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EL PROBLEMA DEL MAL EN EL MUNDO SEGÚN XAVIER ZUBIRI

En nuestra vida cotidiana, el mal es una realidad difícil de entender y vivir. Es un


problema que muchos no resuelven nunca y otros solucionan responsabilizando a
terceras personas o a causas ajenas a ellos mismos. Entre los creyentes se oye
demasiadas veces esta lamentación: ¿por qué Dios lo ha permitido?, ¿por qué me
castiga a mí?, ¿qué habré hecho?… Otras personas se plantean que si existe el
mal es porque Dios no es todopoderoso o no es bueno… o no existe.
A principios del año 1964, Zubiri dedicó al problema del mal cuatro clases que
impartió en uno de los cursos privados que daba en Madrid. Zubiri empieza
constatando que “el mal es una realidad que, en una o en otra forma, envuelve a
los hombres y, en cierto modo, al universo entero” (p. 197).[2] Así pues, enfoca el
problema del mal desde “una perspectiva estricta y exclusivamente metafísica” (p.
198), esto es, el mal como realidad. Zubiri ni pretende averiguar qué cosas son
buenas y malas, ni tampoco determinar cómo ha de evitarse o de superarse el
mal. Es importante aclarar que el bien y el mal no son opuestos entre sí, como si
el bien fuera un valor positivo y el mal un valor negativo. Porque si se afirma que el
mal es lo contrario del bien, también deberíamos aceptar que el bien es lo
contrario del mal.

1. LA REALIDAD DEL MAL

Si constatamos que el mal es una realidad, será importante dilucidar “qué es y


cuál es la realidad del mal” (p. 235). Zubiri va a estudiar por separado los cuatro
tipos de mal que, según él, se pueden dar, de acuerdo con la estructura misma de
la realidad; son los siguientes: el maleficio, la malicia, la malignidad y la maldad.
Es muy importante recalcar que el uso que hace Zubiri de estas palabras es
técnico, por lo tanto, nos debemos desprender del significado de estas palabras en
su uso cotidiano y entenderlas estrictamente en los términos que Zubiri nos
plantea. 
      
a) El maleficio

Dentro de la terminología zubiriana, denominamos maleficio a aquella categoría


del mal que nos desequilibra a nivel físico o psíquico. Es, por tanto, la primera
etapa o el primer escalón del mal.
Es importante que caigamos en la cuenta de lo que supone en cada ser humano
su integridad psicobiológica y como ya ha quedado dicho, el maleficio siempre
será una alteración del equilibrio psíquico y físico de la persona. Cada persona
vive una realidad física y psíquica propia. Dependiendo de una serie de factores,
podemos gozar de una buena calidad de vida física y de un equilibrio psíquico, o,
por el contrario, podemos sufrir diferentes grados de desequilibrios tanto a nivel
corporal como mental y espiritual.
Las cosas a las que nos enfrentamos a lo largo de nuestra vida, los
acontecimientos y realidades que nos toca vivir, desde las que empiezan por
nuestra propia realidad física y psíquica (nuestro cuerpo, nuestro carácter) hasta
las que nos son totalmente ajenas en su origen, no son ni buenas ni malas. Es el
modo en que las tratamos, nos relacionamos e interaccionamos con ellas, lo que
las hace positivas o negativas, lo que les puede dar, por tanto, un sentido
maléfico.
Podemos sufrir los maleficios consciente o inconscientemente. Ejemplos podemos
encontrar tantos como queramos: desde la persona que fuma y es consciente del
impacto negativo en su salud, hasta el estrés que nos desequilibra
psicológicamente derivado de cualquier actividad cotidiana, o de los problemas
personales y familiares de toda índole, pasando por la persona que
inconscientemente sufre la contaminación de modo crónico en su trabajo.
Cualquier acontecimiento o circunstancia tendrá una traducción negativa en
nuestra vida en tanto que no seamos capaces de asumirlo o resolverlo de modo
que no nos desequilibre como personas. En ese desequilibrio consiste lo que
Zubiri designa como maleficio: “la presencia privativa de lo que tendríamos que ser
por nuestra integridad psicobiológica y, sin embargo, no somos” (pp. 260-261).

b) La malicia

Dentro de las diferentes categorías zubirianas del mal, la malicia es el aspecto


más intransferible y personal de la maldad, ya que está ligado a nuestra propia
libertad como personas y al uso que hagamos de ella.
Más allá de sus realidades físicas y psíquicas, el ser humano, dentro de los límites
de su libertad, tiene la capacidad de escoger. Ahí está la grandeza de su dignidad.
Desde este punto de vista, somos una realidad moral, en tanto que en el uso de
nuestra libertad podemos elegir de un modo moral o inmoral.
El objeto de nuestra elección puede ser enormemente variado. Desde tomar la
decisión de llevar a cabo una acción concreta, hasta decidir tener una actitud
determinada acerca de algo, nos pasamos la vida eligiendo. Una parte de estas
elecciones son claras y públicas, otras no van más allá de nosotros mismos y
nuestra propia conciencia.
Al ejercitar nuestra capacidad de elegir, estamos realizando un acto de carácter
inequívocamente moral. Cuando usamos nuestra libertad para actuar causando el
mal, nos estamos comportando de una manera maliciosa. La idea zubiriana de
malicia, tiene mucho más que ver con la intención, la voluntad que tenemos al
realizar una acción, que con el resultado de la acción en sí. Porque el resultado de
una decisión puede ser mejor o peor, muchas veces no depende enteramente de
nosotros, pero lo realmente importante es la intención con la que se toma la
decisión.
La vida es un constante elegir y descartar opciones. Lo que va a determinar
nuestra bondad moral o nuestra malicia es lo que hagamos de una forma
coherente, conforme a unos postulados moralmente correctos o que, por el
contrario, seamos incoherentes con esos postulados, o nos guiemos por unos
postulados inmorales. Naturalmente, la malicia admite grados, pero es siempre
una instauración del mal por un acto de mi libertad (cf. pp. 274-275).

c) La malignidad
Siguiendo con las ideas desarrolladas anteriormente acerca del uso negativo de
nuestra libertad como generadora del mal, hay que admitir que podemos usar
nuestra libertad para inducir a otros a hacer el mal. Zubiri lo describe como
malignidad.
A través de este concepto damos un salto cualitativo en el mal uso de nuestra
libertad, donde la elección negativa va más allá de nosotros mismos y arrastra a
otros individuos hacia una actuación moralmente negativa. Ya no es nuestra
capacidad de libre elección la protagonista de un acto concreto, sino que es la
inductora, la responsable de que otras personas obren malvadamente. Por tanto,
ya no actuamos como sujetos generadores del mal, sino como inductores en los
otros de pautas de conducta o actitudes que conducirán hacia el mal. Así pues,
Zubiri afirma que “naturalmente, el otro es libre o no de aceptar la incitación y, por
consiguiente, de ceder o no a la malicia a la que le incito. Pero, aceptada por el
otro, se convierte en malicia suya propia” (p. 278).
Para Zubiri el protagonista de la malignidad lo va a ser de forma reduplicativa,
porque aparte de la malicia del acto propio de una persona desde su libertad, está
la malicia que en este caso también produce el otro (cf. p. 278).

d) La maldad

Para Zubiri, el concepto de maldad encarna el mal compartido y producido por el


grupo. Cualquier conducta o acción individual puede generalizarse adquiriendo
una fuerza y dimensión mucho mayor que cuando era desarrollada por un solo
individuo. Por consiguiente, una conducta maliciosa y la incitación a que otros la
sigan (malignidad en terminología zubiriana) desencadenan la maldad, hacer del
mal un efecto colectivo.
Por tanto, la maldad es la dimensión social del mal. El mal que nos sobrepasa a
nivel individual y adquiere dimensiones grupales. Esta dimensión colectiva,
proyectada en el tiempo, adquiere una significación histórica. De modo que
podemos observar la maldad dentro de la historia del ser humano. De hecho, es
algo asumido por todos que, dentro de la historia de la humanidad, hay corrientes
de retroceso, que serían los acontecimientos histórico-sociales producto de la
maldad, y también de progreso, por tanto, de carácter positivo, que nos hacen
evolucionar hacia cotas de mayor bondad en toda la acepción del término.

e) Las relaciones entre las categorías del mal

Finalmente, podríamos acabar con un ejemplo práctico para ilustrar cómo el


maleficio, la malicia, la malignidad y la maldad están interrelacionadas. Uno de los
grandes males que ha marcado a lo largo de la historia y sigue marcando el
devenir del ser humano, tanto en su colectividad como en el plano individual, es la
xenofobia. Pocas conductas son tan objetivamente condenables y, a la vez, tan
difíciles de erradicar y corregir en la práctica, como una y otra vez nos muestra la
historia y la triste realidad social de nuestros días. Intentemos comprender el
fenómeno a la luz de los conceptos zubirianos explicados.
Todo comienza por el maleficio, entendiendo por tal una o varias circunstancias
que nos desequilibran a nivel físico y, sobre todo, a nivel psíquico. Desde
problemas de carácter puramente personal, hasta los derivados de la presión
económica, laboral o social. El maleficio, la circunstancia personal o coyuntura
negativa puede darse de muchas formas.
La incapacidad para dar una respuesta sana, coherente y madura al maleficio,
puede abocarnos fácilmente a la malicia. En lugar de encarar mis problemas o
circunstancias negativas, opto por comportarme maliciosamente, eligiendo desde
mi libertad y responsabilidad actuar de un modo disconforme al más
elemental bien moral. Así pues, traduzco mis frustraciones y fracasos en
actuaciones y actitudes negativas e injustas hacia los otros. Busco otras personas
más débiles que yo, aunque a mí, en mi necedad, a veces no me lo parezcan. Y
descargo en esos otros la responsabilidad de mis males, o los utilizo para
desahogarme y resarcirme de mis derrotas y miserias personales.
Más tarde, doy el paso de la malicia (mis elecciones individuales moralmente
negativas) a la malignidad, es decir, busco incitar a otros a que sigan mis pautas
de conducta. Así pues, extiendo el mal, a la vez que me siento acompañado, más
seguro y más legitimado, ya que, si otros hacen lo mismo que yo, de alguna
manera yo me siento menos responsable de mi modo de actuar.
Y, finalmente, de la malignidad (mi intento por extender mi conducta maligna a
otros individuos) a la maldad (el movimiento colectivo que asume, más allá de los
individuos, las conductas inmorales), hay sólo un paso. En último término,
responsables de la maldad, de la actuación colectiva inmoral, son todos los
individuos que participan en ella, ya que, independientemente de que fueran
incitados o no a participar, todos acaban tomando una decisión desde su propia
libertad individual. Obviamente, sin que lo anterior deje de ser cierto, también es
verdad que no todos los individuos tienen el mismo grado de responsabilidad en la
maldad colectiva final.

2. EL MAL Y SU CAUSA ÚLTIMA

Zubiri parte de “que efectivamente hay un Dios creador y personal del mundo” (p.
287). Supuesto esto, y como el mal existe en el mundo, es lícito preguntarnos por
el problema del mal desde la perspectiva de Dios. Zubiri articula su estrategia a
través de tres preguntas a las que intentará dar respuesta:

Primero: en tanto que Dios es causa universal del mundo, y en el mundo tiene el
mal una realidad, ¿es Dios causa del mal? Segundo: Dado que no lo fuera, y
supuesto que el mal existe, ¿es, cuando menos, aceptado por Dios? Tercero:
supuesto que no lo fuera, ¿cuál es entonces la razón de ser del mal? (p. 288)

a) ¿Es Dios la causa del mal?

 En primer lugar, tendremos que entender que toda la realidad es creada, es finita
y procede sólo de Dios y es para Dios su gloria (Cfr. pp. 289-290). Sin embargo,
para Zubiri “gloria no significa una especie de paseo triunfal de Dios por el
Universo como el de un general o jefe de Estado … Aquí la gloria es pura y
simplemente la realidad misma existente, en tanto que finita” (p. 291). Al igual que
el artista se realiza con su obra y el científico con su investigación, podemos
comprender, desde una visión antropomórfica, que la realidad creada supone para
Dios una satisfacción, el orgullo por aquello que ha surgido de sus manos y, por
tanto, es la realidad creada su propia gloria.
Zubiri insiste en que “la realidad finita, en tanto que, producida por Dios, tiene el
sentido de ser gloria y la condición de ser un bien” (p. 292). Por tanto, “la realidad
creada: no sólo es esencialmente buena, sino que su bondad consiste pura y
simplemente en ser realidad” (p. 293). Porque lo que Dios ha querido y ha creado
es la sustantividad personal que somos cada uno de nosotros y que hace que
nosotros mismos seamos capaces de constituirnos en lo que vamos siendo. Y
esto es el bien mayor que existe en el mundo. Dios es causa de que haya una
realidad que pueda escoger libremente su propia condición. La libertad es
la participación finita en la grandeza e independencia de Dios. Sin embargo, como
veíamos anteriormente, es esa libertad la que da pie a la malicia y malignidad y,
en último término, a la maldad. Por tanto, ya podemos ver que Dios de ninguna
manera es causa del mal.

b) ¿Acepta Dios el mal?

Zubiri plantea el problema de la razón de ser del mal desde la perspectiva


individual: razón biográfica del mal y desde la perspectiva social y colectiva: razón
histórica del mal.
El ser humano desde que nace se va desarrollando como persona. En ese
crecimiento que cada persona experimenta, el maleficio juega un papel
importante. Porque, a pesar de que el maleficio sea o nos produzca un mal, una
limitación o un sufrimiento, nos supone una serie de problemas cuya resolución
nos puede hacer crecer, si sabemos buscar las respuestas adecuadas a los
conflictos que se nos plantean. Así pues, se trata de un mal que nos da opción a
crecer y a alcanzar un bien superior.
Del mismo modo, la malicia nos enfrenta a una disyuntiva de carácter moral que
nos hace evolucionar como personas, a través de optar dentro de nuestra libertad
por una posibilidad u otra.
Además de la influencia que pueden tener tanto el maleficio, como la malicia en
nuestra vida, el hecho que Dios los permita, testimonia bien a las claras que las
personas somos dueños de nuestros actos. Resulta muy importante esta
constatación profunda de la libertad humana: la libertad real de las personas que
nos permite tener un carácter de realidad moral, en tanto que tenemos capacidad
de elección en uno u otro sentido. Sin este carácter de radicalidad inherente a la
libertad humana, permitido por Dios a pesar del sufrimiento que a veces puede
acarrear, el ser humano no podría evolucionar, sino que estaría lastrado desde el
principio de su existencia. Por consiguiente, Zubiri establece que Dios no acepta el
mal, pero lo permite, y esa permisividad está motivada por la naturaleza del ser
humano, como agente libre y con responsabilidad moral.
Trasladado lo explicado anteriormente al ámbito de la sociedad y reflejada a través
del paso de los siglos, podemos apreciar la razón histórica del mal. Esta no
consiste solamente en la proyección a nivel colectivo de las disyuntivas que se nos
plantean a nivel personal, aunque no deja de existir una cierta analogía entre la
persona que opta a nivel individual y el grupo que opta a nivel colectivo o social.

c) ¿Cuál es la razón de ser del mal?

Por consiguiente, podemos llegar al convencimiento que, “por donde quiera que se
le tome, como maleficio, como malicia o como maldad, el mal tiene su razón de
ser en estar ordenado precisamente a un bien superior” (p. 312). Ahora bien, nos
podemos preguntar: ¿se limita Dios a aceptar el bien y a permitir el mal? De
hecho, no es así. Dios no se ha limitado a testificar su conformidad con el bien y a
permitir el mal, sino que precisamente desde Cristo ha querido incorporarse
personalmente al curso de la historia de la humanidad (Cfr. p. 313).
Dios no hubiera permitido jamás el mal si no hubiera tenido ante sus ojos la
posibilidad y la realidad decidida de una Encarnación y de una Redención. En su
virtud, la humanidad entera está llamada a un bien trascendente y querido por
Dios. Un bien trascendente que consiste en Dios mismo, como culmen no sólo de
mi sustantividad humana, sino como participación real y efectiva de mi
sustantividad en la condición misma de ese Dios, que se ha incorporado a la
realidad humana. En este sentido, el bien no simplemente es un bien, sino que es
una condición distinta del hombre, es justamente gracia. Y correlativamente, el mal
no consiste simplemente en malicia, sino en pecado. Por lo tanto, el dualismo del
bien y del mal es un dualismo entre gracia y pecado, entre seguir la gracia de
Cristo y apartarse de él por el pecado (Cfr. pp. 313-314). Como explica Zubiri,

la Encarnación no solamente ha tenido el carácter de un merecimiento estricto de


la gracia para la humanidad, sino que ha tenido el carácter de un merecimiento y
de un triunfo definitivo del principio del bien sobre el principio del mal. (p. 314)

d) Conclusión

Así pues, podemos concluir que la reflexión de Zubiri sobre el problema del mal
nos permite reconciliar el compromiso de Dios con el respeto a la libertad humana,
por un lado, y con la salvación de la humanidad, por otro. Y, sobre esta base,
Zubiri nos invita a entender los diferentes aspectos del mal, tal como se dan en
nuestra realidad individual y colectiva, poniendo el énfasis en el ejercicio de
nuestra libertad y la posibilidad de que mediante la superación del mal, nuestro
proyecto vital y nuestra realidad moral se desarrolle de una manera más plena.

NOTAS
[1] Este texto es una versión modificada y reducida de un artículo originalmente
publicado en 2001 Teologia Actual(42), 47-58. Agradezco al director de Teologia
Actual, Rvdo. Joan Guiteras, el permiso para reproducir este artículo.
[2] Zubiri, X. (1992). Sobre el sentimiento y la volición. Madrid: Alianza Editorial.
Referencias a este libro se incluirán directamente en el texto entre paréntesis.

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