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TEMA 1

EL ESCLAVISMO MEDITERRÁNEO

En este tema, estudiaremos la economía antigua y nos centraremos particularmente en la


economía romana. Esta economía conserva características de los imperios tributarios,
pero las desarrolla y añade otras nuevas, como el uso generalizado del trabajo esclavo
en la producción. Es decir, el sistema romano va a ser una combinación de imperio
tributario y sistema esclavista. Vamos a analizar cuáles eran los rasgos fundamentales
de su economía, cómo fueron transformándose a lo largo de su dilatada historia y las
razones de su decadencia y colapso definitivo.

Características básicas
Roma supone un salto cualitativo en los sistemas económicos tipificados como
“imperios tributarios” a partir del desarrollo de una “ciudad-estado”. El sistema romano
se distinguió sustancialmente de la experiencia griega: su evolución constitucional
conservó y reforzó el poder político de la aristocracia. En Grecia, la aristocracia será
derrocada y terminará afianzándose una democracia de pequeños y medianos
propietarios de tierra (Constitución de Solón). Durante los dos primeros siglos de la
República romana, el Senado estuvo dominado por dos clanes patricios. Esta estructura
primigenia se fue modificando en tres aspectos importantes:

a) Los plebeyos ricos obligaron a la nobleza patricia a ampliar la composición del


Senado, formándose una plutocracia rica más amplia.
b) La población más pobre incrementó sus presiones para exigir mayores derechos
(se estableció una representación corporativa de este sector de la población, el
“tribunado de la plebe” y las “asambleas de tribu”).
c) La plutocracia rica consiguió mantenerse en el poder construyendo un sistema
clientelar con las masas pobres de la ciudad (el famoso “pan y circo”).

La nobleza patricia quería concentrar en sus manos la propiedad de la tierra, reduciendo


a los campesinos más pobres a la servidumbre por deudas y apropiándose directamente
del “ager publicus” (las tierras comunales que los campesinos utilizaban y las tierras
que se iban conquistando con las victorias militares). Pese a la resistencia social, el
dominio político de la nobleza impidió que este proceso de polarización social en torno
a la propiedad de la tierra se detuviese (cuando los hermanos Graco exigieron la reforma
agraria, ya era demasiado tarde).
Los “assidui” eran los pequeños propietarios rurales, los que formaban las legiones
romanas, pues disponían de los recursos necesarios para portar sus propias armas. En
muchas ocasiones, los hombres tenían que permanecer largos períodos haciendo la
guerra, lo que provocaba el endeudamiento y la ruina de las familias. Los veteranos
soldados republicados, al licenciarse, no eran indemnizados con tierras o dinero (para

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compensar la difícil situación que se encontrarían al regreso a sus casas). Los
“proletarii” eran los ciudadanos que no tenían propiedades, solamente tenían hijos
(proles). Su número se fue ampliando a medida que los “assidui” fueron perdiendo las
tierras. Roma fue poblándose de una masa proletarizada, que era alimentada mediante
una distribución pública de grano (que funcionaba como un sustituto de la
redistribución de tierras).
A diferencia de Grecia, Roma pudo ampliar su sistema político al resto de ciudades
italianas conquistadas. Gracias a su carácter fuertemente aristocrático, pudo ampliar la
ciudadanía romana a las clases dirigentes de la Península. Esta flexibilidad institucional
le dio una ventaja enorme para su expansión. No obstante, cuando el régimen
republicano entra en crisis (a partir del siglo II a.C.) y los principales partidos políticos
necesitan incrementar su control sobre la orientación del voto de sus bases ciudadanas,
esta ampliación del voto a los habitantes de otros territorios de la península itálica se
detiene, se ralentiza, dando lugar a la llamada “guerra social” en el siglo I a.C.
Paralelamente, a nivel económico la innovación decisiva de la expansión romana fue el
latifundio esclavista, que transformó el campo italiano y posteriormente el hispano, el
norteafricano y el galo. Las conquistas militares permitieron poner a disposición de las
élites romanas grandes cantidades de tierra y de esclavos. La transformación
demográfica fue significativa, llegando la población esclava a representar la mitad de la
población total.
El militarismo depredador republicano fue el principal mecanismo de acumulación
económica. La guerra aportó tierras, tributos y esclavos. Se produjo un desarrollo pleno
de la economía esclavista, algo que no había ocurrido en ningún imperio tributario
anterior. Este expansionismo militar no solamente enriqueció enormemente a la
oligarquía romana, sino que además integró al Mediterráneo occidental en el mundo
clásico.
El Mediterráneo Occidental era muy diferente al Mediterráneo oriental. Hispania o
Galia no solamente eran tierras atrasadas, sino que eran zonas que los imperios
tributarios y las ciudades-estado anteriores (como los griegos, los fenicios o los
egipcios) nunca habían llegado a organizar económicamente. Anteriormente, los
imperios orientales realizaban una incursión muy superficial en el territorio, ya fuese a
través de las cuencas fluviales (como el Nilo) o mediante colonias costeras (como
hicieron los fenicios en Cádiz o en Málaga). En cambio, Roma tendría que organizar
grandes territorios interiores, desprovistos de un previo desarrollo de una civilización
urbana. El mecanismo para articular esta organización económica del territorio fue el
latifundio esclavista.
La expansión romana en el Mediterráneo oriental siguió unas pautas completamente
diferentes, más parecidas a las de un imperio tributario clásico. La intervención
económica en estos territorios conquistados (como Grecia, Egipto o Siria) fue mucho
menor. Los romanos se contentaron con exigir a estos reinos sus impresionantes tesoros
y unos elevados tributos, en consonancia con su riqueza. No se introdujo la esclavitud
agraria a gran escala, como en Occidente, y no hubo ningún intento de romanización y
latinización. De hecho, aquí se fraguaría la separación entre el imperio occidental (que
hablaría latín) y el oriental (que hablaría griego).

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La República romana (350 – 30 a.C)
Como resultado de su rápida expansión territorial y de su propia evolución interna, la
República romana pasó de una economía de pequeños productores agrícolas a un
sistema de producción basado en la gran propiedad de la tierra y en la generalización del
trabajo esclavo. En realidad, el sistema esclavista ya existía antes del siglo II (a.C.),
pero durante este siglo adquirió su forma específicamente romana. Tres son los rasgos
esenciales que toma este nuevo sistema:
a) desarrollo generalizado del esclavismo como sistema económico, con un gran
aumento del número de esclavos
b) aumento de la gran propiedad territorial y decadencia de la pequeña propiedad,
con el consiguiente empobrecimiento y (sub)proletarización de los campesinos
c) fuerte expansión, desproporcionada en relación al desarrollo económico, del
capital financiero y mercantil, con la formación de un nuevo estrato social, el
orden ecuestre
Las conquistas militares, motivadas económicamente por la necesidad del campesinado
de tierras fértiles y por la propia lógica del sistema esclavista original, influyeron
recíprocamente sobre la propia economía, desarrollando intensamente los rasgos
esenciales que acabamos de citar.
Las victorias militares permitieron la llegada de un mayor número de esclavos a precios
baratos, acelerando la generalización de su uso. Además de esclavos, cada victoria
implicaba la entrada de enormes riquezas en forma de botines de guerra. Además, cada
provincia conquistada era sujeta a impuestos regulares. Dada la carencia de un aparato
estatal acorde con las necesidades de esta expansión territorial, la República
subcontrataba la recaudación en las provincias a agentes privados que, además de
recaudar, se dedicaban a prestar dinero (con un altísimo interés) a los reinos vasallos,
cuando no podían pagar los impuestos, y a corromper a las autoridades provinciales.
Estos agentes se hacían inmensamente ricos con rapidez.
La colosal concentración de la riqueza derivada de las conquistas supuso la
transformación de la república aristocrática (basada en la nobleza patricia y en la
autoridad del Senado, cuyos miembros tenían prohibido dedicarse a actividades
comerciales y financieras) en una república plutocrática (basada en el poder creciente de
estos “nuevos ricos”). Junto con las inversiones en grandes propiedades agrícolas (los
latifundios), rápidamente la vida romana se tiñó de lujo y una gran demanda de bienes
suntuarios y de ocio.
La expansión romana (que llegó a abarcar desde el Canal de la Mancha hasta el
Éufrates) generó una dislocación entre la economía esclavista y el sistema republicano.
La oligarquía senatorial no podía mantener unido a todo el Mediterráneo. Como
resultado de los triunfos militantes, las tensiones sociales se agudizaron dentro de la
sociedad romana principalmente en tres sentidos:

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a) Agitación campesina en demanda de tierras. Los generales romanos aprovechan
el descontento de la tropa y, bajo la promesa de conceder tierras a los veteranos
de guerra, la utilizan para sus luchas políticas.
b) Las dificultades económicas del proletariado urbano, que previamente había sido
movilizado contra los reformadores agrarios (los hermanos Gracos), se traduce
en una movilización contra la oligarquía senatorial. Estas masas populares
terminaron apoyando a Pompeyo, Julio César u Octaviano (el futuro Augusto,
que puso fin a la República).
c) Se temía una rebelión generalizada de las élites provinciales (tal como había
ocurrido con las italianas durante la “guerra social”, para alcanzar la
ciudadanía). Los terratenientes italianos y occidentales no habían conseguido
entrar en el núcleo duro del poder senatorial, hasta que las guerras civiles entre
los grandes generales les dio su oportunidad política. Augusto, apoyado por
estos terratenientes, venció a Marco Antonio y Cleopatra en el Batalla de Accio
(31 a.C.), poniendo fin a la República.

El trabajo esclavo
Las fuentes de esclavos eran varias. La más importante, aunque no la única, fue la
guerra, propiamente un medio de producción de esclavos. Otra fuente importante eran
las deudas. Aunque la esclavitud por deudas fue abolida para los ciudadanos romanos,
no fue así para aquellos morosos de provincias que habían sido atrapados en las redes
usureras de los especuladores ya mencionados. Otra fuente de abastecimiento fue la
piratería, que llegó a ser muy importante durante el período republicano y en la que
también invirtieron los financieros y comerciantes romanos, financiando sus correrías
por las costas mediterráneas. Obviamente, otra fuente era la descendencia natural de los
esclavos, aunque resultaba imposible sostener la reproducción del sistema en esta única
fuente.
Los esclavos se adquirían de dos maneras, como botín de guerra o en el mercado. Del
primer modo, se beneficiaban los militares. Para comprarlos, se establecieron mercados
de esclavos en muchas ciudades. Los precios oscilaban enormemente. Cuando se
producían grandes conquistas, los precios bajaban significativamente.
Los esclavos se utilizaban en las economías domésticas, eran ampliamente utilizados en
las tareas de construcción y en la minería. También fueron empleados en los servicios,
aunque mucho menos en la industria artesanal. No obstante, su destino más importante
fue la agricultura, a lo cual contribuyó la importancia estratégica de dicha actividad
productiva y, sobre todo, la proliferación de grandes propiedades a partir del siglo II
(a.C.), donde su uso estaba especialmente indicado (especialmente en los latifundios del
de Sicilia y de África, donde se cultivaban cereales).

La agricultura
Durante el siglo III (a.C.), los conflictos entre patricios y plebeyos se habían atenuado
sustancialmente gracias a la expansión territorial y la política de colonización seguida a

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continuación, lo cual había permitido reducir significativamente la presión demográfica
sobre las tierras (al reducirse a la mitad la densidad de población). Pero, a mediados del
siglo II, el problema va a resurgir (aunque tomando formas nuevas) con enorme fuerza,
convirtiéndose en un factor estructural en la crisis de la República. Conviene reproducir
un texto de Apiano, relativo a las razones de fondo que motivaron el movimiento
reformista de los hermanos Graco, que abrió el período de las guerras civiles:

“Los ricos, que ocupaban la mayor parte de esta tierra indivisa y que esperaban que
luego les fuese reconocida como de su propiedad, comenzaron a agregar a sus propias
posesiones las parcelas vecinas de los pobres en parte comprándolas, en parte
arrebatándoselas por la fuerza; de modo que finalmente, en sus manos, en lugar de
pequeñas propiedades, se encontraron grandes latifundios. Para el trabajo de los
campos y el cuidado del ganado empezaron a comprar esclavos… De este modo, la
gente poderosa se enriqueció desmesuradamente y el país se pobló de esclavos. Los
ítalos, en cambio, disminuyeron en número, agotados por la miseria, los impuestos y el
servicio militar; cuando luego este peso disminuyó, los ítalos se habían quedado sin
trabajo, pues la tierra pertenecía a los ricos, que no la trabajaban con la ayuda de los
hombres libres, sino con los brazos de los esclavos”

Por la tanto, ya podemos sintetizar las principales causas de la concentración de la tierra


en latifundios esclavistas durante este siglo II:

a) El desarrollo generalizado de la esclavitud, que redujo sustancialmente los


costes de producción cuando su trabajo se destinaba a las grandes propiedades.
b) La existencia de grandes cantidades de dinero provenientes de la especulación
financiera, que no encontraron un uso más rentable, y a la vez seguro (y también
más prestigioso), que la compra de tierras agrícolas.
c) Aunque Apiano no lo tiene en cuenta, también es importante tomar en
consideración el persistente dominio político de la nobleza patricia. Este orden
social, a pesar de estar excluido de los nuevos negocios que se abrían con la
expansión territorial, pudo aprovechar su condición política dominante para
apropiarse sin contemplaciones del “ager publicus” resultante de las nuevas
conquistas.
d) La ruina de los pequeños propietarios que, además de sufrir una ausencia
dilatada de sus explotaciones como consecuencia de las cada vez más largas
campañas militares, no pudieron resistir la competencia de los bajos precios de
los cereales importados desde las provincias africanas. Muchos de ellos tuvieron
que proletarizarse en la agricultura o emigrar a las ciudades, especialmente a
Roma, donde era difícil encontrar trabajo (dado que el comercio y la artesanía
estaban ya ocupados por esclavos y libertos) y donde muchos fueron atrapados
(y manipulados) en las redes clientelares de la nobleza y la nueva plutocracia. En
buena medida, esta masa subproletarizada constituyó la base social de las

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facciones beligerantes durante las guerras civiles y de los grupos violentos que
impusieron los períodos de dictadura durante la agonía de la República.

El mercado y las ciudades


Aunque la economía antigua tenía una fuerte propensión a la autarquía (la mayoría de la
población campesina producía para garantizar su subsistencia), en la economía romana
de este siglo II existía una actividad comercial significativa. No obstante, es necesario
matizar esta caracterización. Para empezar, el mercado no se basaba en la igualdad
jurídica de todos los ciudadanos. Existía un sesgo a favor de las élites romana como
resultado de su estatus legal y su monopolización del poder político. Roma era una
sociedad de órdenes, no de clases sociales. El estatus social de la población lo
condicionaba todo en la vida económica. Existían los siguientes órdenes:

a) El orden senatorial, que representaba el estrato social más elevado. Lo formaban


la alta nobleza, los sacerdotes y los jefes militares. Los senadores basaban su
inmensa riqueza en la propiedad de la tierra y en el número de esclavos que
poseían, ya que no podían desarrollar actividades comerciales.
b) El orden ecuestre, que en principio lo formaban los caballeros que servían en el
ejército (y disponían de caballo). Pero, poco a poco, se fueron transformando en
los “empresarios” del mundo romano (básicamente, en prestamistas y
mercaderes), aprovechando su protagonismo en la recaudación de impuestos en
las provincias conquistadas. Muchos caballeros, al acumular enormes riquezas,
terminarán por comprar tierras para acceder al orden senatorial.
c) El resto de los habitantes no pertenecían a ningún de estos órdenes. Los censos
se referían a cinco tipos de ciudadanos de “a pie”:
a. Los propietarios de tierras que tenían medios económicos y, en
consecuencia, se les obligaba a pagar impuestos sobre la propiedad
agraria (y en las guerras se les exigía contribuciones extraordinarias).
Posteriormente, hasta que los ingresos se agotaron, dejaron de pagar
impuestos como consecuencia de la abundancia de recursos fiscales del
Estado.
b. Los proletarios, que carecían de propiedad de la tierra, que terminaban
como asalariados de los propietarios de tierra o como subproletarios en
las ciudades.
c. Los hombres libres que no eran ciudadanos (extranjeros y libertos). No
tenían derechos políticos, pero sí jurídicos.
d. Los esclavos, carentes de cualquier personalidad y derechos jurídicos y
políticos.

Los votos en las asambleas variaban en función de los impuestos que pagaban. El orden
ecuestre y los grandes propietarios de tierras tenían más de la mitad de los votos. De
hecho, el objetivo del Estado no era mantener el orden público defendiendo por igual a
todos sus integrantes, sino la imposición de los más fuertes. Así, se permitía la violencia

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sin control jurídico contra los débiles por parte de dichas élites, lo que implicaba
también la apropiación de sus bienes. Estos fenómenos se producían también en el
interior de las élites, cuando se enfrentaban y las familias que eran derrotadas resultaban
despojadas de su patrimonio. Además, tan importante (o más que) el mercado, la
redistribución política va a representar otro mecanismo fundamental en la asignación de
recursos. La unidad de la economía no pasada esencialmente por el mercado. El Estado,
por un lado, distribuirá entre la aristocracia senatorial los botines de guerra y, por otro
lado, contentará a las masas urbanas subproletarizadas con el “pan y circo”.
Una consecuencia de este tipo de estructura económica va a proyectarse en el
funcionamiento de las ciudades. Ciertamente, la importancia de la urbanización es un
fenómeno característico de la civilización romana. Pero, al igual que ocurre con el
funcionamiento de los mercados, no podemos comparar las ciudades romanas con las
actuales. Las romanas eran ciudades consumidoras. Las rentas que se redistribuían
desde el poder político, mayoritariamente a la nobleza, sostenían la demanda urbana. Es
decir, el crecimiento urbano no es el resultado del florecimiento de actividades
industriales y comerciales (como ocurrirá en la Baja Edad Media), sino que vendrá
determinado por la conquista y los tributos impuestos a los vencidos. La expansión
urbana no generó una transformación cualitativa de la estructura productiva (aunque
influyó en el surgimiento de una agricultura más intensiva en las proximidades de las
grandes urbes). La industria y el comercio también crecieron, pero su crecimiento fue
insuficiente para invertir la relación entre la ciudad y el campo. La capacidad de
comerciar dependía de la posibilidad de practicar el pillaje sobre los pueblos
conquistados. Lo que realmente sostenía a la economía romana eran los latifundios
esclavistas en el campo.
Además, los mercados a larga distancia, como el comercio de cereales entre las
provincias norteafricana y egipcia y la metrópoli, no se organizaban según estímulos
económicos, sino que respondían a decisiones políticas sobre la manera de distribuir
territorialmente los excedentes agrarios generados a lo largo de todas las tierras
conquistadas.

El capital financiero y comercial


Durante la República romana, el pronunciado crecimiento del capital financiero tuvo
bastante de artificial, de ficticio, no correspondiéndose en absoluto con el nivel de
desarrollo económico. Las fuentes de su crecimiento fueron los botines de guerra, los
tributos y especialmente la explotación sistemática de las provincias por parte de los
recaudadores subcontratados por la República.
La usura ya había arraigado en Roma anteriormente, durante las primeras crisis de la
pequeña propiedad rural. Pero, con la conquista de las provincias, se desarrolló
sustancialmente. De hecho, las consecuencias fueron impresionantes. Por ejemplo,
regiones enteras se despoblaron como resultado de la venta de sus habitantes como
esclavos por impago de sus deudas. El tipo de interés llegó a alcanzar el 50 por ciento,
incluso superó dicho nivel en algunas ocasiones.

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Por su lado, también el comercio exterior alcanzó un importante nivel de desarrollo en
los últimos siglos del período republicano. Roma presentaba de forma permanente una
balanza comercial deficitaria respecto a sus provincias. En realidad, dicho déficit era la
consecuencia de que la economía romana se encontraba más atrasada que las economías
de las provincias conquistadas (especialmente las orientales). En muchas ocasiones, los
productos elaborados en estas últimas gozaban de un nivel de calidad y de refinamiento,
que era imposible encontrar en la atrasada industria romana. No obstante, este
desequilibrio comercial no suponía ningún problema ya que el exceso de importaciones
venía acompañado de una gran cantidad de dinero que compensaba dicho desequilibrio.
Sin embargo, cuando cesaron las conquistas durante el Imperio y el dinero dejó de fluir
hacia Roma, la persistencia de este déficit comercial derivó en importantes crisis
monetarias.

Las guerras civiles


La inestabilidad política va a representar una constante en toda la historia de la
República romana. Desde su comienzo, las luchas entre patricios y plebeyos fueron
recurrentes, concentrándose en dos cuestiones económicas: 1) la reclamación por parte
de los plebeyos de participar en el reparto de las tierras conquistadas, y 2) los plebeyos
también demandaban la abolición de la esclavitud por deudas. Por su parte, los plebeyos
más ricos no demandaban cuestiones materiales. En realidad, buscaban la igualdad
social y política con los patricios, a través de dos vías: 1) la legalización de su
matrimonio con los patricios (que estaba prohibido como una manera de proteger la
persistencia de los estrechos círculos aristocráticos), y 2) el acceso a los cargos
administrativos y políticos (magistraturas) y a los religiosos.
En buena medida, los plebeyos ricos utilizaron a los pobres (aprovechando sus
dificultades económicas) para conseguir sus objetivos políticos. Así, las Leyes Licinio
Sextias implicaron una transformación significativa de la estructura social y política del
Estado romano. Aunque formalmente se buscó una solución al problema de las tierras y
de las deudas (que, en realidad, persistió posteriormente dando lugar a crisis
recurrentes), fueron los plebeyos ricos los que sacaron mayor tajada de los conflictos
sociales del período, al concederles formalmente la igualdad política y al permitirles
dichas leyes acceder al cargo de cónsul y a poder casarse con los patricios.
Este pacto social dio lugar a un período de estabilidad, que se sostuvo en el intenso
crecimiento económico que resultó de la expansión territorial. La población se dobló,
pero el territorio se quintuplicó, descendiendo significativamente la presión demográfica
sobre las tierras. Esta abundancia de terrenos pacificó la política romana. Sin embargo, a
partir del siglo II a.C., se va a frenar la expansión territorial, incrementándose la
densidad de población en un 50 por ciento. Esto provocó un empobrecimiento de los
campesinos y los proletarios (muchos de los primeros se convirtieron en los segundos al
arruinarse), un estancamiento en los ingresos fiscales de la República y una agudización
de la competencia en el interior de las élites por apropiarse de las tierras, los esclavos y
otros botines de guerra. Se producirá una “superpoblación de élites”, entre otros
motivos, como consecuencia del paso de muchos caballeros enriquecidos al orden
senatorial cuando la expansión territorial se estaba frenando.

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De esta manera, la inestabilidad se agudizará en sus dos últimos siglos de existencia,
provocando el colapso del régimen republicano. Anteriormente, analizamos cómo la
República romana experimentó una serie de transformaciones estructurales, a partir de
su éxito militar, que implicaron una agudización de nuevas y viejas contradicciones que
terminarían por provocar su hundimiento definitivo. El llamado período de las guerras
civiles que, con intervalos de estabilidad, se prolongó desde el año 135 al 30 a.C.
expresa esta crisis sistémica, englobando una serie diversa de acontecimientos violentos
que reflejan crudamente los conflictos sociales y políticos de dicho período:

- Entre los esclavos y sus amos, dando lugar a una serie de rebeliones de esclavos
en numerosas localidades (Sicilia, Asia Menor, Sur de Italia, …).
- Entre los grandes y los pequeños propietarios de tierras, donde destaca el
movimiento de los hermanos Graco. Entre otros puntos, reclamaba una revisión
de las adquisiciones ilegales del “ager publicus” por parte de las élites. Se
repartió tierra entre 75000 ciudadanos y se promulgó la ley frumentaria, que
permitía la venta de trigo a precios bajos en Roma (posteriormente, llegó a
entregarse gratuitamente).
- Entre los ciudadanos y los no-ciudadanos, dando lugar a la rebelión de los ítalos
del año 91 a.C, por sus derechos de ciudadanía romana (conocida como la
“guerra social”).
- Entre los caballeros (orden ecuestre) y la nobleza patricia senatorial, como las
“guerras civiles” entre Mario y Sila, y César y Pompeyo.

Detengámonos en este último conflicto. Junto con la formación del subproletariado


romano, el surgimiento del orden ecuestre, de la “clase” de los caballeros, fue una de las
transformaciones más importantes del siglo II a.C.1 Dado que los senadores no podían
ocuparse del comercio, fueron los caballeros los que se dedicaron al comercio y a las
finanzas. De esta manera, la élite económica del sistema esclavista romano se dividió en
dos. Por un lado, se encontraba la nobleza patricia tradicional, que poseía
mayoritariamente las tierras y controlaba políticamente el Senado y las magistraturas
republicanas. Por otro lado, se encontraba la plutocracia financiera y comercial de los
caballeros, que se enriqueció rápidamente pero que carecía de poder político.
Estos cambios tuvieron consecuencias políticas. El partido democrático (populares), que
históricamente había reclamado los derechos políticos y económicos de los plebeyos
frente al partido de los patricios (optimates), fue cambiando su composición social y su
programa político. Al reducirse significativamente los pequeños propietarios de tierras,
con su consiguiente conversión en subproletarios urbanos, los caballeros se hicieron con
la dirección del movimiento democrático y vieron en la manipulación de las masas
urbanas pauperizadas (dependientes de los subsidios y de las redes clientelares) una
manera eficaz de lograr un mayor poder político.

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Aunque ya existían como formación militar de caballeros anteriormente, se transformaron en orden
social durante el siglo II.

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No obstante, la imposibilidad de todas las facciones en lucha por alcanzar sus objetivos
políticos, condujo irremediablemente al fin de la República y la formación del Imperio
romano.

El Alto Imperio (27 a.C. – 284 d.C.)


El Imperio permitió recuperar la paz civil y también frenó la expansión militar. La
explotación de las provincias adquirió un carácter más organizado y menos depredador.
La piratería fue eliminada. Se creó un sistema de comunicaciones a escala imperial y se
estableció una moneda común para todo el Imperio. Occidente venció a Oriente, como
consecuencia de ser el centro dinámico de la economía esclavista. En este inicio de la
etapa imperial, Augusto tomó ciertas medidas para atenuar las tensiones sociales del
último período republicano: concedió las tierras prometidas a los veteranos licenciados,
aumentó la paga de los legionarios en activo, se distribuyó gratuitamente grano en las
ciudades, se puso en marcha un generoso programa de construcciones para aumentar el
empleo urbano, se mejoraron los servicios municipales, en las provincias se
abandonaron las incontrolados extorsiones fiscales realizadas por los recaudadores de
impuestos, se estableció un impuesto sobre la tierra con censos muy exactos, los
gobernadores provinciales pasaron a recibir salarios regulares,…
Los dos primeros siglos, en líneas generales, representaron un período de desarrollo
económico, que se extendió a las provincias y sus élites, con una mejor organización de
las relaciones económicas y sociales a escala sistémica. No obstante, persistían
problemas más profundos que impidieron superar la decadencia de la potencia romana.
Entre estos problemas, destacan los siguientes:

- La crisis agraria crónica en la península itálica, que continuaba constituyendo el


centro neurálgico del Imperio.
- La disminución del número de esclavos y la disminución de su rendimiento, que
obligaba a buscar nuevos métodos de explotación laboral.
- La pauperización de amplios sectores de la población en Italia y el resto de las
provincias.
- El reforzamiento de las tendencias al parasitismo social, a una vida basada en el
ocio y el lujo.
- El agotamiento de los recursos militares del Imperio y la imposibilidad de
regresar a la política agresiva de conquistas.

En realidad, la decadencia representaba la derivada fundamental de un sistema


esclavista agotado, que se resistía a ser superado. Aunque el Imperio supuso un avance
sustancial en la organización de las relaciones de las provincias y específicamente en la
recaudación de los impuestos por sus funcionarios (que terminarán siendo tan corruptos
como los antiguos recaudadores privados), la rémora del esclavismo terminó por
suponer un lastre demasiado pesado. La existencia de un mercado de esclavos a bajo
precio representaba el mayor obstáculo para la incorporación de innovaciones técnicas

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en la producción, pues resultaba más económico incrementarla mediante la
incorporación de mayores contingentes de trabajadores. Además, el sistema esclavista
estimula el uso de instrumentos de trabajo muy rudimentarios. Realmente, la
recuperación de estos dos primeros siglos fue un fenómeno coyuntural en el marco de
una profunda decadencia.

La agricultura
La agricultura continuó siendo la base productiva fundamental de todo el Imperio, pero
a su vez fue donde más claramente se manifestaron los límites del sistema esclavista.
Aunque, en Italia, al final del período republicano se habían realizado confiscaciones
masivas de tierras en favor de los soldados, en realidad no se habían producido cambios
significativos en la estructura de la propiedad de la tierra. Es más, con la vuelta a la
estabilidad política la gran propiedad volvió a fortalecerse.
No obstante, los observadores más agudos de la época ya advierten la crisis de la
agricultura italiana, dada la baja productividad de los latifundios y la disminución en la
incorporación de nuevos esclavos al finalizar las conquistas militares. Se trataba de dos
aspectos que en realidad estaban íntimamente relacionados, pues la reducción de los
esclavos encareció su precio y esto provocó que sus amos se volviesen más sensibles a
la bajada de su productividad. Tampoco ayudaba a superar esta crisis peninsular la
competencia de algunas provincias (Egipto y África del Norte), donde la producción de
cereales se realizaba más económicamente con un trabajo más barato, una sofisticada
estructura de irrigación artificial y una mayor fertilidad de la tierra. De hecho, Egipto y
la antigua Cartago se convirtieron en las principales fuentes de aprovisionamiento de
cereal de Roma. En Egipto, los campesinos locales fueron obligados a tomar en arriendo
las tierras imperiales y a entregar una parte considerable de la cosecha. Sobre la
estructura de la propiedad de la tierra en África del Norte, Plinio el Viejo llegó a escribir
que la “mitad de África pertenecía a seis propietarios”. No obstante, la mediana
propiedad mantuvo un protagonismo destacable, trabajada por esclavos y sobre todo por
colonos locales.
Como consecuencia de la menor presencia de esclavos en la agricultura provinciana en
general, la crisis se hizo sentir más tarde que en la península itálica. En el siglo II, el
Imperio se propone luchar seriamente contra la crisis agraria en la península, pero se
trataba de un problema de muy difícil solución. Como consecuencia de la larga crisis,
los precios de la tierra habían caído mucho. Por otro lado, los esclavos eran insuficientes
y se hacía necesario recurrir a los colonos, dándoles tierras en arriendo. Pero era difícil
encontrar gente apta para trabajarlas. Además, los colonos estaban obligados a solicitar
préstamos a los terratenientes entregando como aval sus propias herramientas (por
consiguiente, el impago implicaba el final de la producción). Toda esta lamentable
situación generó una dinámica desesperada entre los colonos, que bajó enormemente la
productividad.
La única salida sería renunciar al arriendo por dinero, exigiendo exclusivamente un
pago en especie de parte de la cosecha. Poco a poco, ante este panorama desolador, los
colonos se fueron entrando cada vez más en un tipo de relaciones con los propietarios,

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similares a las establecidas en un marco de servidumbre. Todavía no lo eran
formalmente, pero poco les faltaba. Así, cuando se declaraban morosos, no podían
desvincularse del contrato de arriendo. Al ser desposeídos de las herramientas, su
dependencia del propietario se incrementaba significativamente. De hecho, este último,
cuando transfería la propiedad, llegaba a incluir a los colonos junto a los esclavos y los
instrumentos de trabajo.

La esclavitud
El colonato fue una forma diferente de explotación del trabajo agrícola, que
progresivamente fue sustituyendo a la esclavitud. Esta último continuó siendo
importante durante el Alto Imperio, pero sus condiciones fueron cambiando. Por un
lado, a causa de la crisis de la esclavitud, la práctica del peculio se hizo más frecuente.
Representaba una manera de utilizar el trabajo esclavo con algo más de ambición, a la
vez que los esclavos se sentían más libres y podían ahorrar para convertirse en libertos.
En base al peculio, se comenzó a transferir a los propios esclavos una determinada
parcela de tierra, obligándoles a pagar una renta. En realidad, estos esclavos se parecían
mucho a los colonos que mencionábamos anteriormente.
Por otro lado, se incrementaron significativamente las liberaciones. Esto no ocurría por
la benevolencia de sus amos, sino porque la crisis del sistema esclavista estaba
convirtiendo a los esclavos en un lastre improductivo de la economía. Resultaba mucho
más rentable convertirlos en libertos y aprovechar su capacidad de iniciativa. En
realidad, las instituciones del colonato, el peculio y la liberación fueron distintas facetas
de un mismo fenómeno: ante los límites del esclavismo, se apostaba por un tipo de
explotación más racional, más eficiente económicamente. Pero el problema consistía en
que, mientras el esclavismo continuase siendo el sistema hegemónico, estas soluciones
simplemente funcionaban como “parches” incapaces de reconducir el proceso de
decadencia.
La crisis de mano de obra se fue agudizando, especialmente en la península itálica, en el
corazón del Imperio. Los contrastes sociales se incrementaron enormemente. Aunque se
produjese una mejora en las condiciones jurídicas de los esclavos, sus condiciones
materiales empeoraron. Paralelamente, los pequeños propietarios se fueron arruinando y
acercándose cada vez más a la servidumbre.
Los estudiosos mantienen posiciones diferentes sobre las razones de la crisis del sistema
esclavista, aunque todos sostienen que ya se apuntan elementos de esta crisis durante el
período del Alto Imperio. Para algunos, la causa principal de la crisis va a ser la
reducción de la oferta de esclavos. Con la Pax Romana, comenzarían los problemas. La
economía esclavista no disponía de ningún mecanismo natural e interno de
autorreproducción: la oferta de mano de obra esclava dependía de las conquistas
militares. La compra de esclavos a los bárbaros (o su crianza, que representaba un gasto
improductivo) no consigue compensar este déficit creciente. Consecuentemente, los
precios de los esclavos subieron mucho, disminuyendo la rentabilidad de los latifundios.
Para otros autores, como hemos sostenido aquí, el problema será el carácter estructural

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de la baja productividad de dichas explotaciones esclavistas. Como hemos sostenido
aquí, ambas causas están interrelacionadas.

El Bajo Imperio (285 – 476 d.C.)


Durante el siglo III se van a agudizar nuevamente las guerras civiles y los ataques de los
bárbaros contra el Imperio. Esta situación va a obligar a incrementar los gastos en
defensa militar y en burocracia. Las arcas imperiales van a experimentar un crecimiento
sustancial de sus necesidades de financiación, al tiempo que la crisis del sistema
productivo impedía afrontar dichas necesidades. La consecuencia será doble, un
incremento de los impuestos y una desvalorización de la moneda, que provocó una
fuerte inflación, que repercutirá muy negativamente en todos los sectores sociales. La
moneda más utilizada, el denario, se redujo a 1/30 de su poder de compra precedente. Se
introdujo una moneda de plata para intentar remediar la situación, pero se depreció
igualmente. Entre los años 235 y 284, hubo 20 emperadores. Las epidemias redujeron la
población (probablemente, la peste Antonina la redujo en un 25%). Se produjo una
situación caótica. Muchas tierras fueron abandonadas, el sistema fiscal se desintegró, las
ciudades se deshabitaron, se produjeron importantes rebeliones campesinas (como las
de los bagaudas en Occidente).
No obstante, a finales del siglo III (a partir de 284) se produjo una recuperación como
consecuencia de las reformas de Diocleciano, que reorganizó toda la estructura imperial.
Aumentó mucho el ejército (incorporando a bárbaros), el poder imperial pasó totalmente
a los jefes militares (desplazando definitivamente al Senado), se cerró a los senadores el
acceso a la administración civil, se doblaron las provincias y se incrementó el personal
funcionario (lo que mejoró el control burocrático), se estableció un nuevo sistema fiscal
y se elaboraron presupuestos anuales (por primera vez en la historia).
Paralelamente, se produce un desplazamiento del centro de gravedad del Imperio de
Occidente a Oriente, que coincide con el ascenso de Constantinopla y el establecimiento
del cristianismo (que había nacido en tierras orientales) como religión oficial. La
riqueza tradicional de Oriente se impuso, ante la ausencia de dinamismo de la economía
esclavista occidental. Pero todas estas transformaciones implicaron un considerable
aumento de la superestructura estatal, ante una economía esclavista que no llegó a
recuperarse. Asistimos irremediablemente a una ruralización del Imperio, a pesar de los
intentos reformistas de Diocleciano.
El colapso final tuvo su origen en el campo. Mientras las ciudades se despoblaban,
progresivamente iba surgiendo una nueva economía rural. En un proceso que ya había
comenzado durante el Alto Imperio, los terratenientes transformaron definitivamente las
relaciones de producción en el campo romano: abandonaron la esclavitud y optaron por
adscribir a los agricultores a la tierra (lo que provocó una caída en la demanda de
esclavos). Las grandes fincas tendieron a dividirse en dos partes:

a) La reserva señorial, que continuaría a ser trabajada por esclavos.

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b) Las tenencias campesinas, trabajadas con mano de obra servil (el colonato). A
los colonos (que podían ser antiguos esclavos o pequeños propietarios libres,
que estaban dispuestos a convertirse en siervos a cambio de protección), se les
otorgaba una parcela de tierra a cambio de una renta (en dinero o en especie).

En buena medida, esta orientalización y ruralización del Imperio, al entrar en crisis la


economía esclavista, se explica por la mayor importancia estructural que adquirió el
otro pilar en que se sostenía la sociedad romana, su carácter de imperio tributario.
Ciertamente, la crisis del esclavismo constituye el factor estructural, que
soterradamente, ya desde el período del Alto Imperio, va minando las bases económicas
de Roma. Pero, en realidad, el hundimiento del Imperio, como tal, quien va a dar la
puntilla definitiva, será el colapso del sistema tributario romano. A pesar del intento de
revitalizarlo con las reformas de Diocleciano, las enormes sumas de recursos necesarios
para defenderse de los ataques de los bárbaros (que pasaron de fuentes de esclavos a
convertirse en verdaderas bandas de pillaje de las riquezas imperiales) hicieron
naufragar este intento de regeneración. Al hundirse el sistema fiscal, las élites urbanas
dejaron de apropiarse de recursos y, en consecuencia, se redujo su capacidad de
demanda. Esto provocó un hundimiento del comercio y de la vida urbana. Las élites
huyeron, se refugiaron, en el campo. Lo mismo hizo la población plebeya de las
ciudades, que se vieron obligados a convertirse en siervos en las grandes explotaciones.
En realidad, el esclavismo persistió o, dicho de otra manera, se reinventó en una nueva
forma de explotación que, aunque basada igualmente en la coerción de la mano de obra,
establecía una nueva relación social entre trabajadores y propietarios.

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