Está en la página 1de 3

En defensa del anarquismo, de Robert Paul Wolff.

El autor tiene en mente un problema que para él es el problema fundamental de la filosofía


política: cómo la autonomía moral de los individuos puede ser compatible con la legítima
autoridad del Estado. Wolff de antemano asegura que no es compatible y que, por lo tanto,
la única doctrina política coherente con la autonomía del individuo es el anarquismo. De ahí
el título del libro.
Para justificar esta respuesta el autor comienza analizando qué significa el Estado.
Para ello recurre a la definición de política: el ejercicio del poder del Estado. Vale destacar
que no estoy ni cerca de acuerdo con esta definición. Pues bien, Wolff asegura que el Estado
es un grupo de personas que ejercen autoridad suprema dentro de un territorio
determinado; así, la característica distintiva del Estado es la autoridad suprema, o
soberanía. Aquí hace una distinción importante: la autoridad es el derecho a dar órdenes y
el derecho a ser obedecido; a diferencia del poder, que es la capacidad para obligar el
cumplimiento de una orden. Distinción que vale la pena destacar ya que no es lo mismo
reconocer el derecho a mandar que obligar a hacer lo que se manda. Sin embargo, creo que
el autor se mete en una situación tenebrosa: nos dice que si un ladrón le pide su billetera él
se la dará no porque crea que el ladrón tiene el derecho a pedirle su billetera y él la
obligación de dársela, sino porque es preferible perder dinero a perder la vida. Y luego
menciona el autor que en el caso de los impuestos, él los paga, aunque no quiera, o aunque
pueda engañarlo, porque sabe que el Estado tiene autoridad para hacerlo. Pero, de hecho,
yo creo que no sucede así. De hecho yo creo que sucede que la persona común y corriente
no piensa que el Estado esté autorizado a cobrar impuestos.
Esta autoridad suprema significa que el Estado tiene autoridad última sobre todos
los asuntos que ocurran en su jurisdicción. Pero, se pregunta brillantemente el autor, ¿qué
asuntos son del Estado y cuáles no? ¿En qué condiciones y por qué motivos una persona
tiene autoridad sobre otra? ¿Existen principios morales que guíen al Estado? Para
responder a esto, tenemos que demostrar que pueden existir comunidades humanas en las
que algunos integrantes tienen el derecho moral de gobernar.
Ahora bien, una vez reconocida la razón de la existencia del Estado, Wolff se propone
explicar lo que para él es la esencia de la filosofía moral: la autonomía de las personas. Para
ello comienza diciendo que las personas son responsables de sus actos. Esta afirmación,
siguiendo al pensador, no significa que siempre actuamos de la manera correcta, sino que
las decisiones que tomemos son autónomas. Por eso, como decía Kant, la autonomía es una
combinación de libertad y responsabilidad. Así, una persona puede hacer lo que otra le diga,
pero no porque esa persona le dijo que lo hiciera. Siguiendo este razonamiento, siempre
somos libres. No somos el deseo de otra persona. Aunque como lo reconoce Wolff, no ser
el deseo de otra persona, no significa que las personas no puedan ceder parte de su
autonomía. De hecho, según el autor, lo hacemos constantemente. Pone el ejemplo del
doctor a quien le hacemos caso incondicionalmente.
El presupuesto fundamental de la filosofía moral es que los seres humanos son
responsables de sus acciones, esto significa que las personas son capaces de decidir cómo
actuar. Esto significa la autonomía. Esto no significa ni que las personas siempre actúen
bien, ni que razonen correctamente, sólo significa que todas las personas somos capaces
de asumir nuestra responsabilidad sobre nuestras decisiones. Para la persona autónoma,
no hay órdenes. Si una persona ordena algo, en realidad la persona que hace la acción es la
que tiene la decisión de obedecerla o no. Si una persona me manda y hago eso que me
indica, no es que yo lo obedezca, sino que he tomado la decisión de hacer lo que dice. Una
persona puede hacer lo que otro le diga, pero es responsable no porque se lo hayan dicho,
sino porque ella decidió hacerlo. No porque se admita que una persona tiene autoridad
sobre otra.
Tomando en cuenta estas dos posturas, el autor menciona que hay una
contradicción latente, porque una persona, y por ende autónoma, resistirá los reclamos del
Estado para tener autoridad sobre ella. Esa persona negará que tiene el deber de obedecer
las leyes solamente porque esas son las leyes del Estado. Hay una contradicción entre la
autoridad del Estado, o sea el derecho a gobernar, y la autonomía de las personas, es decir,
el rechazo a ser gobernado. Un individuo autónomo rechaza la obligación de obedecer leyes
por el simple hecho de que son leyes. Una persona puede hacer lo que diga el Estado, pero
no pensará que son órdenes legítimas. No podemos reconocer la moralidad de la autoridad
del estado. Toda autoridad es ilegítima. Por eso, el autor menciona que el anarquismo es la
única forma política de ser compatible con la autonomía.

También podría gustarte