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UNIDAD III
La psicoterapia moderna
UNIDAD V
Lacan y los posfreudianos: los conceptos, las prácticas
LACAN – “La dirección de la cura y los principios de su poder. Cap. 1: ¿Quién analiza
hoy?” (TP 6)
Que un análisis lleve los rasgos de la persona del analizado, es cosa de la que se habla
como si cayese por su propio peso. Pero quien se interese en los efectos que tendría
sobre él la persona del analista pensaría estar dando pruebas de audacia. Tal es por
lo menos el estremecimiento que nos recorre ante las expresiones de moda
referentes a la contratransferencia, contribuyendo a enmascarar su impropiedad
conceptual.
Hoy ni siquiera se guardan las formas para confesar que bajo el nombre de
psicoanálisis muchos se dedican a una "reeducación emocional del paciente".
Situar en este nivel la acción del analista acarrea una posición de principio, con
respecto a la cual todo lo que puede decirse de la contratransferencia, es en vano.
Porque es más allá donde se encuentra desde ese momento la impostura que
queremos desalojar aquí.
No por eso denunciamos lo que el psicoanálisis de hoy tiene de antifreudiano. Pues
en esto hay que agradecerle el que se haya quitado la máscara, puesto que se jacta
de superar lo que por otra parte ignora, no habiendo retenido de la doctrina de Freud
sino justo lo suficiente para sentirse hasta qué punto lo que acaba de enunciar de su
experiencia es disonante con ella.
Pretendemos mostrar en qué la impotencia para sostener auténticamente una
praxis, se reduce, como es corriente en la historia de los hombres, al ejercicio de un
poder.
El psicoanalista sin duda dirige la cura. El primer principio de esta es que no debe
dirigir al paciente, la dirección de conciencia en el sentido de guía moral que un fiel
del catolicismo puede encontrar, queda aquí radicalmente excluida.
La dirección de la cura es otra cosa. Consiste en hacer aplicar por el sujeto la regla
analítica o sea las directivas cuya presencia no podría desconocerse en el principio
de lo que se llama "la situación analítica".
Estas directivas están en una comunicación inicial planteadas bajo forma de
consignas de las cuales, por poco que el analista las comente, puede sostenerse que
hasta en las inflexiones de su enunciado servirán de vehículo a la doctrina que sobre
ellas se ha hecho el analista en el punto de consecuencia a que han llegado para él.
Lo cual no lo hace menos solidario de la enormidad de los prejuicios que en el
paciente esperan en ese mismo lugar: según la idea que la difusión cultural le ha
permitido formarse del procedimiento y de la finalidad de la empresa.
Ya esto basta para mostrarnos que el problema de la dirección se muestra, desde las
directivas del punto de partida, como no pudiendo formularse sobre una línea de
comunicación unívoca.
Establezcamos únicamente que, de reducirlo a su verdad, ese tiempo consiste en
hacer olvidar al paciente que se trata únicamente de palabras, pero que esto no
justifica que el analista lo olvide a su vez.
Además, ya hemos enunciado que es por el lado del analista por donde
pretendíamos abordar nuestro tema.
Digamos que en el depósito de fondos de la empresa común, el paciente no es el
único con sus dificultades que pone toda la cuota. El analista también debe pagar:
a- pagar con palabras sin duda, si la transmutación que sufren por la operación
analítica las eleva a su efecto de interpretación;
b- pero también pagar con su persona, en cuanto que, diga lo que diga, la
presta como soporte a los fenómenos singulares que el análisis ha descubierto en la
transferencia;
c- ¿Pagar con lo que hay de esencial en su juicio más íntimo, para mezclarse
en una acción que va al corazón del ser: sería él el único allí que queda fuera del
juego?
Porque es en el seno de su pretensión de contentarse con la eficacia donde se
levanta una afirmación como ésta: que el analista cura menos por lo que dice y hace
que por lo que es. Y a esto nadie le pide razón de semejante afirmación a su autor,
como tampoco se le llama al pudor, cuando, con una sonrisa fatigada dirigida hacia
el ridículo al que se expone, es a la bondad, a la suya, a la que se remite para poner
un término a un debate sin salida sobre la neurosis de la transferencia. Sin embargo
el ser es el ser, y tenemos derecho a preguntar que viene a hacer aquí.
Volveré pues a poner al analista en el banquillo, para observar que está tanto menos
seguro de su acción cuanto que en ella está más interesado en su ser.
Intérprete de lo que me es presentado en afirmaciones o en actos, yo decido sobre
mi oráculo y lo articulo a mi capricho, libre siempre del momento y del número, tanto
como de la elección de mis intervenciones.
En cuanto al manejo de la transferencia, mi libertad en ella se encuentra por el
contrario enajenada por el desdoblamiento que sufre allí mi persona, y nadie ignora
que es allí donde hay que buscar el secreto del análisis. Lo cual no impide creer a
algunos que han progresado gracias a esta docta afirmación: que el psicoanálisis
debe ser estudiado como una situación entre dos (yoes). Sin duda se ponen
condiciones que restringen sus movimientos, pero permanece el hecho de que la
situación así concebida sirve para articular (y sin más artificio que la reeducación
emocional antes citada) los principios de una domesticación del Yo llamado débil, y,
por medio de un Yo que gustosamente se considera como de fuerza para cumplir ese
proyecto, porque es fuerte.
Estas desviaciones no las mostramos por nuestro gusto, sino más bien para hacer de
sus escollos boyas de nuestra ruta.
De hecho, todo analista experimenta siempre la transferencia en el asombro del
efecto menos esperado de una relación entre dos que fuese como las otras. Se dice
que tiene que componérselas allí ante un fenómeno del que no es responsable.
Pero es más bien la exaltación fácil de su gesto de arrojar los sentimientos, colocados
bajo el capítulo de su contratransferencia, en el platillo de una balanza en que la
situación se equilibraría gracias a su pesada, la que da testimonio para nosotros de
una desgracia de la conciencia correlativa de una dimisión a concebir la verdadera
naturaleza de la transferencia.
No se podría razonar a partir de lo que el analizado hace soportar de sus fantasías a
la persona del analista, como a partir de lo que un jugador ideal calcula de las
intenciones de su adversario. Sin duda hay también estrategia, pero que nadie se
engañe con la metáfora del espejo en virtud de que conviene a la superficie lisa que
presenta al paciente el analista. Rostro cerrado y labios cosidos, no tienen aquí la
misma finalidad que en el bridge. Más bien con esto el analista se adjudica la ayuda
de lo que en ese juego se llama el muerto, pero es para hacer surgir al cuarto que va
a ser aquí la pareja del analizado, y cuyo juego el analista va a esforzarse, por medio
de sus tantos, en hacerle adivinar la mano: tal es el vínculo, digamos de abnegación,
que impone al analista la prenda de la partida en el análisis.
Lo seguro es que los sentimientos del analista sólo tienen un lugar posible en este
juego, el del muerto; y que si se le reanima, el juego se prosigue sin que se sepa
quién lo conduce.
Por eso el analista es menos libre en su estrategia que en su táctica.
El analista es aún menos libre en aquello que domina estrategia y táctica: a saber, su
política, en la cual haría mejor en ubicarse por su carencia de ser que por su ser. Su
acción sobre el paciente se le escapa junto con la idea que se hace de ella, si no
vuelve a tomar su punto de partida en aquello por lo cual ésta es posible, si no
retiene la paradoja en lo que tiene de desmembrado, para revisar en el principio la
estructura por donde toda acción interviene en la realidad.
Para los psicoanalistas de hoy, esta relación con la realidad cae por su propio peso.
Miden sus defecciones en el paciente sobre el principio autoritario de los educadores
de siempre.
Y no puede decirse que se sienta uno tranquilizado, cuando trazan el procedimiento
del análisis en la reducción en el sujeto de las desviaciones, imputadas a su
transferencia y a sus resistencias, pero ubicadas en relación con la realidad, cuando
se les oye exclamar sobre la "situación completamente simple" que ofrecería el
análisis para tomar su medida. ¡Vamos!, el educador está bien lejos de estar educado
si puede juzgar tan ligeramente una experiencia que sin embargo ha debido
atravesar él mismo.
Se concibe que para explayar una concepción tan evidentemente precaria, algunos
analistas de ultramar hayan sentido la necesidad de introducir en ella un valor
estable, un patrón de la medida de lo real: es el ego autónomo. Es el conjunto que
se supone organizado de las funciones más dispares para prestar su apoyo al
sentimiento de innatividad del sujeto. Se le considera como autónomo por el hecho
de que se supone que está al abrigo de los conflictos de la persona (esfera no
conflictiva).
Sea como sea, resuelve la cuestión del ser del analista. Un equipo de egos menos
iguales sin duda que autónomos, se ofrece a los norteamericanos para guiarlos hacia
la happiness, sin perturbar las autonomías, egoístas o no, que empiedran con sus
esferas sin conflicto el American way hacia ella.
Resumamos. Si el analista sólo tuviese que vérselas con resistencias lo pensaría dos
veces antes de hacer una interpretación, como en efecto es su caso, pero estaría a
mano después de esa prudencia.
Sólo que esa interpretación, va a ser recibida como proveniente de la persona que
la transferencia supone que es. ¿Aceptará aprovecharse de ese error sobre la
persona? La moral del análisis no lo contradice, a condición de que interprete ese
efecto, a falta de lo cual el análisis se quedaría en una sugestión grosera.
Posición innegable, sólo que es como proveniente del Otro de la transferencia como
la palabra del analista será escuchada aún, y sólo que la salida del sujeto fuera de la
transferencia es pospuesta así ad infinitum.
Es pues gracias a lo que el sujeto atribuye de ser (de ser que sea en otra parte) al
analista, como es posible que una interpretación regrese al lugar desde donde puede
tener alcance sobre la distribución de las respuestas.
Hay que reinventar el análisis: tratando la transferencia como una forma particular
de la resistencia.
¿Quién es el analista? ¿El que interpreta aprovechando la transferencia? ¿El que la
analiza como resistencia? ¿0 el que impone su idea de la realidad?
Pregunta que puede pellizcar a aquellos a quienes va dirigida, por ser menos fácil de
esquivar que la pregunta: ¿quién habla? con la que alguno de mis discípulos les
aporreaba las orejas por cuenta del paciente. Pues su respuesta de impacientes: un
animal de nuestra especie, a la pregunta cambiada, sería más deplorablemente
tautológica por tener que decir: yo.
# # # Explicación profesora # # #
Lo central del parágrafo es “la libertad del analista” en sus intervenciones (táctica),
aunque libertad subordinada a la estrategia (manejo de la transferencia) y política
(del deseo o falta en ser). Entonces, no es tanto que se tenga que medir, sino tener
en juego esas variables. Fuera de eso, es libre de intervenir, pero el efecto de dichas
intervenciones dependerá “de lo que escuche el paciente”, es decir lo que llama
“poder discrecional del oyente” (por eso hay cálculo, pero nunca un cálculo
completo). Es lo que trabajamos en los T.P. sobre el método freudiano, tanto
interpretación como construcción se definen por sus efectos en el Inconciente. En ese
punto se podría tomar lo de la “limitación de la impotencia que decían.
Respecto al otro tema, el del tercer pago, es una cuestión compleja. Lacan está
criticando orientaciones del análisis que plantean “curar por el ser” (por ejemplo,
plantear la cura como la identificación al analista como “yo fuerte”, referente de la
realidad, etc.). Por eso introduce la cuestión de la falta en ser (es decir del deseo)
como horizonte de la cura, y eso tiene que ponerse en juego del lado del analista (a
eso se refiere el pago, en principio).
La referencia al “juicio más íntimo” es más compleja, pero en principio tómenla en el
sentido de que el analista no debe ser ni tomarse como parámetro de nada que tenga
que ver con “lo que sería bueno para el paciente”, su bien, su salud, etc.
UNIDAD VI
Psicoterapias Breves
7. Indicaciones
Existe una situación de hecho: para una gran masa de población y con la actual
organización asistencial, la opción es tratamientos limitados o nada,
independientemente de los trastornos que presente. Ante esta falta de opción
asistencial puede una terapia breve, en grado variable, beneficiar prácticamente a
todos los pacientes. Con miras a discriminar, para una mejor organización de
recursos terapéuticos, qué pacientes se benefician más con este tipo de tratamiento,
puede distinguirse:
a) Pacientes que obtienen menor beneficio: en general, trastornos psiquiátricos
crónicos, fuera de fases agudas. Por ejemplo, cuadros paranoides, obsesivo
compulsivos, psicosomáticos crónicos, perversiones sexuales, adicciones,
caracteropatías graves y sociopatías. Sólo el intento de una terapia intensiva a largo
plazo puede producir algunos cambios estables para tales cuadros.
b) Con expectativas de mejorías importantes, se indican para terapéutica breve:
cuadros agudos, particularmente situaciones de crisis o descompensaciones.
Situaciones de cambio, por ejemplo en transición de etapas evolutivas (adolescencia,
matrimonio, graduación, climaterio, jubilación). Trastornos reactivos en pacientes
que conservaban previamente un nivel de adaptación aceptable. Trastornos de
intensidad leve o moderada que no justificarían tratamientos de años (problemática
neurótica incipiente o psicosomáticos de reciente comienzo). Puede beneficiar como
tratamiento preparatorio pre-analítico a borderlines y psicóticos.
Capítulo V: Los ejes del proceso terapéutico
Numerosas observaciones clínicas revelan la presencia de un complejo
entrecruzamiento de influencias de cambio (catarsis, insights, programaciones,
cambios ambientales). Pero da la impresión de que saber que actúan en las
psicoterapias mecanismos de acción múltiples es apenas una primera aproximación.
Podemos preguntarnos entonces si no será posible avanzar un poco más allá de este
reconocimiento inicial (de que existe un conjunto de influencias de cambio) e
intentar localizar ciertos ejes en el movimiento que impulsan aquellas influencias. Es
decir, identificar ciertos fenómenos pilares que constituyan un marco en cuyo seno
se organicen y desarrollen aquellas influencias múltiples y sus efectos.
Me parece posible definir los ejes del proceso en psicoterapia en estos términos:
producir en el paciente una activación de sus funciones yoicas, mediante las cuales
se haga posible elaborar de modo focalizado la problemática inserta en una
específica situación vital, en base a la guía, el estímulo, y las realizaciones simbólicas
del vínculo vivido en una relación de trabajo personificada con el terapeuta, con la
correlativa activación de las funciones yoicas de este último.
La definición subraya tres pilares sobre los que se monta un sistema de influencias
de cambio: activación yoica, elaboración de un foco, relación de trabajo. Estos
constituyen una especie de trípode de sustentación del proceso; actúan instalando
una estructura de tensiones activadoras recíprocas: es necesario un yo activado para
focalizar la tarea, de lo contrario ésta se difunde sin límites; a su vez el trabajo en un
foco refuerza al yo al proporcionarle un área en la que concentrar sus funciones;
paralelamente la relación de trabajo solicita la cooperación de las capacidades yoicas
y les ofrece como guía el modelo de la activación yoica del terapeuta, y como
sustento las satisfacciones simbólicas que va operando el vínculo personificado.
Para evaluar la marcha del proceso terapéutico es necesario evaluar inicialmente la
eficacia con que se logre asentar cada uno de estos ejes, y luego el desarrollo de cada
uno y de su relación con los otros. Tal evaluación debe permitir en primer lugar
corroborar o rectificar la indicación terapéutica: si no se cuenta con un potencial de
funciones yoicas activables, si no existe posibilidad de delimitar un foco, si la relación
de trabajo es excesivamente interferida por obstáculos transferenciales-
contratransferenciales, será escasa la eficacia que logre una psicoterapia de
esclarecimiento, haciendo por ello aconsejable el empleo de otro tipo de recursos
técnicos.
La caracterización de aquellos ejes como organizadores del proceso abre la
posibilidad de una tarea de evaluación clínica más rigurosa. Al identificar estos ejes
estamos recortando parámetros referibles a indicadores empíricos no ambiguos. Lo
significativo está en que las condiciones creadas por la organización convergente de
aquellos ejes poseen una especificidad suficiente como para delimitar un campo
dinámico propio. Este campo a su vez puede verse como el ámbito común a un vasto
conjunto de recursos técnicos. Es tal vez el compartir esa estructura organizadora de
sus diversas influencias lo que permite englobar a una vasta familia de recursos
técnicos en el campo más amplio de las psicoterapias.
Capítulo VI: El concepto de foco
El concepto de foco, mantiene hasta ahora un status teórico impreciso, ya que en las
referencias al mismo coexisten criterios sintomáticos (“los síntomas salientes que
motivan la consulta” o “los puntos de urgencia”), interaccionales (“el conflicto
interpersonal que desencadena la crisis”), caracterológicos (“una zona de la
problemática del paciente que admita su delimitación de otras zonas de la
personalidad”), propios de la diada paciente-terapeuta (“los puntos de interés
aceptables para ambos”) o técnicos (“la interpretación central en la que asienta todo
el tratamiento”). En el campo de las psicoterapias, estos criterios se yuxtaponen sin
establecer ligazones entre sí. Discutiremos aquí la posibilidad de trabajar sobre
cierto modelo teórico de foco que encuentre para aquellos referentes un orden
unificador, proponer una estructura que organice un campo común diagnóstico y
terapéutico.
En primer lugar cabe subrayar el origen eminentemente empírico del concepto de
foco. El trabajo psicoterapéutico se orienta siempre (y a menudo de modo intuitivo)
hacia la delimitación de un eje o punto nodal de la problemática del paciente. Los
primeros registros sistemáticos de una experiencia clínica con psicoterapias breves,
por ejemplo, muestran que la modalidad asumida por la tarea en sesión es la de una
“focalización”, un diafragmado en la óptica del terapeuta que induce la
concentración selectiva del paciente en ciertos puntos de su problemática. Más aún,
los pacientes tienden naturalmente, de entrada, a mantener una focalización. La
posibilidad de organizar el relato, seguir una línea directriz, seleccionar recuerdos e
imágenes, depende de cierta fortaleza en las funciones yoicas adaptativas. Solo en
pacientes con marcada debilidad yoica puede encontrarse un relato disperso,
ramificado. Empíricamente la focalización parece expresar necesidades de delimitar
la búsqueda de modo de concentrar en ella atención, percepción, memoria, todo un
conjunto de funciones yoicas; tal concentración puede ser condición de eficacia para
el ejercicio de estas funciones.
Dinámicamente, la focalización está guiada por la dominancia de una motivación que
jerarquiza tareas en función de resolver ciertos problemas vividos como prioritarios.
En situaciones de crisis, por ejemplo, el motivo de consulta condensa síntomas,
cierta conflictiva central ligada a los síntomas, obstáculos creados para la resolución
de la situación. Por esta capacidad de condensación, el motivo de consulta se
transforma a menudo en el eje motivacional organizador de la tarea, y en
consecuencia facilitador de la misma.
Operativamente, la focalización conduce a trabajar sobre asociaciones
intencionalmente guiadas, más que sobre asociaciones libres. Si en la técnica
psicoanalítica la dificultad del paciente para asociar libremente puede ser tomada
como índice de resistencias, en psicoterapias, a la inversa, la evitación de una actitud
exploratoria intencionalmente guiada puede ser considerada resistencial.
1. La estructura del foco
En la práctica psicoterapéutica el foco tiene un eje central. Con la mayor frecuencia
este eje está dado por el motivo de consulta (síntomas más perturbadores, situación
de crisis, amenazas de descompensación que alarman al paciente o al grupo familiar,
fracasos adaptativos). Íntimamente ligado al motivo de consulta, subyacente al
mismo, se localiza cierto conflicto nuclear exacerbado. En cada uno de estos focos,
el eje dado por el motivo de consulta y el conflicto nuclear subyacente se inserta en
una específica situación grupal.
Motivo de consulta, conflicto nuclear subyacente, situación grupal son aspectos
fundamentales de una situación que condensa un conjunto de determinaciones. Un
trabajo analítico nuestro sobre la situación intentará identificar zonas de ese
conjunto de determinantes. Lo esencial a respetar es el carácter de estructura de la
situación tal como existe, totalizada, en la experiencia humana, de modo que todo
trabajo analítico se haga a partir de delimitar esa totalidad de la situación, en toda
su amplitud. El estudio de diversos componentes de la situación deberá hacerse en
el sentido de despliegue de “niveles de análisis”, entendidos como estratos
funcionales enraizados en la situación, actualizados y totalizados por ésta.
Con este enfoque es posible deslindar una zona de componentes de la situación que
podemos caracterizar como aspectos caracterológicos del paciente (dinamismos
intrapersonales activados en esta situación específica, modalidades defensivas
personales selectivamente movilizadas por la situación, etapas no resueltas del
desarrollo infantil, actualizadas por la estructura de la situación). También en esta
zona de determinantes caracterológicos es posible incluir otras funciones yoicas
adaptativas. Es posible asimismo reconocer en la situación aspectos histórico-
genéticos individuales y grupales reactivados.
Otra zona integrante de la situación comprende el momento evolutivo individual y
grupal, las tareas que se desprenden de necesidades propias de ese momento
evolutivo y la prospectiva global que comporta esa etapa. Gran parte de la conflictiva
agudizada en la situación deriva no solamente de la reactivación de conflictos
infantiles, sino del choque entre las limitaciones dadas por la persistencia de esos
conflictos y las necesidades propias de la etapa evolutiva abierta que urgen una
satisfacción. Urgencias a la vez subjetivas (autoestima) y objetivas (presiones
sociales para la maduración y la eficiencia).
Esta serie de componentes de la situación tiene que ser puesta en relación, además,
con un conjunto de determinaciones concurrentes, que originalmente podemos
localizar en una zona de determinantes del contexto social más amplio. Un conjunto
de condiciones económicas, laborales, culturales, ideológicas que intervienen de
muchas maneras en la situación.
A mi juicio el concepto de situación puede aportar un modelo adecuado capaz de
aproximarnos a una totalización concreta, singular y en movimiento, del individuo o
grupo en estudio. Es en esta noción totalizadora de situación donde pueden
encontrar su marco aportes parciales propios de una conceptualización
psicodinámica (ansiedades, conflictos, fijaciones), comunicacional (modalidades en
el manejo de los mensajes, alianzas, descalificaciones) o psicosocial (roles, mitos,
tareas grupales).
Comprendido el foco como delimitación de una totalidad concreta sintética
entonces los esfuerzos analíticos conservan sentido por su inclusión en ese marco
conservado a lo largo del movimiento de profundización sobre determinadas zonas
de sus componentes. El problema ha surgido de una situación y ésta es a su vez
resultante del diálogo de la persona con su realidad. Importa detectar “las formas
cómo el diálogo se realiza y la índole de la estructura dialéctica sujeto-realidad”.
El modelo de foco contiene esta serie de componentes condensados en la situación
estructurada. La profundidad con que se indague el papel de cada uno de ellos en la
estructura y las articulaciones del conjunto depende a su vez de otro conjunto de
factores propios de la situación terapéutica que creo posible identificar como
reguladores del foco.
2. Diafragmado operacional del foco sobre la base de ciertos reguladores y retorno
a la totalización
En muchos momentos del proceso la tarea no abarca la totalidad de los
componentes de la situación sino que se concentra, por una especie de diafragmado,
en algunos de ellos, recortando alguna zona de la estructura. La profundidad con que
se explore cada zona y la amplitud con que pueda comprenderse la estructura de
totalidad depende de una serie de factores reguladores que comprenden:
a) Desde el paciente y su grupo familiar, un conjunto de factores: condiciones de
vida, culturales, ocupacionales, geográficos; motivación y aptitudes para el
tratamiento.
b) Desde el terapeuta y la institución otros condicionantes: esquemas teóricos,
recursos técnicos que integran su arsenal terapéutico, disponibilidad de personal y
espacios, estilos de supervisión; este conjunto de factores influye en decisiones
sobre tiempo, objetivos y técnica que son a su vez reguladores del foco. Este
conjunto de factores establece la amplitud general que habrá de darse al trabajo
sobre el foco.
c) En cada momento del proceso no obstante, la focalización adquirirá una amplitud
particular.
Este conjunto de reguladores delimita sobre la situación total un cono do amplitud
variable; cada sesión puede ahondar selectivamente ciertas zonas del cono. Lo
esencial, sin embargo, reside en que cualquiera sea el sector de elementos
explorados, éstos sean comprendidos como integrantes estructurados-
estructurantes de la situación.
El trabajo con el foco seguirá en psicoterapia esta secuencia:
1) El paciente inicia la sesión aportando un material disperso, hecho de episodios
recientes, recuerdos, observaciones sobre los otros y vivencias personales en esos
episodios.
2) Transcurrido un tiempo de ese despliegue inicial, el terapeuta interviene para
preguntar en una dirección específica, o bien reformula el relato, subrayando de
modo selectivo ciertos elementos del relato significativos desde la situación-foco.
3) El paciente recibe esta reformulación y comienza a operar con ella: produce
asociaciones guiadas por la nueva dirección impresa a la tarea, amplía elementos
recortados por el terapeuta.
4) Nuevas intervenciones del terapeuta tomarán ya elementos parciales
componentes de la situación, a los fines de ahondar en ellos, ya articulaciones del
conjunto, en un doble movimiento analítico-sintético, caracterizado como
momentos regresivo y progresivo del análisis de la situación. Este último apunta al
encuentro de una totalización singular, a realizar “la unidad transversal de todas las
estructuras heterogéneas”. El movimiento de diafragmado entonces se acompaña
de un retorno a la totalización, en una alternancia constante desde las perspectivas
entre figura y fondo. Un movimiento donde se trabaja a la vez sobre los detalles y
sobre el conjunto.
3. Evolución del foco
A lo largo del proceso terapéutico el foco puede ir modificándose. En una
psicoterapia breve es probable que todo el proceso gire sobre una situación focal, y
el avance del proceso consista solamente en el enriquecimiento del modelo
estructural que se vaya armando de esa situación. En psicoterapias más prolongadas
puede ir desplegándose una sucesión de focos, cada uno de ellos caracterizando una
etapa del proceso. En cada una de estas etapas el trabajo con un foco privilegiado
no difiere en esencia del que se realiza en una psicoterapia breve. (Esta es una de las
razones por las que coincido con Kesselman en que “la antinomia breve-largo es un
punto de partida poco conveniente para dilucidar el problema de la psicoterapia”).
Capítulo X: Tipos de intervención verbal del terapeuta
Una teoría de las técnicas de psicoterapia requiere una conceptualización de sus
instrumentos, la que va íntimamente unida a una concepción del proceso
terapéutico. Las intervenciones del terapeuta son instrumentos esenciales de ese
proceso. Es importante entonces detenerse en la discusión teórica de los
fundamentos y alcances de cada uno de estos recursos técnicos. Básicamente,
clarificar el sentido del empleo de cada una de estas intervenciones y su valor como
agente de cambio.
Un inventario de intervenciones verbales del terapeuta que son herramientas en las
psicoterapias incluye necesariamente las siguientes: 1) Interrogar al paciente,
pedirle datos precisos, ampliaciones y aclaraciones del relato. Explorar en detalle sus
respuestas. 2) Proporcionar información. 3) Confirmar o rectificar los criterios del
paciente sobre su situación. 4) Clarificar, reformular el relato del paciente de modo
que ciertos contenidos y relaciones del mismo adquieran mayor relieve. 5)
Recapitular, resumir puntos esenciales surgidos en el proceso exploratorio de cada
sesión y del conjunto del tratamiento. 6) Señalar relaciones entre datos, secuencias,
constelaciones significativas, capacidades manifiestas y latentes del paciente. 7)
Interpretar el significado de las conductas, motivaciones y finalidades latentes, en
particular las conflictivas. 8) Sugerir actitudes determinadas, cambios a título de
ensayo. 9) Indicar específicamente la realización de ciertas conductas con carácter
de prescripción (intervenciones directivas). 10) Encuadrar la tarea. 11) Meta-
intervenciones: comentar o aclarar el significado de haber puesto en juego
cualquiera de las intervenciones anteriores. 12) Otras intervenciones (saludar,
anunciar interrupciones, variaciones ocasionales de los horarios, etc.).
Interrogar. Estas influencias del preguntar en psicoterapias merecen ser subrayadas
para una cultura profesional como la nuestra, influida marcadamente por la práctica
técnica del psicoanálisis, ya que en esta última no siempre pedir detalles de las
situaciones reales a las que se alude en sesión resulta tan decisivo, dado que a
menudo se intenta construir un modelo de fantasía inconsciente vincular latente a
partir de los contenidos manifiestos del relato. En este caso, para abstraer el vínculo
objetal contenido en el relato, muchos detalles pueden ser tomados como agregados
no relevantes de lo manifiesto. En psicoterapias, por el contrario, es necesario
trabajar mucho más sobre las situaciones de realidad del paciente, indagar la
complejidad psicológica de las mismas, engarzada en muchos detalles y matices
reales de la situación.
Informar. El terapeuta es no sólo un investigador de la conducta, sino también el
vehículo de una cultura humanista y psicológica. En este aspecto el terapeuta cumple
un rol cultural: es docente desde una perspectiva más profunda y abarcativa de
ciertos hechos humanos. Esta perspectiva se nutre también con información, ya que
el déficit de información es un componente tan importante a veces para la oscuridad
y la falsa conciencia de una situación como los escotomas creados por mecanismos
represivos individuales. Proporcionar o facilitar esta información general que
enmarca la problemática del paciente cumple un rol terapéutico específico: crea una
perspectiva desde la cual los problemas del paciente, con toda su singularidad, dejan
de ser vistos como algo estrictamente individual que “sólo a él” le pasan. No informar
entonces (omisión técnica) constituye de hecho un falseamiento de la óptica
psicosocial necesaria para comprender los dinamismos psicológicos individuales y
grupales (distorsión ideológica).
Confirmar o rectificar enunciados del paciente. Este tipo de intervenciones es
inherente al ejercicio de un rol activo del terapeuta. La rectificación permite poner
de relieve los escotomas del discurso, las limitaciones del campo de la conciencia y
el papel de las defensas de ese estrechamiento. Contribuyen a enriquecer ese
campo. La confirmación por parte del terapeuta de una determinada manera de
comprenderse el paciente contribuye a consolidar en él una confianza en sus propios
recursos yoicos; esto significa que toda ocasión en la que el terapeuta pueda estar
de acuerdo con la interpretación del paciente es oportuna para estimular su
potencial de crecimiento. La capacidad del terapeuta de actuar flexiblemente con
rectificaciones y confirmaciones de los enunciados del paciente es fundamental para
crear un clima de ecuanimidad, propio de una relación “madura”.
Clarificaciones. Estas intervenciones apuntan a lograr un despeje en la maraña del
relato del paciente a fin de recortar los elementos significativos del mismo. A
menudo se clarifica mediante una reformulación sintética del relato. Esas
intervenciones en lo inmediato preparan el campo para penetrar en sus aspectos
psicológicamente más ricos y comprensibles, lo cual se hará mediante señalamientos
e interpretaciones. A la vez “enseñan” un modo de percibir la propia experiencia: el
paciente aprende con ellas a mirar selectivamente, a recorrer la masa de los
acontecimientos y de sus vivencias y captar jalones: incorpora así un método dirigido
a discriminar para comprenderse.
Recapitulaciones. Como las clarificaciones, estas intervenciones estimulan el
desarrollo de una capacidad de síntesis. En nuestro medio una simple hipertrofia del
trabajo “analítico” conduce a muchos terapeutas a descuidar el momento sintético,
tan esencial como aquel y complementario del mismo. Esta actividad de síntesis es
fundamental en el proceso terapéutico para producir recortes y “cierres” provisorios
(peldaños de una escalera móvil). Sin asentar en continuas síntesis provisorias, el
proceso de pensamiento no avanza. La dialéctica del conocimiento opera por un
movimiento continuo de totalización-destotalización-retotalizaciones. Las
recapitulaciones, como las interpretaciones panorámicas (diferenciadas de las
microscópicas) son instrumentos esenciales de ese proceso.
Señalamientos. Estas intervenciones actúan estimulando en el paciente el desarrollo
de una nueva manera de percibir la propia experiencia. Recortan los eslabones de
una secuencia, llaman la atención sobre componentes significativos de esa
experiencia habitualmente pasados por alto, muestran relaciones peculiares. Estos
señalamientos invitan a un acuerdo básico sobre los datos a interpretar, dan la
oportunidad de modificar esos datos, son el trabajo preliminar que sienta las bases
para interpretar el sentido de esas conductas. En psicoterapias tal vez constituya una
regla técnica general la conveniencia de señalar siempre antes de interpretar. El
fundamento de esta regla está en que el señalamiento estimula al paciente a
interpretarse a partir de los elementos recortados, es un llamado a su capacidad de
autocomprensión. Es sumamente útil que esta capacidad se ensaye en toda ocasión
(entrenamiento reforzador del yo) y particularmente con el terapeuta, que puede
entonces ir guiando el desarrollo de estas capacidades sobre la marcha. Dado el
carácter docente de esta relación de aprendizaje que es la psicoterapia, es mejor que
la tarea pueda desarrollarla “el alumno” solo, con pocas indicaciones.
En las respuestas del paciente a cada uno de estos señalamientos se revelan con gran
nitidez su capacidad de insight (su cercanía o distancia para con sus dinamismos
psicológicos), sus recursos intelectuales (aptitud para abstraer y establecer
relaciones versus adhesión a un pensamiento concreto), el papel de los mecanismos
defensivos (inhibiciones, negaciones, racionalizaciones) y la situación transferencial
(cooperación, persecución, etc.). Cada señalamiento se transforma en un verdadero
test global del momento que atraviesa el paciente en el proceso terapéutico.
Interpretaciones. La interpretación es un instrumento primordial como agente de
cambio: introduce una racionalidad posible allí donde hasta entonces había datos
sueltos, inconexos, ilógicos o contradictorios para la lógica habitual. Propone un
modelo para comprender secuencias de hechos en la intervención humana. Con
frecuencia induce también el pasaje del nivel de los hechos al de las significaciones
y al manejo singular que hace el sujeto de esas significaciones. Intenta descubrir con
el paciente el mundo de sus motivaciones y sus sistemas internos de transformación
de las mismas (“mecanismos internos” del individuo) así como sus modalidades de
expresión y los sistemas de interacción que se establecen dadas ciertas
peculiaridades de sus mensajes (“mecanismos grupales”). Es importante recordar
que toda interpretación es, desde el punto de vista metodológico, una hipótesis. Su
verificación en consecuencia se cumple, como un proceso siempre abierto y jamás
terminable.
Sugerencias. Con estas intervenciones, el terapeuta propone al paciente conductas
alternativas, lo orienta hacia ensayos originales. Pero el sentido de las mismas no es
meramente promover la acción en direcciones diferentes, sino proporcionar insights
desde nuevos ángulos. Fundamentalmente contienen un pensamiento anticipatorio
(aspecto relevante dentro del conjunto de funciones yoicas a ejercitar en todo
tratamiento) que facilita una comprensión previa a la acción. La acción ulterior, de
poder ser ensayada, podrá ser ocasión de confirmaciones, reajustes o ampliaciones
del insight previo. Son oportunas cuando las condiciones del paciente para asumirlas
(reducción de ansiedad a niveles tolerables, fortalecimiento yoico) y las del vínculo
interpersonal en juego, han llegado a un momento de su evolución que las hace
“fértiles”, receptivas para este tipo de estímulo. Hace también a su oportunidad que
el terapeuta detecte un momento de esas condiciones y del desarrollo del vínculo
donde “hace falta” una experiencia diferente, nueva, para que mucho de lo
esclarecido cristalice en acto.
Intervenciones directivas. Las directivas que surgen en psicoterapia aluden tanto a
necesidades propias del proceso terapéutico como a actitudes clave a evitar o
ensayar fuera de la relación terapeuta-paciente. ¿Qué situaciones hacen necesaria
una intervención directiva del terapeuta? En especial todas aquellas en las que el
paciente (y/o el grupo) se encuentren sin los necesarios recursos yoicos (es decir, sin
los mecanismos adaptativos de fuerza y diversidad suficientes) para manejar una
situación traumática, siendo por lo común víctimas de una ansiedad excesiva que
tiende a ser en sí misma invalidante o agravante de las dificultades propias de la
situación (situaciones de crisis súbitas en personas o grupos de moderado ajuste
previo; cambios evolutivos “normales” en personalidades o grupos de equilibrio
lábil, con carencia o tendencia a la pérdida de autonomía; psicosis agudas; deterioros
de origen diverso). En todos estos casos, determinadas intervenciones directivas
están estrictamente indicadas. ¿Hasta cuándo? Hasta el preciso instante en que el
paciente recupera o adquiere los recursos yoicos necesarios para lograr autonomía
y capacidad de elaboración (momento de progresión) en cuyo caso las
intervenciones directivas pasan a ser contraproducentes (en cuanto estimulantes del
vínculo regresivo con el terapeuta) y requieren ser sustituidas por otras.
Operaciones de encuadre. Estas intervenciones comprenden todas las
especificaciones relativas a la modalidad espacial y temporal que habrá de asumir la
relación terapéutica: lugar, ubicación en él de los participantes, duración y
frecuencia de las sesiones, ausencias, retribuciones. Se impone la necesidad de
efectuar sugerencias de encuadre, explicitar los fundamentos de la propuesta para
esa terapia en particular, y someterlos a reajustes.
Meta-intervenciones. Designamos con este término todas aquellas intervenciones
del terapeuta cuyo objeto son sus propias intervenciones. Pueden dirigirse a aclarar
el significado de haber realizado en ese momento de la sesión o de esa etapa del
tratamiento determinada intervención. Esta aclaración sobre la propia intervención
es fundamental, ya que el aprendizaje esencial está en los métodos y no meramente
en los productos. Estas especificaciones se hacen imprescindibles en cuanto abren
la búsqueda también a otro plano de determinaciones inconscientes colocando en
cuestión la ideología de ambos, también la del terapeuta. El terapeuta se pone en
evidencia en su realidad cuestionable, susceptible de examen crítico en sus
premisas, con un oficio también sometido a revisión. Es otro modo de colocar el
vínculo terapéutico en relaciones de reciprocidad, evitando el efecto de
adoctrinamiento subrepticio propio de las relaciones autoritarias en las que el
terapeuta presenta sus opiniones como “saber”, soslayando la presencia de la
ideología en la base de sus elaboraciones.
UNIDAD 8
Terapias cognitivo – comportamentales
SEMERARI – “Origen y desarrollo del cognitivismo clínico”
Nociones preliminares
El cognitivismo clínico no es precisamente un ámbito homogéneo y se halla todavía
en proceso de expansión y diferenciación. Mahoney (1991), por ejemplo, considera
que se pueden distinguir actualmente unos veinte enfoques en terapia cognitiva. Lo
que los une es el énfasis común que conceden a las estructuras de significado y los
procesos de elaboración de la información. Lo que los diferencia es un conjunto
bastante heterogéneo de cuestiones de teoría general y clínica que se traducen en
diferencias, incluso muy marcadas, en la técnica terapéutica. Sin embargo, al menos
para quien no esté inmerso en el debate interno de la disciplina, el término terapia
cognitiva nos remite a las contribuciones de Aaron Beck y Albert Ellis, ya sus
respectivas escuelas.
Se considera a Beck y Ellis los fundadores del actual cognitivismo clínico, mientras
que se reserva a los autores que habían propuesto con anterioridad teorías análogas
el noble papel, si bien limitado, de precursores. Beck (1976) fue, además, quien
acuñó el término de psicoterapia cognitiva y favoreció, con el éxito del nombre, la
autognosis de la propia identidad cultural en los terapeutas que se reconocían en él.
La escuela de Beck se auto denomina terapia cognitiva estándar (TCS).
El enfoque de Ellis y Beck es definido también por algunos autores como
aproximación racionalista. El término racionalista en este contexto no se opone,
como sucede habitualmente, a empirista, sino que se usa como antítesis de
constructivista.
El origen de la terapia cognitiva estándar.
La versión más difundida de la historia de los orígenes de la terapia cognitiva cuenta
que se desarrolló a partir de las terapias comportamentales al trasladar al ámbito
clínico el cambio vivido entre los años sesenta y setenta del siglo XX en los enfoques
cognitivos de las teorías comportamentales en el ámbito de la psicología básica. Pero
Ellis y Beck exponen su horizonte problemático formado, principalmente, por el
psicoanálisis, en cuyo seno se habían formado y que supuso para ambos una
referencia crítica en función de la cual diferenciar el desarrollo de sus propias ideas.
Para entender algunas características e incluso algunas incompatibilidades propias
de la terapia cognitiva están dar es importante considerar el trabajo de Ellis y, sobre
todo, de Beck, como una reacción, al menos en parte, a la crisis de la teoría clínica
psicoanalítica que también vivieron muchos jóvenes y brillantes analistas
norteamericanos de su generación. ¿En qué consistía esa crisis? Esencialmente en la
relación problemática que se percibía entre los dos niveles de la teoría psicoanalítica
diferenciados por Rapaport: la teoría clínica y la metapsicología. Las respuestas a
este problema fueron de diversa índole. Algunos autores, animados por un interés
esencialmente teórico e influidos, sobre todo, por el trabajo de Rapaport, se
esforzaron por construir una teoría clínica al margen de la metapsicología. Otros se
dedicaron a renovar la práctica clínica ya buscar tratamientos más próximos a la
experiencia vivida realmente por el paciente.
Nos interesa mostrar es cómo nació la aproximación cognitiva estándar en un
contexto de ideas y problemas ampliamente compartidos por los psicoanalistas
norteamericanos en un determinado momento histórico. Entre estas exigencias, una
de las más importantes puede expresarse con la fórmula siguiente: renovar la teoría
y la praxis clínica a partir de lo que piensa y siente concretamente el paciente.
La solución de Ellis y Beck.
Para alcanzar la experiencia concreta de un paciente, un terapeuta necesita, en
cualquier caso, una teoría y un método con los que ordenar y establecer grados de
importancia en el conjunto desorganizado de datos que el paciente transmite.
La forma peculiar con que tanto Ellis (1962) como Beck (1976) consideraban que
habían resuelto este problema era mediante indagación sistemática en las
representaciones conscientes o preconscientes que preceden, acompañan o siguen
inmediatamente a un estado emocional problemático. Escribe Ellis (1962): Como
prácticamente todos los psicoterapeutas de la época, había restado importancia a
las precisas y sencillas frases declarativas o exclamativas que el paciente se decía
para crear sus desórdenes y, lo más importante, que seguía repitiéndose
literalmente cada día de la semana para conservar esos mismos desórdenes.
Estas representaciones conscientes permiten comprender, según Ellis y Beck, con un
mínimo de inferencia, las razones de muchos sufrimientos emocionales y su
duración. Beck (1976) llamó a estas representaciones pensamientos automáticos.
“Con el tiempo, sin embargo, empecé a sospechar que los pacientes no citaban
algunas clases de ideaciones. Esta omisión no se debía a una resistencia o una
defensa por parte del paciente, sino más bien era debida al hecho de que el paciente
no había sido entrenado para concentrar su atención”.
Detengámonos un momento en la afirmación de Beck según la cual empezó a instruir
a los pacientes en prestar atención a los pensamientos que precedían y
acompañaban a la vivencia emocional. Debido también a que estos pensamientos
parecían surgir automáticamente en la mente de los pacientes, Beck los definió
como pensamientos automáticos. Pero ¿por qué los pacientes debían aprender a
prestar atención a sus pensamientos automáticos?
En otras palabras, si esta actividad mental era consciente y de fácil acceso, ¿por qué
los pacientes eran conscientes de ella sólo mediante un esfuerzo voluntario de
atención?
Algunas características intrínsecas de los pensamientos automáticos parecen
justificar su condición preconsciente y el esfuerzo de atención necesario para que
sean completamente conscientes. En primer lugar, se presentan en la mente de
modo, justamente, automático, sin la experiencia subjetiva de un esfuerzo de
reflexión y en la forma breve y telegráfica de un lenguaje en esencia. En segundo
lugar poseen, para quien los produce, una característica obvia de admisibilidad sin
distancia crítica. El sujeto tiene, por así decirlo, la impresión de captar, gracias a ellos,
el mundo tal y como es, con inmediatez casi perceptiva, sin la impresión de que se
trata de valoraciones e inferencias subjetivas susceptibles de discusión y opinión.
Otra característica importante de los pensamientos automáticos es el hecho de
expresar un modo constante y característico de atribuir significado a los
acontecimientos por parte de la persona que los produce. Una paciente, por
ejemplo, temía aburrir al terapeuta y que la rechazara. Producía pensamientos
automáticos de contenido similar en la mayoría de las situaciones relaciónales
significativas. Cuando adquirió la habilidad para prestar atención a los
Pensamientos automáticos, la paciente relató que prácticamente en todas sus
relaciones importantes temía aburrir a los demás, considerando que era poco
interesante y suponiendo que iba a ser rechazada.
Estas recurrencias temáticas indican, según Beck y todos los autores cognitivistas, la
existencia de reglas de inferencia y de estructuras de significado estables que
engloban a los procesos de pensamiento y la actividad imaginativa.
Los términos más usados para designar dichas estructuras, base de la producción
ideativa, son los de modelo cognitivo o esquema cognitivo. Por medio de los modelos
y esquemas cognitivos podemos considerar, diferenciar y codificar la información.
Estos conceptos constituyen la base para explicar indistintamente que dos personas
conceptualicen la misma situación de forma diferente, o bien que una persona
habitualmente muestre coherencia en sus interpretaciones, pero conceptualice
situaciones diferentes del mismo modo. El concepto de esquema es, por tanto, la
base de las diferencias psicológicas entre las personas, así como de las semejanzas
de la persona consigo misma. En este sentido, pasa a constituir el fundamento de las
teorías cognitivas de la personalidad, puesto que responde a dos cuestiones
fundamentales de toda teoría de la personalidad: qué hace a dos personas
psicológicamente diferentes entre sí y qué convierte a una persona en
psicológicamente igual a sí misma con el paso del tiempo.
En el ámbito de la terapia cognitiva estándar, los esquemas pueden describirse como
reglas de inferencia implícita que dan lugar a falsos silogismos, los cuales gobiernan
a su vez la producción de los pensamientos automáticos.
Por ejemplo, en el caso de la paciente de Peterfreund considerado anteriormente,
su esquema funciona según una regla inferencial de este tipo: las personas poco
interesantes son rechazadas cuando se las conoce íntimamente; yo soy poco
interesante, así que cualquiera que llegue a conocerme íntimamente me rechazará.
Partiendo de esta premisa, la paciente, siempre que considere una relación íntima y
de tal intensidad que permita que la otra persona la conozca, producirá
pensamientos automáticos centrados en el escaso interés de su persona y el rechazo
del otro.
Esta concepción, típica de Beck y de su escuela, subraya la función valorativa-
interpretativa de las estructuras de significado.
Una concepción ligeramente diversa, que habitualmente se asocia a la aproximación
estándar, es la de Ellis y su escuela, o bien la que hoy se denomina terapia racional
emocional comportamental, que subraya con fuerza los aspectos motivacionales y
formales del comportamiento.
Según esta concepción, base de los procesos de pensamiento del tipo que hemos
descrito, existirían convicciones irracionales correspondientes a un objetivo
concebido en términos absolutos y dogmáticos. En el ejemplo de la paciente de Beck
citado antes, sus convicciones irracionales podrían, Según esta aproximación,
expresarse del modo siguiente: «Siempre tengo que parecer interesante a todas las
personas que conozco para evitar la catastrófica posibilidad de ser rechazada por
alguien».
UNIDAD IX
Psicoterapias existenciales/Psicoterapia Gestáltica
FRANKL – “Segunda parte: Conceptos básicos de logoterapia. En El hombre en
búsqueda de sentido” (TP 13)
Comparada con el PSA, la logoterapia es un método menos retrospectivo y menos
introspectivo. La logoterapia mira más bien al futuro, es decir, a los cometidos y
sentidos que el paciente tiene que realizar en el futuro. Al aplicar la logoterapia el
paciente ha de enfrentarse con el sentido de su propia vida para, a continuación,
rectificar la orientación de su conducta en tal sentido. El neurótico trata de eludir el
cabal conocimiento de su cometido en la vida, y el hacerle sabedor de esta tarea y
despertarle a una concienciación plena puede ayudar mucho a su capacidad para
sobreponerse a su neurosis.
Explicaré por qué empleo el término "logoterapia" para definir mi teoría. Logos es
una palabra griega que equivale a "sentido", "significado" o "propósito". La
logoterapia o, como muchos autores la han llamado, "la tercera escuela vienesa de
psicoterapia", se centra en el significado de la existencia humana, así como en la
búsqueda de dicho sentido por parte del hombre. De acuerdo con la logoterapia, la
primera fuerza motivante del hombre es la lucha por encontrarle un sentido a su
propia vida. Por eso hablo yo de voluntad de sentido, en contraste con el principio
de placer (o la voluntad de placer) en que se centra el PSA freudiano, y en contraste
con la voluntad de poder que enfatiza la psicología de Adler.
Voluntad de sentido
La búsqueda por parte del hombre del sentido de la vida constituye una fuerza
primaria y no una "racionalización secundaria" de sus impulsos instintivos. Este
sentido es único y específico en cuanto es uno mismo y uno solo quien tiene que
encontrarlo; únicamente así logra alcanzar el hombre un significado que satisfaga su
propia voluntad de sentido. Algunos autores sostienen que los sentidos y los
principios no son otra cosa que “mecanismos de defensa", "formaciones y
sublimaciones de las reacciones". Por lo que a mí toca, yo no quisiera vivir
simplemente por amor de mis "mecanismos de defensa", ni estaría dispuesto a morir
por mis "formaciones de las reacciones". El hombre, no obstante, ¡es capaz de vivir
e incluso de morir por sus ideales y principios! La voluntad de sentido para muchas
personas es cuestión de hecho, no de fe.
Son muchos los casos en que la insistencia de algunas personas en los principios
morales no es más que una pantalla para ocultar sus conflictos internos; pero aun
siendo esto cierto, representa la excepción a la regla y no la mayoría. En dichos casos
se justifica la interpretación psicodinámica como un intento de analizar la dinámica
inconsciente que le sirve de base. Nos encontramos en realidad ante
pseudoprincipios (buen ejemplo de ello es el caso del fanático) que, por lo mismo,
es preciso desenmascarar. El desenmascaramiento o la desmitificación cesará, sin
embargo, en cuanto uno se tope con lo que el hombre tiene de auténtico y de
genuino; por ejemplo, el deseo de una vida lo más significativa posible.
Tenemos que precavernos de la tendencia a considerar los principios morales como
simple expresión del hombre. Pues logos o "sentido" no es sólo algo que nace de la
propia existencia, sino algo que hace frente a la existencia. Si ese sentido que espera
ser realizado por el hombre no fuera nada más que la expresión de sí mismo o nada
más que la proyección de un espejismo, perdería inmediatamente su carácter de
exigencia y desafío; no podría motivar al hombre ni requerirle por más tiempo. Según
Sartre, el hombre se inventa a sí mismo, concibe su propia "esencia", es decir, lo que
él es esencialmente, incluso lo que debería o tendría que ser. Pero yo no considero
que nosotros inventemos el sentido de nuestra existencia, sino que lo descubrimos.
La investigación psicodinámica en el campo de los principios es legítima; la cuestión
estriba en saber si siempre es apropiada. Por encima de todas las cosas debemos
recordar que una investigación exclusivamente psicodinámica puede, en principio,
revelar únicamente lo que es una fuerza impulsora en el hombre. Ahora bien, los
principios morales no mueven al hombre, no le empujan, más bien tiran de él. Si yo
digo que el hombre se ve arrastrado por los principios morales, lo que
implícitamente se infiere es el hecho de que la voluntad interviene siempre: la
libertad del hombre para elegir entre aceptar o rechazar una oferta; es decir, para
cumplir un sentido potencial o bien para perderlo.
Sin embargo, debe quedar claro que en el hombre no cabe hablar de eso que suele
llamarse impulso moral o impulso religioso, interpretándolo de manera idéntica a
cuando decimos que los seres humanos están determinados por los instintos
básicos. Nunca el hombre se ve impulsado a una conducta moral; en cada caso
concreto decide actuar moralmente. Y el hombre no actúa así para satisfacer un
impulso moral y tener una buena conciencia; lo hace por el bien de una causa con la
que se identifica, o por la persona que ama, o por la gloria de Dios. Si obra para
tranquilizar su conciencia será un fariseo y dejará de ser una persona
verdaderamente moral.
Frustración existencial
La voluntad de sentido del hombre puede también frustrarse, en cuyo caso la
logoterapia habla de la frustración existencial. El término existencial se puede utilizar
de tres maneras: para referirse a la propia existencia; es decir, el modo de ser
específicamente humano; el sentido de la existencia; y el afán de encontrar un
sentido concreto a la existencia personal, o lo que es lo mismo, la voluntad de
sentido.
La frustración existencial se puede también resolver en neurosis. Para este tipo de
neurosis, la logoterapia ha acuñado el término "neurosis noógena", en contraste con
la neurosis en sentido estricto; es decir, la neurosis psicógena. Las neurosis noógenas
tienen su origen no en lo psicológico, sino más bien en la dimensión noológica (del
griego noos, que significa mente), de la existencia humana. Este término
logoterapéutico denota algo que pertenece al núcleo "espiritual" de la personalidad
humana. No obstante, debe recordarse que dentro del marco de referencia de la
logoterapia, el término "espiritual" no tiene connotación religiosa, sino que hace
referencia a la dimensión específicamente humana.
Neurosis noógena
Las neurosis noógenas no nacen de los conflictos entre impulsos e instintos, sino más
bien de los conflictos entre principios morales distintos; en otras palabras, de los
conflictos morales o, expresándonos en términos más generales, de los problemas
espirituales, entre los que la frustración existencial suele desempeñar una función
importante.
Resulta obvio que en los casos noógenos, la terapia apropiada e idónea no es la
psicoterapia en general, sino la logoterapia, es decir, una terapia que se atreva a
penetrar en la dimensión espiritual de la existencia humana. La logoterapia
considera en términos espirituales temas asimismo espirituales, como pueden ser la
aspiración humana por una existencia significativa y la frustración de este anhelo.
Si un médico no acierta a distinguir entre la dimensión espiritual como opuesta a la
dimensión instintiva el resultado es una tremenda confusión. No todos los conflictos
son necesariamente neuróticos y, a veces, es normal y saludable cierta dosis de
conflictividad. Análogamente, el sufrimiento no es siempre un fenómeno patológico;
más que un síntoma neurótico, el sufrimiento puede muy bien ser un logro humano,
sobre todo cuando nace de la frustración existencial. Yo niego categóricamente que
la búsqueda de un sentido para la propia existencia, o incluso la duda de que exista,
proceda siempre de una enfermedad o sea resultado de ella. La frustración
existencial no es en sí misma ni patológica ni patógena. El interés del hombre, incluso
su desesperación por lo que la vida tenga de valiosa es una angustia espiritual, pero
no es en modo alguno una enfermedad mental. Muy bien pudiera acaecer que al
interpretar la primera como si fuera la segunda, el especialista se vea inducido a
enterrar la desesperación existencial de su paciente bajo un cúmulo de drogas
tranquilizantes. Su deber consiste, en cambio, en conducir a ese paciente a través de
su crisis existencial de crecimiento y desarrollo.
La logoterapia considera que es su cometido ayudar al paciente a encontrar el
sentido de su vida. En cuanto la logoterapia le hace consciente del logos oculto de
su existencia, es un proceso analítico. Hasta aquí, la logoterapia se parece al
PSA. Ahora bien, la pretensión de la logoterapia de conseguir que algo vuelva otra
vez a la conciencia no limita su actividad a los hechos instintivos que están en el
inconsciente del individuo, sino que también le hace ocuparse de
realidades espirituales tales como el sentido potencial de la existencia que ha de
cumplirse, así como de su voluntad de sentido. Sin embargo, todo análisis, aun en el
caso de que no comprenda la dimensión noológica o espiritual en su proceso
terapéutico, trata de hacer al paciente consciente de lo que anhela en lo más
profundo de su ser. La logoterapia difiere del PSA en cuanto considera al hombre
como un ser cuyo principal interés consiste en cumplir un sentido y realizar sus
principios morales, y no en la mera gratificación y satisfacción de sus impulsos e
instintos ni en poco más que la conciliación de las conflictivas exigencias del ello, del
yo y del superyó, o en la simple adaptación y ajuste a la sociedad y al entorno.
Noodinámica
Cierto que la búsqueda humana de ese sentido y de esos principios puede nacer de
una tensión interna y no de un equilibrio interno. Ahora bien, precisamente
esta tensión es un requisito indispensable de la salud mental. Y yo me atrevería a
decir que no hay nada en el mundo capaz de ayudarnos a sobrevivir, aun en las
peores condiciones, como el hecho de saber que la vida tiene un sentido. Hay mucha
sabiduría en Nietzsche cuando dice: “Quien tiene un porqué para vivir puede
soportar casi cualquier cómo". Yo veo en estas palabras un motor que es válido para
cualquier psicoterapia.
Puede verse, pues, que la salud se basa en un cierto grado de tensión, la tensión
existente entre lo que ya se ha logrado y lo que todavía no se ha conseguido; o el
vacío entre lo que se es y lo que se debería ser. Esta tensión es inherente al ser
humano y por consiguiente es indispensable al bienestar mental. No debemos, pues,
dudar en desafiar al hombre a que cumpla su sentido potencial. Sólo de este modo
despertamos del estado de latencia su voluntad de significación. Considero un
concepto falso y peligroso para la higiene mental dar por supuesto que lo que el
hombre necesita ante todo es equilibrio o, como se denomina en biología
"homeostasis”; es decir, un estado sin tensiones. Lo que el hombre
realmente necesita no es vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta
que le merezca la pena. Lo que precisa no es eliminar la tensión a toda costa, sino
sentir la llamada de un sentido potencial que está esperando a que él lo cumpla. Lo
que el hombre necesita no es la "homeostasis", sino lo que yo llamo la
"noodinámica", es decir, la dinámica espiritual dentro de un campo de tensión
bipolar en el cual un polo viene representado por el significado que debe cumplirse
y el otro polo por el hombre que debe cumplirlo. Y no debe pensarse que esto es
cierto sólo para las condiciones normales; su validez es aún más patente en el caso
de individuos neuróticos. Si los terapeutas quieren fortalecer la salud mental de sus
pacientes, no deben tener miedo a aumentar la carga y orientarles hacia el sentido
de sus vidas.
Una vez puesta de manifiesto la incidencia beneficiosa que ejerce la orientación
significativa, me ocuparé de la influencia nociva que encierra ese sentimiento del
que se quejan hoy muchos pacientes; a saber, el sentimiento de que sus vidas
carecen total y definitivamente de un sentido. Se ven acosados por la experiencia de
su vaciedad íntima, del desierto que albergan dentro de sí; están atrapados en esa
situación que ellos denominan "vacío existencial".
El vacío existencial
El vacío existencial es un fenómeno muy extendido en el siglo XX. Ello es
comprensible y puede deberse a la doble pérdida que el hombre tiene que soportar
desde que se convirtió en un verdadero ser humano. Al principio de la historia de la
humanidad, el hombre perdió algunos de los instintos animales básicos que
conforman la conducta del animal y le confieren seguridad; seguridad que, como el
paraíso, le está hoy vedada al hombre para siempre: el hombre tiene que elegir;
pero, además, en los últimos tiempos de su transcurrir, el hombre ha sufrido otra
pérdida: las tradiciones que habían servido de contrafuerte a su conducta se están
diluyendo a pasos agigantados. Carece, pues, de un instinto que le diga lo que ha de
hacer, y no tiene ya tradiciones que le indiquen lo que debe hacer; en ocasiones no
sabe ni siquiera lo que le gustaría hacer. En su lugar, desea hacer lo que otras
personas hacen (conformismo) o hace lo que otras personas quieren que haga
(totalitarismo).
Experimentan la pérdida del sentimiento de que la vida es significativa. Este vacío
existencial se manifiesta sobre todo en un estado de tedio. No pocos casos de
suicidio pueden rastrearse hasta ese vacío existencial; así como el alcoholismo o la
delincuencia juvenil.
Sin contar con que el vacío existencial se manifiesta enmascarado con diversas
caretas y disfraces. A veces la frustración de la voluntad de sentido se compensa
mediante una voluntad de poder, en la que cabe su expresión más primitiva: la
voluntad de tener dinero. En otros casos, en que la voluntad de sentido se frustra,
viene a ocupar su lugar la voluntad de placer. Esta es la razón de que la frustración
existencial suele manifestarse en forma de compensación sexual y así, en los casos
de vacío existencial, podemos observar que la libido sexual se vuelve agresiva.
Algo parecido sucede en las neurosis. Una y otra vez se observa que esta
sintomatología invade las existencias vacías, en cuyo seno se desarrolla y florece. En
estos pacientes el síntoma que tenemos que tratar no es una neurosis noógena.
Ahora bien, nunca conseguiremos que el paciente se sobreponga a su condición si
no complementamos el tratamiento psicoterapéutico con la logoterapia, ya que al
llenar su vacío existencial se previene al paciente de ulteriores recaídas. Así pues, la
logoterapia está indicada no sólo en los casos noógenos, sino también en los casos
psicógenos.
Considera a continuación lo que podemos hacer cuando el paciente pregunta cuál
es el sentido de su vida.
EI sentido de la vida
Dudo que haya ningún médico que pueda contestar a esta pregunta en términos
generales, ya que el sentido de la vida difiere de un hombre a otro, de un día para
otro, de una hora a otra hora. Así pues, lo que importa no es el sentido de la vida en
términos generales, sino el significado concreto de la vida de cada individuo en un
momento dado. No deberíamos buscar un sentido abstracto a la vida, pues cada uno
tiene en ella su propia misión que cumplir; cada uno debe llevar a cabo un cometido
concreto. Por tanto ni puede ser reemplazado en la función, ni su vida puede
repetirse; su tarea es única como única es su oportunidad para instrumentarla.
Como quiera que toda situación vital representa un reto para el hombre y le plantea
un problema que sólo él debe resolver, la cuestión del significado de la vida puede
en realidad invertirse. En última instancia, el hombre no debería inquirir cuál es el
sentido de la vida, sino comprender que es a él a quien se inquiere. A cada hombre
se le pregunta por la vida y únicamente puede responder a la vida respondiendo por
su propia vida; sólo siendo responsable puede contestar a la vida. De modo que la
logoterapia considera que la esencia íntima de la existencia humana está en su
capacidad de ser responsable.
La esencia de la existencia
Este énfasis en la capacidad de ser responsable se refleja en el imperativo categórico
de la logoterapia, a saber: “Vive como sí ya estuvieras viviendo por segunda vez y
como si la primera vez ya hubieras obrado tan desacertadamente como ahora estas
a punto de obrar”. Me parece que no hay nada que pueda estimular más el sentido
humano de la responsabilidad que esta máxima que invita a imaginar, en primer
lugar, que el presente ya es pasado y, en segundo lugar, que se puede modificar o
corregir ese pasado: este precepto enfrenta al hombre con la finitud de la vida, así
como la finalidad de lo que cree de sí mismo y de su vida.
La logoterapia intenta hacer al paciente plenamente consciente de sus propias
responsabilidades; razón por la cual ha de dejarle la opción de decidir por qué, ante
qué o ante quién se considera responsable. Y por ello el logoterapeuta es el menos
tentado de todos los psicoterapeutas a imponer al paciente juicios de valor, pues
nunca permitirá que éste traspase al médico la responsabilidad de juzgar.
Corresponde, pues, al paciente decidir si debe interpretar su tarea vital siendo
responsable ante la sociedad o ante su propia conciencia. Una gran mayoría, no
obstante, considera que es a Dios a quien tiene que rendir cuentas.
La logoterapia no es ni labor docente ni predicación. Está tan lejos del razonamiento
lógico como de la exhortación moral. Dicho figurativamente, el papel que el
logoterapeuta representa es más el de un especialista en oftalmología que el de un
pintor. Éste intenta poner ante nosotros una representación del mundo tal como él
lo ve; el oftalmólogo intenta conseguir que veamos el mundo como realmente es. La
función del logoterapeuta consiste en ampliar y ensanchar el campo visual del
paciente de forma que sea consciente y visible para él todo el espectro de las
significaciones y los principios. La logoterapia no precisa imponer al paciente ningún
juicio, pues en realidad la verdad se impone por sí misma sin intervención de ningún
tipo.
Al declarar que el hombre es una criatura responsable y que debe aprehender el
sentido potencial de su vida, quiero subrayar que el verdadero sentido de la
vida debe encontrarse en el mundo y no dentro del ser humano o de su
propia psique, como si se tratara de un sistema cerrado. Por idéntica razón, la
verdadera meta de la existencia humana no puede hallarse en lo que se denomina
autorrealización. Ésta no puede ser en sí misma una meta por la simple razón de que
cuanto más se esfuerce el hombre por conseguirla más se le escapa, pues sólo en la
misma medida en que el hombre se compromete al cumplimiento del sentido de su
vida, en esa misma medida se autorrealiza. En otras palabras, la autorrealización no
puede alcanzarse cuando se considera un fin en sí misma, sino cuando se la toma
como efecto secundario de la propia trascendencia.
No debe considerarse el mundo como simple expresión de uno mismo, ni tampoco
como mero instrumento, o como medio para conseguir la autorrealización. En
ambos casos, la visión del mundo se convierte en menosprecio del mundo.
El sentido de la vida siempre está cambiando, pero nunca cesa. De acuerdo con la
logoterapia, podemos descubrir este sentido de la vida de tres modos distintos: 1)
realizando una acción; 2) teniendo algún principio; y 3) por el sufrimiento.
En el primer caso el medio para el logro o cumplimiento es obvio. El segundo y tercer
medio precisan ser explicados. El segundo medio para encontrar un sentido en la
vida es sentir por algo como, por ejemplo, la obra de la naturaleza o la cultura; y
también sentir por alguien, por ejemplo el amor.
El sentido del amor
El amor constituye la única manera de aprehender a otro ser humano en lo más
profundo de su personalidad. Por el acto espiritual del amor se es capaz de ver los
trazos y rasgos esenciales en la persona amada; y lo que es más, ver también sus
potencias: lo que todavía no se ha revelado, lo que ha de mostrarse. Todavía más,
mediante su amor, la persona que ama posibilita al amado que manifieste sus
potencias. Al hacerlo conciente de lo que puede llegar a ser, logra que esas potencias
se conviertan en realidad. En logoterapia, el amor no se interpreta como un
epifenómeno de los impulsos e instintos sexuales en el sentido de lo que se
denomina sublimación. El amor es un fenómeno tan primario como puede ser el
sexo. Normalmente el sexo es una forma de expresar el amor. El sexo se justifica en
cuanto que es un vehículo del amor, pero sólo mientras éste existe. De este modo,
el amor no se entiende como un mero efecto secundario del sexo, sino que el sexo
se ve como medio para expresar la experiencia de ese espíritu de fusión total y
definitivo que se llama amor.
Un tercer cauce para encontrar el sentido de la vida es por vía del sufrimiento.
El sentido del sufrimiento
Cuando uno se encuentra con una situación inevitable, siempre que uno tiene que
enfrentarse a un destino que es imposible cambiar, por ejemplo, una enfermedad
incurable, precisamente entonces se le presenta la oportunidad de realizar el valor
supremo, de cumplir el sentido más profundo, cual es el del sufrimiento. Porque lo
que más importa de todo es la actitud que tomemos frente al sufrimiento, nuestra
actitud al cargar con ese sufrimiento.
El sufrimiento deja de ser en cierto modo sufrimiento en el momento en que
encuentra un sentido, como puede serlo el sacrificio. Siguiendo con el ejemplo, si
acierta a modificar su actitud hacia ese destino inalterable, a partir de ese momento
podría encontrar un sentido a su sufrimiento.
Uno de los postulados básicos de la logoterapia estriba en que el interés principal
del hombre no es encontrar el placer, o evitar el dolor, sino encontrarle un sentido
a la vida, razón por la cual el hombre está dispuesto incluso a sufrir a condición de
que ese sufrimiento tenga un sentido.
La psicoterapia tradicional ha tendido a restaurar la capacidad del individuo para el
trabajo y para gozar de la vida; la logoterapia también persigue dichos objetivos y
aún va más allá al hacer que el paciente recupere su capacidad de sufrir, si fuera
necesario, y por tanto de encontrar un sentido incluso al sufrimiento.
La logoterapia como técnica
No es posible tranquilizar un temor realista, como es el temor a la muerte, por vía
de su interpretación psicodinámica; por otra parte, no se puede curar un temor
neurótico, como la agorafobia, por ejemplo, mediante el conocimiento filosófico.
Ahora bien, la logoterapia también ha ideado una técnica que trata estos casos. Para
entender lo que sucede cuando se utiliza esta técnica, tomemos como punto de
partida una condición que suele darse en los individuos neuróticos, a saber: la
ansiedad anticipatoria. Es característico de ese temor producir precisamente aquello
que el paciente teme (por ejemplo, temor a ponerse colorado en público).
Por irónico que parezca, de la misma forma que el miedo hace que suceda lo que
uno teme, una intención obligada hace imposible lo que uno desea a la fuerza. Puede
observarse esta intención excesiva, o “hiperintención” como la denomino,
especialmente en los casos de neurosis sexuales (por ejemplo, cuanto más intenta
un hombre demostrar su potencia sexual, menos posibilidades tiene de conseguirlo).
Además de la intención excesiva, la atención excesiva o “hiperreflexión”, como se la
denomina en logoterapia, puede ser asimismo patógeno (es decir, producir
enfermedad).
Pues bien, la logoterapia basa su técnica, denominada “intención paradójica” en la
dualidad de que, por una parte el miedo hace que se produzca lo que se teme y, por
otra, la hiperintención estorba lo que se desea. Por la intención paradójica, se invita
al paciente fóbico a que intente hacer precisamente aquello que teme, aunque sea
sólo por un momento.
Este procedimiento consiste en darle la vuelta a la actitud del paciente en la medida
en que su temor se ve remplazado por un deseo paradójico. Mediante este
tratamiento, el viento se aleja de las velas de la ansiedad.
Ahora bien, este procedimiento debe hacer uso de la capacidad específicamente
humana para el desprendimiento de uno mismo, inherente al sentido del humor.
Esta capacidad básica para desprenderse de uno mismo se pone de manifiesto
siempre que se aplica la técnica logoterapéutico denominada “intención paradójica”.
Al mismo tiempo se capacita al paciente para apartarse de su propia neurosis. Allport
escribe: “El neurótico que aprende a reírse de sí mismo puede estar en el camino de
gobernarse a sí mismo, tal vez de curarse”. La intención paradójica es la constatación
empírica y la aplicación clínica de la afirmación de Allport.
La intención paradójica no es una panacea, pero sí un instrumento útil en el
tratamiento de las situaciones obsesivas, compulsivas y fóbicas, especialmente en
los casos en que subyace la ansiedad anticipatoria. Además, es un artilugio
terapéutico de efectos a corto plazo, de lo cual no debiera, sin embargo, concluirse
que la terapia a corto plazo tenga sólo efectos terapéuticos temporales. Otro hecho,
digno de tenerse en cuenta, es que la intención paradójica es efectiva cualquiera que
sea la etiología del caso en cuestión.
Como vemos, la ansiedad anticipatoria debe contraatacarse con la intención
paradójica; la hiperintención, al igual que la hiperreflexión deben combatirse con la
“de-reflexión”; ahora bien, ésta no es posible, finalmente, si no es mediante un
cambio en la orientación del paciente hacia su vocación específica y su misión en la
vida. La clave para curarse está en la trascendencia de uno mismo.
La neurosis colectiva
Cada edad tiene su propia neurosis colectiva. Y cada edad precisa su propia
psicoterapia para vencerla. El vacío existencial que es la neurosis masiva de nuestro
tiempo puede descubrirse como una forma privada y personal de nihilismo, ya que
el nihilismo puede definirse como la aseveración de que el ser carece de
significación. Por lo que a la psicoterapia se refiere, no obstante, nunca podrá vencer
este estado de cosas a escala masiva si no se mantiene libre del impacto y de la
influencia de las tendencias contemporáneas de una filosofía nihilista; de otra
manera representa un síntoma de la neurosis masiva, en vez de servir para su posible
curación. La psicoterapia no sólo será reflejo de una filosofía nihilista, sino que
asimismo, aun cuando sea involuntariamente y sin quererlo, transmitirá al paciente
una caricatura del hombre y no su verdadera representación.
En primer lugar, existe un riesgo inherente al enseñar la teoría de la "nada" del
hombre, es decir, la teoría de que el hombre es el resultado de sus condiciones
biológicas, sociológicas y psicológicas o el producto de la herencia y el medio
ambiente. Esta concepción del hombre hace de él un robot, no un ser humano. El
fatalismo neurótico se ve alentado y reforzado por una psicoterapia que niega al
hombre su libertad.
Cierto, un ser humano es un ser finito, y su libertad está restringida. No se trata de
liberarse de las condiciones, hablamos de la libertad de tomar una postura ante esas
condiciones. Tengo el pelo gris; soy responsable de no ir al peluquero a que me lo
tiña. De manera que, tratándose del color del pelo, todo el mundo tiene un cierto
grado de libertad. El hombre no está totalmente condicionado y determinado; él es
quien determina si ha de entregarse a las situaciones o hacer frente a ellas (critica el
“pandeterminismo”). En otras palabras, el hombre en última instancia se determina
a sí mismo. El hombre no se limita a existir, sino que siempre decide cuál será su
existencia y lo que será al minuto siguiente. Uno de los rasgos principales de la
existencia humana es la capacidad para elevarse por encima de estas condiciones
(biológicas, psicológicas o sociológicas) y trascenderlas. El hombre se trasciende a sí
mismo; el ser humano es un ser autotrascendente. Se puede intentar predecir los
mecanismos o “dinámicas” de la psique humana; pero el hombre es algo más que
psique.
La libertad, no obstante, no es la última palabra. La libertad sólo es una parte de la
historia y la mitad de la verdad. La libertad no es más que el aspecto negativo de
cualquier fenómeno, cuyo aspecto positivo es la responsabilidad. De hecho, la
libertad corre el peligro de degenerar en arbitrariedad a no ser que se viva con
responsabilidad.
La psiquiatría rehumanizada
Durante mucho tiempo la psiquiatría ha tratado de interpretar la mente humana
como un simple mecanismo y, en consecuencia, la terapia de la enfermedad mental
como una simple técnica. Me parece que ese sueño ha tocado a su fin. Lo que ahora
empezamos a vislumbrar en el horizonte no son los cuadros de una medicina
psicologizada, sino de una psiquiatría humanizada.
Sin embargo, el médico que todavía quiere desempeñar su papel principal como
técnico se verá obligado a confesar que él no ve en su paciente otra cosa que una
máquina y no al ser humano que hay detrás de la enfermedad. El ser humano no es
una cosa más entre otras cosas; las cosas se determinan unas a las otras; pero el
hombre, en última instancia, es su propio determinante. Lo que llegue a ser -dentro
de los límites de sus facultades y de su entorno- lo tiene que hacer por sí mismo. El
hombre tiene dentro de sí todas las potencias; de sus decisiones y no de sus
condiciones depende cuál de ellas se manifieste.