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EDUCACIÓN Y LA PSICOPEDAGOGÍA
RESUMEN
Uno de los primeros científicos del estudio del comportamiento humano que investigó el
papel de los lóbulos frontales del cerebro en su adaptación a su medio ambiente fue W. Halstead
(1947), padre de la neuropsicología norteamericana. Desde que M.D. Lezak (1982) utilizó y
describió el concepto de las funciones ejecutivas y desde que autores como D.T. Stuss y D.F.
Benson (Stuss & Benson, 1986; Stuss & Benson, 1984; Stuss, 1992; Stuss & Alexander, 2000),
las vincularon con el funcionamiento y la integridad de los lóbulos frontales, ha surgido un
inmenso cuerpo de literatura científica en relación a las mismas.
Según Tirapu-Ustárroz et al. (2017), fue M.D. Lezak (1982) quien definió el término
funciones ejecutivas por primera vez “refiriéndose a capacidades mentales esenciales
para llevar a cabo una conducta eficaz, creativa y aceptada socialmente, con cuatro componentes:
formulación de metas (capacidad de generar y seleccionar estados deseables en el futuro),
planificación (selección de acciones, elementos y secuencias necesarios para alcanzar un
objetivo), desarrollo (habilidad para iniciar, detener, mantener y cambiar entre acciones
planificadas) y ejecución (capacidad para monitorizar y corregir actividades) (p. 75)”.
.
De acuerdo a Lopera-Restrepo (2008), “La función ejecutiva se refiere a la función
directiva, gerencial y rectora del cerebro. Es el cerebro del cerebro. En realidad la función rectora
o gerencial del cerebro, es más bien un conjunto de funciones directivas que incluyen aspectos
muy variados de la programación y ejecución de las actividades cerebrales (p. 59)”.
Diamond (2012) se refiere a las funciones ejecutivas como “una familia de funciones de
control necesarias cuando uno tiene que concentrarse y pensar, cuando el actuar a partir de un
impulso inicial no es aconsejable. Estas funciones dependen de un circuito neural en el cual la
corteza prefrontal juega un papel predominante (p. 335)”. Esta autora incluye tres procesos
fundamentales dentro del constructo de funciones ejecutivas: inhibición (control inhibitorio),
memoria de trabajo y flexibilidad cognitiva.
De acuerdo a Friedman y Miyake (2017), “las funciones ejecutivas (FEs) son procesos
cognitivos de alto nivel que, por medio de su influencia sobre procesos de bajo nivel, permiten
que los individuos regulen sus pensamientos y acciones durante la conducta dirigida a la
consecución de metas (p. 186)”.
3
Según estos autores, las funciones ejecutivas incluyen procesos tales como detener las
conductas preponderantes o automáticas, resistir la interferencia de los distractores o
interferencia de la información irrelevante del medio-ambiente o la memoria, alternar entre
tareas, aspectos de la memoria de trabajo (tales como el mantenimiento, la manipulación y la
puesta al día), la planificación, el monitoreo y la fluidez verbal o de diseños.
Las funciones ejecutivas, dentro del marco del modelo de Goldberg incluyen procesos
tales como la abstracción, la formulación de intenciones, el razonamiento, la formulación de
estrategias, la verificación del éxito de las mismas y la autorregulación de la conducta. Los
conceptos de Goldberg (2001; 2009) sobre las funciones ejecutivas encajan muy bien dentro de
la definición de la inteligencia propuesta por David Wechsler, es decir “la capacidad global o
agregada de actuar con propósito, pensar racionalmente y lidiar eficazmente con el medio
ambiente” (Wechsler, 1958). La relación entre las funciones ejecutivas y la inteligencia va a ser
revisado posteriormente en este trabajo.
Dentro del modelo desarrollado por Goldberg (2001; 2009), las siguientes habilidades
son parte de las funciones ejecutivas: la flexibilidad mental, la capacidad para iniciar y sostener
estrategias conductuales, la iniciación de la conducta y la productividad, la planificación, el auto-
monitoreo, el razonamiento abstracto y la formación de conceptos, la inhibición de las conductas
impulsivas y el aprendizaje de reglas. Las funciones ejecutivas le permiten al ser humano, como
ente inteligente es ver más allá de las instancias inmediatas y formular conceptos y
abstracciones. Dentro de las funciones ejecutivas, la capacidad de abstracción permite formular
conceptos, categorías o síntesis que fomentan un manejo más eficiente del medio ambiente. Lo
contrario a esto sería lo que fue descrito por el neurólogo alemán Kurt Goldstein (Goldstein &
Scheerer, 1941) en pacientes con lesiones o disfunciones cerebrales como la “pérdida de la
actitud abstracta”.
Las funciones ejecutivas están también íntimamente vinculadas con los procesos
atencionales. En este sentido, el modelo de atención propuesto por M. Posner (Funes &
Lupiáñez, 2003; Posner & Petersen, 1990), incluye un componente importante de “atención
ejecutiva”. De acuerdo al modelo de Posner (Funes & Lupiáñez, 2003; Posner & Petersen, 1990),
la atención resulta de la resolución de un conflicto, en este caso, no interpersonal, si no interno.
4
Para dirigir la atención a estímulos relevantes o a los aspectos relevantes de los estímulos,
se debe inhibir la tendencia preponderante y, a su vez, dirigirla hacia donde es necesario que se
dirija. De acuerdo a Posner (Funes & Lupiáñez; Posner & Petersen, 1990), vemos con el lóbulo
occipital, pero miramos con el lóbulo frontal. Es decir, los procesos visuales ocurren en el lóbulo
occipital, pero el dirigir la atención está relacionado con los campos visuales, localizados en el
los lóbulos frontales.
Esta capacidad inhibitoria postulada por Barkley (1997, 1998) facilita la interrupción de
una conducta inapropiada, primordialmente a través de un sentido de tiempo. Es decir, dando
tiempo a que otras funciones ejecutivas más complejas se activen y modulen las acciones
motoras. Por último, la capacidad inhibitoria protege en contra de la interferencia con este
proceso de control y regulación de la conducta.
Una vez logrado el control o regulación inicial de la conducta, es decir, evitar que se
emita una conducta preponderante, según Barkley (1997, 1998), entran en juego las funciones
ejecutivas, específicamente cuatro: la memoria de trabajo no-verbal, la internalización del habla
(memoria de trabajo verbal), la autorregulación del afecto/ motivación/arousal y la
reconstitución. Todas estas están destinadas a modular la acción final y ayudan a que se pueda
escoger una respuesta mucho más adaptativa, la cual estuviese basada en el historial de refuerzo
que tenga la conducta en particular y el diálogo interno que se tenga sobre la misma y sus
consecuencias.
Los ocho componentes de las funciones ejecutivas que estos autores han identificado son:
velocidad de procesamiento, memoria de trabajo, fluidez verbal, inhibición, ejecución dual,
flexibilidad cognitiva, planificación y toma de decisiones. A estos, sugieren que se les añada uno
más, la capacidad de realizar multitareas.
Muchos de los teóricos de las funciones ejecutivas han dirimido si estas constituyen un
constructo unitario. Es decir, si se engloban en una sola entidad. Por otro lado, Miyake et al.
(2000) y Friedman y Miyake (2017) han propuesto la noción de la unidad y diversidad de las
funciones ejecutivas, de suerte que estas son conceptualizadas como un conjunto de entidades
discretas, pero altamente vinculadas las unas con las otras. Esta parece ser la postura más
aceptada en este momento sobre la naturaleza de las funciones ejecutivas.
Por último, la literatura distingue entre dos tipos de funciones ejecutivas. Las llamadas
funciones ejecutivas “frías” son aquellas en las que no hay una involucración emocional y tienen
una mayor carga de aspectos cognitivos. Habilidades tales como el discernimiento, la
abstracción, la inhibición, la planificación, la solución de problemas y la memoria de trabajo se
consideran habitualmente como parte de las funciones ejecutivas “frías” (Zelazo & Müller,
2011). Por el contrario, las funciones ejecutivas “calientes” tienen un alto componente emocional
y motivacional. Dentro de estas se encuentran la formulación de metas y la toma de decisiones
(Zelazo & Carlson, 2012).
En un estudio realizado en Australia, Brydges et al. (2014) postularon que las funciones
ejecutivas constituían un constructo no diferenciado hasta la edad de nueve años y que, a partir
de los 10 a 11 años, podía separarse en varios componentes. Estos autores examinaron la misma
muestra de niños a los ocho años y posteriormente a los 10 años. Encontraron que en el grupo de
edad promedio de ocho años, las funciones ejecutivas representaban un constructo unitario, el
cual se desglosó en dos factores en la evaluación de los 10 años. Los dos factores identificados
en la muestra a los 10 años fueron memoria de trabajo e inhibición/flexibilidad (shifting).
En un estudio llevado a cabo en Finlandia, Aro et al. (2014), encontraron una relación
entre el desarrollo del lenguaje en párvulos y sus funciones ejecutivas en el kindergarten,
especialmente en su capacidad de autorregulación de la conducta. Aquellos párvulos que tenían
un retraso amplio en su desarrollo del lenguaje o retraso en el lenguaje expresivo, presentaron
habilidades de auto-regulación en el kindergarten más pobres que los que tuvieron un desarrollo
normativo del lenguaje cuando eran párvulos.
La edad cronológica de los niños con desarrollo típico fue 15 meses, mientras que en los
otros tres grupos, la edad fue establecida por su funcionamiento cognitivo. La valoración de las
funciones ejecutivas en estos cuatro grupos indicó un mejor nivel de las mismas en el grupo con
desarrollo típico y un peor desarrollo en los niños con síndrome de Down. El grupo con
hipotiroidismo congénito fue el más cercano al grupo con desarrollo típico, seguido del grupo
con peso muy bajo al nacer.
Pureza et al. (2013) investigaron el desarrollo de las funciones ejecutivas en tres muestras
de niños brasileños saludables. Las edades de los tres grupos fueron 6-7, 8-10 y 11-12 años, entre
el primer y el sexto grado. Las funciones ejecutivas valoradas por estos autores fueron: la
planificación, la iniciación e inhibición verbal, la memoria de léxicos, la memoria de trabajo y la
flexibilidad cognitiva. Encontraron diferencias significativas entre los tres grupos en fluidez
verbal fonémica, fluidez verbal semántica e iniciación e inhibición verbal. Las puntuaciones en
las demás funciones ejecutivas valoradas difirieron significativamente al menos entre dos de los
grupos. Estos resultados demuestran que las funciones ejecutivas aumentan con la edad durante
el transcurso de la niñez.
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Para Best, Miller y Jones (2009) las funciones ejecutivas representan un término
“paragua” para englobar las funciones de control orientadas a la consecución de metas de la
corteza pre-frontal. Según estos autores, diferentes componentes de las funciones ejecutivas
tienen mayor importancia durante diferentes etapas evolutivas. Así, por ejemplo, las funciones
ejecutivas de niños en edad pre-escolar están más vinculadas con el control inhibitorio, mientras
que en niños mayores hay más contribución de la memoria de trabajo y la flexibilidad mental
(shifting) a sus funciones ejecutivas cuando participan en tareas de solución de problemas.
A medida que los niños desarrollan la capacidad de resistir a los estímulos irrelevantes
del medio-ambiente, según Best, Miller y Jones (2009) son más capaces de aplicar la memoria de
trabajo y la flexibilidad mental (shifting) dando esto pie eventualmente al surgimiento de la
capacidad de planificación. De acuerdo a estos autores, siguiendo las ideas de Miyake et al.
(2000) sobre la unidad y diversidad de las funciones ejecutivas, sería posible inclusive estudiar el
surgimiento diferencial de estos componentes en diferentes etapas evolutivas. Es más, postulan la
posibilidad de que el surgimiento de un componente de las funciones ejecutivas de pie al
surgimiento posterior de otros componentes. Por ejemplo, el control inhibitorio inicial que se
desarrolla en la etapa pre-escolar, puede dar el tiempo para que se consideren otras alternativas
de respuesta en etapas posteriores del desarrollo.
García Molina et al. (2010) hicieron una revisión de los conceptos de inteligencia y
funciones ejecutivas con miras a responder a la pregunta si estas son lo mismo o no. Revisan, en
primer lugar, el concepto del factor g, dentro de las diferentes teorías de la inteligencia. Al igual
que las funciones ejecutivas, este se ha vinculado estrechamente con el funcionamiento de la
corteza pre-frontal y constituye un proceso responsable por la coordinación y control de los
procesos cognitivos involucrados en la solución de problemas. Los procesos intelectuales que
parecen guardar mayor relación con las funciones ejecutivas son los de la inteligencia fluida.
Por otro lado, estos autores concluyen que la diversidad de planteamientos teóricos sobre
tanto la inteligencia como las funciones ejecutivas y la ausencia de instrumentos que valoren
ambos procesos de manera íntegra, hace difícil responder la pregunta de que ambos constructos
representan la misma realidad o no. De acuerdo a estos autores sobre esta cuestión: “Los estudios
descritos a lo largo del artículo ofrecen diferentes respuestas, siendo la hipótesis que goza de
mayor aceptación la que considera que inteligencia y funciones ejecutivas se superponen en
algunos aspectos, pero no en otros (p. 744)”.
Yeh et al. (2017) exploraron la relación entre las funciones ejecutivas y la teoría de la
mente en pacientes con lesiones de los lóbulos frontales. De acuerdo a estos autores, “la teoría de
la mente se refiere a la capacidad de predecir los pensamientos, intenciones, creencias y
sentimientos de los demás (p. 342)”. Participaron en esta investigación pacientes con lesiones en
los lóbulos frontales y controles saludables. Estos autores indicaron que las medidas de teoría de
la mente y de funciones ejecutivas tenían un alto nivel de correlación. Dividiendo las medidas de
la teoría de la mente en cognitivas y afectivas, Yeh et al. (2017) encontraron que los aspectos
cognitivos de la teoría de la mente estaban influidos por las funciones ejecutivas, pero no los
afectivos.
Vetter et al. (2013) investigaron la relación entre los aspectos afectivos de la teoría de la
mente y las funciones ejecutivas de control inhibitorio, revisión de la memoria de trabajo y la
flexibilidad cognitiva en una muestra de adolescentes con una edad promedio de 17 años. Los
resultados de este estudio indicaron que la teoría de la mente evolucionaba de acuerdo a la edad
de los participantes. Estos autores encontraron también una relación estrecha entre el desarrollo
de los aspectos afectivos de la teoría de la mente y las funciones ejecutivas.
9
Los resultados señalaron que las funciones ejecutivas, pero no la inteligencia general ni la
velocidad de procesamiento cognitivo podían explicar en parte el efecto de la disparidad entre
ambos grupos en indicadores de apresto académico. Cuando se controló el nivel de destreza de
vocabulario, las funciones ejecutivas todavía explicaban las variaciones en aritmética atribuibles
al nivel socioeconómico, pero no en el reconocimiento de letras y palabras. El nivel de
vocabulario fue un mediador significativo en ambos la aritmética y el reconocimiento de
palabras y letras.
Motivados por los hallazgos de Friedman et al. (2008) sobre la heredabilidad de las
funciones ejecutivas en adultos jóvenes, Engelhardt et al. (2015) investigaron el papel de la
genética en las funciones ejecutivas en una amplia muestra de 505 gemelos y trillizos entre el
tercer y el octavo grado. Utilizando la metodología de la genética conductual y modelos de
análisis factoriales confirmatorios, estos autores encontraron que un factor netamente heredado
podía explicar la variabilidad encontrada en las cuatro funciones ejecutivas valoradas (control
inhibitorio, flexibilidad cognitiva, puesta al día y memoria de trabajo) en un 100%. Estos autores
encontraron estos hallazgos como sorprendentes, ya que otros fenotipos, tales como la
inteligencia muestran un nivel modesto de heredabilidad en la niñez, con un aumento en las
edades posteriores.
Los resultados de esta investigación indicaron que una de las variables importantes para
la predicción del desarrollo del control inhibitorio y la flexibilidad cognitiva era la presencia de
ambos padres en el hogar. Es decir, manteniendo las demás variables de nivel socio-económico
constantes, los niños de hogares con padre y madre tuvieron mejor ejecución en las tareas que
valoraban estas funciones que los que vivían en hogares con solo uno de los padres presentes.
También encontraron que los niños de bajo nivel socio-económico tenían peores puntuaciones en
tareas de memoria de trabajo y control inhibitorio, pero no en flexibilidad cognitiva.
Las autoras de este estudio encontraron una relación inversa entre las puntuaciones de las
funciones ejecutivas y las de los problemas de conducta. Encontraron también que a mayor el
nivel de agresividad u hostilidad, menor la capacidad para inhibir impulsos y detener conductas
inapropiadas, así como mayores problemas en la flexibilidad para la resolución de conflictos y en
la regulación y expresión de las emociones de un modo positivo. Por otro lado, los participantes
con mayor nivel de hiperactividad y dificultades atencionales tenían más bajos niveles de
inhibición, memoria de trabajo, flexibilidad y control de sus emociones.
Estas autoras concluyeron que “los déficits en las funciones ejecutivas a menudo tienen
como consecuencia comportamientos socialmente inaceptables, una incapacidad para planificar y
resolver problemas, así como un incremento de la distracción, la agresividad, los
comportamientos impulsivos, falta de criterio de las consecuencias del comportamiento, y mala
memoria (p. 62)”.
De acuerdo a Costanzo et al. (2013) se han descrito déficits en las funciones ejecutivas en
los trastornos del desarrollo, los cuales se caracterizan frecuentemente por un bajo nivel
adaptativo. En una investigación llevada a cabo en Italia, estos autores estudiaron el perfil de
funciones ejecutivas en dos condiciones asociadas con la discapacidad intelectual, el síndrome de
Down y el síndrome de Williams. Encontraron que ambos grupos de pacientes presentaban un
bajo nivel de funciones ejecutivas, incluyendo la atención auditiva sostenida, la atención visual
sostenida, la atención visual selectiva, la categorización visual y la memoria de trabajo. Los
pacientes con el síndrome de Down presentaron mayores dificultades en la flexibilidad cognitiva,
los aspectos verbales de la memoria y la inhibición, mientras que los pacientes con el síndrome
de Williams tenían peor funcionamiento en la planificación.
Booth, Boyle y Kelly (2014) investigaron la relación entre las funciones ejecutivas de
control inhibitorio y memoria de trabajo y las dificultades en la lectura. Participaron en esta
investigación niños con déficits en la lectura, así como controles por edad y por nivel de lectura.
Además de instrumentos de valoración de la lectura y las funciones ejecutivas de control
inhibitorio y memoria de trabajo, se utilizó un instrumento para la medición de la inteligencia.
Estos autores encontraron que las tareas verbales de control inhibitorio y memoria de
trabajo discriminaron entre los niños con dificultades en la lectura y los controles por edad y por
nivel de lectura. Por el contrario, cuando se utilizaron medidas de memoria de trabajo con baja
carga de lenguaje, solamente las medidas de control inhibitorio distinguieron entre estos grupos.
Llegaron a la conclusión de que los niños con dificultades en la lectura presentaban déficits en el
control inhibitorio, independientemente del lenguaje.
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En un estudio llevado a cabo en Italia, Varvara et al. (2014) exploraron las funciones
ejecutivas de una muestra de niños con dislexia evolutiva con una edad promedio de 11 años.
Comparando la ejecución de esta muestra con una de controles, los niños con dislexia
presentaron dificultades en una gama de funciones ejecutivas. Dentro de estas se encontraron el
juego con palabras, la fluidez fonológica y por categorías, la atención visuo-espacial y auditiva,
la memoria a corto plazo verbal y visual y la memoria de trabajo verbal. No obstante, la memoria
espacial a corto plazo y la flexibilidad cognitiva visual no mostraron déficits.
Robinson et al. (2014) investigaron la relación entre las funciones ejecutivas y la teoría
de la mente y el ajuste social posterior a una lesión cerebral traumática en la niñez. Participaron
en este estudio niños entre las edades de 8 y 13 años con historial de traumatismos cráneo-
encefálicos entre severos y leves-moderados, así como una muestra de controles con lesiones
ortopédicas. Según estos autores: “En este estudio, como era de esperarse, los niños con daño
cerebral traumático severo ejecutaron significativamente más pobremente que los niños con
lesiones ortopédicas en medidas compuestas de función ejecutiva y teoría de la mente (p. 1839)”.
Hovik et al. (2017) investigaron las funciones ejecutivas en niños con síndrome de
Tourette, niños con trastorno por déficit de atención e hiperactividad (tipos predominantemente
inatento y combinado), niños con trastornos del espectro autista y niños con desarrollo típico
entre las edades de 8 a 17 años. Llevaron a cabo la valoración de las funciones ejecutivas por
medio de cuestionarios estandarizados completados por los padres de los participantes. Las
funciones valoradas fueron el control inhibitorio, la flexibilidad cognitiva, el control emocional,
la iniciación de la conducta, la memoria de trabajo, la planificación y la organización.
15
Estas autoras encontraron que, en general, las funciones ejecutivas de los tres grupos con
síndromes neuroevolutivos estaban por debajo de las de la muestra de niños con desarrollo
típico. Hubo solapamiento de déficits entre los tres grupos con síndromes neuroevolutivos
haciendo difícil distinguir diferencialmente entre los mismos, siendo, no obstante, la muestra con
el síndrome de Tourette el que peores puntuaciones obtuvo. Por otro lado, los niños con
síndrome de Tourette y los con el tipo combinado del trastorno por déficit de atención e
hiperactividad obtuvieron peores puntuaciones en medidas de control inhibitorio.
Akbar, Loomis y Paul (2013) exploraron la relación entre el desarrollo del lenguaje y las
funciones ejecutivas en niños con trastornos del espectro autista. Estas autoras comienzan su
artículo refiriéndose a una gama de investigaciones que han identificado déficits en las funciones
ejecutivas en niños con trastornos del espectro autista. Afirman que el pobre desarrollo del
lenguaje característico de los niños con trastornos del espectro autista impide que el lenguaje
interno ayude a regular la conducta no rutinaria.
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A partir del uso de una amplia batería de instrumentos neuropsicológicos diseñados para
valorar las funciones ejecutivas, el lenguaje y la adaptación social, estas autoras concluyeron que
las habilidades lingüísticas estaban relacionadas particularmente con la memoria de trabajo. Por
otro lado, los participantes de esta investigación también evidenciaron déficits en funciones
ejecutivas no relacionadas con el lenguaje.
Antonini et al. (2015) exploraron las funciones ejecutivas “frías” y “calientes” en una
muestra de niños con trastorno por déficit de atención e hiperactividad y comorbilidad de
trastorno oposicional-desafiante. Según estos autores, la literatura ha identificado déficits en las
funciones ejecutivas en niños con diagnóstico de trastorno por déficit de atención e
hiperactividad, aunque estos no se manifiestan en todos los individuos que padecen esta
condición. A tal efecto, exploraron la contribución de la comorbilidad con el trastorno
oposicional-desafiante a los déficits en las funciones ejecutivas.
Los autores de este estudio compararon tres grupos, trastorno por déficit de atención e
hiperactividad con y sin comorbilidad del trastorno oposicional-desafiante y controles
saludables. Encontraron que ambos grupos con trastorno por déficit de atención e hiperactividad
tuvieron peores puntuaciones en tareas que midieron las funciones ejecutivas “frías” (sin
componentes emocionales o motivacionales). En relación a las funciones ejecutivas “calientes”
(con componentes motivacionales o emocionales) no encontraron diferencias significativas entre
los tres grupos.
Encontraron que, si bien, las muestras de niños con trastornos del espectro autista y de
niños con trastorno por déficit de atención e hiperactividad contenían una mayor cantidad de
participantes con déficits en las funciones ejecutivas que la muestra de controles saludables, el
número de niños que los presentaban en ambos casos era modesto y constituían una minoría.
A partir de estos resultados, estas autoras concluyeron que si bien había una mayor incidencia de
déficits en funciones ejecutivas en ambos grupos de pacientes, estos no podían definir la
naturaleza de ninguno de estos dos trastornos.
17
Tatsuoka et al. (2016) exploraron el efecto del parto prematuro sobre la capacidad
numérica y las funciones ejecutivas en una muestra de niños de kindergarten. Estos autores
compararon la ejecución de una muestra de niños con parto muy prematuro (edad de gestación
menor a 28 semanas) y muy bajo peso al nacer (por debajo de 1000 gramos) con una muestra de
niños nacidos a término y con peso normal en habilidades numéricas, cinco funciones ejecutivas
y velocidad de procesamiento.
De acuerdo a los resultados obtenidos por estos autores, los niños con parto muy
prematuro y peso muy bajo al nacer no solamente presentaban déficits en sus habilidades
numéricas, sino también en funciones ejecutivas tales como la velocidad de procesamiento, la
memoria de trabajo, el control inhibitorio, los procesos atencionales y la flexibilidad cognitiva.
Baron et al. (2012) estudiaron la relación entre el peso al nacer extremadamente bajo
conjuntamente con nacimiento prematuro sobre las funciones ejecutivas en niños de edad pre-
escolar y encontraron que tanto la memoria de trabajo como la inhibición de respuestas estaban
adversamente afectadas por estas condiciones.
Diamond (2012) enumera en su artículo una serie de principios útiles para la aplicación
de programas de intervención en las funciones ejecutivas. El primer principio enunciado por
Diamond (2012) es que los que más necesitan mejorar sus funciones ejecutivas se benefician más
del adiestramiento. El segundo principio es que la transferencia del entrenamiento de las
funciones ejecutivas es “estrecha”. Es decir, dicho entrenamiento, especialmente el mediado por
computador, no se generaliza fácilmente a otros componentes de las funciones ejecutivas. El
tercer principio enunciado por Diamond (2012) es que a través del entrenamiento en funciones
ejecutivas, se le debe retar al niño.
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El cuarto principio enunciado por Diamond (2012) es que la repetición y la práctica son
elementos esenciales. Relacionado con este último, está el principio que las ganancias en el
entrenamiento de las funciones ejecutivas dependen de cómo este se lleve a cabo. Por ejemplo, el
adiestramiento en artes marciales con énfasis en el auto-control es el más provechoso.
Finalmente, Diamond (2012) recomienda que las medidas de resultado del entrenamiento valoren
los límites de las habilidades incluidas en este.
Diamond y Lee (2011) revisaron una gama de procedimientos y programas que han
demostrado ser eficaces en el desarrollo de las funciones ejecutivas en niños entre cuatro y 12
años de edad. Para estas autoras, los elementos que fomentan el éxito en el ámbito escolar son la
creatividad, la memoria de trabajo, la flexibilidad cognitiva, el auto-control y la disciplina. En
este artículo, las autoras indicaron que los programas que mejor facilitan el desarrollo de las
funciones ejecutivas son: programas computarizados, juegos no-computarizados, aeróbicos, artes
marciales, yoga, “mindfulness” y currículums escolares. Dentro de los currículums escolares
recomendados por estas autoras para el desarrollo de las funciones ejecutivas incluyeron los
basados en el sistema Montessori y los basados en las ideas de Lev S. Vigostky (1978). Indican,
además, que todos los programas exitosos incluyen la repetición, la práctica y un incremento
progresivo del reto a las funciones ejecutivas. La revisión llevada a cabo por estas autoras
reafirma la noción de que las funciones ejecutivas pueden ser mejoradas con la práctica y el
entrenamiento.
En este artículo, los autores revisaron una amplia gama de investigaciones sobre efecto
del entrenamiento cognitivo sobre la mejora de las funciones ejecutivas. En relación a los niños
con desarrollo típico o aquellos en trastorno por déficit de atención con hiperactividad, aunque
los resultados de diferentes investigaciones son variables, no obstante, se puede ver su valor en
mejorar las funciones ejecutivas. No fue necesariamente así con los niños con discapacidad
intelectual. A tal efecto, estos autores recomiendan que se desarrollen programas computarizados
dirigidos específicamente a esta población y que tomen en cuenta las variables de intensidad del
tratamiento, la longitud del mismo y los aspectos motivacionales, así como la estructura de las
funciones ejecutivas en diferentes etapas del desarrollo.
Gould et al. (2012) investigaron el efecto del abuso y el abandono infantil sobre los
procesos cognitivos en los adultos. Participaron en este estudio 93 pacientes con una edad
promedio de 29 años, algunos de los cuales había sufrido abuso antes de los 13 años y otros no.
Estos autores encontraron un impacto del abuso y la negligencia infantil sobre las funciones
ejecutivas, la memoria visual y la memoria de trabajo espacial., con un mayor impacto del abuso
sobre la negligencia. Además, encontraron un impacto sobre el procesamiento emocional y el
control inhibitorio, con una mayor asociación con la negligencia.
Según Medeiros et al. (2016), la intimidación (bullying) dentro del ámbito escolar no
solamente afecta a sus víctimas emocionalmente, sino también en sus procesos cognitivos. Estos
autores llevaron a cabo una investigación en Brasil en la cual exploraron las funciones ejecutivas
de tanto las víctimas como las de los victimarios de intimidación en la escuela. Estos autores
estudiaron las funciones ejecutivas de control inhibitorio, memoria de trabajo y flexibilidad
cognitiva, así como la capacidad de tomar decisiones emocionales en una muestra de niños
víctimas de intimidación. Los niños víctimas de la intimidación no presentaron déficits en la
memoria de trabajo, pero sí en la flexibilidad cognitiva. Por otro lado, los agresores no mostraron
déficits en las capacidades en el control inhibitorio o en la flexibilidad cognitiva.
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Para finalizar este trabajo, se enuncian a continuación lo que quizás sean los diez puntos
más importante que se espera queden con la audiencia. Estos se presentan a modo de un
Decálogo de las Funciones Ejecutivas.
4. Aunque se pueden describir como procesos aislados, las funciones ejecutivas guardan un
estrecho vínculo con la inteligencia, especialmente la inteligencia fluida, la teoría de la mente y
los procesos atencionales, especialmente la atención ejecutiva.
5. Las funciones ejecutivas están muy relacionadas con el apresto escolar en los párvulos y
los niños pequeños, desde inclusive antes del nivel de kindergarten.
6. Las funciones ejecutivas están muy vinculadas con el éxito en el aprendizaje de las
asignaturas instrumentales de la lecto-escritura y las matemáticas durante los años escolares.
7. Si bien las funciones ejecutivas tienen un alto contenido genético, estas responden a
intervenciones conductuales. Por un lado, el desarrollo de las funciones ejecutivas puede verse
adversamente afectado por situaciones de pobre ambiente familiar o marginalidad, y por otro,
parecen responder a intervenciones remediales.
21
El programa que más utilizamos con más frecuencia en nuestro trabajo de consultoría con
escuelas y colegios para el desarrollo del control inhibitorio y las funciones ejecutivas
“calientes” es:
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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