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Organización social, estructura e instituciones:

desde la constitución del Estado nacional argentino hasta la crisis de 1930.

Laura Alori, Teodoro Blanco y Ángel Cerra1

Antecedentes: la crisis de la independencia

Debemos buscar los orígenes del Estado nacional argentino en la época denominada de las
"revoluciones", que abarca la segunda mitad del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX. En ese
período se producen la revolución industrial inglesa, la revolución independentista norteamericana, la
revolución francesa y sus secuelas y las revoluciones de independencia en América latina.
Lo que hoy llamamos Argentina, en la segunda mitad del siglo XVIII era parte del imperio
hispanoamericano, en cuyo contexto tenía poca importancia debido a su situación geográfica alejada
de los centros de poder europeos y por no contar con recursos naturales con valor económico en los
términos del mercado de aquella época. La existencia en la zona pampeana de una sociedad aborigen
sin base agraria de subsistencia la convertía en una región demográficamente "vacía".
La lucha por la hegemonía entre las naciones europeas con intereses coloniales -España,
Portugal, Francia e Inglaterra- se transforma, en la medida en que surge un nuevo modo de producción:
el industrial. Este fenómeno se expresa -entre otras maneras- en un cambio, con respecto al papel de las
colonias, después de la Guerra de los Siete Años (1756-1763). A partir de ese momento se abandonará
el criterio simplemente extractivo que había dominado durante tres siglos esa relación, reorganizando
la actividad económica colonial de manera que sirviera eficientemente para impulsar el desarrollo
industrial en los países europeos.

El impacto de las reformas borbónicas

En Hispanoamérica este proceso es conocido como las reformas borbónicas o carolinas, que en
las décadas de 1760-1790 alteran radicalmente las condiciones establecidas durante trescientos años de
colonización.
A lo largo de esas centurias se había consolidado una sociedad hispanoamericana rígidamente
estratificada y con una fuerte connotación racial. Si la representamos en forma de pirámide, estaba
compuesta así: un pequeño segmento de clase alta integrado por los terratenientes, los empresarios
mineros" y los grandes comerciantes importadores, todos ellos hispano-criollos, blancos o casi
blancos; una clase media también numéricamente reducida y de composición étnica similar, que eran
empresarios medianos, clérigos y funcionarios, y una amplia clase baja de mestizos, mulatos, negros
esclavos e indios serviles, que constituían -en diferentes grados y modalidades- la masa trabajadora.
El "nuevo modelo", impuesto arbitrariamente por el rey Carlos III, provocó nuevas
contradicciones, que con el tiempo crearon las condiciones para una revolución. Las más afectadas
fueron las aristocracias criollas y las comunidades indígenas. Las primeras se vieron amenazadas por
una nueva inmigración de españoles europeos que pretendían colocarse a la cabeza de la sociedad,
desplazándolas en la administración colonial para asegurar la autoridad de la Corona. Las segundas
fueron las más afectadas en su nivel de vida -de por sí el más humilde- por las presiones laborales y
fiscales que se implementaron en nombre de la "eficiencia".
España intentaba reorganizar la explotación colonial de manera que sirviera a su intento de
modernización. Para eso alteró el orden colonial preexistente -Injusto pero aceptado-, reorganizando el
sistema político-administrativo mediante el régimen de intendencias, aumentando la presión tributaria

1
En AAVV (1998), Reflexiones sobre la Argentina contemporánea. Editorial Biblos. Buenos Aires. Extracto.

1
y prohibiendo el comercio interregional.
Desde el inicio las reformas fueron resistidas. Hacía ya trescientos años que existía en América
una sociedad organizada, que no estaba dispuesta a autosacrificarse por los intereses de los
"españoles", Por entonces surge entre los criollos la conciencia de ser "americanos".
Los indígenas, por su parte, víctimas de la opresión de las elites criollas, no distinguían entre
éstos y los españoles; conservaban además sus formas de organización tradicional en tomo del trabajo
comunitario de la tierra.
A comienzos de la década de 1780 se produjeron las rebeliones tupacamaristas. Las mayores
cargas fiscales, la reorganización de las actividades comerciales, entre otras medidas económicas,
afectaron a la población indígena y a los "pobres" en general: blancos, mestizos o indios. El
descontento atravesaba a varios estratos y, así, de las capas medias de la pirámide social, surgió un
líder, Túpac Amaru -descendiente de los incas, un hombre educado y que formaba parte de un sector
que cumplía funciones de intermediación entre la elite hispano-criolla y las masas.
A su convocatoria respondieron en primer lugar y de manera más activa los llamados indios
forasteros: aquellos que, extraídos de su comunidad de origen por la mita (sistema de trabajo forzado
organizado por la administración colonial española en América que consistía en que cada comunidad
indígena debía proporcionar periódicamente una cuota de varones jóvenes para que trabajaran por un
tiempo determinado, sin retribución, en los centros mineros), luego de cumplido el período de trabajo
en las minas de plata de Potosí no regresaban a su lugar natal y se convertían en un elemento social
desarraigado, obligados a delinquir para sobrevivir y perseguidos por la autoridad. Éstos inician un
proceso de movilización social en el marco del cristalizado orden colonial.
El descontento generalizado y la emergencia de un liderazgo carismático -Túpac Amaru en
Perú y Túpac Catari en Bolivia- les permitió expresarse a través de la rebelión, que fue sostenida por
buena parte de las comunidades indígenas. No tenían una organización coherente ni objetivos claros y
sus acciones fuero desordenadas. Las elites criollas, que se vieron amenazadas, colaboraron con las
autoridades españolas en su represión, que fue sangrienta y acabó con el movimiento.
Los criollos, por su parte, comenzaron a conspirar contra el dominio español; su mayor grado
de poder, de cohesión y de conciencia de clase, los convirtió en el principal sector revolucionario en
esas circunstancias históricas.

La ruptura del pacto colonial

A principios del siglo XIX ya estaba claro que el modelo carolino había fracasado, y España
perdía la competencia por la modernización. La expansión de la revolución industrial inglesa limitaba
las posibilidades de desarrollo en la península ibérica. Por otra parte, las colonias americanas eran
explotadas para subsidiar la ineficiencia española, aumentando el descontento de los criollos.
De este modo, surgieron movimientos opositores en diversos lugares: entre otros movimientos
rebeldes se encuentran los encabezados por Francisco de Miranda en Venezuela (1806) y Pedro
Murillo en el Alto Perú (1809). La participación española en las guerras europeas iniciadas en 1792
aumentó el déficit fiscal y provocó la destrucción de su flota de guerra, elemento decisivo en el control
de las colonias ultramarinas. Faltaba la oportunidad y ésta se presentó cuando Francia invadió España
y depuso a la monarquía.
Una autoridad que en buena medida había perdido legitimidad y que progresivamente se
sostenía sólo por la fuerza se volvió vulnerable cuando fue derrotada en el terreno de la fuerza por otra
potencia. Es decir que al ser destruida por un agente externo la capacidad represiva de España, los que
le estaban sometidos encontraron la posibilidad de rebelarse.
Inglaterra, que controlaba los mares y estaba interesada en obtener nuevas fuentes de materias
primas y mercados para su incipiente producción industrial, colaboró con los movimientos insurgentes
apoyándolos financiera y diplomáticamente.
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De esta manera, alrededor de 1810, se inicia la guerra de la independencia en América latina.
La Argentina tuvo un papel de gran importancia en lo que respecta a la porción meridional,
contribuyendo a la independencia de Chile y Perú.
Concluida la guerra y obtenida la independencia, ¿cuál fue su saldo?
La guerra destruyó un orden: el colonial. Bajo su influjo desapareció la organización
administrativa imperial, se desarticuló el sistema comercial, el poder se redujo a sus expresiones
locales y se perdieron numerosas vidas y bienes. Surgieron innumerables conflictos regionales entre
las diferentes elites criollas, así como también enfrentamientos sociales, porque las clases subalternas
presionaron para obtener algún rédito de la independencia. A este desorden contribuyó el elemento
militar, producto de los años de guerra, que luego se convirtió en un factor de poder interno.
La creación de un nuevo orden estatal nacional significó, en casi todos los casos, largas décadas
de anarquía.

La organización del Estado Nacional en la Argentina

En nuestro país, la Revolución de Mayo abrió una nueva etapa, signada por el enfrentamiento con el
imperio español y los conflictos internos. Las guerras de la independencia caracterizaron la primera década
revolucionaria, transformando profundamente la economía y la sociedad coloniales. Desde el punto de vista
económico, la imposibilidad de contar con los recursos argentíferos de Potosí (que habían sido la principal
fuente de recursos del Virreinato del Río de la Plata) y las dificultades en esa etapa para generar excedentes
alternativos mediante otras actividades (la ganadería, por ejemplo), las exacciones de ambos bandos en guerra y
el desorden en el comercio provocado inicialmente por la expulsión de los españoles y su reemplazo por
ingleses, configuraron una crisis económica grave y persistente.
La propia guerra y el conflicto externo condujeron a importantes reacomodamientos sociales. Los
españoles, por lo general perdieron sus fortunas y privilegios, siendo reemplazados por una nueva elite criolla.
De ninguna manera puede pensarse en una transición apacible de la hegemonía tradicional a la nueva. Por el
contrario, muchos actores de la revolución destinados a ocupar posiciones de privilegio las perdieron en el
fragor de la lucha facciosa que caracterizó los primeros gobiernos patrios.
En la década de 1810-1820 se sucedieron distintos gobiernos que se proclamaron como nacionales y
cuya eficacia como ordenadores sociales se vinculaba con su aptitud para afrontar las circunstancias de la
guerra. De ese modo, las derrotas militares desplazaban a las autoridades y encumbraban a otras. Las victorias
reforzaban la popularidad del gobierno y aumentaban su margen de acción.
¿Por qué no pudo formarse de manera inmediata un orden estatal para reemplazar el aparato político
administrativo colonial? ¿Cómo puede explicarse la inestabilidad de estos años? Estos interrogantes requieren
algunas aclaraciones importantes. En primer término, es erróneo juzgar como necesaria la formación de un
Estado que reemplazarla el antiguo Virreinato del Río de la Plata. Si bien algunos de los revolucionarios de
Mayo concebían el plan como factible y juzgaban natural la sujeción de toda el área al dominio de Buenos Aires
-antigua capital virreinal-, existían distintas opciones para el establecimiento de nuevos aparatos de dominación
política en América latina. Podemos citar como ejemplos la propuesta de una confederación americana,
sustentada entre otros por Bolívar, o los intentos de conseguir la protección de estos territorios por parte de una
potencia europea.
La argumentación anterior puede completarse con el análisis de los elementos de identidad nacional que
acompañaron el derrumbe del dominio español. Es evidente que las luchas de la independencia fortalecieron una
conciencia nacional. La difusión de símbolos de soberanía -el himno y la bandera, entre otros- promovió la
identificación de buena parte de la población. Sin embargo, los regionalismos subyacentes eran más poderosos
como elementos de cohesión. Durante años, las provincias vivieron los intentos de unificación bajo un nuevo
orden estatal, como la imposición del predominio porteño, y resistieron la unión nacional bajo esas condiciones.
En otro sentido, la inestabilidad del sistema político posrevolucionario se relaciona con las dificultades
por establecer lazos efectivos entre los gobernantes y los nuevos dueños del poder económico y militar: los
caudillos. Desde ese punto de vista, la década del 20 marca una etapa de transición. En la Provincia de Buenos
Aires, esta inestabilidad concluye con el ascenso a la gobernación de Juan Manuel de Rosas, estanciero y
comandante de milicias. De manera similar se consolidaron los liderazgos de Felipe Ibarra en Santiago del

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Estero, Estanislao López en Santa Fe y Facundo Quiroga en la Rioja, todos basados en su dominio de tierras y
hombres.
En los años que transcurren entre 1829 y 1852, las provincias se encontraban unidas por débiles pactos
de tipo confederativo -como el Pacto Federal de 1831-. La figura más importante del periodo es la del
gobernador de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, que manejaba por delegación de las
provincias las relaciones exteriores de la "Confederación Argentina".
Rosas influyó decisivamente en la política local de las provincias, favoreciendo a sus partidarios
mediante la utilización de los recursos proporcionados por la aduana de Buenos Aires, armando un poderoso
ejército y proponiéndose reconstruir las antiguas fronteras del virreinato. También fue el hombre que disciplinó
a las clases sociales, saneó las finanzas y puso los cimientos de una administración pública.
La obtención del reconocimiento de la soberanía nacional por parte de las potencias más importantes de
la época, interesadas en la región (Inglaterra y Francia) y, luego de largos conflictos bélicos, es un argumento a
favor de la importancia de Rosas en esta etapa de la organización del Estado.
A la caída de Rosas, se sanciona en 1853 la Constitución Nacional. A pesar de todo, los conflictos
persistieron, delimitándose claramente los intereses porteños -que procuraban conservar las rentas de la aduana-
y los de las provincias, que proponían la distribución de esas rentas o la libre navegación de los ríos.
Finalmente, la consolidación de la autoridad estatal pudo realizarse sobre las siguientes bases:
- La influencia decisiva de una economía basada en la exportación de productos primarios, que
proporcionó los recursos necesarios para solventar los gastos estatales. En este sentido, la Revolución Industrial
fue fundamental para la formación del Estado nacional argentino. Las inversiones extranjeras no sólo
apuntalaron el poder de la elite terrateniente y consagraron su hegemonía. Los ferrocarriles, por ejemplo,
además de comunicar las zonas productoras y el puerto, permitieron el traslado de tropas, facilitando la tarea de
control del gobierno nacional.
- Si bien desde el punto de vista económico el predominio del eje Buenos Aires-Litoral es claro, el largo
proceso de conformación del Estado argentino significó también la incorporación de las oligarquías
provinciales a las decisiones políticas. En ese sentido, el Senado nacional actuó como elemento de cooptación
por excelencia. Al otorgar a cada provincia la misma representación -dos senadores- con independencia de su
población, se permitía a las provincias más pobres del interior unirse para ejercer su poder de veto, dado que las
leyes deben ser aprobadas por las dos .cámaras legislativas. En el funcionamiento del sistema político, la
importancia del interior es notable. Una buena proporción de los presidentes que se suceden a partir de 1880 es
originaria del interior.
- En la Argentina, el Estado tuvo un papel destacado en la formación de la nacionalidad. Cualquiera sea
la idea de nación que sustente el análisis es insoslayable la labor del nuevo Estado en la difusión de los valores
nacionales. En ese sentido, no es casual el interés estatal en la construcción de escuelas, destinadas a consolidar
la idea de una nación a través de sus héroes e Historia.

Las nuevas condiciones de la economía mundial

Al comenzar el siglo XIX, la Revolución Industrial se extendía desde Europa hacia otras
regiones del mundo. Si bien en un primer momento el mercado interno británico alcanzaba a consumir
los bienes manufacturados elaborados con maquinaria moderna, el aumento en la capacidad de
producción de las fábricas empujó a los ingleses a la búsqueda de nuevos mercados. Asimismo, debie-
ron salir a buscar las materias primas que no se podían producir en las islas británicas, como el
algodón, por ejemplo, que se transformó en el principal insumo de la nueva industria textil mecánica.
En ese contexto, los europeos incorporaron a los habitantes de vastas zonas de América y Asia
como consumidores de sus manufacturas. Los Estados del Viejo Mundo desempeñaron un rol activo
en la inclusión de nuevas regiones al comercio mundial de dos maneras distintas y complementarias.
Por un lado, como vimos en el primer apartado, promoviendo la emancipación de las antiguas
posesiones españolas para poder comerciar libremente con los nuevos países independientes. Por otro
lado, en los casos de Gran Bretaña y de Francia, propagando su dominio sobre territorios despoblados
o con población no europea, formando extensos imperios coloniales.
Los países industrializados, que tenían una población en constante crecimiento, destinaron
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importantes recursos humanos y materiales a la industria. El déficit alimentario provocado por la
disminución de su producción agraria, y la creciente necesidad de otras materias primas para satisfacer
su expansión industrial (cobre, estaño, salitre y más adelante caucho y petróleo, entre muchas) fueron
compensados con importaciones de otras regiones. A éstas, una corriente historiográfica (basada en la
teoría de la dependencia) las denominó como "periferia". En contraposición, reservó el nombre de
"centro" para el conjunto de las naciones industriales.
Para los sostenedores de dicha teoría, la clasificación entre países "centrales" y "periféricos" no
alude simplemente a la división del trabajo entre regiones que intercambian distintos bienes. El
deterioro en los términos del intercambio de los productos primarios frente a las manufacturas arrastra
a la periferia a una situación de "dependencia". Mientras los países industrializados lograron el
desarrollo pleno y un grado importante de autonomía, los productores primarios alcanzaron -en el
mejor de los casos- un crecimiento coyuntural derivado de las cambiantes condiciones de los mercados
internacionales.

La ampliación del comercio internacional

Entre otras cuestiones, la ampliación en el comercio mundial sólo fue posible gracias a una
serie de innovaciones en el transporte y las comunicaciones que alcanzaron su madurez en la segunda
mitad del siglo XIX. Entre las más notables se encuentran la navegación a vapor, el ferrocarril y el
telégrafo. Estos adelantos, a los que pueden agregarse las nuevas técnicas de conservación en frío,
tuvieron las siguientes consecuencias:
- La disminución en el tiempo de navegación posibilitó que los productos arribaran a Europa en
condiciones apropiadas. De ese modo, se incorporaron al comercio mundial regiones distantes de los
mercados consumidores. América latina, por ejemplo, comenzó a exportar cereales, carnes y productos
tropicales.
- La rebaja en el precio de los fletes marítimos debida al aumento en la capacidad de carga de
los buques y la reducción en el tiempo de los viajes tomó a la producción de los países periféricos no
sólo posible sino también competitiva.
- El ferrocarril permitió la integración económica territorial en los países exportadores,
vinculando el interior con los puertos.
La internacionalización de las relaciones económicas se apoyaba también en otro tipo de
sostenes. Gracias a la adopción del patrón oro (sistema monetario que respalda todo el circulante con
oro -por lo que teóricamente cada billete podría ser cambiado por una cantidad fija de oro- facilitando
las operaciones de cambio entre distintas monedas/países) por parte de los países industrializados las
operaciones cambiarias se realizaron con gran fluidez, e inversores de todo el mundo encontraron la
posibilidad de colocar sus capitales a través de la Bolsa de Londres.
Pero la hegemonía británica no se limitaba a la superioridad proporcionada por el control de las
finanzas internacionales. A las extensas posesiones coloniales se sumaba su predominio naval, que
permitió a los ingleses cumplir un rol fundamental en el comercio interoceánico.
La expansión de la Revolución Industrial generó entonces las condiciones para la
incorporación de América latina al mercado mundial como exportadora de bienes primarios. Sin
embargo, la complementariedad y aparente armonía entre el "centro" y la "periferia" no debe
engañamos: la vinculación entre estos países era esencialmente desigual. Los países centrales no sólo
producían los bienes manufacturados, también controlaban los medios de transporte y el comercio
internacional y, lo que es más importante, los precios se fijaban en los mercados de las principales
ciudades europeas.
La influencia británica fue decisiva para imponer las ideas de librecambio, que postulaban la
eliminación de los aranceles aduaneros y cupos de importación. Con el propósito de facilitar las
transacciones internacionales, en Europa y buena parte de los países latinoamericanos los Estados
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adoptaron una posición de apertura en su comercio exterior. Desde este punto de vista, el librecambio
significaba para la periferia el mantenimiento de una situación desfavorable en los términos del
intercambio. Los precios de los bienes manufacturados tendieron al alza, y la brecha entre países
industrializados y sus proveedores de materias primas y alimentos se incrementó.
El librecambio perpetuaba la dependencia de los países subdesarrollados; sin protección
arancelaria no podían competir con la industria europea.

La Revolución Industrial y la Formación de los Estados nacionales latinoamericanos

La consolidación de los distintos Estados nacionales de América latina en la segunda mitad del siglo
XIX no puede atribuirse a la casualidad. La Revolución Industrial requería para su expansión en la periferia de
cierta seguridad jurídica que sólo podía ser proporcionada por el Estado. De otro modo, ¿quién podía preservar
la integridad física de los ferrocarriles que los británicos construían en las regiones más alejadas del planeta?
¿Cómo podía obligarse a los habitantes de un país asiático a pagar una deuda contraída en Londres?
Sin embargo, la formación de los Estados nacionales no puede explicarse únicamente en términos de
necesidades de la economía mundial. La moneda tiene otra cara: estos nuevos ordenadores sociales sólo
pudieron surgir por la generalización del comercio internacional. Los nuevos Estados latinoamericanos
contaron con recursos suficientes gracias a los aranceles aduaneros que les permitieron pagar a sus gobernantes,
burócratas y fuerzas de seguridad.
Los Estados tuvieron un rol activo en la incorporación de América latina al comercio internacional.
Debemos entender que se trataba de aparatos estatales "capturados", controlados principalmente por un grupo
reducido de grandes propietarios de tierras. Este peculiar dominio sobre el gobierno permitió a las oligarquías
nacionales o regionales incorporar sus países al mercado mundial y favorecerse con la expropiación de las
tierras eclesiales, indígenas o desocupadas. Mediante diversos mecanismos -la venta a precio reducido,
concesión de préstamos a tasas de interés y plazos muy favorables o simplemente la cesión gratuita- los
terratenientes aumentaron sus propiedades a expensas de los sectores menos favorecidos de la sociedad.
A pesar de los efectos modernizadores que la incorporación plena de América latina al comercio
internacional tuvo en algunos centros urbanos y regiones, la inserción del subcontinente en la economía mundial
no significó la extensión de las relaciones asalariadas. Por el contrario, se reforzaron mecanismos semiserviles
de explotación de la mano de obra: peonaje por deudas, inquilinaje, mediería. La sociedad mantuvo una
estructura fuertemente dual: mientras la mayoría de la población sobrevivía en la pobreza y la marginación, un
grupo muy reducido concentraba la riqueza y controlaba el poder político.

El caso argentino

La consolidación del Estado nacional fue acompañada por la inserción de la Argentina en el mercado
internacional de bienes y servicios. Este proceso puede encuadrarse dentro del marco general de América latina,
pero reconoce ciertas peculiaridades que lo distinguen.
Como el resto de la región, nuestro país se vinculó al comercio mundial como productor de bienes
primarios. A la expansión de la ganadería ovina y vacuna se sumó una gran superficie cultivada con cereales y
lino. Las cifras referidas al incremento de la producción, exportaciones y riqueza son las más espectaculares de
América del Sur, por lo que algunos historiadores hablan del "milagro argentino".
El Estado contribuyó decisivamente en la ampliación de la frontera agrícola. La campaña del desierto
del general Roca (1879) despojó a los indígenas de sus tierras; su objetivo era la consolidación de un grupo
oligárquico. Como el Estado no contaba con recursos -al contrario, arrastraba un prolongado déficit- para
financiar la Campaña del Desierto de 1879 se recurrió a un empréstito. Los títulos fueron adquiridos por los
empresarios comerciales, financieros y agropecuarios. Luego de concretada la conquista, los títulos fueron
rescatados mediante su canje por parcelas de la tierra apropiada: también, una parte de ésta -que fue usada para
pagar los sueldos de los soldados- terminó en manos del mismo grupo empresarial, puesto que los soldados no
tenían recursos para hacerlas productivas y a la vez necesitaban el dinero para sobrevivir ellos y sus familias.
La ampliación de la superficie en condiciones de ser explotada comercialmente fue acompañada por la
extensión de vías férreas que cubrían la mayor parte de la región pampeana; el tendido se hizo en forma de
abanico, porque el interés primordial era facilitar la salida de los bienes primarios hacia Europa. El ferrocarril
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unía el interior con los puertos de Buenos Aires y Rosario, pero no vinculaba las capitales de provincia entre sí.
El Estado argentino proporcionó a los inversores británicos una serie de ventajas para fomentar la
construcción de ferrocarriles. Por ejemplo, les entregaba la propiedad de las tierras adyacentes a las vías y les
aseguraba una rentabilidad anual mínima del 7% sobre la inversión realizada.
Para la elite terrateniente, la relación con el capital extranjero era fundamental. Precisaba de los
ferrocarriles para llevar su producción al puerto de exportación. Además, las tierras decuplicaban su valor si se
ubicaban en las cercanías de una estación ferroviaria.
En síntesis, Argentina sigue las características generales del modelo agroexportador latinoamericano:
- El crecimiento económico se relaciona con la exportación de productos primarios.
- Un grupo reducido concentra la mayor parte de la riqueza.
- El Estado obedece principalmente a los intereses de los sectores productores de materias primas y
alimentos y de los grupos dedicados al comercio externo.
- Las inversiones extranjeras se dirigen principalmente a las obras de infraestructura para asegurar la
provisión de bienes primarios. Controlan el comercio de exportación e importación, el sistema financiero y la
red de transportes, limitando severamente la independencia nacional.

Sin embargo, es necesario puntualizar algunas diferencias dentro de este "modelo agroexportador
latinoamericano". Entre ellas anotamos:
- En nuestro país, la inserción dentro del mercado mundial generalizó las relaciones salariales, mientras
que las formas semiserviles sólo continuaron en las zonas desvinculadas de la economía de exportación.
- La llegada de los inmigrantes proporcionó la mano de obra necesaria para la explotación de las nuevas
tierras y la realización de distintas tareas en el sector de los servicios urbanos. La suerte que corrieron los recién
llegados fue desigual. Una porción de ellos continuó siendo asalariada, viviendo en condiciones desfavorables.
Sin embargo, el crecimiento de la economía permitió el surgimiento de sectores medios de significación y una
distribución diferente del ingreso.

Seguramente la transformación espectacular de los datos macroeconómicos y los enormes ingresos


derivados del crecimiento exportador encandilaron a la clase dirigente argentina. No percibieron que la riqueza
proporcionada por la economía agroexportadora dependía de factores externos, lo que tornaba muy vulnerable a
nuestra producción frente a los cambios de las reglas de juego en el mercado internacional.

La modernización de la sociedad argentina

El concepto sociológico de modernización tiene su origen en la filosofía de la Historia subyacente en el


pensamiento positivista, que a su vez continúa y sistematiza el ideario de la Ilustración. Sus componentes
principales son tres: la razón instrumental (el fin justifica los medios), el carácter evolutivo de la sociedad y la fe
en el progreso indefinido, depositada en las posibilidades de innovación tecnológica.
La contraparte obligada -entonces- es la tradición, que es definida como el pasado que no se cuestiona.
De esta manera la crítica es ensalzada como la actitud mental más prestigiosa, más racional, en suma, más
humana; y lo nuevo, lo distinto a lo establecido, sería siempre lo mejor: lo moderno. Estos principios se
endurecieron en la segunda mitad del siglo XIX mediante teorías como el darwinismo social (la superioridad de
los más fuertes) y la misión civilizadora del hombre blanco (racismo).
Los hombres que protagonizaron nuestra organización nacional -Alberdi y Sarmiento, por ejemplo- y
sus discípulos de la generación del 80 adhirieron entusiasta e ingenuamente a todas estas propuestas. Como
nuestro país tenía condiciones favorables para incorporarse al mercado internacional, pero a la vez no contaba
con la mano de obra suficiente para concretar esas ventajas, pensaron en la inmigración europea como solución.
Las circunstancias de la época condicionaron esos propósitos. Cuando la Argentina -luego de largas
guerras intestinas- se organiza estatalmente y los países industriales de Europa comienzan a demandar
alimentos, los inmigrantes europeos en disponibilidad no son ya los del norte capitalista, sino los del atrasado
sur -España e Italia-, En pocos años llegan millones: si comparamos las cifras del censo de 1869 (el primero
nacional) con las del de 1914, en sólo cuarenta y cinco años la población se cuadruplica.
En 1914 hay casi ocho millones de habitantes; el 30% extranjeros. Este solo dato es indicativo del
progreso argentino, porque de lo contrario sería inexplicable semejante crecimiento demográfico en un plazo
tan reducido.
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La mayoría de los inmigrantes se concentraron en las ciudades -en Buenos Aires el censo de 1914
registra un 50% de extranjeros-. Por un lado, esto nos habla de la dificultad para acceder a la propiedad de la
tierra; por otro, de las aspiraciones de mayor calidad de vida y de ascenso social de los inmigrantes que
abandonaban Europa, no solamente por urgencias materiales sino también en busca de mejorar su status.
La cuadruplicación en menos de medio siglo de la población de un país no es un fenómeno
exclusivamente demográfico; también tiene una dimensión social.
¿Cómo era la población argentina que describe el censo de 1869? Como ya señalamos, era escasa y
principalmente rural, hispano criolla y mestiza -como la de cualquier otro país latinoamericano-, casi
completamente analfabeta y con una mayor proporción de mujeres que de varones (consecuencia de las
constantes guerras: de la independencia, civiles y con los vecinos). Asimismo, la organización familiar
respondía a esos parámetros: las uniones consensuales eran mayoría, y nos encontramos con que las mujeres
frecuentemente estaban solas a cargo de los menores.
La gran inmigración modificó esas condiciones, en su mayoría terminó engrosando la población
urbana: el precio de la tierra más fértil -la de la pampa húmeda- era sumamente elevado no había crédito para los
trabajadores y los contratos de arrendamiento eran expoliadores; las condiciones de vida en el medio rural, por
otra parte, eran muy duras y los resultados del trabajo están siempre sujetos a los vaivenes climáticos. Por eso
cuando la casualidad los premiaba con tres años de buenas cosechas muchos preferían trasladarse a algún núcleo
urbano y dedicarse al comercio.
Así, en menos de medio siglo no sólo aumentó numéricamente la población de la Argentina; también se
convirtió en el primer país urbanizado de América latina, en el más europeo; su población rejuveneció (porque
la gente que emigra masivamente por razones económicas es siempre muy joven), y por la misma razón
aumentó la proporción de varones con respecto a las mujeres.
La educación, el derecho y el ejército fueron los instrumentos de que se valieron los gobernantes de
aquellas épocas para lograr que esa población se transformara en una sociedad europea; la "avanzada" austral de
la civilización, en su concepción.
El programa, como ya se dijo, era organizar racionalmente la sociedad, y para ello había que erradicar la
ética católica tradicional (la discusión era filosófica). Desde el punto de vista del positivismo la ética debía
sujetarse a la ciencia -o sea, a la razón- y desprenderse de la religión, vista como irracional y considerada una
etapa inferior en la evolución social. Por eso se impuso el monopolio estatal de la educación -que reemplazó las
premisas teológicas por las científicas-, que fue uniforme, obligatoria y gratuita en su nivel primario. Por otro
lado, se abandonó la legislación colonial, reemplazándola por nuevas codificaciones de inspiración positivista.
El experimento tuvo un éxito indiscutible, aunque a la postre no acabó con la influencia de la Iglesia
Católica. Ésta no tenía en la Argentina una clientela indígena que defender ante el avance del capitalismo, como
en otros países latinoamericanos, y la nueva sociedad mayoritariamente italiana y española- ya había sido
"capturada" por ella en sus países nativos. Los inmigrantes, por ejemplo, adherían a la concepción nuclear,
monogámica y estable de la familia, que sostiene el catolicismo. El respeto a la autoridad y la resignación de los
pobres, eran otros de los valores difundidos por la Iglesia romana, que resultaban funcionales a los intereses de
gobernantes y empresarios. Por eso el conflicto entre "liberales" (positivistas o laicistas) y "católicos", que en
otros países de América latina y de Europa llegó incluso a ser motivo principal de largas guerras civiles en el
siglo XIX, en la Argentina duró menos de veinte años.
En otro orden de cosas, la conjunción modelo agroexportador-inmigración europea provocó un cambio
radical en la pirámide social y, con el tiempo, en las relaciones políticas. La antinomia entre el puerto de Buenos
Aires y las provincias interiores, que había sido central en los conflictos que se suceden entre 1810 y 1880,
pierde importancia. A partir de la crisis de 1890 la contradicción principal se traslada paulatinamente al
conflicto de clases.

El Régimen Conservador

En apartados anteriores se describieron los distintos beneficios que el control del Estado proporcionaba
a la elite hegemónica. El orden político posterior a 1880 consolidó la situación de privilegio de la oligarquía
asegurando una distribución desigual del ingreso.
Para perpetuarse en el gobierno y controlar el aparato estatal, la elite apeló a un conjunto de mecanismos
que recibieron el nombre genérico de fraude. En el caso de la Argentina de fines del siglo XIX, el fraude asumió
rasgos peculiares, vinculados a factores históricos propios y al contexto internacional.
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Desde las elecciones bonaerenses en la década de 1820, se permitió el sufragio universal. Podían
participar en los comicios los varones mayores de veinticinco años, sin importar su fortuna personal o grado de
alfabetización. En ese sentido, la concesión del sufragio universal se anticipó a la mayoría de los países
europeos. Francia, que estableció el carácter universal del voto luego de la Revolución de 1789, había limitado
en la primera parte del siglo XIX la participación electoral de los sectores populares. Recién entre 1848 y 1852
se otorgó el derecho a sufragio a todos los hombres mayores. Inglaterra siguió sus pasos en 1866 y un grupo
numeroso de Estados europeos eliminó las restricciones censitarias a comienzos del presente siglo. En Estados
Unidos, más allá de las diferencias regionales, la participación de la población negra fue severamente limitada
por distintas argucias legales.
Si bien en nuestro país la concesión del sufragio universal fue muy temprana, las elecciones se
caracterizaron por el bajo número de votantes y los enfrentamientos que precedían y sucedían al acto comicial.
De todas maneras, la tradición electoral limitó el accionar de los constitucionalistas del 53. El principal ideólogo
del nuevo orden estatal, Juan B. Alberdi, a pesar de desconfiar de la capacidad eleccionaria de los sectores
populares, no estableció restricciones basadas en la riqueza o la instrucción. Para prevenir los peligros que
entrañaba para las clases dirigentes la concesión del sufragio universal, la Constitución instituía el carácter no
directo de la elección del presidente y el vicepresidente. El pueblo elegía a un conjunto de notables, que tenían
plena libertad para acordar el nombre del futuro titular del ejecutivo. Además, las cámaras legislativas eran la
autoridad suprema a la hora de decidir la legitimidad de los títulos de los aspirantes a ingresar a ellas.
Hacia 1880, entonces, la elite enfrentaba la dificultad de conciliar los potenciales riesgos de la
participación ciudadana con su necesidad de asegurarse el gobierno. Para conseguir este objetivo,
instrumentaron un sistema electoral que tenía las siguientes características:
- El voto era voluntario. Los electores debían inscribirse en un registro especial para participar en el
comicio.
- El acto de sufragar se ejercía expresando a viva voz el nombre de la lista de preferencia.
- La lista que reunía el mayor número de sufragios obtenía todos los cargos en disputa (lista completa).
Estas disposiciones facilitaban el control y adulteración de las elecciones. La participación voluntaria
disminuía el número de asistentes y el carácter público del voto permitía identificar, comprar o intimidar a
eventuales opositores. El sistema de lista completa conformaba un poder legislativo homogéneamente
oficialista, con escasísima presencia de la oposición.
Para concretar el fraude, era fundamental designar a las autoridades escrutadoras y controlar a las
fuerzas policiales encargadas de custodiar el comicio. Tales atribuciones eran patrimonio exclusivo del
presidente y los gobernadores de provincia.
Por ese motivo, es lícito hablar de "gobiernos-electores"; no es la ciudadanía la que elige a sus
gobernantes sino el propio gobierno saliente o en ejercicio. Sin embargo, no debe pensarse que la sucesión
presidencial obedecía simplemente a los deseos del mandatario que controlaba el comicio. Para asegurarse el
poder, se necesitaban negociaciones permanentes entre los miembros de la elite. La aparente estabilidad del
sistema político escondía conflictos agudos.

Los nuevos desafíos: la Unión Cívica Radical

En 1890 estallaba en Buenos Aires la "Revolución del Parque". El movimiento, conducido por sectores
de la elite, tenía por objeto remover al presidente Miguel Juárez Celman y promover un sistema eleccionario sin
fraude. La revolución logró la renuncia presidencial pero fracasó en sus intenciones de depuración de las
prácticas políticas. Las elecciones continuaron siendo fraudulentas.
Una porción importante de los dirigentes revolucionarios que no aceptó negociar y eligió la vía de la
oposición permanente fundó en 1891 la Unión Cívica Radical.
Sobre los motivos que llevaron a la constitución de esta nueva fuerza política la historiografía marca
algunos disensos. Sin embargo, pueden señalarse ciertos rasgos sobre la conformación y objetivos iniciales de la
UCR.
En sus orígenes, la dirigencia radical estaba integrada por miembros de la elite. Sus principales
demandas se referían a la eliminación del fraude y no se proponían reformas significativas del orden
socioeconómico o una redistribución importante del ingreso. El radicalismo surgió entonces como una división
intraoligárquica. No se puede adjudicar a su dirigencia una posición económica subordinada. Los motivos de su
firme postura opositora deben rastrearse en la segregación política realizada por el grupo conservador. La
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eliminación del fraude permitiría la renovación de la clase política dentro del mismo grupo social.
Bajo el liderazgo de Leandro N. Alem e Hipólito Yrigoyen, la Unión Cívica Radical adoptó una serie de
medidas destinadas a minar las bases del dominio conservador. Entre ellas se encontraban la abstención
electoral Y la resistencia a todo tipo de pactos o negociación con el oficialismo para erosionar la legitimidad del
gobierno. Los radicales sumaron a estas oposiciones por la inacción una postura de rebeldía que los llevó a
protagonizar tres levantamientos armados en 1893, 1895 y 1905.
El desafío radical ganó en novedad y fuerza cuando sus dirigentes incorporaron a los sectores medios;
con ese fin establecieron una red de comités que se ocupaban de agitar y captar nuevos adeptos, que ingresaban
por primera vez a la vida política.
Esta ampliación en la participación de clase media argentina evidenció aún más el carácter fraudulento
de las elecciones Y agudizó las tensiones del sistema político. Al mismo tiempo, otro tipo de oposición, de
distinto signo social y carácter, corroía el dominio conservador.

Anarquistas y Socialistas

Los numerosos inmigrantes que arribaron a nuestro país a fines del siglo XIX compartían una similar
situación dentro del sistema político. Estaban excluidos de las decisiones gubernamentales y de los aparatos
partidarios.
La clase hegemónica desconfiaba de los recién llegados. No sentía ninguna inclinación a incorporarlos
a la vida política, por lo que no promovieron su nacionalización. Si bien las leyes de naturalización permitían la
adopción de la ciudadanía argentina sin requisitos estrictos, las amplias libertades que la Constitución establecía
para el ejercicio de los derechos civiles no estimulaban la adopción de la nueva nacionalidad. La eventual
participación de los inmigrantes dificultaría las maniobras fraudulentas destinadas a perpetuar el dominio
conservador.
Por otra parte, los europeos mostraban escasa predisposición a la adopción de la ciudadanía argentina.
Por distintas razones: la natural resistencia al abandono de su nacionalidad, el prestigio inferior de las
instituciones estatales locales y un cierto sentimiento de superioridad sobre los criollos. De esa manera, los
inmigrantes estaban marginados del sistema político. Ante esta situación, volcaron sus esfuerzos a la formación
de sindicatos -en su mayoría de filiación anarquista y también de cooperativas y mutuales- la mayoría por
afinidad de origen, pero también por razones ideológicas y religiosas.
¿Cuáles serían las causas de la popularidad del anarquismo entre los extranjeros? Por un lado, era una
ideología simple, que proponía acciones inmediatas y directas contra la explotación que padecían muchos de los
recién llegados. No se requería un nivel de educación elevado para comprenderlo: el enemigo era el Estado y su
rostro visible eran las fuerzas de seguridad. Por otra parte, el desprecio hacia la actividad partidaria y las
elecciones permitía al inmigrante conservar su nacionalidad. Finalmente, hay que recordar que el principal
centro internacional de la actividad anarquista estaba en España de modo que sus militantes contaban a su favor
con la afinidad de origen.
El socialismo tuvo menor arraigo entre los extranjeros. De carácter moderado, proponía la reforma
social a partir de la participación parlamentaria. Sus esfuerzos se dirigieron a promover la nacionalización de los
inmigrantes para conseguir su respaldo en las elecciones. Seguramente la prédica destinada al abandono de la
ciudadanía de origen y la complejidad de las ideas socialistas restaron adeptos al partido encabezado por Juan B.
Justo.
Los anarquistas protagonizaron numerosas huelgas y algunos atentados contra jefes militares y de
policía, preocupando a la clase dirigente local. Al mismo tiempo, radicales y socialistas demandaban la
erradicación de las prácticas fraudulentas, no reconociendo la legitimidad del orden conservador.
En este contexto, un sector de la clase dirigente (liberales reformistas, conservadores modernizadores,
socialistas revisionistas, cívico-radicales y católicos sociales) confluye en un proyecto de conciliación y de
ampliación de la participación en el poder.

La reforma electoral

En 1912, el presidente Roque Sáenz Peña envió al Congreso los proyectos de ley destinados a terminar
con el fraude electoral.
Se estableció el carácter secreto y obligatorio del voto, la utilización del padrón militar y se instituyó el
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sistema de lista incompleta, adjudicando los dos tercios de los cargos en disputa al partido que obtenía el mayor
número de votos y el tercio restante a la fuerza que lo seguía en caudal.
El objetivo de la reforma electoral era claro: se proponía incorporar a radicales y socialistas al sistema
político y aislar a los anarquistas. De ese modo, el dominio de la elite se construiría sobre bases más amplias y
sólidas.
El experimento contenía algunos riesgos, entre los cuales el menor no era el triunfo de la UCR. Los
conservadores confiaban ganar en comicios limpios. ¿No habían conducido a la Argentina a la prosperidad? Sin
embargo, la realidad sorprendió a la clase gobernante. En 1916, el candidato radical Hipólito Yrigoyen triunfó
en las elecciones presidenciales con el respaldo de un aparato partidario novedoso sustentado en los comités.

Los gobiernos radicales

La gestión del radicalismo (Hipólito Yrigoyen, 1916-1922, Torcuato de Alvear, 1922-1928, y


nuevamente Yrigoyen, 1928- 1930) está enmarcada en un período de gran desorden internacional que se inicia
con la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y se acentúa con la crisis económica mundial de 1929-1930.
La Primera Guerra Mundial marca el fin de la hegemonía inglesa, que se había iniciado con la
Revolución Industrial. Ya desde fines del siglo XIX, con el surgimiento de otras potencias industriales
-Alemania, Estados Unidos y Japón-, comienza la declinación de la economía inglesa, que hasta entonces había
gozado de una situación sin competencia. El conflicto bélico agudiza este proceso, trasladándose
paulatinamente el liderazgo del mundo a Estados Unidos. También por esa época (octubre de 1917) se inicia la
revolución comunista que condicionará la historia del siglo XX hasta la desintegración de la Unión Soviética en
1991. El fantasma de la revolución social que recorrió el mundo reunió a los sectores propietarios en actitudes
reaccionarias, exacerbando los enfrentamientos de clase.

Las relaciones internacionales

Cuando en 1916 la UCR gana las elecciones y llega a la presidencia Yrigoyen, éste debe resolver la
posición del país con respecto a la guerra. El gobierno provisional de Victorino de la Plaza -que lo antecede-
había seguido una política de neutralidad favorable a Inglaterra, parecida a la que tenía Estados Unidos, pero
para 1916 la guerra está estancada e Inglaterra presiona a las naciones neutrales "amigas" para que concurran en
su colaboración. Estados Unidos se aviene a los reclamos ingleses y entra en la guerra en 1917; la Argentina, en
cambio, endurece su posición neutral, malquistándose con ambas potencias.
Esta posición de Yrigoyen parece motivada por un nacionalismo embrionario que comienza a tomar
cuerpo desde comienzos del siglo, y que si bien no cuestiona el modelo económico dominante, sí se preocupa
por la conservación o el rescate de los valores culturales propios y la defensa de la soberanía territorial. Es así
como Yrigoyen decide mantener a la Argentina aislada de los conflictos entre las grandes potencias (incluso
después de terminada la guerra, rechaza el proyecto estadounidense de creación de una Sociedad de Naciones),
establece el Día de la Raza para fomentar la idea de una tradición hispanoamericana y se opone a la presencia de
las empresas petroleras extranjeras, pensando que los recursos del subsuelo son parte intrínseca de la soberanía
nacional. Por eso promueve una política estatista en este aspecto. Posiblemente, la experiencia de la Primera
Guerra Mundial, cuando se había podido comprobar el papel decisivo de los recursos petroleros, también
contribuyó a confirmarlo en esa postura.
La guerra, además, produjo alteraciones en el plano económico. Por un lado, el comercio internacional
se vio dificultado por las fuerzas submarinas; por otro, Inglaterra decide privilegiar sus tratos con las naciones
que la apoyaban activamente. Esto afectó el comercio argentino. Después de la guerra, y especialmente durante
el gobierno de Alvear, se restablecen las relaciones tradicionales con Inglaterra.

La política económica

Entretanto en la Argentina se estaban produciendo cambios que escapaban a la percepción política de


los radicales. Ya en 1917 Alejandro Bunge, precursor de la concepción del desarrollo económico nacional,
advertía acerca de los límites del modelo agroexportador dependiente. Esa experiencia, en buena medida exitosa
en nuestro caso, había llegado a su límite, decía el investigador citado -basándose en los primeros estudios
estadísticos que se hacen en el país, y que lo tienen como autor-. La explotación extensiva de las fértiles tierras
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pampeanas había llegado a su límite. Los datos de la balanza comercial en la década del 20, sin embargo, no
reflejan acabadamente la tesis de Bunge, debido a las fuertes oscilaciones de los precios internacionales de los
cereales y de la carne. El volumen de las exportaciones entonces- tiende a estancarse, no así su valor; las
importaciones en cambio continúan aumentando: en volumen, diversidad y valor. En diferentes momentos del
periodo se adoptan medidas proteccionistas como controles sobre los frigoríficos (en manos extranjeras) o de
aforos aduaneros más altos, pero estas medidas fueron insuficientes porque nunca alcanzaron el nivel necesario
y porque fueron vulneradas por la presión de los intereses ingleses y norteamericanos.
Con respecto a la industria puede decirse que la Primera Guerra Mundial, al dificultar el comercio
internacional, favoreció el surgimiento de actividades sustitutivas. Éstas se vieron limitadas al no tener acceso a
insumas importados. De todos modos, Alejandro Bunge opina que en la coyuntura surgieron nuevas actividades
industriales locales, que contribuyeron en alguna medida a la consolidación progresiva del sector.
Las relaciones comerciales de la Argentina cambian a partir de la Primera Guerra Mundial. La
preeminencia económica de Estados Unidos y su expansión hacia América del Sur se traduce en la llegada de
capitales norteamericanos. Sus inversiones jugaron un papel importante en el crecimiento y la diversificación de
la actividad industrial en la Argentina de la década del 20; también en la modificación de las relaciones de poder
en el negocio frigorífico.
La innovación y la expansión de la industria norteamericana en esa década completaron un nuevo
escenario para las relaciones comerciales de nuestro país. Paulatinamente, lo que por décadas había sido una
relación casi excluyente con Gran Bretaña, se convirtió en una relación triangular -obviamente conflictiva-o
Muchas de nuestras ganancias en el trato con Inglaterra tuvieron que ser empleadas en el mercado
norteamericano, sin encontrar una compensación, porque nuestro carácter de monoproductor de alimentos para
la exportación era incompatible con el hecho de que Estados Unidos fuera el más importante productor de
alimentos del mundo.
El gasto público creció durante todo el período, vinculado a las necesidades políticas del radicalismo,
que analizaremos más adelante.
Finalmente, los desfases de la balanza de pagos fueron "solucionados" -a lo largo de la década-
mediante el endeudamiento externo, hasta que la crisis de 1929 acabó con esa alternativa.

La política interna

Yrigoyen encontró muchas dificultades para gobernar debido a la oposición de los conservadores,
representativos del poder económico concentrado en el sector agropecuario. Éstos todavía mantenían el control
del Poder Legislativo y de la mayoría de las provincias. Todas las iniciativas reformistas del gobierno, al igual
que su política internacional, fueron sistemáticamente bloqueadas por esa oposición, debiendo recurrir a
medidas extraordinarias para modificar las relaciones de poder. Es así como intervino por decreto a las
provincias gobernadas por la oposición, y de esa manera fue modificando parcialmente la composición del
Congreso Nacional. 43 Pero para ello tuvo que recurrir a medios como complicar al Ejército en la política
interna, usándolo en la represión de las policías provinciales o como la asignación extraordinaria de recursos
económicos para cooptar a sectores representativos de las provincias intervenidas.
La incapacidad de las fuerzas conservadoras para organizarse como un partido político moderno fue un
factor importante en la involución de la incipiente democracia, porque la creciente hegemonía radical alentó en
los grupos de poder económico la búsqueda de alternativas ilegales. Por otro lado, la falta de una oposición legal
con capacidad de acceder alternativamente al poder por la vía electoral favoreció la división interna del
radicalismo que ya estaba planteada por el enfrentamiento entre Yrigoyen y el ala más conservadora del partido
liderada por Alvear. Al asumir éste la presidencia desoyó las recomendaciones de aquél e integró su gabinete
ministerial con hombres de extracción conservadora y antiyrigoyenista. Redujo, además, el gasto público en
aquellos sectores vinculados a la política electoralista de la UCR; aumentó en cambio las partidas destinadas al
reequipamiento militar. De esta manera satisfacía las expectativas de la facción antiyrigoyenista del Ejército,
cuya conducción había puesto en manos del entonces coronel Agustín P. Justo (como ministro de Guerra) y del
general José F. Uriburu (como jefe del arma), ambos enemigos declarados del caudillo radical.
Las tensiones entre ambas fracciones radicales culminaron en la división que se produce en 1926 entre
los yrigoyenistas y los "antipersonalistas", que seguían a Alvear.

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La cuestión social

En sus comienzos el gobierno de Yrigoyen manifestó una mayor comprensión por las reivindicaciones
de los trabajadores que los gobiernos conservadores anteriores. Esto puede observarse mediante el análisis de la
legislación social. No sólo se avanzó en la promulgación de disposiciones favorables a una mayor equidad en las
relaciones sociales sino que, principalmente, se procuró su aplicación.
En 1918, al finalizar la guerra, se comenzaron a sentir las consecuencias de los cambios en el panorama
internacional. Algunas industrias locales que se habían desarrollado en términos sustitutivos tuvieron que
reorganizarse. Al restablecerse las relaciones comerciales normales entre la Argentina y Europa, esas industrias
incipientes y estrechamente dependientes de insumos que no se producían en nuestro país no tenían
posibilidades de competir. Por eso los empresarios, para sobrevivir, trasladaron el costo del ajuste a los
trabajadores, reduciendo sus salarios o despidiendo a parte de ellos.
Como consecuencia -culminando un período de agitación sindical- en 1919 se produce la llamada
"Semana Trágica". Los despidos en la fábrica Vasena -en el marco ya mencionado de los ajustes de posguerra-
rápidamente suscitan la adhesión de la mayoría de los sindicatos y de los militantes anarquistas, socialistas y
comunistas. La represión policial enardece los ánimos, y el desorden en aumento provoca la reacción de los
grupos sociales dominantes y de amplios sectores del mismo partido gobernante. Yrigoyen decide entonces
autorizar la intervención del Ejército. El jefe militar encargado de la tarea fue el general Dellepiane, partidario
incondicional del presidente.
Muchos jóvenes de las clases altas y medio altas colaboraron en esa empresa. Nucleados en la Liga
Patriótica recibieron instrucción militar, y su participación en aquellos acontecimientos contribuyó a agravar la
situación.
El saldo cuantitativo de la Semana Trágica es impreciso, pero se estima en varios cientos de vidas
humanas. Más graves fueron las consecuencias sociales. A partir de allí cambia la política social del radicalismo
en un sentido regresivo. Una expresión de ello fue la represión sangrienta de los trabajadores rurales de la
Patagonia, que entre 1921-1922 se rebelan en defensa de sus fuentes de trabajo, afectadas por la caída
internacional del precio de la lana. El aval de Yrigoyen a la acción militar se explicaría por su urgencia en
resolver un conflicto que temía pudiera ser utilizado por Chile.

La Reforma Universitaria

En 1918 el radicalismo tuvo que enfrentarse a la cuestión universitaria que giraba en tomo de la
autonomía de las instituciones terciarias. El conflicto se inició en la Universidad de Córdoba, extendiéndose
rápidamente a los centros de altos estudios.
Después de una gran agitación, que involucró al conjunto de la opinión pública, Yrigoyen se inclinó a
favor del movimiento reformista y estableció el gobierno tripartito en las universidades, garantizando su
completa autonomía. Cabe destacar que esta experiencia es la primera en la historia de las universidades que
otorga a los estudiantes una participación institucionalizada en su gobierno.
Este movimiento se extendió a otros países de América Latina, en algunos de los cuales dio origen a
movimientos políticos de signo progresista y de gran raigambre social, como el APRA en Perú o Acción
Democrática en Venezuela.

El golpe de Estado de 1930

En 1928, después del interregno alvearista, es reelecto don Hipólito Yrigoyen, con la mayoría absoluta
de los votos -casi el 60%-. Su breve gobierno, de menos de dos años, fue atacado desde el inicio por la
impiadosa acción de propios y extraños.
Yrigoyen volvió al gobierno, ya muy avanzado en edad, rodeado por sus partidarios más fieles y
antiguos, pero también por otros que se aprovecharon de su debilidad para formar un entorno que poco a poco lo
aisló.
Sin mayoría en el Senado, donde la oposición obstruye sistemáticamente todas las iniciativas del
gobierno, y bajo el ataque continuo de la prensa, se le hace cada vez más difícil gobernar, especialmente
teniendo en cuenta que la crisis económica mundial que se desencadena a partir de 1929 exige medidas
urgentes. Grupos como la fascista Legión Republicana, o el Comité de Acción del radicalismo antipersonalista,
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una facción del socialismo y parte de la juventud universitaria, contribuyeron a crear un clima de disturbios.
En el Ejército la facción antiyrigoyenista se había impuesto, aprovechando la ventaja obtenida durante
el gobierno de Alvear. Aunque retirados, Justo y Uriburu dirigieron el complot.
Aquí también, sin embargo, el desenlace fue facilitado por la inercia presidencial y la interferencia de
sus consejeros, que desoyeron o frustraron todos los intentos del ministro de Guerra, el general Dellepiane, para
poner coto a los conspiradores.
El 6 de septiembre de 1930, casi sin resistencia ni víctimas, se produce la primera ruptura del orden
constitucional argentino.

CONCLUSIONES

En la exposición precedente, se analizaron las líneas principales del proceso de conformación del
Estado nacional argentino y su relación con la sociedad civil. De esa manera, se examinó la difusión de la
autoridad estatal basada en mecanismos coercitivos y consensuales.
La elite político-social que condujo el proceso de consolidación privilegió el vínculo con el capital
extranjero, actitud que puede ser explicada en forma parcial por los propios intereses de los grupos dominantes.
La realidad podría ser más compleja: la misma clase dirigente que colocó a la Argentina en una posición
subordinada dentro de la división internacional del trabajo, sentó las bases para la modernización de la sociedad,
estableciendo al separación entre Iglesia y Estado y la gratuidad de la educación primaria.
En cualquier caso, los resultados son notables si se miden en términos de asimilación y ascenso social.
Desde el punto de vista ideológico, el Estado argentino fue exitoso en la formación de una conciencia nacional.
Se conjuraron, de ese modo, la resistencia natural que acompañaba al inmigrante y, al mismo tiempo, las
tendencias centrifugas provinciales que habían caracterizado el periodo 1810-1880.
El ascenso social de muchos inmigrantes distinguió a la Argentina del resto de los países
latinoamericanos. ¿Puede encontrarse en este acelerado proceso el origen de la debilidad del sistema político?
Sin descartar esa vía explicativa, consideramos que otro tipo de factores más específicamente históricos pueden
auxiliamos en la lectura de la realidad social argentina en la primera parte del siglo XX.

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