantó de un campo sembrado de mijo y con sus
vuelos y chirridos espantó el caballo, que con una empinada circense arrojó al caballero
sobre un montón de piedras.

Por suerte, la escena no pasó inadvertida a algunos campesinos que pasaban por la era
de un caserío. Éstos no vacilaron en bajar corriendo al camino para ver qué le había
pasado al infeliz viajero. El jefe de la expedición se llamaba Juan Calosso y el caserío en
que vivía la «Brina». Éste mandó a uno a por el caballo y luego, como buen samaritano,
se hizo cargo del herido y mandó llamar a un médico.

Pero, ¿por qué tantos cuidados por un desconocido? Porque algún año antes le había
sucedido algo parecido al Calosso, cuando volvía de Castelnuovo al pasar el valle de
Morialdo. Entonces un clérigo bajó con antorchas y aperos de su casita de los Becchi y
le había sacado de una situación que, dada la estación y la hora, se presentaba fatal para
el hombre y el animal.

Aquel clérigo no había querido oír nada de agradecimiento porque «a lo mejor un día
tendré yo necesidad de usted». Aquel día había llegado y con él, las lágrimas del
reconocimiento y el compromiso de la recompensa.

(Cf. Memorie Biografiche, II, 19; MBe, II, 25-26.)

36
25 DE ENERO
LA FUERZA DE LA ORACIÓN

En la vigilia de los últimos exámenes para ser admitidos a las órdenes sagradas, se enteró
Don Bosco que debía dar examen también de un tratado cuyas páginas ni siquiera había
cortado, pues creía que no tocaba. Tal noticia lo apuró un poco. Luego, en lugar de
turbarse, recurrió a san Luis Gonzaga con estas palabras: «Bien se ve que no se trata de
alentar mi pereza, sino de evitar los fastidios que pueden nacer de un olvido
involuntario».

Poco después se acostó y a la mañana siguiente se presentó tan tranquilo ante el


tribunal examinador. Respondió a cuantas preguntas y dudas se le suscitaron con notable
precisión.

Mientras se examinaba, sus labios no dejaban de desflorar una risita que se esforzaba
por contener en atención al tribunal. Uno de los examinadores se dio cuenta y le
preguntó la razón:

«Me río porque hasta ahora no han dejado de preguntarme sobre un tratado que yo,
por olvido involuntario, ni siquiera había mirado, tan cierto es lo que digo que las
páginas del libro aún no han sido cortadas».

Así diciendo, sacó el libro del bolsillo, nuevo, y se lo ofreció al examinador.

Éste, en vez de amonestarle, le dijo amablemente:

«Querido amigo, te felicito. Sigue rezando con esta confianza en la santa carrera en
que entras. Y si ahora has sido escuchado tan pronto y tan bien, la Iglesia estará muy
contenta de contarte entre sus ministros. Tu acción sobre las almas será grande».

(D'Espiney, Don Bosco, 128.)

37
26 DE ENERO
VIVIRÁ HASTA LOS NOVENTA AÑOS

Era un gran consuelo para los bienhechores de Don Bosco el pensamiento de que,
ayudándole, cooperaban en los designios de Dios; pero era grandísima la consolación al
estar ciertos de una correspondencia afectuosa continua.

Antes de que acabase el año escolar 1839-1840, fue al seminario, mandado por su
padre, el joven Jorge Moglia, para invitar a Don Bosco a ir a Moncucco para hacer de
padrino en el Bautismo del último hijo de Luis Moglia, al que había prestado servicios
en calidad de vaquero en el bienio 1827-1828. Más tarde, este recién nacido será alumno
del Oratorio durante tres años y comerá siempre en la mesa de Don Bosco. Al aceptar
aquella invitación, Don Bosco quería mostrar así su gratitud a la familia que le había
hospedado de niño.

Después del Bautismo y de una pequeña refección, el seminarista Bosco, antes de


marcharse de la granja Moglia, subió a visitar a la señora Dorotea para saludarla. Se
lamentó ella porque se sentía agotada de fuerzas y expresó su temor de no volver a
recuperar la salud.

Juan le dijo: «Anímese y esté alegre; usted llegará a los noventa años».

Sobrevivió al mismo Don Bosco, todos los días se encomendaba a él, segura de que la
atendería desde el cielo, y murió a los 91 años con el retrato del hombre de Dios, a quien
ella había hecho tantos beneficios, sobre el pecho.

(Cf. Memorie Biografiche, 1, 485; MBe, 1, 387-388.)

38
27 DE ENERO
BODAS, MUERTE Y... RESURRECCIÓN

En 1840 lo tocó a Juan ir a Bardella (barrio de Castelnuovo) con su párroco, para prestar
el servicio de subdiácono en aquella iglesia el día de la fiesta. Había, además, aquel año
un banquete nupcial, al que asistieron el párroco y el prior de la fiesta; pero Juan, fiel a
su propósito, se volvió a casa.

Mas he aquí que sufrió un síncope la esposa, y se cambió en luto la alegría general. Se
prestaron todos los auxilios posibles, pero al fin hubo que decir: «¡Ha muerto!».
Cuarenta y ocho horas después la pusieron en el ataúd y la condujeron a la iglesia
parroquial. Cantado el funeral, el cortejo fúnebre se encaminó al cementerio. Ya cerca
del cancel, uno de los que llevaban la caja mortuoria dijo al párroco:

«¡Parece que la difunta da golpes en la caja!».

Todos se echaron a reír, creyendo que era una ilusión.

Despejado el cementerio, cuando el sepulturero llevaba la caja a la fosa, también él


oyó unos golpes bien marcados en el interior. Entonces, aterrorizado, tomó un hierro
para hacer saltar la tapa; pero, de pronto, se detiene recordando en mala hora: que está
prohibido abrir un féretro, sin permiso de las autoridades.

Va corriendo al pueblo, avisa al alcalde, llama éste al médico y se dirigen a toda prisa
al cementerio. Descubierta la caja, el médico encontró que la mujer estaba todavía
caliente. Le tomó el pulso y notó que latía; hízole un corte en una vena y salió sangre en
abundancia. Entonces la hizo llevar enseguida al pueblo; pero la pobrecita no volvió más
en sí y murió a las pocas horas.

Juan, que había acudido, fue testigo del hecho, y concluía al narrarlo diciendo que
verdaderamente en este mundo «también en el reír padece el corazón, y al cabo la alegría
es dolor» (Proverbios 14,13).

(Cf. Memorie Biografiche, 1, 499; MBe, 1, 398-399.)

39
28 DE ENERO
¿POR QUÉ DESPRECIAS TUS BRAZOS?

La familia Verniano, por medio de su hijo, contrajo amistad con Don Bosco. Acudían a
visitarlo los jueves, pues todos andaban siempre con ganas de oír sus palabras.

A Don Bosco no le gustaba la poca modestia de las chicas en el vestir. Podían


excusarse las de diez o doce años, mas no las que pasaban de los dieciocho. A una de
éstas, un día Don Bosco le dijo:

«Me gustaría que me explicases una cosa. Dime, ¿por qué tratas tan mal a tus
brazos?».

«De ningún modo - intervino su madre-; si usted lo supiera: tengo que reñirla
constantemente por su vanidad».

«Sin embargo, yo repito - siguió diciendo Don Bosco a la niña-, tú tratas mal a tus
brazos, porque cuando mueras, yo deseo que vayas al cielo; y va a resultar que estos tus
brazos van a ser arrojados al fuego. Y esto, ¿no es tratarlos mal?».

«Pero yo no hago nada malo; y no quiero ir al infierno».

«Pues hay que resignarse: las cosas son así: al menos irás al purgatorio, y quién sabe
por cuánto tiempo».

«Pero, ¿este aviso va también para mí? - exclamó sonrojada una de las mayores-. ¿qué
va a ser de mí que llevo tan descubierto el cuello?».

«Pues eso; que las llamas de los brazos subirán hasta el cuello y lo envolverán del
todo».

«¡Entendido! - exclamó la madre-. Me toca a mí poner remedio. Le agradezco su


aviso».

(Cf. Memorie Biografiche, II, 95; MBe, II, 82-83.)

40
29 DE ENERO
¡Y LLEGO LA LLUVIA!

Don Bosco con sus oraciones y su predicación eficaz, el 15 de agosto de 1864 obtuvo
una abundante lluvia sobre los campos de Montemagno (Asti). Hacía tres meses que un
cielo plomizo negaba la lluvia a los campos abrasados. Don Bosco, en el primer sermón,
dijo al pueblo:

«Si venís a los sermones de estos tres días, si os reconciliáis con Dios por medio de
una buena confesión, yo os prometo una lluvia abundante».

Su fervorosa exhortación venció los corazones. Pero era la Virgen la que había
hablado por la boca de Don Bosco.

El día de la fiesta de la Asunción hubo una comunión general, como hacía tiempo no
se había visto.

Y Don Bosco, en casa del marqués Fassati, estaba preocupado. Tocaron las campanas
a Vísperas y comenzó el canto de los salmos en la iglesia. Don Bosco, apoyado en la
ventana, interpelaba al cielo que parecía inconmovible. Llamó al sacristán:

«Juan, vaya detrás del castillo del barón Garofoli, observe cómo se pone el tiempo y si
hay algún indicio de lluvia».

«Terso como un espejo; apenas si se ve una nubecilla, como la suela de una zapatilla,
hacia Biella».

«¿Era acaso como la nubecilla del Carmelo en tiempo de Elías?».

Don Bosco subió al púlpito y apenas dijo las primeras frases se oyó el prolongado
rumor de un trueno y poco después una lluvia torrencial y persistente golpeaba contra las
cristaleras. Todos reconocieron el milagro.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 725; MBe, XVII, 617-619.)

41
30 DE ENERO
EL PENSAMIENTO DE LA MUERTE

La marquesa María Vitelleschi, que sentía un invencible escalofrío pensando en la


muerte, al principio del año 1866 escribió así a Don Bosco: «Favorecida por el Señor
con tantos bienes de fortuna, tengo, sin embargo, una pena terrible: es el pensamiento de
morir. Estoy dispuesta a todo, con tal de que logre ver que cesa este continuo y
espantoso tormento. Éste es el único motivo de la presente carta. El tiempo vuela, y la
enfermedad que tengo puede traer, quizá pronto, sus fatales consecuencias».

Don Bosco le respondió: «Le aseguro que María Auxiliadora ya le ha concedido la


gracia pedida. Usted morirá sin ninguna aprensión; más aún, sin darse cuenta apenas de
ello».

A finales de 1871, dijo un día la marquesa a su marido: «Querido, como hace bastante
tiempo que no he hecho confesión general, voy a prepararme para ella durante los
últimos días de este año». Fue, se confesó y volvió a casa tan satisfecha que no cabía en
sí de alegría.

Era el 31 de diciembre. Al día siguiente, primero de año, recibió la comunión y volvió


a su palacio exclamando:

«¡Qué comunión! ¡Nunca había hecho una comunión como ésta! Vale más que todas
las demás de mi vida juntas».

De pronto, dijo la marquesa a los sirvientes: «Abrid las persianas, porque hay mucha
oscuridad».

«Están abiertas de par en par, señora marquesa».

«Y sin embargo...». Volviéndose al marido, le dice sonriendo: «Ángel, Ángel, ¡quizá


me estoy muriendo! ¿Sabes? ¡Quizá me estoy muriendo!».

Fueron sus últimas palabras. Estaba muerta. Sin dolores y sin el menor cambio de
fisonomía.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 703; MBe, VIII, 597-598.)

42
43
31 DE ENERO
DON BOSCO SE VA AL PARAÍSO

Desde hacía más de un mes, Don Bosco estaba acostado en lo que habría sido su lecho
de muerte. Todavía en la vigilia de su entrada en el Cielo, a quien le hablaba de curación
decía: «Mañana haré un largo viaje».

En la mañana del lunes 30 de enero pudo todavía recibir la santa Comunión. Fue la
última de su vida.

La noche siguiente estuvo asistido por algunos hermanos... Pero apenas se tuvo la
impresión de que entraba en agonía, corrieron enseguida sacerdotes, clérigos y seglares
para rezar al lado del Padre que estaba a punto de dejar huérfanos a sus hijos. A las 3
llegó un telegrama del Vaticano anunciando la bendición del Papa León XIII.

Poco después, cesaba el estertor y monseñor Juan Cagliero, llegado de América


porque le parecía que una voz interior le invitaba a hacer aquel viaje, susurraba en voz
alta: «Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía... Jesús, José y María,
asistidme en mi última agonía... Jesús, José y María, expire en paz con Vos el alma
mía».

El Beato don Miguel Rua, primer sucesor, y los otros salesianos de la primera hora
que habían trabajado al lado de Don Bosco y ahora recogían su preciosa herencia
indicada en el lema: «Da mihi animas, cetera tolle», lloraban abrumados por el dolor.

A las 4.45 horas Don Bosco expiró.

Era el martes 31 de enero de 1888. Tenía 72 años, 5 meses y 15 días.

La dolorosa noticia, difundida por la ciudad, produjo una general y profunda


impresión: muchas tiendas y comercios cerraron con el consabido letrero: «Cerrado por
defunción de Don Bosco».

(Cf. Memorie Biografiche, XVIII, 538 passim; MBe, XVIII, 467-472 passim.)

44
45
1 DE FEBRERO
RECE AL ÁNGEL DE LA GUARDA

La mujer del embajador de Portugal debía trasladarse de Turín a Chieri para despachar
algunos asuntos. Entonces ese viaje equivalía a arriesgar la propia vida a causa de los
muchos bandidos que infestaban los bordes boscosos de las carreteras y más todavía las
representadas por el piso de la carretera y el capricho de los caballos que enganchaban en
las diligencias de servicio.

No hay que maravillarse, por tanto, si antes de partir, además de arreglar las últimas
voluntades, esa señora quisiese también arreglar las cosas del alma.

Oída la confesión de esta mujer, Don Bosco le indicó que hiciese una determinada
limosna. La señora respondió cortésmente que no habría podido cumplir aquella
penitencia porque aquel mismo día debía salir de Turín.

«Bien, entonces cumpla esta otra: pida a su Ángel de la Guarda rezándole tres veces el
Angele Dei que la asista, la preserve de todo mal, para que no se asuste de lo que hoy va
a sucederle».

La señora, más maravillada que afligida, hizo de corazón la penitencia. Luego subió al
carruaje, no escondiendo el sentido de aprensión por la extraña penitencia impuesta por
el sacerdote.

En un determinado punto de la carretera, los caballos comenzaron a ganar la mano al


cochero y a rehusar obstinadamente su guía. No le bastó su pericia para encarrilarlos y al
final él, la diligencia y los viajeros, se vieron envueltos en una caída y vuelco de miedo.
En este punto la señora recurrió una vez más a su Ángel de la Guarda, invocando
espasmódicamente, segura ya de que su confesor había visto claro y la había aconsejado
bien. Todos prosiguieron a pie, pero sanos y salvos.

Al volver a Turín fue en busca de aquel sacerdote y se convirtió en su admiradora y


bienhechora.

(Cf. Memorie Biografiche, II, 168; MBe, II, 136-138.)

46
2 DE FEBRERO
UN TRUENO PROVIDENCIAL

Cuando el Oratorio de San Francisco de Sales en casa Pinardi no era ya suficiente para
los muchachos que acudían a montones, Don Bosco tuvo que pensar en abrir otro.

Lo encontró y lo pidió a la propietaria, la señora Vaglienti. Pero ésta pedía demasiado


y permanecía obstinadamente inflexible a las razones y a las oraciones del pobre
sacerdote, cuya bolsa no podía someterse a tal gasto.

Mientras Don Bosco trata de convencer a la señora Vaglienti, de repente el cielo, que
durante estos tristes tratos se había nublado, soltó un trueno tan fuerte que sacudió toda
la casa, y un relámpago deslumbrador cegó los ojos de los interlocutores.

Muerta de miedo, la señora cambió inmediatamente de conversación y exclamó:

«¡Dios me salve del rayo, le cedo la casa por lo que usted me ofrece!».

No se oyeron otros truenos, el cielo escampó casi enseguida y la buena señora


maravillada por lo acontecido, no puso ninguna dificultad más, sino que se contentó con
el precio que el pobre Don Bosco le ofrecía.

(Cf. D'Espiney, Don Bosco, 131.)

47
3 DE FEBRERO
DON BOSCO Y SAN BLAS

Era el año 1868 - dejó escrito don Juan Garino-, y yo me encontraba en el Colegio de
Mirabello Monferrato, cerca de Casale, como profesor del cuarto curso de Bachillerato.
El 3 de febrero por la mañana, día de san Blas, fui como todos a recibir la bendición de
la garganta. Al salir de la iglesia comencé a sentir un dolor que me molestaba bastante al
tragar la saliva. Don Bosco vino a Mirabello unos días después y yo me presenté a él con
un compañero (creo que era don Pablo Albera), el cual le dijo a Don Bosco:

«Don Bosco, ¿sabe la gracia que le ha hecho san Blas a Garino? ¡Fue a recibir la
bendición de la garganta sin ningún mal y desde entonces le duele!».

Don Bosco, sonriendo, me dijo que aguantase el mal hasta la Anunciación (25 de
marzo). Y así fue. Daba lo mejor que podía un poquito de clase, aunque con mucha
dificultad; llegó el día 25 de marzo y después de comer, mientras me entretenía con
algunos alumnos míos en el patio, de repente, me sentí totalmente libre de la molestia
que desde san Blas no me había dejado en paz.

Entonces me acordé de las palabras de Don Bosco y conté el caso a mis alumnos, los
cuales, ya llenos de admiración por él, la tuvieron después mayor.

(Cf. Memorie Biografiche, IX, 74; MBe, IX, 79-80.)

48
4 DE FEBRERO
INCREÍBLE HISTORIA DE UN CÁLIZ

Hacia el final de 1846, Don Bosco necesitaba un cáliz, pero no sabía cómo adquirirlo,
pues no tenía dinero para comprarlo.

Cuando he aquí que una noche soñó que en su baúl había depositada una cantidad
suficiente para ello.

Salió a Turín, por la mañana, para varios asuntos y, mientras caminaba, le vino a la
memoria el sueño; pensó en la alegría que iba a tener si el sueño fuera realidad, y fue tal
la impresión que experimentó, que se determinó volver a casa enseguida para registrar el
baúl.

Así lo hizo y encontró en él ocho escudos, precisamente el importe del cáliz.

Nadie había podido ponerlos allí, pues el baúl estaba siempre cerrado. Margarita, su
madre, no tenía dineros como para darle semejantes sorpresas y también ella quedó
extrañada cuando supo lo ocurrido.

(Cf. Memorie Biografiche, III, 31; MBe, III, 36.)

49
5 DE FEBRERO
Si TU TE QUEDARAS CIEGO...

Don Bosco hacía auténtica catequesis, predicaba sermones, en forma familiar, hasta en la
plaza. En cierta ocasión (1846), estaba en Puerta Palacio, rodeado de gente del pueblo, y
empezó sus razonamientos sobre la necesidad de escuchar la palabra de Dios.

Estaban presentes algunos descarados mozalbetes que no querían escuchar y encima


estorbaban a los otros. Don Bosco les rogó que estuvieran quietos, pero en vano. Un tal
Botta alzó más la voz y dijo: «No queremos oír sermones».

«¿Y... si te quedaras ciego en este instante, querrías escuchar la palabra de Dios?», le


preguntó Don Bosco.

«¡Hum! ¡Me gustaría ver quién es capaz de dejarme ciego!».

Y se volvió al compañero gritándole con rabia:

«¡Granuja! ¿Por qué escapas? ¿Tienes miedo? ¡Ven aquí!».

«¡Pero si estoy a tu lado...!».

«Pues no te veo... pero... ¿qué es esto?. no veo nada...».

Fue aquello un espanto general: todos se pusieron a suplicar a Don Bosco que
restituyera la vista a aquel desgraciado. El mismísimo Botta se lo suplicaba:

«Don Bosco, ruegue por mí. Pido perdón».

Y se puso de rodillas llorando.

«Recita el acto de contrición; nosotros rezaremos, pero promete, entretanto, que irás a
confesarte, y el Señor te concederá de nuevo la vista».

«Sí, sí, ahora mismo me confieso».

Y quería confesarse allí mismo. Entonces Don Bosco rezó una oración junto con los
circunstantes. Y el muchacho hizo que, al caer de la tarde, le acompañaran a confesarse.

50
Al acabar, recobró la vista.

(Cf. Memorie Biografiche, III, 491; MBe, III, 381-382.)

51
6 DE FEBRERO
UNA CURACIÓN ESPECIAL

Don Bosco era famoso por sus bendiciones a los que sufrían dolor de muelas.

Un día, atravesaba la Plaza de Manuel Filiberto, junto a la Plaza de Milán, en


dirección a la ciudad. Unos muchachos acompañaban a un amigo suyo, atormentado por
un fuerte dolor de muelas, que gritaba fuera de sí y blasfemaba horriblemente. Los
compañeros, al ver a Don Bosco desde lejos, le dijeron:

«Mira, mira; Don Bosco viene por allí hacia nosotros; encomiéndate a él; dile que te
dé su bendición».

Entretanto, Don Bosco llegó a ellos; pero el pobrecito no quería escuchar las palabras
que el buen sacerdote se esforzaba en repetirle. Al fin, con sus amables exhortaciones,
logró que el muchacho se calmara. Se arrodilló, recitó el acto de contrición pidiendo
perdón a Dios por las blasfemias proferidas y prometió ir a confesarse. Don Bosco le dio
la bendición y el dolor de muelas cesó.

La noticia corrió tanto que los atormentados por semejante dolor iban a él para que los
bendijese y curaban instantáneamente. Pero Don Bosco, para disminuir la concurrencia y
para que no le atribuyeran aquellas curaciones, empezó a sugerir o hacer que otros
aconsejaran a tales enfermos algún acto especial de piedad en honor del Santísimo
Sacramento, de María Santísima o de san Luis. Y apenas cumplían aquel acto piadoso,
cesaba el dolor.

(Cf. Memorie Biografiche, III, 492; MBe, III, 382-383.)

52
7 DE FEBRERO
LA BOLSA 0 LA VIDA

En el mes de agosto de 1846, tras una grave enfermedad, Don Bosco se retiró a la casa
paterna para terminar allí su convalecencia.

Hacia el caer del día, volvíase a casa tan tranquilo desde Capriglio, pueblo de su
madre. Estaba para internarse por un bosquecillo, cuando se sintió sacudido por una voz
fuerte, que le gritó: «¡O la bolsa o la vida!».

«Pero tú, ¿qué le harías a Don Bosco? ¿Tendrías agallas para quitarle la vida? ¿Éstas
son tus promesas?».

Don Bosco pudo hablar así porque reconoció en aquel desgraciado a uno que había
estado en la cárcel de Turín y que él había atendido en sus necesidades de alma y cuerpo.

«Don Bosco, perdóneme. Me abrieron la prisión el otro día... Me fui a casa, pero nadie
quiso recibirme. Incluso mi madre me volvió las espaldas. No como desde hace dos
días... Ya no hay paz para mí».

«Te la he dado tantas veces en la cárcel y te la daré ahora que estás libre».

Se confesó y luego Don Bosco lo llevó a la Casita de los Becchi.

El pobrecito comió un poco de menestra. Rezó las oraciones. Fue al cuartito que le
destinaron para dormir, pero no se acostó. A la mañana siguiente asistió más calmado ya
a la Misa en la capilla de Morialdo y aceptó un poco de desayuno.

Don Bosco, para completar la obra, seguro de su conversión, le dio una carta para su
párroco. Por este camino fue de nuevo admitido en casa, recibido como hijo y hermano;
y el poco tiempo que todavía vivió, sirvió para edificar a todos con su cambio.

(Cf. Francesia, Vita di Don Bosco, 126.)

53
8 DE FEBRERO
DON BOSCO Y EL ENLOQUECIDO

El prado Filippi, que Don Bosco había alquilado para su Oratorio, se secaba, y así
recibió con los quince días de costumbre por adelantado la despedida. Al mismo tiempo
expiraban los tres meses que la marquesa Barolo le había concedido para que se
decidiera a dedicarse exclusivamente a sus Institutos.

Echado de un sitio y de otro con sus muchachos, pero persuadido de que pronto o
tarde tendría que suceder lo soñado, solía animarse a sí y a sus compañeros diciéndoles
que tuviesen paciencia, porque ya estaba preparado un hermoso local para el Oratorio,
un amplio patio con pórticos, iglesia, clérigos y sacerdotes y que pronto entrarían en
posesión de ello. Este modo de hablar entre en serio y en broma, con cierto aire
persuasivo, hizo nacer en muchos la sospecha de que el cerebro andaba flojo. Por eso,
unos lo compadecían, otros se burlaban y casi todos lo abandonaron.

Don Pacchiotti, su compañero en el Refugio, oyendo a Don Bosco que habría hecho
una iglesia, salió con esta exclamación: «Si usted es capaz de levantar una iglesia, yo me
como un perro».

Yo que escribo estas líneas he visto a aquel incrédulo, en el día en que se puso la
primera piedra del Oratorio de San Francisco de Sales, acercarse a Don Bosco y decirle
estas palabras: «Me alegro inmensamente con esta fiesta, pero espero me perdone la
apuesta que hice».

«¿Qué apuesta?», preguntó Don Bosco.

«¡La de comerme un perro!», dijo don Pacchiotti. Y alejándose decía: «Ahora creo
todo y más todavía de lo que se decía en aquellos días tristes».

(Cf. Francesia, Vita di Don Bosco, 128.)

54
9 DE FEBRERO
DON BOSCO Y LA MARQUESA BAROLO

La marquesa Barolo, que había ayudado de diversas maneras a Don Bosco, viéndolo tan
fijo en la idea del Oratorio, de la iglesia, de los clérigos y sacerdotes, decía:

«¡Recemos por Don Bosco, recemos por Don Bosco! ¡Pobrecillo, tan bueno! ¡Corre el
peligro de volverse loco!».

Esta piadosa señora, con la idea de prestarle un servicio caritativo, pidió a dos
venerables sacerdotes turineses que se encargaran de llevarlo al hospital de los locos,
donde ella se proponía curarlo a costa suya.

Era un día de fiesta, y Don Bosco estaba en medio de sus más de trescientos
muchachos, asistiéndolos en el recreo ruidoso e inocente al aire abierto del prado. En un
momento llega un carruaje de la ciudad, se para junto al prado, bajan de él los dos
sacerdotes, y con desenvoltura, se acercan hacia Don Bosco y le invitan a seguirlos para
una obra buena.

Don Bosco, mientras tanto, hizo entrar antes a los dos sacerdotes en el coche y luego,
por último, subió también él. El manicomio estaba a dos pasos del patio del Oratorio, y
en un momento se encontraron a su puerta. Pero Don Bosco, apenas el carruaje estuvo
cerca del manicomio, abrió la portezuela, bajó, volvió a cerrarla y regresó contento y
afortunado en medio de sus jóvenes. Al verlo de nuevo, fue saludado con un grito de
alegría, y hasta bastante tarde el recreo continuó animado y jubiloso, según costumbre.

Los dos sacerdotes se rieron un poco de su aventura, luego se hicieron llevar a casa.
Al encontrarlo por el camino, le dijeron: «¡Ah, granuja, nos has ganado; te has dado
cuenta! ¿Eh? ¡Bien!».

(Cf. Francesia, Vita di Don Bosco, 128.)

55
10 DE FEBRERO
LAS CAMPANAS TOCAN SOLAS

El prado donde jugaban los chicos recogidos por Don Bosco había sido desalquilado y el
5 de abril, Domingo de Ramos, iba a ser el último día que se reunieran en él.

Muy amargado, pero confiando siempre en Dios y en la Santísima Virgen, Don Bosco
pensó poner a prueba las oraciones de sus jovencitos, muchos de los cuales eran
verdaderos ángeles.

Por esto, en la mañana de aquel domingo, reunidos en el prado, después de haber


confesado a muchos, les anunció que irían a Misa a la Virgen del Campo, convento a dos
kilómetros de Turín, como en peregrinación.

Iban todos recogidos y rezando el rosario o cantando cantos sacros, cuando he aquí
que al entrar en el camino que lleva de la carretera al convento, todas las campanas de la
iglesia se pusieron a tocar a rebato.

Era la primera vez que acontecía algo semejante y jamás tuvieron una acogida tan
clamorosa. De ahí que Don Bosco quisiera agradecérselo vivamente al Padre Fulgencio,
guardián del convento y entonces confesor del rey Carlos Alberto.

Pero don Fulgencio respondió que ni él ni nadie del convento habían dado la orden de
repicar las campanas a su llegada.

El hecho es que las campanas sonaron y por mucho que el guardián indagó no
consiguió descubrir quién las había tocado; las campanas habían repicado solas.

(Cf. D'Espiney, Don Bosco, 138.)

56
11 DE FEBRERO
PASCUA DE RESURRECCIÓN

Reunidos los jóvenes en la iglesia del convento de la Virgen del Campo, Don Bosco
comenzó la celebración de la Santa Misa. En el sermón comparó su pequeño ejército a
pájaros a los que se les había tirado el nido al suelo, y les recomendó que rezasen a la
Virgen para que les proveyese de uno más estable y más seguro.

Por la tarde, los jóvenes volvieron más numerosos y, mientras alegres ensordecían el
aire con sus gritos, corrían y se divertían, Don Bosco, que observaba con tristeza aquel
recreo, se quedó distraído de aquel pensamiento al ver llegar a un hombre que le ofreció
en alquiler un caserío cubierto cerca de allí.

Don Bosco fue enseguida a ver el lugar: encontró que iba bien para su proyecto.
Habló con el dueño: trató del precio y de las condiciones, y luego, con el alma
santamente contenta, volvió con sus jóvenes para anunciarles el sitio donde se reunirían
el domingo siguiente, 12 de abril, Pascua de Resurrección.

Fue un momento de conmoción y de indescriptible entusiasmo.

Don Bosco, después de decir algunas palabras sobre el feliz resultado de la


peregrinación a la Virgen del Campo, invitó a todos a rezar el Rosario. Fue aquélla la
oración de acción de gracias a la Madre celestial, que tan pronto los había amorosamente
escuchado.

(Cf. Francesia, Vita di Don Bosco, 113.)

57
12 DE FEBRERO
DON BOSCO LEE LA CONCIENCIA

Hubo en los primeros años del Oratorio un muchacho natural de Biella, el cual, al llegar
a Turín, entró a confesarse en la iglesia de la Consolación y después fue al Internado de
Valdocco, donde había sido aceptado en calidad de estudiante.

Estaba Don Bosco hablando con los muchachos que le rodeaban sobre el
discernimiento de los corazones y le recordaban ellos alguna revelación sorprendente de
ciertos secretos, que él había hecho. Escuchaba el alumno recién llegado la conversación,
y de repente se atrevió a decir:

«Don Bosco, le desafío a leer mis pecados».

Don Bosco, cuando lo tuvo al lado, lo miró a la frente y le dijo unas palabras al oído.
La cara del muchacho se encendió como una brasa. Volvió Don Bosco a mirarlo a la
frente y díjole de nuevo alguna otra palabra en secreto, que tal vez precisaba de una
manera pormenorizada su vida pasada. El muchacho se echó a llorar y gritó:

«¡Usted es el que me confesó esta mañana en la iglesia de la Consolación! ¡Esto no se


puede hacer!».

«¡Imposible!, interrumpieron los compañeros; Don Bosco no ha salido de casa esta


mañana; ni podía saber que tú te hubieras confesado. Estás muy lejos de la verdad,
porque todavía no sabes quién es Don Bosco».

Ante aquellas evidentes razones, el buen muchacho se tranquilizó y desde aquel


instante puso toda su confianza en Don Bosco.

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 458; MBe, VI, 348.)

58
13 DE FEBRERO
¡HE PERDIDO MIS PECADOS!

¿Quién no recuerda el caso de aquel muchacho que, cuando se hicieron ejercicios


espirituales por primera vez en el Oratorio de Valdocco, escribió sus pecados y luego
perdió la hoja donde los había escrito? El pobrecito iba entre sus compañeros
preguntando medio en lombardo y medio en italiano:

«¿Quién ha encontrado mis pecados?».

Todos le miraban con aire sonriente y sólo podían admirar su simplicidad. Pero se lo
encontró Don Bosco y paternalmente le exhortó a que se confesara con él.

«Pero si no me acuerdo de nada».

«Ya te diré yo tus pecados; no lo dudes».

Fue con él a la capilla donde entonces estaban devotos y contentos, casi como ahora
en María Auxiliadora, y se le arrodilló cerca.

Cuando oyó que le repetían no confusamente, como lo habría hecho él, sino con orden
y precisión la dolorosa historia de su conciencia, dejó por un momento su seriedad y
compostura externas y le dijo en su dialecto: «Ha sido usted, ha sido usted», como si
quisiera decirle: «Usted se ha encontrado mis pecados».

Los jóvenes estaban acostumbrados a comprobar este señalado don del Cielo que le
consentía a Don Bosco leer claro en las conciencias de sus hijos, y decían: «Quien se va
a confesar con Don Bosco sólo tiene que decir: "¡Sí, señor!". Él hace el examen y actúa
de tal forma que nos deja completamente tranquilos».

(Cf. Francesia, Don Bosco amico delle anime, 184.)

59
14 DE FEBRERO
MULTIPLICACIÓN DE LAS HOSTIAS

Se celebraba en el Oratorio de Valdocco una de las fiestas más solemnes. Se habían


confesado cerca de seiscientos cincuenta jóvenes y estaban preparados para recibir la
Santa Comunión. Don Bosco comenzó la Santa Misa persuadido de que en el sagrario
estaba el copón lleno de hostias consagradas. Pero en la comunión tuvo la amarga
sorpresa de constatar el olvido del sacristán. Desolado por tener que dejar a tantísimos
sin poder recibir el Sacramento, alzó los ojos al cielo y continuó distribuyendo
comuniones.

Y he aquí que, con gran maravilla suya y del pobrecito sacristán Buzzetti, que de
rodillas y confundido pensaba en el disgusto ocasionado a Don Bosco con su olvido,
veía él que las hostias iban creciendo entre sus manos de forma que pudo dar la
comunión a todos los muchachos con las formas enteras. Al terminar la función,
Buzzetti, fuera de sí, contó lo ocurrido a sus compañeros, algunos de los cuales habían
advertido el hecho y, para comprobarlo, enseñaba el copón lleno de hostias que tenía
preparado en la sacristía.

Quince años después, el 18 de octubre de 1863, Don Bosco mismo confirmó la verdad
de este hecho. Estaba hablando en privado con algunos de sus clérigos; le preguntaron
sobre la verdad de lo que contaba Buzzetti. Don Bosco se puso un tanto serio y, al cabo
de un rato, respondió: «Sí, había muy pocas hostias en el copón y, no obstante, pude dar
la comunión a todos los que se acercaron al comulgatorio, que fueron muchos. Con este
milagro quiso demostrar Nuestro Señor Jesucristo cuánto le agradan las comuniones
frecuentes y bien hechas».

Y habiéndole preguntado qué sentimientos experimentaba en aquellos momentos en


su corazón, contestó:

«Estaba conmovido, pero tranquilo. Yo pensaba: es un milagro mayor el de la


consagración que el de la multiplicación. Pero sea bendito el Señor por todo».

(Cf. Memorie Biografiche, III, 441; MBe, III, 344-345.)

60
15 DE FEBRERO
LA ULTIMA CONFESION DE CARLOS

Un día vinieron a llamar a Don Bosco para atender a un joven que frecuentaba
ordinariamente el Oratorio y que se hallaba gravemente enfermo. Don Bosco no estaba y
no volvió a Turín hasta dos días después y sólo al día siguiente, a eso de las cuatro de la
tarde, pudo acudir a la casa del enfermo.

Subió para saludarlo y animar a los padres a quienes encontró deshechos en llanto. Le
dijeron que Carlos había muerto aquella misma mañana. Pidió entonces Don Bosco
pasar a ver al difunto para estar con él una vez más. Se acercó al lecho y le llamó por su
nombre: «¡Carlos!».

Él, como si despertara de un profundo sueño, abrió los ojos, miró en torno, se
incorporó un poco y dijo:

«¡Oh, Don Bosco! ¡Si usted supiera! ¡Cuánto le he esperado: le buscaba precisamente
a usted..., le necesito mucho. Es Dios quien lo ha mandado...! ¡Qué bien ha hecho
viniendo a despertarme! Me parecía estar arrojado en una oscura caverna, tan estrecha
que sentía que me faltaba el aliento. Al fondo en un espacio más vasto y mejor
alumbrado eran sometidas a juicio numerosas almas y yo veía con creciente terror que
muchas de ellas eran condenadas. Llegó por fin mi turno y ya estaba a punto de padecer
la misma condena y su misma horrible suerte, por haber hecho mal mi última confesión,
cuando usted me despertó en ese preciso instante».

Contó, además, que había caído desgraciadamente en una culpa, que consideraba
mortal y de la que había tenido firme intención de confesarse. Se confesó con otro
sacerdote desconocido, con el cual no tuvo ánimo para confesar la culpa cometida.

Por tanto, se confesó con verdadero dolor y, recibida la absolución, cerró los ojos y,
serenamente, expiró.

(Cf. Memorie Biografiche, III, 495; MBe, III, 385-387.)

61
16 DE FEBRERO
EL SACERDOTE DE LA POLENTA

Un día se presentó a Don Bosco un hombre pidiéndole limosna. Decía que tenía cuatro o
cinco hijos a los que no había podido dar de comer desde el día anterior y que, los
pobrecitos, se morían de hambre.

Don Bosco lo miró con aire compasivo y empezó a registrar por aquí y por allá, hasta
que encontró cuatro perrillas y se las dio, acompañadas de una bendición.

Don Bosco, que había leído en el corazón de aquel hombre, vio que era sincero y le
habría dado cien liras... pero no las tenía. En efecto, era trabajador y estaba muy
encariñado con su familia: había llegado a ese estado de indigencia sólo por la mala
fortuna.

Algún tiempo después, uno del Oratorio encontró por Turín a aquel hombre a quien
Don Bosco había dado las cuatro perrillas. Preguntado, dijo que con aquellos céntimos
había ido a comprar harina de maíz y había hecho polenta. Que todos habían comido
hasta saciarse y que, después de la bendición de Don Bosco, los asuntos de su casa iban
mejorando de día en día.

En casa, añadió, habían dado a Don Bosco el sobrenombre del cura del milagro de la
polenta, porque con cuatro perrillas de harina, al precio que se paga, escasamente habría
habido para dos personas y, en cambio, comieron y se saciaron hasta siete.

(Cf. Memorie Biografiche, III, 493; MBe, III, 383-384.)

62
17 DE FEBRERO
DIOS PERDONA TODO

Encontrábase gravemente enfermo en Turín cierto empleado del gobierno, que había
intervenido en la ejecución de ciertas leyes contra los derechos de la Iglesia. Hacía
tiempo que vivía alejado de los sacramentos: la lectura de pésimos diarios había apagado
en su corazón todo sentimiento de fe.

Don Bosco, enterado de su estado precario de salud por el hijo que frecuentaba con
asiduidad e interés el Oratorio de Valdocco, quiso ir a visitarlo. Apenas llegado, le
preguntó cómo estaba:

«Como me ve», respondió secamente el enfermo.

Recitó tres Avemarías con el hijo y le mandó a la sala. Luego Don Bosco preguntó a
aquel hombre con naturalidad por sus estudios, por los cargos que había ocupado,
haciéndole hablar de los años de su adolescencia, de su juventud, de su edad madura.
Comenzó el enfermo a soltar alguna confidencia y Don Bosco, sin dar muestras de que
investigaba, bromeando y compadeciendo las flaquezas humanas, arrancó de sus labios
cuanto bastaba para formarse un somero juicio del estado de su alma. Entonces, viéndolo
muy cansado, le dijo: «Ahora, si quiere, le doy la absolución».

«Pero antes de la absolución hay que confesarse y yo no quiero hacerlo».

«Pero usted ya se ha confesado, y yo lo he comprendido todo. Ahora rece el acto de


contrición. Porque Dios lo perdona todo».

El enfermo rompió a llorar y luego exclamó: «¡Ah, sí; Dios es verdaderamente


bueno!».

Entendiendo Don Bosco que le restaban pocas horas de vida, apoyándose en las
declaraciones del médico, se dio prisa. Hízole todavía algunas preguntas y, persuadido
de que estaba dispuesto a hacer lo que le pedía la Iglesia, lo absolvió, dejándolo muy
sereno.

(Cf. Memorie Biografiche VI, 37-38; MBe, VI, 39-40.)

63
18 DE FEBRERO
DON BOSCO EN BUSCA DE DINERO

El día 20 de enero de 1858, Don Bosco debía liquidar una cuantiosa deuda y no tenía ni
un céntimo. El acreedor había esperado algún tiempo, pero ya no admitía dilación. Llegó
el día 12 y seguía Don Bosco sin el menor asomo de esperanza.

Al verse en aquellos aprietos, dijo a unos muchachos aparte: «Hoy necesito una gracia
particular: voy a Turín, quiero que durante el tiempo que esté fuera, haya uno de
vosotros en la iglesia orando».

Así se hizo. Don Bosco salió a la ciudad y los muchachos se turnaron para rezar en la
iglesia.

Caminaba Don Bosco por Turín; ya cerca de la iglesia de los Lazaristas se le presentó
un señor desconocido y después de saludarlo, le preguntó: «Don Bosco, ¿es verdad que
le hace falta dinero?».

«¡No sólo me hace falta, tengo verdadera necesidad!».

«Pues si es así, tome», y le entregó un sobre que contenía varios billetes de mil liras.
«Tómelo y aprovéchelo para sus muchachos».

«¡Gracias, y que la Virgen se lo pague!. Y si usted quiere le doy un recibo».

«No es necesario».

Tomó Don Bosco los billetes que el desconocido le entregaba y añadió: «Dígame al
menos su nombre para conocer a mi bienhechor».

«¡No averigüe más! El donante no quiere ser conocido: sólo desea que se rece por él».

Así diciendo se marchó a toda prisa. Era un rasgo evidente de la divina Providencia.
Don Bosco envió en seguida el dinero a su acreedor.

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 174-175; MBe, VI, 139-140.)

64
19 DE FEBRERO
UNA RECETA DE DON BOSCO

En 1858, Don Bosco y Don Rua fueron a Roma. Llegados a un pueblo llamado Palo, el
conductor invitó a los pasajeros a apearse, porque quería que descansaran los caballos y
echarles un pienso. Dado que la parada duraba una hora, Don Bosco y el clérigo Rua
aprovecharon para entrar en un mesón. La mesa estuvo enseguida a punto y los dos
famélicos viajeros se sentaron frente a frente y comieron cuanto les pusieron delante.

Mientras tanto, el hombre que les había servido se acurrucó en un rincón de la sala,
envuelto en una manta, tan demacrado, acabado, tembloroso y pálido, que parecía la
imagen de la muerte. Mediada la comida, se acercó a Don Bosco y le dijo: «¿Usted se ha
mareado, verdad, reverendo?».

«¡Ciertísimo! y ahora tengo gran apetito».

«Pues bien, escúcheme: no coma más, que le fastidiará y le hará daño».

Don Bosco se lo agradeció y entabló con él una conversación por la que vino a saber
que aquel hombre era el dueño del mesón y hacía tiempo que era víctima de unas fiebres
tan fuertes, que le ponían al borde de la muerte. Y preguntaba si conocía alguna
medicina para su mal.

«Sí que la tendría. Desde hoy comience a rezar un Padrenuestro y una Avemaría en
honor de san Luis y una Salve a la Santísima Virgen durante tres meses. El domingo
vaya a cumplir con sus devociones y, si tiene fe, esté seguro de que le dejará la fiebre».

Tomó luego un pedazo de papel, escribió a lápiz su receta y le encargó que la llevara a
un farmacéutico.

El mesonero estaba fuera de sí por la alegría. Y, no sabiendo cómo demostrarle su


agradecimiento, besaba y volvía a besar la mano de Don Bosco.

(Cf. Memorie Biografiche, V, 816; MBe, V, 579-580.)

65
20 DE FEBRERO
DON BOSCO Y EL VINO

También en la bebida Don Bosco era modelo de templanza. Aunque viniera de un


pueblo donde se hace un vino excelente, bebía poquísimo, y sólo en las comidas, y aun
esto siempre echándole agua.

Hasta 1858 y más adelante, la cantina del Oratorio estaba abastecida en parte por el
municipio, que mandaba casi cada semana una mezcla, no demasiado agradable, de
muestras de vinos y fondos de cubas que quedaban en el mercado; Don Bosco bebía
también aquellas mezclas.

Muchas veces se olvidaba también de beber, y tocaba a los que estaban cerca de él
echarle vino. Si el vino era bueno, buscaba en seguida el agua para hacerlo más bueno, y
decía: «¡He renunciado al mundo y al demonio, pero no a las pompas!».

Fuera de las comidas, en casa no tomaba nunca nada; huésped, en casa de otros, para
complacer a los dueños a veces aceptaba alguna gota de vino con agua.

(Cf. Lemoyne, Vita di San Giovanni Bosco, II, 201.)


Después de la grave enfermedad que tuvo en Varazze durante el curso de 1871-1872,
solía beber un poco de vino en las comidas, y siempre muy aguado... Después de aquella
enfermedad, encargose una buena señora (la duquesa de Laval Montmorency) de
proveerle cada mes con doce botellas de vino generoso, para sostener su depauperada
constitución, y nunca llegó a consumirlas todas en un mes; y, aunque las compartía con
los comensales, cada mes sobraban unas cuantas, hasta el punto de que, a su muerte, se
halló un remanente que sirvió durante unos años para los días de comidas
extraordinarias.

(Cf. Memorie Biografiche, X, 314; MBe, X, 291.)

66
21 DE FEBRERO
UN PRINCIPADO PARA SIEMPRE

Don Bosco en Roma fue invitado a ir a casa de Odescalchi para consolar el corazón de la
señora. Ésta acompañó luego a Don Bosco a las habitaciones donde yacían enfermos sus
dos hijos. Quería que Don Bosco los curase... Pero apenas Don Bosco los vio, se dirigió
a ella y le dijo: «Señora Princesa, es preciso que haga el sacrificio».

La noble mujer puso las manos en los costados y, fijándolos como airada, puso dos
ojos tan blancos que casi metían miedo. Y dijo: «No era necesario que viniese de Turín
para anunciármelo. Me habían dicho tantas cosas y esperaba...».

«Señora Princesa, "Deus superbis resistit, humilibus autem dat gratiam" (Dios resiste
a los soberbios y da su gracia a los humildes)».

Y se dispuso a marcharse. La Princesa, que era bastante virtuosa, se arrepintió


enseguida, supo frenarse y, habiéndose dado cuenta de que había hablado mal, se
corrigió y casi llorando, dijo: «¡Perdone a una pobre madre! ¡Quién sabe si no será mi
demasiado amor lo que los haga morir! ¡Rece por mí y me los bendiga!».

Don Bosco volvió atrás, fue a las habitaciones donde estaban acostados y los bendijo.
Como las hojas de otoño, uno tras otro aquellos dos hijos desaparecieron, dejando un
inmenso vacío en el alma de la madre. Don Bosco dijo: «Dejan en tierra un principado
de poco valor; van a poseer otro que nunca verá su fin. Les hablé de este cambio y me
miraron con aire agradecido, como si me quisieran expresar la idea que hasta ahora nadie
se había atrevido a decirles con tanta confianza».

(Cf. Francesia, Due mes¡ con Don Bosco a Roma, 118.)

67
22 DE FEBRERO
¿SACERDOTE? ¡ANTES MUERTO!

Acompañada por el hijo menor, fue un día a visitar a Don Bosco una señora,
perteneciente a una noble familia turinesa, que pasaba por muy religiosa. Don Bosco,
entre otras cosas, le preguntó:

«Y de su primogénito ¿qué quiere hacer?».

«Será un diplomático como su padre. El segundo está en la escuela militar y se


esfuerza por llegar a general».

«Y a éste lo haremos sacerdote; ¿de acuerdo?».

A la palabra sacerdote, la visitadora, casi asustada, permaneció un instante muda;


luego, reanimada por el furor, gritó:

«¡No, sacerdote no: antes muerto!».

Don Bosco profundamente entristecido por semejante respuesta, trató de hacer razonar
a la señora. Todo fue inútil. Ocho días después, Don Bosco la vio presentarse, temblando
toda ella y, con los ojos hinchados, rogarle que fuera a su casa para bendecir al hijo: se
estaba muriendo.

Don Bosco la acompañó. El niño le agarró la mano y se la besó respetuosamente. En


aquel momento, los médicos, después de haberse consultado, declararon cándidamente
desconocer completamente la naturaleza del mal. Y el niño dirigiéndose a su madre, le
dijo: «Mamá, han sido tus palabras las que me han matado. ¿Te acuerdas cuando vimos a
Don Bosco? Dijiste que preferías verme muerto antes de darme a Dios. Y el Señor me
lleva consigo».

Don Bosco, aterrado por la triste escena, trató de confortar a aquella familia
exhortándola a resignarse a la voluntad de Dios.

Apenas salió de allí, le anunciaron la muerte del pequeño.

(Cf. D'Espiney, Don Bosco, 259.)

68
23 DE FEBRERO
PARA TENER LA PAZ

El conde de Camburzano, adicto amigo y bienhechor de Don Bosco, solía hablar de él y


de su obra, no ocultando la admiración que sentía más por los dones sobrenaturales con
que Dios le había enriquecido que por su obra en continua expansión.

Un día en Nizza Mare, hablando de Don Bosco, había acabado por arrancar sonrisas
de compasión. Una señora, que más que nadie trataba de ridiculizar las afirmaciones del
conde, lo interrumpió con estas palabras: «Me gustaría ver si ese reverendo sabe decirme
el estado de mi conciencia».

La señora escribió allí mismo a Don Bosco. El conde metió la carta cerrada dentro de
un sobre con una hoja en la que le rogaba diera alguna palabra de consuelo a aquella
pobre dama. Don Bosco respondió con su acostumbrada puntualidad al conde: «Diga a
esa señora que, para alcanzar la paz, debe reconciliarse con su marido, del que se ha
separado».

Y en una esquelita para la dama, añadía: «Su señoría puede quedar tranquila
arreglando sus confesiones, desde hace veinte años hasta el presente; y corrigiendo los
defectos cometidos en el pasado».

¿Cómo hacía Don Bosco para saber aquellas cosas y de qué manera? La verdad es que
Dios descendía de aquel modo en su ayuda, llamado especialmente por sus
manifestaciones de celo, que no lo hacían segundo a ninguno en las batallas por el bien
de las almas y los triunfos de la Iglesia.

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 29; MBe, VI, 34.)

69
24 DE FEBRERO
LA PAZ DE VILLAFRANCA

En 1859, mientras hervía la guerra en Lombardía, una tarde la condesa Cravosio tuvo
que acompañar a su pobre madre a visitar a Don Bosco. Tenía un hijo en el ejército y un
hermano ya herido.

Después de haberlas saludado con brevísimas palabras y acomodado a su lado, Don


Bosco dijo a la madre: «Señora condesa, sé lo que usted quiere decirme, pero sea
valiente. (Y bajó el tono de voz.) Esta misma noche firmará Napoleón la paz y la guerra
habrá terminado».

Al día siguiente, hacia las siete de la mañana, las dos condesas iban a oír Misa en la
iglesia de San Dalmacio. Al atravesar la calle Garibaldi, oyeron gritar a los vendedores
de periódicos: «¡La paz de Villafranca firmada esta noche por el emperador Napoleón,
Víctor Manuel y el emperador Francisco II de Austria!».

Después de la Misa, las dos condesas volvieron a ver a Don Bosco que, en el patio,
fue a su encuentro y les dijo en seguida: «Demos gracias al Señor de que los pactos
hayan sido aceptados».

Y las acompañó a la iglesia donde rezaron un poco.

¿Qué había pasado? La condesa Cravosio había hablado con Don Bosco la tarde del 6
de julio hacia las ocho. Napoleón III estaba en Villafranca: estaba horrorizado por la
carnicería que había visto en Solferino. El 11 de julio, los dos emperadores se
encontraron en Villafranca, convinieron las condiciones y se hizo la paz.

(cf. Memorie Biografiche, VI, 247; MBe, VI, 195-196.)

70
25 DE FEBRERO
RESERVADO A LAS MAMÁS

En 1930 moría en Paysandú (Uruguay) Antonio Bruno, a la hermosa edad de 84 años.


De ellos, sesenta los había pasado en calidad de coadjutor de la Congregación Salesiana.
Había nacido en Rubiana (Turín) el 18 de agosto de 1845. Su oficio era cocinero y lo
hacía muy bien. Había sido alumno de Don Bosco en Valdocco y con él, protagonista de
algunos hechos.

En junio de 1872, Antonio se encontraba enfermo en la enfermería de Valdocco.


Desde hacía una semana no tomaba ningún alimento. Al saberlo, una noche Don Bosco
pasó a verle. Le animó a tener esperanza, le bendijo y le ordenó que se levantara a la
mañana siguiente y se diera un paseo con los otros por las afueras de la ciudad.

Antonio tenía dos hermanos que vivían en casa con su madre. Un día uno de ellos
determinó irse a Francia en busca de fortuna. Fue primero a Turín para hablar con su
hermano, que lo presentó a Don Bosco. Éste le dijo en seguida que no fuera a Francia...
No fue escuchado. Partió y, un mes después, llegó la noticia de que había muerto. Don
Bosco lo había previsto.

El otro hermano tenía que ir al servicio militar, pero Don Bosco dijo que no iría.
Llegó el día de la revista militar. Salió de su pueblo la víspera con sus compañeros y con
ellos caminó toda la noche; en el camino, no se sabe cómo, se le hinchó tanto un ojo que,
apenas se presentó a la visita médica, y sólo por aquella deformidad, fue declarado inútil
al instante, con gran sorpresa de todos sus compañeros... Al volver a casa, se le había
deshinchado el ojo completamente.

Antonio partió para las misiones de América. Un día vio en sueños a su madre
sonriente: «Voy al paraíso», le dijo alegre, y desapareció. En aquel instante moría. Dios
la premiaba con una muerte tranquila y una recompensa sin antecámara.

(Cf. Memorie Biografiche, X, 23; MBe, X, 33-34.)

71
26 DE FEBRERO
MAMÁ Y HERMANA

A Filomena De Maistre, última hija del célebre escritor, Don Bosco en 1859 le predijo el
porvenir. Ella se sentía llamada por Dios a la vida religiosa y, no encontrando obstáculos
por parte de sus padres, consultó a Don Bosco sobre el particular.

Contestole el Santo: «Sí, usted se hará religiosa, pero después de mucho tiempo de
espera y pasando por trances imprevisibles al presente».

Y así sucedió. Al poco tiempo moría una hermana suya, Benedicta, dejando un hijo de
tierna edad, llamado Estanislao. Ella se casó con el cuñado por la necesidad de dar un
corazón de madre al niño.

Muy pronto quedó huérfano de padre, que murió del cólera. La buena madrastra
cuidó, con nobilísimo sacrificio, su educación religiosa y cívica y el rico patrimonio; y
cuando hubo cumplido esta santa misión, y lo hubo colocado en la espléndida carrera
que le aguardaba, se retiró entre las Hijas del Sagrado Corazón, con el nombre de María
Teresa. Murió en Roma en 1924.

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 263; XV, 465; MBe, VI, 206; XV, 403-404.)

72
27 DE FEBRERO
USTED ME AHORRA UN PASEO

Cierto día del año 1859, bajó Don Bosco al refectorio al mediodía, aunque no para
comer, pues llevaba manteo y sombrero como quien iba a salir a la calle. Extrañados, le
dijimos: «Don Bosco, ¿no come hoy con nosotros?».

«No puedo comer hoy a la hora de costumbre; antes bien necesito que cuando acabéis
de comer, os encarguéis de que esta tarde hasta las tres, haya siempre alguno de vosotros
y algunos de los mejores muchachos ante el Santísimo Sacramento».

Y salió en busca de la providencia sin saber a dónde habría ido. Al llegar al santuario
de Nuestra Señora de la Consolación, entró y rogó a la Santísima Virgen que tuviera a
bien consolarle. Volvió a la calle y anduvo de un barrio a otro desde la una hasta las dos,
momento en que llegó a una callejuela, junto a la iglesia de Santo Tomás, que sale a la
calle del Arsenal. Se le acercó un hombre bien trajeado y le dijo: «Si no me equivoco,
usted es Don Bosco. Precisamente iba en su busca y, de no haberlo encontrado, hubiera
tenido que ir hasta el Oratorio. Me ahorra un paseo. Mi amo me ha encargado entregarle
este sobre».

Don Bosco lo abrió: y se encontró con acciones de la deuda pública. Y aquel señor se
marchó.

Con aquel dinero Don Bosco se dirigió a casa Paravía y examinado el paquete de
acciones, le pagó 10.000 liras: de no haberlas pagado, habría sobrevenido un daño grave
a él y al Oratorio.

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 175; MBe, VI, 140-141.)

73
28 DE FEBRERO
DISCIPLINA Y MORALIDAD

Don Bosco era siempre muy suave, pero no dejaba pasar fácilmente las faltas de
disciplina.

El clérigo Marcelo, en el mes de mayo de 1859, aunque era asistente, no llegaba


nunca puntualmente a la lectura espiritual y a la bendición eucarística que se daba por las
tardes del mes de mayo. Don Bosco no había dejado de amonestarlo por esta y otras
faltas disciplinares.

Iba este clérigo al Oratorio de Vanchiglia todos los días festivos y, contra la voluntad
de los superiores, llevaba consigo a alguno de casa. Don Bosco quiso acabar con tal
desorden, conocido por todos, y quitar un mal ejemplo.

Así las cosas, después de las oraciones de la noche y delante de toda la comunidad,
Don Bosco trajo a colación el hecho de la grave desobediencia que cometía el que
sacaba fuera de casa a los muchachos sin permiso.

Después, empezó a preguntar públicamente, llamando por su nombre a cada uno de


los muchachos arriba mencionados:

«¿Dónde has estado esta mañana?».

«En el Oratorio de Vanchiglia».

«¿Y quién te ha llevado?».

«El clérigo Marcelo».

De la misma manera fue preguntando a los demás, los cuales daban idéntica respuesta.

En medio de un profundo silencio resonaban, a cortos intervalos, lentamente, las


palabras: «¿Y tú?», «¡Marcelo!».

Acabado el interrogatorio, Don Bosco expresó su vivo disgusto en pocas y secas


frases, pero con calma.

74
(Cf. Memorie Biografiche, VI, 306-307; MBe, VI, 238-239.)

75
29 DE FEBRERO
EL PERRO NO TENIA LA RABIA

Entre los meses de junio y julio de 1887, en Calliano Monferrato sucedió que un perro
mordió a un muchacho. Temiendo los padres que el perro estuviera rabioso, enviaron al
muchacho a Turín a casa de un tío para la cura antirrábica. Cuando el doctor examinó al
muchacho, opinó que primero se debía proceder al examen del perro, para cerciorarse de
si era hidrófobo; pero no fue posible encontrarlo.

Entonces llevaron al muchacho a Don Bosco. Y cuando se informó del asunto, dijo el
Santo: «Que se comience una novena; y, entre tanto, que el muchacho se confiese y
comulgue en la iglesia de María Auxiliadora. No lo pongan de nuevo en manos de los
médicos; el perro volverá».

En efecto, en el momento preciso en que él estaba profiriendo estas palabras, volvió el


perro y se comprobó que no era rabioso. El médico de Calliano, maravillado, publicó el
hecho de tal manera que, muchos años después, todavía se hablaba de él.

(Cf. Memorie Biografiche, XVIII, 363; MBe, XVIII, 317-318.)

76
77
1 DE MARZO
LA CONFESIÓN GENERAL

El domingo 17 de febrero de 1861, Don Bosco contó un hecho que le había sucedido
aquel mismo día:

«Había un muchacho que no quería hacer confesión general, porque no se atrevía. Lo


mandé llamar, encargando que le dijeran que, si no quería confesarse conmigo, que
viniera sin embargo a verme, pues tenía que decirle algo para el bien de su alma. Se
resistió; pero un amigo caritativo me lo trajo, convenciéndole con buenas maneras.

"¿Quién eres tú?".

"Soy fulano".

"Bien, oye: como dices que no quieres confesarte conmigo, sólo te diré lo que debes
confesar; y después estoy contentísimo de que vayas a confesarte con otro. Por
consiguiente, mira, vuelve a comenzar tu confesión desde tal época, así y así, confiesa tal
pecado y tal otro"; y le dije todo.

Al oír aquello, el pobre muchacho quedó como fuera de sí y exclamó: "¡Ah, no!, me
confieso ahora mismo con usted, no quiero ir a contar esas cosas a otro".

"Si es así, vete: vendrás mañana por la tarde; ahora, ya lo ves, tengo mucho que hacer,
pues es sábado y no queda tiempo. Mañana por la tarde, de cinco a ocho, vienes aquí a
mi cuarto y arreglaremos las cuentas".

"Así lo hizo. Esa tarde vino y se fue tan campante que daba envidia verlo"».

Este hecho lo contó Don Bosco sólo a tres o cuatro, pero no en público.

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 848-849; MBe, VI, 641.)

78
2 DE MARZO
UNA HISTORIA DE ORUGAS

Llegó un día para ver a Don Bosco una vieja campesina que tenía alquilado un huerto
cerca del Oratorio. Decía la mar de afligida: «Mi huerto está plagado de orugas que me
destrozan plantas y verduras».

«¡Y qué quiere usted que le haga, buena mujer!», dijo Don Bosco.

«Quiero que eche fuera a todos esos animalejos que tengo en el huerto, me lo
destruyen todo, me van a dejar en la miseria; deles la bendición y haga que se mueran».

Y Don Bosco respondió sonriendo: «¿Y por qué hacer morir a estos pobres
animalitos? Les daré la bendición y les mandaré a otra parte, donde no puedan hacer
daño a nadie».

Al día siguiente fui yo con Buzzetti a un huertecito sin cultivar, situado junto a la
iglesia de San Francisco, cerrado por una tapia de casi tres metros de alta que pertenecía
al Oratorio. Allí se vio una infinita cantidad de orugas quietas y pegadas a la pared y
cubriendo también unas vigas tendidas por el suelo, pilas de ladrillos y piedras
amontonadas y unos arbolillos raquíticos. Todo aparecía cubierto y el huerto de la vieja
estaba totalmente libre de aquella invasión.

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 234; MBe, VI, 184-185.)

79
3 DE MARZO
TODOS HICIERON LA COMUNIÓN

Un día de 1861, una conversación providencial con sus muchachos ofreció a Don Bosco
la ocasión de contar un hecho prodigioso. Y lo hizo con aquella encantadora sencillez
suya con la que narraba también las cosas más extraordinarias.

El discurso había caído sobre algunos jóvenes de la casa que, por su excepcional
bondad, eran favorecidos por Dios de dones sobrenaturales. Después de que Don Bosco
hubo narrado algunos hechos prodigiosos, uno de los presentes le preguntó si también a
él el Señor le había concedido alguna visión eucarística.

«Tocante a la Santa Hostia, yo nunca fui favorecido con signos sensibles o


apariciones, excepto la multiplicación de las hostias. ¡El de 1854 fue realmente un hecho
hermoso y sorprendente!

Una mañana, cuando no había en casa más sacerdote que yo (1854), celebraba la Misa
de la comunidad, como de costumbre. Después de consumir la hostia y el cáliz, empecé a
repartir la santísima comunión a los muchachos. Había en el copón unas pocas Hostias,
tal vez diez o doce.

Al principio, como se presentaron pocos, no vi la necesidad de partirlas, pero, después


de comulgar los primeros, llegaron otros y luego más, de modo que se llenó el
comulgatorio tres o cuatro veces. Hubo por lo menos cincuenta comuniones. Yo quería
volver al altar, después de comulgar los primeros, para partir las partículas que
quedaban; pero, como me parecía que estaba viendo en el copón siempre la misma
cantidad, seguí repartiendo la comunión. Y así continué sin advertir que disminuyeran
las partículas y, cuando llegué al último de los que querían comulgar, encontré en el
copón, con enorme sorpresa, una sola y con ésta, le di la comunión. Sin saber cómo, yo
había visto multiplicarse aquellas Hostias».

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 970; MBe, VI, 734.)

80
4 DE MARZO
¡DON BOSCO ESTÁ EN LA CÁRCEL!

«¡Don Bosco en la cárcel, a cinco céntimos el ejemplar!»: es lo que Don Bosco oyó
gritar a un vendedor de periódicos en la calle Santa Teresa el 28 de mayo de 1869. Dio
diez céntimos a un joven llamado Juan Bautista Garino que le acompañaba (y que más
tarde se distinguirá en Valdocco como profesor de griego, y escribió una gramática de
griego particularmente encomiada por los competentes) para comprar dos copias del
periódico y luego bromear sobre el asunto.

Don Bosco había estado con Don Cafasso para decirle que aguardase de un momento
a otro a la policía, porque había venido a saber, por las indiscreciones del comisario de
seguridad pública, que había registrado el Oratorio el día antes, que Don Cafasso estaba
en la lista negra.

Soltó una buena carcajada... pero no se rió dos días antes cuando el comendador Gatti
se había presentado a las puertas del Oratorio con mandato de registro. Entre otras cosas
le pusieron las manos encima de modo poco delicado, tanto, que Don Bosco se dejó
escapar una frase que cogida al vuelo por los interesados y traducida al italiano allí
mismo a petición de los registradores, echó un poco de agua sobre todo aquel hervor.

La frase era ésta: «Et cum iniquis reputatus est», que significa: «Ustedes me hacen el
servicio que otra vez algunos prestaron al divino Salvador».

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 581; MBe, VI, 436-437.)

81
5 DE MARZO
REGISTROS: ¿POR QUÉ?

Don José Cafasso, prevenido por Don Bosco, al oír los términos precisos de la orden
ministerial, había exclamado: «Si clavaron a Jesús en la Cruz, ¿por qué van a
perdonarnos a nosotros?».

Ambos estaban acusados de subversión: uno reunía jóvenes para lanzarlos contra el
gobierno y el otro preparaba las proclamas de la clase clerical, tejiendo una tela de
intrigas con los jesuitas, con el Vaticano y con monseñor Luis Fransoni, que mientras
tanto ya estaba pagando sus crímenes en una cárcel del Estado.

En efecto, le había llegado a Don Bosco una carta de parte del obispo, carta que fue
interceptada por la censura, que creyó ver en ella el código de las tramas urdidas contra
la Monarquía; por el contrario, eran solamente peticiones para que recobrara su celo a fin
de que la falta del pastor no provocase la desbandada de las ovejas.

Esto no obstante, Don Bosco había sido confinado en su habitación, la vigilia de


Pentecostés, los jóvenes habían sido interrogados súbitamente, los superiores
intimidados, la casa registrada desde los desvanes hasta los sótanos.

Todo esto y algunas cosas más habían hecho correr la voz que de sorpresa, y tras el
descubrimiento de documentos muy comprometedores, se lo habían llevado a la
comisaría más próxima.

A los periódicos de izquierda les parecía mentira haber visto, al fin, el campo libre de
uno de sus más encarnecidos y fieros opositores, y cantaban ya victoria sin tomarse la
molestia de cerciorarse de si era verdadera la noticia.

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 583; MBe, VI, 438.)

82
6 DE MARZO
UNA FALSA NOTICIA DESMENTIDA

A Valdocco comenzaron a llegar gente y correspondencia, palabras de aliento y de


participación, tanto que, todavía en el mes siguiente, la opinión pública no estaba
tranquila y se debió desmentir la noticia oficialmente en el periódico La Armonía del 3
de junio en estos términos:

«Se ha hecho correr la voz de que el óptimo sacerdote Don Bosco ha sido arrestado.
Podemos asegurar que hasta la hora en que escribimos esto, la noticia es falsa. Y
decimos "hasta la hora", porque muy bien podría suceder que, cuando nuestros lectores
lean lo que escribimos, resulte que Don Bosco esté encarcelado. No es que exista el
menor motivo o pretexto para ello, pues todos saben quién es Don Bosco; pero hoy día
un sacerdote está al margen de la ley; por tanto, es lícita cualquier cosa en su contra».

Esto para Don Bosco. En cambio, el pobre don Cafasso se sintió otro después de la
visita. Parecía que al vaso de gracilidad y de sus preocupaciones sólo le faltase la gota
del registro para que se derramase. En efecto, desde entonces ya no se sintió bien y a
más de uno le dijo que le tocaba prepararse para el gran viaje y para el todavía más
grande juicio de cuentas.

Canceló algunos compromisos, otros los aceleró y luego se preparó a dejar esta tierra,
acompañado del cúmulo de méritos que había mandado por delante con la oración, el
apostolado y la penitencia.

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 553 y 589; MBe, VI, 416 y 444.)

83
7 DE MARZO
LOS SUEÑOS SE CUMPLEN

En 1860 un joven de agudo ingenio iba a las escuelas públicas. Se sujetaba con dificultad
a la disciplina y era negligente en el cumplimiento de los propios deberes. Una tarde su
padre, hablando con algunos amigos de la conducta de su hijo, poco inclinado al estudio,
y de sus estrecheces económicas que no le permitían llevarlo a un colegio donde le
dieran educación e instrucción completas, vino a saber de un sacerdote que había abierto
en Valdocco un colegio donde, con poco gasto, los alumnos conseguían buenos
resultados.

«Papá, póngame allá y verá cómo sí estaré conforme».

Luego el joven se fue a acostar bajo la impresión de la promesa hecha y de la pérdida


inminente de su libertad, teniendo que estar entre cuatro paredes. Por la noche soñó. Le
parecía estar en un patio con unos mapas en la mano y ver a muchos jóvenes que
aplaudían a un sacerdote que estaba apoyado en la barandilla de una casa. Subió las
escaleras y fue a besar la mano del sacerdote.

Algunos meses después entraba en el Oratorio. Había olvidado por completo el sueño
y con alguna dificultad se adaptaba a la vida de colegio. Todavía no había visto a Don
Bosco, que había salido de Turín y debía estar ausente unas semanas. Un día le llamó el
profesor de su clase durante el tiempo de recreo y le entregó un fajo de papeles para
llevarlos a uno de los superiores. Mientras bajaba las escaleras, oyó frenéticos aplausos y
corrió al patio, aplaudiendo y gritando él también: ¡Viva! Don Bosco, que había vuelto
de su viaje y estaba asomado al balcón. Hacíase realidad el sueño.

El mismo patio, la misma muchedumbre de jóvenes, la misma casa, el mismo


sacerdote que se le había aparecido, y él con los papeles en la mano. Se acordó entonces
de todos los pormenores del sueño y, queriendo que se realizara completamente, subió al
balcón y besó la mano a Don Bosco.

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 768-769; MBe, VI, 579-580.)

84
8 DE MARZO
ADAPTARSE A LA MESA DE DON BOSCO

El jovencito Francisco Dalmazzo, de 15 años, natural de Cavour, había cursado sus


estudios en el colegio de Pinerolo y aquel año había sido aprobado para pasar al curso de
Retórica.

Habiendo ingresado como alumno en el Oratorio el 22 de octubre de 1860, oyó que


todos sus compañeros hablaban de Don Bosco como de un santo y contaban de él hechos
extraordinarios y milagrosos.

Entre otras cosas se le dijo que había resucitado a un muchacho del Oratorio Festivo,
para confesarlo; que había multiplicado las sagradas hostias y las castañas; y que una vez
fueron los chicos del Oratorio al santuario de la Virgen del Campo, guiados por él, y a su
llegada repicaron las campanas solas sin mano que las moviera, etc.

Todo esto convenció al joven Francisco de la santidad de Don Bosco.

Esta convicción fue creciendo en él a medida que se acercaba a Don Bosco y era
testigo de sus virtudes y de las cosas extraordinarias que Dios obraba por su medio.

Pero había un particular: acostumbrado a la vida regalada de su casa, Francisco no


lograba adaptarse a la comida demasiado modesta de la mesa común ni a las costumbres
del colegio. Por consiguiente, escribió a su madre para que fuera a buscarle, pues quería
a todo trance volver a casa.

La mañana destinada para la salida, deseaba ir antes a confesarse una vez más con
Don Bosco. Fue al coro, donde él confesaba, rodeado de un nutrido grupo de muchachos.

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 777; MBe, VI, 586.)

85
9 DE MARZO
MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES

El joven Dalmazzo fue al coro, detrás del altar, donde Don Bosco confesaba. Mientras
aguardaba la vez para confesarse, he aquí que llegaron dos mozos, encargados de repartir
el pan, los cuales dijeron a Don Bosco: «No se puede dar el desayuno porque no hay pan
en casa».

«Id al señor Magra, nuestro panadero, y decid que dé lo necesario».

«El señor Magra no quiere dárnoslo; no lo envió desde ayer y no quiere volver a
traerlo, y va diciendo que, si no se le paga, nunca más dará nada».

«Pensaremos en ello y lo remediaremos», contestó Don Bosco.

El joven Dalmazzo escuchó este diálogo mantenido en voz baja y quedó invadido del
presentimiento de que podía presenciar cosas extraordinarias. Los dos empleados de la
cocina se retiraron.

Uno de los dos empleados volvió, hacia la mitad de la Misa, y se acercó a Don Bosco,
el cual le dijo: «Ve a la despensa y busca lo que haya, recoge también lo que pueda
encontrarse abandonado por los comedores. Pon en el cesto los panecillos y dentro de
unos instantes iré yo mismo a repartirlos».

Después de confesar al chico que estaba arrodillado a su lado, se levantó y se acercó a


la puerta por donde salían los jóvenes de la iglesia al patio. Allí se solía repartir el
desayuno y delante del umbral estaba ya la canasta del pan.

Al salir, Francisco Dalmazzo encontró a su madre a la puerta; llamada por carta a


Turín, había ido para llevarle a casa. A una señal del hijo, se retiró a los pórticos.

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 778; MBe, VI, 586-587.)

86
10 DE MARZO
¡QUIERO ESTAR CON DON BOSCO!

Francisco Dalmazzo se colocó, sin ser visto, exactamente detrás de Don Bosco en un
lugar más elevado, es decir, sobre el peldaño, observándolo todo con los ojos bien
abiertos.

Entre tanto, Don Bosco se aprestó a repartir el pan. Los muchachos iban desfilando
ante él, felices por recibirlo de su mano, y se la besaban al tiempo que él decía a cada
uno una palabra o le dedicaba una sonrisa.

Todos los alumnos, casi cuatrocientos, recibieron su panecillo. Al acabar la


distribución, Francisco Dalmazzo quiso examinar la cesta del pan y con su gran
admiración constató que había quedado en ella la misma cantidad de pan que antes del
reparto, sin que hubieran llevado más panes o cambiado la canasta. Quedó atónito y
corrió derecho a su madre: «Mamá, ya no voy; no quiero marcharme, me quedo aquí.
Perdóneme por haberle causado esta molestia haciéndola venir a Turín». Y le contó lo
que había visto con sus propios ojos. Y añadió: «No es posible que yo abandone una
casa tan bendecida por Dios y a un hombre tan santo como Don Bosco».

Éste fue el motivo que indujo a Francisco Dalmazzo a permanecer siempre con Don
Bosco. Se hizo sacerdote salesiano.

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 778-779; MBe, VI, 587-588.)

87
11 DE MARZO
¿COMBINACIÓN 0 PROVIDENCIA?

Desde hacía mucho tiempo una noble señora turinesa lloraba por la conducta de su hijo,
que deshonraba tan ilustre familia. Sobre todo se quejaba de hallarlo insensible a sus
afectuosos reproches.

Lo había intentado todo y no sabía qué hacer. Un día, tomándolo a solas, le propuso:
«¿Irías a Lanzo a pasar unos días? Se van a dar unos ejercicios espirituales en San
Ignacio y podrías tomar parte tú también. ¿Vas?».

La buena señora sabía que en aquellos ejercicios iba a tomar parte Don Bosco y el
solo pensamiento de que su hijo se encontraría con Don Bosco, la llenaba de alegría.

¿Combinación (o Providencia)?, Don Bosco y aquel joven coincidieron en la misma


diligencia. Durante el viaje, el joven se dio cuenta de que el sacerdote sufría y le
preguntó el motivo. Habiéndole respondido Don Bosco que lo atormentaban dos
forúnculos, el joven replicó: «Pero Don Bosco, pida la gracia de curarse».

Don Bosco sonrió... pero aquella sonrisa maravilló al joven y lo indujo a pensar.

Apenas llegó a San Ignacio, Don Bosco fue con los demás a la iglesia, donde las
fuerzas le abandonaron y se desmayó. Nuestro joven, que se hallaba a su lado, lo recibió
en sus brazos y lo llevó delicadamente a su cuarto, donde los cuidados que le prodigaron
le hicieron volver pronto en sí. Al recobrar los sentidos, se halló atendido por un
enfermero que no se hubiera esperado: aquel joven, a quien con su sonrisa mostró su
complacencia. Entonces el joven se le acercó y él lo tomó por la barba. Éste, primero
maravillado y después conmovido, comenzó a llorar. Luego se confesó. Llegados a
Turín, fue a conversar con Don Bosco, el cual le ayudó, y luego se hizo jesuita.

(Cf. D'Espiney, Don Bosco, 189.)

88
12 DE MARZO
UN MEDIO SECRETO

Don Bosco, confortado por las palabras del sucesor del canónigo Cottolengo, que le
había dicho que ampliara las paredes de la casa porque el Señor le iba a mandar muchos
chicos, tantos que no sabría dónde ponerlos, compró en 1860 la casa Fillippi, que estaba
contigua al Oratorio por el oriente y el sur, y que le daba la posibilidad de aumentar
hasta quinientos el número de sus jovencitos.

Un día Don Bosco fue a un dormitorio para bendecir a todos con un pequeño crucifijo.
En aquel momento llegó un señor, más bien entrado en años, pero ágil y desenvuelto. A
falta de sillas, Don Bosco se había sentado sobre un baúl. Igual hizo aquel señor. Éste se
dirigió a Don Bosco: «Me he enterado de que ha comprado la casa de al lado. Estoy muy
contento. Hacía mucha falta. Pero, ¿cómo se las arreglará para pagarla?».

«Esto es todavía un secreto de la Providencia. Hacen falta 80.000 liras».

«El secreto quedará desvelado hasta la mitad. Cuente con 40.000 liras. Venga mañana
a mi casa y las tendrá».

Y todo esto se había combinado y decidido mientras se sentaban en un baúl.

Después se supo que aquel señor era el comendador Cotta, insigne bienhechor de Don
Bosco y del Oratorio.

(Cf. Francesia, Vita di Don Bosco, 250.)

89
13 DE MARZO
¿GARBO 0 MODESTIA?

El 15 de agosto dejó Don Bosco el Oratorio para ir a Strambino. Lo acompañaba José


Roano, que dejó relación escrita del viaje. Tan pronto como Don Bosco tomó asiento en
el coche con otros viajeros, entró un hombre que por las trazas parecía un rico
negociante. En seguida se puso a fumar, aunque estaba prohibido en aquel departamento.
Pero antes de encender el cigarro pidió licencia a Don Bosco.

En cuanto lo hubo acabado, se disponía a encender otro. Entonces Don Bosco, con su
acostumbrada jovialidad, le dijo: «Perdone, señor, hasta ahora yo he hecho penitencia
por usted tragando su humo; ahora desearía que hiciera usted un poco de penitencia por
mí, no fumando».

«Tiene usted razón», y guardó el cigarro.

El comerciante entabló conversación sobre el tema de las obras pías, de la caridad de


los curas y finalmente del Oratorio de Valdocco y de Don Bosco. Afirmaba que aquel
buen sacerdote albergaba más de trescientos muchachos en su casa y que tenían allí una
disciplina adaptada a su edad. La enseñanza de aquel hospicio era buena y buena
también la educación, pues se enseñaba la ciencia y la moral.

Don Bosco escuchaba sonriente y callaba. El tren llegó a Montanaro y el buen


comerciante bajó.

En este sencillísimo episodio no sabemos si admirar más su garbo en dar un aviso o su


modestia, que le hace ocultarse a los ojos del interlocutor.

¡Qué buena y amable aparece la figura del querido Don Bosco!

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 710; MBe, VI, 536.)

90
14 DE MARZO
UN MILAGROSO PAGO A CUENTA

En el año 1861, el panadero Magra, a quien Don Bosco debía doce mil liras por el pan
servido, se negó a enviarle más. También esa vez mandó Don Bosco a decirle, como
solía hacer siempre con sus acreedores, que no dudara, pues la divina Providencia no
había quebrado nunca, que siguiera enviando el pan a sus muchachos, y que ya pensaría
el Señor en mandarle el dinero.

El señor Magra mandó el pan, aunque fue en persona a cobrar sus haberes o al menos
algo a cuenta. Pero en casa no había ni un céntimo.

Era un día de fiesta por la mañana; estaba Don Bosco en la sacristía confesando a un
gran número de chicos, cuando llegó el acreedor diciendo al sacristán que a toda costa
quería hablar con Don Bosco.

«Espere unos momentos, mientras acabo de confesar».

Así que acabó Don Bosco de confesar y suplicó al Señor que le ayudara en tan
angustioso trance.

En aquel preciso momento entraba en la sacristía un señor desconocido que le


entregaba una carta cerrada y, después de saludarlo cortésmente, se marchaba sin más.
Don Bosco celebró la Santa Misa y se dirigió al refectorio acompañado de don Ángel
Savio y otras personas externas.

Recordole entonces Don Ángel Savio la deuda urgente y Don Bosco, sin
desconcertarse, empezó a decirle que era preciso aguardar otro momento, pues entonces
no tenía nada. Pero, en aquel instante, le entregaban el correo recién llegado y se acordó
de la carta que había recibido en la sacristía: la abrió y encontró una cantidad
considerable, que entregó inmediatamente a don Ángel Savio para contentar al panadero,
a quien poco después decía:

«¿Ve usted? ¡La Providencia es grande y vino en nuestro socorro! Ahora le manda
una cantidad a cuenta, y pronto le remitirá el saldo. Demos gracias a la Virgen».

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 179-180; MBe, VI, 143-144.)

91
92
15 DE MARZO
UNA PALABRA SOBRE LA CONFESIÓN

Don Bosco soñó que había visto a un personaje misterioso, el cual le había revelado el
estado de conciencia de sus 400 jóvenes, apenas salidos de los ejercicios espirituales, y
anticipado 50 años exactos de historia de su congregación.

Don Bosco se sentía colmado de la alegría por los frutos que se prometía de una
intervención tan directa del cielo; pero encontró también el modo de amargarse por el
resultado de los ejercicios espirituales, los cuales no habían logrado, a pesar de haber
puesto él todo el interés, arreglar todas las conciencias y vencer todo el mal que anidaba
también entre las paredes del Oratorio. Sobre 400 jóvenes, al menos 14 no habían
respondido a la llamada de la gracia y se estancaban todavía en el «cenagal» del pecado,
a pesar de que había brillado el reclamo de tanto sol.

A Don Bosco esto le hacía más mal que un golpe en la nuca, y no bastaba tanta
predilección del Cielo para hacerle recobrarse. Se puso en seguida al trabajo para el
desquite, pero tendría que esperar hasta finales de febrero del año siguiente para vencer a
todos aquellos obstinados.

Fue en aquella ocasión cuando el personaje misterioso le aconsejó que no hablara


nunca en público sin decir una palabra sobre la confesión y Don Bosco se rindió
fácilmente, por haber constatado personalmente que «es mayor el número de los que se
condenan confesándose que el de los que se condenan por no confesarse, porque los más
malos alguna vez se confiesan, pero muchísimos no se confiesan bien».

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 690 passim; MBe, VI, 518 passim.)

93
16 DE MARZO
HISTORIA DE UNA FOTOGRAFÍA

El 19 de mayo de 1861, día de Pentecostés, Francisco Serra, alumno del Oratorio,


fotografió a Don Bosco en actitud de confesar a los muchachos. Aquella fotografía se
conserva como testimonio de la misión particular que el Señor le había confiado en el
confesionario, para la salvación de la juventud.

Quien le persuadió fue Francisco Serra, el cual resultó protagonista de un episodio


particular.

Antes de posar para retratarse, Don Bosco se volvió a Serra y le dijo: «Quiero que
sepas que ya van tres o cuatro veces, en las que, tras muchas instancias y ruegos de
algunas familias de Turín, consentí que se me retratara; pero hasta ahora no se consiguió
obtener tal retrato. Últimamente fui con algunos muchachos al mejor litógrafo de Turín,
el señor Dubois. Hizo aquel artista todo lo que supo, lo intentaron sus ayudantes; pero
todo fracasó. Estaban todos desconcertados, y decían que nunca les había ocurrido cosa
semejante. Yo reía y decía: Miren ustedes; si quieren sacarme el retrato, vayan primero a
hacer una buena confesión; vengan después y podrán sacármelo. Creían ellos que yo
hablaba en broma y se reían, pero después de más de una hora de inútiles pruebas,
tuvieron que dejarme ir sin poder sacarme el retrato. Lo mismo te digo ahora: si estás en
gracia de Dios, bien; sigue adelante; de otro modo, déjalo, porque perderemos el
tiempo».

Serra se puso manos a la obra, le retrató una vez, pero no le salió muy bien; volvió a
retratarlo por segunda y tercera vez y el resultado fue estupendo. Entonces todos los
jóvenes prorrumpieron unánimes gritando: «¡Serra está en gracia de Dios!».

La lección no era sólo para él, sino para todos los presentes, y lo es todavía para
nosotros, siendo válido para todos el consejo de conservarse en buenas relaciones con el
Señor para asegurarse el éxito también en las cosas materiales.

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 953; MBe, VI, 720.)

94
17 DE MARZO
DON BOSCO LEÍA EN LA FRENTE

Don Juan Turchi, profesor de literatura, hombre cauto para prestar fe y crítico severo,
testimonia: «Durante los diez años que estuve en el Oratorio oí decir mil veces a Don
Bosco: "Presentadme un muchacho a quien yo nunca haya conocido en modo alguno y
mirándole a la frente le revelaré sus pecados comenzando a enumerar los de su niñez".

A veces añadía: "Al confesar veo a menudo las conciencias de los muchachos abiertas
ante mí como un libro en el que puedo leer. Esto sucede especialmente con ocasión de
fiestas solemnes y de ejercicios espirituales. Dichosos los que entonces se aprovechan de
mis avisos, especialmente en el sacramento de la penitencia. Pero en otras ocasiones no
veo nada. Este fenómeno se repite a intervalos más o menos largos".

Pero, en general, Don Bosco medía la impresión que podían producir sus palabras,
desviando la idea de un don sobrenatural, y decía sonriendo: "Cuando confieso, deseo, si
es de noche, que la luz esté colocada de modo que yo pueda ver la frente de los
muchachos y, si es de día, prefiero que se coloquen delante, porque así los confieso más
aprisa".

Él veía las conciencias de sus muchachos sin velo alguno, como en un espejo; estoy
seguro de ello y he visto repetirse el hecho cientos de veces. No quiero pronunciar
juicios de ninguna clase, me basta contar las cosas tal como yo las sé y conmigo todos
los alumnos del Oratorio.

Esto es lo que los alumnos llamaban leer en la frente».

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 453; MBe, VI, 344-345.)

95
18 DE MARZO
DON BOSCO LEÍA EN LAS CONCIENCIAS

De las revelaciones particulares hechas por Don Bosco habló su primer sucesor, el Beato
Miguel Rua. Escribe: «Tal vez alguno podría suponer que Don Bosco, al poner de
manifiesto la conducta de los jóvenes y otras cosas ocultas, pudiese servirse de
revelaciones hechas por los mismos jóvenes o por los asistentes. Yo, en cambio, puedo
asegurar con toda certeza que jamás, en los muchos años que viví a su lado, ni yo ni
ninguno de mis compañeros pudimos darnos cuenta de tal cosa.

Por otra parte, siendo nosotros entonces jóvenes y estando en medio de los jóvenes, al
cabo de breve tiempo podríamos haber descubierto con mucha facilidad que el Siervo de
Dios hacía uso de confidencias hechas por alguno de la casa, ya que los muchachos
difícilmente saben guardar un secreto. Y era tan común entre nosotros la persuasión de
que Don Bosco nos leía los pecados en la frente que, cuando alguno cometía una falta,
procuraba evitar el encuentro con él, hasta después de haberse confesado; y esto sucedía
mucho más frecuentemente después de la narración de un sueño. Tal persuasión nacía en
los alumnos del hecho de que, yéndose a confesar con él, aunque se tratase de jóvenes
que le eran desconocidos, encontraba en ellos y ponía de manifiesto culpas en las que no
habían reparado o que pretendían ocultar.

Además del estado de las conciencias, Don Bosco anunciaba en los sueños cosas que
era imposible conocer naturalmente con sólo los medios humanos; por ejemplo, la
predicción de algunas muertes y de otros hechos futuros. Por mi parte, a medida que
avanzaba en edad, al considerar estos hechos y revelaciones de Don Bosco, tanto más me
convencía de que estuvo dotado por el Señor del espíritu de profecía».

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 823; MBe, VI, 620-621.)

96
19 DE MARZO
SAN JOSÉ

Don Bosco, una tarde de 1859, contó a sus jóvenes lo siguiente: «Hace pocos años, un
pobre muchacho de Turín, que no había recibido ninguna instrucción religiosa, fue un
día a comprar una cajetilla de tabaco. Al volver con sus compañeros, que lo aguardaban,
quiso leer la parte impresa en el envoltorio del tabaco.

Era una oración a san José para obtener una buena muerte. Se le hacía difícil al buen
muchacho comprender el sentido, pero estaba tan conmovido con lo poco que entendía,
que no sabía apartar los ojos del papel.

Sus amigos, movidos por la curiosidad, hubieran querido leerlo ellos también, pero él
se lo escondió en el seno y se puso a jugar.

No obstante, estaba impaciente por releer aquella oración, pues había experimentado
una inefable dulzura con la primera lectura. Tanto la estudió que la aprendió de memoria
y la rezaba cada día, casi materialmente, sin intención formal de alcanzar ninguna gracia.

San José no quedó insensible ante aquel homenaje en cierto modo involuntario; tocó
el corazón del pobre joven, que se presentó a Don Bosco, el cual le proporcionó la
inestimable fortuna de llevarle a Dios.

El joven correspondió a la gracia; tuvo oportunidad de instruirse en la religión, que


había descuidado hasta entonces por ignorarla, y pudo hacer su Primera Comunión.

Pero al poco tiempo cayó enfermo y murió invocando el nombre de san José, que le
había obtenido la paz y el consuelo en aquellos últimos momentos».

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 190; MBe, VI, 152.)

97
20 DE MARZO
¡DEMASIADO TARDE!

«No sintiéndome ya con fuerzas para tenerme en pie - dejó escrito don Francisco Provera
- la tarde del 10 de noviembre de 1861, me vi obligado a meterme en cama. Estaba
atacado de pleuresía e indigestión: tenía tos y escupía sangre. Vino a verme el médico y
me hizo varias sangrías, aunque sin resultado alguno. La enfermedad se iba agravando
de hora en hora. Al día siguiente era tal mi situación, que el médico declaró hacia el
mediodía que me encontraba en peligro de muerte, sin esperanza alguna de curación. Por
consiguiente, dio orden de que se me administraran los sacramentos

Don Miguel Rua, que me asistía, llamó a Don Bosco. Rezaron un Padrenuestro de
corazón y, arrodillándose, rezó un poco. Después se levantó, extendió la mano sobre mí
sin dejar de rezar y terminó dándome la bendición. Luego me dijo: "Mira, te lo aseguro:
o el Paraíso o la curación. ¿Qué deseas?".

"La pregunta me da que pensar; concédame dos horas para ello".

Aún no había dado Don Bosco más que unos pasos fuera de la estancia cuando yo me
determiné. Mi conciencia estaba tranquila, podía todavía recibir los sacramentos de la
Confesión y Comunión, la Unción de los enfermos y los demás auxilios de la Iglesia, me
asistiría en mi agonía el mismo Don Bosco, en quien tenía tanta confianza. Determiné,
pues, pedir el "pasaporte" para el Paraíso. Pero Don Bosco, advertido de mi deseo,
contestó: "Es demasiado tarde; ahora ya no es tiempo; tendrá que sufrir unos cuantos
años todavía".

Después de la cena, subió a verme. Apenas le vi, exclamé: "¡Don Bosco, desearía ir al
Paraíso!".

"¡Querido mío, ya no estamos a tiempo! ¡Habrá que tener paciencia!; la gracia de la


curación está obtenida; pero resígnate y prepárate para seguir todavía algún tiempo en
esta tierra y sufrir mucho".»

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 1053; MBe, VI, 794-796.)

98
21 DE MARZO
LA HUMILDAD DE DON BOSCO

El 4 de mayo de 1861 fue a hablar con Don Bosco un conspicuo señor para que aceptara
en su casa a un jovencito.

En su conversación dio a conocer que él creía que el Oratorio había sido fundado por
un ilustre obispo, al que lógicamente debía estar agradecida la ciudad de Turín por tan
grande beneficio. Concluyó diciendo que había ido para recomendar a su protegido a
Don Bosco, esperando que él tuviese facultad para aceptar muchachos.

Escuchole Don Bosco con toda calma, no intentó corregir su error y lo dejó en su
persuasión. Por tanto, trató el asunto como si realmente tuviese él que depender y dar
cuenta a algún superior suyo.

Aquel personaje salió satisfecho y admirado de los agasajos que había recibido de
Don Bosco.

El amor propio no habría permitido a nadie callar en aquella circunstancia; mientras


que los salesianos del tiempo vieron en Don Bosco innumerables ejemplos de esta
virtud.

No era posible otro proceder en un sacerdote continuamente abismado en el


pensamiento de la muerte y de la eternidad. Después de acostarse, para dormirse rezaba
siempre el salmo Miserere.

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 894; MBe, VI, 675-676.)

99
22 DE MARZO
EL HOMBRE DE LOS MILAGROS

Otro hecho sorprendente sucedió en los primeros meses del año 1864.

Un día Don Bosco celebraba la Santa Misa después de la misa de la comunidad. Sabía
que el copón había quedado vacío de hostias consagradas, pero no se preocupó de
consagrar otras.

Cuando llegó el momento de la comunión, dos o tres jóvenes fueron a arrodillarse en


la grada del altar. Don Bosco, echando un vistazo para asegurarse de su número, partió
en cuatro la hostia grande de la custodia y luego se puso a dar la comunión a los jóvenes.

El primero era Francisco Vicini; el segundo, José Sandrone. El joven que llevaba la
vela vio con sorpresa otra decena de jóvenes que se acercaban a la sagrada mesa y se
preguntó en su corazón qué habría hecho Don Bosco. Entonces vio a Don Bosco partir
nuevamente las sagradas especies y dar la comunión a todos con trocitos de hostia
iguales a los primeros.

De este hecho se habló entre los jóvenes del Oratorio, pero éstos estaban ya de tal
modo habituados a ver en Don Bosco al hombre de los milagros, que no hicieron gran
caso.

(Cf. Memorie Biografiche, XVII, 520; MBe, XVII, 447.)

100
23 DE MARZO
VEJACIONES DIABÓLICAS

Entre 1862 y 1864, Don Bosco fue visitado con insistencia por el diablo, que alguna vez
consiguió hacerle pasar enteras noches en blanco. Consecuencia inmediata de estas
visitas era una resistencia disminuida para trabajar y una debilidad que acababa por
minar su organismo tan fuerte por constitución.

Y éste era precisamente uno de los objetivos que se proponía el enemigo del bien, al
improvisar sus nocturnas zarabandas: cansarlo en su lucha contra el pecado, contra el
mal, el error y, en nuestro caso, hacerle desistir del propósito de potenciar las escuelas
católicas que Don Bosco había abierto en concurrencia con las valdenses en las cercanías
de Puerta Nueva.

«Hace tres noches que oigo cortar la leña que está junto a la estufa. Esta noche,
estando apagada, comenzó a arder por sí sola con unas llamaradas terribles que parecía
iban a incendiar la casa».

Alguna vez Don Bosco encendía la luz y entonces las molestias cesaban de momento
mientras brillaba la luz; pero se repetían apenas la luz dejaba de iluminar la sala.

A veces un grito agudísimo lo sobresaltaba, o la puerta de la habitación se abría de


repente y dejaba ver un monstruo de figura repugnante que se le echaba encima.

El 12 de febrero de 1862, apenas se había acostado, cuando notó que le daban un


golpe tan fuerte en el cuello que parecía que le habían roto la columna vertebral. No
quiso molestar a nadie y trató de dormirse de nuevo hundiendo las espaldas en el
colchón. No tardó mucho y sintió sobre su estómago un peso insoportable del que trató
de liberarse dando un puñetazo formidable, que no golpeó a nadie.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 69 y passim; MBe, VII, 70-72 passim.)

101
24 DE MARZO
EN CASA DEL OBISPO DE IVREA

Alarmado por la situación que se iba creando por las repetidas visitas del diablo y en la
esperanza de conseguir algo, don Ángel Savio, tras muchas dudas, decidió dormir una
noche en la antecámara de Don Bosco. ¡Jamás lo hubiese hecho! Hacia media noche fue
despertado por un rumor tan violento, que se escapó corriendo sin esperar que se
confirmase lo sospechado.

Lo mismo les sucedió a otros, sólo que catorce horas después no habían conseguido
reponerse del susto y del espanto que les hacía temblar.

Algunos días después, apenas Don Bosco se había adormecido, cuando notó que le
acariciaban la cara con los pelos de una brocha o de un pincel, que entre otras cosas no
tenía nada de la fragancia de las rosas; más aún, todo hacía sospechar que se trataba de la
cola de un animal tan pestilente, que le despertaba sobresaltado.

Por todo esto y por muchas cosas más que la prudencia le aconsejaba callar, decidió
pedir hospitalidad al Obispo de Ivrea, su buen amigo.

Los primeros días la cosa fue bien; pero precisamente la noche en que creía que había
hecho perder las huellas al espíritu del mal, fue visitado en su dormitorio por un
monstruo horrible y tan fuera de lo ordinario, que dejó escapar un grito tan fuerte que
alarmó a todo el palacio episcopal. Habiendo ido en su socorro dijo que era el efecto
incontrolado de un mal sueño.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 70 y passim; MBe, VII, 75.)

102
25 DE MARZO
TODO LO QUE ME HA SOBRADO

Un día de 1859 llegó al Oratorio para hablar con Don Bosco una anciana de setenta y
cinco años. El portero creía que iba solamente a rogar que se le escribiera alguna
instancia para presentarla a una autoridad o a un rico señor.

«No - contestó-, necesito hablar con Don Bosco».

Don Bosco la llevó aparte, la invitó a sentarse y ella comenzó a decir: «Soy una pobre
anciana; siempre he tenido que trabajar para poder vivir. Tenía un hijo y se me ha
muerto; ya no me queda más que morir yo también. No tengo herederos forzosos; mi
hijo antes de morir me dijo que diera de limosna todo lo que me sobrara. Helo aquí:
tengo cien liras, son los ahorros de cincuenta años de trabajo continuo y se los entrego a
su señoría. Tengo todavía quince liras y las guardo para pagar el ataúd cuando me
muera. Tengo además otra pequeña cantidad para pagar al médico. Esta tarde voy a
acostarme y será cosa de pocos días».

«Tomo estas cien liras - respondió Don Bosco - y se las agradezco; pero le aseguro
que no las tocaré hasta después de su muerte; por tanto, si pasa cualquier cosa, venga
cuando quiera, que son suyas».

«No; es mejor así: yo doy mi limosna y tengo mi mérito; emplee usted ese dinero. Si
yo me encontrase necesitada, vendré a pedirle limosna y usted, al dármela, tendrá
también su mérito. Pero, ¿vendrá usted después a verme cuando esté enferma?».

«¡No faltaba más!», contestó Don Bosco.

Pasaron dos días y otra mujer vino a llamarlo. Don Bosco acudió en seguida. Tan
pronto como entró en la estancia reconoció a la anciana. Le administró los Santos
Sacramentos y ella murió en la paz del Señor.

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 182-183; MBe, VI, 146.)

103
26 DE MARZO
DON BOSCO ES DE LOS NUESTROS

El 14 de agosto de 1850, cuando la ley Siccardi contra la Iglesia destapó los malos tratos
y la expulsión de los religiosos, se había decidido dar también al Oratorio un golpe
mortal, echando de él a Don Bosco. Nada se había traslucido al público sobre este plan,
cuando el señor Valpotto, que había ayudado varias veces a Don Bosco, se presentó el
mismo día a advertirle del peligro que le amenazaba, a fin de que pudiera escapar. Don
Bosco llamó a su madre y le dijo que preparara la cena para aquella noche.

Hacia las cuatro de la tarde, según lo convenido, debía llegar al Oratorio la turba
alborotadora; pero no apareció nadie. Ni tampoco al día siguiente, ni al tercero. ¿Qué
había sucedido? La chusma, después de haber gritado contra los Oblatos de María, se
había propuesto llegar hacia Valdocco.

Estaba ya la muchedumbre para dirigirse allá, cuando uno de los manifestantes, que
conocía a Don Bosco y había recibido de él pruebas de afecto, subió al guardarruedas de
una esquina, alzó la voz y gritó: «Amigos, oídme. Algunos de vosotros quieren bajar a
Valdocco para gritar contra Don Bosco. Seguid mi consejo, no vayáis. Como hoy es día
laborable, allí no están más que él, su madre, ya vieja, y unos cuantos pobres muchachos
asilados. En vez de "muera" deberíamos gritar "viva". Porque Don Bosco quiere y ayuda
a los hijos del pueblo».

Estas palabras calmaron y detuvieron a la pandilla, que marchó a aturdir los oídos de
los Dominicos y Barnabitas.

(Cf. Memorie Biografiche, IV, 99; MBe, IV, 85-86.)

104
27 DE MARZO
¡ES ÉL MISMO!

En 1850 cierto padre de familia saboyano, se había hecho protestante en Turín para
recibir las «treinta monedas» con que los enemigos de Dios pagaban las apostasías.
Pretendía el desgraciado que su mujer y su hijo hicieran lo mismo; pero no lo lograba,
porque la buena mujer se mantenía firme en la religión y su pequeño con ella.

Cundo he aquí que una noche el hijo soñó. Le pareció que le arrastraban por la fuerza
al templo protestante y que luchaba en vano para resistir su violencia. Pero, mientras
luchaba, vio aparecer a un sacerdote que le libraba de sus garras y se lo llevaba consigo.
Por la mañana contó el sueño a su madre, y ésta se echó a la calle en busca de
alojamiento para su hijo en cualquier institución, pues el padre no desistía de su pérfido
intento.

A lo largo de la semana se encontró con una persona que le aconsejó que se presentara
a Don Bosco en Valdocco, para ver si encontraba refugio para su hijo en el Oratorio. El
domingo por la mañana fue allí con el muchacho y, al saber que estaba en una función
religiosa, entró en la iglesia.

Salía Don Bosco al altar. El muchacho, apenas vio a Don Bosco, gritó como fuera de
sí: «¡Es él mismo, él mismo!». Gritaba el niño y lloraba la madre; uno, al ver que no se
calmaban, acompañó a la sacristía a la madre y al hijo.

Volvió Don Bosco a la sacristía; aún no había terminado de quitarse los ornamentos,
cuando el chiquillo corrió a abrazarse a sus rodillas diciéndole. «Padre, sálveme».

Don Bosco le aceptó en casa y el saboyanito permaneció varios años en el Oratorio.

(Cf. Memorie Biografiche, IV, 6-7; y XVII, 71-72; MBe, IV, 15-16; XVII, 70-71.)

105
28 DE MARZO
UN CONFESIONARIO INSÓLITO

Un día de 1850 iba Don Bosco a Carignano y consiguió devolver una oveja descarriada
al redil. Se trataba de un hombre que había conocido en la cárcel de Turín y ahora se lo
encontraba en el pescante de una diligencia de servicio.

Don Bosco no tardó mucho en sonsacarle alguna confidencia sobre su vida. Resultó
que aquel año todavía no había cumplido con Pascua y la razón que alegaba era que no
daba con un cura que le gustase. Se habría confesado con el cura con quien se confesó la
última vez, hacía mucho tiempo, porque había demostrado ser muy comprensivo con él y
le había tratado con buenos modos.

«¿Y quién es ese sacerdote con el que usted se confesaría?», le preguntó Don Bosco.

«¡Don Bosco! No sé si usted lo conoce».

«¡Que si lo conozco! ¡Soy yo mismo!».

Lo miró el cochero fijamente, hizo memoria, lo reconoció y lleno de alegría exclamó:

«Pero, ¿cómo hacer ahora para confesarme?». No podía dejar la diligencia; otra vez
sería.

«Déjeme las bridas del caballo y póngase de rodillas», le contestó Don Bosco.

El cochero obedeció en seguida y, mientras el caballo caminaba lentamente, se


confesó.

(Cf. Memorie Biogrfiche, III, 82-83; MBe, III, 71-72.)

106
29 DE MARZO
LOS NÚMEROS DE LA LOTERÍA

En 1850 el conde Camilo de Cavour estaba del todo volcado hacia el Oratorio.

Resulta admirable ver cómo Don Bosco lograba la ayuda de personajes ilustres,
enemigos de la Iglesia.

Parecería que éstos, con su trato exquisito y seductor, con sus generosas promesas de
ayuda para sus piadosas empresas, con el ofrecimiento de insignes distinciones y la
condescendencia a muchas de sus peticiones, podían poner en peligro su amor y
fidelidad a la Santa Sede y a los principios religiosos.

Sus muchachos fueron preferidos a los de otros centros benéficos beneméritos para
extraer los números de la Lotería Regia y, en efecto, dos de los más pequeños, vestidos
con especiales distintivos, fueron cada quince días a cumplir este encargo durante
muchos años. El gobierno daba por ello una retribución al Oratorio.

Pero Don Bosco, con heroica fortaleza, se mostraba siempre defensor de la causa de
Dios, sin sombra de respeto humano.

(Cf. Memorie Biografiche, IV, 105; MBe, IV, 90.)

107
30 DE MARZO
JUGAD EL 5, EL 10Y EL 14

Un día de 1862 se presentaron dos hombres a Don Bosco a pedirle unos números para
jugar a la lotería, persuadidos de que les daría los de la suerte. Buscó él distraerles con
varios razonamientos, pero ellos, impacientes, porque daba largas a la cuestión, le
interrumpieron.

«¡No es eso lo que queremos! Deseamos que nos diga a qué números hemos de jugar
para ganar el premio».

«Incluid estos tres números: cinco, diez y catorce».

Diéronle gracias la mar de satisfechos y ya iban a marcharse en seguida cuando Don


Bosco les dijo:

«Esperad que os dé una explicación».

«No hace falta ninguna».

«Es que si no os la doy, no sabréis jugar».

«Díganos, pues».

«Hela aquí: cinco, son los cinco mandamientos de la Iglesia; diez son los diez
mandamientos de Dios; catorce son las catorce obras de misericordia. Jugad estos
números y ganaréis un tesoro infinito».

En otra ocasión señaló el cuatro y el dos, interpretándoles con los cuatro novísimos y
los dos sacramentos de la Confesión y Comunión.

Muchas otras veces Don Bosco salió con bromas parecidas.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 24; MBe, VII, 32-33.)

108
31 DE MARZO
HISTORIETAS ROMANAS

En 1867 don Francesia, habiendo acompañado a Don Bosco a Roma, de cuándo en


cuándo mandaba noticias de su estancia en Roma a Valdocco. En febrero, tras un poco
de crónica, contó un curioso episodio.

«Después del drama, en el Oratorio de Valdocco hay costumbre de hacer la farsa. Y


aquí, en Roma, en el magnífico drama que representa Don Bosco, hemos tenido también
una pequeña farsa.

Hace pocos días conversaban dos de nuestros conciudadanos, cuando oyeron este
diálogo entre dos personas de la calle: "Oye, ¿has oído hablar de ese cura que ha venido
de lejos y que hace tantas cosas maravillosas?".

"Sí, respondió el otro, y está en San Pedro ad Vincula".

"Tendríamos que hacer nuestras cábalas, nuestros cálculos. ¿Sabrías ahora qué día
viene? Sería una cifra; el cura, la segunda; mucha gente, la tercera; es ¡un santo! y sería
la cuarta infalible. Adiós, le voy a consultar enseguida".

Y se separaron la mar de contentos para ir a casa a hacer sus cuentas y agarrar la


fortuna por los pelos.

Riéronse nuestros dos buenos amigos que habían escuchado tan singular diálogo y me
contaron lo que, a modo de pasatiempo, yo escribo.

Vosotros, mientras tanto, para alcanzar una cuaterna (o suerte), haced que Don Bosco,
al volver, no tenga que enfadarse con ninguno, limpiad vuestras almas. Imitad a los
muchachos romanos que, antes de presentarse a Don Bosco, van a confesarse».

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 682; MBe, VIII, 579-580.)

109
110
1 DE ABRIL

En la solemnidad de Pascua del 1 de abril de 1934, en la clausura del Año Santo de la


Redención, Pío XI proclamaba la santidad heroica del «Padre de los jóvenes». En la
homilía del Pontifical en la Basílica Vaticana dijo entre otras cosas:

«... En esta Pascua del Año Jubilar, una doble alegría se difunde en nuestra alma e
invade toda la Iglesia: en efecto, mientras hoy solemnizamos la victoria de Jesucristo
sobre la muerte y sobre los poderes del infierno, nos es dado colocar, casi como
coronación del Año Santo, que también ha contemplado tantos triunfos de la Fe y de la
Piedad popular, la solemne canonización del Beato Don Bosco, que en los lejanos días
de nuestra juventud, nos sirvió de aliento y estímulo en nuestros estudios, y de profunda
admiración por las grandes obras realizadas y sus eminentes virtudes...

Totalmente entregado a la gloria de Dios y la salvación de las almas, no se arredró


ante la desconfianza ajena, sino que, con audacia de conceptos y modernismo de medios,
se aprestó a la actuación de los novísimos fines que, a pesar de parecer temerarios, sabía
él, por superior ilustración, que estaban de acuerdo con la voluntad de Dios.

Al contemplar por las calles de Turín innumerables cuadrillas de jóvenes abandonados


a sí mismos y faltos de toda asistencia, buscó la forma de ganárselos, de conquistar sus
almas con palabra persuasiva y paternal y, uniendo al placer de las diversiones honestas
la enseñanza de la religión y de los rudimentos de la ciencia, con la frecuencia de los
Sacramentos, buscó la forma de hacerlos buenos cristianos y honrados ciudadanos.

Y así surgieron los oratorios festivos, que él fundó, no sólo en Turín, sino también en
las poblaciones y ciudades próximas, y allí donde llegaron sus providenciales
instituciones, que tanto bien realizaron y realizan con los jóvenes...».

(Cf. Memorie Biografiche, XIX, 273; MBe, XIX, 229.)

111
2 DE ABRIL
GRACIAS, SANTO PADRE

El Rector Mayor de los Salesianos, don Pedro Ricaldone, en la audiencia concedida por
el Papa a la Familia Salesiana el 3 de abril de 1934, dijo:

«Beatísimo Padre, todavía resuena suavemente en nuestros corazones vuestra augusta


voz que, desde la cátedra infalible de Pedro, en medio del júbilo de un inmenso pueblo,
en la fiesta más solemne y con el máximo esplendor de la liturgia católica, declaraba
Santo a Don Bosco.

No hay palabras que puedan expresar lejanamente a Vuestra Santidad el


reconocimiento profundo e imperecedero de la Familia Salesiana.

He aquí, Beatísimo Padre, una pequeñísima parte de esta Familia, reunida en torno a
Vuestra Santidad para expresar los sentimientos de la más filial y sincera devoción.

Son hijos vuestros llegados de todos los rincones de la tierra, hasta de las playas más
remotas, para representar a centenares de millares, más aún, a millones de corazones que
hoy, juntamente con nosotros, en todas las playas y bajo todos los cielos, cantan
jubilosos el hosanna al Papa...

Su canonización, por singular bondad de Vuestra Santidad, se ha desarrollado dentro


de un conjunto de circunstancias excepcionales que nos llevará, como consecuencia
natural, a profundizar cada vez mejor en el conocimiento y la imitación de su vida y a
caminar con solícita fidelidad sobre las huellas que él nos dejó: huellas gloriosas que
Vuestra Santidad nos ha iluminado con tan nuevo esplendor...

Por este beneficio y por vuestra paternal benevolencia, le doy las más rendidas gracias
en nombre de los Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora, de sus alumnos y ex
alumnos, de los Cooperadores y Cooperadoras, con la promesa de seguir siempre y por
doquiera los ejemplos de filial, devota e ilimitada obediencia, que nuestro Santo
Fundador nos dejó como la primera y más preciosa herencia, mientras en confirmación
de nuestros propósitos, pido para mí y para todos la gracia de su Apostólica Bendición».

(Cf. Memorie Biografiche, XIX, 290; MBe, XIX, 243-244.)

112
3 DE ABRIL
¡EL SANTO DON BOSCO!

«Ya no es dentro de los esplendores de los grandiosos ritos - comenzó diciendo el Papa
Pío XI - sino en una fiesta de corazones, donde habéis llegado de todas las partes del
mundo, pertenecientes a todas las diferentes categorías de que se compone la gran
Familia de Don Bosco, más aún, de San Juan Bosco, a quien el mundo seguirá llamando,
sin embargo, Don Bosco.

Y eso estará bien, porque será lo mismo que repetir su nombre de guerra, esa guerra
benéfica, una de esas guerras que se diría quiere conceder la divina Providencia de vez
en cuando a la pobre humanidad, casi como en compensación de las otras guerras nada
benéficas y tan dolorosas y sembradas de dolores...

He ahí tres cosas que deben proporcionaros aquellos frutos del Año Santo que se
cierra con estos elogios de San Juan Bosco: el amor de Jesucristo Redentor que es amor
de las almas, apostolado por las almas; devoción fervorosa constante a María
Auxiliadora, querida por él como ayuda de toda la organización de su obra; devoción,
cariñosa obediencia, fidelísima a la Santa Iglesia, al Vicario de Jesucristo, como guía
visible, sensible, que el Divino Redentor ha querido que no faltase a las almas, a fin de
que no tuviesen que dudar jamás de su pensamiento, ni del modo de disponer la vida
cristiana, de acuerdo con los deseos de su corazón...

Con esta paternal comprobación, con este paternal augurio os bendecimos a todos y
cada uno de vosotros, y queremos bendecir todo lo que representáis y no podéis dejar de
representar. Vosotros llevaréis esta nuestra bendición a todos y pedimos a Dios que ella
os acompañe, no sólo durante el tiempo que os queda de estancia en Roma, para que os
sea propicio y provechoso a vuestras almas, sino también durante vuestra inminente
vuelta a vuestras casas, y que os acompañe siempre y permanezca siempre con vosotros
durante toda la vida».

(Cf. Memorie Biografiche, XIX, 291; MBe, XIX, 244-248.)

113
4 DE ABRIL
FE, ESPERANZA, CARIDAD

El 9 de abril de 1885, Don Bosco, encontrándose en Roma, fue a comer en casa del
conde de Villeneuve. Había muchos invitados y reinó entre ellos la más franca alegría,
mantenida por los donaires de Don Bosco.

Hablando de la lotería dijo que a veces iban a él algunos a preguntarle a qué números
debían jugar y que él reía y les contestaba: «¡Amigos míos, si yo supiera estos números,
sería el primero en jugarlos!».

Contó después que, en una ocasión, para librarse de ciertos importunos, escribió sobre
un billete: Fe, Esperanza, Caridad, y se lo entregó doblado, recomendándoles que no lo
abriesen hasta después de pasar un determinado tiempo, que ellos cumplieron. Cuando
fueron a buscar en la lista de los números premiados, vieron que los correspondientes a
las tres virtudes teologales habían sido favorecidos por la suerte y tornaron a él para
darle una discreta limosna.

(Cf. Memorie Biografiche, XVII, 436; MBe, XVII, 376.)

114
5 DE ABRIL
JUEGO DE LA LOTERÍA DE LOS PÁRROCOS

Un día acudió a Don Bosco un párroco de Turín que había sido alumno del Oratorio.
Pasaba grandes apuros por las muchas deudas dejadas por su predecesor.

Apenas recibió el nombramiento, había ido al Santo para que le orientara sobre el
modo de desempeñar su cometido.

Don Bosco le había dado los tres consejos: atender a los niños, a los ancianos y a los
enfermos. El párroco había practicado estos consejos y decía que se sentía muy contento
de ello, pues se veía rodeado del cariño de sus feligreses.

«Pues bien - replicó Don Bosco-, hay un remedio sencillísimo para tus deudas».

«¿Y cuál es ese remedio?».

«Juega a la lotería».

«Pero, ¿me tocará?».

«Seguramente te tocará».

«Si es así, acabe la cuestión y dígame los números».

«Helos aquí. Son tres; pero escucha y entiende: Fe, Esperanza y Caridad. Pero no
hagas lo que hizo uno que, después de sonsacarme las tres palabras, fue a un adivino
para que le diera los números correspondientes».

«¿Y salieron después aquellos números?».

«¡Ni uno siquiera! Pero tú juega bien estas tres virtudes y pagarás todas tus deudas».

(Cf. Memorie Biografiche, XVIII, 260; MBe, XVIII, 231.)

115
6 DE ABRIL
DIOS HACE OBRAS MAGNÍFICAS

En una ocasión particular, Don Bosco dio prueba de su ilimitada confianza en la divina
Providencia. Habiéndole preguntado alguno si no le parecía que aquella casa resultaba
demasiado costosa, dado el fin al que se la quería destinar, Don Bosco le interrumpió
con energía, diciendo: «Dios hace sus obras con magnificencia. Observad la cantidad de
estrellas en el cielo, la profundidad de los abismos y la multitud de peces en el mar,
cuánta variedad de riquezas y hermosuras de toda clase en la tierra. Pues bien, ésta
también es obra suya. Si nos faltan los medios para comprar esta casa tan bonita, Dios
nos los proporcionará».

(Cf. Memorie Biografiche, XII, 117; MBe, XII, 107.)

116
7 DE ABRIL
UN MAGO DESENMASCARADO

En 1852 un doctor llamado Giurio puso un despacho de magnetismo en la calle de Santa


Teresa y la médium se llamaba Brancani. Gente víctima de gravísimas enfermedades,
incurables, o no bien conocidas por los médicos, le enviaban hasta de pueblos lejanos un
objeto que les perteneciese, y con esto él diagnosticaba la enfermedad, daba consejos y
prescribía remedios. Pero las espantosas consecuencias morales y espirituales de
aquellas consultas ya habían demostrado evidentemente que ciertos despachos
magnéticos eran de índole diabólica.

Don Bosco fue también allí. Después de asistir a varios experimentos, pidió al doctor
que le pusiera en comunicación magnética con la Brancani. Giurio se apresuró a
satisfacerle con la resolución de un hombre seguro de sí mismo. Entonces, Don Bosco
sacó un pelluzgón de pelos y preguntó cuál era la enfermedad que padecía el amo de
aquellos cabellos.

«¡Pobre muchacho! ¡Cómo debe sufrir!», murmuró la mujer.

«Estos cabellos no pertenecen a ningún joven. Pero dígame dónde vive».

«En la calle de la Zecca».

«No vive en la calle de la Zecca. Pero dígame su enfermedad».

«La epilepsia...».

«¡Nunca estuvo epiléptico!».

Al llegar a este punto aquella mujer, sin saber qué decir al principio y furiosa después,
pronunció una palabra tan obscena e insultante que estremeció y disolvió la reunión. La
cosa estaba clara: o se trataba de un engaño o bien el espíritu maligno temía a los buenos
sacerdotes.

(Cf. Memorie Biografiche, IV, 723; MBe, IV, 552-553.)

117
8 DE ABRIL
EL «GRIS»

El sentimiento de la gratitud estaba tan arraigado en el corazón de Don Bosco, que


bastaba hacerle un favor una vez para que guardara de él un recuerdo imperecedero.

Dicen que quien hace un beneficio hace un ingrato y muchos descontentos.

Don Bosco estaba decididamente fuera de este esquema y hasta el fin de su vida contó
entre sus bienhechores, reservando a tales personas los honores debidos a tal género de
personas, a los que durante su juventud le habían prestado los favores más humildes.

Entre esas personas estaban los dueños del caserío de los Moglia, a los que no dejaba
de visitar siempre que pasaba cerca.

Fue también una tarde de octubre de 1866. Había oscurecido, por haberse entretenido
más de la cuenta en la casa parroquial de Buttigliera. El tiempo, además, amenazaba
lluvia y las carreteras embarradas estaban llenas de asechanzas. De todos modos se
aventuró, quizá por no faltar a la cita.

Cuando ya estaba calado por el sudor y la lluvia, se presentaron a cortarle el paso dos
mastines que parecía que querían actuar en serio. Entonces suspiró Don Bosco: «¡Si
tuviera aquí el Gris, qué oportuno llegaría!».

Dicho y hecho; como en un cuento de hadas, vio que a su lado aparecía un perro, alto
y macizo más que los mastines. Como éstos insistían en su actitud hostil, les hizo frente
uno a uno separadamente y les rechazó dejándolos maltrechos y sin fuerzas para ladrar.

Llegados a la casa de los Moglia, les ofrecieron cena, pero el perro la rehusó. Cuando
después lo buscaron para ponerlo en un rincón calentito, no lo encontraron. Se había
marchado sin saludar, pero también... sin abrir la puerta.

(Cf. Memorie Biografiche, IV, 105.)

118
9 DE ABRIL
UN PERRO MISTERIOSO

¿Qué era este perro que no comía, llamado aparecía justo a tiempo y desaparecía sin
molestar ni siquiera las cerraduras? También se lo preguntó Don Bosco, se lo preguntaba
cada vez que aparecía, pero no supo nunca dar una respuesta adecuada, salvo ésta: que
era un medio extraordinario del que se servía el Señor para solucionar ciertas situaciones
en las que se veía envuelto a causa de su celo.

Y no lo veía él solo, excepto alguna rara vez en que se le vio rodear obstáculos
inexistentes o pedir explicaciones al viento. Lo vio Mamá Margarita, que era una mujer
con los dos pies en tierra; lo vieron sus colaboradores y sus alumnos; lo vieron y lo
sintieron, no sólo con los oídos, sus enemigos. De unos recibía palos y de otros caricias,
sin manifestar nunca otros sentimientos que no fueran los de alegría por la protección
que se le permitía dar a un hombre tan universalmente amado como Don Bosco.

Quien lo vio trató también de describirlo y así nos consta por Carlos Tomatis, que
tenía un aspecto «casi de lobo, morro alargado, orejas tiesas, pelo gris, altura un metro».
Era un perro de aspecto verdaderamente imponente, y cien veces, al verlo Mamá
Margarita, según manifestaron sus contemporáneos, había exclamado:

«¡Ah, la mala bestia!».

Mala, más que por su aspecto por el miedo que imponía, pero cuán providencial para
el pobre Don Bosco, que entonces vivía fuera de la ciudad.

(Cf. Memorie Biografiche, passim.)

119
10 DE ABRIL
EMBOSCADA NOCTURNA

Una noche de 1854, Don Bosco volvía a casa. Y advirtió que dos hombres le precedían a
poca distancia, decididos a acabar con él a toda costa, y que aceleraban o detenían el
paso a medida que él lo aceleraba o disminuía; más aún, si él atravesaba a la parte
opuesta para esquivarlos, ellos hacían lo mismo para situarse delante de él. No quedaba
ninguna duda de que se trataba de dos malintencionados.

En un momento dado Don Bosco, para zafarse de ellos, hizo como que volvía sobre
sus pasos e inmediatamente aquellos se pusieron a su lado. Le echaron una manta en la
cabeza para inmovilizarlo y le pusieron pañuelos para cerrarle la boca e impedirle gritar
y pedir socorro. Fue en este preciso momento cuando apareció, no se sabe por dónde, el
Gris, que restableció el equilibrio de fuerzas.

Se lanzó con sus garras contra uno de los individuos y le obligó a quitar la manta de la
cabeza de Don Bosco para defenderse a sí mismo; luego se tiró contra el otro en un
santiamén y lo echó por tierra. El primero, visto lo feo del asunto, trató de huir, pero el
Gris no se lo permitió, saltándole sobre las espaldas y arrojándolo al barro.

Ante el imprevisto cambio de escena se pusieron a gritar los dos bribones a coro:
«Llame al perro, llame al perro». «Lo llamaré, si dejáis de seguirme».

Y el perro obediente se le acercó, dejando paso libre a los malhechores, que se fueron
corriendo.

A pesar de esta defensa insospechada, Don Bosco sintiéndose sin ánimos para
proseguir su camino hasta su casa, se metió por esta vez en el Cottolengo. Allí, rehecho
un poco de su espanto y caritativamente restablecido con una oportuna bebida, se
encaminó al Oratorio bien escoltado.

(Cf. Memorie Biografiche, IV, 717-718; MBe, IV, 548-549.)

120
11 DE ABRIL
Si NO QUIERES ESCUCHAR A TU MADRE...

Una vez, el Gris no dejó a Don Bosco salir de casa. A causa de un olvido tenido durante
el día, debía salir una tarde a hora ya muy avanzada. Intentaba Mamá Margarita
disuadirlo, pero él, después de animarla a que no tuviera miedo, se caló el sombrero,
llamó a unos muchachos para que le acompañaran y salió hasta la cancela. Al llegar allí,
se tropezó con el Gris tendido a la larga. «¡Hola, el Gris! - exclamó Don Bosco-; mucho
mejor, seremos uno más. Levántate, pues - dijo luego al perro-, y ven».

Pero el perro, en vez de obedecer, soltó una especie de gruñido y permaneció en su


puesto.

Por dos veces intentó Don Bosco pasar por encima de él y por dos veces se negó el
Gris a dejarlo pasar. Alguno de los muchachos le tocó con el pie para que se moviera,
pero él respondió con un espantoso ladrido. Intentó entonces Don Bosco salir rozando
las jambas de la puerta, pero el Gris se arrojó a sus pies.

La buena Margarita dijo entonces al hijo: «Si no quieres escucharme a mí, escucha al
menos al perro: no salgas».

Al ver Don Bosco a su madre con tanta zozobra, creyó prudente darle gusto y volvió a
entrar en casa.

Aún no había pasado un cuarto de hora, cuando un vecino vino en su busca y le


encomendó que estuviera en guardia, porque había sabido que tres o cuatro individuos
giraban por los alrededores de Valdocco decididos a darle un golpe mortal.

(Cf. Memorie Biografiche, IV, 713; MBe, IV, 545-546.)

121
12 DE ABRIL
UNO CONTRA TODOS

Otra vez el Gris libró a Don Bosco no de uno o dos asaltantes, sino de varios.

Volvía una noche a casa, por la calle que va desde la Plaza Manuel Filiberto hasta el
llamado Rondó, hacia Valdocco. Al llegar un poco más allá de la mitad, advirtió Don
Bosco que alguien corría tras él; se volvió, y al ver a pocos pasos a un sujeto con un
enorme garrote en la mano, echó a correr con la esperanza de llegar al Oratorio antes de
ser alcanzado.

Estaba ya en la costanilla, que hoy da a la casa Delfino, cuando descubrió frente a él a


unos cuantos más, que intentaban atraparle en medio. Al darse cuenta del peligro, quiso
librarse del que le perseguía. Estaba éste a punto de propinarle un golpe, Don Bosco se
detuvo repentinamente y le dio con tal destreza y fuerza un codazo en el estómago, que
el desgraciado cayó por tierra gritando:

«¡Ah, ay, me han matado!».

Con el éxito del golpe, Don Bosco habría podido salvarse de las manos de aquél; pero
estaban ya los otros, con sus palos en alto, rodeándolo. En aquel instante saltó al medio
el Gris providencialmente, se colocó junto a Don Bosco, empezó a ladrar y a aullar,
después a rebullirse de un lado para otro con tal furia, que aquellos brutos, medio
muertos de miedo y temiendo ser hechos pedazos, rogaban a Don Bosco que lo
amansase y lo tuviera a su lado. Mientras tanto, uno tras otro se desbandaron dejando
que el sacerdote siguiese su camino.

El perro no abandonó a Don Bosco hasta que entró en el Oratorio.

(Cf. Memorie Biografiche, IV, 714; MBe, IV, 546.)

122
13 DE ABRIL
UN BUEN ACTOR

Una noche el Gris entretuvo un rato a los internos del Oratorio.

Estaba Don Bosco cenando en compañía de sus clérigos y en presencia de su madre,


cuando entró el perro en el patio. Algunos muchachos, que no le habían visto nunca,
tuvieron miedo, y quisieron pegarle o echarle a pedradas. Buzzetti, que lo conocía, gritó
en seguida: «No le peguéis, es el perro de Don Bosco».

A estas palabras se le acercaron todos, le acariciaron, le agarraron por las orejas, le


apretaron el morro, le hicieron mil mimos, y por fin lo llevaron hasta el comedor. La
inesperada visita de aquel gran animal asustó a algunos de los comensales de Don
Bosco.

El perro miró en derredor de la mesa, dio una vuelta y se acercó haciendo fiestas a
Don Bosco. Éste le acarició y quiso darle algo de la cena; le ofreció pan, sopa y cocido y
hasta de beber, pero el Gris rechazó todo y no se dignó olfatear nada. Así era de
desinteresado en su servicio.

«Entonces, ¿qué quieres?», preguntó Don Bosco.

El perro estiró las orejas, meneó la cola, siguió dando señales de satisfacción y apoyó
la cabeza sobre la mesa, mirando a Don Bosco como si quisiera darle las buenas noches.
Después, reemprendió el camino y salió acompañado de los muchachos hasta la puerta.

Aquella noche había llegado Don Bosco a casa bastante tarde, pero en coche con el
señor marqués Domingo Fassati. Al no encontrarlo por el camino, parece como que el
perro hubiese venido para manifestar su propósito de haberlo acompañado fielmente
según costumbre.

(Cf. Memorie Biografiche, IV, 715-716; MBe, IV, 547.)

123
14 DE ABRIL
ERA ÉL, 0 EL HIJO, 0 EL NIETO

El 13 de febrero de 1883, Don Bosco estuvo en la casa salesiana de Vallecrosia, y


después fue a ver al Obispo de Ventimiglia, con el que se entretuvo hasta altas horas.

Al regreso, después de buscar inútilmente un coche, fue preciso resignarse a volver a


pie. Había llovido mucho durante el día, de modo que, a la creciente oscuridad se añadía
el barro del camino, que dificultaba la marcha al llegar a ciertos puntos donde la débil
vista del Siervo de Dios no le permitía ver dónde tenía que poner el pie.

Mas he aquí, que se plantó delante su antiguo amigo, el famoso Gris, al que no veía
hacía treinta años.

El buen animal se acercó alegremente y, después, se echó a andar como a medio metro
delante de él..., lo necesario para ser visto entre las tinieblas. El perro caminaba a paso
lento y acompasado, de modo que lo pudiera seguir quien caminaba con dificultad, y
tenía cuidado de que evitara los charcos dando un rodeo. Al llegar cerca de casa,
desapareció.

Don Celestino Durando, que iba con cuidado para no caer en el barrizal, siempre
aseguró que no había visto nada; pero Don Bosco narró varias veces el hecho.

Un día lo contó también en Marsella en casa de los señores Olive durante la comida.
La señora le preguntó: «Pero, ¿cómo se explica que el perro pudiera tener tantos años,
cuando la vida ordinaria de los perros no alcanza a tantos?».

Don Bosco le contestó sonriendo: «Será un hijo o un nieto de aquél».

(Cf. Memorie Biografiche, XVI, 36; MBe, XVI, 39-40.)

124
15 DE ABRIL
EL «GRIS» POR VEINTE CÉNTIMOS

Entre los alumnos que conocieron al Gris en los años transcurridos en Valdocco con Don
Bosco, había un tal Pedro Grasso, que en 1886 quiso dibujar con carboncillo su figura en
compañía de Don Bosco. Cuando le fue presentado el cuadro a Don Bosco, exclamó:
«¡Mira, mi Gris!».

Aquel cuadro, el 24 de mayo de 1894, fue puesto a sorteo en la lotería que cada año
los hijos de Don Bosco organizaban en el Oratorio de Turín por las fiestas de María
Auxiliadora.

Con un billete de veinte céntimos lo ganó el joven Ambrosio Trezzi. Le entregó el


cuadro don Esteban Trione (uno de los propagandistas más activos de Don Bosco y de
sus obras). Se congratuló con el vencedor diciéndole: «Verás como el Gris de Don
Bosco te dará suerte».

«Después de 58 años, tengo que confirmar verdaderamente que Don Bosco me ha


traído la suerte grande del sacerdocio y si algo bueno he podido hacer, se lo debo a Don
Bosco, en quien siempre me he inspirado».

Para sustraer el cuadro a posibles pérdidas, lo regaló a los salesianos, que lo han
colocado en el museo salesiano de Valdocco.

(Cf. Boletín Salesiano, 1960.)

125
16 DE ABRIL
EN AUXILIO DE LAS HERMANAS

Una Hermana de María Auxiliadora fue también socorrida por el Gris, junto con otra
hermana, en Umbría, en el camino que une Cannara con Asís, en 1893. La hermana en
cuestión tenía entonces 24 años de edad y 8 de profesión religiosa.

«Era el 2 de noviembre de 1893. Hacía cerca de un mes que me hallaba en Cannara,


cuando la hermana directora, nueva como yo en la casa y en el pueblo, me mandó a Asís
para llevar algunos documentos al Obispo, adquirir algunos objetos que en el pueblo no
se encontraban y retirar de aquella estación un envío...

Caía la noche; la niebla se espesaba de modo que no nos dejaba distinguir nada.
Reinaba un alto silencio... Con gran miedo dije: "¡Oh si Don Bosco nos mandase en
defensa su Gris!".

Proseguimos el camino rezando en silencio. No habían pasado dos minutos y, de un


espeso seto salió de repente un gran perro que saltó una zanja que separa el campo de la
carretera y, jadeando fuerte, se echó a andar entre sor Ana y yo.

Sin otros incidentes, llegamos a nuestro instituto. En el fondo de la escalera,


precisamente sobre el portón, esperaba ansiosa la directora. Apenas nos vio, lanzó un
suspiro de alivio.

El perro entró con nosotras en la casa, apoyó las patas anteriores en el segundo
escalón, miró hacia arriba, nos miró y se quedó inmóvil. Luego se volvió rápidamente y
salió a toda prisa por la puerta de la calle.

Nosotras, movidas de idéntico esfuerzo, corrimos a detenerle, pero por más que
miramos por la amplia plaza y las calles adyacentes, no nos fue posible verlo más. Había
desaparecido».

(Cf. Memorie Biografiche, XVI, 37; MBe, XVI, 40.)

126
17 DE ABRIL
¿EL «GRIS» EN AMÉRICA?

En 1930, en Barranquilla (Colombia), las Hijas de María Auxiliadora construían una


casa y cada día oían noticias de hurtos y violencias en la ciudad y sus alrededores de
manera que temían, ellas también, la visita de ladrones, porque, desde el mes de abril,
tenían al descubierto montones de materiales de construcción así como para la
instalación de lavabos, baños, puertas, ventanas y cosas similares. ¡Los ladrones
conocían perfectamente el camino! Efectivamente, antes de comenzar las obras, ya
habían entrado en casa cuatro veces, aunque sin causar más daño que el susto. Así las
cosas, las hermanas rogaron a Don Bosco que les enviara a su Gris para guardarlas.

Pues bien, una noche entró en el pasillo de la antigua casa un conjunto de perros
nunca vistos por aquellos alrededores. Eran seis: se apostaron en los patios y en los
rincones más apartados del viejo recinto. Permanecieron hasta el día siguiente a las seis.
Esto mismo hicieron durante un mes: continuaron así la guardia hasta que desapareció
todo peligro.

(Cf. Memorie Biografiche, XVI, 37; MBe, XVI, 40-41.)

127
18 DE ABRIL
EL CUARTO DE LAS CASTAÑAS

Una tarde de 1853, después de cenar, estaba Don Bosco dando la acostumbrada clase
nocturna, cuando dos hombres de siniestro aspecto fueron a llamarle, pidiendo que
saliera a toda prisa para confesar a un moribundo, en un lugar poco distante. Siempre
bien dispuesto al servicio de las almas, se dispuso a partir inmediatamente. Al salir de
casa, como era hora un poco avanzada, se le ocurrió llevar consigo a algunos muchachos
de los mayores para que le hicieran compañía, a pesar de las protestas de aquellos dos.

Llegaron a la casa indicada, hicieron entrar a Don Bosco en una habitación de la


planta baja, donde se encontró con media docena de tipos alegres que, después de una
espléndida cena, comían o fingían comer castañas.

«Don Bosco, haga el favor de servirse de nuestras castañas».

«Gracias, no me apetecen; hace poco que he cenado y no tomo nada más».

«Pero al menos beberá un vaso de nuestro vino; verá qué bueno es; es de la parte de
Asti».

«No tengo ganas; no estoy acostumbrado a beber fuera de comida».

Pero uno tomó una botella colocada sobre la mesa y fue sirviendo vino en los vasos.
Como ex profeso se había puesto uno menos, una vez que llenó todos, fue a tomar aparte
otro vaso y otra botella, de la cual sirvió para Don Bosco. No fue necesario más, porque
éste se dio buena cuenta del perverso plan, que no era otro más que el de envenenarlo.

«Ya he dicho que no tengo ganas».

Después, pasando de los dichos a los hechos, uno de ellos agarró al pobre cura por el
hombro derecho y otro por el izquierdo.

Ante la violencia, Don Bosco se encontró entre la espada y la pared. Era realmente un
mal momento.

«Si de todos modos queréis que beba, dejadme libre, porque agarrado por los hombros

128
y los brazos, me hacéis temblar la mano y se me va a caer el vino».

Entonces Don Bosco dio un largo paso atrás, se acercó a la puerta, que por fortuna no
estaba cerrada con llave, la abrió e invitó a sus jóvenes a entrar. Acompañado por ellos,
regresó a casa.

(Cf. Memorie Biografiche, IV, 697-699; MBe, IV, 533-534.)

129
19 DE ABRIL
YO NO ESTARÉ, PERO Tú SÍ

El año 1853, cuando se organizaban en Turín los grandes festejos con motivo del
centenario del milagro del Santísimo Sacramento, Don Bosco escribió un opusculito para
preparar al pueblo al solemne acontecimiento.

Algún mes después de las fiestas, Don Rua habló de la buena acogida y de la gran
difusión del opúsculo. Don Bosco, llevando el pensamiento más adelante, dijo: «Cuando
en 1903 se celebre el cincuentenario, yo ya no existiré pero tú vivirás todavía: desde
ahora te encargo que vuelvas a editarlo».

«Con mucho gusto - respondió Don Rua-; acepto este agradable encargo: pero, ¿y si la
muerte me gastara alguna broma y me sacase de este mundo antes de la fecha?».

«Tranquilo, tranquilo; la muerte no te hará ninguna broma y tú podrás cumplir el


encargo que ahora te hago».

Sintiéndole hablar con tanta seguridad, desde entonces Don Rua puso aparte un
ejemplar de aquel opúsculo, para publicarlo cuando hubiera que hacer la edición en
1903. Y la hizo, poniendo como prólogo una declaración donde hacía referencia a su
enfermedad y curación obtenida a continuación de la bendición de Don Bosco en 1868.

(Cf. Memorie Biografiche, IX, 322-323; MBe, IX, 302.)

130
20 DE ABRIL
EL INDUMENTO DE DON BOSCO

Una tarde de 1853, Don Bosco volvió a casa totalmente calado por una lluvia torrencial
y chorreando por todas partes. Subió a su habitación buscando con qué cambiarse; pero
su madre no hallaba otra sotana que ofrecerle.

Don Bosco estaba contrariado porque los muchachos le esperaban en la iglesia para
rezar las preces de la Dolorosa, y no quería faltar.

Quiso Dios que dieran sus ojos con una capa larga y un par de pantalones blancos
regalados por el marqués Fassati como limosna para un joven. Don Bosco se puso, sin
más, aquellos indumentos, calzose unos chanclos y bajó a la iglesia. Estaba oscuro, pero
los muchachos adivinaron su extraña vestimenta y, mientras sonreían, comprendieron a
qué extremo se veía reducido por ellos el buen Padre.

Otro año, durante el mes de mayo, le sorprendió por la calle un desaforado aguacero.
Como no tenía otra sotana para cambiarse, bajó a la iglesia con un largo abrigo que le
había regalado un amigo sacerdote; fue entonces cuando, predicando el sermoncito de la
Virgen, desde las gradas del altar, se pudieron ver sus medias remendadas.

(Cf. Memorie Biografiche, V, 679; MBe, V, 483.)

131
21 DE ABRIL
DON BOSCO CALZADO

Un día Don Bosco tuvo que mandar a un clérigo a Turín para un encargo bastante
importante; tenía el muchacho los zapatos descosidos y deteriorados, y él, sin pensar en
las consecuencias, se quitó de los pies los suyos y se los dio.

Mientras tanto, Don Bosco mandó a buscar a alguno que pudiese prestarle un par de
zapatos, pero ninguno de ellos tenía más zapatos que los puestos y no pudieron encontrar
unos adaptados a la medida de Don Bosco. Al fin se encontraron unos zuecos. Pero es de
advertir que era en pleno verano. A la hora de comer bajaba Don Bosco las escaleras, y
todos los muchachos corrían ante el extraño ruido y reían al ver los zuecos que llevaba
Don Bosco.

Pero lo mejor fue que, hacia las tres, se presentó un sirviente del conde Giriodi
pidiéndole que fuera corriendo para atender a un enfermo de aquella noble familia. Don
Bosco quería un coche para que nadie viese los zuecos, pero hacía falta mucho tiempo
para encontrar uno, porque en aquellos tiempos había pocos estacionados en el centro de
la ciudad y muy caros. Y había de ir enseguida.

Entonces corrió con el criado al lado, recorrió la calle Dora Grossa, la Plaza Castello,
siempre rozando las paredes y un tanto inclinado para que la sotana cubriese los pies.

En el regreso fue acompañado por el conde mismo. Al llegar a la calle Corte


d'Appello, el conde le hizo entrar en casa de la viuda Zanone, que tenía una tienda de
zapatos en el número ocho de dicha calle. La mujer quedó asombrada al ver los zapatos
de Don Bosco, buscó enseguida los más bonitos zapatos que tenía en la tienda y los
ajustó a los pies de Don Bosco. Pero se quedó con los zuecos como preciosa reliquia y
recuerdo del hecho.

(Cf. Memorie Biografiche, V, 679-680; MBe, V, 483-484.)

132
22 DE ABRIL
CULPA Y PERDÓN

Una tarde del mes de agosto de 1853, alrededor de las seis, estaba Don Bosco junto a la
cancela que cerraba el patio del Oratorio, y hablaba tranquilamente con algunos de sus
muchachos, cuando se oyó el grito de: «¡Un asesino, un asesino!».

Éste, en mangas de camisa, corría furiosamente contra Don Bosco blandiendo un


cuchillo carnicero en la mano y gritando: «¡Que lo mato; quiero matar a Don Bosco!».

El miedo se apoderó de los muchachos en el primer momento y se desbandaron a todo


correr. Estaba entre los que huían el clérigo Félix Reviglio. Su fuga fue providencial y la
salvación de Don Bosco, porque el asesino, tomándolo por Don Bosco, se echó tras él;
pero, al darse cuenta de su error, volvió hacia la cancela. En el breve intervalo, Don
Bosco tuvo tiempo para ponerse a salvo, subiendo a su habitación y cerrando con llave la
pequeña puerta de hierro que había al pie de la escalera. Apenas estuvo cerrada la puerta,
llegó el tunante, el cual comenzó a golpear con un pedrusco y a moverla y empujarla con
fuerza para abrirla, pero en vano. Allí se estuvo más de tres horas, como un tigre que
acecha la presa.

Mientras tanto, los muchachos, rehechos del primer susto, se habían reunido de nuevo.
Siguiendo la voz del corazón y dejándose llevar por el ardor juvenil, armose cada uno de
un instrumento, quién de un palo, quién de una piedra, quién de otro objeto..., y se
dispusieron a echarse sobre el desgraciado y hacerlo pedazos. Pero Don Bosco, por
miedo a que alguno de ellos sufriera una herida, desde el balcón les prohibió tocarlo.

Se avisó enseguida, y varias veces, a la comisaría; pero, es triste decirlo, no se vio


aparecer ni a un solo alguacil, ni a un guardia hasta las nueve y media de la noche. A
aquella hora se presentaron dos guardias, esposaron al malandrín y se lo llevaron al
cuartelillo.

Al día siguiente, el comisario cometió otra imprudencia mayor. Mandó a un policía a


preguntar a Don Bosco si perdonaba el atropello. Respondió que, como cristiano y
sacerdote, perdonaba el ultraje y muchos más; pero, como ciudadano y director de una
institución, invocaba en nombre de la ley, que la autoridad pública garantizase mejor la
casa y las personas.

133
Al día siguiente, el comisario ponía en libertad al criminal, el cual estaba, de nuevo,
por la tarde apostado a poca distancia del Oratorio, esperando que Don Bosco saliese,
para realizar su sanguinario plan.

(Cf. Memorie Biografiche, IV, 700-701; MBe, IV, 537-535-536.)

134
23 DE ABRIL
¡LAS LECTURAS CATÓLICAS 0 LA VIDA!

Un domingo por la tarde, en enero de 1854, subieron dos señores elegantemente vestidos
a la habitación de Don Bosco. El patio se hallaba desierto, porque los muchachos estaban
cantando en la iglesia. Juan Cagliero, que vio a aquellos dos señores, sospechó, y fue a
esconderse en la habitación contigua a la de Don Bosco.

Se puso a la escucha, pero al principio no llegó a comprender bien. A pesar de que la


conversación de aquellos señores con Don Bosco era muy animada, le pareció que éste
rechazaba adherirse a una proposición que le habían hecho. Pero los dos intrusos alzaron
la voz y oyó Cagliero claramente estas palabras: «A fin de cuentas, ¿qué le importa a
usted que prediquemos una cosa u otra? ¿Qué interés tiene usted en llevarnos la
contraria?».

«¡Es mi deber defender la verdadera religión con todas mis fuerzas!».

«¿Y no dejará de escribir Lecturas Católicas?».

«¡No!», dijo resueltamente Don Bosco.

«Decídase a obedecer, ¡o es hombre muerto!».

«Dispare», dijo Don Bosco tranquilo, clavando una mirada imponente en su rostro.

En aquel instante, se oyó un fuerte golpe que retumbó por la habitación y asustó a los
dos señores, que metieron las pistolas en el bolso.

Cagliero, al no poder captar el sentido de las últimas palabras pronunciadas con una
voz ronca y baja, temió cualquier mal para Don Bosco, por lo que dio un fuerte puñetazo
en la puerta y voló en busca de Buzzetti, que acudió al instante. Juntos los dos, llegaron a
la puerta de Don Bosco, dispuestos a entrar; pero, en aquel mismo instante, salían los
señores nerviosos y temblando. Don Bosco iba tras ellos con su bonete en la mano,
despidiéndolos cortésmente y tranquilo.

(Cf. Memorie Biografiche, IV, 706; MBe, IV, 539-540.)

135
24 DE ABRIL
A GRANDES MALES, GRANDES REMEDIOS

Pese a las continuas asechanzas, Don Bosco permanecía siempre inmutable y hasta
alegre; nunca llevó armas para defenderse, nunca aprovechó su poderosa fuerza para
rechazar los asaltos.

Una noche a hora muy tardía, volvía Don Bosco de Moncalieri por la orilla del
camino, cuando hacia mitad del viaje, casi bajo Cavoretto, se dio cuenta de que un
hombre le seguía con un grueso y largo garrote en la mano, levantado para abrirle la
cabeza. Le alcanzó; pero, sin pensarlo el malvado, Don Bosco le esquivó con un rápido
movimiento y le dio tal empujón, que le hizo dar una voltereta y fue a caer en una zanja
bastante profunda llena de hierba. Apretó entonces el paso hasta alcanzar una comitiva,
que le precedía a lo lejos.

Resulta maravilloso ver la tranquilidad de Don Bosco en tales encuentros, pero no se


puede olvidar la ansiedad con que le tocaba vivir a Mamá Margarita. ¡Cuántas veces dio
gracias al Señor al ver fallidos los golpes con que atentaban contra su hijo! La casa del
Oratorio estaba aislada en medio de huertas y prados y sin tapia continua alrededor; se
vio obligado a poner una cancela de hierro al pie de la escalera, para cerrar el paso que a
través de la galería conducía a la estancia de Don Bosco.

Allí colocaba a menudo en guardia, particularmente de noche, a algún joven fornido.


Más aún, hizo venir de Castelnuovo a su otro hijo, José, para defender a Don Bosco de
sus obstinados enemigos.

Si al caer de la noche, aún no había vuelto a casa por estar asistiendo a un enfermo o
cumpliendo cualquier otra obra de caridad, Margarita enviaba a su encuentro a los
muchachos mayores para que le acompañasen a la vuelta hacia el Oratorio.

(Cf. Memorie Biografiche, IV, 707; MBe, IV, 540-541.)

136
25 DE ABRIL
EL DOLOR DE MUELAS

Durante los primeros años del Oratorio, siempre que un muchacho tenía fiebre, dolor de
muelas, de cabeza o cualquier otro mal, iba él a la iglesia y suplicaba al Señor que librara
a aquel joven de su mal y le pasara a él aquella penitencia. Y el Señor le escuchaba.

Un día vio a un muchacho atormentado por tan atroz dolor de muelas, que se ponía
frenético. Don Bosco le dijo: «Tranquilo; voy a rezar para que el Señor me pase una
parte de tu mal». Respondió el muchacho que de ningún modo quería ver padecer a Don
Bosco.

Después de cenar, Don Bosco empezó a sentir un dolor de muelas cada vez mayor,
hasta el punto de que tuvo que llamar a su madre y decirle: «Por favor, no me deje solo,
porque tengo miedo de echarme por la ventana. Este dolor me va a volver loco».

Así pasó Don Bosco una parte de la noche, hasta que el agudo dolor se hizo tan
insoportable, que llamó al joven Buzzetti y le rogó que le acompañara a un dentista. Éste
examinó la dentadura pero no encontró ninguna pieza picada: todas estaban sanas. Tan
sólo aparecía tremendamente hinchada la mandíbula. Le arrancó una muela sana, pero
Don Bosco se desmayó y hubo que aplicarle un remedio para que volviera en sí. Poco
después, el dolor desapareció.

(Cf. Memorie Biografiche, V, 13; MBe, V, 24.)

137
26 DE ABRIL
UN CÍRCULO LUMINOSO

Nos hallábamos a principios de marzo de 1854, cuando Don Bosco nos contó el
siguiente sueño:

«Me encontraba en medio de vosotros, cuando llegó al Oratorio un señor y me dijo


que quería ver a todos los jóvenes. Miré maravillado a aquel hombre y le acompañé a
visitar el Oratorio.

Cuando llegamos abajo, vosotros, como a una señal convenida, os encontrábais todos
debajo de los pórticos. Él os miró bien, le agradó vuestra actitud y mientras tanto yo vi
encima de uno de vosotros un blanquísimo círculo luminoso como la luna con el número
23».

«Ese joven vivirá todavía 23 meses - dijo aquel señor-; vigila para que acabe bien su
vida y no te afanes por saber más».

Fue indescriptible el efecto de esta narración; todos temían tener la luna en la frente y
trataban de corresponder lo mejor que podían al aviso del Señor.

Mientras tanto, los meses pasaban, el recuerdo de aquel sueño se desvanece con el
tiempo y casi ninguno pensaba ya en él...

Si los jóvenes podían olvidarse de la voz del Señor, Don Bosco les hizo ver que no lo
olvidaba. Un buen día, en el otoño de 1855, llamó al clérigo Juan Cagliero y le dijo que
fuera a otro dormitorio a asistir y le confió a un joven llamado Segundo Gurgo.

En los primeros días de diciembre, el joven, un verdadero coloso de prosperidad,


robusto en su persona y con un indecible deseo de vivir y de gloria, cayó enfermo. La
enfermedad siguió su curso normal, el médico lo curó con afecto y con mucha
inteligencia. Ya estaba fuera de peligro y fue su padre para llevarlo a casa para la
convalecencia. Pero una improvisa recaída lo redujo al fin de la vida.

En la Misa, Don Bosco dijo que rezaran mucho por aquel muchacho, porque tenía
gran necesidad de oraciones.

138
(Cf. Francesia, Vita di Don Bosco, 203.)

139
27 DE ABRIL
UNA PALOMA

SOBRE LA CABEZA DE CAGLIERO

Desde que había visto una paloma sobre la cabeza de Cagliero moribundo por una
infección tifoidea en 1854, a Don Bosco no se le había podido quitar de la cabeza la idea
de que llegaría a obispo.

Alrededor de 1855, se hallaban unos clérigos en derredor de Don Bosco, sentado a la


mesa, y hablaban, medio en broma, sobre su futura condición. Don Bosco se calló un
momento y, tomando un aire grave y pensativo, como entonces solía, miró uno a uno a
sus alumnos y dijo: «¡Uno de vosotros llegará a obispo!. Pero Don Bosco será siempre
solamente Don Bosco».

En 1884, cuando Cagliero fue elegido Obispo titular de Magido, pidió éste a Don
Bosco que revelase el secreto de treinta años atrás, cuando había dicho que uno de sus
clérigos llegaría a obispo.

«Sí, te lo diré la víspera de tu consagración».

Y fue por la noche de aquel día cuando Don Bosco, paseando a solas con monseñor
Cagliero en su habitación, le dijo: «¿Recuerdas aquella grave enfermedad que pasaste
cuando eras joven y al empezar tus estudios?».

«Sí señor; me acuerdo y recuerdo que usted fue a administrarme los últimos
sacramentos».

Y Don Bosco le contó, con pelos y señales, las dos visiones que se referían a él
directamente.

Monseñor Cagliero, después de oírlo todo, rogó a Don Bosco que aquella misma tarde
contara durante la cena a todos los hermanos del Consejo Superior aquellas visiones.

(Cf. Memorie Biografiche, V, 110; MBe, V, 91-92.)

140
28 DE ABRIL
DON BOSCO Y LA APOSTASÍA

Don Bosco en San Ignacio, en Lanzo, dirigía como de costumbre en los Ejercicios
Espirituales, el santo rosario. Un día, al acabar el de profundis, de repente paró; intentó
seguir con el responsorio y el Oremus, pero tropezó, tartamudeó y fue incapaz de
proseguir. Parecía haber perdido la memoria, o estar absorto en un pensamiento
dominante.

Sus amigos más íntimos pensaron que en aquel momento él se había detenido frente a
algún espectáculo extraordinario.

Efectivamente así era. Había visto aparecer en el altar dos lucecitas. En medio de la
llama de una, se leía con claros caracteres muerte, y en la otra, apostasía. Las dos llamas
salían del altar, como si se hubieran desprendido de las velas del mismo, y se dirigían
hacia la nave de la iglesia. Don Bosco se levantó para ver en qué paraba aquello y vio
que las llamitas, girando por encima de la gente, fueron a posarse, la primera sobre la
cabeza de uno y la segunda sobre la de otro de los que estaban arrodillados en medio de
los compañeros. Y aquel mismo año la visión quedó cumplida.

Un rico comerciante, con fama de buen cristiano, sobre cuya frente se paró la llamita
que indicaba apostasía, se hizo protestante. El otro, señalado por la segunda llama, murió
en aquel año: era un noble barón.

(Cf. Memorie Biografiche, V, 303; MBe, V, 222-223.)

El dolor que Don Bosco experimentaba ante una apostasía era indecible. Un día
estaba en su habitación hablando afablemente con algunas personas, cuando de repente
se puso serio, palideció, empezó a temblar y se quedó con los ojos fijos e inmóviles
durante unos minutos. Se asustaron los presentes y creyeron que se trataba de un
desvanecimiento; pero volvió a su estado normal y dijo: «Acabo de ver a un muchacho
del Oratorio festivo hacerse protestante».

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 181; MBe, VIII, 164.)

141
29 DE ABRIL
VENCER LA COSTUMBRE DE LA BLASFEMIA

Llegaban a veces al Oratorio hombres que se habían encontrado con Don Bosco en un
viaje y, habiéndoles exhortado a confesarse, iban a cumplir la promesa hecha.

Fue, entre otros, el cochero de una diligencia pública. Don Bosco se había sentado en
el pescante junto a él, y sufría mucho al oírle blasfemar a menudo. Pero no se calló, sino
que de buenas maneras, le rogó que no lo hiciera.

Contestole el cochero que era tal la costumbre, que no veía cómo llegar a enmendarse.

Entonces Don Bosco le dijo: «Si de aquí al primer relevo de caballos no suelta una
blasfemia, o sea, hasta la primera parada, le pago un litro de vino».

A partir de aquel instante, los labios del cochero no pronunciaron el nombre de Dios
en vano ni una sola vez.

Don Bosco cumplió su palabra y luego le dijo: «Si ha podido vencerse durante este
tiempo por tan poco, ¿cómo no va a poder dejar de blasfemar del todo, pensando en el
cielo que le espera y también en el infierno en el que puede caer de un momento a
otro?».

(Cf. Memorie Biografiche, V, 194; MBe, V, 148.)

142
30 DE ABRIL
DON BOSCO Y LAS COMIDAS DE TRABAJO

Un día Don Bosco, sentado en una mesa repleta de abundantes y agradables bebidas,
exclamó: «Si estuvieran aquí mis muchachos, ¡qué buena cuenta darían de tanto bien de
Dios!».

En otra ocasión, al presentar el segundo y tercer plato, no quiso tomar más.

Dijo entonces el jefe de familia: «Don Bosco, ¿no se encuentra bien?».

«Muy bien, respondió; pero, ¿cómo quieren ustedes que yo coma todo esto, mientras
mis hijos no tienen con qué matar el hambre?».

Entonces uno de los comensales se puso en pie y dijo: «¡Es cierto, hemos de pensar
también en los muchachos de Don Bosco!». Y pasó en seguida de uno a otro y recogió
cerca de cuatrocientas liras que entregó a Don Bosco.

Comía un día en casa del banquero Cotta, el cual, al verle tan preocupado, le preguntó
si tenía alguna molestia. Y Don Bosco le respondió: «Siento sobre mi estómago el peso
de los varios millares de liras que usted me ha prestado».

«¡Ea!, ¡ánimo! El café que tomará después arreglará su estómago».

Efectivamente, llegó el café y el banquero le devolvió los recibos por él firmados,


condonándole toda deuda, con lo que Don Bosco salió sin más peso en el estómago...

(Cf. Memorie Biografiche, V, 319; MBe, V, 232-233.)

143
144
1 DE MAYO
REZAR ANTES DE LAS COMIDAS

Con toda cortesía conseguía resucitar prácticas cristianas caídas en desuso en muchas
familias. Él, que tanta importancia daba al santiguarse antes y después de las comidas,
fue invitado por unos señores en cuya casa no existía esta práctica religiosa. Don Bosco
lo sabía. ¿Qué hizo? Se entretuvo un poco con uno de los chiquillos, cuando habían
invitado a pasar al comedor. Estaba ya la familia sentada a la mesa. Entró Don Bosco en
la sala y dijo al niño: «Ahora, hagamos la señal de la cruz antes de empezar a comer.
¿Sabes por qué debemos santiguamos antes de comer?».

«No, no lo sé», respondió el chiquito.

«Pues bien, te lo digo yo en dos palabras: el motivo es para distinguirnos de los


animales. Los animales, que no tienen razón, no hacen la señal de la cruz, porque no
saben que el alimento que comen es un don de Dios; pero nosotros, que somos cristianos
y sabemos que el pan que comemos es una gracia del Señor, hemos de santiguarnos en
agradecimiento. Además, tú sabes muy bien lo fácil que es morir. Podría suceder que
una miga de pan equivocase el camino y nos cortase la respiración, o que una espina de
pescado se nos clavase en la garganta; pues, si rezamos antes al Señor, él nos librará de
todos estos peligros. Di, pues, conmigo: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo. Amén».

El padre, la madre y los demás se miraron uno a otro y se ruborizaron. Desde


entonces, entró en aquella familia la hermosa costumbre de santiguarse antes y después
de comer.

(Cf. Memorie Biografiche, V, 327; MBe, V, 238.)

145
2 DE MAYO
LA PALABRA ES PAN 0 VENENO

Un día de 1855, Don Bosco fue a visitar a un general amigo y admirador suyo. Salió éste
a recibirle, besó su mano y le agasajó cariñosamente.

Estaba presente también el hijo del general, un muchachito de unos doce años, con
cierto aspecto de presumido.

«Ea, Carlitos, ven a besar la mano a Don Bosco. ¿No sabes quién es este sacerdote?
Es Don Bosco, de quien tantas veces has oído hablar...».

«¡Me da asco!», murmuró entre dientes Carlitos. Quedó el padre mortificado y Don
Bosco permaneció sereno y tranquilo y, fingiendo no haber oído, pasó por encima del
insulto y entabló la conversación.

Carlos, con el permiso del padre, tomó parte en ella. ¡Había que oírlo! Interlocutor
atento, vivaz y rápido, el muchacho preguntaba y respondía sobre cuestiones de historia,
de geografía, de música y de otras cosas con una seguridad y competencia admirables;
pero si se aludía a cosas de religión, el señorito apretaba los labios, cerraba los dientes y
no salía palabra de su boca.

Cuando Carlos se retiró, su padre, apenado por haber descubierto en el hijo aquel
hastío contra la religión, dijo a Don Bosco:

«¿Cómo se entiende que mi hijo haya cambiado tanto, cuando antes era tan religioso?
¿Cómo es posible? ¡No me lo explico!».

Don Bosco, sabedor de la candidez de aquel señor, había echado un vistazo en


derredor y había visto sobre la mesa La Gaceta del Pueblo, La Piamontesa, El siglo y
otros periódicos de la misma calaña: «¿Busca usted la causa, señor Marqués? Hela ahí
sobre esa mesa. Ciertas caricaturas, ciertos dibujos, ciertas indignas y malignas figuras
de personas y de cosas sagradas son peores que las peores lecturas. La fantasía del niño
se excita más con la figura que con la lectura; se entusiasma con lo que le gusta y usted
lo sabe muy bien, las primeras impresiones no se borran nunca más».

(Cf. Memorie Biografiche, V, 329; MBe, V, 240-241.)

146
147
3 DE MAYO
DISPENSEN, ME HE EQUIVOCADO DE PUERTA

Una vez esperaba a Don Bosco la marquesa Dovando, bienhechora de sus muchachos, la
cual había invitado para la ocasión a numerosas amistades. Acudieron muchas señoras
lujosamente vestidas, deseosas de conversar con Don Bosco. Dos de ellas se adelantaron
a recibirle cuando entraba en el salón: iban algo escotadas y con los brazos medio
desnudos. En cuanto las vio Don Bosco, bajó los ojos y dijo: «Dispensen, me he
equivocado de puerta; creía que iba a una casa y he entrado en otra».

«No, Don Bosco; no se ha equivocado; es aquí donde le esperamos».

«No, no puede ser. Yo estaba persuadido de que en la casa a la que se me ha invitado,


podía entrar un sacerdote con entera libertad. Pero les compadezco, buenas señoras; hoy
se emplea tanta seda y tanta tela para las faldas, que no queda para las mangas».

E insistía en marcharse.

Diéronse cuenta aquellas damas de su falta de modestia, se sonrojaron y,


abochornadas, fueron a buscar chales, pañuelos u otros trapos con que cubrirse. Luego
volvieron arropadas y rogaron a Don Bosco, que ya estaba en la escalera, que las
perdonara y entrase.

«Ahora sí - respondió sonriendo-; así va bien».

Y se quedó, con agrado de los comensales. Las dos señoras no se quitaron durante la
comida sus improvisados atuendos.

(Cf. Memorie Biografiche, V, 331-332; MBe, V, 241-242.)

148
4 DE MAYO
LECCIÓN A UN GENERAL

Una tarde Don Bosco había ido a comer con el conde Camburzano, insigne orador y
diputado del parlamento subalpino. Iba con frecuencia a aquella casa y siempre había
sido recibido como un amigo y como un santo. Tanto durante la comida como después,
el conde y su señora le preguntaban cosas del espíritu.

Aquella tarde la conversación había sido más bien mundana, porque un general
invitado había conseguido dominar la conversación y llevarla por donde quería.

No obstante, al despedirse, acompañaron a Don Bosco hasta la puerta, haciéndole


tantas preguntas que una no dejaba responder a la otra. También el general preguntó a
Don Bosco: «Y a mí, ¿qué me recomienda?».

Don Bosco se detuvo un instante, como solía hacer en los momentos más importantes,
y luego dijo: «¿Usted? ¡Si quiere bien a Don Bosco, ayúdele a salvar el alma!».

Estas palabras pronunciadas en tono muy serio, que parecía imposible en él,
produjeron un efecto admirable. Don Bosco salió de aquella casa, pero siguió siendo
argumento de gran admiración.

El más conmovido de todos era el general, que fuera de sí por el estupor, decía: «Sólo
Don Bosco me podía hacer esta advertencia y de manera tan prudente. Parecía que me
leyese en el corazón que son muchos los años en que yo no pienso en mi alma. Ahora
procuraré cambiar de táctica y de estrategia para las nuevas batallas»

(Cf. Francesia, Don Bosco amico delle anime, 195.)

149
5 DE MAYO
LAS CÁRCELES DE TURÍN

Las cuatro cárceles de Turín en los tiempos de Don Bosco, eran objeto de la caridad y
del celo de don Cafasso. El reglamento de las cárceles, fijado por Carlos Alberto en
1839, prescribía la Misa y la instrucción religiosa todos los días festivos; y catecismo
todos los días de Cuaresma.

Para ayudar a los capellanes a preparar a los detenidos para la Pascua, don Cafasso
mandaba tres veces a la semana a los sacerdotes del Colegio Eclesiástico con abundantes
donativos. Fue precisamente en sus años de residente del Colegio Eclesiástico cuando
Don Bosco comenzó a visitar las cárceles de la ciudad, dirigido por don Cafasso, y
permaneció en sus visitas dieciocho años, hasta que otras ocupaciones le obligaron a
interrumpirlas definitivamente.

Don Bosco salía muy impresionado de aquellos muros y de entonces datan los
primeros planos concretos para cerrar a los jóvenes el camino de aquellas casas o para
redimirlos después de la caída y la pena. Porque también entonces con aquellas ideas de
libertad malentendida y de unidad peor actuada, no era raro el caso de encontrar jóvenes
en aquellos lugares de castigo. La vida en la cárcel llevaba a la promiscuidad, que a fin
de cuentas siempre se resolvía en una verdadera escuela de delincuencia, estando allí
dentro todos a merced del más matón y del más deshonesto por añadidura.

De esta manera, quien había caído por fragilidad y como por sorpresa, después de
aquellas iniciaciones, caía luego por malicia y premeditación, ya que la moral era que
todos aquí abajo habían de ser iguales y que el hurto y el engaño son los únicos medios
que le quedan a la pobre gente para llegar a poseer cuanto les correspondía por derecho
inalienable de la persona.

(Cf. Memorie Biografiche, II, 105; MBe, II, 89.)

150
6 DE MAYO
DON BOSCO EN LA CÁRCEL

La primera preocupación de Don Bosco al poner pie en la cárcel era la de conquistarse al


cabecilla, porque conquistado ése, no era difícil, y sí en cierta manera fácil, manejar la
masa que dependía de él como un ejército del general. Naturalmente no estaba todo en
eso.

Don Bosco entraba allí acorazado, además de con una fuerte preparación cultural y
ascética, también con la oración y la penitencia, persuadido de que en ésta, como en
todas las otras obras de Dios, quien actúa en último análisis es Dios, aunque parezca que
la aptitud proviene de otras cualidades o de un plan previsto y preordenado.

A lo que nunca pudo acostumbrarse Don Bosco fue a la asistencia a los condenados a
muerte. Una vez en Alessandria, donde su presencia había sido pedida con insistencia
por el mismo condenado, primero palideció y luego se desmayó.

En 1857, sucedió algo curioso. Había sido ajusticiado detrás de la Ciudadela un


delincuente por él asistido y preparado y tras el tirón de la cuerda había sido bajado de la
viga y colocado en el féretro, fue llevado a la iglesia de San Pedro ad Vincula, donde se
acostumbraba sepultar a los condenados a muerte. Cuando he aquí que aquel pobre
desgraciado se mueve, lanza un gemido y se incorpora. El capellán y otros más que
estaban todavía en la iglesia, lo llevan a una cama. Él nombró a Don Bosco, que fue
llamado y acudió a toda prisa. Le prepararon una taza de café y todavía la bebió; pero
Don Bosco conoció que no había esperanza de salvarlo, porque las vértebras del cuello
estaban completamente dislocadas. Se apresuró, pues, a excitarlo a contrición; él lo
absolvió y no se marchó de allí hasta que, al cabo de casi dos horas, los médicos
confirmaron que realmente había expirado.

(Cf. Memorie Biografiche, II, 371; MBe, II, 282.)

151
7 DE MAYO
TODO POR UN GUARDAINFANTE

En Don Bosco era proverbial su paciencia en soportar los defectos ajenos, acallando su
amor propio ofendido y manteniéndose en calma al tratar con personas de un carácter
demasiado duro y riguroso.

Tal era el caso de una señora de la alta sociedad, muy generosa con los pobres, amante
de la sólida virtud, pero que no podía sufrir la más mínima contradicción. En su afán de
corregirse y ejercitarse en la paciencia, tenía esta señora a su lado una mujer de
compañía, irascible, a la que mantenía, vestía y daba además tres mil liras anuales.
Aunque ella correspondía con reproches y arrebatos de ira, la aguantó mientras vivió, la
cuidó, la sirvió, pero regañaban continuamente.

Esta señora fue un día, en 1857, a visitar a Don Bosco. Aunque acostumbraba a ver, a
su paso, abiertas de par en par todas las puertas por sus sirvientes, tuvo que entrar en la
habitación de Don Bosco por una puerta que estaba abierta a medias. Usaban las señoras
de entonces el miriñaque, reproducción del antiguo guardainfante, y como no era
suficientemente ancha aquella abertura, impaciente como siempre, quiso entrar forzando
el vestido; pero se rompieron los alambres que lo sostenían hueco. Entonces montó en
cólera y protestó asegurando que nunca jamás volvería al Oratorio.

Don Bosco solía ir a visitarla una vez al mes; a partir de entonces empezó a ir a su
casa todas las semanas. Cuando se presentó por segunda vez, díjole la dama: «¿Y cómo
es que vuelve usted tan pronto?».

«Como usted no va a mi casa, es preciso que yo venga a la suya; de lo contrario,


¿cómo podría ir adelante con mis pobres jovencitos que necesitan de todo?».

(Cf. Memorie Biografiche, V, 324-325; MBe, V, 236-237.)

152
8 DE MAYO
LA CALMA DESPUÉS DE LA TEMPESTAD

La señora, que daba abundantes limosnas a Don Bosco siempre que le veía, comenzó a
reír y se retractó de sus propósitos.

Y Don Bosco no dejó de reconvenirla, para que se corrigiera de aquellos golpes de


impaciencia con los que tropezaba tan frecuentemente, y ella, que en el fondo era
humilde, lo escuchaba en silencio y reconocía su culpa.

Uno de los meses de otoño envió a Don Bosco una carta furibunda. Le había invitado
antes a ir a su casa de campo y él no pudo acudir. Parecía que ella estaba muy interesada
en que Don Bosco fuera, pues estarían presentes algunas personas a las que había
hablado de Don Bosco y deseaba presentárselo; por eso escribía irritada protestando y
diciéndole que no volvería a darle ninguna ayuda.

Don Bosco fue a verla poco tiempo después y le dijo tranquilamente: «Le devuelvo su
carta, porque no quisiera que se conservara para el día del juicio».

Al oír estas palabras, la señora se apaciguó.

(Cf. Memorie Biografiche, V, 325; MBe, V, 237.)

153
9 DE MAYO
UN SERMÓN DE SEIS HORAS

Un día de 1857, Don Bosco fue a Salicetto (Cúneo). Los campesinos acudieron en gran
número para escuchar sus sermones y querían que éstos fueran muchos y largos. A
veces, después de hora y media de sermón, se veía obligado a decir a los oyentes: «Estoy
cansadísimo, ya no puedo hablar más».

«Descanse, respondían, pero siga».

Una vez predicó desde las diez de la mañana hasta pasado el mediodía. Y el auditorio
no se movía.

«¡ Siga, siga!», replicaban en cuanto parecía que quería terminar.

Y a la una de la tarde bajaba del púlpito. Pero la iglesia, el coro, la sacristía, todo
seguía atestado de una turba inmóvil. Don Bosco llegó con dificultad para quitarse la
estola. Y, dirigiéndose a los hombres, les dijo sonriendo: «¿Pero qué hacéis aquí? ¿No
volvéis a vuestras casas?».

«Queremos oírle más».

«Estoy muy cansado; no puedo más; el sermón ha durado hora y media».

«Bueno, descanse, y nosotros esperamos».

Tomó Don Bosco un piscolabis y volvió a subir al púlpito. La iglesia seguía repleta.
Comenzó agradeciéndoles su atención, alegrándose de su buena voluntad,
manifestándoles que estaba conmovido por su fervor, y siguió predicando. ¡De cuando
en cuando contaba algún episodio gracioso de los que le habían sucedido durante el viaje
para llegar a aquel pueblo! La predicación de aquel día, salvo cortos intervalos, duró más
de seis horas.

(Cf. Memorie Biografiche, V, 773-774; MBe, V, 549-550.)

154
10 DE MAYO
NO SE LA PUEDE PEGAR A DON BOSCO

En 1857 un estudiante de teología fue a pasar unos días de campo con cierto señor
honrado y religioso en un pueblo a unas diez o más millas de Turín.

Al volver, fue a confesarse con Don Bosco y luego contó a don Turchi: «He de decirte
algo sorprendente. Antes de venir a Turín, tenía un pecado en la conciencia; como no me
atrevía a descubrírselo después a Don Bosco, me confesé con el párroco del pueblo
donde estaba. Ahora bien, hace pocos días fui a confesarme con Don Bosco, el cual,
terminada la confesión, me dijo: "Mira, yo sé perfectamente que tú has hecho esto y
esto" (y me dijo el pecado tal como era). Estoy fuera de mí y, asombrado, he aprendido a
mis expensas que cuando uno ha hecho una travesura gorda, no vale la pena ir a
confesarse con otro, puesto que Don Bosco lo sabe igual».

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 460; MBe, VI, 349-350.)

155
11 DE MAYO
LOS CORDONES DE LOS ZAPATOS

Cierto día, escribe José Brosio, estábamos Don Bosco y yo en el zaguán de un palacio de
la calle Alfieri; íbamos a visitar a un noble señor. Don Bosco iba vestido de fiesta:
llevaba una sotana y un manteo viejos y un sombrero que había perdido el pelo. Miré
hacia el suelo y vi que los cordones de sus zapatos, burdos, lustrosos y remendados, eran
unas cuerdas pintadas con tinta.

«¿Cómo es eso?, le dije. Los demás sacerdotes, cuando van a visitar a personajes
ilustres, se ponen hebillas de plata en los zapatos y ¿usted, ni siquiera cordones de seda o
de algodón, sino una cuerda? ¡Esto es demasiado! Tanto más que, como la sotana es
corta, hace mala figura. Espere un poco y voy a comprar un par de cordones».

«Aguarda, ven aquí, me parece que tengo unas monedas; haré como tú dices».

Y metió su mano en los bolsillos. Pero al entregarme la moneda, se acercó una


mendiga pidiendo limosna. Don Bosco retiró su mano y dio a la pordiosera la moneda.
Quise entonces comprar de todos modos los cordones por mi cuenta, pero él me
entretuvo y no hubo razones para convencerle de que me permitiera malgastar unos
dineros, como él decía.

Y siguió con los zapatos acordonados de aquel modo.

Sin embargo, se presentaba siempre limpio, pudiendo repetir como san Bernardo:
«Paupertas mihi semper placuit, sordes nunquam (Siempre me agradó la pobreza, la
suciedad nunca)».

(Cf. Memorie Biografiche, V, 671; MBe, V, 477-478.)

156
12 DE MAYO
MOLESTIAS DIABÓLICAS

Parece que en 1857, Don Bosco debió sostener algunas molestias del enemigo del género
humano, a quien agradaba poco su compromiso cristiano.

Una mañana se le preguntó si había descansado bien y respondió: «No mucho, porque
me ha molestado un animalote, con figura de oso, el cual se echó sobre mi cama e
intentó estrangularme».

Este hecho no sucedió una vez sola; y el mismo Don Bosco confesaba que eran
molestias infernales. Otros del Oratorio contaron en los mismos términos el hecho
narrado, convencidos por otros indicios, de que allí realmente había algo de
preternatural.

Además, la misma noche en que Don Bosco acabó de escribir las primeras reglas de la
Pía Sociedad Salesiana, fruto de muchas oraciones, meditaciones y trabajos, mientras
escribía la frase de conclusión: Ad maiorem Dei gloriara (a la mayor gloria de Dios), he
aquí que se le presentó el inimicus homo, sacudió su mesita, se volcó el tintero, se cubrió
de tinta el manuscrito, se levantó éste violentamente por los aires, volvió a caer, se
deshojó, entre gritos extraños que infundían profundo miedo, y quedó al final todo tan
manchado, que no era posible leerlo, de manera que tuvo Don Bosco que comenzar
nuevamente su trabajo. Esto se lo manifestó el mismo Don Bosco a algunos, entre los
cuales se encontraba el misionero don Evasio Rabagliati.

(Cf. Memorie Biografiche, V, 694; MBe, V, 493-494.)

157
13 DE MAYO
¡HAGA USTED COMO PIENSA!

En 1857, celebrando un día Don Bosco la Santa Misa, rogó fervorosamente al Señor que
se dignase iluminarlo sobre la forma de realizar cierto proyecto. Al volver a la sacristía y
deponer los ornamentos sagrados, el chaval que había ayudado en la Misa, le besó la
mano y le dijo al oído: «Usted piensa tal cosa; haga como piensa, que le irá bien».

«Es verdad; pero ¿cómo lo sabes tú? ¿Quién te lo ha dicho?».

El niño se turbó, balbuceó alguna palabra sin sentido y Don Bosco no insistió.

Muchas veces tuvo sorpresas parecidas, que indicaban bien a las claras que él y sus
hijos formaban un solo corazón y que sus oraciones eran las que, recíprocamente,
obraban portentos.

(Cf. Memorie Biografiche, V, 725; MBe, V, 516.)

158
14 DE MAYO
LA PACIENCIA ES LA MEDIDA DE LA SANTIDAD

Era extraordinaria la paciencia que Don Bosco derrochaba con sus hijos, sobre todo con
los más desgraciados.

En 1857, aceptó en el Oratorio a un mozuelo al que habían encontrado los guardias


abandonado en un rincón de la Plaza Castello, aterido de frío.

Algunos días después, Don Bosco mismo lo llevó a la ciudad, a casa de un herrero,
honrado, cristiano, a cuyos cuidados le encomendó y el herrero le aceptó de buena gana.
Durante unas dos semanas el muchacho se portó bien, pero luego el patrono se vio
obligado a despedirlo por su indisciplina.

Don Bosco aguantó y lo llevó a otro jefe de taller; pero también éste tuvo que
despedirlo después de una semana.

Don Bosco siguió recomendándolo a varios talleres durante casi dos años, y puede
decirse que aquel caprichoso probó o, mejor dicho, hizo perder la paciencia a todos los
dueños de establecimientos de la ciudad.

La última vez que fue despedido, volvió al Oratorio y entró derecho en el refectorio,
donde estaba Don Bosco comiendo, y le dijo que, como el patrono no lo quería volver a
ver en su taller, a ver si le buscaba otro. Pero el muchacho impaciente salió del refectorio
despechado.

Él se las arregló lo mejor que pudo y supo para vivir: fue mozo de café, fue soldado y
desempeñó luego otros oficios dando vueltas por el mundo. Finalmente volvió a Turín,
cayó enfermo y un día en que se sintió mejor, fue al Oratorio, se presentó a Don Bosco y
le pidió perdón por los disgustos que le había causado. Le agradeció su bondad. Después
volvió al hospital y vivió todavía unas semanas más y luego, resignado y arrepentido de
sus fallos, murió plácidamente.

(Cf. Memorie Biografiche, V, 745; MBe, V, 529-531.)

159
15 DE MAYO
MITAD DEL TESORO DE DON BOSCO

Un día, un joven obrero del Oratorio festivo, fue a saludar a Don Bosco a su habitación.
Después de haber hablado de muchas cosas, terminó la conversación refiriéndose a su
situación económica, y le dijo que no tenía dinero y que estaba cargado de deudas. El
joven, fingiendo que no le creía, y con aquella respetuosa confianza que Don Bosco
permitía a sus hijos, le decía que era un avaro, que guardaba los marengos (monedas de
oro) en la caja fuerte, que nunca tuvo, para hacer un buen montón y luego adorarlos. Y
mientras el joven hablaba de este modo, él se reía.

Don Bosco le invitó entonces a hacer un registro en su habitación. Y lo hizo en


seguida: después de una diligente búsqueda, en la única mesa que tenía, no existiendo
otro posible escondrijo, apareció el tesoro, consistente en la enorme cantidad de cuarenta
céntimos.

Dividió entonces Don Bosco el capital por la mitad; se quedó con veinte céntimos y le
regaló los otros veinte.

Bonita broma la de un hombre que, por más dinero que tuviera en un momento dado,
jamás parecía bastante, porque las bocas de sus muchachos, sobre todo con el andar del
tiempo, consumían cada año lo que podían producir los más saneados patrimonios. Dar
limosnas a Don Bosco era como echarlas en un saco sin fondo.

(Cf. Memorie Biografiche, V, 673-674; MBe, V, 479-480.)

160
16 DE MAYO
LOS MUCHACHOS DE PLAZA DEL PUEBLO

En 1858, cuando Don Bosco fue por primera vez a Roma, habiendo sido invitado por el
cardenal Tosti a dirigir algunas palabras a los jóvenes del hospicio de San Miguel, entró
en conversación con el Eminentísimo en torno al mejor sistema de educación de la
juventud. Con pena había visto en aquel hospicio que se seguía el sistema represivo y
respondió francamente: «Es imposible educar a los jóvenes, si éstos no tienen confianza
en sus superiores».

«¿Y cómo se puede ganar esa confianza?», le preguntó el cardenal.

«Procurando que se acerquen a nosotros, quitando toda causa que los aleje de
nosotros».

«¿Y cómo acercarlos a nosotros?».

«Acercándonos nosotros a ellos. ¿Quiere que hagamos una prueba? Dígame en qué
parte de Roma se puede encontrar un buen número de chicos».

En Plaza del Pueblo».

«Y fueron. Don Bosco bajó de la carroza y el cardenal se quedó observando. Había


allí un buen grupo de jóvenes que Don Bosco trató de observar, pero huyeron. Los llamó
con buenos modales y ellos, tras alguna vacilación, volvieron. Entonces les regaló
alguna cosilla, les preguntó por sus familias, a qué jugaban, les invitó a que volvieran a
jugar, se quedó para ver cómo jugaban, tomó parte alguna vez.

Otros compañeros que miraban, corrieron en derredor del sacerdote, que los acogía
amablemente y tenía para todos una palabra alegre y un regalito. Cuando se decidió a
marcharse, todos le siguieron hasta la carroza y no querían dejarle partir.

(Cf. Lemoyne, Vita, II, 310.)

161
17 DE MAYO
DON BOSCO EN LA PRUEBA

En 1858, Don Bosco, en Roma, fue a ver con gusto al Padre Besciani, que un día,
visitándole con otros, le dijo: «¿Cómo se las arregla usted para ganarse tan fácilmente el
corazón de los niños?».

«¿Quiere verlo? Estén atentos».

Había visto un poco distante un corro de chicos dispuestos a jugarse dinero. Él se


encaminó hacia ellos y se puso en medio. Uno de los golfillos le preguntó: «¿Qué viene
a hacer aquí?».

«A entretenerme con vosotros, que sois mis amigos».

«¡Váyase y déjenos en paz!».

«¡Pero si soy vuestro amigo! Además, os he traído una bonita medalla que os regalo
como recuerdo. Deseo que la conservéis como recuerdo de un amigo que os quiere
mucho».

Entonces los pequeños jugadores comenzaron a quitarse la gorra, a alargar la mano y


agradecerle el recuerdo.

«Mejor todavía - exclamó Don Bosco - quiero daros una para vuestro padre y vuestra
madre...».

Aquí tuvo lugar una porfía curiosa. Uno quería también para su abuelita, para su
hermana, para sus hermanitos; y en torno a Don Bosco se producían una vez más las
apreturas, que todos veían en Turín.

Cuando se alejó de ellos, aquellos golfillos le dieron las gracias con bellas palabras y
no terminaban de repetir: «Gracias, buen padre, gracias».

Don Bosco, volviendo al punto de partida, encontró a todos maravillados y oyó que le
decían: «Sólo usted puede hacer estos milagros. Quien quisiera imitarle se equivocaría».

(Cf. Francesia, Vita di Don Bosco, 222.)

162
163
18 DE MAYO
DON BOSCO EN LA CÁRCEL DE ROMA

En 1858, el Papa invitó a Don Bosco a predicar a las encarceladas de San Miguel.

Él había contemplado atentamente aquella turba de infelices que, con lágrimas en los
ojos, llenas de pena por el mal cometido, escuchaban a Don Bosco con maravillosa
atención.

También el capellán había quedado impresionado por el tono piadoso del predicador y
por sus cálidas palabras llenas de ansia de la salvación de las almas.

Ya desde el segundo día, muchas de aquellas mujeres quisieron confesarse con Bosco,
para que las librara del pavoroso infierno del remordimiento, y en los días siguientes
acudieron todas a su confesionario con las mejores disposiciones.

Una mañana predicó Don Bosco sobre el pecado mortal. Es imposible explicar con
palabras lo que sucedió en aquel momento. Después de haber descrito los beneficios que
Dios concede continuamente a sus criaturas, la misericordia infinita con que trata a los
pecadores, recordando las ofensas que continuamente recibe de tantos cristianos
ingratos, conmovido hasta el extremo y casi sollozando, preguntó a sus oyentes:

«Y nosotros, ¿ofenderemos todavía a este buen Dios?».

Y se oyó un profundo murmullo que decía: «No, no».

Y Don Bosco, dirigiéndose al Crucifijo, prosiguió: «Señor, lo habéis oído; ayudadlas a


ser perseverantes. Quieren amaros y, si os han ofendido, es porque no sabían lo que se
hacían».

El Papa Pío IX, habiendo sabido el gran bien hecho por Don Bosco, quedó
satisfechísimo.

(Cf. Memorie Biografiche, V, 875; MBe, V, 621-622.)

164
19 DE MAYO
A LA CAZA DE RELIQUIAS

«En 1858, afirma don Ghione, después de cuatro días en los que Don Bosco se
encontraba en Marsella, a pesar de que yo le cerrase siempre la puerta de su habitación,
de ella desaparecía el bonete, la pluma y otros objetos que él había tocado. Me lamenté
con él de estos hurtos, y él me dijo que tenía cerrada la puerta, añadiendo: "¿Qué quiere
que haga?".

Pero una vez que le dije que se habían llevado incluso las sábanas de su cama, pareció
que se turbase... Los ladrones eran hermanos y otros de casa, que hacían esto para
contentar a algunos bienhechores».

Efectivamente, dijo a continuación Don Cagliero, «todos deseaban tener un recuerdo


del Siervo de Dios, y vio a muchos cortar en trozos su sotana y su manteo. De nada
sirvieron las protestas y las negativas, por lo que Don Bosco tuvo que salir maltrecho en
sus vestidos, y cambiarlos en las casas de Saint'Cyr y de la Navarre».

(Cf. Lemoyne, Vita, II, 174.)

«Una carta suya es anhelada aquí en Roma como el oro y besada como una reliquia»

(Memorie Biografiche, VIII, 665; MBe, VIII, 565.)

«Hágame el favor de enviarme algún piadoso recuerdo, que guardaré como preciosa
reliquia» (un sacerdote del Cantón Tirino).

(Memorie Biografiche, XIV, 399; MBe, XIV, 344.)

«Le cortaron la sotana de arriba abajo y se llevaron toda la parte posterior».

(Memorie Biografiche, XVI, 118; MBe, XVI, 107.)

165
20 DE MAYO
¡YO NO TENGO MIEDO DEL DIABLO!

Don Bosco no quiso nunca resignarse a pedir al Señor que lo librase de las obsesiones
diabólicas, porque sospechaba (y, en la tregua que había tenido en Ivrea, había hecho la
prueba) que, si no le atormentaba a él, el demonio hacía otros estragos entre los jóvenes.

Esta convicción la confió un día al clérigo Provera, que le aconsejaba rezar en ese
sentido. Y siguió siendo atormentado por el demonio durante dos largos años,
precisamente aquellos dos en que maduró la idea de erigir allí a la Virgen su hermoso
santuario.

Una noche de 1865, apenas después de haber vencido a aquel importuno, Don Bosco
narraba a un grupo de jóvenes que le rodeaban, las terribles noches que apenas habían
cesado de obsesionarle.

«¡Oh, yo no tengo miedo al diablo!», interrumpió un muchacho.

«Calla, no digas eso - respondió Don Bosco con voz enérgica, que conmovió a todos-.
Tú no sabes el poder que tiene el demonio cuando el Señor le da licencia para obrar».

«De acuerdo; pero si yo le viese, le agarraría por el cuello y tendría que vérselas
conmigo».

«¡No digas bobadas, amigo! Morirías de miedo al verlo».

«Pues yo me santiguaría».

«Valdría para un solo momento».

«¿Y cómo hacía usted para rechazarlo?».

«He encontrado un buen medio para hacerlo escapar y no aparecer durante un largo
rato».

«¿Y cuál es ese medio? La señal de la cruz, seguramente».

«¡Lo encontré! ¡Y qué eficaz resultó!.».

166
Aquí calló y no quiso decir más.

Ciertamente, Don Bosco se había acordado del aviso de Nuestro Señor, el cual afirma
que ciertos demonios se pueden alejar con la oración y el ayuno. Y en aquellos días Don
Bosco fue visto reducir todavía más su ya escasa refección y prolongar el tiempo de las
oraciones. Había vencido y encontrado alivio en el descanso nocturno.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 69-77 y passim; MBe, VII, 69-76 y passim.)

167
21 DE MAYO
EN LANZO Y EN CHIERI AL MISMO TIEMPO

El 15 de julio de 1862, Don Bosco partió hacia San Ignacio de Lanzo para hacer los
ejercicios espirituales. Sucedieron allí varias cosas dignas de mención.

Ya, a primeros de julio, había dicho Don Bosco que un muchacho de casa debía partir
en este mes para la eternidad. Ahora bien, mientras Don Bosco se encontraba en San
Ignacio, moría, con la muerte del justo, Bernardo Casalegno el viernes 18 de julio en
Chieri su pueblo: contaba sólo dieciocho años.

Don Bosco declaró el mismo viernes a los muchachos de la casa que habían subido
con él a San Ignacio, que él había estado en la cabecera de Bernardo y le había asistido
en los últimos momentos. En Turín aún no se sabía nada y él ya escribía a don Víctor
Alasonatti la muerte de Casalegno, ordenando plegarias.

Cuando volvió a casa, don Bonetti preguntó a los que habían estado con él durante los
ejercicios y, tras varias preguntas, se pudo saber que Don Bosco había anunciado aquella
muerte a la hora de haber sucedido: lo cual era humanamente imposible saberse, a la
distancia de más de veintiuna millas que separaban los dos lugares.

También el padre, el caballero José Casalegno, agrimensor de profesión, confirmó al


sacerdote Bartolomé Gaido cómo Don Bosco, encontrándose lejos, anunció
públicamente la muerte de su hijo en el mismo momento en que expiraba.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 224; MBe, VII, 197-198.)

168
22 DE MAYO
DON BOSCO DA LA CAMISA

La mayor parte de las personas no iban para dar sino para recibir; y eran tales, que Don
Bosco no podía esperar nada de ellas. Él, en cambio, siempre que podía, les daba una
ayuda.

Un día, rodeado Don Bosco de unos clérigos, contó esta anécdota que le había
sucedido a él mismo: «Vino a verme un ardoroso demócrata, que se hallaba en graves
angustias, y me pidió la pequeña cantidad de tres liras al menos, para comprarse una
camisa, por estar sucia la que llevaba puesta, y me prometió que pasaría pronto a
devolvérmelas. Palpé mi portamonedas y estaba casi vacío. Miré hacia la cama y vi una
camisa elegante y limpia, que Rossi había preparado para mí y que yo, por olvido, no me
había cambiado.

Magnífico, me dije: aurum et argentum non est mihi, quod autem habeo tibi do (No
tengo oro ni plata, te doy lo que tengo).

Me miró estupefacto y me dijo: Pero, ¿y usted?

No se preocupe, le respondí: la Providencia que hoy le viste a usted, sabrá vestirme a


mí mañana.

Ante tal actitud se conmovió y, deshecho en lágrimas, se arrojó a mis pies,


exclamando: ¡Cuánto bien puede hacer un sacerdote!

Después de este hecho, aquel sujeto fue en adelante un gran amigo de los sacerdotes.
Es así como debemos conquistar los corazones de los hombres».

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 25; MBe, VII, 33.)

169
23 DE MAYO
UN GLOBO DE FUEGO

Hacia las nueve de la noche, tres muchachos fueron a acostarse antes de tiempo a su
dormitorio, el de San Luis. Mientras contaban algunos chascarrillos (o mejor, sostenían
una conversación no muy loable) en vez de ir con los demás a las oraciones en común,
oyeron una sacudida como de un terremoto y después un ramalazo de fuerte viendo que
se acercaba. Y he aquí que en una ventana del dormitorio, apareció sobre el alféizar una
pequeña llama, a manera de globo de fuego. La ventana estaba cerrada y, sin embargo, el
globo la atravesó con un pequeño rumor. Pasó sobre sus cabezas y recorrió la sala de un
extremo a otro. Parose en el medio, dejó de formar un solo globo y se dividió en muchas
más llamas, que se repartieron a lo largo del dormitorio, el cual quedó por unos instantes
enteramente iluminado, hasta en los rincones. Al mismo tiempo, se oía como el rumor
del paso de un hombre que caminaba.

Después de un momento se unieron las llamas de nuevo en un solo globo, que se


dirigió a la ventana y salió dejando espantados a los tres muchachos, los cuales apenas
pudieron respirar y se escondieron bajo las sábanas.

El clérigo Provera, que se encontraba detrás de la casa en una terraza próxima a la


ventana, la vio aparecer a la altura de casi dos metros sobre su cabeza. Mientras la estaba
observando, estallaba sin ruido en un gran haz de chispas y, después de un enorme
esplendor, se encontró envuelto en densa oscuridad.

Algún día después, durante las «Buenas Noches», Don Bosco comentaba así el hecho:

«Hay en casa ciertos corazones obstinados, que se resisten a la gracia de Dios. Ellos
han provocado sobre sí la cólera del Señor, que nos amenazaba con un singular castigo.
María Santísima, que siempre se ha mostrado Auxiliadora de esta casa, detuvo estos
castigos mediante una sensible señal, de la manera que hemos visto, limitándose a avisar
bondadosamente a ésos que son de duro corazón».

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 37-38; MBe, VII, 43-45.)

170
24 DE MAYO
LA CONFIANZA EN MARÍA AUXILIADORA

En el año 1880, se vieron en Francia cosas sorprendentes en un colegio de niñas regido


por las Hermanas de la Inmaculada Concepción.

Estaban las colegialas reunidas en un salón para recibir a Don Bosco, que iba a
visitarlas. Él entró a la buena de Dios, diciendo: «Vous attendez Don Bosco, n"est-ce
pas? Don Bosco viendra et Don Bosco le voilá» (¿Esperáis a Don Bosco, verdad? Don
Bosco vendrá y... aquí está).

Detrás de él había entrado y se adelantó una mujer del pueblo con una niña en brazos,
que no podía en absoluto mover las piernas. La pobre mujer no había podido acercarse a
él en el convento de las Hermanas de San José de Cluny, donde acababa de estar, y lo
había seguido hasta allá, metiéndose dentro sin hacer caso a nadie y, colocando a su hija
sobre un sofá delante de Don Bosco, le suplicó que la bendijera.

Don Bosco la bendijo, la animó a confiar en María Auxiliadora, y mandó sin más que
caminara. La niña vacilaba por miedo a caerse, por lo que la madre hizo ademán de
ayudarla. Pero Don Bosco no se lo permitió diciendo: «No necesita ayuda... Levántate y
ve a la capilla a dar gracias a la Virgen».

Se levantó y se dirigió a la capilla, acompañada de algunas piadosas personas


conmovidas y llorando. Don Cagliero, que presenció el hecho, la volvió a ver después
salir del colegio por su pie y sencillamente apoyada en el brazo de la madre.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 415-416; MBe, XIV, 358.)

171
25 DE MAYO
SAQUE EL TÍTULO

Calmada la confusión debida a la curación y acabada la recepción oficial, le fueron


presentadas a Don Bosco separadamente las alumnas, que se preparaban a los exámenes
de magisterio. Don Bosco les aseguró que aprobarían todas, e incluso que obtendrían las
mejores calificaciones; a una, que aspiraba al título de grado superior, abriole un libro,
que ella tenía en la mano, y le señaló un punto, sin decir por qué.

Una de las otras, apellidada Aiguier, tenía intención de hacerse religiosa de la


Inmaculada Concepción, pero quería entrar en un convento de clausura de la misma
Congregación para dedicarse a la vida contemplativa; no obstante, se oponía la Superiora
General, que exigía que se sacase el título y se quedase entre las religiosas de enseñanza.
Don Bosco, dirigiéndole una mirada que ella no olvidó jamás, abrió ante ella al acaso le
Littérature de Meneket y le dijo que nunca sería religiosa, sino que tendría que trabajar.
Por eso, le aconsejó que se sacase el título y que sería la primera de todas; pues un día lo
habría de necesitar.

Todo se cumplió al pie de la letra. En el examen le dictaron la página señalada por


Don Bosco: Aiguier obtuvo la máxima calificación, seguida inmediatamente en la lista
por las compañeras, que obtuvieron calificaciones superiores a las de todas las demás
examinadas.

La señorita Aiguier no se hizo religiosa. Como pertenecía a una familia de grandes


comerciantes, se prometía un porvenir cómodo, sin necesidad de dedicarse a la
enseñanza; pero, de la noche a la mañana, la fortuna le volvió la espalda; su padre perdió
todos sus haberes por una desgraciada operación comercial y, entonces, comenzó para
ella el calvario de la escuela. Gracias al providencial título, pudo ayudar a la familia a
ganar el pan de cada día. Se le presentaron ocasiones halagüeñas en sus buenos tiempos;
pero no quiso nunca casarse y vive sola, solita como una monja.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 416-417; MBe, XIV, 358-359.)

172
26 DE MAYO
¡AY DE LOS ESCANDALOSOS!

En el verano de 1862, Don Bosco había sido llamado a toda prisa para confesar a un
jovencito de unos dieciséis años, que había frecuentado el Oratorio festivo y que se
hallaba en los últimos momentos, consumido por la tuberculosis. El pobrecito le recibió
lleno de alegría, se confesó. Seguidamente entraron en la habitación su padre y su madre
y se colocaron al lado de la cama. Don Bosco siguió a la cabecera. En la mirada del
moribundo apareció una expresión de profunda melancolía. Se volvió a su madre y le
dijo: «Le ruego que llame a ese muchacho, amigo mío, que vive en la planta baja de la
casa, para que venga a hacerme una visita enseguida. Quiero saludarle por última vez».

No tardó éste en llegar. Clavó una mirada casi de terror sobre el enfermo y se acercó a
los pies de la cama. El moribundo se esforzó por incorporarse. Los padres le ayudaron.

Entonces, fijó sus ojos con angustia indescriptible sobre el compañero, tendió su mano
derecha hacia él, apuntole con el dedo índice y con voz temblorosa le dijo: «Tú eres el
que me ha matado... maldito sea el momento en que te encontré por vez primera... Culpa
tuya es que yo muera tan joven... Tú me enseñaste lo que yo no sabía... Tú me
traicionaste... Tú me hiciste perder la gracia de Dios... Tus conversaciones y tus malos
ejemplos me lanzaron al mal y ahora llenan de amargura mi alma».

Todos lloraban con sus palabras.

«Basta, basta, cálmate - dijo Don Bosco al enfermo-. Perdónale y tu perdón obtendrá
misericordia para él».

«¡Sí, sí, le perdono!».

Poco después, asistido por Don Bosco, murió.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 232-232; MBe, VII, 204-205.)

173
27 DE MAYO
LAS COLES DEL SEÑOR BERLAITA

Don Bosco, obligado por la necesidad, había vendido a Santiago Berlaita una parcela del
prado que perteneció en algún tiempo a la propiedad de los Filippi.

Berlaita, que era hortelano, había plantado en aquella su nueva posesión una gran
cantidad de coles, que prometían buena cosecha.

Pero, he aquí que aparecieron las orugas, en tal abundancia que amenazaban acabar
con todas sus esperanzas.

Acudió desconsolado a Don Bosco para que fuera a lanzar los exorcismos de ritual.
Don Bosco fue, dio la bendición y se quedó un rato conversando con Berlaita.

En aquel instante acaeció un hecho singular. Todas las orugas se pusieron en


movimiento. Empezaron a bajar de las coles, camino de la portezuela abierta en la cerca
del Oratorio. Había ante ella un ancho foso lleno de agua corriente cubierto con un
tablero. Las orugas se deslizaron sobre él, avanzaron hasta la pared de la capilla de San
Luis, subieron por ella, entraron por el ventanal sobre el altar y fueron a pegarse en la
cornisa y en las paredes de dicha capilla.

Éstas quedaron totalmente ennegrecidas con la enorme cantidad de orugas muertas


que la cubrían y hubo que limpiarlas muchas veces. Todos los de la casa estaban
maravillados de la inexplicable novedad. Pero el huerto de Berlaita quedó enteramente
limpio.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 157-159; MBe, VII, 143-144.)

174
28 DE MAYO
UNA CASA DE MALA VIDA

El 6 de agosto de 1862, Don Bosco contaba en las «Buenas Noches» a los jóvenes que
un desconocido le había invitado a ir a visitar a una persona gravemente enferma. Entró
en el lugar indicado y vio que era una casa de mala vida.

«¿Hay aquí una enferma que me ha hecho llamar?», preguntó Don Bosco.

Le acompañaron a una habitación. Entró y vio a una enferma, que extendió las manos,
tomó las de él y le dijo: «Salve mi alma... ¿Me salvaré yo?».

«Lo espero». Y la oyó en confesión. Poco después, la mujer se halló en las últimas.

«¿Y... curará?».

«Sí, curará... ¡Unos instantes todavía y pasará a la eternidad!».

«¡Pobre chica! ¡Desgraciada...!». Y empezaron a angustiarse y a llorar.

«No la llaméis "desgraciada": decid más bien: desgraciadas vosotras que os halláis en
la antesala del infierno». Y comenzó a hacerles una plática como jamás habían oído.
«Huid de aquí...», añadió Don Bosco.

Luego Don Bosco fue al párroco y le contó todo. Éste, tomando el óleo Santo, fue a la
enferma, le administró la Santa Unción y pocos momentos después la enferma murió.
Por la noche ya no había nadie en la casa.

«Dichosa aquella mujer a quien Dios concedió tiempo para hacer su confesión. Los
sentimientos que manifestó hacen confiar en su eterna salvación. Pero hubiera sido
menester haber estado allí y ver a sus compañeras desmelenadas, con los labios lívidos y
los ojos vidriosos, para comprender qué terrible azote es el pecado cuando uno lo lleva
dentro. Sobre todo cuando se tiene la muerte delante».

Decía san José Cafasso que si el pecado no tuviese más castigo que el remordimiento
que deja en quien lo comete, sólo por ello habría que apartarse de él.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 236-237; MBe, VII, 207-208.)

175
176
29 DE MAYO
TU SANARÁS

El 15 de agosto de 1862, moría en el hospital de San Juan en Turín un alumno de 14


años.

De él había predicho Don Bosco algún tiempo atrás, hablando a algunos en privado,
que no habrían pasado tres lunas sin que uno de los alumnos muriera.

Pues bien, en aquellos tres meses hubo un aprendiz de sastre, nacido en Novara, que
enfermó gravemente. Como conocía la profecía, temía ser él quien iba a morir. Don
Bosco fue a verlo para animarle, y ver si era el caso de administrarle los sacramentos.

El joven, apenas le vio, exclamó:

«¡Yo no quiero morirme...!».

Don Bosco le miró amablemente y le respondió: «Bien, tú sanarás».

Después le bendijo. Y recobró plenamente la salud.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 237; MBe, VII, 208.)

177
30 DE MAYO
NADA ESCAPA A DON BOSCO

En el otoño de 1862, en 1 Becchi, adonde Don Bosco había llevado a casa de su


hermano José a todos los jóvenes que no habían ido a sus familias, tuvo lugar un hecho
sorprendente.

Cierto alumno salió de casa y totalmente solo entró en el bosque. En él se tropezó con
una persona que le dirigió vergonzosas palabras. El muchacho, medio atontado, entendía
y no entendía; pero de repente oyó una voz que le repitió claramente su nombre dos
veces. Como la voz le pareció de su profesor, corrió al instante a él y le preguntó por qué
le llamaba. Respondió el profesor que él no había llamado a nadie.

Entonces se iluminó su mente, entendió el peligro que había corrido, comprendió que
la voz salvadora no había sido simplemente una voz humana y se presentó a Don Bosco,
que estaba entre los muchachos. Fijó éste en él su mirada con tal insistencia y expresión,
acompañada de una sonrisa tan significativa, que el muchacho se persuadió de que Don
Bosco había visto todo lo sucedido

Otra vez, cuando los alumnos rodeaban a Don Bosco mientras tomaba su pobre cena,
dijo él de repente:

«¡Id a llamarme a Marcora, Salvi y Daniel!».

Habían salido sin permiso de nadie a jugar fuera de casa.

Los compañeros, después de haberse preguntado unos a otros, para enterarse de si


alguno había avisado a Don Bosco, al salir de la capilla exclamaron: «¿Cómo ha hecho
para saberlo?».

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 276; MBe, VII, 241.)

178
31 DE MAYO
RECEMOS UN DE PROFUNDIS

Un hecho memorable sucedió una noche en Vignale, donde Don Bosco era huésped de la
condesa Callori, junto con sus jóvenes peregrinos. Un buen número de muchachos
rodeaba a Don Bosco. Cuando he aquí que Don Bosco, después de un momento de
ensimismamiento, dijo a los presentes: «Pongámonos de rodillas y recitemos una
Avemaría y un De profundis por uno de vuestros compañeros que morirá esta noche.
Tranquilos; ninguno de vosotros está destinado a morir. El que tiene que morir está
ahora en el Oratorio sano y satisfecho, corriendo por el patio con los demás compañeros
y no sabe que, antes de que amanezca, ¡deberá presentarse ante el tribunal de Dios!».

Al terminar las oraciones de costumbre, Don Bosco, que estaba arrodillado en la grada
del altar, se levantó, se volvió a nosotros y dijo con voz clara: «Recemos por uno de los
nuestros que se encuentra gravemente en el Oratorio».

A la mañana siguiente nos enteramos de un suceso que nos asombró. Eran las diez de
la noche, cuando Don Bosco encomendó nuestras oraciones al moribundo. De noche los
carteros no reparten el correo. En Vignale no había telégrafos. Pues bien, a pesar de eso,
a la mañana siguiente, a las cinco, reunidos todos en la capilla para las oraciones, Don
Bosco, antes de revestirse para celebrar la Misa, se volvió como la noche anterior y dijo:
«Recemos un De profundis por el alma del muchacho que murió esta noche en el
Oratorio».

Al día siguiente, esto es el martes, llegaba una carta de don Víctor Alasonatti en la que
contaba la muerte sucedida durante la noche señalada.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 28e-284; MBe, VII, 247-248.)

179
180
1 DE JUNIO
LAS PALABRAS DE PÍO XI PARA DON BOSCO

Cuando Pío XI beatificó a Don Bosco, quiso encontrar a los Salesianos en el patio de
San Dámaso, en el Vaticano. Y recordando su amistad personal con Don Bosco, dijo:

«Horas hermosas, solemnes, gloriosas, ha visto este patio de San Dámaso, pero rara
vez hemos contemplado una tan grande multitud de hijos selectos de la Iglesia, tanto
entusiasmo, tantas demostraciones de fe, de verdadero amor a la Santa Iglesia. Y todo
esto en el nombre, ya tan ilustre y glorioso en todo el mundo, en el nombre de Don Juan
Bosco, ahora en el nombre y en la gloria no sólo terrena y mundial, sino celestial y
eterna, en el nombre y en la gloria del Beato Don Juan Bosco...

Vosotros sabéis con cuánta alegría del corazón nosotros estamos no sólo entre los
admiradores de Don Bosco, sino que hemos estado todavía, por gracia de Dios, entre sus
conocedores personales, entre los que recibieron de él mismo vivas y paternales
muestras de benevolencia y estaría por decir de amistad paternal, como podía darse entre
un veterano glorioso del sacerdocio y del apóstol católico y un joven sacerdote...

Nosotros, por la gracia de Dios, lo hemos podido elevar al honor de los altares.
Vosotros habéis venido de todas las gentes a rendirle tributo raramente tan universal en
la actualidad de la beatificación, en la espléndida gloria de san Pedro en el Vaticano. Y
vosotros no sólo habéis hecho gustar vivamente esta elevación a los altares, sino que nos
habéis hecho sentir aquella universal paternidad que la Divina Providencia quiso en su
bondad dar a nuestro pobre corazón...».

181
2 DE JUNIO
Y DEJADO EL BAR, LE SIGUIÓ

Al comienzo del año escolástico 1862-1863, Don Bosco se acordó de la promesa que
había hecho un día de ayudar a un pobre joven de Turín, Segundo Bernocco.

Segundo trabajaba de camarero en un café de la Plaza Carlina, y Don Bosco envió una
tarde a Domingo Belmonte, que cursaba retórica, para decirle que fuese al Oratorio.

Belmonte fue; y, preguntando por el joven, le dijo: «Toma tus cosas y ven conmigo al
Oratorio».

«¿Te envía Don Bosco?».

«Sí».

Y sin más, el muchacho fue al Oratorio, estudió y se licenció en letras, obteniendo


después una cátedra en Roma.

Murió a fines de 1889.

Al contemplar aquella multitud de jóvenes, alguno de la casa preguntó a Don Bosco:

«Pero, ¿cómo hará para mantenerlos?».

«El Señor que me los envía me los mantendrá».

Y le gustaba bajar al patio, mezclarse con ellos y entretenerlos con sus admirables
ocurrencias. Estudiaba mientras tanto atentamente su índole, sus inclinaciones, sus
deficiencias, su progreso, su retraso en el bien, la vocación que aparecía en cada uno.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 302; MBe, VII, 261-262.)

182
3 DE JUNIO
TRATOS CLAROS, AMISTADES LARGAS

Cierto señor deseaba colocar a su hijo en el Oratorio, pero Don Bosco no lo quería
aceptar de ningún modo. Sin embargo, llegaron a ser tan grandes las instancias, que casi
se vio obligado a decir que sí.

Acompañó el padre al muchacho, que parecía bueno, y Don Bosco le llamó aparte y le
dijo: «¿Te gustaría estar aquí conmigo?».

«Sí, sí: lo he pensado mucho».

«Pues bien, escucha -e inclinándose le dijo al oído-: para estar aquí es preciso que no
hagas esto ni aquello...».

El muchacho alzó la cabeza, como espantado, y replicó: «¿Quién le ha dicho a usted


eso?».

«¿Quién me lo ha dicho? ¡Yo que lo sé!».

«¡Ah! ¡No quiero quedarme aquí: no!».

«¿Y por qué?».

«Porque, si usted sabe eso, yo no quiero quedarme».

Y corrió junto a su padre y no hubo modo de que se quedara en el Oratorio.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 304; MBe, VII, 263-264.)

183
4 DE JUNIO
NO SIEMPRE ERAN ROSAS

El abogado Luis Succi, dueño de una fábrica de fideos en Turín, hombre muy conocido
por sus virtudes cristianas y su generosidad, pidió a Don Bosco que le avalase con su
firma una operación bancaria para retirar cuarenta mil liras.

Don Bosco cedió a ello, pues sabía que era rico y le había favorecido en ocasiones.
Pero, tres días después, murió Succi, venció la letra y Don Bosco avisó a los herederos.

«Estábamos cenando - depone el cardenal Cagliero en los procesos-, cuando entró don
Miguel Rua y comunicó a Don Bosco que los herederos no sabían ni querían saber nada
de la letra. Yo estaba sentado junto a Don Bosco. Tomaba él la sopa y observé que, entre
una y otra cucharada (es de advertir que era en el mes de enero y no había calefacción en
el comedor), caían gotas de sudor de su frente al plato, pero sin inquietarse y sin
interrumpir su modesta cena».

No hubo forma entonces de hacer valer razones, y fue preciso pagar. Sólo después de
unos diez años recuperó, casi entera, la cantidad avalada con su firma.

(Cf. Memorie Biografiche, XI, 212; MBe, XI, 185.)

184
5 DE JUNIO
FUERA LOS ESCRÚPULOS

Una vez estaba aquejado de escrúpulos, cuenta don Francesia. Hubiera querido bromear,
riéndome de un compañero del que se decía que también los padecía, y el Señor permitió
que cayeran sobre mí. Es imposible decir lo que yo sufría en tal situación. Sin embargo,
sentía cierto alivio espiritual, porque era más cauto en las palabras, más recogido en las
oraciones, más reflexivo... ¡A pesar de todo sufría!

Una tarde, lo recuerdo ahora después de tantos años, fui a confesarme. Todavía
estábamos en la capilla de San Francisco... Don Bosco se había sentado a confesar hacía
rato... Esperábamos el turno.

Yo me había arrodillado y allí estaba como el paciente en su agonía, esperando que


me llegase mi turno. De pronto me vino una inspiración y me dije: Si Don Bosco ahora
me dijese: - «Mañana vete a hacer la comunión sin confesarte», comprendería que todo
lo que me pasa es cosa del demonio.

Apenas había pensado esto, cuando siento que me tocan la espalda suavemente. Era
Don Bosco que me invitaba a confesarme... Me levanto y voy a comenzar mi confesión,
cuando Don Bosco me dice: «¡Mañana vas a comulgar; no es menester que te
confieses!».

Yo le escuché temblando y llorando, le bañé las manos con mis lágrimas y me fui...
¡Cuán piadoso fue el Señor conmigo! Desde aquel instante quedé curado de mi mal.

(Cf. Francesia, Don Bosco amico delle anime, 79.)

185
6 DE JUNIO
LA TARJETA DE VISITA DE DON BOSCO

Escribió la señora Delfina Marengo: «Era el invierno de 1862. Mi madre, que contaba
entonces cuarenta años, cayó gravemente enferma del tifus y de pulmonía; después de
casi dos meses de enfermedad, llegó al fin de la vida. Recibió los sacramentos, incluido
el de la Santa Unción, y fue visitada por el Siervo de Dios Don Bosco. Nos hizo rezar a
mí y a mi hermana y luego dijo: "Ánimo, vuestra madre no morirá, porque vosotras sois
todavía demasiado jóvenes y la necesitáis mucho".

Volviéndose después a la enferma, añadió: "Le he dicho al Señor que la haga pasar
aquí su purgatorio; no se extrañe, por tanto, ante las tribulaciones".

"¡Yo quiero hacer siempre la voluntad de Dios!" - respondió mi madre.

A partir de aquel momento mi madre empezó a mejorar y al día siguiente pidió


permiso al médico para chupar un espárrago. El doctor, que se había sorprendido al
encontrarla todavía con vida, tomándole el pulso, respondió: "No un espárrago, sino una
tajada de pollo".

La convalecencia fue larga y difícil, pero curose del todo; tanto, que no volvió a caer
enferma en treinta años.

Sus tribulaciones fueron muchas, sobre todo psicológicas, y cada vez que se le
presentaba una nueva, solía decir bromeando: "Esto es una tarjeta de visita de Don
Bosco".

Cuando murió a los 75 años, el sacerdote que la asistió, sin saber nada de lo que Don
Bosco había dicho muchos años antes, me consoló diciéndome que, por lo que a él le
parecía, mi madre había pasado su purgatorio en este mundo, y que podía esperar con
fundamento que hubiese ido al Paraíso».

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 123; MBe, VII, 113-114.)

186
7 DE JUNIO
TENGO TODAVÍA DOS AÑOS DE VIDA

Escribió don Bonetti: «El 1 de febrero de 1863, día de la fiesta de san Francisco de
Sales, estaba Don Bosco con algunos clérigos y jóvenes seglares cuando pasó a hablar de
la muerte: con gran pena nuestra, nos aseguró que pronto tendría que abandonarnos, ya
que su vida estaba limitada a corto plazo. "No tengo más que dos años de vida", nos dijo.

Nosotros le dijimos que rezase al Señor para que le concediese, al menos para nuestro
consuelo, veinte años más de vida, y le preguntamos qué deberían hacer sus muchachos
para conseguir esta longevidad. Él nos contestó que le ayudásemos en la batalla que debe
sostener contra el enemigo de las almas; y luego añadió: "Si me dejáis solo, me agotaré
antes, porque he resuelto no ceder aun a costa de caer muerto en la batalla. Ayudadme,
pues, a hacer guerra al pecado. Os aseguro que, quedo tan oprimido cuando veo al
demonio esconderse en un rincón de la casa para hacer cometer el pecado, que no sé si
puede haber martirio más terrible que el que yo sufro entonces. Yo soy así: cuando veo
la ofensa de Dios, aunque tuviese todo un ejército en contra, no cedo".

Y entonces, al ver a sus fieles hijos angustiados, entre ellos algunos clérigos próximos
a recibir las órdenes sagradas, concluyó: "Rogad al Señor; y tengo la esperanza de poder
asistiros a todos, cuando celebréis la primera Misa".

Estas palabras, divulgadas rápidamente por la casa, estimularon verdaderamente a los


muchachos, que se decidieron a hacer de todo para conservar la vida de su padre y
maestro.

Se realizaba un bien inmenso que se palpaba con las manos y que ponía en evidencia
cuán grande era la autoridad moral de Don Bosco sobre los alumnos del Oratorio».

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 376-377; MBe, VII, 324-325.)

187
8 DE JUNIO
Si MANDO FUERA AL DIABLO...

Don Bosco, que había regresado de Ivrea hacía unos días, era insistentemente molestado
de noche por el demonio. Y contó: «La noche del 3 al 4 de marzo el demonio agarró la
cama, la levantó en alto, luego la dejó caer tan fuerte que me dejó molido, de modo que
me parecía que quería salírseme la sangre de la cabeza. Al amanecer, después de
haberme fastidiado toda la noche, golpeando puertas y ventanas, agarró el cartel sobre el
que está escrito: "Cada minuto de tiempo es un tesoro", y dio con él un golpe tan
tremendo en el suelo, que pareció un disparo de fusil».

Como Don Bosco había dicho que en Ivrea, en 1863, había sido atormentado por el
demonio, los clérigos del Oratorio le rogaron que mantuviese la promesa que había
hecho, es decir, conjurar al demonio y echarlo fuera apenas regresase de Ivrea.

«Si lo echo lejos de mí, ataca a los muchachos».

Entonces el clérigo Francisco Provera preguntó: «¿Quiere usted decir que cuando
estaba en Ivrea y le dejó libre una noche, hizo algún daño entre los muchachos?».

«Sí, hizo mucho mal».

«Pero, al menos, pregúntele qué quiere».

«¿Y quién te dice que no le haya ya interrogado?».

Don Bosco cambió el tema de la conversación y no hubo medio de arrancarle más que
esta palabra: «¡Rezad!».

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 75-76; MBe, VII, 75-76.)

188
9 DE JUNIO
ARROJADO CON LAS TENAZAS DE LA ESTUFA

Algunos, persuadidos de merecer toda consideración, se dignaban exponer a Don Bosco


sus proyectos a fin de solucionar algún negocio, pidiéndole su parecer. Y él no
contradecía jamás sus sentimientos altaneros, sino que, de muy delicada manera, les
expresaba la conveniencia de un recurso suyo que sugería, remitiéndose luego al talento
de quien le había preguntado.

A veces, por pareceres contrarios sobre la rectitud de una idea o de un hecho, alguno
molestaba con su insolencia y Don Bosco, preguntado después por qué se había
mostrado tan paciente frente a aquellas osadías, muchas veces respondió: «A éstos hay
que tratarlos como a enfermos».

Solamente le resultaba difícil contenerse cuando se trataba del honor de Dios. En


efecto, el 21 de febrero de 1863, contaba él a sus alumnos un hecho que le había
sucedido dos días antes:

«Se presentó en mi habitación un individuo que, no pudiendo obtener lo que deseaba,


comenzó a blasfemar de un modo espantoso. Yo, que le había aguantado hasta aquel
momento, ante semejantes blasfemias no pude contenerme. Me acerqué a la estufa, tomé
las tenazas y agarrando por la ropa al blasfemo, le ordené: "¡Salga inmediatamente de
aquí; de lo contrario le doy una lección!".

"Discúlpeme si he empleado alguna expresión vulgar".

"No valen excusas: no tolero un demonio semejante en mi habitación. Este no es el


modo de tratar a Dios".

Y empujándole, le eché fuera. Cuando oigo blasfemar el santo nombre de Dios,


entonces salgo de mis casillas, y si no fuese por la gracia de Dios que me detiene, pasaría
a ciertos actos de los que tal vez tendría después que arrepentirme».

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 27; MBe, VII, 34-35.)

189
10 DE JUNIO
ESTO LE HONRA A USTED Y A SUS ALUMNOS

Cuando a fines de mayo de 1863, el abogado Ferri, por orden del ministro de la
Instrucción Pública, caballero Gatti, hizo una inspección en las escuelas del Oratorio,
una cosa le llamó poderosamente la atención y fue el silencio, la disciplina, el orden que
reinaba en todas las clases.

Terminada la visita a una clase, quiso el maestro, por cortesía, acompañarlo a otra
aula, y el inspector intentó disuadirle diciendo que su ausencia de la clase, aunque fuera
sólo momentánea, daría ocasión a tantos picaruelos para alborotar y romper el orden.

«No tema, señor, repuso el maestro; estoy seguro de que ninguno abrirá el pico ni se
moverá del sitio».

«Volvamos atrás y veamos si guardan el silencio que usted dice».

Y así diciendo, se acercó de puntillas a la puerta de la clase, escuchó, espió por el ojo
de la cerradura y comprobó que, en efecto, todos los alumnos permanecían quietos y en
silencio como si el profesor estuviese sentado en la cátedra. Al ver aquella disciplina, el
inspector se alejó de allí, repitiendo: «¡Jamás lo hubiese creído, jamás lo hubiese creído!
¡Esto es maravilloso y honra a usted y a sus alumnos!».

El profesor era el clérigo Celestino Durando.

Lo que resultaba maravilloso para el inspector gubernativo era algo natural y corriente
para los de la casa, en todas las clases, puesto que los alumnos del Oratorio aprendían a
hacer el bien y huir del mal, no por respeto al hombre, sino por respeto a Dios; no por el
premio o castigo del maestro o del superior, sino por deber de conciencia.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 446-447; MBe, VII, 383.)

190
11 DE JUNIO
¿CREE USTED QUE ES MÁS QUE EL PAPA?

Acaeció hacia el año 1863 que un nobilísimo señor, conocido por Don Bosco tan sólo
por la fama, le escribió una carta para un negocio de cierto interés. Como Don Bosco
estuviera ocupado entonces con una complicadísima correspondencia que despachar y
como no se trataba de ningún secreto, encargó a uno de sus sacerdotes contestarle.

Aquel caballero, que tenía un gran aprecio de sí mismo y del respeto que se le debía,
al recibir aquella carta, se indignó más de cuanto se puede imaginar y, tomando la
pluma, volvió a escribir con mil insolencias.

Escribió que Don Bosco no debía ignorar quién le había escrito honrándole con su
autógrafo. Que él sabía muy bien quién era Don Bosco..., y que, por consiguiente, no
desconociendo la distancia existente socialmente entre ambos, Don Bosco había
cometido una descortesía al no haberse dignado a responder de su puño y letra. Que él
había escrito muchas veces al Rey, al Papa y a otros importantísimos personajes y de
todos había recibido contestación autógrafa y no por mediación de secretarios. ¿Es que
Don Bosco temía rebajarse contestando él mimo en persona? ¿Se cree que es más que el
Papa, que el Rey?. Y así por el estilo.

Don Bosco no se inmutó al leer un escrito tan descortés, y de su propio puño


respondió que le agradecía su graciosa carta, que le conocía como hombre instruido y de
gran altura, pero que nunca hubiera creído que poseyera tan magistralmente el arte de
bromear, como se manifestaba en aquella carta. Por tanto, se consideraba muy honrado
con su amistad y no quería dejar escapar la ocasión sin reafirmarla aún más. Por ello, no
pudiendo extenderse más por el momento, se reservaba ir a comer con él tal día y a tal
hora, para charlar con toda calma sobre el consabido asunto.

Comieron y rieron: la amabilidad de Don Bosco se adueñó rápidamente del corazón


de su huésped, quien, desde entonces, se convirtió en amigo y bienhechor del Oratorio.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 33-34; MBe, VII, 40-41.)

191
12 DE JUNIO
DON BOSCO EMPLEA LAS MANOS

Escribe don Joaquín Berto: «Recuerdo todavía que durante mis tres años de Bachillerato,
de 1862 al 1865, después de comer y de cenar, Don Bosco estaba siempre rodeado de
alumnos estudiantes que paseaban con él durante el recreo.

De vez en cuando, miraba fijamente a la cara de alguno que parecía distraído y luego
le daba un cachete. Ante aquel inesperado ademán, quedábase el muchacho como
atontado, pero Don Bosco, riendo, tomaba su cabeza entre las manos y le decía al oído:
"Tranquilo; no te he pegado a ti, sino al demonio".

A veces, algún joven en medio de los compañeros no estaba atento a lo que los otros
decían o hacían, hasta el punto de parecer que su espíritu estaba en la luna: cuando he
aquí que Don Bosco, de improviso, le daba un cachete en la cara. El joven, aturdido por
el cachete, decía a Don Bosco: "Pero, ¿qué hace?".

"Así hacía san Felipe Neri con sus jóvenes diciendo: `Yo no te pego a ti, sino al
demonio que te tienta—.

Estaban convencidos de que Don Bosco sabía que a quien le daba un cachete tenía
alguna tentación por la cabeza».

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 554 passim; MBe, VII, 473 passim.)

192
13 DE JUNIO
¡EL DEMONIO NO TE TOCARÁ MÁS!

Los alumnos tenían la firme convicción de que los cachetes de Don Bosco poseían la
virtud de hacerlos fuertes contra el demonio. Por eso Don Bosco daba a menudo algún
cachete a quien se lo pedía, y bromeando decía: «Por hoy no vendrá a tocarte el
demonio».

Algunos le pedían que les diese unos cuantos y Don Bosco les aseguraba, en son de
chanza, que el espíritu del mal los dejaría tranquilos durante seis meses.

Un muchacho logró corregir ciertos defectos al recibir cada día un cachete de Don
Bosco.

Veíase a veces a algún jovencito afligido por alguna perturbación interior, que se
acercaba a Don Bosco en medio de los compañeros y, sin proferir palabra, presentábale
la mejilla para recibir un cachete. Una vez recibido, se marchaba corriendo alegre como
unas pascuas.

Episodios de este género sucedían todos los días.

En el año 1861, antes de las vacaciones de Pascua, un alumno pidió a Don Bosco un
recuerdo. Éste, sin decir palabra, diole un cachetito y le dijo: «Vete a casa en hora buena,
porque el demonio no te tocará».

Al volver de vacaciones, declaró el muchacho que el cachete recibido le había


producido un gran beneficio y que cuantas veces debiese marchar a casa, pediría el
mismo recuerdo.

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 425-426; MBe, VI, 324-325.)

193
14 DE JUNIO
¡AH, LAS BLASFEMIAS!

El 20 de abril de 1863, Don Bosco, casi con las lágrimas en los ojos, comenzó a hablar
del gran fruto que produce la catequesis cuaresmal y daba a sus clérigos algunas normas
para tener en cuenta a la hora de tratar ciertos temas. En cuanto a la blasfemia, sugería
que se tuviera gran cautela al hablar de ella con los jóvenes, y que no se repitiesen jamás
los horrendos epítetos unidos al santo nombre de Dios, aunque se pensase que había que
pronunciarlos para dar una aclaración o reprensión, al explicar el catecismo. Y añadía:
«Me causa más dolor oír una de tales blasfemias que recibir una fuerte bofetada y, hasta
confesando, después de escuchar dos o tres de estos pecados, me siento con el corazón
tan oprimido, que no aguanto más».

Sus hijos le hicieron observar que el teólogo Borel cuando hablaba en el púlpito sobre
la blasfemia, a veces él mismo las profería, tal y como acostumbra el populacho.

Don Bosco respondió a estas observaciones: «El teólogo Borel es celosísimo y no se


puede dudar de las innumerables conversiones que realiza con su predicación, llena de
diálogos y ejemplos vivísimos. Aún así, yo no aguanto oírle pronunciar aquellas frases.
Se lo he avisado muchas veces y le he rogado que procurase corregirse de semejante
defecto, pero se ve que la costumbre y la vehemencia al hablar, quizá no se lo permitan».

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 129; MBe, VII, 119-120.)

194
15 DE JUNIO
LA CASA DESHONRADA POR UN SACERDOTE

Los jóvenes Francisco Vicini y Pablo Aiachini, un sábado por la tarde, salieron del
estudio para ir a confesarse y se encontraron con Don Bosco, que entraba en el Oratorio.
Don Bosco puso su mano sobre la cabeza de Vicini y le preguntó si era amigo de Don
Bosco.

«Imagine, Don Bosco, si lo soy».

«¿Quieres ir al Paraíso? ¡Bueno, te doy permiso!».

Luego puso la mano sobre la cabeza de Aiachini: «¿También tú quieres ir al Paraíso?


Te doy el permiso».

Aiachini, después de los exámenes semestrales, cayó enfermo y fue enviado a su


pueblo natal para recuperar la salud. Y he aquí que el último día de marzo (de 1864), por
la noche, subió don Celestino Durando a la tarima y dijo: «Ha fallecido vuestro
compañero Aiachini. Ha tenido una santa muerte».

Francisco Vicini, en cambio, no había vuelto de las vacaciones pascuales. Había


manifestado a su padre la intención de hacerse sacerdote, y su padre, protestando de que
jamás lo permitiría, no quiso que volviese al Oratorio. A partir de aquel momento
empezó el muchacho a perder la salud de tal modo que daba lástima. Entonces el padre
le dijo: «Antes de verte en este estado, prefiero que vuelvas al Oratorio».

Unos días después, el muchacho estaba totalmente restablecido; pero el padre dejaba
pasar el tiempo sin cumplir su palabra, esperando que el hijo hiciera su voluntad. Vicini
calló por algún tiempo y después renovó su petición de volver al Oratorio y hacerse
sacerdote. Pero su padre le dijo:

«¡No quiero que nuestra casa se deshonre con un hijo que se hace sacerdote!».

El jovencito no replicó, si bien al poco tiempo recayó en el estado de antes. Entonces


el padre dio el permiso.

«Demasiado tarde. Llamadme al párroco, porque me siento morir».

195
Al anochecer se agravó tanto, que fue a llamar al párroco. Vicini murió en paz, con
toda la asistencia religiosa.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 641-644; MBe, VII, 544-546.)

196
16 DE JUNIO
¡EL GRACIAS LO DIGO YO Y BASTA!

Un día Don Bosco se encontró en Asti esperando el tren que debía llevarle a Villanova.
Mientras estaba completamente solo, vio a un señor que se acercaba muy cortésmente.

«¡Oh!, ¿usted es Don Bosco?».

«Sí, soy Don Bosco. ¿Podría saber con quién tengo el honor de hablar?».

«Se lo diré enseguida, porque no puede imaginarse el placer que siento al volver a
verle después de tantos años».

Y dijo entonces quién era y sacó del bolsillo la cartera de la que tomó dos o tres
billetes de diez francos.

«Es un poco de aquella gracia que el Señor me ha dado... Esto no es más que una
pequeñísima restitución. Espero que en lo sucesivo pueda hacer mucho más».

«Gracias, amigo».

«¿Gracias? ¿Y es Don Bosco quien me lo dice? Que no vuelva a oír nunca más esta
palabra. Tenía 14 años y salí del Oratorio para volver a casa con mil proyectos en la
cabeza. Y para expresar mi desprecio al portero, le llevé fuera y haciendo con el pie una
cruz en el polvo, tuve el descaro de decirle: "¡Nunca más aquí dentro!". Aquel hombre
indignado corrió detrás de mí con la escoba enarbolada, pero yo tenía las piernas más
ágiles.

En la estación no podía adquirir el billete: me faltaban unas monedas. Volví a


Valdocco y el portero me dejó pasar sólo después de borrar aquella cruz. Entré en el
Oratorio y, si no hubiera sido porque la obediencia me llamaba a casa, no me hubiera
alejado nunca más de allí».

(Cf. Francesia, Le passeggiate, 250.)

197
17 DE JUNIO
TIENES SIEMPRE UN PERRO DELANTE

En abril de 1864, había en el Oratorio un joven que no quería saber nada de sacramentos
ni de prácticas de piedad, y se encontraba a la fuerza en aquella casa.

Finalmente, un día le llamó Don Bosco aparte y le dijo: «¿Cómo se entiende que
siempre tienes un perro, que parece rabioso, rechina los dientes y se diría que quiere
morderte?».

«Yo no lo veo».

«¡Pues yo sí! Dime: ¿cómo andan las cosas de tu conciencia?».

El jovencito bajó la cabeza, y Don Bosco añadió: «Ea, valor; ven y lo arreglaremos
todo».

El pobrecito se hizo amigo de Don Bosco y se distinguió en el bien y en el


cumplimiento de los propios deberes.

Terminados los ejercicios, por la noche se lamentó Don Bosco de que algunos
alumnos no los hubiesen aprovechado para bien de su alma: «Yo veía en estos días
pasados, tan claramente los pecados de cada uno de vosotros, como si los tuviera escritos
delante de mis ojos. Es una gracia singular que el Señor me ha concedido en estos días
para vuestro bien. Algunos, reacios a mis consejos, me preguntarán ahora si no veo
como antes su interior. Eh, no; debo responderles. No vinieron entonces, y ahora ya no
están a tiempo para disfrutar de este favor».

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 649; MBe, VII, 550-551.)

198
18 DE JUNIO
¿A LA COMUNIÓN CON EL ALMA NEGRA?

Una tarde, hablando a los jóvenes, Don Bosco dijo: «Todavía os quiero recomendar una
cosa: haced con mucha frecuencia buenas comuniones. Al ir a recibir a Jesús en vuestro
corazón, vuestra alma quedará tan fortalecida por la gracia, que el cuerpo se verá
obligado a ser obediente al espíritu».

Y narró que acaecía a veces que alguno se acercaba al comulgatorio para recibir la
Hostia Santa y que el sacerdote le dejaba de lado y pasaba a otro sin darle la comunión.

Si el interesado se encontraba a dicho sacerdote en el patio y le preguntaba por qué no


le había dado la comunión, oía esta respuesta: «Y tú, ¿te atreves a ir a comulgar con el
pecado en el corazón? ¿No ves qué fea y negra está tu alma?».

Aquel sacerdote lo advertía por el color que tomaba la lengua en aquel momento y
avisó bastantes veces a Don Bosco para que reparase los daños de las confesiones mal
hechas.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 830 passim; MBe, VII, 830 passim.)

199
19 DE JUNIO
CATALINA, Tú AHORA ERES BUENA, PERO...

En 1941, don Mateo Cravero, salesiano, estaba atravesando un pasillo de la sala


femenina del hospital de Nuestra Señora en San Francisco, Estados Unidos. El sacerdote
intercambiaba saludos con algunas de aquellas enfermas para las que era un visitador
esperado.

En una cama del ángulo yacía silenciosa una anciana encerrada en su dolor. El
sacerdote la saludó: era como hablar a un glacial. Le preguntó si podía hacer algo por
ella: «¡No quiero ninguna ayuda de vosotros, sacerdotes! Dejadme tranquila».

El sacerdote, habiendo visto por los rasgos del semblante que era italiana, le habló en
su lengua materna. La barrera se derrumbó. La enferma comenzó a responder y se
reconocieron procedentes de la misma provincia de Italia. Al terminar el tiempo
concedido a la visita, el salesiano toma el sombrero y dice: «Estoy realmente contento de
haberla encontrado. Cuando esté bien, no deje de ir a la iglesia donde están los hijos de
Don Bosco, que se sentirán felicísimos de poder ayudarla...».

La mujer lanzó un gemido: su rostro se puso blanco como la sábana y balbuceó


emocionadísima: «¿Don Bosco?... Pero, ¿cómo sabéis?». Y contó su historia.

En un pueblo del Monferrato, toda la gente corría hacia Don Bosco y también su
madre con ella, que entonces era una niña. Don Bosco habló con la mamá y luego,
invitado por ella, miró a la niña pero de modo extraño y le dijo: «Catalina, pequeña
Catalina. Tú ahora eres una niña: tu mamá está contenta de ti. Pero un día tú atravesarás
el mar e irás a América. Perderás la fe y casi el alma. Pero no tengas miedo: mis hijos
salesianos estarán allí y se preocuparán de ti».

Aquella mujer murió con el nombre de Don Bosco en los labios. No quiso decir nada
más.

(Cf. Boletín Salesiano, febrero de 1964.)

200
20 DE JUNIO
EL PAN Y LA PROVIDENCIA

Una noche, después de las oraciones, Don Bosco, rodeado de un grupo de clérigos, les
refirió cómo había sido socorrido providencialmente por el Cielo durante el último
invierno.

«Era un día en el que mi bolsa estaba totalmente vacía; de pronto se presentó el


panadero. Me pedía que le pagara el pan que había suministrado al Oratorio. Me quedé
un instante en silencio y le respondí:

Vuelva mañana y le pagaré todo.

Se me escapó esta respuesta sin casi saber lo que me decía; pero de repente advertí
que en mi interior se reavivaba una fuerte confianza en la divina Providencia.

Llegó el día siguiente y yo no tenía un céntimo. Bajé a la iglesia dándole vueltas al


problema de mi deuda. Fui a celebrar la Santa Misa: en aquel momento, entró en la
sacristía un joven muy agraciado, preguntando por mí. Vio a un sacerdote, le entregó una
carta para dármela y se retiró. Al terminar la Misa, me dieron el sobre que estaba sellado.
Lo abrí y me encontré tres billetes de mil liras cada uno, que era precisamente la
cantidad a que ascendía la deuda. Notad que yo no había manifestado a nadie mi
necesidad y no conozco al joven portador de la carta. ¡Ved cuán grande es la divina
Providencia!».

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 785; MBe, VI, 668-669.)

201
21 DE JUNIO
LIBRO TAL, PÁGINA TAL

Don Bosco conocía al dedillo una infinidad de libros. Sus sacerdotes tuvieron con ello
una gran ayuda y un inmenso ahorro de tiempo, porque cuando tenían que predicar,
prepararse para unos exámenes, escribir libros... acudían a él y él siempre les indicaba
cinco o seis volúmenes, les informaba sobre el autor más aceptado y hasta les enseñaba
el modo de aprovecharse de ellos.

El 1865 le tocó a Don Cagliero sustituir a un predicador que, después de aceptar el


panegírico de un santo poco conocido, no podía ausentarse de la ciudad. Don Cagliero
ignoraba por completo la historia del Santo.

Don Bosco estaba fuera de Turín... y el sermón debía predicarlo antes de que Don
Bosco estuviera de vuelta. Entonces, Don Cagliero, para salir de apuros en aquellas
estrecheces, escribe una carta a Don Bosco y éste, a vuelta de correo, le responde
indicando volumen y página de los Bolandistas donde puede encontrarlo.

Don Cagliero, aunque acostumbrado a estas maravillas, apenas recibe la esquela de


Don Bosco, la lee a un compañero y sube con él a la biblioteca para comprobar con un
testigo lo acertado de la indicación. Toma el volumen, busca la página y encuentra lo
que deseaba.

(Cf. Memorie Biografiche, 1, 434; MBe, 1, 349-350.)

202
22 DE JUNIO
RESIGNACIÓN EJEMPLAR DE UNA MADRE

En 1865, el joven Antonio Ferraris estaba gravemente enfermo. Su madre había acudido
al Oratorio, a pesar de que el estado del enfermo no parecía alarmante. Después de
prestarle su asistencia durante varios días, la buena señora, que consideraba a Don Bosco
como a un santo, tomando aparte al joven Bisio le preguntó: «¿Qué dice Don Bosco de
mi hijo? ¿Morirá o vivirá? Para saber si debo quedarme o volver a mi casa».

«¿Y usted en qué disposición de ánimo se encuentra?».

«Soy madre y, naturalmente, quiero que mi hijo sane. Por lo demás, que el Señor haga
de él lo que juzgue mejor».

«¿Le parece estar resignada a la voluntad de Dios?».

«Lo que haga el Señor, bien hecho está».

«¿Y si su hijo muriese?».

«¡Paciencia! ¿Qué íbamos a hacer?».

Juan Bisio, al ver aquellas disposiciones de ánimo, después de dudar un poco, añadió:
«Entonces, quédese; Don Bosco ha asegurado que su hijo es un buen muchacho y que
está bien preparado».

Aquella madre cristiana comprendió; derramó unas lágrimas, sin hacer ninguna escena
desagradable, y después de aquel desahogo natural de su dolor, dijo: «Si es así, me
quedaré».

Y resignada, asistió a la muerte de su hijo, que sucedió el 16 de marzo.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 56; MBe, VI, 61-62.)

203
23 DE JUNIO
COMO UNA MÁQUINA DE VAPOR

Un día de 1865 Don Bosco narró el trato familiar que le había dispensado el ministro
Lanza. Estando presente algún otro ministro, Lanza le dijo:

«Dígame, Don Bosco, ¿cómo se las arregla usted para hacer frente a tantos gastos?
¿De dónde saca dinero para mantener a tanto muchacho? Esto es un secreto y un
misterio».

«Señor ministro, respondió Don Bosco, yo hago como la máquina de vapor. Voy
adelante haciendo: puf-puf puf-puf».

«Se comprende, mi querido abate - dijo el ministro Lanza-; pero esos puf hay que
pagarlos y aquí se esconde el secreto».

«Observe, señor Ministro, que dentro de la máquina debe haber fuego y, para que
vaya adelante y marche bien, necesita alimento...».

«Pero, ¿de qué fuego habla usted?».

«Del fuego de la fe en Dios. ¡Sin él caen los imperios, los reinos van a su ruina y la
obra del hombre se reduce a la nada!».

Estas palabras, pronunciadas como solía hacerlo algunas veces Don Bosco, dejaron
pensativo a su interlocutor.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 67; MBe, VIII, 71.)

204
24 DE JUNIO
EL PAN DE LA PROVIDENCIA

El 2 de agosto de 1865, Don Bosco partía para Gozzano (Novara), adonde llegó hacia las
diez y media de la noche. Fue directamente a llamar a la puerta del obispo. Su inesperada
llegada tuvo un alegre recibimiento, pero puso al prelado en un aprieto. No tenía éste en
casa provisiones de comida, puesto que hacía comprar diariamente sólo lo necesario para
él y sus familiares. El teólogo Reina, secretario del obispo, preguntó: «Oh, Don Bosco,
¿usted tendrá que cenar todavía, no?».

«¿Qué dice cenar? Diga más bien que he de comer. El coche y los negocios me han
traicionado».

Al oír esta respuesta, creció el aprieto del obispo y de los secretarios.

Cuando he aquí que, precisamente en aquel momento, entraba en la sala el reverendo


Cacciano, misionero apostólico huésped del obispo. Al oír que no había pan, el recién
llegado sacó dos panecillos de un envoltorio, diciendo que los había encontrado en el
camino.

El obispo se retiró a su habitación y dijo al secretario que lo acompañaba: «Vaya con


Don Bosco y prepárele algo para cenar. Yo no puedo quedarme porque me da mucha
vergüenza».

Con los panecillos apareció sobre la mesa un par de huevos pedidos a una buena
vecina y una botella de vino selecto que mandó el obispo. Y los dos secretarios asistieron
a aquella cena, adobada con las exclamaciones de Don Bosco que, siempre jovial y
contento, repetía que hacía muchísimo tiempo que no había cenado nunca tan a gusto el
pan de la divina Providencia.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 169-170; MBe, VIII, 154.)

205
25 DE JUNIO
¿ESTÁ USTED ENFERMA?

En el Oratorio de San Simpliciano en Milán, Don Bosco había encontrado a dos


negociantes que luego mantuvieron siempre buenas relaciones de amistad con él.

En 1865, con ocasión de un viaje de Don Bosco a Milán, éste honró a aquella familia
hospedándose en ella. Y aquí sucedió el siguiente hecho.

Una señora milanesa, enterada de que Don Bosco se encontraba allí de huésped, se
presentó para saludarle. Antes de que la señora dijese una palabra, Don Bosco le
preguntó: «¿Está usted enferma?».

«Desgraciadamente sí - respondió ella-; hace ya unos meses; he tomado muchas


medicinas, he hecho varias devociones, pero no me han servido para nada».

«¿Quiere sanar? Haga una novena a Jesús Sacramentado y rece cinco Padrenuestros,
Avemarías y Glorias, añadiendo estas palabras: "Don Bosco me ha dicho que Vos me
curaréis y yo quiero curar". Después coma y beba».

A la mañana siguiente, la familia quedó maravillada al encontrar a la señora libre de


todas las dolencias que hacía tiempo que le molestaban.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 220; MBe, VIII, 196.)

206
26 DE JUNIO
DON BOSCO VE LEJOS

Una vez el clérigo Juan Tamietti fue invitado por una familia de bienhechores a una villa
para pasar un día de vacaciones con ellos. Don Bosco, que conocía la virtud de aquellos
señores, concedió el permiso. El día establecido, el clérigo, que después fue sacerdote
muy distinguido por su virtud y ciencia, se presentó para despedirse de Don Bosco y
marcharse. No lo encontró libre. Entonces habló con Don Rua que, conociendo el
permiso, se lo confirmó, deseándole buen viaje y dándole saludos para la caritativa
familia.

Mientras tanto, hacia las dos o tres de la tarde, Don Bosco llama con insistencia al
clérigo ausente. Su inquietud parecía grave y no acababa de llamarlo, mandando por él
ora a uno ora a otro. Don Rua le recordó con respeto y maravilla que él mismo le había
dado el permiso.

«Sí, pero ahora querría que estuviese aquí...».

Esta inquietud extrañó todavía más a los hermanos porque estaban habituados a ver a
Don Bosco siempre calmo y sereno. A la mañana siguiente, llega el clérigo y todos le
rodearon para decirle que fuera en seguida a ver a Don Bosco, que le quería hablar.

El clérigo corrió a ver a Don Bosco y se puso de rodillas delante de él. No tuvo que
decir muchas cosas porque Don Bosco, cariñoso y sonriente, le puso las manos sobre la
frente diciéndole: «Bravo, bravo, siempre serás mi querido Tamietti».

¿Qué había pasado? Que aquel mismo día había llegado a aquella familia tan honesta
una persona extraña poco correcta. Había puesto sus ojos en el joven clérigo poniéndolo
en grave peligro. Quién sabe qué hubiera podido pasar si no hubiera oído estallar un
trueno...

El clérigo contó que sólo un milagro lo había podido salvar del mal.

(Cf. Francesia, Vita breve e popolare di Don Bosco, 225.)

207
27 DE JUNIO
TU PADRE ESTÁ TODAVÍA EN EL PURGATORIO

Al acabar el carnaval, Don Bosco habló así a los jóvenes: «Al comienzo del carnaval os
había exhortado a dirigir todas vuestras acciones y oraciones al Señor para ayudar a las
almas del purgatorio que tenían necesidad sólo de aquella acción para ser llevadas al
Paraíso...».

El joven José Perazzo narraba en 1865 a don Joaquín Berto el hecho siguiente: «Había
muerto mi padre y yo, lleno de aflicción, deseaba conocer su estado en el otro mundo.
Pedí entonces a Don Bosco que rogase por él y Don Bosco me dijo un día, cuando me
confesaba, estas textuales palabras: "He visto a tu padre; estaba vestido de esta
manera...".

Y me hizo una descripción tan detallada y escultórica, que inmediatamente lo


reconocí.

"Ésa era su fisonomía, le dije; él solía ir vestido de ese modo".

"Pues bien, continuó Don Bosco, tu padre se encuentra aún en el purgatorio; ruega por
él y pronto irá al Paraíso".

Era algo singular: Don Bosco no había visto nunca ni conocía a mi padre».

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 149; MBe, VIII, 137.)

208
28 DE JUNIO
POR QUÉ REZAR JUNTOS

Uno de los medios con los que Don Bosco encendía en los muchachos el espíritu de
oración era el participar en las celebraciones que se hacían en común.

De 1846 a 1871, esto es, mientras pudo, no dejó nunca de asistir a las oraciones de la
noche con la comunidad.

El joven Luis Bussi decía un día a un compañero, en voz baja, mientras los
muchachos se reunían para las oraciones de la noche: «¿Por qué Don Bosco, cuando está
en casa, viene siempre a rezar las oraciones con nosotros?».

Mientras tanto, se empezaron las oraciones y, al terminar, subió Don Bosco a la


pequeña tribuna y habló. Cuando terminó, acercósele Bussi y le dijo: «Don Bosco,
¡dígame una palabra!».

Y Don Bosco le susurró al oído: «¡Se rezan las oraciones con los demás para dar buen
ejemplo!».

El joven se maravilló, pues estaba convencido de que Don Bosco no podía haberle
oído.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 226; MBe, VIII, 201.)

209
29 DE JUNIO
BUENO, PERO NO BONACHÓN

Un día estaban los alumnos en filas bajo los pórticos para ir a comer. El ecónomo se
hallaba presente para que se guardara silencio y ordenaba la entrada de los grupos en el
comedor, cuando un troncho de col cayó con fuerza sobre su bonete. Se volvió
rápidamente y vio al joven Agustín que bajaba el brazo. Sin más, lo mandó entrar en un
cuartito cercano y acompañó a los demás al comedor.

Pero el profesor, que le quería, y algún otro maestro y asistente, persuadidos de su


inocencia, se pusieron enseguida de su parte y le hicieron salir de la pequeña estancia y
lo llevaron al comedor.

Pero Don Bosco después de las oraciones de la noche, anunció que a la mañana
siguiente el joven Agustín saldría para su pueblo. Aquello cayó como la descarga de un
rayo. Los muchachos se retiraron a sus dormitorios y solamente quedó en los patios un
grupito de profesores.

Eran las diez y media y estaba Don Bosco todavía trabajando en su mesa. Interpelado
por uno de los profesores, dijo: «La falta es cierta; la intención no la juzga más que Dios.
Por otra parte, el lanzamiento del troncho de col constituye por sí mismo una infracción
del reglamento, porque en aquel momento se había ordenado silencio y porque en las
actuales circunstancias semejante acto podía ser causa de graves desórdenes, después de
los repetidos avisos. Sin embargo, y pese a la gravedad del caso, yo habría sabido
encontrar remedio para salvar al muchacho, que en realidad es bueno; pero vosotros, al
tomar su defensa, me habéis puesto en la imposibilidad de volverme atrás».

Al amanecer, partía Agustín.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 82; MBe, VIII, 82-84.)

210
30 DE JUNIO
PARA EL MANTENIMIENTO DE LOS JOVENES

El 11 de diciembre de 1865, Don Bosco partió de Turín hacia Florencia. Era la primera
vez que iba allí. Como el hambre impulsa al lobo a la llanura, así Don Bosco se veía
forzado a hacer aquel viaje para afrontar las necesidades cada vez más graves y urgentes
de la Congregación que estaba fundando a favor de la juventud más pobre y abandonada.
Pero no iba al azar. Le invitaron diversas personas, entre las que se encontraba el
arzobispo, que se declaraba honrado de poder hospedarlo en el palacio arzobispal.

Para aproximarse a la suma que le era necesaria, si no precisamente completarla, para


quitarse de encima a los acreedores, Don Bosco no dudó en pedir limosna, llamando a
las puertas de los ricos y dispensando consejos y favores en nombre de la Virgen.

En casa de la condesa Boutourlin, hizo levantarse a una señora que hacía cerca de
veinticinco años que se hallaba postrada en cama con una mielitis y tenía una pierna
encogida. Él le ordenó pasearse por la casa, comer, etc., y ella hizo todo lo que le mandó,
sin la menor fatiga.

Sucedió así que cuando se trató de regresar, más de uno se rebeló y pretendió que
prolongase su permanencia. Una de aquellas personas fue la marquesa Gerini que,
encontrándolo a la salida de la catedral, se atrevió a preguntarle por qué tenía tanta prisa
en volver a Turín.

«Pero, ¿quién da lo necesario para el mantenimiento de los jóvenes? Si usted me


ayuda para su sustento, yo estoy dispuesto a quedarme».

«¿Y cuáles son las condiciones?».

«Diez mil liras».

«Pues bien, yo le daré las diez mil liras».

La noticia de este hecho corrió por la ciudad y comenzó el asedio alrededor de Don
Bosco.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 260 passim; MBe, VIII, 229-230 passim.)

211
212
213
1 DE JULIO
LA VENGANZA DE LOS SANTOS

Don Bosco, regresando de Florencia, se encontraba en un departamento del tren donde


las opiniones no eran unánimes y cada uno estaba decidido a sostener la propia.
«Maestro de coro» era un hombre de aspecto distinguido y de lengua suelta que,
habiendo logrado llevar la conversación al tema de la educación de la juventud, se había
lanzado contra la ingerencia clerical en la formación de los jóvenes, reivindicando al
Estado todo derecho y poder en este campo.

«Es hora de acabar con las sotanas negras. Si yo estuviese en el puesto del gobierno,
reduciría a la nada ese nido de pequeños jesuitas que tiene Don Bosco en Turín, echaría
a puntapiés a él y a sus muchachos y pondría en su lugar un regimiento de caballería».

Pasaron seis o siete meses y se publicaron en Roma unas subastas para importantes
construcciones. Aquel señor, que era un ingeniero contratista y estaba interesado en ese
tipo de trabajos, buscó buenos apoyos. Se dirigió a Don Bosco y le pidió una
recomendación para el cardenal Antonelli.

«Enseguida se la doy».

«¿Tiene necesidad de alguna cosa en Roma?».

«Sí, quisiera una cosa; cuando vea al cardenal no le diga que habría que echar a Don
Bosco del Oratorio a puntapiés, y con él a sus muchachos, porque esto no estaría bien».

El ingeniero recordó el viaje en tren y, entre vergüenzas y maravillas, le pidió mil


perdones... y pasó a ser admirador y bienhechor de toda la Obra de Don Bosco.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 263-264; MBe, VIII, 231-232.)

214
2 DE JULIO
ESE MÉDICO NO LO ENTIENDE

En el curso escolar 1864-1865 se confiaron al clérigo Francisco Cerruti, profesor, los


cursos cuarto y quinto de Bachillerato del seminario menor de Mirabello. Era él
enfermizo, y las muchas fatigas sufridas habían agotado sus fuerzas, por lo que don
Miguel Rua había pedido a Don Bosco que lo dispensase de algunas clases tan pesadas.
Pero Don Bosco respondió: «¡Que siga Cerruti con sus clases!».

El buen clérigo obedeció, pero al final de abril cayó gravemente enfermo: esputos
sanguíneos, tos catarral persistente, fiebre casi continua...

Por entonces, fue Don Bosco a Mirabello y preguntó al clérigo por la enfermedad que
le aquejaba. Le aconsejó unas píldoras que, a decir verdad, le hicieron mucho mal. A la
hora de partir, le dijo: «Todavía no es tu hora; estate tranquilo; aún tienes que trabajar
mucho para ganarte el Paraíso».

Pero el mal aumentó tanto, que el médico creyó desesperada la curación. Recomendó
reposo absoluto y silencio riguroso.

Don Rua, que en su caridad le prodigaba los más atentos cuidados, hacía rezar mañana
y tarde a los alumnos, como se acostumbra en los casos graves; pero la enfermedad no
parecía disminuir. Don Rua fue a Turín y habló de ello a Don Bosco. Y al volver dijo al
clérigo:

«¿Sabes una cosa? No ha llegado tu hora... Debes pensar en curar... ¡Y ese médico no
lo entiende!».

Aquel mismo día el clérigo Cerruti tuvo tal acceso de tos que, no pudiendo resistir, se
echó sobre la cama y aun allí le parecía que iba a morir de un momento a otro. El día
después volvió a su clase de quinto de Bachillerato. Por la noche estaba mejor. Y al día
siguiente se sintió casi totalmente curado y siguió dando clase hasta final de curso.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 146; MBe, VIII, 134-135.)

215
3 DE JULIO
FIARSE DE DON BOSCO

En 1866 Don Bosco pasó por Milán en tren. Como no tenía más tiempo que una hora de
parada, ni siquiera salió de la estación; no obstante, había escrito a un conocido suyo
para que fuera a su encuentro. Efectivamente, fue acompañado de su esposa. En la
conversación le dijo Don Bosco: «Haga este año, señor Guentazi, gran provisión de
telas, pues podrá venderlas ventajosamente».

Los dos cónyuges, recordando la predicción de Don Bosco, hicieron compras en


cantidad mucho mayor que en años anteriores y, tal como él lo había anunciado, así
sucedió exactamente; de modo que al final del año, contentos de la bendición tenida del
Señor por mediación de Don Bosco, se decían: «Si hubiésemos tenido más fe en las
palabras de Don Bosco, haciendo una provisión de telas mucho mayor, ciertamente lo
habríamos vendido todo».

Reconocidos al Señor por las ganancias obtenidas, diéronle gracias entregando parte
de las mismas a los pobres, según era su costumbre.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 320; MBe, VIII, 277-278.)

216
4 DE JULIO
¿TUS HERMANAS? NO LAS PODRÁS ASISTIR

En 1866 vivía en Valdocco con Don Bosco un joven sacerdote llamado Juan Boggero.
Tenía 26 años. Pertenecía a la Sociedad Salesiana y había hecho en el Oratorio de
Valdocco su tirocinio de estudios y de maestro.

Pero, a mediados de 1866, cansado del reglamento, alentado por sus padres,
aconsejado por personas poco sensatas, pidió a Don Bosco permiso para ir a su casa.
Don Bosco se negó a dispensarlo de las obligaciones que había asumido con la
Congregación al emitir los votos, haciéndole ver la inconsistencia de los pretextos
presentados para su justificación.

Boggero no quiso oír razones y, tal vez para no tener que soportar otras discusiones,
se fue sin ni siquiera despedirse un día que Don Bosco no estaba en casa. Al irse, se
llevaba consigo algunas palabras de mal presagio, pronunciadas en relación con él por
Don Bosco, palabras que en vano se esforzaba por olvidar: «¿Te quieres ir? Vete en paz.
Tú crees que vas a asistir a tus hermanas; yo sé que no necesitan de tu asistencia, y te
digo ¡que no las podrás asistir!».

Incardinado en la Archidiócesis de Turín, fue nombrado vicepárroco en la parroquia


de San Esteban de Villafranca Piamonte. No le faltaba nada, escribía con fecha de 10 de
diciembre. Cuatro días después, fue encontrado muerto por la sirvienta en la mesa donde
estaba sentado.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 551; MBe, VIII, 469-471.)

217
5 DE JULIO
SU NOMBRE ES JUAN BOGGERO

Don Bosco había previsto la muerte de Boggero desde el mes de octubre precedente.
Una de las primeras veces que había tomado contacto con los jóvenes después de volver
de vacaciones, los había puesto en guardia, como solía hacer con frecuencia, porque
«antes de Navidad uno del Oratorio habría debido presentarse al tribunal de Dios».

Entre los alumnos que hacía poco tiempo habían entrado en la casa, no acostumbrados
a tales anuncios, cundió el pánico y algunos de ellos querían volverse a sus casas.
Cuando varios padres se enteraron por sus hijos de la fúnebre predicción, quejáronse a
Don Bosco, y fueron con sus lamentos a la comisaría donde les prometieron que las
autoridades tomarían el asunto en consideración.

El mismo Procurador del Rey fue a Valdocco y, con alguna pregunta, tuvo la
confirmación de la predicción.

Fue también el delegado de Seguridad Pública. Subió a ver a Don Bosco y se hizo
presentar.

«No tengo la menor dificultad, con tal de que usted mantenga el secreto; si usted
hablase, su imprudencia sería mucho mayor que ésa de la que se me acusa...». Luego,
recogiéndose un instante, dijo: «Su nombre es Juan Boggero».

Pasadas las fiestas de Navidad, el delegado volvió al Oratorio e interrogó a los


jóvenes, que le dijeron que había muerto uno que se llamaba Juan Boggero.

Al oír aquel nombre, el delegado subió a Don Bosco y le dijo: «Señor, diga lo que
quiera a sus muchachos: desde este momento le doy toda suerte de permisos y ya sabré,
por mi parte, qué responder a quien se lamente de sus previsiones».

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 551 passim; MBe, VIII, 467-472.)

218
6 DE JULIO
EN ESTE MOMENTO CERCA DE LA BOMBA...

Terminadas las fiestas navideñas, Don Bosco fue a visitar el colegio de Lanzo, donde
habían entrado muchos alumnos nuevos que aún no conocía. Penetró el Siervo de Dios
en el comedor, a mitad de la cena, se puso serio y, volviéndose al director, le dijo en voz
baja: «En este momento, cerca de la bomba del agua a la entrada del segundo patio, hay
dos muchachos a quienes es preciso vigilar. Manda enseguida a alguien para que los
lleve al recreo con los demás compañeros».

El director dio el encargo a un asistente, el cual volvió y le dijo: «Junto al pozo no hay
nadie, pero vi a dos (y los nombró), que en aquel momento se alejaban. Les pregunté de
dónde venían y me respondieron: "De la bomba"».

Después de las oraciones llamó el director a los dos muchachos y les preguntó: «¿Qué
conversaciones teníais esta tarde entre los dos?».

«Ninguna», respondieron temblando.

«Bien, venid conmigo; Don Bosco os espera; tiene algo que deciros».

Y se los presentó. Don Bosco los miró un instante y después les dijo una palabra al
oído, que les hizo ruborizarse. Eran alumnos nuevos, recién llegados de sus casas, los
cuales, reconociéndose culpables, prometieron portarse mejor.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 287; MBe, VIII, 251.)

219
7 DE JULIO
UNA RUPTURA INCOMPLETA

Un joven llamado Eugenio Ricci se cayó y se rompió una pierna.

Don Bosco se enteró del caso. Como apreciaba muchísimo al piadoso joven, y éste a
él, fue a visitarlo. No son para dichos la tierna compasión, de verdadero padre que él le
mostró y los muchos agasajos que le tributó el enfermo y la alegría que recibió. Pero
Don Bosco miraba especialmente al bien de aquella alma tan cara a Jesús; deseaba que la
quisiese aún más aumentando en ella el amor y la confianza en María, por cuya
mediación nos hacemos gratos al Infinito Bien.

Se acercó a la cabecera de Eugenio con aquel manso, humilde y venerable aspecto que
alegra y subyuga los corazones, y le dijo sonriendo:

«¡Hijo querido! ¡Qué contento estaría si te hubieses roto también la otra pierna!».

«¿Qué dice usted, Padre?».

«Eso, sí, eso; porque entonces podrías apreciar mejor el poder de la Virgen para
curarte. ¡Ea, ánimo y espera en María Santísima; a finales de mes podrás emprender el
viaje!».

Y así sucedió en efecto.

(Cf. Memorie Biografiche, X, 1186; MBe, X, 1089.)

220
8 DE JULIO
EL BIENHECHOR HURAÑO

El Oratorio de Turín debía treinta mil liras a un empresario que, cansado de esperar, una
buena mañana todo encolerizado fue al Oratorio, dispuesto a armar la gorda. Quiso
hablar con Don Bosco. Obligado, en la antesala, a sentarse para esperar su turno, se
enfureció todavía más que antes.

Entretanto, he aquí que entró con paso resuelto un señor que, hablando en tono seco y
vibrante, dijo: «¡Quiero hablar con Don Bosco enseguida!».

No tenía tiempo para esperar y llamó a la puerta.

«¿Qué desea, mi buen señor?», preguntó Don Bosco, que salió a su puerta.

«Quiero cambiar una palabra con usted. Tengo prisa».

Entró y no se sentó. Sacó un paquete. «¿Lo quiere? Rece por mí». Y se marchó con
paso decidido.

Entró una condesa toda preocupada por si había pasado algo grave.

«El mal no es mucho, replicó Don Bosco. Vea lo que me ha dejado».

Y desenvolviendo el paquete encontró treinta billetes de mil, que luego fueron


contados uno sobre otro por el empresario que, habiendo quedado mal por haber hablado
demasiado resentido, se excusaba diciendo: «¡Me habían dicho que usted no podía
pagarme; pero se ve que se han equivocado al hablar así!».

(Cf. D'Espiney, Don Bosco, 170.)

221
9 DE JULIO
SE EVITA UN EMBARGO

Una vez estuvo el Oratorio a punto de ser embargado. Había vencido ya una fecha para
el pago de los impuestos y a mediodía de aquella jornada expiraba el tiempo útil para el
último plazo.

Se trataba de pagar 325 liras y Don Rua, administrador de la casa, no las tenía; por
mucho que registró no halló un céntimo en toda la casa. Fue a la portería a ver si en el
buzón algún bienhechor hubiera pasado aquella mañana a dejar alguna cosa...; pero no
encontró nada, ni siquiera una moneda. Corrió a Don Bosco a decirle lo que pasaba y a
ver qué se podía hacer. Don Bosco le respondió tranquilamente: «Dinero yo no tengo;
recemos a la Virgen».

Y volvió serenamente a su trabajo. Algunos minutos después, llamaron a la puerta y el


señor que llegó, tras breves momentos de conversación, le dijo: «Mire, yo no soy rico,
pero lo que he podido ahorrar para sus chicos aquí está. ¿Acepta esta pequeña limosna?».

«No faltaba más, le replicó Don Bosco; siempre hay Providencia».

Entonces, el visitante le entregó un sobre donde había precisamente 325 liras, que
mandó con el mismo oferente al administrador Don Rua. Éste mandó pagar
inmediatamente los impuestos. Pero llegó tarde; ya había pasado el mediodía y el
mandato de embargo ya había sido ordenado. Por fortuna, el oficial del embargo se
entretuvo por la calle y pudo ser alcanzado por el emisario del Oratorio y evitarse toda
molestia. El que fue en aquella ocasión el instrumento de la Providencia, entró en la
carrera eclesiástica y llegó a ser sacerdote salesiano.

(Cf. D'Espiney, Don Bosco, 205.)

222
10 DE JULIO
LA PROVIDENCIA NO QUIERE LETRAS PROTESTADAS

En 1866 Don Rua recibió aviso de pago de una letra que vencía al día siguiente. No se
trataba de una gran suma, pero el mal estaba en que en toda la casa no había un céntimo.
Como siempre, acudió a Don Bosco, pero éste estaba aquel día muy ocupado y no tenía
nada; por lo que le contestó sencillamente: «Arréglate».

Acostumbrado a tal género de respuestas, Don Rua repasó todos los lugares del
Oratorio donde había cepillo para limosnas; pero no consiguió reunir la suma necesaria.
Recurrió nuevamente a Don Bosco para pedirle al menos treinta liras que era lo que
necesitaba para completar la suma después de haber registrado todos los cepillos.
Obtuvo la misma respuesta.

Llegada la mañana siguiente, mandaba Don Rua de cuando en cuando revisar los
cepillos de la iglesia por si había caído alguna limosna, pero las treinta liras no aparecían
por ninguna parte. A eso de las once volvió a ver a Don Bosco... En esto llegó el
caballero Carlos Occelletti, gran bienhechor de la casa del Oratorio: iba todos los
sábados a llevar su donativo. Al encontrar a Don Bosco, le contó que había ido aquel día
a visitarle y pagarle unos billetes de lotería, únicamente para quitarse de encima un
pensamiento que le había venido al levantarse y que, según él, le estaba molestando toda
la semana, aunque había tratado de quitárselo de la cabeza varias veces.

«¿Y cuánto me ha traído?», preguntó Don Bosco.

«Poca cosa: treinta liras y unos céntimos».

«Piense que si no llega a ser por usted, a mediodía le hubieran protestado a Don Rua
una letra».

(Cf. D'Espiney, Don Bosco, 208.)

223
11 DE JULIO
LOS LOBOS DEL ORATORIO

A veces, y después de haber intentado todo medio, al ver que ciertos alumnos eran
incorregibles, Don Bosco empleó tales correcciones que permanecieron inolvidables,
como la del 16 de septiembre de 1867. Don Bosco, en las «Buenas Noches», empezó a
narrar con calma lo mucho que el divino Salvador había hecho y padecido por la
salvación de las almas y sus amenazas contra los que escandalizan a los pequeños. Habló
de lo que él mismo había hecho y hacía, cumpliendo la misión que la divina misericordia
le había confiado y recordaba los sudores, las fatigas, las humillaciones sufridas por la
salvación eterna de los jovencitos.

Después pasó a narrar cómo en el Oratorio había lobos, ladrones, asesinos, demonios
que habían venido a robarle las almas a él confiadas, y añadió: «Estos tales se creen que
no son conocidos, pero yo sé quiénes son y podría nombrarlos en público. Quizá no esté
bien que yo lo haga; sería para ellos algo deshonroso, sería señalarlos a dedo ante sus
compañeros e infligirles un castigo espantoso. Pero si yo no los nombro no creáis que no
lo hago porque no conozca todo o porque sólo tenga una vaga sospecha, o tenga que
ponerme a adivinar... Porque si yo los quisiera nombrar, podría decir: eres tú, A... (y
pronunció nombre y apellidos de uno), un lobo que giras en torno de tus compañeros y
los alejas de sus superiores, poniendo en ridículo sus avisos. Eres tú, B..., un ladrón, que
con tus conversaciones empañas el candor de la inocencia. Eres tú, C..., un asesino que
con ciertos escritos, ciertos libros, ciertos escondites arrebatas del lado de María a sus
hijos. Eres tú, D..., un demonio que corrompes a los compañeros y les impides con tus
burlas la frecuencia de los sacramentos...».

Seis fueron los nombrados. Su voz era calma, vibrante. Cada vez que pronunciaba un
nombre, se oía un grito sofocado... Parecía el juicio universal.

(Cf. Lemoyne, Vita II, 255.)

224
12 DE JULIO
CON DON BOSCO SE MUERE SERENAMENTE

En 1867 Don Bosco había ido a Roma. Se encontraba en casa de la condesa Isabel
Calderari. Asistían a la cena muchos nobles señores, cuando llegó un criado joven que
llevaba una carta de la marquesa Villarios, dirigida a Don Bosco. En práctica se le
invitaba a la casa de una familia conspicua donde se encontraba gravemente enfermo de
tuberculosis un joven de 17 años... Estaba agonizando y no quería oír hablar de
sacramentos.

Don Bosco leyó, dobló la carta con toda tranquilidad. Acabada la cena, dio audiencia
a diversas personas. A las siete de la tarde se encaminó hacia aquella casa y llegó junto
al lecho del enfermo. ¡Qué escena más conmovedora! Tenía aquel joven tal palidez de
muerte en su rostro, que apenas se distinguía de las almohadas en que apoyaba su
cabeza.

«¡Confiéreme, Don Bosco, conféseme!».

Su madre no encontraba palabras para expresar su alegría por la llegada de Don


Bosco, y el hijo demostraba la suya teniendo siempre entre sus manos, la mano salvadora
del Siervo de Dios. Todos se retiraron y al cabo de media hora salió Don Bosco de la
habitación. La madre, que lo esperaba llorando en el salón, le dijo: «¡Gracias, Don
Bosco, gracias! ¡El Señor lo ha enviado!».

Toda la familia le rodeó y quiso que los bendijera, después de haber recibido una
medalla de María Auxiliadora.

A las diez y tres cuartos dejaba aquella casa Don Bosco. Poco después moría el joven.

«¡Se muere tan bien después de una visita de Don Bosco!», dicen los enfermos
romanos.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 696-697; MBe, VIII, 591-593.)

225
13 DE JULIO
¿DE QUIÉN ES LA CULPA?

En los primeros días del mes de mayo, Don Bosco fue a Saluggia, para asegurar
(mediante alguna oferta) al párroco contra las amenazas de unos asesinos que, después
de haber intentado matarle dos veces, habían demostrado su firme voluntad de quitarlo
del medio en la primera ocasión. Iban montados cuatro en el coche. El que guiaba el
caballo y los otros dos mostraban atentamente a Don Bosco las bellas campiñas,
narrábanle la historia de las casas de campo que encontraban por el camino, cuando, de
improviso, los cuatro dieron un gran salto; tres cayeron por tierra y sólo Don Bosco, que
tuvo tiempo de exclamar: «¡María Auxiliadora, ayúdame!», siguió en el coche sin otro
mal que un golpe en la barbilla con las rodillas, por la sacudida.

Por fortuna tampoco los otros sufrieron más que alguna contusión o rasguño. El coche
había topado contra un poste de piedra, en el que no había reparado el que guiaba. Se
levantaron los tres y empezaron a acusarse unos a otros de haber sido la causa de la
caída. Se responsabilizaba al cochero de no haber prestado atención a lo que hacía y se
replicaba al otro que no debía haber señalado con la mano las casas y las cosas,
distrayendo así la atención de quien llevaba las riendas.

Don Bosco puso a los tres en paz: «¿Por qué os acusáis uno a otro cuando los tres sois
inocentes? No tiene la culpa el caballo que corría a poca velocidad, no tiene la culpa el
carruaje que está muy bien, no tiene la culpa usted que guiaba, ni tampoco ustedes que
hablaban, porque cada uno atendía a lo suyo. La culpa... ¡la culpa la tiene el que puso el
poste!».

Rieron todos de buena gana. Subieron de nuevo al coche y terminaron felizmente el


viaje.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 802; MBe, VIII, 681-682.)

226
14 DE JULIO
¡ HABLARÁN!

Un día que Don Bosco se encontraba en Alassio, le presentaron a un niño de cinco años
llamado José Demaistre de Diano Marina, el cual no podía articular palabra. Después de
la bendición de Don Bosco, se le desató la lengua.

(Cf. Memorie Biografiche, XVII, 453; MBe, XVII, 391.)

Uno de los últimos días que don Francesia pasó en Roma con Don Bosco fue muy de
mañana a visitar a la condesa Isabel Calderari, una de las primeras cooperadoras de la
ciudad. A pesar de la hora, fue recibido y la encontró con sus cinco hijas.

Recordando la recomendación de Don Bosco, don Francesia dirigió la palabra a la


mayor, que podía tener unos seis o siete años. Vio que la mamá le miraba triste y luego
dijo: «¡Es muda! También las demás tienen la misma desgracia... ¿Sabe usted por qué
estoy entregada de lleno a las obras de Don Bosco y casi se ríen de mí? Porque una vez
me dijo: "Entregue a María Auxiliadora todo cuanto tenga que gastarse en médicos y
medicinas y yo le aseguro que una tras otra cuando cumplan los ocho años adquirirán el
habla y no la perderán nunca más"».

No es difícil imaginar la gran expectación de la condesa Calderari.

Ésta escribió luego a Turín diciendo que todo se había cumplido como le había
anunciado Don Bosco diciendo.

(Cf. Francesia, Due mes¡ con Don Bosco a Roma, 243.)

227
15 DE JULIO
HISTORIA DE UN LADRILLO

El 9 de septiembre de 1867, cenaban con Don Bosco algunos sacerdotes forasteros que, a
la mañana siguiente, tendrían que examinarse junto con otros sacerdotes del Oratorio.
Don Bosco les dijo a los forasteros: «Si salís aprobados, ¿prometéis un ladrillo para la
iglesia?».

Y comenzó a contar: «Con relación al ladrillo sucedió una vez lo siguiente: el


reverendo Ghisolfi tenía enfermo un brazo hacía tiempo. El mal le redujo a tal estado,
que los médicos, después de una consulta, creyeron que era incurable y que se debía
amputar. El pobre Ghisolfi exclamó ante tal sentencia: "Antes quiero realizar un
experimento, quiero encomendarme a Don Bosco, para que me diga lo que debo hacer en
honor de María Auxiliadora para obtener la curación".

En efecto, me escribió y la respuesta fue que, si sanaba, llevase un ladrillo para la


iglesia. Poco tiempo después curaba del todo y envió por ferrocarril un ladrillo con la
dirección. Pensad en mi sorpresa al recibirlo. Lo tomé en mis manos, lo hice deshacer
para ver si había dinero dentro. No había nada. Estaban muchos presentes, y entre ellos
el clérigo Dalmazzo. Lo tomé a burla; no sabía de dónde venía: junto a la dirección
solamente se leía como firma: Un cura pobre.

De allí a algún tiempo llegó el presbítero Ghisolfi en persona al Oratorio y preguntó si


había recibido el ladrillo.

"¡Ah!, ¿es usted quien lo ha enviado?", dijo Don Bosco.

"¡Precisamente!", respondió Ghisolfi.

"¡Un teólogo perfecto!", exclamé.

Pero Ghisolfi, muy serio, respondió: "Creía yo que con el Señor había que cumplir la
promesa al pie de la letra. Había hecho ya otras con anterioridad"».

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 936; MBe, VIII, 794-795.)

228
16 DE JULIO
EXORCISMOS

La tarde del 9 de septiembre de 1867, Don Bosco habló así a los jóvenes: «Hoy me han
enviado una limosna por la curación de una mujer que se creía endemoniada. Sucedió
ayer, fiesta de la Natividad de la Virgen. Cuando hace quince días fui a Acqui, pasé por
Strevi. Había allí una mujer que hacía un año no era dueña de sí misma y que se creía
endemoniada. Imposible hacerla entrar en razón o conseguir que recitara una plegaria:
hacía todo lo que es propio de los obsesos. Me la presentaron.

Pregunté cuánto tiempo hacía que estaba de aquella manera, qué cosas extrañas solía
hacer, pero no quise por el momento opinar. Para conocer mejor la cuestión, y sin que
ella se diese cuenta, saqué una medalla de mi bolsillo y, teniéndola apretada y escondida
en la mano, me acerqué a ella para ver si hacía algún gesto o ruido, ya que
ordinariamente el demonio no resiste la presencia de una medalla de la Virgen o de otros
objetos bendecidos, sin dar señales manifiestas de repugnancia.

Pero, al comprobar que la medalla no daba resultado, les dije que recitasen cada día
oraciones especiales, y esto hasta la fiesta de la Natividad de María Santísima, el día 8 de
septiembre.

Al llegar la noche del día 7, se puso furiosa. Parecía que todos los demonios del
infierno estuviesen en su cuerpo: gritaba, silbaba, palmoteaba y cantaba. Emitía toda
clase de sonidos: ya parecía un cerdo, ya un león, ahora un perro, un buey, un gato, un
lobo...

Despuntó la aurora del día de la fiesta. La mujer, con maravilla de todos, se calmó y
preguntó: "¿Qué hora es? ¿Y qué día es hoy?". "Es la fiesta de la Natividad de María
Santísima. ¿Quieres que vayamos a la iglesia?". "Sí".

Fueron, se confesó y comulgó: ¡Estaba curada!».

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 938-939; MBe, VIII, 796-797.)

229
17 DE JULIO
CURADO POR DON BOSCO...

Dos ilustres y riquísimas personas de Marsella, marido y mujer, habían intentado todos
los recursos de la ciencia médica para curar a su único hijo, heredero de su fortuna, que a
duras penas podía tenerse en pie y era, además, sordomudo. Tenía de cuatro a cinco años
de edad.

Los desolados padres lo llevaron a Roma, con la esperanza de que la bendición del
Sumo Pontífice haría un milagro. Pío IX le bendijo, pero aconsejó a los padres que lo
llevasen a Turín y lo presentasen a Don Bosco para que lo bendijera. Aquellos buenos
señores comparecieron en el Oratorio, expusieron a Don Bosco su desgracia y le
presentaron la única prenda, tan infeliz, de su amor. Don Bosco bendijo al niño, le tomó
de la mano y le invitó a caminar. ¡El muchacho empezó a andar expeditamente él solo!
Se colocó entonces a sus espaldas, golpeó suavemente las palmas de las manos, y el niño
se volvía a él como quien oía. En voz baja le dijo: «¡Papá y mamá!». Y el niño repitió
con soltura: «¡Papá y mamá!».

Entonces los padres no resistieron más y se precipitaron sobre el niño curado para
recibir las primeras caricias. Efectivamente, aquel niño había sido objeto de una gracia
especial, que al mismo tiempo le había hecho independiente de los demás: ¡caminaba,
oía, hablaba!

Aquellos señores dieron una importante limosna para la iglesia, con gran generosidad,
espontáneamente, sintiéndose deudores incluso después de la conspicua beneficencia.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 745; MBe, VIII, 632-633.)

230
18 DE JULIO
SU HIJO VOLVERÁ MEJOR

En Florencia, Don Bosco fue siempre bien acogido. Su trabajo por el verdadero bien del
pueblo le abría también las puertas de los más poderosos, y él entraba con gusto para
hacer bien a todos.

Una persona bienhechora fue una condesa, mujer del ministro de Finanzas. Ella,
apenas le vio, piadosa e inteligente como era, lo consideró inmediatamente como hombre
de Dios y merecedor de toda su devoción.

Al estallar la guerra de 1866, muchos jóvenes se escaparon de sus casas para enrolarse
como voluntarios. Entre otros, corrió a alistarse bajo Garibaldi el primogénito de la
honrada familia. La madre, asustada, escribió enseguida a Don Bosco para que la
confortara. El Santo le contestó: «Mi buena señora, usted ha querido adoptar a los pobres
hijos de María Auxiliadora y ¡esta buena Madre le restituirá a su hijo y mucho mejor que
antes!».

El padre era ministro y, apenas se vino a saber entre los voluntarios su nombre, llegó
la orden de reenviarlo al campo del ejército regular, donde se hallaba el cuartel general y
fue puesto como agregado militar junto a la persona del rey.

Después de la desgraciada batalla de Custozza, poco a poco volvió la paz y él pudo


regresar a casa y ver a su madre.

Don Bosco había dicho que habría vuelto mejor y también en esto fue profeta. Aquel
querido hijo volvió a amar la religión y practicó y respetó serenamente los
mandamientos.

(Cf. Francesia, Due mes¡ con Don Bosco a Roma.)

231
19 DE JULIO
¿PUEDO 0 NO PUEDO?

El padre Lorenzo Bertinelli, religioso camaldulense, había suplicado a Don Bosco, en


diversas cartas, que le dijese si podía hacer, libremente y sin peligro de ningún daño,
algo que andaba meditando. Naturalmente Don Bosco le respondió que le manifestase
cuál era su pensamiento: «No, contestaba el monje, no os diré nada: quiero ver si estáis
inspirado cuando aconsejáis. Respondedme, pues».

Don Bosco no se preocupó de responder a tan extraña petición.

Un día le llegó un telegrama del mismo con respuesta pagada: «Estoy a punto de
decidirme; respondedme». Y Don Bosco respondió: «Antes de dar un paso piense y rece.
Su decisión podría serle fatal».

Había dicho la verdad. Este religioso iba a irse a una casa de su orden en Polonia; más
aún, estaban preparando el viaje cuando, poco después de la respuesta de Don Bosco,
llegaba la noticia de que aquella casa se había hundido, aplastando a los religiosos que
en ella se encontraban. El monje, lleno de admiración, en cuanto llegó Don Bosco a
Roma, había corrido a ponerse a sus pies para darle gracias.

Se hizo amigo suyo, y con él sus dos hermanos, canónigo uno y abogado el otro, y
deseaban darlo a conocer a los otros religiosos. Así que, en nombre del Padre Arcángel,
superior general de los camaldulenses, fue invitado Don Bosco a visitar su Camáldula
junto a Frascati, el mismo día de san Romualdo. Don Bosco aceptó.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 656; MBe, VIII, 558-559.)

232
20 DE JULIO
LA MEDALLA DE MARÍA AUXILIADORA

Apenas Don Bosco y don Francesia llegaron a la explanada delante de la casa de los
señores Vimercati, los criados acudieron presurosos a abrir la puerta de la carroza para
que Don Bosco bajase. Los presentes se extrañaron de tanto movimiento... y mucho más
que todos, un guardia de aduanas: firme en su puesto y a una cierta distancia, con aire de
no abandonar su puesto, pero vuelto hacia nosotros sin osar acercarse. Tenía una cara
que daba lástima. Era casi del color de la creta, delgado, seco y tal que daba la impresión
de sufrir mucho.

Don Bosco, aunque ya tenía la vista débil, notó su mísera salud y como si estuviese
allí para él solo, lo miró y le hizo señas para que se le acercara. Los buenos señores que
estaban a su lado se maravillaron de esta iniciativa, y viendo que el guardia, casi
ensoberbecido por tanto honor, iba hacia Don Bosco, le abrieron paso y le dejaron llegar.

«¿Qué tenéis, querido amigo? ¿Cómo estáis? ¿Sufrís?».

«Tengo fiebre, señor. Desde octubre no me deja sino cortos espacios. Así no puedo
seguir. Acabaré por tener que abandonar el servicio... Y, ¿quién pensará en mi familia?».

Entonces Don Bosco sacó una medalla de María Auxiliadora y elevándola ante todos,
le dijo: «¡Tomadla, amigo mío, ponéosla en el cuello y comenzad hoy mismo una
novena a María Auxiliadora, rezando junto con la familia un Padrenuestro, Avemaría y
Gloria... y veréis!».

Algunos días después salía Don Bosco de la iglesia de San Pedro ad Vincula. El
guardia le vio y le dijo que la fiebre le había dejado enseguida.

(Cf. Francesia, Due mes¡ con Don Bosco a Roma, 77, 105, 259.)

233
21 DE JULIO
SOBRE LA CÚPULA DE MARÍA AUXILIADORA

A la distancia de un año de la sistematización definitiva de la cúpula de María


Auxiliadora, un personaje de relieve, bienhechor de Don Bosco, subió para besar los pies
dorados de la Virgen. Era don Antonio Cinzano, párroco de Castelnuovo de Asti. Don
Cinzano había impuesto el hábito eclesiástico a Don Bosco el 25 de octubre de 1835 y
suministrado al Santo todas las ayudas que la caridad le permitía y el celo le imponía,
para sostener una vocación tan rara, pero también tan probada.

A las muchas incomodidades que afligían la vejez de don Cinzano, se había añadido la
sordera. Y le pesaba sobre todo el no poder atender a sus deberes de ministerio. Don
Bosco, cuando lo supo, le recomendó la novena de María Auxiliadora.

Y fue premiado. El milagro acaeció el 2 de octubre de 1867. Llegado a la iglesia, don


Cinzano renovó toda su confianza en la maternal intercesión de la Virgen, pidió perdón a
Dios por sus faltas y luego subió al altar, ayudado por César Cagliero (entonces con 13
años de edad y, más tarde, sacerdote y procurador general de la Congregación
Salesiana).

Como sabía que era sordo, respondía como de costumbre a voz en grito, y don
Cinzano le decía que contestara más bajo. Se dio cuenta de que la gracia estaba
concedida. No era capaz de proseguir ni el salmo ni la Misa por la emoción. Apenas
volvió a la sacristía, dijo: «¡Estoy curado! ¡María Auxiliadora me ha concedido la
gracia!».

En aquel instante decidió ir a darle gracias en su hermoso santuario de Turín, y allí


quiso subir a la cúpula para besar sus pies.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 961-962 passim; MBe, VIII, 815-817.)

234
22 DE JULIO
ENCIMA DE LA ESCALERA HAY UNO FUMANDO

Cuenta don Antonio Riccardi que, siendo todavía jovencito, fue un sábado por la noche a
confesarse con Don Bosco, el cual le dijo: «Sube la escalera del edificio de los
aprendices; allí está fulano de tal fumando; llámale y dile que piense en confesarse».

Fue: la escalera estaba a obscuras, pero subió. Al llegar a cierto punto, comenzó a oler
el humo del tabaco.

Se detuvo por miedo a que el aprendiz, buen mozo y fuerte, se enojase al verse pillado
en abierta violación del reglamento; y lo llamó por su nombre.

Silencio absoluto.

Lo llamó de nuevo y nadie respondió. Entonces, aunque a su pesar, subió hasta arriba.
Allí estaba el aprendiz, sentado en el suelo sobre el rellano, y seguía fumando.

Riccardi le dijo a toda prisa: «Don Bosco te llama para que vayas a confesarte».

Echó a correr escaleras abajo, por miedo a que le sacudiera, y se escondió detrás de
una pilastra para observar lo que hacía aquel tipo. No tardó mucho en verle cruzar el
patio e ir con seriedad a confesarse.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 749; MBe, VIII, 637.)

235
23 DE JULIO
NO ERA LA VOLUNTAD DE DIOS

El conde Víctor Manuel de Camburzano, uno de los más ilustres diplomáticos del
antiguo Piamonte, fiel a sus convicciones religiosas y políticas, diputado en 1857 en el
Parlamento Subalpino, elocuentísimo orador y escritor de periódicos y opúsculos en
defensa de la verdad y de la religión, admirado por los católicos y los adversarios por su
claridad mental, su polifacética doctrina, su ánimo franco y leal, amigo y bienhechor de
Don Bosco, hacía diez años que sufría de cáncer.

Había soportado la enfermedad con un valor y una resignación que solamente la fe


cristiana, la esperanza de una vida futura y el amor al Crucificado pueden inspirar, y
ahora estaba próximo a recibir el premio. La condesa había rogado muchas veces a Don
Bosco, de palabra y por escrito, que intercediese ante la Virgen por la curación de su
marido; pero no era ése el querer de Dios, y Don Bosco no prometía nada.

Habiendo sabido últimamente que Don Bosco estaba en Cúneo, la condesa le invitó a
ir a Fossano para visitar al conde y bendecirlo. Don Bosco le respondió:

«Iré, pero no la consolaré».

Esta respuesta heló el corazón de la condesa, que recibió con tristeza a Don Bosco, le
acompañó a la cama del enfermo y a los cinco minutos le dejó a solas con él y no
compareció más. Era demasiado vivo su dolor.

Don Bosco se entretuvo con el conde, le bendijo y habló con él, como hablan los
santos, del Paraíso.

El conde moría el 16 de agosto de 1867.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 898; MBe, VIII, 764-765.)

236
24 DE JULIO
TENDRÁN EL HEREDERO, PERO...

En 1867 Don Bosco tuvo un encuentro particular en Roma. Los príncipes Enrique
Barberini y su piadosísima esposa, doña Teresa, princesa de Orsini, deseaban
ardientemente un hijo, después de los 18 años que llevaban casados.

Cuando Don Bosco fue a Roma, precedido por vez primera de la fama de sus virtudes
y de su hermosa y santa Obra, a la que había dedicado su vida, todos los buenos romanos
iban a porfía para verle y conocerle. Dicha princesa se dirigió también a San Pedro ad
Vincula, donde moraba Don Bosco, para rogarle que fuese a celebrar la Santa Misa en la
capilla de su palacio, dándole a conocer la razón por la que acudía a sus oraciones. Don
Bosco prometió ir y, en efecto, el día fijado acudió a celebrar según el deseo de aquella
señora.

Luego se entretuvieron a solas con él cerca de media hora.

Al salir de allí, el secretario acompañó a Don Bosco a la puerta y le preguntó qué


pensaba del deseo de aquella pobre señora.

«Pues bien, sí; el Señor quiere consolarla. ¡Pobrecita! Le gustaría a ella tener un
varón, pero el Señor ¡quiere darle una buena hembra! ¡Es preciso que se resigne y se
alegre de tener una niña! Ésta será su consuelo».

Los médicos consultados anteriormente habían dicho que la princesa era estéril, que
no podía concebir y que, si por casualidad eso sucediere, moriría en el parto. En cambio,
algún tiempo después, no sólo concibió, sino que dio a luz felizmente, después de
dieciocho años de estéril matrimonio, una hija que actualmente vive, sana, robusta y
virtuosa, a la que han querido poner solamente el nombre de María.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 670-671; MBe, VIII, 569-570.)

237
25 DE JULIO
BIENAVENTURADOS LOS PACÍFICOS

Los santos poseen el maravilloso secreto de apaciguar los corazones divididos.

En Marsella, en 1886, la señora Broquier, devota cooperadora, tenía una hija que, por
causa de su esposo, se había enemistado con ella y con su padre y hacía mucho tiempo
que no existían relaciones cordiales entre las dos familias. Cuando vio Don Bosco la
pena de los padres por aquella discordia, se ofreció a servir de intermediario. Los
esposos Broquier, contentísimos, dieron una comida en su honor y, por indicación suya,
invitaron solamente a su hija y al yerno. Éstos, con el deseo de sentarse a la mesa con
Don Bosco, aceptaron de buen grado la invitación. Era ya un buen paso.

Durante la comida Don Bosco no dijo nada que aludiera a los asuntos familiares, sino
que, siempre alegre, entretenía a todos con sus joviales ocurrencias.

No obstante, al llegar a los postres, alzó su vaso y brindó por la paz, la concordia y el
cariño en la familia; pero lo hizo de un modo tan delicado e insinuante, que todos se
emocionaron y, arrebatados, se abrazaron y se hizo la paz.

(Cf. Memorie Biografiche, XVIII, 62; MBe, XVIII, 62-63.)

238
26 DE JULIO
CAUTELA EN EL HABLAR

Un día de 1868 Don Bosco se encontró en el tren frente a un viajero que en alta voz
comenzó a defender a un sacerdote castigado, injustamente, por el obispo, según él, y
añadía: «Han pasado los tiempos de la Inquisición; también el cura es ahora un
ciudadano libre, ¿quién ha dado derecho al obispo para suspenderlo de decir Misa?».

Don Bosco le interrumpió y le dijo:

«Sepa que Jesucristo en persona ha dado el derecho al obispo; y si el obispo ha


suspendido a ese tal, habrá tenido sus motivos. ¿Quién le ha nombrado a usted juez de
los sucesores de los apóstoles?».

«Pero me han dicho que ese obispo no es como los otros; abusa de su poder y es
enemigo de la libertad».

«Respóndame, por favor: ¿el obispo ha quitado la Misa a muchos?».

«No creo; solamente a ése».

«¿Y sabe decir por qué no se la quita a los otros?».

Aquél no supo qué contestar, farfulló unas cuantas palabras y Don Bosco añadió:
«¡Porque los demás curas cumplen con su deber!».

Y bajando la voz, de modo que los vecinos no lo oyesen, continuó: «En cuanto a su
defendido, sepa que el obispo le suspendió porque es un sacerdote que no frecuenta la
iglesia, no confiesa, jamás predica. Si quiere encontrarlo, vaya al café y lo verá con
alegre compañía; acostumbra a vestir de forma indigna para un ministro de Dios. Fue
avisado muchas veces por su obispo para que cambiara de modo de proceder, pero no
obedeció y empeoró».

Aquél quedó en silencio durante un buen rato y después comenzó de nuevo: «Yo, en
verdad, no conozco a ese cura y sólo he oído a varios amigos míos lo que he dicho».

«Entonces - concluyó Don Bosco-, sea usted más cauto al hablar especialmente contra

239
los prelados de la Iglesia, a los cuales debemos la mayor reverencia».

(Cf. Memorie Biografiche, IX, 76-77; MBe, IX, 81-82)

240
27 DE JULIO
CON LA VIRGEN NO SE JUEGA

El 27 de junio de 1868, Don Bosco narró que en Turín habitaban dos esposos con una
fortuna de muchos millones. Después de casi 25 años de matrimonio, no habían tenido
ningún hijo.

Presentáronse a Don Bosco, rogándole que les diera la bendición y prometiendo que,
si fueren escuchados, entregarían al Oratorio y a la Iglesia una cantidad respetable.

Don Bosco los animó a tener como concedida la gracia y, en efecto, les nació un niño
robusto y sano, que era una delicia contemplar. Fueron a visitar a Don Bosco, se
deshicieron en agradecimientos, pero no dijeron nada acerca del cumplimiento de la
promesa. Don Bosco no dejó de recordársela más tarde, pero aquellos señores se
excusaron de la obligación, aduciendo pretextos.

«Su ingratitud recibirá digna recompensa. Tengan en cuenta que quien les dio el hijo,
se lo podrá quitar».

En efecto, al cabo de unos meses, el niño moría, víctima de una misteriosa


enfermedad.

Los padres, deshechos por el dolor, estuvieron casi un año sin ver a Don Bosco, pero
finalmente volvieron a él: confesaron su culpa, suplicaron una nueva bendición y
renovaron las promesas. Don Bosco los bendijo y les aseguró la gracia. Tuvieron, en
efecto, un segundo hijo. Esta vez no se tomaron la molestia de ir al Oratorio y olvidaron
del todo a los muchachos de Valdocco. Don Bosco esperó más de un año y después
volvió a visitarlos. Le recibieron un poco avergonzados y, cuando comenzó a decir que
con la Virgen no se juega, declararon que por las malas cosechas, los ingentes
impuestos, los gastos extraordinarios... no podían dar nada.

Don Bosco salió convencido de que no quedaría sin castigo tan vergonzosa avaricia.
Y he aquí que el niño se puso malo, murió y la colosal herencia pasó a quienes los
padres no hubieran querido dejarla.

(Cf. Memorie Biografiche, IX, 298-299; MBe, IX, 281-282.)

241
28 DE JULIO
SE CONFIESA SIN QUERERLO

El 4 de septiembre de 1868, Don Bosco habló así a los muchachos: «Hace pocos días
había en el hospital una mujer gravemente enferma que no quería confesarse. Aumentaba
el peligro de muerte y le propusieron que se llamara a Don Bosco. Ella contestó: "Venga
el que quiera; no me confesaré".

Fue Don Bosco y en cuanto llegó, dijeron a la enferma: "Ha llegado Don Bosco".

"Cuando esté curada me confesaré".

"Es que Don Bosco te hará sanar".

"Que me cure y entonces me confesaré".

Como yo tenía en la mano una medalla de María Auxiliadora con un cordoncito, se la


presenté. La enferma la tomó, la besó y se la puso al cuello. Los presentes lloraban de
emoción. Hice que salieran aquellas personas; la bendije y ella se santiguó; le pregunté
cuánto tiempo hacía que no se confesaba y se confesó. Cuando terminó, me dijo: "¿Qué
le parece? ¡Hace poco no quería confesarme y me he confesado!".

"Pues yo no sé qué decir: mire, es la Santísima Virgen que quiere que se salve".

Y la dejé con los sentimientos de una buena cristiana».

(Cf. Memorie Biografiche, IX, 338; MBe, IX, 314-315.)

242
29 DE JULIO
UN CONTRATO SINGULAR

El amor al dinero está más arraigado en el corazón de los ricos que en el de los pobres.
Una señora de 80 años, riquísima, enferma, confortada ya con los Sacramentos, llena de
miedo, al verse próxima a la muerte, mandó llamar a Don Bosco, pidiéndole, con vivas
instancias, la gracia de la curación.

«Sí, contestó Don Bosco, la Virgen le concederá la gracia, con tal de que esté usted
dispuesta a hacer una limosna abundante para la iglesia que se construye en su honor en
Valdocco».

«¿Y cuánto tengo que dar?».

Lo que quiera; usted verá. Yo no puedo fijar la cantidad. Dé lo que, sin grave
incomodidad, sea realmente proporcionado a sus bienes y de manera que pueda llamarse
sacrificio. Haga de modo que la Virgen conozca que usted hace un donativo con amor y
desinterés. Comprenda que en este estado, no habiendo ya nada que esperar de los
hombres, todo se debe esperar de Dios. Considere la gravedad de su mal y su avanzada
edad. Piense que, estando a punto de dejarlo todo para siempre, para conservarlo se
puede sacrificar alguna cosa que tenga un valor no despreciable. Podría encargarse, por
ejemplo, de la construcción de un altar para las capillas laterales, cuyo coste sería de seis
a ocho mil liras».

«¿Ocho mil liras? Es demasiado; no puedo. Bueno, lo pensaré».

Don Bosco salió de aquella casa, harto de tanta avaricia.

Poquísimos días después la vieja señora moría dejando todo a gente no suya, por no
haber querido dar una parte para una obra buena.

(Cf. Memorie Biografiche, IX, 578-579; MBe, IX, 522-523.)

243
30 DE JULIO
¡DON BOSCO DENTISTA!

Una pobre muchacha estaba afectada por dos gruesas fístulas dentarias. Consultados
siete médicos, todos dijeron que no había nada que hacer. ¡Imposible describir cuánto
sufría! Sus padres pensaron entonces que solamente Don Bosco habría podido obtener la
curación.

A la mañana siguiente fueron a la sacristía de la Basílica de María Auxiliadora y


encontraron a Don Bosco. Hizo arrodillar a la muchacha y le preguntó: «¿Tienes ganas
de curarte?».

Ante la respuesta afirmativa, Don Bosco sacó del bolsillo una reliquia, luego con una
mano hizo la señal de la cruz con la reliquia, mientras mantenía la otra mano apoyada en
la cabeza de la joven y rezando juntos el Avemaría. A la tercera vez, la muchacha se
sintió curada por completo.

Se detuvo en la iglesia para participar en la Santa Misa celebrada por Don Bosco.
Luego, desde aquel día (era el 25 de julio) hasta el 1 de noviembre debía rezar tres
Padrenuestro, Avemaría y Gloria al Santísimo Sacramento y tres Salves a María
Auxiliadora... y llevar los dos dientes que se habrían caído antes de la fiesta de Todos los
Santos.

Los dientes cayeron, pero no le fue posible recuperarlos. El 2 de noviembre volvió


con su madre a Don Bosco y le dijo lo de los dientes: «¡Ves, la Virgen se los ha
llevado!».

Se despidieron de Don Bosco y volvieron a casa con una alegría indescriptible. Se


presentaron luego a los doctores que la habían cuidado: «¿Quién ha sido el doctor que se
ha arriesgado a hacer semejante operación?».

«¡María Auxiliadora y Don Bosco!».

«¡Sólo esos doctores pueden permitirse hacer semejantes operaciones!».

(Cf. Boletín Salesiano, octubre de 1919.)

244
31 DE JULIO
LIMOSNAS QUE VAN Y VIENEN

Dos esposos sin hijos habían dado a Don Bosco, con ocasión de la construcción de la
iglesia de María Auxiliadora, seis mil liras. Algunos años después, porque los negocios
les fueron mal y, sobre todo, porque quebró el banco donde tenían depositada buena
parte de su capital, les atrapó la miseria y se vieron obligados a refugiarse en una
buhardilla de Milán.

Lo supo Don Bosco, fue a verlos y les ofreció devolverles la suma que le habían dado.
El marido rehusó aceptarla, llorando y diciendo que él había hecho aquella entrega como
limosna.

«Pues bien - replicó Don Bosco-: reciba ahora de la Virgen lo que usted le dio, de
acuerdo con su necesidad».

Desde entonces les mandó cien liras cada mes. Al terminar la restitución de las seis
mil liras, murió el marido, la esposa encontró poco tiempo después un buen partido
matrimonial y volvió a dar limosna para María Auxiliadora.

(Cf. Memorie Biografiche, V, 336; MBe, V, 244-245.)

245
246
1 DE AGOSTO
EL SACRISTÁN DE DON BOSCO

En 1869 Don Bosco viajaba en un vagón de segunda clase con varias personas. Iba entre
ellas un señor bien vestido, que empezó a hablar mal del arzobispo, después del marqués
Fassati y de muchos centros de beneficencia. Luego se puso a criticar la dirección de la
Obra del Cottolengo y, por fin, al mismo Don Bosco, con las palabras más injuriosas,
porque, según decía, había despilfarrado mucho dinero para edificar una iglesia en vez
de socorrer a los pobres.

Don Bosco no había resollado, cuando he aquí que una mujer que llevaba consigo a su
hijito, dijo a aquel señor: «¡Perdone, señor, sin duda, usted habrá dado mucho dinero a
Don Bosco para exigir que no lo malgastara en esa iglesia!».

«¿Dar dinero a Don Bosco? Antes lo tiro a la calle», respondió aquél.

«Entonces no tiene motivo para quejarse», añadió la señora.

Un judío, que no conocía personalmente a Don Bosco, pero éste sí que le conocía a él,
empezó a defenderlo, declarando que era una persona honrada y digna de todo respeto.
Él no sólo hacía iglesias, sino también colegios, tanto que él se había sentido en el deber
de mandarle alguna vez donativos, a título personal.

Fastidiado por aquella intervención, se enfadó más y más y no terminaba de hablar


mal de los sacerdotes y de cuantos andaban con ellos, obligando a la señora a tapar los
oídos de su hijito para que no oyera tales indecencias.

En este punto, Don Bosco, desconocido de todos, excepto de su secretario, que luego
contó todo, entró decidido en la conversación: «Bueno, ya está bien, es hora de acabar
con estas conversaciones, indignas de una persona civil».

«Y usted, ¿quién es?».

«El sacristán de Don Bosco».

(Cf. Memorie Biografiche, IX, 609-612; MBe, IX, 547-549.)

247
2 DE AGOSTO
LA ESPADA DE DAMOCLES

Continuando el discurso, aquel señor respondió así a Don Bosco: «Sepa que no admito
lecciones de nadie y mucho menos de usted, cuervo de mal agüero».

«¿Cree usted que me da miedo? Ni usted, ni ciento como usted. Si tuviera que
vérmelas con un villano y mal educado, entonces sí; pero, tratándose de una persona de
buena familia, que goza de buena posición en sociedad, instruida, cabal, no temo que
llegue a las manos y estoy seguro de que las cuestiones se arreglarán razonando. Usted
es el comendador B...».

Éste llevaba los asuntos del marqués de Fassati y también había hablado de su jefe de
la forma más deshonrosa.

«Lo que he dicho ha sido a modo de conversación».

«¿Y llama usted conversación a denigrar de ese modo a un personaje, cuya ejemplar
caridad todos conocen? ¿Cree usted que eso no es nada? ¿No piensa que alguien pueda
referir al marqués, que le da el pan, lo que usted se permite decir en su contra?».

Al comendador le faltó coraje para responder, mientras los espectadores reportaban a


duras penas una sonrisa. La duda de que aquel sacerdote fuese el propio Don Bosco lo
mantuvo callado durante el resto del viaje. Estuvo dudando al bajar del tren, vio cómo
fue aclamado en la estación por la muchedumbre que lo esperaba; hasta que, entonces se
bajó él también y se apresuró a presentarle sus excusas. Estaba de por medio su empleo,
y su conservación bien valía una humillación.

«Le ruego no diga nada; sería mi ruina».

«Debemos ser justos; por lo mismo le respondo francamente, no puedo asegurarle


nada».

Insistía el comendador con sus ruegos, pero Don Bosco se mantuvo firme y no quiso
prometer nada; aquél se retiró muy apesadumbrado.

Y lo dejó con aquella espada de Damocles que en sus intenciones debía servir más que

248
ninguna otra cosa para retenerle ante la tentación de cometer otras imprudencias en el
porvenir.

(Cf. Memorie Biografiche, IX, 609-614; MBe, IX, 547-550.)

249
3 DE AGOSTO
¡TIENE ALGO QUE AJUSTAR CON LA IGLESIA!

En Lanzo, en 1869, don Lemoyne acompañó a Don Bosco para visitar al conde Cibrario,
ministro de Estado, en el hotel donde se encontraba. Cuando se hubieron entretenido
solos, fue introducido también don Lemoyne. En aquel momento, el Santo estaba dando
las gracias al ministro por todo lo que había hecho a favor del Oratorio y, alabando sus
escritos y su estilo, le expresaba la esperanza de que habría honrado a la patria con
nuevos libros. El conde, sonriendo, respondió: «Ciertamente tengo entre manos algo,
pero soy viejo y me acerco a los setenta años».

Don Bosco le replicó que esperaba que viviese todavía muchos más.

«Sí, sí, esperemos, replicó el conde; sin embargo, el hombre es siempre hombre; y
quiera o no quiera, no me queda mucha vida».

«Señor conde, usted sabe que le quiero de verdad y que le aprecio muchísimo. Pues
bien, si su vida no puede ser larga, acuérdese de que antes de morir tiene algo que ajustar
con la Iglesia».

La expresión de la voz, y sobre todo aquella inesperada conclusión, lo dejó perplejo.


El conde se puso serio, bajó la cabeza, estuvo un momento pensativo, luego tomó la
mano del Santo y, apretándola, le dijo: «Tiene razón, he pensado en ello; lo haré,
ciertamente lo haré».

(Cf. Lemoyne, Vita, II, 275.)

250
4 DE AGOSTO
DON BOSCO NO AFLOJA

A fines de agosto de 1869, el joven César Bardi, antiguo alumno de Lanzo, estaba ya
agonizando, pero no se pensaba, o mejor, nadie quería llamar al sacerdote para
administrarle los últimos sacramentos. Es más, el párroco, conocida la gravedad del
pobre joven, intentó verle en dos ocasiones, pero no le permitieron la entrada.
Afortunadamente una buena mujer fue corriendo al Oratorio para notificar a Don Bosco
que un ex alumno suyo de Lanzo se hallaba a punto de morir.

«He venido para ver al joven enfermo», dijo Don Bosco presentándose en la casa de
César.

«Duerme y no conviene despertarlo».

«¡Entonces, aguardaré!».

No gustó la respuesta. Diose cuenta de ello Don Bosco y dijo al tutor en términos
contundentes: «Escuche, César fue puesto bajo nuestros cuidados en elcolegio de Lanzo,
que está bajo mi dirección. Tengo, pues, algún motivo para verle, sobre todo porque
César y yo tuvimos relaciones más íntimas y confidenciales de lo que usted puede
imaginar. Tenemos asuntos importantísimos y sin duda quiere verme; es necesario que le
vea un instante; no puedo irme sin haberle visto; si usted me lo prohibiese, hasta podría
reclamarlo ante las autoridades y semejante noticia no resultaría muy honrosa para la
familia de ustedes».

Después de hablar con el marido y, por el miedo que con sus advertencias les inspiró
el buen criado, que era un buen cristiano, volvió a invitar a Don Bosco a entrar en la
habitación del enfermo, recomendándole que no le hiciese hablar.

Tan pronto como el pobre joven le vio, se incorporó sobre la cama, echole los brazos
al cuello y le besó varias veces diciendo: «¡Gracias, Don Bosco, gracias!... ¡Gracias por
haber venido a verme...! ¡Quiero confesarme! ¡Le estaba esperando!.».

Fue una escena ternísima. El joven se confesó y quedó como loco de alegría. Quiso
también que colgaran de la pared un cuadro de la Virgen, que no se cansaba de
contemplar con amor. El joven falleció dos o tres semanas más tarde sereno y tranquilo a

251
pesar de que los parientes no pensaran en hacerle recibir el Santo Viático, ni la Santa
Unción.

(Cf. Memorie Biografiche, X, 13-14; MBe, X, 23-25.)

252
5 DE AGOSTO
TODOS MENOS UNO

En Lanzo, en el colegio abierto por Don Bosco, el 29 de mayo de 1869, siete alumnos
estaban enfermos con viruelas. Pero, al saber que Don Bosco estaba a punto de llegar
allí, habrían querido levantarse y salir de la cuarentena. Llamaron al director y le
pidieron que acompañara a Don Bosco hasta su habitación, apenas llegara. Mientras
tanto, hicieron que trajeran sus ropas al pie de la cama.

Llegó Don Bosco. Todos los alumnos salieron a su encuentro aclamándolo. El director
tardó una media hora en poder llevarlo hasta la enfermería. Don Bosco fue a visitar a los
enfermos; y ellos, tan pronto como le vieron, gritaron a una voz:

«¡Don Bosco! Bendíganos, cúrenos!».

«¿Tenéis fe en la Virgen?».

«¡Sí, sí, sí, sí!».

«Entonces recitemos todos juntos el Avemaría».

Y después los bendijo. Inmediatamente, los muchachos, sentados en la cama, con las
manos tendidas hacia su ropa, le preguntaron: «¿Podemos levantarnos?».

«Levantaos».

Los muchachos empezaron a vestirse a toda prisa. El director acompañó a Don Bosco
a su habitación y volvió enseguida a la enfermería para cerciorarse de la eficacia de la
bendición. Seis ya habían bajado al patio a jugar. Sólo uno se había quedado en cama, el
cual preguntó si no se pondría peor levantándose. El director, al ver que le faltaba la fe
que creía necesaria para poder curar de repente, dada la gravedad de la enfermedad, por
lo demás no mayor que la de los otros, le mandó que no se levantara. Y no bajó al patio.
Había bastado aquel momento de vacilación para no ser admitido a gozar del beneficio
de la curación.

(Cf. Memorie Biografiche, IX, 652; MBe, IX, 582-583.)

253
6 DE AGOSTO
LA ÚNICA RECOMENDACION ÚTIL

Un día de 1870 don Ángel Sala, del Consejo Superior de los Salesianos, viajaba en tren
de Milán a Turín. En el departamento había también una distinguida señora con dos
graciosas niñas. Venían del extranjero y se dirigían a Roma, con el fin de visitar Italia.
Don Sala insistió para que no dejaran escapar la ocasión de visitar Valdocco y conocer a
Don Bosco.

La señora se rindió a regañadientes y casi estuvo a punto de decir un no. Pero, a la


mañana siguiente, a la hora señalada, estaba con las sobrinas en la iglesia donde don Sala
iba a celebrar la Misa. Después de la Santa Misa, don Sala las llevó a la antesala de Don
Bosco. La puerta se abrió y apareció Don Bosco en el umbral. La vista de Don Bosco las
impresionó y las conmovió, hasta arrodillarse en el suelo a sus pies. Don Bosco se
informó de su itinerario y, al saber que en el cuaderno estaba también Roma, se ofreció a
darles óptimas normas para la estancia allí. La señora dijo a Don Bosco que de cartas de
recomendación ya llevaba la maleta llena; pero él quiso añadir una suya, diciendo que le
sería útil.

Don Bosco, con la calma que le distinguía, escribió otra carta, asegurando, contra toda
apariencia, que le habría sido útil. El hotel que le había sido indicado resultó incómodo.
Las otras cartas de recomendación eran todas para obispos y padres conciliares, los
cuales tenían algo más que hacer que buscar alojamiento a la señora y sus sobrinas. Se
acordó de la tarjeta de Don Bosco y, siguiendo cuanto estaba escrito, hizo que las
llevaran a la Vía de los Coronarios (Rosarieros). Aquí un amigo de Don Bosco, apenas
supo la necesidad de aquella señora, comenzó a buscar y encontró una residencia
acogedora.

(Cf. Memorie Biografiche, IX, 776; MBe, IX, 692-693.)

254
7 DE AGOSTO
TIERNA CONDESCENDENCIA

El muchacho Pedro Marchino, que estudiaba en el Oratorio el segundo curso de


Bachillerato, fue víctima de una fiebre violenta en el mes de mayo: el domingo anterior a
la fiesta de la Ascensión, con dificultad pudo estar en la iglesia hasta el final. Guardó
cama; recetole el médico quina, cediendo la fiebre de momento, pero muy pronto, ésta
recobró su fuerza.

El día de la Ascensión se dio cuenta el muchacho de que no mejoraba. Sin decir nada
a nadie se levantó, se vistió, salió de la enfermería y fue a la sacristía de la iglesia, donde
Don Bosco estaba a punto de revestirse los ornamentos sagrados para salir al altar.
Marchino se acercó a él y le dijo: «Don Bosco, tengo fiebre, bendígame».

«Voy a celebrar la Santa Misa y, cuando acabe, te daré la bendición que pides».

Marchino tomó el misal para ayudar a la Misa. Don Bosco se puso el amito, pero de
repente se lo quitó y dijo: «No, amigo Marchino, te daré la bendición antes de Misa;
arrodíllate».

Marchino se arrodilló, Don Bosco le bendijo y el muchacho se sintió libre de una gran
opresión al pecho, ayudó a la Misa y no tuvo más fiebre.

Así lo atestiguaba el mismo agraciado, siendo ya sacerdote.

(Cf. Memorie Biografiche, IX, 871; MBe, IX, 774.)

255
8 DE AGOSTO
NINGUNO COMBATIRÁ CONTRA EL PAPA

La condesa Felicidad Cravosio Anfossi, de Caramagna (Cúneo), escribió un día al Beato


don Miguel Rua: «Cuando en 1870 se disponía el gobierno a llevar a cabo la ocupación
de Roma, estaba yo muy espantada, porque tenía tres hijos en el ejército, y temía que
uno u otro fueran destinados a formar parte de los regimientos que iban a luchar contra el
Santo Padre.

Corrí entonces a Don Bosco para confiarle mi preocupación. Estaba él en aquel


momento en el patio en medio de una multitud de muchachos. Le supliqué que me
aconsejase qué debía hacer para apartar de mí aquella desgracia. Don Bosco estuvo
pensativo un rato y después me dijo, con su acostumbrada sonrisa: "Usted debe rezar;
pero anímese; ninguno de sus hijos tomará parte en la guerra contra el Papa, ni entrará en
Roma en esta ocasión".

En efecto, los regimientos a los que pertenecían mis hijos Vicente y César no fueron
destinados a la marcha. Pero poco después leímos en los periódicos que el regimiento al
que pertenecía el más joven de mis hijos, el teniente Teófilo, había llegado a Frosinone y
había recibido orden de emprender la marcha hacia Roma.

Mientras yo temblaba, he aquí que aquella misma tarde llegaba a mi casa mi teniente,
el cual, sin ningún desagradable motivo y sin haberlo solicitado, había sido licenciado
durante un mes, y lo que más nos sorprendió fue que, inmediatamente después de la
toma de Roma, fue reclamado al mismo regimiento. Las palabras del Siervo de Dios
habían sido proféticas».

(Cf. Memorie Biografiche, IX, 907; MBe, IX, 804.)

256
9 DE AGOSTO
DON BOSCO TIRA PIEDRAS

En 1912 José Freilino, canciller de la sección del tribunal de Pavía, «para confirmar la
tradición que Don Bosco tenía siempre presentes a sus muchachos y, aunque de modo
invisible, los apartaba de cometer el mal, a veces de forma sensible», narraba este hecho,
sucedido durante su permanencia en el Oratorio en el año 1870.

«El último sábado de aquel carnaval, junto con los compañeros Boeri, tal vez
Camagna y Enrique Cirio, determiné salir del Oratorio durante el tiempo de las
confesiones de la tarde, para irnos a ver las fiestas del carnaval. Fue elegido, para la
escapada, el espacio entre la casita Brosio (Coriasco) y la iglesia. Franqueamos
fácilmente la primera valla por el hueco que dejaba una tabla movible. Mis dos
compañeros ya habían salvado la segunda, pero yo no podía salvarla, aunque era fácil.

Al mismo tiempo, no sé cómo me encontré casi en medio del espacio, frente a una
ventana que daba a la cripta de la iglesia y oí caer junto a mí muchas piedras que, al
chocar contra el empedrado, se hacían pedazos, ninguno de los cuales me tocó. Los
compañeros me llamaban y yo, despavorido, respondía que no podía pasar y que tiraban
piedras. No he podido saber si también ellos las oían caer, porque no se trató de esto
después, pero lo cierto es que ellos mismos volvieron atrás y ya no se habló más de la
escapada.

Nadie nos había visto pasar la valla, ninguno de nosotros fue a confesarse con Don
Bosco. Y, sin embargo, al día siguiente, mientras íbamos a Misa, al pasar junto a Don
Bosco, él me habló al oído, como solía hacer, y con la suavidad de un padre me preguntó
si había salido después. Contesté que no, y me dejó».

(Cf. Memorie Biografiche, X, 109-111; MBe, X, 108-110.)

257
10 DE AGOSTO
Si GANO, LA MITAD ES PARA EL ORATORIO

Una limosna generosa le hicieron a Don Bosco en circunstancias singulares. Decíale


cierto señor: «Querría hacer algo por sus obras, pero ahora no puedo; tenía un crédito de
veinte mil liras con el que yo contaba, y ahora resulta incobrable; no hay ninguna
esperanza; acabo de recibir la triste noticia».

«Quien se la dio puede equivocarse».

«No es posible; mi agente es muy hábil y me escribe que no hay ninguna esperanza».

«Y si usted recuperase esa cantidad, ¿qué haría?».

«¡Palabra de honor! Le doy la mitad de lo que cobre, que por ahora está todo perdido.
¡Pero es imposible!».

«¿Quién sabe? Lo que usted promete es para mis muchachos: voy a invitarles a rezar».

Poco tiempo después, aquel señor escribió al deudor y, unos días después, recibía de
su agente cinco mil liras que, según le decía, se habían cobrado imprevisiblemente;
después otras cinco mil, y finalmente el resto.

Demostró ser hombre de palabra, pues mandó a dar las gracias a Don Bosco por las
oraciones hechas y acompañaba la acción de gracias con diez mil liras.

(Cf. Memorie Biografiche, IX, 952-953; MBe, IX, 844.)

258
11 DE AGOSTO
LA GRAMÁTICA GRIEGA

El clérigo Juan Garino, en 1870, debía unirse a don Francisco Cerruti en el colegio de
Alassio. Se encontraba en el Oratorio indispuesto por una afección en la garganta, que
hacía tiempo volvía a molestarle. Contó: «Un día, antes de partir para mi nuevo destino,
me paseaba con Don Bosco y, al decirle que sentía mucho no poder dedicarme ya a la
clase, me respondió: "Bueno, cuando ya no puedas dar clase, ¡escribirás!".

No hice entonces gran caso de esta su última palabra, pero se ha cumplido. Cuando
hube mejorado, volví un poco a la enseñanza, pero me encontré abocado a escribir y
publicar algunas obritas, a lo que pareció aludía Don Bosco cuando me dijo: escribirás».

Escribió entre otras cosas, y publicó en 1883, una gramática griega. Le había
encargado Don Bosco que la escribiera, pero quería que fuese pequeña y se lo indicaba
acercando la punta del dedo pulgar a la del índice, como se suele hacer cuando se quiere
dar a entender una cosa sutil.

Don Garino puso toda su buena voluntad y salió un texto voluminoso. Y Don Bosco:
«Así no, don Garino, sino pequeña, pequeña».

Entonces Don Bosco, alabando el trabajo, le explicó mejor su pensamiento. Puesto de


nuevo manos a la obra, don Garino, sin tocar lo que ya había hecho, que fue publicado
íntegramente, sacó aquella gramatiquita, que todavía hoy tiene sus admiradores. Don
Ceda refiere haber oído decir a don Ubaldi que el profesor Puntoni no habría publicado
la suya si hubiese conocido antes la de don Garino.

(Cf. Memorie Biografiche, IX, 932; MBe, IX, 826.)

259
12 DE AGOSTO
¡BENDITA OBEDIENCIA!

En 1870 un joven de fuerza hercúlea, alistado en el cuerpo de artillería, estaba en la


plaza de armas pasando revista, cuando oyó que el general le llamaba por su nombre y le
decía: «¿Tú has sido educado por Don Bosco?».

«Sí, mi general».

«¿Quieres ser mi asistente?».

«Con mucho gusto».

Tres meses más tarde, el general se retiraba y el joven ascendió a cabo. Siempre fiel a
sus prácticas religiosas, fue sargento durante dieciséis años y terminó siendo comandante
en una fortaleza de la frontera. Desde allí escribía: «Bendita sea la casa de Don Bosco
donde yo aprendí a obedecer. A cuántos compañeros míos de regimiento, reacios a toda
disciplina militar y también a las leyes morales, los he visto condenados a la cárcel, a
compañías de castigo, a reclusión y algunos al fusilamiento. Yo, con las enseñanzas de la
Doctrina siempre en mi mente cristiana, no recibía nunca un castigo, supe cumplir con
exactitud mi deber, soportar, tolerar y sufrir también en tiempo de paz. Así llegué a
donde estoy y bendigo a Don Bosco que me enseñó a obedecer».

Como este bravo soldado, y por los mismos motivos, hizo fortuna un número
incalculable de pobres jovencitos. Llegaron a ser propietarios y jefes de talleres y
almacenes, comerciantes, empleados en negocios lucrativos... y viven señorialmente con
sus familias. El santo temor de Dios vale mucho también en orden a las mejoras
temporales.

(Cf. Memorie Biografiche, IX, 935-936; MBe, IX, 829-830.)

260
13 DE AGOSTO
EL BASTÓN DE ADÁN

Don Bosco, un día de 1870, acompañado de uno de los de su casa, viajaba por ferrocarril
de Varazze a San Pier d'Arena. En un coche de segunda clase se encontraba monseñor
Juan Bautista Bianchi, precisamente frente a Don Bosco. Tenía éste entre las manos un
bastón muy nudoso y dijo sonriente a monseñor: «¡Este es el bastón de Adán!».

«¡Cáspita! ¡Estará apolillado! - replicó monseñor, demostrando maravilla-. ¡Estará


apolillado tan antediluviano bastón!».

Pero Don Bosco, poniéndose serio, declaró: «El bastón en que me apoyo es de mi
criado, aquí presente, que se llama Adán».

Y soltaron los tres una sonora carcajada. Luego hicieron las presentaciones. Juan
Bautista Adán, natural de Farigliano (Cúneo), había sido acogido como ayudante en el
Oratorio y ahora se encontraba en el colegio de Alassio.

(Cf. Memorie Biografiche, X, 1258; MBe, X, 1155.)

Don Bosco bromeaba con gusto. Hacía tiempo que había concedido títulos nobiliarios
con sus correspondientes feudos, a sus más antiguos colaboradores seglares. Los feudos
eran pequeñas parcelas de terreno pertenecientes a su familia de Morialdo.

Con estos títulos solía llamar a los hermanos coadjutores, no sólo en casa, sino
también fuera, especialmente cuando en tiempos de vacaciones viajaba con alguno de
ellos. Éstos, vestidos con decorosa sencillez, eran felices y representaban
maravillosamente su papel.

(Cf. Memorie Biografiche, VIII, 199; MBe, VIII, 178.)

261
14 DE AGOSTO
POR EL ALMA DE UNA PRINCESA

Hacia el año 1870, Don Bosco había sabido que una princesa estaba desde algún tiempo
en discordia con el obispo de la diócesis y que nadie había podido reconciliarlos.
Mientras tanto, la princesa estaba gravemente enferma, y nadie se atrevía a indicarle la
necesidad de pensar en los sacramentos.

En esta incertidumbre, sintiendo Don Bosco vivamente el deseo de salvar a aquella


alma, deja Turín y va a su encuentro. Al llegar al palacio, fue acogido con alegría por la
hija mayor.

«Oh, hágale entrar en seguida», dijo la madre.

«He sabido que estaba enferma y, esperando que una visita le podía ser grata, he
dejado todo y he venido. Usted nos ha ayudado en nuestra obra, y ahora ha llegado el
momento de darle una pequeña prueba de agradecimiento».

«Don Bosco, usted viene a liberar un alma de muchas penas. ¿Se encargaría usted de
hablar con el obispo?».

«Señora princesa, después de la visita del ministro prepárese a recibir la del Señor».

Don Bosco fue al obispo y habló. Y el obispo respondió: «Usted vaya a la enferma y
en unos minutos yo estaré allí con el Señor».

Cuando vio entrar en la habitación dorada una larga hilera de sacerdotes, luego
canónigos y finalmente al Señor llevado por el obispo, la piadosa enferma exclamó:
«¡Gracias, Señor, y perdón! ¡También usted, padre, perdóneme el disgusto!».

Todos estaban conmovidos hasta las lágrimas.

Murió dos o tres días después.

(Cf. Francesia, Don Bosco amico delle anime, 90).

262
15 DE AGOSTO
LAS PÍLDORAS DE LA VIRGEN

Desde que era seminarista, Don Bosco se industriaba para aliviar a los enfermos
invocando a María Santísima. Consistía su industria en distribuir una especie de píldoras
de miga de pan, o unos polvos, mezcla de azúcar y harina de maíz, imponiendo a los que
recurrían a su ciencia médica la condición de acercarse a los sacramentos y rezar un
determinado número de Avemarías, de Salves o de otras oraciones a Nuestra Señora
durante tres días, y otras, durante nueve. Lo cierto es que hasta los enfermos más graves
se curaban.

Desde entonces, conocía la eficacia de las oraciones dirigidas a Nuestra Señora. Tal
vez la misma Santísima Virgen le había concedido visiblemente la gracia de las
curaciones que él ocultaba tras la artimaña de las píldoras y los polvos, para no ser
objeto de admiración.

Aun siendo sacerdote, mientras estuvo en la Residencia Sacerdotal, siguió valiéndose


de este medio, que solamente abandonó después de un caso verdaderamente singular.

En 1844, en Montafia, cayó enfermo con fiebres pertinaces el señor Turco: ninguna
prescripción médica le curaba. Acudió la familia a Don Bosco, el cual, después de
aconsejar la confesión y comunión, le entregó una cajita con las consabidas píldoras que
el enfermo debía tomar cada día en determinadas dosis, rezando antes tres Salves.
Apenas tomó las primeras píldoras, el señor Turco curó rápidamente.

Cuando el farmacéutico tuvo en su mano la cajita, examinó químicamente las


píldoras: ¡no había más que pan! Don Bosco, al ver descubierta su artimaña, abandonó
aquel método de curación y recurrió, como sacerdote, únicamente a la eficacia de las
bendiciones.

(Cf. Memorie Biografiche, II, 22-23; MBe, II, 28-29.)

263
16 DE AGOSTO
DESAPARECE LA FIEBRE

Visto que su método de curación había sido descubierto por un farmacéutico, Don Bosco
recurrió únicamente a la eficacia de las bendiciones.

Pero no siempre.

En efecto, narra el salesiano don Juan Bautista Garino:

«Corría el año 1862 y me encontraba yo con unas fiebres que me debilitaban cada vez
más, de tal forma que no podía atender a mis estudios de filosofía.

Lo supo Don Bosco y me dio una cajita con nueve píldoras, diciéndome que tomara
tres por la mañana, rezando una Avemaría por cada píldora. Cumplí lo que me ordenó y
desaparecieron las fiebres al momento.

Añado que, desde entonces hasta el presente (6 de mayo de 1888), no he tenido más
fiebres».

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 158; MBe, VII, 144.)

El joven Félix Reviglio había sufrido fiebres tercianas durante varios meses y tantas
fuerzas perdió, que los médicos le declararon tísico. Don Bosco lo llevó a Giaveno y en
la confesión, según nos contó el mismo Reviglio, le sugirió hacer la promesa de
confesarse cada ocho días durante seis meses. Al mismo tiempo le aconsejaba algunas
prácticas piadosas. El remedio fue más eficaz que todas las medicinas, que hasta
entonces de nada le habían valido y, en breve tiempo, el jovencito volvió a encontrarse
en perfecta salud.

(Cf. Memorie Biografiche, IV, 123; MBe, IV, 103.)

264
17 DE AGOSTO
¡ESTIRA UNA PIERNA!

San Leonardo Murialdo en el Proceso Informativo depuso este hecho prodigioso


respecto de Don Bosco: «Muchas personas acudieron a Don Bosco para gracias
extraordinarias y fueron escuchadas. Entre éstas puedo citar la curación de un pequeño
sobrino mío.

Este niño, a causa de una caída del tercer piso al segundo, se había roto una pierna.
Hecha la operación para poner las cosas en su sitio, se descubrió más tarde que la pierna
herida se había acortado unos 5 cm. Los médicos unánimemente decían que para la
curación habría sido necesario recurrir a operaciones demasiado dolorosas; más aún,
para curarla habría sido indispensable que la pierna se hubiera roto en el mismo punto,
cosa dificilísima de probar.

Entonces, la madre llevó al niño a Valdocco y lo hizo bendecir por Don Bosco,
prometiendo una ofrenda generosa. En la misma tarde, estando en la mesa, el niño se
cayó al suelo desde su pequeño asiento, dando un grito. Se llamó enseguida al médico,
quien al visitarlo, exclamó: "¡Milagro! Es verdaderamente extraordinario y no natural
que la pierna se haya roto de nuevo en la juntura precisa de la primera ruptura".
Prudentemente también otros dos doctores habían afirmado que la cosa era imposible.

Entonces le pusieron la pierna en su sitio y curó perfectamente, de modo que a su


tiempo pudo ser reclutado en el cuerpo de cazadores (bersaglieri). La madre y la abuela
cumplieron su promesa».

265
18 DE AGOSTO
DOBLE MILAGRO

En Mornese, en 1871, María Auxiliadora hizo un milagro por las manos de Don Bosco.
Jerónimo Bianchi sufrió una neuralgia del nervio ciático. De vez en cuando le obligaba a
permanecer siete u ocho días en cama y sin poder tomar alimento. El mal llegó a tal
extremo, que él creyó morirse, y duró cerca de siete meses. Encontrándose Don Bosco
en Mornese, se acercó hasta el colegio, que no estaba muy lejos, y sufriendo unas
punzadas atroces al caminar.

Pidió que le curara. Don Bosco le aconsejó unas oraciones y le bendijo, añadiendo
que, si tenía fe en la Virgen, quedaría infaliblemente curado el día de Todos los Santos.
Y así fue. Luego, durante más de 10 años no volvió a sufrir. Diez años vivió en estado de
perfecta salud.

Tornaron después los dolores, si bien no tan fuertes como antes. Volvió Bianchi a
Turín a ver a Don Bosco. Éste le bendijo sugiriéndole una oración y añadiendo: «En el
mes de marzo me escribirá diciendo que se ha curado».

Este Bianchi tenía un niño de cinco días, al que se le rompió un brazo al fajarlo. El
brazo se hinchó y supuraba por ambas partes del codo. Los médicos, al principio,
dilataron la operación, esperando que la naturaleza haría salir afuera los fragmentos del
hueso.

Don Bosco llegó a Mornese. La madre le llevó el niño para que se lo bendijera, y
mientras le entregaba un donativo, le preguntó en qué día quedaría curado. Don Bosco
sonriendo, le respondió: «Ya que usted es generosa con la Virgen, creo firmemente que
será escuchada y que a finales de mayo el niño estará curado. Mientras tanto, rece».

La enfermedad duró con la misma gravedad todo el mes de mayo. La misma mañana
de la fiesta de clausura del mes, el brazo supuraba como siempre, sin ninguna mejora. La
familia había ido a Misa mayor a la parroquia. En casa se habían quedado la madre y el
suegro. De pronto, al tocar las campanas del mediodía, el pequeño comenzó a moverse y
a hacer movimientos con el bracito enfermo, que nunca había movido.

(Cf. Memorie Biografiche, X, 619; MBe, X, 565-566.)

266
19 DE AGOSTO
CURIOSIDAD Y CONFIANZA

En 1885 un joven clérigo destinado a asistir a Don Bosco especialmente para la


correspondencia epistolar, al manifestarle sus propios defectos, le reveló que alguna vez,
vencido por una curiosidad indiscreta y abusando de la confianza, había leído ciertas
cartas que consideraba que podían interesarle; le pedía, pues, perdón, prometiéndole que
no haría semejante cosa nunca más.

Don Bosco, por toda respuesta, apretó, sonriendo, contra su pecho la cabeza del
clérigo, tomó todas las cartas que estaban encima de la mesa y las puso en sus manos.

(Cf. Memorie Biografiche, XVII, 649; MBe, XVII, 557.)

267
20 DE AGOSTO
UNA LIMOSNA PROPORCIONADA

En 1882, mientras Don Bosco viajaba a Roma, en una parada en San Pier d'Arena fue
visitado por un padre capuchino, santo varón a quien el asunto de la limosna, expuesto
por Don Bosco en una conferencia precedente, proporcionó una seria consecuencia.

Sabía Don Bosco que el buen padre era el confesor de un noble genovés ya anciano,
sin hijos y multimillonario.

«¿Cómo es, preguntole Don Bosco, que ese señor no da limosnas en proporción a su
estado?».

«Entrega cada año veinte mil liras para los pobres», respondió el fraile.

«¿Veinte mil liras solamente? Si quiere obedecer a Jesucristo y dar en la medida de las
riquezas que posee, no bastarían cien mil liras al año. ¿Qué piensa hacer con su dinero?».

Lo comprendo; pero no es posible convencerlo para que dé más. ¿Cómo haría usted en
mi lugar?».

«Yo le diría que no quiero ir al infierno por su causa y que, si él quiere ir, que vaya
solo. Después le impondría que hiciera limosna de acuerdo con su estado y, si no, le diría
que no me reconozco capaz para seguir siendo el responsable de su alma».

«Pues bien, se lo diré», prometió el buen religioso.

Y tal como lo prometió, lo hizo. El capuchino gozaba de tanta familiaridad con él,
desde hacía más de veinte años, que no se sintió cohibido para abordar el tema. Pero el
otro se hizo el sordo y más aún: despidió al confesor, mostrándose ofendido por su
evangélica libertad.

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 520-52 1; MBe, XV, 450-451.)

268
21 DE AGOSTO
¡QUINIENTAS LIRAS SON DEMASIADAS!

El día 26 de octubre de 1871, don Pablo Álbera, acompañado por dos clérigos, partía
para la apertura de la casa de Marassi (Génova).

Fueron a despedirse del Santo para oír, una vez más, una buena palabra de sus labios y
recibir su bendición. Oyéronle decir: «¡Vais, pues, a Génova a abrir un hospicio para los
muchachos más pobres y desamparados...!».

«Pero, ¿con qué medios?», preguntó don Álbera.

«No os preocupéis de nada; el Santo Padre os envía su bendición; confiad totalmente


en Dios; Él proveerá. A vuestra llegada os encontraréis con quien os ha buscado
alojamiento y allí comenzaréis vuestra misión».

Don Álbera, que era el prefecto externo del Oratorio, había reunido algunos dineros
para los primeros pasos. Preguntole Don Bosco si necesitaba algo.

«No, Don Bosco, muchas gracias; ya tengo quinientas liras».

«¡Amigo mío, no hace falta tanto dinero! ¿Es que no hay Providencia en Génova? ¡Ve
tranquilo, la Providencia pensará también en ti, no temas!».

Y sacando del cajón unas liras, las estrictamente necesarias para el viaje, se las dio y
le quitó las quinientas.

(Cf. Memorie Biografiche, X, 190-191; MBe, X, 181-182.)

269
22 DE AGOSTO
DON BOSCO Y EL MINISTRO DE GOBERNACIÓN

El 22 de junio de 1871, Don Bosco fue recibido en Florencia por el ministro de


Gobernación, Juan Lanza, a quien ya había conocido en Turín en 1865. Debía sondear la
voluntad del gobierno a propósito de los nombramientos de los obispos, en nombre no
oficial de la Santa Sede.

Don Bosco tuvo todavía con él otro coloquio antes de que partiera para Roma con casi
todos los ministros, los cuales debían preparar el camino al rey, esperado para su ingreso
solemne el 2 de julio.

También fue Don Bosco a Roma, donde tuvo ocasión de hablar con Pío IX, el cual se
declaró contrario a concesiones que hubieran resultado humillantes para su dignidad.

Habría sido, por tanto, un acto de buena política por parte del ministro no poner
obstáculos al ejercicio de su autoridad espiritual. En cambio, salió el exequatur y las
negociaciones perdieron terreno. Pero no se abandonaron y las audiencias del ministro
continuaron para no dejar, por parte de la Santa Sede, nada por intentar.

En una de tales audiencias el ministro Lanza empezó a hacer sus observaciones, pero
Don Bosco, que estaba muy cansado, se durmió. El ministro se calló y le dejó descansar
tranquilamente. Cuando despertó, después de reír por lo sucedido, reanudaron los
razonamientos y Don Bosco no tardó en darse cuenta de que se buscaban pretextos para
dar largas al asunto.

Mientras salía de la audiencia entraba Buscaglione, el Gran Oriente de la Masonería, y


Lanza le preguntó si conocía a aquel sacerdote.

«¡Le he visto, pero no me he fijado!».

«Era Don Bosco».

«¿Don Bosco? ¡Oh, hace tiempo que le conozco!».

(Cf. Memorie Biografiche, X, 425-436; MBe, X, 392-401.)

270
23 DE AGOSTO
¡CRUCES YA TENGO DEMASIADAS!

En una audiencia con el ministro de Gobernación, Juan Lanza, para resolver el problema
de las diócesis vacantes, pidió a Don Bosco noticias del Oratorio de Valdocco y le
propuso abrir un correccional para jóvenes díscolos y abandonados, en alguna casa
religiosa.

«Pero habría que echar a los frailes o a las monjas», observó Don Bosco.

«¡Usted puede arreglarse fácilmente con la Santa Sede!».

«¿Y por qué, excelencia, no me dice que para fundar este instituto ya está el cuartel
tal, en la calle tal y en tal número, o bien, tal otro, en la plaza tal...?».

Soltó la carcajada el ministro y exclamó que, por sus méritos, le concedería de buen
grado la cruz de caballero.

«Excelencia, le agradezco su amable propuesta, pero Don Bosco tiene ya demasiadas


cruces; y, además, con la cruz en el pecho, ¡dejaría de ser el pobre Don Bosco y no se
atrevería a ir pidiendo limosna para sus muchachos!».

(Cf. Memorie Biografiche, X, 436; MBe, X, 401-402.)

271
24 DE AGOSTO
DEBO DEJAR ESTE PALACIO

El 19 de septiembre de 1871, cayó gravemente enferma cierta marquesa de 84 años,


bienhechora del Oratorio, que vivía en la plaza de Víctor Manuel, n°, 13, y mandó llamar
a Don Bosco para confesarse. Se confesó y después le preguntó: «Así que, ¿he llegado
ya al término de mis días?».

Y le miraba fijamente con la mirada extraviada. Contestole el Santo que sólo Dios
conoce el término de nuestra vida, y nosotros debemos descansar tranquilos en sus
brazos, dejando que Él disponga como guste.

«Entonces - exclamó ella agitada por la fiebre-, ¿tengo que dejar este mundo, las
riquezas de mi casa, todo cuanto poseo? ¿He de abandonar mi palacio, mis habitaciones,
mi precioso salón? Me parecía que estaba bastante bien en este mundo y, en cambio,
tengo que dejarlo».

Don Bosco le habló de bienes mucho más grandes que los de este pobre mundo, que el
Señor tiene preparados para los que le aman, en comparación con los cuales todos los
bienes de aquí abajo son más viles que el fango.

La mujer llamó a unos criados y ordenó que la llevaran al salón. Era una locura; pero,
tanto insistió, que también a Don Bosco le pareció bien que la contentaran, para evitar
que la contrariedad le causara mayor excitación. Agarraron los sirvientes la cama y la
trasladaron al salón, lleno de mil objetos preciosos. Quiso que la colocaran junto a una
mesa, cubierta con un riquísimo tapete persa y, tomándolo en sus manos, lo palpó, lo
acarició, lo miró atentamente y exclamó repetidas veces: «¡Qué hermoso! ¡Qué
precioso!».

Y miraba de un lado a otro por la riquísima estancia, como para dar el último adiós a
cada cosa... Y, poco después, exhalaba el último suspiro.

(Cf. Memorie Biografiche, X, 98-99; MBe, X, 98-99.)

272
25 DE AGOSTO
LAS BUENAS INTENCIONES

En 1871 Don Bosco fue a visitar Borgo San Martino. Había en el departamento del
vagón de Don Bosco dos señores que comenzaron a hablar de él. El uno, entusiasta de
sus obras, le ponía por las nubes; el otro, no solamente demostraba que no le apreciaba
nada, sino que criticaba su apostolado.

Al ver en el rincón a un sacerdote, le presentaron a él la cuestión.

«¿De dónde viene usted?».

«De Turín».

«¿Conoce usted a Don Bosco?».

«Mucho. Don Bosco no es un ángel ni tampoco un demonio. Es un pobre sacerdote


que puede equivocarse; pero lo poco que hace, lo hace con la buena intención de ser útil
al prójimo».

El tren había llegado a Borgo. Se apeó Don Bosco y corrieron hacia él curas y
clérigos, exclamando jubilosamente: «¡Don Bosco! ¡Don Bosco!».

El señor que había hablado mal de él, avergonzado, se apresuró a bajar para pedirle
perdón; y Don Bosco, con una amable sonrisa, le dijo graciosamente: «¡No hay de qué,
no hay de qué! Pero, mire: cuando quiera criticar a alguien, cuídese de que no esté
presente el interesado y pueda oír lo que usted dice...».

(Cf. Memorie Biografiche, X, 129-130; MBe, X, 127.)

273
26 DE AGOSTO
A, MAS B, MENOS C

En 1871 ingresó en la sección de estudiantes Pablo Perrona. Tenía once años. Era corto
de ánimo y, como no conocía a ninguno, estaba siempre solito e intentaba consolarse
contemplando cómo jugaban los demás durante el recreo.

Una mañana, después de la Santa Misa, desayunaba a solas, recostado, como


acostumbraba, contra una columna del pórtico. Vio salir de la iglesia a un sacerdote al
que rodearon enseguida muchos chicos, que corrían hacia él de todas partes. Les
saludaba sonriente y les hacía mil preguntas. Tenía una palabra para todos.

«¿Quién será?», pensó Perrona para sus adentros. Se acercó y le oyó cómo explicaba a
otro recién llegado el a + b - c...

«Si quieres ser amigo de Don Bosco, procura ser a, más b, menos c. ¿Sabes qué
significa? Yo te lo diré: todos deben ser a, es decir, alegres; más b, o sea, más buenos;
menos c, esto es, menos malos (en italiano c = cattivi). Ésta es la receta para ser amigos
de Don Bosco».

Perrona pensó: «¿Será éste Don Bosco?».

Pero no le dio tiempo a decir nada, porque Don Bosco se volvió a él con afecto y le
preguntó: «¿Quién eres, amigo? ¿Cómo te llamas? ¿Cuándo has llegado?».

«Yo me llamo Perrona, soy de Valperga y he llegado aquí hace tres días».

«¿Quieres ser amigo de Don Bosco tú también?».

«Sí».

«Entonces trata de ser siempre a, más b, menos c... Si así lo haces, seremos buenos
amigos los dos».

(Cf. Memorie Biografiche, X, 1009-1010; MBe, X, 930-931.)

274
27 DE AGOSTO
BENDIGA A MI NIÑO

El 24 de mayo de 1871, María Rogattino entró en la habitación de Don Bosco, llevando


de la mano a un hijo suyo ciego. Había muchas personas presentes y ella, sumida en su
dolor, se adelantó resuelta y postrose de rodillas, exclamando: «¡Soy una madre
desdichada! Después de mucho pedirlo, me dio Dios este hijo y ahora me lo deja ciego».

Dejó Don Bosco que desahogara su inmenso dolor y después, con exquisita caridad, le
dijo unas palabras de consuelo y de resignación cristiana. Concluyó así:

«¿Ha rezado ya a la Virgen para que cure a su angelito? ¿No sabe que Dios puede
haber permitido su enfermedad para probarla a usted y hacer a su hijo objeto de las
misericordias de María, su Madre, y glorificar su nombre? Gánese, pues, a María
Auxiliadora en su favor; y convénzase de que lo que no pueden hacer los cirujanos, lo
sabe hacer Ella. Y no es que yo quiera aconsejarle que deje de prodigar a su hijo todos
los cuidados que crea oportunos, sino que deseo persuadirla de que para nada servirán
los esfuerzos de los hombres, si no inclina a Dios en su favor, con su poderosísima
intercesión. ¡Todas las gracias, al decir de san Bernardo, pasan por las manos de María!
No le sea, pues, desagradable dirigirse a Ella con alguna novena de oraciones y algún
sacrificio. Puedo asegurarle que, si es para bien del alma del niño y de la suya, Dios se lo
curará».

«No me iré hasta que usted no haya bendecido a mi hijo».

Don Bosco, habiendo hecho arrodillar al niño, lo bendijo y poco después sanó
completamente.

(Cf. Memorie Biografiche, X, 162-164; MBe, X, 155-157.)

275
28 DE AGOSTO
¿SABES JUGAR?

En las giras que Don Bosco hacía a Nizza Monferrato para visitar a las Hijas de María
Auxiliadora, no dejaba de hacer una visita al conde César Balbo. Éste admiraba cada vez
más sus virtudes singulares, entre ellas la intuición para captar a primera vista el carácter
de cualquiera que le fuese presentado.

«Un día - cuenta el marqués Felipe Crispolti - llevaron hasta el santo varón (en la casa
del conde Balbo), con la esperanza de confiárselo, a un muchacho a quien la extrema
miseria había dejado casi idiota. Con sus respuestas inconexas, dio a entender el
muchacho que no sabía nada de nada.

"¿Sabes jugar a la barra?".

Los ojos del desdichado se iluminaron con una sonrisa de satisfacción. Entonces el
sacerdote, con aire de quien ha hecho una preciosa adquisición, se volvió a los presentes
y dijo seriamente: "Éste me sirve". Y lo aceptó.

Pasaron unos años, y un buen día anunciaron al conde Balbo la visita de un salesiano,
cuyo nombre le era desconocido. Mandole pasar y entró un sacerdote de buen porte,
conversación animada y aspecto inteligente. Éste le dijo: "Usted no me reconoce: soy
aquel muchacho que, en tales y tales circunstancias, fui aceptado por Don Bosco en casa
de usted en Nizza".

En conclusión, Don Bosco había leído hondo en las facciones de aquel pobre
muchacho y había logrado hacer de él un hombre capacitado para dirigir un colegio
importantísimo».

(Cf. Memorie Biografiche, X, 373; MBe, X, 344.)

276
29 DE AGOSTO
HAY SITIO TAMBIÉN PARA Ti

En la Pascua de 1872, el joven de 20 años Luis Bologna había ido de Garesio (Cúneo) a
Turín para representar a la familia en la Primera Misa de su hermano don José. Después
de la fiesta, cuando se despedía de Don Bosco para regresar a casa, éste le preguntó sin
previo aviso: «¿Quién te ha dado de comer y de dormir estos días?».

«Don Bosco».

«Pues bien, si quieres permanecer con Don Bosco, hay sitio también para ti y para los
otros que vendrán después».

Ante aquella salida inesperada, Luis lanzó una mirada interrogativa a su hermano y,
obtenido el permiso tácito, respondió encogiéndose de hombros y con una sonrisa que
era habitual en él: «Don Bosco, escriba a mi padre que yo me quedo en Turín».

El padre no puso la mínima oposición; es más, dejó que fuesen con Don Bosco otros
dos hijos, uno de los cuales fue sacerdote y el otro coadjutor; y dos hijas para las Hijas
de María Auxiliadora.

En el Oratorio, Luis comenzó ayudando al encargado de la librería. Recibía encargos


como mozo de tienda, es decir, para llevar al hombro o con el carrito a la casa o a la
ciudad los libros editados por la imprenta salesiana. Acostumbrado a los duros trabajos
de los campos, no le parecía verdad poderse ganar para vivir y hacer el bien a su alma
con tan poca fatiga. Quiso hacerse salesiano y Don Bosco lo admitió a los votos. Luego
fue encargado sucesivamente de las librerías de Génova-Sampierdarena, Parma y acabó
su vida en Sampierdarena.

(Cf. Ceria E., Profili di 33 coadiutori salesiani, 134.)

277
30 DE AGOSTO
ROSINA, VESTIDA DE BLANCO

«El 30 de agosto de 1859, día de santa Rosa, era el de mi fiesta onomástica - dejó escrito
sor Filomena Cravosio-. Mi madre, siempre preocupada por mi bien, para darme una
alegría me regaló, entre otras cosas, una hermosa estatuita de María Inmaculada y
después, a eso de las nueve, me llevó a ver a Don Bosco con el que nos entretuvimos un
ratito. Don Bosco nos prometió ir a cenar con nosotros a las seis, y cumplió su palabra.

Después de cenar le rogué que pasara conmigo a mi habitación. Había colocado la


estatuita de la Virgen sobre una rinconera y supliqué a Don Bosco que la bendijera y le
pidiera para mí una gracia especial, sin dar más explicaciones.

Don Bosco juntó las manos y de pie ante la imagen de María, hizo en silencio sobre
ella la señal de la santa cruz y luego rezó; por fin, sin variar su piadoso continente y sin
apartar la mirada de la estatuita, dijo:

"¡Oh! Virgen Inmaculada, bendecid y consolad a Rosina, a la que veo vestida de


blanco".

Dos años más tarde, el 16 de agoto de 1861, el Señor me abría las puertas del Instituto
de las Religiosas Dominicas en Mondoví Carassone y la Virgen Inmaculada escuchaba
al mismo tiempo los deseos de mi corazón y la oración de Don Bosco, realizando
claramente su profética palabra.

Pero hay más. Hacía ya unos años que me encontraba en Mondoví y todo marchaba
muy bien, cuando vino el demonio a sembrar el desorden en nuestra querida comunidad,
con lo que perdió un buen número de alumnas. Escribí a Don Bosco rogándole que
hiciera una novena por nosotras.

Pocos días después contestó Don Bosco, como él solía hacer.

Más de veinte alumnas vinieron pronto a aumentar nuestro colegio, se reprimió


suavemente todo desorden y la calma, la alegría y la virtud volvieron a reinar entre
nosotras».

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 262-263; MBe, VI, 205-206.)

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31 DE AGOSTO
DON BOSCO EXORCISTA

En 1872 vivía en Mathi Torinese una tal María Sopetti, que padecía vejaciones
diabólicas. Informaron de ello al arzobispo monseñor Gastaldi, quien sugirió que la
bendijera Don Bosco. La pobrecita fue a Turín el 30 de noviembre. Llegado su turno, se
levantó para entrar en la habitación y recibir su bendición. Pero con gran violencia
empezó a gritar con aire furibundo y de protesta: «¡No, no!»... un centenar de veces.
Logrose por fin que entrara y, después de mil esfuerzos, se consiguió que se arrodillara.

Don Bosco la bendijo, mientras ella se tapaba los oídos con las manos para no oír.
Comenzó a hacer mil gestos maniáticos y mil cosas extrañas, porque le parecía ahogarse.
Después comenzó a gruñir como un cerdo y a maullar como un gato.

Con increíbles esfuerzos se logró que besara la medalla y, concluida la bendición,


quedose enseguida en calma.

Respondió a las preguntas que se le hicieron y dijo que llevaba tres años tan
atormentada que, si no iba a recibir cada quince días la bendición del párroco, tenía la
sensación de que la ahogaban. Y siguió diciendo:

«Basta la presencia de un sacerdote, aun sin verlo, para excitar vejaciones...».

Al salir de la habitación ya iba tranquila. Don Bosco le prometió que, cuando fuera a
Lanzo, pasaría a verla en Mathi, o, al menos, preguntaría por ella. Díjole que besara a
menudo la medalla de María Auxiliadora y rezara el Avemaría, que el Señor le daba con
aquellas vejaciones un medio para ganar muchos méritos.

La pobre mujer siguió presentándose de cuando en cuando a recibir la bendición de


Don Bosco y el 2 de enero de 1883 estaba casi completamente libre de la grave
tribulación.

(Cf. Memorie Biografiche, X, 28-29; MBe, X, 37-38.)

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1 DE SEPTIEMBRE
DON BOSCO ME HA DICHO PALABRAS TERRIBLES

Durante su breve estancia en Génova en 1872, Don Bosco realizó y recibió varias visitas.
Fue a visitarle, entre otros, el canónigo Francisco Ampugnani, que residía a la sazón en
Marassi y que le había ayudado en la compra del colegio de Alassio. Don Bosco le
preguntó: «¿Y ahora a qué se dedica?».

«¿Yo?. ¡A nada! ¡Descanso!».

«¿Cómo puede ser eso? ¿Descansa? ¿Usted, que goza de perfecta salud y es todavía
joven? ¿No sabe que el descanso del sacerdote es el Paraíso? ¿Y que tendremos que dar
cuenta estrechísima a Dios de no haber trabajado y del tiempo perdido?».

Quedó tan impresionado el canónigo con aquellas palabras, que no sabía cómo salir de
allí.

Al día siguiente fue al Hospicio para decir a don Pablo Álbera que le encargara de la
música, de dar clase de canto y de predicar. Y exclamaba: «¡Sí, sí; Don Bosco me ha
dicho palabras terribles!».

(Cf. Memorie Biografiche, X, 367; MBe, X, 338.)

Don Rua afirmó que un día Don Bosco, al verse tan alabado por su familia, replicó: «Me
alegra mucho de que se tenga tanta estima del sacerdote y del conjunto de virtudes que
deben adornarle; ¡nunca se dirá bastante!».

(Cf. Memorie Biografiche, IX, 290; MBe, IX, 274.)

El sacerdocio es la más alta dignidad a la que puede ser elevado un hombre. A él, y no a
los ángeles, se le ha concedido la potestad de convertir el pan y el vino en la sustancia
del Cuerpo y de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo; a él, y no a los ángeles, se le ha
dado facultad para perdonar los pecados. Es el ministro del Dios tres veces santo.

(Cf. Memorie Biografiche, IX, 343; MBe, IX, 319.)

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2 DE SEPTIEMBRE
EL PROBLEMA DE LAS VOCACIONES

En 1872 Don Bosco se encontró con el Superior General de los Mínimos de san
Francisco de Paula, hombre doctísimo. Después de saludarlo respetuosamente, le dijo:
«Padre, tendrá usted mucho que hacer como General de la Orden».

«Poco o nada; somos muy pocos, ¿sabe?».

«¿Y cuántos novicios tienen?».

«¡Ninguno!».

«¿Y estudiantes?».

«¡Ninguno!».

«¿Cómo puede ser eso? ¿Y usted no se ingenia para impedir que desaparezca una
Orden tan benemérita de la iglesia, que aún no ha cumplido la finalidad para la que fue
instituida por su fundador y posee todavía tantas gloriosas profecías que deben
cumplirse?».

«¡Pero no se encuentran vocaciones!».

«Pues, si no encuentra vocaciones en Italia, vaya a Francia, vaya a España, a América,


a Oceanía, y busque quien se asocie a usted para perpetuar una Orden tan ilustre como a
la que pertenece. ¡Tiene usted una gravísima responsabilidad, una cuenta muy grande
que dar a Dios! ¡Cuántos trabajos, cuántos sufrimientos tuvo que soportar su Santo
Fundador, san Francisco de Paula, para instituir su Orden! ¿Y usted permitirá que
resulten inútiles tantas oraciones, tantos trabajos, tantas esperanzas?».

Y al hablar Don Bosco había ido tomando un aspecto tan imponente e imperioso, y un
acento tan enérgico, que el buen Padre General estaba casi anonadado ante él... y
prometió que haría lo posible para encontrar secuaces.

¡Era indescriptible el amor que Don Bosco tenía a todas las órdenes religiosas!

(Cf. Memorie Biografiche, X, 367-368; MBe, X, 338-339.)

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3 DE SEPTIEMBRE
PAGARÁ... SI PUEDE

Eusebio Calvi, de Palestra (Pavía), andaba preocupado y triste porque sus padres, que
sufrían graves apuros económicos, no podían pagar la pensión en el Oratorio de
Valdocco; y el prefecto, ateniéndose a las normas de Don Bosco, al ver que no llegaba la
pequeña cuota, les había escrito diciendo que, si no pagaban lo establecido, fueran al
colegio para llevarse al hijo.

Eusebio sabía que sólo Don Bosco podía arreglar el asunto, perdonándole aquella
deuda, como solía hacer cuando era conveniente; pero no se atrevía a presentarse a él.

Un día Eusebio se encontró con el Santo, el cual, al verlo triste y abatido, le preguntó:
«¿Qué te pasa?».

«¡Pues que mis padres ya no pueden pagar la pensión y el prefecto les ha escrito!... Y
yo me veo obligado a dejar los estudios».

«¿Eres amigo de Don Bosco?».

«¡Claro que sí!».

«Así es fácil arreglar la cuestión: escribe a tu padre que no se preocupe del pasado y
que en adelante pague lo que pueda».

«Pero mi padre no quedará satisfecho con una condición tan general; él querría poder
pagar y le gustaría que se fijara la cuota...».

«¿Cuánto pagabas al mes?».

«¡Doce liras!».

«Pues bien, escríbele que fijamos la pensión en cinco liras al mes... y que las pagará si
puede...».

Al oír esto, Eusebio rompió a llorar de alegría. Luego se hizo salesiano.

(Cf. Memorie Biografiche, X, 1012-1013; MBe, X, 932-933.)

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4 DE SEPTIEMBRE
¡TU TE HARÁS CURA!

El canónigo José Giubergia, rector del santuario de Mondoví, recuerda así a Don Bosco:

«Era en septiembre del año 1873 cuando fuimos a visitar a Don Bosco, que ya
entonces gozaba de fama de santo en la apreciación de cuantos le conocían. Con la
sonrisa que le era habitual, me dijo a bocajarro: "¡Tú te harás cura!".

En 1875 yo me había determinado a vestir el hábito talar, tal vez y sin tal vez, gracias
a las palabras que me había dicho Don Bosco. Entré a estudiar teología en el seminario
diocesano de Turín, pero la tarde anterior quise ir a visitar a Don Bosco. Aunque habían
transcurrido ya dos años, me reconoció enseguida, y recuerdo muy bien sus primeras
palabras: "Giubergia, ¿has venido a vestir el hábito eclesiástico?".

"Sí, pero no vendré con usted, iré al seminario mayor".

"¡¡¡Bueno, eso no importa, pero te harás cura!!!".

Quiso que me hospedara en el Oratorio, cené en el comedor de los superiores a su


lado, y él mismo me servía diciéndome (quizá porque estaba yo que no sabía qué hacer
ante su gran cortesía): "Come, que eres joven... y tienes que trabajar mucho todavía".

Después de cenar le acompañé al patio, oí la platiquita que dio a los jóvenes tras de las
oraciones y le acompañé hasta la escalera que conducía a su habitación. Fui después a la
iglesia, donde lloré conmovido durante largo rato y, a la mañana siguiente, ingresé en el
seminario».

(Cf. Memorie Biografiche, X, 1215; MBe, X, 1115-1116.)

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5 DE SEPTIEMBRE
Si ESTÁ DON BOSCO... NADA QUE TEMER

En 1873, Don Bosco, acompañado de su secretario don Joaquín Berto, partía de Turín a
Roma, pasando por Piacenza, Bolonia y Florencia.

En Bolonia recibió las demostraciones más cordiales de afecto por parte del arzobispo.
«Apenas llegados - escribe don Berto-, el cardenal Morichini, arzobispo de esta ciudad,
dio orden de decir a Don Bosco que le habría suspendido de todas las facultades
eclesiásticas si no hubiera ido en seguida a encontrarle...» y «el eminentísimo quiso que
comieran con él Don Bosco y su secretario».

En el trayecto Bolonia-Florencia, el Santo corrió un grave peligro. A la entrada de un


túnel se había salido de sitio un trozo de vía y el tren se hubiera precipitado por un
barranco, si no se paraba a tiempo. La brusca sacudida, la larga parada y la noticia del
peligro corrido llenaron de temor a los viajeros; pero cuando se esparció por el tren la
noticia de que en él también viajaba «Don Bosco de Turín», una persona distinguida dio
un respiro de alivio: Si está Don Bosco no hay nada que temer. ¡Aunque hubiéramos
caído al fondo del barranco no nos hubiera pasado nada!».

Cuando la realidad era que quizá porque estaba Don Bosco el diablo había tratado de
provocar un desastre; la guerra, que siempre había declarado al Santo, todavía ardía.

(Cf. Lemoyne, Vita, II, 75.)

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6 DE SEPTIEMBRE
CONTENTOS LOS DOS

Al acabar el año 1874, se había trasladado al colegio de Borgo San Martino el primer
retoño de la Planta-Madre de Mornese de las Hijas de María Auxiliadora, pocos meses
después de la fundación de aquella casa. Don Bosco fue a verla. Presentose la directora,
sor Felisina Mazzarello (hermana de la Superiora General), la cual, en un arranque, le
dijo: «¡Ay!, Don Bosco, el director quiere a todo trance que en la comida se nos sirvan
también a nosotras dos platos, porque, dice, que si no nos alimentamos un poco más, no
podremos tirar adelante mucho tiempo en este colegio donde hay tanto trabajo. Pero,
entretanto, allá en Mornese, en la Casa Madre, en la comida no tienen más que un plato
y, sin embargo, están siempre tan alegres y contentas. Díganos, pues, ¿cómo haremos?
¿Hemos de hacer caso al director o seguir la costumbre de la Casa Madre?».

«El asunto es realmente grave - contestó con fingida seriedad Don Bosco-; hay que
pensárselo bien antes de dar una respuesta definitiva. Al director, claro está, hay que
obedecerle; por otra parte, las costumbres de Mornese son dignas de respeto. Y digo yo
también: ¿cómo haremos?. Pero antes de tomar una determinación, traedme acá, si no os
parece mal, vuestros dos platos».

Se los llevaron al instante, pues era inminente la hora de la comida. Entonces Don
Bosco echó en un solo plato vacío lo que contenían los otros dos y se lo ofreció a la
directora, diciendo:

«Queda resuelta toda dificultad; aquí tenéis dos platos en uno solo, y ni el director ni
las de Mornese podrán decir que están descontentos de vos».

(Cf. Memorie Biografiche, X, 650; MBe, X, 594.)

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7 DE SEPTIEMBRE
LA CONFIANZA EN MARÍA

La mañana del 4 de junio de 1874, solemnidad del Corpus Christi, al abrir la iglesia de
María Auxiliadora se encontraron con un pobre lisiado echado junto a la puerta. Al
preguntarle, declaró que era un pobre que venía a implorar de María Auxiliadora su
curación, y con tal fin pedía que se le diera la bendición.

Llevado a la sacristía, esperó a que Don Bosco terminara de confesar a los jóvenes y
luego tuvo con él el siguiente diálogo: «Pido, por caridad, que me dé la bendición de
María Auxiliadora, la única que puede curar mis males».

«¿Hace mucho tiempo que se encuentra en este estado?».

«Sí, ya hace mucho tiempo; pero de dos meses a esta parte he quedado reducido a no
poderme servir ni de las manos».

Entonces se le ayudó a ponerse de rodillas. Rezó y Don Bosco le dio la bendición de


María Auxiliadora diciéndole: «Si tienes fe en María Auxiliadora, comienza por abrir la
mano».

Alargó el dedo índice, luego el dedo corazón, el anular y el meñique. Hizo la señal de
la cruz expeditamente y Don Bosco exclamó: «¡La Virgen te ha concedido la gracia!
Ponte de pie».

Quería hacerlo apoyándose en las muletas.

«No, tienes que dar esta señal de confianza en María levantándote sin muletas y sin
apoyos».

Obedeció prontamente. Entonces le desaparecieron las contracciones de la espalda, de


los brazos y de las piernas; se puso derecho, se irguió como si nunca hubiese estado
malo y luego se puso a caminar por la sacristía.

(Cf. Barberis, 11 culto di Maria Ausiliatrice, 144.)

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8 DE SEPTIEMBRE
¿QUÉ DEBO HACER?

La Virgen aceptaba las oraciones y florecillas de los buenos chicos de Valdocco y, de


diversos modos, alejaba del Oratorio en todas sus novenas, al que no merecía su
protección.

Esto sucedió también en 1862 a un infeliz, que con la fantasía agitada por los
remordimientos, con todo no quería resolverse a obrar bien. Don Domingo Belmonte
narró que, siendo él estudiante, un muchacho de su curso, y de pésima conducta, no
había querido nunca ir a confesarse. Huía siempre de Don Bosco e inútilmente
intentaban los buenos compañeros acercarlo al superior.

Una tarde le hizo a Belmonte esta confidencia: «A cierta hora me parece como si una
mano agarrara mis mantas y las tirara hacia los pies de la cama: yo me despierto e
intento en vano ponérmelas bien. De nuevo me las quita de encima poco a poco. Tengo
un miedo que no puedo explicar. Yo estoy despierto como ahora. Mira, he probado
resistir no sólo con las manos, sino que hasta he agarrado con los dientes el borde de la
manta, pero todo inútil. A fuerza de tirar se ha roto la manta por la parte del borde».

Don Belmonte fue a cerciorarse y vio que, en efecto, la manta estaba rota de aquel
modo. Y el joven le dijo: «Pregunta tú a Don Bosco la causa de este fenómeno».

«Pregúntaselo tú mismo».

«Pero, ¿qué será?».

«¡Vaya una gracia, el diablo!».

«¿Y qué tengo que hacer?».

«¡Una buena confesión!».

Y el joven se marchó del Oratorio.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 332; MBe, VII, 286-287.)

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9 DE SEPTIEMBRE
VUELVE A PROBAR

En 1875, cuando Don Bosco salió de Turín para acompañar a Génova a los primeros
misioneros, subió con él al vagón del tren el señor Cerrato de Asti, que había ido
expresamente para asistir a la función de despedida; era un santo varón, de edad
avanzada y gran bienhechor del Oratorio.

Había fundado en su pueblo, guiado por la caridad del Señor, una «Piccola Casa»,
semejante a la del Cottolengo cuando estaba en sus comienzos; pero necesitaba
religiosas para cuidar de su buena marcha. Había hablado dos días antes con las Hijas de
Santa Ana en Piacenza, las cuales le dieron buenas esperanzas, pero sin concluir nada
definitivo.

En Turín se había presentado, con una recomendación de Don Bosco, al Padre


Anglesio, superior de la «Pequeña Casa» de la Divina Providencia, para que le diese
algunas de sus religiosas. El Padre le había despedido con buenas palabras y nada más.
Estaba ya sentado en el tren para volver a Asti. Empezó la máquina a silbar antes de
partir, cuando de improviso le dijo Don Bosco: «Baje, baje; vuelva a probar con el Padre
Anglesio y deje acabada la cuestión».

El señor Cerrato obedeció, bajó del vagón y, apenas puso el pie en tierra, el tren inició
la marcha. Aún no había salido de la estación cuando se topó con un señor que iba en su
busca para entregarle, de parte del Padre Anglesio, una cartita en la que le decía:
«Venga, porque quizá podremos arreglar todo enseguida, respecto a aquello de que
hemos hablado».

Fue al Cottolengo aquella misma noche, aunque ya eran las nueve, y en un abrir y
cerrar de ojos todo quedó arreglado.

(Cf. Memorie Biografiche, XI, 501-502; MBe, XI, 424-425.)

292
10 DE SEPTIEMBRE
SACERDOTE, PERO NO EN EL MUNDO

Bernardo Vacchina cursaba en 1875 el quinto curso de Bachillerato. En uno de los


últimos ejercicios de la buena muerte daba vueltas en su cabeza a la idea de su porvenir
y no sabía qué camino tomar. Ya Don Bosco le había dicho otras veces: «Estudia, reza y
después decidiremos».

Pero los días pasaban y aquel «después» no llegaba nunca.

Así que, aquella mañana, entre los muchos que se agolpaban en torno al confesionario
de Don Bosco, estaba Vacchina el primero y se había preparado bien. Pero Don Bosco le
hizo esperar hasta el último. Cuando todos se habían ido, lo bendijo, hízole cambiar, de
la parte izquierda donde se arrodilló a la derecha, y le oyó en confesión. Cuando el
muchacho acabó la acusación, rompió el hielo y le preguntó por aquella bendita
decisión. Y obtuvo por respuesta que se hiciera sacerdote, pero no en el mundo.

«Entonces, si no hay dificultad, yo me quedaría con usted aquí en la casa de


Valdocco».

«Y yo me alegro mucho de ello - respondió Don Bosco-. Mira, siempre te he querido


mucho, siempre he sido tu amigo, aunque nunca te lo haya demostrado. Estudia, reza, da
buen ejemplo...».

«Me dijo aún otra cosa - escribe Vacchina-, con tan gran caridad, que rompí a llorar;
comulgué yo solo a las nueve y me olvidé del pan y el suspirado salchichón».

Ya es muy sabido que Don Bosco piensa en el alma, pero no se olvida del cuerpo en
los días del ejercicio de la buena muerte; en los días de gracia, el hombre entero debía
estar satisfecho.

(Cf. Memorie Biografiche, XI, 267-268; MBe, XI, 231-232.)

293
11 DE SEPTIEMBRE
EL DOMINGO IRA A MISA

Don Bosco había estado con don Barbano, párroco de Mirabello Monferrato
(Alessandria), para hacer una visita amigable al abogado Patrucco. Mientras volvía al
colegio, la gente, que había salido a la calle para verlo y saludarlo, se inclinaba reverente
a su paso, pidiéndole su bendición.

La señora Luisa Pasivo, paralizada, sus piernas desde hacía dos años de modo que no
podía dar ni un paso, quiso que la sacaran también a ella a la calle por donde iba a pasar
Don Bosco.

Cuando estaba ya cerca Don Bosco, exclamó ella: «¡Bendígame, bendígame!».

Don Bosco se detuvo, interesándose con bondad por su caso.

«¿Cómo está usted, buena mujer?».

«¡Si usted supiese. Hace ya muchísimo tiempo que no voy a Misa, porque tengo las
piernas paralizadas...».

Don Bosco le dio la bendición de María Auxiliadora y le dijo: «El domingo irá a
Misa».

«¿Yo? Pero, ¿cómo podré ir a Misa si...?».

«Entonces estamos de acuerdo: el domingo... Tenga fe en María Auxiliadora y...


¡ánimo!».

Al domingo siguiente Luisa Pasivo salía de su casa para ir a Misa... ¡Estaba


completamente curada!

(Cf. Cassano, Le lezioni di un santo, 208.)

294
12 DE SEPTIEMBRE
¡EXCOMULGADAS!

Se buscaba con afán por todas partes a Don Bosco, con la esperanza de poder acercarse a
él. Esa especie de indiscreción, de la que nadie tiene escrúpulos en casos semejantes,
causó un incidente la noche del 1 de junio de 1875. Don Bosco había terminado tarde de
confesar a los aprendices y tarde fue a cenar.

Daban vueltas por el patio dos santas señoras de Bolonia, directoras de un hospital,
que habían ido a Turín para la fiesta de María Auxiliadota y para hablar con Don Bosco.
Al oír que a aquella hora estaba en el refectorio, hacia allá se fueron a encontrarlo las dos
señoras.

«¿Ustedes aquí a esta hora?», exclamó Don Bosco, apenas las vio aparecer.

«Nos hemos animado a entrar con la intención de hablarle un momento».

«¿Pero no saben que a estas horas esto ya es clausura?».

«En realidad no lo sabíamos; y, si a usted no le gusta, nos retiramos. Pero es que ha


sido don Miguel Rua quien nos ha acompañado».

«Bueno; no las echo fuera, pero piensen ustedes en la pena incurrenda (en que
incurrirán) por violar la clausura».

Había unas diez personas presentes, así que las dos señoras quedaron aún más
mortificadas. No creemos que Don Bosco pensara seriamente en amenazar con penas
canónicas, pese a que el cronista hace este comentario: «No había brusquedad en sus
palabras, pero no las acompañaba su sonrisa habitual».

Los que conocen la extremosa discreción de Don Bosco comprenden muy bien que
aquello no podía acabar de otro modo.

(Cf. Memorie Biografiche, XI, 312; MBe, XI, 268.)

295
13 DE SEPTIEMBRE
CONFIANZA EN LA PROVIDENCIA

En 1876, el director de Niza, cuando fue a Turín para la fiesta de san Francisco de Sales,
habló a Don Bosco del chalé Gautier, junto a la Plaza de Armas, que estaba en venta y le
parecía que respondía plenamente a la necesidad que tenía. Don Bosco, el 3 de febrero,
encargó a don José Ronchail que escribiera a algunos beneméritos señores de Niza y se
procediera a la compra. El 23 de febrero estuvo presente en la conferencia de monseñor
Mermillod, vicario apostólico de Ginebra en camino hacia Roma, encargado de poner al
público al corriente de la operación de la compra.

¿Asistió Don Bosco a la conferencia? Sin duda. Pero se cuenta que, mientras los
oyentes admiraban los prodigios de su caridad, él dormía tranquilamente: ¡tan seguro
estaba de la Divina Providencia!

La confianza de Don Bosco en la Providencia la expresó él en notas claras en algunas


circunstancias que nos hacen conocer cada vez mejor al hombre de Dios.

El notario Sajetto, que prestaba gratuitamente sus servicios, le hizo patente que los
derechos gubernativos del registro de la escritura importaban más de seis mil francos; y
Don Bosco le contestó que, como no tenía más que los cuatro mil francos de la colecta,
se resignaba a apalabrar la compra.

Se escribió también a Pío IX, quien por medio del cardenal Antonelli mandó dos mil
francos. Luego el Consejo general de la Sociedad de san Vicente mandó otros mil
francos; mil dio monseñor Sola; varios socios regalaron mil francos cada uno; y todavía
más... Al cumplirse los tres meses, se habían encontrado los dieciocho mil francos y se
firmaba el contrato.

(Cf. Memorie Biografiche, XII, 114-116; MBe, XII, 104-106.)

296
14 DE SEPTIEMBRE
¿QUIÉN ES MAS PECADOR?

Para la inauguración del ferrocarril Turín-Cirié-Lanzo, el gobernador de Turín había


pedido poder servir, en el colegio salesiano, un refresco a las autoridades. Don Bosco
condescendió y se hizo un deber estar presente en Lanzo, junto con la banda de música
del Oratorio.

La inauguración tuvo lugar el 6 de agosto de 1876; asistieron a la misma tres ministros


del gobierno: Depretis, Nicótera y Zanardelli, representantes del Rey, y cerca de 400
invitados.

Después de mucho hablar, el diputado Hércules exclamó: «Don Bosco lee en los
corazones. Oigamos de él quién es más pecador: si Nicótera o Zanardelli».

El Santo respondió que «no podía dar una respuesta porque no quería y porque no
podía juzgar por las apariencias. Por lo demás, para conocer a uno no es suficiente venir
por una horita, sino para hacer ejercicios espirituales: y que pensase en la vida pasada, en
la muerte con la que termina la escena de este mundo, en la vanidad de las cosas
terrenas, en la preciosidad de las cosas celestes, en los juicios de Dios en la eternidad
[...]; que pensase que en punto de muerte lo que nos alegrará será el bien hecho y que
todo lo demás sólo producirá angustias. [...] Después de estas reflexiones, si me hiciese
una confesión general, entonces podría dar un juicio sobre su interior...».

«Pero nosotros no tenemos gana de convertirnos tan aprisa».

«Entonces sólo puedo responder lo que está escrito en la Biblia: "Desiderium


peccatoris peribit" (La voluntad de los pecadores no será escuchada)».

(Cf. Lemoyne, Vita, II, 419.)

297
15 DE SEPTIEMBRE
DON BOSCO Y LA MOLE ANTONELIANA

El 31 de mayo de 1876, Don Bosco se encontró con el teólogo Leonardo Murialdo,


precisamente en la puerta de su colegio. Parecía que le esperaba y efectivamente le
acompañó luego hasta Valdocco. El tema de aquella conversación fue la «Mole
Antoneliana».

Desde hacía 13 años se trabajaba en ella; pero, por falta de fondos, la construcción, al
principio, había ido despacio, luego se suspendieron los trabajos en espera de una
solución digna. Propuesta y decidida en 1862 por la comunidad judía de Turín, debía ser,
en sus intenciones, una sinagoga. Por dificultades financieras, los judíos habían dejado al
municipio la carga de llevar a término la empresa y la facultad consiguiente de lanzar las
propuestas. Una de éstas se le había hecho a Don Bosco, el cual caminaba con el teólogo
Murialdo hablando del modo de hacerse con ella y del uso a que la hubiera podido
destinar.

A Don Bosco le hubiera tocado abrir las negociaciones con la entrega de doscientas
cincuenta mil liras. Pensaba el ingeniero que el negocio era conveniente y la buena
acogida por parte de los judíos parecía segura. Don Bosco envió a ver, estudió el asunto
desde todos los puntos de vista, se convenció de que no podía sacar partido conforme a
sus designios y renunció a ello definitivamente.

Sus designios eran hacer de ella una iglesia, sostenido y animado en esto por la hoja
de don Margotti L'Unitá Cattolica, la cual en el número del 29 de septiembre, publicaba
la carta de un rabino también él del mismo parecer.

En cambio, aquel monumento de arquitectura mural se convirtió en museo del


«Risorgimento italiano» y símbolo de la ciudad que lo acoge con orgullo y también con
temor.

(Cf. Memorie Biografiche, XII, 256; MBe, XII, 223.)

298
16 DE SEPTIEMBRE
¿LA AUXILIADORA 0 LAS MEDICINAS?

Don José Vespignani se encontraba gravemente enfermo. No había esperanzas de


curación. Don Bosco le bendijo y se salvó. He aquí cómo cuenta él mismo lo sucedido:
«La sangre no paraba de salir; los vómitos seguían. Se me administró el Santo Viático; el
enfermero me decía que no le olvidase cuando llegase al cielo. Yo esperaba resignado mi
última hora. Una tarde, siento junto a mi puerta los pasos de Don Bosco: llama, abre,
entra. Quiere saber cómo estoy.

"He pedido ir a las misiones de América; pero ya he ido y he vuelto".

"Usted irá, usted irá. Ahora le doy la bendición de María Auxiliadora".

Desde aquel momento cesó la sangre, desapareció la tos como por encantamiento y se
me despertó el apetito. Me parecía renacer. Estábamos a mediados de febrero, con un
tiempo muy malo para mi enfermedad, en un cuarto donde no daba el sol; y, sin
embargo, cada día se notaba mi mejoría.

Don Bosco, en una segunda visita, oyendo que su bendición me había, por así decir,
espantado los males y devuelto un gran apetito, me dio esta regla: "Ahora en la comida
tome un poco más que antes; sólo debe cuidar que nada le haga daño".

No obstante mi convicción de que la bendición me había hecho volver de la muerte a


la vida, todavía en mi convalecencia me roía una secreta ansiedad de recuperar pronto
mis fuerzas y por completo. De ahí que apenas oía hablar de algún reconstituyente,
trataba de probarlo. Una tarde, después de cenar, mientras acompañaba a Don Bosco a su
cuarto, él me preguntó cómo me encontraba y yo le respondí que en plena convalecencia,
pero que por precaución tomaba reconstituyentes para reponerme antes y reanudar mi
trabajo habitual. Y él me dijo: "Qui medice vivit, miserrime vivir" (Quien vive a base de
medicamentos, vive miserablemente).

Aquellas palabras fueron para mí el mejor remedio del mundo, porque aprendí a dejar
de lado toda prevención y a mandar al cuerno todas las medicinas, volviendo sin más a la
vida común».

(Cf. Vespignani, Un anno alfa scuola di Don Bosco, 51 passim.)

299
300
17 DE SEPTIEMBRE
DON BOSCO MEDIADOR

En abril de 1877, Don Bosco mereció la gratitud de monseñor Lorenzo Gastaldi,


arzobispo de Turín, por un servicio relevante.

En Bertolla, pequeño barrio a las mismas puertas de Turín, estaban los vecinos
excitados contra el párroco de la Abadía, iglesia matriz. Éste, por estar vacante la
parroquia de Bertolla, alegaba ciertos derechos sobre la iglesia parroquial, que aquella
gente no quería reconocer; y así pretendía que fueran a la Abadía para bautizos,
matrimonios y oír Misa.

Monseñor Gastaldi daba la razón al párroco, por lo cual la población irritada, trataba
de llamar a un pastor valdense y pasarse al protestantismo. Enterado de ello Don Bosco,
se informó de la cuestión y, mirando más al bien de las almas que a las disensiones con
el arzobispo, se presentó a él y le mostró cómo, en virtud de antiguos derechos, la razón
estaba de parte de los de Bertolla.

Monseñor Gastaldi se convenció, abandonó la causa del párroco y volvió a poner las
cosas en su sitio. El pueblo, satisfecho, depuso la idea de abandonar la Iglesia católica y
recibió al nuevo párroco con grandes fiestas.

En 1902, cuando el párroco de Bertolla contaba el hecho a don Juan Bautista


Francesia, decía que aquella buena gente estaba agradecida a Don Bosco: «Si aún somos
católicos, se lo debemos a Don Bosco».

(Cf. Memorie Biografiche, XIII, 121; MBe, XIII, 111-112.)

301
18 DE SEPTIEMBRE
UNA COMA INÚTIL

Monseñor José Benito Dusmet, arzobispo de Catania, tuvo gran estima por Don Bosco y
por su obra. Desde 1877 algunos sacerdotes celosos se habían dirigido al apóstol de
Turín para una obra que pensaban abrir en aquella ciudad: una escuela para artesanos.
Pedían, al menos, un salesiano para dirigir un oratorio festivo y una escuela elemental.

En mayo de 1887, Don Bosco estaba en Roma para la consagración del templo del
Sagrado Corazón; recibió, entre otros ilustres visitantes, al arzobispo monseñor Dusmet.

Resulta curiosa la historia de una limosna mandada a Turín por monseñor Dusmet
(luego cardenal y arzobispo de Palermo). El arzobispo había pedido directamente a Don
Bosco, para su seminario, algunas composiciones musicales de Don Cagliero,
juntamente con la correspondiente factura para pagarla. Don Bosco encargó que
contestara la petición, al mismo autor, quien, bromeando sobre el importe, escribió: «El
importe de la música es de 14,75 liras. Se ve en él una coma, que puede considerar como
inútil y fuera de lugar».

A lo que santamente respondió el prelado: «Acepto como una voz del cielo la
observación que hace V. S. sobre la coma inútil y fuera de lugar. Por tanto, envío catorce
liras para saldar mi cuenta con la Librería Salesiana, de acuerdo con la factura que
devuelvo; y añado mil cuatrocientas liras sin coma, a entregar a Don Bosco para la
construcción de la nueva iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en Roma».

Esta carta, que fue publicada en el Boletín Salesiano de marzo de 1883, sin indicación
del nombre, produjo su efecto, pues animó a lectores de diversos lugares a imitar el
ejemplo, enviando a Don Bosco limosnas destinadas a sus obras.

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 413; MBe, XV, 359-360.)

302
19 DE SEPTIEMBRE
LO QUE HE VISTO EN EL SUEÑO

La Navarre es una amplia finca de doscientas treinta y tres hectáreas en el municipio de


La Crau. Con todos aquellos campos se había formado una colonia agrícola, denominada
Orfanato de San José. El obispo de Fréjus, preocupado por las deudas, en agosto de
1877, ofreció todo a Don Bosco, a condición de que llevase adelante la colonia agrícola.

Don Bosco nunca había pensado en colonias agrícolas; es más, siempre se había
manifestado opuesto a su fundación, porque, a su modo de ver, no ofrecían garantías
suficientes para la conducta moral de los jóvenes.

Ahora bien, la noche precedente a la llegada de la carta de monseñor Terris, que le


proponía a Don Bosco la cesión de la colonia, Don Bosco tuvo un sueño que contó al
mes siguiente. Vio en sueños una casa rústica, que tenía delante una era pequeña.
Aquella casa, como la de los campesinos, estaba desprovista de todo ornato y la
habitación donde él se encontraba tenía varias puertas que ponían en comunicación con
otras habitaciones.

Todo ello se pudo comprobar que respondía a la verdad.

Caminando Don Bosco por la finca, los jóvenes le salieron al encuentro precedidos
por un compañero que llevaba un ramo de flores en la mano. Don Bosco, al llegar a
pocos pasos de él, cambió de color emocionado repentinamente: el joven tenía la estatura
y los rasgos del que había visto en el sueño. Era Miguel Blain, que se hizo salesiano y
murió en Bourbilly el 7 de agosto de 1947 a la edad de 82 años.

Por la tarde, durante una velada celebrada en honor de Don Bosco, mientras los
cantores entonaban un himno y Blain cantaba el solo, Don Bosco, señalándolo al director
don Perrot, le dijo: «¡Ese chico me parece exactamente el del sueño!».

(Cf. Memorie Biografiche, XIII, 532-534; MBe, XIII, 456-457.)

303
20 DE SEPTIEMBRE
CAMBIO DE VOZ

Don Bosco fue a La Navarre todavía otra vez. Para la ocasión los cantores habían
preparado una opereta con cuidado especial. Pero en el momento de salir al escenario, le
había faltado de repente la voz a Blain.

«Llamadme a aquel muchacho», dijo Don Bosco.

«¿Entonces tú no puedes cantar? Hagamos el cambio de la voz. ¿De acuerdo?


Entonces ponte de rodillas, que te quiero dar la bendición». Y así, Miguel había
recobrado su preciosa voz y Don Bosco no podía hablar por la ronquera que le atacó de
repente.

Esto duró hasta el término de la función, que salió a gusto de todos. Acabada ésta,
Don Bosco lo llamó para recuperar la voz, pues tenía que hablar a la comunidad. Antes
de marcharse, Don Bosco se volvió otra vez a Blain y le preguntó: «¿Estás contento,
Miguelín?».

«Sí que estoy contento».

«¿Quieres tú a Don Bosco?».

«Sí que le quiero».

«¿No estarías tú a gusto con Don Bosco para ayudarlo?».

«¿Y por qué no?».

«Pues bien, dile al director que te ponga a estudiar latín; luego vestirás el hábito y
trabajarás durante largo tiempo en medio de la juventud francesa».

En las visitas a Francia, Don Bosco se hacía acompañar por don Blain. En uno de
estos paseos le hizo recoger avellanas que luego distribuyó echándolas desde el balcón a
los jóvenes que le aclamaban en el patio. Pero, ¿cómo contentar a todos si la bolsa que
las contenía era pequeña? Él, cada vez que Don Bosco metía la mano en la bolsa, se
sobresaltaba por el miedo a que no encontrara más y no consiguiera contentar a todos,

304
que eran tantos... Y sucedió todo lo contrario: que al final había tantas como al principio.

(Cf. Don Mongour, I fioretti di San Giovanni Bosco.

305
21 DE SEPTIEMBRE
UN CAMPO MAS VASTO

Miguel Unia era un campesino. A sus veintisiete años, en la fiesta de san José de 1877,
fue a Don Bosco y le rogó que le aceptase, porque quería hacerse sacerdote. Sin duda
había oído hablar de la escuela para las vocaciones adultas que Don Bosco había
fundado. No tenía intención de hacerse religioso, pero buscaba una escuela especial para
los jóvenes de su edad.

Don Bosco, antes de aceptarlo, le hizo hacer algunos días de reflexión. Le llamó y le
dijo: «¿No te gustaría quedarte con Don Bosco?».

«Siempre he tenido el deseo de ser sacerdote en Roccaforte».

«Pero, ¿si el Señor te quisiese para un campo más ancho?».

«Si el Señor me mostrase que ésa es su voluntad...».

«¿Quieres una señal? Si Dios me revelase tu interior y si yo te dijese el estado de tu


conciencia, ¿verías en ello una señal de que el Señor te quiere conmigo?».

«Pues bien, dígame lo que ve en mi conciencia».

«Tú no tendrás más que responder sí o no».

Don Bosco le dijo efectivamente todo el pasado con tanta exactitud y precisión que
Unia, al principio, creía que estaba soñando.

(Cf. Memorie Biografiche, XII, 461-462; MBe, XII, 391-393.)

306
22 DE SEPTIEMBRE
UN BONETE «MÁGICO»

Después de tres años de intensos estudios, Miguel Unia fue admitido a la ordenación
sacerdotal, pero rehusó recibirla. Fue a Turín a hablar con Don Bosco.

«Entonces, ¿ya no quieres seguir adelante?».

«No, en absoluto, yo no tengo cabeza y quiero pararme donde estoy».

«¿Y qué querrías hacer?».

«Dejarlo todo y marcharme a Roccaforte y seguir estudiando allí».

«Entonces, ¿quieres dejar a Don Bosco?».

«Sí, perdóneme, pero eso he decidido».

«Bien, como dices que no tienes cabeza, yo te doy la mía: tómala».

Se quitó el bonete y se lo puso en la cabeza diciendo: «Ahora vas a donde yo te


mande».

«¿Aunque sea al fin del mundo?».

«¡Aunque sea al fin del mundo!».

Miedo, dudas y pensamientos de volverse a casa se disiparon como por encanto bajo
aquel bonete mágico. Unia salió sin devolvérselo.

Partió para las misiones de América, donde su nombre fue bien pronto sinónimo de
apóstol de los leprosos.

(Cf. Memorie Biografiche, XII, 461; MBe, XII, 391-393.)

307
23 DE SEPTIEMBRE
UN AGUINALDO DE DON BOSCO

El aguinaldo era un consejo, una máxima o un programa que Don Bosco daba a los
salesianos y a los alumnos el Oratorio el último día del año para que lo pusieran en
práctica al año siguiente. Esta costumbre todavía pervive en las casas salesianas, sólo
que ahora es el Rector Mayor de los Salesianos, sucesor de San Juan Bosco, quien lo
propone.

He aquí cómo don Natale Brusasca narraba en 1926 la promulgación del aguinaldo
hecha cincuenta años antes por Don Bosco, año de su entrada en el Oratorio.

«La tarde del 31 de diciembre de 1877, Don Bosco, después de las oraciones,
aclamado por todos los alumnos, estudiantes y artesanos, subió a su "cátedra" para dar
las "Buenas Noches". Todavía me parece verlo, sonriente; pero digo la verdad, no
comprendía por qué se le ovacionase tanto a él. Dijo: "Esta es la última noche de 1876.
Mientras estéis durmiendo, comenzará 1877 y yo he venido aquí para daros el aguinaldo.
Procurad hacer siempre santamente vuestras confesiones y comuniones, porque de todos
vosotros que estáis aquí presentes y que oís las palabras de Don Bosco, algunos pasarán
a la eternidad durante 1877 y no estarán aquí la última noche del año que está para
comenzar. De vosotros, ocho deben morir en 1877... y luego todavía algunos más; y
alguno de éstos comienza con la letra B...".

En este punto yo dejé de seguir la palabra de Don Bosco. Para mí, que me llamo
Brusasca, sobraba. Mi cabecita se encontró de repente en plena confusión.

Acabadas las "Buenas Noches", Don Bosco bajó de la cátedra y muchísimos se


agolparon junto a él para saber si debían morir.

"Entonces yo también voy. Voy a quedarme el último, aunque tenga que esperar hasta
mañana, porque no quiero que nadie oiga lo que me diga Don Bosco"».

(Cf. Boletín Salesiano, diciembre de 1926.)

308
24 DE SEPTIEMBRE
¡ESTATE ALEGRE!

Es siempre don Brusasca quien lo cuenta:

«Me puse en la cola de los que hablaban a Don Bosco y oían la respuesta en voz baja.
En torno a Don Bosco quedaban unos pocos superiores. Me acerqué y Don Bosco
sonriente me preguntó: "¿Y tú qué quieres?".

"Quiero saber si yo también tengo que morir".

"¿Cómo te llamas?".

"Brusasca Natale".

"Bien; ¿serás amigo de Don Bosco?".

"Sí, pero, ¿tengo que morirme?".

"Estate alegre y procura hacer bien tus confesiones y comuniones... Está alegre y vete
a dormir".

Le besé la mano y ni alegre ni descontento, fui al dormitorio. No oculto que aquella


noche tenía un poco de miedo de morirme en el nuevo año; pero pronto me sentí
tranquilizado pensando en sus palabras: "Estate alegre", y me puse más alegre y más
feliz que antes.

La vida del Oratorio era tan variada y yo era tan joven que no tardé mucho en
olvidarme del aguinaldo y la letra B tan unida a él. En verdad, el Señor me concedía
muchas ocasiones de verdadera alegría y yo vivía en el Oratorio los días más felices, si
bien no pensase, como había prometido a Don Bosco, en hacerme su verdadero amigo.

Él, por el contrario, pensaba en mí con verdadero afecto. Me veía con placer y de
cuando en cuando se entretenía conversando conmigo».

(Cf. Boletín Salesiano, diciembre de 1926.)

309
25 DE SEPTIEMBRE
¡VIVA DON BOSCO!

Continúa don Brusasca: «Al terminar el año 1877, Don Bosco no dio el aguinaldo,
porque estaba en Roma: pero sus palabras del año anterior me vinieron a la mente más
vivas que nunca, por la razón que voy a contar.

Desde los primeros meses de 1877 yo había tenido la suerte de ser escogido en la
clase inferior de música para pasar a la superior, que debía ejecutar la Misa de Rossini.

Entre los nuevos compañeros, yo miraba con gran aprecio a uno que repetía el tercer
curso de Bachillerato y se llamaba Baldomero Cornelio. Era muy bueno, pero de corto
ingenio; el maestro Dogliani lo había nombrado secretario de la escuela de música,
confiándole las llaves del armario y encargándole de distribuir las partituras a los
cantores.

Mientras estábamos un día en el patio charlando, yo y Cornelio oímos gritar: "¡Viva


Don Bosco! ¡Viva Don Bosco!".

Baldomero me invitó a ir a besar la mano a Don Bosco, que venía hacia nosotros,
rodeado por una gran muchedumbre de jóvenes. Sonreía y tenía una palabra para cada
uno. Nos acercamos y él nos saludó con una mirada sonriente. Baldomero le besó la
mano derecha y yo la izquierda.

El tiempo del recreo había terminado y Don Bosco, llegado al pie de la escalera,
despidió a los otros jóvenes y nos retuvo sólo a los dos. De esta manera subimos bastante
incómodamente la escalera que llevaba a su despacho. Llegado allá arriba, saludó a
todos los jóvenes que le aclamaban de nuevo y me dijo a mí: "Tú baja al patio".

Sentía en mi corazón un poco de envidia por Baldomero, que había quedado con Don
Bosco, y decidí aguardarlo para saber qué había pasado entre él y Don Bosco. Cuando
bajó, radiaba alegría y en las manos tenía una estampa de María Auxiliadora.

Después Don Bosco se fue a Roma. Baldomero, que hasta ese día había estado muy
bien, subió a la enfermería, dejándome la llave del armario de las partituras musicales. A
la mañana siguiente, se nos anunció su muerte. El dolor fue muy grande para todos».

310
(Cf. Boletín Salesiano, diciembre de 1926.)

311
26 DE SEPTIEMBRE
COMO EN LAS SUBASTAS PÚBLICAS

En Tolón, Don Bosco pasó una noche con los condes Colle, a los que en febrero había
pedido cien mil francos para comprar la casa Belleza. Mas su carta, no bien entendida,
produjo alguna turbación en el ánimo de los dos señores.

Oídas las explicaciones en aquella ocasión, intercambiáronse los dos algunas palabras,
y concluyó el conde sonriendo: «Pues bien, le daremos cincuenta mil francos, cuando
podamos».

«¿Y por qué no cien mil?», replicó la condesa.

«Bueno, sean cien mil - añadió el conde-. Aunque, pensándolo mejor... tengo que
vender ciertos títulos... Si te parece bien, podríamos dar a Don Bosco ciento cincuenta
mil francos».

Sí, sí» - aprobó la santa mujer.

«Helos, pues, aquí: cincuenta mil francos para comprar los terrenos Belleza del
Oratorio; cincuenta mil para la iglesia del Sagrado Corazón en Roma; y cincuenta mil
para las misiones de Patagonia».

La generosidad superó toda esperanza; más tarde dobló la cantidad para la compra
dicha.

Cuando el conde y la condesa tenían la suerte de hablar con Don Bosco, no se


cansaban de preguntarle y escucharle. Aquella noche ya se prolongaba mucho la
conversación después de cenar, sin que diesen muestra de querer acabar.

Hacia las diez, Don Bosco se caía de sueño y dio a entender que sentía necesidad de
descansar. Se levantaron, pero el diálogo siguió en pie. Por fin, tomó el conde la luz y le
acompañó con la condesa hasta la puerta de la habitación preparada para él; pero estaban
ya en el umbral y saltaron nuevas preguntas, que requerían nuevas respuestas... hasta
medianoche.

(Cf. Memorie Biografiche, XVII, 48; MBe, XVII, 51.)

312
313
27 DE SEPTIEMBRE
DON BOSCO Y EL BAILE

La tarde del 4 de octubre de 1859, Don Bosco, con sus jóvenes, entraba triunfalmente en
Villa San Segundo (Asti) para celebrar la fiesta de la Virgen de las Gracias. El párroco
tenía una espina clavada en el corazón a causa del baile público que se había organizado
en medio del pueblo.

Don Bosco le dijo enseguida: «Déjelo de mi cuenta y no diga nada».

Luego mandó a los muchachos a preparar el teatro en un amplio patio de la familia


Perucatti. El día de la fiesta (8 de octubre), la gente se desplazó al patio donde se había
preparado el teatro. Entretanto, los empresarios del baile popular, después de esperar más
de media hora a la gente que no acudía, fueron también ellos a ver la comedia.
Amargados como estaban, querían ver a Don Bosco y pedirle cuentas de por qué les
había robado a la gente del baile.

Mientras tanto, esperaban rehacerse del daño y del fracaso el domingo siguiente; pero
tampoco esta vez habían hecho cuentas con el hostelero. Efectivamente, a petición de la
población se repitió el programa del día de la fiesta con los mismos resultados de
deserción. Entonces los empresarios del baile no se resignaron y, presentándose a Don
Bosco, le pidieron el resarcimiento de los daños: habían gastado dinero con los músicos,
las bebidas preparadas, la ornamentación y todo lo demás.

Don Bosco los acogió cortésmente diciendo: «¿Qué daños queréis que yo repare si la
gente era libre de ir adonde quisiera? Yo no he ido a vuestro baile y nada os pido;
vosotros os habéis divertido en mi teatro y no me pagáis».

«Es verdad, tiene usted razón», respondieron. Y se marcharon.

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 276-279; MBe, VI, 215-218.)

314
28 DE SEPTIEMBRE
¿Y ESTE ES UN SANTO?

La señora Beaulieu, que había conocido al santo Cura d'Ars, creía que poseía una idea
exacta de lo que era un santo.

Cuando Don Bosco llegó a Niza, la señora oyó decir que había llegado un santo, cuyo
nombre conocía por la fama, y deseó conocerle personalmente. Al saber su deseo, una
amiga suya la llevó a casa de unos conocidos a la hora de la comida. Don Bosco estaba
sentado en la cabecera de la mesa y la señora se sentó al fondo con la amiga. Don Bosco,
siempre sereno, tenía en aquel momento la copa en alto y brindaba por el anfitrión. La
señora recién llegada casi quedó escandalizada.

«¿Y este es un santo?», pensó para sus adentros, desilusionada su expectación.

Levantados los manteles, presentose a Don Bosco, deshaciéndose en cumplidos; pero


Don Bosco, sonriendo, le dijo: «Ya sea que comáis, ya sea que bebáis, hacedlo todo en
nombre del Señor».

La buena señora comprendió y no necesitó más para mudar de opinión. Hízose


enseguida cooperadora salesiana y lo era desde hacía tres años cuando narró a don Pablo
Álbera lo sucedido, que ya había repetido ella misma a muchos otros.

(Cf. Memorie Biografiche, XIII, 127; MBe, XIII, 117.)

315
29 DE SEPTIEMBRE
LLEGARÉIS CON 12 DÍAS DE RETRASO

Don Bosco llegó a Alassio para despedir a los misioneros de la expedición y parecía
todavía indeciso en si debía acompañar a monseñor Federico Aneyros hasta Niza y
Marsella, de cuyo puerto zarparía para América; sin embargo, bien mirado el caso, sentía
despedirse de él y dejarlo solo antes del embarque. No se separó, pues, de su lado hasta
que monseñor y sus sacerdotes se embarcaron el día 17 en el Poitou; en la cubierta del
barco le dio su última despedida.

Rebosaban alegría los americanos: el pensamiento de la patria los llenaba de júbilo y


calculaban el número de días que faltaban todavía para volver a verla. Don Bosco
escuchaba y callaba; al fin, sonriendo, les dijo que sus cálculos estaban equivocados.
Después, con su calma habitual, les exhortó a no tener tanta prisa, sino más bien a
armarse de santa paciencia; a Buenos Aires llegarían todos sanos y salvos, pero el día
tal... Y precisó la fecha exacta, que superaba en doce los días que normalmente
empleaban los barcos en su travesía de Marsella a la capital de Argentina.

«¿Es posible? - exclamaron a una con un sentimiento de terror-. ¡Nuestro viaje no


puede durar tanto!».

Sin embargo, Don Bosco había dicho la verdad. El barco luchó con la tempestad hasta
Cabo Verde (mar abierto del Senegal, África), de modo que por las averías sufridas, tuvo
que echar anclas cerca de la isla de San Vicente y allí esperar el paso de otro barco, al
que trasbordar pasajeros y mercancías y hacerlos proseguir el viaje. Cuando llegaron a
Buenos Aires, era el viernes siguiente a la octava de la Asunción, 24 de agosto, el día
predicho por Don Bosco.

(Cf. Memorie Biografiche, XIII, 156-157; MBe, XIII, 141-142.)

316
30 DE SEPTIEMBRE
LA SEPULTURA DEL MIRLO

Escribe Juan Gianotti: «He sido alumno en el colegio de Lanzo en los años escolares
1876-1879. Tengo bien claro en mi mente el grato recuerdo de nuestro padre Don Bosco,
a quien vi muchas veces. Él me demostraba una particular simpatía por el hecho de que
yo era un muchacho muy dinámico, digámoslo así, y reconocido jefe de mis coetáneos.

Recuerdo un episodio curioso. Durante un paseo escolar entre las colinas,


descubrimos una nidada de mirlos, que llevamos al colegio y colocamos en un cajón
escondido en el dormitorio. Como tenía que suceder, dadas las frecuentes visitas y el
relativo forzado cebo, los animales murieron en poco tiempo.

Muerto el último mirlo, se decidió enterrarlo en un rincón del patio externo y dar a la
ceremonia carácter de particular solemnidad. Se fue a la sacristía y se recogió lo
necesario para la sepultura. Así el pobre mirlo tuvo funerales solemnes, con cantos
litúrgicos y expresiones, y también con un discurso final.

Don Bosco, huésped aquellos días en el colegio, vio desde una ventana toda la escena.
Acabada la ceremonia, me hizo llamar a su estudio, como responsable de la bribonada.
Con ceño severo me hizo comprender que habíamos hecho una cosa fea, una verdadera
profanación, que no era preciso repetir más veces. Sin embargo, visto que habíamos
preparado y hecho todo con esmero, me perdonaba a mí y a toda la banda sacrílega y me
despedía con un gran paquete de caramelos para compartirlo con los compañeros.

(Cf. Numero unico di Lanzo, 1929.)

317
318
1 DE OCTUBRE
EL COCHERO

Un día en Roma, Don Bosco, habiendo tomado un carruaje por el mal tiempo, al llegar al
término de su camino, quería dar al cochero, completamente empapado por la lluvia, una
propina, pero no encontró en el bolsillo otra cosa que no fuera el precio de la tarifa. Pero
queriendo mostrar a aquel pobre hombre su disgusto, le dijo que rezaría por él, no
pudiendo hacer otra cosa.

«¿Rezar por mí? ¡Ésta sí que es buena! Nadie me ha dicho nunca cosa semejante».

«No puedo creerlo. La oración es el mayor tesoro del mundo», replicó Don Bosco. Al
ver al cochero sonriente con aire de duda, continuó: «Dígame, amigo, ¿cuánto tiempo
hace que no se confiesa?».

«¿Yo? No lo sé; es más, no recuerdo siquiera si lo he hecho alguna vez».

«Entonces al final de su jornada venga a verme a la calle tal, número tal; yo le


escucharé y esté seguro de que encontrará un gran bien».

La noche del mismo día, Don Bosco estaba ya en su habitación, o mejor, estaba ya en
la cama, cuando llegó el cochero preguntando por él.

«Pero ya es demasiado tarde. El sacerdote duerme ya a esta hora», respondió el


portero.

El cochero insistió diciendo que el sacerdote le esperaba. Fueron entonces a anunciar


la visita a Don Bosco y él, levantándose rápidamente, confesó al cochero y, abrazándole
de forma tierna y cariñosa, le dejó feliz y contento como unas pascuas.

(Cf. D'Espiney, Don Bosco, 237.)

319
2 DE OCTUBRE
ESPIONAJE... EN VALDOCCO

Don José Vespignani confió al Beato don Miguel Rua:

«Cuando era estudiante de teología en Romagna, un día, mientras el profesor de


derecho canónico hacía una larga digresión sobre el apostolado de san Felipe Neri en
Roma, uno de nosotros, que había oído hablar de Don Bosco, se permitió interrumpir al
profesor, diciéndole: "Dicen que en Turín hay un sacerdote llamado Don Bosco, el cual
hace en aquella ciudad el mismo apostolado y lo proclaman el nuevo san Felipe".

Aquel célebre jurista miró indignado al estudiante y le respondió: "¿Qué quiere que
haga un pobre sacerdote rodeado de una chusma de golfillos que recoge de la calle y que
educa por medio del espionaje?".

Nosotros nos miramos uno al otro, fuertemente entristecidos y escandalizados, y al


término de la clase corrimos a la habitación del director espiritual, don Taroni, y le
narramos lo sucedido. El director se echó las manos a la cabeza y nos dijo: "¡Ya veis
cómo juzga el mundo a los santos!. ¡Y pensar que de san Felipe decían lo mismo!".

Más tarde se supo la razón del hecho. Un ex clérigo, llegado a Turín para el servicio
militar, había frecuentado el Oratorio festivo de Valdocco, pero no se había portado
dignamente y, por tanto, había sido llamado al orden por un superior; esto le había
fastidiado mucho, por lo que, vuelto a su patria, yendo por las sacristías y acercándose a
los seminaristas, desahogaba su resentimiento diciendo que en el Oratorio de Turín se
hacía espionaje».

(Cf. Vespignani, Un anno alla scuola di Don Bosco, 23.)

320
3 DE OCTUBRE
EL NOMBRE DE DON BOSCO EN FRANCIA

Es siempre don Vespignani quien habla: «En el tren, después de despedirnos de la patria,
hicimos nuestros cálculos para saber dónde descansaríamos la segunda noche del viaje.
Consultado el horario, se vio que hacia las diez de la noche llegaríamos a Marsella. ¿A
dónde ir a dormir? Entonces se pensó avisar al óptimo párroco de la iglesia de San José.
Decidimos mandar un telegrama. De francés se sabía muy poco, pero poniendo juntas las
palabras salió esto: Arrivrons quat salesien dis ors. ¿Quién lo habría de firmar? Se puso
la firma de Don Bosco. "Así entenderán".

¡Por desgracia comprendieron! Apenas se paró el tren en la estación de Marsella, llegó


a nuestros oídos un "¡Don Bosco! ¡Don Bosco!", repetido a diversas distancias. Un
sacerdote pregunta preocupado: "¿Dónde está Don Bosco?".

Monseñor Ceccarelli (que regresaba a Argentina) cobró valor y con franqueza dijo:
"Don Bosco ha tenido contratiempos que le han obligado a detenerse y se ha quedado en
Niza (desde donde hemos mandado el telegrama). Manda muchos saludos y ruega se le
excuse".

Muchos señores nos abrumaron con sus preguntas para saber qué le había sucedido a
Don Bosco. Fuera de la estación había muchos carruajes espléndidos con siervos en
librea. Todos esperaban, miraban... Subimos a dos bellísimos coches. Llegados a la casa
parroquial, otra sorpresa: en una magnífica sala estaba preparada una espléndida cena.
Maravillados al ver tanta suntuosidad, tantas flores, tanto lujo de vajilla, nos parecía
soñar... Por lo menos, hemos comprendido lo que era el nombre de Don Bosco en
Francia».

(Cf. Vespignani, Un anno alla scuola di Don Bosco, 141.)

321
4 DE OCTUBRE
LA DESPEDIDA DE LOS MISIONEROS

Escribe todavía don José Vespignani: «El día establecido para embarcar la expedición
misionera, capitaneada por el ardiente don Santiago Costamagna, Don Bosco quiso que
yo le acompañase a la barca que le conducía a bordo del vapor francés, anclado en la
rada lejos del muelle.

Llegamos al piróscafo. Vinieron a su encuentro todos sus hijos, que, acompañándole


al salón, le rodearon para gustar sus últimas palabras y recibir sus preciosos recuerdos.
Ya otra vez Don Bosco había subido a aquel barco para despedir a sus hijos mandados a
las misiones. A cada uno dirigía una palabra de animación, una broma, una frase que
quedaba profundamente impresa.

Repitió los recuerdos ya dados a los primeros misioneros y que resumían todo el
programa de sus misiones: buscar almas y no dinero; ser caritativos y respetuosos con
todos; dedicarse a la juventud pobre y abandonada; confiar en María Auxiliadora y
encender en todos el amor a Jesús Sacramentado, promoviendo la instrucción religiosa y
la frecuencia de los Santos Sacramentos.

(Cf. Vespignani, Un anno alla scuola di Don Bosco, 138.)

322
5 DE OCTUBRE
NADA NUEVO BAJO EL SOL

En Turín, en 1878, se desató una epidemia de conjuntivitis, enfermedad contagiosa de


los ojos. Por eso, las autoridades dispusieron una inspección en los centros de educación
y en las escuelas públicas, que fueron cerradas inmediatamente.

La última en ser visitada fue la del Oratorio de Valdocco. La comisión hizo una visita
minuciosa, que duró varios días. El excesivo celo de los comisarios levantó sospechas y
sugirió al catequista, don Moisés Veronesi, una treta. Al segundo día de la inspección
hizo pasar a algunos jóvenes cuyo estado habían juzgado gravísimo los médicos. Pues
bien, aquellos señores, sin sospechar nada, los declararon sanos, pero después,
descubierto el juego, es de imaginar cómo quedaron.

Sin embargo, la epidemia de conjuntivitis existía y la relación fue desastrosa; esto


equivalía a la clausura del Oratorio. El prefecto no tomó a la letra la relación y creyó
mejor dejar para una segunda visita su decisión. Entretanto, que se cuidase de combatir
la enfermedad dejando todo a la prudencia de Don Bosco.

Pero mientras se aguardaba la segunda visita de control, he aquí que llega la orden de
cerrar el Oratorio por incumplimiento de las prescripciones y ligereza en la aplicación de
lo prescrito por la comisión.

Nos convencimos, una vez más, de que la conjuntivitis era un pretexto y que todo se
podía esperar de un gobierno mal dispuesto y prevenido. En efecto, a la distancia de
apenas un mes, llegó el anuncio de una segunda comisión, que tenía esta vez por objeto
establecer si las condiciones higiénicas generales eran tales que aseguraban la
incolumidad física de los muchachos que vivían en el Oratorio.

(Cf. Memorie Biografiche, XIII, 564-569; MBe, XIII, 484-488.)

323
6 DE OCTUBRE
NADIE VENGA A FASTIDIARME

Para lograr cerrar el Oratorio de Valdocco, el gobierno mandó una nueva comisión.
Anunciada en el mes de junio, se presentó en septiembre, presidida por el doctor Polto,
muy bien dispuesto hacia Don Bosco y su institución.

Al visitar los dormitorios, los médicos que le acompañaban seguían diciendo que no
estaban bastante ventilados; pero él, casi molesto, dijo: «Id a las buhardillas y
contemplad al padre, a la madre y a sus tres o cuatro hijos que están allí durante todo el
día, y allí se cocina, allí se duerme, allí se lava y no pueden levantar la cabeza sin tocar
en el techo...».

El doctor confió a José Rossi que los colegas querían obligarle a firmar una relación
contraria a la verdad y que él, antes de tomar semejante partido, habría preferido
abandonar el cargo.

La comisión declaró que el instituto se encontraba en condiciones suficientes para


albergar doscientos setenta y cinco alumnos. Así se evitó el cierre; pero Don Bosco,
obligado a limitar el número de los internos, cuando llegaban al Oratorio las madres para
encomendar a sus propios hijos, les respondía: «No puedo aceptarlos. Id al señor
prefecto y pedidle permiso».

Ahora se dice que el prefecto, ante la interminable procesión de madres, perdió la


paciencia y mandó a decir a Don Bosco: «Acepte a los jóvenes que quiera, pero que no
venga nadie más a fastidiarme».

La falsa información de la segunda visita, que nunca se hizo, confirmó la duda de


maniobras escondidas para lograr el cierre del Oratorio.

(Cf. Memorie Biografiche, XIII, 567-569; MBe, XIII, 487-488.)

324
7 DE OCTUBRE
PREVÉ LA ELECCIÓN DE LEON XIII

En el mes de febrero de 1878, Don Bosco estaba en Roma. Un día, estando en el


Vaticano, tenía grandes deseos de ver al cardenal Secretario de Estado. No sabiendo
dónde encontrarlo, vagaba por escaleras y corredores, que con ocasión del cónclave se
convertían en otras tantas celdas de seminaristas. Centenares de obreros trabajaban día y
noche a las órdenes del cardenal Pecci, camarlengo de la Santa Iglesia, con el que se
encontró Don Bosco: «¿Me permite Su Eminencia que le bese la mano?», dijo Don
Bosco.

«¿Quién es usted que se acerca con tanta autoridad?».

Yo soy un pobre sacerdote, que ahora besa la mano de Su Eminencia, rezando con
firme esperanza, que dentro de pocos días pueda besarle el sagrado pie».

«Cuidado con lo que hace. Le prohíbo rezar en ese sentido».

Su Eminencia no puede prohibirme pedir a Dios lo que a Él le place».

«Si usted ruega en este sentido le amenazo con las censuras».

Y el Santo: «Usted ahora no tiene autoridad para infligir censuras. Cuando la tenga,
sabré respetarla».

«Pero, ¿quién es usted que me habla tan autorizadamente?».

«Soy Don Bosco».

«Por caridad, callad. Es tiempo de trabajar, no de bromear».

Tal como Don Bosco había predicho, el 20 de febrero, 14 días apenas después de la
muerte de Pío IX, el cardenal Joaquín Pecci, arzobispo-obispo de Perusa, era elegido
Papa y tomaba el nombre de León XIII. Y el 24 de febrero, Don Bosco se apresuraba a
dar testimonio al nuevo Pontífice de su devoción y de la de sus hijos.

(Cf. Lemoyne, Vita, II, 146.)

325
326
8 DE OCTUBRE
DON BOSCO EN MARSELLA

El 2 de abril de 1878, llegaba Don Bosco a Marsella, en compañía de don Miguel Rua.
En casa del párroco de San José, donde se hospedaba, se encontró con dos personas que
iban a ser allí mismos instrumentos de la divina Providencia: nos referimos a la señora
Prat y al abate Mendre.

Estaba la señora Prat oyendo Misa en la iglesia parroquial de San José y advirtió en el
altar a un sacerdote, cuya actitud exterior le impresionó. Llamaba la atención su porte
general, su exactitud en la observancia de las rúbricas, su recogimiento habitual, un aire
tal de santidad, que brotó en ella un deseo invencible de conocerlo de cerca. Fue a la
sacristía y se presentó a Don Bosco. Sólo Dios sabe lo que ella hizo, a partir de entonces,
por el Oratorio de San León: baste decir que fue su verdadera madre, hasta el último
aliento.

También el canónigo Mendre trabó por entonces relación con Don Bosco de una
manera sencillísima. Hasta abril de 1878, ni sabía quién era Don Bosco. El párroco
Guiol, de quien era vicario, le llamó un día y le dijo: «Don Bosco va a empezar sus obras
aquí en Marsella; póngase a sus órdenes».

El Santo resultó también un imán para el abate Mendre: desde su primer encuentro se
convirtió en algo totalmente suyo. Ha quedado en el recuerdo de los salesianos franceses
aquella expresión del Santo: «El abate Mendre ha robado el corazón a Don Bosco».

Pero con más razón aún, se habrían podido invertir los términos. Durante cuarenta
años no pasó casi un día sin que el vicario, y más tarde párroco de San José, no diese una
prueba de su afecto a los hijos de Don Bosco.

(Cf. Memorie Biografiche, XIII, 530-531; MBe, XIII, 454-455.)

327
9 DE OCTUBRE
¿QUIÉN ES ESTE SACERDOTE?

Evasio Garrone entró como estudiante en el Oratorio, el 4 de agosto de 1878. Tenía


dieciocho años y se dedicaba en su casa al comercio. Eran las siete de la tarde. Al llegar
a la puerta de la sacristía, vio una hilera de jóvenes que entraban. Por curiosidad siguió la
corriente y vio allí a un sacerdote que confesaba, rodeado de muchos muchachos que se
preparaban. Se arrodilló él también, pero pensando en su casa más que en sus pecados.

Cuando le llegó el turno, impreparado como estaba, se quedó mudo y no lograba


recordar ni un pecado. Entonces aquel sacerdote le dijo: «Hablaré yo». Y uno tras otro,
por orden de tiempo y con las indicaciones de lugares, le espetó todos sus pecados,
indicándole el número y las circunstancias. Hecho esto, le dio unos avisos con tanta
unción y tanto afecto que, a cada una de sus palabras, se sentía más confortado, y la
alegría del corazón fue creciendo hasta el extremo que le pareció hallarse en el Paraíso.
Por fin, el sacerdote dijo al penitente: «Garrone, da gracias a la Virgen; después de seis
años que tú suspirabas, ella te ha oído. Sé siempre devoto suyo y ella te salvará todavía
de muchos peligros».

Desde la edad de doce años, alimentaba aquel joven el secreto deseo de hacerse
sacerdote; pero dándose cuenta de que era imposible para su familia pagarle el colegio,
no había manifestado a nadie su inclinación. A los dieciocho años, habiendo oído hablar
de Don Bosco y vuelta de nuevo a su corazón la esperanza, se presentó al párroco y le
manifestó su pensamiento, por vez primera; el párroco le escuchó con bondad y obtuvo
que fuera admitido en el Oratorio.

Terminada la confesión, se retiró a un rincón de la sacristía, se arrodilló y, con las


manos a la espalda, estaba allí sorprendido, contemplando a aquel misterioso confesor
que le había descubierto todos sus secretos. Decía entre sí: «¿Quién es este sacerdote que
me conoce tan bien?».

Garrone llegó a ser sacerdote salesiano.

(Cf. Memorie Biografiche, XIII, 895-900; MBe, XIII, 760-764.)

328
10 DE OCTUBRE
SERÁS MI JARDINERO

Evasio Garrone, estando en el patio al día siguiente, vio que todos los muchachos corrían
hacia un sacerdote que avanzaba. Acudió también él. Precisamente era el de la
confesión.

Cuando estuvo junto a él, Don Boco le preguntó: «¿Tú me conoces?».

«No, yo no le he visto nunca», respondió Evasio. Dicho esto, preguntó al de al lado


quién era aquel cura.

«¡Es Don Bosco, el director del Oratorio!».

«Sí, soy Don Bosco».

No tardó en trabar conocimiento con algunos jóvenes de la «compañía del


jardincillo». Don Bosco, después de poco tiempo, aceptó también a Evasio en la
compañía. Un día le vio Don Bosco regando las flores y le dijo: «Muy bien, déjame
actuar a mí y yo te haré mi jardinero».

«Don Bosco, pero yo quiero hacerme sacerdote».

«¡Es verdad! ¡Y también misionero!».

En 1879, reunidos todos sus fríjoles, como él llamaba a los muchachos del
«jardincillo», les dio una conferencia y les dijo al final: «Algunos de vosotros irán a casa
de vacaciones; uno irá con el deseo de volver al Oratorio, pero, dominado por los
parientes, irá al seminario. Otros volverán para tomar la sotana y quedarse con Don
Bosco. Uno morirá. Otro, de vuelta para hacer los ejercicios, no podrá ir a Lanzo, porque
tendrá que asistir a un compañero moribundo».

Todo se cumplió al pie de la letra. Garrone, que volvió la víspera de los ejercicios,
quería ir a Lanzo. Cuando le dijeron que fuera a asistir a un compañero gravemente
enfermo, que murió 48 horas después.

(Cf. Memorie Biografiche, XIII, 896-898; MBe, XIII, 761-763.)

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330
11 DE OCTUBRE
¡SERÁS SOLDADO!

En 1881 Evasio Garrone, hecha su última confesión, al fin del año escolástico, oyó que
Don Bosco le dijo: «Durante algún tiempo no nos volveremos a ver. Tú irás al cuartel
como soldado, y te enviarán muy lejos de Turín; pero acuérdate siempre de tu guía María
Auxiliadora: confía siempre en ella. María te consolará y te salvará también en tu
desgracia».

Garrone, más bien pequeño de estatura y flacucho, rumiaba para sí: «Esta vez se
equivoca Don Bosco. ¿Cómo es posible que yo sea útil para el servicio militar, si no
levanto un palmo del suelo y soy más delgado que un dedo?». Al cabo de tres meses,
después del sorteo, se presentó a la revisión y, con sorpresa, fue declarado útil y
mandado a Catanzaro. Volvió a Turín después de algún mes para prestar servicio en el
hospital militar. Fue inmediatamente a visitar a Don Bosco, el cual le dijo en confesión:
«Sé caritativo con los enfermos y aprovecha el tiempo. Estudia y aprende y, con lo que
aprendas de soldado, podrás hacer mucho bien. Es tu momento. Pero, atento, durante el
poco tiempo que estarás en Susa».

Él no entendía las últimas palabras; pero unos meses después hecho cabo ayudante,
fue destinado a la enfermería del 5° Regimiento Alpino en Susa, donde, sin una gracia
especialísima de la Virgen, hubiera perdido alma y cuerpo. Habiendo vuelto a Turín,
recibió una reprensión de Don Bosco, por haberse olvidado de quien tanto le protegía y
una recomendación para un enfermo.

Entre sus enfermos había un protestante que había decidido hacerse católico. Como le
viera grave, buscó a un sacerdote para que le bautizase, pero no encontró ninguno.
Entonces tomó agua y le bautizó él mismo bajo condición. El enfermo se alegró tanto
que le echó los brazos al cuello. De allí a diez minutos, expiraba.

(Cf. Memorie Biografiche, XIII, 898-899; MBe, XIII, 763-764.)

331
12 DE OCTUBRE
¡SERÁS MISIONERO!

Evasio Garrone, al ser licenciado del ejército, no sabía qué hacer, si ir al seminario o
quedarse con Don Bosco. Estuvo tres días en casa: después, el día que debía ir a
examinarse para ser admitido en el seminario, fue, casi sin saber lo que hacía, a Turín al
Oratorio, y le enviaron a San Juan Evangelista con los Hijos de María (vocaciones
adultas).

A finales de año se confesó con Don Bosco y se acusó de que había perdido muchas
veces la paciencia por un compañero enfermo que yacía en la cama.

«Dentro de tres días, no te molestará más», le respondió Don Bosco.

Y, en efecto, tres días después el enfermo murió.

En 1889, Garrone partió para América del Sur con monseñor Cagliero. Aprovechando
las nociones terapéuticas adquiridas ocasionalmente en las enfermerías, supo proveerse
de un discreto conocimiento científico, de modo que llegó a poseer una pericia poco
común en medicina y obtuvo la facultad de ejercerla en el inmenso territorio patagónico.

A él se debe el primer hospital y la primera farmacia de Viedma.

Durante un cuarto de siglo, unidos a la maestría, la caridad y el espíritu de sacrificio,


llegó a ser uno de los autores más eficaces en la evangelización de la Patagonia.

Murió siendo sacerdote el 8 de enero de 1911 en Viedma, a los 50 años de edad.

(Cf. Memorie Biografiche, XIII, 900; MBe, XIII, 764.)

332
13 DE OCTUBRE
¿DON BOSCO EN BILOCACION?

El 14 de octubre de 1878, Don Bosco estaba ciertamente en Turín. Aquel día, en casa de
la señora Adela Clément, en Saint-Rambert de Albon, departamento del Dróme, entró un
sacerdote desconocido, que hablaba francés y no quiso decir su nombre, pero que, a las
reiteradas insistencias, respondió: «Dentro de unos años mi nombre estará impreso en los
libros, y estos libros llegarán a vuestras manos. Entonces sabréis quién soy».

Le había llevado a casa el marido, comerciante en aceite y carbón. Regresaba él de


Chanas, pueblecito distante medio kilómetro de Saint-Rambert, adonde había acarreado
una partida de su mercancía, cuando de repente vio a un sacerdote que caminaba con
gran dificultad. Compadecido de él, se le acercó y le dijo: «Señor cura, me da usted la
impresión de que está muy cansado».

«Es cierto, buen hombre, he hecho un largo viaje».

«Señor cura, le ofrecería gustoso que se sentase aquí arriba, si mi vehículo no


estuviese como está; pero no me atrevo con semejante carreta».

«Me hace usted un gran favor. Acepto porque no puedo más...».

Dicho esto, ayudado por el otro, montó en la carreta. Parecía tener una edad de treinta
a cuarenta años y, además, buena presencia. Sin embargo, aun destacando por ambos
costados toda su cabeza con su curioso sombrero, nadie, aun pasando cerca del carruaje,
había dado muestras de advertir su presencia.

Una vez llegados a casa, el señor Clément le dio la mano y le ayudó a bajar de la
carreta; corrió luego a avisar a su esposa de que traía a un sacerdote cansadísimo y que
necesitaba algún refrigerio. La señora, mujer caritativa y piadosa, acudió enseguida a
invitarle a comer con ellos. El sacerdote aceptó y, durante la comida, escuchó
amablemente el relato de sus desgracias, la más dolorosa de las cuales era la de que un
hijo se les había quedado ciego, sordo y mudo, de resultas de una enfermedad. La
pobrecita no podía resignarse; había rezado a todos los Santos, pero nada podía mitigar
su pena. El sacerdote le dijo que rezase todavía, pues sería escuchada.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 681-682; MBe, XIV, 580-581.)

333
334
14 DE OCTUBRE
CONSERVAD ESTE JARRO DE LOZA

Para beber sirvieron a Don Bosco el agua en un jarro de loza, con ribetes de plata, como
se acostumbraba entonces. En un momento de la comida en casa del señor Clément, Don
Bosco les dijo: «Conserven este jarro como recuerdo mío».

Así lo hicieron, como nos certifica su hija, a la sazón muy pequeñita, y que añade:
«Mi padre me dijo un año antes de morir: "Este jarro no debe caer en manos de tus
hermanos. Te lo daremos a ti y tú lo conservarás. Es una reliquia de aquel santo
sacerdote"».

Hacia el final de la comida, el señor Clément salió para abrevar las caballerías, pues
tenía que irse de nuevo a su trabajo. Mientras tanto, se levantó de la silla el sacerdote y
dijo a la señora: «Buena señora, una voz me llama, y es preciso que vaya». Y se fue.

La señora se apresuró a llamar a su marido, engancharon los caballos a toda prisa y


corrieron a galope tras él, seguros de alcanzarlo pronto, pero no lo vieron y creyeron que
se había ido por otro camino. ¡Cuál no fue su estupor, al llegar a casa de la nodriza del
pequeño, la cual les dijo que había pasado un sacerdote y que había curado al niño! La
nodriza residía en Coinaud, pueblecito a unos tres kilómetros de Saint-Rambert, y, por
los cálculos hechos, resultó que el momento en que el sacerdote estuvo allí coincidía con
el mismo instante en que había salido de casa de los Clément.

¿Quién era aquel sacerdote?

Hacía siete años que aquella buena gente se devanaba los sesos por adivinar quién
podía ser aquel cura misterioso, cuando una de las personas que habían visto al sacerdote
curando al niño y que recordaba perfectamente su fisonomía, se acercó al matrimonio
Clément con un libro que hablaba de Don Bosco y en el que había una foto del mismo:
era el cura del milagro. ¡Ninguna duda!

La señora Adele-Clément murió en 1914 y su marido en 1925; el hijo del milagro


vivió hasta 1928. La hermana, que contó el hecho, murió el 23 de enero de 1933,
dejando el jarro a la hija, señora Durand, que entonces vivía en Lyon en la Avenida de
Saxe.

335
(Cf. Memorie Biografiche, XIII, 682-684; MBe, XIII, 581-583.)

336
15 DE OCTUBRE
DON BOSCO EN POSE

En 1886 bajaba a Valdocco un escultor, con un busto de Don Bosco, esbozado sobre
varios retratos. Quería ponerlo en venta; pero, no conociendo personalmente al Santo,
iba a verlo y a rogarle que posara unos minutos.

Don Bosco estaba bastante mal de salud; sin embargo, ante las humildes súplicas del
artista, no supo negarse y subió a un palco improvisado diciendo: «Subo al palco del
suplicio». Luego, apenas se puso el escultor a retocar el esbozo, vuelto hacia el
secretario dijo: «¡Mira cómo me embadurnan!».

Después de pocos minutos se adormentó y descansó tranquilamente durante tres


cuartos de hora, hasta que, despertándose, se apresuró a dar audiencia a las personas que
le esperaban.

(Cf. Lemoyne, Vita, II, 185.)

337
16 DE OCTUBRE
RAZON, RELIGION, CARIÑO

Escribe el canónigo Laguzzi: «Volviendo de la escuela de música - era el mes de junio


de 1879 - en vez de ir directamente al estudio, al subir las escaleras vi en una sala un
piano. No supe resistirme: entré y, sin pensar en los disturbios que habría causado entre
los jóvenes, comencé a tocar de cualquier modo aquellas pobres teclas.

Mientras tanto, pasó Don Bosco. Me sorprendió y, sin que yo me diera cuenta, me tiró
de las orejas, aunque de modo delicado.

Confundido y humillado, en la presencia de Don Bosco, no supe qué decir, pero fue él
el primero en hablar para reñirme paternalmente. Recuerdo que, entre otras cosas, me
dijo: "Mira, no te riño porque toques, sino porque tocas fuera de horario, siendo ahora
tiempo de estudio, mientras el buen cristiano, y más aún el joven bueno, debe cumplir
todo según el orden. Por lo demás, estoy muy contento sabiendo que te gusta la música.
Los músicos, a mi parecer, deben tener en el cielo un lugar privilegiado, teniendo ellos
que alegrar la muchedumbre celestial. Haz de modo que seas un buen músico en la
tierra, pero con la intención firme y resuelta de ser luego músico en el Paraíso"».

(Cf. Boletín Salesiano, mayo de 1917.)

338
17 DE OCTUBRE
DON BOSCO ROBA LA VAJILLA DE PLATA

En Aix, en Francia, en enero de 1879, acaeció un curioso episodio, que más tarde contó
el mismo Don Bosco y recogió don Lemoyne.

Don Bosco fue a visitar al barón Martin y éste le invitó a comer con su familia. Tenía
él mucha confianza con aquellos nobles señores. Poco antes de sentarse a la mesa,
atravesaba el Santo una sala en la que vio una mesa con vajilla y cubiertos de plata; se
paró a contemplar aquel pequeño tesoro; después, con afectada seriedad y con toda la
calma, alargó la mano y, pieza tras pieza se echó parte en los bolsillos, y encerró la otra
en la maleta, que tenía allí en un rincón. El barón y los otros observaban para ver cómo
iba a acabar la broma. Terminada la operación, que fue cosa de pocos minutos, preguntó
Don Bosco cuánto podía valer aquel servicio de mesa.

«Si hubiese que comprarlo nuevo se necesitarían diez mil francos; pero en la reventa,
tal vez no dieran más de mil».

«Pues bien, puesto que el señor barón es tan rico, y yo he de pasar las de Caín para
acallar el hambre de mis pobres muchachos, deme mil francos y yo le restituyo su vajilla
de plata».

El señor barón, con la mayor naturalidad del mundo, sacó de la cartera mil francos y
se los entregó a Don Bosco quien, con no menor naturalidad, volvió a poner cada cosa en
su sitio.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 30-31; MBe, XIV, 35.)

339
18 DE OCTUBRE
LA FUERZA DE LA MIRADA DE DON BOSCO

Después de una conferencia pronunciada en Niza en 1879, Don Bosco bajaba del
presbiterio hacia la puerta, tan cercado por la gente, que no le dejaban caminar. Un
individuo, de torvo semblante, estaba inmóvil mirándolo, como si maquinara algo malo
contra él. Don Juan Cagliero no lo perdía de vista y estaba muy preocupado, porque Don
Bosco, que avanzaba lentamente, ya se acercaba a él. Por fin se encontraron frente a
frente. Tan pronto como Don Bosco lo vio, le preguntó: «¿Qué desea usted?».

«¿Yo? Nada».

«Y, sin embargo, parece que tiene usted algo que decirme».

«Yo no tengo nada que decir».

«¿Quiere usted confesarse?».

«¿Confesarme? ¡Ni pensarlo!».

«¿Qué hace entonces aquí?».

«Estoy aquí... porque no puedo marcharme».

«Comprendo... Señores, déjenme un momento a solas con este hombre».

Se separaron un poco los que estaban cerca y Don Bosco susurró unas palabras al oído
de aquel hombre que, cayendo de rodillas, se confesó allí mismo en medio de la iglesia.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 37; MBe, XIV, 40-41.)

340
19 DE OCTUBRE
EL CIRINEO

Escribe el canónigo José Laguzzi: «En septiembre de 1879, estando en San Benigno para
hacer ejercicios espirituales, me encontré con Don Bosco en la escalera que llevaba al
piso superior. Allí estaba sentado en un escalón..., y, por el aspecto que ofrecía, daba la
sensación de que un gran cansancio le impedía subir la escalera. Allí, como acurrucado y
apoyándose en los escalones, parecía que estaba esperando a que alguien pasase por allí
para que le ayudara a seguir.

La Divina Providencia dispuso que pasase yo, y él me rogó que le ayudase a subir. Lo
hice con un placer inmenso.

Diré que resultando muy incómodo llevarlo del brazo, preferí cargármelo a mis
espaldas. Se resignó a esto también el pobre hombre y en aquel trance, que no tuvo para
mí nada de Via Crucis, con toda la suavidad y la dulzura de san Francisco de Sales, me
dijo bromeando: "El cirineo fue más afortunado que tú. Él ayudó a Jesús llevándole un
poco la cruz. Pero, ¿tú qué es lo que llevas? Un pobre pecador... Pero si lo haces por
amor de Dios tendrás un buen premio porque, no lo olvides nunca, Jesucristo considera
como hecho a él mismo lo que se haga al prójimo por su amor"».

(Cf. Boletín Salesiano, mayo de 1917.)

341
20 DE OCTUBRE
AQUELLOS TROZOS DE HIERRO

Carlos Gastini, haciendo la cama de Don Bosco, un día encontró allí, cubiertos por la
sábana, algunos trozos de hierro, olvidados por la prisa para bajar a la iglesia y celebrar.
No les dio mayor importancia y los puso sobre la mesilla, sin decir nada a Don Bosco.

Pero al día siguiente ya no los vio, ni volvió a verlos en los próximos meses, en los
que siguió haciendo la limpieza en la habitación. Don Bosco nunca le habló de ello.

Sólo muchos años después, Gastini reflexionó sobre aquellos trozos de hierro, y
comprendió para qué habían servido.

«Otra vez se encontraron en aquella cama algunos trozos de madera», dijo el cardenal
Juan Cagliero.

Don Bosco estaba acostumbrado a atormentar de noche su cuerpo fatigado,


haciéndose doloroso el poco sueño que se concedía.

Temiendo que alguno pudiese haber descubierto este secreto, con frecuencia se hacía
él la cama, limpiaba la habitación y quitaba el polvo a los pobres muebles.

José Brosio le sorprendió un día en estas tareas, y Don Bosco aprovechó para sacar
una preciosa moraleja respecto al buen orden de una habitación.

Pero Brosio observó con sorpresa que, en semejantes circunstancias, la puerta estaba
con frecuencia cerrada con llave.

(Cf. Lemoyne, Vita, II, 205.)

342
21 DE OCTUBRE
¿SE FLAGELABA DON BOSCO?

Parece ser que Don Bosco se reservaba mayores penitencias para aquellos días en que
era huésped de sus bienhechores más insignes, porque la amplitud de los edificios y la
lejanía de la habitación que le asignaban de las ocupadas por la familia de los huéspedes,
le daban mayor seguridad de escapar de las investigaciones indiscretas.

A veces aceptaba la invitación de una venerable noble señora, e iba a su casa de


campo, siempre tranquilo y jovial.

Ahora bien, una persona de la familia, ya avanzada la noche (era tal vez en 1879),
atravesando la sala, desde la que se iba a la habitación de Don Bosco, oyó que provenía
de allí un rumor sordo, monótono y prolongado, como de golpes enérgicos con
intervalos regulares. Sospechó, pero no dijo ninguna palabra a nadie: en cambio, se puso
en guardia y, constatando que aquel fenómeno se repetía cada vez que Don Bosco era
huésped de aquella casa, se convenció de que él, imitando a san Vicente de Paúl, recurría
a aquel medio para obtener del Señor gracias especiales.

La misma persona, habiendo confiado, después de algunos años, este acontecimiento a


otros señores habituados a hospedar a Don Bosco, supo que también ellos habían hecho
la misma constatación y estaban persuadidos de que Don Bosco hiciese penitencia. Sin
embargo, prudentes y corteses, ninguno de ellos hizo nunca alusión a este
descubrimiento.

(Cf. Lemoyne, Vita, II, 205.)

343
22 DE OCTUBRE
DÍGAME Si ESTOY EN GRACIA DE DIOS

Monseñor Postel, sacerdote docto y fecundo escritor, y hombre de gran piedad, fue a
Niza para ver a Don Bosco. En el curso de la conversación preguntole el prelado a
quemarropa: «Dígame, ¿tengo yo la conciencia en regla con Dios?».

Don Bosco, dibujando una ligera sonrisa en los labios hizo ademán de retirarse, pero
su interlocutor le cortó el paso, cerró la puerta, se metió la llave en el bolsillo y dijo:
«Mire, Don Bosco, no sale usted de aquí mientras yo no sepa cómo me encuentro con
Dios».

Profirió estas palabras con acento tan resuelto, que Don Bosco se quedó pensativo
unos instantes con las manos sobre el pecho, una sobre otra, según su costumbre, y
volvió la mirada, con ojos llenos de bondad a monseñor y le dijo pronunciando
distintamente: «Usted está en estado de gracia».

«Pero me queda la duda; que sea su bondad la que le haga hablar así».

«No, querido monseñor, lo que digo lo estoy viendo».

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 38; MBe, XIV, 41.)

Durante toda la vida, Don Bosco demostró tener en sumo grado el discernimiento de los
espíritus. Un día dijo: «Presentadme un muchacho a quien yo nunca haya conocido en
modo alguno y mirándole a la frente, le revelaré sus pecados comenzando a numerar los
de su niñez».

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 453; MBe, VI, 344.)

344
23 DE OCTUBRE
CONTRA EL DOLOR DE CABEZA

En 1879, mientras estaba en Sampierdarena, Don Bosco, con una bendición, produjo un
efecto sorprendente.

La señora Ana Chiesa tenía a su hija, Pía, atormentada por constantes dolores de
cabeza. Como se enterara de que en el hospicio de San Vicente estaba Don Bosco, la
llevó allá para que se la bendijese; pero, ocupado el Santo en las audiencias, no pudo
acercársele. No se desanimó, estuvo aguardando pacientemente cuatro o cinco horas.

Don Bosco salió varias veces de la habitación con alguna persona, aunque sin volver
nunca la mirada a ella. Por fin, pasó una vez al lado y le dijo: «¿Y usted, señora, qué
desea?».

La buena madre le expuso en pocas palabras el estado de su hija.

«¡Oh! Eso no tiene importancia», dijo Don Bosco poniendo ligeramente la mano sobre
la cabeza de la enferma. El mal desapareció al instante y ya no volvió a molestarla
jamás.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 56; MBe, XIV, 56.)

Don Bosco: «Yo no soy ningún curandero. Nosotros ahora invocaremos a María
Auxiliadora: que Ella actúe».

(Cf. Memorie Biografiche, XVIII, 62; MBe, XVIII, 62.)

345
24 DE OCTUBRE
ORACIONES Y RELIQUIAS

El recuerdo de la curación de Ana Chiesa dio origen más tarde a otro caso, con visos de
extraordinario.

Había muerto ya Don Bosco. La señora Casanova, que tenía un pie malo, descuidó el
mal de tal manera que, cuando acudió al médico, ya no había más solución que la
amputación de la pierna.

La pobre señora, desolada al oír la noticia, estaba desesperada. Al enterarse del caso
de su amiga, la señora Chiesa, recordando la curación instantánea y perfecta de su hija,
fue a aconsejarle que se encomendase a Don Bosco, dejándole una de las reliquias,
sacadas de sus ropas, tan solicitadas después de la muerte del Santo.

Le agradeció la amiga el consejo, se encomendó a Don Bosco y aplicó la reliquia a la


pierna.

Llegó el día de la operación, prepararon los médicos el instrumental, quitaron las


vendas de la pierna..., pero, con estupor de todos, se encontró un evidente principio de
mejoría, que progresó hasta la curación completa.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 56; MBe, XIV, 56.)

346
25 DE OCTUBRE
¿POR QUÉ ESTA MAÑANA SUBIÓ TAN ALTO?

Don Bosco tuvo también otros dones singulares que ilustran, de modo admirable, su
santidad: como el de los éxtasis y otros fenómenos extraordinarios.

«Durante el invierno de 1879 - escribe don Evasio Garrone- yo ayudaba a Misa a Don
Bosco en la capillita situada junto a su habitación, con un compañero que se llamaba
Franchini, ahora difunto. Al llegar a la elevación, vemos a Don Bosco como estático con
un aire de Paraíso en la cara que parecía que se iluminara la tarima.

Poco a poco sus pies se separaron de la tarima y él quedó suspendido en el aire


durante más de diez minutos. Nosotros no llegábamos a alzarle la casulla.

Yo, fuera de mí por la extrañeza, corrí en busca de don Joaquín Berto, pero no le
encontré. Volví al altar y llegué precisamente cuando Don Bosco comenzaba a
descender, pero en el lugar aleteaba un algo de Paraíso.

Terminada la Misa, después de que Don Bosco me agradeció ampliamente haberle


llevado, como de costumbre, el café, le dije: "Don Bosco, pero ¿qué le pasó esta mañana
en el momento de la elevación? ¿Por qué subió tan alto, tan alto?".

Don Bosco me miró un instante y después me dijo: "Toma tú también un poco de


café".

Echado en una tacita, me lo ofreció. Yo me di cuenta de que no quería hablar del


asunto, permanecí en silencio y sorbí mi café.

Tres veces asistí a esta levitación de Don Bosco durante la Misa».

(Cf. Memorie Biografiche, XIII, 897; MBe, XIII, 762.)

347
26 DE OCTUBRE
CONTRAEN DEUDAS Y LUEGO...

En 1881 la conferencia de los cooperadores en Niza Mare estaba fijada para el día 12 de
marzo. El pobre don Ronchail, que se encontraba agobiado con las deudas, la había
preparado con todo empeño; solamente a los proveedores de los talleres les debía treinta
y seis mil francos; de modo que el coadjutor Moro, librero y proveedor, no se atrevía a
hacer nuevas compras para proveer lo que la casa necesitaba.

Una noche, paseando Don Bosco con él por el patio, le dijo: «Tienen deudas y quieren
que Don Bosco las pague. Pero Don Bosco no tiene dinero».

Después, cruzando las manos en actitud de rezar y pasados unos instantes, prosiguió:
«Basta, rezaré a la Virgen para que lo haga Ella, ¡que todo lo puede!».

De la conferencia el director llevó a la casa más de catorce mil seiscientos francos.


Hasta dos señoritas protestantes inglesas, de nombre Dandas, andaban por la iglesia
recogiendo limosnas.

Pocos días después se presentó un señor francés en busca de Don Bosco para decirle
que también él quería hacer algo por su obra, y que tenía dieciséis mil francos a su
disposición.

Don Bosco se lo agradeció diciendo: «No me lo dé a mí; entrégueselo a don Ronchail


para que pueda saldar algunas facturas de los acreedores».

Muy pronto llovieron más limosnas que, sumadas a las precedentes, llegaron a
cuarenta y dos mil francos.

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 65-66; MBe, XV, 67.)

348
27 DE OCTUBRE
LA FUERZA DE UNA MIRADA

En Tolón, en 1881, acabada la conferencia, Don Bosco, con la bandeja de plata en las
manos, dio una vuelta por la iglesia para la cuestación.

Presentó Don Bosco la bandeja a un obrero, el cual volvió la cara a otra parte y alzó
descortésmente los hombros. Don Bosco pasó por delante y le dijo con amabilidad: «Que
Dios le bendiga».

Entonces el obrero echó mano al bolsillo y depositó una moneda en la bandeja. Don
Bosco le miró a la cara y le dijo: «Que Dios se lo pague».

El otro repitió el gesto y ofreció dos monedas. Don Bosco, entonces, dijo: «Amigo
mío, ¡que Dios se lo pague cada vez más!».

Aquel hombre echó mano a su portamonedas y depositó un franco. Don Bosco le miró
lleno de emoción y siguió adelante; pero aquel, como atraído por una fuerza mágica, le
siguió por toda la iglesia y lo acompañó hasta la sacristía, salió tras él por la ciudad y no
dejó de seguirle hasta que lo perdió de vista.

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 63; MBe, XV, 64-65.)

«Lo que más llamaba la atención en Don Bosco era su mirada, dulce, es verdad, pero
penetrante hasta lo más íntimo del corazón, tanto, que a duras penas se podía resistir».

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 2; MBe, VI, 26.)

349
28 DE OCTUBRE
VEN CONMIGO A VER LA SANTA FAZ

Lucca, 1879. Iba Don Bosco hacia la catedral con el director a su lado y rodeado de
nobles señores, para venerar la Santa Faz. Ésta es la denominación popular de un
Crucifijo milagroso, que se conserva en Lucca, desde el siglo octavo, y dice la tradición
que fue hecho esculpir por san Nicodemo: raras veces se expone a la pública veneración
y no se descubre en privado más que a importantes personajes y a puertas cerradas. A
Don Bosco no se le pasó por la mente pedir tal privilegio.

Marchaban, pues, a pie por la calle, cuando resonó un grito en los aires: «¡La
bendición!». Eran un padre y una madre que llevaban del brazo a su hijo de unos veinte
años, enfermo de poliomielitis hacía mucho tiempo. Caminaba con mucha dificultad,
arrastrando los pies, y no se podía tener por sí solo.

Don Bosco se acercó. Todos se arrodillaron. La muchedumbre se apiñaba por todas


partes. Así que bendijo al enfermo; los padres lo levantaron en vilo. «Ea, da unos pasos,
veámoslo».

El joven lo intentó y caminaba solo; pero Don Bosco le dijo: «Ea, ven a
acompañarme, que voy a ver la Santa Faz». Y siguiendo la conversación, se
encaminaron juntos. El mozo anduvo con Don Bosco unos doscientos pasos, sin apoyo
de ninguna clase. Pasado el primer estupor, la muchedumbre comenzó a dar voces y los
padres, repuestos del aturdimiento, se separaron en otra dirección con el hijo para ir a su
casa.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 60-61; MBe, XIV, 59-60.)

350
29 DE OCTUBRE
LA SUPERIORA DEBE SER LA PRIMERA

En 1880, sor María Mazzarello quiso visitar las casas de Francia.

Durante aquel invierno, le asaltaba de vez en cuando un dolor sordo al costado, que le
producía una sensible incomodidad, de la que ella no hacía caso. Durante el viaje que
emprendió para acompañar a las hermanas misioneras, le asaltó una fiebre ardiente en
Sampierdarena; mas, a pesar de ello, como se recuperó un poco, embarcó para Marsella
con intención de visitar después a sus hijas de Francia. Pero, al llegar a Saint-Cyr, se le
manifestó una violentísima pleuresía; por lo que hubo de permanecer allí un mes,
sufriendo mucho.

Ya en viaje de vuelta, se encontró en Niza con Don Bosco, a quien preguntó si


recobraría enteramente la salud.

El Santo le contestó, refiriéndole un apólogo: «Un día fue la muerte a llamar a la


puerta de un monasterio. Abrió la portera y aquélla dijo: "Ven conmigo". Pero la portera
respondió que no podía, porque no había ninguna para sustituirla en su labor. Y la
muerte, sin decir nada, entró en el monasterio, repitiendo su "Ven conmigo" a cuantas
encontraba al paso, ya fueran profesas, postulantes o simples estudiantes y hasta a la
cocinera. Pero todas decían que no podían aceptar la invitación, porque todavía tenían
muchas cosas que hacer. Entonces la muerte se presentó a la superiora y le dijo: "Ven
conmigo". También la superiora presentó sus excusas para no tener que seguirla. Pero
esta vez la muerte se mantuvo firme e insistió diciendo: "La superiora debe ir delante de
todas con su buen ejemplo, aun cuando se trate del viaje a la eternidad; por tanto, ven sin
más, porque yo no puedo aceptar tus razones".

No hubo más remedio. La superiora tuvo que bajar la cabeza y seguirla».

Sor María Mazzarello murió santamente el 14 de mayo de 1881, a la edad de 44 años.

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 355; MBe, XV, 310-311.;

351
30 DE OCTUBRE
¿ES HUMILDE DON BOSCO?

En Marsella, el 30 de enero de 1880, Don Bosco fue a celebrar la Misa en la capilla de


las Hermanas de la Visitación. Yacía allí gravemente enferma la señorita Périer, recibida
en el monasterio por ser antigua alumna del instituto y sobrina de una superiora. Atacada
de cáncer y desahuciada por los médicos, esperaba sin remedio el fin de su vida. Como
Don Bosco tenía facultad para entrar en la clausura, fue a la enfermería, donde encontró
a varias enfermas, a cada una de las cuales dirigió palabras de consuelo; al llegar a la
señorita Périer, le dijo:

«¿Y usted no pide permiso para levantarse?».

«Tengo cáncer y es incurable».

«Levántese a mediodía y vaya a comer con las demás».

La bendijo y salió. Acababa él de salir de la habitación, cuando la enferma comenzó a


decir: «Yo no tengo nada. Estoy curada, quiero levantarme, dadme los vestidos». En
efecto, la úlcera maligna había desaparecido.

Don Bosco había dicho a la superiora que pidiera al médico que certificara por escrito
la naturaleza milagrosa de la curación. El médico, buen cristiano, se escandalizó ante tal
petición, por lo que quiso ver a Don Bosco y pedirle una explicación. Mientras
aguardaba en la antesala, decía al director don José Bologna: «¿Es que entre las virtudes
de Don Bosco no está la humildad? ¿No parece vanagloria lo que pide? ¿Querrá acaso
aprovecharse de esta curación para su propio interés?». Don Bologna se esforzó por
explicarle lo sucedido desde otro punto de vista, pero era igual que si hablara a la pared.

Llegó al fin su turno para entrar; qué pasó entre él y Don Bosco nadie lo supo jamás;
lo cierto es que, después de una hora, el director abrió y empujó ligeramente la puerta
para advertir la impaciencia de los que esperaban y vio al médico de rodillas llorando y
con las manos juntas en actitud de orar y a Don Bosco bendiciéndolo.

Cuando salió, dijo a don José Bologna: «No es para él, no; no es para él, sino para los
demás y para gloria de la Virgen».

352
La señorita Périer se hizo después Hija de María Auxiliadora y murió en la casa madre
de Nizza Monferrato.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 410-411; MBe, XIV, 354-355.)

353
31 DE OCTUBRE
SE ESCAPA ANTES DE LA ABSOLUCIÓN

En 1880, un joven, salido del colegio Garibaldi, donde se impartía una educación poco
cristiana, y admitido en el Oratorio contra su voluntad, fue a confesarse con Don Bosco,
pero con tan malas disposiciones, que iba resuelto a no manifestar ni lo más esencial.

El Santo, sin dejarle siquiera abrir la boca, le fue diciendo, uno tras otro, todos los
pecados cometidos.

Aterrorizado el muchacho, se levantó sin esperar la absolución, pero volvió después


para recibirla, cuando hubo recobrado la calma y formulado el propósito de comportarse
mejor en adelante.

Cambió en seguida de conducta, de tal forma que, varios años después, fue admitido
como novicio en San Benigno, donde contó minuciosamente el hecho al gran moralista,
don Luis Piscetta. Preguntado por éste, si verdaderamente se trataba de cosas ocultas y si
nunca las había comunicado a nadie, respondió que eran pecados cometidos a solas, lejos
del Oratorio, y que jamás los había manifestado a nadie.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 678; MBe, XIV, 578.)

354
355
1 DE NOVIEMBRE

El año 1849, el domingo siguiente a la fiesta de Todos los Santos, Don Bosco, después
de hacer en la capilla el ejercicio de la buena muerte, acompañó a todos los muchachos
del Oratorio, internos y externos, a visitar el camposanto y rezar por el alma de los
difuntos. Habíales prometido las castañas al volver a Valdocco.

Mamá Margarita había comprado tres sacos, pero, pensando que su hijo no necesitaría
más que unas pocas para contentar a los muchachos, puso a cocer únicamente dos o tres
cazos.

José Buzzetti, que se adelantó al grupo de muchachos a la vuelta, entró en la cocina,


vio que hervía una olla pequeña y se lamentó con la mamá. Pero ya no podía remediar la
equivocación. Subió Don Bosco al umbral para repartir las esperadas castañas. Buzzetti
vertió la olla en un canastillo que sujetaba entre sus brazos. Don Bosco, creyendo que su
madre había cocido todas las castañas compradas, llenaba de ellas la gorra que cada
muchacho le presentaba. Buzzetti, al ver que daba demasiadas a cada uno, le gritó:

«¿Qué hace usted, Don Bosco? No tenemos para todos. Si sigue dando así, no llegan
ni para la mitad».

Pero Don Bosco continuó dando a los demás la misma cantidad que a los primeros,
hasta que, por fin, no quedaron en el canasto más castañas que para dos o tres raciones.
Sólo una tercera parte de los muchachos había recibido sus castañas y eran cerca de
seiscientos. A los gritos de alegría sucedió un momento de silencio y de ansiedad, dado
que los más próximos se dieron cuenta de que el cesto estaba casi vacío.

Entonces Don Bosco tomó un gran colador de la cocina, lo llenó de castañas y siguió
repartiendo las pocas que quedaban. Aquí comenzaron las maravillas. Buzzetti estaba
fuera de sí. Don Bosco hundía el colador en el canasto y lo sacaba lleno hasta rebosar.
¡La cantidad que había en el canasto parecía que no disminuía! Y no fueron dos o tres,
sino cerca de cuatrocientos los que recibieron castañas para saciarse.

Y resonó un grito universal: «¡Don Bosco es un santo!».

(Cf. Memorie Biografiche, III, 576-577; MBe, III, 442-444.)

356
357
2 DE NOVIEMBRE
LAS OREJAS DE DON BOSCO

Sor Brambilla, Hija de la Caridad, una vez recibido el hábito religioso, el 4 de


septiembre de 1880, fue destinada al orfanato femenino de Sássari. Marchó para Cerdeña
en compañía de otras dos hermanas mayores.

«Salimos el 11 de septiembre de 1880 - escribió años después-. Una vez que nos
acomodamos en el departamento del tren que nos habían asignado, no coloqué mi
equipaje, que llevaba mi nombre, en lo alto, como hicieron mis compañeras, sino que lo
puse debajo del asiento, de forma que no se viese.

Pocos minutos después, subieron al tren un señor y un sacerdote y se sentaron


precisamente frente a nosotras. Se recorrió un buen trecho en silencio y llegamos a Asti,
primera parada: muchos jóvenes se aproximaron a la ventanilla abierta y saludaron
cordialmente al buen sacerdote, diciéndole: Cerea, Dum Bosch (repitiendo el saludo:
¡Buenos días, Don Bosco!).

Entonces me atreví, fijé la vista en el santo sacerdote y comprendí que era


precisamente el Don Bosco que tanto bien hacía a los muchachos y que aquellos jóvenes
seguramente habían sido alumnos suyos.

Pero, en razón de la gran influencia que ejercía sobre los jóvenes, me lo había
imaginado alto de estatura, fuerte y de aspecto imponente... mientras, por el contrario,
era un sacerdote que nada tenía de extraordinario, y noté entonces (pensé para mí) que
sus orejas eran algo grandes.

Reanudada la marcha del tren, de repente se volvió Don Bosco a su compañero y le


dijo: "Una vez tuve el capricho de hacerme una foto y, cuando el fotógrafo me entregó
seis pequeños retratos, al observar uno de ellos, exclamé maravillado: ¡Oh!, creía ser alto
de estatura, robusto, de aspecto imponente, mientras no tengo nada de extraordinario, e
incluso tengo las orejas un poco grandes"». La pobre hermana se ruborizó hasta los
cabellos.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 675-676; MBe, XIV, 576-577.)

358
3 DE NOVIEMBRE
¿ORFANATO FEMENINO 0 MASCULINO?

Pero los contratiempos de sor Brambilla no terminaron allí.

Don Bosco, para distraerla, le preguntó sonriente:

«Hermanita, ¿a dónde va?».

«A Cerdeña. Voy destinada a un orfanato femenino».

«Pero, ¿y si por el contrario tuviese que encargarse de los chiquillos?».

«No, no me gustaría».

«Sin embargo, se puede hacer mucho bien con los golfillos».

Entretanto, llegaron a Sampierdarena. Don Bosco se dispuso a bajar, saludó con su


«ciarea» a las compañeras de viaje y volviéndose a la hermanita joven, le dijo: «Sor
Brambilla, que trabaje mucho con los muchachitos».

Una vez que las hermanitas llegaron a Livorno, encontraron en la residencia de sus
hermanas una carta para ellas. La destinataria recibía el encargo de comunicar a sor
Brambilla que ya no debía ir al orfanato femenino, sino al hospicio masculino. Más tarde
comprendió, ya en su destino, el porqué del consejo que Don Bosco le dio al despedirla.

Se trataba de una casa paupérrima con cincuenta niños huérfanos que cuidar e instruir;
dos de las cinco hermanas que estaban trabajando allí, habían ido a recibir el premio de
sus sacrificios en los últimos seis meses. Ella, pues, tuvo que compartir aquel cúmulo de
trabajo con las supervivientes y, cincuenta años después, para gloria de Don Bosco, nos
contaba de viva voz y por escrito el precioso encuentro.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 676-677; MBe, XIV, 577.)

359
4 DE NOVIEMBRE
UNA EXTRAÑA ENFERMEDAD DE NERVIOS

En 1880 Don Bosco era esperado en Francia con impaciencia por la familia De Barbarin,
en la que una hija de 24 años, de nombre María, padecía una extraña enfermedad de los
nervios. No podía moverse.

Hacía años que yacía tendida en su cama; de ordinario estaba sin sentido, con la boca
abierta, la lengua fuera y dando la impresión de que estaba muerta.

Don Bosco había prometido ir a bendecirla y luego se quedaría a comer con ellos.

Toda la familia le esperaba con devoción...

Entró en el cuarto de la enferma, hizo tirar algunas botellas con agua manipulada y
luego habló un buen rato de María Auxiliadora. Mientras tanto, llegó la hora de comer y
Don Bosco invitó a todos a rezar junto a la enferma. Luego le dijo: «¡Ahora te toca a ti
hacer ver lo que puede hacer la Virgen Auxiliadora! ¡Levántate y ven con nosotros a
comer!».

Todos se miraron, abriendo los ojos... y luego pasaron al salón con Don Bosco para
dar tiempo a la enferma para levantarse. Y compareció ante los ojos maravillados de
todos en el comedor, donde la colocaron a la derecha de Don Bosco. Tomó parte en la
conversación de todos, comió, bebió ante el estupor de su anciana madre, que no hacía
más que mirarla, sonreír y llorar de emoción.

La pobre enferma siguió bien. No parecía la de antes.

(Cf. Francesia, La Vergine Immacolata, 77.)

360
5 DE NOVIEMBRE
MILAGRO CON LOS DUQUES DE NORFOLK

Este milagro sucedió en la basílica de María Auxiliadora, en el altar de San Pedro (donde
hoy se levanta el altar monumental de Don Bosco), en presencia de los duques de
Norfolk.

Era el 24 de mayo de 1885, y Don Bosco celebró la Misa para los dos ilustres
personajes ingleses.

Como suele hacerse cuando algunas personas han de comulgar infra Missam, en un
altar donde no hay sagrario, se puso sobre el ara un pequeño copón con las formas
suficientes para que comulgaran los duques y su séquito. El Santo las consagró.

Al llegar el momento de la comunión, las numerosas personas que se agolpaban fuera


de la balaustrada y en los bancos más próximos, apenas vieron que el celebrante, aquel
celebrante, después de dar la comunión a los señores, la repartía también a los de su
acompañamiento, que uno tras otro subían y se arrodillaban en la grada del altar, se
acercaron ellos también para comulgar. El monaguillo y el sacristán hicieron lo posible
para convencer a aquellas personas de que no había formas suficientes y convenía
reservar para los ingleses las que se habían consagrado; pero todo fue inútil, pues nadie
estaba dispuesto a ceder. Era una suerte nunca vista, la de poder comulgar de manos de
Don Bosco.

Y éste, notando el nerviosismo por disuadir a las personas extrañas, dijo al ayudante:
«Déjalos, no te preocupes...».

«Pero es que las formas están contadas... ¿Quiere usted que diga que las traigan del
altar mayor?».

«¡Deja, deja!».

El monaguillo no se atrevió a insistir, pero contemplaba mientras tanto con creciente


estupor un verdadero milagro de multiplicación de las hostias. Don Bosco, sin partir ni
siquiera una hostia, iba dando la comunión a decenas de fieles. Asegura don José
Grossani, que los comulgantes superaron la cifra de doscientos.

361
(Cf. Memorie Biografiche, XVII, 520-521; MBe, XVII, 447-448.)

362
6 DE NOVIEMBRE
OIGO RUIDO DE DINERO

Don Bosco quería que el dinero enviado por los familiares fuese entregado al ecónomo,
para administrarlo prudentemente, según las necesidades y deseos del dueño. Era una
medida razonable para evitar muchos desórdenes.

El 31 de enero de 1862, Don Bosco paseaba, después de comer, bajo los pórticos, en
compañía de unos jóvenes, cuando de repente se detuvo, llamó al diácono Juan Cagliero
y le dijo en voz baja: «Oigo dinero que suena, pero no sé dónde se juega. Anda, busca a
estos tres jóvenes (y le dijo sus nombres) y los hallarás jugando».

Cagliero buscó por todas partes, sin conseguir dar con ellos.

Cuando, de pronto, vio aparecer a uno de los tres. Al momento le preguntó: «¿De
dónde vienes, dónde te habías metido? Hace tiempo que te buscaba sin encontrarte».

«Estaba en tal y tal lugar entretenido».

«¿Qué hacías allí?».

«Jugaba a los bolos con N. y R.».

«¿Jugabas dinero, verdad?».

El joven masculló unas palabras, pero no negó que en efecto jugaban dinero.

El diácono fue al lugar indicado, que estaba bastante escondido, pero no encontró a
los otros dos. Siguió buscando y llegó a saber con certeza que éstos, diez minutos antes,
habían estado jugándose acaloradamente una buena cantidad de dinero. Entonces
comunicó a Don Bosco el resultado, el cual, al día siguiente, contó que en la noche
precedente había visto durante el sueño a aquellos tres jugando apasionadamente el
dinero.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 50-51; MBe, VII, 55.)

363
7 DE NOVIEMBRE
¡ESTA HERMANA ESTÁ MADURA PARA EL CIELO!

Del 29 de marzo al 1 de abril de 1880, Don Bosco fue a Nápoles. En aquel breve tiempo
tuvo ocasión de visitar a las monjas salesas o de la Visitación de Santa María.

Vivían en el monasterio dos monjas profesas desde 1876 y enfermas. Con la


esperanza de que la bendición de Don Bosco las curase, se presentaron a él. Él bendijo a
la primera y le dijo:

«Jesús la quiere por compañera en su coronación de espinas. Sin embargo, trabajará


mucho por esta casa».

En efecto, vivió hasta 1920, ocupando los principales cargos, pero siempre
atormentada por su dolor de cabeza.

Bendijo a la segunda, animándola a sufrir; después, dijo aparte a la superiora, fallecida


en 1881: «Esta hermana está madura para el Cielo».

En efecto, a los pocos meses dejó de vivir.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 454-455; MBe, XIV, 390-391.)


Máximas de Don Bosco:

«Cuando vayamos a morir sólo recogeremos lo que hayamos sembrado en esta vida».

(Cf. Memorie Biografiche, IX, 807; MBe, IX, 718.)

«Hay que trabajar como si no se debiese morir nunca y vivir como si se debiese morir
cada día».

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 484; MBe, VII, 414.)

364
8 DE NOVIEMBRE
RESIGNARSE A LA VOLUNTAD DE DIOS

Llególe al Santo una carta de Francia en la que una señora le pedía que enviase una
bendición para su única hija gravemente enferma.

«Aquí hay una señora que me pide oraciones especiales para la curación de su hija que
apenas tiene dos años - dijo a don Francisco Dalmazzo-. ¿Qué debo contestarle? Su hija
morirá ciertamente. Escríbele que rezaré para que se cumpla la santa voluntad de Dios,
resignándose a sus divinas disposiciones».

Don Dalmazzo escribió la carta y suavizó la expresión, exhortando a la señora a


mantenerse completamente resignada a la voluntad de Dios y asegurándole que, mientras
tanto, se rezaría.

La señora, que supo leer entre líneas, envió en seguida a Don Bosco un telegrama,
renovando la petición de oraciones y anunciando que seguía una carta.

Don Dalmazzo presentó el telegrama a Don Bosco y le preguntó qué debía responder.

«Ninguna respuesta», dijo Don Bosco.

Al poco rato llegó la carta. La pobre madre, casi delirando con el pensamiento de que
iba a perder a la hija, quería que curara con las oraciones de Don Bosco. Don Dalmazzo
volvió a preguntar qué respuesta daba.

«Nada. Ella no sabría educar a esa niña; por tanto, es mejor para su alma que muera».

Un telegrama anunció cinco días más tarde la muerte de la niña.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 478; MBe, XIV, 410.)

365
9 DE NOVIEMBRE
¡EA, MARÍA, COMENCEMOS!

El 17 de febrero de 1880, Don Cagliero escribía así a Don Rua:

«Marseille est bouleversée, y su movimiento, su entusiasmo y arrebato por ver a Don


Bosco [...] me recuerdan lo que sucedió en Roma en 1864, cuando hacía allí lo mismo
que está haciendo aquí.

Se ha establecido una especie de corriente eléctrica por todos los barrios de la ciudad
para comunicar a todos cuanto Don Bosco ha dicho, ha hecho y va a hacer a favor de
toda clase de menesterosos espirituales y corporales [...]. Este extraordinario concurso de
gente, grandes y pequeños, ricos y pobres, religiosos y seglares, crece y aumenta cada
día más.

Como todos los necesitados antes aludidos son grandemente favorecidos, ha habido
que diferir la salida de Marsella hasta el domingo. Marsella es ciudad de grandes
fortunas, de mucha fe y enormes necesidades.

Y no exagero al afirmar que Don Bosco, si el tiempo se lo permitiera, sería capaz de


hacer aquí lo que el profeta Jonás en Nínive. A sus pies caen de rodillas, deshechos en
llanto, hombres bigotudos que meten miedo, pecadores empedernidos, mujeres
vanidosas y religiosos tibios. Pero lo que más admira y asombra es que se abren a la
beneficencia y a la caridad carteras cerradas hasta ahora e insensibles a las necesidades
del pobre».

Don Bosco estaba en Francia desde el 14 de enero y en Marsella desde el 19. Por una
carta de don Ronchail del 30 de enero, sabemos que en la primera semana las cosas no
estaban precisamente así: «Mucho entusiasmo pero ningún dinero». Fue después de que
Don Bosco dijo a la Virgen: "¡Ea, comencemos!", cuando las cosas tomaron otro cariz y
la avalancha amenazó con arrollarlo juntamente con sus secretarios».

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 417-418; MBe, XIV, 360.)

366
10 DE NOVIEMBRE
LA CONVERSIÓN DE UN DESCREÍDO

Presentóse a Don Bosco en Marsella una señora que se quejaba amargamente de que su
marido se obstinaba en hacerse descreído y de que tenía un hijo de cinco años que era
mudo. Don Bosco la consoló, prometiéndole que rezaría por la conversión del esposo y
por la curación del hijo; pero le recomendó que rezara ella también, haciendo la
acostumbrada novena a María Auxiliadora.

Cuando volvió a casa dijo la señora a su marido que había visto a Don Bosco. Aquél
se enojó, montó en cólera y gritaba que Don Bosco era un cura y él no creía en los curas.
Con sus palabras mezclaba blasfemias contra Dios e imprecaciones contra la mujer.

Cuando se calmaron las furias, sentáronse a comer. En el curso de la conversación,


dijo la señora que había encomendado a Don Bosco la curación del hijo; pero el otro se
encogió de hombros. Pues bien, en aquel momento, gritó de repente el pequeñín: «¡Papá,
papá!». Era la primera vez que oían su voz.

El padre, emocionado, pero no vencido, se enterneció, se levantó de la mesa y se


encerró en su habitación. A la mañana siguiente, fue a visitar a Don Bosco y le declaró
francamente que le repugnaba prestar fe a los sacerdotes. Y Don Bosco, poquito a poco,
fue iluminándolo, hasta que aquél, que ya tenía el corazón alborotado con el portento del
día anterior, se rindió, movido también por la bondad de su interlocutor.

La conversión acabó con la confesión del incrédulo, que puso en sus manos una
generosa limosna al despedirse.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 414; MBe, XIV, 356-357.)

367
11 DE NOVIEMBRE
¡EL ABATE BONOMO!

Un día del año 1880, Don Bosco alquiló en Niza un coche del servicio público en una
plaza; cuando llegó la hora de pagar, se dio cuenta de que no llevaba dinero; dijo
entonces al cochero que había dejado el portamonedas en casa, pero que pasase por el
Patronato de San Pedro y allí le pagarían.

«¿Por quién debo preguntar?».

«Por mí: ¡Abate Bonomo!» (Buen hombre).

Al caer de la tarde llegó el cochero al Patronato. Don Bosco se había olvidado de


advertir lo sucedido a los de casa. Así que, cuando preguntaron a nuestro hombre a quién
buscaba, contestó como acabamos de decir. El secretario, enfadado, le dijo señalándole
la puerta:

«Aquí no hay ningún Bonomo».

Pero el hombre levantó tanto la voz, que Don Bosco, al oír el altercado y comprender
el motivo, se asomó.

«Voilá l'abbé Bonhomme! (¡Ese es el abate Bonomo!)», gritó triunfante el cochero,


precipitándose hacia el recién llegado.

Don Bosco riendo le pagó, dándole más de lo que él se esperaba, en razón del
equívoco que había causado con aquel epíteto a su cargo. Efectivamente, se había
olvidado de avisar en casa de la broma inocente que había procurado daños al cochero.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 435; MBe, XIV, 374.)

368
12 DE NOVIEMBRE
TERREMOTO EN EL VATICANO

Durante la Semana Santa de 1880, se movía por Roma una peregrinación francesa.

El día 24 por la mañana fue Don Bosco con don Francisco Dalmazzo a ver al cardenal
Nina y entró en la antesala del Secretario de Estado. Atestada de aquellos peregrinos,
entre los que se hallaba un grupo de señores y señoras procedentes de Marsella que lo
reconocieron y exclamaron todos a una: «Ii y a Don Bosco!». Al oír este grito, todos los
presentes se dirigieron precipitadamente hacia él y se pusieron de rodillas pidiendo la
bendición.

Don Bosco, sorprendido por aquel acto imprevisto, se echó atrás, rehusando y
diciendo que en aquel lugar no estaba permitido a ningún sacerdote bendecir, sino que
esto pertenecía sólo al Papa. A pesar de ello, insistían en que querían su bendición.

Téngase presente que aquel correr hacia Don Bosco y echarse al suelo hizo temblar el
pavimento, de tal modo que en las salas contiguas y superiores sufrieron la impresión de
un terremoto. Acudieron algunos monseñores para ver qué había sucedido. Incluso el
cardenal se asomó; pero, conmovido ante la singular escena, dijo a Don Bosco:

«Bendígales, pues de otro modo no se levantarán».

Entonces Don Bosco los bendijo.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 446; MBe, XIV, 384.)

369
13 DE NOVIEMBRE
¡Y YO QUIERO EL MAL!

El 3 de abril de 1880, llevaron a Don Bosco, a una endemoniada para que la exorcizase.
Él lo hizo con un exorcismo privado, encontrándose en Roma y careciendo de la
autorización para hacerlo solemnemente.

En el momento en que la bendecía y pronunciaba sobre ella el nombre de Jesucristo y


de María Auxiliadora, poco faltó para que el diablo no ahogara a su víctima.

Don Bosco preguntó al espíritu maligno su nombre y contestó: Petrus. Nótese que la
mujer era una pobre campesina; sin embargo, hablaba incluso el inglés. Se le preguntó,
en nombre de Dios, cuántos años hacía que poseía a aquella persona.

De dos a tres años».

¿Y qué haces aquí?».

«Hago de guardián de Santa (era el nombre de la posesa)».

¿Dónde estabas antes?».

En el aire. Vosotros tenéis que luchar mucho contra mí».

«¿Por qué no quieres salir de ella? ¿No ves que aumentas tus penas, tu mal?».

Yo quiero el mal».

En el coloquio estaba presente un señor que dijo que nunca había creído en el diablo;
pero que ahora sí creía «porque lo he visto».

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 458-459; MBe, XIV, 394.)

370
14 DE NOVIEMBRE
DON BOSCO CONDENADO A MUERTE

Hacia el final de junio de 1880, un ex alumno del Oratorio, que se llamaba Alejandro
Dasso y vivía en Turín, se presentó en la portería de Valdocco pidiendo hablar con Don
Bosco. Tenía los ojos extraviados y parecía un hombre abstraído y preocupado por algo
que atender muy distinto de quien estaba delante.

Don Bosco lo recibió con su acostumbrada amabilidad; pero, como el mozo callaba y
parecía que una creciente agitación lo llevaba al paroxismo, el Santo le preguntó: «¿Qué
quieres de mí? ¡Habla! Ya sabes que Don Bosco te quiere».

Entonces el infeliz se postró de rodillas, rompió a llorar y, sollozando, le contó una fea
historia.

Se había inscrito en la masonería, la secta que había condenado a muerte a Don


Bosco, y se habían sacado a suerte doce nombres, doce individuos que debían sucederse
por aquel orden para cumplir la sentencia.

«¡A mí me ha tocado ser el primero, precisamente a mí! ¡Y para esto he venido!. Pero
yo no haré jamás semejante acción. Cargaré sobre mí la venganza de los otros; revelar el
secreto es mi muerte, estoy perdido, ya lo sé, pero ¿matar yo a Don Bosco? ¡Jamás!».

Dicho esto, sacó el arma escondida y la arrojó al suelo.

Don Bosco intentó calmarlo, darle seguridad, pero todo fue inútil, el pobrecito salió
precipitadamente de la habitación como si una fuerza misteriosa lo empujase hacia el
abismo. El Santo escribió rápidamente una cartita al padre, hombre muy prudente,
invitándole a ir urgentemente al Oratorio, donde le puso al tanto de todo. Pero su hijo
desgarrado por los remordimientos, el 23 de junio se echó vestido a las aguas del Po. Los
empleados de consumos lo sacaron a tiempo y lo entregaron a dos policías, que se lo
llevaron a su casa. Dos días más tarde escribió el padre a Don Bosco para contarle lo
sucedido y pedirle ayuda. Don Bosco, después de socorrerlo generosamente, le pudo
facilitar la fuga al extranjero y buscarle un asilo seguro, donde vivió desconocido hasta
el fin de sus días.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 516; MBe, XIV, 441-442.)

371
372
15 DE NOVIEMBRE
¿QUÉ BUSCA, SEÑOR?

En diciembre de 1880, un joven, como de unos veinticinco años, fue a visitar a Don
Bosco, quien le indicó cortésmente que se sentara a su lado en el sofá. Su cara inspiraba
poca confianza, desde el primer momento, algo siniestro, que relampagueaba en sus ojos,
aconsejó a Don Bosco a ponerse enseguida en guardia y vigilar sus movimientos. Un
nerviosismo mal reprimido le agitaba. De pronto, en la agitación se le resbaló del bolsillo
al diván un pequeño revólver de seis tiros.

Sin que él se diera cuenta, Don Bosco puso diestramente la mano encima y despacito
se lo metió en el bolsillo. Aquél, en su desatinado hablar, había soltado frases
provocativas, como si quisiera armar camorra... Al llegar a cierto punto, volvió su
fulmínea mirada alrededor, echó su mano derecha al bolsillo, hurgó una y otra vez con
señales de extrañeza y despecho, se puso en pie, observó acá y allá y no se calmaba.
También Don Bosco se había levantado y, mientras seguía el otro sus frenéticas
pesquisas, con toda tranquilidad le preguntó: «¿Qué busca, señor?».

«Tenía una cosa aquí en el bolsillo... Pero, ¿dónde habrá ido a parar?».

«¿Es esto lo que usted busca, verdad?», dijo Don Bosco apuntando el arma contra él.

El bribón quedó de piedra y quiso apoderarse de su revólver. Pero Don Bosco le


intimidó con energía: «¡Salga inmediatamente de aquí y que Dios tenga misericordia de
usted!».

Dos personas de la casa, que comprendieron de qué se trataba, le acompañaron hasta


la calle, donde lo esperaba un grupo de jóvenes de mala catadura, que hablaban en voz
baja junto a un carruaje. Comprendiendo que el golpe había fallado, unos saltaron al
coche, que desapareció con la velocidad del rayo, y otros pusieron pies en polvorosa,
mientras nuestro amigo, mohino y cabizbajo, siguió calle Cottolengo adelante.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 517-518; MBe, XIV, 442-443.)

373
16 DE NOVIEMBRE
¡NUNCA MAS ESTOS PECADOS!

Un muchacho del Oratorio tuvo la desgracia de caer y recaer en pecado grave contra la
virtud angélica, durante el tiempo de las vacaciones.

En otoño de 1880, vuelto del pueblo con el alma manchada por el pecado, corrió en
seguida a confesarse con Don Bosco, el cual hizo con él lo que no se sabe haya hecho
nunca con otros.

Oída la confesión, apretó muy fuerte la cara del penitente contra la suya, diciéndole:
«¡Quiero que no cometas estos pecados en toda tu vida!».

Diríase que en aquel momento el amor a la pureza del alma del confesor se
transfundió al alma del pequeño pecador; pues éste, crecido y hecho religioso, en 1899
decía estar dispuesto a jurar ante Dios el efecto prodigioso que en él se produjo, con la
que monseñor Costamagna llama «caricia extraordinaria, excepcionalísima en Don
Bosco».

El efecto fue que le pareció sentir extirparse de su corazón las perversas inclinaciones,
hasta el punto de que hizo el servicio militar, se fue de vacaciones y viéndose en uno y
otro tiempo expuesto a graves peligros de ofender a Dios, nunca más cayó en sus
antiguas miserias.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 548; MBe, XIV, 469.)

A propósito de la pureza, Don Bosco dijo: «¡Qué hermosa es esta virtud! Quisiera
emplear días enteros para hablaros de ella... Es la virtud más esplendorosa y, al mismo
tiempo, la más delicada entre todas».

(Cf. Memorie Biografiche, XII, 564; MBe, XII, 476.)

374
17 DE NOVIEMBRE
¡QUÉ CABEZA MAS DURA!

En noviembre de 1880, Don Bosco había ido a predicar el sermón de difuntos en la


parroquia de San Martín de Tánaro (Alessandria). El párroco, hombre conocido por lo
obstinado que era en sus ideas, había fundado una pequeña congregación religiosa
femenina, empleando para ello un capital de doce mil liras y exigiendo de cada
postulante mil liras de dote, cuya suma aseguraba con una hipoteca, si la dote no era
entregada enseguida. Aquel día había invitado a comer a algunos sacerdotes. Presentaron
a la mesa un hermoso pavo.

Don Bosco se sirvió solamente la cabeza y, golpeándola con el cuchillo, decía:

«¡Qué cabeza más dura! ¡Qué cabeza más dura!».

El párroco le puso otra vez delante la fuente para que se sirviera mejor.

«Deje que atienda a lo mío», contestó Don Bosco.

Y seguía descargando golpes y repitiendo:

«¡Qué cabeza más dura! ¡Qué cabeza más dura!».

Por fin, consiguió romper el hueso.

«¡Quién diría - exclamó entonces-, que en una cabeza tan dura, hubiese tan poco
seso!».

Los que estaban a su lado, que lo oyeron, comprendieron muy bien que la lección era
para el párroco; pero éste no se dio por aludido.

Lo cierto es que los hechos demostraron cuánto necesitaba semejante lección. En


efecto, muerto en 1890, dejó un testamento hecho con tan poco criterio que el
Ayuntamiento, aunque reconoció sus méritos a favor del pueblo, no se atrevió a
dedicarle ni una lápida conmemorativa, como alguno había propuesto.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 556; MBe, XIV, 475.)

375
376
18 DE NOVIEMBRE
SIN CONDECORACIONES

Un día de 1880 estaba sentado a la mesa del señor X., en su casa de campo de
Moncalieri, con muchos otros invitados. La mayor parte de éstos para honrar al anfitrión
llevaban sobre el pecho sus condecoraciones caballerescas; también había algunos
eclesiásticos condecorados con semejantes cruces.

Llegados al momento en que la conversación empezaba a animarse, a Don Bosco se le


ocurrió decir: «¡Bonita figura la mía, sin ningún título! ¡No soy comendador, ni
caballero! No soy profesor, ni tengo el diploma de primera clase elemental. Cuando me
presente a san Pedro, me dirá: ¿Cómo es eso? ¿Valía la pena vivir tanto tiempo sin
obtener un carné, una cruz? ¡Fuera, fuera de aquí! Y me dará con las llaves en las
narices».

Todos se reían, sobre todo por la manera de decir aquellas palabras. Después, dijo la
señora: «Usted no tiene nada, porque no quiso aceptar nada».

Los convidados callaron.

«¿Qué dice usted? ¿Qué yo no quiero aceptar nada?. Haga la prueba; deme unos miles
de liras para mis pobres muchachos y ya verá usted ¡si no quiero aceptar nada!».

La señora, desorientada ante una respuesta tan imprevista, intentaba hallar palabras
adecuadas al caso; entonces Don Bosco le auxilió cambiando mañosamente de
conversación.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 555; MBe, XIV, 474-475.)

377
19 DE NOVIEMBRE
EL ESPÍRITU DE CARIDAD

En marzo de 1880, Don Bosco, pasando por Niza Mare, reunió a sus cooperadores en la
modesta sala que servía de capilla en el Hospicio de San Pedro.

A pesar de la estrechez del lugar, siendo numerosa la afluencia, después de haber


hecho una atrayente exposición de sus obras, Don Bosco quiso pasar él personalmente
recogiendo limosnas con la bandeja.

Un señor había echado una moneda de oro y Don Bosco dijo en voz alta: «Dios se la
devuelva».

«¡Oh, si es así, me devuelva más!», repitió el señor, y redobló la oferta.

(Cf. D'Espiney, Don Bosco, 24.)

Don Bosco solía decir:

«"Dad y se os dará", dice el Señor en el Evangelio; y no: "Prometed y se os dará"».

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 558; MBe, XV, 481.)

«El que quiera hacer la caridad, hágala mientras goza de salud y no espere a morir.

(Cf. Memorie Biografiche, IX, 669; MBe, IX, 597.)


«Las manos de los pobres llevan nuestras limosnas al paraíso».

(Cf. Memorie Biografiche, XVII, 70; MBe, XVII, 69.)

378
20 DE NOVIEMBRE
¡ALABADO SEA JESUCRISTO!

Un día de 1880, Don Bosco, en viaje por Francia, estaba sentado en la estación de
Ventimiglia aguardando el tren. Delante de él un chiquillo de siete u ocho años se movía
mucho. Era hijo del mesonero. Iba, venía, hablaba con uno y con otro de los clientes o de
los camareros del mesón, ya se acercaba al padre, ya a la madre, era un azogue. De vez
en cuando repetía la palabra Chisto (Quisto). Don Bosco seguía con los ojos al pequeño
blasfemo, hasta que éste se acercó a él junto con su madre.

«Acércate, pequeñín», le dijo. Luego preguntó a su madre: «¿Me permite que le diga
una palabra a su hijo?».

«Pues sí, hágalo».

«Escúchame; ¿quieres que te enseñe a pronunciar bien las palabras?. Ante todo,
quítate la gorra».

El pequeño se la quitó. Entonces Don Bosco fue diciendo: «Estate atento. Se dice
Cristo y no Quisto, y de esta manera: Mira. En el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo. Amén». Y santiguándose, siguió: «Alabado sea Jesucristo. Fíjate bien: no
Quisto, sino Cristo».

Mientras tanto, le había hecho corro la gente y, entre los demás, también su padre, que
exclamó: «¡Tiene usted razón, reverendo! Se adquieren ciertas costumbres sin darse
cuenta y los pequeños aprenden de los mayores. Yo también tengo esta costumbre y, más
pronto o más tarde, me la he de quitar».

«Espero que sea pronto», observó Don Bosco, sin añadir una palabra más.

El mesonero se retiró en seguida para atender a los viajeros; el pequeñín le siguió y


todos se alejaron.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 397-398; MBe, XIV, 343.)

379
21 DE NOVIEMBRE
DIEZ LIRAS POR UNA MISA

Cuando se alejaron los viajeros de aquel mesón de Ventimiglia, después de algún


instante la madre del pequeñín se le acercó y le dijo: «¿Tendría la bondad de celebrarme
una Misa?».

«¡Con mucho gusto!».

«Tome, pues...».

«Sobra la limosna. La celebraré igualmente según su intención».

«No, tome; hágame el favor».

La señora le entregó un sobre con diez liras y se retiró visiblemente conmovida. Desde
aquel día, siempre que Don Bosco pasaba por allí, ella, enterada ya de quién era, le daba
diez liras de limosna para la celebración de una Misa.

El año de la exposición nacional en Turín, entró Don Bosco en el recinto y, al pasar


delante de un restaurante, oyó que le saludaba una señora: era la dueña del mesón de
Ventimiglia, que se dio a conocer y le pidió que le permitiera hacerle una visita en el
Oratorio. Quería hablarle para colocar a su hijo en el colegio de Alassio y deseaba
obtener la admisión del mismo Don Bosco.

(Cf. Memorie Biografiche, XIV, 398-399; MBe, XIV, 343-344.)

Mamá Margarita a Don Bosco: «Acuérdate que empezar a decir Misa quiere decir
empezar a sufrir».

(Cf. Memorie Biografiche, 1, 522; MBe, 1, 414.)

Y Don Bosco: «La frecuente Comunión y la Misa diaria son las columnas que deben
sostener un centro educativo».

(Cf. Memorie Biografiche, III, 354; MBe, III, 277.)

380
22 DE NOVIEMBRE
SEVERO PERO JUSTO

En el grupo de música instrumental, numeroso y bien adiestrado, un relevante organista,


que vivía a pensión en el Oratorio, daba muchas lecciones de piano en la ciudad y era
cumplidamente retribuido. Parecía y era bueno, pero perdía a veces la cabeza y le
costaba obedecer. Los muchachos músicos habían contraído gran familiaridad con este
compañero y admirado maestro de música y, a veces, se dejaban guiar por ciertas
máximas suyas, contrarias a la sumisión debida a los superiores.

Don Bosco vigilaba.

Algún año, por motivos especiales, les había prometido celebrar la fiesta de Santa
Cecilia, cuando caía en día laborable, con un paseo y una comida campestre en un lugar
designado por él. En 1859 Don Bosco comenzó a prohibir esta diversión. Los
muchachos músicos no protestaron, pero intrigados por alguno de sus jefes, con la
promesa de obtener el perdón de Don Bosco, y también con la esperanza de la
impunidad, la mitad de ellos resolvió salir del Oratorio y celebrar una comida, algunas
semanas antes de la fiesta de Santa Cecilia.

Solo Buzzetti, invitado a última hora, se negó a unirse con aquellos desobedientes y
fue a informar de ello a Don Bosco.

Con toda calma disolvió el Santo la banda de música y dio orden a Buzzetti de retirar
y guardar los instrumentos y pensar a qué nuevos alumnos convenía entregarlos para que
aprendieran y se ejercitaran. Al día siguiente por la mañana llamó uno por uno a todos
los músicos rebeldes y se lamentó con ellos de que le obligaran a ser severo. Dioles
después unos avisos para la salvación del alma y, sin más, envió a unos a sus casas y a
otros a sus bienhechores, y recomendó a los demás a diversos dueños de talleres.

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 307-308; MBe, VI, 239-240.)

381
23 DE NOVIEMBRE
TENGO NECESIDAD DE 30.000 LIRAS

Durante los ocho días que, en marzo de 1880, Don Bosco pasó en Niza Mare, Ernesto
Harmel quiso celebrar con los niños de aquel instituto salesiano una comida, a la que
invitó también a otros amigos de Don Bosco.

Mientras estaban esperando que se sentase a la mesa, conversaban amigablemente el


activo abogado Michel y Don Bosco, el cual, entre un tema y otro, habiendo notado cuán
pequeña resultaba para el número de los alumnos la capilla del hospicio y qué poco
digno tener al Señor en un lugar como aquél, dijo: «Me han presentado un proyecto de
vuestro buen arquitecto Levrot, pero hacen falta 30.000 liras».

«¡Treinta mil liras! - exclamó el abogado-. Mucho me temo que no logre recogerlas en
Niza en estos pocos días; porque en el invierno hemos tenido la lotería y recogido ofertas
de todo género, de modo que las bolsas están resecas».

«Y sin embargo, yo tendría necesidad de estas 30.000 liras».

Mientras tanto, reunidos todos los invitados, fueron a la mesa; al llegar a la fruta, el
notario Saetto se levantó y dijo a Don Bosco: «Sepa, Don Bosco, que una persona
caritativa me ha dado 30.000 liras para entregárselas a usted, y que usted puede
recogerlas cuando quiera en mi estudio».

«¡Sea alabada María Auxiliadora, exclamó Don Bosco uniendo las manos y
levantando los ojos al Cielo. Esto es el principio!».

Imaginad cómo quedó Michel al ver llegar de este modo la suma precisa, pocos
minutos antes deseada.

(Cf. D'Espiney, Don Bosco, 206.)

382
24 DE NOVIEMBRE
UN MAL INCURABLE

Don Bosco, acompañado del excelente abogado Ferraris, en abril de 1880 volvió a dar
vueltas por la Liguria en busca de limosnas. Vivía en Porto Mauricio una señora llamada
María Acquarona, soltera, que hacía diez años guardaba cama por una enfermedad
incurable en la espina dorsal.

Todo el vecindario la conocía. Tuvo primero intención de enviar simplemente una


limosna a Don Bosco; pero luego pensó que era mejor rogarle que le hiciera una visita y
le diera su bendición.

Don Bosco fue y se le recibió con muestras de la más grande alegría. Estaban con la
enferma una hermana y el cuñado, abogado Ascheri, que en pocas palabras, le explicó la
naturaleza y circunstancias de la enfermedad, de la que los médicos no daban esperanzas
de curación.

Don Bosco la invitó a confiar en la Santísima Virgen, la bendijo y le señaló unas


oraciones para que las rezara a continuación; y de allí pasó a otra habitación, donde se
detuvo un ratito hablando con los dos abogados.

En el momento en que se levantaba para salir, presentose vestida la enferma, diciendo


que ya no sentía ningún dolor.

El abogado Ascheri empezó a gritar: ¡milagro!, y todos fueron presa de una intensa
emoción. La señora, que caminaba expeditamente, después de tantos años sin haber dado
un paso, acompañó a Don Bosco hasta la puerta de la calle y le dijo que iría a la estación
a despedirlo; pero él le recomendó que no se dejara ver en la ciudad para no llamar la
atención.

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 140-141; MBe, XV, 131-132.)

383
25 DE NOVIEMBRE
NO QUIERO CAMBIAR DE VIDA

Don Bosco volvió a casa y allí contó todo.

«Siento que la señora quiera ir a la estación. ¡Se va a armar un gran ruido! Paciencia:
hágase la voluntad de Dios... Pero estoy contento, querido Cerruti, de que tú, en medio
de tus penas, tengas este alivio».

Llegada la hora de dirigirse a la estación, ¡qué sorpresa! La voz del milagro se había
difundido en un instante por la ciudad, reuniendo una gran muchedumbre que quería ver
a Don Bosco. La señora esperaba al querido Padre para renovarle su agradecimiento y
darle un sobre sellado que contenía un billete de mil liras. Los pasajeros, llenos de
curiosidad, habían querido saber en la breve parada el porqué de tanto gentío y, cuando
el tren se puso en marcha, todos hablaban de lo visto y daba cada cual su opinión. Pero
en el departamento de Don Bosco, un jovencito exclamó: «Yo no creo en los milagros ni
en Dios».

«Pero usted creerá en hechos comprobados por testigos - replicó Don Bosco-. No sería
razonable obrar de otro modo».

Y empezó a contarle cómo aquella señora había curado repentinamente con una
simple bendición. El joven escuchaba con atención. Y Don Bosco, cuando terminó de
contar lo sucedido, le preguntó cómo explicaría él el acontecimiento sin admitir la
intervención de lo sobrenatural; y, apremiándole después con unas sencillas razones
sobre la existencia de Dios, terminó preguntándole: «Entonces, ¿hay alguno por encima
de nosotros?».

«No hay más remedio que admitirlo. ¡Pero yo no quiero pensar en ello... porque no
quiero cambiar de vida. Pero, ¿quién es usted?».

«No hace falta saberlo», le respondió Don Bosco, a quien ninguno de los presentes
conocía. Y se levantó para bajar del tren, pues ya habían llegado a San Remo.

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 141-142; MBe, XV, 132-133.)

384
26 DE NOVIEMBRE
UN MILAGRO NO PEDIDO

El señor Guérin, de Marsella, padecía tuberculosis ósea en una pierna. Le habían


practicado una raspadura del hueso, pero no había obtenido ningún alivio. El mal fue
declarado incurable. Debía tener siempre abierta la herida para dar salida al pus. Era un
excelente cristiano y sólo deseaba cumplir la voluntad de Dios en todo y por todo.

Una señora conocida suya le aconsejó que se presentase a Don Bosco, no para pedir el
milagro de la curación, sino para alcanzar con sus palabras algún alivio espiritual.

Se presentó y le manifestó sus buenas disposiciones para llevar con paciencia la


propia cruz, por amor de Dios. Don Bosco le animó y le bendijo.

A la vuelta, el señor Guérin, sin darse cuenta, recorrió a pie el camino hasta su casa.

Por costumbre debía acostarse enseguida y cenar en la cama. Pero aquella tarde, sin
dar oídas a los suyos, quiso terminar de arreglar unos asuntos, que le obligaron a estar de
pie hasta la hora de la cena. Como no sentía ninguna incomodidad, quiso sentarse a la
mesa con la familia y después se fue a la cama. Y he aquí que, al quitarse la venda para
cambiarla, ya no volvió a ver la llaga, que había desaparecido sin dejar cicatriz de
ninguna clase. Don Bosco había hecho el milagro, sin ni siquiera habérselo pedido.

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 55-56; MBe, XV, 58-59.)

385
27 DE NOVIEMBRE
¡SALUD... Y SANTIDAD!

En Tolon, en Francia, una joven de unos dieciocho años, que habitaba en las cercanías de
la ciudad, vivía atormentada con atroces dolores de hígado. Curas y remedios no le
servían de nada.

Era fervorosa cooperadora salesiana y hubiera querido asistir a la conferencia de Don


Bosco; pero habiéndosele agravado su mal a principios de marzo, tuvo que guardar
cama.

«¡Si al menos pudiera ver a Don Bosco! ¡Quizá su presencia me haría algún bien!».

Don Bosco, que se enteró de su deseo, se sintió movido a complacerla. Al llegar a su


casa, exhortó a la joven a poner toda su confianza en María Auxiliadora, le dio su
bendición y, al retirarse, le dijo: «Que Dios le dé salud...».

Y se calló como quien interrumpe una frase empezada. La madre, temiendo en aquella
reticencia un anuncio de muerte, rompió a llorar. Pero Don Bosco continuó: «... y
santidad».

Y dicho esto, salió, encomendando a la madre y a la hija que confiaran mucho en


María Auxiliadora.

Su confianza no fue vana. Ocho día después, cuando Don Bosco daba otra conferencia
en la iglesia de San Isidoro en Sauvebonne, parroquia de La Navarre, se encontraba
también entre el auditorio la joven, perfectamente curada.

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 63; MBe, XV, 65.)

386
28 DE NOVIEMBRE
TODO POR UN GATO

Grasse es cabeza de partido, más allá de Cannes, a cuarenta kilómetros de Niza Mare.
Don Bosco pasó allí unos días en 1881 y recibió muchas visitas.

Entre otras cosas, curó a una obrera anciana.

Ésta se había presentado a Don Bosco pidiendo la bendición: «Con mucho gusto, pero
es menester que se ponga de rodillas».

La mujer respondió que no podía. En efecto, hacía ocho años que, por causa de una
fractura, se le había quedado entumecida y llagada una rodilla.

Don Bosco insistió, no obstante, en que hiciera la prueba. Ella obedeció, se arrodilló y
volvió a levantarse después de recibir la bendición sin dificultad alguna.

A continuación, suplicó que completara la obra, concediéndole unos minutos de


audiencia. Don Bosco accedió.

Pasaron a la habitación contigua y, mientras la obrera estaba contándole sus achaques,


he aquí que dos gatos empezaron a juguetear entre sí y a perseguirse furiosamente,
saltando por encima de los muebles.

La mujer se levantó de golpe y se echó a correr tras ellos. Su agilidad hizo sonreír a
Don Bosco, el cual dijo: «Me parece que no está usted tan impedida, como me quería
hacer creer».

«¡Qué raro! Mi pierna está mejor».

«Sí, se curará del todo, pero no tan deprisa. Es preferible para usted y para mí que
María Auxiliadora no le haga la gracia enseguida».

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 69; MBe, XV, 70.)

387
29 DE NOVIEMBRE
POR LA INSISTENCIA DE UNA MADRE

La señorita Flandrin, gravemente enferma desde hacía tiempo, parecía encontrarse entre
la vida y la muerte. Todos los días iba su madre a San León para conseguir que Don
Bosco hiciera una visita a su hija; pero don José Bologna, no sabemos por qué, no
consideraba prudente que fuera allá; por eso, al comunicárselo, se expresó con términos
tan fríos, que el Santo no se determinó a ir.

Llegó el día de la partida. Para librarlo del alcance de tanta gente como acudiría a la
estación de Marsella, se determinó que, como el año anterior, Don Bosco se trasladara en
coche hasta Aubagne. En el último momento, acudió la señora Flandrin a intentar de
nuevo su deseo, y esta vez se agarró al valimiento del abate Mendre, suplicándole que
interviniera para que Don Bosco fuera llevado hasta su hija. Y él prometió que iría.

Partieron al oscurecer.

El coche se paró ante la casa de los Flandrin y Don Bosco cedió al ruego. La madre lo
introdujo en la habitación de la enferma, mientras el abate permaneció en la sala
contigua. Hacía quince días que a la joven se le administraba la alimentación de forma
artificial; le atormentaba, además, una sed ardiente. Ya había recibido los santos óleos.

Don Bosco, acercándose a la cabecera, le preguntó: «¿Bebería un sorbito de agua?».

«No puede», contestó enseguida la madre.

«Recemos», dijo Don Bosco.

Se arrodillaron todos los presentes y rezaron unos instantes; Don Bosco bendijo a la
enferma y, después, le ordenó: «Ahora beba».

La joven empezó a sorber libremente y, a medida que bebía, sentía que le venía nueva
vida; hasta que, apartando el vaso, exclamó: «¡Estoy curada!».

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 58-59; MBe, XV, 60-61.)

388
30 DE NOVIEMBRE
LE PERDONE Y ME BENDIGA

En junio de 1881, don Luis Lasagna, acompañando a Don Bosco por Liguria, fue testigo
de un hecho, que solamente los Santos son capaces de realizar.

Monseñor Boraggini, obispo de Savona, había tenido un choque con el director de


Varazze, don José Monateri, porque éste no había creído oportuno mandar, como S. E.
deseaba, un sacerdote del colegio a una iglesia de la montaña, detrás de la ciudad, para
cumplir un servicio habitual que ignoramos. Don José Monateri llevaba la razón.

Ahora bien, cuando Don Bosco y don Luis Lasagna fueron a visitar al obispo, al llegar
a su presencia, nuestro Padre se arrodilló ante él y juntando las manos, le dijo en tono
suplicante: «Monseñor, le pido perdón por los disgustos que le ha causado don José
Monateri, director del colegio de Varazze».

«Pero levántese, Don Bosco, ¿qué hace usted?».

«No me levanto, si antes no me dice que lo perdona».

«Sí, sí, perdonado. Pero levántese».

Entonces Don Bosco se levantó y los dos se abrazaron.

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 35; MBe, XV, 41-42.)


Máximas de Don Bosco:

«La venganza de un buen cristiano es el perdón y la plegaria por la persona que nos
ofende».

(Cf. Memorie Biografiche, IV, 312; MBe, IV, 243.)


«Perdonar quiere decir que se olvida para siempre».

(Cf. Memorie Biografiche, VI, 363; MBe, VI, 278.)


«La fuerza de un sacerdote está en la paciencia y en el perdón»

(Cf. Memorie Biografiche, IV, 628; MBe, IV, 480.)

389
390
391
1 DE DICIEMBRE

Don Bosco estaba asediado de la mañana a la noche; tanto que, a fuerza de recibir
audiencias, casi había perdido la voz y el cansancio amenazaba vencerlo.

Una mañana, el 14 de marzo de 1881, tuvo que comunicar que no podía recibir; pero
ya se sabe que, en tales casos, siempre hay algunos privilegiados: una pobre religiosa
enferma, el presidente de cierta asociación, un distinguido señor a quien ya se le había
señalado día y hora, una mujer neurótica escondida en un rincón y que, de pronto, cae en
medio de la sala dando gritos..., fueron recibidos sucesivamente y le tuvieron ocupado
hasta mediodía.

Como se había previsto, la mañana del 15 hubo una verdadera invasión. Había un
grupo como de sesenta personas que clamorosamente pedían verlo. Era inútil repetir que
no se encontraba bien y no podía recibir: nadie se movía de su sitio. Hartos de esperar y
aprovechando el momento en que falló la vigilancia, los más audaces subieron hasta la
primera planta y llamaron a la puerta.

Don Bosco, que se había encerrado de nuevo con llave, sin sospechar quién pudiera
ser el que llamaba, abrió. ¡No lo hubiese hecho! Irrumpieron todos en la habitación y él,
ante el asalto y, recelando de lo que podía pasar, tomó la pluma y el cuaderno donde
estaba escribiendo y se refugió en la habitación contigua de don Celestino Durando, pero
ellos fueron tras él. Acudieron, por fin, en su auxilio el director y otros de la casa
quienes, con esfuerzo inaudito, pudieron desalojar poco a poco la habitación.

Débil, enfermo y afónico, no encontró más solución que refugiarse en casa del párroco
de San José. Allí descansó hasta las cinco de la tarde y pudo recobrar las fuerzas para las
dos laboriosas jornadas que le aguardaban.

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 48; MBe, XV, 52-53.)

392
2 DE DICIEMBRE
¡NO TIENES FE EN MARÍA!

En Roma, en 1881, Don Bosco curó a una señora. Al poco tiempo encontrose ésta con
unos conocidos suyos que eran protestantes y, al preguntarle cómo había salido de la
grave enfermedad tan de repente, contó lo que le había sucedido.

Ellos, que tenían una hija muy enferma, sin cuidarse de prejuicios religiosos,
decidieron llevarla a Don Bosco. El Santo la bendijo y la muchacha se curó. Su madre,
llena de satisfacción, iba diciendo: «¡Ésta es la equivocación de nosotros, los
protestantes, no honrar a María!».

En 1885, recibió Don Bosco una carta de aquella familia, comunicándole la


conversión de todos sus miembros al catolicismo.

Otro día, mientras celebraba la Santa Misa, entró un señor, enfermo de las piernas
hacía dieciocho años, que apenas se sostenía con unas muletas, y rogaba a don Francisco
Dalmazzo que lo presentara a Don Bosco; pero don Francisco, que tenía que volver a
casa para preparar el desayuno a Don Bosco, se lo confió al clérigo Zucchini. Éste lo
acompañó a su presencia, después de la Misa. Con toda humildad, el buen señor le pidió
la bendición. Don Bosco le hizo unas preguntas y, vista su viva fe, lo bendijo, le quitó de
sus manos las muletas y le dijo: «¡Camine!». El cojo empezó a andar sin la menor
dificultad y salió con las muletas bajo el brazo, diciendo que las quería conservar como
recuerdo.

«Ha sido la bendición de María Auxiliadora la que lo ha curado», dijo Don Bosco a
don Dalmazzo.

«Pues yo - replicó don Dalmazzo - he dado la bendición de María Auxiliadora muchas


veces con la misma fórmula, pero nunca me ha sucedido nada semejante».

«¡Qué niño eres! - respondió Don Bosco-. Es porque no tienes fe».

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 161-162; MBe, XV, 148-149.)

393
3 DE DICIEMBRE
DON BOSCO SE TOMA UNA REVANCHA

En 1881, mientras Don Bosco esperaba su turno para la audiencia, entre prelados y
señoras, se desarrolló uno de aquellos episodios que, con tanta habilidad, sabía él
provocar y llevar hasta el final. Entró en la antecámara un monseñor a quien él no
conocía, pero se lo presentó un señor distinguido, con quien él conversaba: «Éste es
monseñor Pío Delicati».

Tenía, pues, Don Bosco ante sus ojos al mismo que, en la controversia (concluida con
la amenaza de inscripción en el índice de los libros prohibidos) por un solo libro titulado
Vida de San Pedro, había emitido un parecer desfavorable. Tampoco el otro conocía a
Don Bosco; más aún, ni siquiera podía sospechar que éste hubiera logrado saber cómo se
llamaba el consultor que tan desfavorablemente había informado sobre su libro, ya que,
en la comunicación que le habían enviado, se hizo desaparecer su propio nombre.

Se acercó a él con elegancia, hízole una pequeña reverencia y le saludó. Entonces el


monseñor le preguntó con quién tenía el honor de hablar.

«Con un pobre sacerdote de Turín, Don Juan Bosco».

«¡Ah, Don Juan Bosco! Es un nombre muy conocido: el de un famoso escritor».

«Perdone vuecencia: escritor, sí, pero ando muy lejos de creer que sea famoso».

«Modestia por su parte. Sus libros hacen mucho bien».

«Ciertamente, no es mi intención hacer el mal. Sin embargo, habrá oído hablar de las
dificultades que me encontré para cierto libro: Vida de San Pedro. Hubo quien encontró
en él expresiones inexactas y no faltó quien lo consideró digno de ser puesto en el índice.
¡Bueno hubiera sido!, porque, para esta obrita, tenía yo una carta laudatoria que me
había enviado Pío IX. ¡Menos mal que el mismo Padre Santo cortó la cuestión!».

¡Menos mal! ¿Y tiene usted muchos alumnos en... sus colegios?».

Al ver Don Bosco que su interlocutor hacía cuanto podía por salir de aquel terreno
escabroso, habló de sus colegios. Monseñor Delicati tuvo buen cuidado de no dar a

394
entender que había sido el famoso relator.

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 151-152; MBe, XV, 139-141.)

395
4 DE DICIEMBRE
BUENOS DÍAS, CABALLERO

En la iglesia de San Juan Evangelista, de Turín (1882), el pavimento de mármol en


mosaico a la pompeyana tiene su pequeña historia.

Un día se encontró Don Bosco en Sampierdarena con el señor Repetto, que poseía en
Lavagna Lígure una cantera de mármol, y lo saludó dándole el título de «caballero».

«No se burle, Don Bosco: no soy ningún caballero, sino un simple industrial que hace
sus negocios como puede».

«Sin embargo, una persona como usted, necesitaría alguna condecoración que le
hiciera, como a tantos otros de su rango, más respetable ante sus subalternos, su clientela
y la sociedad. ¿No le parece?».

«Cierto, no me disgustaría la cosa».

«Pues bien, escuche. Usted ha tomado el trabajo del pavimento para la iglesia de San
Juan. ¿No podría hacerme gratuitamente el trabajo y me libraría de una preocupación?
Sería una obra buena a los ojos de Dios. Por mi parte, me comprometo a que le concedan
la cruz de caballero».

«Se podría hacer esto», dijo aquel señor.

Sin embargo, en la práctica, pensaba Repetto que era demasiado malgastar liras por
una condecoración. Manifestó su indecisión a don Antonio Sala, el cual lo exhortó a que
hiciera cuanto Don Bosco deseaba, contándole que la generosidad con Don Bosco
siempre había aportado fortuna.

En efecto, el señor Repetto hizo el pavimento, obtuvo la cruz de caballero y, poco


después, por medio del Oratorio, recibió el encargo de un monumento a monseñor Vera
en la catedral de Montevideo (Uruguay), con lo que ganó una buena cantidad.

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 369-370; MBe, XV, 322-323.)

396
5 DE DICIEMBRE
LIMOSNERO DE LA VIRGEN

La estancia de Don Bosco en Marsella ha sido verdaderamente algo maravilloso. La


gente considera a Don Bosco como un santo: las personas permanecen en los pasillos de
la casa salesiana a centenares todo el día; no se sabe cómo puede Don Bosco resistir
tantas fatigas.

Dio mucho que hablar de él un gesto de exquisita delicadeza, que tuvo en casa de los
buenos cooperadores señores Olive. Un día, cediendo la señora a un impulso de
generosidad, se quitó del dedo un anillo de mucho valor y se lo ofreció. Don Bosco no
consideró prudente aceptar el donativo y, alargando su mano, con la palma vuelta hacia
la señora, le dijo: «Mire, señora, esto es un recuerdo de familia; por tanto, es mejor que
usted lo conserve».

Pero ella insistía, queriendo que lo aceptase a toda costa.

Entonces el Santo contestó: «Bien, al regalármelo, ¿estará conforme con que yo haga
de él lo que me parezca mejor? Con esta condición, estoy dispuesto a recibirlo».

Ante la respuesta afirmativa de la señora, Don Bosco tendió la mano y, tomando con
dos dedos el anillo, siguió diciendo: «Bueno, lo acepto con gusto. Y ahora que es mío, se
lo regalo a usted».

Enternecida la señora, no pudo rechazarlo. Este anillo lo conserva religiosamente la


familia como una preciosa reliquia del Santo.

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 491; MBe, XV, 425.)

397
6 DE DICIEMBRE
¡HE UNIDO MIS ORACIONES CON LAS VUESTRAS!

«Tendría yo siete u ocho años, cuando mi hermano Raimundo, más joven que yo unos
tres años, enfermó gravemente. Corrió el Doctor d'Espiney, que declaró enseguida que
Raimundo tenía una pulmonía muy grave. Invocar a la Auxiliadora de los cristianos fue
el primer pensamiento de papá. En efecto, escribió enseguida a Valdocco, confiando a
Don Bosco sus penas y pidiéndole la ayuda de sus oraciones.

Pero Don Bosco estaba ausente de Turín y la carta le llegó sólo algunos días después.
El octavo día, hacia la noche, toda esperanza de curación estaba perdida: el doctor
mismo consideraba que el pequeño enfermo no pasaría la noche.

El día después, el enfermo respiraba todavía... De improviso, hacia las siete, se


despertó como de un sueño profundo, se levantó y pidió algo de comer. Estaba
perfectamente curado. María Auxiliadora se lo restituía a su padre.

Dos días después, una carta con sello italiano, verdadero mensaje celeste, confirmaba
de modo maravilloso el prodigio acaecido. Era una carta de Don Bosco, que llevaba la
fecha del día de la curación de aquel niño y decía: "Esta mañana, hacia las siete, mientras
subía al altar para celebrar la Misa, he unido mis oraciones a las vuestras por la curación
de vuestro hijo".

Y al año siguiente Don Bosco quiso tener, como prior de la fiesta de María
Auxiliadora en Valdocco, al pequeño curado».

(Cf. Boletín Salesiano, noviembre de 1929.)

398
7 DE DICIEMBRE
SUFRÍA POR LOS HIJOS

En febrero de 1882, mientras Don Bosco se encontraba en Marsella, una señora fue a él
para recibir consuelo. La mujer sufría por el modo con que la trataban los hijos, el yerno
y la nuera. Don Bosco le respondió: «Rece a María Auxiliadora y mañana venga a
comulgar en mi Misa, que la celebraré por usted».

La señora fue puntual y, al regreso a su casa, encontró reunidos en el salón a todos los
hijos, que le expresaban su disgusto por el modo indigno con que se habían comportado
con ella y prometían firmemente tratarla mejor en adelante.

A estas palabras siguieron, naturalmente, lágrimas y abrazos por una y otra parte.

(Cf. D'Espiney, Don Bosco, 244.)

399
8 DE DICIEMBRE
CUANDO NO ENTIENDAS, INVOCA A LA VIRGEN

Don José Bartolomé Guanti recuerda: «En 1871, estuve en San Ignacio, de Lanzo,
haciendo ejercicios espirituales. Tuve la suerte de que me asignaran una habitación
contigua a la del queridísimo Don Bosco, que era el sacerdote más ocupado en las
confesiones.

Me rogó que le copiara un reglamento que tenía que imprimir y que estaba
corrigiendo para el proyectado colegio de Marassi (Génova). Acepté con gusto el
encargo, pero me sucedía a menudo que, al copiar, no podía descifrar y comprender sus
correcciones, por lo que tenía que acudir frecuentemente a pedirle explicación.

Don Bosco me atendió muchas veces; pero, después, viendo que mis frecuentes
llamadas a su puerta le distraían de las confesiones, me dijo: "Mira, como el tener que
venir aquí a menudo nos hace perder tiempo a los dos, de ahora en adelante, cuando te
tropieces con una frase oscura, que necesite explicación, di solamente: `Maria, Auxilium
Christianorum, ora pro nobis' y ya verás".

¿Qué vi? Vi, con gran sorpresa, que, al pronunciar la jaculatoria que me sugirió, ya no
necesitaba acudir a su habitación, con lo que seguí y acabé el encargo felizmente.

Esto es lo que puedo en conciencia deponer, según me lo permite la memoria. Lo


cierto es que, de entonces acá, creció muchísimo la estima y el afecto que yo profesaba
al hombre de las maravillas y a su maravilloso instituto».

(Cf. Memorie Biografiche, X, 177; MBe, X, 168-169.)

400
9 DE DICIEMBRE
LOS GUSANOS DE SEDA YA NO SE CAEN

«Estábamos en 1882 y yo tenía 12 años - refiere Magdalena Cantoni-. Recuerdo muy


bien que en casa estábamos todos implicados en la cría de los gusanos de seda. El
trabajo, extraordinario y pesado, nos parecía ligero en la esperanza de una buena
ganancia. Se pregustaba la serenidad del descanso, porque los gusanos, hermosos y
robustos, comenzaban a subir para hacer el capullo. Pero cuantos subían, después de
breve tiempo, caían desfallecidos y morían.

Alarmada, pero llena de fe, la mamá mandó a mi hermano Pablo, que tenía dos años
más que yo, a Valdocco, para exponer a Don Bosco el grave inconveniente, que
amenazaba con hacer vanas tantas fatigas, y rogarle que nos mandara su bendición.

Mi hermano fue al Oratorio y, apenas pudo, entró a ver a Don Bosco y le dijo: "Padre,
mi mamá le ruega que bendiga nuestros gusanos, porque han llegado al tiempo de hacer
el capullo y, en cambio, caen y mueren todos".

Al oír el relato de mi hermano, Don Bosco se echó a reír y, admirando nuestra fe,
puso la mano sobre la cabeza de Pablo y le dijo puntualmente: "¡Estate tranquilo!
¡Vuelve a casa, porque los gusanos ya no caen más!".

¡En aquel mismo instante los gusanos dejaron de caer! En casa se notó enseguida el
hecho.

En efecto, poco después, volvió mi hermano y nos confirmó la noticia. Como Don
Bosco había dicho, los gusanos ya no cayeron más y se tuvo una buena cosecha de
capullos».

(Cf. Boletín Salesiano, febrero de 1924.)

401
10 DE DICIEMBRE
LOS PROTESTANTES RECURREN A DON BOSCO

En 1882, en Cannes, después de la conferencia, una señorita inglesa de unos veinte años
se presentó a Don Bosco y le dijo: «He oído decir que usted hace muchas curaciones. Mi
padre, que es doctor en medicina, me ha enviado a los médicos más famosos de
Inglaterra y de París, pero sus cuidados no han servido para nada».

Don Bosco le respondió que él no hacía curaciones de ningún género, ni tampoco


entendía una palabra de medicina; quien hacía las gracias y curaciones milagrosas era
María Auxiliadora, Madre de Jesucristo.

La señorita insistió diciendo que ella también quería recibir la gracia de María
Auxiliadora; pero que, como era protestante, temía no ser oída; que lo pidiera él en su
favor.

Don Bosco la animó y le dijo: «Aunque sea protestante, tenga fe y esperanza firme en
la Madre de Dios. Con este fin reparto yo estas medallas. Tome una para usted; durante
nueve días haga una oración a María Auxiliadora y se curará».

Pasados unos días, se presentó a Don Bosco en Niza el padre de la señorita y le dio las
gracias, diciéndole que su hija se hallaba completamente curada y que estaba dispuesto a
dar la cantidad que quisiera. Don Bosco respondió que él no quería nada para sí; que era
la Virgen Santísima quien había curado a su hija; que si quería entregar algo para los
muchachos pobres mantenidos por la caridad pública, en sus colegios, lo recibiría con
gusto y agradecimiento.

El inglés le entregó cinco mil francos en oro.

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 507-508; MBe, XV, 439.)

402
11 DE DICIEMBRE
HACE FALTA UN ACTO DE FE

Una curación estrepitosa fue la que tuvo lugar en el Oratorio hacia el otoño de 1882.

La señora Juana Le Mire perdía la salud a ojos vistas. Se consultaron los mejores
médicos de provincias y de París, pero no encontraban remedio que detuviera la
consunción, al extremo de que la joven mujer llegó a pesar veinticinco kilos.

La fe reinaba en aquella noble familia; hacía tiempo que conocían las obras de Don
Bosco y se habían puesto en relación con él. En el mes de mayo el señor Pablo Noél le
envió tres mil francos. Don Bosco le respondió, agradeciéndoselos como él sabía hacer,
con una carta autógrafa de tres páginas, y anunciándole que el 29 de junio aplicaría por
él todas las comuniones y buenas obras de sus muchachos y que él celebraría la Misa por
la enferma.

Esta promesa la consoló, porque confiaba plenamente en la eficacia de su oración.


Pero la curación no llegaba. Entonces Don Bosco, que mantenía correspondencia con el
marido, le escribió: «Traiga a la enferma a Turín».

Tomaron un tren con coche cama y, en cortas etapas, la llevaron a Turín. Desde la
fonda comunicó el señor Pablo Noél a Don Bosco que su esposa había llegado viva,
como él había prometido. «Pues bien, respondió Don Bosco, para que sane del todo, hay
que traerla mañana a mi Misa y ella cumplirá sus devociones».

A la mañana siguiente, la llevaron a María Auxiliadora. Después de la Santa Misa, le


dijo Don Bosco en la sacristía: «Señora, se requiere un acto de fe. Usted está curada.
Considérese sana y comience a desempeñar las obligaciones de su estado».

La mujer se puso en seguida a comer y todo resultó a las mil maravillas.

Cuando Don Bosco estuvo en Hyéres, pidió noticias de la señora Le Mire. Le dijeron
que había vuelto a recaer casi en el mismo estado de antes. Pero Don Bosco dijo que no
se preocuparan. Efectivamente, se coronó la anunciada curación con el nacimiento de
dos hijos.

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 555-556; MBe, XV, 479-480.)

403
404
12 DE DICIEMBRE
LLÉVEME LAS JOYAS DE SU MUJER

Un episodio sucedido en otoño de 1882 nos aclara todavía más el pensamiento de Don
Bosco en materia de limosna.

El contratista Borgo, muy amigo de Don Bosco, era constante bienhechor del hospicio
de San Vicente (Génova-Sampierdarena) y había prestado grandes cantidades sin exigir
intereses; había trazado gratuitamente los planos y gratuitamente había dirigido las obras
durante dos años.

Pues bien, él guardaba en casa todas las joyas y vestidos lujosos de su esposa,
fallecida hacía veinte años. Contando accidentalmente esto a Don Bosco, vino a decirle
que deseaba sufragar el alma de su difunta esposa algo más abundantemente que de
costumbre.

«¡Oh! ¿Qué hacen en su casa todos esos recuerdos? Es algo inútil guardarlos de ese
modo, cuando hay tanta necesidad de caridad», le contestó Don Bosco.

«¿Y qué me sugeriría?».

«Que los tomara y los trajera aquí al hospicio. Es la mejor manera de sufragar el alma
de su esposa».

El señor Borgo salió emocionado y turbado. Le dolía hacer aquel sacrificio. Pero las
palabras de Don Bosco seguían fijas en su mente.

Nuestro empresario, que al cabo de algunos días supo que Don Bosco se encontraba
de nuevo en Sampierdarena, después de una visita a la casa de La Spezia, volvió al
hospicio y le entregó todos aquellos objetos de valor, de los que don Domingo Belmonte,
encargado de venderlos, sacó cinco mil liras.

(Cf. Memorie Biografiche, XV, 521-522; MBe, XV, 451.)

405
13 DE DICIEMBRE
¿QUIERE QUE SU HIJO ESTÉ ENFERMO?

El 10 de marzo de 1884, se presentó una madre con su hijo de unos diez años, que
llevaba los ojos vendados.

«Hace ya algún tiempo este hijo mío sufre tanto de los ojos que se queja siempre y
grita durante toda la noche», dijo la mujer a Don Bosco.

Don Bosco lo bendijo, le dio a besar una medalla de María Auxiliadora y después le
preguntó: «¿Qué mal sientes?».

«Ninguno», contestó el muchacho.

«¿Cómo que ninguno?, respondió la madre. ¡Le duelen mucho los ojos, Padre!».

«¿Te duelen todavía los ojos?», volvió a preguntarle el Santo.

«No, ya no me duelen».

«Que sí que le duelen. No puede aguantar la luz y grita continuamente», repitió la


madre.

«¿Puedes ver?», le preguntó Don Bosco después de quitarle los emplastos de los ojos.

«Sí, veo perfectamente».

«¿Puedes fijar la mirada en la luz?».

«Sí, puedo», dijo el muchacho mirando hacia fuera por la ventana.

La madre no se podía sosegar, como si temiese pasar por mentirosa. Al oír las
respuestas del hijo, perdió los estribos de tal modo que hubo un momento en que quería
abofetearlo.

«Pero, ¿en qué quedamos? ¿Quiere usted que su hijo esté enfermo? Pues bien, si así lo
quiere...».

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El hijo, por el contrario, brincaba, reía, miraba acá y allá, sin comprender por qué
tenía que prestar más fe a su madre que a él mismo. En realidad, estaba perfectamente
curado.

(Cf. Memorie Biografiche, XVII, 44; MBe, XVII, 47-48.)

407
14 DE DICIEMBRE
¿CONOCÍA DON BOSCO LA DIRECCION?

En el año 1883, la señora parisiense Pastré, después de haber oído a Don Bosco en la
Magdalena, quiso a toda costa abrirse paso entre el inmenso gentío para llegar hasta él,
hablarle en la sacristía y poner en sus manos una limosna, como veía que hacían muchas
otras señoras.

No mucho más tarde cayó enferma la hija y se agravó su estado hasta llegar a las
puertas de la muerte.

Con aquellos días de preocupación coincidió el día onomástico de la madre y he aquí


que la víspera le llegaba una carta de Don Bosco con la felicitación y la promesa de que
la hija curaría; que empezara, por tanto, una novena a María Auxiliadora, al tiempo que
él unía desde Turín sus oraciones a las de ella.

¿Cómo había podido enterarse Don Bosco de la enferma? ¿Y cómo podía conocer con
tal precisión la calle y número de su casa?

Impresionada por el doble enigma, empezó con fervor la novena. Al tercer día, la hija,
que hacía días no probaba bocado, pedía de comer. Volvió a pedirlo por segunda y
tercera vez; después se levantó y pudo caminar y, una vez terminada la novena, fue a la
iglesia para dar gracias a la Virgen.

Toda la familia, fuera de sí por la alegría, estudiaba cómo demostrar su


agradecimiento. Cuando se supo que Don Bosco necesitaba una casa cerca de Marsella
para instalar a sus novicios, y la señora que, además de algunas fincas por los
alrededores de París, poseía otras dos próximas a Marsella, ofreció inmediatamente una a
Don Bosco.

(Cf. Memorie Biografiche, XVII, 49-50; MBe, XVII, 52.)

408
15 DE DICIEMBRE
¡ESTA CASA ESTÁ A TU DISPOSICIÓN!

Don Bologna y don Pablo Albera fueron a ver la villa y les pareció válida, bien
emplazada y bien amueblada. A bombo y platillo, se estipuló un contrato legal de
arriendo para quince años por mil doscientos francos al año; pero la propietaria se
obligaba, con escritura privada, a ceder el uso completo y gratuito durante todo aquel
período, dejando para otra fecha otras determinaciones; en aquel momento, había
razones familiares que no le dejaban mano libre para obrar de otro modo.

Don Bosco fue a ver aquel nuevo vivero de la Congregación. Fue recibido con las
acostumbradas aclamaciones y, apenas puso el pie en casa, preguntó si había pinos.

«¡Sí, los hay!».

«¿Pero muchos?».

«¡Sí, muchísimos! Toda la montaña está cubierta de pinos».

«¿Hay también alamedas?».

«Sí, muy hermosas».

«Pero, ¿hay una o más de una?».

«Hay varias».

«¿Hay también un canal de agua, detrás de la casa?».

«Hay un magnífico canal».

«Pero, ¿atraviesa de parte a parte toda la finca?».

«La atraviesa totalmente».

«Pues bien, es realmente aquélla. No necesito verla. Más aún, ahora comprendo por
qué en el sueño no se me dijo: Aquí tienes una casa, que te ha sido regalada o comprada,
sino que se me dijo: Esta casa está a tu disposición».

409
(Cf. Memorie Biografiche, XVII, 50-51; MBe, XVII, 52-53.)

410
16 DE DICIEMBRE
¡BROMISTA!

Una tarde de 1883, en París, Don Bosco llegó a la casa Sénislhac después de la hora
convenida. Todo el trayecto, desde la iglesia de la Magdalena, que distaba doscientos
metros de allí, estaba tan atestado de gente que era imposible circular. Tuvo que bajar
del coche y abrirse paso a pie. Vestía a la francesa, con rabat (golilla o babero) y faja.
Nadie lo conocía.

En un determinado momento, empujado por el gentío, se encontró encerrado en el


hueco de una puerta y fue empujado hasta el interior de un patio, de donde le costó salir
y seguir su camino. Llegó a la meta, alcanzó la escalera e intentaba subir; pero no había
manera de salvar el primer peldaño.

«Déjenme pasar», decía amablemente.

«No. Yo tengo el número quince; yo el veinte...».

«Pero miren, señores, que si yo no subo, ustedes no podrán hablar con Don Bosco,
porque yo soy Don Bosco».

Riéronse en su cara y, a su alrededor, se levantó un coro de voces llamándole


bromista.

¡No había nada que hacer! Tuvo que volver atrás, para lo cual no encontró resistencia.

Libre ya de aquel atolladero, fue a visitar a una familia, que lo esperaba desde hacía
mucho tiempo para que bendijese a un enfermo. De no haber sido por aquel
contratiempo, no habría podido consolar a aquel pobrecito.

(Cf. Memorie Biografiche, XVI, 111; MBe, XVI, 100-101.)

411
17 DE DICIEMBRE
DEMASIADO PARA EL POBRE DON BOSCO

El 5 de mayo de 1883, llegó Don Bosco a Lille y se hospedó en casa del barón de
Montigny, el cual pedía con insistencia la apertura de una casa salesiana en aquel gran
centro industrial, tan amenazado por la propaganda marxista.

La noticia de su viaje, publicada por los periódicos de París unos días antes de la
fecha, despertó en la ciudad gran expectación, de suerte que, cuando se supo que llegaba,
acudió mucha gente a recibirle.

Creció el entusiasmo, al correrse la voz de que aquella misma tarde había ido a la
cabecera de una enferma y le había producido una sensible mejoría con su bendición.

Todas las mañanas daba audiencia en el orfanato de San Gabriel, después de celebrar
la Santa Misa; allí iban a recogerle para acompañarlo a visitar enfermos o para ir a
almorzar en casa de familias distinguidas, que se disputaban el honor de sentarlo a su
mesa.

Cuando se le enseñó la nota con la indicación de los lugares, adonde día tras día tenía
que ir a las horas de las comidas, la leyó con atención, y dijo después a don Miguel Rua:
«¡Mira qué horario! Yo esperaba una nota que dijera: Hoy visita tales iglesias, después
peregrinación a tal santuario; pasado mañana ayuno y retiro; luego conferencia
espiritual. Y en cambio, fíjate: ¡comida, comida y comida! Bendito sea Dios».

No profirió estas palabras con tono áspero, que no era su costumbre, sino con un aire
de sencillez resignada, que movió a risa a los presentes.

Le sirvió una comida espléndida un señor de la alta sociedad. Don Bosco


impresionado, preguntó cuánto había costado aquella comida.

«¡Doce mil quinientos francos!».

«Demasiado para mí, es un gasto excesivo», respondió Don Bosco.

Antes de que los comensales se levantasen de la mesa, acercose un jovencito con


mucha gracia a Don Bosco y, diciéndole un cumplido, le presentó un sobre cerrado sobre

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una preciosa bandeja. Cuando Don Bosco lo abrió, se encontró con billetes de banco por
valor de doce mil quinientos francos.

(Cf. Memorie Biografiche, XVI, 260-267; MBe, XVI, 222-228.)

413
18 DE DICIEMBRE
HAY QUE PREPARAR UNA CUNA

Vivía, frente al orfanato de San Gabriel, el señor Cordonnier, rico comerciante de vino.
Hacía algún tiempo, acariciaba un partido matrimonial, pero no había manifestado
todavía a nadie su intención. Quiso, como muchos otros, visitar a Don Bosco para
presentarle sus respetos, ofrecerle sus servicios y, si tenía oportunidad, pedirle consejos
sobre su porvenir. Fue, pues, a él, y no le dio tiempo a abrir la boca, porque el Santo le
dijo, nada más verle: «Sí, sí, decídase por la que usted desea».

(Cf. Memorie Biografiche, XVI, 268; MBe, XVI, 229.)

Los señores Montigny, casados en edad ya avanzada, habían tenido dos hijas que
murieron jovencísimas. Don Bosco, después de haber gozado de su hospitalidad en Lille,
les susurró, en el instante de la salida, una palabra singular: «Hay que preparar una
cuna».

No transcurrió un año cuando los dos buenos señores acariciaban a un bebé, llamado
por todos «el hijo del milagro». Fue bautizado por el mismo arzobispo de Cambrai, de
quien recibió el nombre de Alfredo.

(Cf. Memorie Biografiche, XVI, 270-271; MBe, XVI, 231.)

414
19 DE DICIEMBRE
REZARE POR SU MADRE

En los días pasados en Lyon, muchos enfermos quisieron a Don Bosco en la cabecera de
sus camas. Fuera el que fuera, Don Bosco suscitaba en el enfermo el sentimiento de la
conformidad con la voluntad divina, le sugería pedir la curación con tal de que ésta
redundase en la mayor gloria de Dios; rezaba con los presentes un Avemaría y la Salve
Regina, ordenaba seguir rezando durante algún tiempo, prometía oraciones por parte de
sus muchachos e impartía la bendición de María Auxiliadora.

Una noble señora de Lyon recibió en visita a Don Bosco. En casa tenía como sirvienta
a una joven de dieciocho años, a la que había sacado de un orfanato.

Cuando Don Bosco estaba a punto de despedirse, la señora le rogó que bendijera a su
sirvienta, que estaba cerca de la salida, y añadió: «Tiene necesidad la pobrecita, es
huérfana».

Don Bosco, después de haberla observado un poco, la bendijo, añadiendo: «Rezaré


por su desgraciada madre».

«¿Su madre? ¿Con que no eres huérfana, como dices?», exclamó la señora.

A estas palabras la muchacha confesó que su madre vivía, pero que se mantenía la
cosa en secreto porque, desgraciadamente, ella había abandonado a los hijos para darse a
la mala vida.

(Cf. Memorie Biografiche, XVI, 69-70; MBe, XVI, 67-68.)

415
20 DE DICIEMBRE
MORIRÁ CUANDO SUS HIJAS LE DEN LICENCIA PARA
IRSE

El 17 de mayo de 1883, Don Bosco celebró la Santa Misa en el Monasterio de la


Visitación. Y el diario Le Monde, refiriéndose a este hecho, escribió que «participar en
una Santa Misa de Don Bosco equivale a sentir cómo el rocío celestial refrigera el
corazón».

Después de la acción de gracias fue a saludar a la comunidad, ya que el cardenal


Guibert le había concedido la facultad de penetrar en la clausura. Hizo a las religiosas
reunidas una exhortación sobre la fidelidad a la Regla.

Después, le fue presentada la antigua superiora, madre María Kotzka Le Pan De


Ligny, que ya pasaba de los setenta años y estaba aquejada de graves dolencias. Las
hermanas, que la querían mucho, pidieron a Don Bosco que prolongase su vida.

Ante una petición tan ingenua sonrió y, recogiéndose un instante en sí mismo,


contestó: «Madre, ciertamente no es su deseo permanecer todavía mucho tiempo en esta
tierra; sin embargo, tendrá que vivir todavía algún tiempo aquí abajo y partirá cuando
sus hijas le den licencia para irse».

«Nuestra madre nos verá a todas nosotras partir hacia la eternidad; porque nunca le
daremos permiso para morir».

Y, sin embargo, nueve años después tuvieron que dárselo. Los sufrimientos de la
madre aumentaron tanto, que su vida no era más que sufrir; por lo cual, no resistiendo ya
el corazón de las hijas a la vista de tan prolongado martirio, pidieron al Señor que
tuviese a bien llevársela, y el Señor escuchó su oración.

(Cf. Memorie Biografiche, XVI, 176; MBe, XVI, 154)

416
21 DE DICIEMBRE
PROTECTOR DE LOS HOJALATEROS

Todos los años los alumnos de la casa de Marsella hacían una excursión a la finca del
señor Olivo, el generoso cooperador salesiano, que ya conocemos.

En esta ocasión el padre y la madre servían la mesa de los superiores; y los hijos, las
de los alumnos. Habían preparado una rifa, para la que cada uno de los superiores y de
los muchachos tenía su número, de suerte que a todos les tocaba algún objeto; de este
modo, precisamente regalaron su coche al oratorio de San León. En 1884, se hizo la
excursión durante la estancia de Don Bosco en Marsella y sucedió un curioso episodio.

Mientras se divertían los alumnos por los jardines, una sirvienta acudió apurada a la
señora Olivo, diciendo: «Señora, la olla donde se cuece la sopa para los muchachos,
tiene un escape y no logro en modo alguno poner remedio. Tendrán que quedarse sin
sopa».

El ama, que poseía una gran fe en Don Bosco, tuvo una idea. Mandó llamar a todos
los muchachos y les dijo: «Escuchad: si queréis comer la sopa, arrodillaos aquí y rezad
un Padrenuestro, Avemaría y Gloria a Don Bosco, para que haga restañar la olla».

Los muchachos obedecieron. Y, al instante, acabose el escape de la olla. El hecho es


histórico; pero, cuando Don Bosco lo oyó contar, se rió con todas sus ganas y dijo: «En
adelante, llamarán a Don Bosco protector de los hojalateros».

(Cf. Memorie Biografiche, XVII, 56; MBe, XVII, 57-58.)

417
22 DE DICIEMBRE
EXÁMENES Y TOMATES

«Un domingo de finales de julio de 1883 - narra monseñor Cassani-, un compañero mío
llamado Comizzoli (un novarés muerto luego siendo párroco en San Bernardino) entró
en el huerto del Oratorio y tomó furtivamente algunos tomates todavía no maduros.

Me convidó también a mí, agotado por el estudio, el calor y la larga duración del año
escolar. Yo los devoré y luego bebí quién sabe qué cantidad de agua; tuve una
indigestión tan fuerte que poco después me sentí mal, me refugié en el dormitorio y antes
de la noche fui llevado a la enfermería.

El médico, llamado rápidamente, me encontró moribundo y toda medicina era inútil.

Durante la noche fui asistido como se asiste a los moribundos. Por la mañana,
llamados telegráficamente de noche, llegaron mis padres. El portero Marcelo Rossi se
los presentó a Don Bosco con estas palabras: "Son los padres del muchacho moribundo".

"No, no; ya está curado", replicó Don Bosco. Y dirigiéndose a los padres, dijo:
"Llévenlo a casa y luego en octubre hagan que vuelva aquí". Y los bendijo.

Al entrar en la enfermería, los padres me oyeron litigar con los asistentes porque yo
quería el pantalón para ir a hacer los exámenes que comenzaban hoy, no queriendo ser
suspendido. Llegó poco después don Febraro, con un papel en que se decía: "Lino
Cassani, por orden de Don Bosco, está aprobado sin exámenes, habiendo obtenido el 8
de media durante todo el año en todas las materias de estudio".

Aquel día partí con mis padres para las vacaciones».

(Cf. San Giovanni Bosco nel ricordo degli exallievi, 109.)

418
23 DE DICIEMBRE
DON BOSCO Y LAS MUJERES

En 1883, Don Bosco dirigiéndose, después de una conferencia, de la sacristía al


despacho del rector de la iglesia de San Juan Evangelista, se encontró en el pasillo con
un grupo de nobles señoras, que esperaban allí para saludarlo. Se detuvo a hablar
afablemente con ellas.

Don Mayorino Borgatello, que fue uno de los más activos misioneros salesianos en
Patagonia, se extrañó en sus adentros al ver la familiaridad con que el Santo trataba a
personas de otro sexo.

Rumiaba todavía este pensamiento, cuando el Santo, después de despedirse de


aquellas cooperadoras, se volvió hacia él y le dijo al oído: «Ya lo ves, no hay que hacer
consistir la santidad en lo exterior».

(Cf. Memorie Biografiche, XVI, 24; MBe, XVI, 29-30.)

Una vez en Francia en 1883, al final de un gran banquete, entró en el salón una chiquilla
para recibir y dar un beso a cada convidado, preguntándoles si habían comido bien. Era
la hija del amo de la casa.

Despertose cierta curiosidad por ver cómo obraría Don Bosco.

Él, cuando se le presentó la niña, sacó una medalla de María Auxiliadora y le dijo:
«Bésala, póntela al cuello y quiere mucho a la Virgen».

Aquel gesto arrancó una sensación general de profunda admiración.

(Cf. Memorie Biografiche, XVI, 122; MBe, XVI, 110.)

419
24 DE DICIEMBRE
UN BAÑO INVOLUNTARIO

En Niza Mare, el 24 de febrero de 1883, sucedió que Don Bosco, que había ido a
celebrar la Misa en la capilla privada de un insigne bienhechor, volvió para ganar tiempo
por un camino que mediante unos tablones, a modo de puente, salvaban el curso del
Paglione, entonces muy pobre de agua.

Pero Don Bosco, corto de vista, pisó en falso y cayó al agua. Es verdad que se levantó
en seguida, pero empapado de pies a cabeza.

Por suerte, la casa salesiana no estaba lejos; llegó dejando un rastro de agua y pidió
una sotana y ropa para cambiarse. La casa se alborotó pensando que le hubiese sucedido
algo a Don Bosco. Pero él respondía a todos que tenía necesidad de cambiar de hábitos.

El director, tras haber buscado y rebuscado por toda la casa, no encontraba ropa
blanca ni sotana, por lo que volvió mortificado para decirle que no había encontrado
nada, absolutamente nada. Y Don Bosco le respondió: «¡Esta pobreza me gusta mucho!
Nuestros sucesores se admirarán cuando oigan que no había nada con que vestir a Don
Bosco. Ésta es una buena señal. Y ¡qué buen indicio es!».

Tuvo, pues, que acostarse y toda la ropa de Don Bosco tendida al aire, se secó en poco
tiempo gracias al sol suave de Niza.

La maravilla de los señores que venían a visitar a Don Bosco crecía cuando se
enteraban de lo sucedido y que no podía recibirlos, porque no tenía sotana que ponerse.
Dios sacó de esta caída un gran bien para la casa, porque todos iban a porfía en proveerla
de ropa blanca, para que no le sucediese eso a Don Bosco otra vez. La casa de Niza,
encomendada a tan buenos cooperadores, causó siempre gran consuelo al corazón de
Don Bosco.

(Cf. Memorie Biografiche, XVI, 39-40; MBe, XVI, 42-43.)

420
25 DE DICIEMBRE
QUIERO EL DINERO QUE TIENE EN ESE BOLSILLO

Un joven de buena familia iba irremediablemente a la ruina, debido a tremendas pérdidas


de dinero en el juego. Horrorizado ante la idea de tener que declararse en quiebra,
recurrió a un marqués en demanda de ayuda. El generoso señor le prestó una crecida
cantidad. El joven entonces desapareció sin dejar rastro de sí ni esperanza de restitución.

Pasaron así algunos años, cuando un día el marqués, camino de la estación de Porta
Susa, se encontró impensadamente con su hombre de bien. ¡Hombre de bien de verdad!
La dura lección de la experiencia había producido su efecto: se había entregado a una
vida seria y laboriosa, había recuperado un buen patrimonio y volvía expresamente a
Turín para cumplir su deber devolviéndole el dinero recibido.

El marqués continuó su camino, pero el tren ya había partido. Decidido a tomar el tren
siguiente, pensó aprovechar las horas de espera haciendo una visita a Don Bosco. Nótese
que no había hablado nunca de aquel asunto con nadie. Apenas penetró en la habitación
de Don Bosco y, antes de que abriese la boca para preguntarle cómo estaba, oyó que le
abordaba con estas palabras: «Precisamente le estaba esperando... Quiero que me dé el
dinero que tiene en ese bolsillo».

El marqués, fuera de sí por el estupor, exclamó: «¿Cómo ha podido usted enterarse de


esto? Es dinero que he recibido hace pocos minutos del modo más inesperado... ¿Conoce
usted al joven conde B?».

«No, pero sé que usted tiene la cantidad exacta que necesito para pagar una deuda. Se
la devolveré la próxima semana».

Don Bosco le firmó un recibo y, a la semana siguiente, le hizo puntual devolución.

(Cf. Memorie Biografiche, XVII, 654-655; MBe, XVII, 561-562.)

421
26 DE DICIEMBRE
CON DON BOSCO HE HECHO FORTUNA

En París, en 1883, se iba un poco a la caza de Don Bosco por todas partes; por eso, uno
de los medios que empleaba la señorita Bethford para despejar la casa Sénislhac era
notificar a dónde iría después a celebrar el Santo.

En el palacio de Combaud algunos se escondían en las dependencias próximas a su


habitación para esperarlo al paso cuando salía a primera hora. Esto suponía,
evidentemente, la complicidad de la servidumbre, que favorecía a los visitantes y que,
como es natural, encontraba en ello su ganancia.

En efecto, una vez que Don Bosco salió de París, un antiguo criado, que estaba de
servicio en la antesala, se presentó a la señora y, como cuenta hoy su hija, le dijo: «Lo
siento mucho, señora condesa, pero le pido licencia para marcharme».

«¿Marcharse? ¿Le han hecho algún agravio? ¿Quiere aumento de sueldo?».

«No, de ningún modo, señora condesa. Todos me tratan bien aquí y yo no pretendo
nada. Sólo he de decirle que ya he hecho mi fortuna y no necesito trabajar para vivir».

Evidentemente, gracias a la generosidad de los visitantes de Don Bosco, había


recibido lo suficiente para redondear sus ahorros.

(Cf. Memorie Biografiche, XVI, 137; MBe, XVI, 122.)

422
27 DE DICIEMBRE
UNA MIRADA DE DON BOSCO LA HIZO MONJA

En las Damas del Refugio, en París, en 1883, había una jovencita alumna interna que
tenía 14 años. Su madre quería sacarla, pero ella no se decidía a marchar y, pensando
que la probable visita de Don Bosco resolvería la cuestión, rogó que esperase ocho días.
Mientras tanto, se encomendaba al Señor, pidiendo que le diese una señal para conocer
su voluntad.

Llegó Don Bosco. La jovencita recibió de sus manos la santa comunión y notó que al
darle la hostia la miró sonriendo. «Será una sonrisa de bondad que tiene con todas»,
pensó para sus adentros.

Después, ya en la sala, cuando se encaminaba hacia la tarima, pasando por entre las
dos filas de alumnas alineadas, al llegar Don Bosco a ella, se detuvo un instante, la miró
otra vez, y a ella sola, sonriendo intencionadamente.

Las compañeras, un poco enceladas, querían saber por qué le había sonreído a ella de
aquella manera. Decía la muchacha que lo ignoraba, si bien, por el contrario, reconoció
en aquel acto la respuesta deseada, a saber, que no debía abandonar aquel lugar.

Efectivamente, ya no salió nunca, sino que se hizo religiosa allí mismo.

(Cf. Memorie Biografiche, XVI, 198-199; MBe, XVI, 172-173.)

423
28 DE DICIEMBRE
NO ES TAN GRAVE COMO PIENSAN

Don Bosco, la tarde del 28 de abril de 1883, dio una gran satisfacción a una noble
familia de París.

La señora Du Plessis tenía una nietecita de veintiséis meses con tos ferina y peligrosas
complicaciones, que hacían pronosticar a los médicos un triste desenlace.

La abuela había obtenido de Don Bosco, a través de la señora Combaud, la promesa


de una visita a la enferma. Fue ella misma a buscarle con su coche. Entró Don Bosco,
acompañado por el secretario, en el palacio y encontró a los padres de la enfermita
sumidos en llanto. Hacía poco que habían perdido también a un hijo. Lleváronle hasta el
lecho de la pequeñita. Hizo el Santo una breve oración e invitó después a rezar a los
padres y a los presentes.

Mientras rezaban, se detuvo de pronto y, volviéndose al señor Du Plessis, dijo: «No


basta que recen los demás, es menester que rece también su padre».

Por último, puso al cuello de la niña una medalla de María Auxiliadora, diciendo: «No
está tan grave como piensan».

Así que se marchó, la niña fue declarada fuera de peligro y es hoy la condesa Carlota
Du Reau de la Gaignonniére, que heredó de su familia una gran devoción a Don Bosco.

(Cf. Memorie Biografiche, XVI, 242; MBe, XVI, 207-208.)

424
29 DE DICIEMBRE
¡CURADO SIN QUERERLO!

Un día de 1884, Don Bosco partió para Menton, donde una óptima familia polaca le
había prometido una importantísima limosna si aceptaba su hospitalidad. Cuando se les
aseguró por carta que iría a su casa, aquellos señores avisaron a cuantos compatriotas de
los alrededores pudieron, de suerte que, entre unos veinte que acudieron de Niza, más los
de Mónaco y Cannes, se juntaron cuarenta personas. Pero, al informarse de su delicada
salud, fueron tan discretos que se pusieron de acuerdo para no cansarlo; en consecuencia,
cada uno preparaba de antemano lo que quería decirle y no le exigía más respuesta que
un sí o un no. De esta manera, pudieron hablarle todos sin aumentar su cansancio.

Cuando terminaron las audiencias, rogáronle que visitara a un sacerdote anciano


gravemente enfermo y desahuciado por los médicos. Fue al instante, y ya lo encontró
casi sin conocimiento. Preguntóle cómo se encontraba, mas no dio señales de haber
entendido.

Entonces el Santo le preguntó fuertemente al oído: «¿No me entiende? ¿Conoce usted


a Don Bosco?».

«¿Don Bosco? Sí, le conozco; ¿qué pasa?».

«Yo soy Don Bosco. ¿Tiene algo que decirme?».

«¿Cómo puede ser esto? ¿Usted aquí?».

Y de golpe se sentó en la cama y dijo que quería levantarse. La hermana pensó que
había perdido el juicio. Pero él repetía: «Te digo que me quiero levantar. Avisa al
párroco que no se moleste; yo no estoy enfermo como para recibir los Santos óleos».

Efectivamente se levantó, hablaba perfectamente y, al día siguiente, fue a oír la Misa


de Don Bosco.

(Cf. Memorie Biografiche, XVII, 40; MBe, XVII, 44-45.)

425
30 DE DICIEMBRE
EL AGUINALDO DE LA VIRGEN

El último día del año, Don Bosco daba a sus jóvenes un aguinaldo para ponerlo en
práctica durante todo el nuevo año.

Además de este aguinaldo general, conocido por todos, sugería uno secreto a cada
uno, adecuado a sus necesidades espirituales, dado a propósito para vencer algún defecto
o practicar alguna virtud particular.

El día 31 de diciembre de 1861, dio el aguinaldo general que invitaba a oír bien y con
fruto la Santa Misa. En cuanto al aguinaldo particular prometió para aquel año una «cosa
singular y extraordinaria» que «todavía no había sucedido nunca en el Oratorio».

Pero por aquella tarde no dijo más: volvió a hablar la tarde del 1 de enero en estos
términos: «El aguinaldo que os doy no es mío. ¿Qué diríais si la Virgen en persona
viniese a deciros uno a uno una palabra? Pues bien, la cosa es exactamente así: "La
Virgen os da a cada uno su aguinaldo"».

¿Qué había sucedido? Había sucedido que Don Bosco desde hacía varios años iba
presionando a la Virgen para que fuera ella la que diera los aguinaldos privados y aquel
año la Virgen, con vistas a un mayor bien que podía producir, había consentido
sugiriéndole un aguinaldo o florecilla para cada uno de la casa, incluidos los superiores.

Cómo haya tenido lugar el acontecimiento no se sabe con precisión. Se supone que la
Virgen le haya sorprendido, con su aparición o inspiración, durante la noche, y le haya
dictado todas aquellas máximas y exhortaciones, que luego aparecieron con el nombre
de cada uno.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 2; MBe, VII, 14-15.)

426
31 DE DICIEMBRE
¿POR QUÉ TARDAS?

La escritura del aguinaldo de la Virgen en el registro es la de Don Bosco.

El registro tiene dos centímetros de espesor, veinte de ancho y treinta de alto, como un
cuaderno abierto. Se leen en él todavía cerca de 600 nombres de los alumnos de entonces
y de trece de ellos se leen aún las florecillas. Son los nombres de los que no se
arriesgaron a retirarlos.

Entre éstos se halla el de José Buzzetti, a quien se le exhorta a decidirse («... ¿qué
tardas?»), no sintiéndose todavía con ánimo de hacerse salesiano después de vivir con
Don Bosco veinte años. Ni tampoco se decidirá hasta quince años después, en 1877.

Durante una ausencia de Don Bosco, algunos jóvenes entraron en su habitación y se


apoderaron del registro momentáneamente para curiosear sus páginas..., pero éstas
estaban milagrosamente en blanco, a fin de que el secreto prometido por Don Bosco
quedase respetado; sin embargo, ellos no escaparon al castigo con que Dios les afligió
por haber intentado violarlo.

Otro, en cambio, un carpintero de 22 años, recién llegado al Oratorio, al que se le


exhortaba a que arreglase las cuentas de su conciencia, protestaba públicamente no tener
necesidad de aquella exhortación, haber vivido siempre bien y estar dispuesto a solicitar
del párroco cuantos certificados desease Don Bosco.

Este joven era nuevo en el Oratorio y no conocía el ambiente ni a Don Bosco; pero
habiendo meditado un poco, se rindió a la invitación de la Virgen, declaró a Don Bosco
que aquel consejo era apropiado para él y cayó a sus pies arrepentido para confesarse.
Fue ésta la primera conquista de aquella singular iluminación espiritual.

(Cf. Memorie Biografiche, VII, 2; MBe, VII, 16-21.)

427
Presentación

ENERO

1 El sueño de los nueve años

2 A su tiempo lo comprenderás todo

3 Tanto ruido por nada

4 Un cambio extraño

5 ¿Para qué vas con esos compañeros?

6 Lavara

7 ¡Piensa siempre en las consecuencias!

8 ¡Perdóneme, mamá!

9 Vendrás a confesarte conmigo

10 Rece usted también

11 Acusado de plagio

12 Una ayuda especial para los exámenes

13 Juan, Cornelio y la gramática

14 Un «perrazo»

15 ¿Sacerdote o fraile?

16 Una memoria extraordinaria

17 Don Bosco y los exámenes

18 Don Bosco prestidigitador

428
19 Examen de magia

20 Don Bosco hace encontrar objetos perdidos

21 Pregúntame el capítulo que quieras

22 El método de la manera fuerte

23 Curación instantánea

24 Don Bosco a caballo

25 La fuerza de la oración

26 Vivirá hasta los noventa años

27 Bodas, muerte y... resurrección

28 ¿Por qué desprecias tus brazos?

29 ¡Y llegó la lluvia!

30 El pensamiento de la muerte

31 Don Bosco se va al Paraíso

FEBRERO

1 Rece al Ángel de la Guarda

2 Un trueno providencial

3 Don Bosco y San Blas

4 Increíble historia de un cáliz

5 Si tú te quedaras ciego

6 Una curación especial

7 La bolsa o la vida

8 Don Bosco y el enloquecido

429
9 Don Bosco y la marquesa Barolo

10 Las campanas tocan solas

11 Pascua de Resurrección

12 Don Bosco lee la conciencia

13 ¡He perdido mis pecados!

14 Multiplicación de las hostias

15 La última confesión de Carlos

16 El sacerdote de la polenta

17 Dios perdona todo

18 Don Bosco en busca de dinero

19 Una receta de Don Bosco

20 Don Bosco y el vino

21 Un principado para siempre

22 ¿Sacerdote? ¡Antes muerto!

23 Para tener la paz

24 La paz de Villafranca

25 Reservado a las mamás

26 Mamá y hermana

27 Usted me ahorra un paseo

28 Disciplina y moralidad

29 El perro no tenía la rabia

MARZO

430
1 La confesión general

2 Una historia de orugas

3 Todos hicieron la comunión

4 ¡Don Bosco está en la cárcel!

5 Registros: ¿Porqué?

6 Una falsa noticia desmentida

7 Los sueños se cumplen

8 Adaptarse a la mesa de Don Bosco

9 Multiplicación de los panes

10 ¡Quiero estar con Don Bosco!

11 ¿Combinación o Providencia?

12 Un medio secreto

13 ¿Garbo o modestia?

14 Un milagroso pago a cuenta

15 Una palabra sobre la confesión

16 Historia de una fotografía

17 Don Bosco leía en la frente

18 Don Bosco leía en las conciencias

19 San José

20 ¡Demasiado tarde!

21 La humildad de Don Bosco

22 El hombre de los milagros

431
23 Vejaciones diabólicas

24 En casa del Obispo de Ivrea

25 Todo lo que me ha sobrado

26 Don Bosco es de los nuestros

27 ¡Es él mismo!

28 Un confesionario insólito

29 Los números de la lotería

30 Jugad el 5, el 10 y el 14

31 Historias romanas

ABRIL

1 ¡Don Bosco Santo!

2 Gracias, Santo Padre

3 ¡El Santo Don Bosco!

4 Fe, Esperanza, caridad

5 Juego de la lotería de los párrocos

6 Dios hace obras magníficas

7 Un mago desenmascarado

8 El «Gris»

9 Un perro misterioso

10 Emboscada nocturna

11 Si no quieres escuchar a tu madre

12 Uno contra todos

432
13 Un buen actor

14 Era él, o el hijo, o el nieto

15 El «Gris» por veinte céntimos

16 En auxilio de las hermanas

17 ¿El «Gris» en América?

18 El cuarto de las castañas

19 Yo no estaré, pero tú sí

20 El indumento de Don Bosco

21 Don Bosco calzado

22 Culpa y perdón

23 ¡Las Lecturas Católicas o la vida!

24 A grandes males, grandes remedios

25 El dolor de muelas

26 Un círculo luminoso

27 Una paloma sobre la cabeza de Cagliero

28 Don Bosco y la apostasía

29 Vencer la costumbre de la blasfemia

30 Don Bosco y las comidas de trabajo

MAYO

1 Rezar antes de las comidas

2 La palabra es pan o veneno

3 Dispensen, me he equivocado de puerta

433
4 Lección a un general

5 Las cárceles de Turín

6 Don Bosco en la cárcel

7 Todo por un guardainfante

8 La calma después de la tempestad

9 Un sermón de seis horas

10 No se la puede pegar a Don Bosco

11 Los cordones de los zapatos

12 Molestias diabólicas

13 ¡Haga usted como piensa!

14 La paciencia es la medida de la santidad

15 Mitad del tesoro de Don Bosco

16 Los muchachos de Plaza del Pueblo

17 Don Bosco en la prueba

18 Don Bosco en la cárcel de Roma

19 A la caza de reliquias

20 ¡Yo no tengo miedo del diablo!

21 En Lanzo y en Chieri al mismo tiempo

22 Don Bosco da la camisa

23 Un globo de fuego

24 La confianza en María Auxiliadora

25 Saque el título

434
26 ¡Ay de los escandalosos!

27 Las coles del Señor Barlaita

28 Una casa de mala vida

29 Tú sanarás

30 Nada escapa a Don Bosco

31 Recemos un De Profundis

JUNIO

1 Las palabras de Pío XI para Don Bosco

2 Y, dejado el bar, le siguió

3 Tratos claros, amistades largas

4 No siempre eran rosas

5 Fuera los escrúpulos

6 La tarjeta de visita de Don Bosco

7 Tengo todavía dos años de vida

8 Si mando fuera al diablo

9 Arrojado con las tenazas de la estufa

10 Esto le honra a usted y a sus alumnos

11 ¿Cree usted que es más que el Papa?

12 Don Bosco emplea las manos

13 ¡El demonio no te tocará más!

14 ¡Ah, las blasfemias!

15 La casa deshonrada por un sacerdote

435
16 ¡El Gracias lo digo yo y basta!

17 Tienes siempre un perro delante

18 ¿A la Comunión con el alma negra?

19 Catalina, tú ahora eres buena, pero

20 El pan y la Providencia

21 Libro tal, página tal

22 Resignación ejemplar de una madre

23 Como una máquina de vapor

24 El pan de la Providencia

25 ¿Está usted enferma?

26 Don Bosco ve lejos

27 Tu padre está todavía en el purgatorio

28 Por qué rezar juntos

29 Bueno, pero no bonachón

30 Para el mantenimiento de los jóvenes

JULIO

1 La venganza de los santos

2 Ese médico no lo entiende

3 Fiarse de Don Bosco

4 ¿Tus hermanas? No las podrás asistir

5 Su nombre es Juan Boggero

6 En este momento cerca de la bomba

436
7 Una ruptura incompleta

8 El bienhechor huraño

9 Se evita un embargo

10 La Providencia no quiere letras protestadas

11 Los lobos del Oratorio

12 Con Don Bosco se muere serenamente

13 ¿De quién es la culpa?

14 ¡Hablarán!

15 Historia de un ladrillo

16 Exorcismos

17 Curado por Don Bosco

18 Su hijo volverá mejor

19 ¿Puedo o no puedo?

20 La medalla de María Auxiliadora

21 Sobre la cúpula de María Auxiliadora

22 Encima de la escalera hay un fumando

23 No era la voluntad de Dios

24 Tendrán el heredero, pero

25 Bienaventurados los pacíficos

26 Cautela en el hablar

27 Con la Virgen no se juega

28 Se confiesa sin quererlo

437
29 Un contrato singular

30 ¡Don Bosco dentista!

31 Limosnas que van y vienen

AGOSTO

1 El sacristán de Don Bosco

2 La espada de Damocles

3 ¡Tienen algo que ajustar con la Iglesia!

4 Don Bosco no afloja

5 Todos menos uno

6 La única recomendación útil

7 Tierna condescendencia

8 Ninguno combatirá contra el Papa

9 Don Bosco tira piedras

10 Si gano, la mitad es para el oratorio

11 La gramática griega

12 ¡Bendita obediencia!

13 El bastón de Adán

14 Por el alma de una princesa

15 Las píldoras de la Virgen

16 Desaparece la fiebre

17 ¡Estira una pierna!

18 Doble milagro

438
19 Curiosidad y confianza

20 Una limosna propocionada

21 ¡Quinientas liras son demasidas!

22 Don Boco y el ministro de Gobernación

23 ¡Cruces ya tengo demasiadas!

24 Debo dejar este palacio

25 Las buenas intenciones

26 A, más B, menos C

27 Bendiga a mi niño

28 ¿Sabes jugar?

29 Hay otro sitio también para ti

30 Rosina, vestida de blanco

31 Don Bosco exorcista

SEPTIEMBRE

1 Don Bosco me ha dicho palabras terribles

2 El problema de las vocaciones

3 Pagará... si puede

4 ¡Tú te harás cura!

5 Si está Don Bosco... nada que temer

6 Contentos los dos

7 La confianza en María

8 ¿Qué debo hacer?

439
9 Vuelve a probar

10 Sacerdote, pero no en el mundo

11 El domingo irá a Misa

12 ¡Excomulgadas!

13 Confianza en la Providencia

14 ¿Quién es más pecador?

15 Don Bosco y la Mole Antoneliana

16 ¿La Auxiliadora o las medicinas?

17 Don Bosco mediador

18 Una coma inútil

19 Lo que he visto en el sueño

20 Cambio de voz

21 Un campo más vasto

22 Un bonete «mágico»

23 Un aguinaldo de Don Bosco

24 ¡Estate alegre!

25 ¡Viva Don Bosco!

26 Como en las subastas públicas

27 Don Bosco y el baile

28 ¿Y este es un santo?

29 Llegaréis con 12 días de retraso

30 La sepultura del mirlo

440
OCTUBRE

1 El cochero

2 Espionaje... en Valdocco

3 El nombre de Don Bosco en Francia

4 La despedida de los misioneros

5 Nada nuevo bajo el sol

6 Nadie venga a fastidiarme

7 Prevé le elección de León XIII

8 Don Bosco en Marsella

9 ¿Quién es este sacerdote?

10 Serás mi jardinero

11 ¡Serás soldado!

12 ¡Serás misionero!

13 ¿Don Bosco en bilocación?

14 Conservad este jarro de loza

15 Don Bosco en pose

16 Razón, religión, cariño

17 Don Boco roba la vajilla de plata

18 La fuerza de la mirada de Don Bosco

19 El Cirineo

20 Aquellos trozos de hierro

21 ¿Se flagelaba Don Bosco?

441
22 Dígame si estoy en Gracia de Dios

23 Contra el dolor de cabeza

24 Oraciones y reliquias

25 ¿Por qué esta mañana subió tan alto?

26 Contraen deudas y luego.

27 La fuerza de una mirada

28 Ven conmigo a ver la Santa Faz

29 La superiora debe ser la primera

30 ¿Es humilde Don Bosco?

31 Se escapa antes de la absolución

NOVIEMBRE

1 Multiplicación de las castañas

2 Las orejas de Don Bosco

3 ¿Orfanato femenino o masculino?

4 Una extraña enfermedad de nervios

5 Milagro con los duques de Norfolk

6 Oigo ruido de dinero

7 ¡Esta hermana está madura para el Cielo!

8 Resignarse a la voluntad de Dios

9 ¡Ea, María, comencemos!

10 La conversión de un descreído

11 ¡El abate Bonomo!

442
12 Terremoto en el Vaticano

13 ¡Y yo quiero el mal!

14 Don Bosco condenado a muerte

15 ¿Qué busca, señor?

16 ¡Nunca más estos pecados!

17 ¡Qué cabeza más dura!

18 Sin condecoraciones

19 El espíritu de caridad

20 ¡Alabado sea Jesucristo!

21 Diez liras por una Misa

22 Severo, pero justo

23 Tengo necesidad de 30.000 liras

24 Un mal incurable

25 No quiero cambiar de vida

26 Un milagro no pedido

27 ¡Salud... y santidad!

28 Todo por un gato

29 Por la insistencia de una madre

30 Le perdone y me bendiga

DICIEMBRE

1 ¡Nunca lo hubiera hecho!

2 ¡No tienes fe en María!

443
3 Don Bosco se toma una revancha

4 Buenos días, caballero

5 Limosnero de la Virgen

6 ¡He unido mis oraciones con las vuestras!

7 Sufría por los hijos

8 Cuando no entiendas, invoca a la Virgen

9 Los gusanos de seda ya no se caen

10 Los protestantes recurren a Don Bosco

11 Hace falta un acto de fe

12 Lléveme las joyas de su mujer

13 ¿Quiere que su hijo esté enfermo?

14 ¿Conocía Don Bosco la dirección?

15 ¡Esta casa está a tu disposición!

16 ¡Bromista!

17 Demasiado para el pobre Don Bosco

18 Hay que preparar una cuna

19 Rezaré por su madre

20 Morirá cuando sus hijas le den licencia para irse

21 Protector de los hojalateros

22 Exámenes y tomates

23 Don Bosco y las mujeres

24 Un baño involuntario

444
25 Quiero el dinero que tiene en ese bolsillo

26 Con Don Bosco he hecho fortuna

27 Una mirada de Don Bosco la hizo monja

28 No es tan grave como piensan

29 ¡Curado sin quererlo!

30 El aguinaldo de la Virgen

31 ¿Porqué tardas?

Índice

445
Colección de pequeños libros y folletos sobre temas de profundización de la vida,
reflexión de la fe, celebración cristiana y devociones populares.

Serie

1.Novena a María Auxiliadora.

Alberto García-Verdugo.

2.Novena bíblica al Sagrado Corazón de Jesús.

Eugenio Alburquerque.

3.Novena a Nuestra Señora de la Salud.

Guillermo Juan Morado.

5.Novena a Don Bosco.

Teresio Bosco.

7.Un mes con Don Bosco.

Teresio Bosco.

8.Novena a san Francisco de Sales.

Eugenio Alburquerque.

9.El Vía Crucis de Jesús y nuestros Vía Crucis.

Carlos José Romero.

10.Vía Crucis con los Padres de la Iglesia.

Emanuele Vincenti.

446
11.Novena de oración por la vida.

Guillermo Juan Morado.

15.Repensar los funerales.

Christian Biot.

16.En la hora de la muerte.

Álvaro Ginel.

17.Novena a la Virgen María.

G.Juan Morado.

18.Novena a Domingo Savio.

Mario Pardos.

19.Novena a la Inmaculada.

Guillermo Juan Morado.

20.30 días con Don Bosco.

Piero Borelli-Edy Calvetti.

21.El camino de la cruz.

Eugenio Alburquerque.

22.Viernes Santo: Arbolada.

Álvaro Ginel.

Serie

4.El sufrimiento de una madre.

447
Ma Ángeles juez.

6.El sentido cristiano del dolor.

Xavier Thévenot.

12.Cartas a una cristiana casada.

Mari Patxi Ayerra.

13.Así vivo yo como cristiana.

Mari Patxi Ayerra

14.Una historia sobre el maltrato y la homosexualidad.

Marta Lozano Cañizar.

1 Memorias Biográficas de San Juan Bosco, edición española, Editorial CCS,


Madrid.

448
Índice
(Cf. Memorie Biografiche, 1, 124-125; MBe', 448
Presentación 6
ENERO 8
1 El sueño de los nueve años 9
2 A su tiempo lo comprenderás todo 11
3 Tanto ruido por nada 12
4 Un cambio extraño 13
5 ¿Para qué vas con esos compañeros? 14
6 Lavara 15
7 ¡Piensa siempre en las consecuencias! 16
8 ¡Perdóneme, mamá! 17
9 Vendrás a confesarte conmigo 19
10 Rece usted también 20
11 Acusado de plagio 21
12 Una ayuda especial para los exámenes 22
13 Juan, Cornelio y la gramática 23
14 Un «perrazo» 24
15 ¿Sacerdote o fraile? 25
16 Una memoria extraordinaria 26
17 Don Bosco y los exámenes 27
18 Don Bosco prestidigitador 29
19 Examen de magia 30
20 Don Bosco hace encontrar objetos perdidos 31
21 Pregúntame el capítulo que quieras 32
22 El método de la manera fuerte 33
23 Curación instantánea 34
24 Don Bosco a caballo 35
25 La fuerza de la oración 36
26 Vivirá hasta los noventa años 37
449
27 Bodas, muerte y... resurrección 38
28 ¿Por qué desprecias tus brazos? 39
29 ¡Y llegó la lluvia! 40
30 El pensamiento de la muerte 41
31 Don Bosco se va al Paraíso 42
FEBRERO 44
1 Rece al Ángel de la Guarda 45
2 Un trueno providencial 46
3 Don Bosco y San Blas 47
4 Increíble historia de un cáliz 48
5 Si tú te quedaras ciego 49
6 Una curación especial 51
7 La bolsa o la vida 52
8 Don Bosco y el enloquecido 53
9 Don Bosco y la marquesa Barolo 54
10 Las campanas tocan solas 55
11 Pascua de Resurrección 56
12 Don Bosco lee la conciencia 57
13 ¡He perdido mis pecados! 58
14 Multiplicación de las hostias 59
15 La última confesión de Carlos 60

450

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