INTRODUCCIÓN Guatemala se distingue de ser un país muy rico en recursos
naturales, también se distingue de ser un país Pluricultural y Multilingüe, en donde
cada etnia o raza se caracteriza por su historia. Años atrás, entre 1524-1821 vivió una temporada a la que se llamó época colonial basándose como la explotación económica de un territorio y del trabajo de los habitantes de este. La esclavitud, constituyente en el dominio absoluto sobre una persona, fue un fenómeno que se conoció no solamente en nuestro país Guatemala, sino también en los demás, y países del viejo mundo (España, Portugal, áfrica, Rusia etc.). Tal fenómeno arrasó con la vida de muchos nativos de muchos países, incluyendo el nuestro, siendo usados como muebles, siendo vendidos y usados para mano de obra. los españoles en innumerables ocasiones abusaron de los nativos, no solamente de sus libertades sino de su condición digna. para los cuales hubo algunos que defendieron los derechos de estos, como lo fueron los frailes, como fray Bartolomé de las casas, defensor de los derechos de los nativos. La encomienda, que tuvo un peso específico en el proceso de la conquista y la colonización de Guatemala. La encomienda comprendía un núcleo de indios, entregados a un particular por el término de la vida de éste y con frecuencia de la de uno o más sucesores, con el compromiso de suministrarles víveres, ropas y habitación, y de educarlos, beneficiándose en retribución, con su trabajo o el pago de un tributo. La encomienda se oficializo en otros países del nuevo continente Repartimiento, lo típico de un trabajo forzoso impuestas por los españoles a expensas de la libertad a como también la capacidad productiva de una apreciable cantidad de indígenas. Así como también hubo diferentes repartimientos, a continuación, se describen algunos de estos: los de servicio ordinario de la ciudad, los de labranzas, los de obras públicas, repartimientos para trabajos agrícolas, de minería o industrias artesanales, así como también repartimientos especiales. La economía colonial que tomo una parte importante en la época colonial, que se ocupa de los hechos relacionados con la producción, distribución y consumo de bienes y servicios, destinados a satisfacer las necesidades del ser humano. La tierra el ente que llevo a muchos españoles a la ambición, ya que fueron controlados totalmente por ellos. El descubrimiento de América estuvo legado a las relaciones comerciales entre Europa y el lejano oriente; de ahí viene la importancia que, en su propio contexto mercantil, España concedió el intercambio de bienes a través del atlántico. a lo largo del periodo colonial, Guatemala mantuvo un intercambio comercial, casi permanente aunque no siempre legal, con otras naciones, que entre ellas figuran: nueva granada, Perú, y de manera indirecta filipinas y otros países del lejano oriente. Los criollos, que fueron hijos de españoles nacidos en América, la importancia de los criollos estriba en el espacio social que ocuparon. También tuvieron un importante papel en el proceso evolutivo de la sociedad. otro ente, que durante la época colonial, los grupos y las personas ocupaban determinadas posiciones jerárquicas que, en general, se determinaban por razones políticas económicas raciales y de prestigio social. La iglesia y la religión jugaron un papel muy importante en la conquista y la colonización, porque uno de susobjetivo fue el de reemplazar por el catolicismo todas las anteriores creencias. la sustitución de los esquemas religiosos implico necesariamente, no solo la imposición de nuevas creencias , valores e ideas sino la de nuevas formas de conducta y actitudes diferentes frente a los hombres, en casi todos lo ordenes de la vida. Personaje que jugó un importante papel en la religión colonista fue el primer obispo de la diócesis de Guatemala francisco Marroquín. Los principales grupos religiosos durante la colonia fueron los franciscanos, los mercedarios, jesuitas, y los agustinos. Las fuentes principales en las que descansaba la iglesia católica para su funcionamiento general eran: los salarios reales de los obispos, curas doctrineros, y miembros del cabildo eclesiástico; ingresos derivados de la administración de los sacramentos y de otras actividades religiosas; ofrendas y limosna de los fieles; contribuciones forcivoluntarias de los indígenas a los curas, a los que en esa época se llamaban “derramas”. Otra institución de la colonia fue la inquisición que funcionaba como órgano jurisdiccional para castigar los delitos contra la fe cristiana. En el idioma, en donde jugaron un papel importante los religiosos, que con sus enseñanzas buscaron crear colegios mayores, nuevamente francisco Marroquín, quien pidió al rey que se crearan colegios mayores. Uno de los más antiguos de su género en Hispanoamérica, la universidad de san Carlos de Guatemala, que se fundó según la licencia contenida en la real cedula promulgada por el monarca español Carlos II La época colonial se caracteriza así como también en avances en distintas ramas, por lo cual algunos nativos llegaron a obtener desarrollo intelectual, físico y espiritual. El presente trabajo, recaudado de diversas fuentes ha sido hecho buscando el saber más sobre la época colonial de nuestra Guatemala, esperando que satisfaga sus deseos de saber sobre la época colonial de Guatemala.
LA EPOCA COLONIAL DE GUATEMALA Un régimen colonial, en términos
generales, aplicables también a la situación que prevaleció en el Reino de Guatemala entre 1524 a 1821, se puede concebir, en esencia, como la explotación económica de un territorio y del trabajo de los habitantes de éste, que anteriormente gozaron de autonomía. En el caso de la sociedad colonial de Guatemala es decir, durante el periodo comprendido de 1524 a 1821, el aparato económico, estrictamente considerado, descanso principalmente a las siguientes columnas institucionales: Esclavitud, Encomienda, Repartimiento, servicios personales, propiedad y utilización de la tierra, administración de la hacienda pública, tecnología, trabajo artesanal y comercio. Básicamente, sin embargo, en Guatemala , el régimen colonial gravitó en el trabajo de los nativos , ya que los móviles generales de la conquista , las coacciones en que esta se realizó y la propia situación económico social de España y de la propia colonia .
LA ESCLAVITUD DE LOS INDIOS
El dominio casi absoluto de una persona sobremanera , equivalente a un derecho
de propiedad que traduce en la anulación de la libertad , la personalidad y otros derechos individuales de quien ocupa la posición de esclavo , fue un fenómeno que, con ligeras variantes , se conoció en todos los continentes , inclusive África , y casi de manera ininterrumpida desde la antigüedad . En el siglo XVI se conocía en las sociedades del viejo mundo, así como en las sociedades mesoamericanas con la Pre conquista. En estas últimas, el estrato de los esclavos se integraba, principalmente con prisioneros de guerra o criminales condenados por la sociedad, pero los hijos de unos y otros no necesariamente heredaban tal condición. En algunas zonas también se obtenían esclavos mediante compra, el cobro de tributos por los señores o bien por la comisión de varios y diversos delitos. Se les reconocía por su posición inferior en los procesos productivos por supuesto y , en algunos casos, por la correspondiente “MARCA” en la cara y en los brazos , tal como se hacía en Nicaragua , por ejemplo donde se usaba, para tales efectos , un polvo negro hecho de carbón de pino que se frotaba en una cortada hecha la cara o en un brazo , para que la seña persistiera después de sanada la herida . Esta práctica de la marcación fue continuada por los españoles después de 1524. Estos en efecto redujeron a la esclavitud a muchos nativos en los años cruciales de la conquista y utilizaban una “G” para marcar a los esclavos obtenidos en guerra , y una especie de “R” compuesta , para los llamados “ESCLAVOS DE RESCATE” . Estos últimos eran precisamente los que ya tenían tal condición en las sociedades prehispánicas, y de cuya existencia anterior persisten pruebas documentales, pictográficas y lingüísticas en la actualidad. Estas pruebas se refieren a casi todo el territorio de la antigua Mesoamérica y, en muchos casos, ponen de manifiesto ciertas prácticas de excesiva crueldad asociadas a la esclavitud de aquella época. Como en otras partes del viejo mundo, en la Guatemala prehispánica la esclavitud implicaba un derecho u derecho de propiedad sobre la persona del esclavo, lo que incluía los frutos del trabajo, así como la privación de la vida de éste si se trataba de uno propio, o de una obligación de resarcimiento en el caso de uno ajeno. Desde entonces, se tomaron medidas efectivas para que tal practica no continuara, y se ordeno la liberación de muchos indígenas que se conservaban bajo dicho régimen. Es justo reconocer, por otra parte, que también hubo fuertes voces de crítica, de denuncia, de abierta condena a la política esclavista que España y los colonos españoles desarrollaron en América central. Entre tales voces , a pesar de que había también religiosos comprometidos en dichas practicas , destacaron la del licenciado Cristóbal de Pedraza , protector de los indios y Obispo de Honduras , quien envió una cruda” Información “ sobre la situación esclavista en ese país y por supuesto la voz implacable de celebérrimo Fray Bartolomé de las Casas. Y en España, precisa decirlo, algún eco tuvieron aquellas voces detonantes, cuando menos en el ámbito del “debe ser” inherente a las leyes nuevas. Otra modalidad irregular, entre los muchos procedimientos usados para burlar el precario control de la práctica esclavista, consistió en la venta, en calidad de esclavos, de muchos indios sometidos al régimen de la encomienda. Estos por definición , eran individuos libres , con la única obligación del pago del tributo a su encomendero, pero este, en componenda con funcionarios, religiosos , traficantes y eventualmente con los caciques locales , se las ingeniaba para participar en el mercado de esclavos , a expensas de la libertad de sus encomendados y del ingreso regular que constituía el tributo
LA ESCLAVITUD DE LOS NEGROS: Los primero núcleos de esclavos negros,
paradójicamente se localizaron en el propio continente africano. Desde una época no precisada, y como consecuencia de guerras intertribiales o de peculiares estructuras socioeconómicas, unos negros eran sometidos a la esclavitud por otros de sus congéneres, tal como ocurrió en el propio contexto de las sociedades precolombinas de América. En aquellas circunstancias primigenias , la esclavitud era fuente de mano de obra y de prestigio social para los amos, pero en los procesos productivos generales no alcanzo la importancia y la envergadura que la caracterizaron cuando comenzó el trafico trasatlántico , derivado este de la expansión colonizadora de las potencias occidentales . En cuanto a las políticas esclavistas institucionalizadas por España con relación con el nuevo mundo, es significativo consignar que en 1518, Carlos I autorizo el envió masivo de 4000 negros a las islas del Caribe. Esta concesión de libero de impuestos por cuatro años, y se prohibió toda negociación semejante por quienes carecieran de permiso expreso. En las postrimerías del siglo XV todavía se manifestó abiertamente la rivalidad, entre España y Portugal, por el control del comercio esclavista, pero las bulas papales de 1493 favorecían el derecho esgrimido por el segundo de dichos países, y así se reconoció por ambas naciones en 1494. Al tenor de este acuerdo, a los portugueses se adjudico el derecho exclusivo de sacar esclavos del continente Africano. Este trafico empero, no pudo obviar cierto control ejercido por los banqueros genoveses, como tampoco se pudo ignorar la oposición de la casa de contratación de Sevilla, que reclama sus derechos monopolísticos en el comercio con las Indias. Posteriormente concluido el predominio portugués, se elimino la institución del asiento, y el tráfico de esclavos negros disminuyo en una medida que afecto a la creciente demanda de los colonos españoles en América. El rey por lo tanto, ante el aumento del contrabando y otras presiones colaterales, opto por restablecer el asiento, y entonces fueron los holandeses los encargados de proveer de negros a los asentistas. En la primera mitad del siglo XVII, el tráfico esclavista estaba generalizado en el Caribe, y de él se beneficiaban las potencias europeas. La demanda comenzó crecer entre los colonos Españoles, en cuyas filas figuraban miembros de las órdenes religiosas, como los propios dominicos que, por otra parte, destacaron en la defensas de los indios. Ante la posibilidad de trasladar esclavos blancos, que también los había disponibles en Europa como judíos, rusos, egipcios, libaneses, guanches (originarios de las islas canarias), etc. Los interesados es decir, vendedores y compradores, prefirieron a los Bozales, que eran los esclavos capturados en África y que no habían tenido contacto directo con la civilización occidental. Se suponía que estos podían ser mas fácilmente cristianizados, en lo cual se reflejaba los intereses de la iglesia; que estaban en capacidad de resistir las enfermedades europeas, puesto que el contacto indirecto había desarrollado cierta disposición inmunológica; que podía obtenerse su docilidad y sometimiento, precisamente por su desarraigo; y que mas, importante aun, estarían en aptitud de desempeñar las tareas pesadas y peligrosas que, por razones de clima u otras similares, ni españoles, ni indios podían asumir. En los procedimientos de venta o de subasta los negros eran sometidos a exámenes para detectar defectos físicos (verbigracia, mataduras en la piel, falta de dientes, extremidades deformes) o supuestas taras “morales” (por ejemplo, la rebeldía la inadaptación por nostalgia etc.) ya que ello determinaba su precio y, sobre todo su aptitud para calificar como una “pieza”, es decir como un esclavo normal y joven. Por lo general eran marcados, ya con el fierro del general, del asentista o de sus nuevos amos. En Guatemala las” piezas” debían reunir ciertos requisitos, como altura, fuerza salud, etc. Y se les clasificaba, según se tratara de niños, jóvenes o viejos, en las categorías denominadas “mulequin” (hasta 6 años era media pieza), “muleque” (de 6 a 12 años) y “mulecón” (de 12 a 18 años), respectivamente. Esto determinaba la demanda y el consiguiente precio. Es interesante anotar que los primeros esclavos negros llegaron a Guatemala en la propia expedición inicial de Pedro de Alvarado, aunque son precarias las informaciones precisas al respecto. Arribaron, como tales, desprendidos de los grupos de sus congéneres que ya existían en México y en la Antillas, cuando no se había iniciado todavía otras formas de explotación de mano de obra nativa, como las que se relacionan con la propia esclavitud, con la encomienda, el repartimiento y los servicios personales. La iglesia no se opuso categóricamente a la esclavitud y al tráfico de negros y, precisamente los dominicos, en cuyas filas figuraron algunos de los más conspicuos defensores de los indios, poseían muchos esclavos africanos en sus propias haciendas. Una de las más famosas de estas fue la de San Jerónimo, en baja Verapaz, fundada desde los comienzos de la colonización. En dicha hacienda, reputada como una de las grandes empresas agroindustriales de la época, se fabricaba, además de azúcar, un aguardiente cuya fama trascendió las fronteras del reino, así como otros productos diversos. Fue fundada en una fecha imprecisa entre 1540 y 1550, por los dominicos que llegaron en pos de las Casas y los acompañantes de este. Si se analiza la magnitud de empresas agroindustriales , como la hacienda de san Jerónimo u otros ingenios o trapiches menores que abundaban en el reino, pero en un contexto mas amplio; y si se considera el peso que tuvieron productos como el añil, el azúcar, e inclusive la minería, los servicios personales, etc. Se puede medir el verdadero papel que jugo la esclavitud de los negros en la vida económica de la colonia. Los esclavos negros siempre tuvieron una condición diferente a la de los indios, inclusive la que correspondía a quienes, entre estos últimos, se tenía también por verdaderos esclavos. Aquellos por ejemplo, siempre fueron “comprados”, como una cosa mueble, en tanto que los indios desde el principio, eran simplemente “tomados” por los españoles. La esclavitud de los indios, por otra parte se prohibió reiteradamente; por ejemplo, de modo taxativo, en las leyes nuevas. Los negros además no estaban sujetos al pago del tributo, como lo estaban los indios bajo la encomienda. Solo cuando adquirían la condición de hombres libres, mediante la manumisión, la compra de su libertad u otros procedimientos, los negros adquirían la obligación de pagar, en calidad de tributarios de la corona, dos tostones al año. Finalmente las transacciones referidas a un esclavo negro pagaban los impuestos de alcabala y almojarifazgo. Las ocupaciones de los esclavos negros no variaron en la etapa final de la colonia, aunque fueron objeto de regulaciones especiales; estas se referían también a la educación y, en general al trato que debía darse a los esclavos sometidos al régimen en cuestión. El punto ultimo de la esclavitud de los negros se marco en Guatemala en 1823 cuando la asamblea constituyente decreto la abolición de aquel fenómeno social, que tubo considerables repercusiones económicas en la anterior etapa de la colonia . LA ENCOMIENDA La encomienda es una institución muy peculiar, que tuvo un peso específico en el proceso de la conquista y colonización de Guatemala. Se suele confundirla con el repartimiento de indios e inclusive con la esclavitud y, al parecer, ello se debe a la forma difusa en la que el termino se uso desde la época inicial del descubrimiento, a las distintas regulaciones a las que fue sometida durante muchos años y, sobre todo ala enorme disparidad que existió entre la concepción teórica de la institución y la utilización practica que hicieron de ella los conquistadores, colonos e inclusive funcionarios españoles.. En el caso de la encomienda, así como en el de otras instituciones y fenómenos coloniales de distinto genero, todo tipo de generalizaciones debe estar sujeto a criterios relativos de tiempo, espacio y circunstancias. Por ejemplo entre las muchas premisas de las que se pudiera partir para definir la naturaleza de los principales hechos sociales de la era colonial se pueden citar las siguientes: v Desde las expediciones de colon, los reyes católicos resolvieron que los nativos de las tierras descubiertas debían ser considerados y tratados como “vasallos libres” de la corona. v El carácter mercantil de la empresa de la conquista y de la colonización, impuso condiciones de interés económico, como las contenidas expresamente en las “capitulaciones “, que no se pudieron soslayar, aun cuando ello significara violar los principios de la equidad y de la justicia. v Como parte de la realidad colonial, existió siempre una contraposición entre los que postulaban idealmente las leyes y la reacción que estas provocaban entre los actores de las relaciones sociales que ellas regulaban. v La dinámica colonial, del mismo modo que ocurre en el ámbito de la dinámica social en general, obligaba a una permanente adaptación y readaptación de las leyes frente a la conducta real, lo que ocurría también a la inversa. Respecto de la primera premisa , existen pruebas documentales que señalan la intención inicial de los reyes católicos en cuanto a considerar a los indios como “VASALLOS LIBRES” , lo que implicaba la obligación de pagar un tributo , tal como lo hacían también lo súbditos españoles . Así lo anuncio claramente el propio Colon desde sus primeros contactos con los indios, estos empero, se opusieron a tal disposición, sobre todo porque el tributo se taso en oro, en cantidades y condiciones que ellos no podían satisfacer con facilidad. Los aborígenes por otra parte, en todos los rincones de nuevo mundo comprobaron pronto que la brújula que orientaba alas expediciones españolas era más bien de carácter económico. Es preciso reconocer que en casi todas las sociedades prehispánicas, particularmente en aquellas en las que se había alcanzado un cierto grado de desarrollo , como los principales señoríos “Guatemaltecos” del siglo XVI o la sociedad maya del periodo clásico, el tributo formaba parte de la organización social, aunque con las variantes asociadas de cada época y a uno y a otro contexto . Por lo tanto el pago de un tributo a la clase gobernante, que desde el principio hasta el final de la existencia institucional de la encomienda puede definirse como un elemento substancial de esta, no era totalmente desconocido para los nativos. La disposición reiterada mas de una vez por la reina, por la cual los indios fueron declarados “súbditos de la corona”, es decir “vasallos libres”, obligados únicamente al pago del tributo real derivado de dicha calidad, provoco también la decidida oposición de los primeros colonos de la española, y una encendida polémica que trascendió a los ámbitos políticos y académicos de la propia España. Se dispuso entonces que para aceptar aquella calidad en los indios, era necesario demostrar que estos eran capaces de “vivir solos”, “en policía” (políticamente organizados), como los españoles. Las opiniones sobre este tema específico proliferaron en direcciones opuestas. Los argumentos que negaban la aludida capacidad en los nativos solían remontarse a los postulados de Aristóteles, en los que se aceptaba como legitimo el gobierno de los seres superiores. Se aducía desde dichas posiciones, para demostrar inferioridad de los nativos, el “salvajismo” de estos, su idolatría, su condición de “vagos”, “borrachos”, rebeldes e inclusive, su falta de ambiciones o del simple deseo de adquirir riquezas. Se les adjudicaban, en fin, muchos otros atributos negativos, que con el tiempo llegaron a convertirse en sólidos estereotipos, en los cuales se apoyaba la tesis de que no podían vivir sin la tutela o la supervisión de los españoles, es decir sin estar “encomendados “ a estos. Quienes sostenían la opinión contraria , como algunos frailes dominicos , entre los que ya comenzaba a descollar Fray Bartolomé de las Casas , se apoyaban en los principios y valores cristianos, en la avaricia de los españoles, en la inclinación de estos de amasar fortuna con facilidad y a expensas del trabajo de otros, en la inconsistencia de la “guerra justa “ y la consiguiente inviabilidad moral del derecho de conquista. Por encima de que los indios fueran salvajes o racionales, se preguntaban muchos de quienes se perfilaban ya como defensores de ellos: ¿era justo, y propio de cristianos, despojarlos de sus tierras, ponerlos a trabajar, obligarlos a pagar tributo, convertirlos en esclavos y marcarlos como tales? Las posiciones parecían muy consolidadas en uno y otro bando. Un viejo colono de nombre Antonio de Villasante, que residió en la española desde 1493, por ejemplo basado en vivencias y hechos concretos, sostenía que los indios no eran capaces de gobernarse solos y vivir en libertad. Las casas a su vez, consigno en algún pasaje de sus obras que, cuando predico la primera vez contra la encomienda, los colonos “manifestaron tanto asombro como si hubiera declarado que no tenían derecho a la labor de las bestias en el campo”. En el concejo de las indias se discutió, oportunamente, el asunto de fondo. La conclusión respectiva se consigno en la clasificación de las leyes de burgos, un documento legal promulgado el 28 de julio de 1513. Se declaro ahí que los indios eran capaces de vivir solos, pero se reconocía así mismo, la necesidad que se beneficiaran suficientemente del contacto con los españoles, hasta demostrar que podían convertirse en cristianos y auto gobernarse, se establecía también que en tales condiciones, debía respetarse su libertad, aceptar sus mecanismos de autoridad y ordenarles que pagaran los impuestos a que estaban obligados todos los súbditos del rey. La aludida resolución real, si embargo, como tantas otras emitidas a lo largo del periodo colonial, “se acato pero no se cumplió “. Por el contrario los primeros colonos, que ya tenían indios repartidos a su servicio y que se empeñaban en acumular riquezas de manera rápida protestaron airadamente, e impulsaron un flujo de quejas u argumentaciones ante la corona. Con el fin de dilucidar la delicada situación en la que los hechos en torno a la colonización se oponían las leyes, en 1516 la corte resolvió integrar una comisión de tres frailes jerónimos encargada de resolver el asunto en las propias indias. En 1517, en la española, los religiosos indicados recogieron la opinión de colonos viejos, de autoridades civiles, de eclesiásticos, etc. Y su dictamen general fue categórico: los indios no eran capaces de vivir solos en forma civilizada. Al parecer, los comisionados actuaron de manera un tanto amañada o bajo la presión de circunstancias, lo que fue denunciado por los dominicos, encabezados por la Casas. E n síntesis, y como resultado del informe de los frailes jerónimos, los indios fueron agrupados bajo el control de administradores y frailes. Por otra parte los indios, no fueron en general, reconocidos como esclavos, aunque algunos se redujeron a esta condición en las circunstancias en las que se considero “esclavos de guerra” y de “rescate”. La referida y un tanto ambigua, situación de los indios “encomendados”, tampoco significa que no existieran abusos, los malos tratos, y sobre todo, lo servicios personales de los que fueron victimas los aborígenes. En todo caso sin embargo, los sujetos a la encomienda conceptualmente eran considerados “vasallos libres” del rey y por lo tanto tributarios; no eran equiparados en una cosa mueble, objeto de propiedad privada, vendible exportable, mercable, como fueron los típicos esclavos. Tampoco eran equiparables del todo, a los que se llamaron “aborias“, ósea una especie de empleados domésticos.
LA ENCOMIENDA EN GUATEMALA Con todas las experiencias adquiridas en las
Antillas y después en México, Pedro de Alvarado emprendió la conquista y colonización de Guatemala, como también lo hicieron Pedrarias Dávila, Gil González Dávila y otros que iniciaron sus respectivas campañas desde Panamá, por supuesto recurrieron a la esclavitud de los indios, a la encomienda, al reparto y a los servicios personales. Para que los indios Quichés se sometieran en forma pacífica, Alvarado amenazó con reducir a la esclavitud a quienes no obraren del modo requerido. Después de las acciones bélicas en Quetzaltenango y Gumarkaaj, y de la ocupación de Iximché y la rebelión de los Cakchiqueles, Alvarado redujo a una virtual esclavitud a muchos indios; considerados “de guerra” o bien de “rescate”. Repartió indios al servicio suyo y la hueste española, también estableció formalmente la encomienda. El pago de tributo era el rasgo que definía a la última institución pero en ciertas ocasiones, Alvarado aceptó que los Señores Zutujiles pagaran aquellos tributos con indios que fueron recibidos como esclavos. Alvarado impuso al pueblo de Patinamit un irregular tributo que cada día cuatrocientos muchachos y muchachas le diesen un canutillo de oro lavado del tamaño del dedo meñique. La diferencia entre la esclavitud y la encomienda es que el segundo se condicionaba la calidad de esclavo al incumplimiento del pago del tributo, rasgo, este último se consideraba consustancial a la encomienda. El primer gran reparto de pueblos en encomienda fue hecho, en 1528, por Jorge de Alvarado, Gobernador y hermano de del jefe de la expedición de conquista en Guatemala. Se repartieron mas de cincuenta pueblos en la encomienda ello hizo que en 1529 se suscitara una serie de protestas departe de los afectados. Provocó el juicio de la Residencia que ordenó la Audiencia de México contra el Gobernador, tenientes de gobernador y otros funcionarios de Guatemala. Francisco de Orduña, que actuó como juez no alteró el reparto hecho por Jorge de Alvarado se limito a asignar a nuevos titulares de las encomiendas que estaban vacantes. En 1530 Alvarado anuló el reparto hecho por su hermano Jorge, e hizo uno nuevo; éste también suscitó aprobaciones e inconformidades. Alvarado se adjudicó la encomienda de Atitlán, del cual la mitad le pertenecía a Sancho de Barahona y Pedro de Cueto. Posteriormente tuvo que devolver la encomienda. En consideración a las injusticias con los primeros repartimientos en 1530, el Ayuntamiento de Guatemala Pidió al Rey que éstas se concedieran a perpetuidad para evitar despojos o transferencias arbitrarias. La Corona decidió controlar estos vicios, permitió que las transferencias pudieran heredarse “por una vida”, es decir, por una sola vez, en favor de una viuda o del hijo mayor de un encomendero fallecido. En 1536 se ordenó una revisión y una tasación de las encomiendas en Guatemala, en el cual intervinieron Alonso de Maldonado, y el Obispo Francisco Marroquín; de estas actuaciones se derivaron algunas mejoras para los indios encomendados, sobre todo en cuanto a la rebaja de los tributos. Pedro de Alvarado resultó afectado en el Juicio de Residencia que realizó Maldonado, ya que se había adjudicado siete de los mejores pueblos del territorio guatemalteco (Atitlán, Guazacapán, Escuintla, Petapa, Quetzaltenango, Rabanal, y Totonicapán). Alvarado obtenía ingresos de cerca de diez mil pesos al año, a lo que se agregaba una cantidad similar recaudada en las encomiendas en Honduras. Las acusaciones no pudieron ser desvanecidas por Alvarado, sobre todo las que se referían a obtener los mayores beneficios del trabajo de los indios. El trabajo artesanal Los primeros artesanos llegaron en las propis filas expedicionarias que, comandadas por Pedro de Alvarado, se instalaron sucesivamente, en las afueras de Iximche, en Almolonga y, por último, en la ciudad edificada en el valle de Panchoy. Desde el principio, los que practicaban aquellos oficios, a quienes se consideraba menesteroso o servil, fueron objeto de cierta marginación social. Sin embargo, sus servicios se hicieron tan indispensables en las huestes de Alvarado, que no solo impusieron algo estipendios y tratos especiales, sino que, con el tiempo, hasta obtuvieron encomiendas y un status que ya no correspondía a la práctica de sus oficios: “y porque los oficiales de todo género de obras, conociendo la necesidad que de ellas tenia los que las mandaban hacer. Y como por la condición liberal que tenían no reparaban en dar todo lo que por ellas les era pedido, se había encarecido tanto, que al sastre le salía a real cada puntada que daba, y el zapatero vendía tan cara su obra que dando a otros zapatos con suela de cuero, las podía echar en los suyos de plata y el herrador hiciera siquiera todos sus instrumentos de oro, inconveniente muy grande para una República antigua, cuando y mas apara una nueva y recién fundada. Por lo cual se le dio remedio en el Cabildo que se tuvo a los doce de diciembre de este año de mil y quinientos y veinticuatro, haciendo arancel para los oficiales y señalando con justos precios lo que cada uno había de llevar por el trabajo de sus manos”. (Remesal, T.I, pagina 23) Es de justicia reconocer que los frailes dominicos, mercedarios y franciscanos desempeñaron una paciente y continuada tarea en cuanto a la enseñanza de los oficios artesanales entre los indígenas. De esta manera, a finales del siglo XVI, ya existía un apreciable numero de indios, castas y negros, que atendían tales menesteres, bajo las regulaciones que a la sazón estaban ya vigentes. Muchos de ellos, en efecto, se ganaban la vida como carpinteros, herrero, zapateros, sastres, tejedores, etcétera. Del aprendizaje artesanal se beneficiaron indios que tenían la condición de esclavos antes de la aplicación de las Leyes Nuevas, así como negros de la misma condición que, por distintos medios, habían obtenido su libertad. Algunos de estos se quedaron a vivir en las inmediaciones del convento de Santo Domingo, en la ciudad de Santiago y, como los indios citados, estuvieron exentos del pago del tributo, cuando menos por algún tiempo. Por estas razones, y porque además tenían pequeñas sementeras en los contornos de la ciudad, así como un cierto contacto permanente con los religiosos mencionados, a quienes se acusaba de aprovechar, en alguna medida, el trabajo de aquellos esclavos convertidos. El trabajo agrícola y el de minas La agricultura fue el campo principal de trabajo de los indígenas; primero, la concerniente a los productos de subsistencia, necesarios tanto para la propia población nativa como para los españoles; y posteriormente, la que comprendía los artículos de exportación. El maíz, el frijol, el chile, las calabazas, etcétera, conservaron su importancia en la dieta básica y, por consiguiente, en el trabajo de los nativos. Los colonizadores, a su vez, de manera paulatina, introdujeron otros cultivos y actividades agropecuarias, en los cuales también fue decisiva la mano de obra de los indígenas. El trigo, la caña de azúcar, los plátanos, varias otras frutas y verduras, la ganadería, la minería, así como diversas actividades artesanales nuevas, demandaron el trabajo de los indígenas, el cual se encauso por los diferentes procedimientos forzosos y voluntarios, de los que se deponía en la sociedad colonial de la época. Muchos cultivos de autoconsumo, así como los que se dedicaron después a la exportación, eran atendidos, por los labradores aborígenes, al mismo tiempo. El Cacao Además del maíz, que tenía un considerable valor nutricional y una evidente connotación cultural extremadamente importante entre la población nativa, otros productos de origen americano atrajeron la atención empresarial de los españoles. Entre ellos ocupo un lugar preferente el cacao que, además de bebida ceremonial muy apreciada, se uso como moneda en muchas transacciones comerciales. Los españoles lo utilizaron en las dos formas, y después lo exportaron a Europa. Las principales regiones cacaoteras del Reino de Guatemala estaban situadas en los actuales territorios de soconusco, Suchitepéquez y el Salvador, sobre la Costa del Pacifico, y allí, por lo tanto, se concentraba una buena parte de la mano de obra indígena. El cacao sirvió, a los indios, para pagar el tributo en especial el que demandaban los encomenderos, pero también sirvió a estos para cubrir el pago de los salarios, cuando comenzó a generalizarse el repartimiento y el trabajo remunerado en general. El valor del cacao estuvo sujeto a oscilaciones derivadas de los cambios a los que estaba sujeto el régimen de trabajo, principalmente a raíz de las reformas introducidas por López de Cerrato. También incidió dicho producto en la intrincada red de las relaciones de poder, en la que, asimismo, actuaban activamente las Órdenes Religiosas, así como los diferentes sectores que se disputaban la ocupación o control de los principales territorios cacaoteras, tal es el caso de Los Izalcos y Tacuxcalco, en El Salvador, y los otros, ya citados, en la costa de Chiapas y de Guatemala, sobre el Pacifico. El caco, en la segunda mitad del siglo XVI, se exporto, en cantidades considerables, también a México y a Perú, y de ello la Corona y los colonos obtenían pingües ganancias, aunque estas mermaban, en montos considerables, cuando la exportación se hacía de contrabando y se burlaban los impuestos respectivos. La Caña de Azúcar Este cultivo, que requería inversiones, clima y procedimientos de producción un tanto más especializados, no demando mucha mano de obra indígena, sobre todo cuando, por medio de las Leyes Nuevas, inclusive se trato de proteger a los indios de los efectos nocivos que aquella actividad causaba en su salud. Aun así, y a falta de suficientes negros dedicados a la actividad azucarera, se utilizaron indígenas en ingenios y trapiches localizados en varias regiones. Amatitlán, donde los jesuitas tenían grandes plantaciones de caña; Verapaz, donde los dominios eran los grandes azucareros; y otros lugares, como Sonsonate, Granada, León, Petapa, etcétera, fueron centros azucareros de importancia, que absorbieron muchos trabajadores negros, esclavos o manumitidos, pero también un volumen de mano de obra indígena relativamente importante. El añil, la zarzaparrilla, la cochinilla, la extracción de metal en los centros mineros de Honduras, principalmente, y la explotación de la sal, en la Costa del Pacifico, fueron otras actividades que demandaron mano de obra indígena, ya bajo el régimen de la encomienda, ya bajo el del repartimiento, e inclusive por medio de las formas contractuales que también se utilizaron en la captación de la mano de obra de los indios. Trabajo por Contrato Los contratos de trabajo, cuyos antecedentes más lejanos y generales pudieran localizarse en la tradición del Derecho Romano, que no era extraña en el mundo occidental del que formaba parte España, se celebraban ante un notario y en presencia de testigos que, en muchos casos, era uno de los Principales del pueblo al que pertenecía el indígena contratado. Mas importante aun, en los contratos, de los cuales se suponía que se celebraban libremente, se hacía consignar expresamente la voluntad de las partes contratantes y se establecía, asimismo, en clausulas especificas, la clase de trabajo contratado, el salario convenido, las condiciones en las que se prestaría el servicio, así como otras exigencias de las partes, para asegurar el cumplimiento de la convención o arreglo aprobado. Muchos de los contratos aludidos, que se registraron en los Libros de Protocolos de los escribanos, que todavía se guardan, por ejemplo, en el Archivo General de Centro América (AGCA9, no pueden definirse exactamente como un instrumento para establecer una prestación forzosa de servicios, aunque no por ello carecían de la fuerza coercitiva que derivaba de su carácter legal especifico. No se puede negar, por otro lado, que en las particulares circunstancias de la sociedad colonial guatemalteca del siglo XVI, y aun de las centurias siguientes, las partes contratantes no podían disponer de una equitativa capacidad contractual, y tampoco de la misma posición de poder que indudablemente se refleja en la factura y la ejecución de un contrato, pero ello, en mayor o menor grado, es un elemento inherente a casi todos los compromisos de tipo jurídico. En todo caso, los indígenas disponían también de los recursos legales para impugnar un contrato irregular, así como el incumplimiento, doloso o no, de este tipo de instrumentos. Los Libros de Protocolos, a los que se ha hecho referencia antes, datan principalmente de 1570 y de los años siguientes, y se refieren a una enorme diversidad de servicios. En un caso especial, por ejemplo, un arriero fue contratado para conducir un patacho de mulas, en un viaje de ida y vuelta a la ciudad de México, con derecho a comida, bebida y un salario determinado, durante los siete meses que duraría el compromiso. Los libros citados, asimismo, contienen contratos que se refieren a servicios prestados por vaqueros, panaderos, labradores, trabajadores en los obrajes de añil, sirvientes, etcétera. En la categoría de prestación de servicios sancionada por medio de contratos legales, se incluían los “contratos de aprendizaje”, por medio de los cuales un maestro artesano y alguien que se proponía aprender el oficio respectivo, adquirían derechos y obligaciones reciprocas, claramente establecidos en el instrumento jurídico. Esta era, sin duda, una modalidad inválida al sistema de los gremios artesanales, introducido por los españoles. La economía colonial La economía, generalmente considerada, se ocupa de los hechos relacionados con la producción, distribución y consumo de bienes y servicios, destinados a satisfacer las necesidades del ser humano. En el presente capitulo, sin embargo, se dedica atención solo a algunos de los factores intervienen en la producción, tales como la tierra, los bienes físicos de capital, la tecnología, la agricultura, la minería, la manufactura, el comercio y las finanzas publicas. El trabajo, que es, asimismo, uno de los factores más relevantes en los procesos de producción, ya fue objeto de análisis en los capítulos precedentes. La tierra Los territorios descubiertos por Colón, como se indico ya en paginas anteriores, fueron adjudicados en propiedad, por medio de las bulas Intercederá emitidas por el Papa Alejandro VI, a los reyes de España, quienes podían, además, traspasarlas a terceros, ya en propiedad, ya en usufructo. A solicitud de los primeros expedicionarios, por lo tanto, y después de presiones de muchos funcionarios reales, los reyes concedieron las primeras mercedes de tierras, pocos años después del Descubrimiento. Inicialmente, y movidos por intereses más inmediatos, los expedicionarios se mostraron un tanto reticentes a poblar la tierra de modo permanente. La Corona, en consecuencia, desde 1513, inicio una política de poblamiento, que incluía el derecho a un solar, a tierras de labranza y a crianza de animales domésticos. Este tipo de repartimiento de tierras se hizo por medio de “peonias” y “caballerías”, según se entregaran a un soldado de a pie, o a uno de a caballo; las primeras median 300 pues de largo por 150 de ancho, y la segundas tenían 600 de longitud por 300 de anchura. Dicho procedimiento incluía algunas exigencias especiales, como las de ocupar y trabajar la tierra y la de no afectar la que ocuparan los indios. La facultad de adjudicar los bienes inmuebles la ejerció al principio, de manera legal, el Ayuntamiento, pero, después de las Leyes Nuevas (1542 -1543), fue atributo de las Audiencias respectivas. En los centros urbanos que fundaron los españoles, en cuya traza se aplico el modelo rectangular, o de “parrilla”, además de los solares urbanos otorgados a particulares para que hicieran sus casa, se establecieron los ejidos y las dehesas, que se conocían también con el nombre de “tierras de propios” y que, situadas en los alrededores del poblado, se destinaban al uso común de los vecino. De la misma manera se procedió en relación con los pueblos se indios, o “reducciones”, cuando estos fueron establecidos a mediados del siglo XVI. Antes de esta fecha, en efecto , no se regulo, de modo alguno, la propiedad u ocupación de los indios sobre sus tierras, esto último permitió una extendida practica de despojos de tales bienes, que se trasladaron, en apreciable proporción, sobre todo en las regiones cercanas a las ciudades, a algunos de los conquistadores y de los primeros colonizadores. Los indígenas, sin embargo, tenían sus propias concepciones sobre la relación entre los hombres u la Tierra, en las cuales, a diferencia de los europeos, prevalecían los elementos culturales sobre los puramente económicos. Ello no quiere decir que se ignoraran del todo los derechos de propiedad privada, y aun los derechos comunales que ejercían ciertas parcialidades prehispánicas sobre algunas tierras, estos últimos e reconocieron por las autoridades coloniales, siempre y cuando se consumaran los trámites judiciales correspondientes. Así lo indican también las “crónicas” o “títulos” indígenas que, por lo general, se escribieron para legitimar aquellos derechos. En cuanto a la propiedad privada, principalmente se consolido la que ejercían, desde antaño, los Señores o gobernantes de los señoríos indígenas. En las postrimerías del siglo XVI, la Corono impulso una política agraria mediante la cual se trataba de recuperar las tierras poseídas sin “justo titulo”, pero dejo abierta vía de la “composición”, que era un mecanismo legal para legitimar la posición de facto, o la ampliación arbitraria de las propiedades inmuebles. Este procedimiento, que implicaba un pago directo a la corona, permitió a esta agenciarse ingresos adicionales, los cuales le eran necesarios y respondían, de modo más directo, a objetivos de carácter mercantil. Posteriormente, la “composición” fue sustituida por la “composición” fue sustituida por la “confirmación”, la que, a su vez, equivalía a un procedimiento de legalización de los títulos de propiedad, o bien, fue reemplazada por la venta de tierras realengas en pública subasta. Ambos métodos favorecieron a los propietarios españoles, ya que se promovieron en desmedro de los antiguos derechos de los indígenas. __________________________________________________________________ _____________ En el reino de Guatemala, la tierra adquirió mayor valor en la medida en la que se comprobó la ausencia de yacimientos minerales de importancia, y la creciente demanda respectiva se canalizo por los siguientes procedimientos: mercedes reales, compraventa, donación, arrendamiento y usurpación. El primero se utilizó, de modo preponderante, después del asentamiento de la ciudad de Santiago, en Almolonga, en 1527. En forma más bien católica, pero intencionada, a tal punto que se revisó la distribución apenas un año después, la tierras circunvecinas fueron adquiridas por vecinos españoles, por el clero, y también, en forma comunal, por los indígenas. Los dos grandes repartos iníciales de tierras, el primero hecho por Jorge y el otro por Pedro de Alvarado, provocaron protestas entre los vecinos desfavorecidos, pero el segundo se consolido finalmente. Los nuevos propietarios, inclusive varios artesanos, recibieron solares cercanos a la ciudad, los cuales estaban destinados a la agricultura y a la ganadería. Después de la promulgación de las leyes nuevas, la concesión de tierras se extendió a varias regiones del interior del reino; por ejemplo, san Martin jilotepueque, jalapa, las Verapaces, el golfo dulce, etc. Los dominios, mercedarios y algunos religiosos individuales, como el obispo Marroquín, recibieron tierras en las cercanías de la ciudad, en Amatitlán y en otros lugares, aun a expensas de los ancestrales derechos de posesión de los indígenas. La usurpación fue un procedimiento utilizado por muchos encomenderos para hacerse de tierras útiles en el radio de su propia encomienda, aun cuando esta institución no era, en sentido legal alguno, asimilable a la adquisición de tierras. La compraventa y el arrendamiento de inmuebles fue una consecuencia del cambio de residencia de varios colonos, a lugares distantes, como Chiapas, honduras, Nicaragua, y san salvador. Algunas de las comunidades indígenas Que revieron tierras en concepto de mercedes reales, después fueron víctimas de usurpaciones o composiciones promovidas por los españoles; por ejemplo, las que se produjeron en Chiquimula de la sierra, en 1676; y en Zapotitlán o las verapaces, 1692. Los indígenas no tuvieron acceso a la propiedad de inmuebles en la misma medida y con las facilidades que disfrutaron los españoles y, en algunos casos aislados, en pueblos situados en la periferia de la capital, solo pudieron cultivar ciertas mediante el pago del “terrazgo”, una especie de cuota de arrendamiento entregada a los propietarios españoles. Los indígenas de jocotenango, por ejemplo, pagaron al obispo Marroquín un terrazgo que sirvió para fundar el colegio de santo tomas de Aquino y, posteriormente, para el sostenimiento de la universidad de san Carlos. La iglesia, que ya en el siglo XVI era la principal latifundista del reino, obtuvo tierras por medio de mercedes reales y otros procedimientos, pero, principalmente, a través de donaciones (herencias o legados), así como por la ejecución de obligaciones no cumplidas por los deudores quienes había entregado préstamos hipotecarios, los jesuitas, dominicos, mercedarios y agustinos eran ya grandes propietarios en el siglo XVII. En las dos primeras centurias de la era colonial, las principales unidades de producción fueron la hacienda, las tierras comunales y la pequeña propiedad. La primera se dedicaba, principalmente, a de tierras por ladinos procedentes, en gran mayoría, de los centros urbanos: la caña azúcar, al trigo, el añil y la ganadería; las segundas, al cacao, maíz, frijol y otros productos alimenticio; la tercera se destinaba al trigo, añil, caña azúcar, etc., pero con una tecnología e inversiones más limitadas. Durante los siglos XVII y XVIII se agudizo el despejo de tierras que sufrían los indígenas promedio de la composición, la usurpación y los otros mecanismos aludidos, en tato que aumentó considerablemente la propiedad inmueble de la iglesia y la delos colones españoles. En el siglo XVIII, cuando el fenómeno del mestizaje alcanzaba ya proporciones considerables, se produjo una continua penetración de ladinos en las regiones indígenas, particularmente en las del Altiplano occidental, lo cual derivó en un paulatino, pero prologado e intenso, traspaso de la propiedad de importantes extensiones de tierra. Momostenango, Quiche, Los Cuchumatanes y otros lugares han sido objeto de estudios monográficos sobre la lenta pero persistente apropiación de tierras por ladinos procedentes, en gran mayoría, de los centros urbanos. En las postrimerías de la era colonial, la desigual distribución de la tierra se consideraba ya como un problema que obstaculizaba el desarrollo del país y, en 1810, así se hizo constar en los apuntamientos sobre la agricultura y Comercio del Reino de Guatemala, documento que elaboró el consulado de comercio para que el Doctor Antonio Larrazábal, lo utilizara en las cortes de Cádiz, allí se señalaba, de modo especifico, que el latifundio era la causa primaria de los atrasos” y se pedía la redistribución de las tierras comunales, de las usurpadas en agravio de los indios, de los ejidos y de los terrenos baldíos. AGRICULTURA Durante los largos milenios que se iniciaron el descubrimiento del maíz, hace unos 5,000 años, y a lo largo de los periodos clásico y postclásico de la era prehispánica y de los casi cinco siglos de las eras colonial y republicana, hasta el presente, la economía de lo que es el actual territorio de Guatemala ha descansado básicamente en la agricultura. Los productos agrícolas, por lo tanto, en sus distintas fases de cultivo, distribución y consumo, han mantenido una estrecha interrelación con otros fenómenos económicos y con los macroprocesos sociales en general. Es importante reitera que el maíz, el frijol y las calabazas integran la traída agrícola en el descanso, por siglo, la dieta básica de los antiguos pobladores prehispánicos, de sus descendientes de la actualidad y, en buena medida de los estratos de la sociedad colonial y republicana. El primero de dichos productos ha cobrado tal relevancia en los campos gastronómicos, religioso, de las creencias y de las ideas en general que, en Guatemala, se ha configurado, inclusive, una particular subcultura del maíz. Inicialmente fue incorporado a la dieta de los conquistadores, hasta servir en algunas ocasiones para evitar que murieran de inanición; después de 1524, sin embargo, los indígenas trataron de controlar su distribución, como una medida estratégica de resistencia. A partir de 1539, los españoles, a su vez, intentaron desbaratar dicha estrategia, para lo cual instituyeron el cargo del juez de milpas, que era un funcionario encargado de controlar y exigir que los indígenas cultivaran el maíz y el frijol, indispensables ya para los colonos hispanos. La recolección de estos productos se canalizo por medio del cobro del tributo en especie, o por el procedimiento de las subastas públicas, controladas por el ayuntamiento, y de las cuales se beneficiaban las propias autoridades civiles y eclesiásticas, así como los colonos más importantes. La producción del maíz sufrió una baja sensible a partir de 1570, como consecuencia de las epidemias y el consiguiente descenso de la población aborigen. Tal situación empeoró a mediados del siglo siguiente (1660), cuando un gran número de indígenas estaba obligado a cumplir el repartimiento y laboraba en plantaciones de trigo, caña de azúcar y otros productor que entesaban mas a los españoles; y también se dedicaron en sus parcelas a la siembra de trigo y de caña de azúcar. La dieta de los colonizadores y en una medida relativa también la de los indígenas, se amplió con otro alimentos diversos (frutas, legumbres, tubérculos); unos de origen americano, como el jocote, la anona, el zapote, el mamey, el chile, el chipilín, el beledo, l ayote, etc.; otros, de reciente introducción hecha por los europeos, como trigo, naranja, manzana, pera, durazno, lechuga, remolacha, zanahoria, rábano, y mucho más. Según la tradición el trigo, un producto de mucha importancia en razón de los hábitos dietéticos de los españoles, fue introducido en Guatemala en 1519, por un colono de nombre Francisco Castellanos. Este hecho fue aprovechado por el mismo Pedro de Alvarado, e un molino que un ayuntamiento de permitió instalar en el rio que bordeaba la ciudad. Después de propagó a muchos poblados del centro y occidente del actual territorio de Guatemala (San Juan Sacatepéquez, San Martin Jilotepeque, Santa María Joyabaj, Comalapa y los mismos pueblos periféricos de la capital). Los indios fueron obligados a dedicar tierras y trabajo al laboreo del trigo con animales, herramientas y tecnología de procedencia Europea. De acuerdo con las nuevas tasaciones del tributo que hizo el presidente López de Cerrato en 1549, las cuales resultaron, ciertamente, un tanto más favorables para los indios, estos estaban obligados a cultivar, por aquella época, 1749 Fanegas de trigo para los españoles. El despojo de tierras, el aprovechamiento masivo de obra de repartimiento, el abandono de sus propios cultivos de subsistencia, el pago puntual del tributo, fueron algunas consecuencias negativas que se derivaron del cultivo del trigo por los indígenas, el tanto que los hispanos recogían las mieses para su ración de ingenios y el consiguiente procedimiento de la caña fue de las más complejas e innovadoras, puesto que requería de mayores inversiones, mano de obra calificada (albañiles, herreros, carpinteros, punteros, etc.), tracción animal y en general, una tecnología más desarrollada. Sin embargo la mano de obra no solo comprendía trabajadores libres sino también indios de partimiento y esclavos negros. En la provincia de Guatemala, los indios de repartimiento constituían un 30.31% de la fuerza laboral unos ingenios de azúcar, y un 61.48% en los trapiches, no obstante que esa fuente de mano de obra, en ese tipo de trabajo, estaba prohibida por la corona. El trato de aquellos recibían, además, principalmente a manos de “mandones” y caporales negros, excesivamente despiadado. Por esta razón, en 1680, y por presiones de la corona, la audiencia ordenó una inspección en ingenios y trapiches de importantes empresarios, tal como Francisco Antonio Fuentes y Guzmán, Juan Arrivillada, la compañía de Jesús. Joseph del castillo. Los frailes Agustines y el presbítero tomas de Aguilar y otros más. La producción azucarera alcanzó niveles importantes a principios del siglo XVII, más que todo para el consumo interno, porque, aunque se inició cierto flujo de exportación hacia Europa, este nunca alcanzó los altos volúmenes registrados en las antias. A fines de dicho siglo se producían en el reino cerca de 18,000 arrobas anuales, pero, a falta de otras regulaciones, los beneficios obtenidos por la corona se reducían al cobro de la alcabala, es decir, el impuesto relacionado con la operaciones de compra venta del azúcar. Cultivos de Exportación En la primera parte de la época colonial, dos productos agrícolas, el cacao y el añil, ambos de origen prehispánico, cobraron una extraordinaria importancia den la economía de la exportación. Esto se orientó, primero, a los mercados de nueva España y Perú; y después, a los países europeos, done también tuvieron una abierta aceptación. El cacao, que se comía en Mesoamérica como alimento y como venida ceremonial desde unos 1500 años a.C., se utilizó, adicionalmente en ciudad de moneda, y también para el pago del tributo. En especial, estas dos últimas modalidades fueron aprovechadas por los españoles, en el marco inicial de la economía de la colonia. Las principales zonas cacaoteras del reino de Guatemala se localizaban en Socotusco, Suchitepéquez, Guazacapán, Isalco y otras áreas del pacífico, hasta el golfo de Nicoya, en Costa Rica. El cacao se cultivó, asimismo, en Chiquimula y en las costas de Honduras y Nicaragua, sobre el atlántico. Aunque en la época prehispánica en el cacao estuvo ligado a un comercio extendido por las largas rutas que comunicaban centros tan importantes como Kaminaljuyu, Copan. Quirigua, Tikal y Uaxactún, después de la conquista se transportaba, por las vía marítima y terrestre, desde donde era cultivado por los indios, hasta lugares tan lejanos como México, Veracruz y Panamá. Puesto que en primero estuvo ligado a la encomienda y después al repartimiento del comercio libre, el cacao contribuyó al enriquecimiento de muchos de los primeros colonizadores, entre los que figuraban, inclusive, funcionarios, así como integrantes de las órdenes religiosas. Precisamente, algunos de los enfrentamientos entre dichos sectores de la sociedad colonial estuvieron relacionados con la ocupación de las área cacaoteras, con la disponibilidad de la mano de obra indígena y, finalmente, con el cobro de los impuestos de compra venta y de exportación, de los cuales se beneficiaba directamente la corona. Otra de las posibles implicaciones socioeconómicas del cultivo de cacao fue descenso cuantitativo de la población indígena y, por consiguiente, de la mano de obra disponible en este sector. Tal reducción demográfica fue consecuencia de clima que afectaban a los indígenas cuando trasladaban del antillano a las tierras bajas, en las que cultivaba el cacao. A este hecho particular, en el siglo XVII se unió, como un factor más que redujo el precio del grano producido en Guatemala, la competencia del cacao procedente de Guayaquil (Ecuador), y el contrabando que de desarrolló entorno a la comercialización interna y eterna del producto. Muy semejante a la situación que presentaba el cultivo y comercialización del cacao, fue la correspondiente al añil o xiquilite. Este y la cochinilla eran dos colorantes que utilizaron los indígena, desde épocas muy remotas, en la escritura el teñido de telas y la pintura de edificios y monumentos. A mediados del siglo XVI, los españoles comenzaron a percatarse del valor comercial del añil, y no demoraron mucho en incorporarlo en los mecanismos del cobro del tributo. La corona, a su vez, tuvo noticias de dicho producto y, en 1558, solicito la correspondiente información a las autoridades coloniales. En 1571, la exportación del añil guatemalteco a España había alcanzado ya proporciones importantes. El cultivo, promovido por los colonizadores, se extendió, entonces, desde las costas de Guatemala y las de Nicaragua, sobre Océano Pacifico. La creciente demanda que el colorante aludido alcanzó en Europa obedeció, a que la industria textilera usaba un producto semejante, denominado “pastel”, con el cual se obtenía el color azul en el teñido de las telas. Dicho producto, conocido precisamente con el nombre añil (termino derivado del árabe añil, que sig. Azul), procedía del Lejano Oriente, y su comercio estuvo, inicialmente, monopolizado por los portugueses y, después, controlado por Francia e Inglaterra. De ahí la importancia que el colorante de Guatemala adquirió en España. La expansión de la actividad añilera tuvo los consiguientes efectos en el sistema de adquisición y tenencia de la tierra, así como en las relaciones laborales entre colonos y colonizados. En efecto, la apropiación de tierras en las costas del pacifico, por cual es quiera procedimientos posibles, los cuales incluían la “composición” y la “confirmación”, se intensificó de manera notoria. De todo ello por supuesto, también se beneficiaba directamente la Real Hacienda. Las técnicas utilizadas en los obrajes de añil, el clima que demandaba el cultivo y, sobre todo, la concentración de mano de obra en la épocas de cosecha y de laboreo, incidieron, de manera negativa, en la población indígena que, no solo abandonaba obligadamente sus propios cultivos de subsistencia, sino que, además, debía someterse al régimen de trabajo institucionalizado en la Colonia. Las condiciones propias del procesamiento del añil eran, por cierto, extremadamente dañinas, en especial, por los trabajadores indios, según se consignó en documento de la época: “… que en este beneficio enferma y muere mucha gente por ser tan fuerte esta hierba que de solo entrar las manos a los pies en el agua donde está la hoja cuando se a de sacar los palos o piedras con que está debajo del agua y la misma hierba se les comen y canceran las carnes; y después estando golpeando el agua se levanta un humo tan malo que penetra los sesos y causan otros daños con que se han consumido muchos indios en las partes donde se beneficia el añil”. Los efectos perjudiciales que tuvo añilera entre los indios, los cuales culminaron en la desaparición de pueblos enteros de origen prehispánico, obligaron a esa Corona a prohibir la utilización de trabajadores nativos en los obrajes en los que se procesaba dicho producto. Se emitieron, en tal sentido, varias cédulas reales entre 1545 y 1643, en inclusive se nombraron jueces visitadores, para controlar el cumplimiento de tales disposiciones. Estas, sin embargo, nunca se cumplieron a cabalidad. Junto con el añil o xiquilite, en el reino de Guatemala también se explotaron otros productos, tales como la grana o cochinilla, que era otro tipo de colorante extraído de una especie peculiar de insectos que se reproducían en las napoleras; y también plantas y raíces medicinales como la zarzaparrilla, la caña fistula, bálsamo, etc. Algunas de éstas se exportaron a Europa en cantidades menores y la última de las mencionadas, el bálsamo, además de utilizarse como medicamento, se incorporó mediante autorización contenida en una bula papal, en el ritual de la Iglesia Católica asociado a la administración de los sacramentos en la extremaunción y la confirmación. La cochinilla proporcionaba un tinte de color púrpura, también usado por los indígenas, desde la época prehispánica, en el teñido de sus telas. El interés de los españoles en este producto data de 1573, cuando el Presidente Pedro de Villalobos recomendó a la Coona que se incrementara la producción respectiva, con el objeto de aumentar y facilitar, asimismo, el cobro del tributo de los indios. Villalobos recibió la autorización correspondiente y, en 1575, la exportación de grana a la metrópoli mostraba ya un ascenso notorio que, sin embargo, nunca alcanzo, una considerable importancia económica. El añil y la ganadería predominaron en la economía colonial durante el siglo XVIII, aunque no se desatendieron por completo, los otros cultivos citados antes, y algunos más, como el tabaco, el achiote, el algodón, etc., que se incorporaron en los procesos de producción, para el consumo interno y externo. Con el transcurso del tiempo la tecnología y los volúmenes de producción relacionados con la agricultura mejoraron ostensiblemente, pero, por otro lado, al crecer la población se agudizaron, los problemas sobre la aprobación y las disputas de tierras. Finalmente, tal como ocurrió en el caso específico del añil (que fue sustituido por las anilinas o tintes sintéticos), el contrabando, la industria masiva, así como la competencia de otros centros fabriles, fueron algunos de los factores que incidieron negativamente en la economía colonial. En la exportación y comercialización de los principales cultivos era notaria la relación de dependencia de las provincias respecto de la ciudad de Guatemala. La minería. Con el trasfondo socioeconómico de la España de entonces, los primeros expedicionarios y colonos desbordaban sueños de fáciles riquezas deslumbrantes. No solo se trataba de recuperar, con holgados excedentes, los dineros invertidos, magros o cuantiosos como fueran, si no ascender en la escala social, para asegurar futuros más promisorios. Por ello, al principio, antes que la tierra u otros recursos cualquiera, los metales preciosos, en especial el oro, alumbraban los caminos potenciales para alcanzar aquellos objetivos. A medida que se amplió el horizonte del nuevo mundo, cuando ya las palabras México, Perú, potosí, costa rica, el dorado, tenían fuertes connotaciones metálicas, los recién llegados al Reino de Guatemala comprobaron que aquí la riqueza mineral no tapizaba los suelos, ni espesaba las aguas de los ríos. No obstante, casi de inmediato, se entregaron a la búsqueda afanosa de las vetas o de las arenas refulgentes. Apena, superado el fragor de las primeras batallas, el mismo Pedro de Alvarado y sus acompañantes de más rango ordenaron el lavado de oro en los ríos próximos a Iximché, a Santiago y otros poblados. Los esclavos hechos en la guerra, así como los primeros indios “repartidos”, fueron ubicados en los lavaderos auríferos o en las pocas minas conocidas. A un aquello que, por su condición o por las circunstancias, se tenían por vasallos libres del rey español, resistieron la ansiedad de los buscadores de los metales preciosos. Los señores cachiqueles dejaron constancias en el memorial de Sololá: “durante este año 1530 se impusieron terribles tributos. Se tributó oro a Tunatiuh, se le tributaron cuatrocientos hombres y cuatrocientas mujeres para ir a lavar oro”. En el primer juicio de residencia, al que se le sometió en México, el 5 de julio de 1529, se obligó al conquistador d Guatemala a rendir cuentas del oro y de la plata que, después de pagar el quinto real, según su propio testimonio, recaudó y fundió en los territorios por él sometidos. Aquella búsqueda afanosa barco también los territorios actuales de Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Chiapas y Guatemala. Mas en esta última provincia, Alvarado encabezó a aquellos que cortaron la mejor tajada. En el testamento que el Obispo Marroquín hizo a nombre del Adelantado de Guatemala, quedó un registro significativo. “dejó muchos esclavos sacando oro en las minas de lo cual llevó muchas carga para su ánima… dejó por libres a todos los indios esclavos, hombres y mujeres, y su hijos, que así andan a sacar oro por el dicho Adelantado, y desde ahora todos sean libres para siempre, con el aditamento y condición que saquen oro para pagar las dichas deudas que el dicho Adelantado debe y dejo… y en él entre tanto que saquen oro sean muy bien mantenidos y curados, tratados y doctrinados en las cosas de nuestra santa fe católica, todo a costa del oro que sacaren, hasta tanto que se paguen la dichas deudas… Mando que los dichos esclavos saquen oro en las minas, una demora que corre desde 1 de octubre hasta San Juan, y que el dicho oro que así sacaren se reparta entre los hijos del dicho Adelantado”. El oro y los otros metales preciados se recaudaron por medio del trabajo forzoso, de los tributos, y por cuanta manera fuera posible. En carta enviada al rey Carlos I, el 6 de marzo de 1524, el capitán Gil González Dávila relataba un hecho curioso: “llegué a un cacique que se llama Nicoya, el cual me dio de presente 14000 castellanos de oro… Cuando me partí me dijo el cacique que, pues ya él no habría de hablar con sus ídolos que me los llevase, y me dio seis estatuas de oro de grandura de un palmo”. El mismo González Dávila desde Española hizo después un cuantioso envió de oro, en cinco “naos” que surcaron el Atlántico en ruta de retorno. El Tesoro Real, Andrés de Cereceda, compañero de González Dávila, dejó un recuento detallado del aquel oro, que, reducido a pesos y en forma de hachas y cascabeles, había sido objeto de “rescate” en la parte sur de la América Central. Por su abundancia en objetos del valioso metal, Costa Rica se llamó así desde entonces, pero de tal fama participaban también Panamá y Colombia. Otros muchos lugares específicos, en los cuales se recaudó oro, plata, plomo, hierro y otros minerales, en montos y calidades distintos fueron los siguientes: KOPAN, GOASCORÁN, YUSCARAN, CHOLUTECA, Gracias a Dios o cotepeque (en Honduras); Atitlán, Nevaj, Joyavaj, Santiago Zamora, San Juan y San Pedro Sacatepéquez, el valle de jilote pequé y Chiquimula (en Guatemala); Metapa, Ciguate guacán, Naozalco, Chilchuapa (en Salvador). Las mejores minas que se descubrieron a mediados del siglo XVI, eran las de Tegucigalpa, Comayagua y Ocotepeque, en Honduras; las de las Segovia en Nicaragua; y Huehuetenango, en Guatemala. En todos los lugares citados el trabajo se hacía, al principio, por medios rudimentarios, como la trituración y la fundición, que después se perfeccionaron mediante el uso del azogue o mercurio, transportado desde el Perú, a partir de 1566. A raíz de promulgación de las leyes Nuevas se prohibió, in que se cumpliera la utilización de trabajadores indígenas en las minas, consecuentemente, se incorporaron los primeros contingentes negros en dicha actividad. El 16 de agosto de 1618, en efecto, arribó a Trujillo un barco cargado de esclavos africanos, destinados a las minas de Tegucigalpa; dos navíos más, con igual “carga”, llegaron el 4 de septiembre de 1620, pero el ayuntamiento de Guatemala protestó porque aquellos negros “eran más de los que necesitaban”. Huehuetenango fue una región minera importante en los inicios de la época colonial, en la que resultaba favorable el entorno ecológico y la disponibilidad de mano de obra indígena. Fuentes y Guzmán relata el caso anecdótico del español Juan de Espinal o espinar, que , cuando descansaba en un recodo del camino, vio casualmente una lumbre que se encendía al pie de un árbol de pino y descubrió, además, que unas piedras irradiaban fuego, tal si fueran brasas, y que, al enfriarse, cuajaron como piezas de plata. Seguidos los trámites del caso, Espinar registro y exploto aquella rica veta, de la cual” obtuvo grande opulencia para pasar a España, dejando cubierta la labor principal de los metales acerados, con ánimo de volver a gozar lo que dejaba”. Las crónicas aluden a otro caso semejante el de un cura de Cuilco, que descubrió una mina de oro en el pueblo de Motosintla. Allí, después de que el fiscal de la iglesia le mostro una pepita de dicho metal, los caciques a su ruego e instancias le llevaron al yacimiento con los ojos vendados y a condición de que solo dispusiera del metal que podía cargar con sus manos, para destinarlo a las sobras de la iglesia y otras necesidades. En general, y pese a la relativa pobreza mineral de la región, la minería produjo caudales apreciables a sus dueños y a la Hacienda Real. Contribuyó, asimismo al desarrollo de la orfebrería, predominantemente la de carácter religioso, la cual alcanzó niveles apreciables en cantidad y calidad artística. La extracción de metales preciosos indujo a la Corona a fundar en Guatemala una Real Casa de moneda, lo que se hizo por medio de cédula de 20 de enero de 1731. Ello tuvo efectos positivos en la economía general de la Colonia, sobre todo porque la explotación minera aumentó, relativamente, durante los siglos XVII y XVIII, gracias al descubrimiento de nuevos yacimientos; a ciertos incentivos estatales, como la reducción de impuestos y controles; y a una simultánea política de supervisión, para evitar la explotación ilegal, el contrabando y otros vicios semejantes. Comercio El descubrimiento de América estuvo legado a las relaciones comerciales entre Europa y el lejano Oriente; de ahí la importancia que, en su propio contexto mercantil, España concedió el intercambio de bienes a través del Atlántico. Este interés inicial se tradujo de inmediato, en la necesidad de trazar lineamientos políticos, administrativos y otros, que aseguran los beneficios económicos que representaba la ampliación del imperio a las tierras del Nuevo Mundo. En relación con el comercio, que fue sin duda una de las columnas centrales de régimen colonial, entre aquellas primeras medidas de gobierno estuvo la organización de la casa de contratación, con sede inicia en Sevilla, cuya fundación se aprobó en 1503, y sus estatutos, en 1510. Se le concibió como el agente fiscal y comercial de la Corona, aunque después se le asignaron otras funciones colaterales, como la de investigación en los campos de la navegación y la cosmografía. Durante varios años, las relaciones comerciales con las colonias estuvieron centralizadas en Sevilla, con excepción de ciertas actividades que se canalizaban por los puertos de Cádiz y de san Lucas. La Casa de Contratación por lo tanto, acrecentó su actividad, al punto de que, a finales del siglo XVII, cuando el régimen colonial estaba ya bien cimentado en América, era un órgano de gobierno de enorme relevancia. Se le traslado a Cádiz, cuando ese puerto sustituyo a Sevilla para la salida y llegada de las flotas indianas. A lo largo del siglo XVI, el comercio entre España y América se hiso por medios de flotas de barcos protegidos adecuadamente, ya que la acción depredadora de los piratas y corsarios, respaldos por Inglaterra, Holanda y Francia, afectaba la comunicación entre la metrópoli española y sus posesiones coloniales. En 1561, el tráfico comercial se hacía sólo en primavera y en verano, en sendas flotas que, en la Antias, se dividían, ya que unas se dirigía a Veracruz (México) y al golfo de Honduras, y la otra hacia Cartagena de indias y puerto bello (Panamá). Durante los siglos XVI y XVII, el Reino de Guatemala mantuvo relaciones comerciales, legales e ilegales, con España, Nueva España, Perú, Nueva Granada, Filipinas, Inglaterra y Francia. Para ello, se utilizaban atracaderos de Puerto Caballos y Trujillo, en Honduras; Bodegas Golfo, en Guatemala; San Juan y el Realejo, en Nicaragua; Matina, en Costa Rica; y acajutla, El Salvador. La comunicación terrestre se hacía por rutas agrestes que unían puertos y poblados importantes, en las cuales las mercaderías se transportaban por tamemes o por vestías mulares. El sistema de lotas, sobre todo cuanto éstas, a partir de 1633, carecieron de la protección armada, ocasionó periódicas carencias de mercancías europeas en Guatemala, ya que los barcos no llegaban todos los años. Bienes de intercambio Algunos de los productos exportados por Guatemala, que obligadamente pasaban por Sevilla primero y después por Cádiz, incluían añil, zarzaparrilla, palo de Brasil, cochinilla, azúcar, cueros de reses, bálsamo y, por supuesto, metales preciosos, como oro y la plata. De vuelta, los barcos traían vino, pasas, aceitunas, aceite, higos, paños, lino, hierro, mercurio, etc. El comercio alcanzó sus niveles más altos a principios del siglo XVII, y comenzó a declinar a mediados de la década 1620, en un descenso que se agudizó en el decenio siguiente. Las causas de esto último estaban vinculadas a una crisis de todo el sistema, del comercio intercontinental y colateralmente, a la acción de los piratas en el Caribe. Con el fin de superar las dificultades en cuanto al aprovisionamiento y circulación de mercancías necesarias o rentables, en las últimas décadas del siglo XVI y primeras del siguiente, el comercio centroamericano se canalizo por Granada (Nicaragua) y, sobre todo, hacia puerto bello y Cartagena, desde matina (Costa Rica). Comercio con otras…. A lo largo del periodo colonial, Guatemala mantuvo un intercambio comercial, casi permanente aunque no siempre legal, con naciones como la Nueva España, Nueva Granada, Perú y, de manera indirecta, Filipinas y otros Países del Lejano Oriente. Con México tal tipo de relaciones se remonta a la época prehispánica, pero, en el periodo colonial, ellas fueron más regulares y expeditas. La comunicación se hacía por medio de un camino que bordeaba Los Cuchumatanes, y por otro que atravesaba la Boca costa del Pacífico. En ocasiones se utilizaba la vía marítima, en ambos océanos. Los novohispanos, o mexicanos como más comúnmente se les llamaba, adquirían cacao, añil, vainilla, achiote, etcétera, en las regiones de Soconusco, Suchitepéquez, Izalco, y otras del Reino de Guatemala. A cambio, surtían a los mercados situados al sur de sus fronteras, con telas u otros productos de origen europeo. A mediados del siglo XVI, la sola región de Suchitepéquez exportaba unas 200,000 cargas de cacao (cada carga equivalía a 24,000 almendras) a México. Este particular comercio fue objeto de regulaciones especiales, orientadas a conseguir un equilibrio económico interregional. En 1576, por ejemplo, la Corona exigió una licencia de exportación y un impuesto del 5%, en relación con el cacao que salía de Suchitepéquez hacia Nueva España. A la zaga de sus intereses, los comerciantes, en algunos casos, se trasladaron a vivir a pueblos cacaoteros, como Izalco, en San Salvador, pero ello ocasionó roces y conflictos con los encomenderos de la zona. De esta cuenta, en 1553, la Audiencia ordenó que los comerciantes abandonaran los pueblos de indios de aquella área, y que se trasladaran a la Villa de Sonsonate. Desde Acajutla, por otra parte, se comercializó cacao hacia México y Perú, pero, a veces, el tráfico caía en los linderos del contrabando, o se hacía en competencia desleal con el grano de Guayaquil. El comercio con Perú se intensificó durante los siglos XVII y XVIII, hasta el punto de que la moneda llamada perulera, precisamente por su procedencia, circuló con amplitud en Guatemala. Los productos centroamericanos llegaban hasta Quito, Lima y Arequipa. El intercambio con Filipinas, en cambio, se hacía indirectamente, por medio del Galeón de Manila que, en la última parte del siglo XVI, conectaba esta ciudad asiática con Acapulco. Guatemala, por lo tanto, como las otras colonias americanas, comerciaron simultáneamente con varias naciones, ya de modo legal, ya en forma ilícita, pese a los esfuerzos de España por canalizar todo el tráfico de mercancías a través de las casas comerciales y los controles oficiales de Sevilla. Además del comercio externo, Guatemala desarrolló una intensa red de intercambio, que conectaba la ciudad de Santiago, el Corregimiento del Valle y las principales ciudades y poblados provincianos, así como también los pueblos de indios. En este sistema interno desempeñaron un papel importante los mercados, las ferias, el tiánguez (mercados tradicionales de los indígenas); también las tiendas y tabernas, y los “abastos”. Por medio de estos últimos, que no eran sino concesiones privilegiadas, se administraba la comercialización de importantes productos, como los cereales, la carne, etcétera. El panorama del intercambio comercial esbozado anteriormente, se modificó, de manera drástica, en el siglo XVIII. Las principales causas de ello fueron la autorización del libre comercio, la reforma del sistema de impuestos, el fortalecimiento de la Real Hacienda, la reducción del poder de la Iglesia, la defensa militar de las costas americanas, y la instauración del Régimen de Intendencias. A finales del siglo citado se estableció el Real Consulado de Comercio de Guatemala, cuyas funciones eran las de estimular la producción, promover el comercio, desarrollar la infraestructura, y afirmar la justicia en las cuestiones mercantiles. En mucho se lograron estos objetivos en la última parte del período colonial, pero también persistieron viejos problemas, como el contrabando, la especulación, la explotación inicua de la mano de obra indígena y otros más que tuvieron efectos disociadores en una sociedad de corte colonial, pero que se hacía cada vez más grande y más compleja. La Real Hacienda El régimen hacendario, o sea, las finanzas públicas de la Colonia, reflejaron necesariamente las características sociales y políticas de la organización y funcionamiento del vasto imperio español. En la administración de los recursos económicos en general, jugaron un papel decisivo la Corona, en primer lugar, como propietaria soberana de las tierras y riquezas del Nuevo Mundo; la Casa de Contratación, encargada de la administración y el tráfico de dichas riquezas; y, finalmente, la oficialidad o burocracia real, que fungía en las posesiones coloniales y, en especial, en los centros de poder económico. Los ingresos reales Como en todas las Indias, en Guatemala la política fiscal descansó en dos tipos de impuestos: los fundamentales o regulares y los complementarios. Los primeros comprendían los siguientes: quinto real, almojarifazgo, tributo, diezmo y alcabala. Entre los segundos figuraban los estancos, oficios vendibles, empréstitos, derramas y penas de cámara. El quinto real consistía en la quinta parte (20%) que cobraba la Corona sobre el valor de los productos minerales y piedras preciosas que explotaran los colonos. Este impuesto fue oportunamente reducido, a un 10% y hasta a una doceava parte, con el objeto de estimular tal actividad económica, y evitar la evasión impositiva. El almojarifazgo era el impuesto que se pagaba por la importación y exportación de todo tipo de productos, y equivalía, respectivamente, al 5% y al 2.5% del valor de dichos bienes. El tributo consistía en una cuota anual que pagaban los súbditos del rey, en señal de su simple calidad de vasallos. En Guatemala, lo pagaron los aborígenes, desde la época prehispánica, a los jefes de sus respectivos señoríos, y después a la Corona o a los encomenderos. El diezmo, teóricamente, era un aporte equivalente a la décima parte del valor de todos los bienes adquiridos o comercializados en el Nuevo Mundo, el cual debía entregarse a la Iglesia Católica. En 1501 se estableció que la Corona, cuyos representantes hacían el cobro correspondiente, tenía derecho a retener dos noveno de la mitad de tal impuesto. En 1578, cuando se impuso a las transacciones relacionadas con el añil, se incrementó la recaudación del diezmo. Una parte de éste se utilizaba en la construcción de iglesias y hospitales. En 1533 se eximió de este impuesto a los indígenas, pero existen referencias acerca de que en alguna época se les cobró, especialmente en el siglo XVIII. La alcabala era un impuesto del 2%, que recaía sobre el valor de todas las operaciones de traspaso, contratos y compraventas, y que también afectaba las herencias y donaciones. De este gravamen estaban exonerados los indígenas. Los impuestos complementarios incluían los siguientes: los estancos, que se referían al monopolio de la Corona, respecto de la fabricación y comercialización de determinados artículos (sal, mercurio, naipes, pólvora, tabaco, papel sellado, aguardiente y nieve); las Bulas de la Santa Cruzada, o sea, un aporte que permitía a los fieles comprar indulgencias (perdón de los pecados), a título propio o ajeno; la venta de cargos públicos, tanto civiles como eclesiásticos, los cuales se compraban en España o en la Colonia, según la jerarquía del puesto; los donativos forzosos impuestos por la Corona a los súbditos; las derramas, que eran contribuciones ocasionales destinadas a emergencias, como terremotos, a trabajos públicos, o a servicios personales inmediatos, necesitados por los gobernantes o las tropas; las penas de cámara se referían a los ingresos provenientes de multas impuestas por delitos diversos. Los egresos de la Corona y de las autoridades coloniales cubrían una extensa gama de recursos destinados a gastos administrativos, guerras, obras públicas y servicios de índole muy extensa y variada. Una parte importante de la política fiscal fue la organización monetaria que, a partir de 1731, quedó a cargo de la Casa de Moneda. Los medios de cambio, o monedas, más comunes a lo largo de la época colonial, fueron los siguientes: el cacao, de uso prehispánico; las piezas rústicas de oro, llamadas “pesos de oro de minas”; las rajas de plata; las monedas acuñadas de este mismo metal; los pesos “peruleros” procedentes de Perú; el peso de plata, o “peso fuerte”; los reales; la moneda “macuquina”, o “macacos” (piezas rústicas traídas de México o Perú); los cuartillos, etcétera. Importancia social de la población El volumen, el crecimiento o decrecimiento, la distribución, la evolución en fin, de una población identificada con una sociedad cualquiera, tienen una importancia decisiva en los procesos generales que corresponden a dicha sociedad. Esa importancia no se reduce sólo a cuestiones cuantitativas, o de espacio simplemente, ya que se vincula también a formas de conducta, a actividades económicas, a organización de grupos particulares, a creencias e ideas, a normas, y a muchos otros aspectos de la vida en sociedad. Respecto de la sociedad guatemalteca de la Colonia, por ejemplo, indiscutiblemente resultan relevantes preguntas como las siguientes: ¿Qué clase de gente conformó esa sociedad? ¿Cuáles fueron las transformaciones cuantitativas y cualitativas que experimentó? ¿Qué tipos de grupos la integraron? ¿Cuál fue la distribución de las personas en el espacio? A éstas podrían agregar- se muchas interrogantes más, cuya respuesta objetiva ayudaría a entender no sólo la sociedad de la época, sino también la del presente, de la cual aquélla es un antecedente más o menos inmediato. En 1524, cuando llegaron los españoles a lo que después fue el Reino de Guatemala, la región estaba poblada por conglomerados aborígenes, que participaban de semejanzas y diferencias fundamentales, en la medida en la que tenían algún tipo de contactos, o un ancestro común. En relación con el número de aquellos habitantes se alude a cifras que oscilan entre 200,000 y dos millones, e incluso cantidades mucho mayores, de hasta 50 millones, y aún más. Sin embargo, no hay certeza alguna sobre el monto total de la población que vivía en el istmo centroamericano antes del arribo de los europeos. En relación con el territorio actual de Guatemala, la fuente más aceptable de la que se dispone es la tasación de los tributos, hecha por Alonso López de Cerrato, quien gobernó de 1548 a 1554. Según el número de indios tributarios y de las personas vinculadas a éstos, en una proporción de 5.1 a 6.1, se ha estimado que, en aquellas fechas, había un total de 428,500 habitantes, aunque también se han sugerido cifras mayores, de hasta 475,000 moradores. Los cálculos anteriores, sin embargo, no resultan del todo fiables, por las siguientes razones: no incluyen absolutamente todos los poblados, como tampoco los indios que se fugaban a los montes; excluyen la enorme cantidad de muertes que ocasionaron las enfermedades introducidas por los españoles, y contra las cuales los nativos no tenían defensas naturales. A partir del contacto con los europeos, dichas enfermedades (viruela, sarampión, tifus, peste bubónica, etcétera) causaron una verdadera catástrofe demográfica, lo que hace pensar que, alrededor de 1519-1520 (antes de la primera epidemia), el actual territorio de Guatemala pudo haber estado ocupado por cerca de 1.7 millones de habitantes. Algunas de aquellas enfermedades, como la llamada kumatz ogukumatz, se incorporaron al léxico, al sufrimiento, y a los registros históricos de los nativos, entre estos últimos, el Memorial de Sololá: “He aquí que durante el quinto año apareció la peste ¡oh hijos míos! Primero se enfermaban de tos, padecían de sangre de narices y de mal de orina. Fue verdaderamente terrible el número de muertes que hubo en esa época… De ninguna manera podía la gente contener la enfermedad… Después de haber sucumbido nuestros padres y abuelos, la mitad de la gente huyó hacia los campos. Los perros y los buitres devoraban los cadáveres. La mortandad era terrible”. Además de los efectos de las enfermedades, la guerra tuvo los propios; así como el maltrato y los trabajos forzados, cuyos resultados dieron pábulo a lo que se conoce como la “Leyenda Negra” contra España. La muerte de hombres y mujeres en edad madura, y de niños, causó un notorio descenso en las tasas de natalidad; inclusive, no ha faltado quien aluda a una actitud de “desgano vital”, o sea, de frustración total ante las expectativas de la vida, aunque este último argumento contradiga la permanente resistencia de los indios, violenta o pacífica, que también ha recogido la Historia. De los españoles que migraron A raíz del Descubrimiento, uno de los primeros problemas que se presentó a la Corona fue el de determinar quiénes podían viajar a las Indias. En el primer viaje de Colón se autorizó el reclutamiento de algunos prisioneros; después se hizo lo mismo con otros condenados, a quienes así se conmutaba la pena; pero, en 1505, se prohibió el traslado de todos aquellos que tuvieran malos antecedentes. Casi desde el principio, sin embargo, se excluyó expresamente a los judíos, a los moros y a los conversos; pero, alrededor de 1510, se aprobó una política más abierta, aunque reducida todavía a los originarios de los reinos de Castilla y de León. Poco tiempo después se autorizó la emigración de españoles sin excepciones, e inclusive se permitió, con autorización especial, la trasportación de negros. Entre los primeros migrantes, en general, no figuraban nobles, sino más bien hidalgos jóvenes, que buscaban aventuras y fortuna. Pronto se sumaron marineros, religiosos, comerciantes, criados, pero los artesanos y labriegos aún eran muy escasos. Hasta en 1518, precisamente Las Casas propuso que se poblara con labradores y, en 1519 la Corona trató de impulsar dicha propuesta, la que no cuajó, sin embargo, porque ya los colonos comenzaban a trasladarse a Tierra Firme, en desmedro del poblamiento de las islas antillanas. Ante la necesidad de controlar los territorios descubiertos, la Corona decidió “fundar” y “poblar”, lo que significaba edificar ciudades, con población concentrada, para lo cual se ordenó el reparto de solares. En la primera etapa de la empresa descubridora, en las Antillas, participaron unos 300 españoles, pero, en 1502, cuando comenzó la verdadera colonización, ya habían llegado a La Española cerca de 2,500 migrantes y, en 1559, el total de la migración ascendía a 27,787. En el Catálogo de Pasajeros a Indias se registraron sólo 15,480, en el período de 1509 a 1559, pero allí no se incluyó nunca la emigración fraudulenta. Se calcula que, en 1600, el total de migrantes era de 54,881, aunque también se han presentado cifras que se aproximan a 200,000. En cuanto a la procedencia de los migrantes, las estadísticas conocidas indican las siguientes regiones: Andalucía y, en particular, Sevilla (36%); Extremadura (16.4%); Castilla la nueva (15.6%); y Castilla la Vieja (14%). En el siglo XVII aumentó la emigración de Cataluña y de la Vascongadas. En el Catálogo de pasajeros se señala un 5.6% de licencias otorgadas a mujeres, pero, después de la conquista aumentó el porcentaje de casadas que resolvieron trasladarse a las Indias. Las cifras generales anteriores, sólo en forma relativa pueden aplicarse a lo que fue el Reino de Guatemala, sobre el cual se carece de información específica. Se sabe, tan sólo, que en Costa Rica se establecieron 88 “familias fundamentándolas” y que, en general, éstas casi no dependieron de la mano de obra indígena y constituyeron, en cambio, un núcleo inicial de empresarios, atenidos a su propio trabajo, lo que, a veces, se ha utilizado para explicar los orígenes remotos de la democracia en dicho país. La Fundación de poblados Con el propósito de afirmar su dominio directo y disminuir el que detentaban los jefes de conquista, la Corona ordenó la fundación de poblados en los territorios conquistados. En el Reino de Guatemala se comenzó en la primera mitad del siglo XVI, pero tal política, con alzas y bajas, continuó en los años posteriores y estaba ya consolidada en la siguiente centuria. Ciudades y villas Los términos de ciudad y villa se usaron para designar a los centros de españoles, según el tamaño de los asentamientos; y el de pueblo o poblado, para llamar a los habitados por indígenas. Ello respondía a la concepción de las “repúblicas” separadas, inclusive desde el punto de vista espacial o geográfico. Con el tiempo, sin embargo, las ciudades más importantes adquirieron un carácter multirracial. Las urbes principales a finales del siglo XVI, de las cuales cada provincia tenía una o dos, eran, sin duda, importantes focos de poder económico, político, religioso y cultural, etcétera, Su vida giraba en entorno a los cultivos o actividades económicas más relevantes (cacao, añil, minería). En aquella época ya destacaban ciudades como Santiago de Guatemala, que era la capital del Reino; Ciudad Real, en Chiapas; Comayagua y después Tegucigalpa, en Honduras; San Salvador y la Villa de Sonsonate, en El Salvador; León y Granada, en Nicaragua; además de otros centros menores, ubicados en las distintas provincias. A lo largo del citado siglo XVI se fundaron en el Reino unas 50 ciudades y villas, de las cuales sólo perduró una veintena, aproximadamente, En todas se aplicó el trazo en damero o cuadrícula. Centros urbanos en la Provincia de Guatemala La primera ciudad fundada en el actual territorio de Guatemala, lo fue sólo de manera simbólica, en Iximché, el 27 de julio de 1524. Se le llamó Santiago de Guatemala, pero nunca fue trazada a la manera española. Casi de inmediato, y como consecuencia de rebelión de los Kakchiqueles, adquirió un carácter itinerante, con las características propias, más bien, de un campamento militar. En estas condiciones, primero estuvo en Xepau (Olintepeque, Quetzaltenango), y después en Chijxot (Comalapa, Chimaltenango). Su primer asiento permanente lo tuvo en Almolonga o Bulbuxyá, donde se fundó, por Jorge de Alvarado, con las formalidades legales del caso, el 27 de noviembre de 1527: “Asentad escribano que yo, por virtud de los poderes que tengo de los gobernadores de su Majestad con acuerdo y parecer de los alcaldes y regidores que están presentes, asiento y pueblo aquí en este sitio la ciudad de Santiago, el cual dicho sitio es término de la provincia de Guatemala”. Después de la muerte de Pedro de Alvarado, ocurrida en México, y cuando doña Beatriz de la Cueva (“la sin ventura”, como ella firmaba entonces) desempeñaba la Gobernación, conjuntamente con su primo Francisco de la Cueva, la noche del 11 de septiembre de 1541 la ciudad fue destruida por una grande inundación, provocada por lluvias torrenciales y un deslave que descendió del Volcán de Agua. A raíz de la muerte de doña Beatriz, en aquella noche trágica, el gobierno se ejerció, también conjuntamente y de modo provisional, por el Obispo Marroquín y el ya citado Francisco de la Cueva. El mismo año 1541, la ciudad se trasladó al valle aledaño que los indígenas llamaban Pancán o Panchoy, y los españoles, Valle del Tuerto. Allí estuvo hasta 1773, año en el que fue destruida por los terremotos de Santa Marta. De ese sitio, de nuevo fue trasladada, en 1776, al Valle de la Virgen, o de La Asunción, donde todavía permanece. A principios del siglo XVII, Santiago tenía 500 vecinos españoles y un número semejante de indígenas, ladinos y “castas”. Puesto que, según cálculos aceptables, cada vecino era jefe de una familia de cinco personas, se supone que había un total de 5,000 habitantes, en 1700, esta cifra había ascendido a 30,000. El cronista Fray Antonio Vázquez de Espinosa describió cómo lucía la ciudad de Santiago en 1620: “Las calles bien trazadas y derechas, tiene la plaza principal que es muy buena y cuadrada, en el ángulo que está al noroeste está la Iglesia catedral… En el mismo ángulo las casa obispales. En el otro ángulo que está casi al sur, están las casas reales, muy grandes y capaces… Enfrente de este ángulo de las casas reales casi al norte, es el otro todo de portales de muy buena fábrica, en éste están los escribanos y algunas tiendas de mercaderes. El otro ángulo que está enfrente de la Iglesia catedral es también de portales, todo de muy buena fábrica, en el cual hay mercaderes y otras tiendas de pulperías, a un lado de la plaza hay una fuente de agua muy buena, de donde se provee mucha parte dela ciudad, aunque muy abastecida de ella…”. En Panchoy se distribuyeron los solares en barrios, ubicados según la importancia de los vecinos. Además, se señalaron los lugares asignados a los indios que habían llegado “en seguimiento a los indios que habían llegado “en seguimiento de los españoles”, es decir los tlaxcaltecas, mexicanos, utatlecos y guatemaltecos. Por cierto, las autoridades siempre recelaron de los indios citadinos, y fue constante el temor de posibles levantamientos. Algunas de las ciudades y villas fundadas en la Provincia de Guatemala, así como en otras partes del Reino, representaron sólo intentos frustrados de edificación, tal como ocurrió en Mixco, en el Llano de la Culebra; en Verapaz, donde el Alcalde Mayor, Martín Alonso Tovilla, fundó la Villa Toro de Acuña, de muy corta vida. Otras fundaciones fallidas fueron la de Nueva Sevilla (1543), situada a orillas del Río Polochic, y abandonada por presión de los dominios, que defendían dominios exclusivos en la zona; y también la de Monguía o Munguía que, en 1568, se estableció, por poco tiempo, en las márgenes del Lago de Izabal. Los pueblos de indios Las “reducciones” o congregaciones, por las cuales se establecieron pueblos de indios, se impulsaron, inicialmente, por religiosos, como el propio Obispo Marroquín. Las gestiones comenzaron en 1538, pero sólo fueron atendidas en 1544, cuando el Rey ordenó “recoger” y “juntar” a los indios, en pueblos delimitados y con autoridades propias. Se comenzó en Patinamit, o sea, Tecpán Guatemala, la sede principal de los Kakchiqueles, y se continuó con Chimaltenango, Comalapa, Atitlán, Tecpán Atitlán (Sololá), San Miguel Totonicapán, Quetzaltenango, etcétera. San Raimundo Las Casillas y Santo Domingo Xenacoj se fundaron, por los indios, con ayuda de los dominicos, de manera apurada y artificiosa, más bien como una estrategia para evitar arbitrarios despojos de tierras que ambicionaban ciertos españoles dedicados al laboreo del trigo. En su mayoría, los pueblos de indios se trazaron según el patrón urbano de cuadrícula, con una plaza central, a cuyos costados se erigía la iglesia y el Cabildo. El cronista Fray Antonio de Remesal relata la forma en la que se procedía a hacer las “reducciones”: “El orden que los padres tenían en mudar los pueblos era este. Lo primero: ellos y los caciques y principales miraban y tanteaban el sitio nuevo, y si alguno de los antiguos les tenía acomodado para juntar los otros a él, ordenaban este. Hacían primero sembrar las milpas junto al sitio: mientras crecían y se sazonaban el maíz edificaban las casas, y se enjugaban, y en estando las milpas para cogerse, en algún día señalado se pasaban todos al nuevo sitio con muchos bailes y fiestas que duraban algunos días, para hacerles olvidar las moradas antiguas”. La política de las congregaciones prácticamente concluyó en 1580, y ellas se convirtieron en un nuevo elemento fundamental en la estructura de la sociedad guatemalteca. Por ese medio, se aceleró el despojo de tierras sufrido por los indígenas, ya que buen parte de las que pertenecían a las parcialidades (cuyo dirigentes ayudaron también a los religioso y a las autoridades en la empresa de aquellas “reducciones”), por ejemplo, bosques, pastizales y los terrenos alejados pero cultivados, con el tiempo y las presiones, en muchos casos, pasaron a ser tierras baldías en manos de foráneos. La delimitación de aquellos pueblos de indios, por otra parte, originó mediatos e inmediatos litigios de tierras y disputas de límites que, en algunos casos, permanecen sin resolverse en la actualidad. Muchos de aquellos pueblos, en especial los que circundaban la ciudad de Santiago u otros centros urbanos de españoles, se convirtieron en proveedores de bienes y servicios que disfrutaban los colonos españoles. En realidad, las reducciones llenaron tres objetivos básicos, a saber: facilitaron el control político sobre las parcialidades indígenas y, en especial, sobre los indios rebeldes; allanaron el cobro del tributo y la disponibilidad de mano de obra que, por cierto, no resultaban tareas fáciles cuando la población indígena vivía dispersa en los campos, en amplias distancias; finalmente, permitieron que la evangelización, y otras prácticas de imposición cultural (“vivir en policía”, como decían los españoles), encontraran caminos más expeditos y rápidos. Los pueblos de indios, en consecuencia, resultaron ser un elemento definitorio, esencial, característico, de la sociedad colonial. En cierta medida sirvieron para desvertebrar la organización social prehispánica, para encausar la explotación económica, el control político y el dominio cultural sobre la población indígena, pero, al mismo tiempo, y de modo paradójico, se convirtieron en reductos de la vieja cultura y, a veces, en focos de resistencia, pasiva o activa, pero, en todo caso, en la otra cara de la moneda colonial. Es propio afirmar que, después de 1524, sólo existían dos grandes grupos diferenciados en Guatemala: los españoles y los indígenas o naturales, como estos últimos han preferido llamarse de modo consistente. De esos dos segmentos sociales, primordialmente, surgió la población heterogénea que ha conformado la sociedad guatemalteca hasta la actualidad. En efecto, de las relaciones sexuales, forzadas o voluntarias, entre personas de aquellos dos grupos primarios, surgió una población mixta. Se incurre en una ligereza, empero, si se cree que los mestizos, o ladinos como se les llamó después, sólo son producto de una mezcla biológica, o de la simple adopción, por los indígenas, de algunos rasgos culturales españoles, como la indumentaria y el idioma. En realidad, la historia demográfica de las etapas colonial y republicana es más compleja, puesto que en ella inciden también factores políticos, sociológicos y otros más, a distintos niveles. La elite, por ejemplo, la de los españoles y la de sus descendientes criollos, enalteció su pasado, registró sus victorias y sus genealogías, pero se olvidó de los grupos marginados. De esta manera, una gran mayoría de guatemaltecos, en especial los ladinos, ha permanecido, por años, sin conocer sus orígenes y sus antecedentes más remotos. En 1520, a pesar de los efectos anticipados de las epidemias, la población indígena estaba equilibrada en cuanto a género. Los españoles que llegaron inicialmente, en cambio, en su mayoría eran varones, tanto jóvenes como de mediana edad, y aun cuando hubieran dejado esposa y prole en España, procrearon hijos o formaron uniones, temporales o duraderas, forzadas o voluntarias, bajo presiones o por atracción mutua, de las cuales se originó una población mestiza que, sobre todo, ocupó un espacio social particular. La aparición de los mestizos fu el primero de varios factores que derrumbó la dicotomía fundamental del dominio político en América, o sea, la de las dos repúblicas: la de los españoles y la de los indios. De ambos grupos, ni el uno ni el otro previeron que sus relaciones y su convivencia, aun en una situación de desigualdad, originarían el surgimiento de “otros”, que no encajaban en ninguno de los dos segmentos, no obstante que muchos fueron absorbidos por los españoles (como doña Leonor de Alvarado, la primera mestiza nacida en Guatemala), o bien por los indígenas. La situación se complicó aún más, cuando, antes de la década 1550, los hispanos introdujeron a los primeros esclavos africanos, en número apreciable y en su mayoría varones. Estos también se mezclaron con los indígenas, mestizos y españoles, y los descendientes de todas aquellas amalgamas biológicas constituyeron la categoría denominada, durante la Colonia, “castas”, que fue, asimismo, una población de difícil ubicación. En los siglos XVII y XVIII, el nombre genérico de castas incluía a todas las personas marginadas de origen mixto, es decir, mestizos, mulatos, pardos, ladinos, etcétera. La incorporación de los africanos no resultó fácil y acelerada; primero, porque el fenotipo, es decir, la apariencia física, permitía la expresión abierta de los prejuicios raciales; y, segundo, por una razón sociológica, ya que, además de haber llegado como esclavos, en algunos casos también desempeñaron el papel de capataces o calpixques y, como tales, trataron a los indios en forma abusiva e incluso cruel, puesto que disfrutaban de un poder ilegítimo. De todas maneras, como parte de la evolución demográfica y sociológica de los mestizos y, en cierta medida, de los afroamericanos, surgió el que actualmente se conoce como el segmento ladino de la sociedad guatemalteca. Resulta significativo que el término ladino se comenzara a usar, en Guatemala, para llamar a los indios que mostraban facilidad o predisposición para adoptar ciertos rasgos culturales españoles, como el idioma, por ejemplo; de esta cuenta, no era extraño oír la expresión “indio ladino”, referida a tales sujetos. De esa misma manera, en fecha aún anterior, la palabra se utilizó en España en relación con los sefardíes, para designar a una categoría social, cuyos orígenes y desarrollo también tenían aspectos biológicos y culturales. La evolución de la población no indígena, en efecto, fue más notoria en la ciudad de Santiago, así como en las zonas de expansión agroeconómica que, inicialmente, estuvieron controladas por los españoles; los negros y mulatos, por ejemplo, se concentraron en la capital y en las unidades agrícolas muy productivas. Alrededor de 1530, casi cualquier español podía tener esclavos indios, pero sólo los muy acomodados tenían uno de origen africano. Por otra parte, y precisamente en la ciudad de Santiago, en las casas principales solían vivir entre 10 y 20 personas: el jefe de familia español, su esposa e hijos, parientes, paniaguados (“recogidos” o simplemente protegidos), esclavos indígenas, naborías (sirvientes domésticos) y esclavos africanos. El mayor número de hombres redundaba en entrecruzamientos sexuales, forzados o voluntarios. En las categorías inferiores había más mujeres, generalmente indígenas, y de éstas nacieron muchas de las personas de origen mixto. En 1550, cuando se ordenó la libertad de los esclavos indígenas, éstos ocuparon pueblos y barrios específicos en los alrededores de la capital, en los cuales, a instancias de las Órdenes religiosas, se pretendía protegerlos de todo tipo de abusos, pero este último propósito no se pudo conseguir en los poblados del interior del país. Durante los siglos XVI y XVII, las castas crecieron de modo constante y relativamente acelerado; mientras que en la primera de dichas centurias la población indígena disminuyó, acosada por las enfermedades y otros factores ya mencionados. La situación de las castas fue muy ambigua siempre; al mismo tiempo que, inicialmente, los españoles consideraron a sus integrantes como una fuerza alternativa de trabajo, y a pesar de que , en cierta medida les eran útiles en verdad, los menospreciaban, aunque también contribuían a su reproducción biológica; más aún, en muchos casos los absorbían en su propio segmento social. En 1540, el Obispo Marroquín sugirió oficialmente que se atendiera la educación de las Doncellas y el entrenamiento artesanal de los jóvenes mestizos, para evitar en estos últimos “su muy grande corrupción”. En 1550, la Corona propuso que algunos mestizos huérfanos (varones) de Santiago fueran enviados a España, donde podrían trabajar en diversos oficios, más la iniciativa no prosperó. Los descendientes de uniones afro españolas o afro indígenas no fueron objeto de parecidas preocupaciones, lo que denotaba ya una clara diferenciación entre los distintos segmentos de las propias castas. El sector céntrico de Santiago era demasiado caro para albergar al creciente número de castas (el término se aplicaba también a los individuos), y entonces muchas personas de este sector social se instalaron en los barrios de indios o en las zonas bajas y cálidas del interior del país, en especial las que se dedicaban a la agricultura de exportación, en las cuales podían encontrar trabajo, refugio y más libertad. Las comunidades indígenas se esforzaron por mantener su integridad frente a los intrusos, pero la necesidad económica y, en general, sus condiciones de vida, les obligaban a vender o arrendar sus propiedades a los foráneos. En Santiago, las castas se hicieron notar, tanto por su número como por el papel que jugaban en las relaciones sociales y económicas. A mediados del siglo XVI ya eran importantes, pero más allá de la mitad de la siguiente centuria constituían una mayoría que, sin embargo, no predominó en otros aspectos que no fueran el demográfico. Las siguientes estadísticas, relacionadas con el período 1590-1599, indican que en la ciudad existían 13,000 “gentes ordinarias” (mestizos, negros, mulatos, naborías e indígenas) y unos 3,700 españoles y criollos. Respecto de 1650, se calcula que unas 21,700 personas eran castas, en tanto que los “blancos” sumaban unos 5,600. De 1690 a 1699, esta última proporción casi no había variado. Entre 1630 y 1699, significativamente, los registros de la parroquia de El Sagrario consignaban que el 72% de los hijos era de ilegítimos, pero, poco tiempo después, el número de legítimos registrados era ya de un 51%. En cuanto a los esclavos negros, se calcula que alcanzaron su mayor número, en Santiago por lo menos, entre finales del siglo XVI y la década 1680. A partir de 1690 comenzaron a disminuir, pero se compensaron con esclavos mulatos; ello se explica porque, durante la centuria citada, se redujo la importación de negros, se calcula que alcanzaron su mayo número, en Santiago por lo menos, entre finales del siglo XVI y la década 1680. A partir de 1690 comenzaron a disminuir, pero se compensaron con esclavos mulatos; ello se explica porque, durante la centuria citada, se redujo la importación de negros a la América Central y, además, porque los españoles concentraban a los mulatos en sus residencias citadinas mientras que enviaban a los esclavos negros a trabajar en las empresas agrícolas rurales. Es importante hacer notar que, en el cuadro demográfico general de Santiago y de otras regiones del país, se producían uniones de distinto tipo, formales o informales, estables o casuales, sinceras o violentas, en las cuales participaban todos los segmentos socios raciales. De este modo, el fondo genético de la sociedad guatemalteca, en su conjunto, se abigarró, hasta el punto de que, como ocurre en el mundo entero, el concepto de “raza pura” perdió todo sentido y, por ello, pareciera más propio hablar de poblaciones reproductoras (es decir, con más posibilidades de reproducirse fácilmente), en las cuales las reglas de la endogamia jugaron un papel no desestimable. Se puede afirmar, en consecuencia, que el punto de origen de la población no indígena fue la ciudad de Santiago y, más específicamente, las casas de españoles (aunque este último término también implicaba divisiones internas, determinadas por la riqueza y el prestigio social); allí, o en los alrededores, permanecieron importantes concentraciones de dicho segmento poblacional. Sin embargo, en los siglos XVII y XVIII, ya había focos de población ladina a lo largo de la Costa Sur, el Oriente de la provincia, así como en Honduras y El Salvador En resumen, y a reserva de nuevas investigaciones, se puede asumir que la población ladina apareció primero en el medio urbano, ya que sus desplazamientos y radicación en otras zonas estuvieron condicionados por la expansión agrícola, por la disminución demográfica de los indígenas y por el acceso a la tierra en dichas zonas que, por lo general, eran las más bajas y calidas. LOS CRIOLLOS Y EL CRIOLLISMO Generalmente se define a los criollos como los hijos de españoles nacidos en América. De modo más escrito, el termino se aplico a los descendientes de los españoles y de otros criollos. Sin embargo, más que el vínculo familiar o el lugar de nacimiento o residencia, la importancia de los criollos estriba en el espacio social que ocuparon, así como en el papel que jugaron en el proceso evolutivo de la sociedad colonial. Lo anterior quiere decir que, antes que un segmento exclusivamente radical o biológico; o bien uno definido en términos geográficos, los criollos construyeron un sector estructural de gran participación en la dinámica del régimen colonial. De esta manera, los criollos individualmente o como grupo, conformaron el fenómeno social denominado criollismo. En el reino de Guatemala, igual que en el resto de Hispanoamérica, el criollismo se origino en los propios años que siguieron a la conquista en el siglo XVI. Más como una concepción de la vida y la sociedad, como mentalidad y actitudes definidas, como un grupo social delimitado, alcanzo una particular importancia entre el siglo XVII y la emancipación. El criollismo, según lo pinta y lo representa personalmente el cronista Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, en su obra la Recordación Florida, se caracteriza por una actitud de justificación y exaltación de la empresa conquistadora y de la condición colonial; por la defensa especifica del mismo sector de los mismos criollos, en especial frente a los peninsulares; y también por la sublimación del mundo guatemalteco. Entre las principales reivindicaciones iníciales de los criollos (siglo XVI) figuraba la administración directa del corregimiento del Valle, cercano a la capital y de gran población indígena, cuya jurisdicción les disputa los primero gobernadores, control del ayuntamiento y de las alcaldías mayores; y otras preeminencias menores, como el derecho de los capitulares del ayuntamiento y de las alcaldías mayores; y otras preeminencias menores, como el derecho de los capitulares del ayuntamiento a usar cojines y a besar la paz en los oficios religiosos (reconocido solo a los magistrados de la audiencia ), y otras distinciones semejantes, entonces muy apreciadas. Los criollos se quejaban, igualmente de la indefensión del país frente a los piratas y corsarios. En el orden religioso a los piratas y corsarios. En el orden religioso pedían la categoría metropolitana para el arzobispo de Guatemala. En el orden fiscal, sus exigencias se enderezaban a la exoneración de impuestos, así como a la impugnación de los estancos aprobados por la Corona. En el fondo, y en rigor histórico, los intereses estructurales del criollismo se reducían, esencialmente, a una mayor libertad para explotar los recursos del país, en especial, el trabajo de los indios, el comercio la encomienda y otros muchos privilegios coloniales. El ayuntamiento, en un momento convertido en bastión y fortaleza de los criollos defendió los intereses de estos ante la corona los peninsulares, los indios, o contra quien se inter pusiera en el camino de la empresa colonial. En estos afanes, los criollos crearon conflictos y libraron batallas ideológicas políticas económicas, y otras de diverso género. En el campo intelectual, por ejemplo, sus contribuciones fueron extraordinarias, aunque sus objetivos no siempre quedaron explícitos. Además de La Recordación Florida de Fuentes y Guzmán, debe abonárseles la Crónica de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de Guatemala, de Francisco Vázquez, la valiosísima y extensa obra historiográfica y lingüística de Francisco Ximenez, aun cuando este era español; la creación literaria de Rafael Landivar; la apertura intelectual ante los aires renovados de la Ilustración ; la fundación de la sociedad Económica de Amigos del País que también tenían elementos españoles; la fundación de la Universidad de San Carlos , en 1861; el impulso al periodismo anterior a la Independencia , etcétera . La culminación del papel de los criollos, como grupo social fue la Independencia del Reino de Guatemala, proclamada el 15 de septiembre de 1821.