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Dos ateos que se acercaron a Cristo- Primero fue Sartre durante su estancia
en el campo de prisioneros del ejército alemán StalagXII-D. Después Camus,
como resultado de la inquietud por encontrar la respuesta a la necesidad moral
de una justicia definitiva. Sartre escribió en el campo de prisioneros del ejército
alemán su primera obra de teatro sobre la Navidad, sobre la libertad humana
ante el misterio de la encarnación. Camus nunca superó el abismo que le hizo
sentirse como exiliado en el mundo de los hombres y, tras «El extranjero» y
«La peste», siguió preguntándose si era posible la justicia definitiva. Los dos
autores, que marcaron con sus obras la rebelión intelectual de una generación
de europeos contra el mensaje cristiano, tuvieron su momento de Gracia, de
acercamiento a Cristo. Sartre vivió ignorando lo que había escrito, aunque lo
recordó al final de sus días. Camus buscó honestamente en la lectura de la
Biblia la respuesta que el mundo no le daba.
La editorial Vozdepapel, dentro de su colección VERITAS, ha publicado los
textos de ambos autores, ocultos hasta ahora para los lectores de habla
española, en ediciones preparadas por el profesor José Ángel Agejas.
MMVI.II.09
Frente a una miseria que el mundo nos presenta en sus catástrofes, toda
apoteosis sentimental de la naturaleza se redimensiona: no se pueden elevar, a
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través de los nuevos místicos de la “New Age”, cantos a la “Madre Tierra”. Este
romanticismo molesta. La naturaleza en la historia de la salvación refleja la
relación entre el hombre y Dios: el diluvio como castigo por los pecados del
hombre y el arco iris como un signo de la fidelidad de Dios. La tierra puede ser
muy hostil al hombre y, por consiguiente, un culto a la tierra no sólo es
supersticioso, también poco realístico.
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quedó tan sólo en la vida privada o en el ámbito puramente literario, sino que
se intentó configurar la época en los aspectos político y social de acuerdo con
aquel modelo. Así surgió el Romanticismo, que a su vez condujo a la
Restauración.
Es evidente que la reacción indicada no fue total; pero arraigó muy
profundamente y fue lo bastante extensa como para dar a la época un distintivo
característico.
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Decía Winston Churchill, refiriéndose a la diferencia entre él y Stalin: «Yo
moriría para que él pudiera hablar, pero él me mataría para impedirme hablar».
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PENSAMIENTO FILOSÓFICO
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Segunda: «No hay naturaleza humana... El hombre no es otra cosa que
lo que él mismo hace de sí. Ese es el primer principio del existencialismo».
Continuamente mantiene Sartre esta posición: «Es un hecho que... no hay
naturaleza humana alguna en la que pudiera apoyarme». Y en la discusión con
un colega, que mantiene una posición distinta en diversos aspectos, le merece
estima constatar: «Somos de la misma opinión en el punto siguiente: no hay
naturaleza humana».
Tercera: «La filosofía existencialista es, sobre todo, una filosofía que
afirma: la existencia precede a la esencia». Sartre, es cierto, diferencia «dos
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clases de existencialistas»: los cristianos y los ateos, pero ambos, dice, tienen
una cosa en común: la convicción de que la existencia precede a la esencia.
Aunque sea ésta una afirmación muy problemática por lo que hace a los
«existencialistas cristianos», entre los que él cita a Gabriel Marcel y Karl
Jaspers, no cabe duda alguna sobre qué quiere afirmar él aquí.
Cierto que se ha dicho de esa conferencia, sobre todo por parte de la
historia de la filosofía, que no hay que tomársela en serio, ya que es muy
superficial y muy periodística. Pero yo diría más bien, por el contrario, que esa
autointerpretación, no especializada, espontánea y no bien valorada es mucho
más interesante y enseña mucho más que un tratado cargado de todo el
arsenal de conceptos técnicos y vocabulario de especialistas.
Por tanto, la existencia precede a la esencia. ¿Qué quiere decirse con
eso?
Pero ni una cosa ni otra dicen algo sobre el modo y manera cómo
Sartre relaciona entre sí ambos conceptos essence y existence. Es
precisamente su intención declarada, no sólo ponerse en contradicción con la
concepción tradicional, sino invertirla. Expresamente, empieza por interpretar
detalladamente la concepción tradicional, para luego, por contraste, poner en
claro su propia tesis. Por supuesto, ha de preguntarse si aquella interpretación
es acertada. Sartre habla de la vision technique du monde, bajo la que entiende
la convicción de que el hombre y el mundo han sido creados por Dios. Y añade
que esa «visión técnica» implica, en contraposición a su propia tesis, la idea de
que la esencia precede a la existencia.
A nosotros nos interesa, sobre todo, cómo Sartre entiende e interpreta,
en su contenido, su problemática conclusión. Hay de hecho varias
autointerpretaciones; por lo menos, tres. Primera interpretación: «¿Qué
significa aquí el principio de que la existencia precede a la esencia? Significa
que el hombre, primero, «existe» y «sólo después se define»; «el hombre se
define a sí mismo progresivamente». Segunda interpretación: «El hombre no es
definible»; la definición del hombre «permanece siempre abierta», Tercera
interpretación: «No hay naturaleza humana alguna».
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Pero, ¿qué tiene que ver todo eso con la tercera y, claramente, decisiva
interpretación, mediante la que Sartre aclara su tesis de partida y que dice que
no hay naturaleza humana alguna? Algo es por demás claro: esa interpretación
remite al ateísmo de Sartre, a partir del que, con intención ilustrada, quiere
sacar las más extremas consecuencias. La formulación completa dice así: «No
hay naturaleza humana porque no hay Dios para concebirla». A la pregunta,
que inmediatamente se impone, de qué sea en definitiva el hombre, si no hay
realmente naturaleza humana, responde Sartre totalmente consecuente: «En el
principio es absolutamente nada» ¿Y después? Después «no es otra cosa sino
lo que ha hecho de sí mismo». El hombre se descubre y se hace a sí mismo,
sin proyecto alguno previo. Eso es precisamente lo que, en la terminología de
Sartre, se denomina libertad.
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Ese concepto ha perdido, sin embargo, todos aquellos ecos triunfalistas
que poseyó en el siglo XVIII; tuvo que perderlos necesariamente porque
libertad no sólo significa que no hay vínculo ni limitación algunos, sino
expresamente también que no hay ninguna posibilidad de orientarse, ni «una
ayuda» de algún tipo, ni algo así como un punto de referencia. Sartre mismo
dice reiteradamente: «No hay señales en el mundo»; «el hombre está solo,
pues no se le presenta posibilidad alguna de apoyarse en algo, ni fuera ni
dentro de sí mismo»; «el existencialismo no quiere pensar más que el hombre
pueda encontrar ayuda en un signo dado en algún punto del mundo para
orientar-se por él». Se trata de aquella conocida especie de libertad a la que se
está «condenado».
Quizá, en relación con todo ello, haya que redescubrir algo. Pienso
sobre todo en el rango reservado, por ejemplo, a la prudencia por Tomás de
Aquino; se ha hablado, pienso que no sin razón, de una «supresión» de esa
parte en la teología moral de los últimos siglos. Pero, naturalmente, no tiene
que ser el «invento» (en el sentido de recomenzar desde un punto cero), como
lo es en Sartre, un concepto fundamental de la ética cristiana.
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No es, por demás, mera casualidad que la pregunta por la «naturaleza
del hombre» se hace acuciante tan pronto como, por ejemplo, se habla de
«control de natalidad». Y la vacilación y reserva de la Iglesia católica,
ampliamente incomprendidas, no tienen sin duda su razón de ser en un
«concepto de naturaleza limitado a lo biológico» (como en la discusión se ha
dicho alguna vez), sino en otra cosa muy distinta: en la profunda y responsable
seriedad con que se reflexiona sobre el carácter propio del hombre como ser
creado por Dios. [...]
Naturalmente, estoy muy lejos de conocer algo así como una fórmula
mágica en virtud de la cual pudieran resolverse todos esos problemas. Antes
bien, veo con claridad que el concepto «naturaleza humana», que nunca puede
ser definitivamente comprendido, ha de ser repensado de nuevo.
Para concluir, dos observaciones más sobre lo que Sartre llamaría
posiblemente involuntaria «prueba de la existencia de Dios». Como todos
saben, su punto de partida es un ateísmo muy radical, que es más asunto de fe
que resultado de argumentación racional. De otra parte, el pensamiento de
Sartre está determinado por una experiencia especialmente poderosa de la no
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necesidad del mundo, pero sobre todo del hombre mismo. Antoine Roquentin
está allí, sentado en su banco en el parque público, a «las seis de la tarde», y
de repente ve con claridad, qué fortuito, qué «contingente», él mismo y lo
mismo todas las cosas en torno a él: «Eramos un montón de existentes,
avergonzados...; ni el uno ni los demás tenían el mínimo motivo de estar allí».
«Lo esencial es lo fortuito; la existencia es, por definición, lo no necesario.
Existir significa simplemente: estar ahí. Lo que existe es algo con lo que uno se
encuentra, pero no se deja nunca deducir. «Todo existente ha nacido sin
motivo, vive por debilidad y muere por casualidad».
Mi respuesta a todo esto tendría dos partes. Primera: Ningún hombre
en el mundo, ni el mismo Sartre, es capaz de llevar hasta el final, con toda
consecuencia, esa idea de lo absurdo de todo lo que es y ocurre. ¿Cómo
podría, si no, hablarse, como Sartre hace, de libertad, de justicia, de
responsabilidad, etc.? Segunda: Si alguien quisiera, a pesar de todo, seguir
manteniendo que todo en el mundo es realmente absurdo, no habría eo ipso
motivo para nada, pues motivo es tanto como ratio, raison, reason. En ese caso
habría de percatarse claramente de que ya nada puede «fundamentarse». Ni
siquiera la no existencia de Dios.
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¿A su juicio cual fue la revolución histórica mas importante? Yo creo que para
bien el cristianismo, para mal la revolución francesa, ya que hizo que la gente
pensara que todo eran derechos y no había obligaciones.
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Sí, son ejemplos bastante obvios. Por otro lado, conociendo la fortuna que hizo
Voltaire con el tráfico de esclavos o como Rousseau chuleaba a las viudas no
me sorprende.
Este diálogo con Don César VIDAL ‘filósofo’ tuvo lugar entre las 17.00hs. y las
18.00hs. del martes 30 de enero.2007-Esp.
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¿Y la esperanza? - Antes que Ernst Bloch, ya Gabriel Marcel había hecho muy
finos análisis de la esperanza, y la había considerado como un componente
estructural de la persona. Salía al paso, con ello, a la filosofía desesperanzada
y trágica de Jean-Paul Sartre y de Martín Heidegger. Para Marcel el ejercicio
de la esperanza significa una confianza serena en la realidad y en la persona.
La verdadera esperanza se da, sobre todo, en el amor personal, cuando es
mucho más que erotismo. Quien espera, no dice sólo "yo espero"; dice también
"en tí" y "para nosotros", porque lo que se espera atañe siempre al que espera
y a aquél de quien se espera. Es un modo de profunda apertura al otro y de
intercomunión humana; de la relación yo-tú que siempre es creadora. La
esperanza me indica, además, que puedo triunfar de todas las decepciones
sucesivas, y que, por ello, vale la pena estar siempre en actitud de búsqueda
de mejores valores humanos. La esperanza mira siempre al futuro y lo
encuentra abierto. La desesperanza lo encuentra cerrado.
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El ateísmo de Jean Paul Sartre
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Uno de los escritos influyentes en la segunda mitad del siglo XX ha sido Jean
Paul Sartre, novelista y escritor celebrado por varias generaciones. Sembró
abundantemente la semilla del ateismo con su brillante literatura y aparente
seriedad filosófica. Con tales instrumentos pareció a muchos intelectuales
europeos y americanos que su crítica a la religión era definitiva, como ha
sucedido antes con otros autores, como con Nietzsche, que más han sido -en
esta cuestión- retóricos estilistas que razonables pensadores. Afirmar con
seguridad falsedades, aunque sea con una técnica literaria excelente, no es
prueba de que sea evidente lo afirmado ni que se ajuste a la realidad. Como su
teatro sigue siendo representado y es exponente ideológico de un sector
-consciente o inconsciente- todavía importante de la sociedad actual, y sus
tópicos, bajo distintos ropajes siguen «funcionando», no está de más el repaso
de una páginas que le dedica Charles Moeller en el volumen II de su obra
Literatura del siglo XX y cristianismo. Moeller analiza otros argumentos sobre
los que Sartre «funda» su ateísmo. Aquí transcribimos la crítica de Moeller a
una famosa cuestión que sigue inquietando a muchos que desconocen la
verdadera enseñanza cristiana sobre Dios, el concepto de creación y de
libertad humana.
artesano fabrica una plegadera siguiendo una definición y una técnica. Así el
hombre individual realiza un cierto concepto que está en el entendimiento
divino (EH, pp. 19,20).
LA MIRADA «MEDUSEA»
Sartre dirá sin duda que el arrepentimiento religioso es una ilusión biológica.
Pero la descripción fenomenológica de este sentimiento va en una dirección
diametralmente opuesta a lo que Sartre pretende hacer de ella; Sartre carece
de toda antena que le permita adivinar lo que es la vida religiosa auténtica; se
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diría que jamás ha leído un solo texto evangélico, un solo libro de mística; se
diría que nunca ha oído el grito del pecador que se vuelve a Dios y se siente
responsable ante Él, al mismo tiempo que misteriosamente confortado por Él.
¿Será preciso repetir que, si Dios crea, quiere «que la sustancia sea, que sea
activa y que alcance su término»? ¿Será necesario recordar que la realidad de
Dios es necesaria para fundar eI sentido «último» de la realidad, pero que el
mundo creado tiene en sí mismo una cierta consistencia, que no es pura
apariencia, juego de ilusión, fantasmagoría predeterminada por un déspota
invisible? ¿Es necesario recordar que precisamente de esta su consistencia es
de donde la criatura saca la fuerza para rebelarse contra Dios, que Dios acepta
que la criatura utilice esta su libertad, que Él mismo le ha dado, para volverse
contra Él, para ser «dios sin dioses»? ¿Será preciso, en fin, volver sobre esta
evidencia elemental, que Dios nos pide que roguemos y trabajemos, ora et
labora?.
Este tercer aspecto del ateísmo sartriano está implicado en los dos
precedentes. Pero Sartre deduce de él consecuencias tan importantes que es
preciso dedicarle algunas consideraciones en un párrafo especial.
que nunca nos sentimos más lejos que cuando intentamos acercarnos a él.
Basta recordar la vida de los santos, sus angustias, sus noches de los sentidos
y del espíritu, la nube luminosa que les rodea cuando se acercan a la unión
divina; Gregorio de Nisa habla, por ejemplo, de la «epectasis», esto es, de una
salida indefinida de sí hacia el abismo insondable de Dios.
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Camus comprendía que si no hay verdad, de leyes sólo queda la de la selva. El
héroe que brota de esas premisas es Sísifo, el hombre que se mofa de los
dioses, menosprecia su propio destino y mira estúpidamente cómo una y otra
vez se le cae el peñasco que había empujado hasta una cima, para tornar a
subirlo, sin saber por qué, sin lograr nunca un atisbo de finalidad, de sentido a
su vivir. Camus intentará encontrar un sentido para Sísifio, para todos los
sísifos del mundo: el hedonismo.
La cuestión del sentido era la cuestión de Camus, al extremo de afirmar: «No
hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. La
decisión sobre si vale la pena vivir o no... es la más urgente de todas las
cuestiones». No le faltaba cierta razón. Camus, era un pensador respetable,
como diría Spaemann, no un agnóstico que trivializara el problema del sentido
de la vida. Reconocía honradamente que la filosofía del absurdo era
impracticable, incluso inimaginable. Se daba cuenta de que sin duda unas
conductas valen más que otras. "Busco el razonamiento que me permitirá
justificarlas", declaraba en 1946, a un periodista de Le Litteraire. Y yo escribí
hace bastantes años: «murió sin hallarlo», en un artículo titulado Si Dios no
existiera. Afortunadamente yo me equivocaba.
Hoy sabemos que el buscador de sentido, lo halló. Lo conocemos gracias al
pastor de la iglesia metodista Howard Mumma, quien cuarenta años después
de la muerte por accidente de automóvil de Albert, ha revelado una parte
sustantiva y sustanciosa de las conversaciones que mantuvo con éste en París.
La editorial Vozdepapel, dentro de la colección Veritas, las ha publicado en un
libro titulado El existencialista hastiado. Conversaciones con Albert
Camus, con Prólogo de Daniel Sada y Estudio introductorio -semblanza muy
ilustrativa del Nobel francés- de José Angel Agejas. Constituye un volumen de
180 páginas de gran interés.
Por mi parte no haré una recensión del libro sino unas consideraciones que su
lectura me han suscitado, sobre todo a partir de una de las últimas palabras de
Camus a Mumma: «Amigo mío, ¡voy a seguir luchando por alcanzar la fe!», que
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realidad inexistente. Tal vez se trata de un náufrago que nos pide auxilio, o
simplemente un interlocutor a quien le interesa un diálogo.
No es menos cierto que un autor, un artista, escribe o actúa no sólo para sí, si
es que publica su obra, como es sólito; por tanto, ha de pensar en los efectos
de sus actos en los demás, potenciales espectadores. El autor, el artista, es un
ser responsable como el que más, o más que el que más, porque, si es
relevante, su influencia puede ser de gran alcance. En rigor, no se puede decir
que una obra de arte es «buena» si induce al mal, aunque esté realizada con
«buena técnica». Una cosa es la «técnica», otra distinta el «arte». Puede haber
técnica sin arte; más difícil es que haya arte sin técnica. Ni una ni otra están por
encima del bien y del mal. Esta es la gran tentación del hombre de todos los
tiempos, ponerse por encima del bien y del mal, en cierto sentido «tomar el
lugar de Dios», como dice Mumma, a lo que Camus responde: «Hay muchos
problemas que surgen de esto, de que los seres humanos intentan hacer de
Dios» (p. 98), aunque, en rigor, tampoco Dios está “por encima del bien y del
mal”, Dios es el Bien sin mal, es la Sabiduría y la Belleza (Mumma, por cierto,
pastor metodista, no entiende la interpretación católica del pecado original,
aunque es válida casi toda su interpretación simbólica del relato bíblico).
Quizá ahora, un profesor competente pueda enseñar una nueva lectura de
Camus. No es malo presentar en una novela, en una obra de arte, cuestiones
arduas; no es malo presentar el mal que hay en el mundo y en el ser humano.
Puede ser útil para enseñar a evitarlo. Decía que lo malo de un libro, de una
obra de teatro, de un film, es que induzca al mal, con ideas o con imágenes.
Entonces ya no es una obra de arte, porque en ella, aunque la técnica sea
refinada, perfecta, ya no hay bondad ni, por consiguiente, verdad, ni belleza, ni
arte.
No se trata de caer en ninguna especie de angelismo ingenuo. Que Jean Paul
Sartre escribiera una obra de teatro cuyo tema central era la Navidad, no le
convierte en un «autor cristiano». Su ateísmo era militante y algunas de sus
obras causan graves daños a la fe y a la moral de muchos. A pesar de todo,
Tatiana Gorisceva bajo la férrea censura soviética anticristiana, llegó al
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cristianismo a través de las obras de Sartre, las únicas a las que tenía acceso
del mundo occidental, las únicas en las que percibía el aliento de la libertad,
aunque para el autor fuese una condena: ¡las raíces cristianas de Europa, mal
que pese a tantos! El cristianismo late en el viejo continente hasta en sus ateos
más conspicuos.
Pero, en este sentido, nada tienen que ver la actitud de Camus y la de Sartre.
No es justo meterles en el mismo saco del existencialismo ateo. Entre ellos se
fraguó, y se frustró, significativamente, una amistad (influencias y diferencias
vienen reflejadas en el libro citado). Camus anhelaba valores, sentido; Sartre
quería ser creador de valores y de sentido, es decir, dios. Para Sartre, el
ateísmo era una premisa dogmática y, en rigurosa consecuencia, el hombre
una pasión inútil; y la libertad, una condena. Aunque… también le llegó a Sartre
la hora de la verdad: días antes de su muerte, el diario Le Nouvel Observateur
recogió uno de sus últimos diálogos con un marxista: «No me percibo a mí
mismo como producto del azar, como una mota de polvo en el universo, sino
como alguien que ha sido esperado, preparado, prefigurado. En resumen,
como un ser que sólo un Creador pudo colocar aquí; y esta idea de una mano
creadora hace referencia a Dios». La antigua compañera de Sartre, Simone de
Beauvoir quedó alucinada. Todos mis amigos -declaró-, todos los sartreanos,
todo el equipo editorial me apoyan en mi consternación. Verdaderamente, si
Sartre rechazó el absurdo de concebir la vida en el contexto del universal azar
a cambio de la creencia en los designios de un Creador, puede comprenderse
la consternación de sus colegas (Cfr. Norman Geisler, en The intellectuals
Speak out About God, Chicago 1984). Lo más difícil de entender es la cortina
de humo que la «cultura» del absurdo, el nihilismo, echa siempre sobre
cualquier rayo de luz que pueda despertar la esperanza del hombre en la
trascendencia.
Sartre y Camus fueron víctimas diferentes de la tremenda hecatombe
ocasionada por la Segunda Guerra Mundial. Una inmensa ola de dolor
sumerge al mundo a partir de 1939. Los espíritus inmunodeficientes se
hundieron en un pesimismo radical. Lo revela Camus al final de La peste.
Estremece: Las guerras, las enfermedades, el sufrimiento de los inocentes, la
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maldad del hombre hacia el hombre sólo conocen treguas inciertas, tras las
cuales reaundarán su ciclo de pesadilla: «Escuchando los gritos de alegría que
subían de la ciudad, Rieux recordaba que esta alegría estaba siempre
amenazada. Porque sabía lo que esta multitud alegre ignoraba, y que puede
leerse en los libros: que el bacilo de la peste [léase "el mal"] no muere ni
desaparece jamás, que puede permanecer durante decenas de años dormido
en los muebles y en la ropa, que espera pacientemente en las habitaciones, en
los sótanos, en los baúles, en los pañuelos y en los papeles, y que quizá
llegaría un día en que, para desgracia y enseñanza de los hombres, la peste
despertaría otra vez a sus ratas y las enviaría a morir en una ciudad dichosa».
Camus no sabía aún que la historia del tiempo futuro no está escrita; que
depende de un don de Dios: la libertad limitada pero real del hombre, capaz de
utilizarla bien o mal. He aquí nuestra responsabilidad.
Me gusta pensar que la misericordia de Dios es tan grande que se agarra a un
clavo ardiendo por salvar a un solo hijo. A la hora suprema de la verdad, hasta
la soberbia humana –no así la diabólica- puede ser abatida por el Dios que
«es» Cáritas, como recuerda la gran encíclica que hoy ha lanzado al mundo el
papa Benedicto XVI. Amor manifiesto en la entrega de su Hijo para que se
enclavase -con tres clavos- en un madero que era un patíbulo. La Cruz es
precisamente el signo del Amor infinito que revela el sentido de la existencia
humana en un mundo en el que el trigo y la cizaña crecen juntos, porque la
Cruz y la Resurrección forman en Cristo -Palabra, Razón y Sentido de cuanto
existe- una unidad indivisible que conduce la Historia más allá de sí misma.
Según el testimonio de Howard Mumma, Albert Camus, encontró un bautismo
que la Iglesia reconoce como «pasaporte» válido para la entrada en el Reino
de Dios: el bautismo de deseo. Ahora la lectura de Camus se convierte, para el
estudioso, en la lectura de un buscador de sentido, largo tiempo insatisfecho;
que busca y no encuentra. Procura incluso apartar de su mente la cuestión, se
limitar a preocuparse de su prójimo sin saber por qué, como el doctor Tarrou.
Tras múltiples frustraciones y desalientos, EL SENTIDO le sale al encuentro.
Ya lo toca con la punta de sus dedos. El automóvil se estrella. Ya basta. Todo
ha valido la pena.
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La honestidad intelectual, la virtud humana, el respeto al otro, la búsqueda,
aunque a tientas, facilita el encuentro de la verdad, mejor aún, facilita el
reconocimiento de la Verdad que está ahí y nos busca, nos llama, hasta el
último momento. Deus, cáritas.
Agradecemos al autor - 2006-02-01
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ATEÍSMO - Para hacer una reflexión sintética sobre el ateísmo como
negación teórica y/o práctica de la existencia de Dios - en el aspecto teológico
y como fenómeno típicamente moderno -, nos referiremos como hilo conductor
a un texto autorizado: el breve pero lúcido análisis desarrollado por la Gaudium
et spes, nn. 19~21, un texto que J Ratzinger ha definido como "una de las
declaraciones más importantes del concilio».
1. Formas y causas del ateismo.- Ante todo, se hacen tres afirmaciones de
carácter general: la relación entre el hombre y Dios es primigenia y esencial en
el ser del hombre; el ateísmo nace, o bien del hecho de que algunos no
consiguen percibir la presencia de Dios (conocimiento), o bien del hecho de
que lo rechazan con un acto libre (reconocimiento); «el ateísmo es uno de los
fenómenos más graves de nuestro tiempo». Se pasa luego a una
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moderno. Y por otra parte, sólo un hombre que, acogiendo este rostro de Dios,
proyecte su mismo existir en esta luz, podrá ser realmente hombre.
3. Actitudes de la Iglesia frente al ateismo.- La respuesta conciliar se articula
según las dos características fundamentales del ateísmo va señaladas: Dios no
se opone a la – dignidad libertad del hombre; la esperanza en Dios no va
contra el compromiso por la liberación en la historia. Y esto porque el hombre
es un interrogante misterio que remite radicalmente más allá de sí mismo; por
eso, la dignidad del hombre y su libertad exigen, para poder establecerse y
realizarse plenamente, la existencia de Dios. En efecto, Dios es la "condición»
para que el hombre sea hombre: Dios es «la libertad del hombre» (N.
Berdjaev). La respuesta al ateísmo moderno, tanto para los creyentes como
para los no-creventes, surge entonces de una aproximación sin prejuicios ni
ideas preconcebidas a la persona y al mensaje de Jesucristo; «Cristo, el nuevo
Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta
plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de la
vocación" (GS 22). Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es el
«lugar" personal y escatológico para penetrar en aquella revelación auténtica y
definitiva de Dios como Aquel que, en una lógica de amor fundamenta y salva
la dignidad-libertad del hombre. En esta perspectiva - como afirma O. Clément
-, quizás el ateísmo contemporáneo, cuando no se trata de actitud obtusa sino
de rebelión purificadora, podría aferrarse y transformarse en un camino hacia el
conocimiento purificado del verdadero rostro de Dios como Trinidad de amor.
P. Coda
Bibl.: AA. VV , El ateísmo contemporáneo, 4 vols., Cristiandad, Madrid 1971; W
Kasper, El Dios de Jesucristo, Sígueme, Salamanca 31990; E, JUngel, Dios
como misterio del mundo, Sígueme, Salamanca 1984.
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El ateísmo
El agnosticismo
2127 El agnosticismo reviste varias formas. En ciertos casos, el agnóstico se
resiste a negar a Dios; al contrario, postula la existencia de un ser trascendente
que no podría revelarse y del que nadie podría decir nada. En otros casos, el
agnóstico no se pronuncia sobre la existencia de Dios, manifestando que es
imposible probarla e incluso afirmarla o negarla.
considerado entre los problemas más graves de esta época y debe ser
sometido a un examen especialmente atento» (Gaudium et spes, 19).
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Formas y raíces del ateísmo
las que se debe contar también la reacción crítica contra las religiones, y,
ciertamente en algunas zonas del mundo, sobre todo contra la religión
cristiana. Por lo cual, en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no
pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación
religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina, o incluso con los
defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado
el genuino rostro de Dios y de la religión.
El ateísmo sistemático
20. Con frecuencia, el ateísmo moderno reviste también la forma sistemática, la
cual, dejando ahora otras causas, lleva el afán de autonomía humana hasta
negar toda dependencia del hombre respecto de Dios. Los que profesan este
ateísmo afirman que la esencia de la libertad consiste en que el hombre es el
fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia. Lo cual no
puede conciliarse, según ellos, con el reconocimiento del Señor, autor y fin de
todo, o por lo menos tal afirmación de Dios es completamente superflua. El
sentido de poder que el progreso técnico actual da al hombre puede favorecer
esta doctrina.
Entre las formas del ateísmo moderno debe mencionarse la que pone la
liberación del hombre principalmente en su liberación económica y social.
Pretende este ateísmo que la religión, por su propia naturaleza, es un
obstáculo para esta liberación, porque, al orientar el espíritu humano hacia una
vida futura ilusoria, apartaría al hombre del esfuerzo por levantar la ciudad
temporal. Por eso, cuando los defensores de esta doctrina logran alcanzar el
dominio político del Estado, atacan violentamente a la religión, difundiendo el
ateísmo, sobre todo en materia educativa, con el uso de todos los medios de
presión que tiene a su alcance el poder público.
amor fraterno de los fieles, que con espíritu unánime colaboran en la fe del
Evangelio y se alzan como signo de unidad.
La Iglesia, aunque rechaza en forma absoluta el ateísmo, reconoce
sinceramente que todos los hombres, creyentes y no creyentes, deben
colaborar en la edificación de este mundo, en el que viven en común. Esto no
puede hacerse sin un prudente y sincero diálogo. Lamenta, pues, la Iglesia la
discriminación entre creyentes y no creyentes que algunas autoridades
políticas, negando los derechos fundamentales de la persona humana,
establecen injustamente. Pide para los creyentes libertad activa para que
puedan levantar en este mundo también un templo a Dios. E invita cortésmente
a los ateos a que consideren sin prejuicios el Evangelio de Cristo.
La Iglesia sabe perfectamente que su mensaje está de acuerdo con los deseos
más profundos del corazón humano cuando reivindica la dignidad de la
vocación del hombre, devolviendo la esperanza a quienes desesperan ya de
sus destinos más altos. Su mensaje, lejos de empequeñecer al hombre,
difunde luz, vida y libertad para el progreso humano. Lo único que puede llenar
el corazón del hombre es aquello que "nos hiciste, Señor, para tí, y nuestro
corazón está inquieto hasta que descanse en tí".
GAUDIUM ET SPES – Vaticano II
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2. Es preciso dejarse guiar por la palabra de Dios, para leer esta situación del
mundo contemporáneo y responder a las graves cuestiones que plantea.
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4. El Concilio reconoció que los creyentes han podido contribuir a la génesis del
ateísmo, porque no siempre han mostrado de forma adecuada el rostro de
Dios (cf. Gaudium et spes, 19; Catecismo de la Iglesia católica, 2125).
Desde esta perspectiva, el testimonio del verdadero rostro de Dios Padre es
precisamente la respuesta más convincente al ateísmo. Es obvio que esto
no excluye, sino que exige también la correcta presentación de los motivos de
orden racional que llevan al reconocimiento de Dios. Desgraciadamente, dichas
razones a menudo se ven ofuscadas por los condicionamientos debidos al
pecado y por múltiples circunstancias culturales. Entonces, el anuncio del
Evangelio, respaldado por el testimonio de una caridad inteligente (cf. Gaudium
et spes, 21), es el camino más eficaz para que los hombres puedan vislumbrar
la bondad de Dios y reconocer progresivamente su rostro misericordioso. S. S.
JUAN PABLO II MAGNO - AUDIENCIA
Miércoles 14 de abril de 1999
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El problema de la no creencia y del ateísmo
Al mismo tiempo, la Iglesia es consciente de que lo que ella anuncia —es decir,
el Evangelio y la fe cristiana— «está en armonía con los deseos más profundos
del corazón humano, cuando reivindica la dignidad de la vocación del hombre,
devolviendo la esperanza a quienes desesperan ya de sus destinos más altos»
(Gaudium et Spes, 21).
«Enseña además la Iglesia que la esperanza escatológica no merma la
importancia de las tareas temporales, sino que más bien proporciona nuevos
motivos de apoyo para su ejercicio. Cuando, por el contrario, faltan ese
fundamento divino y esa esperanza de la vida eterna, la dignidad humana sufre
lesiones gravísimas., y los enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa y del
dolor, quedan sin solucionar, llevando no raramente al hombre a la
desesperación» (Gaudium et Spes, 21).
Por otra parte, aún rechazando el ateísmo, la Iglesia «quiere conocer las
causas de la negación de Dios que se esconden en la mente del hombre ateo.
Consciente de la gravedad de los problemas planteados por el ateísmo y
movida por el amor que siente a todos los hombres, la Iglesia juzga que los
motivos del ateísmo deben ser objeto de serio y más profundo examen»
(Gaudium et Spes, 21).En particular, se preocupa de progresar «con continua
renovación y purificación propias bajo la guía del Espíritu Santo» (cf Gaudium
et Spes, 21), para remover de su vida todo lo que justamente pueda chocar al
que no cree.
6. Con este planteamiento la Iglesia viene en nuestra ayuda una vez más para
responder al interrogante: «¿Qué es la fe?. ¿Qué significa creer?,
precisamente sobre el fondo de la incredulidad y del ateísmo, el cual a veces
adopta formas de lucha programada contra la religión, y especialmente contra
el cristianismo. Precisamente teniendo en cuenta esta hostilidad, la fe debe
crecer de manera especial consciente, penetrante y madura, caracterizada por
un profundo sentido de responsabilidad y de amor hacia todos los hombres. La
conciencia de las dificultades, de las objeciones y de las persecuciones deben
despertar una disponibilidad aún más plena para dar testimonio ´de nuestra
esperanza» (1 Pe 3, 15).
JUAN PABLO II MAGNO - AUDIENCIA GENERAL - Miércoles 12 de junio de
1985
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Se desconocen, o están muy olvidados, los floridos insultos que los comunistas
empleaban, sobre todo contra sus adversarios de izquierda. Uno de los más
frecuentes era el divertido "víbora lúbrica", más banal; también "ratas viscosas".
Pero éste de "hiena estilográfica" me resulta particularmente sabroso. Claro,
las cosas cambian rápidamente cuando, a partir de 1950, al inicio de la Guerra
de Corea, Sartre piensa que ha empezado la III Guerra Mundial y, con su
habitual ceguera política, considera que se trata de una guerra entre el
capitalismo y el proletariado, o sea la URSS. El eterno mito de los pobres
contra los ricos.
En seguida recibe laureles y recompensas, y en 1952, cuando el KGB organiza
otro congreso, esta vez "de los pueblos por la paz" en Viena, no sólo asiste,
sino que lo preside. Poco después, y en la misma Viena, si no me falla la
memoria, como la puesta en escena de su obra Las manos sucias suscitó
alguna polémica, Sartre decidió, pública y oficialmente, que no podía
representarse en ningún país del mundo sin el visto bueno del tribunal de la
Inquisición, o sea, de los respectivos partidos comunistas. Se sometía,
voluntaria y jubilosamente, a la censura previa totalitaria.
Recordemos que ese pésimo dramón relata el conflicto entre un veterano
dirigente revolucionario que considera necesarias ciertas alianzas, ciertos
compromisos –en una palabra, cierto oportunismo–, y un joven revolucionario
fanático, adscrito al sectarismo puro y duro. Para los comunistas de entonces,
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un conflicto tal no podía recordar ciertas alianzas que más valía ocultar, como
el pacto nazisoviético, por ejemplo.
Raymond Aron está en Alemania allá por los años 30. Vuelve con libros sobre
la filosofía almena, la teoría de la Historia, y es asimismo uno de los primeros
en alertar, en una serie de artículos, sobre los peligros del nazismo, que
acababa de conquistar el poder. Un año después Sartre le sigue, y vuelve sin
nada. En todo caso, sin darse cuenta de que ha vivido durante meses en un
país nacionalsocialista.
En 1940 Raymond Aron se marcha a Londres, desde donde desarrolla una
labor periodística antinazi y anti Vichy. Sartre, prisionero de guerra (y no
deportado, como dijo El País), escribe una obra de teatro antisemita, Bariona,
que se representa con el beneplácito y los aplausos del ejército alemán. Es
cierto que Sartre intentó crear un grupo de resistencia intelectual, junto con un
par de universitarios (uno de ellos era
Merleau-Ponty) y tres estudiantes ("Socialismo y Libertad"); al cabo de pocas
semanas, al darse cuenta de que la Gestapo no se andaba con bromas, que
arrestaba, torturaba y fusilaba, Sartre se asustó y abandonó toda actividad
clandestina.
Llega la liberación, y Sartre, que había abandonado la enseñanza para
convertirse en pésimo guionista de cine, funda con Raymond Aron y Merleau-
Ponty la revista Les Temps Modernes. Camus no está, porque se había
peleado con Merleau-Ponty: éste le consideraba demasiado anticomunista.
Hasta la conversión de Sartre al comunismo Merleau-Ponty era, de hecho, el
editorialista político de la revista, con consignas como: "Compartimos los
mismos valores que los comunistas", y publica en 1946/47 "Humanismo y
terror", donde justifica el terror a condición de que sea revolucionario;
"humanista", por lo tanto.
Curiosamente, al mismo tiempo que Sartre se acerca a pasos de gigante al
comunismo y a la bazofia prosoviética, Merleau-Ponty se va alejando, lenta
pero firmemente, y estalla la ruptura política y personal entre los dos. Raymond
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Aron ya se había marchado de Les Temps Modernes, porque si bien era más
interesante que la multitud de revistas comunistas, simpatizantes, pacifistas,
etcétera, reinaba en ella un conformismo de izquierda, con tufos marxistas y, ni
qué decir tiene, anticapitalistas.
Durante todo un periodo, y prácticamente hasta su muerte, en 1983, Aron fue el
intelectual con prestigio que mejor defendió –a menudo el único– la democracia
liberal en Francia. Sus críticas radicales a los totalitarismos, sobre todo al
comunista –el nazi había sido militarmente barrido–, junto a su defensa de la
democracia "formal", decían los peceros; su firme apoyo a la Alianza Atlántica
frente a la URSS (fueron frecuentes también sus críticas a De Gaulle por su
turbio doble juego con los soviéticos), todo ello puede considerarse ejemplar.
Confieso que fue ese aspecto de la obra de Aron, antitotalitario y democrático,
el que más me había interesado durante años. Desdeñaba, sin darme siquiera
cuenta, una de sus aportaciones esenciales: su defensa ilustrada del
capitalismo. Y es probablemente en este aspecto en el que despunta su
originalidad, porque los prejuicios anticapitalistas en Francia no sólo dominan
los partidos y sindicatos de izquierda, también amplios sectores de la derecha –
y muy concretamente en el gaullismo– y, desde luego, la inmensa mayoría del
mundo intelectual y universitario.
El único capitalismo aceptable para todos ellos era el capitalismo de Estado. La
larga alianza objetiva de comunistas y gaullistas se basaba, además de en su
apoyo, más o menos incondicional, a la URSS, en su defensa común del
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Redescubierta la primera obra teatral de
Jean-Paul Sartre, de carácter cristiano
Entrevista con el profesor José Ángel Agejas, editor en España
MADRID, lunes, 25 octubre 2004 - Tras varios años de investigación, José
Ángel Agejas, doctor en Filosofía y profesor de Humanidades y Periodismo de
la Universidad Francisco de Vitoria ofrece a los lectores en castellano la
primera pieza dramática del escritor y filósofo ateo Jean-Paul Sartre, titulada
«Barioná, el Hijo del Trueno».
Primer título del nuevo sello editorial «Voz de Papel», el estudio introductorio
de la obra, además de analizar críticamente su contenido y valor a la luz de la
filosofía de Sartre, aporta una serie de datos hasta ahora desconocidos que
ayudan a comprender mejor la obra y su carácter novedoso: las lecturas de
Sartre en el campo de prisioneros, el papel que representó en la puesta en
escena la Nochebuena de 1940, las reacciones de los prisioneros, qué hizo
durante la Misa del Gallo…
José Ángel Agejas narra en esta entrevista concedida a Zenit las conclusiones
a las que ha llegado en su investigación y labor de edición.
--El subtítulo de portada de la obra dice que «un ateo que presenta mejor
que nadie el Misterio de la Navidad». ¿No es exagerado?
--Agejas: Bueno, más aún que inédita en español, lo asombroso es que estaba
realmente oculta incluso en su original francés. No inédita del todo porque de
hecho pude localizarla, pero no sin esfuerzo y trabajo de tiempo. Creo que es
fácil adivinar que a una de las insignias del pensamiento ateo, marxista y
anticatólico de la segunda mitad del siglo XX, con un papel crucial en el mayo
del 68 y su movimiento ideológico, no le convenía que se airease una obra
como ésta. Nunca la negó, porque no podía hacerlo: más de doce mil soldados
prisioneros habían presenciado su puesta en escena. Pero trató de ignorarla lo
más posible, y cuando alguien que había tenido noticias de aquel hecho le
preguntaba por ella, hacía todo lo posible por menospreciar su valor literario.
Esto tampoco es cierto: basta con leerla para ver su fuerza dramática y su
calidad literaria, aunque se tratara de su primera pieza teatral. Mientras la
escribía, le reconoció a Simone de Beauvoir en una carta que había
descubierto con ella sus dotes para la escritura de teatro.
--Agejas: Conocía un fragmento, unas quince líneas, citadas por Laurentin, que
describían a María con el Niño en brazos con una ternura y una fuerza
expresiva tales que me asombraron. Y además de la fuerza literaria y la
afirmación de Laurentin, me provocaron las dudas de algunos a los que daba a
conocer ese texto. Seguro que es una atribución apócrifa, me decían. Así que
me dije que tenía que encontrar aquella obra, misteriosamente oculta. Y ya en
ese proceso de investigación y búsqueda me fui encontrando con nuevos
hallazgos y contradicciones entre distintos autores que me picaban cada vez
más. Me veía como el protagonista de una novela policíaca, y tenía que
resolver el enigma: la obra existía y no podía escaparse, aunque había
caminos que se convertían en callejones sin salida, o que me devolvían al
punto de partida sin éxito. Al final di con ella, con la ayuda de otros
compañeros, picados ya por el mismo gusanillo de la curiosidad por dar con el
«arca perdida».
--Por ejemplo…
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--Agejas: Sobre todo, romper un silencio de varias décadas sobre este Sartre, y
a la vez, mostrar que es posible un genuino diálogo entre razón y fe, entre
Evangelio y cultura. Sartre lo hizo. Y además afirmó que encontró en ello el
motivo de unión más fuerte entre cristianos y no creyentes. En unos momentos
especialmente difíciles para Europa, en los que el debate intelectual está
siendo aplastado, en los que se trata de anular todo lo cristiano y su papel
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La familia es la comunidad de los padres e hijos, basada en lazos de sangre y
amor, que se convierte en la célula básica de la sociedad.
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«La Iglesia católica no desea privilegios: busca tan sólo el modo de cumplir su
misión ‘exigida por Cristo’, al servicio de la sociedad del modo jurídicamente
más seguro y pastoralmente más eficaz, sabiendo poner en el centro -el
hombre-, en el diálogo -las soluciones-’
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«Los ignorantes por ser muchos, no dejan de ser ignorantes. ¿Qué acierto,
pues, se puede esperar de sus resoluciones?» Benito Jerónimo Feijóo -
España
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La Iglesia testimonia el Evangelio por los caminos del mundo, ¡por eso es
católica!; desde que Cristo la fundara, hace dos milenios.
“El que a vosotros escucha, a mí me escucha” (Lc 16,10).
Si la presencia de Cristo es la que hace sentirse de veras en casa, es
precisamente porque impulsa la libertad del cristiano más allá de los muros de
la casa, pues es consciente de que el horizonte de su casa es el mundo-global-
universalidad-catolicidad. Por el camino de cada día, vivamos el Evangelio que
la Iglesia propone.
-.-