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Filosofia MODERNA Bachillerato PDF
Filosofia MODERNA Bachillerato PDF
FILOSOFÍA MODERNA:
DESCARTES
Historia de la Filosofía
2º BTO
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FILOSOFÍA MODERNA: DESCARTES
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ÍNDICE
Cuestionario…………………………………………………………………………………………………………25
Contexto histórico-cultural y filosófico de Descartes..................................................26
Texto: "Discurso del Método"....................................................................................29
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EL HUMANISMO RENACENTISTA
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LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA
.El surgimiento de la Filosofía Moderna, que se inicia con Descartes, está en íntima conexión
con el triunfo de la ciencia moderna. Copérnico, Kepler, Galileo, van a asentar los pilares del
edificio de la nueva ciencia experimental. Es el triunfo de una nueva manera de hacer ciencia
en el que la experiencia se convierte en la principal fuente del conocimiento, y el Universo se
ve como el gran libro que hay que conocer mediante la experiencia. El filósofo que más
claramente tematiza estos planteamientos es Francis Bacon (1561-1626). Su proyecto
fundamental es "establecer y extender el dominio de la raza humana sobre el Universo". "Hay
que utilizar la naturaleza para hacer feliz al hombre" (humanismo técnico). La idea central de
su pensamiento es que el hombre puede dominar la naturaleza y que el instrumento adecuado
para ello es la ciencia. Dedicó sus esfuerzos a diseñar un nuevo método de investigación de la
naturaleza en el que hace especial hincapié en la necesidad de partir de la experiencia para
todas las deducciones que llevan a establecer principios generales. Lo expone en su obra
Novum Organum Scienciarum, llamada así por oposición al Organon aristotélico.
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La filosofía moderna se sitúa en los siglos XVII y XVIII, en ella la razón humana alcanza su
autonomía, constituyéndose en principio supremo desde el que se fundamenta el
conocimiento. Las dos principales corrientes de este periodo son el racionalismo y el
empirismo y ambas se plantean como problema fundamental si nuestras facultades
cognoscitivas sirven para conocer.
RACIONALISMO
Podemos definir el racionalismo como aquella corriente filosófica que se desarrolla a lo largo
del s. XVII en el continente europeo y que defiende que la razón es la única facultad que puede
conducir al hombre al conocimiento de la verdad. Sus principales representantes son
Descartes, Malebranche, Spinoza y Leibniz. Se caracteriza por:
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EMPIRISMO
El empirismo es una corriente filosófica que se extiende a lo largo de los siglos XVII y XVIII y
cuyos principales representantes son Hobbes, Locke y Hume. Igual que el racionalismo se
preocupa por el problema del conocimiento, pero llega a soluciones diferentes. Mientras que
el racionalismo basa su filosofía en la pura razón el empirismo basa su conocimiento en la
experiencia sensible.
El nombre empirismo, del griego empiría, significa experiencia. En un sentido amplio es
empírica toda corriente filosófica que afirma que el origen y el valor de nuestros
conocimientos depende de nuestra experiencia. Señalaremos como principales caracteres del
empirismo los siguientes:
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III. DESCARTES
III.1. VIDA
III.2. OBRA
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Descartes pretende crear una filosofía nueva de validez universal, para ello
prescinde de todos los sistemas filosóficos anteriores. Está convencido de que el
fracaso de los filósofos anteriores no se debe a la incapacidad de la Razón sino a la
utilización de un método inadecuado. Encuentra en el saber matemático el
paradigma de método buscado que nos puede llevar a la verdad absoluta sin
posibilidad de error. Está convencido de la certeza, la claridad y seguridad de las
matemáticas y quiere emplear en la construcción de su filosofía el método
matemático, de tal modo que le permita llegar, por medio de la deducción y a partir
de una verdad cierta, a un sistema de verdades seguras y ciertas.
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La segunda parte del Discurso del Método contiene las famosas cuatro reglas del método.
Junto a la famosa estufa de aquel invierno alemán de 1619, Descartes piensa que las únicas
obras realmente satisfactorias son fruto del trabajo de una persona. Con esto reafirma su
decisión de elaborar él sólo su ciencia universal. El objetivo fundamental de Descartes fue el
logro de la verdadera filosofía mediante el uso de la razón, desarrollar un sistema de
proposiciones verdaderas en el que no se diese por supuesto nada que no fuera evidente por
sí mismo e indudable.
No es que Descartes se propusiera rechazar todo cuanto otros filósofos hubieran tenido por
verdadero. No dio por supuesto que fueran falsas todas las proposiciones enunciadas por los
filósofos anteriores, pero tendrían que ser redescubiertas, en el sentido de que su verdad
tendría que ser probada de un modo ordenado, procediendo ordenadamente desde las
proposiciones básicas e indubitables a las derivadas.
Descartes define el método como conjunto de "reglas ciertas y fáciles que hacen imposible
para quien las observe exactamente tomar lo falso por verdadero, y sin ningún esfuerzo
mental inútil, sino aumentando siempre gradualmente su ciencia, le conducirán al
conocimiento verdadero de todo lo que es capaz de conocer". El método debe conducir de
una manera fácil y segura al hombre, no sólo al conocimiento verdadero, sino también, "al
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punto más alto" al que pueda llegar, esto es, al mismo tiempo, "al dominio del mundo y a la
prudencia de la vida".
Se nos dice que el método consiste en una serie de reglas, estas reglas se destinan a que se
empleen rectamente las capacidades naturales y la operaciones de la mente. Las operaciones
de la mente son dos: LA INTUICIÓN Y LA DEDUCCIÓN, dos operaciones mentales por las
cuales somos capaces de llegar al conocimiento de las cosas.
La INTUICIÓN se describe como "no el testimonio fluctuante de los sentidos, ni el juicio falaz
que resulta de la composición arbitraria de la imaginación, sino la concepción que aparece tan
sin esfuerzo y tan distintamente en una mente atenta y no nublada, que quedamos
completamente libres de duda en cuanto al objeto de nuestra comprensión. O, lo que es lo
mismo, la intuición es la concepción libre de dudas, de una mente atenta y no nublada, que
brota de la luz de la sola razón". Se entiende, pues, por intuición una actividad puramente
intelectual, un ver intelectual que es tan claro y distinto que no deja lugar a la duda.
La DEDUCCIÓN se describe como "toda inferencia necesaria a partir de otros hechos que son
conocidos con certeza".
Los primeros principios son dados por la sola intuición, mientras que las conclusiones remotas,
por el contrario son suministradas únicamente por la deducción.
Se dice que intuición y deducción son "dos métodos que son los caminos más seguros hacia el
conocimiento", pero intuición y deducción no son el método ya que éste consiste en reglas
para emplear correctamente aquellas dos operaciones mentales.
En la Segunda Parte del Discurso del Método se reducen a cuatro las reglas fundamentales del
método:
a) La primera es la EVIDENCIA: "el no aceptar jamás como verdadera cosa alguna sin
conocer con evidencia que lo era, es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y
la prevención y no comprender, en mis juicios, nada más que lo que se presentase a
mi espíritu tan clara y distintamente que no tuviese motivo alguno para ponerlo en
duda".
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los conocimientos más complejos, suponiendo que haya un orden incluso entre los
objetos que naturalmente no se precedan los unos de los otros"
El orden presupuesto de esta manera es el orden de la deducción que es la otra
operación de la mente. La deducción "es la operación por la cual se infiere una cosa de
otra". Este ascenso deductivo nos permitirá llegar a las dificultades, que son
complejas. La regla del orden es para la deducción tan necesaria como las evidencia
para la intuición.
d) La cuarta regla es la ENUMERACIÓN. "Hacer en todo enumeraciones tan complejas y
revisiones tan generales que estemos seguros de no omitir nada". La enumeración
comprueba el análisis, la revisión comprueba la síntesis. El propósito de esta regla es
ponerse a cubierto de los errores provenientes de la debilidad de la memoria. Para
que no pueda filtrarse ningún error es necesario que el examen del tránsito de una
verdad a otra se haga por "un movimiento continuo y no interrumpido del
pensamiento", pues si la enumeración no es completa y se pasa por alto un error, se
pone en peligro la trabazón de los razonamientos y, por lo tanto, la certeza de la
conclusión.
En la Cuarta Parte, desde la duda total, absoluta sobre las cosas que conoce, Descartes saca
una primera verdad necesaria "pienso, luego existo". Desde esta primera verdad, saca su
criterio de verdad: "Toda cosa que concibe clara y distintamente es verdadera". Pasa luego a
la existencia de Dios y desde Éste a las demás cosas.
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a) Universal en el sentido de que se aplica universalmente a todo aquello que puede ser
dudado, es decir, a toda proposición acerca de cuya verdad sea posible la duda.
b) Metódica en el sentido de que es practicada no por amor a la duda misma, sino como
una etapa preliminar en la búsqueda de la certeza y en el cambio de lo falso a lo
verdadero, lo probable a lo cierto, lo dudoso a lo indudable. La duda es un instrumento
para alcanzar la verdad.
c) Provisional hasta que encuentre una verdad que sea absolutamente cierta.
d) Teorética en el sentido de que no debe extenderse a la conducta, esto es, al plano de
las creencias o comportamientos éticos, sólo alcanza al plano de la teoría o la reflexión
filosófica.
¿Hasta dónde puedo extender la duda? Descartes sostiene que ningún grado o forma de
conocimiento se sustrae de la duda.
De lo primero que duda es de los datos de los sentidos. Duda del conocimiento sensible
porque ha observado que muchas veces los sentidos lo han engañado " y es prudente no fiarse
nunca por completo de quienes nos han engañado una vez".
Duda del mundo exterior. Puede objetarse que, aunque a veces me haya engañado acerca de
la naturaleza de objetos sensibles muy distantes o pequeños, hay verdaderamente muchos
ejemplos de percepciones sensibles en las que sería extravagante pensar que estoy, o puedo
estar, cometido a engaño. Por ejemplo, ¿Cómo puedo engañarme al pensar que este objeto es
mi cuerpo? No obstante, es concebible que "estemos dormidos, y que todas esas
particularidades, por ejemplo, que abrimos los ojos, movemos la cabeza, extendemos las
manos, e incluso, quizá, que tenemos esas manos, no sean verdaderas.
Duda de los propios razonamientos. Es posible dudar incluso de las proposiciones de las
matemáticas. Hay conocimientos que son verdaderos, tanto en el sueño como en la vigilia,
como los conocimientos matemáticos, pero tampoco éstos se sustraen a la duda porque
también su certeza puede ser ilusoria.
Mariola Revert 2ºBto A Rafaela Muelas 2ºBto C
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Duda de sí mismo. Puedo suponer que "algún genio maligno, tan poderoso como engañador,
haya empleado todas sus energías en engañarme". En otras palabras, puedo haber sido
constituido de tal manera que me engañe incluso al pensar que son verdaderas aquellas
proposiciones que inevitablemente me parecen ciertas.
Descartes está dispuesto a descartar como dudosas o tratar provisionalmente como falsas no
solamente todas las proposiciones concernientes a la existencia y naturaleza de las cosas
materiales sino también los principios y demostraciones de las ciencias matemáticas que le
habían parecido modelo de claridad y certeza. En este sentido, como ya hemos dicho, la duda
cartesiana es universal, ya que ninguna proposición, por evidente que pueda parecer su
verdad, debería ser exceptuada de aquella.
Pero precisamente en el carácter radical de esta duda se presenta el principio de una primera
verdad. Se trata de una proposición absolutamente cierta e indudable.
Puedo suponer que no existe Dios, ni el cielo, ni los cuerpos, y que yo mismo no tengo cuerpo.
Pero para engañarme o ser engañado, para dudar y para admitir que todo es falso, es
menester necesariamente que yo que pienso sea algo y no nada. La proposición "pienso,
luego existo" es absolutamente verdadera, porque la misma duda la confirma. Toda duda,
suposición o engaño, supondrá siempre que yo que dudo, supongo o me engaño, existo. La
afirmación yo existo será por tanto, verdadera siempre que la conciba en mi espíritu. Esta
primera verdad cartesiana, no sólo es una primera verdad indudable, sino también el punto de
arranque de toda su filosofía. Puedo dudar de lo que veo, imagino o pienso, pero no puedo
dudar que lo estoy pensando y que, para pensarlo, tengo que existir. No se trata de una
conclusión de un silogismo, sino de una verdad inmediata e intuitiva, captada por una simple
inspección del espíritu, existo como ser pensante que pienso.
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es decir, una cosa que duda, entiende, concibe, afirma, niega, quiere y también, imagina y
siente. Puede que las cosas que afirmo niego, quiero o siento, no sean nada; pero lo que no
puede dejar de ser cierto es que yo pienso que quiero, pienso que siento, etc; y ese yo, que
piensa todas esas cosas, es imposible que no sea nada. Así, pues, Descartes ha hallado la
existencia del yo y la naturaleza de ese yo como cosa pensante.
Hasta ahora sólo estoy seguro de mi existencia, pero mi existencia es la de un ser que piensa,
es decir, de un ser que tiene ideas. Descartes utiliza el término idea para indicar cualquier
objeto del pensamiento en general. Descartes define la idea como "la forma de un
pensamiento, por la inmediata percepción de la cual soy consciente de ese pensamiento".
Esto significa que la idea expresa el carácter fundamental del pensamiento por el cual el
pensamiento tiene conciencia de sí mismo de una manera inmediata. Toda idea posee en
primer lugar una realidad como acto del pensamiento, y esta realidad es puramente subjetiva
o mental. Pero, en segundo lugar, tiene también una realidad que Descartes llama
escolásticamente objetiva, en cuanto representa un objeto, en este sentido las ideas son
"cuadros" o "imágenes" de las cosas. El cogito me da la seguridad de que las ideas existen en
mi pensamiento como actos del mismo, ya que forma parte de mi como sujeto pensante, pero
no me dan la seguridad del valor real de su contenido objetivo, esto es, no me dicen los
objetos que representan, subsisten o no en la realidad. Tengo certeza de que existen en mi las
ideas de cielo, tierra, los astros, etc., pero no tengo certeza de que existan las cosas
correspondientes fuera de mi pensamiento. Este es el problema que se presenta a la
investigación cartesiana.
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Entre las ideas hay algunas que parecen haber nacido conmigo (innatas), otras que vienen de
fuera (adventicias) y otras inventadas por mi (facticias). Desde el punto de vista subjetivo,
esto es, como actos de la mente no hay ninguna diferencia entre ellas, pero si se consideran
desde el punto de vista de su realidad objetiva, o sea, de las cosas que representan o de que
son imágenes, son muy diferentes.
Se pueden analizar las Ideas desde este punto de vista objetivo para descubrir la causa que las
produce. "Es manifiesto por la luz natural que tiene que haber al menos tanta realidad en la
causa eficiente y total como en su efecto... Aquello que es más perfecto, es decir, que tiene
más realidad en sí mismo, no puede proceder de lo menos perfecto". Las ideas representan a
otros hombres o cosas naturales, no contienen nada tan perfecto que no pueda ser producido
por mí. Las ideas de sustancia o duración, podrían haber sido derivadas de la idea que tengo de
mí mismo. Pero por lo que se refiere a la idea de Dios, esto es, a una sustancia infinita, eterna,
omnipotente y creadora, es difícil suponer que la pueda haber creado yo mismo. "Por la
palabra Dios entiendo una sustancia que es infinita, independiente, omnisciente,
todopoderosa, y por la cual yo mismo, y todo lo demás, si es que algo más existe, hemos sido
creados". Si examinamos esos atributos o características, veo que las ideas de éstos no pueden
haber sido producidos por mí mismo en cuanto no poseo ninguna de las perfecciones que
están presentes en esa idea. Sólo una substancia verdaderamente infinita puede ser la causa
de la idea de un Ser Infinito que encuentro en mi por lo tanto Dios existe. Esta prueba de la
existencia de Dios se funda únicamente en la naturaleza que Descartes atribuye a las ideas.
En segundo lugar, puedo llegar a reconocer la existencia de Dios, según Descartes, por la
misma consideración de la finitud de mi yo. Yo soy finito e imperfecto, como se demuestra por
el hecho de que dudo. Pero si fuera causa de mí mismo me habría dado las perfecciones que
concibo y que están precisamente contenidas en la idea de Dios. Es, pues, evidente que no me
he creado a mí mismo ya que en tal caso no carecería de perfección alguna y me habría dado
las perfecciones de que tengo idea, y que me parecería a Dios, es fácil demostrar que yo haya
existido siempre, por lo que ha debido crearme un ser que tiene todas las perfecciones cuya
simple idea yo poseo. El punto de partida de esta segunda prueba de la existencia de Dios está
fundada en el reconocimiento por parte del hombre de su propia limitación.
Descartes ofrece una tercera prueba de la existencia de Dios, se trata del famoso "argumento
ontológico". Tengo la idea de un ser sumamente perfecto. Es imposible concebir a Dios sin su
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existencia, es decir, concebir un ser sumamente perfecto sin una de las perfecciones, ya que,
según él, la existencia es una perfección. "... encuentro manifiestamente que es tan imposible
separar de la esencia de Dios su existencia, como de la esencia de un triángulo rectilíneo el que
la magnitud de sus tres ángulos sea igual a dos rectos... de suerte que no hay ser sumamente
perfecto a quien faltare la existencia, esto es, a quien faltare una perfección..." (MED. Quinta)
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recibir o sentir las ideas de las cosas sensibles que no presupone el pensamiento
por lo que tiene que existir en alguna sustancia distinta de sí mismo, considerado
como una cosa pensante e inextensa. Por otra parte, en la medida en que recibo
impresiones, a veces en contra de mi voluntad, estoy inevitablemente inclinado a
creer que vienen a mí desde cuerpos distintos del mío. Y puesto que Dios, que no es
engañador, me ha dado "una grandísima inclinación a creer que aquellas
(impresiones o "ideas" sensibles) me son transmitidas por objetos corpóreos, no
veo cómo se le podría defender de la acusación de engaño si aquellas ideas fueran
producidas por causas que no fuesen objetos corpóreos. En consecuencia, hemos
de admitir que existen objetos corpóreos.
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Tal como proceden los matemáticos, construye una definición de sustancia " a
priori". Así, afirma en su obra Principios I,51, "cuando concebimos la sustancia,
concebimos solamente una cosa de tal manera que no tiene necesidad sino de sí
misma para existir". La sustancia es, pues, "una cosa que existe de tal manera que
no necesita de otra cosa para existir". En sentido estricto, sólo la sustancia divina o
infinita, Dios (cumple perfectamente la definición), pero en sentido lato, Descartes
admite la existencia de otras dos sustancias, creadas y finitas, el cuerpo y la mente
(substancia finita extensa sive corpus y substancia finita cogitans sive mens, que
no necesitan de nada para existir, salvo la sustancia infinita).
Yo estoy cierto de que existo, pero sólo en la medida en que pienso. Al mismo tiempo de que
estoy seguro de mi pensamiento, dudo de que exista mi cuerpo (el cuerpo lo percibo por los
sentidos, y me puede engañar). De lo único que estoy cierto es de que yo pienso. Pero aquello
de lo que dudo (mi cuerpo) no puede ser lo mismo que aquello de lo que no dudo (mi
pensamiento). Por tanto, pensamiento y cuerpo son pensados como cosas distintas. El
pensamiento no solo es distinto del cuerpo, sino que existe aunque no exista el cuerpo (del
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cuerpo dudo, y por tanto a lo mejor no existe, pero mi pensamiento existe sin que yo pueda
dudar de él); es decir, no necesita del cuerpo para existir; es por tanto una sustancia. En su
obra "Meditaciones metafísicas" 6ª, afirma "Puesto que, por una parte, tengo una idea clara y
distinta de mi mismo, en cuanto que yo soy sólo una cosa que piensa -y no pensante-, es cierto
entonces que ese yo (es decir, mi alma, por la cual soy lo que soy), es enteramente distinto de
mi cuerpo, y que puedo existir sin él". A la sustancia pensante llamamos alma; por tanto existe
el alma, independiente del cuerpo.
Esta independencia del alma respecto al cuerpo trata de salvarla Descartes para defender la
libertad del hombre. Por una parte la concepción mecanicista del mundo de la materia
cartesiana no deja espacio para la libertad y, por otra, todos los valores espirituales del
hombre que Descartes trata de defender, no se pueden defender si no es liberando el alma del
mundo, de la concepción mecanicista del mundo. La autonomía y la independencia del alma y
del cuerpo es una idea central en la filosofía cartesiana. La independencia de las sustancias
plantea a Descartes el problema de la comunicación de las sustancias que será un problema
para todos los racionalistas.
Cuerpo y alma son dos sustancias separadas que pueden existir la una sin la otra. Según
Descartes, se trata de sustancias distintas, independientes y separadas, sin embargo, están
unidas, hay un "yo" que las une. El mismo yo que piensa, es el que sufre, el que habla, el que
crece, el que muere... Esa unidad, por una parte, es accidental, dada la independencia entre
ambas no puede haber una unión sustancial a la manera aristotélica (materia-forma) sino de
corte platónico, la relación de la mente al cuerpo es análoga a la que hay entre el piloto y la
nave; por otra parte la experiencia indica una unidad íntima entre cuerpo y alma, pues, la
misma realidad que piensa es la que siente... ¿Cómo se establece esa unión? Dicha unión se
verifica en el cerebro, concretamente en la glándula pineal y a través de la misma se hace
posible la acción mutua de uno sobre el otro, originándose una doble circulación hacia el alma
y hacia el cuerpo.
Distingue en el alma acciones y pasiones, las acciones dependen de la voluntad, las pasiones
son involuntarias y están constituidas por las percepciones, sentimientos o emociones
causadas por las percepciones, sentimientos o emociones causadas en el alma por los espíritus
vitales.
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Tristeza y alegría son las dos pasiones fundamentales. El hombre sede guiarse no por las
pasiones sino por la razón y en este dominio sobre las pasiones consiste la prudencia.
1. A partir del origen y contenido de la idea de Dios: La idea de Dios, esto es, de una
sustancia infinita, eterna, omnipotente y creadora, es difícil suponer que la pueda
haber creado yo mismo. "Por la palabra Dios entiendo una sustancia que es infinita,
independiente, omnisciente, todopoderosa, y por la cual yo mismo, y todo lo demás, si
es que algo más existe, hemos sido creados". Si examinamos esos atributos o
características, veo que las ideas de éstos no pueden haber sido producidos por mi
mismo en cuanto no poseo ninguna de las perfecciones que están presentes en esa
idea. Sólo una sustancia verdaderamente infinita puede ser la causa de la idea de un
Ser Infinito que encuentro en mí por lo tanto Dios existe. Esta prueba de la existencia
de Dios se funda únicamente en la naturaleza que Descartes atribuye a las ideas.
2. A partir de la causa de mi propia existencia finita: Yo soy finito e imperfecto, como se
demuestra por el hecho de que dudo. Pero si fuera causa de mí mismo me habría dado
las perfecciones que concibo y que están precisamente contenidas en la idea de Dios.
Es, pues, evidente que no me he creado a mí mismo ya que en tal caso no carecería de
perfección alguna y me habría dado todas las perfecciones de que tengo idea, y que
me parecería a Dios, es fácil demostrar que yo haya existido siempre, por lo que ha
debido crearme un ser que tiene todas las perfecciones cuya simple idea yo poseo. El
punto de partida de esta segunda prueba de la existencia de Dios está fundada en el
reconocimiento por parte del hombre de su propia limitación.
3. El argumento ontológico: Tengo la idea de un ser sumamente perfecto. Es imposible
concebir a Dios sin su existencia, es decir, concebir un ser sumamente perfecto sin una
de las perfecciones, ya que, según él, la existencia es una perfección. "... encuentro
manifiestamente que es tan imposible separar de la esencia de Dios su existencia,
como de la esencia de un triángulo rectilíneo el que la magnitud de sus tres ángulos
sea igual a dos rectos... de suerte que no hay ser sumamente perfecto a quien faltare
la existencia, esto es, a quien faltare una perfección..." (MED. Quinta)
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Este Dios cuya existencia se da por demostrada, tiene una naturaleza perfecta, por lo que no
puede ser engañador de ninguna manera. Dios posee todas las perfecciones en grado sumo,
por lo tanto, la veracidad. Pretender engañar no es un signo de potencia, sino de debilidad, de
malicia, de imperfección, y por tanto, no puede admitirse en Dios dicha voluntad de engaño.
Dios, la sustancia infinita, garantiza la capacidad de la razón humana para encontrar la verdad,
siempre que utilice el método racional adecuado. Descartes ya puede abordar su tercer
propósito: demostrar la fecundidad del método, cuyos preceptos y reglas ha formulado, en
todos los campos del saber, y, en concreto, en el dominio del saber científico.
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La causa última del movimiento: Dios es la causa primera del movimiento que lo ha
introducido en la materia inerte. La cantidad de movimiento de todos los cuerpos
del universo es constante.
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CUESTIONARIO:
3. Qué meta persigue Descartes cuando decide rechazar las opiniones y enseñanzas recibidas
hasta el momento?
5. ¿Cómo justifica Descartes su actitud de duda metódica? ¿Qué razones alega? ¿Qué
precauciones adopta?
6. ¿Por qué critica la Lógica tradicional? ¿Qué críticas hace a los geómetras y al álgebra?
9. La duda metódica: expón los distintos niveles y las razones para dudar en cada caso.
12. ¿Qué criterio de verdad (o regla general) adopta Descartes para determinar cuándo una
proposición es verdadera o falsa?
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El texto pertenece al Discurso del Método, obra escrita por René Descartes (1596-1650) y
publicada el año 1637. Descartes, padre de la Filosofía Moderna e iniciador del racionalismo,
es un ilustre filósofo, matemático y físico, pero, sobre todo, un apasionado filósofo que
pretendió hacer de la filosofía un saber universalmente válido inspirado en el proceder de las
matemáticas.
Contexto histórico-cultural:
La vida de Descartes se desarrolla a lo largo de la primera mitad del siglo XVII, siglo que se
caracteriza por ser la época del Absolutismo, la Contrarreforma y el triunfo de la nueva ciencia.
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Además de lo dicho, en el terreno del arte se produce el “Barroco” que se caracteriza por la
proliferación de formas llenas de contrastes, a diferencia del arte renacentista. Se pretende
mostrar lo inestable, lo mutable de la realidad, la condición fugaz de todo lo existente (“carpe
diem”). El teatro es el símbolo literario más importante de la época y en él aparece uno de los
temas barrocos más importantes: la posibilidad de confundir la vigilia con el sueño, idea que
aparece también en la obra de Descartes.
Contexto filosófico:
Descartes es el iniciador del racionalismo que junto al empirismo, constituyen los dos grandes
movimientos filosóficos de la Filosofía Moderna. El pensamiento moderno trajo la afirmación
radical de la autonomía absoluta de la filosofía y de la razón. La razón se constituye en
principio supremo, no sometido a ninguna instancia ajena a ella misma desde la cual se
fundamenta el conocimiento, y pretende responder a las cuestiones filosóficas supremas
acerca del Hombre, la Sociedad, y la Historia, igualmente desde la razón se busca la ordenación
racional de la vida y de la sociedad. No obstante, en él resuenan ecos de algunos filósofos
medievales: De S. Agustín, del que recibe la inspiración en el procedimiento de la duda como
medio para llegar a la certeza superando el escepticismo; la existencia de ideas innatas; el
“cógito” como certeza fundamental o la prueba de la existencia de Dios por la idea innata de lo
infinito, Etc.. De S. Anselmo tiene, al parecer, también influencia en su demostración de la
existencia de Dios (argumento ontológico).
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universalmente válida. De ahí el deseo de los pensadores racionalistas de edificar una filosofía
con una estructura similar a la Matemática.
Descartes ha sido uno de los pensadores que ha ejercido una de las mayores influencias en la
historia de la filosofía, es el iniciador del pensamiento racionalista y su obra tiene una
repercusión definitiva en la filosofía moderna. Podemos citar a Malebranche, Espinosa y
Leibniz como autores racionalistas en los que Descartes influye directamente. Pero su
influencia no se redujo sólo a los círculos cartesianos y resto de los pensadores racionalistas
sino que llegó hasta los empiristas ingleses que, pese a rechazar casi todas sus conclusiones,
estaban profundamente afectados por sus puntos de vista. Una de las mayores influencias
consistió en emplear en el centro de la filosofía la cuestión epistemológica. Él fue el primero
que se preguntó no sólo cómo era el mundo, sino cómo podía conocer el mundo.
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TEXTO DE DESCARTES
SEGUNDA PARTE
Me encontraba entonces en Alemania, país al que había sido atraído por el deseo de
conocer unas guerras que aún no habían finalizado. Cuando retornaba a la armada después de
haber presenciado la coronación del emperador, el inicio del invierno me obligó a detenerme
en un cuartel en el que, no encontrando conversación alguna que distrajera mi atención y, por
otra parte, no teniendo afortunadamente preocupaciones o pasiones que me inquietasen,
permanecía durante todo el día en una cálida habitación donde disfrutaba analizando mis
reflexiones. Una de las primeras fue la que me hacía percatarme de que frecuentemente no
existe tanta perfección en obras compuestas de muchos elementos y realizadas por diversos
maestros como existe en aquellas que han sido ejecutadas por uno solo.
Así, es fácil comprobar que los edificios emprendidos y construidos bajo la dirección de
un mismo arquitecto son generalmente más bellos y están mejor dispuestos que aquellos
otros que han sido reformados bajo la dirección de varios, sirviéndose para ellos de viejos
cimientos que habían sido levantados para otros fines. Así sucede con esas viejas ciudades
que, no habiendo sido en sus inicios sino pequeños burgos, han llegado a ser con el tiempo
grandes ciudades. Estas generalmente están muy mal trazadas si las comparamos con esas
otras ciudades que un ingeniero ha diseñado según le dictó su fantasía sobre una llanura. Pues
si bien considerando cada uno de los edificios aisladamente se encuentra tanta belleza artística
o aún más que en las ciudades trazadas por un ingeniero, sin embargo, al comprobar cómo sus
edificios están emplazados, uno pequeño junto a uno grande, y cómo sus calles son desiguales
y curvas, podría afirmarse que ha sido la casualidad y no el deseo de unos hombres regidos por
una razón la que ha dirigido el trazado de tales planos. Y si se considera que siempre han
existido oficiales encargados del cuidado de los edificios particulares, con el fin de que
contribuyan al ornato público, fácilmente se comprenderá cuán difícil es, trabajando sobre
otras realizadas por otros hombres, analizar algo perfecto. De igual modo, me imaginaba que
los pueblos que a partir de un estado semisalvaje han evolucionado paulatinamente hacia
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estados más civilizados, elaborando sus leyes en la medida en que se han visto obligados por
los crímenes y disputas que entre ellos surgían, no están políticamente tan organizados como
aquellos que desde el momento en que se han reunido han observado la constitución realizada
por un prudente legislador. Es igualmente cierto que el gobierno de la verdadera religión,
cuyas leyes han sido dadas únicamente por Dios, está incomparablemente mejor regulado que
cualquier otro. Pero, hablando solamente de los asuntos humanos, pienso que si Esparta fue
en otro tiempo muy floreciente no se debió a la bondad de cada una de sus leyes, pues
muchas eran verdaderamente extrañas y hasta contrarias a las buenas costumbres, sino a que
fueron elaboradas por un solo hombre, estando ordenadas a un mismo fin. De igual modo,
juzgaba que las ciencias expuestas en los libros, al menos aquellas cuyas razones solamente
son probables y que carecen de demostraciones, habiendo sido compuestas y
progresivamente engrosadas con las opiniones de muchas y diversas personas, no están tan
cerca de la verdad como los simples razonamientos que un hombre de buen sentido puede
naturalmente realizar en relación con aquellas cosas que se presentan. Y también pensaba que
es casi imposible que nuestros juicios puedan estar tan carentes de prejuicios o que puedan
ser tan sólidos como lo hubieran sido si desde nuestro nacimiento hubiésemos estado en
posesión del uso completo de nuestra razón y nos hubiéramos guiado exclusivamente por ella,
pues como todos hemos sido niños antes de llegar a ser hombres, ha sido preciso que
fuéramos gobernados durante años por nuestros apetitos y preceptores, cuando con
frecuencia los unos eran contrarios a los otros y, probablemente, ni los unos ni los otros nos
aconsejaban lo mejor.
Verdad es que jamás vemos que se derriben todas las casas de una villa con el único
propósito de reconstruirlas de modo distinto y de contribuir a un mayor embellecimiento de
sus calles; pero si se conoce que muchas personas ordenan el derribo de sus casas para
edificarlas de nuevo y también se sabe que en algunas ocasiones se ven obligadas a ello
cuando sus viviendas amenazan ruina y cuando sus cimientos no son firmes. Por semejanza
con esto me persuadía de que no sería razonable que alguien proyectase reformar un Estado,
modificando todo desde sus cimientos, y abatiéndolo para reordenarlo; sucede lo mismo con
el conjunto de las ciencias o con el orden establecido en las escuelas para enseñarlas. Pero en
relación con todas aquellas opiniones que hasta entonces habían sido creídas por mi, juzgaba
que no podía intentar algo mejor que emprender con sinceridad la supresión de las mismas,
bien para pasar a creer otras mejores o bien las mismas, pero después de que hubiesen sido
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ajustadas mediante el nivel de la razón. Llegué a creer con firmeza que de esta Forma acertaría
a dirigir mi vida mucho mejor que si me limitase a edificar sobre antiguos cimientos y me
apoyase solamente en aquellos principios de los que me había dejado persuadir durante mi
juventud sin haber llegado a examinar si eran verdaderos. Aunque me percatase de la
existencia de diversas dificultades relacionadas con este proyecto, pensaba, sin embargo, que
no eran insolubles ni comparables con aquellas que surgen al intentar la reforma de pequeños
asuntos públicos. Estos grandes cuerpos políticos difícilmente pueden ser erigidos de nuevo
cuando ya han caído, muy difícilmente pueden ser contenidos cuando han llegado a agrietarse
y sus caídas son necesariamente muy violentas. Además, en relación con sus imperfecciones, si
las tienen, como la sola diversidad que entre ellos existe es suficiente para asegurar que
bastantes la tienen, han sido sin duda alguna muy mitigadas por el uso; es más, por tal medio
se han evitado o corregido de modo gradual muchas a las que no se atendería de forma tan
adecuada mediante la prudencia humana. Finalmente, estas imperfecciones son casi siempre
más soportables para un pueblo habituado a ellas de lo que sería su cambio; acontece con esto
lo mismo que con los caminos reales: serpentean entre las montañas y poco a poco llegan a
estar tan lisos y a ser tan cómodos a fuerza de ser utilizados que es mucho mejor transitar por
ellos que intentar seguir el camino más recto, escalando rocas y descendiendo hasta los
precipicios.
Por ello no aprobaría en forma alguna esos caracteres ligeros e inquietos que no cesan
de idear constantemente alguna nueva reforma cuando no han sido llamados a la
administración de los asuntos públicos no por su nacimiento ni por su posición social. Y si
llegara a pensar que hubo la menor razón en este escrito por la que se me pudo suponer
partidario de esta locura, estaría muy enojado porque hubiese sido publicado. Mi deseo nunca
ha ido más lejos del intento de reformar mis propias opiniones y de construir sobre un
cimiento enteramente personal. Y si mi trabajo me ha llegado a complacer bastante, al ofrecer
aquí el ejemplo del mismo, no pretendo aconsejar a nadie que lo imite. Aquellos a los que Dios
ha distinguido con sus dones podrán tener proyectos más elevados, pero me temo, no
obstante, que éste resulte demasiado osado para muchos. La resolución de liberarse de todas
las opiniones anteriormente integradas dentro de nuestra creencia, no es una labor que deba
ser acometida por cada hombre. Por el contrario, el mundo parece estar compuesto
principalmente de dos tipos de personas para las cuales tal propósito no es adecuado en modo
alguno. Por una parte, aquellos que estimándose más capacitados de lo que en realidad son,
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Sin duda alguna habría sido uno de estos últimos si no hubiera conocido más que un
solo maestro o no hubiera tenido noticia de las diferencias que siempre han existido entre las
opiniones de los más doctos. Pero habiendo conocido desde el colegio que no podría
imaginarse algo tan extraño y poco comprensible que no haya sido dicho por alguno de los
filósofos; habiendo tenido noticia por mis viajes de que todos aquellos cuyos sentimientos son
muy contrarios a los nuestros, no por ello deben ser juzgados como bárbaros o salvajes, sino
que muchos de entre ellos usan la razón tan adecuadamente o mejor que nosotros; habiendo
reflexionado sobre cuán diferente llegaría a ser un hombre que con su mismo ingenio fuese
criado desde su infancia entre franceses o alemanes en vez de haberlo sido entre chinos o
caníbales, y sobre todo cómo hasta en las modas de nuestros trajes observamos que lo que
nos ha gustado hace diez años y acaso vuelva a producirnos agrado dentro de otros diez,
puede, sin embargo, parecernos ridículo y extravagante en el momento presente, de modo
que más parece que son la costumbre y el ejemplo los que nos persuaden y no conocimiento
alguno cierto; habiendo considerado finalmente que la pluralidad de votos no vale en absoluto
para decidir sobre la verdad de cuestiones controvertibles, pues más verosímil es que solo un
hombre las descubra que todo un pueblo, no podía escoger persona alguna cuyas opiniones
me pareciesen que debían ser preferidas a las de otra y me encontraba por todo ello obligado
a emprender por mi mismo la tarea de conducirme.
Pero al igual que un hombre que camina solo y en la oscuridad, tomé la resolución de
avanzar tan lentamente y de usar tal circunspección en todas las cosas que aunque avanzase
muy poco, al menos me cuidaría al máximo de caer. Por otra parte, no quise comenzar a
rechazar por completo algunas de las opiniones que hubiesen podido deslizarse durante otra
etapa de mi vida en mis creencias sin haber sido asimiladas en la virtud de la razón, hasta que
no hubiese empleado el tiempo suficiente para completar el proyecto emprendido e indagar el
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verdadero método con el fin de conseguir el conocimiento de todas las cosas de las que mi
espíritu fuera capaz.
Había estudiado un poco, siendo más joven, la lógica de entre las partes de la filosofía;
de las matemáticas el análisis de los geómetras y el álgebra. Tres artes o ciencias que debían
contribuir en algo a mi propósito. Pero habiéndolas examinado, me percaté que en relación
con la lógica, sus silogismos y la mayor parte de sus reglas sirven más para explicar a otro
cuestiones ya conocidas o, también, como sucede con el arte de Lulio, para hablar sin juicio de
aquellas que se ignoran que para llegar a conocerlas. Y si bien la lógica contiene muchos
preceptos verdaderos y muy adecuados, hay, sin embargo, mezclados con estos otros muchos
que o bien son perjudiciales o bien superfluos, de modo que es tan difícil separarlos como
sacar una Diana o una Minerva de un bloque de mármol aún no trabajado. Igualmente, en
relación con el análisis de los abstractas materias que parecen carecer de todo uso, el primero
está tan circunscrito a la consideración de las figuras que no permite ejercer el entendimiento
sin fatigar excesivamente la imaginación. La segunda está tan sometida a ciertas reglas y cifras
que se ha convertido en un arte confuso y oscuro capaz de distorsionar el ingenio en vez de ser
una ciencia que favorezca su desarrollo. Todo esto fue la causa por la que pensaba que era
preciso indagar otro método que, asimilando las ventajas de estos tres, estuviera exento de
sus defectos. Y como la multiplicidad de leyes frecuentemente sirve para los vicios de tal forma
que un Estado está mejor regido cuando no existen más que unas pocas leyes que son
minuciosamente observadas, de la misma forma, en lugar del gran número de preceptos del
cual está compuesta la lógica, estimé que tendría suficiente con los cuatro siguientes con tal
de que tomase la firme y constante resolución de no incumplir ni una sola vez su observancia.
El segundo exigía que dividiese cada una de las dificultades a examinar en tantas
parcelas como fuera posible y necesario para resolverlas más fácilmente.
El tercero requería conducir por orden mis reflexiones comenzando por los objetos
más simples y más fácilmente cognoscibles, para ascender poco a poco, gradualmente, hasta
el conocimiento de los más complejos, suponiendo inclusive un orden entre aquellos que no se
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Las largas cadenas de razones simples y fáciles, por medio de las cuales generalmente
los geómetras llegan a alcanzar las demostraciones más difíciles, me habían proporcionado la
ocasión de imaginar que todas las cosas que pueden ser objeto del conocimiento de los
hombres se entrelazan de igual forma y que, absteniéndose de admitir como verdadera alguna
que no lo sea y guardando siempre el orden necesario para deducir unas de otras, no puede
haber algunas tan alejadas de nuestro conocimiento que no podamos, finalmente, conocer ni
tan ocultas que no podamos llegar a descubrir. No supuso para mi una gran dificultad el decidir
por cuales era necesario iniciar el estudio: previamente sabía que debía ser por las más simples
y las más fácilmente cognoscibles. Y considerando que entre todos aquellos que han intentado
buscar la verdad en el campo de las ciencias, solamente los matemáticos han establecido
algunas demostraciones, es decir, algunas razones ciertas y evidentes, no dudaba que debía
comenzar por las mismas que ellos habían examinado. No esperaba alcanzar alguna unidad si
exceptuamos el que habituarían mi ingenio a considerar atentamente la verdad y a no
contentarse con falsas razones. Pero, por ello, no llegué a tener el deseo de conocer todas las
ciencias particulares que comúnmente se conocen como matemáticas, pues viendo que
aunque sus objetos son diferentes, sin embargo, no dejan de tener en común el que no
consideran otra cosa, sino las diversas relaciones y posibles proporciones que entre los mismos
se dan, pensaba que poseían un mayor interés que examinase solamente las proporciones en
general y en relación con aquellos sujetos que servirían para hacer más cómodo el
conocimiento. Es más, sin vincularlas en forma alguna a ellos para poder aplicarlas tanto mejor
a todos aquellos que conviniera. Posteriormente, habiendo advertido que para analizar tales
proporciones tendría necesidad en alguna ocasión de considerar a cada una en particular y en
otras ocasiones solamente debería retener o comprender varias conjuntamente en mi
memoria, opinaba que para mejor analizarlas en particular, debía suponer que se daban entre
líneas puesto que no encontraba nada más simple ni que pudiera representar con mayor
distinción ante mi imaginación y sentidos; pero para retener o considerar varias
conjuntamente, era preciso que las diera a conocer mediante algunas cifras, lo más breves que
fuera posible. Por este medio recogería lo mejor que se da en el análisis geométrico y en el
álgebra, corrigiendo, a la vez, los defectos de una mediante los procedimientos de la otra.
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Pero lo que me producía más agrado de este método era que siguiéndolo estaba
seguro de utilizar en todo mi razón, si no de un modo absolutamente perfecto, al menos de la
mejor forma que me fue posible. Por otra parte, me daba cuenta de que la práctica del mismo
habituaba progresivamente mi ingenio a concebir de forma más clara y distinta sus objetos y
puesto que no lo había limitado a materia alguna en particular, me prometía aplicarlo con igual
utilidad a dificultades propias de otras ciencias al igual que lo había realizado con las del
Álgebra. Con esto no quiero decir que pretendiese examinar todas aquellas dificultades que se
presentasen en un primer momento, pues esto hubiera sido contrario al orden que el método
prescribe. Pero habiéndome prevenido de que sus principios deberían estar tomados de la
filosofía, en la cual no encontraba alguno cierto, pensaba que era necesario ante todo que
tratase de establecerlos. Y puesto que era lo más importante en el mundo y se trataba de un
tema en el que la precipitación y la prevención eran los defectos que más se debían temer,
juzgué que no debía intentar tal tarea hasta que no tuviese una madurez superior a la que se
posee a los veintitrés años, que era mi edad, y hasta que no hubiese empleado con
anterioridad mucho tiempo en prepararme, tanto desarraigando de mi espíritu todas las malas
opiniones y realizando un acopio de experiencias que deberían constituir la materia de mis
razonamientos, como ejercitándome siempre en el método que me había prescrito con el fin
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CUARTA PARTE
No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones allí realizadas, pues son tan
metafísicas y tan poco comunes, que no serán del gusto de todos. Y sin embargo, con el fin de
que se pueda opinar sobre la solidez de los fundamentos que he establecido, me encuentro en
cierto modo obligado a referirme a ellas. Hacía tiempo que había advertido que, en relación
con las costumbres, es necesario en algunas ocasiones opiniones muy inciertas tal como si
fuesen indudables, según he advertido anteriormente. Pero puesto que deseaba entregarme
solamente a la búsqueda de la verdad, opinaba que era preciso que hiciese todo lo contrario y
que rechazase como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor
duda, con el fin de comprobar si, después de hacer esto, no quedaría algo en mi creencia que
fuese enteramente indudable. Así pues, considerando que nuestros sentidos en algunas
ocasiones nos inducen a error, decidí suponer que no existía cosa alguna que fuese tal como
nos la hacen imaginar. Y puesto que existen hombres que se equivocan al razonar en
cuestiones relacionadas con las más sencillas materias de la geometría y que incurren en
paralogismos, juzgando que yo, como cualquier otro estaba sujeto a error, rechazaba como
falsas todas las razones que hasta entonces había admitido como demostraciones. Y,
finalmente, considerado que hasta los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos
pueden asaltarnos cuando dormimos, sin que ninguno en tal estado sea verdadero, me resolví
a fingir que todas las cosas que hasta entonces habían alcanzado mi espíritu no eran más
verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero, inmediatamente después, advertí que,
mientras deseaba pensar de este modo que todo era falso, era absolutamente necesario que
yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y dándome cuenta de que esta verdad: pienso, luego
soy, era tan firme y tan segura que todas las extravagantes suposiciones de los escépticos no
eran capaces de hacerla tambalear, juzgué que podía admitirla sin escrúpulo como el primer
principio de la filosofía que yo indagaba.
Posteriormente, examinando con atención lo que yo era, y viendo que podía fingir que
carecía de cuerpo, así como que no había mundo o lugar alguno en el que me encontrase, pero
que, por ello, no podía fingir que yo no era, sino que por el contrario, sólo a partir de que
pensaba dudar acerca de la verdad de otras cosas, se seguía muy evidente y ciertamente que
yo era, mientras que, con sólo que hubiese cesado de pensar, aunque el resto de lo que había
imaginado hubiese sido verdadero, no tenía razón alguna para creer que yo hubiese sido,
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llegué a conocer a partir de todo ello que era una sustancia cuya esencia o naturaleza no
reside sino en pensar y que tal sustancia, para existir, no tiene necesidad de lugar alguno ni
depende de cosa alguna material. De suerte que este yo, es decir, el alma, en virtud de la cual
yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo, más fácil de conocer que éste y, aunque
el cuerpo no fuese, no dejaría de ser todo lo que es.
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use con libertad los términos de la escuela), sino que era necesariamente preciso que existiese
otro ser más perfecto del cual dependiese y del que yo hubiese adquirido todo lo que tenía.
Pues si hubiese existido solo y con independencia de todo otro ser, de suerte que hubiese
tenido por mi mismo todo lo poco que participaba del ser perfecto, hubiese podido, por la
misma razón, tener por mi mismo cuanto sabía que me faltaba y, de esta forma, ser infinito,
eterno, inmutable, omnisciente, todopoderoso y, en fin, poseer todas las perfecciones que
podía comprender que se daban en Dios. Pues siguiendo los razonamientos que acabo de
realizar, para conocer la naturaleza de Dios en la medida en que es posible a la mía, solamente
debía considerar todas aquellas cosas de las que encontraba en mí alguna idea y si poseerlas o
no suponía perfección; estaba seguro de que ninguna de aquellas ideas que indican
imperfección estaban en él, pero sí todas las otras. De este modo me percataba de que la
duda, la inconstancia, la tristeza y cosas semejantes no pueden estar en Dios, puesto que a mí
mismo me hubiese complacido en alto grado el verme libre de ellas. Además de esto, tenía
idea de varias cosas sensibles y corporales; pues, aunque supusiese que soñaba y que todo lo
que veía o imaginaba era falso, sin embargo, no podía negar que esas ideas estuvieran
verdaderamente en mi pensamiento. Pero puesto que había conocido en mí muy claramente
que la naturaleza inteligente es distinta de la corporal, considerando que toda composición
indica dependencia y que ésta es manifiestamente un defecto, juzgaba por ello que no podía
ser una perfección de Dios al estar compuesto de estas dos naturalezas y que, por
consiguiente, no lo estaba; por el contrario, pensaba que si existían cuerpos en el mundo o
bien algunas inteligencias u otras naturalezas que no fueran totalmente perfectas, su ser debía
depender de su poder de forma tal que tales naturalezas no podrían subsistir sin él ni un solo
momento.
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tres ángulos fuesen iguales a dos rectos; pero tal razonamiento no me aseguraba que existiese
triángulo alguno en el mundo. Por el contrario, examinando de nuevo la idea que tenía de un
Ser Perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en la misma de igual forma que
en la del triángulo está comprendida la de que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos o en
la de una esfera que todas sus partes equidisten del centro e incluso con mayor evidencia. Y,
en consecuencia, es por lo menos tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo
pueda ser cualquier demostración de la geometría.
Pero lo que motiva que existan muchas personas persuadidas de que hay una gran
dificultad en conocerle y, también, en conocer la naturaleza de su alma, es el que jamás elevan
su pensamiento sobre las cosas sensibles y que están hasta tal punto habituados a no
considerar cuestión alguna que no sean capaces de imaginar (como de pensar propiamente
relacionado con las cosas materiales), que ) todo aquello que no es imaginable, les parece
ininteligible. Lo cual es bastante manifiesto en la máxima que los mismos filósofos defienden
como verdadera en las escuelas, según la cual nada hay en el entendimiento que previamente
no haya impresionado los sentidos. En efecto, las ideas de Dios y el alma nunca han
impresionado los sentidos y me parece que los que desean emplear su imaginación para
comprenderlas, hacen lo mismo que si quisieran servirse de sus ojos para oír los sonidos o
sentir los olores. Existe aún otra diferencia: que el sentido de la vista no nos asegura menos de
la verdad de sus objetos que lo hacen los del olfato u oído, mientras que ni nuestra
imaginación ni nuestros sentidos podrían asegurarnos cosa alguna si nuestro entendimiento
no interviniese.
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vivacidad y claridad menor? Y aunque los ingenios más capaces estudien esta cuestión cuanto
les plazca, no creo puedan dar razón alguna que sea suficiente para disipar esta duda, si no
presuponen la existencia de Dios. Pues, en primer lugar, incluso lo que anteriormente he
considerado como una regla (a saber: que lo concebido clara y distintamente es verdadero) no
es válido más que si Dios existe, es un ser perfecto y todo lo que hay en nosotros procede de
él. De donde se sigue que nuestras ideas o nociones, siendo seres reales, que provienen de
Dios, en todo aquello en lo que son claras y distintas, no pueden ser sino verdaderas. De modo
que, si bien frecuentemente poseemos algunas que encierran falsedad, esto no puede
provenir sino de aquellas en las que algo es confuso y oscuro, pues en esto participan de la
nada, es decir, que no se dan en nosotros sino porque no somos totalmente perfectos. Es
evidente que no existe una repugnancia menor en defender que la falsedad o la imperfección,
en tanto que tal, procedan de Dios, que existe en defender que la verdad o perfección proceda
de la nada. Pero si no conocemos que todo lo que existe en nosotros de real y verdadero
procede de un ser perfecto e infinito, por claras y distintas que fuesen nuestras ideas, no
tendríamos razón alguna que nos asegurara de que tales ideas tuviesen la perfección de ser
verdaderas.
Por tanto, después de que el conocimiento de Dios y el alma nos han convencido de la
certeza de esta regla, es fácil conocer que los sueños que imaginamos cuando dormimos, no
deben en forma alguna hacernos dudar de la verdad de los pensamientos que tenemos cuando
estamos despiertos. Pues, si sucediese, inclusive durmiendo, que se tuviese alguna idea muy
distinta como, por ejemplo, que algún geómetra lograse alguna nueva demostración, su sueño
no impediría que fuese verdad. Y en relación con el error más común de nuestros sueños,
consistente en representamos diversos objetos de la misma forma que la obtenida por los
sentidos exteriores, carece de importancia el que nos dé ocasión para desconfiar de la verdad
de tales ideas, pues pueden inducirnos a error frecuentemente sin que durmamos como
sucede a aquellos que padecen de ictericia que todo lo ven de color amarillo o cuando los
astros u otros cuerpos demasiado alejados nos parecen de tamaño mucho menor del que en
realidad poseen. Pues, bien, estemos en estado de vigilia o bien durmamos, jamás debemos
dejarnos persuadir sino por la evidencia de nuestra razón. Y es preciso señalar, que yo afirmo,
de nuestra razón y no de nuestra imaginación o de nuestros sentidos, pues aunque vemos el
sol muy claramente no debemos juzgar por ello que no posea sino el tamaño con que lo vemos
y fácilmente podemos imaginar con cierta claridad una cabeza de león unida al cuerpo de una
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cabra sin que sea preciso concluir que exista en el mundo una quimera, pues la razón no nos
dicta que lo que vemos o imaginamos de este modo, sea verdadero. Por el contrario nos dicta
que todas nuestras ideas o nociones deben tener algún fundamento de verdad, pues no sería
posible que Dios, que es sumamente perfecto y veraz, las haya puesto en nosotros careciendo
del mismo. Y puesto que nuestros razonamientos no son jamás tan evidentes ni completos
durante el sueño como durante la vigilia, aunque algunas veces nuestras imágenes sean tanto
o más vivas y claras, la razón nos dicta igualmente que no pudiendo nuestros pensamientos ser
todos verdaderos, ya que nosotros no somos omniperfectos, lo que existe de verdad debe
encontrarse infaliblemente en aquellos que tenemos estando despiertos más bien que en los
que tenemos mientras soñamos.
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