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Halperín Donghi – Contemporary history of Latin América

Hay algunos rasgos comunes a Hispanoamérica en su conjunto: 1) la incidencia de la Iglesia, no sólo


en lo social y lo político, sino también en lo económico; 2) la existencia de castas bien definidas y
reafirmadas (“pigmentación”), en donde la supremacía la tienen los blancos peninsulares y
cristianos. La diferenciación por castas es un elemento estabilizador, destinado a impedir el
ascenso de los sectores urbanos inferiores a través de la administración, el Ejército y
la Iglesia. Pero la “recastificación” de la sociedad hispanoamericana a fines del siglo XVIII
demuestra que ella no tiene lugar para todos sus integrantes. La movilidad social prácticamente
nula en este contexto de ascenso económico de ciertos sectores es fundamental para comprender
la creciente hostilidad, sobre todo por parte de los criollos, hacia los sectores peninsulares;
hostilidad agravada porque las reformas borbónicas otorgaban los cargos privilegiados únicamente
a los peninsulares. Así, la sociedad colonial crea una masa de descontento creciente, sobre todo de
sectores que aspiran a más de lo que son.

Virreinato del Perú:

- Producción de plata

- Minería es la base de la economía y el comercio ultramarino peruano.

- Norte: mestizo y bastante bien incorporado al comercio con otras colonias.

- Costa: agricultura orientada hacia el comercio hispanoamericano (haciendas y esclavos).


Artesanía vinculada a la agricultura.

- Sur (Cuzco): indígena, proveedora de las zonas mineras, a la vez que desarrolla una
agricultura de subsistencia y una ganadería que atiende a las artesanías locales.
Predominancia de comunidades indígenas.

- Agricultura serrana oprimida por clases altas españolas e indígenas.

- Clases altas locales subsumidas a Metrópoli. Lima debe compartir sus ganancias con la Metrópoli.

- Núcleo demográfico (indígena y mestizo) y económico del Virreinato del Río de la Plata.

- Dependencia de la minería. Mano de obra indígena.

Río de la Plata:

- Economía, tradicionalmente dirigida hacia Lima, se dirige hacia Buenos Aires luego de las
Reformas Borbónicas, que crece mucho.

- Clase mercantil rápidamente ampliada (sobre todo por la inmigración española) y enriquecida

- Interior abastece al Alto Perú.

- Litoral: Producción de cueros, con escasa mano de obra.


- Región pampeana y litoral: privilegiada porque no hay clara propiedad de la tierra, lo que permite
la ganadería extensiva.

Capítulo II: La crisis de independencia

El edificio colonial, que había durado varios siglos, se desmoronó en tan sólo 15 años. Este proceso
de crisis de independencia, iniciado en 1810, terminaría en 1825, año en el cual Portugal había
perdido todas sus tierras americanas, y España tan sólo conservaba a Cuba y Puerto Rico. ¿Por qué
se dio tan rápido? Primera etapa (1810-1815): estallido revolucionario y guerra civil En
Hispanoamérica, las reformas borbónicas, que reafirmaban -con éxito parcial- el poder de España
en sus colonias y la ubicaban como intermediadora entre éstas y las potencias industriales,
tuvieron, sin duda algo que ver, pero no hay que exagerar, dice Halperin, su importancia. Las
reformas borbónicas habían mejorado la eficacia de la administración: ello explica el malestar de
los sectores criollos, que ahora se sentían más controlados por la Metrópoli. Además, este malestar
se potenciaba porque las reformas habían otorgado los cargos burocráticos a los peninsulares, y
habían propiciado el acecho constante de los mercaderes peninsulares en los puertos coloniales,
relegando a los comerciantes criollos. Pero según Halperin, el proceso de reformas político-
administrativas de las colonias no puede explicar la rapidez del proceso de independencia política
respecto de las metrópolis: más bien, las reformas prefiguran cambios y conflictos a largo plazo. La
causa principal del fin del orden colonial tampoco radica en la renovación ideológica del siglo XVIII
que, si bien era ilustrada, no era por ello precisamente revolucionaria o anticolonial; a lo sumo, se
le achacaba al régimen colonial sus limitaciones económicas, su cerrazón social o sus características
jurídico-institucionales. Será, pues, de fundamental importancia, los hechos ocurridos en el frente
externo, más precisamente en Europa: la revolución francesa y sus consecuencias jugarían un papel
fundamental para darle el golpe de gracia a la decadente España (y a Portugal también). Antes de la
independencia, más allá de las reformas, se vislumbraba la degradación del poder español, sobre
todo a partir de 1795 y que se hacía cada vez más profunda. La Revolución Francesa había llevado a
la guerra marina entre Francia e Inglaterra, de la cual España no estaba exenta. Las consecuencias
de ello fueron una incomunicación entre España y las colonias, que imposibilitaba el envío de
soldados y el monopolio comercial. Así, España adoptaría algunas medidas de emergencia que
flexibilizaban el comercio de las colonias (y eran bien vistas por los criollos). Pero las colonias ahora
no tenían mercados asegurados y se acumulaban stocks; los productores y comerciantes criollos
comenzaban a ver en España el principal obstáculo a sus intereses. Se empieza a plantear la
disolución del lazo colonial, con distintos matices. Luego de la guerra de Independencia española,
que aseguró la vuelta al trono de Fernando VII y la alianza con Inglaterra, España pudo retomar el
vínculo -ya muy transformado y sin vuelta atrás- con sus colonias. Pero España se encuentra
debilitada, militar y económicamente, y la presencia de Inglaterra daba el golpe final al viejo
monopolio. Además, a nivel local, las elites criollas y las peninsulares son hostiles entre sí. Serán los
propios peninsulares quienes darán los primeros golpes al sistema administrativo colonial. Entre
1800 y 1810 se dan una serie de episodios, a nivel local, que prefiguran la revolución y muestran el
agotamiento del régimen colonial. En el naufragio del orden colonial, los puntos reales de
disidencia eran las relaciones futuras entre la metrópoli y las colonias y el lugar de los peninsulares
en éstas, ya que aun quienes más deseaban mantener el predominio español estaban poco
dispuestos a seguir en el arruinado marco políticoadministrativo colonial. En estas condiciones, las
fuerzas cohesivas (que en España habían sido muy importantes para derrotar a Napoleón), no
existían en Hispanoamérica. Ni la veneración por el rey cautivo, ni la fe en un nuevo orden español
surgido de las cortes constituyentes lograban aglutinar a Hispanoamérica, entregada a tensiones
cada vez más insoportables. En cuanto a las relaciones futuras con España, mientras duró la
invasión francesa en España, sobre todo entre 1809 y 1810, no se creía en el poder de la resistencia
española. Además, la España invadida parecía dispuesta a revisar el sistema de gobierno de sus
colonias, y transformarlas en provincias ultramarinas de una monarquía ahora constitucional. En
cambio, el problema más importante era el del lugar de los peninsulares en las colonias. Las
revoluciones comenzaron por ser intentos de las elites criollas urbanas por reemplazarlos en el
poder político. La administración colonial, por su parte, apoyó a los peninsulares. En México y las
Antillas no fueron tan importantes estas pugnas entre criollos y peninsulares: en las Antillas, la
revolución social haitiana, que había expulsado a los plantadores franceses de ese país, mostraba
los peligros que podía acarrear una división entre las elites blancas. En México, la protesta india y
mestiza de la primera fase de la revolución fue derrotada por una alianza entre criollos y
peninsulares. La ocupación de Sevilla en 1810 y el confinamiento del poder real español a Cádiz
estuvieron acompañados de revoluciones pacíficas en muchos lugares, que tenían por centro al
Cabildo, institución con fuerte presencia criolla (variable según las regiones). Los cabildos abiertos
establecerán las juntas de gobierno que reemplazarán a los gobernantes designados desde España.
Una aclaración: los revolucionarios no se sentían rebeldes, sino herederos de un poder caído,
probablemente para siempre. No hay razón alguna para que se opongan a ese patrimonio político-
administrativo que ahora consideran suyo y al que lo consideran como útil para satisfacer sus
intereses. En líneas generales, la revolución es una cuestión que afecta a pequeños sectores: las
elites criollas urbanas que toman su venganza por las demasiadas postergaciones que han sufrido.
Herederas de sus adversarios (los funcionarios metropolitanos), si bien saben que una de las
razones de su triunfo es que su condición de americanas les confiere una representatividad que aún
no les ha sido discutida por la población nativa, no conciben cambios demasiados profundos en las
bases reales de poder político. A lo sumo, se limitarán a una limitada ampliación a otros sectores en
el poder, institucionalizada en reformas liberales. Se abrirá entonces una guerra civil que surge en
los sectores privilegiados (criollos versus peninsulares): cada uno de los bandos buscará, para ganar,
conseguir adhesiones en el resto de la población. La participación de las masas en la revolución será
muy variable según las regiones. Por ello, hay que tener cuidado de no reducir el proceso
revolucionario a un mero conflicto interno entre las elites del orden colonial. Hasta 1814, España no
podrá enviar tropas contra sus posesiones sublevadas. Río de la Plata La junta revolucionaria envía
dos expediciones militares para reclutar adhesiones: la de Belgrano, que fracasa en el Paraguay, y
otra que se extiende por el interior hasta el Alto Perú. Allí, la expedición emancipa a los indios del
tributo y declara su total igualdad, en un signo de voluntad de ampliación de la base social, pero los
criollos altoperuanos se oponen a ello y se colocan del lado del rey. Los revolucionarios de Buenos
Aires procuraron conseguir adeptos en los sectores sociales inferiores, pero en regiones lo
suficientemente lejanas de Buenos Aires (como el Alto Perú), de tal modo que no fuesen una futura
amenaza a su hegemonía. En cambio, en las zonas más próximas a Buenos Aires, los dirigentes
revolucionarios serían mucho más reservados. En la Banda Oriental, se daría un alzamiento rural
que procuraría extender las bases sociales de la revolución a sectores subalternos: el de Artigas. El
artiguismo sería resistido por las elites de Buenos Aires, que veían en él una amenaza para la
cohesión del movimiento revolucionario y, sobre todo, una expresión de protesta social inadmisible
y peligrosa. Antes de eso, la dirigencia revolucionaria de Buenos Aires se había dividido, en 1810,
entre Saavedra, moderado, más propenso a una continuidad reformada con España, y Moreno, de
tendencias rupturistas y jacobinas. El triunfo de los saavedristas sería efímero y sustituido por la
dirección de los oficiales del ampliado ejército regular en 1812, entre los que estaban Alvear y San
Martín. En 1813, una Asamblea soberana, si bien no declaró la independencia, suprimió los
mayorazgos y títulos nobiliarios, el tribunal inquisitorial y proclamó la libertad de vientre. Sería la
única revolución de la Sudamérica española que aún seguía en pie hacia 1815. Chile 7
lOMoARcPSD|3879380En 1810 se creó una Junta, de tendencias moderadas, pero Martínez de
Rosas la fue radicalizando. Esta radicalización fue el producto de la amenaza que representaba Perú
(realista), lo que obligó a la creación de un ejército que influiría en el desarrollo político. La
revolución se institucionaliza en 1811 en el Congreso Nacional, en el cual triunfaría el radical
Carrera, por medio de un golpe militar. El radicalismo, basado en el reformismo ilustrado, estaba
dominado por la aristocracia santiaguina y funcionarios del antiguo régimen, y uno de sus
exponentes fue O´Higgins, que luego se volvería moderado. El Congreso, sin oposición moderada,
creó un Estado moderno, por medio, sobre todo, de reformas burocráticas y judiciales, supresión
de la Inquisición y la abolición de la esclavitud. Luego de un breve dominio moderado, Carrera,
aristócrata terrateniente, hace otro golpe de Estado y establece una dictadura, que buscará
apoyarse en sectores más amplios (ejército, plebe urbana). La revolución chilena moría en 1814.
Como en el Río de la Plata, la división entre las facciones había frenado (o moderado) el
movimiento revolucionario. Venezuela y Nueva Granada La revolución venezolana fue muy trágica
por la cantidad de matanzas que hubo. Comenzó en 1810, liderada por Miranda, quien no era
apoyado por la oligarquía del cacao. Miranda intentaría crear un aparato militar revolucionario
eficaz y radicalizado. En 1811 se proclama la independencia de España. La revolución era apoyada
en el litoral del cacao, pero el oeste y el interior eran realistas (dirigidos por Monteverde). Algunos
alzamientos de los negros llevaron a dar por finalizada la Revolución y entregado el poder a los
realistas. Bolívar, quien había combatido con Miranda, se exilió en Nueva Granada para reorganizar
la lucha. Venezuela se convirtió en fortaleza realista y hacia 1815 la revolución había sido frenada
en Nueva Granada. La revolución neogranadina se vio muy afectada por las tendencias dispersivas
entre sus jefes. Segunda etapa (1815-1825): guerra colonial y triunfo revolucionario Para 1815 sólo
la mitad meridional del virreinato del Río de la Plata seguía en revolución. En el resto, la metrópoli
devuelta a su legítimo soberano comenzaba a enviar hombres y recursos a los grupos que durante
1810-1815 habían resistido a los revolucionarios con sólo sus recursos locales. Los realistas
triunfarían, pero su alegría sería breve. Algunos autores insisten en que la severidad de las medidas
realistas a partir de 1815 habría generado el efecto contrario de realimentar la revolución. Sin
embargo, para Halperin esta explicación deja de lado que la guerra civil no había desaparecido, sino
que estaba latente, y además sus consecuencias se hacían sentir. Así, una política menos vengativa
por parte de los realistas tampoco hubiera podido evitar los rebrotes revolucionarios. La revolución
se había hecho sentir tanto en las regiones revolucionarias como realistas. Tanto los jefes realistas
como los patriotas debían formar ejércitos cada vez más amplios, para lo cual debían incorporar a
sectores subalternos a sus filas y mantenerlos satisfechos: para ello, se flexibilizó la movilidad
jerárquica dentro del ejército; los cuadros superiores ya no siempre quedaban en manos de las
elites. A los nuevos jefes, provenientes de extractos sociales inferiores, también se los dotó de
recursos económicos. Durante este período se dieron cambios económicos: el libre comercio
penetra cada vez más en las regiones hispanoamericanas, en donde ahora se importan productos
ingleses que son mucho más baratos que los de las artesanías locales, llevando a estas últimas a la
ruina. La lucha contra los peninsulares significará la proscripción, sin inmediato reemplazo, de una
parte importante de las clases altas coloniales. Así, tras la restauración que se da hacia 1815 en casi
toda Hispanoamérica, la guerra vuelve a surgir, pero ahora con un nuevo carácter. La metrópoli se
esfuerza por suprimir completamente el movimiento revolucionario, lo que transforma la guerra
civil en una guerra colonial. Una de las características de este viraje en el proceso revolucionario es
la supeditación de las soluciones políticas a las militares; de los focos revolucionarios aislados entre
sí se pasa a una organización a mayor escala, que finalmente llevaría a la victoria. En esto, según
Halperin, es clave la función que cumplieron los líderes revolucionarios. Para esta segunda etapa de
la revolución, Gran Bretaña y Estados Unidos, que hasta ahora habían tenido una posición ambigua,
contribuirían, directa o indirectamente, a que los revolucionarios se armasen y sumaran hombres a
sus filas. Hay que tener en cuenta, además, que si bien España ahora estaba en condiciones de
mandar ejércitos a sus colonias y de mantener el orden colonial, a nivel interno las cosas habían
cambiado. Si bien Fernando VII había retornado al trono, las tendencias liberales no habían
desaparecido, y mucho menos todavía en el ejército que debería defender a las colonias. Además,
la situación económica caótica hacía difícil una reconquista costosa. Hacia 1820 se dio una
revolución liberal en España que, si bien no se resignaba a perder las colonias, reconocía que ya no
se podía volver a la situación prerrevolucionaria, y que debían efectuarse reformas conciliatorias.
Estas ideas renovadoras no fueron bien vistas por algunos sectores contrarrevolucionarios
hispanoamericanos, intransigentes, que deseaban la restauración absolutista; otros intentarían una
reconciliación con los patriotas, dejando afuera a la España liberal. Lo cierto es que ambas posturas
debilitarían a los realistas. En 1823 se daría en España una restauración absolutista apoyada por
Francia. Inglaterra, que era aliada de España pero tradicionalmente hostil a Francia, no vio bien esta
nueva influencia francesa sobre la Península y lentamente comenzó a inclinarse hacia los
revolucionarios hispanoamericanos. También en 1823, Estados Unidos proclamaba la doctrina
Monroe, por la cual no aceptaría una restauración española en Hispanoamérica. Para este año, tan
sólo el Alto Perú, algunas regiones del sur chileno y del sur peruano permanecían adictos al rey. El
avance de la revolución había sido, en gran medida, la obra de San Martín (de ideas monárquicas) y
Bolívar (que creía en una república autoritaria, guiada por la virtud). San Martín contaría con el
apoyo de O´Higgins en Chile y del gobierno de Buenos Aires, mientras que Bolívar, al principio no
tendría ni apoyos ni recursos. Sin embargo, hacia 1823, la situación era más bien la inversa. La
guerra de independencia dejaría una Hispanoamérica muy distinta a la que había encontrado, y
distinta también de la que se había esperado ver surgir una vez terminados los conflictos. La guerra
misma, su inesperada duración, la transformación que había obrado en el rumbo de la revolución,
que en casi todas partes había debido ampliar sus bases (para ambos bandos), parecía la causa más
evidente de esa notable diferencia entre el futuro entrevisto en 1810 y la sombría realidad de 1825.
Río de la Plata En el Río de la Plata, un nuevo congreso se reunió en Tucumán en 1816, cuyo
director supremo era Pueyrredón, quien mantendría unidas, hasta 1819, a las distintas regiones.
Esto fue posible gracias a la alianza entre las elites gobernantes de Buenos Aires y de Tucumán y
Cuyo –cada vez más conservadoras y dispuestas a una reconciliación con la España restaurada-, no
afectadas por el federalismo artiguista. Sin embargo, Pueyrredón no lograría controlar por él mismo
la disidencia artiguista en el litoral: tuvo que acudir a la intervención portuguesa en la Banda
Oriental, para que mantuviera a Artigas a la defensiva. Hacia 1819, el régimen de Pueyrredón se
descomponía, y los caudillos del litoral se hacían cada vez más autónomos. Chile En 1817, San
Martín, con recursos provenientes de Cuyo, derrota a los españoles y en 1818 se proclama la
independencia de la nueva república, cuyo Director Supremo era O ´Higgins. La nueva república,
que debía rehacer la cohesión interior, iba a ser marcada por un autoritarismo frío y
desapasionado, muy duro sobre todo contra los realistas y disidentes. Perú y Bolivia Durante la
primera etapa revolucionaria, Perú había sido un bastión realista. La reconquista de Chile debía ser
el primer paso, pues, en el avance hacia Lima. En 1821 se crearía un Perú independiente y
monárquico, con San Martín como protector. Perú sería el estado independiente más conservador
de todos; en parte, se explica este conservadurismo extremo como maniobra para ganar el apoyo
de la aristocracia limeña, clave para consolidar el nuevo orden. Sin embargo, aún persistían
importantes reductos realistas, que amenazaban seriamente a la revolución, y que sólo podrían ser
derrotados con ayuda de nuevos auxilios 9 lOMoARcPSD|3879380externos, como el de Bolívar.
San Martín se vería obligado a renunciar y a fines de 1822 se proclamó la república de Perú. Entre
1823 y 1826, se darían varios intentos realistas por frenar la revolución, que serían finalmente
derrotados. En el Alto Perú, Sucre, aliado incondicional de Bolívar, lograría derrotar a los realistas
en 1825 y fundar la república de Bolivia, que escapaba tanto a la unión con el Río de la Plata, como
con Perú. Venezuela, Nueva Granada y Ecuador Bolívar, en ruptura con la aristocracia de Caracas,
se apoyó, inicialmente, en los agricultores y pastores andinos, en los negros de la costa y en los
llaneros que en 1814 lo habían echado de Venezuela. En 1816, anuncia la liberación de los esclavos
(fundamentales en la economía de plantación de la costa venezolana) y se alía con Páez, formando
la fuerza militar que llegaría hasta el Alto Perú. Hacia 1819 se declaró la República de Colombia, que
incluía a Venezuela y Ecuador, pero con autonomías importantes. Sin embargo, la resistencia
realista duraría hasta 1821, bastante afectada por la revolución liberal en España, permitiéndole a
Bolívar avanzar hacia Perú. En 1821, se proclamó una constitución, que establecía un régimen más
centralizado que el que se había pensado en 1819: Bogotá era el centro. Santander se ocupó de
organizar el nuevo estado, pero la tarea era desde el comienzo muy difícil. La modernización social
debía enfrentar tanto a la Iglesia como a los grupos privilegiados por el viejo orden (propietarios de
esclavos del litoral venezolano opuestos al abolicionismo, grandes mercaderes y pequeños
artesanos enemigos del comercio libre). Sin embargo, la república no se animaba a excluir a estos
sectores conservadores, por miedo a que ocurriese lo que en Haití en 1804. El nuevo orden buscaba
entonces retomar el moderado reformismo administrativo, característico de las mejores etapas
coloniales. Pero se topaba con serios obstáculos: no sólo las ruinas del pasado cercano y los costos
de la guerra limitaban sus recursos, sino que no tenían una base de poder autónoma de sus
gobernados. No eran sorprendentes, entonces, tendencias localistas o centrífugas. Así, la república
de Colombia parecía tener desde su origen un desenlace fijado: el golpe de estado autoritario que
uniría, bajo la égida de Bolívar, a los inquietos militares venezolanos y a la oposición conservadora
neogranadina. México Aquí se dio una revolución muy distinta a las sudamericanas, en donde la
iniciativa había correspondido a las elites urbanas criollas, que ya para 1825 controlaban el proceso
que habían comenzado. En México, en cambio, la revolución empezó por ser una protesta mestiza e
india en la que la nación independiente tardaría decenios en reconocer su propio origen. En 1810,
un cura rural, Hidalgo (proveniente del noroeste), proclamaba su revolución, apoyado
fundamentalmente en sectores subalternos (peones rurales, y trabajadores mineros), pero que de
tan mal organizados y mal armados que estaban, serían derrotados. Más allá del fracaso de Hidalgo,
hacia 1812, el también cura Morelos (proveniente del sur) se convertiría en el nuevo jefe
revolucionario, con apoyo de las masas. Organiza mejor las fuerzas que Hidalgo y propone la
abolición de las diferencias de casta y la división de la gran propiedad en manos de enemigos. Pero
las disensiones, que en algún momento había logrado minimizar, terminaron por debilitar la
revolución de Morelos. Sin embargo, ésta no fue su única causa: a Morelos, que a partir de un
movimiento indígena quería lograr una revolución nacional, moderada en su estilo pero radical en
su programa, los realistas oponían un frente junto con los criollos. Una vez eliminada la herencia de
rencores del pasado, atenuados por el común terror ante la revolución de Hidalgo, la unión de
peninsulares y ricos criollos en defensa del orden establecido era un programa más factible que el
de la revolución. Así, Morelos sería derrotado y ejecutado en 1815. Los alzamientos de Hidalgo y
Morelos, si bien habían llevado imágenes religiosas, amenazaban la estructura eclesiástica. Por
ejemplo, Morelos incluía entre las tierras a dividir, las de la Iglesia. Por ello, no sorprende que la
Iglesia también fuera su opositora. Tras algunos alzamientos rurales que fueron sofocados, en los
años siguientes los criollos de la capital comenzaron a enfrentarse, poco a poco, con los
peninsulares. Sin 10 lOMoARcPSD|3879380embargo, este espíritu disidente no maduraría: la
revolución liberal en España desencadenó súbitamente la independencia de México, proclamada en
1821. Los peninsulares tenían mayor peso en México que en el resto de las colonias. Porque se
creían dotados de suficiente fuerza local, también los peninsulares podían encarar una separación
política de España. Esta se produjo cuando el vuelco liberal de España pareció afectar tanto a la
Iglesia como la intransigencia en la lucha contra las revoluciones hispanoamericanas. Las elites
mexicanas temían que la España liberal los perjudicase, así que prefirieron romper con ella. Brasil
Aquí la independencia de 1822 fue más pacífica. Una de las causas de esta diferencia entre la
independencia de Brasil y la de Hispanoamérica radica en que Portugal había otorgado a Inglaterra
la función de metrópoli económica de las tierras americanas. Si bien existieron intentos, por parte
de la Corona portuguesa, de aumentar la participación metropolitana en la vida portuguesa, fueron
mucho más limitados que los de España. Más allá de que existió una inmigración portuguesa
importante, que se incorporó a las filas de la elite peninsular, no logró imponerse sobre las
jerarquías locales surgidas durante los siglos anteriores. Además, Portugal estaba mucho más
dominado por Inglaterra que España; por ello, no debe sorprender el cuasi-secuestro en 1810, por
parte de los ingleses, de la corte portuguesa, que la trasladaría de Lisboa a Río de Janeiro (ante la
invasión napoleónica), que ahora se convertía en la sede de la corte regia. Por otro lado, a esta
altura, Inglaterra entablaba relaciones comerciales mucho más profundas con Brasil que con
Hispanoamérica. Si bien la liberación de Portugal en 1812 no bastó para que la Corona retornase a
Lisboa, la revolución liberal de 1820, sí lo haría. El rey dejó a su hijo Pedro como regente del Brasil,
quien proclamaría la independencia en 1822, desoyendo la advertencia de las cortes liberales que
lo intimaban a seguir las órdenes de su padre. Sin embargo, gracias a la presión de Inglaterra, en
1825, Portugal reconocería al nuevo estado independiente. En 1824 se proclamó en Brasil una
constitución liberal y parlamentaria. El imperio de Brasil, surgido casi sin lucha y en armonía con un
nuevo clima mundial poco adicto a las formas republicanas, iba a ser reiteradamente propuesto
como modelo para la turbulenta América española. La corona imperial iba a ser vista como el
fundamento de la salvada unidad política de la América portuguesa, frente a la disgregación
creciente de Hispanoamérica. De todos modos, la unidad brasileña también tuvo sus amenazas,
como algunos alzamientos localistas, que fueron derrotados. Aunque la ausencia de una honda
crisis de independencia aseguraba que el poder político seguiría en manos de los grupos dirigentes
surgidos en la etapa colonial, había entre éstos bastantes tensiones, que luego se harían sentir.
Aquí encontramos un factor en común con Hispanoamérica: la dificultad de encontrar un nuevo
equilibrio interno, que absorbiese las consecuencias del cambio en las relaciones entre
Latinoamérica y el mundo que la independencia había traído consigo. 11
Capítulo 3: La larga espera (1825-1850)

En 1825 terminaba la guerra de independencia. Dejaba en toda Hispanoamérica efectos muy


considerables: la ruptura de las estructuras coloniales, consecuencia a la vez de: a) una
transformación profunda de los sistemas mercantiles, b) la persecución de los grupos más
privilegiados con el sistema antiguo, y c) la militarización que obligaba a compartir el poder con
grupos antes ajenos a él. En Brasil, una transición más pacífica parecía haber evitado esos cambios
catastróficos, pero, sin embargo, allí también la independencia mostraba el agotamiento del orden
colonial. De las ruinas del antiguo orden se esperaba que surgiera uno nuevo, cuyos rasgos
esenciales habían sido previstos desde el comienzo de las luchas independentistas. No obstante,
este nuevo orden se demoraba en nacer. Algunos explicaban esta espera como el resultado de la
herencia de la guerra: concluida la lucha, no desaparecía la gravitación del poder militar, en el que
se veía el responsable de las tendencias centrífugas y de la inestabilidad política. Pero según
Halperin, esta explicación era insuficiente y hasta engañosa: dado que no se habían producido los
cambios esperados, esa postura suponía que la guerra de independencia no había provocado una
ruptura suficientemente profunda con el antiguo orden, cuyos herederos eran los responsables de
los problemas que ahora aquejaban a Hispanoamérica. Sin embargo, los cambios ocurridos son
impresionantes: no hay sector de la vida hispanoamericana que no haya sido tocado por la
revolución. La novedad más importante es la violencia, sobre todo como consecuencia de la
ampliación de las bases militares tanto de los patriotas como de los realistas. Violencia que llega a
dominar la vida cotidiana, en los diferentes lugares de Hispanoamérica. Pero ya no es posible
retornar a la relativa tranquilidad del antiguo orden. Luego de la guerra, es necesario difundir las
armas por todas partes para mantener un orden interno tolerable. Así, la militarización enfrenta a
la lucha. Pero la militarización es un remedio costoso e inseguro: los jefes de los grupos armados se
independizan rápidamente de quienes los han invocado y organizado. Por ello, para mantenerlos a
su favor, deben tenerlos satisfechos: utilizan las rentas del Estado para sostenerlos. Así se entra en
un círculo vicioso, porque para obtener más recursos en países arruinados económicamente es
necesaria más violencia, lo que implica un mayor apoyo militar. En los países que han hecho la
guerra fuera de sus fronteras (Argentina, parte de Venezuela, Nueva Granada y Chile) tienen un
papel considerable las milicias que garantizan el orden local. Estas milicias, más cercanas a las
estructuras locales de poder (y menos costosas), a veces se meten en la lucha política expresando la
protesta de las poblaciones agobiadas por el peso del ejército regular. Pero ingresar en la lucha
política significa más recursos, para tener una organización más regular que permita confrontar
contra el ejército. Así, los nuevos estados suelen gastar más de lo que sus recursos permiten, y ello,
más que nada, porque el ejército –que por bastante tiempo arbitrará entre distintas
faccionesconsume la mayor parte de ellos. Hasta cierto punto, Hispanoamérica estaba prisionera de
los guardianes del orden, que a menudo eran los causantes del desorden. Si bien la militarización
había permitido una limitada democratización (al permitir una movilidad mayor dentro de sus filas),
también se esforzaban porque la democratización no se extendiera demasiado. Por ello, muchas de
las elites que acusaban al ejército de ser la causa del desorden, no se animaban a eliminarlo, por
miedo a que esta democratización ampliada se hiciese efectiva. La democratización fue otra de las
consecuencias de la revolución. Por ejemplo, en la mayoría de los estados, comienzan a darse
procesos de liberación de los esclavos (con distintos matices), no tanto por voluntad propia, sino
más bien porque la guerra los obliga a hacerlo, pues necesitan soldados. La esclavitud doméstica
pierde importancia, aunque la agrícola se defiende mejor en las plantaciones. Sin embargo, la mano
de obra esclava es cada vez menos disciplinada y menos productiva; además, las trabas a la trata
(sobre todo por parte de Inglaterra) aumentan el precio de los esclavos. Así, antes de ser abolida
(en casi toda Hispanoamérica hacia mediados de siglo ya había desaparecido), la esclavitud se vacía
de su anterior importancia. Aunque los negros emancipados no serán reconocidos como iguales por
los blancos ni por los mestizos, tendrán un lugar muy distinto en una sociedad que, aunque sigue
siendo desigual, al menos las desigualdades están organizadas de manera distinta a las de la
sociedad colonial. 12 lOMoARcPSD|3879380Otro de los cambios fue el debilitamiento del sistema
de castas: los mulatos libres y los mestizos, que durante el orden colonial habían estado
desfavorecidos legalmente, ahora ya no están tan condenados desde nacimiento. Sin embargo, se
mantuvo la legislación respecto a las masas indígenas que, si bien las postergaba en derechos, al
menos permitía que sus tierras no les fuesen expropiadas. Esto no se dio tanto por la acción tutelar
de las nuevas autoridades, sino más que nada por cuestiones coyunturales: el debilitamiento de las
elites urbanas; la falta de una expansión del consumo interno (en las regiones con alta población
indígena) y, sobre todo, la reducida exportación agrícola, explican por qué las comunidades
indígenas, indefensas y sin títulos de propiedad, pudiesen conservar sus tierras, que por ahora no
eran muy necesarias para los sectores dominantes. Otra de las consecuencias de la revolución,
asociada con la decadencia del sistema de castas, es la modificación en la relación entre las elites
urbanas prerrevolucionarias y los sectores (mulatos, mestizos urbanos, blancos pobres) desde los
cuales había sido difícil el acceso a ellas. Uno de los canales de ascenso había sido el ejército. Pero
también tiene que ver otro fenómeno que fue efecto de la revolución: la pérdida de poder de las
elites urbanas frente a los sectores rurales. Dado que tanto los realistas como los patriotas
requerían cada vez más personas en sus ejércitos, no es llamativo que el campo, donde vivía la gran
mayoría de la población, comenzara a tener más peso. Pero hay que advertir que si bien el campo
comenzó a tener mayor relevancia, ello no significa que el campo haya sufrido grandes
modificaciones con la revolución. De hecho, en casi todas partes no había habido movimientos
rurales espontáneos, y los dirigentes seguían siendo los terratenientes, quienes dominaban las
milicias para asegurar el orden rural. Pero una de las consecuencias más importantes de la
revolución fue que el sector terrateniente, subordinado durante la etapa colonial, ahora se
convierte en dominante. En cambio, las elites urbanas ahora pierden parte de su poder político y
económico. Lo paradójico de la revolución es que destruyó lo que debía ser el premio de los
vencedores (las elites criollas urbanas). Éstas se debilitarían, también, por el derrumbe de los
circuitos comerciales en los que habían prosperado (la ruta de Cádiz, ahora reemplazada por la de
Liverpool). También hay cambios en la Iglesia, dado que ésta, en la colonia, había estado muy
vinculada a la Corona. La Iglesia, tras la revolución, se empobrece y se subordina al poder político.
Sin embargo, en algunas zonas, como México, Guatemala, Colombia o Ecuador, el cambio es
limitado y compensado por el nacimiento de un prestigio popular muy grande. Debilitadas las bases
económicas de su poder por el coste de la guerra y despojados de las bases institucionales de su
prestigio social, las elites urbanas deben aceptar ser integradas en posición subordinada en un
nuevo orden político, cuyo núcleo es militar. Los más pobres dentro de esas elites (administrativos
y burócratas inferiores) hallan en esta aceptación rencorosa una vía para la supervivencia, al poner
las técnicas administrativas que ellos dominan al servicio del nuevo poder político. Las elites que
han salvado o aumentado parte importante de su riqueza (comerciantes extranjeros, generales
transformados en terratenientes, etc.) reconocen, más allá de sus limitaciones, la capacidad del
ejército para mantener el orden interno. Pero la revolución no ha suprimido, a grandes rasgos, un
aspecto esencial de la realidad hispanoamericana: la importancia que tiene el apoyo de poder
políticoadministrativo para alcanzar y conservar la riqueza. Ahora como antes, en los sectores
rurales se sigue obteniendo la tierra por medio del favor del poder político, que es necesario
conservar. En cambio, la miseria del estado crea en todas partes una suerte de “aristocracia
financiera” que le presta dinero a intereses altísimos y con garantías insólitas. En suma, la relación
entre el poder político y los económicamente poderosos ha variado. El poderío social de algunos
hacendados y la relativa superioridad económica de los prestamistas los coloca en una posición
nueva frente a un estado al que no solicitan favores, sino imponen concesiones. Pero no sólo los 15
años de guerra fueron la causa de esto último. Una de las modificaciones más fundamentales que
acarreó la revolución fue la brutal transformación de las estructuras mercantiles, ya que, desde
1810, toda Hispanoamérica se abrió plenamente al comercio extranjero. Hay un cambio esencial en
la relación entre Hispanoamérica y el mundo. El contexto en que se dio este cambio explica en
parte sus resultados: hasta 1850, los países europeos invirtieron escasos capitales en
Hispanoamérica. Las causas de esto no sólo se reducen al desorden postrevolucionario
hispanoamericano, sino también a que en Europa, el capitalismo 13 lOMoARcPSD|3879380no se
había consolidado lo suficiente. Tanto Inglaterra como el resto de los países europeos quieren
arriesgar poco en Hispanoamérica, no sólo porque el riesgo es grande, sino porque no tienen
mucho para arriesgar. Por ello, lo que más se busca en Latinoamérica, por parte de las metrópolis
económicas (sobre todo Inglaterra), es que se compren los productos industriales. Para ello,
también es preferible un dominio de los circuitos mercantiles locales. Como consecuencia de todos
estos cambios, la aristocracia local tendrá muchos integrantes extranjeros, que dominan el
comercio local. Esto se asimila un tanto al orden colonial, en el cual los comerciantes peninsulares
pertenecían a las elites. Pero el sistema comercial postrevolucionario (sobre todo el inglés) se
diferencia del español en tanto logra colocar un excedente industrial cada vez más amplio. A la vez,
introduce un circulante monetario que favorece a los que antes no tenían acceso directo a él
(productores rurales) y perjudica a los que lo monopolizaban (prestamistas y mercaderes urbanos).
Sin embargo, las aspiraciones inglesas se verían limitadas por tres motivos: a) las sucesivas crisis
económicas del capitalismo; b) la sobredimensión de la capacidad de consumo hispanoamericana y
c) la aparición de Estados Unidos como competidor directo. En muchos aspectos, Inglaterra es la
heredera de España, beneficiaria de una situación de monopolio que puede ser sostenida ahora por
medios más económicos que jurídicos. La Hispanoamérica de 1825 es más consumidora que la de
1810, en parte porque la manufactura extranjera la provee mejor que la artesanía local. Pero no
sólo Inglaterra conquistaría el mercado existente, sino que también crearía uno nuevo, gracias a sus
precios muy bajos y a su oferta abrumadora. La ofensiva industrial arruinaría, a mediano y largo
plazo, a las artesanías locales. Pero más decisivo aún fue el déficit comercial de los países
latinoamericanos, que importaban más de lo que exportaban. En suma, Hispanoamérica estaba
estancada en lo económico. La victoria del terrateniente sobre el mercader se debe, sobre todo, a
la decadencia de éste y no basta, en general, para inducir un aumento de producción tal como se
había pensado en 1810. Hispanoamérica aparece entonces encerrada en un nuevo equilibrio,
mucho más estático que el colonial. Estados Unidos, entre 1815 y 1830, y Francia, a partir de 1830,
comenzaron a enfrentarse a la hegemonía británica. Estados Unidos apoyó a los revolucionarios
más radicales; pero como éstos fracasaron, también decayó la importancia de este país en los
asuntos políticos. En la economía, el declive norteamericano fue más lento. Francia, por su parte,
nunca significó un riesgo para el comercio británico, pues era complementario (vendía bienes de
lujo, a diferencia de Inglaterra que vendía bienes más masivos). En lo político, la agresiva política
francesa no fue bien vista por los sectores locales, que preferían la discreta hegemonía británica.
Esta última se apoyaba en su predominio comercial, en su poder naval, en tratados comerciales y,
sobre todo, en el uso prudente de esas ventajas: Inglaterra sólo se propone objetivos políticos
conforme a sus potencialidades y limitaciones. Es decir, Inglaterra no aspira a una dominación
política directa, que implicaría altos gastos. Por el contrario, se propone dejar en manos
hispanoamericanas, junto con la producción y buena parte del comercio interno, el gobierno de
esas extensas tierras –siempre y cuando sea conforme a sus intereses económicos, claro está-. A
Inglaterra lo que más le interesa es el mantener el statu quo, que le permite hacer buenos negocios
con Latinoamérica. Su fuerza y el uso moderado que de ella hace, contribuyen a hacer de Inglaterra
la potencia dominante. Sin embargo, hacia mediados de siglo XIX parece surgir, lentamente, un
competidor cada vez más sólido: Estados Unidos, que ya tiene bastante influencia en el Caribe y en
México. Además, el descubrimiento de oro en California en 1849 transforma las economías de los
países del Pacífico, que proveen a los barcos que van desde la costa este a la oeste de Estados
Unidos. En suma, el marco postrevolucionario es, por el momento, muy distinto al imaginado en los
albores de la revolución. América Latina, entre 1825 y 1850, es estable en la penuria; la nueva
potencia dominante, al tomar en cuenta esa situación e introducirla como postulado esencial de su
política, contribuye a consolidarla. Mientras tanto, Hispanoamérica espera, cada vez con menos
esperanzas, el cambio que no llega. Es que entre los cambios traídos por la independencia es fácil
sobre todo advertir los negativos: a) degradación de la vida administrativa; b) desorden y
militarización; c) un despotismo más pesado de soportar porque debe ejercerse sobre poblaciones
que la revolución ha vuelto más activas, y que sólo deja la alternativa de la guerra civil, incapaz de
fundar sistemas de convivencia menos brutales; d) estancamiento económico, donde los niveles de
comercio internacional de 1850 apenas superan a los de 1810. 14 lOMoARcPSD|3879380De todos
modos, el marasmo económico es variable según las regiones. Por ejemplo, Venezuela, en la
agricultura, y el Río de la Plata, con la ganadería, logran retomar y superar los niveles de los más
prósperos años coloniales. En cambio, Bolivia, Perú y sobre todo México no logran reconquistar su
nivel de tiempos coloniales. Nótese que la crisis en estos últimos países, al ser predominantemente
mineros, se debe a que la guerra ha destruido gran parte de la infraestructura, y requieren
cuantiosas inversiones de capital para rehabilitarla, cosa que no ocurre. La Hispanoamérica
marginal, la que en tiempos coloniales estaba en segundo plano, y sólo comenzaba a despertar
luego de 1780, resiste, pues, mejor las crisis brutales del período de emancipación. Así, el Río de la
Plata, Venezuela, Chile, Costa Rica y las Antillas (aún bajo dominio español), prosiguen su avance
económico. En este contexto globalmente crítico, América Latina fue elaborando soluciones (de
política económico-financiera o de política general) que sólo lentamente madurarían. Allí donde la
crisis fue, dentro de todo, menos honda, las soluciones fueron halladas más pronto, y significaron
transformaciones menos profundas. Algunos sostienen que la causa de esta situación, más crítica
en Hispanoamérica que en Brasil, se debe a que la primera estaba muy fragmentada, a diferencia
del segundo. Pero para Halperin, esto es discutible: la división de Hispanoamérica –entendible dado
que es un territorio más grande que Brasil- es previa a la independencia, mientras que Portugal
había creado un Brasil unido. La guerra de Independencia había confirmado las divisiones internas
de Hispanoamérica y había creado otras, como las del Río de la Plata o Centroamérica. Por ello,
para Halperin, para la postindependencia, más que de fragmentación hispanoamericana, es
preferible hablar de incapacidad para superarla. Bolívar, por ejemplo, había intentado una
unificación, que fracasó. El fracaso de Bolívar puede vincularse, en parte, a un pronóstico errado
por parte suya: mientras él creía que la militarización y ruralización postrevolucionarias serían
efímeras y que un orden durable sólo surgiría cuando volviesen a aflorar los rasgos esenciales del
prerrevolucionario, la historia indicaría que las innovaciones aportadas por la revolución habían
llegado para quedarse. El desengaño bolivariano también se explica por la derrota frente a sus
adversarios y la erosión de sus apoyos. Brasil En el imperio del Brasil, la adaptación al nuevo orden
fue la más exitosa de todas. Esto se puede explicar gracias a que las diferencias entre el viejo y
nuevo orden eran, en Brasil, menos intensas que en Hispanoamérica. El Brasil colonial anticipaba
algunos rasgos del Brasil independiente: una metrópoli menos vigorosa e influyente; un contacto ya
directo con Inglaterra o un peso menor de los funcionarios de la Corona respecto de las elites
locales. Sin embargo, las transformaciones eran indudables y difíciles. Si bien la transición al Brasil
independiente fue más pacífica que en Hispanoamérica, mantener el orden interno no es tarea
sencilla (durante los ´30 y ´40, hubo varias guerras civiles). La creación de un parlamento tenía
consecuencias análogas a la militarización de Hispanoamérica, no por la violencia, sino por la
predominancia de los terratenientes. Las aristocracias locales, rurales y liberales chocarían con las
elites conservadoras urbanas, que en su mayoría eran portugueses que habían sido privilegiados
durante el antiguo orden. La Corona, con el apoyo del ejército, debería arbitrar entre ambos
bandos. A partir de la década del ´30, Brasil sería más bien liberal. En lo económico, Brasil, el
principal mercado latinoamericano para Inglaterra, es otro de los países que supera sin dificultades
económicas inmediatas la crisis de independencia. Como en Cuba, el nordeste brasileño sale
beneficiado de la crisis azucarera en las Antillas inglesas. A la vez, el sur ganadero también
prospera. Pero el resultado de esta bonanza en los extremos del país es que se crean desequilibrios
que repercutirán en la vida política brasileña; recién, con el surgimiento del café, en la región
central, hacia mediados del siglo XIX, se equilibrará un tanto la situación. No obstante, el
renacimiento del nordeste azucarero mantiene los rasgos arcaicos de la producción: esclavos que
debe importar pero cada vez más dificultosamente, dado que Inglaterra busca frenar la trata. Lo
logrará, violencia mediante, en 1851. Hacia mediados de siglo, la agricultura esclavista –azúcar y, en
menor medida, el incipiente café- entraba en crisis, ya que la persecución a la trata aumentaba el
costo del esclavo. Pero mientras el café lograba encontrar nuevas alternativas, el azúcar decaía
poco a 15 lOMoARcPSD|3879380poco. De esta manera, el núcleo económico del Brasil comenzaba
a moverse hacia el centro y el sur. El Brasil imperial sufrirá, durante esta época, déficit comercial,
desaparición del circulante metálico y penuria de las finanzas, principalmente porque importa a
Inglaterra más de lo que exporta. Además, su economía crece, pero más lentamente que su
población. Sin embargo, hay en ella ciertos avances –como una sólida estructura financiera- que,
junto con la estabilidad política, explican el prestigio –que no duraría mucho- que tiene Brasil en
Hispanoamérica. México La primera etapa independiente mexicana se caracteriza por ensayos de
restauración al viejo orden. Esto se comprende porque, en México, los últimos tiempos coloniales
habían sido más prósperos que en el resto de Hispanoamérica. Además, la independencia mexicana
no había modificado las jerarquías coloniales. Luego de la independencia, por algunos años México
fue un Imperio cuyo soberano era Iturbide; pero éste fue derrocado por el ejército (cuyo jefe era
Santa Anna). A la caída del imperio siguió la separación de la región de América Central, la
convocación a una constituyente y la elección como presidente al moderado Victoria. Se conforman
dos partidos: uno conservador y otro liberal y federalista. Los conservadores creían en una
reconstrucción del país en donde Inglaterra fuera la nueva metrópoli, y en donde se reconciliaran
las elites criollas y españolas, que serían el sostén del nuevo orden. Los liberales pretendían
expulsar a los peninsulares. En realidad, muchos de éstos ya se habían ido de México, y los
restantes eran en su mayoría pequeños burgueses inofensivos, pero que eran aborrecidos por la
plebe, ya que estaban en contacto directo con ella. Los conservadores temían la participación de la
plebe, a quien los liberales representaban un poco más, ya que radicalizaría el orden. Para ello,
apelarán a la Iglesia, a quien creían capaz de competir con los liberales por la dirección de la plebe.
Entre fines de la década del ´20 y 1836, se dan golpes de estado y destituciones entre liberales y
conservadores, estos últimos representados por el general Santa Anna, a quien también los
liberales moderados interpelarían en algunas ocasiones. Desde 1836 hasta 1849 se da un claro
predominio conservador, que paradójicamente no se quiebra con las enormes pérdidas de
territorios a manos de EE.UU: en 1836, México pierde a Texas, que no acepta el centralismo
conservador mexicano; en 1848, México pierde, también, a manos de EE.UU, California y Nuevo
México. El ejército, si bien fue un desastre en el frente externo, al menos había garantizado el
orden interno. Hacia 1850, el orden conservador, si bien había durado, no había logrado superar el
desorden mexicano postrevolucionario: el Estado estaba quebrado y la economía, más retrasada
que la colonial. La minería mexicana estaba paralizada tras la independencia y requería grandes
capitales, que no llegaban, para ser restaurada. Esto era percibido por los conservadores
mexicanos, que se abrieron hacia el exterior, pero esta apertura resultó ser un fracaso. Perú y
Bolivia En Perú y Bolivia, la situación es más crítica aún que en México: no sólo están estancados
económicamente y son inestables políticamente, sino que además las elites sobrevivientes están
desunidas. El ejército aquí también tendrá un papel decisivo. Económicamente, no logran superar la
crisis de la minería. Además, el comercio de Lima sufre la competencia de Guayaquil y Valparaíso; la
agricultura serrana y altiplana siguen aislada del resto. Lentamente, la propiedad privada va
avanzando sobre las tierras comunales indígenas. Políticamente, son inestables. En Bolivia, luego de
vencido Sucre, asume como presidente el general mestizo Santa Cruz. En Perú, luego de que es
derrotado Bolívar, se suceden algunos presidentes, hasta que Santa Cruz, interesado también en
Perú, crea y lidera, en 1836, la Confederación Perúboliviana, que unía a ambos países. Santa Cruz
efectúa algunas reformas administrativas, fiscales y judiciales, y conquista algunos apoyos
europeos., pero tiene en contra a Lima y a los perjudicados por las reformas, y no tiene el apoyo
popular. Los sectores populares habían sido menos movilizados a partir de la revolución que 16
lOMoARcPSD|3879380en México y además sufren las políticas fiscales. Finalmente, conflictos de
intereses llevan a Chile y a Argentina a la guerra con la Confederación, de la que ésta sale derrotada
y desaparece. Perú comienza a estabilizarse a partir de la década de 1840, más que nada porque la
coyuntura internacional le es favorable: principalmente a base del guano, Perú se inserta en una
nueva época, en la que las elites urbanas logran obtener la postergada supremacía. En lo
económico, Bolivia, en cambio, continuará estancada por mucho tiempo. Al país le faltan recursos
exportables y no logra insertarse al mercado internacional. Sólo la exportación de la quina,
monopolizada –corruptamente- por el Estado, ofrece algún alivio. En lo político, durante los ´40, en
Bolivia, se suceden varios presidentes hasta que en 1848 asciende el general Belzú, quien por
primera vez empleó en Bolivia la apelación a las clases populares como recurso político. Aunque en
la práctica Belzú no se diferencia mucho de sus antecesores, por lo menos marca el ingreso de la
plebe mestiza urbana en la vida política boliviana. Ecuador En Ecuador, que en 1830 se había
separado de la Gran Colombia, no habrá tantos conflictos internos como en Perú, Bolivia o México.
Esto ocurrió, en parte, porque los militares –oriundos de Colombia o Venezuela- arbitraron entre la
elite costeña –plantadora y comerciante- y la aristocracia serrana –dominante sobre los indígenas-.
En Ecuador hay, en 1834, luego de algunas guerras civiles, una suerte de “pacto” entre ambas
elites, que deciden compartir el poder ante el temor de que la lucha interna haga estallar la unidad
política. La elite costeña es la más innovadora; aunque en realidad la modernización que ella realiza
es superficial. El arcaísmo serrano, poco a poco, se hará sentir en Ecuador, que no logró construir
un orden sólido hacia 1850. Nueva Granada (Colombia) La Gran Colombia se había disuelto con el
fracaso de Bolívar: Ecuador y Venezuela se escindieron. Hacia 1830, Nueva Granada –Colombia- es
presidida por Santander, ex aliado de Bolívar y luego enemigo. En muchas regiones de Colombia
avanzará el conservadurismo, que propugnará un régimen estable pero autoritario y donde la
Iglesia será muy fuerte. La costa atlántica y Bogotá se oponen al orden establecido, que ha
perjudicado a sus clases dominantes (mercantiles o artesanas). Así, conforman una oposición que
se dice liberal, pero que en realidad, su principal diferencia con el conservadurismo tiene que ver
con sus concepciones acerca de la Iglesia y de la modernización. La mayor tranquilidad política
colombiana se explica por el papel secundario del ejército y por las diferencias regionales que, en
lugar de ser focos de inestabilidad, son cohesivas. Venezuela La guerra de independencia había sido
muy cruenta y devastadora aquí. Las aristocracias costeñas estaban arruinadas y subsumidas al
ejército. En este contexto, parecería que el futuro venezolano estaría signado por la inestabilidad:
sin embargo, ocurriría, en lo inmediato, lo contrario. Páez, jefe militar de la independencia,
reconstruirá la economía y la sociedad sobre líneas semejantes al orden colonial. Durante los ´30,
Venezuela aumentará la producción, pero ahora más centrada en el café que en el cacao o el
azúcar. Sin embargo, durante los ´40, sufrirá las crisis de precios. Así, el orden conservador
comienza a mostrar sus fisuras. Aparecen duras tensiones cuando los beneficiarios del sistema –
grandes comerciantes que exportan café y grandes propietarios- intentan restituir la esclavitud a
los negros emancipados durante la revolución. Ésta, además, había introducido dentro de los
sectores privilegiados a los jefes militares, quienes gobiernan la república. En este contexto, hacia
1845 hay bastante descontento, sobre todo en las elites que no tienen tanto poder político. Ello se
expresará en la conformación de una oposición liberal. América Central 17
lOMoARcPSD|3879380Aquí no hubo ni revolución ni resistencia realista. Luego de la caída del
imperio de Iturbide en México (en 1824), se conforman las Provincias Unidas de América Central,
que estarán desgarradas por las luchas entre liberales y conservadores, y entre Guatemala
(conservadora y económicamente más arcaica) y El Salvador (liberal y un poco más adelantado).
Guatemala se separa de las Provincias, a lo que continúa la disolución de éstas. Así, se conforman
diminutas repúblicas (El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica). Por el momento, continúa con
una economía estática que no encuentra receptores para su producción ni capitales para
incrementarla. En Costa Rica, se expande el café. Paraguay El caso paraguayo es bastante particular.
Luego de la independencia en 1811, en 1812 el país es liderado por Gaspar de Francia, quien
impone una férrea dictadura y aísla a Paraguay de sus vecinos y de la economía internacional. Esto
se traduce en un relativo aislamiento popular ya que los productos se destinan en su mayoría al
consumo local. Gaspar de Francia se apoya en la plebe mestiza, en detrimento de la aristocracia
blanca, que sufre la imposibilidad de exportar sus cultivos. Argentina y Uruguay En 1820 se había
disuelto el alicaído estado unitario. Esta disolución destrozaba tanto al centralismo de Buenos Aires
como al federalismo del Litoral. Artigas había quedado virtualmente preso en Paraguay. Buenos
Aires, no obstante, sería hegemónica en el país y económicamente muy próspera. Además,
Rodríguez y Rivadavia realizan reformas administrativas, fiscales y políticas, de sesgo liberal, que
convierte a Buenos Aires en una provincia modernizada. Este éxito bonaerense se explica porque
un conjunto de problemas ha sido dejado de lado, pero no solucionado: la (des)organización del
país, que por ahora la beneficia, por ejemplo, al no tener que costear un ejército. La guerra con el
Brasil en 1825, por la posesión de la Banda Oriental, anuló muchos de los cambios que había traído
1820: había que pagar un ejército, devolver importancia a los jefes militares revolucionarios y
arruinar el fisco. Además, Buenos Aires estaba bloqueada y aparecía la inflación. En 1827, Argentina
ganaría la guerra, cada vez más impopular entre los ricos de Buenos Aires, aunque no estaría en
condiciones de apropiarse de la Banda Oriental: en 1828, las negociaciones de paz –mediadas por
Inglaterra- llevarían a la creación de la República Oriental del Uruguay. A partir de esta época
comienza una suerte de guerra civil entre unitarios y federales. El orden solo podría recuperarse si
un partido vencía sobre el otro. Esto, hasta cierto punto, llegaría con el ascenso del “federal”
hacendado Rosas como gobernador de Buenos Aires. En realidad, más que una lucha entre partidos
era una lucha entre caudillos. Rosas logrará aferrarse al poder mediante el apoyo de la plebe y el
uso del terror hacia la disidencia unitaria. Pero en el Interior, el predominio rosista no será tan
absoluto hasta 1842, y hasta esta fecha existirán importantes oposiciones a su poder. Uruguay,
independiente desde 1828, estará marcado por los conflictos entre distintos caudillos, algunos
representantes de los intereses rurales (blancos) y los otros, de la elite urbana (colorados). Rosas,
que seguía aprovechándose de las ventajas geopolíticas de Buenos Aires, tendrá conflictos en el
frente externo, sobre todo con Francia. Hacia 1850, Brasil vuelve a gravitar en el Plata. Urquiza,
gobernador de Entre Ríos, Brasil y el gobierno de Montevideo se unen y derrotan a Rosas en
Caseros, en 1852. Así, termina la Argentina rosista que, pese a todas sus limitaciones, prosperó.
Más que nada, esa prosperidad es la de la provincia de Buenos Aires, que durante el período casi no
sufrió guerras en su territorio. El Litoral comienza a tener importancia nueva y también el Interior
crece. Chile El Chile conservador es el caso más exitoso, en Hispanoamérica, de consolidación de la
independencia. Durante los ´20, O´Higgins intentó consolidar un orden autoritario y progresista,
pero fracasó, porque, por sus medidas, se ganó la enemistad de los terratenientes, de la Iglesia y de
la plebe. Portales reaccionó frente al intento modernizador 18 lOMoARcPSD|3879380y liberal de
O´Higgins, tomó el poder y sentó las bases del orden conservador. Portales representaba a los
terratenientes, a la plebe y a los especuladores. Desde el gobierno, Portales junto con el general
Prieto, impusieron un orden rígido en lo político y en lo social, combatiendo el endémico bandidaje
rural. El sistema conservador (católico, autoritario, enemigo de las novedades) se expresó en la
constitución de 1833. El orden chileno fue idealizado por Sarmiento y Alberdi, que eran acogidos
con beneplácito en este territorio. Sin embargo, el régimen se fue liberalizando lentamente, sobre
todo entre 1841 y 1851 (presidencia de Montt). En lo económico, el norte chileno se había
expandido en minería (cobre) y se conformaba una clase opositora a los dominantes terratenientes.
Hacia mediados de siglo, el régimen conservador comenzaba a ser cuestionado por distintos
sectores, como por ejemplo, los mineros en ascenso y algunos grupos subalternos. Cuba Cuba,
como Puerto Rico, sigue siendo una colonia española. Durante este período experimenta una
expansión del azúcar gracias al liberalismo comercial que ahora permite España y a la crisis del
azúcar en las Antillas inglesas, producto de la abolición de la esclavitud.
Capítulo 6: La búsqueda de un nuevo equilibrio

1) Avances en un mundo en tormenta (1930-1945)

La crisis de 1929 tuvo un impacto inmediato y profundo sobre toda América Latina (excepto en
Venezuela, donde el petróleo permitió minimizar rápidamente los efectos), cuyo signo más visible
fue el derrumbe, entre 1930 y 1933, de la mayor parte de las situaciones políticas que se habían
consolidado durante la pasada bonanza. Lo que no se vio tan inmediatamente fue que esa crisis no
se distinguía de las anteriores por su magnitud sin precedentes, sino que además, la crisis
inauguraba una nueva época en que las soluciones del modelo agroexportador ya no servían.
Lentamente, los latinoamericanos fueron descubriendo que el retorno a la normalidad no estaba a
la vuelta de la esquina y que, por el contrario, ahora deberían avanzar, indefinidamente, por mares
nunca antes navegados. En realidad, la crisis del ´29 fue la expresión del agotamiento de un
modelo, cuyos signos premonitorios podían descubrirse ya durante los ´20 (los movimientos
políticos antioligárquicos o la pérdida del dinamismo de muchos rubros exportadores son una
expresión de ello). A partir de los ´20, a la vez que los cimientos del orden económico
latinoamericano se tornaban más endebles, él (el orden latinoamericano) adquiría una complejidad
nueva. En los países mayores, la industrialización realiza avances significativos, gracias a la
ampliación de la demanda local sostenida por el previo avance de la economía exportadora. Hacia
esta industrialización se vuelca, durante los ´20, una parte de la inversión extranjera que antes se
atenía al crédito al estado y al sector primario y de servicios. El contraste entre la debilidad del viejo
núcleo de la economía (el sector primario) y la tendencia de ésta a expandirse hacia nuevas
actividades, se traduce en un desequilibrio que sólo puede ser salvado gracias a créditos e
inversiones provenientes ya no más de Inglaterra, sino sobre todo de EE.UU, el nuevo centro
financiero. Las consecuencias económicas inmediatas de la crisis fueron el derrumbe del sistema
financiero mundial y una contracción brutal de la producción y el comercio. El derrumbe del
sistema financiero significa desde luego la desaparición de la anterior fuente de recursos, que había
mantenido la bonanza latinoamericana durante los ´20. La crisis, a diferencia de muchas de las
anteriores, afectó comparativamente más a Europa que a Latinoamérica. Ahora, en la Europa
devastada por la primera guerra mundial, y efímeramente reconstruida por el flujo de créditos
norteamericanos durante los ´20, la insolvencia es una constante. Por la mera desaparición del
crédito extranjero, el desequilibrio financiero se agravó dramáticamente, y paralelamente surgió un
desequilibrio comercial potencialmente aún más peligroso. Así, los gobiernos fueron desarrollando
líneas de acción heterodoxas que reflejarían muy bien las múltiples dimensiones de la crisis que se
había desencadenado. La crisis significó la disminución brutal del comercio mundial. Los países de
Europa se orientaron hacia acuerdos bilaterales que les permitirían asegurar mejor la reciprocidad
en el intercambio comercial. Incluso Inglaterra, que sufría la inconvertibilidad de la libra esterlina en
1931, también adoptó acuerdos bilaterales con sus colonias. En este nuevo orden mercantil, el
Estado aparece como el agente comercial de cada economía nacional. Sin embargo, la coyuntura le
irá imponiendo funciones aún más vastas. Así, el Estado pasa de administrar arbitrios financieros
urgentes a encarar, utilizando esas atribuciones nuevas, políticas destinadas a atacar las
dimensiones económicas de la crisis. Por ejemplo, ahora el Estado canaliza las importaciones hacia
sectores de la economía que al utilizarlas ampliarán el empleo (para lo cual impondrá desde tipos
de cambio múltiples para los distintos rubros de exportación e importación, hasta un racionamiento
de divisas mediante permiso previo para cada transacción individual). Esta modalidad de
intervención estatal es un rasgo que se da mucho en América Latina, muy afectada por la caída de
los precios de exportación. Todos los precios caen, pero esta caída es más fuerte en la agricultura y
en la minería que en la industria. En cambio, la producción cae más que nada en la industria y
menos en la minería y en la agricultura (de hecho, muchos productores agropecuarios procuraron
aumentar la producción para recuperar las pérdidas, ocasionando el efecto contrario al deseado). El
resultado es un nuevo deterioro en los términos del intercambio para los países latinoamericanos,
que se habían especializado en la provisión de materias primas. Las 31
lOMoARcPSD|3879380ventajas comparativas que en el pasado habían hecho atractiva esa
especialización estaban siendo borradas por esa nueva relación de precios. Por ello, no sorprende
que en muchos lados se buscasen reorientar mano de obra y los escasos capitales hacia la industria,
que antes había sido menos prometedora. No obstante, esta alternativa tardará en diseñarse con
claridad. El primer resultado de la crisis es un colapso del mercado interno para los bienes de
consumo que ya no será posible seguir importando. Mientras ese mercado no presente signos de
reactivación, la industrialización por sustitución de importaciones no tendrá ocasión de
implantarse. Mientras ello no ocurra, queda una tarea más urgente para el Estado: evitar que las
reacciones instintivas de los productores primarios ante la crisis venga a agravarla, al aumentar aún
más los bienes exportables. Para ello, tendrá que intervenir autoritariamente, fijando precios
oficiales y cupos máximos de producción, y organizando la destrucción de lo cosechado en exceso,
muchas veces sin indemnización a los productores. En general, la expansión de las funciones del
Estado fue aceptada por las clases dominantes que, si bien antes habían defendido el modelo del
liberalismo económico, ahora eran conscientes de la intensidad de la crisis y la incertidumbre
desatada por ésta y de la imposibilidad de que el modelo anterior pudiera superarla. Hacia 1935,
los países latinoamericanos relativamente más avanzados (México, Brasil, Argentina, Chile, Perú,
Colombia, Uruguay) ya habían superado lo peor de la crisis; en cambio, los países más pequeños
seguían profundamente estancados. Esto se explica porque la industrialización, elemento ahora
esencial para la reactivación económica, requiere para ser viable de un mercado nacional
considerable. Así, la caída de los volúmenes y precios de exportación sería más profunda en los
países centroamericanos o en otros, como Ecuador, donde la gran mayoría de la población
consumía poco y nada. En los países más avanzados, la rehabilitación a partir de 1935 incluiría
avances significativos, en general, en la diversificación de su estructura económica. Estas
reconstrucciones tienen éxito variable según estos países, pero en general, el impacto de la
depresión es menos profundo que en los países centrales industriales y que en los pequeños países
latinoamericanos. La industrialización comienza en el sector de bienes de consumo: alimentos y
bebidas, textiles, industrias livianas en química, farmacia y electricidad. Antes de la crisis, ya
existían industrias alimentarias o textiles; por ello, a partir de ahora, la industrialización avanzará
sobre una infraestructura existente, que ahora se encuentra ociosa. De todos modos, en casi
ninguna parte el avance industrial previo a 1945 alcanza a sustituir del todo las importaciones, aun
en esos rubros más consolidados. La necesidad de los países periféricos de importar sobre todo
bienes de capital y materias primas está limitada por la lentitud del crecimiento del parque
industrial y porque su política comercial privilegia más la rehabilitación de sus exportaciones que la
expansión industrial. Esa limitada industrialización tiende a acentuar más que atenuar las
desigualdades económicas entre las distintas regiones; desigualdades que surgieron durante la
expansión de las exportaciones (y que en el futuro seguirán acentuándose con el avance de la
industrialización). Esto ocurre porque la industrialización avanza allí donde se encuentran no sólo
sus potenciales consumidores, sino su mano de obra disponible y sus futuros dirigentes, es decir, en
las ciudades que están más ligadas a la expansión del comercio interno e internacional. La segunda
guerra mundial (1939-1945) va a introducir, de nuevo, un cambio radical en el contexto externo en
que deben avanzar las economías latinoamericanas, ya que entre 1939 y 1941 quedarán aisladas de
buena parte de los mercados europeos y asiáticos, al complicarse el transporte marítimo
interoceánico. Esta nueva coyuntura ampliará aún más el papel del Estado en la economía. De esta
manera, la segunda guerra mundial introdujo en el comercio exterior latinoamericano
perturbaciones más fuertes que la primera. La segunda guerra reaviva la demanda externa, que aún
no se ha recuperado del todo de las consecuencias de la crisis del ´30, pero en realidad afecta más a
los volúmenes exportados que a los precios. En cambio, los países latinoamericanos apenas pueden
importar (y esto es más grave en México o Chile, donde los alimentos no alcanzan), porque a la
escasez de transporte se le suma la reorientación de la economía hacia la producción de guerra en
los países industriales. De esta manera, el déficit de importaciones ofrece un estímulo más
poderoso a la industrialización que las consecuencias más inmediatas de la crisis del ´30. Pero esta
industrialización más acentuada comienza a mostrar sus rasgos negativos: insuficiencias en la
infraestructura, 32 lOMoARcPSD|3879380fallas técnicas, primitivismo tecnológico, que no se
puede superar mientras América Latina esté aislada de los países centrales. No obstante, la
coyuntura permitió que en algunos casos (como Brasil), la industria nacional no sólo llegara a
conquistar el mercado interno, sino también el externo (vendiéndoles productos a otros países
hispanoamericanos o a las colonias africanas). El fin de la guerra encuentra así a una América Latina
cuya economía, salvo en algunos de los estados menores, no sólo ha borrado las consecuencias de
la crisis, sino ha crecido en volumen y complejidad. A la vez, es una economía aún más
desequilibrada que en el pasado, sobre todo en las grandes ciudades, donde la escasez de energía y
vivienda, sumada a la creciente densidad de población, serán un problema a resolver en el futuro.
En 1945, pues, ha madurado universalmente una conciencia muy viva de que las economías
latinoamericanas afrontan una encrucijada decisiva, que sus problemas viejos y nuevos se han
agravado hasta un punto que vuelve impostergable una reestructuración profunda. A la vez, la
situación se hace más compleja, dado que, por primera vez en su historia, las naciones
latinoamericanas se han constituido en acreedoras de Europa (arruinada por la guerra) y Estados
Unidos, cuya economía se vio muy favorecida por la guerra. Por ello, hacia 1945, había una
sensación de que esta coyuntura excepcional permitiría abandonar el status de periferia de América
Latina. La guerra, por su parte, aportó una complejidad mayor a la influencia de Estados Unidos en
la región. Durante los ´10 y ´20, como dijimos en el capítulo anterior, Estados Unidos había
avanzado mucho sobre América Latina: apertura del canal de Panamá (1914), traslado del centro
financiero del mundo de Londres a Nueva York, pasaje de la era del ferrocarril (inglés) a la del
automóvil (yanqui). La crisis económica afectó las relaciones comerciales y financieras con EE.UU
(en lo comercial, EE.UU seguía con su proteccionismo, que impedía la masiva entrada de productos
latinoamericanos), lo cual por un momento aparentó ser un retroceso en la afirmación de la
hegemonía continental. Sin embargo, la guerra contribuyó a consolidar esta hegemonía de EE.UU,
ahora más aceptada por los países latinoamericanos. Ahora EE.UU renunciaba a la intervención
directa y unilateral, y buscaba en cambio vigorizar los organismos panamericanos, que con
ampliadas atribuciones debían transformase en instrumentos principales de la política hemisférica
de EEUU. No obstante, EEUU manejó su política internacional sin recurrir, nuevamente, al
mecanismo panamericano. Además, el abandono de la intervención armada no suponía la renuncia
a la presencia en el Caribe y Centroamérica. En los países que habían sufrido la ocupación militar
norteamericana (Cuba, Nicaragua, Haití, República Dominicana), la potencia interventora había
creado fuerzas armadas locales que consolidaban regímenes dictatoriales estables y devotos a
EEUU (Somoza en Nicaragua, Trujillo en Rep. Dominicana, etc.). Por otra parte, EEUU no había
dejado de utilizar la presión política directa sobre los gobiernos latinoamericanos; de hecho, se
ejerció sobre los países que eran renuentes a alinearse en el bloque de los aliados contra el eje,
como Argentina, que tradicionalmente había preferido la influencia inglesa a la norteamericana. En
este contexto, hacia 1945 se creía que Latinoamérica había sorteado la crisis sin sufrir daños
económicos sustanciales y sin haber sufrido las destrucciones de la guerra. Pero también ocurría
que la crisis había logrado corroer mortalmente, tanto en lo económico como en lo político-
internacional, el orden mundial en el que Latinoamérica había encontrado su lugar. Por ello, no es
sorprendente que el debilitamiento de ese orden debilitara también el sistema de creencias afín a
él: el liberalismo económico ya no era consensuado por la sociedad, y no lo sería por mucho
tiempo. Ahora era el momento de las tendencias heterodoxas, como el keynesianismo o la
planificación soviética. Este desconcierto en el plano económico está ligado a otro efecto de la crisis
económica: la crisis global del sistema político, manifestado en una pluralidad de ideologías y en los
conflictos internos de cada país. De hecho, la crisis económica permitió la difusión tanto del
comunismo como del fascismo, ideologías que durante los ´20 no habían tenido espacio. Como
consecuencia de ello, el nuevo conflicto mundial no se centrará tanto en los conflictos entre ciertas
grandes potencias, sino incluirá una importante dimensión ideológico-política. Este es otro signo
del fin del consenso ideológico que había predominado, tanto en Europa como en América Latina,
hasta 1930. Durante los ´30, el movimiento comunista, antes marginal, intentará organizarse en casi
todos los países latinoamericanos, y alcanzará una importancia considerable sobre todo en Brasil,
Chile y Cuba y, en menor medida, en Argentina, Uruguay, Colombia y Venezuela. Sus avances no se
deben tan sólo a la agudización de conflictos sociales preexistentes, ni 33
lOMoARcPSD|3879380tampoco exclusivamente a los cambios en el equilibrio social suscitados por
la crisis y las respuestas a ella. Es sobre todo la inseguridad sobre el rumbo que tomará un mundo
económicamente en ruinas la que crea las condiciones para una mayor difusión de las propuestas
políticas comunistas. Otros casos, como el cardenismo mexicano o el aprismo peruano, fueron
alternativas no comunistas al liberalismo que había predominado hasta los ´30. En suma, la nueva
incertidumbre ideológica se tradujo entonces más en una apertura hacia nuevas perspectivas y una
disposición a explorar todos los horizontes que en el surgimiento de corrientes y figuras dispuestas
a definirse en cerrada oposición al consenso ideológico-político previo. El impacto de la crisis no
ayuda a visualizar más claramente los conflictos sociales que pugnan por encontrar expresión
política. Más bien, hace más difícil descifrar el impacto que estos conflictos alcanzan sobre una vida
política cuyos actores deben avanzar a tientas en un mundo que no comprenden, guiados por
convicciones ideológicas que no saben cómo reemplazar, pero en las cuales no pueden depositar la
misma fe que en el pasado. Esta vacío de una dirección única para todos los procesos políticos
latinoamericanos, en parte, ayuda a comprender las particularidades nacionales.1 En general, los
procesos políticos latinoamericanos del período 1930-45, muestran un rasgo común: la crisis y sus
consecuencias directas e indirectas originan tensiones que la mayor parte de las situaciones
políticas hallan difícil afrontar. En aquellos países en que la ampliación de la base política se había
traducido en una democratización del régimen en un marco liberal-constitucional (Argentina,
Uruguay), la crisis afecta a la democracia liberal, provocando golpes de Estado (Uriburu y Terra,
respectivamente). 2) En busca de un lugar en el mundo de postguerra (1945-1960) Pronto iba a
advertirse que, si era cierto que un orden nuevo comenzaba a emerger de las ruinas dejadas por la
crisis y la guerra, los rasgos de ese orden nuevo no eran necesariamente los previstos entre 1930-
45. Por ejemplo, la economía de los países centrales se reconstruyó más fácilmente de lo que se
había pensado en un momento, y entraría en una fase ascendente de 25 años, conocida como “los
años dorados del capitalismo”. En cuanto a Latinoamérica, sus gobernantes creyeron que la
coyuntura favorable que la guerra había creado para esta región se mantendría y consolidaría
durante la postguerra. Los motivos para pensar esto radicaban en que ahora los países centrales
estaban reabiertos al tráfico internacional y necesitaban lo que Latinoamérica podía ofrecerles
(alimentos, materias primas). Dado ese optimismo, las disidencias se daban sobre todo en torno al
mejor modo de utilizar sus oportunidades, pero lo que las volvía explosivas era que cada uno de
esos modos suponía una distinta distribución de las ventajas de la coyuntura. Las principales
alternativas eran dos: 1) continuar con el proceso industrializador favorecido por la crisis y aún más
por la guerra, o 2) retornar al modelo agroexportador y restaurar la unidad del sistema mercantil y
financiero mundial mediante la liberalización económica. Mientras la primera alternativa era
defendida por quienes, directa o indirectamente, se veían favorecidos por la industrialización
(burguesías industriales, obreros urbanos), la segunda era apoyada por quienes se beneficiaban del
modelo agroexportador (oligarquías terratenientes, clases medias rurales). Con respecto a la
industrialización, anteriormente habíamos dicho que ésta era frágil y tecnológicamente precaria.
Ahora se daba una oportunidad de corregir esas fallas y seguir avanzando sobre bases más sólidas.
Para ello se contaba con los saldos acumulados gracias al superávit comercial generado por la
guerra. Además, se esperaba que una Europa en reconstrucción demandara nuevamente materias
primas, lo que permitiría financiar el proceso de industrialización. En cambio, estaban quienes
creían en que la industrialización de 1930-45 había sido una solución de emergencia impuesta por
la crisis y el aislamiento 1 En mi opinión –Daniel Schteingart- el populismo se inscribe como un
fenómeno emergente sobre este sustrato. Por ello, no debe extrañar su eclecticismo y sus
contradicciones, en parte reflejo de las ambigüedades tanto ideológico-políticas como sociales y
económicas. 34 lOMoARcPSD|3879380de la guerra. Vuelta la normalidad, confiaban en el pleno
aprovechamiento de las ventajas comparativas del sector primario. De este modo, el sorprendente
consenso que durante 1930-45 había existido en cuanto al avance del Estado en la economía y a la
industrialización por sustitución de importaciones (ISI), ahora es reemplazado por un disenso
profundo. No sólo se discute una distribución de recursos dentro de las economías
latinoamericanas; también está en juego el perfil futuro de las sociedades latinoamericanas y la
distribución dentro de ellas del poder político. Los proyectos industrializadores, en general,
prevalecieron por sobre los agroexportadores: no sólo eran sostenidos por el empresariado
industrial, sino por otros grupos sociales. Este apoyo se explica en parte porque la industrialización
estuvo acompañada de un conjunto más amplio de soluciones político-sociales, que mejoraban la
situación de estos otros grupos sociales. Así, la industrialización debe avanzar manteniendo el
entendimiento con la clase obrera industrial, lo que requiere moderar la explotación de la fuerza de
trabajo, frente tradicional de acumulación e inversión en etapas de industrialización incipiente.
Pero también supone considerar a las clases populares urbanas como consumidoras, lo que implica
mejorar sus salarios reales y ampliar sus fuentes de trabajo más allá de lo que el crecimiento
industrial puede asegurar por sí solo. Estos objetivos se cubrirán, en parte, por la iniciativa del
Estado, que no sólo atenderá a estos objetivos, sino que extenderá sus actividades a campos muy
variados de previsión y servicio social con vistas a mantener la lealtad de las mayorías electorales.
Esta lealtad también es imprescindible para asegurar la continuidad del proyecto industrializador.
De esta manera, la viabilidad y supervivencia de la industrialización supone considerar todas estas
precondiciones. Esto, a su vez, hace que los Estados presten más atención a cómo conservar la
legitimidad de la industrialización que a la innovación tecnológica, que era la única que podía
asegurar la industrialización a largo plazo. No se trataba tan sólo de modernizar la tecnología para
eficientizar el sector industrial y ampliar la infraestructura. Más grave aún era que el costosísimo
programa industrializador debía ser afrontado por una Latinoamérica que en realidad estaba en
una situación menos favorable de la que se había creído en 1945. Las necesidades de la
reconstrucción europea favorecían la demanda de productos latinoamericanos, pero también
perjudicaban la oferta de bienes industriales –cuyo precio seguía en ascenso- que América Latina
necesitaba. De esta manera, se utilizaron los fondos acumulados durante la guerra a nacionalizar
empresas, repatriar la deuda pública y a importar escasos bienes industriales. Así, las economías
latinoamericanas fueron lentamente renunciando a modernizar su economía, tal como había sido
planeado hacia 1945, y se limitaron a asegurar la supervivencia de esa industria primitiva, mediante
transferencias intersectoriales de recursos, aseguradas por la manipulación monetaria. Los países
latinoamericanos adoptaron una moneda sobrevalorada, lo que perjudicaba al sector exportador y
privilegiaba las importaciones baratas. El Estado trataba de que estas importaciones no compitieran
con la industria nacional (en estos casos se aplicaban aranceles), sino que le proporcionase los
insumos necesarios. Sin embargo, este modelo de financiamiento de la industrialización a través de
los recursos de la exportación no sólo encontraría oposición en los terratenientes, empresas
mineras internacionales, o compañías de transportes y comercio (a quienes perjudicaba). También,
junto con un contexto que hacia los ´50 se había tornado desfavorable, implicó el estancamiento y
la baja de la producción exportadora. De este modo, hacia 1955, tanto este modelo económico
como las soluciones políticas que lo apoyaban mostrarían signos de agotamiento, como la inflación
y el creciente desequilibrio en la balanza comercial (debido sobre todo al estancamiento del sector
exportador). Uno y otro síntoma tienden a reforzarse mutuamente, ya que la devaluación (que
mejoraría la balanza comercial) lleva al alza de salarios, lo cual genera inflación, y ésta a su vez
conduce a una nueva devaluación. Así, en un período de 10 años, se había pasado de la esperanza a
la inquietud. Prebisch, secretario de la CEPAL, indagó sobre las causas de los problemas en la
industrialización latinoamericana y las encontró en la posición periférica que Latinoamérica ocupa
en una economía mundial dominada por un centro industrial cada vez más poderoso, lo cual se
refleja en el deterioro creciente en los términos del intercambio. En el centro, la fuerza de trabajo
puede imponer un alto nivel de salarios que se refleja en el alto precio de los bienes industriales,
mientras que, en la periferia, una mano de obra abundante y más dispersa debe conformarse con
salarios mínimos. Además, los países centrales poseen el control del 35
lOMoARcPSD|3879380transporte y las finanzas internacionales, lo que implica otra dificultad para
América Latina. La solución, para Prebisch, reside entonces en una industrialización más intensa,
que cree una economía nacional de una madurez similar a la de los países centrales. El tema es que
Prebisch no plantea cómo conseguir esa industrialización. El desarrollismo será una propuesta que
considerará los aportes teóricos de Prebisch; en su núcleo, se busca favorecer la expansión del
sector industrial que produce bienes de consumo duraderos (como al automóvil), más que bienes
de capital. El desarrollismo logró ofrecer una salida rápida para la encrucijada industria-agro:
aliviaba el ofuscamiento que la industrialización había arrojado sobre un sector primario ya incapaz
de seguir soportándolo, permitiendo una revigorización de la expansión industrial. Para ello, el
desarrollismo propuso una apertura parcial de la economía nacional a la inversión extranjera. Hasta
mediados de los ´50, la inversión extranjera había tenido un papel limitado en la industrialización
latinoamericana, ya que la crisis del ´30 y la guerra habían disminuido la disponibilidad de capitales
metropolitanos para la inversión. En la posguerra, esta situación fue cambiando paulatinamente. A
la vez, las economías latinoamericanas sufrían dificultades en la balanza de pagos, que intentaron
afrontar poniendo trabas a la salida de ganancias por parte de las empresas extranjeras radicadas
allí. En este sentido, Latinoamérica no era demasiado atractiva para nuevas inversiones. Sin
embargo, éstas fueron posibles dado que el monto de las inversiones no era demasiado elevado
para las empresas extranjeras. Estas inversiones se centraban sobre todo en maquinarias (que
habían sido utilizadas previamente en el país de origen) que, al ser vendidas a precios altísimos,
suponían ganancias extraordinarias. La apertura a la inversión extranjera concebida por el
desarrollismo no suponía necesariamente la apertura generalizada de la economía, puesto que su
éxito depende del mantenimiento de un estricto control de las importaciones. Pero en otro aspecto
sí parece requerir alguna liberalización: la empresa inversora aspira a disponer libremente de sus
ganancias (o sea, enviar las ganancias al exterior), lo cual supone un conflicto con el Estado, pues
éste prefiere orientar estas escasas divisas hacia otras actividades. En general, este conflicto de
intereses, será resuelto mediante una transacción que autoriza a las empresas a repatriar
parcialmente sus ganancias. De esta manera, se dio una nueva oleada industrializadora en América
Latina, diferente de la primera. Por ejemplo, la nueva industria (que es más desarrollada que la
anterior) no tiene tanta capacidad de crear empleo, ya que se inserta en ramas en que la
productividad del trabajo es más alta que en las antiguas. De esta manera, se expande una clase
obrera calificada y mejor pagada, aunque la demanda de mano de obra industrial crezca poco.
También, la nueva producción industrial está dirigida a los sectores sociales más altos. Durante la
primera oleada industrializadora habían prevalecido los bienes textiles, químicos o farmacéuticos,
de baja calidad y dirigidos al consumo masivo. Ahora, los nuevos bienes industriales, que se
producían a precios superiores al de los países centrales, sólo podrían ubicarse en los sectores altos
de la sociedad. En consecuencia, la reorientación de la demanda hacia los sectores más altos crea
mercados mucho más estrechos, con lo cual el margen de viabilidad de estas industrias se hace más
sensible (pues requieren una producción mínima para amortizar la inversión). Por lo tanto, pocos
países ingresarán en esta nueva etapa: apenas Brasil y México tendrán cierto éxito en este nuevo
nivel de industrialización, mientras que Argentina no podrá sobrellevarlo; Perú y Chile, si bien
tienen la tentativa de alcanzarlo, ni siquiera lo intentan llevar a cabo. En el corto plazo, esta nueva
oleada industrializadora, que no avanza sustituyendo importaciones, acentúa el desequilibrio
externo. Los desarrollistas sostenían que este desequilibrio sería finalmente superado; mientras
tanto, la solución era apelar a la inversión y el crédito externo para evitar el estancamiento. El
acceso al crédito se hace cada vez más accesible, ya que crece la abundancia de capitales en el
centro, pero para recurrir a él se necesita flexibilizar el mercado cambiario. Detrás de todo esto,
subyace un cambio social que ahora adquiere dinamismo nuevo, alimentado en parte por el rápido
crecimiento demográfico iniciado hacia los ´20. Este incremento poblacional, en algunas áreas
como El Salvador o Colombia, se tradujo en presiones sobre la tierra. La industrialización no había
solucionado la cuestión agraria. Ahora, en ese agro atrasado, crece la tensión social. Por otra parte,
la baja productividad del campo también influye en el proceso industrializador. Los sectores rurales,
además, consumen muy poco. En este contexto la idea de reforma agraria comienza a tener más
eco 36 lOMoARcPSD|3879380en la agenda latinoamericana, tanto en los programas
revolucionarios (Bolivia, Guatemala) como en los reformistas. El crecimiento demográfico, junto
con la rigidez del orden rural, se expresa en el rapidísimo avance de la urbanización (la
“urbanización salvaje”, como la denomina Halperin). Esto representa un nuevo problema social,
pues ni siquiera una industrialización acelerada puede responder a este nuevo proceso, en el cual
las carencias (vivienda, agua, sanidad, electricidad) aumentan. Hasta el momento se había pensado
en que este problema se solucionaría por medio del desarrollo económico que igualaría la calidad
de vida de los países latinoamericanos a los de los países centrales. Pero, poco a poco, dado que
esto no ocurría, se comienzan a redefinir los términos en que se plantea el conflicto políticosocial.
Esto, a su vez, se inscribe en un contexto mundial de guerra fría, que deja atrás la concordia que
existía en 1945. Luego de 1945, EEUU deja de ser la potencia hegemónica continental para serla en
el mundo entero. La guerra fría consolida la hegemonía norteamericana; la URSS, devastada por la
guerra, no logra competir realmente con EEUU. La URSS había logrado extender su influencia en la
Europa Oriental, en donde se instalaron regímenes comunistas desde arriba (es decir, no existieron
revoluciones espontáneas). EEUU procuró expandirse hasta cubrir todas las áreas del planeta que
habían escapado a la hegemonía soviética, a través de un sistema de pactos regionales apoyados
todos ellos en el poderío estadounidense. Los países europeos industrializados permanecieron en la
órbita estadounidense y, junto con EEUU, se aliaron militarmente en la OTAN. En 1949 triunfaba en
China la revolución comunista a la vez que entrados los ´50 la URSS logró que EEUU perdiera el
monopolio atómico. EEUU procuró, en la OEA, mantener el statu quo de Latinoamérica. La OEA
debía dirigir la resistencia a cualquier “agresión” regional perpetrada en el área. Obviamente, esto
apuntaba a la intervención en casos de revoluciones o procesos que intentaran un cambio
antagónico con los intereses norteamericanos; en este sentido, los misiles apuntaron sobre todo
hacia los comunistas. Los países latinoamericanos, por su parte, si bien adscribían al programa de
EEUU en la OEA, no siempre colaboraban activamente en la lucha contra el comunismo (que
durante la guerra había estado casi siempre alineado con EEUU en la lucha común contra el
nazifascismo). La revolución de Guatemala en 1954, que era más nacionalpopular que comunista,
también fue intervenida por EEUU. Quizá, más que por una amenaza real, la intervención armada
en Guatemala pretendió ser una advertencia contra quienes no acataran sin reservas la hegemonía
norteamericana. 1959 inauguraría una nueva crisis en el sistema panamericano, con la Revolución
Cubana. Ahora la situación mundial era bastante distinta a la de hacía diez años atrás: Europa se
había reconstruido exitosamente, a la vez que había comenzado la descolonización en Asia y África,
proceso que se acentuaría durante los ´60. En 1958, en la Conferencia de Bandung, los países
tercermundistas se pronunciaron a favor de la “no alineación” entre el bloque norteamericano y el
soviético. EEUU adoptaría una postura más flexible contra los “no alineados”, de tal modo que no
se pasaran al bando soviético. Sin embargo, la relativa pasividad con que EEUU asumió la “no
alineación” de los países africanos y asiáticos, no existió para América Latina. El bloque soviético,
por su parte, había logrado sobrevivir a la muerte de Stalin en 1953, y, si bien seguía siendo
autoritario, al menos su economía crecía más rápidamente que la del mundo occidental. La URSS,
ante el avance de la descolonización, veía la oportunidad para extender su influencia sobre los
territorios emancipados. En este contexto, en 1959 se da la Revolución Cubana, que será
fundamental en el derrotero posterior de América Latina. Como dice Halperin, “el desenlace
socialista de la revolución cubana vino a reestructurar para siempre el campo de fuerzas que
gravitaba sobre las relaciones entre el norte y el sur del continente, en cuanto hacía real y tangible
una alternativa hasta entonces presente sólo en un horizonte casi mítico, como objeto del temor o
la esperanza de los antagonistas en el conflictivo proceso político-social latinoamericano”. En suma,
el punto de partida de este período (1945-60) está dominado por las expectativas económicas y
políticas creadas por el ingreso en la postguerra. El optimismo económico se da sobre todo en los
países que han iniciado un proceso industrializador. El optimismo político afecta en todos los países
por igual, en cuanto la victoria de la ONU (fundada en 1945) parece haber privado para siempre de
legitimidad política a la ultraderecha nazi-fascista enemiga de la democracia liberal. Además, la
consolidación de la URSS, si bien casi no provoca durante este período alternativas revolucionarias,
al menos 37 lOMoARcPSD|3879380incide en que ahora la reforma social, dentro del marco
capitalista, se hace un tema prioritario de la agenda latinoamericana. Esta exigencia de retorno al
liberal-constitucionalismo (muy variable según los países) lleva en varios países latinoamericanos al
desplazamiento de los regímenes autoritarios y oligárquicos, incompatibles con la nueva coyuntura.
En Argentina y Brasil, en cambio, se dan procesos populistas que conservan rasgos autoritarios del
pasado, pero que también introducen reformas.
Capítulo 7: Una encrucijada decisiva y su herencia. Latinoamérica desde 1960

1) La década de las decisiones (1960-1970)

La década que se abriría en 1960 se anunciaba como una de decisiones radicales para América
Latina. Una tenía que ver con ese hecho nuevo e imprevisible que era que el giro socialista de la
Revolución cubana vino a incidir en un subcontinente que descubría agotada esa improvisada línea
de avance tomada entre 1930-1945 y mantenida entre 1945-1960. La Revolución cubana puso en
crisis, si no la hegemonía estadounidense sobre Latinoamérica, sí por lo menos los mecanismos
políticos e institucionales que EEUU había sabido instrumentar en el pasado. Pero sobre todo, la
Revolución cubana (que en un primer momento intentó ser eliminada a la fuerza por EEUU y luego
mediante el bloqueo económico y diplomático) mostraba que lo que todos habían largamente
creído imposible era, en realidad, posible. Esto daba nuevo aliento a las tendencias contestatarias y
revolucionarias. A la vez, los años ´60 serían los años del fuerte crecimiento económico mundial,
tanto en el primer mundo como en el bloque socialista. En cambio, en América Latina, donde las
empresas multinacionales tenían peso creciente en la economía, las tasas de crecimiento no se
aceleraron como en aquellos bloques: el desarrollismo había fracasado. A lo largo de los ´60,
muchos comenzaron a creer que sólo se podría superar el estancamiento si se rompía con el
sistema político y económico internacional en que hasta entonces se había desenvuelto
Latinoamérica. Así, surgía la teoría de la dependencia. Para los teóricos de la dependencia, lo que
impedía a Latinoamérica superar el subdesarrollo era su integración subordinada en el orden
capitalista mundial. Si bien no todos veían en la revolución socialista la única solución, todos
coincidían en que era necesario introducir modificaciones estructurales en ese orden, que fueran
más allá que las reformistas que habían predominado. A sus ojos, si los problemas eran
económicos, su solución sólo podía ser política. En el plano internacional, tanto la URSS como EEUU
buscaban intervenir en América Latina como nunca antes. Ahora, los objetivos de ambos no sólo
eran mas ambiciosos que en el pasado, sino también bastante distintos. Con respecto a la URSS, su
influencia sobre Cuba contrastaba con la cautela que había caracterizado anteriormente a su
presencia en Latinoamérica y, además, ahora era consciente de que ahora eran posibles
revoluciones socialistas. Los EEUU de Kennedy también se dispusieron a gravitar más decisivamente
en el subcontinente, en parte, a partir del caso cubano. Pero, para el presidente demócrata
Kennedy, el mayor activismo político norteamericano no debía reducirse a restaurar la hegemonía
sobre Cuba. Más bien, se trataba de promover y orientar una transformación de las estructuras
sociopolíticas latinoamericanas que las alejase de la tentación revolucionaria que había triunfado
en Cuba. De este modo, el escenario principal del combate contra la amenaza revolucionaria se
trasladaba al continente, y a éste último estaban orientadas las innovaciones de Kennedy. Estas
innovaciones se inspiraban, por una parte, en una teoría sobre las precondiciones necesarias de los
procesos revolucionarios y, por la otra, en las lecciones ofrecidas por los procesos de cambio
socioeconómico desencadenados, a partir de 1945, en Asia y África. En estos continentes, se
dieron, en algunos casos, vías revolucionarias y en otros no. Estas reformas en las estructuras
socioeconómicas de los países habían sido exitosas en Japón, Corea del Sur y Taiwán,
contribuyendo a atenuar tensiones sociales y a remover obstáculos al crecimiento económico. Se
trataba entonces, para América Latina, de evitar las revoluciones y de favorecer transformaciones
estructurales que consolidaran el capitalismo. Se creía que si Latinoamérica alcanzaba el desarrollo
autosostenido, característico de los países centrales, el peligro revolucionario sería disipado; pero
durante la transición, el riesgo de revolución era omnipresente. Se trataba de mantener tranquilas
a las masas, para que no se inclinaran a favor de las fuerzas revolucionarias. Esta nueva política
latinoamericana se expresó en la Alianza para el Progreso, se llevaría a cabo en un período de 10
años y sería financiada en un 20% por EEUU y en un 80% por Latinoamérica. Los objetivos de la
Alianza para el Progreso se resumían en 12 puntos: 39 lOMoARcPSD|38793801) reforma agraria
para superar el estancamiento rural; 2) una industrialización más rápida y profunda; 3) crecimiento
económico per cápita del 2,5% anual; 4) distribución más equitativa de la riqueza; 5) equilibrio de la
producción entre las distintas regiones; 6) aumento de la producción agrícola; 7) disminución del
analfabetismo e instauración de la escolarización obligatoria; 8) mejora de la situación sanitaria; 9)
baja los precios de las viviendas; 10) estabilización de las monedas; 11) promoción de acuerdos
para un Mercado Común Latinoamericano; 12) cooperación para equilibrar el comercio exterior.
Para muchos de esos objetivos se requería la expansión de las funciones y los recursos del Estado,
para lo cual se preveía una reforma fiscal, que crearía un sistema de impuestos progresivo. Pero
esta base financiera más robusta del Estado no se limitaba a facilitar el desarrollo económico y la
igualdad social; también servía para consolidar estructuras políticas y sociales que contuvieran
sólidamente a las masas. Para ello, Kennedy confiaba más en una democracia representativa y
reformista, frente a las dictaduras (que, sin embargo, seguían siendo preferibles a la revolución). La
democracia, para Kennedy, permitiría que los partidos de masas controlaran mejor a la población
que el autoritarismo militar. Pero al mismo tiempo, EEUU no renunciaba a poner a los ejércitos
latinoamericanos al servicio de ese ambicioso programa de transformación con propósitos de
conservación. De hecho, una parte considerable de los fondos dirigidos a Latinoamérica se
orientaron hacia esos ejércitos, que ahora debían complementar las falencias del Estado en el
control de la población. Más allá de la Alianza para el Progreso, los organismos panamericanos
como la OEA habían fracasado, dado que las reticencias a las propuestas norteamericanas eran
cada vez mayores. Así, ahora se adoptaron soluciones bilaterales. En suma, ahora EEUU interviene
de un modo más complejo y especial, a la vez que puede gravitar más eficazmente en una
Latinoamérica que está entrando en la era de masas. Esa presencia debe servir para un doble
propósito de transformación y conservación o, también, “seguridad y desarrollo”. Estas dos
fórmulas ignoran por igual que en los momentos críticos, que no han de faltar durante esta década,
no iba a ser siempre fácil hallar un camino que satisficiese por igual ambas aspiraciones. En efecto,
cada vez que una emergencia imponía optar entre ellas, la prioridad era la seguridad (o la
conservación), más que el desarrollo económico y la transformación sociopolítica. En 1963 es
asesinado Kennedy y lo sucede Lyndon Johnson, quien privilegia el objetivo de conservación y
seguridad antes que el de democracia, desarrollo y transformación. Sin embargo, ya antes de esa
reorientación programática de la política norteamericana, el mismo Kennedy había preferido la
solución golpista a la democrática ante alguna crisis latinoamericana. A partir de 1963, EEUU
adopta una política más decididamente dirigida a la seguridad, más que al progreso y el desarrollo.
En 1964, el golpe de las FFAA en Brasil, fue organizado conjuntamente con EEUU, marcando el
inicio de un proceso que duraría más de veinte años. Para comprender la nueva coyuntura hay que
tener presente la importancia de la revolución cubana. Ésta, al devolver al primer plano del debate
político latinoamericano la cuestión del imperialismo, revivía sentimientos que habían venido
adormeciéndose desde 1933. Estos sentimientos no habían logrado ser movilizados ni por la
prédica soviética ni por el retorno de intervencionismo norteamericano. La revolución cubana
también incidió fuertemente en los sectores que, temerosos del socialismo, ahora harán causa
común con Estados Unidos. Gracias a ello, el nuevo intervencionismo norteamericano fue mucho
más aceptado en Latinoamérica que a principios de siglo. No sólo era recibido con abierto
beneplácito por los sectores conservadores –algunos de los cuales le habían sido tradicionalmente
hostiles-, sino que, en general, no iba a necesitar volcarse en nuevas acciones militares por parte de
EEUU. Esto último se explica porque serán estos aliados locales anticomunistas quienes frenarán
todo avance socialista. 40 lOMoARcPSD|3879380Los ejércitos latinoamericanos tenían un papel
cada vez más central desde la perspectiva norteamericana. La consolidación del aparato estatal,
que figuraba entre los objetivos de la Alianza para el Progreso, iba en paralelo a la creciente
presencia de las fuerzas armadas en la vida de la región. Esto tiene que ver, en parte, con que ahora
las FFAA latinoamericanas recibían cada vez más fondos de EEUU. Pero ese vínculo cada vez más
íntimo entre EEUU y las FFAA latinoamericanas iba más allá de agregar solidez y eficacia al poderío
estrictamente militar de esos ejércitos. Más importante era que esos nuevos lazos sirviesen de
vehículo para la difusión de una propuesta acerca de las tareas futuras de los ejércitos
latinoamericanos. Esta propuesta, que sería efusivamente aceptada por éstos, se expresaría en la
Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN). La DSN, versión militarizada de la seguridad y desarrollo,
hacía del ejército el protagonista de la vida nacional, al ponerlo al frente de una empresa que
unificaba la guerra convencional y la política convencional. Ahora, los ejércitos ya no se limitaban a
su función de defensa externa de la nación, sino que debían velar por la seguridad interna de ésta,
es decir, asegurar el orden contra la amenaza revolucionaria. La nueva intimidad entre las fuerzas
armadas latinoamericanas y las de EEUU fue decisiva para acelerar la transición entre una
concepción de las tareas militares que había guiado durante décadas a los ejércitos
latinoamericanos y otra que no sólo les fijaba funciones nuevas y más amplias, sino que también les
imponía modos de conducta que en el pasado hubiesen parecido incompatibles con la dignidad del
oficial, como por ejemplo la tortura u otras formas de terror. Otra consecuencia fundamental que
iba a tener esta reestructuración de los ejércitos latinoamericanos bajo auspicios yanquis era que
ahora se profundizaba la transformación de cada uno de esos ejércitos en un organismo cada vez
más consciente de su identidad y sus intereses corporativos-institucionales, tanto en el plano
interno como en el internacional. En el marco nacional, la consolidación de una conciencia
corporativa en el cuerpo de oficiales se sumaba a la burocratización de la institución. En
consecuencia, ahora se transformaba radicalmente el modo de inserción de las fuerzas armadas en
la vida política. En el pasado, las FFAA habían ingresado en la vida política como séquito y sostén de
un dirigente surgido de sus propias filas, que tenía un notable poder de iniciativa, gracias al apoyo
complementario de corrientes políticas o distintas fuerzas socioeconómicas. Ahora, en cambio, el
ingreso en la vida a política supondría una empresa corporativa, cuyo titular era tan sólo un agente
escasamente autónomo, y siempre revocable, de la institución que lo colocaba al frente de ella. Sin
embargo, esa transformación del carácter mismo de la intervención militar sólo en parte se explica
por los cambios que sufría la institución misma. Hay que entender, además, la actitud de los grupos
sociales latinoamericanos temerosos del avance revolucionario (en un contexto donde el
desarrollismo se estaba agotando), ahora potenciados por la coyuntura de la revolución cubana. En
suma, es la conciencia de la gravedad de la coyuntura la que fortifica la decisión de mantener al
titular militar de la gestión política bajo constante vigilancia corporativa. Por otro lado, los distintos
sectores sociales (sean ya antirrevolucionarios como revolucionarios) compartían su optimismo por
las innovaciones técnicas, que durante este período fueron muchas: progresos en las
comunicaciones, el motoscooter, el teléfono de larga distancia, la píldora anticonceptiva, etc. Este
optimismo, que también aparecía en los sectores más conservadores temerosos del avance
revolucionario, no hubiera existido si la situación latinoamericana hubiese sido realmente
catastrófica. Más allá de que las economías latinoamericanas tuvieran una tendencia al
estancamiento o al desarrollo irregular, en general, durante los ´60 América Latina creció, con
problemas y más lentamente que el mundo desarrollado, pero efectivamente creció. Este
crecimiento, limitado, sin embargo había transformado significativamente las pautas de vida de
amplios sectores de la sociedad latinoamericana. Esto, en parte, contribuye a comprender el por
qué de este contradictorio optimismo en los grupos adictos al statu quo (quienes creían que la
revolución era inminente). Por su parte, también los revolucionarios creían que la revolución estaba
al caer y, por ello, también se mostraban optimistas. Las FFAA, por su parte, se opondrían, en
general, a todo avance de este “ataque de frivolidad”. La Iglesia, que si bien también podría
manifestarse contraria a estos cambios en la vida cotidiana, sin embargo, se modernizó durante
este período, a partir del Concilio Vaticano II. Las causas de estas reformas en la Iglesia son
bastante contradictorias, pero lo cierto es que 41 lOMoARcPSD|3879380se buscaba, entre otras
cosas, una renovación litúrgica, la actualización de los contenidos científicos e ideológicos y de los
métodos pedagógicos en las instituciones católicas de enseñanza, la ampliación del papel de la
comunidad de fieles en la vida eclesiástica y la prioridad para los pobres.2 En su forma más
extrema, esta preocupación por los sectores menos privilegiados se encarnó en la minoritaria pero
condensada Teología de la Liberación, generalmente adherente a soluciones revolucionarias. Los
años ´60 habían sido, para el mundo en general, una década de expectativas y optimismo,
sustentada por el crecimiento económico a nivel global. Sin embargo, hacia fines de los ´60,
comenzaron a multiplicarse los signos de agotamiento de esa gran ola ascendente que por décadas
había arrastrado por igual a Occidente y al mundo socialista. 1968 es un año que ilustra muy bien
este resurgimiento del malestar, ante la sospechosa demora en el desencadenamiento de las
transformaciones radicales anunciadas con fe tan firme hacia inicios de la década: la primavera de
Praga, el mayo francés, las revueltas de Tlatelolco en México, el avance del hippismo en EEUU o la
Revolución Cultural China (en 1969) serán manifestaciones que expresarán esta creciente
desconfianza. Estos movimientos de 1968 vinieron por un momento a revitalizar en toda
Latinoamérica las esperanzas revolucionarias. Retrospectivamente, se ve que en realidad
anunciaban el comienzo de su curva descendente, y ello no sólo porque todos los sistemas
cuestionados lograron sobrevivir al tumultuoso desafío de 1968. Paradójicamente, el hecho de que
en la mayoría de los casos el orden establecido tuviese que, para superar esta crisis, perder
legitimidad, tampoco iba a fortificar a los sectores revolucionarios latinoamericanos, cuya
legitimidad ya desde antes de 1968 había aparecido como muy limitada. Mientras que la pérdida de
legitimidad del orden establecido no bastó para destruirlo, esta pérdida de legitimidad suponía un
golpe fuertísimo a las tendencias revolucionarias latinoamericanas. Esta mengua de la legitimidad
revolucionaria en parte se explica porque, si bien los movimientos revolucionarios latinoamericanos
no necesariamente se identificaban con el “socialismo real” (el de la URSS y Europa del Este), las
alternativas revolucionarias a ese socialismo real (como hasta 1967/8 había intentado Cuba, que
ahora estaba subsumida a la URSS) se mostraban ficticias. Por su parte, el socialismo real era cada
vez menos percibido como una etapa superadora del capitalismo. Así, entrados los ´70 ese verano
económico que había comenzado en 1945 parecía extinguirse. Ello se manifestaba en la
inconvertibilidad del dólar en oro, por parte del presidente norteamericano Nixon, en 1971, que
destruía el sistema monetario mundial acordado en 1944 en Bretton Woods. La iniciativa de Nixon
buscaba adaptarse a la pérdida del predominio abrumador que la economía norteamericana tenía
en 1945. Otro signo del derrumbe del orden de postguerra fue la crisis del petróleo de 1973, que
puso en entredicho la relación entablada entre el mundo desarrollado y la periferia a partir de
1945. La crisis del petróleo tiene que ver con el conflicto árabe-israelí, que no profundizaremos. Lo
cierto es que la venta de este mineral a precios exorbitantes superó por mucho las expectativas de
los países exportadores. La crisis del petróleo era un contraejemplo a la teoría de Prebisch y de la
dependencia, ya que mejoraba sustancialmente los términos del intercambio para los países
productores de materias primas (en este caso, de petróleo). Estas dos novedades (inconvertibilidad
del dólar y crisis del petróleo) que manifiestan este nuevo clima económico. Así, a principios de los
´70 se cerraba esa anunciada década de decisiones que había sido 1960. Esta década se cierra no
porque estas decisiones hayan sido resueltas, sino más bien porque se ha desvanecido la coyuntura
mundial que hacía parecer a la vez urgente y posible afrontar esas decisiones. Se inauguraba,
entonces, hacia 1970, un período de incertidumbre. 2) Los tiempos que corren Hacia 1970, si bien
no se han agotado los impulsos reformistas surgidos en 1960, el orden mundial que tras 25 años de
avance espectacular todos tenían ya por definitivamente consolidado, comenzó a sufrir
transformaciones radicales, que pronto incidirían decisivamente sobre Latinoamérica. En la
economía, como se dijo, el fin de los “25 años 2 En mi opinión, esta reforma de la Iglesia tiene que
ver con el contexto de Estado de Bienestar o “capitalismo humanizado” de la época, al cual la
Iglesia buscaba estar en consonancia. Quizá esto tenga que ver con la mayor preocupación por los
pobres. 42 lOMoARcPSD|3879380dorados” se expresaba en la inconvertibilidad del dólar en oro y
en la crisis del petróleo de 1973. Se abría así la transición hacia una etapa marcada por una
sucesión de cambios súbitos en el clima económico, cuyo impacto sería en muchos casos más
intenso en América Latina que en el centro de la economía. Además, debajo de estos cambios
comenzaron a darse transformaciones más lentas y graduales en el subcontinente, que emergerían
más adelante. La crisis del petróleo tiene que ver con varias cuestiones. Una ya ha sido señalada y
tiene que ver con el conflicto árabe-israelí. La otra tiene que ver con las economías de los países
desarrollados durante 1945-70, que habían crecido más rápidamente que los recursos necesarios
para sostenerlas. Ello se tradujo en un alza gradual de precios de alimentos y materias primas. El
precio del petróleo permaneció relativamente estable durante ese período y se disparó en 1973,
introduciendo a la economía mundial en una etapa de crecimiento mucho más lento e irregular,
incrementando la “estanflación” (estancamiento con inflación) a nivel mundial. Tanto los países
desarrollados como los socialistas y los subdesarrollados vieron mermada su tasa de crecimiento.
En ese contexto, se da una consecuencia paradójica para el mundo subdesarrollado. El nacimiento
de la OPEP, que parecía iniciar una tendencia de mejora en los términos del intercambio con los
países centrales, no fue tan beneficioso como se podría suponer, ya que la recesión mundial que
terminó por provocar se tradujo en una caída de la demanda de materias primas, afectando los
precios y volúmenes de exportación. Por otro lado, la crisis de petróleo transfirió de los países
consumidores de este hidrocarburo a los países productores una enorme masa monetaria, que
ahora no tenían dónde ubicarla (invertirla en estos países productores podría haber tenido
consecuencias gravísimas). En consecuencia, existía una gigantesca masa de capitales disponibles a
tasas de interés excepcionalmente bajas. Esto, sumado a la recesión en los países centrales, llevó a
que estos flujos de capitales se orientaran hacia los países socialistas y hacia los latinoamericanos,
en forma de préstamos a corto y mediano plazo. Más que EEUU, los países más afectados por la
crisis del petróleo fueron Japón y, sobre todo, los de Europa Occidental, que casi no disponían del
crudo. EEUU, por su parte, no la sufrió tanto dado que en su territorio producía una importante
cantidad del hidrocarburo. De esta manera, EEUU recuperó las posiciones perdidas en la tasa de
crecimiento durante 1945- 70 respecto a los países europeos. Esto también estuvo influido por la
manipulación del dólar que logró hacer EEUU luego de abandonado la paridad fija con el oro en
1971; así, EEUU podía devaluar el precio del dólar haciendo a su economía más competitiva. A la
vez que EEUU se esforzaba, hacia fines de los ´70, por controlar la creciente inflación, subiendo
drásticamente las tasas de interés (y afectando consiguientemente al empleo y el ingreso), en
1978/9 se dio la segunda crisis del petróleo. Ahora, el destino de los capitales era
predominantemente EEUU (en parte, por sus más altas tasas de interés), afectando el flujo de
créditos a los países latinoamericanos. Por otro lado, algunos países periféricos, como los del
sudeste asiático, comenzaban a perfilarse como nuevos polos industriales, con mano de obra
barata, competidores de los países desarrollados. En esta coyuntura, también, la URSS dejaría de
tener la influencia que por un momento había llegado a tener, en América Latina, durante los ´60.
Ahora, EEUU reafirmaba aún más su hegemonía sobre el subcontinente. Por otra parte, la Iglesia,
sobre todo a partir del papado de Juan Pablo II a partir de 1981, comenzó a tener una posición cada
vez más tradicionalista y autoritaria, a diferencia de la modernización que había experimentado
durante los 60. Juan Pablo II combatirá (y con éxito) a los Teólogos de la Liberación. De esta
manera, las ideologías que podían presentarse como alternativas al sistema, fueron perdiendo
gravitación en la nueva década. Nixon, presidente republicano de EEUU entre 1969-74, adoptó una
política respecto de América Latina de bajo perfil; esto, de ninguna manera, suponía dejar de
intervenir cuando fuera necesario (como en el caso de Allende en 1973 en Chile). Esto no deja de
estar asociado a que, como dice Rouquié, el militarismo reformista peruano, boliviano, ecuatoriano
y panameño es el fruto de una coyuntura nacional e internacional específica (1968-72). Esta
coyuntura está caracterizada por un clima de distensión en el continente (ese bajo perfil de EEUU),
que está asociado a que EEUU ahora está focalizado en Vietnam y Medio Oriente más que en Cuba;
además, Cuba ahora entra en la fase de “socialismo en un solo país” y no pretende extender la
revolución a los demás países latinoamericanos. De este modo, Cuba y EEUU entran en una fase de
convivencia tácita. Esta distensión continental durará hasta 1973, 43 cuando se endurecerán las
posiciones nuevamente y se darán las dictaduras más sangrientas de todas (Chile, Argentina,
Uruguay). Tras la renuncia de Nixon por un escándalo político (el Watergate) en 1974, a la vez que
la situación en Vietnam era completamente adversa, lo sucedería Ford, que completaría su
mandato (1974-77), para luego ser seguido por el demócrata Carter (1977-81), quien levantaría la
bandera de la defensa de los derechos humanos. Nuevamente, esto sería limitado, ya que Carter no
se desvivió por (o al menos no logró) eliminar a los gobiernos dictatoriales latinoamericanos. De
hecho, el gobierno de Carter apoyaría al régimen dictatorial somocista en Nicaragua. En 1981,
Carter era derrotado en su tentativa de reelección y triunfaba el republicano neoconservador
Reagan, quien gobernaría hasta 1989. Reagan no seguiría con el discurso de Carter a favor de los
derechos humanos y crítico de las dictaduras y, al contrario, retomaría a primer plano la lucha
anticomunista y antisubversiva. Sobre todo, el foco se trasladaba ahora hacia América Central,
donde en países como Guatemala, El Salvador o Nicaragua existían importantes movimientos
guerrilleros críticos del statu quo. En general, en estos países no existían gobiernos democráticos
sino, más bien, históricamente habían gobernado dictadores alineados con Washington. El énfasis
que ahora ponía Reagan en Centroamérica suponía también un menor interés en Sudamérica. Esto
se expresa en que EEUU no se preocupó demasiado por la guerrilla peruana (Sendero Luminoso) ni
porque la mayoría de los gobiernos sudamericanos se opusieran a su actitud en Centroamérica.
Sería erróneo, sin embargo, pensar la política norteamericana hacia América Latina como un
producto exclusivo de la ideología de la derecha republicana. También tuvieron que ver problemas
nacionales propios de EEUU: por ejemplo, un espíritu de derrota que persistía en la sociedad
norteamericana tras la derrota en Vietnam, y que buscaría ser superado. Ello, en parte, explica la
intervención de EEUU en la minúscula isla de Granada en 1983, que volvió eufóricos a los
norteamericanos. Otras preocupaciones que tenía (y tiene) EEUU eran la inmigración
indocumentada (sobre todo por parte de México) o el tráfico de drogas. Durante los 80 y los 90,
EEUU pudo imponer sus puntos de vista sobre estas materias (y sobre otras también) a los países
latinoamericanos, que la aceptaron sin demasiadas reticencias. Esta “aceptación acrítica” de las
órdenes de Washington, por parte de los países latinoamericanos, no sólo tiene que ver con la
hegemonía norteamericana (siempre presente) o con la necesidad, por parte de estos países, de
conquistar el favor de EEUU para los problemas de la deuda externa. Sobre todo tiene que ver el fin
de las ideologías alternativas al sistema que pregonaba EEUU. La pérdida de estos horizontes
ideológicos no tiene sólo que ver con la decadencia del socialismo real; también está muy influida
por la trágica derrota que estas ideologías sufrieron en el plano local. En suma, los ´80 serían una
década de intensísima crisis económica y financiera en una Latinoamérica en transición (económica,
de un modelo de acumulación a otro, y política, de dictaduras a democracias). Esta Latinoamérica,
que ahora era un continente muy densamente poblado, se prestaba a navegar por aguas turbias.

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