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Historia Social , Política Argentina y Latinoamericana

julio de 2021
Clase 7: LAS REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS. PROCESOS DE INDEPENDENCIA.

Objetivos:
-Analizar cómo la crisis de la monarquía se convirtió en un proceso revolucionario que
enfrentó a españoles y americanos, quienes proclamaron su independencia tras años de luchas
y crearon comunidades políticas organizadas bajo principios novedosos.

-Conocer las causas de las Revoluciones hispanoamericanas.

-Identificar las diferencias en los procesos revolucionarios de Brasil y de América hispana .

-Conocer el período histórico rioplatense desde 1810 a 1820.

Contenidos
El ocaso del orden colonial y los procesos independentistas (fines s. XVIII-1825). El proceso de
emancipación en Hispanoamérica y en Brasil. La importancia de la situación europea. Las
etapas de las luchas por la independencia. Revoluciones y guerras. Movilización y nuevas
demandas.

Río de la Plata: Revolución de Mayo. Período 1810-1820: Gobiernos Patrios, Guerra de


independencia (expediciones militares, Plan continental de San Martín), Sociedad Patriótica,
Logia Lautaro. Asamblea del Año XIII, José Gervasio Artigas, Tendencias centralistas y
Federales. Liga de los Pueblos Libres, Congreso Constituyente de Tucumán. Constitución de
1819. Batalla de Cepeda.

LA LUCHA POR LA INDEPENDENCIA


Las nociones de libertad y nacionalismo surgieron, en América Latina, para fines del siglo XVIII.
Las ideas de la Ilustración, la Guerra de Independencia de Estados Unidos y la Revolución
Francesa ejercieron gran influencia en los territorios coloniales de España en América. Gracias
a la Enciclopedia de Diderot, las ideas de la Ilustración fueron muy estudiadas entre los
sectores educados de Latinoamérica, en especial, por miembros del clero y la burguesía criolla
de Hispanoamérica. En estos sectores sociales, las ideas de libertad, igualdad, progreso y
soberanía entre otras corrientes se difundieron rápidamente, así como las ideas de Rousseau,
Bayle, Mostesquieu, Voltaire y Rainal. Sin embargo, la mayoría de la población no entró en
contacto con estas corrientes de pensamiento debido a factores como el analfabetismo y la
fuerte censura prevaleciente contra todo aquello que representara un peligro para el Estado
colonial. No obstante, las medidas establecidas por España no impidieron la expansión de las
nuevas tendencias filosóficas y políticas. La Guerra de Independencia de los Estados Unidos es
ejemplo de la gran influencia que tuvieron las ideas de la Ilustración en América. A su vez,
también, tuvo un gran impacto en el pensamiento político latinoamericano, y sirvió de modelo
para las colonias hispanoamericanas. Por ejemplo, la Declaración de Independencia y la
Constitución de Estados Unidos fueron los modelos para la Constitución de Venezuela, de
1811. Latinoamérica vio a Estados Unidos como la encarnación de la libertad y del
republicanismo, ambos, postulados de la Ilustración.

La Revolución Francesa fue otro producto de la Ilustración. Sin embargo, por el contrario de la
Guerra de Independencia de Estados Unidos, la Revolución Francesa tuvo un impacto negativo
en las colonias hispanoamericanas. Su postulado de igualdad entre todos los hombres no era
compatible con los intereses económicos de la clase criolla dominante. Estaban de acuerdo en
la igualdad entre los miembros de su propia clase, pero no la igualdad del criollo con los indios,
negros, mestizos y mulatos. Por esta razón, las ideas presentadas por la Revolución Francesa
no fueron bien acogidas por los sectores dominantes de la sociedad colonial.

Sin embargo, la Revolución Francesa tuvo gran impacto en el Santo Domingo francés. El
ambiente revolucionario y los cambios radicales que prevalecieron en Francia se hicieron
patentes en la colonia, que se convirtió en escenario de una violenta revuelta de esclavos.
Como la violencia se extendió desde Haití hasta las masas de esclavos de Venezuela, los
criollos rechazaron con horror las doctrinas revolucionarias francesas, y prefirieron tomar otro
modelo más cercano a sus intereses y a su territorio: el modelo norteamericano.

PRELUDIO A LA GUERRA DE INDEPENDENCIA: CAUSAS La Ilustración sirvió de justificación


ideológica para las guerras de independencia latinoamericanas, pero no fue exactamente la
causa que la originó. Varias circunstancias inciden para provocar este acontecimiento:

• El fuerte control de los Borbones en todos los aspectos de la vida de las colonias.

• El desarrollo de la burocracia como signo de centralización de las funciones administrativas


de la colonia, lo que originó la pérdida de las libertades municipales.

• La exclusión de los criollos de los cargos públicos (con el fin de minimizar su poder)

. • Un desarrollo económico fundamentado en la dependencia.

• Los altos impuestos.

• La falta de recursos para mantener el imperio (España no tenía una adecuada fuerza militar
y tampoco producía lo suficiente para satisfacer las demandas y necesidades económicas de
sus colonias.).

Estas situaciones desencadenaron gran tensión y malestar entre los distintos sectores de las
colonias hispanoamericanas. Sin embargo, los indios, los negros y los mulatos fueron los más
afectados, pues resultaron oprimidos, además, por la clase criolla dominante.
Proceso de independencia de Brasil y de América hispana

Las revoluciones de independencia americana se gestaron en el marco de una profunda crisis


que envolvió a la monarquía española y que, a comienzos del siglo XIX, provocó su
desmembramiento.

España: entre Francia e Inglaterra


Al comenzar el siglo XIX, España mostraba signos de una creciente debilidad que pronto se
transformó en una aguda crisis política y económica. Si bien las Reformas Borbónicas habían
producido algunos logros, estos fueron insuficientes para convertir a España en un centro
productivo y comercial capaz de abastecer a su extenso imperio. Tampoco lograron crear una
estructura política y militar capaz de sobrellevar los desafíos provocados por una serie de
cambios que estaban conmoviendo al mundo occidental y sus áreas de influencia: a) la
Revolución Industrial que impulsó la expansión del comercio inglés y, por lo tanto, la disputa
por mercados y rutas comerciales; b) la independencia de las colonias inglesas en América del
Norte en 1776, que por primera vez puso fin al dominio de una potencia europea y creó una
república en el Nuevo Mundo; c) la Revolución Francesa iniciada en 1789.

Para España fueron decisivos los conflictos provocados por la expansión de la Revolución
Francesa, ante los cuales se posicionó en forma errática y a la zaga de los principales
contendientes. La primera reacción de la corona (y de buena parte de la sociedad española)
fue oponerse a esa revolución que, además de proclamar principios contrarios a la Iglesia, a la
nobleza y a la monarquía, puso fin a la vida de su Rey. Esto fue aprovechado por Inglaterra
que, en 1792, se alió con España para enfrentar a Francia. El conflicto duró hasta 1795 cuando,
tras la derrota de España y la ocupación de parte de su territorio por tropas francesas, se firmó
la Paz de Basilea. Al año siguiente, el Ministro Manuel Godoy, que dirigió la política española
durante buena parte del reinado de Carlos IV (1789-1808), retomó la tradicional alianza con
Francia. De ese modo se involucró en un nuevo enfrentamiento con Inglaterra, cuyo dominio
sobre los mares afectó el orden colonial español, pues buena parte de su administración se
sustentaba en los ingresos provenientes de América. Es por eso que, a modo de paliativo, la
corona tomó algunas medidas que liberaban el comercio más allá de lo fijado en el
Reglamento de 1778, permitiendo, por ejemplo el intercambio con países neutrales, tal como
lo hizo Buenos Aires con los Estados Unidos durante algún tiempo.

A mediados de 1801 se produjo una ruptura entre España y su vecina Portugal, que era una
tradicional aliada de Inglaterra. El conflicto se trasladó a sus colonias y se produjeron
escaramuzas en algunas áreas fronterizas, tal como sucedió en un sector de las antiguas
misiones guaraníes que fue ocupado por los portugueses. Esta disputa se resolvió con rapidez
y, al año siguiente, se firmó la Paz de Amiens entre Inglaterra y una Francia gobernada por
Napoleón quien, poco tiempo después, sería coronado emperador. Pero la paz fue efímera y
pronto se reiniciaron los enfrentamientos. En octubre de 1805 se produjo el triunfo inglés en la
batalla marítima de Trafalgar. Para España fue una verdadera catástrofe, ya que perdió buena
parte de su flota y no pudo mantener el tráfico regular con América. Pocas semanas más tarde
se produjo el triunfo francés en Austerlitz que afianzó el dominio de Napoleón sobre Europa y
le permitió profundizar su estrategia de bloquear el acceso inglés a los puertos de ese
continente. Pero ese triunfo no tenía ningún valor para su aliada España que, para ese
entonces, estaba agotada económicamente por sus ingresos decrecientes y por los gastos
ocasionados por las campañas militares.

Las invasiones inglesas y la emergencia de nuevas relaciones de poder en


el Río de la Plata
El Virreinato del Río de la Plata fue uno de los primeros lugares en los que se hicieron
evidentes tanto las consecuencias de Trafalgar como la debilidad de la administración colonial,
ya que las más altas autoridades y las fuerzas regulares defeccionaron o se mostraron
impotentes ante las tropas inglesas que ocuparon Buenos Aires y Montevideo en 1806 y 1807.
Aunque también participaron tropas regulares, fue la población organizada en milicias la que
reconquistó la capital del Virreinato y rechazó un nuevo intento de ocupación, logrando un
triunfo que forzó la retirada total de las fuerzas británicas. Estos sucesos tuvieron un gran
impacto en el orden político y social local, y, de hecho, muchos considerarían que ese fue el
origen de la Revolución de Mayo. La deslucida actuación del Virrey Rafael de Sobremonte que,
hasta entonces, había sido un prestigioso funcionario ilustrado, motivó que un Cabildo abierto
y una Junta de Guerra decidieran su reemplazo por Santiago de Liniers, un oficial de marina de
origen francés que se había convertido en el héroe de la reconquista. También se consolidó
como actor poderoso el Cabildo de Buenos Aires, liderado por Martín de Álzaga, un próspero
comerciante que encabezó la organización de la defensa en 1807. La Audiencia, por su parte,
trataba de mantener un difícil equilibrio procurando que no se produjeran nuevos hechos que
resquebrajaran aún más el orden institucional. Pero, sin duda, la novedad más decisiva fue la
creación de milicias integradas en su mayor parte por miembros de las clases populares de
Buenos Aires, bajo la dirección de oficiales que, en general, pertenecían a la élite criolla. Para
tener una idea de la magnitud de ese fenómeno, debemos considerar que, tras las invasiones,
quedaron alistados más de siete mil milicianos sobre una población que tenía alrededor de
cuarenta mil habitantes. Dado que cobraban un salario mientras estaban en servicio, esto
implicó una redistribución del gasto en favor de los sectores populares incorporados a las
milicias. Asimismo, se produjo un cambio en las relaciones de poder entre españoles europeos
y españoles americanos, al constituirse las milicias en una fuerza política relativamente
autónoma de las autoridades coloniales.

Criollos y peninsulares
Las características de la sociedad colonial que estudiamos en la clase anterior permiten
entender cómo se organizaron las milicias. Mientras que sus jefes podían ser tanto oficiales de
carrera como figuras prominentes de la administración o del comercio, cada cuerpo o
regimiento reunía a quienes provenían de una región o pertenecían a un grupo étnico. Se
organizaron cuerpos con voluntarios nacidos en España como los montañeses, andaluces,
gallegos, viscaínos y catalanes, o en América como los naturales, pardos y morenos, los
arribeños (así eran denominados los originarios de las provincias del norte o de “arriba”) y los
patricios, que reunía a los nacidos en la Intendencia de Buenos Aires.

Los regimientos de americanos se convirtieron en los cuerpos más poderosos, dándole un


nuevo marco a las disputas entre americanos y peninsulares. La conciencia de esa nueva
situación fue expresada por Cornelio Saavedra en una Arenga que, en su calidad de
Comandante de los Patricios, dirigió a sus subordinados el 30 de diciembre de 1807:

“El Comandante de Patricios voluntarios de Infantería de Buenos Aires a los señores


Americanos:

Tengo el honor de manifestar a la faz de todo el mundo, las gloriosas acciones de mis paisanos
en la presente guerra con el Britano. Y a vista de ellas, ¿tendrá éste frente para decir que el
valor de los españoles europeos ha degenerado en los americanos? No, señores: más de doce
mil testigos presenciales puedo producir que a una voz publican que jamás han visto mayor
intrepidez, valor y ardimiento

(…) Se creerá tal vez que me dejo conducir de la pasión nacional cuando exagero las
operaciones de mis compatriotas. No, señores; hablo a presencia de unos jefes y magistrados
de la mayor circunspección, que han visto cuanto digo, y por esto, fundado en las operaciones
de los valerosos Patricios de Buenos Aires, me atrevo a felicitar a todos los señores
Americanos, después de las pruebas que siempre han dado de valor y de lealtad; se ha añadido
esta última, que realzando el mérito de los que nacimos en las Indias convence a la evidencia,
que sus espíritus no tienen hermandad con el abatimiento; que no son inferiores a los
europeos españoles; que en valor y lealtad a nadie ceden y que nuestro amable soberano
puede contar con esta Legión de Patricios de Buenos Aires, para defender cualquiera de sus
propiedades y derechos en la América, como gustoso lo ofrezco por mí y a nombre de los tres
Batallones de que se compone”.

Citado en A. Zimmermann Saavedra, Don Cornelio de Saavedra. Presidente de la Junta de


Gobierno de 1810, Buenos Aires, 1909, pp. 35/6.

Lean con atención el documento y luego analicen cómo caracterizaba Saavedra a los
americanos y qué relaciones planteaba con los españoles europeos y con la corona.

La reacción de la población ante las invasiones inglesas produjo una situación que puede
parecer paradójica: mientras que los criollos mostraron lealtad hacia la monarquía, sus
funcionarios no hacían más que desprestigiarse. Si bien esto no implicaba necesariamente una
ruptura independentista, alentaba la búsqueda de alternativas que permitieran una mayor
autonomía en el gobierno local. En ese sentido actuaron diversos grupos que, en más de un
caso, mantenían contactos entre sí y con los oficiales americanos, como el que tenía como
referente a Juan Martín de Pueyrredón, un comerciante que había organizado una milicia para
repeler a los ingleses, o el integrado por algunos criollos ilustrados como Belgrano, Castelli,
Hipólito Vieytes y los hermanos Nicolás y Saturnino Rodríguez Peña.

Los ilustrados criollos


La ilustración fue un vasto movimiento intelectual que se extendió en Europa y sus áreas de
influencia durante el siglo XVIII y comienzos del XIX. Se basaba en el uso de la razón, en el
fomento de las ciencias y en el combate contra las creencias y supersticiones. Sin embargo, y
contra lo que suele creerse, el pensamiento ilustrado no era necesariamente antirreligioso y,
ni siquiera, anticatólico. De hecho, los ilustrados hispanoamericanos adherían a la fe católica e,
incluso, muchos de ellos eran clérigos o altos dignatarios de la Iglesia. En el Virreinato
rioplatense, la Ilustración se introdujo de la mano de funcionarios enviados desde España en el
marco de las Reformas Borbónicas. Pero también contó con la adhesión de algunos criollos
que se proponían fomentar el progreso de la región y cuyos principales focos de interés
estuvieron puestos en la economía política y en la educación, tal como se puede apreciar en
los periódicos que publicaban como el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio dirigido
por Vieytes.

Para entender mejor cómo fueron vividos los últimos años del orden colonial, resulta de gran
interés seguir la trayectoria de los ilustrados criollos. Si sus primeros pasos los muestran
confiados en la capacidad de la corona para promover una transformación progresiva de la
economía y la sociedad, la crisis de la monarquía producida a comienzos del siglo XIX los llevó a
explorar nuevas alternativas entre las cuales terminaría imponiéndose la revolucionaria. Uno
de los mejores testimonios de este proceso es la breve Autobiografía de Manuel Belgrano que
pueden consultar en el siguiente enlace:
http://www.elhistoriador.com.ar/biografias/b/belgrano_autobio.php

Para ampliar en el análisis de los ilustrados y su relación con el proceso revolucionario, los
invitamos a que miren el capítulo “Ilustrados. Los proyectos de nación” en:
http://www.encuentro.gov.ar/sitios/encuentro/Programas/ver?rec_id=101077

Las abdicaciones de Bayona: el principio del fin (1808-1810)


A la crisis local pronto se le superpuso la desatada en el corazón de la Metrópoli y de la cual ya
no habría retorno. Una serie de medidas políticas y económicas tomadas por Carlos IV y su
ministro Godoy les valió un gran desprestigio. El malestar se agudizó por el acuerdo que
permitió el tránsito, en 1807, de las tropas francesas a través del territorio español para atacar
a Portugal, pues el ejército napoleónico actuaba más como una fuerza de ocupación que como
una aliada. En marzo de 1808 se produjo el Motín de Aranjuez, que logró la destitución de
Godoy y la abdicación de Carlos IV en favor de su hijo Fernando VII, una figura joven en la que
muchos depositaban la esperanza de cambio. A los pocos días entraron tropas francesas a
Madrid, y el dos de mayo se produjo una sublevación popular reprimida con dureza por esas
fuerzas. Napoleón, mientras tanto, aprovechó el conflicto que dividía a la familia real y la
“invitó” a la ciudad fronteriza de Bayona para tratar el futuro de España logrando que
Fernando VII y Carlos IV abdicaran en su favor, para luego ceder el trono a su hermano, quien
se coronó como José I.

La familia real y sus representaciones

Uno de los más notables artistas plásticos del período fue Francisco de Goya quien, además de
dibujar con crudeza distintos episodios de la guerra entre españoles y franceses, realizó
numerosos retratos de Carlos IV y de Fernando VII. A continuación, les presentamos una
pintura realizada en 1800/1 en la que está representada toda la familia real. Adelante, a la
derecha, se encuentra Carlos IV y, a la izquierda, un joven Fernando VII. Si observan con
atención, verán que ambos, al igual que todos los varones de la familia real, portan en el pecho
una banda celeste y blanca. Esta insignia representa a la Real y Distinguida Orden de Carlos III
que identifica a los reyes de España desde 1771. Como quizás sepan, algunos autores
sostienen que Belgrano se habría inspirado en este distintivo para crear la bandera de las
Provincias Unidas en 1812, que luego se convertiría en la bandera argentina. Les proponemos
que reflexionen sobre los posibles significados de esta elección.

Francisco de Goya, La familia de Carlos IV, Museo del Prado, Madrid.


Las abdicaciones de Bayona constituían un hecho inédito. No era ni una conquista, ni una
alianza, ni un pacto entre aliados. El cambio de dinastía se había hecho bajo presión, sin el
consentimiento del reino y quedando cautiva la casa real o, al menos, así fue percibido por los
españoles. Es por ello que no había respuestas claras sobre qué debía hacerse. Algunas
autoridades y sectores de la sociedad aceptaron al nuevo Rey, lo que les valió el mote de
afrancesados. Pero buena parte de la población se opuso al cambio de dinastía y se sublevó
dando inicio a la guerra de independencia de España contra Francia.

En ese marco se erigieron juntas de gobierno en los reinos y provincias que se consideraban
depositarias de la soberanía hasta que Fernando VII fuera repuesto en el trono. Esto generó
una situación caótica, agudizada por el hecho de que algunas juntas se atribuyeron la
capacidad para tomar decisiones sobre otras jurisdicciones: la de Galicia, por ejemplo, nombró
un virrey para el Río de la Plata. Pero la necesidad de organizase para enfrentar a los franceses
y tener una única autoridad, llevó a crear un gobierno integrado por representantes de todas
las juntas. En septiembre de 1808, se constituyó la Junta Central Suprema y Gubernativa que
debía gobernar los dominios de la monarquía en nombre de Fernando VII. La legitimidad de
este órgano de gobierno era precaria, por lo que hizo una convocatoria a Cortes Generales en
la que debían estar representados todos los reinos y provincias que integraban la monarquía
hispana. Se trataba de una decisión trascendente que socavaba de hecho el orden monárquico
absolutista, ya que promovía la constitución de una representación política de la sociedad.

La resistencia a los franceses provocó, asimismo, un giro en la política de Inglaterra, que


decidió aliarse con los españoles. Tanto es así que una expedición destinada a atacar las
colonias hispanoamericanas, terminó dirigiéndose hacia España para apoyar a sus nuevos
aliados. Inglaterra modificó su estrategia hacia la América hispana pues, como aliada de la
Junta española, no podía consentir los proyectos de emancipación o, al menos, no podía
alentarlos explícitamente, así como tampoco podía apañar los intentos de expansión
portuguesa sobre territorio español.

Las abdicaciones de Bayona provocaron un fuerte impacto en América, tanto por la magnitud
de los hechos sucedidos como por la forma en que se difundieron las novedades. En el Río de
la Plata, por ejemplo, llegaron juntas todas las noticias sobre los sucesos registrados entre el
motín de Aranjuez y las abdicaciones de Bayona. Tanto las autoridades como la población
tuvieron que procesar todos esos cambios sin saber a ciencia cierta qué estaba pasando y, por
eso mismo, quién era el monarca legítimo y al que se debía obediencia. Sin embargo, no se
produjeron grandes alteraciones, entre otras razones, porque América no se convirtió en un
escenario bélico y la influencia francesa era débil. En casi todo el continente se respetó la
continuidad de las autoridades virreinales, se juró lealtad a Fernando VII y se reconoció a la
Junta Central. Y, si bien se crearon juntas en algunas ciudades, estas expresaban tensiones a
nivel local. Por otra parte, y aunque por distintas razones, ninguna lograría afianzarse.
Pero la posibilidad de que el movimiento juntista se extendiera en América y que, a través de
este mecanismo, las élites locales lograran mayor autonomía o proclamaran la independencia,
no era algo descabellado. Para evitarlo, la Junta Central procuró asegurarse la lealtad de los
criollos y, al comenzar 1809, los convocó para que enviaran representantes que debían
integrarse al gobierno, aunque en una proporción menor a los electos en España. Asimismo,
emitió una proclama sosteniendo que América no era una colonia sino una parte esencial e
integrante de la Nación española. Se trataba de un reconocimiento valioso pero también era
ambiguo pues, si realmente no era una colonia, tampoco se hacía necesario explicitarlo. La
convocatoria provocó distintas reacciones entre los criollos ya que, si bien era una oportunidad
única para estar representados, no lo hacían en igualdad de condiciones. Pese a todo, durante
1809 se inició el proceso electoral en muchas ciudades americanas, incluyendo a varias del
Virreinato del Río de la Plata. Este hecho inédito dio un nuevo marco político, ideológico e
institucional a las tradicionales disputas entre las elites locales.

La crisis del orden colonial en el Río de la Plata


La elección de representantes no era la única novedad en el escenario político rioplatense. Las
invasiones inglesas habían resquebrajado la administración colonial, fomentando disputas
entre distintos sectores en un marco signado por la incertidumbre y por el creciente poderío e
influencia de los criollos basado en las milicias.

En esa coyuntura conflictiva, algunos grupos comenzaron a explorar alternativas para lograr
una mayor autonomía o, teniendo en cuenta un posible triunfo de Napoleón, para estar
preparados ante la posible desaparición de toda autoridad en España. En general, primó la
ambigüedad, pues era poco claro el panorama y resultaba difícil saber cómo evolucionaría la
situación política. Recordemos que, en muy poco tiempo, la corona había pasado de Carlos IV
a su hijo Fernando VII y, tras las abdicaciones, a José I, el hermano de Napoleón, provocando
una sublevación popular, la conformación de juntas locales y, luego, de una Junta Central. Para
peor, los franceses y los ingleses (y con ellos, los portugueses) podían pasar, de un momento a
otro, de ser aliados a ser enemigos.

El carlotismo
El carlotismo fue una de las alternativas políticas que surgió en esa coyuntura y que expresa
bien la incertidumbre reinante, así como el papel que muchas veces juega el azar en la historia.
En 1807, las tropas francesas habían atravesado España para atacar a Portugal por lo que, a
fines de ese año, la corte portuguesa se trasladó a Río de Janeiro con el apoyo inglés. La
casualidad quiso que la esposa de Juan VI, el Príncipe Regente de Portugal, fuera Carlota
Joaquina, la hermana mayor de Fernando VII. Al llegar a América a comienzos de 1808, Carlota
se propuso ejercer la regencia sobre los dominios de España en su condición de Infanta de la
casa real. El carlotismo concitó el apoyo de diversos sectores ya que la Infanta podía invocar
una legitimidad de la que carecían todas las autoridades a uno y otro lado del Atlántico. En el
Río de la Plata contó, por ejemplo, con la adhesión de miembros del grupo ilustrado criollo
como Belgrano y Castelli, quienes incluso le dirigieron un memorial apoyando su posible
regencia que les podía permitir la creación de un gobierno propio. El carlotismo, sin embargo,
no pudo prosperar por la desconfianza que despertaba el accionar sinuoso de la Infanta que,
incluso, terminó denunciando a algunos de sus agentes, pero sobre todo, por la falta de apoyo
de Portugal e Inglaterra que privilegió su alianza con las autoridades españolas.

Al frente del Virreinato se encontraba Liniers, que gozaba de una gran popularidad por su
actuación en la Reconquista, pero también tenía enemigos poderosos que aspiraban a
desplazarlo de su cargo y se valían de su origen francés, y de algunos contactos que tuvo con
un enviado de Napoleón para acusarlo de bonapartista. Por si esto fuera poco, también fue
tildado de carlotista, de pro inglés y de utilizar su cargo para favorecer a sus allegados. Para
disipar las dudas sobre su lealtad, en agosto de 1808, Liniers ordenó que todas las autoridades
y corporaciones prestaran juramento a Fernando VII. Por otra parte, su elección como Virrey
interino fue legitimada al ser confirmado en el cargo por una nueva decisión de la corona
estipulando que, ante la ausencia del Virrey, ese cargo debía asumirlo el oficial de mayor
jerarquía y ya no la Audiencia. Pero el gobernador de Montevideo, Francisco Javier de Elío,
desconoció su autoridad y, en septiembre de 1808, alentó la creación de una Junta en esa
ciudad que se subordinó a la Junta de Sevilla antes de notificarse sobre la creación de la Junta
Central. En Buenos Aires, las cosas no estaban más tranquilas: el primero de enero de 1809 se
produjo un movimiento similar liderado por Álzaga que, con base en el Cabildo y contando con
el apoyo de algunas milicias de peninsulares, procuró desplazar a Liniers y erigir una Junta. Sin
embargo, el respaldo que el Virrey recibió de la Audiencia y la intervención de las milicias
criollas lideradas por Saavedra, lograron frenar este movimiento en el que también habían
participado figuras que luego tomarían otro camino, como Mariano Moreno.

Estos y otros conflictos evidencian una de las más graves consecuencias que podía tener en
América la crisis metropolitana: la ausencia de una autoridad que dirimiera las disputas que se
suscitaban entre las instituciones, corporaciones y autoridades. Esta fue una de las razones por
las que, a pesar de su precaria legitimidad, la Junta Central fue reconocida en América, si bien
en algunos casos se lo hizo a regañadientes o a la expectativa de lo que podría suceder.

El juntismo en el Virreinato del Río de la Plata


La creación de Juntas fue un fenómeno característico del mundo hispánico, al que se apeló
tanto en España como en América en respuesta a la vacancia de poder provocada por las
abdicaciones de Bayona. La ausencia del soberano habilitaba a que los pueblos (ciudades,
provincias, reinos) asumieran su gobierno en forma provisoria. Pero este mecanismo no
establecía cuál debía ser su orientación política precisa ni si debía reconocer o no a una
autoridad superior. Es por ello que la creación de Juntas podía ser utilizada para diversos fines.
En general, las que se crearon o intentaron crear en América durante 1808/9 expresaron
tensiones locales y disputas jurisdiccionales.

Sin contar el fallido intento de Álzaga en Buenos Aires, en el virreinato rioplatense se crearon
tres juntas en ese bienio. La primera fue la de Montevideo, en septiembre de 1808 que,
además del enfrentamiento entre Elío y Liniers, se enmarcaba en la disputa comercial y
jurisdiccional entre Montevideo y Buenos Aires. Las otras dos, que se crearon en el Alto Perú
en 1809, estuvieron alentadas por los resentimientos provocados por la subordinación política
y económica de esa región a Buenos Aires tras la creación del Virreinato. La primera se creó en
la ciudad de Charcas, el 25 de mayo de 1809 cuando la Audiencia, con acuerdo del Cabildo y la
Universidad, desplazó al gobernador a quien acusaban de carlotista, al igual que a Liniers. A
diferencia de la Junta de Montevideo, que se había subordinado a la de Sevilla, la Audiencia de
Charcas decidió asumir en depósito la soberanía en nombre de Fernando VII. En julio se
constituyó una Junta en La Paz surgida de un Cabildo abierto en el que, además de expresar la
intención de tener un gobierno propio, logró concitar un extenso apoyo popular. Ambas
fueron reprimidas por fuerzas enviadas por las autoridades de Buenos Aires y de Lima, y varios
miembros de la junta paceña fueron pasados por las armas.

El último Virrey La Junta Central decidió tener un mayor control de lo que sucedía en el Río de
la Plata por lo que, a comienzos de 1809, designó como Virrey a Baltasar Hidalgo de Cisneros,
un prominente oficial de marina que había tenido una destacada actuación en el movimiento
juntista y en la resistencia contra los franceses. Su misión era difícil, pues debía poner fin a las
rencillas internas, evitar una posible separación y sostener la legitimidad de la Junta Central.
Pero su propia legitimidad era dudosa ya que fue el primer Virrey cuya designación no provino
de una autoridad real. Al arribar en julio de ese año, se produjeron algunos intentos de figuras
como Belgrano o Pueyrredón que quisieron persuadir a Liniers y a Saavedra para que
resistieran la asunción de Cisneros. Pero fue en vano. La fidelidad de Liniers y la actitud
cautelosa de Saavedra, quien prefería esperar a que Napoleón acabara con toda autoridad en
España antes de dar cualquier paso, permitieron que Cisneros se afirmara en el poder.

Cisneros procuró desactivar los conflictos que encontró sin tomar medidas que produjeran un
desequilibrio entre las fuerzas locales. Pero para ese entonces la prudencia ya no era
suficiente. Como consecuencia de los sucesos del Alto Perú, se habían suspendido las remesas
de plata potosina dejando sin fondos a la administración virreinal. Para enfrentar esta
situación, en noviembre de 1809, Cisneros debió admitir la apertura del comercio, defendida,
entre otros, por Mariano Moreno en su famosa Representación de los Hacendados. El libre
comercio, por lo tanto, no fue una medida tomada por los revolucionarios sino por el último
Virrey. Esto nos da una pauta de lo avanzada que, para ese entonces, estaba la crisis y el
escaso margen de maniobra que tenía Cisneros.

La versión original de la Representación de los Hacendados se encuentra en la Biblioteca


Nacional. Pueden acceder a una versión digital de la misma a través del siguiente enlace:
http://trapalanda.bn.gov.ar/jspui/handle/123456789/3321
La Revolución de Mayo
El 20 de enero de 1810 se produjo un triunfo decisivo de las tropas francesas, que les permitió
controlar todo el territorio español, con excepción de la zona portuaria de Cádiz que estaba
protegida por la armada británica. La Junta Suprema se disolvió, pero antes creó un Consejo
de Regencia para que gobernara hasta que se constituyeran las Cortes.

Estas noticias llegaron al Río de la Plata a mediados de mayo. Cisneros asumió que no podía
impedir su difusión, por lo que el 18 de mayo las notificó en forma oficial a través de un Bando
en el que también apelaba a la lealtad de los súbditos. Al igual que en otras ciudades de
América, estas noticias pusieron en movimiento a distintos grupos de la élite local,
destacándose el accionar de algunas figuras como Belgrano, Castelli y Saavedra. Tras presionar
a las autoridades, se decidió convocar a un Cabildo abierto, que se reunió el 22 de mayo. En
esa ocasión la mayoría acordó en: a) declarar caduco el mandato de Cisneros por haberse
disuelto la autoridad que lo había designado; b) sostener que la soberanía había regresado al
pueblo; c) crear una Junta de gobierno cuyos miembros serían nombrados por el Cabildo.

Los miembros del Cabildo intentaron una última jugada y crearon una Junta encabezada por
Cisneros. Esto provocó el descontento y la movilización de algunos sectores de la sociedad que
fue promovida por agitadores como Domingo French y Antonio Beruti. En ese marco comenzó
a circular una representación en la que vecinos, comandantes y oficiales pedían, en nombre
del pueblo, que se erigiera una nueva junta, además de precisar quiénes debían integrarla. El
Cabildo quiso resistir la petición, ocasión en la que su síndico pronunció la famosa frase “¿El
pueblo dónde está?”. Pero las milicias habían dado muestras de estar dispuestas a intervenir,
por lo que los cabildantes terminaron cediendo a la presión y el día 25 de mayo decidieron la
creación de la Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata a nombre del
Señor Don Fernando VI, que es la que nosotros recordamos con el nombre de Primera Junta.

La elección de sus miembros recayó en los mismos nombres que figuraban en la


representación al Cabildo. Su composición expresaba la diversidad de actores y sectores
involucrados. La presidía Cornelio Saavedra y contaba con seis vocales: Manuel Belgrano y
Juan José Castelli que, además de ser primos, pertenecían al grupo ilustrado criollo; los
comerciantes de origen catalán Juan Larrea y Domingo Matheu, el cura Manuel Alberti y el
comandante de milicias Miguel de Azcuénaga. Para darle mayor ejecutividad, se nombraron
dos Secretarios: Mariano Moreno, a cargo de los asuntos de Gobierno y Guerra, y Juan José
Paso, a cargo de Hacienda.

Se había producido un cambio fundamental. El gobierno ya no dependía de ninguna autoridad


metropolitana y, por más que se invocara como soberano al monarca cautivo, su legitimidad
ahora reposaba en haber sido electa en representación del pueblo. Aunque no había sido
pronunciado su nombre, la Revolución había dado sus primeros pasos. Faltaba determinar
cuáles serían los siguientes.
El proceso revolucionario y la independencia
Antes de iniciar el relato, consideramos útil plantear algunas consideraciones generales sobre
el proceso revolucionario e independentista que nos ayudarán a orientarnos.

El desplazamiento del Virrey, la creación de una Junta para que gobernara en nombre del
pueblo y el desconocimiento de las autoridades metropolitanas como el Consejo de Regencia y
las Cortes que esta convocó, constituían una ruptura con el orden establecido. Esta ruptura,
sin embargo, no obstó para que durante un lapso de tiempo considerable se siguiera
invocando la legitimidad monárquica sin hacer mención a una posible independencia, así como
tampoco era evidente en mayo de 1810 que se promoverían cambios en el orden social. Es por
eso que debemos considerar a esos sucesos como parte de un proceso cuyo rumbo se fue
delineando sobre la marcha y en cuya definición la guerra tuvo un papel decisivo.

La ambigüedad que tiñó los pasos iniciales de ese proceso se puede apreciar en el hecho de
que, durante los primeros meses, ni la prensa ni los documentos oficiales se refirieron a los
sucesos de mayo de 1810 como una revolución, mientras que sus enemigos no dudaron en
hacerlo desde el primer día. Esto cambió en muy poco tiempo, en un marco de crecientes
enfrentamientos que fueron radicalizando las posiciones tanto de quienes apoyaban como de
quienes combatían al nuevo gobierno. Sus partidarios comenzaron a plantear que estaban
protagonizando una revolución que, basada en la virtud y el patriotismo, se proponía romper
con el pasado colonial y crear un nuevo orden en el que debía reinar la libertad y la justicia -y
para algunos también la igualdad-. La profundidad de las transformaciones se advierte en los
cambios producidos en las identidades colectivas. Los criollos dejaron de considerarse
“españoles americanos” para pasar a denominarse “americanos” a secas.

Sin embargo, como sabemos, la independencia no fue declarada hasta 1816. En ese sentido,
suele plantearse que se invocaba la “Máscara de Fernando VII” para ocultar la verdadera
intención de los revolucionarios. Si bien esto puede ser cierto en algunos casos, debemos
considerar que en 1810 no era tan claro para todos los actores que la independencia fuera un
objetivo alcanzable (e incluso deseable) como sí lo era lograr una mayor autonomía dentro de
la monarquía.

En suma, y como veremos a continuación, la aspiración a la independencia y a la creación de


una nueva nación, la adhesión a los ideales republicanos, y la búsqueda de cambios en el
orden social, no formaban parte de un programa previo. Distintos sectores sociales, políticos y
regionales, fueron asumiendo esas posiciones a medida que avanzaba la revolución y la guerra
como parte de un proceso de radicalización durante el cual también fueron asumiendo nuevos
principios e identidades.

Para profundizar en estas cuestiones, los invitamos a que vean un video en el que Fabio
Wasserman examina los usos y significados del concepto Revolución a comienzos del siglo XIX:
http://www.educ.ar/sitios/educar/recursos/ver?id=115530
Los desafíos de la Junta
El 25 de mayo de 1810 se creó en Buenos Aires la Junta Provisional Gubernativa de las
Provincias del Río de la Plata a nombre del Señor Don Fernando VII. Más allá de las intenciones
y las motivaciones de quienes estuvieron involucrados en esa decisión, que en forma pacífica y
apelando a mecanismos institucionales había trastocado el orden político, se trató de uno de
esos contados hechos que constituyen una bisagra entre dos épocas. Si hasta entonces los
súbditos de la monarquía española en el Río de la Plata estaban inmersos en una profunda
crisis política, a partir de ese momento pudieron comenzar a considerarse protagonistas de
una revolución que transformaría el orden político y afectaría sus vidas en forma decisiva.

A la Junta se le presentaron, en lo inmediato, varios desafíos: a) lograr la obediencia de la


población; b) limitar el accionar de otras instituciones que podían disputarle el poder, como el
Cabildo de Buenos Aires; c) lograr el reconocimiento internacional, particularmente el de
Inglaterra; d) impedir que las antiguas autoridades virreinales se pusieran a la cabeza de la
oposición, razón por la cual en junio se expulsó al Virrey y a los miembros de la Audiencia. Pero
el desafío más importante era la afirmación de su autoridad en todo el territorio virreinal, cuya
unidad la Junta procuraba preservar, y para lo cual debía resolverse qué lugar se les daría a los
pueblos del interior en el nuevo orden. En ese sentido el 27 de mayo tomó dos medidas que
serían decisivas. Para dotarse de mayor legitimidad y de una base política más amplia, convocó
a las ciudades para que eligieran representantes que se integrarían como vocales en el nuevo
gobierno, tal como lo había hecho el año anterior la Junta Central en España. Pero como no
era evidente que su autoridad sería reconocida en todo el territorio, también decidió el envío
de expediciones militares.

No era un exceso de celo. Los gobernadores y las autoridades militares de Montevideo,


Paraguay y Córdoba desconocieron a la Junta y se subordinaron al Consejo de Regencia. Lo
mismo hicieron las autoridades de las intendencias del Alto Perú quienes, además, resolvieron
colocarlas bajo la tutela del Virrey del Perú. Alentados por el apoyo de una figura popular
como Liniers que residía en Córdoba, procuraron aunar sus fuerzas para resistir por las armas y
ahogar a la revolución en la capital.

La Revolución de Mayo, que se había iniciado como un cambio institucional y un movimiento


pacífico en la capital del Virreinato del Río de la Plata, pronto se convirtió en una guerra que,
junto a otros focos revolucionarios surgidos en ciudades como Caracas, Bogotá y Santiago de
Chile, abarcaría a todo el continente. De ese modo, dejaron de tener cabida las políticas
conciliadoras y los llamados a la concordia. Quienes eran reputados enemigos de la causa,
comenzando por los españoles europeos cuya fidelidad al nuevo gobierno era considerada
dudosa, empezaron a ser objeto de ataques personales y políticos como el destierro, la
expropiación de sus bienes e, incluso en el caso de quienes se levantaban en armas o
complotaban, la pena de muerte.
La guerra revolucionaria
Las expediciones enviadas por la Junta comenzaron como una empresa sostenida por los
recursos de Buenos Aires, pero a medida que avanzaban fueron incorporando reclutas y
oficiales en los pueblos del interior, además de recibir apoyos políticos y recursos materiales.
En muchos casos fueron acciones voluntarias, pero en otros la presencia del ejército forzó la
colaboración de la población provocando tensiones y rechazos. De ahí en más, esta sería una
constante que afectaría los vínculos entre los gobiernos, los ejércitos y las poblaciones ya que
la guerra se prolongó en algunas regiones durante muchos años consumiendo cuantiosos
recursos y vidas humanas.

¿Guerra civil o guerra de independencia?


La decisión tomada por la Junta de asumir el gobierno del territorio rioplatense,
desconociendo al Consejo de Regencia y negándose a enviar diputados a las Cortes, tuvo su
contraparte en el hecho de que no fue reconocida ni por las autoridades metropolitanas, ni
por las coloniales como los Virreyes de México y Perú e incluso por las de algunos pueblos que
integraban el Virreinato. No se trataba de un hecho excepcional: es lo mismo que ocurrió con
las juntas proclamadas en otras ciudades como Caracas, Bogotá y Santiago de Chile Este
desconocimiento mutuo dio lugar a enfrentamientos armados en todo el continente cuya
caracterización es motivo de discusión. Si bien suelen ser consideradas como guerras de
independencia, algunos autores sostienen que se trataba de una guerra civil atravesada por
tensiones étnicas, sociales y territoriales, y que esta se prolongó durante décadas en el marco
de la constitución de los nuevos Estados poscoloniales.

La primera expedición militar enviada por la Junta de Buenos Aires comenzó su marcha en julio
de 1810 y se dirigió hacia el Alto Perú. Recordemos que además de ser la región más poblada
del territorio virreinal y en la que se encontraban los más importantes centros mineros, un año
antes había sido escenario de movimientos juntistas en Charcas y La Paz que fueron reprimidos
por tropas enviadas desde Lima y Buenos Aires. Al llegar a Córdoba, la expedición logró
dispersar a las fuerzas que habían reunido las autoridades locales. Los responsables de la
resistencia, con Liniers a la cabeza, fueron apresados y fusilados en agosto de 1810. Esta
decisión de la Junta, que debió asumir Castelli en persona, marcó un quiebre pues se hizo
evidente que quienes habían adherido a la marcha de la revolución ya no tenían posibilidad
alguna de retroceder.

El éxito militar alentó a los sectores que en las provincias apoyaban a la Junta y logró que la
reconocieran los Cabildos que aún no lo habían hecho. En noviembre de 1810, el ejército
triunfó en la batalla de Suipacha, al sur de la actual Bolivia. Además de Cochabamba, en la que
se había producido una revolución semanas antes, el triunfo de Suipacha permitió que la Junta
sumara la adhesión de las otras ciudades altoperuanas como Potosí, Oruro y La Paz. Pero se
trataba de una región atravesada por fuertes tensiones regionales, sociales y étnicas, y en la
que los porteños solían ser vistos con recelo. Castelli, que como representante de la Junta
asumió la dirección política del ejército, llevó adelante una política favorable a los pueblos
indios que le valió el rencor de la elite altoperuana. Las fuerzas a su mando, que estaban
minadas por conflictos internos, fueron derrotadas en junio de 1811 en la batalla de Huaqui -
en la frontera con Perú- por un ejército enviado desde ese Virreinato. De ahí en más las fuerzas
peruanas y rioplatenses tuvieron avances y retrocesos en el Alto Perú. Si bien contaban con
apoyos locales, fue un territorio hostil para ambas, tal como se evidenciaría en 1825 cuando
los representantes de los pueblos alto peruanos decidieron constituir una nueva nación que se
denominaría Bolivia en homenaje a Simón Bolívar, desechando la posibilidad de incorporarse a
la República Argentina o a Perú.

La revolución y los pueblos indios


Los gobiernos revolucionarios tuvieron un discurso que reivindicaba a los pueblos indios y en
particular a los incas. Esto se debía a razones ideológicas, ya que se los consideraba víctimas de
la explotación colonial a quienes debían serles restituidos sus derechos. Pero también pesaron
razones pragmáticas, pues esperaban lograr su apoyo en regiones donde constituían la mayor
parte de la población como el Alto Perú y las antiguas misiones guaraníes. Se trataba, sin
embargo, de una estrategia conflictiva, pues implicaba cuestionar el orden social establecido y
es por eso que no todos los revolucionarios llevaron adelante estas ideas o lo hicieron del
mismo modo. Uno de los líderes que más se destacó en ese sentido fue Castelli, quien el 25 de
mayo de 1811 organizó la conmemoración del primer aniversario de la revolución en las ruinas
de Tiahuanaco con la presencia de las comunidades locales y sus jefes. En esa ocasión emitió
una Proclama aboliendo el tributo indígena que fue dada a conocer en español, en quechua y
aymara. Meses más tarde, cuando el Alto Perú ya se había perdido, la Junta emitió un decreto
aboliendo el tributo que también tuvo versiones bilingües para favorecer su difusión.

Pueden acceder a una copia digital de la versión bilingüe del Decreto de abolición del tributo
de septiembre de 1811 en el siguiente enlace de la Biblioteca Nacional:
http://trapalanda.bn.gov.ar/jspui/handle/123456789/3343

En septiembre de 1810 se puso en marcha otro ejército más pequeño que, bajo la dirección de
Belgrano, atravesó el litoral y se dirigió hacia Paraguay. La expedición no tuvo el éxito
esperado, ya que encontró muy pocos apoyos y a comienzos de 1811 fue derrotada. Meses
más tarde se produjo una revolución local que desplazó a las autoridades coloniales y
constituyó un gobierno republicano. De ahí en más, Paraguay mantuvo autonomía respecto
del resto de las provincias rioplatenses, aunque recién en 1842 declararía formalmente su
independencia.

El otro foco de resistencia era Montevideo que, por tratarse de una base naval española, se
hizo fuerte en los ríos del litoral y logró bloquear e incluso bombardear a Buenos Aires en
algunos momentos. Francisco Javier de Elío, que había sido designado Virrey por el Consejo de
Regencia, procuró en vano ejercer su autoridad desde Montevideo. En 1811 se alzó en armas
la campaña oriental bajo el liderazgo de José Artigas que ofreció su apoyo a la Junta de Buenos
Aires. Como veremos más adelante, el acuerdo entre Artigas y las autoridades de Buenos Aires
no se pudo concretar por diferencias políticas que con el correr de los meses se ahondarían y
provocarían una ruptura.

Para reflexionar

Como habrán podido advertir, los territorios en los que no pudo imponerse la autoridad de la
Junta así como tampoco lograrían hacerlo los gobiernos que le sucederían, son aquellos en los
que con el correr del tiempo se constituyeron naciones independientes: Uruguay, Paraguay y

Bolivia. Este hecho muchas veces es considerado como resultado de la disgregación de una
entidad política nacional ya constituida o destinada a constituirse tras la revolución,
culpándose por ello a la dirigencia política que no supo mantener la unidad o, en algunos
casos, a una supuesta intromisión inglesa.

Las disputas facciosas: radicales y moderados


Hasta el momento, vimos la oposición a la Junta por parte de quienes, por razones políticas,
ideológicas o jurisdiccionales, no aceptaban su autoridad. Pero esta no era la única fuente de
conflictos provocada por el proceso revolucionario. En el propio seno de la Junta se perfilaron
dos tendencias: una moderada encabezada por Saavedra y otra más radicalizada que tenía
como principal promotor a Moreno. En esto debemos ser precisos, pues muchas veces se
sostiene que el verdadero revolucionario era el Secretario de la Junta mientras que su
Presidente era un reaccionario. Esta distinción se hace a partir de una concepción única sobre
qué es o qué debería ser una revolución, pero lo cierto es que ambos fueron revolucionarios y
su actuación fue decisiva en el tramo inicial del proceso.

Además de las diferencias personales, lo que los enfrentaba era una divergencia sobre el
rumbo y el ritmo que debía adoptar la revolución, sin que ninguno de los dos planteara un
retorno al antiguo orden. La disputa tuvo varios episodios bastante conocidos como el brindis
por la coronación de Saavedra que motivó el famoso Decreto de Supresión de Honores emitido
en diciembre de 1810, y con el que Moreno puso un límite al poder del Presidente de la Junta.
La situación entre ambos para ese entonces era casi insostenible. La ruptura se detonó pocos
días más tarde, cuando se debatió el carácter que debían tener los diputados electos por los
pueblos que habían arribado a la capital. Saavedra sostenía que había que integrarlos a la
Junta como vocales, respetando lo que se había dispuesto en la convocatoria de mayo. De ese
modo, el gobierno seguiría detentando en forma provisoria la soberanía en nombre de los
pueblos y de Fernando VII. Para Moreno los representantes de los pueblos debían conformar
un Congreso que, como tal, podría asumir plenamente la soberanía y sancionar una
Constitución, por lo que también estaría en condiciones de declarar la independencia aunque
esto último no lo planteó en forma explícita. La posición de Saavedra, ciertamente más
moderada, se impuso con el voto de la mayoría de la Junta y de los propios diputados
involucrados, por lo que Moreno decidió renunciar. A los pocos días asumió una misión
diplomática en Inglaterra para obtener armas y el reconocimiento de la Junta, y murió en alta
mar pocos meses más tarde en circunstancias dudosas que para algunos indican que había
sido envenenado por sus enemigos.

Mariano Moreno y la revolución


A Moreno le bastó su actuación durante poco más de seis meses como Secretario de la Junta
para convertirse en una de las figuras más destacadas de la Revolución. Su accionar fue
decisivo tanto por las medidas que impulsó, como por sus escritos. Esto último se debe a que
en ellos fue precisando y explicando el rumbo de la Revolución que, desde su perspectiva,
debía ir mucho más allá del cambio de autoridades para crear una sociedad nueva, basada en
valores y principios como la libertad, la igualdad y la soberanía popular. Los textos que publicó
durante esos meses, que se destacan por su análisis y su argumentación, estuvieron en su
mayoría motivados por las constantes novedades que se iban produciendo y a las que
procuraba dar respuesta inmediata. Muchos de estos escritos los publicó en la Gazeta de
Buenos Ayres, el diario que fundó y dirigió para difundir las posiciones de la Junta.

En diciembre de 1810, con la incorporación de los diputados al gobierno, se constituyó la


denominada Junta Grande, que tuvo entre sus figuras destacadas al Deán Gregorio Funes,
representante de Córdoba. El accionar de la Junta estuvo condicionado por el enfrentamiento
con las fuerzas contrarrevolucionarias, pero también por las diferencias internas y por su poca
capacidad ejecutiva causada en parte por ser un órgano con tantos miembros. Para concitar
mayor apoyo de los pueblos y darles participación a las elites locales, se decidió la creación de
juntas en las capitales de las intendencias y en las ciudades subordinadas. En cuanto a la línea
política que siguió la Junta Grande, si bien su discurso era más moderado que el de los
morenistas, la dinámica de la guerra la obligó a radicalizarse. En ese sentido, por ejemplo, y
ante el ataque de la marina de Montevideo a Buenos Aires, tomó algunas medidas que pocos
meses antes los saavedristas habían rechazado como la persecución de los españoles
europeos.

La partida de Moreno no había logrado acallar las diferencias, pues varios de quienes
compartían su línea política seguían manteniendo posiciones de poder, ya sea dentro de la
Junta como Larrea, comandando un regimiento como Domingo French o al frente un ejército
como el liderado por Castelli en el Alto Perú. Los morenistas se organizaron en un club político
y comenzaron a hostigar a la Junta. La respuesta de los saavedristas fue sorpresiva pues
implicó la entrada en escena de un actor casi ajeno hasta entonces a las disputas entre las
elites: el 5 y el 6 de abril de 1811 se produjo una movilización de la población suburbana cuya
intervención fue decisiva para que los morenistas fueran expulsados de la Junta y para que
algunos de sus líderes fueran enjuiciados y desterrados. Ambos fenómenos, la participación de
los sectores populares en las disputas de las élites, y la persecución de los miembros de un
grupo político vencido, se convirtieron de ahí en más en prácticas recurrentes que fueron
empleadas por todas las facciones.

La movilización de las clases subalternas en Buenos Aires


Uno de los temores provocados por la revolución entre las clases altas era la posibilidad de un
desborde de lo que entonces se denominaba la “plebe” o el “bajo pueblo”, tal como había
sucedido en la Revolución Francesa y en Haití. En Buenos Aires, las clases subalternas tuvieron
una actuación destacada, aunque subordinada, como milicianos durante las invasiones
inglesas y también en mayo de 1810. La división de la dirigencia revolucionaria favoreció su
aparición en la escena pública, cuando en abril de 1811 los saavedristas movilizaron a un
nutrido grupo de habitantes de los suburbios hacia la Plaza de la Victoria (actual Plaza de
Mayo) quienes, además de apoyar las consignas de sus líderes, lograron imponer algunas
propias como la expulsión de los españoles europeos. De ahí en más, la presencia de las clases
populares fue una constante en la vida pública porteña que ya no pudo ser ignorada por los
sectores dirigentes. Para conocer mejor la vida de las clases subalternas y cómo la revolución
promovió su politización, los invitamos a que vean este
videohttp://encuentro.gob.ar/programas/serie/8464/5357: que procura recuperar la voz del
moreno Santiago Manul, uno de los tantos protagonistas desconocidos del período.

Con la expulsión de los morenistas la Junta había logrado una mayor homogeneidad. Pero esto
no logró salvar a un gobierno que, debilitado y a la defensiva, no pudo revertir el impacto
negativo provocado por la derrota de Huaqui en junio de ese año. Tampoco pudo capitalizar el
alzamiento en la campaña oriental, ya que las autoridades de Montevideo lograron la
intervención de una poderosa fuerza portuguesa. Ante la imposibilidad de encarar con éxito la
guerra en el norte y en el litoral, la Junta decidió negociar un armisticio con Montevideo,
librando a su suerte a las fuerzas de Artigas quien decidió romper con Buenos Aires y encabezó
la retirada de los pueblos de la campaña oriental hacia el oeste del río Uruguay (actual Entre
Ríos), en una movilización que es recordada como el éxodo oriental.

El Triunvirato y la concentración del poder


En septiembre de 1811, y aprovechando la ausencia de Saavedra que había marchado al norte
para reorganizar el ejército derrotado en Huaqui, el Cabildo creó el Triunvirato, un nuevo
órgano de gobierno con solo tres integrantes y del que se esperaba una mayor ejecutividad. La
Junta pasó a constituir una suerte de poder legislativo denominado Junta Conservadora de los
Derechos de Fernando VII, pero solo duró unas pocas semanas, ya que el Triunvirato la disolvió
en noviembre de ese año al igual que a las juntas provinciales. Estas medidas profundizaron la
concentración del poder en la capital, que era donde se tomaban las decisiones y se elegía al
gobierno, provocando un creciente malestar en el resto de los pueblos que integraban una
entidad de límites imprecisos pero que ya empezaba a denominarse como Provincias Unidas
del Río de la Plata o Provincias Unidas del Sud.
Soberanía popular o soberanía de los pueblos
Buena parte de las disputas que se suscitaron tras la revolución estaban vinculadas con la
definición del sujeto soberano. Esta cuestión ya había estado presente en el Cabildo abierto
del 22 de mayo de 1810, cuando al invocarse el principio de retroversión de la soberanía se
discutió por qué Buenos Aires podía decidir sobre el resto de las ciudades. Un sector
importante de la dirigencia revolucionaria consideraba que la soberanía era indivisible y que
además era necesario centralizar el poder. Esta posición podía obedecer a razones ideológicas,
en tanto consideraban que era la mejor forma de gobierno o que los pueblos no estaban en
condiciones de gobernarse; a la defensa de intereses, ya que podía favorecer a la ciudad
capital; o por motivos pragmáticos, ya que era necesario contar con una única dirección para
ganar la guerra. El centralismo, que en la década de 1820 se denominó unitarismo, entró en
contradicción con las pretensiones soberanas de los pueblos que primero fueron las ciudades
con Cabildo y luego las provincias, tal como lo veremos en la sexta clase.

Ahora bien, debemos tener presente que la invocación de la soberanía de los pueblos podía
expresar distintas aspiraciones y es por eso que muchas veces se nos presenta como un
fenómeno confuso. Así como era invocada por quienes promovían la creación de una
Confederación como Artigas, también apelaban a ese principio quienes procuraban una mayor
autonomía que, incluso, podía darse a través de una relación más estrecha con el gobierno
central. Éste era el caso de las ciudades subalternas que querían librarse de su sujeción a las
ciudades capitales de las Intendencias, como Jujuy y Tucumán en relación a Salta, o Mendoza y
La Rioja en relación a Córdoba.

Esta cuestión recién se resolvería mucha más tarde, en la segunda mitad del siglo XIX, cuando
se impuso la noción de una soberanía única que es la nacional mientras se constituía el Estado
federal.

Para contar con mayores elementos que nos permitan entender esta cuestión en el período
revolucionario, los invitamos a ver un video en el que la historiadora Noemí Goldman
reflexiona sobre los diversos usos y significados del concepto de pueblo al que pueden acceder
a través de este enlace: http://www.educ.ar/sitios/educar/recursos/ver?id=115530

El video, al igual que otros que ya hemos utilizado , forma parte de un trabajo dedicado a
analizar algunos conceptos clave del período revolucionario. En el mismo también podrán
encontrar un análisis del concepto de soberanía, además de otros recursos como fuentes y
actividades a los que se accede a través del siguiente enlace:
http://coleccion.educ.ar/coleccion/CD28/mapa/vermapa.html

El Triunvirato procuró avanzar en la constitución de un nuevo orden, reorganizando la justicia,


dictando un Estatuto Provisional de Gobierno y sancionando algunas medidas que apuntaban a
resguardar los derechos individuales. Pero, al igual que la Junta Grande, no dejaba de ser un
gobierno debilitado por la ofensiva de los enemigos de la revolución y por las disidencias
internas.

Estas disidencias eran consecuencia del creciente malestar en algunos pueblos por la
centralización del poder. Pero también de las disputas facciosas e ideológicas, como la de los
morenistas que, dirigidos por Bernardo de Monteagudo y organizados en la Sociedad
Patriótica, insistían en la necesidad de declarar la independencia. En ese sentido criticaban al
Triunvirato por su política cauta, expresada por ejemplo en la decisión de desautorizar la
iniciativa de Belgrano que en febrero de 1812 había enarbolado una bandera como insignia
distintiva del ejército apostado en el litoral.

En marzo de 1812 las Cortes reunidas en Cádiz dictaron una Constitución que incorporaba
algunos principios liberales y reconocía mayores derechos a los americanos aunque estuvieran
desigualmente representados. La constitución tuvo un gran impacto en América, ya que fue
aceptada y comenzó a implementarse en buena parte del continente con la excepción de los
territorios insurgentes.

En el Río de la Plata, mientras tanto, las fuerzas leales a la metrópoli jaqueaban al gobierno
revolucionario. Aunque la campaña se había alzado en su contra, Montevideo seguía
manteniendo el control de los ríos. En julio de 1812 se descubrió en Buenos Aires un complot
liderado por Álzaga para derrocar al Triunvirato en complicidad con la marina de Montevideo.
Decenas de implicados fueron ajusticiados públicamente y se ahondó aún más el sentimiento
antiespañol. El Alto Perú, por su parte, había sido ocupado por las fuerzas peruanas que se
disponían a avanzar hacia el sur hasta llegar a Buenos Aires. Pero en octubre de 1812 fueron
derrotadas en la decisiva batalla de Tucumán y nuevamente en la de Salta en febrero de 1813,
que permitió una nueva ocupación del Alto Perú por las tropas rioplatenses.

En la capital se había extendido el descontento con el gobierno, por lo que al conocerse las
noticias sobre el triunfo en la batalla de Tucumán, que Belgrano libró a pesar de las órdenes
recibidas para retroceder hasta Córdoba, se produjo un golpe que creó un nuevo gobierno, al
que solemos recordar como el Segundo Triunvirato. El golpe estuvo protagonizado por la Logia
Lautaro que estaba integrada por oficiales que acababan de llegar de Europa como Carlos
María de Alvear y José de San Martín, y a la que se integraron los morenistas, ya que coincidían
en que la prioridad era ganar la guerra, declarar la independencia y sancionar una constitución
que permitiera dejar de tener gobiernos provisionales en nombre del monarca cautivo.

La Asamblea del año XIII


El Triunvirato convocó a un congreso que se reunió en enero de 1813 y por eso suele ser
recordado como la Asamblea año XIII. A pesar de estar integrado por representantes de los
pueblos, la Asamblea se destacó por la centralización del poder que impulsaba Alvear. Es por
eso que fueron rechazados los representantes de la Banda Oriental, cuyo mandato era lograr
la declaración de la independencia, pero también el reconocimiento de la soberanía de los
pueblos y la organización de una Confederación. De ese modo se produjo una ruptura y un
enfrentamiento con el artiguismo que dividió a las fuerzas revolucionarias en el litoral.

La Asamblea del año XIII se declaró soberana y, en esa calidad, dejó de lado el juramento de
fidelidad a Fernando VII, emitió moneda sin el sello real, y creó u oficializó una serie de
símbolos que debían identificar a las Provincias Unidas del Río de la Plata: un sello que luego
sería convertido en el escudo nacional, la bandera, la escarapela y la Marcha Patriótica escrita
por Vicente López y Planes con música de Blas Parera. Asimismo, y reafirmando la importancia
atribuida a la Revolución de Mayo, estableció la celebración de las fiestas mayas. La Asamblea
se destacó también por medidas como la prohibición de la tortura; la abolición de los títulos de
nobleza; la supresión del tributo y las formas de trabajo servil como la mita, la encomienda y el
yanaconazgo; la prohibición del tráfico de esclavos y la libertad de vientres por la cual de ahí
en más los hijos de los esclavos nacían libres, aunque no abolió la esclavitud como muchas
veces se sostiene.

La esclavitud en el siglo XIX


En el siguiente enlace pueden acceder a un breve texto en el que el historiador José Carlos
Chiaramonte explica el proceso de abolición de la esclavitud:
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Asamblea-XIII-esclavitud-noabolio-
1813_0_862713739.html

La revolución y sus símbolos: las monedas


La Asamblea del año XIII se destacó por la creación de símbolos que identificaran a las
Provincias Unidas como una entidad que ya no pertenecía a la monarquía española.
Aprovechando que el ejército al mando de Belgrano había ocupado a la ciudad de Potosí tras la
batalla de Salta, el gobierno mandó a acuñar monedas propias. A continuación les
presentamos una imagen con las dos caras de una moneda de plata de 8 reales. En una cara
está el nombre de las Provincias Unidas alrededor de un sol, y en la otra el sello creado por la
Asamblea que luego se convertiría en el Escudo Nacional y en el que se destaca un símbolo
republicano como el gorro frigio, acompañado por la frase “En Unión y Libertad”, que
expresaba la línea política promovida por la Asamblea: lograr la libertad bajo un gobierno
unificado.
http://www.billetesargentinos.com.ar/monedas/primeras_monedas_potosi.htm#1813

Si bien la Asamblea había sido convocada para declarar la independencia y dictar una
constitución, y de hecho tomó algunas medidas orientadas en esa dirección, lo cierto es que
nunca llegó a concretar esos objetivos. Con el correr de las semanas comenzó a perder impulso
mientras se extendía el malestar entre los pueblos por su política centralista que algunos
comenzaban a juzgar despótica.

La revolución, que había sorteado con éxito los ataques de sus enemigos, comenzaba a
dividirse en dos tendencias que atravesarían la vida política rioplatense durante décadas: una
centralista que planteaba la existencia de una soberanía única, y que en la década del 20 sería
identificada como unitaria, y otra de carácter federal que defendía la soberanía de los pueblos
a los que proponía darles mayor poder y autonomía.

A modo de repaso de lo trabajado , los invito a ver el siguiente video


http://www.educ.ar/sitios/educar/recursos/ver?id=50289

Revolución, guerra e independencia. Segunda parte (1814-


1820)

La reacción contrarrevolucionaria en Europa y América


La Asamblea del año XIII fue perdiendo impulso y no pudo cumplir con los principales objetivos
para los cuales había sido convocada: declarar la independencia y sancionar una Constitución.
La confianza que reinaba cuando se inauguró la Asamblea comenzó a menguar con el correr de
los meses, mientras se iba instalando un estado de incertidumbre que contribuyó a su
estancamiento. Además de las divisiones internas y del malestar que se extendía entre los
pueblos del interior por su política centralista -a la que se le oponía como alternativa la
propuesta confederal liderada por Artigas-, este estado de cosas se explica por la configuración
de un nuevo escenario político y militar en Europa y en América.

En 1813, la estrella de Napoleón había comenzado a declinar tras una desastrosa campaña en
Rusia. A mediados de ese año fue derrotado y expulsado el ejército francés que ocupaba
España. Al comenzar 1814 Fernando VII recuperó el trono e implementó una política
absolutista que desconocía los cambios sociales y políticos producidos en los últimos años,
comenzando por la representación de la nación en Cortes y la Constitución de Cádiz. Asimismo
dispuso el envío de tropas a América dejando en claro que no habría margen para llegar a
ningún tipo de acuerdo con quienes desconocieran su carácter de monarca absoluto. Esta línea
política estaba en sintonía con el resto de las monarquías europeas, cuyos representantes,
reunidos en 1815 en el Congreso de Viena, decidieron que había llegado la hora de restaurar el
antiguo orden que había sido afectado por la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas.
Eso significaba que América debía volver a convertirse en un territorio colonial y que a los
revolucionarios les sería mucho más difícil encontrar apoyos en Europa.

Para ese entonces la insurgencia americana estaba sufriendo un fuerte revés que provocaría,
por ejemplo, el regreso de Chile y Venezuela a la órbita realista. En el Río de la Plata la
situación era delicada: si al comenzar 1813 el ejército al mando de Belgrano había logrado
ocupar las provincias altoperuanas tras los triunfos de Tucumán y de Salta, las derrotas de
Vilcapugio y Ayohuma determinaron que al finalizar ese año debieran abandonar ese
territorio. De ese modo, la resistencia a los ejércitos que respondían a las autoridades
españolas, quedó durante años en manos de fuerzas locales que se organizaron como
guerrillas y que también estuvieron vinculadas con las milicias dirigidas por Güemes en Salta y
Jujuy.

El Directorio
Ante el estancamiento de la Asamblea y el avance contrarrevolucionario, el círculo de Alvear
que se había hecho con la dirección de la Logia Lautaro, sostuvo la necesidad de concentrar
aún más el poder para poner fin a las divisiones internas y ganar la guerra. A tales fines, en
enero de 1814 se creó un poder ejecutivo unipersonal: el Director Supremo de las Provincias
Unidas del Río de la Plata. El primer Director electo fue Gervasio Posadas, que era tío de
Alvear.

El Directorio decidió tentar una vía diplomática enviando a Europa a agentes como Belgrano y
Rivadavia para que exploraran la posibilidad de llegar a un acuerdo con la corona española o,
en su defecto, para coronar a un monarca que le permitiera a los rioplatenses mantener un
gobierno autónomo. Pero además de las dificultades que hubiera implicado obtener la lealtad
hacia una casa real tras años de revolución y guerra, en Europa tampoco había un clima
favorable para esta operación que afectaba los derechos de Fernando VII.

La política interna del Directorio estuvo orientada a lograr una reorganización institucional y
territorial que asegurara la autoridad del poder central, y a ganar la guerra. El mayor éxito en
ese sentido fue la ocupación de Montevideo a mediados de 1814. Además del logro en sí, fue
un hecho decisivo para la revolución rioplatense, pues una expedición enviada desde España
que iba a utilizar a Montevideo como base de apoyo, debió cambiar su destino y se dirigió
hacia Venezuela. Este desenlace, sin embargo, no fue el fin de la guerra en la Banda Oriental. El
Directorio lanzó una ofensiva para acabar con el artiguismo e incluso ofreció una recompensa
para quien entregara vivo o muerto a su líder. Artigas, por su parte, puso en jaque al gobierno
central al extender su influencia hacia el oeste del río Uruguay, constituyéndose en Protector
del Sistema de los Pueblos Libres que abarcaba los territorios de las actuales provincias de
Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, Misiones y, durante un lapso breve, la de Córdoba, además de
contar con partidarios en otros pueblos del interior.

El artiguismo
Como todo movimiento político y social de envergadura, el artiguismo abarcó distintos
actores y concitó diversos apoyos que fueron cambiando con el correr de los años. Sin
embargo se destacó por haber mantenido con firmeza algunas posiciones que pueden
considerarse como el programa más radical de la revolución rioplatense: a) la lucha por la
independencia frente a España y Portugal; b) la creación de una confederación que asegurara
la defensa de la soberanía de los pueblos; c) la organización de la campaña en favor de las
clases subalternas a quienes se le debía destinar tierras para ser trabajadas. El conflicto con los
gobiernos de Buenos Aires y la intervención portuguesa en la Banda Oriental a partir de 1816,
desgastaron al artiguismo que comenzó a perder apoyos, sobre todo los que había logrado
entre las clases propietarias y fuera de la campaña oriental. En 1820, y tras haber sido
derrotado, Artigas se marchó al Paraguay, adonde vivió tres décadas alejado de la política.

A continuación reproducimos algunos párrafos de un texto en los que la historiadora uruguaya


Ana Frega describe algunos rasgos del artiguismo:

“Al inicio de la revolución, Artigas contaba con sólidos vínculos entre los gauchos, los indios,
los simples ocupantes de tierras y los hacendados, que le permitían actuar como “puente”
entre grupos sociales heterogéneos desde el punto de vista cultural, estamental y de clase.

El triunfo artiguista en la Provincia Oriental en 1815, la expansión más allá del Paraná del
“Sistema de los Pueblos Libres”, la radicalización de su programa -regeneración política,
igualdad ante la ley, dirigentes virtuosos- y la prolongación de la guerra, generaron grandes
resistencias. El planteo de ideas federales expresaba algo más que un enfrentamiento
doctrinario. Mantener los reclamos autonomistas frente al gobierno bonaerense podría
resultar demasiado caro, máxime si al interior de cada provincia, el artiguismo defendía la
posición de los más infelices.”

Ana Frega, “La virtud y el poder. La soberanía particular de los pueblos en el proyecto
artiguista” en N. Goldman y R. Salvatore (eds.), Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un
viejo problema, Buenos Aires, Eudeba, 1998, p. 102.

Para profundizar en el análisis del artiguismo, y en cómo este expresó tensiones políticas y
regionales, pero también étnicas y sociales que implicaron la movilización de las clases
subalternas y la construcción de nuevos liderazgos, los invitamos a compartir el video Bajo
pueblo. La revolución guaraní

http://encuentro.gob.ar/programas/serie/8082/1113

En el norte la situación no era mejor. Posadas había designado a Alvear como nuevo jefe del
ejército para que encabezara una nueva ofensiva hacia el Alto Perú. Pero los oficiales
resistieron su nombramiento. Posadas decidió renunciar, y en enero de 1815 Alvear fue
designado Director Supremo. El extendido rechazo a ese nombramiento, que se expresó
incluso en Buenos Aires, se potenció como consecuencia de una fallida jugada del nuevo
Director para convertir a las Provincias Unidas en un Protectorado inglés. El ejército que había
sido enviado al litoral para combatir al artiguismo se sublevó, por lo que en abril de 1815
Alvear debió renunciar y exiliarse. Sus partidarios fueron objeto de persecuciones judiciales y
políticas, tal como solía suceder ante cada cambio abrupto de gobierno. El Cabildo de Buenos
Aires cubrió el vacío de poder y designó como Director al General Álvarez Thomas que estaba
al frente del ejército sublevado. A fin de revertir el rechazo provocado por la política
centralista del Directorio, y dado que la movilización de la población en vastas zonas requería
de cambios en el orden político capaces de encuadrarla, el gobierno tomó algunas medidas
innovadoras como la participación en las elecciones de los habitantes de las zonas rurales o la
elección popular de los miembros de los cabildos.

A fines de 1815 se produjo la derrota de Sipe Sipe que implicó la total retirada de las fuerzas
rioplatenses del Alto Perú, imponiéndose la estrategia de apoyar a las fuerzas locales en esa
región y en Salta y Jujuy para desgastar a los ejércitos realistas y contener su avance.

La guerra en el norte: los gauchos de Güemes.


Dentro de lo que es el actual territorio argentino, la zona más afectada por la guerra de
independencia fue la salteño-jujeña. Durante más de diez años fue ocupada alternativamente
por los ejércitos revolucionarios y por los enviados desde el Virreinato del Perú. En 1814, tras
las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, se produjo una nueva ocupación realista que, como
solía suceder, procuró hacerse con recursos como ganado y alimentos. Esto provocó una
extendida resistencia de los pobladores rurales que se organizaron en milicias. Fue en ese
marco que construyó su liderazgo Martín Miguel de Güemes, un oficial del ejército que
pertenecía a la élite salteña. Güemes se puso al frente de las milicias de gauchos y les otorgó
nuevos derechos que ponían en cuestión el orden social. Sin embargo, y a diferencia de lo
sucedido con Artigas, Güemes casi siempre recibió el apoyo del Directorio. Esto se debió a que
la estrategia de apelar a milicias rurales articuladas con las guerrillas que operaban en el Alto
Perú, permitía frenar el avance realista utilizando los recursos locales. De ese modo, el
gobierno pudo volcar sus esfuerzos en organizar el Ejército de los Andes para llevar a cabo la
invasión a Chile y Perú. A continuación, reproducimos unos párrafos en los que el historiador
Gustavo Paz explica las bases del poder político de Güemes y las tensiones sociales y políticas
provocadas por la movilización de los gauchos:

“Güemes construyó su poder mediante la extensión de la protección y la compensación


material a los habitantes de la campaña movilizados, los gauchos. La movilización de amplios
sectores rurales terminó quebrando relaciones sociales establecidas en el periodo colonial
entre la élite y la población rural basadas en el arrendamiento, el peonaje, la provisión de
crédito y la administración de justicia por parte del cabildo. La guerra desató tensiones sociales
y étnicas que habían estado contenidas desde la colonia. Las élites de Salta y Jujuy toleraron
dificultosamente el sistema de Güemes solo porque las urgencias de la guerra lo hacían
necesario y lo legitimaban. El régimen de Güemes contaba además con el apoyo del Directorio
y el Congreso pues el gobernador salteño actuaba como una sólida barrera contra las
invasiones españolas en las provincias del norte.

Las medidas de Güemes que más irritaban a la élite eran la exención del pago de arriendos
otorgada a los gauchos a manera de compensación por sus servicios militares y la extensión
del fuero militar que los sustraía de la jurisdicción civil. La movilización campesina en milicias
que gozaban de fuero militar y recompensadas por medio de la exención del pago de arriendo
desafiaban abiertamente por primera vez la autoridad de la gente decente. Este desafío a la
autoridad de las élites se basaba en una ideología republicana que moldeaba un concepto de
patria vagamente definida, pero que incluía los conceptos de igualdad ante la ley y la abolición
de las diferencias étnicas”.

G. Paz, “El orden es el desorden”. Guerra y movilización campesina en la campaña de Jujuy,


1815-1821 en http://historiapolitica.com/datos/biblioteca/paz.pdf pág 2

El Congreso de Tucumán y la declaración de Independencia


Dividida por las luchas facciosas y regionales, aislada internacionalmente y casi sin apoyos tras
la derrota de los otros focos insurgentes en el continente, hacia 1815 la revolución rioplatense
se encontraba en una situación crítica.

Fue en ese contexto crítico que la dirigencia decidió que había llegado la hora de resolver dos
asignaturas pendientes: terminar con la provisionalidad de los gobiernos y, como paso previo,
declarar la independencia. A tales fines se convocó a nuevo Congreso soberano y
constituyente que se reunió en Tucumán, evitando hacerlo en Buenos Aires que para muchos
se había convertido en emblema del centralismo despótico. Otra novedad fue la elección de
diputados en proporción a los habitantes de cada provincia. Lo que no fue novedosa fue la
composición del Congreso, cuyos miembros eran representativos de los sectores que
conformaban la dirigencia revolucionaria: abogados, clérigos y militares.

En marzo de 1816 se iniciaron las sesiones y el 9 de julio el Congreso declaró la Independencia


de las Provincias Unidas en Sud América. El nombre mantenía una cierta indefinición sobre los
pueblos que podían conformar las Provincias Unidas, ya que expresaba la posibilidad de que
en un futuro también se integraran los liderados por Artigas u otros como Paraguay. En ese
sentido, debemos tener presente que, los contemporáneos consideraban que una nación es
una comunidad política que se debe constituir por la voluntad de sus miembros, vale decir, en
este caso, por los pueblos.

El Congreso de Tucumán y la Liga de los Pueblos Libres


El Congreso estuvo integrado por representantes de Buenos Aires, Córdoba, Catamarca, San
Luis, San Juan, Mendoza, La Rioja, Santiago del Estero, Tucumán, Salta, Jujuy, Mizque, Chichas
y Charcas, mientras que otras provincias altoperuanas como La Paz y Potosí no pudieron
enviarlos como consecuencia de la ocupación realista. A pesar de los intentos para llegar a un
acuerdo con Artigas, tampoco participaron representantes de la Banda Oriental, Santa Fe,
Entre Ríos, Corrientes y los pueblos de las Misiones que integraban la Liga Federal o de los
Pueblos Libres desde que en 1815 se habían reunido en un Congreso y se consideraban
independientes desde entonces.
En el siguiente mapa están representados los territorios que enviaron diputados al Congreso
de Tucumán y los que integraban la Liga de los Pueblos Libres.

Para nosotros es usual sostener que en 1816 se declaró la Independencia de la República


Argentina. Teniendo en cuenta los contenidos que hemos estado trabajando, ¿ustedes creen
que es correcta esta afirmación?

Para contar con mayores elementos de análisis, los invito a compartir la segunda parte del
video sobre el 9 de Julio que habíamos comenzado a ver

http://www.educ.ar/sitios/educar/recursos/ver?id=50289 (desde 14:49 hasta el final)

Una vez declarada la independencia, restaba resolver la otra cuestión pendiente que, en cierto
sentido, era más grave, pues dividía las aguas: la forma en la que se organizaría el gobierno de
las Provincias Unidas. ¿Debía ser una república o una monarquía? ¿Se constituiría un Estado
central o una confederación en la que los pueblos preservarían su soberanía?

La república era para muchos el horizonte deseable, pero en ese entonces la única experiencia
republicana exitosa era la norteamericana. La monarquía, por el contrario, podía favorecer el
reconocimiento internacional del nuevo Estado. Es por ello que varios dirigentes sostuvieron la
conveniencia de crear una monarquía constitucional. De ese modo se combinaba el tradicional
principio de la monarquía como garantía de unidad y continuidad, con el más novedoso
principio de representación política. Pero, tal como se hizo evidente en un extenso debate que
también se dio a través de la prensa, implantar la monarquía no sería una tarea sencilla. Tras
años de revolución y guerra se habían extendido el discurso republicano, un sentimiento de
igualdad que no hubiera tolerado la creación de una nobleza, y el desprecio por los reyes.
Además, y esto era decisivo, en el Río de la Plata no había una casa real ni una nobleza. En ese
sentido había dos alternativas. La primera era coronar un monarca de una familia europea,
para lo cual se habían realizado algunas tentativas sin éxito. La otra, propiciada entre otros por
Belgrano, era coronar a un miembro de la nobleza inca, estimando que esto facilitaría el apoyo
de los pueblos indios de la región andina. Pero este proyecto, que muchos dirigentes miraban
con horror, fue desechado.

La declaración de independencia y los pueblos originarios


Si bien la propuesta de coronar a un descendiente de los incas no prosperó, esto no significa
que se hubieran dejado de lado las políticas tendientes a captar el apoyo de los pueblos indios.
Es por eso que la Declaración de Independencia fue publicada en quechua y aymara como
había sucedido antes con otras declaraciones políticas importantes. Esta vez, sin embargo, no
se tradujo al guaraní, evidenciando para algunos historiadores las dificultades que tenían los
congresales para atraer a su causa a los pueblos misioneros y al Paraguay.

En el sitio del Museo Casa Histórica de la Independencia de Tucumán pueden acceder a una
copia digital bilingüe:
http://casadelaindependencia.cultura.gob.ar/wpcontent/uploads/2016/07/Miscelaneas.pdf p.
10.

El Directorio de Pueyrredón
Una de las primeras medidas que tomó el Congreso fue la elección de un nuevo Director
Supremo. Tras haberse desechado la candidatura del salteño José Moldes que tenía el apoyo
de Güemes y representaba a quienes mantenían prevenciones hacia Buenos Aires, en mayo de
1816 se eligió a Juan Martín de Pueyrredón, quien si bien era porteño gozaba de prestigio en
las provincias.
Los mayores esfuerzos de Pueyrredón se orientaron en ganar la guerra. En ese sentido le dio
todo su apoyo a San Martín para la organización del Ejército de los Andes, y a Güemes para
que sostuviera el avance realista en Salta y Jujuy. Asimismo mantuvo el enfrentamiento con la
fuerzas artiguistas en el litoral. Más aún, y aunque esto le valió una fuerte oposición en la
propia Buenos Aires, decidió desentenderse de la suerte de la Banda Oriental ante el avance
portugués iniciado en 1816 y que culminaría con la incorporación de ese territorio al Imperio
portugués como Provincia Cisplatina.

El Ejército de los Andes y la figura de San Martín

En 1813 se había constituido la Intendencia de Cuyo con capital en Mendoza, tras haberse
separado de la Intendencia de Córdoba. Al año siguiente San Martín fue designado
Gobernador de Cuyo y convirtió a esa intendencia en una base para la organización del Ejército
de los Andes con el que pensaba implementar su plan de atacar a Chile y luego a Perú. La
organización del ejército provocó tensiones en la sociedad cuyana, ya que si bien recibió
apoyos espontáneos, se basó en el reclutamiento de soldados entre las clases subalternas
urbanas y rurales (incluyendo la confiscación de esclavos) y en los recursos materiales que
podía extraer de la economía local, ya que eran insuficientes los que podía obtener del
Directorio.

En 1817 el ejército cruzó la Cordillera de los Andes y en febrero de ese año se produjo el
triunfo en la batalla de Chacabuco tras el cual pudo ocupar las principales ciudades de Chile. A
comienzos de 1818 se declaró la independencia de Chile, que fue refrendada en abril de ese
año con el decisivo triunfo de Maipú. Desde esa base, y contando con el apoyo de las fuerzas
chilenas dirigidas por Bernardo de O´Higgins, emprendió la campaña hacia Perú cuya
independencia se declaró en 1821, tras la ocupación de Lima, aunque tardaría tres años más
en consolidarse con la victoria de Ayacucho.

Es habitual que consideremos a San Martín como un prócer situado por encima de los
conflictos que dividieron a sus contemporáneos. Pero aún en el caso de que esa hubiera sido
su intención, no pudo evitar involucrarse en las disputas facciosas que dividieron a los
revolucionarios en el Río de la Plata, Chile y Perú. Es por eso que así como contó con apoyos,
también se ganó enemigos a uno y otro lado de la Cordillera. En Chile apoyó a la facción de
Bernardo de O’Higgins y combatió a la de los hermanos Carrera.

El poder que acumuló hizo que sus enemigos lo acusaran de querer coronarse como un
monarca,

En 1817 el Congreso se trasladó a Buenos Aires, y se fue afianzando nuevamente una línea
política centralista. En 1819 se sancionó una constitución que si bien no estipulaba la forma de
gobierno, podía adaptarse con facilidad para constituir una monarquía constitucional, además
de que concentraba el poder en el gobierno nacional. Esto no hizo más que acrecentar la
oposición al Directorio que para ese entonces estaba jaqueado por las fuerzas federales de
Santa Fe y Entre Ríos, mientras que en el resto de las provincias también comenzaban a
producirse movimientos autonomistas.

En junio de 1819 renunció Pueyrredón y fue reemplazado por el General José Rondeau. Para
defender al gobierno, se convocó a los ejércitos de los Andes y del Norte. San Martín
desobedeció la orden privilegiando la campaña al Perú, mientras que los oficiales del Ejército
del Norte se sublevaron y provocaron su disolución. En febrero de 1820 se produjo la batalla
de Cepeda en la que las tropas lideradas por el entrerriano Francisco Ramírez y el santafesino
Estanislao López, derrotaron al ejército directorial que, para ese entonces, se reducía a las
tropas de Buenos Aires, provocando la disolución del Congreso y la renuncia de Rondeau.

De ese modo concluyó una década signada por gobiernos provisionales que procuraron ejercer
el gobierno de los pueblos rioplatenses. En 1820 el territorio virreinal se hallaba disgregado y
sin posibilidades de unificarse. Tradicionalmente se lo entendió como un proceso de anarquía
o de división de la Nación Argentina. Pero, también puede ser pensado como la emergencia de
nuevos sujetos soberanos, los pueblos, que a partir de las antiguas ciudades coloniales se
fueron constituyendo en novedosas entidades políticas: las provincias.

Las consecuencias económicas de la revolución y la guerra


En esos años se consolidó el librecambio que convirtió a Inglaterra en la nueva metrópoli
comercial, pero sus efectos más importantes en este sentido recién se produjeron a partir de
la década de 1820. Más decisivo en lo inmediato fue la pérdida de Potosí y el estado de guerra
permanente que llevaron a la economía a una situación crítica. Además de la destrucción de
bienes y la movilización militar de la mano de obra masculina, el tráfico mercantil también fue
afectado aunque no llegó a interrumpirse del todo. La aduana, y en particular los derechos de
importación, constituían la principal fuente de ingresos para los gobiernos, pero eran
insuficientes por lo que se hicieron usuales las expropiaciones y los préstamos forzosos que en
principio afectaron a los españoles y a los contrarrevolucionarios. Las dificultades financieras
hicieron que muchas veces se complicara el pago de los sueldos, incrementando el malestar de
los soldados y oficiales. En buena medida, los ejércitos debieron sostenerse sobre el propio
terreno, provocando así un incremento en las tensiones al demandar soldados, pero también
comida, ropa y medios para movilizarse (caballos, mulas, carretas). Hubo regiones, como el
litoral, en las que el ganado fue devastado y debió ser repoblado en los años siguientes.

El proceso revolucionario afectó las jerarquías tradicionales y, aunque en forma desigual,


promovió el acceso a nuevos derechos civiles y políticos. Esto se debió a cambios que fueron
impulsados por razones políticas e ideológicas, pero también tuvo un peso decisivo la guerra
que implicó la movilización de vastos sectores sociales bajo nuevos principios como la libertad
y la igualdad. Sin embargo, y esto no debemos olvidarlo, estamos analizando procesos que no
concluyeron en la década revolucionaria, por lo que siguió manteniéndose vigente una
concepción estamental, étnica y religiosa del orden social que fue cambiando paulatinamente
a lo largo del siglo XIX.
Para reflexionar: ¿qué tuvo de revolucionaria la Revolución?
La sociedad colonial americana formaba parte de la monarquía española, esto implicaba que
los americanos y los españoles consideraran al Rey como el garante del ordenamiento y
funcionamiento de la sociedad. La crisis desatada a partir de 1808 con las Abdicaciones de
Bayona, pero sobre todo el proceso revolucionario y las guerras iniciadas en 1810, provocaron
una desorganización de la sociedad y la aparición de nuevos fenómenos sociales, políticos y
económicos. Esto no implicó, sin embargo, una transformación total de la sociedad que, por
ejemplo, siguió teniendo un carácter estamental aunque mucho más atenuado. Es por eso, y
por las distintas concepciones sobre qué es o debe ser una revolución, que la Revolución de
Mayo ha sido evaluada de diverso modo. Incluso hay autores que sostienen que no se trató de
una verdadera revolución, ya que solo se habría producido una transferencia de poder de los
españoles a las clases dominantes criollas, dejando intactos a otros aspectos de la sociedad
como la subordinación de las clases populares.

Les proponemos que reflexionen sobre el carácter revolucionario que tuvo la Revolución de
Mayo a partir de lo que hemos venido trabajando y de sus conocimientos previos. Asimismo
les sugerimos la lectura de los aportes realizados por tres historiadores que se refieren a
distintos aspectos de este problema. El primero es una reflexión de Tulio Halperin Donghi
sobre la forma en la que es vivida la revolución por sus protagonistas y sobre las consecuencias
que esto tiene para quienes estudian ese proceso. El segundo es parte de un reportaje en el
que Hilda Sábato se refiere a los cambios producidos en los fundamentos del poder político y a
la vigencia que todavía tienen algunas cuestiones planteadas en el proceso revolucionario. En
el tercero, Gabriel di Meglio discute con quienes sostienen que el proceso iniciado en mayo de
1810 no produjo cambios relevantes en la sociedad, explicando por qué a su juicio sí se trató
de una revolución.

“En la experiencia de quienes la viven, en efecto, toda revolución es absoluta, en cualquier


plano que ella se realice. (…) La continuidad entre pasado prerrevolucionario y revolución
puede -y acaso debe- ignorarla quien hace la revolución; no puede escapar a quien la estudia
históricamente, como un momento entre otros del pasado. Pero al mismo tiempo este no
puede ignorar que esa continuidad se da a través de lo que -llegue a ser lo que sea- se propone
constituir una ruptura total”.

T. Halperin Donghi, Tradición política española e ideología revolucionaria de mayo, Buenos


Aires, Ceal, 1984, p. 10.

“El núcleo duro de la Revolución es el cambio radical de los fundamentos del poder político. Es
lo que tanto se repite en la escuela respecto de la soberanía popular, que lamentablemente es
una palabra vacía en ese discurso. Y esa palabra, en realidad, tiene un peso enorme para
entender cómo se constituye la nueva base de poder. A lo que se suman dos nociones clave
que siguen teniendo vigencia: igualdad y libertad. Esas dos nociones, junto con la anterior,
forman un triángulo: soberanía popular, igualdad y libertad, los tres pilares del régimen
republicano. Pienso que esto está más vigente que nunca como interrogante, como cuestión y
como problema”.
H. Sabato, Fragmento de un reportaje Revista Nuestra Cultura n° 4, mayo 2010, p. 13.

“Ahora bien, si tomamos en cuenta que –tomando solo el caso del Río de la Plata– entre 1810
y la década de 1820 se modificaron los criterios por los cuales unos mandaban y otros
obedecían pasando de una monarquía al sistema republicano, que se terminó el predominio
de los grandes comerciantes monopólicos y comenzó el de los grandes terratenientes, que se
dislocó la organización económica fundada en la plata extraída de Potosí y se reorientó hacia el
mercado atlántico, que la mayoría de las desigualdades legales existentes en la sociedad
fueron anuladas, que se creó una vida política activa que implicó a diversos sectores sociales y
en la cual aparecieron en juego fuertes tensiones de clase (no entre una burguesía y una
aristocracia feudal pero sí entre los campesinos y peones en Salta y la Banda Oriental con los
dueños de la tierra o entre la plebe de Buenos Aires contra los españoles), que se fueron
moldeando nuevas identidades; ¿eso no es una revolución, un cambio radical y brusco? Y si
todos los que vivieron en ese período creyeron y sintieron que así era, que estaban
protagonizando una época de transformación, ¿no es eso una revolución? Es cierto que el
grueso de la historiografía comparte la certeza de que la revolución sí existió, pero no implica
que no sea necesario problematizar qué entendemos por ella”.

“Introducción al dossier: Lo ‘revolucionario’ en las revoluciones de independencia


iberoamericanas” en Nuevo Topo. Revista de historia y pensamiento crítico, n° 5, Buenos Aires,
2008, p. 12. El texto completo en:

http://historiapolitica.com/datos/biblioteca/xix2dimeglio.pdf
OBSERVACIÓN: La presentación de este trabajo será validado como primer
parcial.

ACTIVIDAD:
Realizar una presentación ( mapa conceptual, power point , prezi o cualquier modalidad de
presentación) que desarrolle el proceso independencia de Brasil y de América Hispana (ver
México y la Revolución en el Río de la Plata ). Consecuencias socioeconómicas y políticas de
la revolución y la guerra. En lo que respecta al proceso independentista del Río de la Plata,
abarcarán el período 1810-1820.

El trabajo puede incluir recursos como imágenes, mapas, caricaturas, esquemas, etc.

El material de LECTURA OBLIGATORIA está debidamente registrada en la bibliografía que,


además, incluye la presente clase.

Fecha de entrega: luego del receso escolar.

El nombre del archivo del trabajo debe contener apellido y nombre del cursante, así como el
número de la clase. Ejemplo: ApellidoNombre_Clase 7, Añaia Myrna_Clase 7. En caso de que
el trabajo lo hicieren de manera grupal, presentar solo un nombre de los integrantes del
grupo.

Bibliografía obligatoria:
 Clase 7

 Eggers-Brass, T.; Gallego, M; Gil, Lozano, F. (2013) Historia Latinoamericana, 1700-


2005. Sociedades, culturas, procesos políticos y económicos, Edito Maipue, Buenos
Aires. Capítulo 2 “Las independencias Latinoamericanas”Págs 66-87

 Zanatta, Loris (2012) Historia de América Latina.De la Colonia al Siglo XXI, Editorial
Siglo XXI. Buenos Aires. Capítulo 2”La independencia de américa Latina” páginas 35-51
 CRISIS imperial, Revolución y guerra (1806-1820) ,cap. I , por Noemí Goldman en
Goldman N. (Dir.), Revolución, República, Confederación (1806-1852), Tomo 3 de la
colección ‘’Nueva Historia Argentina’’, Buenos Aires, Sudamericana, 1998 (págs 21-66)

https://ens9004-infd.mendoza.edu.ar/sitio/nueva-historia-
argentina/upload/Nueva_Historia_Argentina_Tomo_3.pdf

 Zanatta, Loris (2012) Historia de América Latina.De la Colonia al Siglo XXI, Editorial
Siglo XXI. Buenos Aires. Capítulo 3”Las Repúblicas sin Estado”. Págs 53-71

Bibliografía complementaria:

 Romero , José Luis,(2013) Breve Historia de la Argentina, Fondo de cultura Económica.


Buenos Aires.Cap. V. La independencia de las provincias unidas (1810-1820) Págs. 18-
24
http://dad.uncuyo.edu.ar/upload/romero-jose-luis-breve-historia-de-la-argentina.pdf

 Tulio Halperin Donghi, Historia Contemporánea de América Latina, Buenos Aires,


Alianza, 2005. Cap. 2: “La crisis de independencia”. Págs. 78-134

http://www.anffos.cl/Descargas/BIBLIOTECA/Tulio%20Halperin%20%20Donghi%20-
%20Historia%20Contemporanea%20de%20Am%C3%A9rica%20Latina.pdf

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