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tí Acción Humana

q u e proclama q u e la interferencia de los precios provoca in-


e x o r a b l e m e n t e situaciones m e n o s deseables — i n c l u s o contem-
pladas desde el ángulo en que se sitúa la autorida d al orde-
n a r l a — q u e aquellas que se h u b i e r an registrado sin la implan-
tación de régimen coactivo alguno.

CONSIDERACIONES EN TORNO A LA DECADENCIA


DE LA CIVILIZACION CLASICA

Advertidos de las consecuencias de la interferencia en los pre-


cios, percatámonos, con meridiana claridad, de las causas, de puro
orden económico, que dieron lugar a un hecho de trascendencia
capital en la historia: el ocaso de la civilización clásica.
Carece de interés entrar aquí a precisar si la organización
económica del Imperio Romano constituía sistema capitalista o
no. Lo que sí puede afirmarse, sin lugar a dudas, es que, al llegar
el imperio a su cénit en el siglo TI —bajo los Antoninos, los
emperadores «buenos»—, se había instaurado un avanzado régi-
men de división social del trabajo al amparo de un activo comer-
cio interregional. Varios centros metropolitanos, un número con-
siderable de ciudades y muchas aglomeraciones urbanas más pe-
queñas constituían núcleos de refinada civilización. Los habitantes
de estas poblaciones eran abastecidos de alimentos y materias
primas procedentes no ya de las comarcas agrícolas próximas,
sino también de lejanas provincias. Algunos de estos suministros
afluían en concepto de rentas que los ciudadanos ricos retiraban
de sus propiedades rústicas. Pero la porción más considerable pro-
venía del intercambio de los productos manufacturados por los
habitantes de la ciudad y los artículos ofrecidos por la población
rural. Registrábase, además, un comercio intensivo entre las dis-
tintas regiones del vasto Imperio. No sólo la industria, sino tam-
bién la agricultura, tendían a creciente especialización. Las diver-
sas partes del Imperio no eran ya económicamente autárquicas;
operaban de modo interdependiente.
No fueron las invasiones bárbaras la causa y origen de la caída
del Imperio Romano y del ocaso de su civilización, sino el resque-
brajamiento de tal económica interconexión. Los agresoies exte-
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riores no hicieron más que aprovechar la oportunidad que la


debilidad interna del Imperio les deparaba. Desde un punto de
vista militar, las hordas invasoras de los siglos iv y v no eran
en modo alguno superiores a aquellas otras fácilmente vencidas
por las legiones imperiales poco antes. Roma era la que había
cambiado; su estructura económica y social pertenecía ya al
Medievo.
La libertad que Roma reconociera a la economía estuvo siem-
pre, sin embargo, bastante mediatizada. El comercio de cereales y
demás bienes considerados de primera necesidad fue invariable-
mente objeto de una intervención mayor que otros aspectos de
la actividad mercantil. Se consideraba inmoral pedir por el trigo,
el aceite o el vino —los artículos esenciales de aquellos tiempos—
precios superiores a los que las gentes estimaban normales. Las
autoridades municipales intervenían enérgicamente para cortar lo
que consideraban abusos de los especuladores. Se impedía, cada
vez más, por tal vía, el desenvolvimiento de un eficiente comercio
mayorista. Mediante la annotia —es decir, la nacionalización o
municipalización del comercio de granos— se pretendió remediar
la situación, pero sin éxito, empeorándose aún más las cosas. Los
cereales escaseaban en las aglomeraciones urbanas y los agriculto-
res, por su parte, se quejaban de que el cultivo no era remune-
rador5, La creciente interferencia de las autoridades impedía que
se equilibrara la oferta con una siempre creciente demanda.
El desastre final sobrevino cuando, ante los disturbios socia-
les de los siglos Ilt y iv, los emperadores lanzáronse a rebajar y
envilecer el valor de la moneda. Tales prácticas inflacionarias,
unidas a unos congelados precios máximos, definitivamente para-
lizaron la producción y el comercio de los artículos básicos, des-
irttegrando la organización económica toda. Cuanto más celo
desplegaban las autoridades en hacer respetar las tasas, tanto más
desesperada se hacía la situación de las masas urbanas, que de-
pendían siempre de la disponibilidad de productos alimenticios.
El comercio de granos y de otros artículos de primera necesidad
desapareció por completo. Para no morir de hambre, las gentes

5 Vid. ROSTOVTZEFF, The Social and Economic History oj the Román Empire
(Oxford, 1926), pág. 187.
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huían de las ciudades; retornaban al agro, dedicándose al cultivo


de cereales, olivos, vides y otros productos, pero sólo para el pro-
pio consumo. Los grandes terratenientes, de su parte, restringían,
por falta de compradores, las superficies cultivadas, fabricando,
en las propias heredades —las villae—, los productos artesanos
que precisaban. Paso a paso, la agricultura en gran escala, seria-
mente amenazada ya por el escaso rendimiento del trabajo servil,
resultaba cada vez menos racional, a medida que era sucesiva-
mente más difícil traficar a precios remuneradores. Como los
propietarios rurales no [>oclían vender en las ciudades, los artífices
urbanos perdieron también su clientela. Para cubrir las nccesida
des requeridas por la explotación agraria hubieron aquéllos de
acudir a emplear, en la propia villa, artesanos que trabajaran por
su cuenta. Al final, el terrateniente abandonó la explotación en
gran escala y se convirtió en mero perceptor de rentas abonadas
por arrendatarios y aparceros. Estos coloni eran o esclavos libe-
rados o proletarios urbanos que huían de las ciudades y volvían
a labrar la tierra. Los latifundios fueron haciéndose cada vez más
autárquicos. La actividad económica de las grandes urbes, el trá-
fico mercantil y el desenvolvimiento de las manufacturas ciuda-
danas se redujo de modo notable. El progreso de la división del
trabajo, tanto en Italia como en las provincias del Imperio, se
contuvo. La estructura económica de la antigua civilización, que
tan alto nivel alcanzara, retrocedió a un status que hoy denomi-
naríamos feudal.
Los emperadores se alarmaron ante un estado de cosas que
minaba gravemente su poderío militar y financiero. Pero las me-
didas adoptadas resultaron ineficaces por cuanto no atacaban la
raíz del mal. Apelar a la coerción y compulsión para invertir la
registrada tendencia hacia la desintegración social era contrapro-
ducente por cuanto la descomposición precisamente traía su ori-
gen del recurso a la fuerza y a la coacción. Ningún, romano, sin
embargo, fue capaz de advertir que I¡» decadencia del Imperio era
consecuencia de la injerencia estatal en los precios y del envileci-
miento de la moneda. Vano resultaba el que los emperadores
dictaran leyes contra quien abandonara la ciudad para refugiarse
en el campo, o, por decirlo con arreglo al texto legal, contra
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quien relicta civitate rus habitare malucrit*. El sistema de las


leiturgia —los servicios públicos que habían de prestar los ciuda-
danos ricos— no hacía más que acelerar el proceso de descompo-
sición del régimen de división del trabajo. Las disposiciones re-
lativas a las obligaciones especiales de los navieros, los navicularii,
no tuvieron más éxito en su pretensión de detener la decadencia
de la navegación que las leyes cerealistas en su aspiración a apar-
tar los obstáculos que dificultaban abastecer de productos agrícolas
a las aglomeraciones urbanas.
La maravillosa civilización de la antigüedad desapareció por-
que fue incapaz de amoldar su código moral y su sistema legal a
las exigencias de la economía de mercado. Cualquier sistema
social se halla inexorablemente condenado a perecer cuando los
actos humanos indispensables para que funcione normalmente
son menospreciados por la moral, declarados contrarios al derecho
por los códigos y perseguidos por jueces y magistrados. El Im-
perio Romano sucumbió porque sus ciudadanos ignoraron el espí-
ritu liberal y repudiaron la iniciativa privada. El intervencionismo
económico y su corolario político, el gobierno dictatorial, descom-
pusieron la poderosa organización de aquel Imperio, como tam-
bién, en el futuro, lo harán con cualquier otro régimen social.

3. LOS SALARIOS MÍNIMOS

P r o p u g n a r u n alza c o n s t a n t e d e l a r e m u n e r a c i ó n l a b o r a l
— b i e n p o r decisión del p o d e r p ú b l i c o o c o m o c o n s e c u e n c i a
de la i n t i m i d a c i ó n y la f u e r z a de los s i n d i c a t o s — c o n s t i t u y e
la esencia del i n t e r v e n c i o n i s m o . E l e v a r los salarios m á s allá
del l í m i t e q u e e l m e r c a d o s e ñ a l a r í a r e p ú t a s e m e d i d a m a r a v i -
llosa p a r a l a e c o n o m í a e n g e n e r a l , h a l l á n d o s e , a d e m á s a m p a -
r a d a p o r e t e r n a s n o r m a s m o r a l e s . Q u i e n t e n g a audacia sufi-
c i e n t e c o m o p a r a o p o n e r s e a e s t e d o g m a é t i c o - e c o n ó m i c o verá-
se, d e i n m e d i a t o , g r a v e m e n t e v i l i p e n d i a d o c o m o i m a g e n viva
de la m a l d a d y de la i g n o r a n c i a . El t e m o r y a s o m b r o c o n q u e
las t r i b u s p r i m i t i v a s c o n t e m p l a b a n a q u i e n osara violar cual-

' Corpus Juris Civilis, 1. un. C.X.37.

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