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Voces: PROYECTOS DE REFORMAS AL CODIGO CIVIL ~ REFORMA DEL CODIGO CIVIL ~ CODIGO

CIVIL ~ UNIFICACION CIVIL Y COMERCIAL ~ SOCIEDAD COMERCIAL ~ CONJUNTO ECONOMICO


~ UNION TRANSITORIA DE EMPRESAS ~ CONTRATO DE COLABORACION EMPRESARIA ~ LEY DE
SOCIEDADES COMERCIALES ~ SOCIEDAD CIVIL ~ OBJETO SOCIAL ~ SOCIEDAD DE HECHO ~
SOCIEDAD IRREGULAR ~ CAUSA FIN ~ PERSONA JURIDICA ~ INSCRIPCION REGISTRAL ~
INSCRIPCION DE SOCIEDADES
Título: Las sociedades de la seccíón IV del Proyecto de Código
Autor: Manóvil, Rafael M.
Publicado en: LA LEY 24/10/2012, 24/10/2012, 1 - LA LEY 24/10/2012, 24/10/2012, 1
Sumario: I. Introducción.- II. El régimen societario vigente y su diferencia respecto de los contratos de
colaboración.- III. Continuación: la comunidad de substancia entre la sociedad civil y la comercial.- IV.
La metodología del Proyecto en materia de sociedades y de contratos asociativos.- V. Respuestas a ciertos
interrogantes.- VI. Cierre.

Abstract: Tanto los Proyectos de 1993 y 1998, como el actual sustituyeron la actual nulidad de la sociedad
atípica del Art. 17 LSC por la consecuencia de no producir los efectos propios del tipo y de quedar regida por la
Sección IV, es decir, por las normas que reemplazan a las actuales sobre sociedades no constituidas
regularmente.
I. Introducción
Como era de esperar, la redacción de un Anteproyecto de Código unificado, su presentación al Poder
Ejecutivo, las enmiendas hechas en el ámbito de este último y, finalmente, la remisión al Congreso de un
Proyecto cristalizado, sacudió al mundo jurídico nacional. En todos los ámbitos, se habla, se discute, se
polemiza, se estudia y se escribe sobre los más variados aspectos del Proyecto, a veces con aportes valiosos,
otras con comentarios superficiales o sólo puntuales, otras más con centro en cuestiones ideológicas, sin olvidar
las metodológicas, como las que versan sobre la conveniencia de redactar un Código totalmente nuevo o de
innovar y fusionar normas e institutos sobre el Código Civil existente, como lo hicieron los proyectos de 1987 y
1993.
Estas líneas no pretenden pasar del nivel de los comentarios superficiales y puntuales, porque se limitarán a
contrastar ideas publicadas en algunos comentarios y notas críticas. Dejaré de lado la temática de la primera de
esas notas, la de la sociedad unipersonal, materia respecto de la cual soy partidario de su irrestricta aceptación
para todos los tipos sociales, sin condicionamientos ni diferenciaciones y, por supuesto, sin la anormal
limitación al tipo anónimo y el absurdo encuadre de la sociedad anónima unipersonal como supuesto de control
estatal permanente regido por el Art. 299 LSC.
Hace pocos días presenté una comunicación a la Academia Nacional de Derecho y Cs. Sociales de Buenos
Aires sobre algunos de los temas societarios del Proyecto, todavía no publicada, de la cual por fuerza deberé
repetir aquí algunos datos y conceptos, imprescindibles para la presente exposición.
II. El régimen societario vigente y su diferencia respecto de los contratos de colaboración
En el derecho vigente, y al margen de ciertas regulaciones especiales como las sociedades de la Ley de
Navegación y las mineras, las sociedades están regladas en dos cuerpos separados: en el Código Civil, las
sociedades civiles; y en la Ley de Sociedades Comerciales, las sociedades comerciales. Con alguna excepción
aislada, la casi totalidad de la doctrina está conteste en que la sociedad civil debe, necesariamente, tener por
objeto la realización de actividades civiles. (1) Estas actividades son definidas por exclusión, es decir, civiles
son todas aquellas que no son comerciales y éstas son las que realizan o se proponen realizar en forma habitual y
profesional actos de comercio naturales (2) contenidos en la enumeración del Art. 8º del Código de Comercio.
En el sistema de la LSC la comercialidad de las sociedades se determina por su forma y no por su objeto: la
adopción de uno de los tipos reglados en la LSC determina su comercialidad, aunque su actividad sea civil. Ello
es así aun con relación a las sociedades instrumentadas pero que no se hallan regularmente constituidas. En
cambio, como excepción a la regla y por imponerlo la realidad, las sociedades de hecho serán mercantiles
solamente si su objeto es también mercantil. En caso de que su objeto sea civil, la sociedad será una sociedad de
hecho civil.
Es bien sabido que, a diferencia de lo que acontece respecto de las sociedades civiles, el régimen de la LSC
para las sociedades no constituidas regularmente, pese a reconocérseles la calidad de sujeto de derecho, es
extremadamente severo: responsabilidad ilimitada y solidaria de todos los socios por todo el pasivo social,
responsabilidad ilimitada y solidaria de quienes actúen por la sociedad, inoponibilidad del contrato frente a
terceros, imposibilidad de adquirir bienes registrables y, sobre todo, inexigibilidad del contrato entre los socios,
consecuencia lógica de la facultad de cualquiera de ellos para exigir su inmediata disolución. (3) El propósito
del legislador ha sido desalentar la constitución de esta clase de sociedades en favor de la adopción de tipos

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regulares inscriptos en el Registro Público de Comercio. No obstante, la realidad y también los costos y las
dificultades reglamentarias opuestas por las autoridades registrales para lograr la inscripción de sociedades,
pudieron más que la voluntad legislativa, y la informalidad societaria sigue siendo un dato insoslayable de la
actualidad. Un sector de la doctrina ha sido crítico de la severidad de este régimen, en particular en lo referido a
la inexigibilidad del contrato entre los socios, la cual puede llevar a comportamientos reñidos con el principio
general de la buena fe.
La opción del legislador de imponer para las sociedades comerciales el requisito de la tipicidad, ello en pro
de la seguridad jurídica, lo llevó a establecer la nulidad insubsanable de las sociedades atípicas y de las que
contuvieran elementos ajenos al tipo elegido (Art. 17 LSC). Las sociedades a las que les falten elementos
esenciales no tipificantes, también son nulas, pero admiten subsanación. (4) De modo que existen regímenes
diferenciados para los supuestos de defectos substanciales -sean tipificantes o no-, cuya consecuencia es la
nulidad que debe ser judicialmente declarada, y para los que genéricamente la LSC denomina sociedades no
constituidas regularmente. La ley admite que estas últimas sigan desarrollando su actividad mientras un socio no
exija su disolución: ningún tribunal puede disponer su cese por motivo alguno que no sea, precisamente, el
pedido de disolución formulado por un socio. Cabe adelantar ya aquí que, contrariamente a alguna opinión que
se ha vertido, el régimen de la irregularidad se refiere a la ausencia de cualquier requisito formal (5), y no sólo al
recaudo de la inscripción en el Registro Público de Comercio, aunque sea éste el supuesto más frecuente.
Aunque en el plano de los conceptos no sea difícil distinguir los supuestos de defectos formales respecto de
los defectos substanciales, ni tampoco establecer que en este último caso la consecuencia es la declaración de
nulidad mientras que en el primero no hay nulidad alguna (6), las consecuencias prácticas de un caso respecto
del otro no son tan diferentes como puede parecer a primera vista. Ello deriva de un dato sobre el cual existe
amplio consenso en la doctrina: las nulidades societarias nunca tienen efecto retroactivo (7), y no se aplica lo
dispuesto en el Art. 1050 del Código Civil: es conceptual y materialmente imposible volver las cosas al mismo o
igual estado en que se hallaban antes del acto (el contrato de sociedad) declarado nulo. De ello deriva que no se
invalida la actuación que haya tenido la sociedad desde el momento de su constitución hasta el de la declaración
de su nulidad. (8) Ante la ausencia de disposiciones especiales para el caso, a la hora de establecer cuál es el
régimen aplicable a las relaciones de esa sociedad con los terceros, se impone recurrir al mismo régimen que
regla el supuesto de las sociedades que existen o han existido de hecho, o sea, precisamente, el de los Arts. 21 y
sigtes. de la LSC para las sociedades no constituidas regularmente.
En lo que concierne a los contratos de colaboración empresaria, es preciso destacar que antes de la reforma
de la LSC por la ley 22.903 los mismos, cualquiera fuera su modalidad, aún en ausencia de tipificación y de
regulación especial, eran plenamente válidos. (9) Ello así por aplicación de lo establecido en el Art. 1143 del
Cód. Civ., que admite los contratos innominados, a los cuales también otorga fuerza obligatoria el Art. 1197 del
Cód. Civil. Al respecto, no por conocido deja de ser interesante recordar la nota de Vélez Sarsfield que
ejemplifica, precisamente, con un contrato que en la terminología moderna puede llamarse de colaboración
empresaria. Citando a Duranton, transcribe: "suponed que dos vecinos, cada uno de los cuales no tiene sino un
buey, convienen que el uno se lo preste al otro durante una semana para trabajar su campo, y que este último le
dará el suyo a su turno la semana siguiente. Esta convención no es un alquiler, porque el precio no es dinero; no
es tampoco un préstamo, porque tal contrato no es a título gratuito de una y otra parte; tampoco es un cambio,
porque la propiedad no es traspasada; ni sociedad, porque el convenio es hecho en mira de intereses distintos y
separados. Sería un contrato innominado".
Cuando, como consecuencia de los reclamos de la doctrina, se aprovecha la oportunidad de las reformas a la
ley societaria para introducir en el cuerpo de la LSC las figuras de la Agrupación de Colaboración y de la Unión
Transitoria de Empresas, con caracterización de contratos y expresa negación de toda calidad de sociedad, y con
también expresa exclusión de la atribución de la condición de sujeto de derecho, no se derogó la expresada
libertad de contratación de las partes que quisieran reglar sus relaciones de modo diferente a las nuevas figuras
tipificadas. Aunque mediaron algunas vacilaciones en la doctrina (10), ello también proyecta consecuencias
sobre eventuales apartamientos respecto de lo reglado en esas normas, en especial sobre la irrelevancia de su
falta de inscripción en el Registro Público de Comercio, excepción hecha de la inoponibilidad del contrato a los
terceros. (11)
Consecuencia de lo apuntado en materia de exigencia de tipicidad para las sociedades comerciales y de
libertad de configuración para los contratos que no son sociedad, se impone una distinción clara entre ambas
categorías. Esta distinción necesariamente gira en derredor de la caracterización legal de la sociedad porque si,
en un caso concreto, bajo la apariencia de otra figura, lo contratado es una sociedad, se aplicarán las normas
relativas a ésta, en particular las que establecen efectos para los supuestos de defectos substanciales o formales.
Ello será así aunque se trate de contratos de colaboración reglados que se hayan inscripto en el Registro Público
de Comercio, inscripción que, ciertamente, no es saneatoria de ningún vicio ni tiene aptitud modificatoria de la
real naturaleza de un determinado contrato. En otros términos, se aplicará, cuando menos, el régimen de los

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Arts. 21 y sigtes. LSC. Ello va incluso más allá del severo régimen de estas normas porque, a partir del
reconocimiento de su condición de sociedad, serán también tenidas como sujeto de derecho y, en tanto tales, son
sujetos concursales: puede decretarse su quiebra, y en razón del régimen que las rige, se aplica la extensión de la
quiebra a todos los socios en los términos del Art. 160 LCQ.
Aun a riesgo de incurrir en la repetición de conceptos ya señalados en pasadas publicaciones, se hace
imprescindible reiterar las características que en nuestro derecho vigente diferencian los contratos de
colaboración de la sociedad. Los atributos de la personalidad, entre ellos la separación patrimonial, el
establecimiento de la relación entre cada parte y el nuevo sujeto de derecho, así como la necesidad de una
organización jurídica para la formación y expresión de su voluntad, conforman un espectro de características
propias y diferenciales de la sociedad. Así, en ésta:
(i) La relación sinalagmática no se establece entre las partes, sino entre cada una de ellas, o sea, entre cada
socio y el sujeto societario. Este es el destinatario de las prestaciones comprometidas. En cambio, de los
contratos asociativos y de colaboración no surge sujeto alguno, por lo que la relación jurídica, aun destinada a
una finalidad común, se establece entre las partes o miembros de aquellos.
(ii) En la sociedad se crea y existe durante toda su vigencia una organización jurídica (12) sin la cual la
sociedad no podría formar ni expresar su voluntad en el mundo jurídico en el cual se inserta y actúa, ello como
consecuencia de su calidad de sujeto de derecho. En los contratos asociativos y de colaboración, en cambio, no
se estructura organicidad jurídica alguna (13): los derechos y obligaciones recaen directamente en la persona de
cada una de las partes y la actuación común se rige por las reglas del mandato y la representación.
(iii) Del atributo de la personalidad deriva que la sociedad es titular de un patrimonio propio, formado por
los aportes de los socios pero separado del de éstos. En los contratos asociativos y de colaboración, en cambio,
las prestaciones de las partes no se dirigen a ente alguno. Las contribuciones al denominado fondo común
operativo están destinadas a cubrir las erogaciones para posibilitar el desarrollo del negocio, pero no forman un
patrimonio diferenciado del de sus miembros. Ese fondo operativo tiene la naturaleza de una comunidad de
bienes indivisible mientras dura el contrato. No existe, por tanto, transmisión de bienes de las partes a otro
sujeto de derecho, como en la sociedad.
(iv) La gestión del patrimonio de la sociedad y la de su actividad empresaria es inescindiblemente común.
Esa actuación como unidad es incompatible con que cada socio realice en forma jurídicamente separada una
parte de la actividad. No sucede lo mismo en el contrato de colaboración, en el cual, precisamente, coexisten
actividades empresarias separadas que confluyen sólo en alguno de sus aspectos.
(v) Es central a su naturaleza que en la sociedad exista un riesgo común: siempre e indefectiblemente los
socios corren el riesgo en común, lo cual es la causa-fin de aquélla (14), y su matiz diferenciador. (15) La
traducción normativa de ese principio liminar es el Art. 1º LSC en cuanto establece el principio de la vocación a
la participación en las utilidades comunes y el deber de soportar las pérdidas ocasionadas por la actividad
común. (16) Esta vocación común al resultado del riesgo corrido también en común es el dato que demuestra el
interés cualitativamente idéntico de todos y funda esa igual calidad de los derechos de los socios en el seno de la
sociedad. Estos conceptos, que no pueden desvincularse, admiten, dentro de ciertos límites, cuantificaciones y
graduaciones, y es lógico que así sea. Pero ninguno de ellos puede ser suprimido. El socio no puede ser liberado
del riesgo, ni ser investido del derecho a apropiarse de todo el beneficio, lo cual es garantizado por las normas
que condenan la sociedad y las cláusulas leoninas (Cód. Civ., Arts. 1650 a 1653; LSC, Art. 13). En
consecuencia, nunca podría haber utilidades para un socio y pérdidas para otro. En los contratos asociativos y de
colaboración, la porción de la actividad que realizan en común puede generar utilidad para una parte y pérdida
para otra. (17)
(vi) En la sociedad, porque hay un riesgo común y, consecuentemente, un destino común, porque la calidad
genérica de los derechos de todos es igual y porque aquel riesgo depende de la gestión también común del
patrimonio formado por los aportes puestos en común, existe un interés común. Cada socio tiene su propio
interés personal, y éste puede estar determinado por múltiples y complejos datos que le son inherentes y
privativos. La sociedad, como entidad jurídicamente independiente, confrontada con el mundo jurídico externo a
ella, también exhibe intereses que le son propios. Ello deriva de su propia condición de centro de imputación de
derechos y obligaciones. Hay terceros ajenos al ámbito jurídico-societario en sí mismo que tienen intereses en la
sociedad (acreedores, trabajadores, poder público, ámbito social y económico de actuación de la sociedad, la
comunidad en general, etc.). Empero, en el plano de las relaciones societarias, aquel interés común derivado del
riesgo y de la vocación a soportar las pérdidas y a participar de las utilidades, fundamento de la igual calidad de
derechos (18), forma parte de la causa-fin de la sociedad. Es en este sentido que se habla del interés social,
entendido en su versión contractualista como el común denominador del interés jurídico de todos los socios en
la sociedad.
(vii) El principio de tipicidad, como ya se señaló, implica una limitación a la libertad contractual, libertad
que para las sociedades es excluida por el numerus clausus (19), pero que rige inalterada para los contratos de
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colaboración, como también ya se señaló.
En conclusión: estas diferencias de naturaleza determinan que las figuras societarias no son libremente
intercambiables con los contratos asociativos o de colaboración. Aunque sea admisible que las partes elijan una
forma societaria para estructurar negocios de colaboración, la inversa es ilegítima. Si las partes organizan
actividades empresarias comunes, con riesgo y gestión compartidos, estarán estructurando un vínculo jurídico
que, por su esencia, es una sociedad y, aunque le otorguen la forma de un contrato asociativo o de colaboración,
esté o no normativamente tipificado, y así lo inscriban en el Registro Público de Comercio (20), tal vínculo será
definitivamente una sociedad dotada, como tal, de personalidad jurídica, y no un contrato de colaboración.
III. Continuación: la comunidad de substancia entre la sociedad civil y la comercial
Cuanto se señaló en el apartado precedente para la sociedad comercial se aplica inalterado a la sociedad
civil, cuya causa-fin es idéntica a la de primera. Cuanto autor se consulte al respecto en el ámbito nacional, sea
en el marco del derecho civil como del comercial, no establece otras diferencias más que las relativas al objeto,
o a la forma (del modo referido más arriba) y, eventualmente, a las diferencias de régimen entre unas y otras.
Las definiciones del Art. 1648 del Cód. Civil y del Art. 1º LSC son en substancia coincidentes en cuanto a
los elementos que atribuyen a unas y otras sociedades. (21) No existe una diferencia esencial como en el Código
Civil alemán de 1900 (BGB) o en el Código suizo de las Obligaciones de 1936 en cuanto contienen para las
sociedades civiles una definición de amplitud desconocida en nuestro derecho. Establecen estos cuerpos legales
que "por el contrato de sociedad los socios se obligan recíprocamente a la consecución de un fin común al que
deben contribuir en la forma determinada por el contrato, en particular, realizando las aportaciones pactadas"
(BGB, § 705) y que "la sociedad es un contrato por el cual dos o más personas convienen en unir sus esfuerzos o
sus recursos en vista de obtener una finalidad común" (Código suizo de las Obligaciones, Art. 530, primer
párrafo; vale la pena señalar que el segundo párrafo de este último establece que "la sociedad es una sociedad
simple en el sentido del presente título, en tanto no presenta las características distintivas de una de las otras
sociedades regladas por la ley").
En cambio, el Código Civil italiano de 1942, al establecer que "con el contrato de sociedad dos o más
personas aportan bienes o servicios para el ejercicio en común de una actividad económica con la finalidad de
dividir las utilidades" (Art. 2247)se inscribe en un concepto más estricto: no le basta, como en el derecho
alemán y el suizo, que exista cualquier finalidad común, sino que exige el ejercicio en común de una actividad
económica con la finalidad de dividir las utilidades.
El Código Civil argentino y la LSC se inscriben, ambos por igual, en esta línea legislativa. El Art. 1648 Cód.
Civil describe el elemento causal al decir que las prestaciones de los socios se hacen "con el fin de obtener
alguna utilidad apreciable en dinero, que dividirán entre sí, del empleo que hicieren de lo que cada uno hubiese
aportado". Es decir, claramente, se trata del empleo hecho necesariamente en común de los aportes de los socios,
para obtener utilidades a repartir.
Si se compara esta definición con la del Art. 1º LSC, se advierte que éste, con mayor precisión terminológica
dice lo mismo: "... se obliguen a realizar aportes para aplicarlos a la producción o intercambio de bienes o
servicios participando de los beneficios y soportando las pérdidas". Es cierto que ya Halperín advertía -y luego
diversos otros autores- que la expresión de la LSC aventaja a la del Cód. Civil y supera las vacilaciones del
derecho italiano, en cuanto a que están comprendidos en la noción de beneficios aquellos no susceptibles de ser
repartidos: "puede ser el resultado de una investigación, o la oficina central para la contratación en interés
común de los socios, o para centralizar determinada especie de negociación o contratación, etc.". (22) Empero,
es evidente que esta mayor amplitud que admite la definición comercial respecto de la civil en cuanto a la forma
que adopte el beneficio económico resultante de la actividad de la sociedad, en nada altera la igual naturaleza de
la civil y de la comercial.
En consecuencia, si, como resultado de la unificación legislativa, se subsume lo que hoy es la sociedad civil
con su exigencia de que se trate de un lucro a repartir (23), en la noción más amplia de que el beneficio puede
no estar destinado a repartirse en dinero, sino constituir el aprovechamiento de las ventajas producidas en
común, se habrá pues ampliado el horizonte de las sociedades civiles, pero no se habrá generado una situación
en que éstas no puedan subsistir en las mismas condiciones en que hoy funcionan.
Es cierto, entonces, que, como subraya Vítolo (24), en la definición de la LSC aparece la descripción de la
actividad por medio de la cual se esperan obtener utilidades a repartir ("para aplicarlos a la producción o
intercambio de bienes o servicios") (25), dato ausente en la definición del Código Civil. Empero, por una parte,
este dato es un presupuesto lógico imprescindible para que se puedan generar utilidades que luego sean
susceptibles de ser repartidas. Si no hay alguna forma de producción o intercambio de bienes o servicios
destinados al mercado, por los que la sociedad obtenga una contraprestación, será imposible que se obtengan
utilidades. De modo que es presupuesto de la finalidad lucrativa que exista la producción o el intercambio que
permitan materializarla. (26) En otras palabras, que este concepto esté ausente del Art. 1648 Cód. Civ. no quiere
decir en modo alguno que se prevea una sociedad cuyas utilidades deriven de algo diferente que la muy genérica
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y amplia noción de producir o intercambiar bienes o servicios.
Por otra parte, la producción o el intercambio de bienes o servicios no constituyen un presupuesto de validez
de la sociedad comercial. Su ausencia no determina la nulidad de la sociedad, ni su ineficacia, ni se trata de un
elemento esencial de la sociedad. En el derecho argentino, a diferencia del italiano, la sociedad puede ser mera
receptora pasiva de un patrimonio sin que por ello deje de ser sociedad. Nótese que en el Código Civil italiano,
fuente relevante de la LSC, eL Art. 2248 dispone que la "la comunidad constituida o mantenida con el solo
objeto del goce de una o más cosas es reglada por las normas del título VII del libro III", o sea, por las normas
relativas a la comunidad y al condominio. De donde parece derivar que no sería admisible una sociedad, por lo
menos de las que no se corresponden a tipos regulares, que se limitara a ser titular de bienes. En nuestro derecho
no se reprodujo esa norma, lo cual resulta significativo. Por ello, la ausencia de actividad productiva, la ausencia
de empresa, recién adquirirá relevancia al tiempo de una pretensión disolutoria, o de que el juzgador deba
decidir si hace prevalecer la existencia de la sociedad o desestima su personalidad declarándola inoponible a los
efectos del caso concreto, eligiendo como más valiosa la realidad subyacente. (27)
No agotaré, por cierto, las citas de los autores que trazan paralelos entre sociedad civil y sociedad comercial.
Basta con algunas pocas, comenzando con la de Malagarriga, que escribió que "con relación a cuáles serían
comerciales y cuáles civiles, opino que las sociedades serían lo primero cuando se hubiese elegido para ellas
alguno de los tipos previstos en la ley comercial, o en una ley general como la de nuestro anteproyecto, que es,
precisamente, lo que propusimos Aztiria y yo". (28) Concepción parecida es la de Colombres, cuando afirma
que "la distinción entre sociedad civil y sociedad comercial constituye una calificación, no estructural, sino
contingente a una manera de darse el derecho privado". (29) Gagliardo, con apoyo en Videla Escalada, señala
que "los actos constitutivos de ambas sociedades son contratos que funcionalmente pueden tener la calidad de
plurilaterales, de gestión colectiva, asociativos o de organización; tienen, además, los mismos requisitos, pues la
pluralidad de personas y los aportes de cada uno de los socios constituyen el fondo social indispensable para la
obtención de beneficios a repartir. El propósito de lucro es un rasgo dominante y común" (30), ello al margen de
diferencias en cuanto a las formalidades y a la publicidad, así como a los distintos regímenes aplicables a unas y
a otras. Silvestre señala como elementos esenciales de la sociedad civil al aporte, al propósito de lucro, a la
división de las utilidades y de las pérdidas y a la affectio societatis (esta última con las dificultades propias de la
precisión de su concepto). (31) Si bien en otro aporte al mismo Código Civil comentado se dice que con el Art.
1º LSC se incorporan como elementos nuevos la tipicidad y lo que se llama "el germen del concepto de empresa
en su objeto" (32), no alcanza a señalarse una diferencia de substancia que justifique la algo arbitraria
afirmación de que se trata de "una diferencia que necesita ser armonizada", sobre todo a la luz de que el mismo
autor reconoce luego que "el propósito de lucro es, pues, de la esencia de la sociedad" y, en cuanto a la causa,
que "la finalidad de este contrato se encuentra en la obtención de utilidades". (33)
En el mismo sentido cabe citar la definición de sociedad civil propuesta por Spota, en cuanto dice que "la
sociedad surge de un contrato entre dos o más partes... que se obligan a poner en común bienes o servicios para
ejercer una actividad no mercantil, con el objeto-fin de dividir utilidades u obtener economía, contribuyendo
todos en las pérdidas, y que no se subsuma en ninguno de los tipos societarios reglados por la ley 19.550". (34)
De donde surge claro que, según este autor, la sociedad civil es un ente de igual naturaleza que la sociedad
comercial, excepto por el hecho de que no adopta uno de los tipos comerciales y de que su objeto debe ser
ejercer una actividad no mercantil.
Cabanellas de las Cuevas, en el marco de su minucioso análisis del concepto de sociedad, dice que "no
existe contradicción entre el régimen establecido por la LSC y las normas que en materia de societaria incluye el
Código Civil", así como que "la sociedad civil obra como un tipo dentro de la estructura societaria argentina".
(35) El mismo autor se encarga luego de demostrar que las aparentes diferencias entre sociedad comercial y
sociedad civil, a la luz de un examen más detallado, quedan achicadas (36) y, en rigor, limitadas al hecho de que
el Art. 1648 sólo admite que la utilidad a repartir entre los socios sea en dinero, mientras que el Art. 1º LSC
admite que la finalidad consista en un beneficio patrimonial de otra clase que los socios se atribuyan entre sí.
(37)
Todo ello demuestra a las claras la compatibilidad de las actuales sociedades civiles y comerciales y la
consiguiente facilidad para unificar sus regímenes. Prueba de ello fue la propuesta elaborada por un grupo de
societaristas (38), presentada en el Congreso de Derecho Comercial de octubre de 1990, en la cual, aun
manteniendo separados los Códigos Civil y Comercial, se proponía trasladar al cuerpo de la LSC la regulación
de las sociedades civiles. Los socios de la sociedad civil deberían ser sólo personas físicas y el objeto debía
consistir en el ejercicio de profesiones reglamentadas, actividades artesanales y las actividades en que lo
relevante o substancial sea el trabajo personal de los socios. (39) Se les aplicaría la parte general de la LSC y
podrían transformarse en sociedades de otro tipo.
La substancial compatibilidad de la sociedad civil con el régimen de la LSC fue también puesta de
manifiesto por los proyectos de unificación de 1993 (Comisión Federal) y 1998. En el texto de la ley de la cual

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tales proyectos se presentaron como Anexo, se estableció expresamente que "las actuales sociedades civiles
quedarán regidas por los artículos 21 a 26 de la ley 19.550, con el contenido previsto en el anexo II, y por las
disposiciones generales de dicha ley, conservando su personalidad jurídica sin solución de continuidad"
(Proyecto de 1993, Art. 5º; Proyecto de 1998, Art. 10º).
Lo expuesto echa por tierra una crítica en cuanto a la no recepción de la sociedad civil en el texto legal, a su
desaparición y, sobre todo, a su incompatibilidad con el régimen de la LSC. (40) Si bien es cierto que en el texto
del proyecto de ley que acompañó la remisión del Código Civil y Comercial al Congreso no aparece una norma
semejante a las señaladas en el párrafo anterior, por una parte, el reproche no es imputable a la Comisión
Redactora y, por la otra, es fácilmente subsanable en el ámbito parlamentario.
Aun en ausencia de una norma explícita como las de 1993 y 1998, la inteligencia del régimen no deja dudas
interpretativas acerca de que las sociedades civiles están comprendidas en la normativa de los nuevos Arts. 21 a
26, Sección IV del Capítulo I de la LSC. En efecto: como quedó demostrado con lo arriba expuesto, cualquier
sociedad civil encuadra en la definición de sociedad que proporciona el Art. 1º LSC. Tal sociedad civil no es,
por definición, una sociedad que haya adoptado uno de los tipos regulares legislados en el Capítulo II de la LSC.
El Art. 21 proyectado dispone que "la sociedad que no se constituya con sujeción a los tipos del Capítulo II"
(primer supuesto), "que omita requisitos esenciales" (segundo supuesto), "o que incumpla con las formalidades
exigidas por esta ley" (tercer supuesto), "se rige por lo dispuesto por esta Sección". La sociedad civil es,
entonces, sociedad que cuadra en el primer supuesto, y no existe margen para duda alguna en cuanto al régimen
normativo por el cual se rige.
IV. La metodología del Proyecto en materia de sociedades y de contratos asociativos
Dado el presupuesto de la unificación del derecho privado en un solo Código y la desaparición de la
distinción entre la materia civil y comercial, y dejando de lado toda consideración acerca de su conveniencia,
uno de los problemas relevantes que debieron resolver todos los proyectos elaborados con ese propósito fue el
de la unificación de los regímenes societarios para abarcar tanto las que hoy son las sociedades civiles como las
sociedades comerciales. En otros términos, todos los proyectos debieron resolver el problema de la necesaria
eliminación de la sociedad civil como tal, para subsumirla en alguna forma de sociedad general, residual,
simple, o sencillamente sociedad a secas, que sirviera para actividades que hoy tienen ambas clases de objeto,
comercial o civil, cuando no se hubiera adoptado alguno de los tipos regulares legislados en la hoy LSC.
Recuérdese que en este último caso, las sociedades son siempre comerciales, sin importar la naturaleza de su
actividad.
Una de las soluciones posibles hubiera sido establecer una enumeración de actividades, hoy consideradas
civiles, y reglarlas en especial con soluciones que, en lo substancial, respeten los rasgos substanciales de los hoy
Arts. 1648 a 1788 bis del Cód. Civil, con aplicación de la parte general de la LSC o con principios generales
propios, ello al estilo de los proyectos y propuestas mencionados en el acápite anterior y en la nota 37. Empero,
ninguno de los proyectos elaborados a partir de 1987 siguió esta metodología.
El Proyecto de 1987, tomando partido por caracterizar a la sociedad, por lo menos a las que no constituyen
tipos regulares de la LSC, como contrato asociativo, incluso como el contrato asociativo más característico, se
decidió por crear en el cuerpo del Código Civil unificado una figura residual que recogiera al mismo tiempo
todos los supuestos en que no se hubiera optado por alguno de esos tipos. Para ello utilizó el espacio dejado por
la derogación de las normas relativas a la sociedad civil y, en cuatro capítulos, regló disposiciones comunes a los
Contratos asociativos, normas sobre la sociedad a secas, sobre asociaciones y sobre sociedades y asociaciones
constituidas en el extranjero. Se pasaba de lo general a las distintas especies, incluida la sociedad. Pero no se
reglaba ningún contrato asociativo en particular, fuera de la sociedad a secas y algunas normas sobre
asociaciones. El ámbito de aplicación de estas normas era muy amplio para abarcar todo contrato plurilateral,
toda comunidad de derechos, toda asociación y toda sociedad "en cuanto no sean incompatibles con las reglas
especiales aplicables a las mismas". Todo ello en el marco de la libertad de formas, incluso la verbal, para todo
tipo de contratos asociativos.
Entre las notas salientes de lo que se había proyectado, cabe mencionar, entre otras, la supresión del Art. 17
LSC sobre nulidad de la sociedad y la normativa referida a las sociedades no constituidas regularmente,
supuestos todos respecto de los cuales se remitía a la aplicación de las normas proyectadas para la nueva
sociedad a secas, con el agregado de un nuevo sistema de regularización; la incapacidad de derecho del Art. 30
LSC quedaba limitada a las sociedades comerciales típicas, con lo que las sociedades por acciones podían ser
socias de la nueva simple sociedad; se suprimía la responsabilidad ilimitada y solidaria del socio aparente y del
socio oculto (Art. 34 LSC) y el régimen de la sociedad accidental o en participación -que se entendía subsumido
en la sociedad; se admitía la transformación de sociedades no regulares, incluida la simple sociedad, en
regulares típicas; permanecía en la LSC la regulación de las Agrupaciones de Colaboración y Uniones
Transitorias de Empresas, pero a la declaración de que "no constituyen sociedad ni son sujeto de derecho" se
agregó que ello era así solo "a los fines de esta ley", con lo que podían al mismo tiempo ser y no ser sujeto de

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derecho. Parecía estar así en contradicción con el propósito unificador, ya que de hecho se establecían dos
regímenes separados y aislados entre sí: por una parte, la sociedad a secas como figura comprensiva de todo
fenómeno asociativo, societario o no, y por la otra el de las sociedades regulares de la LSC. Estas últimas
seguían regidas por los principios de la parte general (Cap. I, LSC), pero la aplicación de la parte general
quedaba expresamente excluida para las sociedades del Código Civil, las cuales tampoco contarían ya con los
principios generales de la hoy sociedad civil.
El régimen mismo proyectado para la sociedad a secas fue llamativo y objeto de críticas. En las notas
explicativas se expresó que se pretendía abarcar el fenómeno asociativo con la máxima amplitud y para ello
"regresar al alcance que éstas (las sociedades) tenían ya en el derecho romano clásico (41) ", siguiendo a tal fin
el modelo del Código Suizo de las Obligaciones. Un punto especialmente crítico fue el relativo a la personalidad
jurídica, respecto de la cual se dijo que "no fue propósito de la reforma imponer la conclusión de que la
sociedad, en su nueva regulación, no es nunca una persona jurídica" (42), con lo que quedaba para el intérprete
de cada caso concreto decidir si las manifestaciones de separación patrimonial eran o no suficientes para
atribuir, o no, a la sociedad la condición de sujeto de derecho. Además de otras normas relativas a la
responsabilidad de los socios, el proyectado Art. 1664 establecía que "un socio puede convenir que su
contribución a las pérdidas se limite a su aporte". Es decir, eventualmente, todos los socios podían convenir en
limitar su responsabilidad por las pérdidas a la integración de su aporte, o sea, se podía llegar a crear una
sociedad de responsabilidad limitada sin inscripción, ni publicidad, ni sujeción a normas o recaudos de ningún
tipo (43), y ese hubiera sido, incluso, el régimen de una sociedad de responsabilidad limitada o anónima no
inscripta. La conclusión en que coincidió buena parte de la comunidad jurídica fue que no era éste el modo de
resolver la cuestión.
No obstante, también el proyecto de reformas a la LSC preparado por una comisión creada por resolución
MJ 465/91 previó la exclusión de las disposiciones de la parte general (Capítulo I) a todo supuesto que no fuera
el de las sociedades típicas del Capítulo II. En un nuevo Título II, bajo el nombre "De los negocios de
participación" (Arts. 339 al 366), que se aplicaría "a todo negocio en común o sociedad de hecho, contrato
asociativo, o acuerdo para constituir" una sociedad regular típica "que no se hubiere inscripto en el registro", se
previó que "los contratos legislados en este título no constituyen ni crean personas jurídicas ni sujetos de
derecho" (Art. 341), aplicándose en forma subsidiaria las reglas de los contratos (Art. 342). Pero subsistían en la
LSC la Agrupación de Colaboración y la UTE. En la misma línea, el proyecto de reformas al Código Civil
elaborado por la comisión designada por Dec. 468/92, incorporó un Título XXIV denominado "De los contratos
asociativos", cuyo Art. 1451 los definió como "aquellos en los cuales dos o más personas se ponen de acuerdo
para obtener, con esfuerzos o medios comunes, una finalidad común". De este modo las reglas que en el
Proyecto de 1987 se habían previsto para la sociedad, se convirtieron en reglas generales para los contratos
asociativos.
Con el Proyecto de 1993 elaborado por la denominada Comisión Federal se inauguró un cambio substancial
en la metodología, que fue la seguida tanto por el Proyecto de 1998 como por el actual. Se partió de la clara
separación de la esfera de la tipicidad societaria respecto de la libertad de configuración para las relaciones
contractuales asociativas y de colaboraciones innominadas, lo cual se estableció expresamente, igual que en el
proyecto actual, junto con la declaración de plena validez de su contenido aun cuando no se inscribieran en el
Registro Público. Se creó un capítulo sobre contratos asociativos, con exclusión expresa de las sociedades y con
incorporación de los contratos de esa clase ya legislados en la LSC. En cuanto a las sociedades, en lugar de crear
una nueva figura societaria en el cuerpo del Código, se unificó sobre la LSC. Ello obligó a resolver en su
articulado el problema de la desaparición conceptual y legislativa de la sociedad civil
En el espacio dejado por la derogación de la sociedad civil -recuérdese que el Proyecto de 1993 no fue un
Código nuevo sino que unificó sobre el cuerpo del actual Cód. Civ.- se redactó un título sobre Contratos
asociativos, en cuyo primer capítulo, dedicado en general a esta clase de contratos, sin definirlos, se declaró que
"no son sujetos de derecho ni se le aplican las normas sobre la sociedad" y se estableció que sus disposiciones
"se aplican a todo contrato de colaboración, plurilateral o de participación con comunidad de fines que no sea
sociedad" (Art. 1648). A diferencia del Proyecto de 1987, se dispuso que "a las comuniones de derechos reales y
a la indivisión hereditaria no se le aplican las disposiciones de los contratos asociativos ni las de la sociedad". El
Proyecto de 1998 adoptó literalmente los mismos textos (Art. 1333), y otro tanto hizo el Proyecto actual,
salvedad hecha de algunas palabras aisladas.
Los proyectos de 1993 y 1998 habían previsto una solución sumamente controvertida, por asistemática, al
disponer que "la existencia de un contrato asociativo excluye entre sus contratantes la invocación de sociedad",
con el confuso agregado de que "también lo excluye respecto de terceros que conocían ese contrato y es
presunción contraria respecto de otros terceros cuyos vínculos sean posteriores a la fecha cierta del instrumento
contractual" (Art. 1649, segundo y tercer párrafos, y Art. 1335 respectivamente). El desacierto era claro: por una
parte, se prefería el nomen juris elegido por las partes por sobre la realidad substancial del contrato; por la otra,

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se afectaba la nitidez de la línea divisoria entre contrato asociativo y sociedad. Incluso hubiera podido llegarse a
situaciones en que una misma relación jurídica fuera sociedad y a la vez no serlo, con la consecuencia de ser
regida al mismo tiempo por reglas diferentes. Por estos motivos fueron justificadamente eliminadas del Proyecto
actual.
Se trasladaron al cuerpo del Código tanto las reglas actuales sobre sociedades accidentales o en participación
-ello con el nombre de "negocios en participación"- como las relativas a los Contratos de Colaboración
contenidas en la LSC, ahora con el genérico título de "agrupaciones de colaboración" y de "uniones transitorias"
(Arts. 1652/5 y Arts. 1656/72 respectivamente). Lo mismo ocurrió en el Proyecto de 1998 (Arts. 1338/42 y Arts.
1343/59, respectivamente) y en el Proyecto actual (Arts. 1448/52 y Arts. 1453/69 respectivamente). En el
régimen legal aplicable a estas figuras las únicas innovaciones respecto de hoy vigentes consisten, en los tres
proyectos, en que se eliminó la restricción a sociedades y empresarios como sujetos habilitados a hacer uso de
esas formas contractuales -por lo que cualquier persona puede ser parte- y en que se liberalizó el uso de las
Uniones Transitorias, al pasar del singular al plural indeterminado el objeto de su utilización para obras,
servicios o suministros concretos. La única innovación del Proyecto actual respecto de los anteriores consistió
en incluir también la figura de los "consorcios de cooperación" (ley 26.005), bien que superando sus actuales
errores e incongruencias.
En lo que concierne al régimen societario, y al margen de la cuestión de la sociedad unipersonal, que no será
tratada aquí, debe destacarse que mientras el Proyecto de 1993 no innovó en materia de personas jurídicas, sí lo
hicieron el Proyecto de 1998 y el actual. Ambos introdujeron normas generales en materia de personas jurídicas
privadas (el primero en la Sección Cuarta en el Título II de su Libro II, Arts. 145 a 164; el actual en el Título II
del Libro I, Arts. 141 a 167). Por lo demás, tanto los Proyectos de 1993 y 1998, como el actual sustituyeron la
actual nulidad de la sociedad atípica del Art. 17 LSC por la consecuencia de no producir los efectos propios del
tipo y de quedar regida por la Sección IV, es decir, por las normas que reemplazan a las actuales sobre
sociedades no constituidas regularmente. Los tres proyectos, con muy pocas diferencias entre los de 1993 y
1998 comparados con el actual, utilizaron el espacio de los Arts. 21 a 26 para reglar la figura única que
comprenderá los casos de defectos formales o de fondo, de sociedades de hecho y de sociedades civiles. Se
pretendió así incorporar en este nuevo régimen a toda sociedad que, siendo tal por corresponder su naturaleza a
la caracterización del Art. 1º LSC, no haya adoptado alguno de los tipos regulares previstos en la LSC o en otras
leyes o, aún adoptando uno de esos tipos, no llegue a quedar constituida como sociedad regular (Art. 7º LSC).
En otras palabras, el régimen residual diseñado en el Proyecto de 1993, seguido a pie juntillas por el de
1998, es el que fue adoptado casi literalmente en el Proyecto actual. La comparación de los tres demuestra que
en esta materia no hubo innovaciones sino que la Comisión Redactora siguió criterios ya propuestos hace casi
dos décadas, criterios que en estos largos años no merecieron críticas fundamentales ni tan duras como las
formuladas en su tiempo al de 1987. Así, para comenzar, no queda duda alguna de que, conforme al Art. 2º LSC
las sociedades de la Sección IV son sujetos de derecho igual que las sociedades regulares típicas del Capítulo II
de la LSC. Los tres proyectos fueron consecuentes, también, en abandonar la errada noción de que la
personalidad otorgada a estas sociedades fuera precaria o limitada, como se predica en la Exposición de Motivos
de la LSC. (44) Consecuentes con este reconocimiento, contra la interpretación hoy imperante, los tres
proyectos permiten a estas sociedades la adquisición de bienes registrables, reglando las formalidades para ello,
lo cual constituye un significativo progreso sobre el régimen vigente.
El ámbito de aplicación de los Arts. 21 a 26 fue definido en los Proyectos de 1993 y 1998 para la "sociedad
que no se constituya con sujeción a los tipos previstos en el capítulo II", con expresa declaración de que "se
comprenden las sociedades que omitan requisitos esenciales, tipificantes o no, y las que incumplen con las
formalidades exigidas por esta ley". Con redacción más escueta, el Proyecto actual establece lo mismo: "la
sociedad que no se constituya con sujeción a los tipos del capítulo II, que omita requisitos esenciales o que
incumpla con las formalidades exigidas por esta ley", se rige por estas normas. Pero mientras en los Proyectos
de 1993 y 1998 se creyó necesario subrayar como contraste con el de 1987 que se aplican a estas sociedades
todas las normas del Capítulo I, es decir, las de la parte general (Art. 22) -y, supletoriamente, también las normas
de la sociedad colectiva- el Proyecto actual prescindió de ambas cosas, la primera por tratarse de una obviedad,
y la segunda para evitar eventuales contradicciones entre ambos regímenes.
No es propósito de esta contribución tratar en detalle las soluciones específicas mediante las cuales en la
metodología elegida en el Proyecto de 1993, y seguida tanto en el de 1998 como en el actual, se instrumenta el
necesario encuentro entre los rasgos esenciales de la sociedad civil y la mayor tolerancia para las reglas
previstas para las sociedades comerciales anómalas. Tal encuentro se produce sobre ciertos ejes centrales: la
oponibilidad e invocabilidad de las cláusulas del contrato entre los socios; el reconocimiento de su plena
capacidad jurídica incluso para adquirir bienes registrables; el principio de la responsabilidad mancomunada y
por partes iguales entre los socios, salvo que la solidaridad u otra proporción surjan estipulados o de otras
circunstancias; la equiparación de estas sociedades con las regulares en cuanto a las relaciones de los acreedores

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sociales y de los socios; la libertad probatoria de la existencia de la sociedad; un procedimiento de subsanación
para adoptar un tipo regular.
Empero, sí parece preciso destacar una inadvertencia del Proyecto actual respecto de sus antecedentes
inmediatos. Me refiero a que en este último se dispuso substancialmente lo mismo que en los de 1993 y 1998 en
cuanto a que "las cláusulas relativas a la representación, la administración y las demás que disponen sobre la
organización y gobierno de la sociedad pueden ser invocadas entre los socios", lo cual es inobjetable. Pero en
cuanto a los terceros, mientras en los Proyectos de 1993 y de 1998 se previó que los terceros a quienes resulta
inoponible el contrato "pueden invocar contra la sociedad los actos realizados en representación de ella por
cualquiera de los socios", el Proyecto actual se apartó de esta redacción clara y lógica, e incurrió en una torpeza,
fácilmente subsanable si no imperaran el apresuramiento y la precipitación, cuando erróneamente dice que "en
las relaciones con terceros cualquiera de los socios representa a la sociedad", pero condicionarlo a que ello es así
"exhibiendo el contrato". Es éste un contrasentido porque, por una parte, las sociedades de hecho no tienen
contrato que pueda exhibirse y, por la otra, porque si se exhibe el contrato, éste y las reglas y limitaciones
relativas a la administración y representación se hacen oponibles a los terceros, con lo cual la indistinta
representación por cualquier socio deja de ser aplicable.
V. Respuestas a ciertos interrogantes
Se ha llegado a decir recientemente que "no alcanza a comprenderse el alcance del nuevo sistema que se
pretende implementar", el cual "será una fuente de conflictos y de litigios, cuando no de inseguridad jurídica".
Espero convencer al paciente lector de que este temor es infundado.
Un primer tema objeto de crítica se desarrolla en derredor de la cuestión de si han desaparecido en el actual
Proyecto las sociedades irregulares. El apoyo para plantear esa supuesta omisión parte de una posición crítica
respecto del sistema de la LSC en cuanto la irregularidad es tratada en este cuerpo legal como un vicio de forma.
Sin embargo, con amplia cita de autores, el mismo crítico reconoce que ésa es, también, en forma unánime, la
posición de la doctrina. Con remisión a una reciente obra suya, expone su solitaria posición, según la cual "la
irregularidad no es un vicio de forma en el acto jurídico constitutivo de la sociedad, ya que los vicios de forma
de los actos jurídicos se vinculan con la validez o invalidez del acto y más precisamente con el instituto de la
nulidad". (45) Es de suponer que su afirmación parte de extrapolar al régimen societario lo dispuesto en el Art.
1044 Cód. Civ. en cuanto declara nulo el acto jurídico "cuando no tuviese la forma exclusivamente ordenada por
la ley". Empero, tales normas no son automáticamente trasladables a la esfera mercantil societaria, porque ésta,
compartiendo la autonomía de todo el derecho comercial, no sólo posee principios propios, sino que impone
agotar toda interpretación a la luz de esos principios y en el marco de su propio sistema. En otros términos, lo
que para el legislador civil es nulo, para el legislador mercantil puede encuadrar en y responder a una categoría
jurídica diferente, con efectos propios y distintos. Por lo demás, como lo ha señalado toda la doctrina, como
deriva de la construcción de la noción de las sociedades que actúan de hecho -desarrollada particularmente por
la jurisprudencia y la doctrina francesas- y, en suma, tal como fue expuesto supra en el apartado II de esta
contribución, se está en presencia de una actividad instalada en la realidad que, consecuentemente, debe ser
contemplada y regulada, con la severidad o la tolerancia que disponga el legislador, pero nunca con la
pretensión de un resultado imposible, como sería imponer a una nulidad societaria el efecto retroactivo del Art.
1050 Cód. Civ.
Siempre según ese no compartido razonamiento, si vicios de forma determinan la nulidad, "irregularidad
societaria" significaría solamente "ausencia de inscripción en el Registro Público de Comercio", afirmación que,
ciertamente, va contra lo que tiene dicho vasta doctrina en nuestro país, como luego se verá. Así, una sociedad
anónima no inscripta sería irregular, pero una sociedad anónima constituida por instrumento privado y no por
instrumento público -como manda el Art. 165 LSC-, o respecto de la cual no se publicó la constitución, sería
nula. Se cree encontrar la prueba de lo que dice en el tratamiento en secciones diferentes de los supuestos de
nulidad e irregularidad. Empero, este fundamento no se sostiene porque incurre en el vicio de querer definir la
substancia a partir de una determinada metodología legislativa, sin tocar en absoluto la cuestión de fondo que
consiste en determinar a qué presupuesto fáctico se aplica uno u otro régimen.
A partir, entonces, de esta línea de erradas premisas, sigue la construcción de la crítica al Proyecto: al
desaparecer la caracterización de la irregularidad, o de la no regularidad, sin modificar, empero, el Art. 7º LSC
en cuanto establece que la regularidad se adquiere sólo con la inscripción en el Registro, esta norma habría
perdido su sentido. (46) Como consecuencia de estas categorías expuestas en la crítica, la falta de inscripción en
el Registro Público de Comercio no sería una formalidad, por lo que este supuesto no encuadraría en la noción
del incumplimiento con las formalidades exigidas por la ley. La noción de regularidad se vincularía no con la
forma del acto, ni con el modo de ejecutarlo, sino con la oponibilidad y con los efectos. De allí que se llegue a la
errónea conclusión de que no habría régimen alguno previsto para la sociedad constituida de acuerdo a uno de
los tipos regulares, sin vicios de fondo ni de forma, pero que no se ha inscripto en el Registro Público de
Comercio, o sea, para la sociedad irregular.

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A esto sólo puede contestarse que para la doctrina nacional no existe ninguna duda acerca de la atribución de
la nulidad para los vicios substanciales y la de la falta de regularidad para los vicios formales, entre ellos el más
frecuente, pero no el único, el de la falta de inscripción en el Registro Público de Comercio. Así, Halperin
enseña que "la sociedad irregular es aquella sociedad instrumentada, afectada por cualquier vicio de forma en su
constitución de los tipos autorizados. ... La irregularidad resulta en consecuencia de cualquier vicio de forma de
constitución (art. 21). Si el vicio es de fondo, es decir, respecto de los elementos generales o específicos de la
sociedad o de los datos que debe contener el acto constitutivo, o de los actos que deben cumplirse para su
constitución (v.gr., referentes al capital), nos hallaremos ante una sociedad nula o anulable, según los casos, pero
no ante una sociedad irregular". (47) Lo mismo Zaldívar: "los vicios de forma impiden la constitución definitiva
-o con más precisión regular- de la sociedad que los fundadores se propusieron, originándose así una sociedad
irregular si sus integrantes comenzaran a operar en esas condiciones". (48) Otro tanto Saggese: "la doctrina
mayoritaria califica como sociedad irregular a aquella que, instrumentada bajo la forma de uno de los tipos
legales, se halla afectada por cualquier vicio de forma en su constitución". (49) Balbín: "la sociedad irregular es
aquella que, no obstante instrumentada acorde cualquiera de los tipos autorizados, omite o abandona de manera
definitiva su iter constitutivo, ya fuera por propia voluntad, o por encontrarse afectada por algún vicio de forma
en su constitución". (50) En forma aún más explícita, Colombres: "la irregularidad resulta de cualquier vicio
esencial de la forma constitutiva, como la no utilización de la forma instrumental requerida, incumplimiento de
exigencias de publicidad incluida la registral y ausencia de un acto de autorización, aprobación u
homologación". (51) También Vanasco señala que "para que una sociedad pueda ser considerada regularmente
constituida, los socios sí deben satisfacer los requisitos de forma que impone la ley societaria. Si esos requisitos
de forma no son satisfechos, entonces, la sociedad será calificada como no constituida regularmente", a lo cual
agrega que "el incumplimiento de alguno de los requisitos formales requeridos para la constitución de la
sociedad regular jamás causará su nulidad, pues la forma no es una condición para su existencia como tal". (52)
El precedente exceso de citas deberá disculparse en la necesidad de demostrar cuál es la opinio juris
generalizada en nuestro medio, ello a fin de demostrar, en primer término, que la sociedad irregular, lejos de
haber sido desterrada del Proyecto actual (y de los de 1993 y 1998, a los que siguió casi al pie de la letra), está
claramente incluida en la regulación propuesta para los Arts. 21 a 26 LSC; y en segundo lugar, para subrayar la
improcedencia de fundar una posición contraria solamente en una opinión que, más allá de su admisibilidad en
el plano teórico, no condice con la inteligencia que la comunidad general otorga a los términos y categorías
jurídicas empleados por las normas.
La segunda alarma hecha sonar por la crítica es la relativa a la supuesta desaparición del ámbito normativo
de las sociedades de hecho con objeto comercial: "¿el adiós a las sociedades de hecho con objeto comercial?", se
pregunta. Dice la nota crítica respecto de las de hecho, que "nada dice el Proyecto de estas sociedades, y ello es
porque ha decidido directamente ignorarlas, manteniendo el requisito del contrato escrito para que exista
sociedad, de conformidad con lo dispuesto en el art. 4º de la ley 19.550". A lo que se agrega, todavía, que el
régimen proyectado "pareciera referirse sólo a contratos celebrados por escrito", porque varias de las normas
proyectadas se refieren al contenido de un contrato que, en el caso de las sociedades de hecho, por definición, no
existe. (53)
La crítica es infundada por varios motivos. El primero de ellos es que, precisamente, la ausencia de
instrumento escrito constituye uno de los vicios formales que hacen que la sociedad quede expresamente
incluida en el ámbito de aplicación de la normativa proyectada para la Sección IV del Capítulo I de la LSC. Por
otra parte, se pasa por alto una disposición expresa, a saber, la proyectada para el Art. 23, último párrafo, LSC,
que establece que "la existencia de la sociedad puede acreditarse por cualquier medio de prueba". Y no se alegue
que es distinta la exigencia de una forma, v.gr., la forma escrita, respecto de las condiciones admitidas por la ley
para la prueba del acto. Aunque pueda ser razonable la libertad de formas respecto del contrato, acompañada, no
obstante, de una exigencia mayor para su prueba (54), ningún sentido tiene admitir la total libertad probatoria
respecto de un acto jurídico o de un contrato, si se persiste en exigir determinada forma para aceptar su
existencia: siempre debería probarse no sólo la substancial realización del acto o la substancial celebración del
contrato, sino también el cumplimiento de la exigencia formal exigida para poder probarlo.
El segundo motivo por el cual la crítica es infundada deriva de un simple razonamiento lógico, en rigor
también válido para demostrar la subsistencia de la sociedad irregular en el marco de la normativa proyectada.
La lectura lógica de las normas es ésta: la sociedad de hecho, lo mismo que la irregular, es sociedad porque
encuadra en su definición y reúne los requisitos esenciales con que las caracteriza el Art. 1º LSC; la Sección IV
del Capítulo I de la LSC se aplica a toda sociedad que no adoptó uno de los tipos regulares; y también a las
defectuosas; la sociedad de hecho (lo mismo que la irregular) no es una sociedad de los tipos regulares, porque
regular es sólo la que se inscribe en el Registro y sólo desde que ello ocurre (Art. 7º LSC). De modo, entonces,
que es legítimo afirmar que sólo por un juego de palabras podría predicarse que la sociedad de hecho y la
irregular no están comprendidas en el régimen proyectado.

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No más convincente es la invocación de un listado de seis puntos en que se enumeran distintas referencias al
contrato en los textos proyectados, referencias que serían prueba de la exclusión de las sociedades que carecen
de instrumento. Pasando por alto el dato de que el concepto substancial de contrato no debe confundirse con el
documento que lo instrumenta, lo cierto es que la lectura de las normas debe hacerse con ajuste a la realidad de
cada caso. Así:
(i) Aun en ausencia de todo instrumento escrito, los socios pueden haber pactado, de hecho, diversas reglas
para su relación. Cuando las normas permiten invocar entre los socios el contrato y su contenido, no impone
forma alguna. Por el contrario, como ya se señaló, rige una absoluta libertad probatoria. Cuando, como ocurre a
menudo, el pacto social fáctico es muy rudimentario, será sólo ese mínimo el que pueda ser invocado.
(ii) El conocimiento del contrato por los terceros es una cuestión de hecho, exista o no instrumento. Los
terceros pueden haber tomado conocimiento de la sociedad de hecho, por ejemplo, por una manifestación verbal
hecha o por una comunicación dirigida a aquellos por todos los socios. Tanto si hay instrumento como si no lo
hay, es siempre una cuestión probatoria.
(iii) Cuando la normativa dice que los terceros pueden invocar el contrato contra la sociedad, los socios y los
administradores, la norma proyectada no hace sino poner de manifiesto lo que es aplicación actual de los
principios generales del derecho. Más allá del contenido concreto del contrato escrito o no escrito, lo que
importa de esta disposición es que los terceros pueden invocar el hecho mismo de la existencia de la sociedad.
En todos los casos, cuando los terceros no dispongan de un documento contractual, esté o no instrumentada la
sociedad, los terceros se hallan ante la necesidad de probar lo que quieran o necesiten probar al respecto. El
problema no es diferente para el supuesto de una sociedad irregular o nula que para una sociedad de hecho.
(iv) Ya he señalado más arriba (apartado IV, último párrafo) que constituye un error que en las relaciones
con terceros la representación indistinta de la sociedad por cualquiera de los socios esté condicionada a la
exhibición del contrato (Art. 23, primer párrafo, proyectado). Pero la compartida crítica a esa exigencia, que
puede ser fácilmente corregida en el ámbito del Congreso, es tan válida para el supuesto de la sociedad de hecho
como para una sociedad instrumentada, y en ninguno de ambos casos sirve como fundamento para sostener que
las sociedades de hecho están excluidas del régimen proyectado.
(v) Las formalidades previstas para que las sociedades regladas en la Sección IV puedan en el futuro adquirir
bienes registrables prueban exactamente lo contrario de lo sostenido en sustento de la crítica. Lejos de que las
sociedades de hecho no puedan ser titulares de bienes registrables, la exigencia de que, con toda lógica para la
seguridad jurídica, deban todos los socios producir un instrumento para acreditar la existencia de la sociedad y
las facultades de su representante, debiendo indicar la proporción en que cada uno de aquéllos participa en la
sociedad (Art. 23, tercer párrafo), sirve, precisamente, para resolver el problema de la falta de instrumentación
de la sociedad de hecho. Ese instrumento no requiere que en su contenido se instrumente la totalidad de los
pactos y acuerdos de los socios, los que podrán permanecer en el marco de lo acordado verbalmente. Y va de
suyo que toda disputa acerca de si el instrumento exigido para inscribir bienes registrables a nombre de la
sociedad la convierte de sociedad de hecho en sociedad irregular, ante la igualdad del régimen aplicable, se
inscribiría en el marco de lo más intrascendente que pueda discutirse en derecho.
(vi) Por fin, también se alude a una de las excepciones al principio de la responsabilidad mancomunada y
por partes iguales de los socios, a saber la de que una proporción distinta o la solidaridad surjan de una
estipulación del contrato (Art. 24, inc. 2º). La estipulación puede haberse acordado y puede ser probada por los
medios más diversos. Por ejemplo, una declaración enviada a una o más personas, en la cual se haga saber que
en la sociedad todos los socios responden solidariamente por el pasivo social, no significa que la sociedad no
pueda ser o continuar siendo una sociedad de hecho, carente de toda otra instrumentación.
En suma, aunque en algún caso la carencia de instrumento contractual pueda hacer que alguna de las
disposiciones que se refieren al contrato carezca de aplicación práctica, ello no deja de ser un dato marginal y
parcial que no altera la substancia del encuadre de las sociedades de hecho en el régimen proyectado.
En los apartados III y IV de este trabajo ya quedó demostrado que no existe despedida sino, por el contrario,
plena recepción de la sociedad civil en el régimen proyectado. Las observaciones que se formulan al régimen
aplicable, atinadas o no, no fundan la afirmación de su exclusión del régimen proyectado. Es cierto que pudo
haberse preferido la metodología del proyecto de Bibiloni, del de 1936 y del de 1954, o el de la propuesta
colectiva mencionada supra en el apartado III y nota 36, lo cual, pese a haber sido desechada en los proyectos de
1993, 1998 y en el actual, no deja de ser una opción válida. Y es cierto, también que ganaría en claridad y
seguridad la normativa proyectada si se incorporara una declaración expresa en la eventual ley de puesta en
vigencia del nuevo Código, de que "las actuales sociedades civiles quedarán regidas por los artículos 21 a 26 de
la ley 19.550, con el contenido previsto en el anexo II, y por las disposiciones generales de dicha ley,
conservando su personalidad jurídica sin solución de continuidad" (Proyecto de 1993, Art. 5º; Proyecto de 1998,
Art. 10º). Ganaría la normativa, asimismo, con una revisión al régimen de subsanación del Art. 25 proyectado,
en tanto deba contemplarse que no debería serle impuesta a los socios de una sociedad que nunca tuvieron la
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intención de sujetarse a un tipo regular.
Se ha planteado también la perplejidad por el aparente riesgo de que una sociedad anónima unipersonal no
inscripta burle las normas específicas con las que el Poder Ejecutivo limitó la amplia admisión y equiparación
de las compañías unipersonales con las pluripersonales originariamente proyectadas por la Comisión Redactora.
Ya señalé que no me ocupo en este trabajo del tema de la sociedad unipersonal. Pero ello no obsta a resaltar que
el principal efecto que genera desconfianza en quienes se oponen a esa admisión, es el abuso de la limitación de
responsabilidad del socio único. Mas tal riesgo está descartado si la sociedad anónima no se inscribe, porque
para que se produzcan los efectos de la regularidad propia del tipo elegido, entre ellos la limitación de
responsabilidad, la sociedad deberá hallarse inscripta en el Registro Público. Ello así por ser condición de su
regularidad. De modo, entonces, que el socio único de una sociedad anónima no inscripta siempre será
responsable por el total del pasivo social y, con ello, las prevenciones totalmente disipadas.
VI. Cierre
La confrontación de ideas es la que hace al progreso del conocimiento y, en particular, de la ciencia del
derecho. También sirve para despejar dudas y aclarar conceptos. En el proceso de formación de las leyes se
debería aprovechar de ello, dejando margen y serenidad para la reflexión y la inevitable profundización que
resulta del debate. Espero que esta pequeña contribución sirva a ese propósito.
Especial para La Ley. Derechos reservados (Ley 11.723)
 (1) Sin embargo, son interesantes los comentarios de Cabanellas sobre este tema: "Existe una suerte de
creencia, no expresada, de que la sociedad civil sólo es viable para actividades de esa naturaleza, con exclusión
de las comerciales o de las estructuradas empresarialmente. A esta creencia han contribuido ciertas dudas en la
doctrina respecto de los criterios distintivos entre sociedades civiles y comerciales, dudas injustificables a la luz
del texto de la LSC y de la clara posición de sus autores. No cabe argumentar que la expansión del papel de la
sociedad civil sería consecuencia de una "inadvertencia del legislador", a la luz de afirmaciones tan tajantes
como las siguientes de HALPERIN: "La sociedad será civil o comercial por su forma, esto es, por la adopción
de un tipo de sociedad comercial con independencia del objeto civil o comercial: así resulta claramente del Art.
1º (de la LSC)" (CABANELLAS, Guillermo, "Derecho Societario. Parte General", Heliasta, Buenos Aires,
1993, t. 1, pp. 362/3).

 (2) Existe controversia con relación a las actividades organizadas en forma de empresa sobre la base de la
interpretación extensiva del inc. 5º del Art. 8º, Cód. Com. Contra lo que predicó la doctrina durante muchos
años, estimo que una empresa puede ser tanto comercial como civil y que, por tanto, el solo elemento de la
organización de los elementos personales, materiales e inmateriales para la producción de bienes o servicios
(como se la caracteriza) no es determinante para calificar la comercialidad de la actividad.

 (3) Dejo de lado la referencia a la posibilidad de instar la regularización de estas sociedades, porque excede
del propósito de esta contribución y de la necesidad argumental para lo que aquí se desarrolla.

 (4) Por idénticos motivos dejo de lado las reglas relativas a las sociedades nulas por objeto o actividad
ilícitos (Arts. 18 y 19 LSC), que contienen sanciones especiales, y el casi inimaginable caso de la sociedad de
objeto prohibido en razón del tipo (Art. 20 LSC).

 (5) OTAEGUI, Julio C., "Invalidez de actos societarios", Abaco, Buenos Aires, 1978, p. 195: "tal
instrumentación del acto constitutivo, o bien no se ha realizado en el instrumento debido, como sería el caso de
una sociedad anónima constituida por instrumento privado en violación a la LS, art. 165, o celebrada en el
instrumento debido no ha obtenido la conformidad administrativa en caso de tratarse de una sociedad por
acciones (LS, arts. 167, 299, 300 y 316, o no ha sido inscrita (LS, art. 7º)".

 (6) HALPERIN, Isaac, "El régimen de la nulidad de las sociedades. Un ensayo de sistematización de las
normas del proyecto de ley de sociedades", RDCO, Año 3, 1970, p. 561: "los vicios de forma no tornan anulable
o nulo el acto constitutivo".

 (7) HALPERIN, Isaac, "Curso de derecho comercial", 4ª ed., Depalma, Buenos Aires, 2000, Vol. I, pp.
424/5 donde señala que "la nulidad no tiene efecto retroactivo; actúa como una causa de disolución, en razón de
la personalidad jurídica de la sociedad"; VANASCO, Carlos Augusto, "Sociedades Comerciales", Vol. 1, Parte
General, Astrea, Buenos Aires, 2006, p. 468, quien señala que la sociedad ha actuado en la comunidad como
sujeto de derecho "creando negocios jurídicos de distinta índole con los terceros... Es por esa razón que la

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nulidad de una sociedad no tiene efectos retroactivos, lo que significa que no afecta a los negocios ni a los
contratos que ya han producido sus efectos... Por ello, la nulidad de una sociedad en realidad opera como una
causa de disolución, es decir, produce la liquidación de la sociedad nula e impide su prosecución como tal en el
futuro...". Cfme. BALBÍN, Sebastián, "Curso de derecho de las sociedades comerciales", Ad-Hoc, Buenos
Aires, 2010, pp. 259/63.

 (8) Ello surge, además, del régimen establecido en el Art. 18 LSC para las sociedades con objeto ilícito:
declarada la nulidad, la sociedad se liquida, se realiza el activo y se cancela el pasivo (obviamente generado
durante la actuación de la sociedad antes de la declaración de nulidad). Lo mismo, por remisión de los Arts. 19 y
20 LSC se aplica a las sociedades de actividad ilícita y de objeto prohibido en razón del tipo.

 (9) Cám. Com., sala A, 1/4/86, Calzeta c. Coordinadora de Servicios RASA, ED, 123-387; misma sala,
Colva SA c. Concisa CISA, ED, 123-383, ambos comentados por ANAYA, Jaime L., "La autonomía privada en
los contratos de colaboración empresaria, en el mismo lugar".

 (10) OTAEGUI, Julio C., "Informalidad y exorbitancia en los contratos de colaboración empresaria", ED,
152-920 y ss.

 (11) ZALDIVAR, Enrique y otros, "Contratos de colaboración empresaria", Abeledo-Perrot, 2ª ed., Buenos
Aires, 1989.

 (12) Véase a este respecto HALPERÍN, Isaac, El concepto de sociedad en el proyecto de ley de sociedades
comerciales, en Revista del Derecho Comercial y de las Obligaciones, Año 2, 1969, p. 268.

 (13) Así lo decidió la jurisprudencia desde antiguo. Véase Cám. Com., sala B, 21/2/85, Rovesta SA c.
Consorcio Impresit Sideco DYCASA, citado en ZALDIVAR-MANÓVIL-RAGAZZI, "Contratos de
Colaboración Empresaria", Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 2ª ed., 1989, p. 97, nota 56.

 (14) VIDELA ESCALADA, Federico, "Vigencia permanente de las sociedades civiles", en "Temas de
Derecho Societario", ED, 164-958/60, donde también se vincula este elemento causal con la noción de affectio
societatis.

 (15) Véase BRUNETTI, Antonio, "Tratado del Derecho de las Sociedades", Trad. Solá Cañizares, Uthea,
Buenos Aires, 1960, t. I, pp. 15/16. Sobre la causa y su vínculo con el riesgo, con la affectio societatis y el
interés social, me remito a una obra anterior (MANOVIL, Rafael M., "Grupos de sociedades en el derecho
comparado", Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1998, pp. 568/80 y la bibliografía allí referida).

 (16) Las asociaciones civiles con forma de sociedad admitidas por el Art. 3º LSC no son sino una excepción
por la que el legislador admite que una estructura de naturaleza diferente utilice una forma de sociedad, sin
serlo.

 (17) "En la agrupación de colaboración, atento que de conformidad con el Art. 368, las ventajas económicas
que genere la actividad deben recaer necesariamente en forma directa en el patrimonio de los miembros, el
elemento riesgo opera, de todos modos, en forma diferente. Y en las uniones transitorias de empresas, aunque
exista un pacto de distribución de resultados, como diferente de la distribución de ingresos y gastos, el mismo
no importa que todo el riesgo sea compartido. Al no formarse una empresa con gestión común, cada una de las
empresas partícipes contribuye con actividad que le es propia, a un costo que también le es propio, que es
distinto del costo computable a los fines de la UTE y del cálculo de resultados que se haga en su seno. Podrá
este último ser igual, mayor o menor, según lo que se haya pactado en el contrato. Pero, en todo caso, el riesgo,
en este aspecto, es claramente individual de cada empresa miembro" (ZALDIVAR-MANOVIL-RAGAZZI,
"Contratos de colaboración...", p. 98).

 (18) Al respecto, CERRAI, Alessandro y MAZZONI, Alberto, "La tutela del socio e delle minoranze", en
"Il diritto delle società per azioni: problemi, esperienze, progetti", a cura di Pietro Abbadessa e Angel Rojo,
Milano, Giuffrè, 1993, p. 339.

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 (19) FAVIER DUBOIS (h.), Eduardo M., "Tipología, tipicidad y regularidad en los contratos de
colaboración empresaria", ponencia, Comisión I (Concentración societaria y empresaria) del IV Congreso de
Derecho Societario, Mendoza, 1986.

(20) OTAEGUI, Julio C., "Informalidad y exorbitancia en los Contratos de Colaboración Empresaria", en
ED, 152-917 y ss. Se enseña allí que "la exorbitación es el apartamiento de la caracterización contractual
prescripta por la ley, lo que comporta dos consecuencias a saber: 1) La irrelevancia de la denominación asignada
al contrato...; 2) La ineficacia de la eventual inscripción del contrato mal denominado para asignarle un efecto
distinto al de su propia naturaleza o para purgar los vicios que pudieran afectarlo..." (pp. 935/7).

 (21) RICHARD, Efraín Hugo y MUIÑO, Orlando Manuel, "Derecho Societario", Astrea, Buenos Aires,
1997, p., 16: "la sociedad civil no se diferencia substancialmente de la comercial". VIDELA ESCALADA,
Federico, "Vigencia permanente de las sociedades civiles", en Temas de Derecho Societario, ED, 164-958: "...
cabe destacar aquí... una igualdad estructural entre todas las sociedades, cualquiera sea su tipo", donde este
último término se refiere a las especies civil y comercial de sociedad.

 (22) HALPERIN, Isaac, "El concepto de sociedad en el proyecto de ley de sociedades comerciales", en
RDCO, Año 2, 1969, p. 271. De todos modos, también se ha dicho que "el lucro en la sociedad civil puede, no
obstante, calcularse por otros medios que el dinero en la medida que se traduzcan en un beneficio para los
socios. De allí que puedan considerarse incluidas a sociedades como las cooperativas de crédito o consumo, o
aun a las de socorros mutuos, las que si bien no dejan un beneficio que se pueda percibir en dinero y que sea
partible entre los socios, generan una utilidad equivalente en el ahorro que producen" (BALBÍN, Sebastián,
"Curso de derecho de las sociedades comerciales", Ad-Hoc, Buenos Aires, 2010, p. 72, con cita de Borda).

 (23) También el derogado Art. 282 del Código de Comercio caracterizaba a la sociedad comercial con
referencia al "ánimo de partir el lucro".

 (24) VÍTOLO, Daniel R., "Las sociedades civiles, irregulares y de hecho en el Proyecto de Código", LA
LEY, diario del 6/8/2012, apartado IV, punto b), donde califica de "diferencia no menor" a este aspecto de las
diferencias de redacción entre el Art. 1648 Cód. Civ. y el Art. 1º LSC.

 (25) Para las distintas redacciones que terminaron de consolidarse en el actual texto legal, es de interés ver
MALAGARRIGA, Juan Carlos, "En torno al concepto de sociedad comercial en el proyecto de ley de
sociedades", en RDCO, Año 2, 1969, pp. 561/9.

 (26) Cfme.: CABANELLAS DE LAS CUEVAS, Guillermo, "Derecho Societario. Parte General", Heliasta,
Buenos Aires, 1993, t. 1, p. 351, donde dice que, si bien el artículo 1648 del Cód. Civil no incluye expresamente
la aplicación de los aportes a la producción o intercambio de bienes o servicios, como sí lo hace el Art. 1º LSC,
"ello no crea diferencia alguna desde el ángulo de la aplicación efectiva de ambas definiciones, pues la
obtención de utilidades derivadas de los aportes que efectúen los socios de una sociedad civil sólo será posible,
si las utilidades son lícitas, por vía de la aplicación de los aportes a una actividad económica, definida con el
sentido amplio con que lo hace el artículo 1º de la LSC".

 (27) BUTTY, Enrique M., "Inoponibilidad", en Congreso Iberoamericano de Derecho Societario y V


Congreso de Derecho Societario, Córdoba, 1992, t. II, p. 643 y sigtes, y en la actualización de HALPERIN,
Isaac, "Curso de derecho comercial", 4ª ed., Depalma, Buenos Aires, 2000, Vol. I, pp. 340/1, donde Butty
predica, precisamente, el efecto de la inoponibilidad, no el de la ineficacia, de la sociedad con ausencia de
actividad empresaria.

 (28) MALAGARRIGA, Carlos C., en el prólogo al "Curso de Derecho Societario" de Gervasio


COLOMBRES, t. I, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1964, p. 12.

 (29) COLOMBRES, Gervasio, op. cit. en la nota precedente, p. 52.

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 (30) GAGLIARDO, Mariano, en "Código Civil y notas complementarias. Análisis doctrinario y
jurisprudencial", dirigido por Alberto J. Bueres y coordinado por Elena I. Highton, Hammurabi, Buenos Aires,
2003, t. 4C, pp. 5/6.

 (31) SILVESTRE, Norma O, en "Código Civil y notas complementarias. Análisis doctrinario y


jurisprudencial", dirigido por Alberto J. Bueres y coordinado por Elena I. Highton, Hammurabi, Buenos Aires,
2003, t. 4C, pp. 333/5.

 (32) MASSOT, Ramón P., en "Código Civil y notas complementarias. Análisis doctrinario y
jurisprudencial", dirigido por Alberto J. Bueres y coordinado por Elena I. Highton, Hammurabi, Buenos Aires,
2003, t. 4C, p. 349 y ss.

 (33) Ibídem, p. 350, con cita de FERNÁNDEZ, Raymundo, y p. 379, con cita de Salvat-Acuña Anzorena.

 (34) SPOTA, Alberto G., Leiva Fernández, Luis F. P. (actualizador), "Instituciones de derecho civil.
Contratos", 2ª edición, La Ley, Buenos Aires, 2009-VI, Parte Especial, p. 933.

(35) CABANELLAS DE LAS CUEVAS, Guillermo, "Derecho Societario. Parte General", Heliasta, Buenos
Aires, 1993, t. 1, pp. 346/7.

 (36) Ibídem, p. 349.

 (37) Ibídem, p. 252, con cita de Videla Escalada y de la opinión contraria de Spota, que surge, también, de
la definición transcripta más arriba en el texto de esta contribución. Véase también, sobre el mismo aspecto, p.
359.

 (38) José M. Gastaldi, Jorge Miguel, Ricardo Nissen, Julio C. Otaegui, Guillermo Ragazzi, Efraín H.
Richard, Julio C. Rivera, Carlos Suárez Anzorena y el autor de la presente contribución.

 (39) Enumeraciones de este tipo se encuentran también en los primeros proyectos de reforma al Código
Civil. Así, el Art. 1974 del Anteproyecto de Bibiloni y el Art. 1208 del Proyecto de 1936, establecían como
sociedades civiles "1º Las que tienen por objeto la constitución de derechos reales sobre inmuebles o su
locación. Las sociedades para construcción de edificios u obras en inmuebles ajenos, pongan o no los materiales
necesarios. 2º Las que tienen por objeto la explotación agrícola, ganadera o forestal de inmuebles propios o
arrendados, aunque los ganados hayan sido adquiridos para la explotación. 3º Las sociedades de artesanos o de
profesionales para los trabajos o ejercicio de las profesiones manuales o liberales de los socios. Las que
sostienen, o explotan establecimientos de educación. 4º Las que tengan por objeto la explotación de ramos no
incluidos entre los actos de comercio. 5º Las que tengan por fin la explotación minera, o de aguas comunes,
minerales o termales. La transformación de los productos de una sociedad civil no desnaturaliza su carácter
cuando emplee o adquiera elementos para la explotación o transformación que no sean de su directa
producción". El Anteproyecto de Código Civil de 1954, obra de LLAMBÍAS, Jorge J., establecía en el Art. 1155
que "son sociedades civiles las que se refieren a explotaciones agrícolas, ganaderas o forestales; o se dedican a
fines educativos o al ejercicio de profesiones liberales o del artesanado, y en general a toda actividad que no
configure algún acto de comercio".

 (40) VITOLO, Daniel R., "Las sociedades civiles...", cit. en nota 24, apartado IV, con el sugestivo título de
"¿El adiós a las sociedades civiles?"

 (41) En WP 4.2: Tipo/Fuente 1,10 - Desactivar.En 4.2: Tipo/Fuente 1,10 - Activar.Capítulo C, bajo el título
"En WP 4.2: Tipo/Fuente 1,10 - Desactivar.En WP 4.2: Tipo/Fuente 2,10 - Activar.De los contratos
asociativosEn WP 5.2: Tipo/Fuente 2,10 - Desactivar.En 4.2: Tipo/Fuente 1,10 - Activar.", numeral 6.

 (42) Cap. C., En WP 4.2: Tipo/Fuente 1,10 - Desactivar.En WP 4.2: Tipo/Fuente 2,10 - Activar."De los
contratos asociativos"En WP 5.2: Tipo/Fuente 2,10 - Desactivar.En 4.2: Tipo/Fuente 1,10 - Activar., numeral 16.

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 (43) SPOTA, Alberto G., En WP 4.2: Tipo/Fuente 1,10 - Desactivar. En WP 4.2: Tipo/Fuente 2,10 - Activar.
La denominada unificación de la legislación civil y comercial. En WP 5.2: Tipo/Fuente 2,10 - Desactivar. En
4.2: Tipo/Fuente 1,10 - Activar., en LA LEY, 1988-A, 777.

(44) La facultad de exigir la disolución en cualquier tiempo hace a la duración de la sociedad; pero disuelta,
debe liquidarse como cualquier sociedad típica y la LSC expresamente prevé que la sociedad en liquidación
mantiene su personalidad hasta la conclusión del proceso. Las limitaciones vinculadas con la exigibilidad y
oponibilidad del contrato, y hasta las restricciones a la aptitud de la sociedad para adquirir derechos y contraer
obligaciones, aunque limiten la capacidad de derecho de la sociedad, no afectan la plenitud de la personalidad
jurídica.

 (45) Véase VITOLO, Daniel R., "Las sociedades civiles...", cit. en nota 24, apartado II, cuarto párrafo.

 (46) Empero, "en el derecho societario las formas se relacionan mayormente con la regularidad del sujeto y
no con su personalidad, por cuanto su inobservancia o violación sólo afecta la registración del contrato"
(BALBIN, Sebastián, "Curso de derecho de las sociedades comerciales", Ad-Hoc, Buenos Aires, 2010, pág.
127).

 (47) HALPERIN, Isaac, actualizado por BUTTY, Enrique M., "Curso de derecho comercial", 4ª ed.,
Depalma, Buenos Aires, 2000, Vol. I, pp. 401/2.

 (48) ZALDIVAR, Enrique y otros, "Cuadernos de Derecho Societario", Vol. I, Abeledo-Perrot, reimpresión
2000, pág. 121.

 (49) SAGGESE, Roberto Miguel Ángel, "Nulidad de sociedades constituidas en violación al principio de
tipicidad", RDCO 2002, p. 367.

 (50) BALBIN, Sebastián, "Curso de derecho de las sociedades comerciales", Ad-Hoc, Buenos Aires, 2010,
p. 284, con cita de otro trabajo de Zaldívar.

 (51) COLOMBRES, Gervasio, "Curso de Derecho Societario. Parte General", Abeledo-Perrot, Buenos
Aires, 1964, p. 180.

 (52) VANASCO, Carlos Augusto, "Sociedades Comerciales", Vol. 1, Parte General, Astrea, Buenos Aires,
2006, p. 469.

 (53) VITOLO, Daniel R., "Las sociedades civiles...", cit. en nota 24, apartado III.

 (54) Este es precisamente el régimen hoy vigente para la sociedad civil: el Art. 1662 admite que el contrato
pueda "ser hecho verbalmente o por escrito, por instrumento público, o por instrumento privado, o por
correspondencia", pero la prueba "está sujeta a lo dispuesto para los actos jurídicos".

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