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-Época histórica-
Hacienda publica en la edad antigua
Grecia Antigua
Grecia, organizada al principio como múltiples Estados en un territorio accidentado
y disperso, verá aparecer, porque tendrá necesidad de ella, una Hacienda Pública
elemental. Y sólo podía ser ciudadano el que contribuía con bienes propios a
determinados gastos públicos o sociales. Los gastos corrientes del Estado se iban
cubriendo con los productos del patrimonio real y sólo en ocasiones
extraordinarias se acudía a las contribuciones. El arconte Solón, con sus
profundas reformas sociales, les mermó sus facultades dominicales, suprimió la
esclavitud por deudas, promovió la pequeña propiedad y creó unos impuestos
equitativos y justos.
Poco a poco, los ciudadanos griegos sintieron que las rentas de los bienes de la
Corona no bastaban para atender a todos los gastos colectivos. Se hizo necesario
acudir a los impuestos indirectos , esto es, a los que gravan los gastos y
consumos familiares. La relación entre ingresos y gastos públicos aparecía por
primera vez en la historia de la Humanidad.
Grecia Clásica
Pericles decide que no sólo ha de emplearse para fines militares, sino también
para la construcción de edificios públicos. Los ciudadanos acomodados que
asistían a los juegos de las fiestas oficiales debían dar dos óbolos para que los
pobres pudiesen disfrutar igualmente de los espectáculos. Estos repartos y los
partenones que surgen en todas las acrópolis de Grecia reducen los fondos
públicos y los dejan sin reservas para casos de necesidad o para gastos de
guerra. En tales ocasiones no hubo más remedio que establecer impuestos
directos , los que gravan la renta o el patrimonio de los ciudadanos.
No menos sustanciosos para las arcas del Estado eran los botines arrebatados a
los vencidos y los tributos que estos debían pagar a Roma. Durante la etapa
republicana, por lo general, el ciudadano romano no pagaba impuestos
directos. Sobre las ciudades pesó un impuesto territorial que se repartía en
proporción al valor de los bienes inmuebles. En las vías romanas se cobraban
portazgos –derechos para entrar en las ciudades- y pontazgos –derechos para
pasar por los puentes-.
Impuestos sobre las ropas de las elegantes romanas y sobre objetos muebles. Se
arrendaba la recaudación de los tributos y los recaudadores hacían pingües
negocios. En la época del Imperio se llegó a explotar con impuestos a las
provincias y ciudades, que a menudo no podían pagar. Octavio, Marco Aurelio y
Adriano, tuvieron que perdonar repetidas veces estas obligaciones tributarias.
La Edad Media
Los vasallos, a cambio de la protección del señor, debían prestar a éste
numerosos servicios, sobre todo el de combatir a su lado en las frecuentes
guerras contra belicosos vecinos, y tenían que pagarle cuantiosas rentas. Y si en
la época imperial romana habían aumentado los tributos en dinero, estas rentas
medievales se pagaban generalmente en especie. Importa advertir que estas
llamadas «rentas» tenían mucho de «tributos», porque se imponían por los
señores feudales. Constituían verdaderos monopolios señoriales, cuyos ingresos
han de considerarse patrimoniales.
En acuerdos de este tipo entre los gobernantes y las Cortes está el origen remoto
del Presupuesto público , como documento que aprueba el Parlamento y por el
que se autoriza al Gobierno a recaudar determinados ingresos y a realizar
determinados gastos a lo largo del año. Con este control del Parlamento, la
Hacienda Pública corre menos peligro de ser utilizada por reyes y gobernantes a
su capricho, y se introduce un cierto orden en la obtención de ingresos y en la
realización de gastos. Y una vez que el rey se acostumbra a ver limitado su poder
por los acuerdos de las Cortes en materia de impuestos, está naciendo el poder
legislativo independiente del propio monarca, que se confía a la representación
popular.
El Parlamento actual
Las Cortes promulgan leyes que regulan los tributos a recaudar, los gastos
públicos a realizar y los recursos que los ciudadanos pueden interponer en
defensa de sus derechos ante posibles errores o extralimitaciones de la Hacienda
Pública. La Hacienda Pública adquiere plena consideración en el Estado que se
organiza y rige según una Constitución política. Y si esa Constitución establece la
división de poderes –ejecutivo, legislativo, judicial-, la igualdad de todos ante la
Ley, la distribución de los tributos según la capacidad económica de quienes
tienen que pagarlos, la asignación equitativa de los gastos públicos, estaremos
ante un planteamiento justo de la actividad de la Hacienda Pública. El
Parlamento, o sea la representación de todos los ciudadanos, tiene confiada la
función de dictar leyes, entre las que se encuentran las tributarias y
presupuestarias.
Así vemos regulados nuestros deberes para con la Hacienda Pública como
nosotros mismos hemos querido al refrendar una Constitución y al votar en las
elecciones generales una determinada opción en cuanto a los bienes y servicios
públicos que deseamos recibir del Estado y en cuanto a los tributos que estamos
dispuestos a pagar al Tesoro Público. Pero la misión de los Parlamentos
modernos no acaba con la discusión y votación de las leyes sobre Presupuestos y
tributos, sino que, mediante interpelaciones, ruegos y preguntas al
Gobierno, pueden los diputados y senadores controlar la actividad de las oficinas
de la Hacienda Pública, para que la Administración pública respete los derechos
de los contribuyentes y cumpla sus obligaciones para con ellos. Después el
Parlamento aprobará o no la actuación de la Hacienda Pública a lo largo de los
doce meses transcurridos.
Hacienda pública en la edad media
Además los recursos que procedían de los dominios fiscales no iban a parar en
muchas ocasiones a la Hacienda dada la confusión de patrimonio de la corona y
del rey. Hay que destacar la intensa dilapidación del patrimonio real por causa de
donaciones a nobles y eclesiásticos, así como del coste del aprovisionamiento del
ejército, muchas veces por cuenta del rey. El patrimonio del príncipe está formado
por los dominios fiscales, territorios que son propiedad de la Corona y las
regalías, que fueron ganando en importancia con el tiempo. Los habitantes de los
dominios fiscales, es decir, los moradores de los territorios de realengo pagaban
una renta anual por el uso y disfrute de la tierra propiedad del rey, al igual que
ocurría con cualquier otro señor.
Desde Alfonso VIII se arrendaba las salinas a cambio del pago anual de una suma
concertada organizando en el siglo XIV Alfonso XI esta actividad como un
verdadero monopolio. Con carácter general, la administración de las regalías y
rentas provenientes de los dominios fiscales corría cargo de un Mayordomo
directamente encomendado por el rey, en quien delegaba sus funciones de
administración. Excepto en León y Castilla fueron los oficiales ordinarios los que
entendieron de la recaudación, si bien frecuentemente se acudía al
arrendamiento, sobre todo en el caso de los impuestos indirectos. La organización
de administración financiera en la Baja Edad Media se cifró principalmente en
Castilla en la institucionalización de las figuras del Tesorero Mayor y de los
contadores mayores, como oficiales económicos-fiscales que representan dos
grados de evolución consecutivas en el proceso de constitución de una
organización hacendística acorde con las exigencias bajomedievales.
El impuesto se confunde con el resto de las rentas que los súbditos deben
satisfacer por razón del reconocimiento del dominio, siendo así una imposición
mas dentro del señorío. Los impuestos predominantes fueron los
indirectos, sobretodo los que gravan la circulación de la riqueza, acudiéndose
frecuentemente a la imposición extraordinaria. En líneas generales los impuestos
perdieron la característica básica de sufragar las necesidades del Estado con
bienes de particulares confundiéndose con las rentas señoriales que deben
satisfacer al señor del territorio donde vive. Los concejos castellanos tuvieron en
general un poder contributivo mayor al de los leoneses.
Los recursos ordinarios fueron los siguientes
Ingresos extraordinarios