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RESISTENCIAS A LA VINCULARIDAD Y RESISTENCIAS DE LA VINCULARIDAD.

Dr. Federico R. Urman

no soy más que el andamio

esta rama y este oficio

Edgar Bayley

Me pregunto si será necesario recordar que los conceptos psicoanalíticos se infieren de la clínica
por lo que resulta conveniente validarlos en ese terreno. Los instalados en la metapsicología
pueden eludir esa remisión, ya que requieren ser solidarios y articulables con otros conceptos,
que, a su vez, pueden ser puramente teóricos o pueden referirse a la base empírica clínica.

Por ejemplo, “represión” es un concepto metateórico, “censura” es un concepto que se


contextualiza en la elaboración de los sueños y “resistencia” es un concepto clínico, como el de
resistencia de represión.

Hay conceptos que tienen distintos vértices o sentidos. Por ejemplo, “proyección” es un
concepto que, en un primer momento, alude a una función cuya actividad libre o regulada es
subjetivante (constitución del yo de placer y del yo de realidad, S. Freud, 1911) y, en otro
momento, apoyado sobre la actividad defensiva de la represión, opera como un otro mecanismo
de defensa, que desaloja y externaliza en el no-yo incompatibilidades que no pueden ser
interrogadas o juzgadas.

Aunque podríamos estar tentados de tomar a “defensa” y “resistencia” como equivalentes, en


la teoría freudiana resistencia tiene su especificidad y, en “Inhibición, síntoma y angustia” (S.
Freud 1926) nos comenta cuántos tipos de resistencia ha localizado hasta ese momento. La
definición fenoménica de la “resistencia” ya la había expuesto en” La interpretación de los
sueños” (. Freud, 1900), proponiendo allí que es toda circunstancia que obstaculice el progreso
de un análisis.

Si la clínica vincular tiene su propia especificidad, va requiriendo términos novedosos o términos


consagrados que incorporen contenidos inéditos para dar cuenta reflexivamente de estas
experiencias particularizables o diferenciables.

El trabajo de H. Krakov(1998 )destinado precisamente a conceptualizar las resistencias de


vincularidad desde su propio marco teórico, ha sido reconocido por muchos colegas. Considera
a las resistencias de vincularidad, como fenómeno de superficie, a los modos en que los sujetos
se defienden (negación, desmentida, repudio) de “…los indicios que los marcan como sujetos
del vínculo…como consecuencia del impacto de la vincularidad que en calidad de tercer término
los atraviesa”. Como vemos, más que resistencias a vincularse, son efectos de una dinámica
vincular operante. Esta defensa cuestiona la otredad y lleva a la descomplejización, de modo
que cada individuo no se considera involucrado por la vincularidad ni subjetivado por la misma.
Tal vez sea preferible el concepto de resistencias a la vincularidad, más abarcativo, y que podría
incluir el rechazo frente al reconocerse efectivamente vinculado como la desautorización del
trabajo de vincularse, de ese hacer conjunto.

Para I. Berenstein(2004) la resistencia a la vincularidad”…se opone a inscribir una marca nueva


o a incorporar un cambio desde lo producido en y por un vínculo significativo, proveniente del
otro en tanto ajeno pasible de identificación y de imposición, y que lo marca como sujeto
singular de esa relación”. Es la fuerza con la que el Uno quiere mantenerse o al que el narcisismo
aspira a retornar, o con la que se defiende de la presencia de la ajenidad, de lo excede las
representaciones previas, o con la que se cierra la puerta al extranjero y diferente. Como el
comentario crítico de un adolescente a su madre, cuando ésta le hizo una observación que lo
sorprendió, desconcertó y que cuestionaba sus certezas: “Pero…vos…de qué planeta venís? ”
Había quedado molesto, irritado, pues se le había presentado una opinión o punto de vista que
no podía ser apropiado identificatoriamente o remitido a lo pensado previamente.

Esta resistencia rechaza toda posibilidad de suplementación. Reitera la valoración de la


mismidad y de la semejanza, y el anhelo de una ilusoria completud armónica. Lo que este joven
comenta expone cómo ha sido afectado por los dichos de su madre. En su malestar muestra
cómo ha sentido invadido su espacio desiderativo y sus convicciones por un inesperado
comentario emitido por un sujeto otro, no identificable o identificado, proveniente de un lugar
siniestro y amenazante, del que debe defenderse para no tener que replantear sus ideas, valores
y proyectos ya establecidos y organizados. Esta irrupción ha puesto en crisis el vínculo materno-
filial y su propia posición subjetiva.

Si llegásemos a intervenir desde nuestros propios complejos reprimidos, tomando al paciente


como un resto diurno u objeto, al que investimos desde nuestras ambiciones pedagógicas o
terapéuticas, también nosotros estaríamos aportando a las resistencias a la vincularidad. Pero
tratamos, en realidad, de intervenir para imponer la vincularidad o para mantenerla, y en esto
consiste nuestro poder subjetivante, nuestra capacidad de interferir la lógica identitaria. En un
trabajo reciente (F. Urman,2016) expuse un ejemplo de estas intervenciones, que ahora reitero,
y que enuncié en una entrevista con una madre y su hijo púber, estando próxima su finalización:
“No es fácil ver con quién uno está, que uno no está solo, y averiguar en qué está esa otra
persona. Hace un rato, cuando seguían una discusión que habían empezado antes de la
entrevista, y en la que se preguntaban si sería conveniente o complicado salir con “la gorda
Pepi”, yo los interrumpí y les pregunté quién era “la gorda Pepi”, porque estaban hablando sin
reparar en que yo no estaba al tanto del tema, como si les costara aceptar que están en otro
lugar y con otra persona compartiendo sus preocupaciones”. Al molestarlos de ese modo
intento abrir la posibilidad de hacer, entre todos, nuevas configuraciones de las zonas
problemáticas que puedan tener mejores resoluciones que las que generan un sufrimiento
compartido. Es decir, que es válido conjeturar que haya imposiciones de distinto signo, y
también se puede sospechar la existencia de resistencias de diferentes sentidos y aún de
dinámicas contrapuestas.

Me parece útil agregar, a las resistencias a la vincularidad, el concepto de resistencias de la


vincularidad para referirnos a la energía y fuerza que sostiene y mantiene la complejidad
subjetivante del hacer conjunto sobre la ajenidad , y que lucha contra los esfuerzos, de uno o
más sujetos, por alterar o anular sus marcas, procurando, entonces, el predominio de las
relaciones objetales y de las identificaciones. Es la fuerza que mantiene la productividad o la
eficacia de los lazos vinculares, es decir, el predominio del Dos, del “entre”. Intentamos así
cuestionar y limitar, a través de una lucha continua, el imperio irrestricto del mundo
representacional. Como dice J.Puget( 2015) : “ En el Uno se activa el mundo representacional:
en el Dos se alternan conflictivamente el mundo presentacional y el representacional”.

Veamos una viñeta clínica que pueda ilustrar esta propuesta. Se trata del fragmento de una
sesión que llevan a cabo un niño gravemente perturbado y su terapeuta. En un momento el niño
le anuncia que va a hacer una película, y que la terapeuta la puede ver. Dispone entonces varios
animales de su caja para realizarla. Uno de ellos, la jirafa, tiene algo de plastilina sobre los ojos
(¿Anteojos oscuros o una venda?). A su alrededor varios animales pequeños producen
situaciones de ruidos y mucha acción sin que la jirafa se percate de ello.

La terapeuta recuerda entonces que la jirafa, en otras sesiones, representaba a la madre,


persona con la que el contacto emocional filial está muy dificultado. Y se decide a intervenir: “A
mí me parece que…”. “No-la interrumpe el paciente-vos tenés que estar callada, es mi película”.
La terapeuta no prosigue y el niño reanuda el juego. Cuando la película finaliza hace como si
leyera los títulos. Él queda como director y la terapeuta como “vicedirectora”.

El niño, para usar un concepto de D. Winnicott, había dispuesto jugar en presencia de la


terapeuta. Aunque el juego tuviera, manifiestamente, sólo un protagonista, es el efecto de lo
que el vínculo analítico está generando, de lo que ambos habilitan. Y el paciente, si se tratara de
un gesto genuino y espontáneo, así lo reconoce al final de su producción. ”Abrir el juego es la
consigna del “ven” como acontecimiento. Abrir el juego es dejar venir” (Tortorelli, M.A. 2004 ).

Es probable que el niño haya interceptado, resistido, una intervención de la terapeuta que haya
juzgado no pertinente o estimulante. Necesitaba dar continuidad a sus escenas y ese comentario
le resultaba disruptivo. La mirada interesada, atenta, receptiva y silenciosa de la terapeuta era,
para el niño, una pieza importante del dispositivo subjetivante que sostenía su elaboración
creativa sobre la base de asegurar una “…continuidad discontinua entre los yoes” (I.
Berenstein,2007). No dudó el paciente en reconocer que su película era el “hijo”que había
gestado junto a su analista. La terapeuta, en este análisis, no es sólo representación, es también
presencia notarial, testimonio que resalta el valor y la validez de ese jugar. ”El testimonio rescata
funciones vinculares perdidas y convierte el clima de sordomudos en un espacio en el cual la
palabra y la escucha recobran su potencialidad vital”. (J. Puget, op.cit.) .

Las coautorías subjetivantes vinculares no son producciones homogéneas ni lineales; tienen


matices, complejidades, entramados que debieran ser esclarecidos con una labor paciente y
detallada. El paciente reconoció lúcidamente cuánto debía a los aportes de su acompañante
lúdica. No aceptó subordinarse a una terapeuta que, en un momento de incertidumbre, buscaba
validar su condición profesional. La terapeuta aceptó la rectificación y volvió a participar como
espectadora específicamente designada.

Estas reflexiones se acercan a los criterios freudianos (S. Freud, 1937) cuando expresaba que, en
su experiencia, un “no” de un paciente no había que tomarlo necesariamente como un cerrado
rechazo defensivo sino como una indicación, al terapeuta, que su intervención era errónea por
su forma, contenido o timing, y que, de esa manera, su potencial validez parcial, no podía ser
aceptada e introyectada por el paciente.

Así como los vínculos pueden ser rotos, la exploración lúdica es frágil. Puede ser dañada de
muchos modos. El paciente pudo, por ejemplo, haberse atrincherado en su mundo interno, y,
en su introversión, le pudo haber dado la espalda a la terapeuta, si la sintiera como una
presencia disruptiva y amenazante. También pudo haber pasado que la terapeuta,
embanderada en sus exigencias de ser escuchada, o de ser jerárquicamente validada, hubiera
podido insistir e interpretar esa situación bajo el signo de la transferencia negativa- “Me estás
amordazando del mismo modo en que vendaste a la jirafa…”, etc.-y entonces la película
contratransferencial hubiera sustituído a la que el paciente estaba elaborando. Ambas
posibilidades podrían ser consideradas reacciones defensivas, resistencias a la vincularidad. La
rectificación del paciente, a la que la terapeuta hizo lugar, permitió que el juego prosiguiera. Eso
lleva a una conclusión y a un interrogante. Un analista no necesita ser perfecto para ayudar al
paciente, pero sí mostrar que es “suficientemente bueno”. ¿Además, no debería un análisis
acompañar, equipar y estimular el autoanálisis del paciente? ¿Luego de esa creación lúdica, no
son, cada uno, más ellos mismos?

Es probable que, en el ámbito de la clínica vincular, lo que las resistencias a la vincularidad


componen y descomponen-el entramado de los nexos vinculares-sean expresiones clínicas de
lo que, en la teoría metapsicológica freudiana se consideraban desmezclas tanáticas, y que lo
que considero resistencias de la vincularidad sean materializaciones clínicas de lo que, al
desconfigurar los prejuicios y censuras a la otredad, queda o permanece habilitada la
configuración de entramados inéditos capaces de alojar acontecimientos abiertos a lo creativo,
expresión, finalmente de complejidades y diversidades enlazables que caracterizan
metateóricamente al Eros.

En síntesis, propongo el concepto de resistencia de la vincularidad para referirme a la potencia


con la que una red vincular, entre sujetos otros, se establece, transforma y mantiene,
oponiéndose, dinámicamente, a las resistencias a la vincularidad, capaces de bloquear la
formación de lazos vinculares o de descomplejizar estas redes para llevar la experiencia a la
lógica del Uno.

BIBLIOGRAFÍA

Berenstein,I.(2004)Devenir otro con otro(s).Paidós, Buenos Aires, 2004.

(2007)Del ser al hacer. Paidós, Buenos Aires,2007.

Freud,S.(1900) La interpretación de los sueños.

(1911) Formulaciones sobre los dos principios del funcionamiento mental.

(1926) Inhibición, síntoma y angustia.

(1937) Construcciones en psicoanálisis.

Krakov, H.(1998 ) Resistencias de vincularidad. En Diccionario de psicoanálisis de las


configuraciones vinculares, Ed. Del Candil, Buenos Aires, 1998 .

Puget, J. (2015) Subjetivación discontinua y psicoanálisis. Lugar, Buenos Aires, 2015.

Tortorelli, M.A. (2004 ) Llueve. II Jornadas de Psicoanálisis de Familia y Pareja. Diferencia y


subjetivación. Cuestiones de la clínica vincular. AEAPPG, Buenos Aires, 2004.

Urman, F. (2016) “Ellos tienen las armas…”. Notas sobre la violencia y dominación en la clínica
vincular. Una versión más abreviada se presenta en el X Congreso Argentino de Psicoanálisis.

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