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Hacienda patriarcal

Entendemos por patriarcado en su sentido mas sencillo el gobierno de los padres.


Se trata de la manifestación y la institucionalización del dominio masculino, sobre
las mujeres y sociedad en general Se caracteriza por la autoridad, impuesta desde
instituciones, de los hombres sobre las mujeres y sus hijos en la unidad familiar.
En este tipo de sociedades existe una desvalorización de la mujer, que es
relegada a un segundo.
Para acercarnos a los origenes del patriarcado, debemos remontarnos a la época
en la que el ser humanos se hizo sesenta, se inició la agricultura y por tanto los
excedentes de producción acumulación de bienes, lo que inevitablemente nos
lleva a la generación de la propiedad privada y lo que ello conlleva, necesidad de
defender el territorio y de mano de obra para trabajar en los campos. F Engels
comenta en ll "El origen de la familia, la Propiedad Privada y el Estado "la
preponderancia del hombre en el matrimonio es consecuencia, sencillamente, de
su preponderancia económica es entonces, cuando la mujer comienza a ser
propiedad privada de los hombres, primero del padre, que la dará en matrimonio, a
quien el crea conveniente, siguiendo criterios, generalmente económicos para la
elección.
Aunque tras la Revolución Francesa habían sido borrados los ordenamientos
constitucionales modernos, subsistían de forma subterránea numerosas instancias
daban por a contada la autoridad del hombre este contexto patriarcal, son
consideradas personas subordinadas cuya principal era procurar la reproducción
tísica de la especie. Tras la Revolución Industrial, inmensas masas de mujeres
enfrentarán largas jornadas laborales y salarios muy inferiores a los de sus
compañeros, organizadas por un patronato formado exclusivamente
por hombres.
Estado patriarcal
El patriarcado es una forma de sociedad en la que el hombre, lo masculino, tiene
la supremacía por el simple hecho de serlo. Y relega, de ese modo, a la mujer, a lo
femenino, a un segundo plano. Estos dos roles, el de poder y dominación del
hombre y el de servicio y sumisión de la mujer, se sostienen y perpetúan gracias al
soporte del conjunto de la sociedad: el Estado, la Justicia, las leyes y normas, las
costumbres, las creencias, etc.
Por tanto, este tipo de sociedad no solo es claramente discriminatoria con la mitad
de su población, sino que está desaprovechando lo que las mujeres pueden
aportar a la comunidad, que es mucho más que el cuidado de la familia. Hombres
y mujeres deberíamos tener igualdad de oportunidades, sin obviar que somos
diferentes. Esto, lejos de ser algo negativo, es profundamente enriquecedor. Si
cada género pudiera aportar por igual sus cualidades en todos los ámbitos,
construiríamos una sociedad más rica en recursos y con mayor diversidad.
Hacienda regalista
El regalismo es un conjunto de teorías basadas en el derecho privativo que tenían
los soberanos sobre las regalías. Las regalías eran el conjunto de derechos que
tenían los reyes, debido a su soberanía. Primero vamos ha hablar del regalismo
en el ámbito de la edad media, la lucha por ese poder se da en las batallas entre
el imperio y el pontificado. Dentro de estas batallas, podemos destacar las
querellas(peleas) de las investiduras, que como he explicado antes, eran los
conflictos
Estado absoluto
El gobernante (monarca), se considera como la autoridad máxima, por encima de
todas las leyes. La expresión del derecho romano "princeps legibus solutus", de la
que deriva ese uso de los términos absoluto y absolutismo, se aplica en el sentido
de que el gobernante no está sujeto a la ley y hace que estas se cumplan en su
totalidad bajo su mandato, y ejerce su gobierno sin límites ni restricción alguna
más que consigo mismo. Esta forma de gobierno corresponde a la monarquía
absoluta, expresión de la forma de gobierno por la cual los súbditos del Estado
estaban conscientes de ser sometidos a la autoridad única y soberana de un
monarca absoluto.
Hacienda tributaria
La Agencia Tributaria es un organismo público que se encarga de aplicar y
controlar el sistema tributario español. Se creó en 1990 y entró en funcionamiento
en 1992.
A finales de 1990, se creó por decreto la Agencia Tributaria en España, como
organismo público independiente cuya misión es velar por que los ciudadanos
cumplan con sus obligaciones tributarias.
Aunque está adscrito al Miniserio de Hacienda, cuenta con un régimen jurídico
propio diferente al que regula el funcionamiento de la Administración General del
Estado, lo que le otorga autonomía para la gestión presupuestaria y de personal.
Estado moderno/representativo
El Estado moderno surgió entre los siglos XV y XVI, cuando los reyes
aprovecharon la crisis del feudalismo para retomar su poder, y su proceso de
surgimiento se aceleró en el Renacimiento, con profundas transformaciones en los
mecanismos del gobierno y en el ejercicio del poder. Este proceso estuvo
respaldado por la burguesía, clase social que se fue fortaleciendo con este tipo de
Estado. El Estado moderno poseía identidad, estaba organizado, estructurado y
era formal; era reconocido políticamente por esto y el poder estaba centralizado.
Su formación tuvo varias consecuencias a nivel político y económico.

-Época histórica-
Hacienda publica en la edad antigua
Grecia Antigua
Grecia, organizada al principio como múltiples Estados en un territorio accidentado
y disperso, verá aparecer, porque tendrá necesidad de ella, una Hacienda Pública
elemental. Y sólo podía ser ciudadano el que contribuía con bienes propios a
determinados gastos públicos o sociales. Los gastos corrientes del Estado se iban
cubriendo con los productos del patrimonio real y sólo en ocasiones
extraordinarias se acudía a las contribuciones. El arconte Solón, con sus
profundas reformas sociales, les mermó sus facultades dominicales, suprimió la
esclavitud por deudas, promovió la pequeña propiedad y creó unos impuestos
equitativos y justos.

Poco a poco, los ciudadanos griegos sintieron que las rentas de los bienes de la
Corona no bastaban para atender a todos los gastos colectivos. Se hizo necesario
acudir a los impuestos indirectos , esto es, a los que gravan los gastos y
consumos familiares. La relación entre ingresos y gastos públicos aparecía por
primera vez en la historia de la Humanidad.

Grecia Clásica
Pericles decide que no sólo ha de emplearse para fines militares, sino también
para la construcción de edificios públicos. Los ciudadanos acomodados que
asistían a los juegos de las fiestas oficiales debían dar dos óbolos para que los
pobres pudiesen disfrutar igualmente de los espectáculos. Estos repartos y los
partenones que surgen en todas las acrópolis de Grecia reducen los fondos
públicos y los dejan sin reservas para casos de necesidad o para gastos de
guerra. En tales ocasiones no hubo más remedio que establecer impuestos
directos , los que gravan la renta o el patrimonio de los ciudadanos.

Es de notar que la democracia ateniense no concebía los impuestos directos como


los únicos equitativos, y así en épocas de paz recaudaba impuestos
indirectos , como los que recaían sobre el mercado y el consumo. Los derechos de
aduanas nunca superaron el 2,5 por 100, lo que permitió la afluencia al recién
construido puerto del Pireo de todos los productos de los demás países. Estas
prestaciones tributarias no libraban a los ciudadanos pudientes de la obligación de
financiar coros que participaban en las fiestas organizadas por el Estado, o
equipar y mantener un navío de combate en tiempos de guerra.
Roma

El destino de Roma como conquistadora y gobernadora de pueblos determinará


algunos de los rasgos más característicos y constantes de su Hacienda
Pública. Hasta aquí la Hacienda Pública de Roma era eminentemente
patrimonial, pues las rentas de sus bienes constituían la principal fuente de sus
ingresos. Ideal en pocas ocasiones alcanzado a lo largo de la Historia, porque el
patrimonio público, el patrimonio de todos, no tiene la importancia que sería
necesaria para atender las necesidades colectivas con sus productos. Por
ello, siempre ha habido que acudir a los tributos.

No menos sustanciosos para las arcas del Estado eran los botines arrebatados a
los vencidos y los tributos que estos debían pagar a Roma. Durante la etapa
republicana, por lo general, el ciudadano romano no pagaba impuestos
directos. Sobre las ciudades pesó un impuesto territorial que se repartía en
proporción al valor de los bienes inmuebles. En las vías romanas se cobraban
portazgos –derechos para entrar en las ciudades- y pontazgos –derechos para
pasar por los puentes-.

Impuestos sobre las ropas de las elegantes romanas y sobre objetos muebles. Se
arrendaba la recaudación de los tributos y los recaudadores hacían pingües
negocios. En la época del Imperio se llegó a explotar con impuestos a las
provincias y ciudades, que a menudo no podían pagar. Octavio, Marco Aurelio y
Adriano, tuvieron que perdonar repetidas veces estas obligaciones tributarias.

La Edad Media
Los vasallos, a cambio de la protección del señor, debían prestar a éste
numerosos servicios, sobre todo el de combatir a su lado en las frecuentes
guerras contra belicosos vecinos, y tenían que pagarle cuantiosas rentas. Y si en
la época imperial romana habían aumentado los tributos en dinero, estas rentas
medievales se pagaban generalmente en especie. Importa advertir que estas
llamadas «rentas» tenían mucho de «tributos», porque se imponían por los
señores feudales. Constituían verdaderos monopolios señoriales, cuyos ingresos
han de considerarse patrimoniales.

Estaban obligados a prestaciones gratuitas de trabajo para el mantenimiento de


los caminos, la reparación del castillo feudal, el cultivo de las tierras del
señor, tributos de peaje, rentas de todo tipo. Cuando esta clase de ingresos, y los
obtenidos mediante la venta de bienes patrimoniales no bastaron para atender a
los gastos públicos y privados del rey, fue necesario acudir a los subsidios o
auxilios de los súbditos.
Las Cortes

Los reyes, ante la oleada de alzamientos populares, ceden en ocasiones y


aceptan consultar a sus súbditos a la hora de imponer tributos y de decidir la
aplicación de los mismos. Comienzan a ser pagados los tributos para atender
determinados gastos públicos. Las Cortes de Castilla y León, compuestas de
procuradores elegidos por las ciudades, se muestran resistentes a admitir nuevas
exacciones. Las quince principales ciudades castellanas se alzan en rebelión en la
Junta de Ávila.

En acuerdos de este tipo entre los gobernantes y las Cortes está el origen remoto
del Presupuesto público , como documento que aprueba el Parlamento y por el
que se autoriza al Gobierno a recaudar determinados ingresos y a realizar
determinados gastos a lo largo del año. Con este control del Parlamento, la
Hacienda Pública corre menos peligro de ser utilizada por reyes y gobernantes a
su capricho, y se introduce un cierto orden en la obtención de ingresos y en la
realización de gastos. Y una vez que el rey se acostumbra a ver limitado su poder
por los acuerdos de las Cortes en materia de impuestos, está naciendo el poder
legislativo independiente del propio monarca, que se confía a la representación
popular.

Las Monarquías Absolutas


Y en nombre de ese bien común y de esa necesidad de un Estado fuerte, tratarán
de lograr una Hacienda Pública con más medios, con una mejor organización y
con un principio de autocontrol. Y mantener un ejército exige considerables
recursos financieros, que la Hacienda Pública obtiene recaudando tributos, no
siempre equitativos. Otros gastos públicos vienen motivados por la ampliación de
la Administración pública, el mantenimiento y boato de la corte, el aumento de la
población y el crecimiento de las ciudades. En esta situación la Hacienda Pública
necesita contar con una extensa organización burocrática para cobrar los
impuestos, para contraer deudas cuando los gastos superan a los ingresos, para
administrar los recursos públicos, para examinar y vigilar la actuación de sus
recaudadores y pagadores.
Para hacer frente a los gastos colectivos no bastan los impuestos directos , que se
reducían casi exclusivamente a los que gravaban a los propietarios de tierras. Hay
que multiplicar los impuestos indirectos , que recaen sobre toda clase de artículos
y productos de consumo. De él será heredero el Impuesto de Timbre del
Estado, que durante tantos años ha proporcionado importantes ingresos al Tesoro
Público, y aún hoy día perduran figuras tributarias muy semejantes. Se prohíbe la
fabricación y/o la venta de la sal, el plomo, el tabaco, etcétera, por los
particulares, y se constituyen los correspondientes monopolios fiscales con las
consiguientes rentas para la Hacienda Pública.
Entre estas rentas llamadas « estancadas », está la de la lotería. También
surgieron tributos que venían a sustituir –en dinero- las antiguas obligaciones –en
especie- de los nobles o señores feudales, como la de preparar, mantener y
avituallar tropa armada.

El Parlamento actual
Las Cortes promulgan leyes que regulan los tributos a recaudar, los gastos
públicos a realizar y los recursos que los ciudadanos pueden interponer en
defensa de sus derechos ante posibles errores o extralimitaciones de la Hacienda
Pública. La Hacienda Pública adquiere plena consideración en el Estado que se
organiza y rige según una Constitución política. Y si esa Constitución establece la
división de poderes –ejecutivo, legislativo, judicial-, la igualdad de todos ante la
Ley, la distribución de los tributos según la capacidad económica de quienes
tienen que pagarlos, la asignación equitativa de los gastos públicos, estaremos
ante un planteamiento justo de la actividad de la Hacienda Pública. El
Parlamento, o sea la representación de todos los ciudadanos, tiene confiada la
función de dictar leyes, entre las que se encuentran las tributarias y
presupuestarias.

Así vemos regulados nuestros deberes para con la Hacienda Pública como
nosotros mismos hemos querido al refrendar una Constitución y al votar en las
elecciones generales una determinada opción en cuanto a los bienes y servicios
públicos que deseamos recibir del Estado y en cuanto a los tributos que estamos
dispuestos a pagar al Tesoro Público. Pero la misión de los Parlamentos
modernos no acaba con la discusión y votación de las leyes sobre Presupuestos y
tributos, sino que, mediante interpelaciones, ruegos y preguntas al
Gobierno, pueden los diputados y senadores controlar la actividad de las oficinas
de la Hacienda Pública, para que la Administración pública respete los derechos
de los contribuyentes y cumpla sus obligaciones para con ellos. Después el
Parlamento aprobará o no la actuación de la Hacienda Pública a lo largo de los
doce meses transcurridos.
Hacienda pública en la edad media
Además los recursos que procedían de los dominios fiscales no iban a parar en
muchas ocasiones a la Hacienda dada la confusión de patrimonio de la corona y
del rey. Hay que destacar la intensa dilapidación del patrimonio real por causa de
donaciones a nobles y eclesiásticos, así como del coste del aprovisionamiento del
ejército, muchas veces por cuenta del rey. El patrimonio del príncipe está formado
por los dominios fiscales, territorios que son propiedad de la Corona y las
regalías, que fueron ganando en importancia con el tiempo. Los habitantes de los
dominios fiscales, es decir, los moradores de los territorios de realengo pagaban
una renta anual por el uso y disfrute de la tierra propiedad del rey, al igual que
ocurría con cualquier otro señor.

Esta renta en Castilla-León se llamó foro desde el siglo XI y en Aragón treudo.

Las principales regalías en cuanto a derechos del rey a determinados bienes


fueron

El montazgo de Castilla, forestatge de Cataluña, que se pagaba por uso y


aprovechamiento de montes del territorio. Los ganados transhumantes que
atravesaban la Península en invierno y en verano, normalmente tenían que
satisfacer el montazgo y el herbazgo que en los dominios reales era un ingreso
más de la Hacienda. En León y Castilla tuvo carácter de impuesto de
tránsito, convirtiéndose en el siglo XIV en un impuesto ordinario denominado
servicio y montazgo. En Aragón el tributo se llamaba carneraje y herbaje.

En Castilla y Navarra también se percibía la assadura, derecho de escoger una


res del ganado transhumante, si bien esa gabela se sustituye por el pago de una
cantidad. Los recursos procedentes de esta regalía se obtenían por la diferencia
entre el valor nominal de la moneda y el valor del metal en que estaba
acuñada. Los reyes solían acudir al arrendamiento de la explotación
minera, debiendo pasar dos tercios de lo extraido al rey. Desde Alfonso VII esta
gabela se convirtió en regalía al reservarse al rey, siendo administrada la renta por
los alvareros que cobraban el tributo, y entregaban a los compradores un alvara o
albalá recibo que acredita haber pagado el impuesto.

Desde Alfonso VIII se arrendaba las salinas a cambio del pago anual de una suma
concertada organizando en el siglo XIV Alfonso XI esta actividad como un
verdadero monopolio. Con carácter general, la administración de las regalías y
rentas provenientes de los dominios fiscales corría cargo de un Mayordomo
directamente encomendado por el rey, en quien delegaba sus funciones de
administración. Excepto en León y Castilla fueron los oficiales ordinarios los que
entendieron de la recaudación, si bien frecuentemente se acudía al
arrendamiento, sobre todo en el caso de los impuestos indirectos. La organización
de administración financiera en la Baja Edad Media se cifró principalmente en
Castilla en la institucionalización de las figuras del Tesorero Mayor y de los
contadores mayores, como oficiales económicos-fiscales que representan dos
grados de evolución consecutivas en el proceso de constitución de una
organización hacendística acorde con las exigencias bajomedievales.

El Tesorero mayor fue un cargo subordinado al Mayordomo por tanto se insertaba


en la administración doméstica de la Casa Real y de la Hacienda regia, dándose
en él la confluencia entre lo público y lo privado, característica de la Hacienda
medieval, pero pronto sería desplazado por el Contador mayor. A mediados del
siglo XIV los textos legales castellanos hacen referencia a los contadores y a los
contadores mayores como encargados de la gestión de la Hacienda
regia, vinculados únicamente al rey y responsables de «tomar las cuentas». Con
Juan II, el Mayordomo queda ya reducido a la administración de la Casa Real. Ya
en el siglo XV existía la Contaduría mayor de Hacienda con dos altos oficiales al
frente que se ocupaban de todo lo relativo a la exención de impuestos y,  en
general de lo concerniente a la administración de recursos del reino.

Junto a esta organización existió la Contaduría mayor de Cuentas, compuesta por


contadores mayores que venían a ser el organismo encargado de tomar las
cuentas a todos aquellos que hubieran administrado dinero real, liquidando las
presentadas por los oficiales del fisco y ajustado las correspondientes a deudores
de la Hacienda pública. Fue creada en 1437 con Juan II y reorganizada por los
Reyes Católicos. Entre sus principales competencias específicas, estaba la
custodia del tesoro real, la devolución o cancelación de fianzas de garantía dadas
por los oficiales fiscales y la contratación de obras y suministros mediante
subastas. Los contadores mayores tenían atribuciones judiciales para juzgar
asuntos concernientes, a las rentas reales y a sus recaudaciones, disponiendo de
un eficaz aparato auxiliar, del que formaban parte sus lugartenientes y una serie
de contadores menores.

Todos los oficiales que manejaban caudales debían, pues, rendirle cuentas. Junto


a él y bajo su dependencia actuaban el procurador, el tesorero y el escribano de
ración que completaban la base de la estructura hacendística de la Corona. En
Cataluña y Valencia fue el bayle general quien recaudaba las rentas, como
representante del tesorero, ostentando facultades jurisdiccionales en las causas
que afectaban al patrimonio del monarca. Los caballeros villanos estuvieron
exentos de ciertos impuestos, así como los terrenos de reciente colonización, ya
que la exención fiscal se utilizó como estímulo para la repoblación.

El impuesto se confunde con el resto de las rentas que los súbditos deben
satisfacer por razón del reconocimiento del dominio, siendo así una imposición
mas dentro del señorío. Los impuestos predominantes fueron los
indirectos, sobretodo los que gravan la circulación de la riqueza, acudiéndose
frecuentemente a la imposición extraordinaria. En líneas generales los impuestos
perdieron la característica básica de sufragar las necesidades del Estado con
bienes de particulares confundiéndose con las rentas señoriales que deben
satisfacer al señor del territorio donde vive. Los concejos castellanos tuvieron en
general un poder contributivo mayor al de los leoneses.
Los recursos ordinarios fueron los siguientes

Las contribuciones o impuestos ordinarios, que se implantaban para satisfacer las


cargas del Reino. En León y Castilla, todas las mercancías que procedían de los
puertos del mar del norte y nordeste pagaban un décimo de su valor , existiendo
también los llamados puertos secos, aduanas establecidas entre los distintos
reinos, por las que las mercancías que entraban debían pagar un derecho de paso
o peaje, cuyo cobro asumieron las Cortes al ser responsables de recaudar los
subsidios para el rey, con lo que se convirtió en un ingreso de la Diputación
General o del reino. En el período bajomedieval con la incorporación de Andalucía
a Castilla se asumió un impuesto árabe, el almojarifazgo, que gravaba la
importación de mercancías. En León y Castilla fue llamado también portazgo.

Y desde el siglo XI aparece la maquila, impuesto por la venta de cebada en el


mercado de León. Este impuesto sirvió desde el siglo XII de modelo a seguir en
Castilla y León, estableciéndose la alcabala, que Alfonso XI generalizó a todo el
territorio, terminándose por considerarse permanente en tiempos de Enrique II o
Juan II, y transformándose desde el siglo XV en recurso ordinario. El sello en
cuanto derechos y tasas por la expedición de documentos de la chancillería regia
y la autenticación por el sello real. Las tercias reales, desde el siglo XIII donación
de los pontífices a los monarcas para la utilización de un tercio del diezmo
eclesiástico para gastos de guerra.

Ingresos extraordinarios

Pero hubo otros recursos excepcionales. Con Fernando I y Alfonso VI se


ingresaron elevadas sumas por este concepto. Con Alfonso XI, debido a la
periodicidad de su exacción, puede considerarse casi como impuesto
ordinario. Los impuestos extraordinarios.

En León y Castilla se iniciaron en el siglo XI por Alfonso VI, para sufragar la guerra


contra los almorávides. Alfonso VI también acudió a un impuesto
extraordinario, que fue llamado petitio, que consistió en solicitar a los súbditos los
recursos necesarios para hacer frente a circunstancias excepcionales. Esta
petición se convirtió en un hábito, de forma que se hacía anualmente a mediado
del siglo XII bajo el nombre de petitum. En el siglo XIII se arbitró un nuevo tributo
denominado pedido o servicio, que en principio se solicitaba a las Cortes, y que
llegó a convertirse en usual.

Para la recaudación habitualmente se acudía a la sisa o reducción en los pesos y


medidas de ciertos productos a favor de la recaudación del servicio. Desde el siglo
XIV se acudió a los préstamos, ya de los príncipes, ya de las propias Cortes. Los
Reyes Católicos se vieron obligados a enajenar algunas rentas reales a un 10%
de la suma prestada. Con respecto a la recaudación de los impuestos, los
funcionarios encargados de la administración territorial eran los encargados de la
percepción de los recursos, siempre que los ingresos no hubieran sido cedidos o
vendidos a un señor, ya que frecuentemente los señores percibían en sus
territorios algunos impuestos públicos.

En la Baja Edad Media fueron oficiales fiscales los encargados de la


recaudación, llamados así recaudadores o «cogedores». Para los impuestos
indirectos se acudía al arrendamiento a terceros del cobro.
Hacienda publica en la edad moderna
Se distingue entre impuestos directos e indirectos. Los gastos ordinarios
correspondieron a la edificación, reparación y mantenimiento de las casas
reales, vida cortesana, salarios de funcionarios, coste del cuerpo diplomático, y
sobre todo, del ejército y las frecuentes guerras. Órgano supremo de la
administración financiera fue en Castilla el Consejo de Hacienda. El insatisfactorio
grado de centralización llevó luego a establecer una tesorería General bajo el
control del Consejo.

En Navarra persiste la Cámara de Comptos como órgano central de


administración financiera. El recaudo y control de los servicios votados en
Cortes, desde 1590, corrió a cargo de una pequeña junta de procuradores llamada
Comisión de millones, la cual fue incorporada en 1658 al Consejo de Hacienda
como una sala más del organismo. En la administración central borbónica los
asuntos de hacienda corrieron a cardo desde 1714 de un veedor y de un
intendente universal. Desde 1715 existió una Secretaría de Estado y Despacho
para estas cuestiones, compatible con el mantenimiento de un Consejo devaluado
durante toda la centuria.

La administración financiera quedó en las provincias a cargo de los intendentes y


en los distritos municipales a cargo del corregidor. Los impuestos.
El carácter discriminatorio de un sistema fiscal soportado solo por las clases
pecheras, se atenuó a principios del siglo XVII con la introducción de los
impuestos de lanzas y medias annatas. Aquel sustituía a las lanzas con que los
grandes señores y títulos estaban obligados a servir en la guerra.
Fue recaudada en su origen mediante agentes públicos, pero desde fines del siglo
XV se abrió paso el sistema de los encabezamientos municipales. Al no imponerse
tal procedimiento en la totalidad del reino, a principios del siglo XVI y hasta 1536
existió un régimen dualista. Los diversos encabezamientos generales y prórrogas
convirtieron a las alcabalas en rentas fijas hasta el siglo XVIII.
Los millones fueron un impuesto sobre el consumo de las cuatro
especies , surgido a fines del siglo XVI. El impuesto consistió en un octavo del
valor de la venta de esas mercancías, cuyo importe era pagado por el
vendedor, quien lo repercutía sobre el comprador mediante la sisa. La Corona
ingresó una cantidad considerable del valor extraído. Fue asimismo importante el
monopolio de la sal mediante concesiones en arriendo de los diversos distritos.

En el siglo XVI se formalizó el estanco de los esclavos llevados a Indias. El


tránsito de mercancías por los puestos aduaneros fue objeto de diversos
gravámenes. No obstante, la Iglesia cooperó al sostenimiento de la hacienda
pública mediante diversas aportaciones, entre las que destacan las tercias reales y
las llamadas tres gracias. Las tercias reales consistían en dos novenas partes de
los diezmos percibidos por las iglesias del reino.

Su recaudación se efectuó conjuntamente con las alcabalas, si bien se ajustaban


a la anualidad eclesiástica, de fechas variables. Su administración estuvo en
manos del Consejo de Cruzada. El subsidio fue una contribución directa sobre las
rentas del clero, que los monarcas percibían por concesión papal a fin de sufragar
gastos de la guerra contra infieles. Junto a estas contribuciones el fisco percibió
otros ingresos eclesiásticos.
Así los expolios y vacantes, consistentes en los bienes dejados a su muerte por
los obispos y en las rentas de sedes episcopales pendientes de provisión. El
servicio fue la contribución extraordinaria que a instancias del monarca conceden
las Cortes en representación del reino. El servicio tuvo carácter personal. Tuvieron
que acudir a préstamos de banqueros aun pagando por ello intereses
desmesurados.
Nos encontramos así ante los juros. El juro es una especie de contrato entre la
Corona y una persona física o jurídica, por el cual aquella, como contraprestación
del dinero recibido, concede una pensión anual en especie o metálico sobre
determinada renta de la hacienda regia. Existe juros de por vida y juros por
heredad. Los juros alcanzaron con los Austrias un inusitado auge.
El crecimiento masivo de los juros y su acumulación en manos de banqueros y
asentistas, tuvo que ver con la incapacidad de la Corona para hacer frente a una
devolución de los préstamos por vía normal. Las bancarrotas de la monarquía
provocaron concesiones desmesuradas de juros a los acreedores. Los juros
representan una primera expresión de lo que serán los títulos de la deuda
pública. En una fase cronológicamente intermedia encontramos el sistema de los
vales reales, que fueron tanto títulos de la deuda como medios de crédito.
Sus sucesivas emisiones en los últimos años del XVIII acarrearon la inevitable
depreciación. La nueva planta fiscal en los territorios de la Corona de Aragón no
supuso la importancia del sistema castellano. Hasta la gran reforma de 1845 los
regímenes financieros de la Corona de Aragón y de Castilla fueron en realidad
distintos. En Valencia se introdujo en el siglo XVIII una nueva contribución llamada
equivalente, que en principio fue un importe que gravaba la riqueza de cada
persona, pero desde 1716, comenzó a recaudarse una parte en las puertas de la
ciudad, convirtiéndose así en un impuesto indirecto sobre el consumo.
En Aragón se implanta la contribución única. Ambas provocaron un serio
rechazo, causa luego de diversos reajustes. Si bien del catastro personal
quedaban excluidas las clases privilegiadas, el real alcanzó a todos, incluso a los
grandes propietarios y terratenientes. En Castilla se fundieron las rentas
provinciales en una contribución única.
Por un lado, reducir las contribuciones a una única contribución. Tres reales
decretos fueron los instrumentos legales de esa empresa.
Hacienda publica en la edad contemporánea.
En el inicio del siglo XIX, las primeras experiencias liberales de las Cortes de
Cádiz (1810-1814) y del Trienio Liberal (1820-1823) empezaron a proyectar
reformas en profundidad del régimen hacendístico, pero no fue hasta 1845 cuando
el ministro de Hacienda, Alejandro Mon, realizó la reforma tributaria que lleva su
nombre. Esta reforma de Mon unificó los tipos de contribuciones existentes hasta
entonces, racionalizando con ello la Hacienda Pública.
Como resultado de todo este proceso tendente a la verdadera redistribución de la
riqueza inherente al sistema tributario, y tras múltiples acercamientos, con la
definitiva implantación de la democracia durante la transición (1975-1982), se
consolidó el actual sistema hacendístico, completado tras la entrada de España en
la Comunidad Europea (la actual Unión Europea) y la aplicación el 1 de enero de
1986 del Impuesto sobre el Valor Añadido o Agregado (IVA).

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