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b) La malicia
c) La malignidad
Siguiendo con las ideas desarrolladas anteriormente acerca del uso negativo de
nuestra libertad como generadora del mal, hay que admitir que podemos usar
nuestra libertad para inducir a otros a hacer el mal. Zubiri lo describe como
malignidad.
A través de este concepto damos un salto cualitativo en el mal uso de nuestra
libertad, donde la elección negativa va más allá de nosotros mismos y arrastra a
otros individuos hacia una actuación moralmente negativa. Ya no es nuestra
capacidad de libre elección la protagonista de un acto concreto, sino que es la
inductora, la responsable de que otras personas obren malvadamente. Por tanto,
ya no actuamos como sujetos generadores del mal, sino como inductores en los
otros de pautas de conducta o actitudes que conducirán hacia el mal. Así pues,
Zubiri afirma que “naturalmente, el otro es libre o no de aceptar la incitación y, por
consiguiente, de ceder o no a la malicia a la que le incito. Pero, aceptada por el
otro, se convierte en malicia suya propia” (p. 278).
Para Zubiri el protagonista de la malignidad lo va a ser de forma reduplicativa,
porque aparte de la malicia del acto propio de una persona desde su libertad, está
la malicia que en este caso también produce el otro (cf. p. 278).
d) La maldad
Zubiri parte de “que efectivamente hay un Dios creador y personal del mundo” (p.
287). Supuesto esto, y como el mal existe en el mundo, es lícito preguntarnos por
el problema del mal desde la perspectiva de Dios. Zubiri articula su estrategia a
través de tres preguntas a las que intentará dar respuesta:
Primero: en tanto que Dios es causa universal del mundo, y en el mundo tiene el
mal una realidad, ¿es Dios causa del mal? Segundo: Dado que no lo fuera, y
supuesto que el mal existe, ¿es, cuando menos, aceptado por Dios? Tercero:
supuesto que no lo fuera, ¿cuál es entonces la razón de ser del mal? (p. 288)
En primer lugar, tendremos que entender que toda la realidad es creada, es finita
y procede sólo de Dios y es para Dios su gloria (Cfr. pp. 289-290). Sin embargo,
para Zubiri “gloria no significa una especie de paseo triunfal de Dios por el
Universo como el de un general o jefe de Estado … Aquí la gloria es pura y
simplemente la realidad misma existente, en tanto que finita” (p. 291). Al igual que
el artista se realiza con su obra y el científico con su investigación, podemos
comprender, desde una visión antropomórfica, que la realidad creada supone para
Dios una satisfacción, el orgullo por aquello que ha surgido de sus manos y, por
tanto, es la realidad creada su propia gloria.
Zubiri insiste en que “la realidad finita, en tanto que, producida por Dios, tiene el
sentido de ser gloria y la condición de ser un bien” (p. 292). Por tanto, “la realidad
creada: no sólo es esencialmente buena, sino que su bondad consiste pura y
simplemente en ser realidad” (p. 293). Porque lo que Dios ha querido y ha creado
es la sustantividad personal que somos cada uno de nosotros y que hace que
nosotros mismos seamos capaces de constituirnos en lo que vamos siendo. Y
esto es el bien mayor que existe en el mundo. Dios es causa de que haya una
realidad que pueda escoger libremente su propia condición. La libertad es
la participación finita en la grandeza e independencia de Dios. Sin embargo, como
veíamos anteriormente, es esa libertad la que da pie a la malicia y malignidad y,
en último término, a la maldad. Por tanto, ya podemos ver que Dios de ninguna
manera es causa del mal.
Por consiguiente, podemos llegar al convencimiento que, “por donde quiera que se
le tome, como maleficio, como malicia o como maldad, el mal tiene su razón de
ser en estar ordenado precisamente a un bien superior” (p. 312). Ahora bien, nos
podemos preguntar: ¿se limita Dios a aceptar el bien y a permitir el mal? De
hecho, no es así. Dios no se ha limitado a testificar su conformidad con el bien y a
permitir el mal, sino que precisamente desde Cristo ha querido incorporarse
personalmente al curso de la historia de la humanidad (Cfr. p. 313).
Dios no hubiera permitido jamás el mal si no hubiera tenido ante sus ojos la
posibilidad y la realidad decidida de una Encarnación y de una Redención. En su
virtud, la humanidad entera está llamada a un bien trascendente y querido por
Dios. Un bien trascendente que consiste en Dios mismo, como culmen no sólo de
mi sustantividad humana, sino como participación real y efectiva de mi
sustantividad en la condición misma de ese Dios, que se ha incorporado a la
realidad humana. En este sentido, el bien no simplemente es un bien, sino que es
una condición distinta del hombre, es justamente gracia. Y correlativamente, el mal
no consiste simplemente en malicia, sino en pecado. Por lo tanto, el dualismo del
bien y del mal es un dualismo entre gracia y pecado, entre seguir la gracia de
Cristo y apartarse de él por el pecado (Cfr. pp. 313-314). Como explica Zubiri,
d) Conclusión
Así pues, podemos concluir que la reflexión de Zubiri sobre el problema del mal
nos permite reconciliar el compromiso de Dios con el respeto a la libertad humana,
por un lado, y con la salvación de la humanidad, por otro. Y, sobre esta base,
Zubiri nos invita a entender los diferentes aspectos del mal, tal como se dan en
nuestra realidad individual y colectiva, poniendo el énfasis en el ejercicio de
nuestra libertad y la posibilidad de que mediante la superación del mal, nuestro
proyecto vital y nuestra realidad moral se desarrolle de una manera más plena.
NOTAS
[1] Este texto es una versión modificada y reducida de un artículo originalmente
publicado en 2001 Teologia Actual(42), 47-58. Agradezco al director de Teologia
Actual, Rvdo. Joan Guiteras, el permiso para reproducir este artículo.
[2] Zubiri, X. (1992). Sobre el sentimiento y la volición. Madrid: Alianza Editorial.
Referencias a este libro se incluirán directamente en el texto entre paréntesis.