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Kathy Sindy Eloisa Colindres

Rolando Leonel Molina

Ensayo de pasión por enseñar.

Este libro tiene por objetivo identificar la relación que involucran las
características personales y profesionales para que identifiquen a los buenos
docentes; la enseñanza exige e implica el uso intensivo y generalizado de la
labor emocional, sobre todo las positivas que reduzcan la incidencia de los
problemas conductuales y aumenten la motivación de los alumnos para
aprender, ya que el componente afectivo guía la atención del alumno. Es
importante controlar las emociones y establecer relaciones personales que
permitan a los alumnos sentir en confianza hacia los docentes para que lo guíen
en el proceso académico y personal sí es que el alumno no lo permite, pero sobre
todo como docentes se debe tener ciertas habilidades para establecer esas
relaciones sin sobre pasar límites que pudieran perjudicar dicha relación.

Se debe conocer y ser a todo el estudiantado ya que es él quien formara parte


importante en el desarrollo; no solo a nivel profesional, sino personal en los
estudiantes, un buen docente debe reconocerse primeramente como tal, y estar
plenamente consciente de la responsabilidad que tienen sus manos y asumir el
compromiso de ser un formador profesional, por lo tanto las características
personales y profesionales están muy ligadas una con otra para lograr una buena
relación con los alumnos, conocer sus papeles, identificar las conexiones entre
estos y su vida fuera de la escuela. Por otra parte, la personalidad tiene mucha
conexión en la forma en que el docente imparte sus clases, por lo tanto debe
tener disposición de seguir aprendiendo y preparándose en el ámbito profesional
y académico para desarrollar competencias docentes, que permitan brindar una
mejor formación hacia los alumnos.

Se pueden adoptar tipos de identidad para cada docente: el empresarial contra


la activista; en la primera podríamos definir a un maestro más orientado a que
los alumnos aprendan de cualquier manera, sin que a éste le interese
relacionarse más profundamente con sus alumnos, contrario al activista; quien
se impulsa por la creencia de movilizarse en beneficio del aprendizaje de los
alumnos y de mejorar las condiciones en las que pueda darse, sus fines
trascienden el instrumentalismo estrecho de los actuales planes, tal como se
menciona hay unas relaciones inevitables entre las identidades profesionales y
las personales de los docentes, aunque sólo sea por las pruebas de que la
enseñanza requiere una dedicación personal significativa. Los maestros forman
sus identidades profesionales influidos por lo que sienten de sí mismos como por
lo que sienten de sus alumnos. Esa identidad profesional les ayuda a situarse en
relación con sus alumnos para hacer ajustes adecuados y eficaces en su
práctica, sus creencias y compromiso con ellos. Por lo tanto es una de las
características que debe poseer un buen maestro; su capacidad para lograr ese
tipo de relaciones de confianza que permitan un acercamiento alumno- docente
para potencializar el proceso de aprendizaje. Es importante considerar las
aportaciones de Geert Kelchtermans quien señala: que el yo profesional, como
el yo personal, evoluciona con el tiempo y que está constituido por cinco
aspectos interrelacionados: Autoimagen: el modo de presentarse a través de las
historias de sus carreras profesionales. Autoestima: la evolución del yo como
docente, hasta qué punto es bueno o no, tal como lo define uno mismo y los
demás. Motivación para el trabajo: lo que hace que el docente opte por seguir
comprometido o por abandonar el trabajo. Percepción de la tarea: la forma de
definir los docentes su trabajo. Perspectiva futura: expectativas de los docentes
acerca del desarrollo futuro de su trabajo.

Se debe considerar que sí un maestro no está motivado, muy difícil mente podrá
influir en sus alumnos, por el contrario un buen clima de trabajo influirá
positivamente en el sentido de identidad de los docentes dando lugar a la pasión
que se debe tener por la profesión de enseñar, el ser un maestro apasionado
requiere además de entusiasmo concretizar que la acción de enseñar tome en
cuenta los intereses y necesidades de los niños. Tener una preocupación
honesta por favorecer las competencias de los alumnos, ayudarlos a conocerse
a sí mismos, encontrar el gusto por aprender nuevas cosas, a relacionarse con
los demás, en fin, que la afectividad y los lazos emocionales, sean un ambiente
de aprendizaje: el maestro y el alumno participan activamente en su formación y
en el desarrollo de capacidades, de lo anterior depende del análisis que el
docente haga acerca de lo que enseña, cómo lo enseña y por qué; así
conseguirá un ejercicio docente congruente y eficaz, con valores universales,
que ayude a los alumnos a aprender a aprender. A un educador apasionado, le
importa la persona que el aprendiz lleva dentro, sus sentimientos e ideas, pudiera
decirse que conseguir que aprendan es también una cuestión de inspirar al
alumno: si un maestro se encuentra motivado por superarse y alcanzar metas de
toda índole, a través del ejemplo su educando lo percibirá, haciendo referencia
a las características del buen docente discreción y amor pedagógicos,
consciencia vocacional consideramos que efectivamente el amor, la búsqueda
del bienestar del otro, las actitudes de empatía, nos llevan hacia el progreso y a
la calidad humana tan necesaria de forjar en nuestros días.

Es aquí donde cobra relevancia la capacidad del docente para retomar tal o cual
modelo de enseñanza de acuerdo con el contexto y características de los niños,
ya que todas las acciones que se puedan realizar deben partir de su estudio, otro
punto clave es entender y vivenciar a la enseñanza y al aprendizaje, desde el
conjunto de relaciones sociales que se generan, en la cuales se da: una fluidez
movilización de estados emocionales e intelectuales; el tacto pedagógico y la
intuición el docente conoce el interior de su educando. Ello será la base para
planificar coherentemente, al conocer cómo es cada uno de sus alumnos, el
educador podrá saber cuáles son sus estilos de aprendizaje.
El docente se presenta como un ser reflexivo que implica fundamentalmente
compromiso con lo que hace, y que se combina en una serie de factores tales
como el modelo crítico reflexivo forman parte de un movimiento de renovación
curricular y de la enseñanza más amplio que asume la idea del “profesor como
investigador” como eje fundamental de dicho movimiento. Una de las
manifestaciones más significativas de esta corriente innovadora tuvo lugar en
Inglaterra a principios de la década de los sesenta. El modelo se apoya en un
conjunto interrelacionado de ideas, valores y conceptos acerca de la naturaleza
de la educación, el conocimiento, aprendizaje, currículo y enseñanza. Estas
ideas se articulan y clarifican en el proceso. Apoyándose en la psicología
constructivista el modelo crítico reflexivo considera que los sistemas de
pensamiento se aprehenden según construcciones particulares que conducen a
la diversidad y a la divergencia, dado el carácter singular que tiene la
construcción de conocimiento en cada individuo y grupo, dentro del modelo
crítico reflexivo la función docente constituye una compleja práctica profesional
que demanda un proceso permanente de investigación. “Diagnosticar los
diferentes estados y movimientos de la compleja vida del aula, desde la
perspectiva de quienes intervienen en ella, elaborar, experimentar, evaluar y
redefinir los modos de intervención en virtud de los principios educativos que
justifican y validan la práctica y de la propia evolución individual y colectiva de
los alumnos, es claramente un proceso de investigación en el medio natural.

La formación del educador reflexivo surge de su propia necesidad de repasar y


volver a pensar su práctica pedagógica, cuestionarse sobre las dimensiones de
su propio conocimiento y disponerse para aprender, día tras día, que la realidad
en el aula es única y por esta razón pide miradas específicas sobre su totalidad,
porque es de esta manera que el hombre se construye, tornándose sujeto,
mientras se va integrando en su contexto, va reflexionando acerca de él y con él
se va comprometiendo, tomando conciencia de su historicidad, la formación del
educador reflexivo es muy importante, no sólo para recuperar su propia identidad
como educador, sino también para enriquecer la práctica pedagógica a través de
la reflexión sobre su propia experiencia, no reflejando la experiencia de otro, pero
sí, la de su mundo vivido. Igualmente, la formación reflexiva de los educadores
tiene que estar allí con el entender político que éstos se permiten, y la
comprensión de ésta lleva al esclarecimiento de las dimensiones oscuras que
resultan del acercamiento del hombre al mundo, posibilitándoles una lectura
siempre crítica de su realidad dinamizada por la transformación de su práctica
pedagógica en otra reelaborada, un conjunto claro y duradero de valores e
ideologías que informan la práctica con independencia del contexto social.

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