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1.

Introducción

La obra de Sigmund Freud ocupa un lugar extraño en una historia de la filosofía.


Por un lado, el mismo Freud no se consideraba a sí mismo filósofo y muchas de sus
aportaciones tienen un carácter técnico más propio del estudio de la psicología. Por otro
lado, está claro que el alcance de sus teorías y conceptos trasciende la estrechez de
cualquier campo del saber determinado. Así lo dejan ver las numerosas influencias que
el psicoanálisis ha tenido en la obra de autores de variadas disciplinas: Sartre, Adorno,
Marcuse, Deleuze o Lyotard en la filosofía, Levi-Strauss en la antropología, o Jung o
Lacan en el propio psicoanálisis. También es cierto que el campo de la filosofía no está
dado de una vez por todas de manera inalterable, sino que más bien es susceptible de
ampliaciones en direcciones muy dispares dependiendo del contexto histórico y cultural.

Para la elaboración de este tema me he valido de diversas fuentes, entre ellas la


Historia del pensamiento filosófico y científico, tomo tercero, de Reale y Antiseri y el
Diccionario de psicoanálisis de Laplanche y Pontalis. Otras obras interesantes podrían
ser Eros y civilización de Marcuse y Freud de Wollheim. Del propio Freud, sus obras
más importantes son La interpretación de los sueños, Tres ensayos sobre teoría sexual,
Tótem y tabú, Más allá del principio de placer y El malestar en la cultura.

2. Los comienzos del psicoanálisis

Tras acabar sus estudios de medicina, Freud se traslada a París, atraído por la
fama de Charcot, un neurólogo que consideraba que la histeria dependía de una
alteración psicológica y que el enfermo podía curarse a través de la sugestión hipnótica.
Será la conjunción de estos dos temas, la histeria y la hipnosis, los que cimenten el
primer gran trabajo de Freud, en colaboración con Breuer, Ensayos sobre la histeria de
1895. En esta, Freud expone el mecanismo de la histeria a través del concepto de
represión. Esta enfermedad estaría originada en un suceso traumático y penoso para el
sujeto que ha sido olvidado, o mejor, reprimido, expulsado de la conciencia. El origen
se halla en el conflicto que se da en la pisque entre impulsos contrarios, parte de los
cuales acaban siendo rechazados al inconsciente, imposibilitando su satisfacción. Sin
embargo, mientras que este proceso podría explicar de igual forma el funcionamiento
normal de la psique, en el caso de las neurosis, de las que la histeria forma parte, las
tendencias reprimidas en el inconsciente no son completamente anuladas sino que son
capaces de encontrar vías alternativas de satisfacción, dando origen de esta forma a los
síntomas. Mediante la cura hipnótica se pretende que el paciente logre volver al origen
de ese trauma, superando la resistencia, y resuelva definitivamente el conflicto,
aceptando o rechazando de una vez por todas los impulsos reprimidos, en una especie
de catarsis. El término para designar este método de investigación y cura es el de
«psicoanálisis».

Podemos señalar aquí ya el gran descubrimiento del psicoanálisis: el inconsciente.


No es que el término no existiera antes de Freud, pues era utilizado claramente por
Hartmann décadas antes; tampoco lo que refiere era completamente desconocido. Sin
embargo, el mérito de Freud será el de concebir el inconsciente como la base y la
realidad misma de lo psíquico, elaborando una teoría sistemática que permita dar cuenta
de la práctica totalidad de los fenómenos humanos. De este modo, Freud invierte la
tradicional concepción que identificaba lo psíquico con la conciencia (el yo, el sujeto).
Más bien, habrá que buscar los características más originarias de nuestra psique en
aquellos fenómenos que tradicionalmente hemos ignorado por aparecérsenos como
irracionales y sin sentido. A esta labor de interpretación dedica Freud sus tres siguientes
obras.

En La interpretación de los sueños de 1899, Freud trata de arrojar luz sobre los
procesos que se esconden tras nuestros sueños. En su opinión, hemos de concebir los
sueños como fenómenos plenamente dotados de sentido (e incluso de más de un
sentido) que expresan nuestra íntima vida inconsciente. Para ello, distingue entre el
contenido manifiesto, aquello que se nos aparece en un sueño, y el contenido latente,
que se refiere a aquello que busca expresión desde el inconsciente. Entre medias, se
halla una multiplicidad de conexiones que vinculan cada elemento del sueño con ideas,
vivencias, sentimientos, referencias culturales, etc., y que el interpretador debe seguir
hasta dar con el contenido latente. Este contenido inconsciente, oculto tras todas esas
referencias, siempre acaba resultando ser, en opinión de Freud, la realización de un
deseo. Por ejemplo, un sueño puede dar cumplimiento al deseo de orinar o de beber que
el durmiente tiene. También puede realizar un deseo que el sujeto dejó sin hacer durante
el día, quizá por falta de tiempo o de ocasión, como les pasa a los niños. Pero lo más
normal es que dé cumplimiento a un deseo reprimido, censurable o vergonzoso para la
conciencia, que queda en el inconsciente hasta la noche, momento en el cual la censura,
que es la instancia represora, pierde fuerza.

Pero, según esto, ¿cómo podríamos explicar la existencia de sueños desagradables


o angustiosos? Freud señala que la censura onírica no se desactiva completamente
durante el sueño, sino que en parte sigue activada, razón por la cual el contenido
inconsciente se disfraza detrás de elementos susceptibles de no llamar su atención. Es
posible, de este modo, que el deseo se halle escondido tras contenidos aparentemente
angustiosos; también puede ser que el propio cumplimiento de los deseos implique para
el sujeto sentimientos desagradables. De este modo, Freud llama la atención sobre el
llamado «trabajo onírico», que se ocupa de deformar nuestros deseos inconscientes
hasta dar lugar a las representaciones aparentemente sin sentido que constituyen
nuestros sueños. De igual forma, el olvido y la racionalización que hacemos una vez
despiertos (elaboración secundaria) borran las huellas de todo acceso al inconsciente.

2.1 El modelo topográfico

Freud explica la génesis de los sueños en relación a una triple división de nuestra
psique. Esta se compone de diversos sistemas que se encajan entre dos extremos: la
sensibilidad y la movilidad. Los estímulos sensibles dejan sucesivas huellas mnémicas
que, en niveles distintos de abstracción, indican al organismo cómo actuar para
satisfacer sus deseos. Cuando se presenta un deseo, la disatisfacción que se origina
mueve al organismo a echar mano de sus recuerdos para actuar, interviniendo así en el
mundo y satisfaciendo su deseo. Pues bien, en los organismos más complejos, este
esquema primitivo de la mente se subdivide en tres sistemas distintos: el inconsciente
comprende los recuerdos, la conciencia se ocupa del acceso a la movilidad y el
preconsciente es el lugar intermedio, a donde acceden todos los recuerdos que van a
mover a la conciencia y donde se encuentra la censura. Los pensamientos inconscientes
pueden llegar a hacerse conscientes en algunos casos pasando por el preconsciente, pero
la mayoría de los recuerdos, especialmente los que tienen que ver con nuestra niñez, no
pueden nunca pasar. Sin embargo, durante la dormición son capaces de seguir el camino
contrario del normal: es decir, en vez de buscar el acceso a la movilidad, y por tanto, a
la conciencia, realizan una regresión hacia el otro extremo, la sensibilidad. He ahí el
origen de nuestros sueños.

Mediante este mismo esquema explica Freud otro tipo de fenómenos


inconscientes, aquellos que se producen en los lapsus, las distracciones, los errores, las
asociaciones de ideas u objetos, los chistes, los olvidos, etc. De estos se ocupan
Psicopatología de la vida cotidiana de 1901 y El chiste y su relación con lo
inconsciente de 1905.

3. La sexualidad infantil y el complejo de Edipo

Ahora podemos preguntarnos lo siguiente: si las neurosis, los sueños o los olvidos
tienen su causa en deseos reprimidos en el inconsciente, ¿por qué se reprimen tales
deseos? Para Freud, la razón está en que se trata de deseos o pulsiones que están en
abierto conflicto con los valores y las exigencias éticas del sujeto y su sociedad. Y la
naturaleza de estos deseos, añade Freud, es de naturaleza primariamente sexual. Durante
esta época, Freud distingue entre dos tipos de pulsiones: las de autoconservación o del
yo, como el hambre, y las pulsiones sexuales. Freud afirma que las pulsiones sexuales
actúan en un campo mucho más amplio de aquel que solemos relacionar con la
sexualidad. Todo tipo de fenómenos individuales y sociales tienen su origen en nuestras
pulsiones sexuales. Esto se puede aclarar si observamos el papel que Freud reserva a la
sexualidad infantil.

En Tres ensayos para una teoría sexual de 1905, Freud trata de corregir la visión
simplista que tradicionalmente se había tenido de la sexualidad. La opinión popular cree
que la naturaleza de estas pulsiones es clara: no existen en la niñez, sino que maduran
en la pubertad, fijándose de manera definitiva en la atracción irresistible que ejerce el
sexo contrario, llevando al coito normal cuyo objetivo último es la reproducción. Sin
embargo, existen multitud de perversiones, esto es, desviaciones del normal objeto
sexual o fin sexual. Así, Freud da cuenta de la homosexualidad, la bisexualidad, la
pedofilia, la zoofilia, el fetichismo, el sadismo y el masoquismo, el sexo anal y el sexo
oral, la masturbación, la contemplación e incluso el amor. Si bien en los casos de
neurosis siempre aparecen en el sujeto determinadas perversiones, no se puede concluir
que estas perversiones sean de por sí patológicas, sino que más bien forman parte de la
vida sexual normal de cualquier persona. Por otro lado, Freud cree que para dar cuenta
completa de la naturaleza de la sexualidad hace falta estudiar el fenómeno de la
sexualidad infantil. Contrariamente a la opinión común que considera que esta no existe
hasta la pubertad, Freud señala que nada más nacer el niño ya tiene impulsos sexuales
en germen que se van desarrollando hasta la edad de cuatro o cinco años, momento en el
que se produce una represión dando lugar al período de latencia, que continúa hasta la
pubertad. Se pueden encontrar varias manifestaciones de la sexualidad infantil como el
caso del chupeteo del pulgar. En general, aquella se diferencia de la sexualidad adulta
por su carencia de objetos sexuales y por poner como su fin sexual la estimulación de
las zonas erógenas del propio cuerpo. En virtud de la predominancia de cada zona,
Freud diferencia tres organizaciones de la sexualidad infantil antes de la latencia: la fase
oral, que tiene como modelo la absorción del alimento, la fase anal, que tiene como
modelo la expulsión de las heces, y por fin la fase genital.

Tanto en La interpretación de los sueños como en Tres ensayos había aparecido la


clásica referencia al complejo de Edipo. Este será posteriormente uno de los puntos más
reconocibles de la teoría psicoanalítica, y al mismo a Freud le servirá como núcleo de su
teoría. ¿En qué consiste este? Tomando el ejemplo de Edipo de la tragedia griega, Freud
señala que todo niño, durante su fase genital, experimenta la conjunción de dos deseos
con respecto a sus progenitores: un deseo sexual hacia su madre y un deseo de muerte
hacia su padre (en las niñas sería al revés). Hay que añadir, no obstante, que esta sería
su forma positiva, pero que siempre la acompaña además una forma negativa, la cual
invierte el lugar de la madre y del padre. Este complejo declina durante el periodo de
latencia para revivir temporalmente durante la pubertad y suele ser superado
posteriormente. Su superación marca el comienzo de la edad adulta del ser humano en
la que este pasa a la fase de la elección de objeto sexual. De cualquier modo, este
complejo tiene un lugar central en el psicoanálisis. De su superación dependen todas las
formas sanas e instituciones sociales de la humanidad, así como las patológicas
dependen de su represión o su no completa superación.

Podemos ver esto en el argumento de Tótem y tabú, obra de Freud de 1913. Aquí
Freud aplica su teoría a la antropología para tratar de explicar la razón de ser de los
sistemas totémicos en las sociedades menos avanzadas. En estas, se puede observar que,
conjuntamente con los tótems, convive un complejo sistema de prohibiciones o tabús,
cuya piedra angular es la prohibición del incesto. La explicación de Freud señala el
complejo de Edipo y su superación como la causa de estos rasgos. En la horda
primitiva, el poder del macho jefe sobre las hembras es total, impidiendo a los demás
satisfacer sus deseos sexuales. Sin embargo, llega un punto en el que estos, los
«hermanos», dan muerte de forma conjunta al jefe, o mejor, al padre. Ahora bien, para
impedir que nadie vuelva a ocupar la posición del padre, se da un acuerdo para repartir
el poder entre todos. Lo interesante aquí es cómo la ley ocupa ahora el lugar del padre
muerto, quien al mismo tiempo se reinstituye como símbolo de adoración y de temor
reverente. Es decir, que la ley, o también la civilización y la vida en común, se compone
de estos dos sentimientos encontrados: la frágil unión de los hermanos se apoya en el
deseo reprimido que cada uno tenía de ser como el padre y en el temor que este les sigue
inspirando aun muerto. De este modo, nacen la civilización y la ley, al mismo tiempo e
íntimamente relacionadas con la conciencia de culpabilidad, la prohibición del incesto y
las prácticas totémicas.

4. El modelo estructural: yo, ello, superyó

En El yo y el ello de 1923 Freud propone una nueva teoría del aparato psíquico. El
esquema presentado es distinto al de la tríada inconsciente-preconsciente-conciencia de
La interpretación de los sueños, pero ambos no son excluyentes. En este nuevo
esquema, el ello es el conjunto de impulsos inconscientes de la libido o energía sexual.
De este modo, es nuestra fuente de energía, al mismo tiempo que una instancia amoral y
egoísta. El yo, por su parte, es su fachada, su representante consciente. Trata de hacer
compatibles el principio de placer que gobierna al ello, que lo mueve a evitar toda
fuente de tensión provocada por sus impulsos, con el mundo real, abanderado por el
principio de realidad. De este modo, el yo evita que el ello cumpla siempre sus deseos si
eso pone en peligro al individuo o si es imposible, adoptando así una mirada más a largo
plazo. Por último, el superyó es la sede de la conciencia moral y del sentimiento de
culpa, la interiorización de la autoridad y de los valores familiares y sociales.

Nuestra existencia se juega entre estas instancias, y nuestro yo habrá de mediar


entre las pulsiones agresivas e irrefrenables del ello y las prohibiciones del superyó. En
este conflicto el yo es la instancia menos poderosa de las tres, tratando de dominar la
marea irrefrenable de deseos del ello y atentamente vigilado por el superyó.

5. Eros, Thanatos y el malestar en la cultura

En un artículo anterior de 1920 titulado Más allá del principio de placer, Freud
revisa la idea tradicional del psicoanálisis de que el principio primero de la psique es el
principio de placer. Argumenta, apoyándose en la compulsión de repetición que ha
observado en algunos enfermos, que toda vida está gobernada por dos grandes
pulsiones: la pulsión de vida, Eros, y la pulsión de muerte, Thanatos. Eros es el origen
de la creatividad, la armonía, las pulsiones sexuales, la reproducción y la
autoconservación, mientras que Thanatos es el origen de nuestro instinto destructor, la
compulsión de repetición, la agresión y la autodestrucción.

La postulación de Thanatos introduce la cuestión del origen de la violencia y la


destrucción de los seres humanos. Estos temas aparecerán en algunas de las obras
pertenecientes a la última etapa del pensamiento de Freud. En esta, traslada su atención
más allá del individuo, hacia la sociedad y sus instituciones, aplicando para el análisis
de estas los conceptos y herramientas desarrolladas por el psicoanálisis.

Así, en Psicología de las masas y análisis del yo, de 1921, Freud estudia cómo en
los movimientos de masas, los individuos pierden su personalidad consciente a cambio
de un sentimiento de poder ilimitado que les permite guiarse por impulsos que en la
vida psíquica individual habrían de reprimir. Las masas son fenómenos sociales que sin
embargo son controlados por el inconsciente. Por ello, los lazos que mantienen a
aquellas unidas son de naturaleza sexual, de tal modo que los actos que mueven a cada
individuo provienen de impulsos amorosos desviados de su fin original y puestos sobre
la figura del líder del grupo, a quien se idealiza. De igual forma, tiene lugar una
identificación con los otros individuos de la masa.

Algunos de estos temas aparecen de nuevo en El provenir de una ilusión, de 1927.


Esta obra tiene como objeto de estudio principal el fenómeno de la religión, la cual,
como señala el título, es calificada de Freud como «ilusión». Con esto, no obstante, no
pretende meramente descalificar la institución religiosa, sino analizarla como un
cumplimiento de deseos. Al igual que en otras obras, también aquí Freud incide en la
naturaleza fundamentalmente antisocial y egoísta del ser humano, el cual, dejado a sus
anchas, se acaba guiando por sus tendencias destructivas. En este sentido, la civilización
solo puede progresar por medio de la renuncia del cumplimiento de los deseos
individuales y su sublimación y satisfacción en el plano puramente mental propio de la
religión. Así, aun cuando la religión sea una ilusión, lo cual no significa necesariamente
que sea falsa, es un producto necesario del complejo de Edipo y de la represión
civilizatoria de la historia humana.

Llegamos así, por último, a la última gran obra de Freud, El malestar en la


cultura, de 1930. Volviendo a la cuestión de la religión, Freud señala que esta funciona
como una estrategia para distanciarse del malestar que nos origina el mundo, siendo la
fuente más importante de esta la vida en sociedad. Y es que, si bien los seres humanos
nos hemos constituido en sociedad para protegernos de la infelicidad y tratar de
garantizar el cumplimiento de nuestros deseos, la sociedad es al mismo tiempo la
principal fuente de infelicidad en nuestras vidas. Pero Freud opina que la civilización
necesita de una sublimación de nuestros deseos individuales para alcanzar su objetivo
principal que es un estado de convivencia pacífica. Así, en cierto modo, la sociedad y la
cultura siguen un desarrollo análogo a aquel del individuo, que también se ve obligado a
someter sus deseos infantiles para alcanzar un estado de felicidad en la adultez. En el
caso de la sociedad, el sometimiento a una autoridad comunal superior tiene el objetivo
de cumplir deseos que ya no son primariamente sexuales sino de control, belleza, orden
y de ejercitar nuestras funciones intelectuales.

Sin embargo, si el amor, es decir, Eros, es el responsable de vincular en una


comunidad a los individuos, podemos preguntarnos si no es exagerada la violencia que
la sociedad nos causa al crear las leyes, restricciones y tabús que se orientan a reprimir
ese mismo amor. Así, Freud concluye que, además del Eros, en el ser humano ha de
haber otra gran pulsión irreductible, Thanatos, que es la responsable de nuestros
impulsos de agresividad y destrucción. El objetivo principal de la sociedad, en este
sentido, es limitar el campo de actuación de Thanatos. El nacimiento del superyó, tanto
individual como cultural, así como la culpa y la represión neurótica, son el precio que
pagamos por nuestra vida en sociedad. La única respuesta de Freud al malestar de la
cultura, por fin, solo es la recomendación de que las demandas del superyó sean
menores.
6. Conclusión

Para terminar este tema y recordar lo dicho ya en la introducción acerca de la


influencia innegable de la obra de Freud, podemos remitirnos a la famosísima expresión
de Ricoeur «los filósofos de la sospecha» para mentar a Marx, Nietzsche y Freud. Estos
expresan, cada uno desde perspectivas diferentes, la entrada en crisis de la filosofía de la
modernidad, al mostrar cada uno de estos autores la insuficiencia de la noción de sujeto,
y al desvelar un significado oculto: Marx desvela la ideología como falsa conciencia o
conciencia invertida; Nietzsche desenmascara los falsos valores; Freud pone al
descubierto los disfraces de las pulsiones inconsciente. El triple desenmascaramiento
que ofrecen estos autores pone en cuestión los ideales ilustrados de la racionalidad
humana, de la búsqueda de la felicidad y de la búsqueda de la verdad, anclados todos
ellos en la noción fundante de sujeto, punto de partida de la filosofía moderna.

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