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INTRODUCCIÓN Guatemala se distingue de ser un país muy rico en recursos

naturales, también se distingue de ser un país Pluricultural y Multilingüe, en donde


cada etnia o raza se caracteriza por su historia. Años atrás, entre 1524-1821 vivió
una temporada a la que se llamó época colonial basándose como la explotación
económica de un territorio y del trabajo de los habitantes de este. La esclavitud,
constituyente en el dominio absoluto sobre una persona, fue un fenómeno que se
conoció no solamente en nuestro país Guatemala, sino también en los demás, y
países del viejo mundo (España, Portugal, áfrica, Rusia etc.). Tal fenómeno
arrasó con la vida de muchos nativos de muchos países, incluyendo el nuestro,
siendo usados como muebles, siendo vendidos y usados para mano de obra. los
españoles en innumerables ocasiones abusaron de los nativos, no solamente de
sus libertades sino de su condición digna. para los cuales hubo algunos que
defendieron los derechos de estos, como lo fueron los frailes, como fray Bartolomé
de las casas, defensor de los derechos de los nativos. La encomienda, que tuvo
un peso específico en el proceso de la conquista y la colonización de Guatemala.
La encomienda comprendía un núcleo de indios, entregados a un particular por el
término de la vida de éste y con frecuencia de la de uno o más sucesores, con el
compromiso de suministrarles víveres, ropas y habitación, y de educarlos,
beneficiándose en retribución, con su trabajo o el pago de un tributo. La
encomienda se oficializo en otros países del nuevo continente Repartimiento, lo
típico de un trabajo forzoso impuestas por los españoles a expensas de la libertad
a como también la capacidad productiva de una apreciable cantidad de indígenas.
Así como también hubo diferentes repartimientos, a continuación, se describen
algunos de estos: los de servicio ordinario de la ciudad, los de labranzas, los de
obras públicas, repartimientos para trabajos agrícolas, de minería o industrias
artesanales, así como también repartimientos especiales. La economía colonial
que tomo una parte importante en la época colonial, que se ocupa de los hechos
relacionados con la producción, distribución y consumo de bienes y servicios,
destinados a satisfacer las necesidades del ser humano. La tierra el ente que llevo
a muchos españoles a la ambición, ya que fueron controlados totalmente por ellos.
El descubrimiento de América estuvo legado a las relaciones comerciales entre
Europa y el lejano oriente; de ahí viene la importancia que, en su propio contexto
mercantil, España concedió el intercambio de bienes a través del atlántico. a lo
largo del periodo colonial, Guatemala mantuvo un intercambio comercial, casi
permanente aunque no siempre legal, con otras naciones, que entre ellas figuran:
nueva granada, Perú, y de manera indirecta filipinas y otros países del lejano
oriente. Los criollos, que fueron hijos de españoles nacidos en América, la
importancia de los criollos estriba en el espacio social que ocuparon. También
tuvieron un importante papel en el proceso evolutivo de la sociedad. otro ente, que
durante la época colonial, los grupos y las personas ocupaban determinadas
posiciones jerárquicas que, en general, se determinaban por razones políticas
económicas raciales y de prestigio social. La iglesia y la religión jugaron un papel
muy importante en la conquista y la colonización, porque uno de susobjetivo fue el
de reemplazar por el catolicismo todas las anteriores creencias. la sustitución de
los esquemas religiosos implico necesariamente, no solo la imposición de nuevas
creencias , valores e ideas sino la de nuevas formas de conducta y actitudes
diferentes frente a los hombres, en casi todos lo ordenes de la vida. Personaje
que jugó un importante papel en la religión colonista fue el primer obispo de la
diócesis de Guatemala francisco Marroquín. Los principales grupos religiosos
durante la colonia fueron los franciscanos, los mercedarios, jesuitas, y los
agustinos. Las fuentes principales en las que descansaba la iglesia católica para
su funcionamiento general eran: los salarios reales de los obispos, curas
doctrineros, y miembros del cabildo eclesiástico; ingresos derivados de la
administración de los sacramentos y de otras actividades religiosas; ofrendas y
limosna de los fieles; contribuciones forcivoluntarias de los indígenas a los curas,
a los que en esa época se llamaban “derramas”. Otra institución de la colonia fue
la inquisición que funcionaba como órgano jurisdiccional para castigar los delitos
contra la fe cristiana. En el idioma, en donde jugaron un papel importante los
religiosos, que con sus enseñanzas buscaron crear colegios mayores,
nuevamente francisco Marroquín, quien pidió al rey que se crearan colegios
mayores. Uno de los más antiguos de su género en Hispanoamérica, la
universidad de san Carlos de Guatemala, que se fundó según la licencia
contenida en la real cedula promulgada por el monarca español Carlos II La
época colonial se caracteriza así como también en avances en distintas ramas,
por lo cual algunos nativos llegaron a obtener desarrollo intelectual, físico y
espiritual. El presente trabajo, recaudado de diversas fuentes ha sido hecho
buscando el saber más sobre la época colonial de nuestra Guatemala, esperando
que satisfaga sus deseos de saber sobre la época colonial de Guatemala.

LA EPOCA COLONIAL DE GUATEMALA Un régimen colonial, en términos


generales, aplicables también a la situación que prevaleció en el Reino de
Guatemala entre 1524 a 1821, se puede concebir, en esencia, como la explotación
económica  de un territorio y del trabajo de los habitantes de éste, que
anteriormente gozaron de autonomía. En el caso de la sociedad colonial de
Guatemala  es decir, durante el periodo comprendido de 1524 a 1821, el aparato
económico, estrictamente considerado, descanso principalmente  a las siguientes
columnas  institucionales: Esclavitud, Encomienda, Repartimiento, servicios
personales, propiedad y utilización de la tierra, administración de la hacienda
pública, tecnología, trabajo artesanal y comercio. Básicamente, sin embargo, en
Guatemala , el régimen colonial gravitó en el trabajo de los nativos , ya que los
móviles generales  de la conquista , las coacciones  en que esta se realizó  y la
propia situación económico social  de España  y de la propia colonia .

LA ESCLAVITUD DE LOS INDIOS

El dominio casi absoluto de una persona sobremanera , equivalente a un derecho


de propiedad  que traduce en la anulación  de la libertad , la personalidad  y otros
derechos individuales  de quien ocupa la posición de esclavo , fue un fenómeno
que, con ligeras variantes , se conoció en todos los continentes , inclusive África ,
y casi de manera ininterrumpida  desde la antigüedad . En el siglo XVI  se conocía
en las sociedades del viejo mundo, así como en las sociedades mesoamericanas 
con la Pre conquista. En estas últimas, el estrato de los esclavos se integraba,
principalmente con prisioneros  de guerra  o criminales condenados por la
sociedad, pero los hijos de unos y otros no necesariamente heredaban tal
condición. En algunas zonas también se obtenían esclavos  mediante compra, el
cobro de tributos  por los señores o bien  por la comisión de varios y diversos
delitos.  Se les reconocía por su posición inferior en los procesos productivos  por
supuesto y , en algunos casos, por la correspondiente “MARCA”   en la cara y en
los brazos , tal como se hacía en Nicaragua , por ejemplo donde se usaba, para
tales efectos , un polvo negro hecho de carbón  de pino que se frotaba  en una
cortada hecha  la cara o en un brazo , para que la seña persistiera  después de
sanada la herida . Esta práctica  de la marcación fue continuada  por los
españoles después  de 1524. Estos en efecto  redujeron a la esclavitud  a muchos
nativos en los años cruciales  de la conquista y utilizaban una “G”   para marcar a
los esclavos  obtenidos en guerra , y una especie de “R”  compuesta ,  para los
llamados  “ESCLAVOS DE RESCATE” . Estos últimos  eran precisamente los que
ya tenían tal condición  en las sociedades prehispánicas, y de cuya existencia
anterior  persisten pruebas documentales, pictográficas y lingüísticas  en la
actualidad. Estas pruebas  se refieren  a casi todo el territorio de la antigua
Mesoamérica  y, en muchos casos, ponen de manifiesto ciertas prácticas  de
excesiva crueldad  asociadas a la esclavitud  de aquella época. Como en otras
partes del viejo mundo, en la Guatemala prehispánica  la esclavitud implicaba un
derecho u derecho de propiedad sobre la persona  del esclavo, lo que incluía los
frutos del trabajo, así como la privación de la vida  de éste si se trataba de uno
propio, o de una obligación de resarcimiento en el caso de uno ajeno.   Desde
entonces, se tomaron medidas efectivas para que tal practica no continuara, y se
ordeno la liberación de muchos indígenas que se conservaban bajo dicho régimen.
Es justo reconocer, por otra parte, que también hubo fuertes voces de crítica, de
denuncia, de abierta condena  a la política esclavista que España y los colonos
españoles  desarrollaron en América central. Entre tales voces , a pesar de que
había  también religiosos  comprometidos en dichas practicas , destacaron la del
licenciado  Cristóbal de Pedraza , protector de los indios y Obispo de Honduras ,
quien envió una cruda” Información “ sobre la situación esclavista en ese país  y
por supuesto la voz implacable  de celebérrimo Fray Bartolomé de las Casas. Y en
España, precisa decirlo, algún eco tuvieron aquellas voces  detonantes, cuando
menos en el ámbito  del “debe ser” inherente a las leyes nuevas. Otra modalidad 
irregular, entre los muchos  procedimientos  usados para burlar el precario control
de la práctica esclavista, consistió en la venta, en calidad de esclavos, de muchos
indios sometidos al régimen  de la encomienda. Estos por definición , eran
individuos libres , con la única obligación  del pago del tributo a su encomendero,
pero este,  en componenda  con funcionarios,  religiosos , traficantes  y
eventualmente  con los caciques locales , se las ingeniaba para participar  en el
mercado de esclavos , a expensas de la libertad  de sus encomendados  y del
ingreso  regular que constituía  el tributo  

LA ESCLAVITUD DE LOS NEGROS: Los primero núcleos de esclavos negros,


paradójicamente se localizaron en el propio continente africano. Desde una época
no precisada, y como consecuencia de guerras intertribiales o de peculiares
estructuras socioeconómicas, unos negros eran sometidos a la esclavitud  por
otros de sus congéneres, tal como ocurrió en el propio contexto  de las sociedades
precolombinas de América. En aquellas circunstancias primigenias , la esclavitud
era fuente de mano de obra  y de prestigio social para los amos, pero en los
procesos productivos  generales no alcanzo  la importancia  y la envergadura  que
la caracterizaron  cuando comenzó el trafico  trasatlántico , derivado este de la
expansión colonizadora  de las potencias occidentales . En cuanto a las políticas
esclavistas  institucionalizadas  por España con relación con el nuevo mundo, es
significativo consignar que  en 1518, Carlos I autorizo  el envió masivo de 4000
negros  a las islas del Caribe. Esta concesión de libero de impuestos por cuatro
años, y se prohibió toda negociación  semejante por quienes  carecieran  de
permiso  expreso. En las postrimerías del siglo XV  todavía se manifestó 
abiertamente la rivalidad, entre España y Portugal, por el control del comercio
esclavista, pero las bulas papales de 1493 favorecían el derecho  esgrimido por el
segundo de dichos países,  y así se reconoció  por ambas naciones en 1494. Al
tenor de este acuerdo, a los portugueses se adjudico  el derecho exclusivo de
sacar esclavos del continente Africano. Este trafico empero, no pudo obviar cierto
control  ejercido por los banqueros genoveses, como tampoco se pudo ignorar  la
oposición de la casa  de contratación de Sevilla, que reclama sus derechos
monopolísticos  en el comercio con las Indias. Posteriormente concluido el 
predominio portugués, se elimino la institución del asiento, y el tráfico de esclavos
negros  disminuyo en una medida que afecto a la creciente demanda de los
colonos españoles  en América. El rey por lo tanto, ante el aumento  del
contrabando y otras  presiones colaterales, opto por restablecer el asiento, y
entonces fueron los holandeses los encargados de proveer  de negros a los
asentistas. En la primera mitad del siglo XVII, el tráfico esclavista  estaba
generalizado en el Caribe, y de él se beneficiaban las potencias europeas. La
demanda comenzó crecer  entre los colonos Españoles, en cuyas filas figuraban
miembros  de las órdenes religiosas, como los propios dominicos que, por otra
parte, destacaron en la defensas de los indios. Ante la posibilidad de trasladar
esclavos blancos, que también los había disponibles en Europa  como judíos,
rusos, egipcios, libaneses, guanches (originarios de las islas canarias), etc. Los
interesados es decir, vendedores y compradores, prefirieron a los Bozales, que
eran los esclavos capturados  en África y que no habían tenido  contacto directo
con la civilización occidental. Se suponía que estos podían ser mas fácilmente
cristianizados, en lo cual se reflejaba los intereses de la iglesia; que estaban en
capacidad de resistir  las enfermedades europeas, puesto que el contacto indirecto
había desarrollado cierta disposición inmunológica; que podía obtenerse su
docilidad  y sometimiento, precisamente por su desarraigo; y que mas, importante
aun, estarían en aptitud de desempeñar  las tareas pesadas y peligrosas  que, por
razones de clima u otras similares, ni españoles, ni indios podían asumir. En los
procedimientos  de venta o de subasta los negros eran sometidos a exámenes 
para detectar defectos físicos  (verbigracia, mataduras en la piel, falta de dientes,
extremidades deformes) o supuestas taras “morales”    (por ejemplo, la rebeldía la
inadaptación por nostalgia etc.) ya que ello  determinaba su precio  y, sobre todo
su aptitud  para calificar como una “pieza”, es decir como un esclavo normal y
joven. Por lo general eran marcados, ya con el fierro del general, del asentista o
de sus nuevos amos. En  Guatemala las” piezas” debían reunir ciertos requisitos,
como altura, fuerza salud, etc.  Y se les clasificaba, según se tratara de niños,
jóvenes o viejos, en las categorías denominadas  “mulequin” (hasta 6 años era
media pieza), “muleque” (de 6 a 12 años) y “mulecón” (de 12 a 18 años),
respectivamente. Esto determinaba la demanda  y el consiguiente precio. Es
interesante  anotar que los primeros esclavos negros llegaron a Guatemala  en la
propia expedición inicial de Pedro de Alvarado, aunque son precarias las
informaciones  precisas al respecto. Arribaron, como tales, desprendidos  de los
grupos de sus congéneres  que ya existían en México  y en la Antillas, cuando no
se había iniciado  todavía otras formas  de explotación de mano de obra nativa,
como las que se  relacionan con la propia esclavitud, con la encomienda, el
repartimiento y los servicios  personales. La iglesia no se opuso categóricamente a
la esclavitud  y al tráfico de negros y, precisamente los dominicos, en cuyas filas
figuraron  algunos de los más conspicuos  defensores de los indios, poseían
muchos esclavos africanos  en sus propias haciendas. Una de las más famosas
de estas   fue la de San Jerónimo, en baja Verapaz, fundada  desde los comienzos
de la colonización. En dicha hacienda, reputada  como una de las grandes
empresas agroindustriales  de la época, se fabricaba, además de azúcar, un
aguardiente cuya fama trascendió las fronteras del reino, así como otros productos
diversos. Fue fundada en una fecha imprecisa  entre 1540 y 1550, por los
dominicos que llegaron en pos de las Casas  y los acompañantes de este. Si se
analiza la magnitud  de empresas agroindustriales , como la hacienda de san
Jerónimo  u otros ingenios o trapiches  menores que abundaban en el reino, pero
en un contexto mas amplio; y si se considera el peso que tuvieron  productos
como el añil, el azúcar, e inclusive la minería, los servicios personales, etc.  Se
puede medir el verdadero papel que jugo  la esclavitud  de los negros en la vida
económica de la colonia. Los esclavos negros siempre tuvieron una condición
diferente  a la de los indios, inclusive  la que correspondía a quienes, entre estos
últimos, se tenía también por verdaderos  esclavos. Aquellos por ejemplo, siempre
fueron “comprados”, como una cosa mueble, en tanto que los indios desde el
principio, eran simplemente “tomados”  por los españoles. La esclavitud de los
indios, por otra parte  se prohibió reiteradamente; por ejemplo, de modo taxativo,
en las leyes nuevas.  Los negros además no estaban sujetos  al pago del tributo,
como lo estaban los indios  bajo la encomienda. Solo cuando adquirían la
condición de hombres libres, mediante la manumisión, la compra de su libertad  u
otros procedimientos, los negros adquirían la obligación de pagar, en calidad de
tributarios de la corona, dos tostones al año. Finalmente las transacciones 
referidas a un esclavo  negro pagaban los impuestos  de alcabala y almojarifazgo.
Las ocupaciones de los esclavos negros no variaron en la etapa final de la colonia,
aunque fueron objeto de regulaciones  especiales;  estas se referían también a la
educación  y, en general al trato  que debía darse a los esclavos  sometidos al
régimen en cuestión. El punto ultimo de la esclavitud  de los negros se marco  en
Guatemala en 1823  cuando la asamblea constituyente  decreto la abolición de
aquel  fenómeno social, que tubo considerables repercusiones  económicas en la
anterior  etapa de la colonia .  LA ENCOMIENDA La encomienda es una
institución muy peculiar, que tuvo un peso específico en el proceso de la conquista
y colonización de Guatemala. Se suele confundirla con el repartimiento  de indios
e inclusive  con la esclavitud  y, al parecer, ello se debe  a la forma difusa  en la
que el termino  se uso desde la época  inicial del descubrimiento, a las distintas
regulaciones  a las que fue sometida  durante muchos años  y, sobre todo ala
enorme disparidad  que existió entre  la concepción teórica  de la institución  y la
utilización practica  que hicieron de ella  los conquistadores, colonos e inclusive 
funcionarios españoles.. En el caso de la encomienda, así como en el  de otras
instituciones  y fenómenos coloniales  de distinto genero, todo tipo de
generalizaciones  debe estar sujeto a criterios relativos de tiempo, espacio y
circunstancias. Por ejemplo entre las muchas premisas  de las que se pudiera
partir  para definir la naturaleza de los principales hechos sociales  de la era
colonial se pueden citar las siguientes: v  Desde las expediciones de colon, los
reyes católicos resolvieron  que los nativos de las tierras  descubiertas debían ser 
considerados y tratados  como “vasallos libres”  de la corona. v  El carácter
mercantil  de la empresa de la conquista  y de la colonización, impuso 
condiciones de interés económico, como las contenidas  expresamente  en las
“capitulaciones “, que no se pudieron soslayar, aun cuando ello significara  violar
los principios  de la equidad y de la justicia. v  Como parte de la realidad colonial,
existió siempre una contraposición  entre los que postulaban  idealmente las leyes 
y la reacción que estas provocaban  entre los actores  de las relaciones sociales 
que ellas regulaban. v  La dinámica colonial, del mismo modo que ocurre  en el
ámbito de la dinámica  social en general, obligaba a una permanente adaptación  y
readaptación  de las leyes frente  a la conducta real, lo que ocurría también a la
inversa. Respecto  de la primera premisa , existen pruebas documentales que
señalan la intención  inicial de los reyes católicos  en cuanto a considerar a los
indios  como “VASALLOS LIBRES” , lo que implicaba la obligación  de pagar un
tributo , tal como lo hacían también lo súbditos  españoles . Así lo anuncio
claramente el propio Colon  desde sus primeros contactos  con los indios, estos
empero, se opusieron a tal disposición, sobre todo porque el tributo se taso en oro,
en cantidades y condiciones  que ellos no podían satisfacer  con facilidad. Los
aborígenes por otra parte, en todos los rincones de nuevo mundo  comprobaron
pronto que la brújula  que orientaba alas expediciones  españolas era más bien 
de carácter económico. Es preciso reconocer que en casi todas  las sociedades
prehispánicas, particularmente  en aquellas en las que se había  alcanzado  un
cierto grado de desarrollo , como los principales  señoríos  “Guatemaltecos” del
siglo XVI o la sociedad maya del periodo clásico, el tributo formaba parte de la
organización social, aunque con  las variantes asociadas de cada época  y a uno y
a otro contexto .  Por lo tanto el pago de un tributo  a la clase gobernante, que
desde el principio hasta el final  de la existencia  institucional  de la encomienda
puede definirse  como un elemento substancial  de esta, no era totalmente 
desconocido para los nativos. La disposición reiterada mas de una vez  por la
reina, por la cual los indios fueron declarados  “súbditos de la corona”, es decir
“vasallos libres”, obligados únicamente al pago del tributo  real derivado de dicha 
calidad, provoco  también la decidida  oposición de los primeros  colonos de la
española, y una encendida polémica  que trascendió  a los ámbitos políticos  y
académicos  de la propia España. Se dispuso entonces que para aceptar aquella
calidad en los indios, era necesario demostrar  que estos eran capaces de “vivir
solos”, “en policía” (políticamente organizados), como los españoles. Las
opiniones sobre este tema específico  proliferaron  en direcciones opuestas. Los
argumentos que negaban la aludida  capacidad en los nativos  solían remontarse
a los postulados  de Aristóteles, en los que se aceptaba  como legitimo el
gobierno  de los seres superiores. Se aducía desde  dichas  posiciones, para
demostrar inferioridad  de los nativos, el “salvajismo” de estos, su idolatría, su
condición de “vagos”, “borrachos”, rebeldes e inclusive, su falta de ambiciones  o
del simple deseo  de adquirir riquezas. Se les adjudicaban, en fin, muchos otros
atributos  negativos, que con el tiempo llegaron a convertirse  en sólidos
estereotipos, en los cuales se apoyaba la tesis  de que no podían vivir  sin la tutela
o la supervisión de los  españoles, es decir sin estar “encomendados “ a estos.
Quienes  sostenían la opinión contraria , como algunos frailes dominicos , entre los
que ya comenzaba a descollar  Fray Bartolomé de las Casas , se apoyaban en los
principios y valores  cristianos, en la avaricia de los españoles, en la inclinación de
estos de amasar fortuna  con facilidad y a expensas  del trabajo de otros, en la
inconsistencia de la “guerra justa “ y la consiguiente inviabilidad  moral del
derecho  de conquista.  Por encima de que los indios  fueran salvajes o racionales,
se preguntaban muchos de  quienes se perfilaban  ya como defensores  de ellos:
¿era justo, y propio de cristianos, despojarlos de sus tierras, ponerlos a trabajar,
obligarlos a pagar tributo, convertirlos en esclavos  y marcarlos como tales? Las
posiciones parecían muy consolidadas  en uno y otro bando. Un viejo colono de
nombre Antonio de Villasante, que residió en la española  desde 1493, por
ejemplo basado en vivencias  y hechos concretos, sostenía que los indios  no eran
capaces de gobernarse solos  y vivir en libertad. Las casas a su vez, consigno en
algún pasaje de sus obras que, cuando  predico la primera vez  contra la
encomienda, los colonos  “manifestaron tanto asombro  como si hubiera
declarado  que no tenían derecho a la labor  de las bestias en el campo”. En el
concejo de las indias se discutió, oportunamente, el asunto de fondo. La
conclusión respectiva  se consigno en la clasificación de las leyes de burgos, un
documento legal promulgado  el 28 de julio de 1513. Se declaro ahí que los indios 
eran capaces de vivir solos, pero se reconocía así mismo, la necesidad que se
beneficiaran  suficientemente del contacto  con los españoles, hasta demostrar
que podían convertirse en cristianos  y auto gobernarse, se establecía también
que en tales condiciones, debía respetarse su libertad, aceptar sus mecanismos
de autoridad  y ordenarles que pagaran los impuestos  a que estaban obligados
todos los súbditos  del rey. La aludida resolución real, si embargo, como tantas
otras emitidas  a lo largo del periodo colonial, “se acato pero no se cumplió “. Por
el contrario los primeros colonos, que ya tenían indios repartidos  a su servicio y
que se empeñaban en acumular riquezas  de manera rápida  protestaron
airadamente, e impulsaron un flujo de quejas  u argumentaciones ante la corona.
Con el fin de dilucidar la delicada situación en la que los hechos en torno a la
colonización  se oponían las leyes, en 1516 la corte resolvió  integrar una comisión
de tres frailes  jerónimos encargada de resolver el asunto en las propias indias. En
1517, en la española, los religiosos  indicados  recogieron la opinión de colonos 
viejos, de autoridades civiles, de eclesiásticos, etc.  Y su dictamen general fue
categórico: los indios no eran capaces de vivir solos  en forma civilizada. Al
parecer, los comisionados actuaron  de manera un tanto amañada  o bajo la
presión de circunstancias, lo que fue denunciado por los dominicos, encabezados
por la Casas. E n síntesis, y como resultado del informe  de los frailes  jerónimos,
los indios fueron agrupados  bajo el control  de administradores y frailes. Por otra
parte los indios, no fueron en general, reconocidos como esclavos, aunque
algunos se redujeron  a esta condición en las circunstancias en las que se
considero  “esclavos de guerra” y de “rescate”. La referida y un tanto ambigua,
situación de los indios  “encomendados”, tampoco significa que no existieran
abusos, los malos tratos, y sobre todo, lo servicios  personales  de los que fueron 
victimas los aborígenes. En todo caso sin embargo, los sujetos a la encomienda
conceptualmente eran considerados “vasallos libres” del rey  y por lo tanto
tributarios; no eran equiparados en una cosa mueble, objeto de propiedad privada,
vendible exportable, mercable, como fueron los típicos esclavos. Tampoco eran
equiparables  del todo,  a los que se llamaron “aborias“, ósea una especie de
empleados domésticos.

LA ENCOMIENDA EN GUATEMALA Con todas las experiencias adquiridas en las


Antillas y después en México, Pedro de Alvarado emprendió la conquista y
colonización de Guatemala, como también lo hicieron Pedrarias Dávila, Gil
González Dávila y otros que iniciaron sus respectivas campañas desde Panamá,
por supuesto recurrieron a la esclavitud de los indios, a la encomienda, al reparto y
a los servicios personales. Para que los indios Quichés se sometieran en forma
pacífica, Alvarado amenazó con reducir a la esclavitud a quienes no obraren del
modo requerido. Después de las acciones bélicas en Quetzaltenango y
Gumarkaaj, y de la ocupación de Iximché y la rebelión de los Cakchiqueles,
Alvarado redujo a una virtual esclavitud a muchos indios; considerados “de guerra”
o bien de “rescate”. Repartió indios al servicio suyo y la hueste española, también
estableció formalmente la encomienda. El pago de tributo era el rasgo que  definía
a la última institución pero en ciertas ocasiones, Alvarado aceptó que los Señores
Zutujiles pagaran aquellos tributos con indios que fueron recibidos como esclavos.
Alvarado impuso al pueblo de Patinamit un irregular tributo  que cada día
cuatrocientos muchachos y muchachas le diesen un canutillo de oro lavado del
tamaño del dedo meñique. La diferencia entre la esclavitud y la encomienda  es
que el segundo se condicionaba la calidad de esclavo al incumplimiento del pago
del tributo, rasgo, este último se consideraba consustancial a la encomienda. El
primer gran reparto de pueblos en encomienda fue hecho, en 1528, por Jorge de
Alvarado, Gobernador y hermano de del jefe de la expedición de conquista en
Guatemala. Se repartieron mas de cincuenta pueblos en la encomienda ello hizo
que en 1529 se suscitara una serie de protestas departe de los afectados. Provocó
el juicio  de la Residencia que ordenó la Audiencia de México contra el
Gobernador, tenientes de gobernador y otros funcionarios de Guatemala.
Francisco de Orduña, que actuó como juez no alteró el reparto hecho por Jorge de
Alvarado  se limito a asignar a nuevos titulares de las encomiendas que estaban
vacantes. En 1530 Alvarado anuló el reparto hecho por su hermano Jorge, e hizo
uno nuevo; éste también suscitó aprobaciones e inconformidades. Alvarado se
adjudicó la encomienda de Atitlán, del cual la mitad le pertenecía a Sancho de
Barahona y Pedro de Cueto. Posteriormente tuvo que devolver la encomienda. En
consideración a las injusticias con los primeros repartimientos en 1530, el
Ayuntamiento de Guatemala Pidió al Rey que éstas se concedieran a perpetuidad
para evitar despojos o transferencias arbitrarias. La Corona decidió controlar estos
vicios, permitió que las transferencias pudieran heredarse “por una vida”, es decir,
por una sola vez, en favor de una viuda o del hijo mayor de un encomendero
fallecido.  En 1536 se ordenó una revisión y una tasación de las encomiendas en
Guatemala, en el cual intervinieron Alonso de Maldonado,  y el Obispo Francisco
Marroquín; de estas actuaciones se derivaron algunas mejoras para los indios
encomendados, sobre todo en cuanto a la rebaja de los tributos. Pedro de
Alvarado resultó afectado en el Juicio de Residencia que realizó Maldonado, ya
que se había adjudicado siete de los mejores pueblos del territorio guatemalteco
(Atitlán, Guazacapán, Escuintla, Petapa, Quetzaltenango, Rabanal, y
Totonicapán). Alvarado obtenía ingresos de cerca de diez mil pesos al año, a lo
que se agregaba una cantidad similar recaudada en las encomiendas en
Honduras. Las acusaciones no pudieron ser desvanecidas por Alvarado, sobre
todo las que se referían a obtener los mayores beneficios del trabajo de los indios.
El trabajo artesanal Los primeros artesanos llegaron en las propis filas
expedicionarias que, comandadas por Pedro de Alvarado, se instalaron
sucesivamente, en las afueras de Iximche, en Almolonga y, por último, en la
ciudad edificada en el valle de Panchoy. Desde el principio, los que practicaban
aquellos oficios, a quienes se consideraba menesteroso o servil, fueron objeto de
cierta marginación social. Sin embargo, sus servicios se hicieron tan
indispensables en las huestes de Alvarado, que no solo impusieron algo
estipendios y tratos especiales, sino que, con el tiempo, hasta obtuvieron
encomiendas y un status que ya no correspondía a la práctica de sus oficios: “y
porque los oficiales de todo género de obras, conociendo la necesidad que de
ellas tenia los que las mandaban hacer. Y como por la condición liberal que tenían
no reparaban en dar todo lo que por ellas les era pedido, se había encarecido
tanto, que al sastre le salía a real cada puntada que daba, y el zapatero vendía tan
cara su obra que dando a otros zapatos con suela de cuero, las podía echar en los
suyos de plata y el herrador hiciera siquiera todos sus instrumentos de oro,
inconveniente muy grande para una República antigua, cuando y mas apara una
nueva y recién fundada. Por lo cual se le dio remedio en el Cabildo que se tuvo a
los doce de diciembre de este año de mil y quinientos y veinticuatro, haciendo
arancel para los oficiales y señalando con justos precios lo que cada uno había de
llevar por el trabajo de sus manos”. (Remesal, T.I, pagina 23) Es de justicia
reconocer que los frailes dominicos, mercedarios y franciscanos desempeñaron
una paciente y continuada tarea en cuanto a la enseñanza de los oficios
artesanales entre los indígenas. De esta manera, a finales del siglo XVI, ya existía
un apreciable numero de indios, castas y negros, que atendían tales menesteres,
bajo las regulaciones que a la sazón estaban ya vigentes. Muchos de ellos, en
efecto, se ganaban la vida como carpinteros, herrero, zapateros, sastres,
tejedores, etcétera. Del aprendizaje artesanal se beneficiaron indios que tenían la
condición de esclavos antes de la aplicación de las Leyes Nuevas, así como
negros de la misma condición que, por distintos medios, habían obtenido su
libertad. Algunos de estos se quedaron a vivir en las inmediaciones del convento
de Santo Domingo, en la ciudad de Santiago y, como los indios citados, estuvieron
exentos del pago del tributo, cuando menos por algún tiempo. Por estas razones, y
porque además tenían pequeñas sementeras en los contornos de la ciudad, así
como un cierto contacto permanente con los religiosos mencionados, a quienes se
acusaba de aprovechar, en alguna medida, el trabajo de aquellos esclavos
convertidos. El trabajo agrícola y el de minas La agricultura fue el campo principal
de trabajo de los indígenas; primero, la concerniente a los productos de
subsistencia, necesarios tanto para la propia población nativa como para los
españoles; y posteriormente, la que comprendía los artículos de exportación. El
maíz, el frijol, el chile, las calabazas, etcétera, conservaron su importancia en la
dieta básica y, por consiguiente, en el trabajo de los nativos. Los colonizadores, a
su vez, de manera paulatina, introdujeron otros cultivos y actividades
agropecuarias, en los cuales también fue decisiva la mano de obra de los
indígenas. El trigo, la caña de azúcar, los plátanos, varias otras frutas y verduras,
la ganadería, la minería, así como diversas actividades artesanales nuevas,
demandaron el trabajo de los indígenas, el cual se encauso por los diferentes
procedimientos forzosos y voluntarios, de los que se deponía en la sociedad
colonial de la época. Muchos cultivos de autoconsumo, así como los que se
dedicaron después a la exportación, eran atendidos, por los labradores
aborígenes, al mismo tiempo. El Cacao Además del maíz, que tenía un
considerable valor nutricional y una evidente connotación cultural extremadamente
importante entre la población nativa, otros productos de origen americano
atrajeron la atención empresarial de los españoles. Entre ellos ocupo un lugar
preferente el cacao que, además de bebida ceremonial muy apreciada, se uso
como moneda en muchas transacciones comerciales. Los españoles lo utilizaron
en las dos formas, y después lo exportaron a Europa. Las principales regiones
cacaoteras del Reino de Guatemala estaban situadas en los actuales territorios de
soconusco, Suchitepéquez y el Salvador, sobre la Costa del Pacifico, y allí, por lo
tanto, se concentraba una buena parte de la mano de obra indígena. El cacao
sirvió, a los indios, para pagar el tributo en especial el que demandaban los
encomenderos, pero también sirvió a estos para cubrir el pago de los salarios,
cuando comenzó a generalizarse el repartimiento y el trabajo remunerado en
general. El valor del cacao estuvo sujeto a oscilaciones derivadas de los cambios
a los que estaba sujeto el régimen de trabajo, principalmente a raíz de las
reformas introducidas por López de Cerrato. También incidió dicho producto en la
intrincada red de las relaciones de poder, en la que, asimismo, actuaban
activamente las Órdenes Religiosas, así como los diferentes sectores que se
disputaban la ocupación o control de los principales territorios cacaoteras, tal es el
caso de Los Izalcos y Tacuxcalco, en El Salvador, y los otros, ya citados, en la
costa de Chiapas y de Guatemala, sobre el Pacifico. El caco, en la segunda mitad
del siglo XVI, se exporto, en cantidades considerables, también a México y a Perú,
y de ello la Corona y los colonos obtenían pingües ganancias, aunque estas
mermaban, en montos considerables, cuando la exportación se hacía de
contrabando y se burlaban los impuestos respectivos. La Caña de Azúcar Este
cultivo, que requería inversiones, clima y procedimientos de producción un tanto
más especializados, no demando mucha mano de obra indígena, sobre todo
cuando, por medio de las Leyes Nuevas, inclusive se trato de proteger a los indios
de los efectos nocivos que aquella actividad causaba en su salud. Aun así, y a
falta de suficientes negros dedicados a la actividad azucarera, se utilizaron
indígenas en ingenios y trapiches localizados en varias regiones. Amatitlán, donde
los jesuitas tenían grandes plantaciones de caña; Verapaz, donde los dominios
eran los grandes azucareros; y otros lugares, como Sonsonate, Granada, León,
Petapa, etcétera, fueron centros azucareros de importancia, que absorbieron
muchos trabajadores negros, esclavos o manumitidos, pero también un volumen
de mano de obra indígena relativamente importante. El añil, la zarzaparrilla, la
cochinilla, la extracción de metal en los centros mineros de Honduras,
principalmente,  y la explotación de la sal, en la Costa del Pacifico, fueron otras
actividades que demandaron mano de obra indígena, ya bajo el régimen de la
encomienda, ya bajo el del repartimiento, e inclusive por medio de las formas
contractuales que también se utilizaron en la captación de la mano de obra de los
indios. Trabajo por Contrato Los contratos de trabajo, cuyos antecedentes más
lejanos y generales pudieran localizarse en la tradición del Derecho Romano, que
no era extraña en el mundo occidental del que formaba parte España, se
celebraban ante un notario y en presencia de testigos que, en muchos casos, era
uno de los Principales del pueblo al que pertenecía el indígena contratado. Mas
importante aun, en los contratos, de los cuales se suponía que se celebraban
libremente, se hacía consignar expresamente la voluntad de las partes
contratantes y se establecía, asimismo, en clausulas especificas, la clase de
trabajo contratado, el salario convenido, las condiciones en las que se prestaría el
servicio, así como otras exigencias de las partes, para asegurar el cumplimiento
de la convención o arreglo aprobado. Muchos de los contratos aludidos, que se
registraron en los Libros de Protocolos de los escribanos, que todavía se guardan,
por ejemplo, en el Archivo General de Centro América (AGCA9, no pueden
definirse exactamente como un instrumento para establecer una prestación
forzosa de servicios, aunque no por ello carecían de la fuerza coercitiva que
derivaba de su carácter legal especifico. No se puede negar, por otro lado, que en
las particulares circunstancias de la sociedad colonial guatemalteca del siglo XVI,
y aun de las centurias siguientes, las partes contratantes no podían disponer de
una equitativa capacidad contractual, y tampoco de la misma posición de poder
que indudablemente se refleja en la factura y la ejecución de un contrato, pero
ello, en mayor o menor grado, es un elemento inherente a casi todos los
compromisos de tipo jurídico. En todo caso, los indígenas disponían también de
los recursos legales para impugnar un contrato irregular, así como el
incumplimiento, doloso o no, de este tipo de instrumentos. Los Libros de
Protocolos, a los que se ha hecho referencia antes, datan principalmente de 1570
y de los años siguientes, y se refieren a una enorme diversidad de servicios. En un
caso especial, por ejemplo, un arriero fue contratado para conducir un patacho de
mulas, en un viaje de ida y vuelta a la ciudad de México, con derecho a comida,
bebida y un salario determinado, durante los siete meses que duraría el
compromiso. Los libros citados, asimismo, contienen contratos que se refieren a
servicios prestados por vaqueros, panaderos, labradores, trabajadores en los
obrajes de añil, sirvientes, etcétera. En la categoría de prestación de servicios
sancionada por medio de contratos legales, se incluían los “contratos de
aprendizaje”, por medio de los cuales un maestro artesano y alguien que se
proponía aprender el oficio respectivo, adquirían derechos y obligaciones
reciprocas, claramente establecidos en el instrumento jurídico. Esta era, sin duda,
una modalidad inválida al sistema de los gremios artesanales, introducido por los
españoles. La economía colonial La economía, generalmente considerada, se
ocupa de los hechos relacionados con la producción, distribución y consumo de
bienes y servicios, destinados a satisfacer las necesidades del ser humano. En el
presente capitulo, sin embargo, se dedica atención solo a algunos de los factores
intervienen en la producción, tales como la tierra, los bienes físicos de capital, la
tecnología, la agricultura, la minería, la manufactura, el comercio y las finanzas
publicas. El trabajo, que es, asimismo, uno de los factores más relevantes en los
procesos de producción, ya fue objeto de análisis en los capítulos precedentes. La
tierra Los territorios descubiertos por Colón, como se indico ya en paginas
anteriores, fueron adjudicados en propiedad, por medio de las bulas Intercederá
emitidas por el Papa Alejandro VI, a los reyes de España, quienes podían,
además, traspasarlas a terceros, ya en propiedad, ya en usufructo. A solicitud de
los primeros expedicionarios, por lo tanto, y después de presiones de muchos
funcionarios reales, los reyes concedieron las primeras mercedes de tierras, pocos
años después del Descubrimiento. Inicialmente, y movidos por intereses más
inmediatos, los expedicionarios se  mostraron un tanto reticentes a poblar la tierra
de modo permanente. La Corona, en consecuencia, desde 1513, inicio una política
de poblamiento, que incluía el derecho a un solar, a tierras de labranza y a crianza
de animales domésticos. Este tipo de repartimiento de tierras se hizo por medio de
“peonias” y “caballerías”, según se entregaran a un soldado de a pie, o a uno de a
caballo; las primeras median 300 pues de largo por 150 de ancho, y la segundas
tenían 600 de longitud por 300 de anchura. Dicho procedimiento incluía algunas
exigencias especiales,  como las de ocupar y trabajar la tierra y la de no afectar la
que ocuparan los indios. La facultad de adjudicar los bienes inmuebles la ejerció al
principio, de  manera legal, el Ayuntamiento, pero, después de las Leyes Nuevas
(1542 -1543), fue atributo de las Audiencias respectivas. En los centros urbanos
que fundaron los españoles, en cuya traza se aplico el modelo rectangular, o de
“parrilla”, además de los solares urbanos otorgados a particulares para que
hicieran sus casa, se establecieron los ejidos y las dehesas, que se conocían
también con el nombre de “tierras de propios” y que, situadas en los alrededores
del poblado, se destinaban al uso común de los vecino. De la misma manera se
procedió en relación con los pueblos se indios, o “reducciones”, cuando estos
fueron establecidos a mediados del siglo XVI. Antes de esta fecha, en efecto , no
se regulo, de modo alguno, la propiedad u ocupación de los indios sobre sus
tierras, esto último permitió una extendida practica de despojos de tales bienes,
que se trasladaron, en apreciable proporción, sobre todo en las regiones cercanas
a las ciudades, a algunos de los conquistadores y de los primeros colonizadores.
Los indígenas, sin embargo, tenían sus propias concepciones sobre la relación
entre los hombres u la Tierra, en las cuales, a diferencia de los europeos,
prevalecían los elementos culturales sobre los puramente económicos. Ello no
quiere decir que se ignoraran del todo los derechos de propiedad privada, y aun
los derechos comunales que ejercían ciertas parcialidades prehispánicas sobre
algunas tierras, estos últimos e reconocieron por las autoridades coloniales,
siempre y cuando se consumaran los trámites judiciales correspondientes. Así lo
indican también las “crónicas” o “títulos” indígenas que, por lo general, se
escribieron para legitimar aquellos derechos. En cuanto a la propiedad privada,
principalmente se consolido la que ejercían, desde antaño, los Señores o
gobernantes de los señoríos indígenas. En las postrimerías del siglo XVI, la
Corono impulso una política agraria mediante la cual se trataba de recuperar las
tierras poseídas sin “justo titulo”, pero dejo abierta vía de la “composición”, que era
un mecanismo legal para legitimar la posición de facto, o la ampliación arbitraria
de las propiedades inmuebles. Este procedimiento, que implicaba un pago directo
a la corona, permitió a esta agenciarse ingresos adicionales, los cuales le eran
necesarios y respondían, de modo más directo, a objetivos de carácter mercantil.
Posteriormente, la “composición” fue sustituida por la “composición” fue sustituida
por la “confirmación”, la que, a su vez, equivalía a un procedimiento de
legalización de los títulos de propiedad, o bien, fue reemplazada por la venta de
tierras realengas en pública subasta. Ambos métodos favorecieron a los
propietarios españoles, ya que se promovieron en desmedro de los antiguos
derechos de los indígenas.
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_____________ En el reino de Guatemala, la tierra adquirió mayor valor en la
medida en la que se comprobó la ausencia de yacimientos minerales de
importancia, y la creciente demanda respectiva se canalizo por los siguientes
procedimientos: mercedes reales, compraventa, donación, arrendamiento y
usurpación. El primero se utilizó, de modo preponderante, después del
asentamiento de la ciudad de Santiago, en Almolonga, en 1527. En forma más
bien católica, pero intencionada, a tal punto que se revisó la distribución apenas
un año después, la tierras circunvecinas fueron adquiridas por vecinos españoles,
por el clero, y también, en forma comunal, por los indígenas. Los dos grandes
repartos iníciales de tierras, el primero hecho por Jorge y el otro por Pedro de
Alvarado, provocaron protestas entre los vecinos desfavorecidos, pero el segundo
se consolido finalmente. Los nuevos propietarios, inclusive varios artesanos,
recibieron solares cercanos a la ciudad, los cuales estaban destinados a la
agricultura y a la ganadería. Después de la promulgación de las leyes nuevas, la
concesión de tierras se extendió a varias regiones del interior del reino; por
ejemplo, san Martin jilotepueque, jalapa, las Verapaces, el golfo dulce, etc. Los
dominios, mercedarios y algunos religiosos individuales, como el obispo
Marroquín, recibieron tierras en las cercanías de la ciudad, en Amatitlán y en otros
lugares, aun a expensas de los ancestrales derechos de posesión de los
indígenas. La usurpación fue un procedimiento utilizado por muchos
encomenderos para hacerse de tierras útiles en el radio de su propia encomienda,
aun cuando esta institución no era, en sentido legal alguno, asimilable a la
adquisición de tierras. La compraventa y el arrendamiento de inmuebles fue una
consecuencia del cambio de residencia de varios colonos, a lugares distantes,
como Chiapas, honduras, Nicaragua, y san salvador.
Algunas de las comunidades indígenas Que revieron tierras en concepto de
mercedes reales, después fueron víctimas de usurpaciones o composiciones
promovidas por los españoles; por ejemplo, las que se produjeron en Chiquimula
de la sierra, en 1676; y en Zapotitlán o las verapaces, 1692. Los indígenas no
tuvieron acceso a la propiedad de inmuebles en la misma medida y con las
facilidades que disfrutaron los españoles y, en algunos casos aislados, en pueblos
situados en la periferia de la capital, solo pudieron cultivar ciertas mediante el
pago del “terrazgo”, una especie de cuota de arrendamiento entregada a los
propietarios españoles. Los indígenas de jocotenango, por ejemplo, pagaron al
obispo Marroquín un terrazgo que sirvió para fundar el colegio de santo tomas de
Aquino y, posteriormente, para el sostenimiento de la universidad de san Carlos.
La iglesia, que ya en el siglo XVI era la principal latifundista del reino, obtuvo
tierras por medio de mercedes reales y otros procedimientos, pero, principalmente,
a través de donaciones (herencias o legados), así como por la ejecución de
obligaciones no cumplidas por los deudores quienes había entregado préstamos
hipotecarios, los jesuitas, dominicos, mercedarios y agustinos eran ya grandes
propietarios en el siglo XVII. En las dos primeras centurias de la era colonial, las
principales unidades de producción fueron la hacienda, las tierras comunales y la
pequeña propiedad. La primera se dedicaba, principalmente, a de tierras por
ladinos procedentes, en gran mayoría, de los centros urbanos: la caña azúcar, al
trigo, el añil y la ganadería; las segundas, al cacao, maíz, frijol y otros productos
alimenticio; la tercera se destinaba al trigo, añil, caña azúcar, etc., pero con una
tecnología e inversiones más limitadas. Durante los siglos XVII y XVIII se agudizo
el despejo de tierras que sufrían los indígenas  promedio de la composición, la
usurpación y los otros mecanismos aludidos, en tato que aumentó
considerablemente la propiedad inmueble de la iglesia y la delos colones
españoles. En el siglo XVIII, cuando el fenómeno del mestizaje alcanzaba ya
proporciones considerables, se produjo una continua penetración de ladinos en las
regiones indígenas, particularmente en las del Altiplano occidental, lo cual derivó
en un paulatino, pero prologado e intenso, traspaso de la propiedad de
importantes extensiones de tierra.  Momostenango, Quiche, Los Cuchumatanes y
otros lugares han sido objeto de estudios monográficos sobre la lenta pero
persistente apropiación de tierras por ladinos procedentes, en gran mayoría, de los
centros urbanos. En las postrimerías de la era colonial, la desigual distribución de
la tierra se consideraba ya como un problema que obstaculizaba el desarrollo del
país y, en 1810, así se hizo constar en los apuntamientos sobre la agricultura  y
Comercio del Reino de Guatemala, documento que elaboró el consulado de
comercio para que el Doctor Antonio Larrazábal, lo utilizara en las cortes de Cádiz,
allí se señalaba, de modo especifico, que el latifundio era la causa primaria de los
atrasos”  y se pedía la redistribución de las tierras comunales, de las usurpadas en
agravio de los indios, de los ejidos y de los terrenos baldíos. AGRICULTURA
Durante los largos milenios que se iniciaron  el descubrimiento del maíz, hace
unos 5,000 años, y a lo largo de los periodos clásico y postclásico de la era
prehispánica y de los casi cinco siglos de  las eras colonial y republicana, hasta el
presente, la economía de lo que es el actual territorio de Guatemala ha
descansado básicamente en la agricultura. Los productos agrícolas, por lo tanto,
en sus distintas fases de cultivo, distribución y consumo, han mantenido una
estrecha interrelación con otros fenómenos económicos y con los macroprocesos
sociales en general. Es importante reitera que el maíz, el frijol y las calabazas
integran la traída agrícola en el descanso, por siglo, la dieta básica de los antiguos
pobladores prehispánicos, de sus descendientes de la actualidad y, en buena
medida de los estratos de la sociedad colonial y republicana. El primero de dichos
productos ha cobrado tal relevancia en los campos gastronómicos, religioso, de
las creencias y de las ideas en general que, en Guatemala, se ha configurado,
inclusive, una particular subcultura del maíz. Inicialmente fue incorporado a la
dieta de los conquistadores, hasta servir en algunas ocasiones para evitar que
murieran de inanición; después de 1524, sin embargo, los indígenas trataron de
controlar su distribución, como una medida estratégica de resistencia. A partir de
1539, los españoles, a su vez, intentaron desbaratar dicha estrategia, para lo cual
instituyeron el cargo del juez de milpas, que era un funcionario encargado de
controlar y exigir que los indígenas cultivaran el maíz y el frijol, indispensables ya
para los colonos hispanos. La recolección de estos productos se canalizo por
medio del cobro del tributo en especie, o por el procedimiento de las subastas
públicas, controladas por el ayuntamiento, y de las cuales se beneficiaban las
propias autoridades civiles y eclesiásticas, así como los colonos más importantes.
La producción del maíz sufrió una baja sensible a partir de 1570, como
consecuencia de las epidemias y el consiguiente descenso de la población
aborigen.    Tal situación empeoró a mediados del siglo siguiente (1660), cuando
un gran número de indígenas estaba obligado a cumplir el repartimiento y
laboraba en plantaciones de trigo, caña de azúcar y otros productor que
entesaban mas a los españoles; y también se dedicaron en sus parcelas a la
siembra de trigo y de caña de azúcar. La dieta de los colonizadores y en una
medida relativa también la de los indígenas, se amplió con otro alimentos diversos
(frutas, legumbres, tubérculos); unos de origen americano, como el jocote, la
anona, el zapote, el mamey, el chile, el chipilín, el beledo, l ayote, etc.; otros, de
reciente introducción hecha por los europeos, como trigo, naranja, manzana, pera,
durazno, lechuga, remolacha, zanahoria, rábano, y mucho más. Según la tradición
el trigo, un producto de mucha importancia en razón de los hábitos dietéticos de
los españoles, fue introducido en Guatemala en 1519, por un colono de nombre
Francisco Castellanos.  Este hecho fue aprovechado por el mismo Pedro de
Alvarado, e un molino que un ayuntamiento de permitió instalar en el rio que
bordeaba la ciudad.  Después de propagó a muchos poblados del centro y
occidente del actual territorio de Guatemala (San Juan Sacatepéquez, San Martin
Jilotepeque, Santa María Joyabaj, Comalapa y los mismos pueblos periféricos de
la capital).  Los indios fueron obligados a dedicar tierras y trabajo al laboreo del
trigo con animales, herramientas y tecnología de procedencia Europea.  De
acuerdo con las nuevas tasaciones del tributo que hizo el presidente López de
Cerrato en 1549, las cuales resultaron, ciertamente, un tanto más favorables para
los indios, estos estaban obligados a cultivar, por aquella época, 1749 Fanegas de
trigo para los españoles. El despojo de tierras, el aprovechamiento masivo de obra
de repartimiento, el abandono de sus propios cultivos de subsistencia, el pago
puntual del tributo, fueron algunas consecuencias negativas que se derivaron del
cultivo del trigo por los indígenas, el tanto que los hispanos recogían las mieses
para su ración de ingenios y el consiguiente procedimiento de la caña fue de las
más complejas e innovadoras, puesto que requería de mayores inversiones, mano
de obra calificada (albañiles, herreros, carpinteros, punteros, etc.), tracción animal
y en general, una tecnología más desarrollada.  Sin embargo la mano de obra no
solo comprendía trabajadores  libres sino también indios de partimiento y esclavos
negros. En la provincia de Guatemala, los indios de repartimiento constituían un
30.31% de la fuerza laboral unos ingenios de azúcar, y un 61.48% en los
trapiches, no obstante que esa fuente de mano de obra, en ese tipo de trabajo,
estaba prohibida por la corona.  El trato de aquellos recibían, además,
principalmente a manos de “mandones” y caporales negros, excesivamente
despiadado.    Por esta razón, en 1680, y por presiones de la corona, la audiencia
ordenó una inspección en ingenios y trapiches de importantes empresarios, tal
como Francisco Antonio Fuentes y Guzmán,  Juan Arrivillada, la compañía de
Jesús. Joseph del castillo. Los frailes Agustines y el presbítero tomas de Aguilar y
otros más. La producción azucarera alcanzó niveles importantes a principios del
siglo XVII, más que todo para el consumo interno, porque, aunque se inició cierto
flujo de exportación hacia Europa, este nunca alcanzó los altos volúmenes 
registrados en las antias.  A fines de dicho siglo se producían en el reino cerca de
18,000 arrobas anuales, pero, a falta de otras regulaciones, los beneficios
obtenidos por la corona se reducían al cobro de la alcabala, es decir, el impuesto
relacionado con la operaciones de compra venta del azúcar. Cultivos de
Exportación En la primera parte de la época colonial, dos productos agrícolas, el
cacao y el añil, ambos de origen prehispánico, cobraron una extraordinaria
importancia den la economía de la exportación.  Esto se orientó, primero, a los
mercados de nueva España y Perú; y después, a los países europeos, done
también tuvieron una abierta aceptación. El cacao, que se comía en Mesoamérica
como alimento y como venida ceremonial desde unos 1500 años a.C., se utilizó,
adicionalmente en ciudad de moneda, y también para el pago del tributo.  En
especial, estas dos últimas modalidades fueron aprovechadas por los españoles,
en el marco inicial de la economía de la colonia.  Las principales zonas cacaoteras
del reino de Guatemala se localizaban en Socotusco, Suchitepéquez,
Guazacapán, Isalco y otras áreas del pacífico, hasta el golfo de Nicoya, en Costa
Rica.  El cacao se cultivó, asimismo, en Chiquimula y en las costas de Honduras y
Nicaragua, sobre el atlántico. Aunque en la época prehispánica en el cacao estuvo
ligado a un comercio extendido por las largas rutas que comunicaban centros tan
importantes como Kaminaljuyu, Copan. Quirigua, Tikal y Uaxactún, después de la
conquista se transportaba, por las vía marítima y terrestre, desde donde era
cultivado por los indios, hasta lugares tan lejanos como México, Veracruz y
Panamá.  Puesto que en primero estuvo ligado a la encomienda y después al
repartimiento del comercio libre, el cacao contribuyó al enriquecimiento de muchos
de los primeros colonizadores, entre los que figuraban, inclusive, funcionarios, así
como integrantes de las órdenes religiosas.  Precisamente, algunos de los
enfrentamientos entre dichos sectores de la sociedad colonial estuvieron
relacionados con la ocupación de las área cacaoteras, con la disponibilidad de la
mano de obra indígena y, finalmente, con el cobro de los impuestos de compra
venta y de exportación, de los cuales se beneficiaba directamente la corona. Otra
de las posibles implicaciones socioeconómicas del cultivo de cacao fue descenso
cuantitativo de la población indígena y, por consiguiente, de la mano de obra
disponible en este sector.  Tal reducción demográfica fue consecuencia de clima
que afectaban a  los indígenas cuando trasladaban del antillano a las tierras bajas,
en las que cultivaba el cacao.  A este hecho particular, en el siglo XVII se unió,
como un factor más que redujo el precio del grano producido en Guatemala, la
competencia del cacao procedente de Guayaquil (Ecuador), y el contrabando que
de desarrolló entorno a la comercialización interna y eterna del producto. Muy
semejante a la situación que presentaba el cultivo y comercialización del cacao,
fue la correspondiente al añil o xiquilite.  Este y la cochinilla eran dos colorantes
que utilizaron los indígena, desde épocas muy remotas, en la escritura el teñido de
telas y la pintura de edificios y monumentos. A mediados del siglo XVI, los
españoles comenzaron a percatarse del valor comercial del añil, y no demoraron
mucho en incorporarlo en los mecanismos del cobro del tributo. La corona, a su
vez, tuvo noticias de dicho producto y, en 1558, solicito la correspondiente
información a las autoridades coloniales. En 1571, la exportación del añil
guatemalteco a España había alcanzado ya proporciones importantes. El cultivo,
promovido por los colonizadores, se extendió, entonces, desde las costas de
Guatemala y las de Nicaragua, sobre Océano Pacifico. La creciente demanda que
el colorante aludido alcanzó en Europa obedeció, a que la industria textilera usaba
un producto semejante, denominado “pastel”, con el cual se obtenía el color azul
en el teñido de las telas. Dicho producto, conocido precisamente con el nombre
añil (termino derivado del árabe añil, que sig. Azul), procedía del Lejano Oriente, y
su comercio estuvo, inicialmente, monopolizado por los portugueses y, después,
controlado por Francia e Inglaterra. De ahí la importancia que el colorante de
Guatemala adquirió en España. La expansión de la actividad añilera tuvo los
consiguientes efectos en el sistema de adquisición y tenencia de la tierra, así
como en las relaciones laborales entre colonos y colonizados. En efecto, la
apropiación de tierras en las costas del pacifico, por cual es quiera procedimientos
posibles, los cuales incluían la “composición” y la “confirmación”, se intensificó de
manera notoria. De todo ello por supuesto, también se beneficiaba directamente la
Real Hacienda. Las técnicas utilizadas en los obrajes de añil, el clima que
demandaba el cultivo y, sobre todo, la concentración de mano de obra en la
épocas de cosecha y de laboreo, incidieron, de manera negativa, en la población
indígena que, no solo abandonaba obligadamente sus propios cultivos de
subsistencia, sino que, además, debía someterse al régimen de trabajo
institucionalizado en la Colonia. Las condiciones propias del procesamiento del
añil eran, por cierto, extremadamente dañinas, en especial, por los trabajadores
indios, según se consignó en documento de la época: “… que en este beneficio
enferma y muere mucha gente por ser tan fuerte esta hierba que de solo entrar las
manos a los pies en el agua donde está la hoja cuando se a de sacar los palos o
piedras con que está debajo del agua y la misma hierba se les comen y canceran
las carnes; y después estando golpeando el agua se levanta un humo tan malo
que penetra los sesos y causan otros daños con que se han consumido muchos
indios en las partes donde se beneficia el añil”. Los efectos perjudiciales que tuvo
añilera entre los indios, los cuales culminaron en la desaparición de pueblos
enteros de origen prehispánico, obligaron a esa Corona a prohibir la utilización de
trabajadores nativos en los obrajes en los que se procesaba dicho producto. Se
emitieron, en tal sentido, varias cédulas reales entre 1545 y 1643, en inclusive se
nombraron jueces visitadores, para controlar el cumplimiento de tales
disposiciones. Estas, sin embargo, nunca se cumplieron a cabalidad. Junto con el
añil o xiquilite, en el reino de Guatemala también se explotaron otros productos,
tales como la grana o cochinilla, que era otro tipo de colorante extraído de una
especie peculiar de insectos que se reproducían en las napoleras; y también
plantas y raíces medicinales como la zarzaparrilla, la caña fistula, bálsamo, etc.
Algunas de éstas se exportaron a Europa en cantidades menores y la última de las
mencionadas, el bálsamo, además de utilizarse como medicamento, se incorporó
mediante autorización contenida en una bula papal, en el ritual de la Iglesia
Católica asociado a la administración de los sacramentos en la extremaunción y la
confirmación. La cochinilla proporcionaba un tinte de color púrpura, también usado
por los indígenas, desde la época prehispánica, en el teñido de sus telas. El
interés de los españoles en este producto data de 1573, cuando el Presidente
Pedro de Villalobos recomendó    a la Coona que se incrementara la producción
respectiva, con el objeto de aumentar y facilitar, asimismo, el cobro del tributo de
los indios. Villalobos recibió la autorización correspondiente y, en 1575, la
exportación de grana a la metrópoli mostraba ya un ascenso notorio que, sin
embargo, nunca alcanzo, una considerable importancia económica. El añil y la
ganadería predominaron en la economía colonial durante el siglo XVIII, aunque no
se desatendieron por completo, los otros cultivos citados antes, y algunos más,
como el tabaco, el achiote, el algodón, etc., que se incorporaron en los procesos
de producción, para el consumo interno y externo. Con el transcurso del tiempo la
tecnología y los volúmenes de producción relacionados con la agricultura
mejoraron ostensiblemente, pero, por otro lado, al crecer la población se
agudizaron, los problemas sobre la aprobación y las disputas de tierras.
Finalmente, tal como ocurrió en el caso específico del añil (que fue sustituido por
las anilinas o tintes sintéticos), el contrabando, la industria masiva, así como la
competencia de otros centros fabriles, fueron algunos de los factores que
incidieron negativamente en la economía colonial. En la exportación y
comercialización de los principales cultivos era notaria la relación de dependencia
de las provincias respecto de la ciudad de Guatemala. La minería. Con el
trasfondo socioeconómico de la España de entonces, los primeros expedicionarios
y colonos desbordaban sueños de fáciles riquezas deslumbrantes. No solo se
trataba de recuperar, con holgados excedentes, los dineros invertidos, magros o
cuantiosos como fueran, si no ascender en la escala social, para asegurar futuros
más promisorios. Por ello, al principio, antes que la tierra u otros recursos
cualquiera, los metales preciosos, en especial el oro, alumbraban los caminos
potenciales para alcanzar aquellos objetivos. A medida que se amplió el horizonte
del nuevo mundo, cuando ya las palabras México, Perú, potosí, costa rica, el
dorado, tenían fuertes connotaciones metálicas, los recién llegados al  Reino de
Guatemala comprobaron que aquí la riqueza mineral no tapizaba los suelos, ni
espesaba las aguas de los ríos. No obstante, casi de inmediato, se entregaron a la
búsqueda afanosa de las vetas o de las arenas refulgentes. Apena, superado el
fragor de las primeras batallas, el mismo Pedro de Alvarado y sus acompañantes
de más rango ordenaron el lavado de oro en los ríos próximos a Iximché, a
Santiago y otros poblados. Los esclavos hechos en la guerra, así como los
primeros indios “repartidos”, fueron ubicados en los lavaderos auríferos o en las
pocas minas conocidas. A un  aquello que, por su condición o por las
circunstancias, se tenían por vasallos libres del rey español, resistieron la
ansiedad de los buscadores de los metales preciosos. Los señores cachiqueles
dejaron constancias en el memorial de Sololá: “durante este año 1530 se
impusieron terribles tributos.  Se tributó oro a Tunatiuh, se le tributaron
cuatrocientos hombres y cuatrocientas mujeres para ir a lavar oro”. En el primer
juicio de residencia, al que se le sometió en México, el 5 de julio de 1529, se
obligó al conquistador d Guatemala a rendir cuentas del oro y de la plata que,
después de pagar el quinto real, según su propio testimonio, recaudó y fundió en
los territorios por él sometidos. Aquella búsqueda afanosa barco también los
territorios actuales de Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador,
Chiapas y Guatemala.  Mas en esta última provincia, Alvarado encabezó a
aquellos que cortaron la mejor tajada.  En el testamento que el Obispo Marroquín
hizo a nombre del Adelantado de Guatemala, quedó un registro significativo. “dejó
muchos esclavos sacando oro en las minas de lo cual llevó muchas carga para su
ánima… dejó por libres a todos los indios esclavos, hombres y mujeres, y su hijos,
que así andan a sacar oro  por el dicho Adelantado, y desde ahora todos sean
libres para siempre, con el aditamento y condición que saquen oro para pagar las
dichas deudas que el dicho Adelantado debe y dejo… y en él entre tanto que
saquen oro sean muy bien mantenidos y curados, tratados y doctrinados en las
cosas de nuestra santa fe católica, todo a costa del oro que sacaren, hasta tanto
que se paguen la dichas deudas… Mando que los dichos esclavos saquen oro en
las minas, una demora que corre desde 1 de octubre hasta San Juan, y que el
dicho oro que así sacaren se reparta entre los hijos del dicho Adelantado”. El oro y
los otros metales preciados se recaudaron por  medio del trabajo forzoso, de los
tributos, y por cuanta manera fuera posible. En carta enviada al rey Carlos I, el 6
de marzo de 1524, el capitán Gil González Dávila relataba un hecho curioso:
“llegué a un cacique que se llama Nicoya, el cual me dio de presente 14000
castellanos de oro… Cuando me partí me dijo el cacique que, pues ya él no habría
de hablar con sus ídolos que me los llevase, y me dio seis estatuas de oro de
grandura de un palmo”. El mismo González Dávila desde Española hizo después
un cuantioso envió de oro, en cinco “naos” que surcaron el Atlántico en ruta de
retorno. El Tesoro Real, Andrés de Cereceda, compañero de González Dávila,
dejó un recuento detallado del aquel oro, que, reducido a pesos y en forma de
hachas y cascabeles, había sido objeto de “rescate” en la parte sur de la América
Central. Por su abundancia en objetos del valioso metal, Costa Rica se llamó así
desde entonces, pero de tal fama participaban también Panamá y Colombia. Otros
muchos lugares específicos, en los cuales se recaudó oro, plata, plomo, hierro y
otros minerales, en montos y calidades distintos fueron los siguientes: KOPAN,
GOASCORÁN, YUSCARAN, CHOLUTECA, Gracias a Dios o cotepeque (en
Honduras); Atitlán, Nevaj, Joyavaj, Santiago Zamora, San Juan y San Pedro
Sacatepéquez, el valle de jilote pequé y Chiquimula (en Guatemala); Metapa,
Ciguate guacán, Naozalco, Chilchuapa (en Salvador). Las mejores minas que se
descubrieron a mediados del siglo XVI, eran las de Tegucigalpa, Comayagua y
Ocotepeque, en Honduras; las de las Segovia en Nicaragua; y Huehuetenango, en
Guatemala. En todos los lugares citados el trabajo se hacía, al principio, por
medios rudimentarios, como la trituración y la fundición, que después se
perfeccionaron mediante el uso del azogue o mercurio, transportado desde el
Perú, a partir de 1566. A raíz de promulgación de las leyes Nuevas se prohibió, in
que se cumpliera la utilización de trabajadores indígenas en las minas,
consecuentemente, se incorporaron los primeros contingentes negros en dicha
actividad.  El 16 de agosto de 1618, en efecto, arribó a Trujillo un barco cargado
de esclavos africanos, destinados a las minas de Tegucigalpa; dos navíos más,
con igual “carga”, llegaron el 4 de septiembre de 1620, pero el ayuntamiento de
Guatemala protestó porque aquellos negros “eran más de los que necesitaban”.
Huehuetenango fue una región minera importante en los inicios de la época
colonial, en la que resultaba favorable el entorno ecológico y la disponibilidad de
mano de obra indígena.  Fuentes y Guzmán relata el caso anecdótico del español
Juan de Espinal o espinar, que , cuando descansaba en un recodo del camino, vio
casualmente una lumbre que se encendía al pie de un árbol de pino y descubrió,
además, que unas piedras irradiaban fuego, tal si fueran brasas, y que, al
enfriarse, cuajaron como piezas de plata.  Seguidos los trámites del caso, Espinar
registro y exploto aquella rica veta, de la cual” obtuvo grande opulencia para pasar
a España, dejando cubierta la labor principal de los metales acerados, con ánimo
de volver a gozar lo que dejaba”. Las crónicas aluden a otro caso semejante el de
un cura de Cuilco, que descubrió una mina de oro en el pueblo de Motosintla. Allí,
después de que el fiscal de la iglesia le mostro una pepita de dicho metal, los
caciques a su ruego e instancias le llevaron al yacimiento con los ojos vendados y
a condición de que solo dispusiera del metal que podía cargar con sus manos,
para destinarlo a las sobras de la iglesia y otras necesidades. En general,   y pese
a la relativa pobreza mineral de la región, la minería produjo caudales apreciables
a sus dueños y a la Hacienda Real.   Contribuyó, asimismo al desarrollo de la
orfebrería, predominantemente la de carácter religioso, la cual alcanzó niveles
apreciables en cantidad y calidad artística. La extracción de metales preciosos
indujo a la Corona a fundar en Guatemala una Real Casa de  moneda, lo que se
hizo por medio de cédula de 20 de enero de 1731.  Ello tuvo efectos positivos en
la economía general de la Colonia, sobre todo porque  la explotación minera
aumentó, relativamente, durante los siglos XVII y XVIII,  gracias al descubrimiento
de nuevos yacimientos; a ciertos incentivos estatales,  como la reducción de
impuestos y controles; y a una simultánea política de supervisión, para evitar la
explotación ilegal, el contrabando y otros vicios semejantes. Comercio El
descubrimiento de América estuvo legado a las relaciones comerciales entre
Europa y el lejano Oriente; de ahí la importancia que, en su propio contexto
mercantil, España concedió el intercambio de bienes a través del Atlántico.  Este
interés inicial se tradujo de inmediato, en la necesidad de trazar lineamientos
políticos, administrativos y otros, que aseguran los beneficios económicos que
representaba la ampliación del imperio a las tierras del Nuevo Mundo. En relación
con el comercio, que fue sin duda una de las columnas centrales de régimen
colonial, entre aquellas primeras medidas de gobierno estuvo la organización de la
casa de contratación, con sede inicia en Sevilla, cuya fundación se aprobó en
1503,  y sus estatutos, en 1510.  Se le concibió como el agente fiscal y comercial
de la Corona, aunque después se le asignaron otras funciones colaterales, como
la de investigación en los campos de la navegación y la cosmografía. Durante
varios años, las relaciones comerciales con las colonias estuvieron centralizadas
en Sevilla, con excepción de ciertas actividades que se canalizaban por los
puertos de Cádiz y de san Lucas. La Casa de Contratación por lo tanto, acrecentó
su actividad, al punto de que, a finales del siglo XVII, cuando el régimen colonial
estaba ya bien cimentado en América, era un órgano de gobierno de enorme
relevancia. Se le traslado a Cádiz, cuando ese puerto sustituyo a Sevilla para la
salida y llegada de las flotas indianas. A lo largo del siglo XVI, el comercio entre
España y América se hiso por medios de flotas de barcos protegidos
adecuadamente, ya que la acción depredadora de los piratas y corsarios,
respaldos por Inglaterra, Holanda y Francia, afectaba la comunicación entre la
metrópoli española y sus posesiones coloniales. En 1561, el tráfico comercial se
hacía sólo en primavera y en verano, en sendas flotas que, en la Antias, se
dividían, ya que unas se dirigía a Veracruz (México) y al golfo de Honduras, y la
otra hacia Cartagena de indias y puerto bello (Panamá). Durante los siglos XVI y
XVII, el Reino de Guatemala mantuvo relaciones comerciales, legales e ilegales,
con España, Nueva España, Perú, Nueva Granada, Filipinas, Inglaterra y Francia.
Para ello, se utilizaban atracaderos de Puerto Caballos y Trujillo, en Honduras;
Bodegas Golfo, en Guatemala; San Juan y el Realejo, en Nicaragua; Matina, en
Costa Rica; y acajutla, El Salvador. La comunicación terrestre se hacía por rutas
agrestes que unían puertos y poblados importantes, en las cuales las mercaderías
se transportaban por tamemes o por vestías mulares. El sistema de lotas, sobre
todo cuanto éstas, a partir de 1633, carecieron de la protección armada, ocasionó
periódicas carencias de mercancías europeas en Guatemala, ya que los barcos no
llegaban todos los años. Bienes de intercambio Algunos de los productos
exportados por Guatemala, que obligadamente pasaban por Sevilla primero y
después por Cádiz, incluían añil, zarzaparrilla, palo de Brasil, cochinilla, azúcar,
cueros de reses, bálsamo y, por supuesto, metales preciosos, como oro y la plata.
De vuelta, los barcos traían vino, pasas, aceitunas, aceite, higos, paños, lino,
hierro, mercurio, etc. El comercio alcanzó sus niveles más altos a principios del
siglo XVII, y comenzó a declinar a mediados de la década 1620, en un descenso
que se agudizó en el decenio siguiente. Las causas de esto último estaban
vinculadas a una crisis de todo el sistema, del comercio intercontinental y
colateralmente, a la acción de los piratas en el Caribe. Con el fin de superar las
dificultades en cuanto al aprovisionamiento y circulación de mercancías
necesarias o rentables, en las últimas décadas del siglo XVI y primeras del
siguiente, el comercio centroamericano se canalizo por Granada (Nicaragua) y,
sobre todo, hacia puerto bello y Cartagena, desde matina (Costa Rica). Comercio
con otras…. A lo largo del periodo colonial, Guatemala mantuvo un intercambio
comercial, casi permanente aunque no siempre legal, con naciones como la
Nueva España, Nueva Granada, Perú y, de manera indirecta, Filipinas y otros
Países del Lejano Oriente. Con México tal tipo de relaciones se remonta a la
época prehispánica, pero, en el periodo colonial, ellas fueron más regulares y
expeditas. La comunicación se hacía por medio de un camino que bordeaba Los
Cuchumatanes, y por otro que atravesaba la Boca costa del Pacífico. En
ocasiones se utilizaba la vía marítima, en ambos océanos. Los novohispanos, o
mexicanos como más comúnmente se les llamaba, adquirían cacao, añil, vainilla,
achiote, etcétera, en las regiones de Soconusco, Suchitepéquez, Izalco, y otras
del Reino de Guatemala. A cambio, surtían a los mercados situados al sur de sus
fronteras, con telas u otros productos de origen europeo. A mediados del siglo
XVI, la sola región de Suchitepéquez exportaba unas 200,000 cargas de cacao
(cada carga equivalía a 24,000 almendras) a México. Este particular comercio fue
objeto de regulaciones especiales, orientadas a conseguir un equilibrio económico
interregional. En 1576, por ejemplo, la Corona exigió una licencia de exportación y
un impuesto del 5%, en relación con el cacao que salía de Suchitepéquez hacia
Nueva España. A la zaga de sus intereses, los comerciantes, en algunos casos,
se trasladaron a vivir a pueblos cacaoteros, como Izalco, en San Salvador, pero
ello ocasionó roces y conflictos con los encomenderos de la zona. De esta cuenta,
en 1553, la Audiencia ordenó que los comerciantes abandonaran los pueblos de
indios de aquella área, y que se trasladaran a la Villa de Sonsonate. Desde
Acajutla, por otra parte, se comercializó cacao hacia México y Perú, pero, a veces,
el tráfico caía en los linderos del contrabando, o se hacía en competencia desleal
con el grano de Guayaquil. El comercio con Perú se intensificó durante los siglos
XVII y XVIII, hasta el punto de que la moneda llamada perulera, precisamente por
su procedencia, circuló con amplitud en Guatemala. Los productos
centroamericanos llegaban hasta Quito, Lima y Arequipa. El intercambio con
Filipinas, en cambio, se hacía indirectamente, por medio del Galeón de Manila
que, en la última parte del siglo XVI, conectaba esta ciudad asiática con Acapulco.
Guatemala, por lo tanto, como las otras colonias americanas, comerciaron
simultáneamente con varias naciones, ya de modo legal, ya en forma ilícita, pese
a los esfuerzos de España por canalizar todo el tráfico de mercancías a través de
las casas comerciales y los controles oficiales de Sevilla. Además del comercio
externo, Guatemala desarrolló una intensa red de intercambio, que conectaba la
ciudad de Santiago, el Corregimiento del Valle y las principales ciudades y
poblados provincianos, así como también los pueblos de indios. En este sistema
interno desempeñaron un papel importante los mercados, las ferias, el tiánguez
(mercados tradicionales de los indígenas); también las tiendas y tabernas, y los
“abastos”. Por medio de estos últimos, que no eran sino concesiones privilegiadas,
se administraba la comercialización de importantes productos, como los cereales,
la carne, etcétera. El panorama del intercambio comercial esbozado
anteriormente, se modificó, de manera drástica, en el siglo XVIII. Las principales
causas de ello fueron la autorización del libre comercio, la reforma del sistema de
impuestos, el fortalecimiento de la Real Hacienda, la reducción del poder de la
Iglesia, la defensa militar de las costas americanas, y la instauración del Régimen
de Intendencias. A finales del siglo citado se estableció el Real Consulado de
Comercio de Guatemala, cuyas funciones eran las de estimular la producción,
promover el comercio, desarrollar la infraestructura, y afirmar la justicia en las
cuestiones mercantiles. En mucho se lograron estos objetivos en la última parte
del período colonial, pero también persistieron viejos problemas, como el
contrabando, la especulación, la explotación inicua de la mano de obra indígena y
otros más que tuvieron efectos disociadores en una sociedad de corte colonial,
pero que se hacía cada vez más grande y más compleja. La Real Hacienda El
régimen hacendario, o sea, las finanzas públicas de la Colonia, reflejaron
necesariamente las características sociales y políticas de la organización y
funcionamiento del vasto imperio español. En la administración de los recursos
económicos en general, jugaron un papel decisivo la Corona, en primer lugar,
como propietaria soberana de las tierras y riquezas del Nuevo Mundo; la Casa de
Contratación, encargada de la administración y el tráfico de dichas riquezas; y,
finalmente, la oficialidad o burocracia real, que fungía en las posesiones coloniales
y, en especial, en los centros de poder económico. Los ingresos reales Como en
todas las Indias, en Guatemala la política fiscal descansó en dos tipos de
impuestos: los fundamentales o regulares y los complementarios. Los primeros
comprendían los siguientes: quinto real, almojarifazgo, tributo, diezmo y alcabala.
Entre los segundos figuraban los estancos, oficios vendibles, empréstitos,
derramas y penas de cámara. El quinto real consistía en la quinta parte (20%) que
cobraba la Corona sobre el valor de los productos minerales y piedras preciosas
que explotaran los colonos. Este impuesto fue oportunamente reducido, a un 10%
y hasta a una doceava parte, con el objeto de estimular tal actividad económica, y
evitar la evasión impositiva. El almojarifazgo era el impuesto que se pagaba por la
importación y exportación de todo tipo de productos, y equivalía, respectivamente,
al 5% y al 2.5% del valor de dichos bienes. El tributo consistía en una cuota anual
que pagaban los súbditos del rey, en señal de su simple calidad de vasallos. En
Guatemala, lo pagaron los aborígenes, desde la época prehispánica, a los jefes de
sus respectivos señoríos, y después a la Corona o a los encomenderos. El
diezmo, teóricamente, era un aporte equivalente a la décima parte del valor de
todos los bienes adquiridos o comercializados en el Nuevo Mundo, el cual debía
entregarse a la Iglesia Católica. En 1501 se estableció que la Corona, cuyos
representantes hacían el cobro correspondiente, tenía derecho a retener dos
noveno de la mitad de tal impuesto. En 1578, cuando se impuso a las
transacciones relacionadas con el añil, se incrementó la recaudación del diezmo.
Una parte de éste se utilizaba en la construcción de iglesias y hospitales. En 1533
se eximió de este impuesto a los indígenas, pero existen referencias acerca de
que en alguna época se les cobró, especialmente en el siglo XVIII. La alcabala era
un impuesto del 2%, que recaía sobre el valor de todas las operaciones de
traspaso, contratos y compraventas, y que también afectaba las herencias y
donaciones. De este gravamen estaban exonerados los indígenas. Los impuestos
complementarios incluían los siguientes: los estancos, que se referían al
monopolio de la Corona, respecto de la fabricación y comercialización de
determinados artículos (sal, mercurio, naipes, pólvora, tabaco, papel sellado,
aguardiente y nieve); las Bulas de la Santa Cruzada, o sea, un aporte que permitía
a los fieles comprar indulgencias (perdón de los pecados), a título propio o ajeno;
la venta de cargos públicos, tanto civiles como eclesiásticos, los cuales se
compraban en España o en la Colonia, según la jerarquía del puesto; los
donativos forzosos impuestos por la Corona a los súbditos; las derramas, que eran
contribuciones ocasionales destinadas a emergencias, como terremotos, a
trabajos públicos, o a servicios personales inmediatos, necesitados por los
gobernantes o las tropas; las penas de cámara se referían a los ingresos
provenientes de multas impuestas por delitos diversos. Los egresos de la Corona
y de las autoridades coloniales cubrían una extensa gama de recursos destinados
a gastos administrativos, guerras, obras públicas y servicios de índole muy
extensa y variada. Una parte importante de la política fiscal fue la organización
monetaria que, a partir de 1731, quedó a cargo de la Casa de Moneda. Los
medios de cambio, o monedas, más comunes a lo largo de la época colonial,
fueron los siguientes: el cacao, de uso prehispánico; las piezas rústicas de oro,
llamadas “pesos de oro de minas”; las rajas de plata; las monedas acuñadas de
este mismo metal; los pesos “peruleros” procedentes de Perú; el peso de plata, o
“peso fuerte”; los reales; la moneda “macuquina”, o “macacos” (piezas rústicas
traídas de México o Perú); los cuartillos, etcétera. Importancia social de la
población El volumen, el crecimiento o decrecimiento, la distribución, la evolución
en fin, de una población identificada con una sociedad cualquiera, tienen una
importancia decisiva en los procesos generales que corresponden a dicha
sociedad. Esa importancia no se reduce sólo a cuestiones cuantitativas, o de
espacio simplemente, ya que se vincula también a formas de conducta, a
actividades económicas, a organización de grupos particulares, a creencias e
ideas, a normas, y a muchos otros aspectos de la vida en sociedad. Respecto de
la sociedad guatemalteca de la Colonia, por ejemplo, indiscutiblemente resultan
relevantes preguntas como las siguientes: ¿Qué clase de gente conformó esa
sociedad? ¿Cuáles fueron las transformaciones cuantitativas y cualitativas que
experimentó? ¿Qué tipos de grupos la integraron? ¿Cuál fue la distribución de las
personas en el espacio? A éstas podrían agregar- se muchas interrogantes más,
cuya respuesta objetiva ayudaría a entender no sólo la sociedad de la época, sino
también la del  presente, de la cual aquélla es un antecedente más o menos
inmediato. En 1524, cuando llegaron los españoles a lo que después fue el Reino
de Guatemala, la región estaba poblada por conglomerados aborígenes, que
participaban de semejanzas y diferencias fundamentales, en la medida en la que
tenían algún tipo de contactos, o un ancestro común. En relación con el número de
aquellos habitantes se alude a cifras que oscilan entre 200,000 y dos millones, e
incluso cantidades mucho mayores, de hasta 50 millones, y aún más. Sin
embargo, no hay certeza alguna sobre el monto total de la población que vivía en
el istmo centroamericano antes del arribo de los europeos. En relación con el
territorio actual de Guatemala, la fuente más aceptable de la que se dispone es la
tasación de los tributos, hecha por Alonso López de Cerrato, quien gobernó de
1548 a 1554. Según el número de indios tributarios y de las personas vinculadas a
éstos, en una proporción de 5.1 a 6.1, se ha estimado que, en aquellas fechas,
había un total de 428,500 habitantes, aunque también se han sugerido cifras
mayores, de hasta 475,000 moradores. Los cálculos anteriores, sin embargo, no
resultan del todo fiables, por las siguientes razones: no incluyen absolutamente
todos los poblados, como tampoco los indios que se fugaban a los montes;
excluyen la enorme cantidad de muertes que ocasionaron las enfermedades
introducidas por los españoles, y contra las cuales los nativos no tenían defensas
naturales. A partir del contacto con los europeos, dichas enfermedades (viruela,
sarampión, tifus, peste bubónica, etcétera) causaron una verdadera catástrofe
demográfica, lo que hace pensar que, alrededor de 1519-1520 (antes de la
primera epidemia), el actual territorio de Guatemala pudo haber estado ocupado
por cerca de 1.7 millones de habitantes. Algunas de aquellas enfermedades, como
la llamada kumatz ogukumatz, se incorporaron al léxico, al sufrimiento, y a los
registros históricos de los nativos, entre estos últimos, el Memorial de Sololá: “He
aquí que durante el quinto año apareció la peste ¡oh hijos míos! Primero se
enfermaban de tos, padecían de sangre de narices y de mal de orina. Fue
verdaderamente terrible el número de muertes que hubo en esa época… De
ninguna manera podía la gente contener la enfermedad… Después de haber
sucumbido nuestros padres y abuelos, la mitad de la gente huyó hacia los
campos. Los perros y los buitres devoraban los cadáveres. La mortandad era
terrible”.             Además de los efectos de las enfermedades, la guerra tuvo los
propios; así como el maltrato y los trabajos forzados, cuyos resultados dieron
pábulo a lo que se conoce como la “Leyenda Negra” contra España. La muerte de
hombres y mujeres en edad madura, y de niños, causó un notorio descenso en las
tasas de natalidad; inclusive, no ha faltado quien aluda a una actitud de “desgano
vital”, o sea, de frustración total ante las expectativas de la vida, aunque este
último argumento contradiga la permanente resistencia de los indios, violenta o
pacífica, que también ha recogido la Historia. De los españoles que migraron A
raíz del Descubrimiento, uno de los primeros problemas que se presentó a la
Corona fue el de determinar quiénes podían viajar a las Indias. En el primer viaje
de Colón se autorizó el reclutamiento de algunos prisioneros; después se hizo lo
mismo con otros condenados, a quienes así se conmutaba la pena; pero, en 1505,
se prohibió el traslado de todos aquellos que tuvieran malos antecedentes.            
Casi desde el principio, sin embargo, se excluyó expresamente a los judíos, a los
moros y a los conversos; pero, alrededor de 1510, se aprobó una política más
abierta, aunque reducida todavía a los originarios de los reinos de Castilla y de
León. Poco tiempo después se autorizó la emigración de españoles sin
excepciones, e inclusive se permitió, con autorización especial, la trasportación de
negros.             Entre los primeros migrantes, en general, no figuraban nobles, sino
más bien hidalgos jóvenes, que buscaban aventuras y fortuna. Pronto se sumaron
marineros, religiosos, comerciantes, criados, pero los artesanos y labriegos aún
eran muy escasos. Hasta en 1518, precisamente Las Casas propuso que se
poblara con labradores y, en 1519 la Corona trató de impulsar dicha propuesta, la
que no cuajó, sin embargo, porque ya los colonos comenzaban a trasladarse a
Tierra Firme, en desmedro del poblamiento de las islas antillanas.             Ante la
necesidad de controlar los territorios descubiertos, la Corona decidió “fundar” y
“poblar”, lo que significaba edificar ciudades, con población concentrada, para lo
cual se ordenó el reparto de solares. En la primera etapa de la empresa
descubridora, en las Antillas, participaron unos 300 españoles, pero, en 1502,
cuando comenzó la verdadera colonización, ya habían llegado a La Española
cerca de 2,500 migrantes y, en 1559, el total de la migración ascendía a 27,787.
En el Catálogo de Pasajeros a Indias se registraron sólo 15,480, en el período de
1509 a 1559, pero allí no se incluyó nunca la emigración fraudulenta. Se calcula
que, en 1600, el total de migrantes era de 54,881, aunque también se han
presentado cifras que se aproximan a 200,000.             En cuanto a la procedencia
de los migrantes, las estadísticas conocidas indican las siguientes regiones:
Andalucía y, en particular, Sevilla (36%); Extremadura (16.4%); Castilla la nueva
(15.6%); y Castilla la Vieja (14%). En el siglo XVII aumentó la emigración de
Cataluña y de la Vascongadas. En el Catálogo de pasajeros se señala un 5.6% de
licencias otorgadas a mujeres, pero, después de la conquista aumentó el
porcentaje de casadas que resolvieron trasladarse a las Indias. Las cifras
generales anteriores, sólo en forma relativa pueden aplicarse a lo que fue el Reino
de Guatemala, sobre el cual se carece de información  específica. Se sabe, tan
sólo, que en Costa Rica se establecieron 88 “familias fundamentándolas” y que, en
general, éstas casi no dependieron de la mano de obra indígena y constituyeron,
en cambio, un núcleo inicial de empresarios, atenidos a su propio trabajo, lo que, a
veces, se ha utilizado para explicar los orígenes remotos de la democracia en
dicho país. La Fundación de poblados Con el propósito de afirmar su dominio
directo y disminuir el que detentaban los jefes de conquista, la Corona ordenó la
fundación de poblados en los territorios conquistados. En el Reino de Guatemala
se comenzó en la primera mitad del siglo XVI, pero tal política, con alzas y bajas,
continuó en los años posteriores y estaba ya consolidada en la siguiente centuria.
Ciudades y villas Los términos de ciudad y villa se usaron para designar a los
centros de españoles, según el tamaño de los asentamientos; y el de pueblo o
poblado, para llamar a los habitados por indígenas. Ello respondía a la concepción
de las “repúblicas” separadas, inclusive desde el punto de vista espacial o
geográfico. Con el tiempo, sin embargo, las ciudades más importantes adquirieron
un carácter multirracial.             Las urbes principales a finales del siglo XVI, de las
cuales cada provincia tenía una o dos, eran, sin duda, importantes focos de poder
económico, político, religioso y cultural, etcétera, Su vida giraba en entorno a los
cultivos o actividades económicas más relevantes (cacao, añil, minería). En
aquella época ya destacaban ciudades como Santiago de Guatemala, que era la
capital del Reino; Ciudad Real, en Chiapas; Comayagua y después Tegucigalpa,
en Honduras; San Salvador y la Villa de Sonsonate, en El Salvador; León y
Granada, en Nicaragua; además de otros centros menores, ubicados en las
distintas provincias. A lo largo del citado siglo XVI se fundaron en el Reino unas 50
ciudades y villas, de las cuales sólo perduró una veintena, aproximadamente, En
todas se aplicó el trazo en damero o cuadrícula. Centros urbanos en la Provincia
de Guatemala La primera ciudad fundada en el actual territorio de Guatemala, lo
fue sólo de manera simbólica, en Iximché, el 27 de julio de 1524. Se le llamó
Santiago de Guatemala, pero nunca fue trazada a la manera española. Casi de
inmediato, y como consecuencia de rebelión de los Kakchiqueles, adquirió un
carácter itinerante, con las características propias, más bien, de un campamento
militar. En estas condiciones, primero estuvo en Xepau (Olintepeque,
Quetzaltenango), y después en Chijxot (Comalapa, Chimaltenango). Su primer
asiento permanente lo tuvo en Almolonga o Bulbuxyá, donde se fundó, por Jorge
de Alvarado, con las formalidades legales del caso, el 27 de noviembre de 1527:
“Asentad escribano que yo, por virtud de los poderes que tengo de los
gobernadores de su Majestad con acuerdo y parecer de los alcaldes y regidores
que están presentes, asiento y pueblo aquí en este sitio la ciudad de Santiago, el
cual dicho sitio es término de la provincia de Guatemala”.             Después de la
muerte de Pedro de Alvarado, ocurrida en México, y cuando doña Beatriz de la
Cueva (“la sin ventura”, como ella firmaba entonces) desempeñaba la
Gobernación, conjuntamente con su primo Francisco de la Cueva, la noche del 11
de septiembre de 1541 la ciudad fue destruida por una grande inundación,
provocada por lluvias torrenciales y un deslave que descendió del Volcán de Agua.
A raíz de la muerte de doña Beatriz, en aquella noche trágica, el gobierno se
ejerció, también conjuntamente y de modo provisional, por el Obispo Marroquín y
el ya citado Francisco de la Cueva.             El mismo año 1541, la ciudad se
trasladó al valle aledaño que los indígenas llamaban Pancán o Panchoy, y los
españoles, Valle del Tuerto. Allí estuvo hasta 1773, año en el que fue destruida
por los terremotos de Santa Marta. De ese sitio, de nuevo fue trasladada, en 1776,
al Valle de la Virgen, o de La Asunción, donde todavía permanece.             A
principios del siglo XVII, Santiago tenía 500 vecinos españoles y un número
semejante de indígenas, ladinos y “castas”. Puesto que, según cálculos
aceptables, cada vecino era jefe de una familia de cinco personas, se supone que
había un total de 5,000 habitantes, en 1700, esta cifra había ascendido a 30,000.
El cronista Fray Antonio Vázquez de Espinosa describió cómo lucía la ciudad de
Santiago en 1620: “Las calles bien trazadas y derechas, tiene la plaza principal
que es muy buena y cuadrada, en el ángulo que está al noroeste está la Iglesia
catedral… En el mismo ángulo las casa obispales. En el otro ángulo que está casi
al sur, están las casas reales, muy grandes y capaces… Enfrente de este ángulo
de las casas reales casi al norte, es el otro todo de portales de muy buena fábrica,
en éste están los escribanos y algunas tiendas de mercaderes. El otro ángulo que
está enfrente de la Iglesia catedral es también de portales, todo de muy buena
fábrica, en el cual hay mercaderes y otras tiendas de pulperías, a un lado de la
plaza hay una fuente de agua muy buena, de donde se provee mucha parte dela
ciudad, aunque muy abastecida de ella…”.             En Panchoy se distribuyeron
los solares en barrios, ubicados según la importancia de los vecinos. Además, se
señalaron los lugares asignados a los indios que habían llegado “en seguimiento a
los indios que habían llegado “en seguimiento de los españoles”, es decir los
tlaxcaltecas, mexicanos, utatlecos y guatemaltecos. Por cierto, las autoridades
siempre recelaron de los indios citadinos, y fue constante el temor de posibles
levantamientos.             Algunas de las ciudades y villas fundadas en la Provincia
de Guatemala, así como en otras partes del Reino, representaron sólo intentos
frustrados de edificación, tal como ocurrió en Mixco, en el Llano de la Culebra; en
Verapaz, donde el Alcalde Mayor, Martín Alonso Tovilla, fundó la Villa Toro de
Acuña, de muy corta vida. Otras fundaciones fallidas fueron la de Nueva Sevilla
(1543), situada a orillas del Río Polochic, y abandonada por presión de los
dominios, que defendían dominios exclusivos en la zona; y también la de Monguía
o Munguía que, en 1568, se estableció, por poco tiempo, en las márgenes del
Lago de Izabal. Los pueblos de indios Las “reducciones” o congregaciones, por las
cuales se establecieron pueblos de indios, se impulsaron, inicialmente, por
religiosos, como el propio Obispo Marroquín. Las gestiones comenzaron en 1538,
pero sólo fueron atendidas en 1544, cuando el Rey ordenó “recoger” y “juntar” a
los indios, en pueblos delimitados y con autoridades propias. Se comenzó en
Patinamit, o sea, Tecpán Guatemala, la sede principal de los Kakchiqueles, y se
continuó con Chimaltenango, Comalapa, Atitlán, Tecpán Atitlán (Sololá), San
Miguel Totonicapán, Quetzaltenango, etcétera. San Raimundo Las Casillas y
Santo Domingo Xenacoj se fundaron, por los indios, con ayuda de los dominicos,
de manera apurada y artificiosa, más bien como una estrategia para evitar
arbitrarios despojos de tierras que ambicionaban ciertos españoles dedicados al
laboreo del trigo.             En su mayoría, los pueblos de indios se trazaron según el
patrón urbano de cuadrícula, con una plaza central, a cuyos costados se erigía la
iglesia y el Cabildo. El cronista Fray Antonio de Remesal relata la forma en la que
se procedía a hacer las “reducciones”: “El orden que los padres tenían en mudar
los pueblos era este. Lo primero: ellos y los caciques y principales miraban y
tanteaban el sitio nuevo, y si alguno de los antiguos les tenía acomodado para
juntar los otros a él, ordenaban este. Hacían primero sembrar las milpas junto al
sitio: mientras crecían y se sazonaban el maíz edificaban las casas, y se
enjugaban, y en estando las milpas para cogerse, en algún día señalado se
pasaban todos al nuevo sitio con muchos bailes y fiestas que duraban algunos
días, para hacerles olvidar las moradas antiguas”.              La política de las
congregaciones prácticamente concluyó en 1580, y ellas se convirtieron en un
nuevo elemento fundamental en la estructura de la sociedad guatemalteca. Por
ese medio, se aceleró el despojo de tierras sufrido por los indígenas, ya que buen
parte de las que pertenecían a las parcialidades (cuyo dirigentes ayudaron
también a los religioso y a las autoridades en la empresa de aquellas
“reducciones”), por ejemplo, bosques, pastizales y los terrenos alejados pero
cultivados, con el tiempo y las presiones, en muchos casos, pasaron a ser tierras
baldías en manos de foráneos.             La delimitación de aquellos pueblos de
indios, por otra parte, originó mediatos e inmediatos litigios de tierras y disputas de
límites que, en algunos casos, permanecen sin resolverse en la actualidad.
Muchos de aquellos pueblos, en especial los que circundaban la ciudad de
Santiago u otros centros urbanos de españoles, se convirtieron en proveedores de
bienes y servicios que disfrutaban los colonos españoles.             En realidad, las
reducciones llenaron tres objetivos básicos, a saber: facilitaron el control político
sobre las parcialidades indígenas y, en especial, sobre los indios rebeldes;
allanaron el cobro del tributo y la disponibilidad de mano de obra que, por cierto,
no resultaban tareas fáciles cuando la población indígena vivía dispersa en los
campos, en amplias distancias; finalmente, permitieron que la evangelización, y
otras prácticas de imposición cultural (“vivir en policía”, como decían los
españoles), encontraran caminos más expeditos y rápidos.             Los pueblos de
indios, en consecuencia, resultaron ser un elemento definitorio, esencial,
característico, de la sociedad colonial. En cierta medida sirvieron para
desvertebrar la organización social prehispánica, para encausar la explotación
económica, el control político y el dominio cultural sobre la población indígena,
pero, al mismo tiempo, y de modo paradójico, se convirtieron en reductos de la
vieja cultura y, a veces, en focos de resistencia, pasiva o activa, pero, en todo
caso, en la otra cara de la moneda colonial. Es propio afirmar que, después de
1524, sólo existían dos grandes grupos diferenciados en Guatemala: los
españoles y los indígenas o naturales, como estos últimos han preferido llamarse
de modo consistente. De esos dos segmentos sociales, primordialmente, surgió la
población heterogénea que ha conformado la sociedad guatemalteca hasta la
actualidad.             En efecto, de las relaciones sexuales, forzadas o voluntarias,
entre personas de aquellos dos grupos primarios, surgió una población mixta. Se
incurre en una ligereza, empero, si se cree que los mestizos, o ladinos como se
les llamó después, sólo son producto de una mezcla biológica, o de la simple
adopción, por los indígenas, de algunos rasgos culturales españoles, como la
indumentaria y el idioma.             En realidad, la historia demográfica de las etapas
colonial y republicana es más compleja, puesto que en ella inciden también
factores políticos, sociológicos y otros más, a distintos niveles. La elite, por
ejemplo, la de los españoles y la de sus descendientes criollos, enalteció su
pasado, registró sus victorias y sus genealogías, pero se olvidó de los grupos
marginados. De esta manera, una gran mayoría de guatemaltecos, en especial los
ladinos, ha permanecido, por años, sin conocer sus orígenes y sus antecedentes
más remotos.             En 1520, a pesar de los efectos anticipados de las
epidemias, la población indígena estaba equilibrada en cuanto a género. Los
españoles que llegaron inicialmente, en cambio, en su mayoría eran varones,
tanto jóvenes como de mediana edad, y aun cuando hubieran dejado esposa y
prole en España, procrearon hijos o formaron uniones, temporales o duraderas,
forzadas o voluntarias, bajo presiones o por atracción mutua, de las cuales se
originó una población mestiza que, sobre todo, ocupó un espacio social particular.
La aparición de los mestizos fu el primero de varios factores que derrumbó la
dicotomía fundamental del dominio político en América, o sea, la de las dos
repúblicas: la de los españoles y la de los indios. De ambos grupos, ni el uno ni el
otro previeron que sus relaciones y su convivencia, aun en una situación de
desigualdad, originarían el surgimiento de “otros”, que no encajaban en ninguno
de los dos segmentos, no obstante que muchos fueron absorbidos por los
españoles (como doña Leonor de Alvarado, la primera mestiza nacida en
Guatemala), o bien por los indígenas.             La situación se complicó aún más,
cuando, antes de la década 1550, los hispanos introdujeron a los primeros
esclavos africanos, en número apreciable y en su mayoría varones. Estos también
se mezclaron con los indígenas, mestizos y españoles, y los descendientes de
todas aquellas amalgamas biológicas constituyeron la categoría denominada,
durante la Colonia, “castas”, que fue, asimismo, una población de difícil ubicación.
En los siglos XVII y XVIII, el nombre genérico de castas incluía a todas las
personas marginadas de origen mixto, es decir, mestizos, mulatos, pardos,
ladinos, etcétera.             La incorporación de los africanos no resultó fácil y
acelerada; primero, porque el fenotipo, es decir, la apariencia física, permitía la
expresión abierta de los prejuicios raciales; y, segundo, por una razón sociológica,
ya que, además de haber llegado como esclavos, en algunos casos también
desempeñaron el papel de capataces o calpixques y, como tales, trataron a los
indios en forma abusiva e incluso cruel, puesto que disfrutaban de un poder
ilegítimo.             De todas maneras, como parte de la evolución demográfica y
sociológica de los mestizos y, en cierta medida, de los afroamericanos, surgió el
que actualmente se conoce como el segmento ladino de la sociedad
guatemalteca. Resulta significativo que el término ladino se comenzara a usar, en
Guatemala, para llamar a los indios que mostraban facilidad o predisposición para
adoptar ciertos rasgos culturales españoles, como el idioma, por ejemplo; de esta
cuenta, no era extraño oír la expresión “indio ladino”, referida a tales sujetos. De
esa misma manera, en fecha aún anterior, la palabra se utilizó en España en
relación con los sefardíes, para designar a una categoría social, cuyos orígenes y
desarrollo también tenían aspectos biológicos y culturales. La evolución de la
población no indígena, en efecto, fue más notoria en la ciudad de Santiago, así
como en las zonas de expansión agroeconómica que, inicialmente, estuvieron
controladas por los españoles; los negros y mulatos, por ejemplo, se concentraron
en la capital y en las unidades agrícolas muy productivas. Alrededor de 1530, casi
cualquier español podía tener esclavos indios, pero sólo los muy acomodados
tenían uno de origen africano.             Por otra parte, y precisamente en la ciudad
de Santiago, en las casas principales solían vivir entre 10 y 20 personas: el jefe de
familia español, su esposa e hijos, parientes, paniaguados (“recogidos” o
simplemente protegidos), esclavos indígenas, naborías (sirvientes domésticos) y
esclavos africanos. El mayor número de hombres redundaba en
entrecruzamientos sexuales, forzados o voluntarios. En las categorías inferiores
había más mujeres, generalmente indígenas, y de éstas nacieron muchas de las
personas de origen mixto.             En 1550, cuando se ordenó la libertad de los
esclavos indígenas, éstos ocuparon pueblos y barrios específicos en los
alrededores de la capital, en los cuales, a instancias de las Órdenes religiosas, se
pretendía protegerlos de todo tipo de abusos, pero este último propósito no se
pudo conseguir en los poblados del interior del país.             Durante los siglos XVI
y XVII, las castas crecieron de modo constante y relativamente acelerado;
mientras que en la primera de dichas centurias la población indígena disminuyó,
acosada por las enfermedades y otros factores ya mencionados. La situación de
las castas fue muy ambigua siempre; al mismo tiempo que, inicialmente, los
españoles consideraron a sus integrantes como una fuerza alternativa de trabajo,
y a pesar de que , en cierta medida les eran útiles en verdad, los menospreciaban,
aunque también contribuían a su reproducción biológica; más aún, en muchos
casos los absorbían en su propio segmento social.             En 1540, el Obispo
Marroquín sugirió oficialmente que se atendiera la educación de las Doncellas y el
entrenamiento artesanal de los jóvenes mestizos, para evitar en estos últimos “su
muy grande corrupción”. En 1550, la Corona propuso que algunos mestizos
huérfanos (varones) de Santiago fueran enviados a España, donde podrían
trabajar en diversos oficios, más la iniciativa no prosperó. Los descendientes de
uniones afro españolas o afro indígenas no fueron objeto de parecidas
preocupaciones, lo que denotaba ya una clara diferenciación entre los distintos
segmentos de las propias castas.             El sector céntrico de Santiago era
demasiado caro para albergar al creciente número de castas (el término se
aplicaba también a los individuos), y entonces muchas personas de este sector
social se instalaron en los barrios de indios o en las zonas bajas y cálidas del
interior del país, en especial las que se dedicaban a la agricultura de exportación,
en las cuales podían encontrar trabajo, refugio y más libertad. Las comunidades
indígenas se esforzaron por mantener su integridad frente a los intrusos, pero la
necesidad económica y, en general, sus condiciones de vida, les obligaban a
vender o arrendar sus propiedades a los foráneos.             En Santiago, las castas
se hicieron notar, tanto por su número como por el papel que jugaban en las
relaciones sociales y económicas. A mediados del siglo XVI ya eran importantes,
pero más allá de la mitad de la siguiente centuria constituían una mayoría que, sin
embargo, no predominó en otros aspectos que no fueran el demográfico. Las
siguientes estadísticas, relacionadas con el período 1590-1599, indican que en la
ciudad existían 13,000 “gentes ordinarias” (mestizos, negros, mulatos, naborías e
indígenas) y unos 3,700 españoles y criollos. Respecto de 1650, se calcula que
unas 21,700 personas eran castas, en tanto que los “blancos” sumaban unos
5,600. De 1690 a 1699, esta última proporción casi no había variado. Entre 1630 y
1699, significativamente, los registros de la parroquia de El Sagrario consignaban
que el 72% de los hijos era de ilegítimos, pero, poco tiempo después, el número
de legítimos registrados era ya de un 51%.             En cuanto a los esclavos
negros, se calcula que alcanzaron su mayor número, en Santiago por lo menos,
entre finales del siglo XVI y la década 1680. A partir de 1690 comenzaron a
disminuir, pero se compensaron con esclavos mulatos; ello se explica porque,
durante la centuria citada, se redujo la importación de negros, se calcula que
alcanzaron su mayo número, en  Santiago por lo menos, entre finales del siglo XVI
y la década 1680. A partir de 1690 comenzaron a disminuir, pero se compensaron
con esclavos mulatos; ello se explica porque, durante la centuria citada, se redujo
la importación de negros a la América Central y, además, porque los españoles
concentraban a los mulatos en sus residencias citadinas mientras que enviaban a
los esclavos negros a trabajar en las empresas agrícolas rurales. Es importante
hacer notar que, en el cuadro demográfico general de Santiago y de otras
regiones del país, se producían uniones de distinto tipo, formales o informales,
estables o casuales, sinceras o violentas, en las cuales participaban todos los
segmentos socios raciales. De este modo, el fondo genético de la sociedad
guatemalteca, en su conjunto, se abigarró, hasta el punto de que, como ocurre en
el mundo entero, el concepto de “raza pura” perdió todo sentido y, por ello,
pareciera más propio hablar de poblaciones reproductoras (es decir, con más
posibilidades de reproducirse fácilmente), en las cuales las reglas de la endogamia
jugaron un papel no desestimable.             Se puede afirmar, en consecuencia,
que el punto de origen de la población no indígena fue la ciudad de Santiago y,
más específicamente, las casas de españoles (aunque este último término
también implicaba divisiones internas, determinadas por la riqueza y el prestigio
social); allí, o en los alrededores, permanecieron importantes concentraciones de
dicho segmento poblacional. Sin embargo, en los siglos XVII y XVIII, ya había
focos de población ladina a lo largo de la Costa Sur, el Oriente de la provincia, así
como en Honduras y El Salvador             En resumen, y a reserva de nuevas
investigaciones, se puede asumir que la población ladina apareció primero en el
medio urbano, ya que sus desplazamientos y radicación en otras zonas estuvieron
condicionados por la expansión agrícola, por la disminución demográfica de los
indígenas y por el acceso a la tierra en dichas zonas que, por lo general, eran las
más bajas y calidas.
LOS CRIOLLOS Y EL CRIOLLISMO Generalmente se define a los criollos como
los hijos de españoles nacidos en América. De modo más escrito, el termino se
aplico a los descendientes de los españoles y de otros criollos. Sin embargo, más
que el vínculo  familiar o el lugar de nacimiento o residencia, la importancia de los
criollos estriba en el espacio social que ocuparon, así como en el papel que
jugaron en el proceso evolutivo de la sociedad colonial. Lo anterior quiere decir
que, antes que un segmento exclusivamente radical o biológico; o bien uno
definido en términos geográficos, los criollos construyeron un sector estructural de
gran participación en la dinámica del régimen colonial. De esta manera, los criollos
individualmente o como grupo, conformaron el fenómeno social denominado
criollismo. En el reino de Guatemala, igual que en el resto de Hispanoamérica, el
criollismo se origino en los propios años que siguieron a la conquista en el siglo
XVI. Más como una concepción de la vida y la sociedad, como mentalidad y
actitudes definidas, como un grupo social delimitado, alcanzo una particular
importancia entre el siglo XVII y la emancipación. El criollismo, según lo pinta y lo
representa personalmente el cronista Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, en
su obra la Recordación Florida, se caracteriza por una actitud de justificación y
exaltación de la empresa conquistadora y de la condición colonial; por la defensa
especifica del mismo sector  de los mismos criollos, en especial frente a los
peninsulares; y también por la sublimación del mundo guatemalteco. Entre las
principales reivindicaciones iníciales de  los criollos (siglo XVI) figuraba la
administración directa del corregimiento del Valle, cercano a la capital y de gran
población indígena, cuya jurisdicción les disputa los primero gobernadores, control
del ayuntamiento y de las alcaldías mayores; y otras preeminencias menores,
como el derecho de los capitulares del ayuntamiento y de las alcaldías mayores; y
otras preeminencias menores, como el derecho de los capitulares del
ayuntamiento a usar cojines y a besar la paz en los oficios religiosos (reconocido
solo a los magistrados de la audiencia ), y otras distinciones semejantes, entonces
muy apreciadas.  Los criollos  se quejaban, igualmente de la indefensión del país
frente a los piratas y corsarios. En el orden religioso a los piratas y corsarios. En el
orden religioso pedían la categoría metropolitana para el arzobispo de Guatemala.
En el orden fiscal, sus exigencias se enderezaban a la exoneración de impuestos,
así como a la impugnación de los estancos aprobados por la Corona. En el fondo,
y en rigor histórico, los intereses estructurales del criollismo se reducían,
esencialmente, a una mayor libertad para explotar los recursos del país, en
especial, el trabajo de los indios, el comercio la encomienda y otros muchos
privilegios coloniales. El ayuntamiento, en un momento convertido en bastión y
fortaleza de los criollos defendió los intereses de estos ante la corona los
peninsulares, los indios, o contra quien se inter pusiera en el camino de la
empresa colonial. En estos afanes, los criollos crearon conflictos y libraron batallas
ideológicas políticas económicas, y otras de diverso género. En el campo
intelectual, por ejemplo, sus contribuciones fueron extraordinarias, aunque sus
objetivos no siempre quedaron explícitos. Además de La Recordación Florida de
Fuentes y Guzmán, debe abonárseles la Crónica de la Provincia del Santísimo
Nombre de Jesús de Guatemala, de Francisco Vázquez, la valiosísima  y extensa
obra historiográfica y lingüística de Francisco Ximenez, aun cuando este era
español; la creación literaria de Rafael Landivar; la apertura intelectual ante los
aires renovados de la Ilustración ; la fundación de la sociedad Económica de
Amigos del País que también tenían elementos españoles; la fundación de la
Universidad de San Carlos , en 1861; el impulso al periodismo anterior  a la
Independencia , etcétera . La culminación del papel de los criollos, como grupo
social fue la Independencia del Reino de Guatemala, proclamada el 15 de
septiembre de 1821.

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