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Don Bosco al alcance de la mano

Pedro Braido SDB


Editorial CCS
INTRODUCCION

EL POEMA PEDAGÓGICO DE DON BOSCO

“Quizás cada estilo y la naturaleza de cada estilo, quizás cada


técnica exija preferentemente una particular naturaleza, una especial
familia espiritual. De todas formas en la relación de estos tres valores
podemos tomar la obra de arte como expresión única y al mismo
tiempo como elemento de un lenguaje universal”. (Focillon. Cit. por L.
Stefanini, Metafisica dell’arte. Padua, 1948)

El encuentro vital de un hombre genial y santo con un estilo y, al


menos en parte, con una técnica, ha engendrado lo que todos
llamamos <el sistema preventivo de Don Bosco>.

Sistema educativo coherente, orgánico, inspirado en vigorosos


principios teológicos, filosóficos, experimentales. No importa que no se
trate de un método “científico” en el riguroso y técnico sentido del
vocablo.

Sistema educativo vivido, mejor que teorizado. Verdadera y


genial “obra de arte” que supone coherencia, no fruto de la reflexión, ni
“demostrada” sistemáticamente, sino vivida y engendrada con la
unidad de la gran creación artística.

También ésta, en efecto, tiene su unidad, su integridad: la


intuida, la vivida, la sufrida y expresada en el momento artístico,
creador.

Ahora bien, difícilmente se puede traducir todo esto a esquemas


lógicos. Una obra de arte en vivisección dejaría de ser tal. Hablando
con rigor de términos, puede solamente ser intuida, revivida,
reinterpretada, en su unidad concreta y palpitante.

A pesar de todo no es impenetrable a la razón.

Este es precisamente el sentido de la obra de arte: la viva


síntesis entre lo racional, lo ideal, el orden, la armonía inmanente y la
expresión original y sensible que brota de las formas de la belleza.

Por esto, en cuanto “ars artium”, el Sistema Preventivo de Don


Bosco tiene la unidad de una robusta y sólida concepción de la
realidad, a pesar de que no se exprese en términos metafísicos o de la
filosofía de la educación o de la pedagogía general. Al mismo tiempo
tiene todo el movimiento, la frescura, la originalidad de las obras de
arte, tan íntimamente unidas a la vida de quien las ha concebido y
llevado a término.

“El creador no desvaría. La fantasía se distingue precisamente


del capricho o la extravagancia en esto: mientras ésta empobrece las
imágenes de su desordenado juego, la otra construye y realiza la
propia imagen (fantasma) con tal euritmia en sus partes, uniéndola en
nexos vigorosos en torno a su centro, que hace casi una entelequia
aristotélica, viviendo con vida propia. ( L. Stefanini o.c.)

Por ello es preciso enfocar el “Sistema Preventivo” de Don Bosco


casi intuitivamente, en una “experiencia” vivida, en su concreta
actualidad, operante sobre todo en la propia vida de quien ha sido su
creador.

Una particular naturaleza humana.


Una especial familia espiritual

He aquí uno de los tres valores, según Focillon, que hace brotar
la obra de arte.
Tenemos inmediatamente la confirmación de lo dicho en este juicio
sintético del máximo historiador de Don Bosco:

“Así como hay quien nace para versificar o para viajar, Don
Bosco nació para ser sacerdote y sacerdote educador. Desde
jovenzuelo lo demostró. Uniendo posteriormente a las innatas
disposiciones la finura de su intuición psicológica y de su caridad
cristiana, la figura de Don Bosco educador se impone por sí misma”
(E. Ceria, S. Giovanni Bosco nella vita e nelle opere. Turin, 1948, p.
150). .”De la misma forma que se nace poeta, músico o filosofo, Don
Bosco nació educador”. (E. Ceria, Annali della Pia Società Salesiana.
Desde los orígenes hasta la muerte de San Juan Bosco (1841-1888).
Turín, 1941)

La infancia de Don Bosco y las vicisitudes de su juventud no son


otra cosa que la “revelación” de formidables cualidades educativas
innatas que fueron madurando en un clima de excepcional educación
materna, en el duro aprendizaje de la experiencia, en una preparación
cultural, escolar, nada frecuente. Sigamos las etapas de esta
ascensión fatigosa valiéndonos de sus propias Memorias.

En la escuela materna

“Nací el día consagrado a la Asunción de María al Cielo del año


1815 (propiamente el 16 de agosto), en Murialdo, aldea de
Castelnuovo de Asti. Mi madre se llamaba Margarita Occhiena, natural
de Capriglio. Mi padre, Francisco. Eran campesinos que ganaban
honradamente el pan de cada día con el trabajo y con el ahorro. Yo
apenas contaba dos años de edad cuando mi querido padre moría a la
envidiable edad de 34 años, el 12 de mayo de 1817. (San Juan Bosco,
Obras fundamentales. B.A.C., Madrid, 1979).

“Su mayor cuidado fue instruir a los hijos en la religión,


enseñarles a obedecer y tenerlos ocupados en trabajos compatibles
con su edad” (“Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales”.
Autor: Don Bosco. 21).
“Así llegué a los nueve años. Quería mi madre enviarme a la
escuela, pero le asustaba la distancia ya que estábamos a cinco
kilómetros del pueblo de Castelnuovo. Durante el invierno iría a clase
a Capriglio, pueblecito próximo donde aprendí a leer y a escribir. Mi
maestro era un sacerdote muy piadoso que se llamaba José
Delacqua. Fue muy amable conmigo y puso mucho interés en mi
instrucción y sobre todo en mi educación cristiana. Durante el verano
daría gusto a mi hermano trabajando en el campo’ (M. del 0. 22).

“Tuve por entonces un sueño que me quedó profundamente


grabado en la mente para toda la vida. En el sueño me pareció estar
junto a mi casa, en un paraje bastante espacioso, donde había reunida
una muchedumbre de chiquillos en pleno juego. Unos reían, otros
jugaban, muchos blasfemaban. Al oír aquellas blasfemias, me metí en
medio de ellos para hacerlos callar a puñetazos e insultos. En aquel
momento apareció un hombre muy respetable, de varonil aspecto,
noblemente vestido. Un blanco manto le cubría de arriba abajo. Pero
su rostro era luminoso, tanto que no se podía fijar en él la mirada. Me
llamó por mi nombre y me mandó ponerme al frente de aquellos
muchachos, añadiendo estas palabras: —No con golpes, sino con la
mansedumbre y la caridad, deberás ganarte a estos amigos tuyos.
Ponte, pues, ahora mismo a enseñarles ha fealdad del pecado y la
hermosura de la virtud” (M. del 0. 22-23).

Pequeño educador

<Muchas veces me habéis preguntado a qué edad comencé a


preocuparme de los niños. A los diez años hacia lo que era compatible
con esa edad: una especie de Oratorio Festivo.

Escuchad.
Era yo aún muy pequeño y ya estudiaba el carácter de mis
compañeros. Miraba a uno a la cara y ordinariamente descubría los
propósitos que tenía en el corazón. Por esto los de ml edad me
querían y me respetaban mucho. Todos me elegían para juez o para
amigo. Por mi parte, hacía bien a quien podía y mal a ninguno. Los
compañeros me querían con ellos, para que, en caso de pelea, me
pusiera de su parte. Porque, aunque era pequeño de estatura, tenía
fuerza y coraje para meter miedo a los compañeros de mi edad. De tal
forma que, si habla peleas y disputas, si había riñas de cualquier
género, yo era el árbitro de los contendientes y todos aceptaban de
buen grado la sentencia que yo dictaba.

Pero lo que los reunía junto a mí y les arrebataba hasta la locura


eran mis narraciones. Los ejemplos que oía en los sermones o en el
catecismo, la lectura de los libros, como los Pares de Francia, Guerino
Maschino, Bertoldo y Bertoldino, me prestaban argumentos.

Durante la estación invernal me reclamaban en los establos para


que les contara historietas. Allí se reunía gente de toda edad y
condición, y todos disfrutaban escuchando inmóviles durante cinco o
seis horas al pobre lector de los Pares de Francia que hablaba como si
fuera un orador, de pie sobre un banco para que todos le viesen y
pudiesen oír. Y como se decía que iban a escuchar el sermón,
empezaba y terminaba las narraciones con la señal de la cruz y el rezo
del Avemaría.

Durante la primavera, en los días festivos principalmente, se


reunían los del vecindario y algunos forasteros. Entonces la cosa iba
más en serio. Entretenía a todos con algunos juegos que había
aprendido de otros. Había a menudo, en ferias y mercados,
charlatanes y volatineros a quienes yo iba a ver. Observaba
atentamente sus más pequeñas proezas y volvía a casa y las repetía
hasta aprenderlas. Imaginaos los golpes, revolcones, caídas y
volteretas a que me exponía vez por vez...

~ Os lo creeréis? A mis once años hacía juegos de manos, daba


el salto mortal, hacía la golondrina, caminaba con las manos, andaba,
saltaba y bailaba sobre la cuerda como un profesional.

Por lo que se hacía los días festivos lo comprenderéis


fácilmente.

Había en I Bechi un prado en donde crecían entonces algunos


árboles, de los que todavía queda un peral que en aquel tiempo me
sirvió de mucho. Ataba a este árbol una cuerda que anudaba en otro
más distante. Después, una mesita con la bolsa y una alfombra en el
suelo para dar saltos. Cuando todo estaba preparado y el público
ansioso por lo que iba a venir, entonces invitaba a todos a rezar la
tercera parte del rosario, tras la cual se cantaba una letrilla religiosa.
Acabado todo esto, subía a una silla y predicaba. 0 mejor dicho,
repetía lo que recordaba de la explicación del Evangelio que había
oído por la mañana en la iglesia. 0 también contaba hechos y ejemplos
oídos o leídos en algún libro. Terminado el sermón, se rezaba un poco
y enseguida venían las diversiones. En aquel momento hubierais visto
al orador, como antes dije, convertirse en charlatán profesional. Hacer
la golondrina, ejecutar el salto mortal, caminar con las manos en el
suelo y los pies en alto, echarme a continuación al hombro las alforjas
y tragarme monedas para después sacarlas de la punta de la nariz de
éste o de aquel espectador. Multiplicar pelotas y huevos, cambiar el
agua en vino, matar y despedazar un pollo para hacerle luego
resucitar y cantar mejor que antes... Estos eran los entretenimientos
ordinarios... Andaba sobre la cuerda como por un sendero: saltaba,
bailaba, me colgaba de un pie, de los dos, ya con las dos manos, ya
con una sola” (M. del 0. 27-30).

Ya advertimos en esta excepcional condición de líder juvenil


cómo florece y se desarrolla cada vez más claramente, más
definitivamente, su potente vocación de educador cristiano, de futuro
sacerdote.

Por este ideal sacrificará sus años de adolescentes


entregándose al trabajo, a la pobreza, a pesar de la incomprensión de
su hermanastro Antonio. Incluso cuando encuentra en Don Calosso,
que dirige la capellanía lejana de Murialdo, un maestro y guía
excepcional, no faltan las estrecheces económicas y la tosquedad
fraterna.

<<Mientras duró el invierno y los trabajos del campo no urgían,


Antonio dejó que me dedicara a las tareas de la escuela, pero en
cuanto llegó la primavera comenzó a quejarse, diciendo que él debía
consumir su vida en trabajos pesados mientras que yo perdía el
tiempo haciendo el señorito. Tras vivas discusiones conmigo y mi
madre, se determinó, para tener paz en casa, que por la mañana iría
temprano a la escuela y que el resto del día lo emplearía en trabajos
materiales.

Pero ¿cómo estudiar las lecciones? ¿Cuándo haría las traducciones?


Escuchad. La ida y vuelta de la escuela me proporcionaba algún
tiempo para estudiar. En cuanto llegaba a casa, agarraba la azada en
una mano y en la otra la gramática y camino del trabajo estudiaba:
“qui, quae, quod”..., etc. Hasta que llegaba al tajo. Allí daba una
mirada nostálgica a la gramática, la colocaba en un rincón y me
disponía a cavar, a escardar, a recoger hierbas con los demás, según
la necesidad. A la hora en que los demás merendaban yo me iba
aparte. Y mientras en una mano tenia el pan que comía, con la otra
mano sostenía el libro y estudiaba. La misma operación hacía al volver
a casa. Y para hacer mis deberes escritos, el único tiempo de que
disponía era durante las comidas y las cenas, más algún hurto hecho
al sueño” (M. del 0. 37-38).

En la escuela. Sastre y músico

Solamente después que la madre, con la división de los bienes


paternos, resolvió el grave problema de la discordia familiar, Juan
pudo comenzar su asistencia a la escuela de Castelnuovo con una
cierta regularidad (1830-31). Diariamente recorría veinte kilómetros a
pie (M. del 0. 45). La necesidad de alojarse en una especie de pensión
sin suponer un peso para el presupuesto familiar, puso al futuro
organizador de las Escuelas Profesionales de canto y música en la
oportunidad de iniciarse en ese arte ampliando así las propias
competencias en el campo del trabajo: de la agricultura pasaría a la
artesanía.

<Me pusieron a pensión con un buen hombre que se llamaba


Juan Roberto, sastre de profesión, muy aficionado al canto gregoriano
y a la música vocal. Como tenía bastante buena voz, me entregué con
ardor al arte musical, de modo que en pocos meses logré formar parte
del coro y ejecutar los solos con éxito. Deseando además ocupar las
horas libres en alguna otra cosa, me puse a hacer de sastre. En
poquísimo tiempo aprendí a pegar botones, a hacer ojales, costuras
simples y dobles. Aprendí a cortar calzoncillos, camisas, pantalones,
chalecos, y me parecía que era ya todo un señor sastre” (M. del 0. 45).

En el poblado de Chieri, donde desde 1831 hasta 1835 asistió


regularmente a las clases de gramática, humanidades y retórica,
encuentra la forma de desarrollar juntamente las innatas cualidades
pedagógicas, la gran inteligencia y amor a la cultura y su gran
versatilidad de ingenio y de aptitudes.

Una característica demostración de sus verdaderamente


excepcionales dotes de educador son las fáciles e inmediatas
simpatías entre profesores y alumnos, su capacidad de relación, de
amistad, de ayuda en el estudio. De esta forma acaba siendo un hábil
“repetidor” para el hijo de su patrona y especialmente su educador,
llevándole a metas extraordinarias en el estudio y en el propio carácter
(M. del 0. 51).

De su generosidad en el campo escolar y de una acuciante


necesidad de amistad constructiva y educadora nace aquella
asociación juvenil llamada “Sociedad de la Alegría”.

La “Sociedad de la Alegría”

Los compañeros “comenzaron a venir para jugar, luego para oír


historietas y para hacer los deberes escolares. Finalmente, venían
porque sí, como los de Murialdo y Castelnuovo”.

“Para darles algún nombre, acostumbrábamos a denominar


aquellas reuniones “Sociedad de la Alegría”, nombre que venía al pelo,
ya que era obligación estricta de cada uno buscar buenos libros y
suscitar conversaciones y pasatiempos que pudieran contribuir a estar
alegres. Por el contrario, estaba prohibido todo lo que ocasionara
tristeza, de modo especial las cosas contrarias a la Ley del Señor. En
consecuencia, era inmediatamente expulsado de la Sociedad el
blasfemo, el que pronunciase el nombre de Dios en vano o tuviera
conversaciones malas. Así colocado a la cabeza de una multitud de
compañeros, se pusieron estas bases de común acuerdo:

— El que forma parte de la Sociedad de la Alegría debe evitar toda


conversación y toda acción que desdiga de un buen cristiano.
— Exactitud en el cumplimiento de los deberes escolares y
religiosos.

Todo esto contribuyó a granjearse el aprecio, al extremo de que


en 1832 mis compañeros me honraban como a un capitán de un
pequeño ejército. Por todas partes me reclamaban para animar las
diversiones, hacerme cargo de los alumnos en sus propias casas, y
también para dar clases y repasar a domicilio” (M. del 0. 52-53).

Progreso muy notable en los estudios de Humanidades

“Terminé, pues, el año de Humanidades (último de Básica) con


bastante éxito, de forma tal que mis profesores, especialmente Don
Pedro Banaudi, me aconsejaron que pidiera examen para pasar a la
filosofía. Y lo aprobé. Pero como me gustaba el estudio de las letras,
pensé que me iría bien seguir los estudios con regularidad y hacer la
retórica en el curso 1834-35” (M. del 0. 58).

“Como mi memoria era excelente, retenía una gran parte de los


poetas clásicos de forma especial. Dante, Petrarca, Tasso, Parini,
Monti y otros muchos me resultaban tan familiares que podía citarlos a
placer” (M. del 0. 70).

“No os oculto que habría podido estudiar más, pero recordad que
con atender en clase tenía suficiente para aprender lo necesario.
Tanto más cuanto que entonces yo no distinguía entre leer y estudiar y
podía repetir fácilmente el argumento de un libro leído o expuesto por
otro. Además, como mi madre me había acostumbrado a dormir más
bien poco, podía emplear dos tercios de la noche en leer libros a ml
placer y dedicar casi todo el día a trabajos de mi libre elección, como
dar repasos o lecciones particulares, cosas que, aunque me prestaba
a hacerlas por caridad o por amistad, no pocos me las pagaban.

Había por aquel tiempo en Chieri un librero judío de nombre


Elías, con quien me relacioné asociándome a la lectura de los clásicos
italianos. Pagaba un sueldo por cada volumen, que devolvía una vez
leído. Leía en un día un volumen de la Biblioteca Popular. El año
último de Básica lo empleé en la lectura de los clásicos latinos y
comencé a conocer a Cornelio Nepote, Cicerón, Salustio, Quinto
Curcio, Tito Livio, Cornelio Tácito, Ovidio, Virgilio, Horacio y otros... Yo
leía aquellos libros por diversión y me gustaban como si los
entendiese totalmente. Solo más tarde me di cuenta de que no era
cierto, puesto que, ordenado sacerdote, habiéndome puesto a explicar
a otros aquellas celebridades clásicas, entendí que solamente
después de mucho estudio y gran preparación se alcanza el sentido
justo y su calidad literaria” (M. del 0. 77-78).

Un ritmo de estudio tan fervoroso continuará y hasta se


intensificará más tarde en los cursos del liceo y de la teología en el
seminario de Chieri (1835-1841). De este periodo él recuerda la
predilección por el griego, el francés y el hebreo. (M. del 0. 111-112).

Trabajo y alegría

Durante sus estudios elementales se iba acentuando su actitud


educativa característica, fundamentada sobre una robusta convicción
religiosa. (Don Bosco recuerda a propósito que <<en aquellos tiempos
la religión era una parte fundamental de la educación” ( M. del 0. 54.)
Concretamente, se expresaba en las formas originales de la alegría,
del juego, del trabajo.

“Después de los deberes escolares —dice refiriéndose al café


Pianta—, quedándome bastante tiempo libre, me ocupaba en la
lectura de los clásicos italianos o latinos y me dedicaba durante otro
espacio dc tiempo a fabricar licores y confituras. A la mitad de aquel
año yo estaba en disposición de preparar café y chocolate, conocer las
regias y proporciones para lograr toda clase de dulces, licores,
refrescos, helados... (M. Del 0. 62-63)

También durante las vacaciones del seminario se mantiene vivo


este interés por el trabajo, por las ocupaciones manuales, índice todo
ello de una mentalidad poco inclinada a la especulación, toda
empapada de sentido práctico y de voluntad creativa, realizadora.

Empleaba las vacaciones en <leer y escribir. Pero no sabiendo


todavía lograr un provecho absoluto de mis días perdía muchos de
ellos sin fruto. Trataba de matar el tiempo con algún trabajo mecánico.
Hacía husos, clavijas, trompos, hochas o bolas al torno. Cosía
sotanas, cortaba zapatos, trabajaba el hierro, la madera. Aún existe en
mi casa de Murialdo un escritorio y una mesa con algunas sillas que
recuerdan las obras maestras de aquellas mis vacaciones. Me
ocupaba asimismo en segar hierba en el prado, en recoger trigo en el
campo, en deshijar y desnietar las vides, vendimiar, sacar el vino y
cosas semejantes. Me ocupaba también de mis jóvenes de siempre,
pero esto no lo podía hacer nada más que en los días festivos” (M. del
0. 95-96).

En sus estudios de Chieri, Don Bosco intensifica, en medio de un


ambiente más favorable a los estudios, el gusto por los juegos, el
canto, el teatro... “En medio de mis estudios y entretenimientos
diversos, como el canto, música instrumental, teatro, etc. —en todo lo
que participaba cordialmente—, había aprendido además varios
juegos diferentes. Como tejos, saltos, carreras, naipes, zancos... En
estas diversiones tan del agrado común, si bien no era una celebridad,
ciertamente no me encontraba entre los mediocres>> (M. del 0. 69-
70).

Particularmente experto en juegos de prestidigitación, le


acarrearon algunas consecuencias fácilmente imaginables y hasta
alguna vez fue acusado de magia y ocultismo (M. Del 0. 70-73). No
dudó como saltimbanqui capaz de exhibiciones que llenaban de
entusiasmo a los espectadores en retar con formidable competencia a
los profesionales del ramo... (M. del 0. 74-77).

Sacerdote educador

Cuando el 5 de junio de 1841 Don Bosco recibía en Turín la


ordenación sacerdotal y al día siguiente celebraba su Primera Misa, se
puede decir que los rasgos más geniales de su vocación de educador
ya habían aflorado, germinalmente si se quiere, pero con seguridad.

Los tres años transcurridos en el “Convitto” eclesiástico turinés


bajo la dirección de Don José Cafasso, moralista y santo de
excepción, constituyeron un período de perfeccionamiento en su
preparación, más severa desde el punto de vista religioso y sacerdotal
y al mismo tiempo, providencialmente, una pista de lanzamiento para
su misión.

En los años 1841-1844 —desde el primer encuentro con


Bartolomé Garelli el 8 de diciembre de 1841—, con las visitas a las
cárceles, la progresiva atención a los jóvenes “ex-corrigendi”, a los
obreros, a los aprendices, a “jóvenes pobres y abandonados”, la
misión de Don Bosco se concretará siempre más dando a su aurora
educativa contornos más precisos y comprometidos pero dentro del
estilo de sus comienzos.

Con el surgir del Oratorio, tan lleno de contrariedades y


sufrimientos, la persona de Don Bosco llegara a identificarse con una
nueva y recia realidad educativa, con un nuevo estilo pedagógico
(1841-1888).

Pero antes de que entremos en el secreto de este estilo es


preciso ofrecer algunos datos acerca de la obra y el tiempo en que se
afirma y se define su personalidad.

Algunos datos y fechas

Nos limitaremos necesariamente a escasas indicaciones


esquemáticas.

Después de las peripecias del Oratorio en el primer bienio de


vida organizada (1844-1846) tiene lugar la definitiva organización
sistemática de la Obra en el arrabal turinés de Valdocco (Pascua, 12
abril 1846). Progresiva elaboración del Reglamento, pergeñado en
1847, impreso en 1852 por primera vez, revisado todavía en 1854-55 y
publicado definitivamente en 1877.

— 1847: fundación de la Compañía de San Luis, del Oratorio de


San Luis y del primer Asilo-Escuela (M. del 0. 196, 202, 199).
— 1853: comienza la publicación de las “Lecturas Católicas”.
Talleres internos para jovencitos artesanos (M. del 0. 240).
— 26 enero 1859: los primeros colaboradores de Don Bosco
comienzan a llamarse “Salesianos”.
— 18 diciembre 1859: fundación de la Congregación Salesiana,
sociedad religiosa de educadores.
— 1863-1864: apertura respectivamente del colegio de Mirabello-
Monferrato y el de Lanzo Torinese, primeras obras educativas de Don
Bosco fuera de la ciudad de Turín.
— 1869-1874: se aprueban definitivamente la Congregación
Salesiana y sus correspondientes Constituciones.
— 1872-1874: organización de la segunda Familia educadora, el
Instituto de las Hijas de Maria Auxiliadora.
— 1875: primera expedición de Misioneros. Comienzo de la
expansión mundial de la obra de Don Bosco.
— 1888, 31 de enero: muerte del santo.
— 1934, 1 de abril: Don Bosco es canonizado.

***

Hoy su genial creación educativa se traduce en obras colosales


repartidas bajo todos los cielos.

• Oratorios Festivos y diarios.


• Escuelas Profesionales.
• Escuelas Agrícolas.
• Escuelas de Enseñanza Básica.
• Obras de asistencia especial (emigrantes, colonias, etcetera).
• Parroquias, Misiones.
• Librerías, editoriales, emisoras...
• Hospitales, orfanatos...

Don Bosco
y su sistema pedagógico
en la historia

“La historia esta decidida y el genio no puede sustraerse a las


influencias que desde la leche materna le atan a un ambiente, le
implican en las luchas de partido, lo introducen en un círculo de cultura
y civilización. Sin embargo, no madura como consecuencia de un
proceso evolutivo, como un producto natural, sino que emerge
autóctono, excepcional, fuera de toda previsión y lógica, sin que le
arrastre la corriente histórica, haciendo transparente el alma de su
tiempo y de su pueblo en la flor incorruptible de la belleza”.
(L.Stefanini, o. c., pp. 29-30

Esto mismo sucede con Don Bosco.


Su acción educativa, potente, innovadora, se desenvuelve en el
fuerte clima del que fue llamado “el siglo de la pedagogía”. A
sabiendas, en mayor o menor grado, asimila algunos grandes
principios inspiradores, advierte ciertas exigencias fundamentales,
sigue explícitamente determinados rumbos...

Don Bosco y el 800

Se trata del siglo de las grandes síntesis pedagógicas. Desde


sus comienzos, a través de la “Universidad” napoleónica, y de las
inspiraciones románticas, la figura de Rousseau es decisiva.

En una dirección iluminista que se extiende a la instrucción, a la


escuela, a la renovación de los métodos y procesos educativos y en
una dirección romántica que privilegia el sentimiento y el corazón (Don
Bosco hablará de la amabilidad, del cariño) se orienta la pedagogía
oficial. Podríamos citar a Herbart, Pestalozzi, Froebel, Necker de
Saussure, P. Girard, F. Aporti..

La cultura popular, artesanal, favorece por su extensión todo


este movimiento tan lleno de vida. Se comienzan a sentir los efectos,
los frutos de la política de los príncipes “iluminados”, especialmente de
Federico el Grande de Prusia y de María Teresa, con efectos
sensiblemente benéficos, incluso en Italia, de forma especial en
Toscana, en el Reino Lombardo-Veneto y en el Piamonte.

En estas regiones se desarrolla mucho el movimiento que


defiende el método del “mutuo aprendizaje”.

Afloran preocupaciones muy sentidas en favor de la escuela


popular, por la enseñanza con vistas a! mundo laboral. La publicación
“Guía del educador” nace en 1835-1844.

La “Memoria Estadística” de José Sacchi (“En torno al actual estado


de la instrucción elemental en Lombardía con relación a otros Estados
de Italia”) puede constituir una formidable prueba documental del
fervor por el desarrollo educativo, escolar, en el Reino Lombardo-
Veneto. ( Milán. Ant. Fort. Stella e Hijos, 1834.)

De esa misma “Memoria” y de otras páginas nacidas de la pluma


del propio Sacchi podemos conseguir útiles datos sobre la situación
piamontesa.

”El Estado Sardo —-escribe este autor— es quizás entre los


Estados italianos el que podemos considerar mejor provisto de
escuelas en las que se imparte una enseñanza literaria a las clases
sociales de la población, llamadas por nosotros escuelas “ginnasiali”.
Por el contrario, refiriéndonos a escuelas primarias o elementales hace
escaso tiempo que se las ha tenido en cuenta para organizarlas y
difundirlas.”

Cualquiera puede ver claro la importancia de que un país como


el nuestro, donde existen espléndidos medios de formación para las
clases altas, también se extendiesen a las populares.”

“Para la formación técnica, con la que las clases populares


adquieren experiencia y saber en las artes y oficios, existen en el
Piamonte varios centros si no perfectos, al menos compatibles con el
estado industrial de esa tierra italiana. Una autentica escuela técnica
puede llamarse la que se ha montado en Turín, donde se aprende el
dibujo y la geometría aplicada.”

Más datos positivos referentes al vasto movimiento educativo-


pedagógico-organizativo de este tiempo, proporcionaba el propio J.
Sacchi en sus “Anales de Estadística”, Milán, 1845 (Se trata de una
observación añadida en el apéndice a las páginas de F. Aporti:
“Relación sobre los asilos de infancia y otros centros elementales
visitados en el otoño de 1843”. Cfr. F. Aporti, Scritti pedagogici editi e
inediti, por Angiolo Gambaro. Turin, 1944.)

Allí se habla de la rápida y benéfica difusión de los Asilos de


Infancia, de las “Scuole di Metodo”, de la introducción entre los
universitarios de la enseñanza superior de metodología. Se señala,
por fin, la necesidad del Piamonte “de tener no solamente escuelas
elementales de dos o tres aulas, sino escuelas elementales mayores
de cuatro aulas y escuelas de técnica aplicada”.

“La exclusiva enseñanza elemental o primaria no es suficiente


para un país eminentemente industrial. Se requieren institutos que
preparen artesanos, agrónomos, directores de fábrica, maestros de
taller, jefes de negocios... Para adiestrar a la juventud en estas
importantísimas funciones de la vida civil no son suficientes las
actuales escuelas elementales y resultan absolutamente inadecuadas,
por no decir perjudiciales, las llamadas escuelas de latinidad... Con el
solo conocimiento del abecedario, con la superficial noticia filológica
de las lenguas muertas, no se pueden conseguir hombres útiles, como
se. requiere en el siglo de las máquinas de vapor y las vías férreas. La
enseñanza popular debe ser enfocada con simpatía hacia la sabiduría
popular. Hacemos votos porque el Piamonte sea émulo de los países
más cultos de Europa y se gane aquel honorable puesto entre las
comunidades civilizadas a las que desde hace tiempo se ha
incorporado lealmente” (anotación final de J. Sacchi). (F. Aporti, Scritti
pedagogici editi e inediti. Turin, 1944.)

El teólogo Pedro Baricco, en su monografía titulada “La


instrucción popular en Turín”, (Monografía de T. Pedro Baricco, asesor
municipal, inspector real para los estudios elementales de la provincia
de Turín. 1865) ofrece un cuadro sintético más extenso y exacto de la
situación educativa y escolar turinesa. Entre los institutos clásicos se
aprecian enormemente aumentadas las escuelas de instrucción
popular o de educación infantil. Es más, las escuelas técnicas y los
institutos profesionales cobran especial relieve, como ocurre con las
“Escuelas Técnicas de San Carlos” (fundadas en 1848), una escuela
profesional con muchas especialidades (mecánica, tipografía,
textiles...) fundada en 1857, además de las escuelas técnicas
gubernativas y municipales y las Escuelas de Dibujo. (Cfr. G.
Mantellino, La scuola primaria e secondaria in Piemonte e
particolarmente in Carmagnola dal sec. XIV alla fine del sec. XIX.
1909. Relacionado con los antecedentes de las Escuelas
profesionales y artesanales en Turín y Piamonte. Cfr. A. Suraci, Il
lavoro nel pensiero e nella prassi educativa di Don Bosco (Colle Don
Bosco. Asti), 1953, pp. 15-20.)
En la más bien conservadora y “reaccionaria” ley de 1822 se
establece que “la ciudad pudiese tener abierta la escuela de dibujo y
grabado también para los artesanos”. (Baricco, o.c.)

Pero también fuera de Turín y del Piamonte se nota un fervor


cada vez más acentuado por la promoción de la instrucción y
educación popular, especialmente la artesanal. Además de los
célebres institutos de Fellemberg en Hofwyll, de Ridolfi (Meleto), de
Lambruschini, no menos significativas y útiles —aunque gozando de
menos celebridad—, resultan entre otras fundaciones de Ludovico
Pavoni (1784-1849) (Instituto de San Bernabé con escuela de
tipografía de 1821 aprobado por el Gobierno austriaco en 1823) (En el
Decreto de la Sagrada Congregación correspondiente sobre la
heroicidad de sus virtudes (5 junio 1948) se declara: “Porro Servus
enim Dei stupendorum operum, quae Paulo post S. Joannes Bosco
amplissime protuit, praecursor merito est habendus”).

El Asilo de Juan Tata y de San Miguel en Ripa, visitados por Don


Bosco en Roma en 1858, etc. (Memorie Biografiche di San Giovanni
Bosco, V. 830, 834, 842-846. En adelante citaremos esta obra con la
sigla MB y nos referiremos a la edición original italiana.)

El propio Aporti, en enero de 1842, publicaba en el “Diario


agrario lombardo-veneto”, después reproducido en “EI educador
elemental” (1845) (una revista que ciertamente Don Bosco conoció,
citándola en su Historia Sagrada), el plan de un “Instituto de Educación
y de Instrucción teórica y práctica para los jóvenes que desean
dedicarse a la agricultura y a la administración económica de las
faenas y producciones del campo”. (Scritti pedagogici editi e inediti de
F. Aporti, por A. Gambaro. Vol. 11.)

En la tradición cristiana

Con estos últimos indicios reconocemos que el pensamiento y la


obra de Don Bosco tienen su más profunda y principal fuente de
inspiración en la tradición de la pedagogía y de la educación
cristianas. Añadamos inmediatamente: una “tradición cristiana abierta
y original”. Más allá de su cultura teológica, asimilada en el Seminario
y en el “Convitto Eclesiástico”, donde dominaba la moral de San
Alfonso (siglo XVIII), más humana y moderna, menos abstracta y
especulativa y más psicológica y concreta, sus orientaciones
pedagógicas —sobre todo la intuición fundamental de la amabilidad,
de la familia, de la alegría— se acompasan por su afinidad con los
más modernos maestros de la espiritualidad y de la educación
católicas: San Felipe Neri (Santo de la alegría), San Francisco de
Sales (el humanista de la devoción), San Carlos Borromeo (bravo
organizador de nuevas y geniales obras educativas católicas) y San
Juan Bautista de la Salle (instaurador de un nuevo estilo educativo
cristiano).

Son muy numerosas las huellas de la influencia de San Felipe


Neri en el ánimo de Don Bosco, quien fácilmente encontró la forma de
descubrir al santo romano en Chieri, en una ciudad y un seminario
donde el recuerdo de “Pipo buono” estaba viva y continuamente se
renovaba.

En el mismo período, y más tarde con mayor intensidad, Don


Bosco descubrió a San Francisco de Sales, que llegará a ser el titular
y ci Protector de su obra educativa comenzando por el primer Oratorio.
En el Reglamento encontramos efectivamente estas palabras: “ESTE
ORATORIO SE HA PUESTO BAJO LA PROTECCIÓN DE SAN
FRANCISCO DE SALES PORQUE AQUELLOS QUE DESEAN
ENTREGARSE A ESTE GENERO DE OCUPACIÓN HAN DE
PROPONERSE A ESTE SANTO COMO MODELO DE CARIDAD, EN
LAS BUENAS MANERAS, QUE SON LAS FUENTES DE LAS QUE
SE DERIVAN LOS FRUTOS QUE ESPERAMOS DE LA OBRA DE
LOS ORATORIOS”. (MB II, nota l.a)

Entre los recuerdos particulares de Don Bosco, formulados con


motivo de su Primera Misa, encontramos el siguiente: “La caridad y la
dulzura de San Francisco de Sales me han de guiar en todo cuanto
haga” (M. del 0. 115, nota 51). Era el preludio de la acentuación de la
primacía pedagógica de la amabilidad (amorevolezza) y del principio
del optimismo educativo.

En la concepción y realización de la obra más característica de


Don Bosco, el Oratorio Festivo, se notan claramente los influjos de las
análogas instituciones de Lombardía, con inspiración en los
reglamentos y organización impulsados por San Carlos Borromeo. El
primer biógrafo afirma que en la elaboración de los primeros
Reglamentos él se inspiró en las reglas de otras instituciones
“adaptándose especialmente a las del Oratorio de San Felipe Neri de
Roma y las de San Carlos Borromeo, en Milán”.(MB III, 90.)

Intensas fueron las relaciones de Don Bosco con los Hermanos


de las Escuelas Cristianas y por tanto, de forma indirecta, con las
obras y con el espíritu de su fundador, San Juan Bautista de la Salle.
A uno de sus provinciales, Fr. Hervé de la Croix, Don Bosco le dedicó
una de sus obras, la Historia Eclesiástica. Además, existen serios
indicios que nos hacen pensar que él había leído la “Conduite des
écoles chrétiennes” y sobre todo el clásico opúsculo “las doce virtudes
de un buen maestro”... explicadas por P. F. Agatone, Superior General
de dicho Instituto.

Muchas de sus expresiones sobre la mansedumbre, la dulzura,


Ia amabilidad, la asistencia, la “modestia”, parecen como ecos y
motivos del “sistema preventivo” de Don Bosco.

Menos conclusivas, en cambio, pueden ser las indagaciones


acerca de los encuentros de Don Bosco con dos profesores de
pedagogía en el Ateneo turinés, G. A. Rayneri y J. Allievo, y con el
fundador de los Rosminjanos, Antonio Rosminj, con el que se
entrevistó más veces por escrito, y también personalmente, tratando,
según parece, prevalentemente sobre temas que hacían relación a
problemas y negocios de índole económica”. (Para una indagación
más amplia y rica acerca de las relaciones de Don Bosco con los
educadores y tratadistas de su tiempo y de tiempos anteriores nos
permitimos remitir al lector a la primera parte de nuestro estudio sobre
el Sistema Preventivo de Don Bosco, donde se atiende precisamente
al tema de Don Bosco en la historia de la educación.)

Don Bosco constituye. un acontecimiento “excepcional”, nuevo,


en el campo de la historia de la educación y la pedagogía. Es propio
del gran artista saber imprimir en la infinitamente rica y variada
corriente de la vida espiritual, a pesar de estar atado a las leyes
universales de toda técnica o arte, novedad y originalidad de ritmos,
de armonía, de horizontes futuros...

En este sentido es legítimo pensar que Don Bosco y su sistema


aparecen con un nuevo estilo, personal e inconfundible, que se injerta
en la vasta historia de la educación cristiana y del sistema preventivo
con ecos, realizaciones nuevas y personales.

Existe un estilo bosquiano de educar, de igual forma que


existe en la pintura o en la música una escuela de Tiziano, de Bach,
de Rafael, de Beethoven. Afirmamos con uno de los primeros
estudiosos de Don Bosco, educador y pedagogo, Fascie, que el santo
“con el coraje de los humildes, entró, santamente animoso, por la vía
firme y castigada del buen sentido y de la tradición. Y en el surco
profundo y suave abierto por la experiencia, plantando el nuevo
vástago de su iniciativa personal y regándolo con sus sudores y
fecundándolo con el sol de su caridad, hizo crecer y educó una nueva
y vigorosa planta, hermosa, tan simple en la estructura como firme en
su afirmación, muy rica de flores y de frutos de santidad” (14 B.
Fascie, Del metodo educativo di Don Bosco, p. 26.)

Con Don Bosco salimos “del campo de la pedagogía


teórica y nos adentramos en el campo práctico del arte educativo, de
la obra del educador en la que Don Bosco fue verdaderamente un
maestro, donde su personalidad sobresale genuina, entera, donde
dejó patente, palpable, su propia huella”... (15 Ibid., p. 22.)

Repitamos sintéticamente con Zitarosa: “No es posible


desconocer una potente originalidad en la obra de Don Bosco. Pero es
originalidad, más que de meditadas teorías, deriva de su propia
personalidad de educador artista” (16 G. R. Zitarosa, La pedagogia di
Giovanni Bosco, p. 105.)

Nos unimos también a las afirmaciones de Modugno: la


pedagogía de Don Bosco “es la pedagogía del Cristianismo católico
considerada y vivida por un genio y un santo del siglo xix” (17 0.
Modugno, Don Giovanni Bosco. II metodo educativo. Florencia, 1941,
página 6)

3
Don Bosco
en la historiografía pedagógica

No es difícil recoger en torno a Don Bosco consensos y


admiraciones por su acción enardecida y genial. En general, también
los manuales de historia de la pedagogía y de la educación están
acordes en afirmar y exaltar su vasta obra generosa y benéfica, sin
empeñarse en específicas valoraciones teorizantes.

Con todo, no escasean entre comentaristas y estudiosos de


pedagogía las discusiones y divergencias correspondientes a la hora
de formular juicios más profundos y “sistemáticos” en torno a las
inspiraciones “ideales” de su acción educativa o también cuando se
tiende solamente a reconstruir ordenadamente, orgánicamente, los
que se tienen por los fundamentales principios de su pedagogía. A
este respecto la variedad de opiniones y gustos y las preferencias de
los intérpretes se alimenta de la multiplicidad, de la riqueza de las
intuiciones y realizaciones que se les ofrecen.

Originalidad y sistema

La cuestión que parece polarizar sobre todo en torno a sí a una


muchedumbre de estudiosos ilustres se refiere a la relación existente
entre Don Bosco educador, pedagogo, y la pedagogía como “ciencia”
o sistema.

La preocupación por defender a Don Bosco del desconocimiento


de los teóricos, la voluntad de mostrar su contribución determinante en
la historia de la pedagogía, o por otra parte el temor de falsearlo, de
robarle su innata originalidad, de estereotiparlo con esquemas
especulativos, han contribuido con frecuencia a dirigir la atención de
los estudiosos más sobre los aspectos formales del método educativo
del santo que sobre su contenido y sus principios inspiradores.

En una cuestión polémica contra la “Civiltà Católica” (las alarmas


de la “Civiltà Católica” y los peligros de la escuela media), Gentile
escribía así en el fascículo de septiembre de 1926 del “Diario Crítico
de la filosofía italiana”: “Hay que reírse cuando se conoce el júbilo de
“Civiltà Cattolica” por haber sido introducidos entre los autores clásicos
de filosofía y pedagogía, Balmes (filósofo muy mediocre), A. Franchi
(autor de una pedagogía vacía, muy vacía, falta de toda suerte de
ideas) y a Don Bosco (gran educador, pero autor cuyos escritos en
vano trataremos de buscar)”.

Entre los que exaltan ardorosamente el sistema de Don Bosco y


los que lamentan su deficiencia teórica existe toda una gama de
interpretaciones.

A la cabeza de las más reflexivas tomas de posición al respecto


se encuentra sin duda alguna el estudio de D. B. Fascie: “Del método
educativo de Don Bosco. Fuentes y comentarios” (Turín, 1928). Según
Fascie, Don Bosco no fue “un teórico de la pedagogía”. “Faltan
argumentos y documentos para poder afirmar que él se ocupara a
propósito del estudio de los problemas especulativos de la pedagogía
técnica y entendiera de cualquier modo convertirse en un científico de
la pedagogía.” En este sentido se interpretan las discutidas palabras
de Don Bosco en 1886, cuando el Rector del seminario de Montpellier
le rogaba al santo que le explicase su método para educar a los
jóvenes: “SE ME RECLAMA QUE YO EXPLIQUE MI MÉTODO... NO
LO CONOZCO NI SIQUIERA YO MISMO. SIEMPRE HE ANDADO
HACIA ADELANTE COMO EL SEÑOR ME INSPIRABA Y COMO
EXIGÍAN LAS CIRCUNSTANCIAS” (Memorias Biográficas, t. XVIII,
127). “Mentalidad alimentada de practicidad, de buen sentido, ajena a
las abstracciones, a la teoricidad, a la intelectualidad pura.”

Don Bosco no solamente no construye una teoría, sino que no


quiso ni siquiera “quedarse aprisionado en un sistema rígido,
estereotipado, que le cercenase la libertad y la desenvoltura de
movimientos ante nuevas iniciativas y exigencias”. No obstante no
caminó de cualquier manera, sino que se inspiró en su sistema
preventivo <<tal como se lo ofrecía la tradición humana y cristiana”.

Este sistema:

1) Él lo da a conocer mucho más en la acción vivida que en las


formulas teóricas.
2) No es nuevo, sino antiguo como el Cristianismo mismo, más bien
antiguo como la educación humana auténtica.

3) La novedad se encuentra “en el modo con el cual supo ponerlo


en práctica y hacerlo suyo”, dando “al método una forma propia, una
impronta personal”.

4) Sacando provecho de sus dotes de naturaleza y gracia, de su


experiencia, inspirándose en las normas del sentido común.

5) Consultando escritos y personas de autoridad, visitando


institutos educativos, de cualquier categoría, examinando con
diligencia sus Estatutos, sus programas, sus reglamentos, haciéndose
ayudar de todas las experiencias que le pudiesen resultar útiles.

Conclusión: “Abandonamos el campo de la pedagogía teórica


para introducirnos en el práctico del arte de educar, en el que Don
Bosco fue verdaderamente un maestro, donde su personalidad
resplandece pura y entera, donde hizo patente y palpable su propia
huella”.

Esta interpretación ha sido aceptada por el máximo historiador


de Don Bosco, DON EUGENIO CERIA. En el volumen XVIII de las
Memorias Biográficas, citando palabras del santo en 1886, hace suyo
el comentario de Fascie. En la obra “San Juan Bosco en su vida y en
sus obras” (Turín, 1938), afirma: con el método preventivo Don Bosco
“no pretendió dar vida a un método nuevo, sabiendo lo conocido que
ya era. Lo explicó por el contrario de una forma novísima realizando un
dibujo de las líneas netas, seguras, un proyecto sistemático en suma
que constituye el fondo doctrinal de la actividad práctica y la encuadra
armónicamente” (Don Ceria abunda en esta idea en los “Anales de la
Sociedad Salesiana desde los orígenes hasta la muerte de Don
Bosco: 1841-1888”, Turín, 1941).

Muchísimos más están de acuerdo con este punto de vista. Así


P. M. Barbera, en su estudio “San Juan Bosco educador” (Turín,
1942), concuerda con Fascie en señalar la novedad del sistema
educativo de Don Bosco en’ el modo como el gran educador se inspiró
“en principios sólidos, luminosos, vivos y fecundos”, los de la
pedagogía perenne y cristiana, poniéndolos al dIa.
Igualmente, G. R. Zitarosa en “La pedagogía de Juan Bosco”
(Nápoles: “Aspetti Letterarli”, 1934): “No es posible dejar de reconocer
una poderosa originalidad en la obra de Don Bosco. Pero esta
originalidad, más que en razón de teorías, deriva de su personalidad
como educador artista”.
Agustín Auffray, en su “Pedagogie d’un saint”, se pregunta: “¿Es
totalmente nuevo este sistema? Es antiguo como el Evangelio del que
directamente se desprende. El sistema educativo pensado y realizado
por San Juan Bosco, construcción sólida, original, imperecedera,
deriva de una profunda interpretación del Evangelio de Cristo, donde
toda la pedagogía se encuentra germinalmente desde la primera a la
última palabra. Deriva finalmente del singular genio de educador que
este humilde sacerdote poseyó en grado eminente, fuertemente, en
superior escala si lo comparamos con muchos otros”.

No se aparta sustancialmente de la siguiente interpretación


ampliamente desarrollada por el profesor Casotti en su introducción al
volumen “San Juan Bosco, el método preventivo”.

No era, no quería ser un “estudioso” —afirma el presente autor—


. Podía serlo y estaba excelentemente dotado para ello. Pero se daba
cuenta de que su vocación era bien distinta. No era la de un teólogo, la
de un filósofo, la de un tratadista de pedagogía. Era la de un educador
y un fundador. Que otros se dedicasen al campo doctrinal... El se
sentía llamado a actuar y no a escribir. No pensemos, no obstante,
que Don Bosco despreciase la pedagogía... 0 bien que su sistema
educativo se pueda considerar como un conjunto de “hallazgos”
prácticos y llenos de buen sentido, si, pero desprovistos de todo valor
científico y sin relieve alguno dentro de la historia de la pedagogía.”

“Esencialmente —continua M. Casotti— su pedagogía se


cimenta sobre el Evangelio y se enriquece con la diligente observación
de la psicología infantil y juvenil, con el atento estudio de muchas
instituciones educativas, con la experiencia y la acción inspirada
sobrenaturalmente, de forma que consigue un cuerpo de doctrina y de
realidades bien fundamentado en la práctica y la teoría ante los
estudiosos. Por todo ello, en la historia de la pedagogía y de la
educación tienen pleno derecho de ciudadanía”. (L. Breckx, Les idées
pédagogiques de Don Bosco. Paris. V. Cimatti, Don Bosco educatore
(Turín, 1939): “Don Bosco es un continuador de la gloriosa escuela de
espiritualidad tradicional y con eclecticismo sano y digno de
admiración sintetiza en su concepción de la caridad cristiana las
corrientes teóricas y prácticas que le precedieron. Esta caridad es
preventiva y actúa apoyando la compenetración cordial e Intima de la
autoridad razonable del educador y la libertad del educando
inspirándose siempre en los cimientos de la religión católica. M. Agosti
y V. Chizzolini, Magisgtero. Brescia, 1940. Volumen 111: A. D’Avila,
Dom Bosco. Vol. en colaboración. Grandes educadores. Platäo,
Rousseau, Dom Bosco, Claparède. Río de Janeiro, 1949. H. Bouquier,
Dom Bosco Educateur París, 1952.)

Don Bosco, pedagogo

Algunos estudiosos y comentaristas parecen preocupados


mayormente por el aspecto teórico, “sistemático”, del trabajo educativo
de Don Bosco y por esclarecer su producción “científica” en este
campo de la pedagogía. ¡Es difícil hacer de este Santo un teórico, un
especulativo! A estos señores les parecen poco generosas las
interpretaciones precedentes.

Una de las más luminosas a este respecto es la defendida por


Don Pedro Ricaldone, cuarto sucesor de San Juan Bosco, en su vasta
obra titulada “Don Bosco educador” Podemos resumir los trazos
esenciales de su tesis.

“1. San Juan Bosco nació educador cristiano. Don Bosco no fue un
puro teorizante ni un innovador. Quiso zambullirse en la acción, en la
vida inspirada en principios que ahondaban sus raíces en la tradición
cristiana mejor que perder mucho tiempo en formulas teóricas...

2. Es imposible imaginar a un educador verdaderamente tal en sus


ideas y en sus actuaciones que al mismo tiempo no tenga normas y
directrices que regulen su acción educativa. Si esto lo afirmamos de
cualquier educador con mayor razón lo haremos de Don Bosco, que
se consagro a este campo no, al acaso, accidentalmente. Una obra
tan duradera, tan coherente, tan extensa, tan notablemente profunda y
fecunda es imposible que no fuera resultado de claras y sólidas y bien
ponderadas ideas pedagógicas.

3. En la acción de Don Bosco se ponen en juego tesoros de


sabiduría pedagógica que tienen necesidad solamente de ser
recogidos y ordenados para que se aprecie todo su valor ante las
exigencias científicas formando un verdadero “sistema” teórico-
metodológico.

4. Teniendo presente todo esto y refiriéndonos a las palabras


pronunciadas por Don Bosco en 1886, sería errónea toda
interpretación que negase en el santo la consciente posesión de un
método propio bien determinado en el campo de la educación.

Don Bosco se refería en este caso a una doctrina de espiritualidad y


no a una pedagogía. Nunca negó tener un sistema. Más bien se
preocupaba de definir y clarificar los elementos fundamentales y
principales que lo informaban.

5. De un examen atento sobre cuanto Don Bosco hizo, escribió y


dijo, se deriva la solidez en la estructura de sus obras. Estas se
reafirman sobre la firme base de ideas y de tesis pedagógicas que
habla elaborado profundamente y madurado en la mente
robusteciéndolas cada día más con las experiencias personales en la
educación de sus jóvenes, las lecturas pedagógicas, los frecuentes
contactos con los estupendos estudiosos del ramo que en su tiempo
abundaban en la capital piamontesa (por quienes era muy estimado) y
también con visitas esmeradas a los principales institutos de
educación de aquella región en la que vivía y de otras partes de Italia y
de Europa.

6. Bebiendo en las fuentes escritas y orales de Don Bosco,


podemos reconstruir orgánicamente su sistema educativo que coincide
con el modo particular con el que entendió y aplicó y renovó el sistema
preventivo. Por “sistema educativo” de Don Bosco hemos de entender
las ideas, los principios y los medios que movieron, regularon,
condujeron a un final feliz su acción educativa.
Hasta aquí Don Pedro Ricaldone.

José Flores D’Arcais, en su libro “San Juan Bosco: el método


educativo”, polemiza con aquellos que niegan la existencia de una
pedagogía bosquiana, de una formulación sistemática y coherente del
problema de la educación” El autor no disimula su preocupación por
acentuar la figura del santo turinés como experto en pedagogía en el
estudio introductorio de su obra. Concluye afirmando: “No puede
ponerse en duda que Don Bosco, a pesar de no habernos regalado un
tratado técnico sobre el arte o la ciencia de la educación, llevó a cabo
una profunda y sugestiva meditación sobre el hecho educativo. El
método de Don Bosco consiguientemente tiene una fundamental
importancia histórica y teórica, su pedagogía contiene una original y
esencial formulación”.
Pero nos parece que ha sido Don Alberto Caviglia, insigne
estudioso del santo educador, quien ha aportado una interpretación
más valiosa, extensa y comprometida sobre su pensamiento
pedagógico.

En un discurso dirigido a un Congreso de Maestros de


Enseñanza Básica (agosto 1934), encontramos una formulación de
Caviglia coherente y lineal, bajo el título de “Lo sobrenatural en la
educación: la pedagogía de Don Bosco”.

<Don Bosco y la educación cristiana —afirma Don Alberto


Caviglia— forman una ecuación que se resuelve en la unidad. La
grandeza histórica e intelectual de Don Bosco en la vida de la Iglesia
consiste en haber ofrecido la formula definitiva de la pedagogía
cristiana, de la pedagogía querida por la misma Iglesia.

Los santos educadores o los educadores santos, todos ellos,


partieron del principio de la caridad y casi todos de la caridad para con
el pobrecito. Pero ninguno tuvo la fuerza difusiva y directamente
dominante como la tuvo Don Bosco.

Santos creadores o adivinadores del sistema educativo cristiano


no existe más que uno: Don Bosco. La suya no es creación de
elementos, que el crear de la nada es exclusivamente obra divina. Se
trata de una síntesis creativa que es la señal de las obras geniales, su
marca inconfundible. Y digo síntesis creativa porque la originalidad y la
hermosura y la grandeza de la creación no se encuentran tanto en la
novedad de ciertos particulares cuanto en el descubrimiento de
aquella idea que los aglutina y los funde en la vida nueva y propia de
un todo. El cual es por tanto la síntesis viviente del pensamiento y de
la tradición educativa del Cristianismo y de la Iglesia.

Y quien desea ser integralmente educador cristiano encuentra ya


señalado el camino que ha de seguir.

De aquí el evidente carácter religioso, teológico, de toda la


pedagogía de Don Bosco, con un sello del todo singular que proviene
del amor hecho bondad, de la religión traducida en religiosidad del
buen corazón. El sistema de Don Bosco —llamémosle de esta
manera— es por consiguiente el sistema de la bondad, o mejor dicho,
la bondad elevada a sistema.”

METODO PREVENTIVO
Y SISTEMA EDUCATIVO DE DON BOSCO

Algún comentarista y crítico ha puesto sobre el tapete la cuestión


de la extensión y comprensión exacta del término “sistema preventivo”.

Mientras que para la mayoría de los estudiosos está claro que el


concepto de método o sistema preventivo de Don Bosco no significan
otra cosa que el método o sistema educativo, no falta quien introduce
distinciones. (Rodolfo Fierro Torres, vol. El sistema educativo de Don
Bosco en la pedagogía general y en las especiales. Madrid, 1953. Cfr.
del mismo autor la introducción al vol. Biografía y escritos de San Juan
Bosco. Madrid, 1955. Edit. Cat., pp. 34-36.)

Dejemos aparte la distinción entre sistema y método, entre teoría


general y metodología pedagógica, términos usados y estudiados, en
su volumen “Pensamiento y método de San Juan Bosco”, por G. R.
Zitarosa.

Según Nik. Endres (“Die psychologische Begründung der


Erziehungsmethode Don Bosco als Ursache seiner padagogischen
Erfolge”) la identificación en el plano teórico sería errónea y en el
práctico peligrosa. La denominación de “sistema preventivo” no tiene
en Don Bosco el significado científico de teoría de la educación, sino
que expresa simplemente una forma de actuar, un método. Y también
en este sentido, añade Endres entrando en polémica con C. Burg,
constituye solamente una parte, aunque igualmente importante, del
metodo educativo del santo.

El sistema preventivo es solamente un aspecto, el negativo y


preservativo, de su sistema educativo considerado en su totalidad.

Por nuestra parte, opinamos que tal distinción quedará superada


si no nos limitamos a juzgar el célebre opúsculo de 1877 como una
explanación total y acabada del sistema preventivo, sino que tenemos
presentes también todas las formulaciones escritas y orales,
incluyendo numerosas que hacen mención explicita a métodos,
medios y procedimientos positivos y constructivos, considerados como
los más eficaces y seguramente “preventivos”. (Un ejemplo de
interpretación unilateral encontramos en el Manuale di filosofia e di
pedagogia de G. Espósito (TurIn, 1936, vol. III). Este autor asegura
que “Don Bosco nos legó solamente algunas páginas sobre el método
preventivo, el cual se ocupa de la disciplina y es particularmente útil
para la educación escolar o colegial, que es la propia de este santo”.)

Pedagogía católica

El esfuerzo por poner en claro la originalidad y la fisonomía del


sistema educativo de Don Bosco ha llevado a todos los comentaristas
—y a algunos de forma especial— a destacar su religioso contenido
interior.

Naturalmente este aspecto del sistema preventivo ha encontrado


un eco singular en el seno de la Congregación Salesiana. Don Pablo
Albera, uno de los primeros alumnos de Don Bosco, que luego llegaría
a ser su segundo sucesor, encuentra palabras muy felices para
concretarlo.

Dice así en una de sus Cartas Circulares dirigidas a los


Salesianos:

“Este sistema —como Don Bosco mismo afirmaba en los últimos


años de su existencia— no fue otra cosa que caridad, o sea, amor de
Dios que se dilata y que abraza a todas las humanas criaturas de
forma particular a las más jóvenes e inexpertas para infundir en ellas
el santo temor de Dios.

Meditad esta Carta Magna de nuestra Congregación que es el


sistema preventivo, meditadla seriamente, analizadla con la máxima
minuciosidad posible apelando a la razón, a la religión y a la
“amorevolezza”. En última instancia estaréis de acuerdo conmigo en
que todo se reduce a infundir en los corazones el santo temor divino, o
sea, enraizarlo de tal forma que perdure para siempre a pesar del furor
de las tempestades, los huracanes de las pasiones y las vicisitudes
humanas”... (“Don Bosco, nuestro modelo... en la educación y
santificación de la juventud”, Turín, 1920).

Conceptos semejantes fueron aireados más de una vez por Pío


XI, genial y profundo admirador de la visión educativa de Don Bosco, y
de su espiritualidad. Este Papa le definió como “luminoso apóstol de la
educación, gigante formidable, luchador de la educación cristiana”.

“Cuando se considera el valor de una sola alma —decía el Papa


Pío XI—, cuando se considera el inmenso tesoro que supone una
sólida educación como Don Bosco la entendía (profunda y completa y
exquisitamente cristiana y católica), cuando se considera que este
tesoro se multiplica gracias a grandes apóstoles, hay que elevar un
himno jubiloso y agradecido a Dios que sabe suscitar sus grandes
obras y mantenerlas vivas en este mísero mundo en el que nunca
termina la lucha pertinaz del mal contra el bien, contra la verdad
cristiana” (MB XIX, 156).

Muchos otros autores podríamos citar. Espiguemos solamente


en algunos:

—~ “La pedagogía de Don Bosco es la pedagogía del Cristianismo


católico aceptada y actualizada por un genio y un santo del siglo XIX”
(G. Modugno).

— “La gran intuición de Don Bosco, que lo coloca como piedra


angular en la historia de la educación, es ésta: no se da una verdadera
educación sin la acción de la presencia en ci alma del niño’>
(Nazareno Padellaro).
— “El espíritu que animaba la obra educativa de Don Bosco está
estrechamente unido a la tradición católica y en ella encuentra
sus antecedentes. El motivo religioso-sobrenatural caracteriza
su pedagogía de forma inequívoca, y determina su significado
como estrechamente circunscrito por el ámbito de la
pedagogía católica” (Antonio Banfi).

— “El sistema preventivo de Don Bosco puede definirse como
“pedagogía teológica” (Vito G. Galati).

Creemos que contribuirá mucho a .caracterizar el estilo particular


del sistema preventivo de Don Bosco la ponderada consideración del
aspecto metodológico, humano y cristiano de la caridad, que se
convierte en razonable y paternal amabilidad.

Este es el tema central de nuestro presente estudio.


4
El sistema preventivo.
El alma del estilo educativo
de Don Bosco:
La amabilidad
La práctica de este sistema está toda ella fundamentada sobre las
palabras de San Pablo: <Charitas patiens est... Omnia suffert, omnia
sperat, omnia sustinet>.

Como todo auténtico estilo artístico, también el poema


pedagógico de Don Bosco tiene un hondo principio de inspiración y de
unidad, condición de su vitalidad y dinamismo. Admite, por otra parte,
un progreso y desarrollo con una sucesiva asimilación de otros
conceptos e ideas inspiradoras y asume, luego, un sentido definitivo,
una armónica y total globalidad como todas las grandes obras de arte,
también las incompletas”.

Por todo ello es posible de alguna manera explayarlo tomándolo


en su alma, en sus vibraciones posteriores, en sus deducciones, en
sus ”conclusiones”, inspiradoras y abiertas a ulteriores dinamismos.

***

El sistema pedagógico de Don Bosco nace de su acción


educativa.

La acción educativa de Don Bosco nace de su caridad cristiana,


de su santidad. La caridad cristiana y sacerdotal llega a ser en él
caridad “hecha a la medida del muchacho”, caridad “pedagógica”. Se
convierte en aquella particular caridad pedagógica que inspira su
inconfundible estilo educativo cristiano, la “amorevolezza”, la
amabilidad.
Son las etapas a través de las cuales conquistamos el alma del
estilo de Don Bosco.

1. DIAGNOSIS Y TERAPIA

1841: Don Bosco, que vive las primeras semanas de su


sacerdocio, está en el primer año de los tres que paso en el “Convitto
Eclesiástico”, centro destinado a la profundización teórica y práctica de
la moral cristiana. Su Maestro —Un joven sacerdote de Castelnuovo
llamado José Cafasso— es quien lo lanza al ejercicio de la caridad
educativa.

“Empezó primero por llevarme a las cárceles, en donde aprendí


enseguida a conocer qué grandes son la malicia y la miseria de los
hombres. Me horroricé al contemplar aquella cantidad de muchachos,
de doce a dieciocho años, sanos y robustos, de ingenio despierto, que
estaban allí ociosos, roídos por los insectos y faltos en absoluto de
alimento material y espiritual. En estos infelices estaban
personificados el oprobio de la patria, el deshonor de la familia y su
propia infamia. Pero cuál no sería mi asombro y sorpresa al darme
cuenta de que muchos de ellos salían con propósito firme de una vida
mejor y que luego volvían a ser conducidos al lugar de castigo de
donde habían salido pocos días antes.

En esas ocasiones constaté que algunos volvían a la cárcel


porque estaban abandonados a si mismos. ¡Quién sabe —decía para
mí— si estos muchachos tuvieran fuera un amigo que se preocupase
de ellos y les atendiese e instruyese en la religión los días festivos,
quién sabe si no se mantendrían alejados de su ruina, o por lo menos
si no se reducirla el número de los que vuelven a la encerrona!

Comuniqué mi pensamiento a Don Cafasso y con su consejo y


su luz me puse a estudiar la manera de llevarlo a cabo, dejando el
éxito en manos del Señor, sin el cual resultan vanos todos los
esfuerzos de los hombres>’ (M. 123).

Este cuadro, que se le presenta al comienzo de su apostolado como


educador de jóvenes, permanece todavía siendo el mismo cuando ya
el arco de su vida toca el otro extremo... Se refiere precisamente a
Florencia, a aquel ambiente que Lambruschini describía con los
mismos elementos, con idénticas preocupaciones e intenciones y con
casi idénticas palabras, cincuenta años antes. Así lo ve Don Bosco:

“... ¡Cuántos pobres muchachos abandonados, vagabundeando


cada día, descalzos, sucios, mendigos, por las callejas de nuestra
ciudad!... Viven de limosna y se hacinan de noche en determinados
lugares sin que nadie se preocupe piadosamente de sus cuerpos ni de
sus almas... Crecen ignorantes de Dios, de la religión, de sus deberes
morales. Son ladrones, blasfemos, obscenos, están dominados por
toda clase de vicios, son capaces de la acción más recriminable...
Muchos de ellos caen en manos de la justicia y van a parar a una
prisión donde acaban de corromperse.

Don Bosco ha venido a Florencia por estas razones. Y ha abierto


ya un Oratorio Festivo. Don Bosco desearía abrir una residencia para
recoger a tantos chicos abandonados, arrancarlos de la corrupción de
las costumbres y de la pérdida de la fe educándolos de forma que
acaben siendo buenos ciudadanos y auténticos cristianos”. (Discurso
del 15 de mayo de 1881 a los cooperadores y amigos florentinos.
“Bollettino Salesiano”, julio 1881.)

El mismo punto de partida y las mismas conclusiones


descubrimos en el diagnostico del sacerdote-educador contemporáneo
de Don Bosco, Rafael Lambruschini: “Los muchachos que en pandilla
alborotan y molestan por las calles meten miedo. Pero no hay quien
los recoja, los invite a caminar por el sendero recto, no hay quien los
desasne, quien los quiera de verdad. Se convertirán en ladronzuelos
que infestarán los campos, se convertirán en imberbes condenados
que en la propia cárcel recibirán las definitivas lecciones para hacer el
mal. Nadie se compromete. Todo el mundo dice: a mí eso no me toca,
que lo piensen y arreglen los que mandan. Y en tanto el mal crece, y
los fantasmas del terror, como nubes de lejana tempestad, se levantan
en los ánimos turbados. Todo se intenta y se invoca y se comenta
menos el verdadero remedio”. ( Del opúsculo Della necessità di
soccorrere i poveri. 1885. En el vol. Scritti di varia filosofia e di
religione. A cargo de Mons. A. Gambaro. Florencia, 1939.)

“Crece sin querer conocer más placeres que los corporales, con la
inteligencia sin cultivar y pervertida por máximas perversas, sin estar
contento de si mismo, sin desear ser estimado de los demás, sin
ningún freno, atrevido y envilecido al mismo tiempo, sin familia ni
Patria ni Dios. La compañía de los buenos le aburre, le molesta. Busca
otra más a tono con su estado moral en los numerosos chicos o
jóvenes corrompidos como él. Pronto forma pandillas. Infunde
compasión y mete miedo el verles jugando o riñendo por las calles o
repartidos por los campos tratando de apoderarse de lo ajeno. Rotos y
andrajosos, con sus cuerpos sucios, con la mirada torva y lasciva,
amenazadores y burlones, con frecuencia armados de palos, retratan
en su semblante, en sus palabras, en sus modales, un alma
descompuesta y contaminada. Han desaparecido las gracias de la
infancia y de la adolescencia. Las facciones más delicadas se han
desfigurado y la mirada se desvía por fastidio y por dolor de unos
semblantes en los que por su dulzura se quisiera descansar, reposar.
No se trata de algo que he imaginado gratuitamente sino de un retrato
de lo que he visto con mis propios ojos y que me apena y entristece...
y hasta hace temblar. Si hubiera al menos alguien que se acercase a
él, que demostrándole afecto encendiese en su corazón una centella
de amor, que le dirigiese unas palabras que nunca ha escuchado,
estoy seguro de que, si no todos, al menos algunos se recuperarían.
He intentado razonarles y he visto relampaguear en aquellos rostros
de expresión incierta una cierta luz de bondad. Pero ¿hay alguien que
se preocupe de estos miserables? ¿Y qué podría hacer uno solo o
pocos sin medios eficaces para instruirles, ejercitarlos en la virtud,
adiestrarlos en el trabajo, para lograr que viva honradamente una
caterva de vagos que no pueden ser sustentados ni educados por sus
familias?”. (Intervención en la Academia de “Georgofili” de Florencia,
1859. Vol. cit.)

He aquí el mérito fundamental de Don Bosco.

La genérica caridad cristiana que ha animado a tantos santos y


cristianos, generosos, sensibles, ha llegado a ser, a diferencia de otros
y de acuerdo con grandes santos educadores, caridad educativa, a la
medida de la situación juvenil. No se trataba solamente de
proporcionar alimento material, albergue, vestido... Sino de ofrecer una
familia con toda su influencia: alimento, techo y ropa pero también
instrucción, preocupación por el trabajo y por el futuro. En una palabra:
educación.
Por todo ello la obra de Don Bosco nacida como centro de
acogida y de asistencia para los muchachos “pobres y abandonados”.
se transforma enseguida en ambiente de familia y por consiguiente
necesariamente en obra educativa.

En esta dirección se hizo grande, abierta a todos los jóvenes


más allá de los límites que había sugerido en un principio la idea
primitiva, obra de educación y de reeducación. Todos los jóvenes en
cuanto tales necesitan de esa específica y muy urgente “asistencia”
que es la educación profunda, integral.

El bienhechor de los jóvenes se convertía pues en un padre y


por tanto en su educador y Maestro: “adolescentium Pater et
Magíster”.

La caridad benéfica y asistencial y la caridad educativa crecen


gradualmente cada vez más amplia y generosamente, en mutua
relación.

“Mientras se organizaban los medios para poder impartir la


formación religiosa y la cultura general, apareció otra necesidad
imperiosa que había que afrontar: no pocos jovencitos de Turín y
forasteros se mostraban llenos de buena voluntad para entregarse a la
vida honesta y laboriosa. Pero, invitados a que la emprendieran de
verdad, solían responder que no tenían ni ropa, ni casa donde vivir, al
menos durante algún tiempo. Para alojar a unos cuantos siquiera que
no sabían a dónde ir a dormir, se había adaptado un pajar, en que se
podía pasar la noche sobre camastros de paja” (M. 199).

“Apenas fue posible usar otras instalaciones se aumentó el


número de los aprendices que llegó a quince, todos ellos escogidos
entre los más abandonados y en peligro” (1847) (M. 205).

“Existía una gran dificultad. Como todavía no había talleres en el


colegio, nuestros alumnos iban al trabajo y a clase a la ciudad, con
serios peligros morales para ellos, pues los compañeros con que se
encontraban, las conversaciones que escuchaban y cuanto aparecía
ante sus ojos daban al traste con todo cuanto practicaban y aprendían
en el Oratorio... Lo que sucedía con los aprendices era también de
lamentar con los estudiantes... El año 1856, con gran provecho para
todos se establecieron definitivamente las escuelas y talleres en la
Casa del Oratorio” (M. 205-206).

2. EL ESTILO DE LA CARIDAD EDUCATIVA DE DON BOSCO

Grandes educadores, desde José de Calasanz a Ignacio de


Loyola, desde Juan Bautista de la Salle a recientes fundadores de
Congregaciones, dedicadas todas ellas a la enseñanza, se han
inspirado en la caridad en sus obras, quizás más complejas que las de
Don Bosco. También esta caridad ha sido “caridad pedagógica” con
características muy originales y llamativas. Pero es innegable que la
caridad pedagógica de Don Bosco, esa que pasa a la historia con el
nombre de “Sistema preventivo” tiene una fisonomía particular con un
carácter original bien marcado.

Este carácter difícilmente podríamos encerrarlo, aprisionarlo, en


fórmulas. Precisamente porque Don Bosco no ha escrito cuál fue ha
idea madre de la que nació todo y que sirve para vertebrar el sistema.
A pesar de todo, en su pedagogía viva casi con unánime e instintivo
consenso, captamos aquel aspecto que, apenas formulado, parece
encontrar las ideas y las posturas de toda su vida y lo mejor de su
mensaje educativo.

Basta con que volvamos los ojos y el pensamiento a ese Don


Bosco que goza cuando se le llama “padre” y que llama a sus jóvenes
“hijitos” (sublimando afectuosa y conscientemente la expresión familiar
y dialectal piamontesa). Basta con recordar a aquel Don Bosco que
juega, que bromea, con sus muchachos, sonriente, bondadoso, que
convive; aquel Don Bosco que pronuncia amorosamente la “palabrita
al oído” y les habla familiarmente en las “Buenas Noches”, organiza
juegos interviniendo en ellos, excursiones a! aire libre, cantos e
interpretaciones musicales; aquel Don Bosco que tiene prohibida la
tristeza y que se inspira en la dulzura de San Francisco de Sales.

Existe una palabra que recorre toda la documentación escrita y


oral y se concentra en el documento pedagógico conclusivo de su
acción y de su vida, la carta del 10 de mayo de 1884: es la amabilidad
(“Amorevolezza”).
Es el modo particularísimo con el que Don Bosco ha hecho suya,
revitalizándola, la universal caridad educativa cristiana, ese estilo de
“escuela”. por el cual el Sistema Preventivo de Don Bosco constituye
una realización original del sistema educativo cristiano que es también
esencialmente preventivo.

¿En qué consiste esa “amorevoIezza”, esa caridad pedagógica y


educativa y preventiva de Don Bosco? Es cuestión de matices, de
ligeras pinceladas, pero decisivas. Es posible de alguna manera
describirla y señalarla intuitivamente con hechos característicos.

Religión

Se trata fundamentalmente de una caridad sobrenatural y


humana.
En este sentido tiene razón quien afirma que “no basta la
pedagogía preventiva para caracterizar el concreto espíritu de la
pedagogía bosquiana... La definición más completa y correcta me
parece la de “pedagogía teológica” que culmina toda ella en la
sacramentalidad cristiana y católica”. (San Giovanni Bosco, Il Sistema
Preventivo. Escritos y testimonios a cargo de Vito G. Galati. Milán,
1943, pp. 152.)

Teológica y sacramental. Fundamentada en los Novísimos y


sobre el pensamiento de la Muerte, ésa es la caridad pedagógica de
Don Bosco.

En este aspecto, además del otro de la razón, Don Bosco supera


toda forma de sentimentalismo maléfico impidiendo que la amabilidad
degenere en sensible y sensual emotividad.

Podríamos sintetizarlo en una expresiva afirmación contenida en


una carta del 25 de julio de 1860 dirigida a un alumno en período de
vacaciones: “Sí, querido mío, te amo de todo corazón y mi afecto me
empuja a hacer cuanto puedo para que avances en los estudios y en
la vida espiritual guiándote por el camino que conduce al cielo”.
(Epistolario di S. Giovanni Bosco, Vol. I. Turín, 1955, p. 194.
Caridad en los objetivos, en los medios, en los procedimientos
esencialmente sobrenaturales.

Pero si la “teologicidad” puede indicar lo que constituye la


esencia de la caridad pedagógica de Don Bosco, no parece constituir
su característica distintiva. San Ignacio, San José de Calasanz, San
Juan B. de la Salle, Don Orione, Ludovico Pavoni y todos los
educadores y pedagogos cristianos y santos han puesto en práctica
una caridad educativa “teológica”.

Razón

El amor de Don Bosco educador quiere ser un amor


exquisitamente, íntegramente humano. Contrario, por tanto, a todo
sentimentalismo de igual manera que a todo pietismo falsamente
devoto. Se compromete en el terreno de los inmediatos intereses de
los jóvenes, de su porvenir, de su profesión, de las futuras
responsabilidades. La razón, es uno de los términos del trinomio
educativo de Don Bosco.

En los objetivos y en el modo. Por esto la amabilidad se hace


sencilla, normal, huye de toda artificialidad...
Don Bosco pide al educador un amor equilibrado, abierto,
racional. “Déjate guiar siempre por la razón, no por la pasión”. (MB X,
1.023.)

La amabilidad no debe deformarse convirtiéndose en esa


falsificación de la caridad y de la afectividad que son las lamentables
“amistades particulares” con lo que ello supone de peligrosidad de
mala ley, excesiva “sensibilidad” y señal, índice y vehículo de
lamentables desviaciones...

En sentido positivo la amabilidad razonable se manifiesta de


varias formas: exigiendo a! muchacho lo esencial, evitando un
ascetismo pedagógico inútil y falto de alma, adoptado con el pretexto
de robustecer el carácter o como ejercicio de mortificación, etc. Hay
que seguir el método de la advertencia preventiva, serena, clara,
sincera.
“NO DESEO QUE ME CONSIDEREIS VUESTRO SUPERIOR SINO
VUESTRO AMIGO. POR TANTO NO ME TENGAIS NINGUN MIEDO
SINO MUCHA CONFIANZA, LA QUE YO DESEO, OS PIDO Y
ESPERO DE VOSOTROS SIENDO MIS AMIGOS. ABORREZCO
LOS CASTIGOS, LO DIGO FRANCAMENTE. NO ME AGRADA DAR
AVISOS AMENAZANDO CON SANClONES A QUIEN LUEGO
CAERA EN FALTA. NO ES MI SISTEMA. INCLUSO CUANDO
ALGUNO HA FALTADO SI ‘PUEDO CORREGIRLE CON UNA
BUENA PALABRA, EXISTIENDO LA VOLUNTAD DE ENMIENDA,
NO PRETENDO MÁS. ES MÁS: SI TUVIERA QUE CASTIGAR A
ALGUNO DE VOSOTROS, EL CASTIGO MAS TERRIBLE SERÍA EL
MÍO, PORQUE SUFRIRÍA DEMASIADO”. (MB VII, 503.)

El persuadir a los muchachos está en los mismos cimientos de la


“amorevolezza” pedagógica de Don Bosco. Contribuye particularmente
a dar a su sistema educativo aquel aire característico de familiar
sencillez que impresiona inmediatamente a quien se le acerca.

Es innegable que todo esto nace de una intuición nada


superficial ni empírica de la psicología del adolescente, codicioso
siempre de “razones” y de pocas complicaciones y de ser tratado con
generosidad, comprensión e indulgencia. Por ello, como escribe Don
Bosco mismo en el célebre opúsculo sobre el Sistema Preventivo, este
método ha de ser preferido a los demás:

— El alumno, avisado según este sistema, no queda


avergonzado por las faltas cometidas, como acaece cuando se las
refieren al superior. No se enfada por la corrección que le hacen ni por
el castigo con que le amenazan o que tal vez le imponen. Porque éste
va acompañado siempre de un aviso amistoso y preventivo, que lo
hace razonable y termina, ordinariamente, por ganarle de tal manera el
corazón, que él mismo comprende la necesidad del castigo y casi lo
desea.

— La razón fundamental es la ligereza juvenil por la cual


fácilmente se olvidan los chicos de las reglas disciplinarias y de los
castigos con que van sancionadas.

— El sistema preventivo dispone y persuade de tal modo al alumno,


que el educador podrá en cualquier ocasión, ya sea cuando transcurre
el período de formación, ya en años posteriores, hablarle con el
lenguaje del amor.’

Al conocimiento de la ligereza juvenil se une, por otra parte, un


cauto, controlado pero sustancial optimismo por las efectivas e innatas
posibilidades racionales del muchacho a la hora de ir mejorando.

En una conversación histórica con un educador inteligente y


perspicaz, que llegará a ser luego colaborador suyo, Francisco
Bodratto, Don Bosco hacIa esta “profesión de fe”, de esperanza, en el
joven: “Religión y razón son los dos ejes de todo mi sistema educativo.
El educador ha de persuadirse de que todos o casi todos estos
queridos jóvenes tienen una inteligencia natural para conocer el bien
que se les hace personalmente y a! mismo tiempo están dotados de
un corazón sensible fácilmente inclinado y abierto a la gratitud”... (MB
VII, 761-762.)

Amabilidad

Pero apenas hemos abocetado la esencia teórica y práctica de la


amabilidad educativa de Don Bosco.

Precisamente porque la caridad educativa, sobrenatural y


racional, ha de llegar a convertirse en sentida, experimental, visible,
casi tangible, en cierto modo “sensible”.

En este momento la intuición educativa central de Don Bosco


llega al máximo de pureza y esplendor. Es una intuición característica
de la que el educador piamontés ha ofrecido el primero una sabia
formulación y una personalísima y valiente realización en su vida y en
su forma de actuar.

Se trata de una riqueza tan amenazada, que él no ha querido


simplemente confiarla a una fluida e incierta tradición vivida sino que
ha querido fijarla en un documento escrito que constituye, a nuestro
juicio, el máximo documento pedagógico de Don Bosco, uno de los
más notables monumentos de la historia de la pedagogía y de la
educación, por más que muchos se empeñen en ignorarlo y continúen
con obstinación prefiriendo la glacial y también —especulativamente
considerada— poco trascendental “pedagogía general deducida” de
Herbart o los con frecuencia insustanciales “Pensamientos sobre la
educación” de Locke y otras obras de los llamados “clásicos”...

Quien haya leído y reflexionado sobre LA CARTA ROMANA


DEL 10 DE MAYO DE 1884 no puede quedar libre de una sutil
molestia: el temor de que tamaña riqueza llegue a ser olvidada,
traicionada, arruinada. Si hubiera sido escrita por un experto teorizante
de la Pedagogía, ciertamente habría sido acusado de soñador por
alguno (efectivamente, fue un soñador Don Bosco pero... ¡qué sueños
tan atados a la realidad los suyos!, como un poeta, como un
sentimental. Con todo, esa carta no es otra cosa que el documento
escrito de cuanto Don Bosco ha vivido y ha proclamado en su vida, en
su acción, en su obra educativa.

“Me parecía estar en el antiguo Oratorio en tiempo de


recreo. Era una escena llena de vida, de movimiento y de alegría.
Algunos corrían, saltaban, otros hacían saltar a los demás. Quien
jugaba a la rana, quien a la bandera, quien a la pelota. En un sitio
habla reunido un corrillo de muchachos pendientes de los labios
de un sacerdote que les contaba una historia. En otro lado habla
un clérigo con otro grupo jugando al “burro vuela”, a los oficios.
Se cantaba, se reía, por todas partes. Y par doquier, sacerdotes y
clérigos, y alrededor de ellos, jovencitos que alborotaban
alegremente. Se notaba que entre los jóvenes y los superiores
reinaba la mayor cordialidad, la mayor con fianza. Yo estaba
encantado al contemplar aquel espectáculo y Valfré me dijo:
“Vea, la familiaridad engendra afecto y el afecto con fianza. Esto
es lo que abre los corazones y los jóvenes lo manifiestan todo sin
temor a sus maestros, a los asistentes y a los superiores. Son
sinceros en la confesión y fuera de ella y se prestan con facilidad
a todo lo que les quiera mandar aquel que saben que los ama”.
(MB XVII, 108.

El cuadro se ilumina todavía más a causa de las misteriosas


sombras que se proyectan con la descripción de los efectos de una
“caridad” rígida, medida, formal y quizás también teológicamente
exacta, pero no pedagógicamente flexible, persuasiva, convincente.
“Vi el Oratorio y a todos vosotros que estabais en el recreo.
Pero no oía ya gritos de alegría y canciones, no contemplaba
aquel movimiento, aquella vida que vi en la primera escena.

En los ademanes y en el rostro de algunos jóvenes se


notaba una tristeza, una desgana, un disgusto, una desconfianza
tales que causaban gran pena a mi corazón. Vi, es cierto, a
muchos que corrían, que jugaban, que se movían con dichosa
despreocupación. Pero otros, y eran bastantes, estaban solos,
apoyados en las columnas, presas de pensamientos
desalentadores. Otros estaban en las escaleras, en los corredores
o en los poyetes que dan a la pared del jardín, para no tomar parte
en el recreo común. Otros paseaban lentamente, formando
grupos y hablando en voz baja entre ellos, lanzando a una y otra
parte miradas sospechosas y mal intencionadas”... (MB XVII 109.)

El remedio se contiene en el joyero de oro de la “amorevolezza”


¿Cómo se pueden reanimar estos queridos jóvenes a fin de que
recobren aquella antigua vivacidad, alegría y expansión? He aquí la
respuesta: con la caridad. No se trata de la pura caridad teológica,
racional, sino de una caridad bien precisa, bien definida en su
inconfundible estilo. Es la replica a la pregunta angustiosa: “¿pero mis
jóvenes no son amados suficientemente? La respuesta es una
descripción, un sucederse de detalles muy bien determinados que
esculpen ciertamente un estilo, tanto más claro y cristalino, cuanto
más concretamente se refiere a la ejemplaridad viviente de Don
Bosco. Se trata de la “amorevolezza”.

“Lo veo y lo sé... Pero esto no basta. Falta lo mejor. Que los
jóvenes no sean solamente amados sino que se den cuenta de
que se les ama: Que al ser amados en las cosas que les agradan,
participando en sus inclinaciones, aprendan a ver el amor
también en aquellas cosas que les agradan poco, como son la
disciplina, el estudio, la mortificación de sí mismos y que
aprendan a obrar con generosidad y entrega”. (MB XVII, 110.)

51
Este “lo mejor” puede aparecer como cosa irrisoria, será
ontológicamente, éticamente, lo “menos”, lo fútil, pero solamente por
medio de él (“lo mejor” pedagógicamente hablando) es como se
construye lo demás. Los educadores que olvidan este principio
“descuidando lo menos, pierden lo más y este más es el fruto de sus
fatigas. Que amen lo que agrada a los jóvenes y los jóvenes amarán lo
que es del gusto de sus superiores. Antiguamente los corazones todos
estaban abiertos a los superiores. Por ello los jóvenes amaban y
obedecían prontamente. Pero ahora los superiores son considerados
solamente como tales y no como padres, hermanos y amigos. Por lo
tanto son más temidos que amados”. (MB XVII, 110-111.)

Familiaridad

A la idea de la “amorevolezza” se le añade otra, que Ia


especifica: la familiaridad.

Don Bosco como teórico de la pedagogía ha resuelto el


problema del binomio educador-educando, no en la relación
democrática del ciudadano en una “ciudad de los muchachos” sino en
la imagen de la familia.

Su sistema ha nacido para devolver a los jóvenes


reconstruyéndolo, el ambiente total e integral de la familia. Relación
jurídica y pedagógica del padre. Relación hijos-hermanos.

Pero entre los diversos tipos de familia ha elegido el más


bondadoso, el más a la mano. No la familia patriarcal, en la que el
padre es además jefe indiscutible. No la familia romana con la
potestad del “paterfamilias” sino la familia popular, sencilla, con
relaciones de bondad, de cordialidad, de presencia, de humilde
respeto por parte de los hijos, de servicio sacrificado y escondido por
parte de los padres, donde triunfa la “amorevolezza”.

La amabilidad es el clima de la familia y ésta es el ambiente en el


que realmente y teóricamente también debe desarrollarse la
“amorevolezza”.

De ella están empapados todos los ambientes educativos de Don


Bosco. Comenzando por la forma más difícil: la del colegio-internado
que el santo soñó siempre sin fastidiosos “colegiaIes” de filas, de
silencios artificiales e inútiles, de relaciones más propias de la vida
militar y monacal.

Naturalmente, todavía más libre y espontánea la forma educativa


de la familia se expresa y desarrolla en las instituciones abiertas: el
Oratorio Festivo, la Escuela, los grupos juveniles, las “Compañías”.

Al llegar a este punto es preciso recurrir una vez más —además


de contar con los ejemplos vivos— al documento de 1884.

“Familiaridad con los jóvenes, sobre todo en el recreo. Sin la


familiaridad no se puede demostrar el afecto y sin esta
demostración no puede haber confianza. El que quiere ser amado
-es preciso que demuestre que ama. .Jesucristo se hizo pequeño
con los pequeños y cargo con nuestras debilidades. He aquí el
Maestro de la familiaridad.

El maestro a quien solamente se le ve en la cátedra es un


maestro y nada más. Pero si participa en el recreo de los jóvenes,
se convierte también en hermano.

Si a uno se le ve en el pálpito predicando, se dirá que no


hace más que cumplir con lo que debe. Pero si se le ve diciendo
en el recreo una buena palabra, habrá que reconocer que esa
palabra proviene de una persona que ama.

¡Cuántas conversaciones no fueron efecto de alguna de sus


palabras pronunciadas de improviso al oído de un jovencito
mientras se divertía! El que sabe que es amado ama y el que es
amado lo consigue todo especialmente de los jóvenes. Esta
confianza establece una corriente eléctrica entre jóvenes y
superiores. Los corazones se abren y dan a conocer sus
necesidades y manifiestan sus defectos. Este amor hace que los
superiores puedan soportar las fatigas, los disgustos, las
ingratitudes, las faltas de disciplina, las ligerezas, las
negligencias juveniles.

Jesucristo no quebró la caña ya rota ni apagó la mecha


humeante. He aquí vuestro modelo. Entonces ya no habrá quien
trabaje por vanagloria. Ni quien castigue por vengar su amor
propio ofendido. Ni quien se retire del campo de la asistencia por
celos de una temida preponderancia de otros. Ni quien murmure
de los demás pretendiendo ser amado y estimado de los jóvenes
con exclusión de todos los demás superiores, mientras, en
cambio, no cosecha más que desprecios e hipócritas zalamerías.
Ni quien se deje robar el corazón por una criatura y para
agasajarla descuide a todos los demás chicos. Ni quienes, por
amor a la propia comodidad, menosprecien el deber de la
asistencia. Ni quienes, por falso respeto humano, se abstengan
de amonestar a quien lo necesite. Si existe este amor efectivo no
se buscará otra cosa que la gloria de Dios y el bien de las almas.
Cuando languidece este amor es que las cosas no marchan
bien...

¿Por qué se quiere sustituir la caridad por la frialdad de un


reglamento? ¿Por qué los superiores dejan a un lado la
observancia de aquellas reglas de educación que Don Bosco les
dictó?... Pues sencillamente porque al sistema de prevenir, de
vigilar y corregir amorosamente los desórdenes, se le quiere
reemplazar por ese otro, más fácil y más cómodo para el que
manda, de promulgar la ley y hacerla cumplir mediante los
castigos que encienden odios y acarrean disgustos sin cuento. Si
se descuida el hacerlas observar, son causa de desprecio para
los superiores y de gravísimos desórdenes. Y esto sucede
necesariamente si falta la familiaridad. Si, por lo tanto, se desea
que en el Oratorio reine la antigua felicidad, hay que poner en
vigor el antiguo sistema: el superior sea todo para todos, siempre
dispuesto a escuchar toda duda o toda lamentación y queja por
parte de los chicos, sea todo para vigilar paternalmente su
conducta, todo corazón para buscar el bien espiritual de sus
subalternos y el bienestar temporal de aquellos a quienes la
Providencia ha confiado a sus cuidados”. (MB XVII, 111-112.)

5
Las expresiones de la amabilidad

La intuición fundamental de Don Bosco es una realidad rica, que


resume en si otras intuiciones, 0 mejor, otras realidades y actuaciones
prácticas y vivenciales.

Esto no nos obliga a adentrarnos en el conocimiento. De cosas


misteriosas, complicadas. La “amorevolezza” de Don Bosco supone la
caridad teológica, exigente y sólida ni más ni menos porque sabe
desmenuzarse “pedagógicamente” en tales detalles (al menos eso le
parecen al adulto) que constituyen su realización más verdadera, más
cercana a la psicología del chico, para el cual semejantes
menudencias o insignificancias son cosas importantes y serias.

Estas expresiones tienen un nombre muy humilde.

Por lo demás, ¿no era idea de la pedagogía romántica y de los


grandes tratadistas de esta disciplina casi contemporánea de Don
Bosco que el juego es la tarea del chico, que el movimiento y la alegría
y los regalos y las distracciones son las cosas más serias para él, el
instrumento de su expansión humana correcta, que desemboca en Ia
seriedad del trabajo y de la vida adulta? ¿No vivía Don Bosco en el
tiempo de la primera afirmación de la pedagogía del juego-alegría-
acción de Froebel y del nacimiento de las primeras casas de infancia
que se inspiraban en dichos principios?

No nos maraville, por tanto, que las “expresiones” más


importantes de su “amorevolezza” se llamen patio de recreo, juego,
alegría, familia, estilo de convivencia fraternal y de relación paterno-
filial entre el educador y el educando, que tendrá luego las
manifestaciones más profundas y constructivas en la confidencia de la
palabrita a! oído, del encuentro de tú a tú en el confesionario, en el
desempeño del cargo de Director-Padre en ese coloquio colectivo y
cordial de las típicas “Buenas Noches”.

Comencemos atendiendo a las expresiones o manifestaciones


más externas.
1. LA ALEGRÍA

Característica esencial de la familia de Don Bosco por la cual no


se trata ya solamente de un “recurso metodológico”, medio,
expediente, para hacer aceptar lo sustancial, sino que se trata del
resultado de una instintiva valoración psicológica del joven y del
espíritu de familia. Don Bosco, más comprensivo e intuitivo que
muchos padres, sabe y comprende que un muchacho es un muchacho
y permite y quiere que lo sea. Sabe que la forma de vida del chico es
la alegría, la libertad, el juego, la “Sociedad de la Alegría”... Sabe que
con vistas a una acción educativa y profunda, el muchacho ha de ser
respetado y querido en su condición natural que no consiente artificios,
violencias, situaciones forzadas. Además, no hay nada que hacer con
respecto a un chico artificiosamente anormal, triste, solitario,
envejecido antes de tiempo. En definitiva, la alegría para Don Bosco
es el resultado de una valoración cristiana de la vida.

El Evangelio, la “buena nueva”, debe serlo sobre todo para el


joven cristiano sin jansenismos ni rigorismos. De la religión del amor,
de la salvación, de la Gracia, no puede brotar más que gozo,
esperanzado y positivo optimismo. La familia de Don Bosco es familia
cristiana. En Don Bosco estos varios puntos de vista se persiguen y se
entrelazan unos con otros.

Para él, el apóstol del trinomio “Razón, Religión, Amabilidad”, la


alegría es necesidad fundamental de vida, ley de juventud, que es por
definición una edad gozosa y libre. Recordemos aquella estupenda
página de la biografía de Miguel Magone donde sin disimulada
complacencia se refiere a su “índole fresca y vivaz”, a la “mirada
compasiva a los juegos” después del recreo. Afirma que “parecía que
salía de la boca de un cañón cuando pasaba de las aulas al patio.
(San Giovanni Bosco, Cenno biografico sul giovinetto Michele Magone.
Turín, 1940.)

Don Bosco veía en él la imagen de sus jovencitos. Por ello hace suya
aquella sentencia de San Felipe Neri: “Mientras tengáis tiempo, corred,
saltad y divertíos cuanto os dé la gana, pero por caridad no cometáis
el pecado”. (MB VII, 159. “Buenas Noches” del 2 de mayo de 1862.)
Esta comprensión de la psicología juvenil hace que acepte en parte los
fervores militares del 48. “Acomodándose a las exigencias de los
tiempos, en todo aquello que no desdecía de la religión y de las
buenas costumbres, no tuvo inconveniente en permitir a sus
muchachos realizar sus maniobras y evoluciones en el patio del
Oratorio y hasta encontró la forma de hacerse de una buena cantidad
de fusiles de madera”. (MB III, 320-321.)

Los amigos de Don Bosco conocían bien los famosos préstamos de


José Brosio, “ex-bersagliere”. (MB III, 438-440. Una cita paralela (tomo
VIII, 103) nos informa de cómo el príncipe Amadeo de Saboya,
habiéndose enterado de que los alumnos de Don Bosco se ejercitaban
con gusto en tablas gimnásticas dispuso que se les regalara parte de
los aparatos de su propio gimnasio.

Los juegos, las bromas, las amenísimas conversaciones


adobadas con seriedad y sentido educativo, llenan los recreos. (Cfr.
los caps. XXX-XXXI del vol. VI de las Memorias Biográficas.) “En
recreo no soportaba que algunos se encontrasen apartados de los
demás compañeros ni consentía que hubiera bancos para sentarse”
(MB VII, 50.)

El juego. La pedagogía del patio

Para el muchacho —cuyo reino ha sido el aire libre de la plaza,


de los campos, de la calle— el principal escenario donde se va a
desarrollar su vida alegre lo constituye el patio, la pista de recreo, el
campo de juego.

Más que en otro cualquier ambiente, la alegría encuentra aquí la


forma más sincera y explosiva de expresarse. Por ello en la mente y
en la práctica de Don Bosco el patio se convierte en un medio
diagnóstico y pedagógico de primer orden.

“En la tradición de Don Bosco la vida del patio, tal como él lo ha


entendido, inculcado y actuado, es un factor esencial e indispensable
para la completa educación de los jóvenes y es un pilar de su sistema.
Nosotros comprendemos la razón de la insistencia que siempre
sostuvo al escribir o hablar a sus salesianos. Arranquemos de la vida
de Don Bosco —como de la vida de cualquiera de sus casas— la
animación del patio y nos quedara una figura sin carácter, en la casa
se hará un vacío que no se puede llenar viniéndose abajo sin remedio
una gran parte ciertamente de la típica construcción educativa y
justamente la labor de contacto con cada uno de los jóvenes que es la
más necesaria. (A. Caviglia, II “Magone Michele”. Turín.)

También en este punto, la carta de 1884 es un documento


significativo a! que es obligado referirse.

“Me fijé y vi que eran pocos los sacerdotes y clérigos que


estaban mezclados entre los jóvenes y muchos menos los que
tomaban parte en sus juegos. Los superiores no eran ya el alma
de los recreos. La mayor parte de ellos paseaban, hablando entre
sí, sin preocuparse de lo que hacían los alumnos. Otros jugaban
pero sin pensar para nada en los jóvenes. Otros vigilaban a la
buena, pero sin advertir las faltas que se cometían. Alguno que
otro corregía a los infractores, pero con amenazas y raramente.
Habla algún salesiano que deseaba introducirse en algún grupo
de jóvenes, pero vi que los muchachos buscaban la forma de
alejarse de sus maestros y responsables. Entonces mi amigo me
dijo: —En los primeros tiempos del Oratorio, ¿usted no estaba
siempre en medio de los jóvenes, especialmente en tiempo de
recreo?” (MB XVII, 110).

Esta es la “amorevolezza”.. No se habla de disquisiciones


teóricas sobre la educación física, sobre la formación mediante el
juego, etc. Se trata de este imperativo simple y pesado a la hora de
cumplirlo: que los Superiores sean “el alma del recreo”, “apasionados”
juvenilmente, desenfrenadamente, por los juegos de los chicos como
si fuesen sus propios juegos y de su total agrado. “Estar en medio de
los jovencitos de forma especial en tiempo de recreo”. Un tratado de
pedagogía especial sobre la educación física o sobre la “asistencia” no
sería capaz de conseguir el sentido concretísimo, inmediato, realista,
de estas afirmaciones.

La ciencia, lejos de desmentirlas, las acepta y las corrobora,


como vemos por el claro testimonio de un educador, psicólogo de
indiscutible autoridad: “Vivir activamente en medio de los compañeros
adquiere una enorme importancia para el muchacho porque desarrolla
las tendencias y disposiciones buenas y evita las menos buenas o
inútiles y también porque es una ocasión para que su carácter se vaya
manifestando. De aquí nace la importancia de la educación llevada a
cabo por medio de la escuela no tanto como ambiente donde se
imparte una enseñanza cuanto como ambiente, sobre todo, donde el
alumno juega. Don Juan Bosco, gran educador y gran santo, habla
penetrado tan espléndidamente esta condición psicológica infantil que
hizo de este punto el centro de la educación del chico. Es sabido lo
que afirmaba sobre la importancia del patio como lugar de juego,
donde sus religiosos se dedican a la educación de sus alumnos en las
horas de recreo” (A. Gemelli, Psicologia dell’età evolutiva. Milan,
1947.)

Teatro

Uno de los siete “secretos” del buen funcionamiento del Oratorio


recordados por Don Bosco era éste: “alegría, canto, música y libertad
grande en las diversiones”. (MB XI, 222.) En el opúsculo sobre el
Sistema Preventivo leemos estas palabras: “Se conceda amplia
libertad de saltar, correr, alborotar a placer. La gimnasia, la música, la
declamación, el teatro, las excursiones, son medios muy eficaces para
obtener la disciplina, favorecer la moralidad y la salud”.

El origen ocasional del pequeño teatro no impide que se vaya


poco a poco integrando en el sistema educativo de Don Bosco de
forma práctica y vital como elemento constitutivo para la construcción
del ambiente de alegría y con una función educativo-didáctica. (MB III,
592-594. Parece que surge por iniciativa de Tomatis (alumno de
Valdocco desde 1849 hasta 1861) para entretener a los compañeros
internos durante la tarde del sábado o la víspera de las fiestas
mientras Don Bosco atendía al confesionario.)

Su finalidad aparecía señalada en aquella vibrante intervención


de Don Bosco en enero de 1871: “Me parece que las representaciones
teatrales tienen como base el divertir, el instruir. Han de evitarse
aquellas escenas que pueden endurecer el corazón juvenil o producir
una impresión deplorable en su delicada sensibilidad. Se monten
comedias, pero que se trate de cosas sencillas, que tengan una
moralidad. Se cante también, porque además de divertir y expansionar
constituye una parte de la enseñanza tan deseada en los tiempos que
corren”. (“ MB 1.057-1.058.)

La alegría, la diversión, que los jóvenes buscan por sí mismas,


están en función de más altos fines: instruir, educar. Las “Reglas del
Teatro” de 1871, en su primer artículo, sancionan esta triple finalidad.
“Finalidad del Pequeño Teatro es alegrar, educar, instruir a los
jovencitos lo más que se pueda moralmente”. Y se confirma esta tesis
en el artículo 6.°: “Se ha de procurar que las obras sean amenas y
aptas para divertir pero siempre instructivas, morales y breves”.
(Reglas del Pequeño Teatro. Publicadas y repartidas por las casas
salesianas. 1871.)

La capacidad de recrear, de construir un clima, una atmósfera de


alegría, es el primer elemento educativo del “Teatrino” señalado por
Don Bosco. La voluntad de obtener este objetivo justifica todas las
otras cautelas respecto a la moralidad, finura, delicadeza. No a la
vulgaridad, no a lo trágico, no a las representaciones excesivamente
serias, no a los dramones sentimentales y violentos, como se
desprende de una carta escrita a Don Miguel Rúa en enero de 1877
desde Roma: “Haced de forma que estén ausentes las historias
trágicas, los duelos, las palabras sagradas”... (13 MB XIII 30.)

Abundan en este sentido las “Reglas del Pequeño Teatro” de


1871 en su artículo 7.°: “Se eviten aquellas composiciones que
representan hechos atroces. Alguna escena más seria de lo
acostumbrado puede tolerarse, pero las expresiones poco cristianas y
el vocabulario que pudiera resultar incivil o demasiado grosero sean
absolutamente suprimidos”... (MB X, 1.060.

El propio Don Bosco nos sorprende al convertirse en


improvisado autor teatral de dos obritas, una sobre ci Sistema Métrico
(1849) y otra titulada “La casa de la fortuna”, que fue representada en
la fiesta de Santa Cecilia el año 1864 y luego publicada en la colección
de sus “Lecturas Católicas” en enero de 1865. (“ II sistema metrico
decimale. Turín, 1849. Ocho diálogos. La casa della fortuna.
Rappresentazione drammatica. Del sac. Juan Bosco con el apéndice II
buon figliuolo del ab. Mullois. TurIn, 1865. Cfr. también MB VII, 816.)
Desde entonces las fiestas salesianas se caracterizan
tradicionalmente por representaciones teatrales en prosa, poéticas o
musicales, en las que los jóvenes actores aprenden a batirse el cobre
sobre las tablas...

Música y canto

Música y canto están estrechamente unidos al concepto de


educar mediante la alegría dentro de una atmósfera serena y
serenante...

En 1859 Don Bosco dispuso que sobre la puerta de la sala de


música vocal constaran estas palabras, correspondientes a una
sentencia bíblica con sentido acomodado a la ocasión: “Ne impedias
musicam”. (MB V. 540.)

Su postura queda retratada en la célebre e histórica frase: “Un


Oratorio sin música es un cuerpo sin alma, pronunciada en 1855
cuando su Banda de Música estaba todavía compuesta por ocho
miembros solamente. (MB V, 347 y XV, 57. En sus Memorias
(Memorias del Oratorio, 128) encontramos una expresión igualmente
elocuente a! referirse a las primeras celebraciones y cantos sagrados
(invierno de 1841-42).

Esta pequeña célula poco a poco se ha ido engrosando y


alimentando hasta transformar la casa de educación de Don Bosco en
un gran coro melodioso y armónico. (MB V, 346-348. 11, 561. III, 26,
149.)

Hay variadas razones que son subrayadas por los biógrafos del
santo. En los primitivos tiempos la música se considera
prevalentemente como un medio de atracción juvenil: “Existía un
considerable número de curiosos”. Por ello “un medio poderoso de
mantenerlos interesados resultó la clase de canto”. (MB III, 150 y III,
321-322.)

Añadamos a todo esto el motivo religioso sobre todo tratándose


del canto litúrgico, gregoriano: “Era su deseo y su intención también
que volviendo los chavales a sus tierras de origen sirviesen de ayuda
al párroco a la hora de cantar en la liturgia”. (20 MB III, 152.)

Sobre todos estos motivos, desde un principio, prevalece la


razón educativa, moralizadora, dentro de una atmósfera empapada de
actividad fervorosa.

“Los peligros a los que los muchachos estaban expuestos


refiriéndonos a la moral y a la religión en general, requerían mayores
esfuerzos con vistas a su tutela. A las clases del día y de la noche y a
la música vocal nos pareció bien añadir la del piano y órgano y la
misma música instrumental. Mira por donde me convertirla yo en
maestro de música vocal y de banda, de piano y de órgano, sin haber
sido jamás anteriormente auténtico alumno de estas disciplinas.

La buena voluntad lo suplía todo... Una vez educadas algunas


voces blancas más selectas, comenzamos a actuar en el Oratorio, en
Turín, en Rivoli, Moncalieri, Chieri y otros lugares. El canónigo Luis
Nasi y Don Miguel Angel Chiatellino se ofrecían de buena gana a
trabajar con nuestros músicos acompañándolos, dirigiéndolos, en las
celebraciones públicas en distintas regiones. No habiéndose
escuchado hasta entonces voces blancas en conjuntos corales, los
dúos y las intervenciones de los solistas y los “tutti” causaban tal
sorpresa que se hablaba de nuestra música por todas partes y se
tenía incluso a gala solicitar la intervención de nuestros cantores en
las distintas solemnidades’ (M. 209).

Excursiones

En el librito sobre el Sistema Preventivo —como ya hemos


visto— y en la actividad de Don Bosco educador, también los paseos y
las excursiones entran en juego según aquel principio que sostiene
que amando lo que el joven ama, éste acabará amando también lo
que ama el educador.

Pero los paseos queridos y realizados por Don Bosco tienen un


alcance educativo mucho más extenso, colaborando en la creación de
un clima de alegría cristiana.
En el Oratorio Festivo de Valdocco desde el principio se
repitieron las peregrinaciones y excursiones que de forma más o
menos reducida continuaron posteriormente (M. 150, 156, 157).

Fueron clásicos —y casi diríamos preconizadores del turismo


juvenil propio de nuestros días— los paseos de otoño. Desde 1847
hasta 1864 contamos con toda una serie muy interesante ( MB III, 251-
252 (1847). III, 444446 (1848). IV, 639 (1853) .V, 348 y ss; VI, 747 y
ss. VI, 1.011 y ss. VII, 282 y ss. VII, 531 y ss. VII. 749 y ss. Una
excursión con un itinerario muy largo en tren hasta Génova y
alrededores la encontramos detallada en las MB VII, 752 y ss. Don
Francesia, uno de los primeros participantes, evoca con vivo estilo
estas jornadas festivas en su libro Don Bosco e le sue passeggiate
autunnali nel Mon ferrato. Turín, 1897. En el “Boletín Salesiano”,
desde 1887 a 1892 fue publicándose por capítulos.)

Cuando estos paseos se acabaron continuó la estancia otoñal en


I Becchi de los cantores y de quienes merecían algún premio. (Cfr. MB
VII, 779)

Aquellas jornadas tan magníficas y animadas, contaban con una


complicada organización. Actuaba la Banda de Música, se preparaban
funciones teatrales, religiosas, se tenían a punto cantos de ocasión
Los objetivos eran variados “Un centenar de jóvenes —recuerda el
primer historiador salesiano— se ponía en marcha, acompañados por
algún clérigo llevando la alegría de la música y el teatro y la edificante
piedad a las tierras por donde pasaban. (MB VI, 267 y ss. (1859)

Las excursiones cumplían de esta forma una verdadera función


educativa: “preservar” del mal a los chicos durante las vacaciones,
“hacerles ver palpablemente que el servir a Dios puede estar
admirablemente unido a la honesta alegría y conseguir una diversión
amplia y generosa...(MB II, 384)

Nos parece muy feliz aquella intervención de Fr. Orestano en su


discurso conmemorativo de 1934: “Si San Francisco santificó la
naturaleza y la pobreza, San Juan Bosco santificó el trabajo y la
alegría. Es el santo de la euforia, de la vida cristiana activa y feliz... No
me extrañaría que Don Bosco fuese proclamado Protector y Patrono
de los juegos y deportes modernos”.
2. LA PATERNIDAD EDUCATIVA DEL DIRECTOR

Pero el centro unificador visible de la comunidad juvenil en la


alegría y amabilidad, la personificación más real y profunda dela
claridad pedagógica de Don Bosco está en el Director.

En una Carta-Circular dirigida a los Salesianos, el santo


Fundador, después de comparar a cada centro educativo con un jardín
en el que trabajan un jardinero-jefe con sus ayudantes, añade: “Este
jardinero es el Director. Los alumnos son como delicadas plantas. El
personal restantes son colaboradores que dependen del Director,
quien carga con la responsabilidad de las acciones de todos. El
Director ganará mucho si no se aleja de la casa que se le ha
encomendado a no ser que tenga razonables y graves motivos...

Delicadamente visite con frecuencia los dormitorios, la cocina, la


enfermería, las aulas, el salón de estudio, o al menos pida cuenta de
cómo marchan los locales. Se convierta constantemente en un padre
amoroso que desea conocerlo todo para hacer el bien a todos y no
dañar a nadie”. (MB X, 1.102 Circular sobre la disciplina, 14 nov.
1873)...

En el Reglamento del Oratorio Festivo se dice:

— El Director es el superior, principal responsable de todo cuanto


sucede en el Oratorio.

— Debe ir por delante en la piedad, en la caridad, en la paciencia,


manifestándose en todo tiempo como amigo, compañero, - hermano
de todos, animando en el cumplimiento del deber pero como quien
suplica y no como quien ordena.

— Corresponde al Director avisar, vigilar, para que todos estén en


su sitio, desempeñando sus tareas, corregir si es necesario e incluso
remover de su puesto a quien lo haya merecido.
— Escucha las confesiones de quienes espontáneamente se
dirigen a él. Debe ser como un padre en medio de sus propios hijos
(MB III, 98).

Don Bosco tiene la preocupación de que al Director se le


garantice y se le ayude a conservar esta primacía en la confianza y en
la autoridad bondadosa, en la paternidad.

“Inspirar confianza en el Director. Cuando un chico irritado por un


castigo dice “voy al Director”, en lugar de duplicarle la pena, se le debe
animar a que cumpla su propósito. El alumno no ira o si lo hace el
error será suyo. Tampoco decir: no quiero que contéis a nadie, y
mucho menos al Director, lo que ocurre en las clases y en los paseos.
No lamentarse nunca con los jóvenes Si uno se encuentra molesto por
las disposiciones de los superiores. Consultar en tales casos al
Director, el cual procurará contentar a todos... Nunca echar mano de
un chico para castigarlo junto al Director aun cuando se hubiera
puesto a su lado intencionadamente ni añadir, aunque sea bajo
cuerda, palabras ofensivas a la autoridad como éstas: ¿qué me
importa a mí el Director? Tanto profesores como asistentes permitan al
Director hacer uso de su derecho de modificar un castigo o
perdonarlo...
Por tanto dejad que el Director tenga libertad para dirigir, y que no se
vea obligado por tontas susceptibilidades a dar marcha atrás cuando
con alguna palabra suave o con un simple perdón existiera la
posibilidad de ganar un alma” (Avisos inéditos de Don Bosco. MB XIV,
845-846.)

Según el más puro estilo de Don Bosco —y teniendo en cuenta


aquel principio de que la confianza no se impone ni se ofrece desde
fuera, sino que hay que merecerla y ganarla—, el propio Director debe
ser un ejemplo constante de amable paternidad, de forma que se gane
el afecto y la confianza filial de los alumnos.

Por esto, todo cuanto resulte odioso o antipático debe ser


extraño al Director: “Los Directores no castiguen, no riñan, no
amenacen, sino que amen a los jóvenes. Con entrañas caritativas den
testimonio de la bondad de Dios. Los castigos y las reprimendas
pertenecen al campo de la acción del Prefecto. En un momento se
puede perder, y para siempre, la confianza de un muchacho. Los
Directores no intervengan en las notas de conducta de los jóvenes y
los jóvenes lo sepan”. (21 MB X, 1.095. Recomendaciones de Don
Bosco recogidas por Don Lemoyne (1873).

El Director realiza en sí “eminenter” la consagración, la amorosa


entrega total al bien natural y sobrenatural de los jóvenes, lo que
constituye la esencia del empeño educativo.

Muy delicados son los matices y las tonalidades, incluso


humanas, de esta paternidad educativa, presidida por explícitas
intenciones sobrenaturales, como se encuentran repetidas en dos
“Buenas Noches” a las que seguidamente nos referimos.

“Queridos hijos, sabéis cuánto os amo en el Señor y cómo me he


consagrado totalmente a haceros el mayor bien que está en mi
mano. Deseo ponerlo todo a vuestra disposición: la poca ciencia
y experiencia que he adquirido, la salud, la oración, mi propia
vida, cuando soy y cuanto tengo... En cualquier día y por
cualquier motivo no tengáis reparo en acapararme, especialmente
si se trata de cuestiones del alma. Por mi parte, como aguinaldo,
os regalo toda mi persona. Quizás se trata de algo mezquino, pero
entregándolo todo quiero deciros que nada me reservo para mí.
(MB VI, 362. “Buenas Noches” del 31 de diciembre de 1859.)

En las “Buenas Noches” del 21 de abril de 1861 decía: En esta


casa se dan dos situaciones extremas. Algunos siempre están a mi
lado. Otros no solamente no se acercan, sino que apenas me yen
salen huyendo. Esto me aflige. ¿Sabéis por qué? Preguntad por qué
un padre desea ver a sus queridos hijos. Algo más que simple amor
paternal tengo yo por vosotros: deseo, ardientemente, que se salven
nuestras almas”. (MB VI, 889. “Buenas Noches” del 21 de abril de
1861.)

En los “Recuerdos confidenciales” se encuentran resumidos los


momentos fundamentales de la acción educativa del Director: “Pasa
con los jóvenes el mayor tiempo posible y procura decirles al oído
alguna afectuosa palabra, que tú bien sabes, según la necesidad que
adviertas. Este es el gran secreto que te hará dueño de sus
corazones. Demuestra que escuchas a todos de buena gana”. (MB X,
Lo43-Lo44)
Las paginitas del Sistema Preventivo añaden: “Cada noche, después
de las oraciones de costumbre, y antes de que los alumnos se. retiren
a descansar, el Director o quien haga sus veces dirija algunas
afectuosas palabras en público. -. Esta es la llave de la moralidad, de
la buena marcha, del éxito de la educación”.

Nos encontramos ante un cuadro de competencias, específicas,


del Director-Educador, concebidas por Don Bosco:

— Un trabajo educativo dirigido a la masa, que construye un


ambiente y clima general: las “Buenas Noches”.
— Una acción creadora de una atmósfera y al mismo tiempo
dirigida singularmente a cada uno: la presencia del Director entre los
educandos y la palabrita al oído...
— Una actividad estrictamente personal, individual, una educación
que se dirige a cada cual y se desarrolla en el santuario del
sacramento de la Reconciliación o en la dirección espiritual o en los
coloquios particulares.

Las “Buenas Noches”

Vamos a prescindir del problema de sus orígenes y de su


originalidad, considerando por encima brevemente el valor educativo
que Don Bosco les atribuyó. (Sobre las “Buenas Noches” del primer
Oratorio se pueden encontrar amplias noticias en el vol. III de las MB
353-354 (para el año 1848) y en el IV, 12 (para el año 1850). Don
Eugenio Ceria trata este asunto exhaustivamente en los “Anales de la
Sociedad Salesiana”, vol. III, cap. 41: “Sobre las “Buenas Noches”,
algo totalmente salesiano”.
Los motivos y los orígenes de esta costumbre o práctica
cotidiana los explica el propio Don Bosco en sus Memorias del
Oratorio (M. del 0. 205) que, como ya es sabido, son autobiográficas:
“Teníamos dificultades. Como todavía no existían talleres en el
colegio, nuestros alumnos iban al trabajo y a clase a la ciudad con
serios peligros morales para ellos ya que los compañeros con que se
encontraban, las conversaciones que oían y cuanto contemplaban
echaban a perder todo lo que aprendían y ponían en práctica en ci
Oratorio. Fue entonces cuando comencé a hacerles una brevísima
platiquita nocturna después de las oraciones, con el fin de exponer o
confirmar alguna verdad que tai vez hubiese surgido a lo largo del día
en las conversaciones”.)

“El edificio moral del Oratorio —escribe el primer biógrafo— se


mantenía estable, espléndido, y la llave maestra de este fenómeno era
precisamente la platiquita de todas las noches después de las
oraciones. A nadie cedía Don Bosco este deber suyo a no ser que se
encontrara absolutamente impedido. Deseaba que quien le supliera en
este delicado menester, no hablase más de tres o cinco minutos.
Pocas palabras, una sola idea fundamental pero que impresione de
forma que los chicos vayan a dormir imbuidos de la verdad que se ha
presentado a su consideración”. ( MB VI, 94.)

Psicológicamente, las “Buenas Noches” estaban concebidas


para intensificar el ambiente Intimo propio de una familia. Un biógrafo
de Don Bosco hace esta descripción: “Subido sobre un ambón o —
como escribía el profesor Alejandro Fabre— alguna vez sobre un
banco o una silla, avisaba primeramente sobre los objetos extraviados
y encontrados durante el día (un lápiz, un cortaplumas, un juguete,
una bufanda, una gorra) y luego daba disposiciones eventuales para el
día siguiente. No faltaban ni un consejo ni una advertencia
frecuentemente extraídos de algún hecho excepcional, de una
desgracia leída en algún periódico, de un episodio de la vida del santo
del día o del siguiente. Todo ello expuesto con máxima sinceridad y el
calor expresivo de una aplicación oportuna a la moral práctica de la
vida”. (MB X, 1.033)

El estilo familiar del comienzo y la vivacidad de las espontáneas


intervenciones (o más frecuentemente intervenciones preparadas con
anterioridad) crean el “pathos” de la comunicación, de la simpatía. La
relación entre educador y educando se convierte también
psicológicamente en relación amistosa llena de dulzura y de intimidad.
(Cfr. Por ejemplo MB VII, 33)

Resulta entonces agradable y aceptable la llamada de algún


pensamiento serio o la invitación al compromiso de eternidad, de
deberes morales.
Palabrita al oído

Elemento fundamental que requiere suprema discreción y finura.

En este caso la relación Director-alumno, educador-educando,


es de auténtica paternidad espiritual. Don Caviglia escribe: “El primer
coloquio tiene lugar en el patio de recreo. Las miradas se encuentran,
el chaval sonríe, el buen padre “sonriendo” le interroga. La sonrisa de
Don Bosco es ya la mitad de su pedagogía: recordemos a B. Garelli”.
(Caviglia, Un documento inesplorato... En la revista “Salesianum”.

Con más humor refiriéndose a casos semejantes, pero con


sentido de suave ataque y de llamada de atención (la palabra al oído
se convierte entonces en firme amonestación y llamada al orden), Don
Bosco hablaba de “desplumar los mirlos”. (MB X, 401)

Alguna que otra vez la “palabrita” tenía el sentido de un aviso


previo y de una ayuda prometida que turbaba al chico.

En otras ocasiones era sustituida por billetitos, aguinaldos y


consignas individuales escritos por él. (MB VII, 846. VI, 442-449.

Coloquios. Dirección espiritual

He aquí una anécdota entre tantas otras...

Pablo Perrona, de once años, recogido en Valdocco en 1871, se


acerca una mañana a Don Bosco que a! salir de la iglesia de Maria
Auxiliadora rodeado por un grupo, explica a un alumno el <a + b — c>
diciendo: si quieres ser amigo de Don Bosco procura ser <a + b —
c>... Hay que ser <a>. 0 sea, alegre. Más <b>. 0 sea, bueno. Menos
<c>. 0 sea: menos <cattivi> (malos, perversos). Esta es la receta para
ser amigos de Don Bosco.

El santo alejándose le dice: —Pregunta a tus compañeros cómo


tienes que hacer para hablar con Don Bosco. Y un compañero le
enseña... Lo conduce a la sacristía señalándole un sillón bajo un
crucifijo de grandes dimensiones, con dos bancos largos para
arrodillarse a los lados y le comunica que allí Don Bosco suele
confesar a sus muchachos y que expresamente para tal fin lo podría
esperar si él quisiera. (MB X, 1.010-1.1011)

Quizás no falte quien a pesar de que ame y admire a Don Bosco


siempre lo considere como un saltimbanqui de I Becchi. El capitán de
los golfillos es, por el contrario, un educador profundo, decidido,
exigente, que concibe la acción educativa con gran sentido de
responsabilidad como obra en la que hay que comprometerse a fondo.
Hasta que no se liega profundamente a la conciencia, a la interioridad
personal, es inútil despilfarrar energías en coreografías y
demostraciones masivas o de fuerza...

Ta! fue la dirección espiritual que Don Bosco pensó y llevó a la


práctica con los chicos, gradual y relativa a la escala de bondad y de
formación conseguida o por conseguir por cada uno. Para Don Bosco
es necesaria en la forma más esencial, para cualquier clase de
jóvenes y la pide a todos y a todos la recomienda, sea desarrollándose
normalmente en la confesión o en otro lugar.

La necesidad de una dirección espiritual es una tesis que resulta


clara de aquella narración pedagógica titulada “Valentín o la vocación
contrariada” (1886).

El Director del centro donde Valentín es recibido —tras el


resultado desastroso de un año transcurrido en un colegio laico—
puede oírle en confesión finalmente después de dos meses. “Desde
aquel día su tenor de vida fue de total agrado de su Director que ya no
perdió jamás de vista al hijito que había adquirido. (p. 24)

Pero la dirección espiritual no está esencialmente atada a la


confesión. Don Bosco admite y facilita encuentros y coloquios entre los
“hijos de familia” y el “padre” con muchas modalidades siempre
conducidas a una dirección y una educación espiritual, de una
profundidad y una consistencia muy variada a tenor del carácter de
cada sujeto y del recíproco entendimiento.

Esto lo demuestran las numerosas cartas a los jóvenes ( por


ejemplo, MB VIII, 397), las consignas individuales, los billetitos, las
conversaciones esporádicas (es famosa aquella de una hora
recordada por Domingo Savio en una carta dirigida a su padre) . (Cfr.
A. Caviglia, Do, Savio. Studio, pp. 86-87. estudio sobre este alumno de
Don Bosco elevado a los altares). En otro lugar encontramos
coloquios con jóvenes recién llegados, nuevos en el centro educativo.
(MB VI, 382. Con Besucco, MB VII, 492-495. Con el joven Saccardi,
MB VIII, 263.)

No interesan las formas. Lo que importa es la tesis y ésta no se


puede discutir. En la vida de una familia los encuentros entre padre e
hijo no están sujetos a esquemas, etiquetas u horarios, y mucho
menos toman el tono de la instrucción o de la pesquisa más o menos
espiritual. Lo que importa es el conocimiento y la recíproca
comprensión entre educador y educando con espontaneidad, libertad y
en progresiva confianza.

Don Bosco la reconoce como necesaria particularmente en la


búsqueda y orientación vocacional y por tanto en los momentos
cruciales de la vida y del período educativo.

El Director, a través de la dirección espiritual, de la cual es uno


de los más importantes depositarios, interviene en uno de los
momentos culminantes de la acción educativa.

También en este campo ha de ser padre. Por lo demás, en toda


familia ordenada, son los padres los que juntamente con el hijo
deciden sobre su porvenir y el camino que va a emprender.

Pongamos de relieve, una vez más, la extrema seriedad


educativa de Don Bosco. Repasando el vocabulario “pedagógico” del
gran educador piamontés, tan rico en términos pertenecientes a una
esfera emotiva, como “fami1ia, amabilidad, corazón”, etc., quizás
alguno esté tentado de pensar en una pedagogía “romántica” y tierna y
podría colocar a Don Bosco junto a Pestalozzi o Richter. Cometería
ese tal una imperdonable injusticia histórica.

Es preciso en este momento, quizás más que en otros


apartados, recurrir al famoso trinomio equilibrador... No existe para
Don Bosco amor sin verdad, ni religión sin razón, ni paternidad o
familia sin precisas y objetivas relaciones de obediencia, respeto y
sumisión. Y sobre todo no hay amor, familiaridad o paternidad
educativa auténtica si no se inspiran y alimentan en una profunda y
dogmatica religiosidad cristiana, cuyo principio, el verdadero “primum
ontoligicum”, es Dios, el Padre que está en los cielos. El Dios que es
amor.

71
6
Del corazón a las arterias...

La <<amorevolezza’ en el centro. Todos los restantes elementos


o expresiones del sistema se iluminan con su luz, a su resplandor...
Más bien se interpretan justamente aquellos aspectos que pueden dar
lugar a explicaciones o realizaciones unilaterales o deformadas.

1. EL CONCEPTO “PREVENTIVO”

Ocupémonos ante todo de este concepto-base de Don Bosco


que se define precisamente como “preventivo”.

La calificación puramente formal del sistema puede degenerar en


errores de gran bulto. En todo caso hay que sostener que no es la más
apta para darnos la llave del secreto más profundo de la pedagogía de
Don Bosco. La palabra puede asumir tales variantes y elaboraciones
que puede llegar a ser confundida parcialmente con el propio concepto
“represivo”. ¿Acaso no es preventivo el correccional, el reformatorio,
donde se trata de impedir culpas mayores?

También el sistema represivo, eliminado modernamente el


concepto superado de pena vindicativa, en su esencia trata
exactamente de “poner a los alumnos en la imposibilidad de cometer
faltas”.

El concepto “preventivo’ de por si, como puro concepto formal,


no es apto para definir un sistema pedagógico qué por el contrario
debe poseer una riqueza intrínseca de contenido.
La referencia al contenido, al fondo, ha de calificar concretamente la
forma. El contenido, ya lo hemos dicho, es bien claro: la
“amorevolezza”. Basándonos en ella, por lo tanto, ha de decidirse cuál
es el sentido preciso de “prevención” al que se refiere Don Bosco.

A la luz de la “amorevolezza” parece que podemos distinguir dos


diversos significados de “preventivo”: uno de carácter estrictamente
disciplinar que casi coincide con el concepto de asistencia en su
aspecto protector-negativo o del colegio en su función de preservar al
alumno. Prevenir quiere decir en este caso impedir, aislar, preservar,
rodear... El otro, por el contrario, es enormemente más complejo y
comprende todos los elementos educativos que construyen
positivamente a! joven preparándolo, potenciándolo, dotándolo de
exuberantes energías interiores, antes de que tenga necesidad de ser
tratado como un enfermo. Aislar para construir. Construir para no tener
que apuntalar, reparar, reprimir... En este sentido, preventivo coincide
realmente con todo el sistema educativo de Don Bosco, esencialmente
dirigido a la edificación, integralmente directivo, positivo...

Educación negativa

No se excluye naturalmente una acción preventiva dirigida a la


eliminación de los elementos negativos, contraproducentes. A esto se
refería el mismo Don Bosco hablando alguna vez de su sistema. Un
hecho insignificante, documentado por uno de los primeros biógrafos
del santo, traduce plásticamente la idea.

“En un colegio habían adquirido un poco de miel, reciente y


estupenda. Se colocó el recipiente junto a la ventana de la despensa.
Pero de buenas a primeras la miel desapareció. La persona
responsable se acerca a Don Bosco y le dice: — ¿Sabe usted lo que
los chicos han hecho esta mañana? Habíamos comprado un poco de
estupenda miel para el almuerzo de los forasteros y... ¡nos la han
robado toda!

Don Bosco respondió con su calma habitual: —El error parece


más bien vuestro que de los chicos. Llamad a! administrador y decidle
que Don Bosco ha dicho que enseguida le pongan una verja a esa
ventana... Recordad que hay que procurar no poner a los jóvenes en
la ocasión de poder cometer una falta. Este es el sistema preventivo
de Don Bosco”. (MB X, 649)

Una toma de posición más “sistemática” y reflexiva tuvo lugar en


otra ocasión. Acudimos a la autorizadísima fuente de las Memorias
Biográficas para registrar este suceso.

“Hacia el año 1875 se comenzó a permitir que con motivo de la


festividad de Maria Auxiliadora la gente pudiese permanecer en la
iglesia hasta hora muy avanzada de la noche y además circulara
tranquilamente por los lugares próximos. Esto trajo sus
inconvenientes. Algunos de la casa, por ejemplo, sustrayéndose a la
vigilancia de los superiores, se escondieron en los sótanos para
celebrar sus cuchipandas. Por estos hechos, ciertos capitulares
persistían en la intención de suprimir aquella vigilia que favorecía la
piedad de los devotos, en especial de los que llegaban de fuera.
Cuando estos propósitos llegaron a los oídos de Don Bosco, dejó
hablar primero y luego hizo esta observación: —Esto es lo que ha
pasado... Pero, ¿quién tiene la culpa? ¿No seréis vosotros que no
habéis vigilado lo suficiente? No debe suprimirse el bien para impedir
el mal. Más bien otro año se piense con tiempo y se tomen las debidas
precauciones a fin de que los inconvenientes que ahora lamentamos
no vuelvan a repetirse”. (MB XI, 203)

Educación positiva

Pero todavía más el sistema preventivo en su totalidad está


vivificado por la “amorevolezza”. Es su inspiración original.
Es su ley de acción.

En efecto: la caridad, el amor, es una fuerza positiva. La misma


virtud que frente a la juventud “pobre y abandonada” inspira a Don
Bosco obras llenas de bondad. A los jóvenes abandonados ofrece un
corazón paternal. A los ignorantes y analfabetos, una instrucción
básica.. A los que no tienen hogar ni protección, posibilidades
concretas de una formación constructiva, moral, religiosa, profesional.
Don Bosco no reúne a sus muchachos en sus Oratorios y centros para
mantenerlos con los brazos cruzados, ociosos, sustrayéndolos de los
peligros para que acaben corroyéndose..., sino que hace que vivan
positivamente la vida de familia, una vida normal, activa y
comprometida, de oración, de trabajo, de estudio, de interioridad
dinámica, de formación serena y viril con vistas a! futuro. Gracias a la
seriedad y al coraje de esta ascesis se mantienen lejanos los
elementos dañinos y patógenos...

Don Bosco no pone a prueba a sus muchachos. No inventa


ejercicios de entrenamiento que puedan convertirse en mortales. No
excogita inútiles o dañinos artificios para “probar” al muchacho. Piensa
conducirlo, mediante un régimen de vida sólido y positivo, por el
camino de una consistencia moral tal que pueda resistir a las futuras
adversidades o al menos se encuentre con la posesión de una buena
capacidad de recuperación volviendo a emprender la marcha de un
principio...

2. LA ASISTENCIA

A la misma luz es imposible confundir la asistencia del sistema


preventivo con cualquier otra forma “represiva”, con cualquier otra
forma vagamente preservativa, de vigilancia, de control, de orden
exterior. Las críticas más acerbas y farisaicas apuntan por este flanco.

Para críticos superficiales poco avisados, la asistencia puede


convertirse únicamente, o casi, en una vigilancia escrupulosa y quizás
hasta agobiante, continua, sofocante, organizada con tal meticulosidad
que resultan imposibles para el muchacho las faltas materiales y
cualquier clase de delito moral. Así pues, algún inteligente y
penetrante comentarista escribirá paradójicamente: “El salesiano
pondrá al joven en la imposibilidad material de pecar con solo tenerlo
bajo su mirada o hacerlo objeto continuo de sus solícitas atenciones”
(A. Auffray, La pedagogia di S. Giovanni Bosco. Turín, 1934.)

No interesa que la asistencia así concebida se lleve a la práctica


con aire y matices de respetuosa dulzura: podría traicionar igualmente
bajo las apariencias de una inteligente diplomacia, la presencia de los
elementos esenciales de la actitud represiva.
Los críticos hablarán de hipocresía, de educación que conduce a la
doblez, o sea, de bondad postiza, colegial, impuesta desde fuera o
simplemente condicionada por los desvelos más o menos maternales
del educador que darán como resultado chicos inclinados a! vicio,
ingenuos y poco preparados para los choques con la realidad
cotidiana que es mucho más hostil, perversa y difícil.

Pero también al llegar a este punto, dos condiciones de la


caridad pedagógica garantizan la exacta perspectiva con la que hay
que considerar y realizar la asistencia: la exigencia de una voluntad
constructiva y la modalidad de la “amorevolezza” que reviste de
familiaridad, de alegría y de sentido común todas las manifestaciones
de las relaciones entre asistente y asistido tanto en el aspecto
negativo como en el positivo.

Justamente lo dice Auffray: El salesiano entre sus jóvenes no


adoptará el aire exclusivo de un profesor y mucho menos el de un
policla, sino más bien el de un padre que no abandona a sus hijos
hasta que liega la hora de estar éstos capacitados para poderse
gobernar por si mismos”. (Ibíd.., p. 8)

Presencia que preserva y construye

Quien condena la asistencia tal como la concibe y la lleva a la


práctica la pedagogía de Don Bosco tachándola de método negativo
que engendra formalismo e irrealismo ingenuo, desconoce el valor
esencial, constructivo y directivo, de la “presencia” del educador.

Porque no se puede llamar de otra manera la asistencia que Don


Bosco propugna. Presencia que no es la de un vigilante, sino
presencia educativa. Presencia que no es puro control: “dar a conocer
la ley a los súbditos, plantar guardia después para sorprender a los
transgresores y cuando haga falta aplicar el merecido castigo”. Este es
el estilo característico del sistema represivo.

Evidentemente se puede demostrar que Don Bosco en cierto


sentido no eliminaba la asistencia-vigilancia.
No tenía nuestro santo una opinión angelical de los muchachos,
sobre todo de “ciertos chicos que durante mucho tiempo fueron un
auténtico martirio para sus padres y hasta fueron rechazados por los
mismos correccionaIes”. ¡No puso en práctica Don Bosco sus
experiencias educativas con chicos selectos precisamente!

Era un gran cristiano y estaba convencido firmemente de la


fuerza del dogma del pecado original y de sus consecuencias.
Conocía la malicia de los jóvenes y las dificultades del todo singulares
que ofrece un ambiente educativo masivo y cerrado en sí mismo. Por
ello era partidario de una esmerada asistencia en todo momento y en
todo lugar insistiendo así sobre el tema: “Hay que tener siempre los
ojos bien abiertos y es preciso vigilar continuamente a los jóvenes en
cualquier lugar en que se encuentren poniéndolos así casi en la
imposibilidad de hacer el mal”. (MB VI, 390)

Contamos con toda una casuística de la asistencia referente a


Don Bosco adaptada .a los distintos tipos de jóvenes, de ambientes y
de circunstancias, que se refiere de forma particular a su aspecto
material, preservativo, protector, disciplinar, y que se integra en el
patrimonio de la experiencia educativa salesiana.

Pero este aspecto se sublima, se transforma, con la visión total


de una presencia fraternal, afectuosa, de significación positiva,
constructiva.

Al mismo asistente a quien Don Bosco recomienda tener el ojo


“bien abierto y dilatado”., añade: “No te canses de observar, de
comprender, de ayudar, de compadecer”. (MB X, 1.022-1.023)

Basándose en este criterio preciso únicamente debe


interpretarse teórica y prácticamente esa expresión de “poner a los
alumnos en la imposibilidad de cometer la falta”

El sistema preventivo “consiste en dar a conocer las normas y


Reglamentos de un Instituto y luego vigilar de tal forma que los
alumnos tengan siempre sobre si la mirada atenta del Director o de los
asistentes, los cuales como padres cariñosos hablen y orienten, en
cualquier ocasión, aconsejen y corrijan afectuosamente. 0 sea: el
alumno se encuentre en la imposibilidad de faltar”. (Op. Sobre el
Sistema Preventivo, p. 24)

Se trata de una presencia que construye, positiva, en todos los


aspectos: religioso-moral, intelectual, físico, profesional. He aquí el
testimonio de Don Lemoyne, primer biógrafo, que transcribimos de las
Memorias Biográficas:

“A veces también en el Oratorio se colaban jóvenes ya


maleados, con ideas muy equivocadas, rebeldes a todo yugo y
sujeción, amantes del placer, poco amigos de cuanto oliera a iglesia,
perezosos, indolentes, clasificados como peligrosos. El sistema que
Don Bosco usaba con ellos era el que recomendaba siempre a sus
Directores. La expulsión debla darse en última instancia, una vez
intentados todos los restantes recursos y después de haber
comprobado que resultaban inútiles.

En primer lugar eran aislados de los más pequeños e inocentes,


de los que compartían sus mismas inclinaciones, de los que andaban
flojillos en la virtud. Luego se les rodeaba de amigos sinceros y
seguros. Una vez establecida esta estrategia, avisar, avisar sin
cansancio con motivo de cualquier falta. La frase que Don Bosco
repetía a sus educadores cuando se lamentaban de la conducta de
alguno era siempre la misma: hablar, hablar, avisar, avisar... Si todos
los días faltan, se les llama la atención todos los días. Y si es
necesario varias veces en el mismo día”. (MB IV, 566-567)

Presencia afectuosa

Pero no basta. Una vez más hemos de remachar el mismo clavo


señalando que el sistema preventivo de Don Bosco se caracteriza por
una realización particular de la caridad pedagógica constructiva y
positiva que se traduce en las formas específicas de la
“amorevolezza”.

De variadas formas puede concebirse y actualizarse


educativamente la asistencia como presencia. Cualquier sistema
católico de educación prefiere esta forma positiva, dinámica,
de la asistencia.
Pero no es preciso devanarse los sesos por mucho tiempo para
advertir que en la de Don Bosco brilla un estilo característico de
bondad y cordialidad, de cercanía gozosa, amigable y paternal...

El educador —que se convierte casi en un muchacho más entre


los alumnos— comparte con ellos el juego y la oración, el descanso y
la fatiga del estudio, del deber de cada día, como si se tratase de una
necesidad congénita, de una coincidencia de gustos, inclinaciones y
tendencias. La “convivencia” salesiana adquiere de esta forma un
específico sabor”...

También Juan Bautista de la Salle recomienda la asistencia y


compara a sus educadores al ángel custodio siempre presente y
vigilante. ¿Acaso no se advierten algunos matices distintos de la de
Don Bosco? ¿No se acentúa en la asistencia lasalliana la presencia
del educador como reflejo de la presencia de Dios? ¿No se nota un
tono particular de digna reserva, de distancia, que no es como el de
Don Bosco? En éste se advierte e intuye una presencia más
sencillamente humana: el educador está entre los jóvenes como si
fuera uno de ellos, espontáneamente compenetrado con su misma
situación, siendo “el alma del recreo”...

La distinción se intuye más rápidamente si imaginamos a un Don


Bosco en medio de sus muchachos que se aprietan a su alrededor en
el patio, en el confesionario, a lo largo de toda la jornada. Tanto él
como los demás superiores procuran “pasar con los jóvenes el mayor
tiempo posible”. (Recuerdos confidenciales a! Director. MB X, 1.043.)

No se dice casualmente en el Reglamento del Oratorio Festivo


que el Director debe mostrarse constantemente como un amigo, como
un compañero, como un hermano de todos> y además que “debe ser
como un padre en medio de sus hijos”. A un catequista se le
recomienda que “muestre una cara alegre siempre que sea posible”.
(Ibid., parte I, cap. VIII, art. 16.)

La presencia fraternal de los profesores, de los superiores, de los


asistentes, debe garantizar al internado de Don Bosco un tono que
produzca la impresión entre los chicos de que se encuentran en la
propia casa, no en un colegio. Y de hecho se procura reducir a lo
indispensable los elementos “colegiales”, como pueden ser las filas,
las formaciones rigurosas, las distancias, las maravillas ostentosas de
la disciplina...

Merece mención aparte la celebración de una fiesta que


podríamos calificar de “oficial” en la casa de Don Bosco: la fiesta de la
gratitud, la fiesta de la comunidad, de la familia educativa, fiesta de la
grata convivencia que resplandece dentro del calendario escolar con
especial. solemnidad y con manifestaciones espontáneas repetidas en
honor del santo cada 24 de junio (San Juan Bautista) desde 1846
hasta 1887. Luego no ha faltado nunca esta celebración en cada casa
salesiana desde aquellos tiempos hasta nuestros días.

Las “Compañías”

En esta atmósfera encaja la formación de aquellos grupos


juveniles que se llamaron antiguamente las “Compañías”. Ciertamente
Don Bosco tomó prestada la idea fijándose en formas de asociaciones
contemporáneas de inspiración religiosa y en las “Congregaciones”
estudiantiles de Chieri, sobre todo en las marianas. Pero supo
imprimirles un dinamismo juvenil muy suyo.

Fueron un elemento esencial de libertad, de fraternidad, de


amistosa colaboración entre superiores y alumnos, fuente de
actividades y de espíritu de familia, brotes directos de la “Sociedad de
la Alegría”, centro de serena y constructiva convivencia y de viva
solidaridad.

En los “Recuerdos confidenciales” que Don Bosco dedica a los


Directores, dice refiriéndose a dichas “Compañías”: “Debes ser el
promotor, el animador, pero no el Director de estos grupos.
Considéralos como asunto propio de los jóvenes”. (MB X, 1.044)

3. AMOR EXIGENTE

Y finalmente, a la luz de la “amorevolezza” deben interpretarse y


vivirse las situaciones educativas más difíciles y ambiguas: la
disciplina, la corrección, los castigos...
La disciplina

La disciplina es para Don Bosco obediencia a un orden objetivo


que vincula a los superiores y a los inferiores y se expresa
prácticamente en los Reglamentos ~ en las costumbres tradicionales
que rigen la vida de toda convivencia numerosa.

“Entiendo por disciplina —escribía en una carta del 15 de


noviembre de 1873— una forma de vivir según las normas y
costumbres de un Instituto”. (MB X 1.101-1.102.)

Es la expresión de una línea uniforme que se ha demostrado que


parece razonable y necesaria para una comunidad familiar de grandes
proporciones.

Frente a estas experiencias no hay privilegios: en todo caso


menos aún para el superior que para el inferior.

La antinomia autoridad-libertad se supera objetivamente de esta


forma: “Por esto —continúa enseguida Don Bosco— para obtener
buenos efectos de la disciplina es preciso antes que nada que las
normas sean observadas todas y por todos. Esta observancia sea
tenida en cuenta por los socios de la Congregación y por los jovencitos
que la divina Providencia ha confiado a nuestros cuidados”. (MB X,
1.102)

No se admite la postura del que dice: <el que manda aquí soy
yo>. Tampoco suena bien esto otro: “lo quiero así porque yo soy tu
superior”. La ley es igual para todos en la casa de Don Bosco. Lo
exige el régimen de la familia, donde las clases y los privilegios y las
categorías especiales brillan por su ausencia, excepción hecha de
aquellas situaciones en las que se imponen delicadas razones de
salud, adaptación a la psicología de alguno en particular, etc.

Las fuentes documentales de las que nos alimentamos nos


presentan a un Don Bosco más bien exigente desde el punto de vista
disciplinar y alguna que otra vez inexorable tratándose de
salvaguardar el principio de la autoridad, del orden, del respeto de la
colectividad, deseoso de que la disciplina externa se convierta en una
escuela de entrenamiento de las voluntades y de compromiso
espiritual.

Siempre se reclama a la conciencia del propio individuo, al


convencimiento personal, como vemos en este remate de unas
modélicas “Buenas Noches” en las que se exige el silencio en
determinados momentos y situaciones.

“En la pasada ocasión en que di este aviso, el efecto


deseado no duró más que pocos días y luego comprobé
nuevamente que las filas se deshacían al entrar y al salir de la
iglesia, que algunos jugaban, saltaban... El desorden alguna vez
también después de las oraciones hacía pensar en un ejército de
verduleras... Veremos qué pasa de ahora en adelante. No quiero
imponer nada con amenazas y castigos. Dejo a la conciencia de
cada uno el poner diligentemente en práctica este aviso”. (MB XI,
253. “Buenas Noches” del 9 de Julio de 1875.)

También aquí la definitiva solución práctica de la antinomia


autoridad-libertad se encuentra integrando la razón, la religión y la,
“amorevolezza”.

“El sistema preventivo convierte al alumno en un amigo que ve


en el asistente a un bienhechor que le avisa, que desea hacerle
bueno, liberarlo de las cosas desagradables, de los castigos, del
deshonor” (Op. sobre el Sistema Preventivo, p. 26.)

La autoridad objetiva que se funda sobre cimientos ético-


religiosos adquiere un particular atractivo irresistible al encarnarse en
la persona del educador que ama, que es amigo, que es bienhechor...

Don Bosco sabía hacerse obedecer siguiendo estas directrices.

El canónigo Ballesio, alumno de los primeros años, se expresa


en estos términos: “Una de las cualidades características de Don
Bosco fue la de ganarse el afecto de sus muchachos. Era una mezcla
de gratitud, de confianza, de cariño, como la que los hijos guardan
para su padre. Aquel hombre era para nosotros la autoridad
personificada, un modelo de bondad y de perfección cristiana por los
años de 1857 hasta 1860 Don Bosco siempre nos acompañaba, ya
que no existían todavía otras casas salesianas. En el Oratorio se vivía
una vida de familia en la que el amor a Don Bosco, el deseo de tenerlo
contento y su ascendiente (que se puede recordar pero en manera
alguna describir) hacían florecer entre nosotros las más hermosas
virtudes”. (MB V, 736-737)

Sabía hablar a los jóvenes de rigurosas exigencias disciplinares


pero siempre afectuosamente. Son típicas aquellas “Buenas Noches”
en las que habló así: “Tened siempre bien grabada en vuestra mente
esta gran verdad: con frecuencia los superiores dicen algo, dan un
consejo, y puede parecer que se trata de algo poco razonable, de un
despropósito...

Ellos saben bien cómo marchan las cosas. Los que atienden sus
observaciones acaban bien pero no así quienes no las tienen en
cuenta. Ocurre alguna vez que el consejo no tiene relación con las
cosas que se han dicho antes o con las que se harán luego. Algún
inexperto dirá: —Pero esto qué tiene que ver con lo que yo estaba
deseando... Confiad en vuestros superiores. Seguid sus consejos sin
miedo, sin hacer demasiados razonamientos. Terminaréis contentos.
Ellos tienen más edad y experiencia y práctica y conocimiento que
vosotros. Y además os quieren”. (MB XII, 146-147)

He aquí el leitmotiv del poema pedagógico de Don Bosco: “Y


además os quieren”.

Correcciones, avisos

El sistema preventivo por definición es el sistema de la continua


e incansable corrección. Si los muchachos nunca se equivocasen no
serían tales y no tendrían necesidad de educación. Pero .¿y la ligereza
e inconstancia juvenil?...

“En la asistencia permítasele a los alumnos expresar libremente


sus opiniones, pero hay que estar atentos para rectificar y corregir las
expresiones, ciertas palabras, ciertos hechos poco con formes con la
educación cristiana”. (Reglamentos. Introducción. Artículos generales.)
La corrección está presente en toda la labor educativa y se manifiesta
en los avisos en público o en privado, en las palabras al oIdo, en las
“Buenas Noches”, en las pequeñas notas escritas... Es fruto de la
“amorevolezza” como toda iniciativa educativa y en ella se inspira a la
hora de buscar el tono, las formas, el estilo.

“A excepción de casos rarísimos, las correcciones, los


castigos, jamás sé den públicamente, sino bien lejos de la vista
de los compañeros. Hay que armarse de paciencia, de prudencia
extrema, para lograr que el alumno reconozca su metedura de
pata, con la razón y con la religión”. (Op. sobre el Sistema
Preventivo, p. 33.)

“Si hay que amonestar a alguno lo mejor es hacerlo en


secreto, de tú a tú con el interesado y con la máxima amabilidad”.
(Avisos a los asistentes. MB VII, 508)

En una carta dirigida a! clérigo Borio, del colegio ”Borgo S.


Martino”, le aconseja en estos términos: “Cuando corrijas
particularmente no lo hagas jamás en presencia de otros. A la
hora de dar avisos o consejos debes procurar que el interesado
se marche de tu lado satisfecho y siendo amigo tuyo”. (Carta del
28 de enero de 1875. MB XI, 17)

Los castigos

Mal que nos pese los castigos tienen su sitio en el esquema de


la pedagogía de la razón-religión-“amorevolezza”.

Don Bosco lo repite mil veces: aborrezco los castigos, no es ése


mi estilo...
<Este sistema se apoya todo él en la razón, la religión y la
amabilidad, el cariño. Por tanto excluye todo castigo violento y trata de
alejar también los suaves.”

La cosa está clara. El capítulo reservado a los castigos casi no


existe en todos los escritos de Don Bosco. Nos encontramos a gran
distancia de Lambruschini, que dedicó ciento cincuenta páginas a este
tema. Un párrafo muy breve del santo comienza con esta tesis que no
admite vuelta de hoja: “Donde sea posible, jamás se castigue”.

Cuando sea necesario recurrir al castigo, la “amorevolezza”


impone algunas normas prácticas de máxima sencillez...

~— Ante todo fuera los castigos violentos, irracionales,


antieducativos. Hay que evitar pegar de cualquier forma que sea.
Poner de rodillas, en posición dolorosa, tirar de las orejas y otros
castigos semejantes, además de estar prohibidos por las leyes
irritan mucho a los jóvenes y rebajan al educador.

— Exceptuados rarísimos casos, los castigos y correcciones


no se den nunca públicamente...

— Se hace hincapié en los castigos naturales, de naturaleza


psicológica: para los jovencitos es castigo aquello que se hace
pasar por tal... Está comprobado que una mirada menos
afectuosa produce mayor efecto en algunos chicos que un
tortazo. La alabanza cuando se han hecho bien las cosas o el
reproche cuando ha habido negligencia, ya constituyen un premio
o castigo.

— El educador trate entre sus alumnos de hacerse amar si


quiere hacerse temer. En este caso, retirar el afecto es castigo
que emula, anima y nunca envilece”. (Opúsculo sobre el Sistema
Preventivo, pp. 24 y 32-33)

También la ley del temor queda superada y se integra dentro de


la ley —mucho más sublime— del amor.
7

El alegre mensaje educativo


de la religión

1. PEDAGOGÍA TEOLÓGICA

El amor educativo; la amabilidad de Don Bosco, también se


traduce enérgicamente en una amplia comprensión de las
fundamentales exigencias de la educación y de la vida: las exigencias
religiosas.

En este aspecto la posición de Don Bosco es extremadamente


clara y coherente frente a teorías pedagógicas antitéticas o equívocas.

Hay quien opina que la religión no debe ocupar ningún lugar en


la vida de los hombres y ni siquiera en la escuela ni en la educación:
es un elemento inútil, nocivo, es un auténtico veneno del que es
preciso desintoxicar el alma del muchacho.

Sobre el particular se han escrito disquisiciones pedagógicas


como el “Poema pedagógico” y “Las banderas sobre las torres”, de A.
S. Makarenko, en donde el elemento religioso no solamente es
ignorado sino burlado y combatido explícitamente.

“Nuestra segunda conquista fue el cine. Ello nos permitió un


ataque a fondo contra el templo situado en medio de nuestro patio. A
pesar de las amenazas y quejas del consejo eclesiástico,
comenzábamos nuestro espectáculo justamente cuando las campanas
tocaban a vísperas. Nunca esta vieja llamada había reunido a tantos
creyentes como ahora. Y jamás con tal rapidez. Descendía el
campanero del campanario, entraba el sacerdote en la iglesia y he
aquí que ya contábamos con la presencia de unas doscientas o
trescientas personas. Mientras el preste se ponía la estola, el operador
introducía el celuloide y cuando el reverendo pronunciaba las primeras
palabras de la función religiosa se ponía en movimiento la máquina”.
(A. S. Makarenko, Poema Pedagógico. Roma, 1952.)

Otro ensayo pedagógico más antiguo fue escrito para demostrar


que la religión no puede tener sitio en la vida y por consiguiente ni
siquiera en la escuela y en la educación de los chicos, sino solamente
en la del joven ya encauzado hacia la madurez adulta, mental y
espiritual.

¿Pretexto?: “aquello que más ofende a la Divinidad no consiste


en no pensar en ella sino en pensar mal”. “Si el alumno aprende
demasiado pronto corre el riesgo de no saber jamás.>> “Guardémonos
de anunciar la verdad a aquellos que no están en condiciones de
comprenderla. Serla como sustituirla por el error. Mejor que tener
sobre Dios ideas groseras, fantásticas, ofensivas, indignas, serla mejor
no tener ninguna. Es mejor ignorarlo que ultrajarlo”. (2 J J. Rousseau,
Emile, 1. IV.)

Es conocida la posición idealística, sostenida en el plano teórico


y práctico-organizativo por Gentile según el cual la religión es
considerada y querida solamente en la vida y en la escuela del niño
traduciéndose posteriormente en la edad adulta en la religión del
pensamiento filosófico, en la educación del joven maduro para la
filosofía.

“Esto —escribe Gentile— tiene su verdad y legitimidad en la


experiencia inmediata del momento religioso del espíritu. (G. Gentile,
Sommario di Pedagogia, vol. I. Florencia, 1943.) Es fatal que, si el
espíritu no se detiene en la posición religiosa, sin embargo se deba
pasar. En efecto, el no pasar en ci momento religioso del espíritu —
puesto que este momento es su propia objetividad— sería interrumpir
el ritmo de la vida del espíritu que, como conocer que es, supone
continua objetivación de sI mismo o realización de la autoconciencia
en la conciencia. (Ibíd., p. 240.) Así pues, el concepto del arte, como
puro arte, lo mismo que el concepto de religión como pura religión y el
de ciencia (ya se entienda a la manera de los antiguos o de los
modernos) no están adecuados a la concreción de la vida espiritual. Y
por tanto jamás se realizarían sin contaminarse en una forma de
realidad espiritual más concreta: en la cual las tendencias opuestas
pueden equilibrarse y a la que, en efecto, se adecua el concepto de la
filosofía, o sea, el concepto del espíritu como desarrollo,
autoafirmación o unidad de autoconciencia y de conciencia. La única,
la verdadera educación laica es la educación filosófica que no es
negación de la educación religiosa ni de la educación estética sino de
la exclusividad de ambas. (Ibíd.., pp. 251-252)

“O religión o paIo”...

Don Bosco no era ciertamente ni un ateo ni un laicista ni un


partidario de Rousseau. Pensaba que una religión que no le va bien a
los adultos tampoco le va bien a los chicos. Tomaba siempre en serio
a! muchacho. Tampoco veía claro por qué una religión válida y
verdadera para el adulto no debiera ser gradualmente introducida en la
vida y en la escuela del niño. Sobre el ateísmo tenía ideas muy claras
sosteniendo que sin religión no puede darse ni auténtica vida y
educación del chico ni auténtica y sólida vida adulta. La experiencia de
las cárceles, de los reformatorios, el extenso conocimiento que tenía
sobre la “juventud pobre y abandonada” le habían hecho palpar lo
difícil que resulta ser “humanos” con profundidad sin recurrir a los
auxilios religiosos, sobrenaturales. Por lo demás, si hubiese podido
leer el “Poema pedagógico” de Makarenko, Don Bosco se hubiera
enfrentado con un desconcertante resultado de la educación sin Dios:
la justificación “pedagógica” hasta de un aborto por parte de una
madre jovencita.

En el fondo, con los debidos matices y precisiones, él se inspiró


—también en su actividad educativa— en el principio enunciado al
final de su “Historia de Italia” (1855): “Quede bien grabado en la mente
la idea de que la religión fue considerada en todo tiempo como el
cimiento de la sociedad humana y de las familias y que donde no se
da la religión hacen sus estragos la inmoralidad y el desorden”. (Opere
e scritti editi ed inediti di Don Bosco..., vol. III. TurIn, 1935.)

Este criterio se tradujo en una tesis de teología de la educación


en la biografía del joven alumno Francisco Besucco:

.”Dígase cuanto se quiera sobre los distintos sistemas de


educación pero yo no encuentro base segura como en la
frecuencia sacramental de la confesión y comunión. Y creo no
exagerar asegurando que omitidos estos dos elementos, la
moralidad brilla por su ausencia”. (Don Bosco. II Pastorello delle
Alpi... Turín, 1932.)

Y en el opúsculo del Sistema preventivo dice: “La frecuente


confesión y comunión, la Eucaristía diaria, son las columnas que
deben sostener un edificio educativo, del cual se quieran alejar la
amenaza y el azote”.

La tesis fue felizmente sintetizada en un eslogan —célebre por


cierto en la tradición salesiana— con el que se concluyo una
conversación famosa de Don Bosco sostenida con un funcionario
inglés. Este se había quedado boquiabierto al comprobar que en
Valdocco reinaban un orden y disciplina admirables sin necesidad de
acudir a la fuerza. ¿Cuál era el secreto? La religión, respondía Don
Bosco. “Si no se usan estos resortes de la religión es preciso recurrir a
Ia amenaza y al palo”. El inglés zanjó la cuestión divertidamente
exclamando: “Tiene razón, tiene razón. o religión o palo. Lo contare en
Londres”. (MB XIII, 921 (nota). MB VII, 556-557. MB XI, 221. Cfr.
Opúsculo sobre el Sistema Preventivo.)

Años antes ya este tema habla constituido objeto de un cordial


coloquio del sacerdote educador con el mismo liberal piamontés
Urbano Ratazzi, un domingo por la mañana del mes de abril de 1854
hacia las diez y media. (“Bollettino Salesiano”, año 6.°, 1882.)

“Entre las varias preguntas que el Sr. Ratazzi formuló a Don


Bosco, una de ellas se refería al método escogido para conservar el
orden entre tantos jovencitos como afluían al Oratorio”. (BS 1882)

La respuesta subraya la esencial e imprescindible religiosidad


del sistema: “Ante todo se procura infundir en el corazón de los
jovencitos el santo temor de Dios. Con la enseñanza del
catecismo y con apropiadas exhortaciones morales se les inculca
ci amor a la virtud y la aversión al vicio. Con oportunos y
afectuosos avisos y de forma especial con las prácticas de
piedad y de religión, se les encauza por el camino del bien y en él
permanecen. Además, siempre que es posible se ven protegidos
por una amorosa asistencia durante el recreo, el estudio, las
clases, el trabajo, se les anima con palabras amistosas y apenas
se descuidan un poco en el cumplimiento de sus obligaciones
son amonestados con buenos modales y alentados con sanos
consejos. En una palabra: se echa mano de todas las industrias
que la caridad cristiana sugiere para que hagan el bien y huyan
del mal formando de esta manera una conciencia iluminada por la
religión y afianzada en ella”. (Ibid., MB V, 52-53.)

Un año después, la famosa excursión organizada por Don Bosco


con los casi trescientos reclusos jóvenes de “La Generala” constituiría
la prueba más convincente de la bondad del sistema. (Ibid., pp. 180-
182. MB V, 217-226.)

Teología de la educación y narraciones pedagógicas

La tesis de la religión como fuente de la “fuerza de la buena


educación” inspira igualmente la narración biográfica titulada “La
fuerza de la buena educación. Curioso episodio contemporáneo”,
escrito por el sacerdote Juan Bosco. (Turín. Tipografía Paravia y C.
1855.)

.”Aquí se comprobará la fuerza que tiene la buena educación


sobre el porvenir de los hijos. Veremos a una madre modelo, veremos
a un hijo ejemplar. Una madre que en medio de múltiples dificultades
consigue proporcionar a su hijo la mejor educación y traer al buen
sendero al marido extraviado”. (G. Bosco, La forza della buona
educazione... Al lector...)

Leemos en la conclusión: “He aquí, querido lector, la fuerza que


tiene la buena educación y hasta podemos subrayar los efectos de
una primera comunión bien hecha... ¡Padres y madres! Si deseais
tener hijos bien educados que constituyan vuestro consuelo en la edad
provecta, imitad a la madre de Pedro, trabajad para instruirlos en la
religión y sobre todo en la edad infantil. Sed solícitos en atender la
asiduidad con que frecuentan la iglesia y estad atentos al peligro de
las malas compañías de vuestros hijos”. (Ibid., pp. 101-102.)

Todo el librito, que es por cierto una elaboración casi entera de


otro francés, pero en perfecta sintonía con las ideas de Don Bosco, se
convierte en una abierta apología de la religión como condición
fundamental para una educación bien lograda.

“Pedro frecuentaba el catecismo. Se mostraba sumiso a la más


insignificante indicación de su padre. Este, por supuesto, se gloriaba
de tener un hijo bastante mejor que los de algunos vecinos suyos. No
ignoraba que las buenas cualidades del hijo se debían a la religión que
su mujer había conseguido que practicara el primogénito”. (Turín.
Tipografía del Oratorio de San Francisco de Sales, 1886.)

El autor hace defender esta tesis hasta por un borrachín amigo


del padre de Pedro: “Hay que confesarlo claramente... Esta religión es
la que consigue que la mujer de Juan sea tan virtuosa y que el hijo sea
tan respetuoso y obediente. Es la religión que lleva la felicidad a la
familia. Con toda seguridad si yo hubiera tenido una mujer como la
suya y si mi hijo hubiese tenido la suerte de ser conducido como el
suyo, yo no seria tan desgraciado y no me vería obligado a mitigar la
tristeza de la vida con una botella”. (Ibíd.., p. 41)

Un inconsciente pero todavía más decidido anti-Emilio nos


presenta Don Bosco en otro relato pedagógico suyo titulado “Valentín
o la vocación contrariada”, episodio contemporáneo presentado por el
sacerdote Juan Bosco. Tanto en la educación familiar como en la
colegial tiende a contraponer la eficacia de la inspiración cristiana a los
errores de la perspectiva laicista. (Turín. Tipografía del Oratorio de
San Francisco de Sales, 1886.)

En la familia de Valentín la contraposición de las ideas está


personificada por la madre, muy religiosa, y por el padre, indiferente, a
quien “un error de gran bulto martillea la cabeza: se imagina que
puede conseguir que su hijo llegue a ser un ciudadano honrado y
virtuoso sin que en primer lugar sea un buen cristiano”. (G. Bosco,
Valentino..., p. 4)

La muerte de la madre, cuando el chico liega a los doce años,


las excesivas ocupaciones del padre, las exigencias del estudio, le
obligan a continuar su educación en el colegio. “Se eligió un lugar de
mucha fama, donde, según se decía, la ciencia, la moralidad, la
corrección, hacían progresos extraordinarios. Los uniformes, las
plumas, los sombreros bordados, encantaban a los alumnos y a sus
padres”. Pero desde el punto de vista pedagógico y religioso la
situación no era igualmente ideal: a la intensa vida religiosa anterior le
sustituye una religiosidad vaga y convencional sin dedicación intensa:
“No se hacía meditación ni lectura espiritual. Las oraciones rezadas en
común tenían lugar una sola vez al día, de pie y con mucha prisa. Los
alumnos participaban en la Eucaristía exclusivamente los días festivos.
Las confesiones se hacían una sola vez al año por Pascua de
Resurrección”. No mucho más airoso resultaba el panorama moral:
“Con los alumnos novatos se permitía toda clase de libertades,
cualquier agudeza indecente era tolerada. Es más, las cosas llegaban
a tal extremo que los libros y periódicos obscenos corrían libremente
de mano en mano”. (Ibíd.., pp. 10-11)

A las protestas del hijo “el padre le hizo poco caso diciéndole que
no había que actuar dejándose llevar por los escrúpulos, sino más
bien vivir libremente sin prejuicios”. (Ibíd.., p.11).

Poco a poco el muchacho se va aclimatando. Pero el aumento


de la corrupción moral y la frialdad religiosa, contribuyen también a
que los estudios vayan aflojando hasta el fracaso total y que las
vacaciones fueran las de un holgazán. Observa el narrador que “si no
existe moralidad los estudios irán por mal camino”. (Ibíd..,p. 12)

Finalmente, el padre llega a preocuparse. A! Comerciante no !e


desagrada una religión que resulte práctica. Por tanto se empeña en la
búsqueda de un colegio mejor después de reflexionar seriamente. “He
seleccionado en el curso pasado —decía para sí— un colegio
demasiado a la moda, dejándome alucinar por las apariencias que no
comunican ciencia ni moralidad. Quiero buscar otro donde la religión
sea enseñada, recomendada y practicada excepcionalmente. Por
desgracia hay que reconocerlo: sin religión es imposible educar a Ia
juventud”. (Ibíd.., p. 17)

En el colegio de Don Bosco los hechos confirman la teoría:


“Pocos días después Valentín entró en su nuevo colegio... Separado
de los antiguos camaradas y apartado de lecturas dañinas, el trato de
los buenos condiscípulos, la emulación en las clases, la música, el
teatro, le hicieron pronto olvidar la vida disipada que había llevado
hacía casi un año”. (Ibíd.., pp. 21-22)
La transformación es total e incluso al final de los estudios
medios aflora la vocación a! sacerdocio.

A partir de este momento la narración llega a convertirse en el


drama de una vocación brutalmente combatida por el padre, quien
pone junto a! muchacho a una persona que con redomada picardía
llegara a arruinarlo. El penúltimo capítulo de la narración tiene en
cuenta una carta de Valentín dirigida al director del antiguo colegio
desde la cárcel. En esa carta todavía se nota la viva influencia de la
educación religiosa recibida expresando la aceptación de la pena en
expiación por la culpa cometida y la promesa de una vida que debe
rehacerse por el camino del bien.

Al cerrarse el libro emerge la tesis teológica: la recomendación


calurosa a los padres de los jóvenes estudiantes de que “abran bien
los ojos a la hora de enviar a sus hijos para ser educados en un centro
donde existan principios religiosos y morales”... (Ibíd.., p. 50)

2. LA AMABILIDAD EN LA RELIGIÓN

En el opúsculo del Sistema Preventivo, después de haber


reafirmado el principio religioso de la educación, Don Bosco advierte
inmediatamente: “En los Ejercicios Espirituales y en otras ocasiones
propicias y parecidas, no se deje de poner de relieve la hermosura, la
grandeza, la santidad de la religión que propone unos medios tan
sencillos y útiles para la sociedad, para la tranquilidad del corazón,
para Ia salvación de las almas, como son justamente los sacramentos.
Los chicos se acercan de buena gana a ellos y se yen atraídos por
estas prácticas de piedad” (p. 28).

Nos encontramos nuevamente, frontalmente, con el carácter


específico, con el meollo de la pedagogía de Don Bosco: la caridad
hecha amabilidad que es alegría interior y exterior y el alma del alma
religiosa de su pedagogía.

A pesar de partir de premisas teológicas y de llegar al concepto


de la religiosidad necesaria en materia educativa, Don Bosco no se
centra en consideraciones “sistemáticas” en la actuación práctica y en
la organización de la metodología pedagógica.
También él probablemente se encontrará alguna vez ante instituciones
terriblemente religiosas (demasiado religiosas) donde el fundamento
teológico se hacía realidad de la forma teóricamente más perfecta
pero ignorando las exigencias de los jóvenes: una “pietas”
teológicarnente irreprochable pero falta de psicología, de tacto, de
garra, por tanto contraproducente, antieducativa, peligrosamente
abocada a la irreligiosidad.

El método de la asistencia-presencia ha puesto a Don Bosco en


contacto con el muchacho, con su idiosincrasia, con sus gustos. No ie
resulta dificultoso comprender sus fastidios, sus dudas; sus fatigas, su
hostilidad frente a la religiosidad rígida, mesurada, gravosa, de los
adultos.

Por ello, a pesar de haber tornado prestados los “materiales” de


su construcción espiritual de otras prácticas y organizaciones
anteriores y ofreciendo a sus jóvenes un sistema de vida religiosa
cotidiana rico y consistente, casi instintivamente, sintió la necesidad de
ponerlo a! nivel de las exigencias, de los gustos y del tono psicológico
de los muchachos. Las mismas prácticas religiosas de los adultos
intentó presentarlas a los chicos con un sello de alegría, de agrado, de
libertad y de adaptación psicológica y didáctica.

Temor y amor

La decisión de elegir a San Francisco de Sales como ideal


inspirador de su obra no fue tomada por Don Bosco casualmente. La
espiritualidad del Sistema Preventivo es la misma del “Teótimo”, de la
“Filotea”: llena de humildad, de dulzura. Le gana la partida a la
alfonsiana de los Novísimos. Si en los labios del santo educador era
familiar el pensamiento y el temor de la muerte, de forma especial
dirigiéndose a los jóvenes, como medio soberano para ayudarles a
domeñar las pasiones que comienzan a brotar rebeldes, su última
palabra era siempre sobre la paternidad de Dios, sobre su bondad,
sobre la protección maternal de la Virgen, sobre la fuerza
tranquilizadora y purificadora de la confesión, sobre el gozoso
encuentro de la comunión.
Entre los Novísimos, el Paraíso domina claramente en el
horizonte espiritual de Don Bosco y esto no ocurre a! acaso. Sus
muchachos más finos espiritualmente, como Domingo Savio, Miguel
Magone, Francisco Besucco, en el lecho de muerte hablan tranquila y
serenamente del Paraíso como si se tratase de su propia “casa”,
aceptan “encargos” y sonríen esperanzadamente a la espera del
formidable acontecimiento.

El caso de Magone llama la atención: Cualquiera que observase


la escena quedaría estupefacto. Su apagado ritmo vital reflejaba que
el fin era inminente pero su aspecto sereno, jovial, su sonrisa y su
perfecta cordura parecían posesión de una persona en estado de
absoluta salud”. (Cenno biografico sul giovinetto Magone Michele..., p.
70.)

Tiene todavía el ánimo y el tiempo suficiente para hacer con


ingenua seriedad una pregunta peliaguda que pondría en aprieto a
cualquier teólogo. Téngase en cuenta que se trata de un chaval muy
despierto de quince años. “Tengo una cosa que me produce
resquemor, dice Magone. Cuando mi alma se separe del cuerpo y se
disponga a entrar en el Paraíso ¿qué deberé decir y a quién tendré
que dirigirme?”.

El retorno a la casa del Padre es el final de una vida en la que el


pensamiento y el encuentro con Él, en filial e Intimo abandona juvenil,
es la regla constante. Se ha esfumado toda idea de una religión
dominada por el escrúpulo y la angustia, como si se tratase de un
tormento irracional y farisaico. La confesión, “carnificina animarum”, en
las manos de Don Bosco, tan sabias, se convierte en algo bien distinto
a una anticuada cuestión polémica... Los chicos acuden a él en tropel
como si estuviesen en el patio, pero de sus rostros desaparece la
despreocupación propia del juego bullicioso y se hace presente la
confianza serena, promesa de alegría explosiva, recobrada. La
profunda amistad con el educador es un camino para que retorne una
y otra vez la amistad sobrenatural con Dios. ¿Acaso no era éste el
pensamiento dominante en las primeras visitas que hizo a las cárceles
y al reformatorio? “¿Quién sabe —decía para su Capote— si estos
muchachos contasen fuera de su encerrona diana con un amigo que
se preocupase de ellos, que les asistiera, que les instruyera en la
religión los días festivos... quién sabe lo que ocurrirla?... (M. 123).
Religión y alegría

Nadie debe asombrarse de que tratando de cuestiones religiosas


prestemos atención a ciertas expresiones de la alegría como son el
canto, la música, la participación activa y personal.

La cosa viene ya de antiguo... En sus Memorias, Don Bosco


recuerda aquel primitivo Oratorio de invierno de 1841-42: “En el
transcurso de aquel invierno me dispuse a dar consistencia al pequeño
Oratorio. Si bien mi intención era la de recoger exclusivamente a los
chicos en condición más peligrosa —y preferentemente a los que
habían conocido ya la cárcel— también invité a otros de buena
conducta y algo instruidos para que me aliviasen de algún peso a la
hora de reforzar la moralidad y la disciplina. Estos últimos me
ayudaban a conservar el orden y hasta a leer y cantar alabanzas
sagradas. Me di cuenta por entonces de que sin la difusión de libros
de canto y de lectura amena nuestras celebraciones festivas hubieran
sido como un cuerpo sin alma” (M. 128).

El canto, la música, la mezcla de realidades gozosas con otras


de más compromiso caracterizan inmediatamente los primeros
encuentros de Don Bosco con los jóvenes e inspiran las festividades
religiosas, procesiones, excursiones, peregrinaciones, paseos...

“El lugar fijo, las señales de benevolencia del Sr. Arzobispo, las
funciones solemnes, la música, el bullicio propio de un jardín de
recreo, atraían a los chavales de todas partes”. (M. 174).

Esta es una observación que se refiere a! año 1846 pero que se


repetirá “in crescendo” en 1848 (M. 209), en 1852 (M. 233) y más
adelante.

Convicciones religiosas y método didáctico

No nos referimos a una religiosidad superficial, desmañada, a la


buena. Don Bosco es un apologeta y ha conservado desde sus
estudios iniciales de teología el gusto por las “razones” y el
convencimiento en materia religiosa.

Quiere que sus muchachos tengan una fe luminosa,


fundamentada en cimientos razonables, históricos, en un estudio
fervoroso y sistemático. Sus primeras obras para los jóvenes son
publicaciones de cultura religiosa, historia sagrada, eclesiástica,
apologética, ascética. Son típicos sus “Avisos a los católicos”, sus
“Fundamentos de la religión católica” (1850) que serán incluidos
definitivamente en su Manual religioso para jóvenes conocido por “il
giovane provveduto” (segunda edición en 1851).

El biógrafo afirma expresamente: “En la catequesis cifraba el


principio de la educación moral de sus golfillos”. (MB II, 148). Su
programa era “catequizar a los chavales” (MB X, 64), en línea con el
comienzo simbólico y real de la Obra de los Oratorios en aquel lejano
8 de diciembre de 1841 cuya primera piedra fue “una sencilla
catequesis festiva en la iglesia de San Francisco de Asís”. (MB I, 240)

En el Reglamento del Oratorio Festivo, al igual que en el


elaborado para los alumnos internos, domina la preocupación
constante por una cultura religiosa, regular, profundizada.

Para los alumnos de cursos superiores de Valdocco, Don Bosco


dispuso una lección semanal de cultura religiosa que estuviese a la
altura de la edad y de la comprensión de aquellos alumnos. (MB VI,
205 y 209)

Entra la tentación de afirmar que el santo educador, sin que


neguemos el fervor del sentimiento religioso, estuviese animado por el
espíritu “iluminista” de su siglo, a la búsqueda de claridad de ideas y
de convicciones en la vida religiosa. Sus “Lecturas católicas” tienen
precisamente la finalidad de ofrecer “libros buenos para alimentar el
espíritu y los corazones con doctrina moral”.

Don Bosco tuvo claramente presentes las exigencias de la


psicología juvenil y de la didáctica religiosa: utilización de la fantasía,
rechazo del abuso de la memorización abstracta y de la lógica pura,
preocupación por trasplantar la verdad a la vida. A pesar de que el
santo estuviese influenciado por las exigencias objetivas y ambientales
de la “pietas” de su tiempo, intentó la profundización de la instrucción y
de la vida religiosa de sus jóvenes.

No es un inventor de nuevos caminos pero demuestra una viva


sensibilidad para adoptar en la enseñanza religiosa métodos e ideas,
propuestos por pedagogos contemporáneos como F. Aporti y el grupo
de educadores promotores de la revista didáctica turinesa “L’educatore
primario” (1845-1849) que él cita explícitamente.

Encontramos una demostración irrebatible en la Introducción de


uno de los primeros volúmenes publicados por él: “Historia Sagrada
para uso de las escuelas. Útil para cualquier clase de personas,
comentada con adecuadas ilustraciones”. (Compilato dal Sacerdote
Giovanni Bosco. Turín. Tipog. Speirani y Ferrero, 1847.)

Después de haber manifestado la preocupación de preparar una


obra especialmente adaptada a los jóvenes, prosigue: “En cada página
tuve siempre fijo aquel principio: iluminar la mente para hacer bueno el
corazón y hacer popular dentro de lo posible la ciencia de la Biblia que
es fundamento de nuestra santa religión, conteniendo los dogmas
fundamentales resultando sencillo de esta forma el paso de la
narración bíblica a la enseñanza moral, religiosa. Por este motivo no
existe ninguna otra materia más útil e importante que ella. Los más
sabios maestros inculcan que la Historia Sagrada sea enseñada con
ilustraciones graficas relativas a los hechos que se contemplan.
Igualmente en este caso se han incluido láminas y comentarios
relativos a los hechos mas luminosos”. (Opere e scritti editi di Don
Bosco, vol. I, parte I. Turin, 1929. A propósito de su Historia Sagrada,
Don Bosco dice así en sus Memorias (Memorias del Oratorio, 185):
“Con toda intención me puse a escribir una “Historia Sagrada para uso
de las escuelas”. No podré garantizar que ml trabajo haya resultado
elegante pero lo cierto es que lo he hecho poniendo a contribución
toda mi buena voluntad al servicio de la juventud. Pretendí que mi libro
no tuviese ciertos defectos que habla encontrado en otros textos
semejantes: falta de lenguaje popular, hechos inoportunos, cuestiones
pesadas y prolijas...)

Sobre la puesta a! día de la enseñanza religiosa desde el punto


de vista psicopedagógico, enseñanza que debe ser “veraz, moral,
discreta”, Don Bosco trata en una inédita “advertencia en torno al uso
que se debe hacer en las escuelas de los relatos sagrados traducidos
a las lenguas extranjeras” inspirada, calcada de un trabajo semejante
de Cristóbal Bonavino. (Ibíd.., pp. 19-22)

En sus Memorias, Don Bosco recuerda uno de sus numerosos


exámenes o pruebas escolares desarrollados ante verdaderas
autoridades en el campo pedagógico:

“Terminados algunos meses de clase, hemos ofrecido


públicos exámenes de nuestra enseñanza festiva en los que los
alumnos fueron interrogados sobre toda la materia de Historia
Sagrada y la de geografía que estuvo a su alcance. El célebre
abogado Aporti, el teólogo Pedro Baricco, el profesor Rayneri,
fueron excepcionales testigos de estas pruebas y todos
aplaudieron la experiencia” (M. 185).

Don Bosco se injerta con su “pietas laeta” y luminosa en aquel


humanismo que Bremond califica de “devoto” y que en San Francisco
de Sales cuenta con el más conspicuo representante: un humanismo
que es la traducción popular y universal del más aristocrático
humanismo cristiano de Picco de la Mirándola, Sadoleto y Molina y
que nuestro santo educador transforma en vivaz, interior y convencida
religiosidad educativa juvenil. (H. Brémond, Histoire littéraire du
sentiment religieux en France..., vol. I: L’Humanisme dévot (1580-
1660). ParIs, 1921.)

La “escuela del trabajo”


de Don Bosco

1. ORA ET LABORA

La religiosidad pedagógica de Don Bosco no es partidaria del


“pietismo”. Sabía perfectamente que tanto desde un punto de vista
social como psicológico, una piedad juvenil que se redujese a un puro
“devocionalismo” se consumiría en sí misma construyendo espíritus
débiles, poco comprometidos, ociosos, inútiles para sí mismos y
socialmente infecundos.

Por otra parte la “charitas” de Don Bosco, la amabilidad, no


puede convertirse en un vago sentimentalismo que se desentiende de
los profundos intereses de los jóvenes, de su porvenir, de sus deberes
de estado, de su vida presente y concreta.

Trabajo educativo

Por todo ello, el sistema de la razón, la religión y la amabilidad,


desemboca necesariamente en una pedagogía del deber, más
específicamente, en una auténtica “escuela del trabajo”.

“¿No escuchamos cada día repetir a los cuatro vientos el grito de


Trabajo, Instrucción, Humanidad?... He aquí que los salesianos abren
en muchas ciudades talleres de todas clases, colonias agrícolas en
Los campos, para adiestrar a los chicos en el trabajo, fundan colegios
de ambos sexos, escuelas diurnas, nocturnas y festivas, oratorios con
distracciones convenientes los domingos, para desbastar esas mentes
juveniles y enriquecerlas con conocimientos útiles. Para los
centenares y miles de pequeños huérfanos y abandonados que es
preciso atender, surgen residencias y orfanatos, y patronatos. La luz
del Evangelio y de la propia civilización liega hasta los extremos de la
Patagonia y el empeño en la empresa es de tal calidad que lo de
“Humanidad” no se queda solamente en palabras sino que se
convierte en tangible realidad”. (Don Bosco a los Cooperadores y
Cooperadoras de San Benigno Canavese (TurIín), 4 de junio de 1880.
“Bollettino Salesiano”, julio 1880.)

En otra intervención Don Bosco presentaba su acción


regeneradora, civilizadora, educativa, sobre todo mediante sus
escuelas y talleres como la “política” más concreta, provechosa.
Política que no acaba siendo estéril y agotándose en luchas partidistas
sino que está dirigida hacia una máxima e inmediata eficacia social.
Aquellas eran palabras que escuchaba un auditorio familiar
constituido, como todos los años, por antiguos alumnos suyos de Turín
congregados para presentar a Don Bosco en el 24 de junio su
agradecimiento y sus felicitaciones con motivo del día onomástico.

“La obra del Oratorio en Italia, Francia, España, América y en


todos los países donde ha comenzado a funcionar, empeñándose
especialmente en provecho de la juventud más necesitada, tiende a ir
consiguiendo que disminuya el número de los tunantes y vagabundos,
de los pequeños malhechores y ladronzuelos, tiende a conseguir que
las cárceles se vayan vaciando... Tiende, en una palabra, a formar
buenos ciudadanos que lejos de ocasionar preocupación a las
autoridades públicas les sirvan de ayuda para mantener el orden en la
sociedad, la tranquilidad y la paz. Esta es nuestra política. De esta
política nos hemos preocupado hasta ahora y seguiremos haciéndolo
en el futuro”. (MB XVI, 291.)

“El objetivo al que miramos es bien considerado por todos los


hombres sin excluir a los que en materia religiosa difieren de nosotros.
Si hay alguno que nos hace guerra, habrá que decirle que o no conoce
suficientemente nuestro trabajo o no sabe bien lo que hace. Nuestra
obra se dirige a la cultura, a la educación moral de la juventud
abandonada o en peligro, para arrancarla de la ociosidad, de los malos
pasos, del deshonor y hasta quizás de la cárcel”. (MB XVI, 290)

Una vez más se advierte la sintomática coincidencia de


preocupaciones, diagnostico y sugerencias terapéuticas entre nuestro
eminente educador piamontés y el gran solitario de “S. Cerbone”. Este
se expresaba de la siguiente manera en 1859:

¿Qué hacer con esa juventud ya enmohecida, tacaña,


apestada?... Tener que curar las enfermedades es más penoso que
prevenirlas. Cuando pienso en las que aquejan a esas pandillas de
pícaros imberbes me quedo confuso sin saber qué pensar ni qué decir.
Pero seríamos insensatos y hasta crueles si abandonásemos a esos
desgraciados consintiendo que fuesen a parar a la cárcel después de
haberse amargado tanto por esos campos y caminos... y además de
equivocados lleguen a ser unos infames. Es preciso hacer algo: si
ponemos manos a la obra algún bien conseguiremos.

Las escuelas que como hemos dicho no bastan para encauzar a


los chicos todavía no depravados, mucho menos Serían suficientes
para traer al buen camino a los descarriados. Esta cuestión no
podemos pasarla por alto. Si llamáis a la escuela a los chavales
acostumbrados a valerse por si mismos, a vagabundear por ahí, a ser
unos mangantes, se reirán delante de vuestras mismísimas narices.
Pero si los reunís, voluntariamente o algo obligados, para ocuparlos en
tareas útiles y agradables añadiendo a los conocimientos las prácticas
manuales, no despreciarán la escuela que ya está a la altura de su
edad y de su condición y será como un descanso en el trabajo
sirviéndoles de gran ayuda”... (R. Lambruschini, 0. C.)

Don Bosco, con una actividad genial y fervorosa, realizó


sistemáticamente cuanto el educador toscano creyó que era
sencillamente un sueño...

La religión del deber

No hay que pensar que la “escuela del trabajo” nace de puras


motivaciones sociales. También este aspecto de su acción educativa
se incluye dentro del vasto cuadro de su sistema pedagógico
vivamente y totalmente penetrado de sentido racional, religioso y
amable...

El punto de partida es como siempre el dinamismo de la caridad


religiosa y humana.

Don Bosco educador reclama de sus alumnos un cristianismo


abierto, generoso, ecuménico: integral hasta en sus elementos
materiales, en el estudio, en el trabajo, en el deber, en la inserción en
la ciudad terrena, en el compromiso de la profesión dentro de la
sociedad humana.

Educativamente, para sus jóvenes, tan necesitados de ser


encauzados en la vida, no hay distinción en la llamada enérgica y
explícita entre el altísimo imperativo de la oración y la entrega
concreta, atenta, continua, a! trabajo y al estudio.

“Si hubiese entre vosotros compañeros que no quisieran


estudiar prefiriendo la poltronería, a pesar de los sacrificios de
vuestros padres, de los superiores que hacen todo cuanto esto en
sus manos para ayudaros, a pesar de los buenos ejemplos que
recibís de vuestros condiscípulos, ¡qué rigurosa cuenta tendrían
que dar a Dios por no aprovechar el tiempo que tienen a su
disposición! El Señor nos pedirá cuenta hasta de un solo minuto
perdido. Figuraos lo que sucederá con esos que pierden las
medias horas, las horas enteras, los estudios completos sin dar
golpe”... (MB VI, 353. “Buenas Noches”, 16 de diciembre de 1859.

El motivo de la vagancia vuelve en otras características .”Buenas


Noches” en las que el tema religioso está íntimamente ligado al del
empeño concreto en las propias obligaciones.

“Hoy comienza el mes de San José. Me gustaría que lo


celebraseis con fervor... No quiero que hagáis ayunos ni obras
extraordinarias... Os diré cómo quiero que honréis a San José. En
el Oratorio existen numerosos holgazanes. No quiero decir que la
mayor parte de vosotros lo seáis.

Pero recalco que el número de ellos es considerable. Sé que


la inmensa mayoría sois diligentes en vuestros deberes y me
pongo muy ancho cuando considero que en el Oratorio existen
muchachos excelentes dispuestos a hacer lo que deben. Por
consiguiente os sugiero para honrar a este santo que seáis
exactos y diligentes en clase, en estudio, en la iglesia, en el
comedor, en los dormitorios... Y si alguno se descuidó en este
aspecto en el pasado, procure arreglarlo en el futuro”. (MB VIII,
46-47. “Buenas Noches”, 19 de febrero de 1865.)

Los Reglamentos codifican esta espiritualidad pedagógica,


dinámica, positiva, enemiga de melindres, de menudencias educativas
y pedagógicas que solamente consiguen fomentar jóvenes viciosos y
sin ideales. El santo de la alegría, del deporte, del canto, no concibe
ciertamente la vida de sus jóvenes como un constante juego de
prestidigitación...

“Queridos jóvenes, el hombre ha nacido para trabajar. Adán


fue colocado en el Paraíso terrenal para que lo cultivase. El
apóstol Pablo afirma: el que no quiere trabajar que no coma.
— Por trabajo se entiende el cumplimiento de los deberes del
propio estado, sean de estudio, arte u oficio.

— Mediante el trabajo os podéis convertir en personas


beneméritas de la sociedad, de la religión, y beneficiar a vuestra
alma especialmente si ofrecéis a Dios vuestras ocupaciones
diarias...

— No olvidéis que estáis en una edad que es la primavera de la


vida. Quien no se habitúa al trabajo siendo joven, las más de las
veces llegará a la ancianidad siendo un holgazán como deshonra
de la patria y de la familia y quizá con daño irreparable para la
propia alma.

Quien está obligado a trabajar y no lo hace roba a Dios y a sus


superiores. Los ociosos, al final de su camino, conocerán un
remordimiento muy grande por la vida que perdieron”.
(Reglamentos de 1854 (MB IV, 748-749). Reeditados en 1877, parte
2.~, cap. 5: “Sobre el trabajo”).

Esta confianza en la eficacia redentora y educativa del trabajo,


entendido no como un entretenimiento sino como un deber individual y
social en el que hay que empeñarse, ha inspirado la obra de Don
Bosco desde los comienzos del Oratorio.

El sacerdote educador, intuyó rápidamente que para los jóvenes


pobres, abandonados y en peligro, no bastaba una pura asistencia
religiosa dominical desarraigada de la vida: debía ser, por el contrario,
integral, concreta, articulada a lo largo de la semana, en el trabajo, en
la seriedad de los compromisos y responsabilidades profesionales, de
la sumisión y la dependencia, de la colaboración, en las cuestiones
relacionadas con la justicia.

“Entonces fue —escribe en sus Memorias— cuando palpé con


mis propias manos que los chicos que salen de la cárcel, si
encuentran una mano dadivosa que se cuide de ellos, los asista en los
días festivos, busqué la forma de colocarlos bajo la dependencia de un
honrado patrón, y sean visitados alguna vez durante la semana, se
convierten a una vida honrada, olvidan su pasado y llegan a ser
buenos cristianos y honrados ciudadanos” (M. 127).

El mismo significado tienen las visitas que Don Bosco hace a


sus muchachos en su ambiente laboral, indicando la íntima conexión
entre todos los elementos educativos de forma sobresaliente entre la
religión y el trabajo cotidiano: una verdadera consagración religioso-
pedagógica del deber y de la fatiga de todos los días.

“Los días festivos —continúan sus Memorias— los empleaba


totalmente en atender a mis muchachos. A lo largo de toda la semana
iba a visitarlos en medio de sus quehaceres en fábricas y oficinas.
Esto les producía gran satisfacción al comprobar que un buen amigo
se preocupaba de ellos. También agradaba a los responsables que
bajo su disciplina aceptaban gustosos a muchachos atendidos durante
la semana y más todavía en las fiestas que son días de mayor
preocupación”. (M. 130).

2. LAS ESCUELAS PARA LOS JÓVENES TRABAJADORES

Pero Don Bosco no se limitó a una intervención de mera


“asistencia”.

Poco a poco él mismo creó las escuelas de trabajo para los


jóvenes en función de una educación material y formalmente integral
comenzando por las escuelas dominicales y nocturnas y llegando
hasta las de artesanía y profesionales.

Escuelas dominicales y nocturnas

R. Lambruschini, en una Memoria titulada “Sobre la instrucción


del pueblo”, afirmaba ya en 1831:

“La profesión, que proporciona el sustento a! trabajador,


constituye forzosamente su primer pensamiento, su primera
preocupación. La instrucción que se le proporciona debe
perfeccionarlo y dirigirlo en ese sentido. Del mismo modo nuestra
enseñanza debería ser de artes y oficios. Las ciencias, gracias a Dios,
hoy día están enfocadas sabiamente hacia la utilidad práctica. No
existe profesión, no existe fabricación alguna, que no pueda recabar
innumerables auxilios de la física, de la química, de la mecánica, de la
geometría... Esta parte positiva, usual, de las teorías científicas, y de
las bellas artes, enseñada con claridad, sobriedad y oportunidad, sería
preciosa para el pueblo, ya que le haría más ágil el ejercicio del oficio
para el que se siente dotado y haciéndolo más perfecto y productivo lo
convierte en más provechoso hasta el punto de trocar un trabajo
manual en un continuo ejercicio de la mente”. (R. Lambruschini, Scritti
politici e di istruzione pubblica.

Y señala luego como modesto intento “la escuela festiva”


fundada por él mismo en “Figline di Valdarno” para los artesanos
“donde se enseña el dibujo lineal aplicado a las artes, la perspectiva y
algunos conocimientos elementales de geometría y de mecánica”.
(Ibid., p. 445.)

Idéntica idea, acompañada por una inmediata voluntad de


realización, domina la mente y la vida de Don Bosco. Las Memorias
abundan en informaciones y datos precisos sobre los primeros años
de acción educativa.

Invierno de 1845-46. Don Bosco consigue dar por fin una cierta
estabilidad —aunque no definitiva— a su Oratorio alquilando tres
locales de la casa Moretta. Nacen las clases nocturnas.

“Allí transcurrieron cuatro meses y aunque estábamos algo


angustiados por los locales nos alegraba poder recoger siquiera
a nuestros alumnos, proporcionarles alguna instrucción y
comodidad al menos para confesarse.

En aquel mismo invierno comenzamos las escuelas


nocturnas. Era la primera vez que por nuestras tierras se hablaba
de tal género de escuelas. Lógicamente se levantaron muchos
comentarios, unos a favor y otros en contra” (M. 151).

“Pero las clases dominicales y nocturnas de lectura para


analfabetos, de forma especial con intención catequística, habían
empezado algún año antes” (M. 182-183).
Mayor desarrollo cobran más tarde estas escuelas con una marcada
orientación profesional.

Animados por los progresos conseguidos en las clases


dominicales y nocturnas, en la lectura y en la escritura, añadimos las
clases de aritmética y dibujo. Era la primera vez que en nuestras
tierras se daban tales clases. Se hablaba de ellas por todas partes
como si se tratara de una gran novedad. (Hablando de la novedad de
estas escuelas, Don Bosco, naturalmente, se refiere al ambiente
conocido por él y a las políticas que en Turín por aquellos años
estallaban en el aire entre conservadores y sospechosos de
liberalismo. Una carta del Sr. Ab. Ferranti Aporti sobre las Escuelas
Festivas en Lombardía (1833) documenta la existencia en Cremona de
escuelas y clases de dibujo y de enseñanza elemental para artesanos
ya en 1822-1823. Contemporáneamente se señalan escuelas
nocturnas en otras ciudades italianas: Mantova, Como, Bergamo,
Milán. Cir. la Memoria statistica ya citada de G. Sacchi.)

Muchos profesores y distintas e ilustres personalidades nos


visitaban con frecuencia. El mismo municipio, con el Sr. Duprè a la
cabeza, envió a propósito una comisión encargada de comprobar si
los celebrados resultados de las escuelas nocturnas eran verídicos.
Ellos mismos preguntaban sobre contabilidad, pronunciación,
expresión dramática y no salían de su asombro viendo que
muchachos analfabetos hasta los dieciocho y veinte años de edad
pudieran en pocos meses avanzar de aquella forma en el campo
cultural y educativo. Al ver un número tan considerable de chicos
mayores que en lugar de andar sin rumbo por esas calles se reunían
al anochecer para atender, a la propia formación, aquellos señores se
marchaban llenos de entusiasmo” (M. 185-186).

En particular, con vistas a la enseñanza de la aritmética y del


sistema métrico en concreto, Don Bosco prepara el año 1846 un
opúsculo titulado “El sistema métrico simplificado” (M.188).

En 1850 funda la “Sociedad de Ayuda Mutua”, con intenciones


providencialistas y caritativas, destinada a los jóvenes obreros. Esta
fundación se encuentra documentada en un folleto con este
encabezamiento: “Sociedad de Ayuda Mutua de algunos componentes
de la Compañía de San Luis fundada en el Oratorio de San Francisco
de Sales”. Encontramos a este respecto una noticia en las Memorias:
“A primeros de junio del mismo año se dio comienzo a la Sociedad de
Ayuda Mutua con el objeto de impedir que nuestros muchachos fuesen
a inscribirse a la sociedad llamada de los obreros, la cual desde un
principio propagó unos fundamentos muy poco religiosos. Más tarde
nuestra misma Sociedad se convirtió en Conferencia aneja a San
Vicente de Paúl que todavía perdura” (M. 233-234).

Escuelas profesionales y artesanas

Sería prolijo entretenernos con la historia de los orígenes y del


desarrollo de las Escuelas Profesionales Salesianas. Como hemos
visto, razones morales y pedagógicas convencieron pronto a Don
Bosco de la necesidad de transformar el primitivo externado de
Valdocco en un internado con aulas anejas para artesanos. Tras un
trabajo de diez años, en 1863 Valdocco contó con una hermosa
escuela, completa en sus estructuras fundamentales, donde aprendían
su oficio tipógrafos, encuadernadores, herreros, carpinteros, zapateros
y sastres.

El Reglamento tiene en cuenta a los alumnos y también a los


maestros. Veamos:

“Por la mañana, acabadas las prácticas de piedad, cada alumno


tomad el desayuno sin alborotar, dirigiéndose inmediatamente con
orden a su taller respectivo sin pararse a charlar o distraerse de otra
forma procurando que todo esté a punto en sus ocupaciones... Al
asistente y maestro de taller se les debe sumisión, obediencia,
considerándolos como superiores, usando gran atención y diligencia
en el cumplimiento del deber y en el aprendizaje de ese oficio con el
que a su debido tiempo habrá que ganarse el sustento de cada día...

Está prohibido en los talleres beber vino, jugar, bromear. Hay


que trabajar y no divertirse. Piensen todos que el hombre ha nacido
para el trabajo y que solamente quien trabaja con amor y constancia
logra la paz del corazón y convierte en suave la fatiga”. (Reglamento,
parte 2ª., cap. 7.)
“El maestro tiene La incumbencia de encauzar a los chicos en el
oficio que los superiores de la casa le hayan asignado. Deberá
distribuir el trabajo a sus alumnos de forma que ninguno esté
desocupado. Su principal deber es La puntualidad a la hora de
entrada, con objeto de ocupar enseguida a los alumnos impidiendo
desórdenes, charlas inútiles y juegos. Nunca hará contratos con los
jóvenes de la casa ni se comprometerá en trabajos profesionales
elegidos por su propia cuenta y riesgo ni atenderá a tareas extrañas al
trabajo de su taller”... (Ibíd.., parte 1ª., cap 7)

En 1886, dos años antes de la muerte de Don Bosco, fue


elaborado con treinta años de experiencia el documento fundamental
que fija la orientación pedagógica, didáctica y técnica de las Escuelas
Profesionales Salesianas. Sus directrices formuladas bajo el control y
la aprobación del santo educador y comunicadas por él oficialmente a
los miembros de su Congregación, constituyen una especie de “carta
magna” de las Escuelas Profesionales Salesianas también para el
futuro sin que descartemos la posibilidad de convenientes retoques y
adaptaciones.

La introducción de este documento es una feliz síntesis de los


objetos educativos integrales de estas escuelas y contempla su
problemática vasta y compleja.

“El fin que la Pía Sociedad Salesiana se propone al acoger y


educar a estos jovencitos artesanos, es el de potenciarlos de tal forma
que, una vez cumplido su aprendizaje y ya fuera de nuestras casas,
hayan podido dominar su oficio con el que honradamente ganarse el
pan, hayan sido instruidos en la religión y estén en posesión de los
conocimientos científicos oportunos para su estado.”

“Consiguientemente debe ser triple la orientación que debe tener


su educación: religioso-moral, intelectual y profesional”. (MB XVIII,
700)

Por lo que se refiere a la orientación religioso-moral se echa


mano de los conocidos principios y medios de la educación cristiana y
del sistema preventivo.
El segundo y tercer aspecto, armonizados con arreglo a una
formula característica, definen la postura particular de las Escuelas
Profesionales Salesianas frente a otros tipos paralelos de escuelas.

Se destacan de la primitiva escuela artesana con la introducción


acentuada de una cultura general apropiada y de una específica
preparación cultural técnica. Reserva un lugar de preferencia para el
trabajo, para las tareas del taller que acaparan al menos una mitad del
horario escolar diario.

Por lo que se refiere a la formación intelectual está viva la


preocupación porque “los alumnos artesanos adquieran en su
aprendizaje profesional el bagaje de conocimientos literarios,
artísticos, científicos, necesarios”. Sin olvidar algunas materias
especiales, como el dibujo, la lengua francesa, etc... (MB XVIII, 701)

La orientación profesional aparece más cuidada y estudiada.

Se establece que “se clasifiquen los chicos tras haberles


sometido a un examen de prueba y se confía su formación a maestros
prácticos, experimentados”. (MB XVIII, 701)

Este sector de las Escuelas Profesionales encuentra en el


documento citado las propias orientaciones características. Se trata de
una página que nos parece digna de ser citada íntegramente. Algunas
determinaciones han sido suficientemente superadas por la misma
práctica salesiana.

“No es suficiente que el alumno artesano conozca bien su


profesión. Para que pueda ejercerla provechosamente es necesario
que adquiera el hábito en los distintos trabajos y los realice con
desenvoltura. Habrá que tener en cuenta lo siguiente:

— Atiéndase cuanto sea posible a la inclinación, a los gustos, de


cada chico a la hora de elegir su camino profesional.

— Para que en nuestros talleres se lleven a cabo los distintos


trabajos con perfección, es preciso elegir hábiles y honrados maestros.
No importa que sea preciso un esfuerzo económico.
El jefe de estudios y el maestro de taller hagan pasar
progresivamente al alumno por toda la serie de trabajos o ejercicios
que constituyen la totalidad de los cursos o grados, de forma que al
acabar el currículum conozca y posea en su complejidad el ejercicio
de su especialidad.

— No puede determinarse el tiempo del aprendizaje puesto que no


todas las especialidades exigen la misma duración para ser asimiladas
por los jóvenes. Pero como regla general puede fijarse un periodo de
cinco años.

— Con ocasión del reparto de premios se haga anualmente en


todas las casas de formación profesional una exposición de los
trabajos realizados por nuestros alumnos y cada tres años una general
en la que participen todas nuestras casas de artesanos.

Para obtener habilidad y desenvoltura en el desarrollo del trabajo


ayudará a: a) dar a los alumnos semanalmente dos notas distintas:
una de trabajo, otra de conducta; b) distribuir el trabajo a destajo
fijando un tanto por ciento para el joven según un sistema preparado
por la Comisión encargada”. (MB XVIII, 702)

En las Escuelas Profesionales Salesianas el trabajo no se


concibe como puro instrumento didáctico o pedagógico. Tampoco “se
juega” a trabajar. Nos encontramos ante un serio y auténtico
aprendizaje donde no se “orienta” al trabajo sino que se enseña a
trabajar, se enseña un trabajo preciso, bien determinado, con vistas a
una especialización profesional con todo el sentido de la
responsabilidad, incluso económica, que un joven puede y debe sentir.

Y (añadamos por nuestra cuenta) con una viva y práctica


sensibilidad social...

Don Bosco declaraba en 1883 a un periodista “Estas obras no


solamente deben sostenerlas los católicos “viribus unitis” sino todos
aquellos hombres que se toman a pecho la moralidad de la juventud.
Los humanistas, los filántropos, deben interesarse no menos que los
que se profesan cristianos. Ahí está el único medio para preparar Un
porvenir más halagüeño a la sociedad”. (MB XVI, 67)
3. RENOVACIÓN DIDÁCTICA

Esta vigorosa concepción y actuación de la “escuela del trabajo”


que, según nuestra modesta opinión, no tiene nada que envidiarle a
Kerschensteiner (y quien tenga una experiencia viva de una escuela
profesional salesiana se convencerá de ello muy fácilmente) puede
considerarse como símbolo de la fuerza renovadora que Don Bosco
hubiera ciertamente impreso a las técnicas de enseñanza si el enorme
trabajo organizativo, educativo, no se lo hubiera impedido.

El primer biógrafo nos habla de métodos ingeniosos puestos en


práctica por Don Bosco en la enseñanza del alfabeto, del sistema
métrico decimal, de la Historia Sagrada, de la gramática latina. El
camino de la intuición se compagina con el dialogo, con el mutuo
aprendizaje, con dramatizaciones. (MB III, 397, 449.450, 579-619.)

Es conocida sobradamente la aversión de Don Bosco hacia la


lección magistral, pasiva, que se dirige a una porción Selecta del aula
ignorando a la otra restante que permanece soñolienta, impermeable...
El propone formas de “didáctica individual”.

“Generalmente los profesores tienden a complacerse en sus


alumnos más destacados en el estudio y en las dotes de ingenio
explicando con la intención puesta en ellos... Yo soy del parecer
justamente contrario. Me parece que es deber primordial de todo
profesor que se precie de tal no perder nunca de vista a los menos
dotados del aula, preguntarles con más frecuencia que a los otros,
detenerse más tiempo en las explicaciones, repetir y repetir, mientras
no tengan clara la cuestión de que se trata y adaptar los deberes de
clase y las lecciones a su capacidad. Si el profesor no usa este
método enseñará a parte de los escolares, no a todos. Para tener
ocupados a los alumnos de mente más despejada se establezcan
lecciones o ejercicios de supererogación premiándoles con puntos de
aprovechamiento.

Es preferible prescindir de lo accesorio a descuidar la atención


de los más lentos. Las materias fundamentales amóldense
enteramente a ellos”. (MB XI, 218)
Se rechaza, pues, esa escuela que selecciona, que juzga, que
condena. Se rechaza esa forma de preguntar como si el profesor fuera
un juez o un policía, controlando, castigando... Se imponen la
conversación, las formas dialogantes, la participación activa de los
alumnos en el proceso didáctico.

“Opino —dice Don Bosco— que se debe preguntar mucho. Si es


posible no se deje ni un solo día sin preguntar a todos. De ello se
derivan ventajas estupendas. Tengo la impresión de que algún
profesor entra en clase, pregunta a uno o dos y sin más comienza sus
explicaciones. Esta forma de actuar yo no la aprobaría ni siquiera en la
Universidad. Preguntar, preguntar mucho, preguntar muchísimo.
Cuanto más se haga hablar y participar a Los alumnos tanto mayor
será el provecho”. (20 MB XI, 218.)

Los tomos de las Memorias Biográficas recogen en abundantes


citas las celebraciones académicas y las representaciones teatrales
que a este respecto organizaba Don Bosco.

También en este particular el santo revela la simpática y audaz


mentalidad de apertura que caracteriza a toda su pedagogía, dotando
a su obra y a su sistema de un aire inconfundible de juventud y
modernidad. (Cfr.por ejemplo MB VI, 884. VII, 186-187. VIII, 121, 419,
782. XII, 136-137, 323-325.)

Notas conclusivas

El sistema pedagógico de Don Bosco parece sustraerse a


observaciones críticas... Probablemente a los escépticos de turno, a
los críticos empecinados, Don Bosco repetirla aquella invitación que
hizo al maestro Bodratto después de una larga discusión con vistas a
realizar una directa y viva experiencia sobre su método. “Le invito
ardientemente a conocer cualquier día una prueba palpable de la
aplicación práctica de este método vigente en nuestras casas. Tiene
libertad para visitarnos cuando quiera y espero que al final de la
comprobación pueda asegurarme que cuanto le he detallado es
experimentalmente el camino más seguro y práctico. (MB VII, 763.)

1. PEDAGOGIA “POPULAR” Y HUMANA

La Introducción de su Historia Sagrada —de la que ya hemos


hablado— puntualiza: “En cada página escrita por mí tuve siempre
presente la preocupación de “popularizar”, de divulgar lo más posible
el contenido de la Sagrada Biblia”.

He aquí, a nuestro parecer, el carácter sobresaliente de toda la


acción y concepción educativa, pedagógica, de Don Bosco: la
preocupación por divulgar lo más posible la ciencia y la práctica de la
educación, los métodos y procedimientos educativos, las relaciones
entre educador y educando. Don Bosco, educador y pedagogo, es el
hombre de las máximas y radicales simplificaciones.

El ambiente educativo querido y creado por él es el menos


burocrático y artificial que se pueda imaginar: la familia. La relación
entre educador y educando no puede ser más sencilla e inmediata: la
“amorevolezza”, el amor espontáneo y sobrenatural amasado todo él
de buen sentido cristiano y de viva cordialidad humana, de simpatía,
de amistad. Uno de los momentos “metodológicos” cruciales de la
acción educativa es el que tiene lugar en el encuentro cordial, casual,
que no ha sido preparado de antemano, que no tiene protocolos ni
prolegómenos, durante el juego, en el patio, en la conversación. Nada
de puesta en escena, de procedimientos extraños o costosos. Convivir
en medio de los jóvenes ininterrumpidamente, dentro de un clima
espontáneo y familiar, es la suprema formula para conocerlos, para
captar su ternperamento, sus eventuales anormalidades y debilidades.

Ni siquiera Froebel, inventor de aquel sistema sencillo, ingenuo,


maravilloso, de los “Jardines de Infancia”, supo sustraerse a la maligna
tentación de las lucubraciones dándonos a conocer la pesada y
complicada obra teórica titulada “Educazione dell’essere umano”.
Asimismo, Pestalozzi se ingenió para fundamentar filosóficamente sus
luminosas intuiciones con los graves principios contenidos en “Mie
ricerche sul processo della Natura nello sviluppo del genere umano”.
¡No digamos nada de Comenius y de Herbart!

Don Bosco, a lo sumo, escribió “sueños”, biografías cortas, opúsculos


de gran practicidad e inmediatez. En esas paginas se encuentra el no
va más de su “teoría” pedagógica. Todo lo restante es algo vivido,
imitable, al alcance de todos. 0 sea, pedagogía .”popular”.

Sin necesidad de material costoso y complicado, a la altura de


cualquier persona dotada de buena voluntad, sin refinamientos
técnicos, apta para todo tiempo y ambiente, ésta es una pedagogía de
las más llamadas a convertirse en “pedagogía de todos”.

Hace falta aire libre, hace falta espacio, mejor si es abundante.


Hacen falta campos de juego, una plaza, un prado, un camino... Y si
todo esto falta, basta con la dilatación de los espacios de la bondad y
del corazón, los espacios de la “amorevolezza”. Busquemos a un
educador capaz de contar una fábula, una historieta, que siembre
alegría con sus chistes y bromas, que logre entretener con algún juego
de manos... El resto caerá por su peso o mejor será fruto de sus
intenciones seriamente constructivas y formativas.

Precisamente por ser popular, la pedagogía de Don Bosco


alcanza a buenos y malos, a ricos y pobres, a estudiantes y obreros.

Es pedagogía masiva y singular, como ocurre con el popular


Oratorio Festivo y con el coloquio personal, que son dos formas
educativas bien diferenciadas.

Pedagogía “humana”. Sentido común, ausencia de fanatismos,


de exageraciones, de abstracciones, dominio de lo que es razonable.

Es una pedagogía que tiene en cuenta a “este” muchacho, tal


como es, en su humanidad concreta, en la totalidad y originalidad de
sus intereses.

Para hacer más educativo y eficaz el Ejercicio de la Buena


Muerte (retiro mensual en el que los jóvenes eran invitados a
reflexionar seriamente sobre los “máximos problemas” y a pensar en
su .”destino eterno”), Don Bosco no dudaba en alegrar el humilde
desayuno con una hermosa loncha de jamón o de mortadela. Ya era
gran cosa que consistiera en pan solamente... Esta argucia
pedagógica no pasaba desapercibida para los chavales.

Cuando llegaban las fiestas solemnes, en medio de un ambiente de


gran fervor religioso, nunca faltaba la expectación, confirmada en las
“Buenas Noches” de la víspera, de un almuerzo más abundante, más
reconfortante...

Una pedagogía buena, humilde, como de andar por casa, que


intenta eliminar lo más posible las distancias, la formación en filas, los
esquemas rígidos, inflexibles...

Pedagogía que forma espíritus profundos, jóvenes y adultos de


gran entereza, sin muchos ribetes y perifollos, jóvenes auténticamente
santos.

Hay un solo camino. Mientras más lineal y rápida se hace esta


ruta con tanta más seguridad y decisión se divisa y se consigue la
meta, donde se encuentran la verdad, el amor, el deber, la Gracia.

2. CONFIANZA EN EL EDUCADOR

MientraS más sencillo es el método tanto más exigente es Don


Bosco con el educador y mayor es la confianza que en él deposita.

Se podría afirmar que el método de Don Bosco se confunde, se


identifica, con la persona del educador. El opúsculo sobre el Sistema
Preventivo (segunda edición) concluye con un acto de fe en sus
recursos interiores, en su potencia espiritual: “éstos son los artículos
preliminares de nuestro Reglamento. Pero a todos resulta
indispensable la paciencia, la diligencia y la frecuente oración sin lo
que resultarla inútil cualquier Reglamento”.

La figura del educador campea en el centro de la metodología


educativa de Don Bosco. No con una finalidad represiva, sino al
servicio del educando, consagrado a él totalmente.
La constante presencia física es importante. Sin esta presencia
ininterrumpida en medio de los muchachos, la obra de Don Bosco
podría parecer una simpática “ciudad de los muchachos” perdiendo su
característica de constituir una “familia”.

No se trata de una mera cuestión disciplinar. Sino de una presencia


amorosa, la de una persona que ha aceptado, como gozo y misión de
su vida, el estar siempre entre los jóvenes, incluso cuando llega el
cansancio o momentáneamente se puede perder la confianza en ellos.

Presencia de una persona que ama, que convence a los jóvenes


de que siempre su alegría mayor consiste en conversar y jugar con
ellos sin olvidar que el deseo de gozar de un poco de tranquilidad,
descanso o soledad, se hace sentir por dentro...

La presencia: éste es el mayor, el mejor, de todos los métodos,


de todos los recursos pedagógicos. Estos pueden faltar
ocasionalmente, pero es un mal incomparablemente menor que la
ausencia del educador.

Pero es que incluso estando en posesión de los mejores


métodos, es la persona del educador la que les infunde alma y gracia.
El “estilo” educativo de Don Bosco está auxiliado más del espíritu
interior que de contribuciones externas. La religión, la razón y la
“amorevolezza” no son cosas, no son instrumentos. Depende del
educador solamente su sentido y su valla en el campo educativo con
la impronta particular que Don Bosco quiso y que imprimió a su vida.

Esta “personificación” del método se ha dado sobre todo y en


grado eminente en el artista que la ha creado. Podríamos concluir en
este caso afirmando que es una tontería buscar su método en ésta o
en aquella teoría, en ésta o en aquella forma de proceder. El método
está por dentro del educador que concreta y fervorosamente sabe
encarnar, intuir, revivir, los sentimientos, las intenciones, las ideas, la
santidad, de Don Bosco.

Difícil y noble empeño...


Pedagogía .”personal”, no libresca ni de laboratorio.
3. EL “CLIMA” EDUCATIVO

Pero no vayamos a, desintegrar de esta manera el sistema de


Don Bosco privándolo de sus partes constituyentes. Aun cuando
pongamos el acento sobre el alma y la causalidad intrínseca
constitutiva del sistema, no perdamos de vista por ello las
“condiciones” materiales más obvias en las normales situaciones que
encontramos en la práctica.

El sistema bosquiano no se agota en la creación de relaciones


personales entre educador y educando, en la solicitud individual por el
muchacho. También busca la forma de crear un “clima”, un “ambiente”
ya de por si formativo para la masa o para muchos jóvenes. Es una
“conditio sine qua non” para el desarrollo de la educación personal.
Todo ambiente característico se construye con la convergente
dosificación equilibrada de múltiples y diversos elementos, todos
necesarios para la funcionalidad e integridad del todo.

Suprímase de una casa salesiana la música, el teatro, el canto,


pensando que no se trata de elementos educativos esenciales: no se
comprometerá ciertamente la eficiencia educativa de la institución pero
no puede asegurarse que esa educación goce del estilo del sistema
preventivo de Don Bosco. Paralelamente nadie sostendrá la tesis de
que el juego y el patio, etc., sean condiciones imprescindibles de
cualquier educación cristiana. Pero una institución educativa sin estos
elementos, aunque se consigan robustas personalidades cristianas, no
puede considerarse que está organizada con el sello y el método de
Don Bosco.

Los ejemplos podrían multiplicarse. Pero la conclusión no es


discutible. El “sistema” de Don Bosco está esencialmente construido
también por un “clima” para el que se necesita la contribución de
varios y bien determinados elementos materiales —que hemos
recordado en nuestra exposición— de los que impunemente no
podríamos prescindir pretextando que se trata de cosas
insustanciales.

Una obra de arte (y el sistema de Don Bosco es una obra de arte


educativa muy concretamente) no. solamente se preocupa de respetar
las reglas fundamentales de la técnica, de la gramática, de la
sintaxis... Admite elementos extracientíficos que constituyen más
especialmente un estilo, como esos detalles al parecer insignificantes:
un claroscuro, una disonancia, un adorno fantástico.

¡Ay si tuviéramos que teorizar excesivamente sobre el estilo


educativo de Don Bosco! Correríamos el riesgo de reducirlo a la
mínima expresión, dejándolo vacío, deformado...

¿Acaso no ha unido él la eficacia educativa de los Salesianos a


un “menos” que es lo “más” para los muchachos? No debe perderse el
sentido de la proporción, de la perspectiva...

Todo ha de enfocarse a la luz de los ideales, ciertamente. Pero


siempre desde el ángulo visual juvenil, el ángulo de sus intereses, de
su mentalidad, de su capacidad. Patio, deporte, teatro, excursiones,
grupos juveniles, canto, música, convivencias cordiales, no son,
pedagógicamente hablando, cosas sin importancia, banalidades, por
más que un adulto tenga infinitas cosas más serias que ofrecer a los
chicos. Hemos tenido un ejemplo en la “amorevolezza”. Ay si se
convirtiera solamente en grave y enrarecida caridad teológica y no
fuese sensible y sentida cordialidad afectuosa y delicada!

4. LA ASISTENCIA

Por razones parecidas hay que considerar la asistencia como


algo esencial al sistema de Don Bosco, con la doble finalidad
preservativo-protectora y contructivo-personalizadora.

Educación protectora

Don Bosco no condena otros sistemas educativos. Según su


criterio hasta el represivo puede adaptarse a particulares categorías
de personas. Con todo, Don Bosco no hace suyo absolutamente
cualquier sistema que directa o indirectamente se dedique a poner a
prueba a los jóvenes.

También Don Bosco conoce unos comienzos limitados. Son


conocidas las observaciones que da a algunos sacerdotes en una
conversación del 30 de junio de 1862 a propósito de crisis juveniles de
fe y de pureza. Don Bonetti cuidadosamente las anota en su Crónica:

“Es preciso pertrechar a los chicos para cuando lleguen a los diecisiete
o dieciocho años. Hay que decirles: —Mira, ten cuidado, porque se
acerca una edad peligrosa para ti. El Maligno prepara sus trampas
para hacerte caer. En primer lugar te convencerá de que eso de la
comunión es propio de gente menuda y que basta con que te
acerques alguna que otra vez... Luego hará todo lo posible para
alejarte de la palabra de Dios, procurando que te produzca
aburrimiento. También te hará creer que ciertas cosas no tienen nada
de pecaminosas. Habrá que tener cuidado con los compañeros, con el
respeto humano, con las lecturas, con las pasiones desordenadas.
Atención: no permitas que Satanás te robe esa paz, esa limpieza del
alma que ahora te hace amigo de Dios...

Los jóvenes no olvidan estas palabras. Cuando se hagan


mayores y nos encontremos con ellos fuera del centro de educación,
les podremos decir: —¿Recuerdas aquellas cosas que te dije hace
tiempo?
Contestarán: —Es verdad...
Este recuerdo les hará mucho bien”. (MB VII, 192)

Evidentemente simplificado, esquematizado, por el joven


cronista, aparece con claridad un fundamental principio educativo
formulado con palabras sencillas, características de Don Bosco: la
necesidad de una orientación que señale el norte, que dé fuerzas para
el camino.

Pero esto no anula aquel otro principio firme, “preventivo”, según


el cual la mejor profilaxis para Don Bosco la constituye el defender
encarnizadamente a los jóvenes de las influencias deletéreas extrañas
y conseguir su progresiva y positiva maduración personal.

Si el muchacho es enérgicamente formado, las crisis y las


sorpresas y las tempestuosas acometidas tendrán menos éxito...

Estas son palabras de San Jerónimo: “Difícilmente se anula y se


borra lo que las tiernas almas han asimilado. ¿Quién es capaz de
devolver la primitiva blancura a una lana teñida de púrpura? El ánfora
porosa conserva por largo tiempo el sabor y el perfume con los que
fue enriquecida desde un principio”.

La educación personal, uno a uno

Pero la asistencia tiene valor sobre todo en función de la


presencia educativa (es una característica del sistema preventivo que
no debe olvidarse y que de hecho se olvida demasiado) que tiene en
cuenta a cada chico en particular. Una visión superficial de la
asistencia la convierte con facilidad en una profilaxis ambiental nada
más, medio cómodo —para el educador pasota y poco fervoroso en su
misión— de acallar la propia conciencia con la seguridad de que el
orden está a salvo. Esta sería una de las más sutiles formas de
traicionar el pensamiento de Don Bosco.

Nuestro santo no redujo la influencia educativa a la creación en


general de ambientes edificantes. Se preocupó seriamente de la
relación personal con cada uno. Hay una escala en estas relaciones:
para algunos será necesaria la dirección espiritual; para otros —la
inmensa mayoría—, el encuentro del patio, del estudio, de la clase, sin
especiales resortes pedagógicos.

Impresiona considerar lo que Don Bosco cuidó estos encuentros


personales imponiéndose increíbles sacrificios incluso mientras fue
Fundador y Superior Mayor de la Congregación Salesiana y le
absorbían agobiantes problemas de índole general, lejos de Valdocco.

Nos sorprende la forma con la que Don Bosco llevó a la práctica


esta asistencia que es una presencia que afecta a todos y a cada uno:
“buenas noches”, palabras al oído, avisos, cartas colectivas, cartas
dirigidas a grupos concretos desde lejanas distancias, billetitos,
permanencia en el patio durante los recreos, coloquios, entrevistas.-.
Todo esto cobraba para Don Bosco un peso y una categoría propios
de las grandes empresas. Ningún éxito económico u organizativo
hubiese compensado un solo fallo en el campo educativo.

Y es que Don Bosco quería sobre todo y en todo tiempo ser


educador.
5. EN EL CAMPO PRÁCTICO

Brota naturalmente una pregunta: — ¿Esa “prepotencia” del educador,


esa presencia continua, no amenaza con convertirse en una influencia
que sofoca, que agobia, aunque sea paternal y afectuosa?

No debemos disimular ese peligro de que el estilo fraternal,


paternal, del educador pueda degenerar en un “paternalismo”
antipático, aplastante, en manos de educadores que están bien lejos
de alcanzar la talla de Don Bosco. El alumno sentirá que se le trata
como un eterno niño, irresponsable, inmaduro, incapaz de tomar
iniciativas personales, de emitir juicios rectos.

El educador piensa amablemente en todo... El Director es el


padre insoportable y deprimente, que no confía en sus hijos, que todo
lo controla y dispone de antemano. El asistente es el pedante y celoso
preceptor que no consiente un instante de respiro a sus pupilos...

No es éste el estilo de Don Bosco.

A este propósito, además de una cantidad ingente de ejemplos


de vida práctica, podemos ofrecer un documento significativo en
aquella página de la “Historia del Oratorio de San Francisco de Sales”
escrita por Don Bonetti y que dice así:

“El sistema introducido y practicado por Don Bosco en la


educación de la juventud, además de estar en conexión con la razón y
la religión, parecía asimismo con conforme con el espíritu de los
tiempos que corrían. Un grito de protesta se elevaba desde Italia y
fuera de ella por aquellos años en contra de los gobiernos
absolutistas. Sobre todo las lamentaciones iban dirigidas reaccionando
contra las severas medidas con las que generalmente se gobernaba al
pueblo y se administraba la justicia... Estas aspiraciones del pueblo de
tener unas formas de gobierno más benignas, compartidas por sus
respectivos Príncipes, hacían que los jovencitos exigieran a su vez de
sus superiores una dirección más afectuosa y paternal”. (“Bollettino
Salesiano”, octubre 1880.)
Más que consideraciones teóricas sería sencillo ofrecer
abundantes ejemplos del campo práctico, en el que aparece Don
Bosco como un precursor de nuevos caminos, como Un cultivador de
antiguos métodos dotados de nueva vida en sus manos si bien no
presentando técnicas particulares para resolver ci problema de las
relaciones entre educador y educando.

¿Acaso no es el mismo Don Bosco quien recomienda al Director


que aquellas “Compañías” (grupos selectos de formación) existentes
en el colegio se considerasen como “obra de los jóvenes” con una
relativa autonomía de funcionamiento y de iniciativa?

En este asunto será preciso apelar a la sensibilidad y al tacto de


educador mucho más que acudir a especiales recursos técnicos.

Exactamente igual que en una familia: en ella resulta arduo el


regular —y mucho más jurídicamente— las interferencias de la libertad
personal de padres e hijos y el régimen de gobierno y de sumisión...
También en este campo, la “amorevolezza”, sincera, generosa, no se
debe separar del respeto por la pequeña personalidad en crecimiento
del educando y ha de preocuparse vivamente del gradual desarrollo
autónomo de la inteligencia y de la voluntad.

Defendemos que Don Bosco siempre estaría dispuesto a


posteriores adaptaciones y ensanchamientos de sus puntos de vista
sin abandonar la defensa básica del trinomio clásico razón-religión-
“amorevolezza”, ni los elementos formales y materiales que
pertenecen a la esencia de su visión educativa.

Su sistema educativo es tan juvenil, tan fresco, tan rico, que por
principio niega cualquier postura o fidelidad a ultranza que pueda
significar fosilización, sordera, indiferencia frente a exigencias o
instancias individuales o sociales justas y “razonables”.

Nos gusta pensar en un Don Bosco enemigo acérrimo por


naturaleza y temperamento de las <sectas>’ también pedagógicas, de
las posturas fosilizadas e inmovilistas.

MÁS QUE DE UN SISTEMA, DON BOSCO FUE AMIGO DE


LOS JÓVENES.
ElLos estuvieron siempre en EL centro, en EL corazón, de su
“caridad educativa”.

BIBLIOGRAFÍA

A. Fuentes escritas

Don Bosco fue un hombre de acción. Pero no descuidó la cultura


y fue un escritor fecundísimo particularmente volcado en el campo
educativo. No es esto sólo. Como Fundador de una familia educadora,
de ambos sexos, tuvo la preocupación de transmitir también por
escrito sus ideas pedagógicas más queridas.

Estos documentos escritos, junto con su vida, toda ella


consagrada al trabajo concreto, son la fuente mejor a la que podemos
acudir para ahondar en el estudio de su “sistema” educativo.

1. FUENTES DOCUMENTALES DE PRIMERA IMPORTANCIA

a.- Un libro muy precioso de Memorias, escritas por Don Bosco mismo
obedeciendo órdenes del Papa Pío IX. S. Giovanni Bosco, Memorie
dell’Oratorio di S. Francesco di Sales dal 1815 al 1855. Turín.
(Contiene introducCióll y comentariOS de Don Eugenio Ceria. Fue
escrito entre 1873 y 1875. Permaneció inédito hasta 1946.)

b.- Cinque lustri di storia dell’OratOrio Salesiano jondato dal Sacerdote


D. Giovanni Bosco. Autor: GIovanni Bonetti. Turín. Poco a poco se fue
publicando en el “Bollettino Salesiano” desde 1879 hasta 1886. Don
Bosco vivía y aprobó el trabajo de Don Bonetti.
c.- Memorie Biografiche. Diecinueve hermosos tomos con información
de primera mano. D. G. B. Lemoyne, D. A. Amadei y D. E. Ceria, son
sus autores. Por su extensión y riqueza de datos constituyen un
auténtico tesoro.

2. DE CARACTER DISCIPLINAR

Ricos en viva experiencia educativa y con formulaciones teóricas


son los Regolamenti. Don Bosco los elaboró lentamente, “probando y
volviendo a probar”. En 1877 se publican por primera vez en edición
oficial después de celebrarse el primer Capítulo General

El Regolamento dell’Oratorio di S. Francesco di Sales per gli


Esterni se refiere a los Oratorios festivos y otras obras anejas como
fueron las escuelas nocturnas y festivas.

El Regolamento per le Case della Società di S. Francesco di


Sales regula la vida de los colegios.

3. EL SISTEMA PREVENTIVO EN LA EDLICACION DE LA


JUVENTUD

Opúsculo que conoce su redacción definitiva juntamente con el


2.° Reglamento antes mencionado. -

4. OTROS DOCUMENTOS RELATIVOS AL SISTEMA PREVENTIVO

— Ricordi confidenziali ai Direttori. Turín, Tip. Salesiana, 1875.

— Lettera scritta da Roma a Valdocco. Turín, 10 de mayo de 1844


(MB XVII, 107-114).

— Colloqui di Don Bosco con ii Ministro piemontese Urbano


Rattazzi (MB V, 52-56) y con ii maestro Francesco Bodratto (MB VII,
761-763).

— Storia dell’Oratorio. D. C. Bonetti. “Bollettino Salesiano”, 1882.


5. BIOGRAFÍAS Y NARRACIONES

— Vita del giovanetto Savio Domenico allievo dell’Oratorio di S.


Francesco di Sales. Turín, Paravia, 1859.

— Cenno biografico sul giovinetto Magone Michele, allievo


dell’Oratorio di S. Francesco Di Sales. Ibid., 1861.

— Il Pastorello delle Alpi ovvero Vita del giovane Besucco


Francesco d’Argentera. Turín, Tip. del Orat., 1864.

— Biographie du jeune Louis Fleury Antoine Colle, par Jean Bosco


prêtre, 1882. (Don Bosco esbozó esta biografía y fue encomendada
para su redacción posterior al salesiano Don De Barruel.)
(MB XV, 16.)
— La forza della buona educazione. Curioso episodio
contemporáneo. Turín, Paravia, 1855.

— Valentino o la vocazione impedita. Episodio contemporáneo.


Turín, Tipg. Sales., 1866.

6. OBRAS DE CONTENIDO EDUCATIVO RELEVANTE

— La Storia Ecclesiastica ad uso delle scuole, utile per ogni ceto di


persone... Turín, 1845.

— La Storia Sacra per uso delle scuole, utile ad ogni stato di


persone... Turín, 1847.

— Ii Giovane Provveduto per la pratica dei suoi doveri, negli esercizi


di cristiana piettà... Turín, 1847.

— La Storia d’Italia raccontata alla gioventù, dai suoi primi abitatori


sino ai nostri giorni... Turín, 1855.

7. CARTAS
— Epistolario di S. Giovanni Bosco, vol. I desde 1835 hasta 1868.
Turín, 1955. A cargo de Don Eugenio Ceria.

B. Estudios y ensayos

Algunos de los estudios más sobresalientes sobre la pedagogía


de Don Bosco se encuentran en ediciones de mayor o menor relieve
—en general para las escuelas— de sus escritos en torno a la
educación y particularmente del opúsculo sobre el Sistema Preventivo.

—San Giovanni Bosco, Il Metodo Preventivo. Introd. y notas de Mario


Casotti. Brescia. La Scuola, 1940.

—San Giovanni Bosco, Ii sistema educativo. Vigo G. Galati. Milan-


Varese, 1943.

—AMADEI, Angelo, Don Bosco a il suo Apostolato. Turin, 1940, 2 vols.

—AUFFRAY, Agostino, Una méthode d’éducation. Paris, 1924. a) La


pédagogie d’un Saint. Lyon-Paris, 1930. b) La pedagogia di S.
Giovanni Bosco. Turín, 1942.

—BARBERA, Mario, S. J., San Giovanni Bosco educatore. Turín,


1942.

—B0UQUIER, Henri, Don Bosco éducateur. Paris, 1952.

—BRAIDO, Pietro, Ii sistema preventivo di Don Bosco. Turín, 1955. Il


sistema educativo di Don Bosco. Turin, 1955.

—BURG, Cäcilia, Don Bosco und seine Padagogik. Münster, 1948.

—BRECKX, Louis, Les Idées pedagogiques de Dom Bosco. Paris.

—CAVIGLIA, Alberto, Don Bosco. Profilo storico. Turín, 1949.

—CERIA, Eugenio, San Giovanni Bosco nella vita a nelle opere. Turín,
1949.
—CERRUTI, Francesco, Le idee di Don Bosco sull’educazione e
sull’insegnamento e la missione attuale della scuola, 1886. Una trilogía
pedagogica: Quintiliano, Vittorino da Feltre e Don Bosco. Roma, 1908.

—CIMATTI, Vincenzo, Don Bosco Educatore. Contributo alla storia del


pensiero e delle istituzioni pedagogiche. Turín, 1939.

—ENDRES, Nikolaus, Die psychologische Begründung der


Erziehungs-methode Don Boscos als Ursache seiner pädagogischen
Erfolge. München, 1951.

—FASCIE, Bartolomeo, Del metodo educativo di Don Bosco. Fonti e


Commenti. Turin, 1928.

—Fierro Torres, Rodolfo, La pedagogía social de Don Bosco. Madrid.


Consejo de Investigaciones Científicas, 1949. El sistema educativo de
Don Bosco en las pedagogías general y especiales. Madrid, 1953.

—Giorljani, Domenico, La gioventù e Don Bosco di Torino, 1886.

—Ricaldone, Pietro, Don Bosco educatore, 2 vols. Colle D. Bosco,


1951-52.
—Zitarosa, Gerardo Raffaele, La Pedagogia di Giovanni Bosco.
Nápoles, 1934. Pensiero e metodo di Giovanni Bosco.
Documentazione ed analisi del “Metodo educativo di Don Bosco”.
Roma, 1956.

—Casotti, Mario, Il “sistema” di Don Bosco, 1957. La pedagogia di Don


Bosco e il problema del metodo, 1957.

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