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El siglo XIX es el de las oportunidades frustradas para las sociedades indígenas. Frente
a la posibilidad de crear un nuevo orden postcolonial, los grupos imaginaron distintas
alternativas desde la integración, ciudadanía y nacionalidad compartidas, hasta
autonomías negociadas. Sin embargo, en casi todo el continente el fin de siglo
significaría exclusión y represión.
En el caso del Cono Sur –Chile en el occidente de los Andes y Argentina en su
litoral atlántico-, las relaciones español-indígena se oscilaron entre la interdependencia
económica y guerra latente. En Chile se dio una sociedad relativamente pobre, con una
agricultura extensiva, informal y autosuficiente, en donde las fronteras de las
propiedades estaban protegidas por inquilinos; se agrega a esto el gran poderío militar
de los mapuches, que a finales del siglo XVII habían firmado el Pacto de Quilín con la
Corona, que reconocía un territorio autónomo entre los ríos Bío-Bío y Toltén. En la
frontera misma se dieron intercambios.
Buenos Aires hasta bien entrado el siglo XVIII siguió siendo el último corredor
comercial organizado de las minas de Potosí. No había motivo para conquistar a los
indígenas, con quienes se mantenía relaciones pacíficas de intercambio. Entre este siglo
y comienzos del XIX se daría una etnogénesis, como es la “araucanización de la
pampas”, donde los mapuche se expanden económica, demográfica y lingüísticamente.
Lo que tienen en común estas sociedades indígenas es que se llega a una
correlación de fuerzas fronteriza, gracias a lo cual criollos e indígenas mantienen
relaciones de intercambio e interdependencia. Esto genera a lo largo del s.XVIII y
primera mitad del XIX una economía indígena próspera y pujante, generando linajes en
los mapuche y diferenciación en la sociedad. Así, el siglo XIX plantea el problema de la
demanda de autonomía y nación de estas sociedades, y tanto el Estado chileno como el
argentino buscarán la solución en la “pacificación” entre 1880 y 1883 en las pampas y
la Araucanía.
Esto contrasta con Los Andes y México, donde precisamente el objetivo era el
conquistar a las sociedades indígenas (fuerza de trabajo y el arreglo clásico de
“república de indios” y república de españoles”). Este arreglo entra en crisis en el siglo
XVIII. En las serranías peruanas y bolivianas las autoridades étnicas serían menos
efectivas como mediadoras, considerando el contexto de los Borbones. En la meseta
mexicana el problema se plantea por el aumento demográfico y la diversificación –y por
tanto competencia- en el plano económico.
Respecto al pacto colonial indígenas-españoles, en México la llegada de los
españoles coincide con una rebelión generalizada contra los aztecas, donde los
españoles “ocuparon” y utilizaron en su favor la estructura imperial desde su centro;
sería diferente en la periferia del imperio, en donde sí habría violencia, despojos y
agravios directos a la sociedad indígena. En Perú, en cambio, la capital virreinal fue
Lima y no Cuzco que era la capital precolombina, lo que favoreció en parte la
mediación de las autoridades étnicas. Sin embargo, en el s.XVIII ya se estaba
deshilachando dramáticamente este pacto.
Los conflictos en torno a la independencia reflejaron estas diferencias en el
equilibrio de fuerzas. En los Andes en 1780 y 1782 estalla la Guerra Civil Andina, en
donde Tupac Amaru en Perú y Tupac Katari en Bolivia reclaman autoridad como
descendientes legítimos del linaje andino, y con objeto de reorganizar la sociedad bajo
principios andinos; esta rebelión fue masacrada y el resultado fue la reafirmación del
sentimiento conservador y realsta. En México contrasta la crisis de 1810, en donde se da
un movimiento popular liderado por los curas realistas Miguel Hidalgo y José María
Morenos; la fuerza de este movimiento habrían sido las comunidades indígenas y
mestizas de la zona central (Guadalajara, Guerrero, Bajío). Multiétnica y multiclasista,
será una guerra de guerrilas en pos en un liberalismo radical, hasta el siglo XIX.
Resumiendo: el Cono Sur en sus relaciones fronterizas en Chile y las pampas
argentinas tienen en común la supervivencia de poblaciones indígenas importantes, que
no obedecían al poder estatal central. Por el otro lado, ninguno de esos países tenía la
apremiante necesidad de subyugarlos y sólo avanzado el siglo XIX, en base a las nuevas
tecnologías armamentísticas y mayor potencialidad de esos territorios; 1850 a años 80,
ambos Estados liberales y centralizadores finalmente los subyugarían.
En contraste, los centros de poder precolombino y colonial tendrían que
repensarse en cuanto a la redefinir la posición de la comunidad indígenas, y la
separación étnica de la “república de indios” y la de “españoles”. Sería esto el centro
mismo de los intentos de consolidar los Estados liberales modernizantes.
El caso mexicano sobresale por el éxito del proyecto liberal, el cual a mediados del XIX
logra romper con el poder económico de la Iglesia católica e instala en 1870 un régimen
liberal hegemónico, a pesar de los conflictos internos, y logra una estabilidad y
prosperidad económica sin precedentes. Se establece un anticorporativismo desde el
Estado liberal a la Iglesia, el ejército y las comunidades indígenas (desprecio por su
colectivismo y su religiosidad). Sin embargo, la derrota de los conservadores se logra
gracias al apoyo de esas comunidades.
Desde la independencia, surge en la región central una cultura política popular,
federalista, basada en las comunidades y una alianza federalista entre campesinos y
caciques populistas. Algunos indígenas, como los de Puebla y Guerrero, aceptan aliarse
con el liberalismo con la esperanza de que el federalismo les brindara autonomía
política y que la privatización de las tierras los beneficiaría. El liberalismo allí se
expresará como movimiento popular, y serian un componente importante en la derrota
de las fuerzas imperiales y conservadoras.
Pero también existió la tendencia opuesta: grupos indígenas de las periferias –
Norte y extremo Sur-. Éstos se alían con los conservadores e imperiales de
Maximiliano. La autonomía existiría dentro de un proyecto conservador y monarquista.
La relación entre el Estado liberal mexicano modernizante en expansión y las
comunidades indígenas se expresa en el dialogo conflictivo por: 1) la propiedad agrícola
comunal, y 2) la organización y descentralización del poder político. Cuando fue posible
generar alianzas, se concreta en la autonomía municipal; cuando no, fue a través de
líderes étnicos, religiosos o conservadores (resistencia y represión).
En las últimas décadas del XIX casi todo el territorio estaba pacificado. En el
centro se generaba exitosamente la mediación Estado-comunidades, a través de los
caciques populares locales. En Chihuahua se había terminado la guerra contra los
apaches gracias a un acuerdo con los colonos de tierras mientras defendieran la frontera
contra los indígenas.