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2015-16

FILOSOFÍA MODERNA:
DESCARTES

Historia de la Filosofía
2º BTO
2ª evaluación
FILOSOFÍA MODERNA: DESCARTES
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Historia de la Filosofía 2º BTO

FILOSOFÍA MODERNA: DESCARTES

ÍNDICE

I. El origen de la Modernidad: Renacimiento y revolución científica .................................1


II. Orientaciones generales del racionalismo y empirismo................................................ 5
III. Descartes.................................................................................................................... 7
III.1. Biografía………………………………………………………………………….……………..................7
III.2. Obra…………….…………………............................................................................7
III.3.Razón y método ………………………………………………………….…………………................8
III.3.1. Unidad del saber y de la razón......................................................8
III.3.2. Estructura de la razón y el método.............................................. ...9
III.4. La duda y la primera verdad......................................................................12
III.4.1. La duda metódica......................................................................12
III.4.2 La primera verdad y el criterio de verdad....................................14
III.5. La existencia de Dios. Las ideas.................................................................15
III.6. La existencia de las cosas materiales.........................................................17
III.7. La teoría de las tres sustancias..................................................................18
III.7.1. La sustancia pensante o "res cogitans". El hombre......................19
III.7.2. La sustancia infinita: Dios...........................................................21
III.7.3. La sustancia extensa: el mundo corpóreo..................................22

Cuestionario…………………………………………………………………………………………………………25
Contexto histórico-cultural y filosófico de Descartes..................................................26
Texto: "Discurso del Método"....................................................................................29

Mariola Revert 2ºBto A Rafaela Muelas 2ºBto C

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I. EL ORIGEN DE LA MODERNIDAD: RENACIMIENTO Y REVOLUCIÓN


CIENTÍFICA.

En el Renacimiento, s. XV y XVI, se van a producir profundos cambios que van a significar la


caída de los pilares sobre los que se asentaba el mundo medieval y la gestación de un nuevo
espíritu que llamamos Modernidad.
La filosofía medieval o cristiana llega a su máximo esplendor en el siglo XIII. En el s.XIV se
producen profundos cambios económicos, sociales y políticos que hacen que la sociedad
medieval, la filosofía escolástica y el sistema aristotélico de interpretación de la naturaleza
entren en crisis y se vaya gestando una nueva sociedad (aparición de la burguesía y el
capitalismo), un nuevo modo de entender la filosofía y la ciencia caracterizado por la liberación
de la razón con respecto a la teología y el colapso del esquema conceptual aristotélico.
El periodo del Renacimiento coincide históricamente con el desarrollo de las monarquías
absolutas, el nacimiento de los Estados nacionales modernos, que acaban con el régimen
feudal, de decadencia del poder pontificio, se produce la separación entre el poder religioso y
el poder temporal, la caída de Constantinopla (1453). Es la época de los grandes
descubrimientos geográficos (descubrimiento de América, 1492) y científicos: se descubre la
brújula, la pólvora, la imprenta (1448 por Gutemberg) que facilita la difusión de libros y de la
cultura.
Dos hechos son fundamentales en el Renacimiento: El Humanismo y el desarrollo
ininterrumpido de la Ciencia. Junto a una concepción antropocéntrica y naturalista del
Hombre y del Universo, el Renacimiento aporta un nuevo método que exige la observación y
experimentación de los fenómenos naturales y una nueva imagen heliocéntrica y mecanicista
del Universo. Copérnico, Galileo, Kepler, Bacon y, por último, Newton trajeron una nueva
ciencia y un nuevo método científico experimental ( un método científico empírico
matemático) que relegan definitivamente las teorías aristotélicas que habían prevalecido
durante siglos.

EL HUMANISMO RENACENTISTA

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El Renacimiento se caracteriza principalmente por haber hecho del hombre el centro de


atención, de ahí que cuando se habla de Renacimiento se suele añadir frecuentemente el
término "humanista". Frente a la visión teocéntrica y transcendental de la Edad media y contra
el sometimiento al criterio de autoridad, el humanismo renacentista contempla la realidad
como algo que hay que perfeccionar, dominar. Es una mentalidad más crítica y dinámica. La
característica fundamental es la valoración de lo humano: a)Se afirma el valor del hombre, de
todo hombre, por el mero hecho de serlo; b) frente a una visión religiosa del mundo, se
presenta una explicación científica y natural del hombre y del universo; c) frente a una
dependencia y sumisión, ya sea a la autoridad religiosa o filosófica, se produce una libertad en
el pensamiento, un pensar sin autoridad alguna que esté sobre él; d) frente a un mundo
religioso dirigido por Dios se presenta un mundo laico que tiene sus propias leyes y autonomía;
e) frente a una Filosofía esclava de la Teología, una Filosofía autónoma, libre, con confianza
total en la propia razón; f) frente a una excesiva confianza en Dios, confianza plena en el
hombre; g) frente a la seguridad en la providencia, el riesgo de una vida humana que se labra
su propio destino.

LA REVOLUCIÓN CIENTÍFICA

.El surgimiento de la Filosofía Moderna, que se inicia con Descartes, está en íntima conexión
con el triunfo de la ciencia moderna. Copérnico, Kepler, Galileo, van a asentar los pilares del
edificio de la nueva ciencia experimental. Es el triunfo de una nueva manera de hacer ciencia
en el que la experiencia se convierte en la principal fuente del conocimiento, y el Universo se
ve como el gran libro que hay que conocer mediante la experiencia. El filósofo que más
claramente tematiza estos planteamientos es Francis Bacon (1561-1626). Su proyecto
fundamental es "establecer y extender el dominio de la raza humana sobre el Universo". "Hay
que utilizar la naturaleza para hacer feliz al hombre" (humanismo técnico). La idea central de
su pensamiento es que el hombre puede dominar la naturaleza y que el instrumento adecuado
para ello es la ciencia. Dedicó sus esfuerzos a diseñar un nuevo método de investigación de la
naturaleza en el que hace especial hincapié en la necesidad de partir de la experiencia para
todas las deducciones que llevan a establecer principios generales. Lo expone en su obra
Novum Organum Scienciarum, llamada así por oposición al Organon aristotélico.

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El conocimiento de la naturaleza debe partir de la observación, se trata de un camino


inductivo, se parte de la experiencia para llegar a los principios generales. Estos deben ser
aplicados por el hombre para utilizar la naturaleza en beneficio propio.
La nueva ciencia es mecanicista frente a la concepción organicista y teleológica de la tradición
anterior. La ciencia aristotélica tomaba como "modelo" el organismo vivo, y a partir de él
concebía su categoría fundamental, la substancia. Ahora el "modelo" es la máquina y en
concreto, la máquina perfecta conocida entonces, el reloj. Descartes utilizará este "modelo"
mecanicista aunque cita, además del reloj, otras máquinas para explicar el funcionamiento de
los cuerpos vivos. El mecanicismo moderno supone la recuperación del atomismo de
Demócrito. Se concibe el Universo como una máquina compuesta de piezas extensas que
están en movimiento: extensión y movimiento (junto con la causa del movimiento) bastan
para explicarlo todo. La nueva ciencia es exclusivamente cuantitativa y no toma en
consideración los fines.
El mecanicismo reduce la realidad a elementos cuantitativos (cantidad, extensión y
movimiento) y permite así, la matematización total de los fenómenos observados. El mundo
real es un mundo de cuerpos en movimiento en el espacio y en el tiempo, por lo cual puede
ser analizado matemáticamente. Las matemáticas y los principios matemáticos se constituyen
en la base del pensamiento científico y filosófico, serán el auténtico modelo del saber a las que
hay que acudir como modelo de todo razonamiento lógico.

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II. ORIENTACIONES GENERALES DEL RACIONALISMO Y EMPIRISMO.

La filosofía moderna se sitúa en los siglos XVII y XVIII, en ella la razón humana alcanza su
autonomía, constituyéndose en principio supremo desde el que se fundamenta el
conocimiento. Las dos principales corrientes de este periodo son el racionalismo y el
empirismo y ambas se plantean como problema fundamental si nuestras facultades
cognoscitivas sirven para conocer.

RACIONALISMO

Podemos definir el racionalismo como aquella corriente filosófica que se desarrolla a lo largo
del s. XVII en el continente europeo y que defiende que la razón es la única facultad que puede
conducir al hombre al conocimiento de la verdad. Sus principales representantes son
Descartes, Malebranche, Spinoza y Leibniz. Se caracteriza por:

a) Exaltación de la razón humana como facultad cognoscitiva y, en consecuencia,


confianza en el conocimiento racional. El único conocimiento valioso va a ser el
obtenido por la razón.
b) Depreciación subsiguiente del conocimiento sensible.
c) Afirmación de la existencia de ideas innatas, es decir, de ideas que surgen en la mente
humana con independencia de la experiencia sensible. Su validez no descansa en lo
sensible. Las ideas y principios a partir de los cuales se ha de construir deductivamente
nuestro conocimiento de la realidad no proceden de la experiencia sino que las posee
en sí mismo el entendimiento.
d) La aspiración a la creación de una ciencia universal, de una filosofía universal válida
para todo ser racional.
e) Admiración por la Matemática, ciencia que se presentaba a los pensadores
racionalistas como el arquetipo de la sabiduría humana. Era una ciencia segura, exacta,
progresiva, universalmente válida. De ahí el deseo de los pensadores racionalistas de
edificar una filosofía con una estructura similar a la Matemática.

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EMPIRISMO

El empirismo es una corriente filosófica que se extiende a lo largo de los siglos XVII y XVIII y
cuyos principales representantes son Hobbes, Locke y Hume. Igual que el racionalismo se
preocupa por el problema del conocimiento, pero llega a soluciones diferentes. Mientras que
el racionalismo basa su filosofía en la pura razón el empirismo basa su conocimiento en la
experiencia sensible.
El nombre empirismo, del griego empiría, significa experiencia. En un sentido amplio es
empírica toda corriente filosófica que afirma que el origen y el valor de nuestros
conocimientos depende de nuestra experiencia. Señalaremos como principales caracteres del
empirismo los siguientes:

a) El origen del conocimiento es la experiencia. Negación de la existencia de cualquier


tipo de ideas innatas. Para el empirismo, el entendimiento humano es como una tabla
rasa, como un papel en blanco, en el que nada hay escrito antes de que la experiencia
empiece a escribir en él.
b) El conocimiento humano no es ilimitado, sino que la experiencia es su límite. Sólo el
conocimiento sensible nos puede poner en contacto con lo real y sólo la evidencia
sensible nos permite distinguir entre lo real y lo no real, entre lo verdadero y lo falso.
c) Hay que rechazar como ilegítimo cualquier contenido que no tenga un correlato previo
en la experiencia.

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III. DESCARTES

Descartes, considerado un ilustre filósofo, matemático y físico, pretendió hacer de la filosofía


un saber universalmente válido. Es considerado el padre de la Filosofía Moderna e iniciador
del racionalismo, corriente filosófica que, juntamente con el empirismo, constituye uno de los
dos grandes movimientos filosóficos de la primera etapa de la Filosofía Moderna.

III.1. VIDA

Renato Descartes (1596-1650), nació el 31 de marzo de 1596 en La Haye, ciudad de la Turena


francesa. Su apellido era en realidad des Cartes, de ahí "cartesiano/a". Su familia gozaba de
buena posición económica, siendo su padre consejero del Parlamento de Rennes. Se educó en
el colegio de los Jesuitas de la Flèche, donde permaneció desde 1604 a 1612, niño prodigo (su
padre le llamaba "mon petit philofophe". En 1618 se alistó en los ejércitos del príncipe de
Nasau que participaban en la Guerra de los Treinta Años, combatiendo a favor de los
protestantes. En 1622 volvió a Francia, vende sus propiedades por las que obtuvo dinero para
poder vivir el resto de su vida sin preocupaciones económicas y en los años siguientes viajó
por Suiza e Italia. En 1628 fijó su residencia en Holanda que era entonces el país de la libertad
y de la tolerancia filosófica y religiosa. En 1649, cuando pensaba retirarse a Francia, invitado
por la Reina Cristina de Suecia para que la instruyera en su filosofía, se trasladó a Estocolmo,
donde impartía las clases a las cinco de la mañana, y una mañana de febrero de 1650 el
filósofo, al dejar el palacio, cogió una pulmonía que le llevó a la muerte.

III.2. OBRA

La producción filosófica y científica de Descartes es extraordinaria, en cantidad y calidad:

a) Como obras filosóficas citaremos: "Discurso del método", "Meditaciones metafísicas",


"Las reglas para la dirección del espíritu", "Los principios de Filosofía", "Las pasiones
del alma" y "Sobre el hombre".
b) Como obras científicas citaremos: "Dióptrica", "Los Meteoros", "La Geometría" y
"Tratado del mundo o de la luz".

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III.3. RAZÓN Y MÉTODO

Descartes pretende crear una filosofía nueva de validez universal, para ello
prescinde de todos los sistemas filosóficos anteriores. Está convencido de que el
fracaso de los filósofos anteriores no se debe a la incapacidad de la Razón sino a la
utilización de un método inadecuado. Encuentra en el saber matemático el
paradigma de método buscado que nos puede llevar a la verdad absoluta sin
posibilidad de error. Está convencido de la certeza, la claridad y seguridad de las
matemáticas y quiere emplear en la construcción de su filosofía el método
matemático, de tal modo que le permita llegar, por medio de la deducción y a partir
de una verdad cierta, a un sistema de verdades seguras y ciertas.

III.3.1. UNIDAD DEL SABER Y DE LA RAZÓN

El objetivo fundamental de Descartes fue el logro de la verdad filosófica mediante el uso de la


razón. Descartes quería desarrollar un sistema de proposiciones verdaderas en el que no se
diese por supuesto nada que no fuera evidente por sí mismo e indudable.

Descartes quería encontrar y aplicar el método adecuado para la búsqueda de la verdad, un


método que le capacitaría para demostrar verdades en un orden racional y sistemático, es
decir, verdades ordenadas de tal modo que la mente pase de verdades fundamentales
evidentes por sí mismas a otras verdades evidentes implicadas por las primeras. Su objetivo no
era tanto producir una nueva filosofía, por lo que hace al contenido de ésta, cuanto producir
una filosofía cierta y bien ordenada.

Solamente hay una clase de conocimiento, el conocimiento cierto y evidente. Y en definitiva


no hay más que una ciencia, las diversas ramas del saber, o, mejor dicho, ramas conectadas de
una sola ciencia, que se identifica con la sabiduría humana. Esta concepción unitaria del saber
proviene de una concepción unitaria de la razón. La sabiduría (bona mens) es única porque la
razón es única: la razón que distingue lo verdadero de lo falso, lo conveniente de lo
inconveniente, la razón que se aplica al conocimiento teórico de la verdad y al ordenamiento
práctico de la conducta, es una y la misma. Puesto que la razón, la inteligencia, es única,
interesa sobremanera conocer su estructura y su funcionamiento, para poder aplicarla
correctamente y, de este modo, alcanzar conocimientos verdaderos y provechosos.

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III.3.2. ESTRUCTURA DE LA RAZÓN Y EL MÉTODO

La segunda parte del Discurso del Método contiene las famosas cuatro reglas del método.

Junto a la famosa estufa de aquel invierno alemán de 1619, Descartes piensa que las únicas
obras realmente satisfactorias son fruto del trabajo de una persona. Con esto reafirma su
decisión de elaborar él sólo su ciencia universal. El objetivo fundamental de Descartes fue el
logro de la verdadera filosofía mediante el uso de la razón, desarrollar un sistema de
proposiciones verdaderas en el que no se diese por supuesto nada que no fuera evidente por
sí mismo e indudable.

Descartes rompió consciente y deliberadamente con el pasado. En primer lugar, determinó


comenzar desde el principio. por así decirlo, sin confiar en la autoridad de ningún filósofo
anterior. En segundo lugar, estaba resuelto a evitar aquella confusión de la claro y evidente
con lo que es solamente una conjetura más o menos probable, de la que acusaba a los
escolásticos. Para él sólo había un conocimiento válido: el conocimiento cierto. En tercer lugar,
Descartes se determina a alcanzar ideas claras y distintas y a trabajar solamente con ellas.

No es que Descartes se propusiera rechazar todo cuanto otros filósofos hubieran tenido por
verdadero. No dio por supuesto que fueran falsas todas las proposiciones enunciadas por los
filósofos anteriores, pero tendrían que ser redescubiertas, en el sentido de que su verdad
tendría que ser probada de un modo ordenado, procediendo ordenadamente desde las
proposiciones básicas e indubitables a las derivadas.

Descartes quería encontrar y aplicar el método adecuado para la búsqueda de la verdad, un


método que le capacitaría para demostrar verdades en un orden racional y sistemático,
independientemente de que antes hubieran sido conocidas o no. Su objetivo era producir una
filosofía cierta y bien ordenada.

Descartes define el método como conjunto de "reglas ciertas y fáciles que hacen imposible
para quien las observe exactamente tomar lo falso por verdadero, y sin ningún esfuerzo
mental inútil, sino aumentando siempre gradualmente su ciencia, le conducirán al
conocimiento verdadero de todo lo que es capaz de conocer". El método debe conducir de
una manera fácil y segura al hombre, no sólo al conocimiento verdadero, sino también, "al

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punto más alto" al que pueda llegar, esto es, al mismo tiempo, "al dominio del mundo y a la
prudencia de la vida".

Se nos dice que el método consiste en una serie de reglas, estas reglas se destinan a que se
empleen rectamente las capacidades naturales y la operaciones de la mente. Las operaciones
de la mente son dos: LA INTUICIÓN Y LA DEDUCCIÓN, dos operaciones mentales por las
cuales somos capaces de llegar al conocimiento de las cosas.

La INTUICIÓN se describe como "no el testimonio fluctuante de los sentidos, ni el juicio falaz
que resulta de la composición arbitraria de la imaginación, sino la concepción que aparece tan
sin esfuerzo y tan distintamente en una mente atenta y no nublada, que quedamos
completamente libres de duda en cuanto al objeto de nuestra comprensión. O, lo que es lo
mismo, la intuición es la concepción libre de dudas, de una mente atenta y no nublada, que
brota de la luz de la sola razón". Se entiende, pues, por intuición una actividad puramente
intelectual, un ver intelectual que es tan claro y distinto que no deja lugar a la duda.

La DEDUCCIÓN se describe como "toda inferencia necesaria a partir de otros hechos que son
conocidos con certeza".

Los primeros principios son dados por la sola intuición, mientras que las conclusiones remotas,
por el contrario son suministradas únicamente por la deducción.

Se dice que intuición y deducción son "dos métodos que son los caminos más seguros hacia el
conocimiento", pero intuición y deducción no son el método ya que éste consiste en reglas
para emplear correctamente aquellas dos operaciones mentales.

En la Segunda Parte del Discurso del Método se reducen a cuatro las reglas fundamentales del
método:

a) La primera es la EVIDENCIA: "el no aceptar jamás como verdadera cosa alguna sin
conocer con evidencia que lo era, es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y
la prevención y no comprender, en mis juicios, nada más que lo que se presentase a
mi espíritu tan clara y distintamente que no tuviese motivo alguno para ponerlo en
duda".

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La evidencia es contrapuesta por Descartes a la conjetura, que es aquello cuya verdad


no aparece a la mente de modo inmediato. El acto por el cual el alma llega a la
evidencia es la intuición.
La claridad y distinción constituyen los caracteres fundamentales de una idea
evidente. Se entiende por claridad la presencia y manifestación de la idea a la mente
que la considera, y por distinción la separación de todas las otras ideas, de modo que
no contenga nada que pertenezca a las demás.
Habrá que evitar dos vicios fundamentales en la búsqueda de la verdad: tomar por
verdadero lo que no lo es, y negarse a aceptar la verdad de lo que es evidente. Llama
Descartes a lo primero "precipitación" y a lo segundo "prevención". La precipitación
consiste en tomar por verdadero una idea que es confusa, no distinta. La prevención,
por el contrario, consistirá en negarse a aceptar una idea a pesar de ser clara y distinta.
b) La segunda regla es el ANÁLISIS. El método propiamente dicho comienza con la
segunda regla del Discurso que dice así: "Dividir cada una de las dificultades
(cuestiones) que examinare en tantas partes como fuere posible y en cuantas
requiriese su mejor solución". Se trata del método que Descartes llama más tarde
"método de análisis" o "de resolución". Consiste en descomponer los múltiples datos
del conocimiento en sus elementos simples. La división de las dificultades tendrá un
límite representado por lo que llama "naturalezas simples". La división tiene como
finalidad alcanzar tales "naturalezas simples". El análisis nos permite llegar a la
intuición de "naturalezas simples". Las "naturalezas simples" son, pues, los elementos
últimos a los que llega el proceso del análisis, y que son conocidos en ideas claras y
distintas.
Se dice que figura, extensión, movimiento, forman un grupo de naturalezas simples
materiales, en el sentido de que solamente se encuentran en los cuerpos. Pero hay
también un grupo de naturalezas simples "intelectuales" o espirituales, como la
existencia, la unidad, la duración.
Las naturalezas simples representan, también, el último término del análisis y el
primero de la síntesis. Una vez que se han alcanzado las naturalezas simples por medio
de la intuición, comienza a actuar la deducción.
c) la tercera regla es la SINTESIS. "Conducir ordenadamente mis pensamientos por los
objetos más simples de conocer, para ascender poco a poco, como por grados, hasta

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los conocimientos más complejos, suponiendo que haya un orden incluso entre los
objetos que naturalmente no se precedan los unos de los otros"
El orden presupuesto de esta manera es el orden de la deducción que es la otra
operación de la mente. La deducción "es la operación por la cual se infiere una cosa de
otra". Este ascenso deductivo nos permitirá llegar a las dificultades, que son
complejas. La regla del orden es para la deducción tan necesaria como las evidencia
para la intuición.
d) La cuarta regla es la ENUMERACIÓN. "Hacer en todo enumeraciones tan complejas y
revisiones tan generales que estemos seguros de no omitir nada". La enumeración
comprueba el análisis, la revisión comprueba la síntesis. El propósito de esta regla es
ponerse a cubierto de los errores provenientes de la debilidad de la memoria. Para
que no pueda filtrarse ningún error es necesario que el examen del tránsito de una
verdad a otra se haga por "un movimiento continuo y no interrumpido del
pensamiento", pues si la enumeración no es completa y se pasa por alto un error, se
pone en peligro la trabazón de los razonamientos y, por lo tanto, la certeza de la
conclusión.

III.4. LA DUDA Y LA PRIMERA VERDAD

En la Cuarta Parte, desde la duda total, absoluta sobre las cosas que conoce, Descartes saca
una primera verdad necesaria "pienso, luego existo". Desde esta primera verdad, saca su
criterio de verdad: "Toda cosa que concibe clara y distintamente es verdadera". Pasa luego a
la existencia de Dios y desde Éste a las demás cosas.

III. 4.1. LA DUDA METÓDICA

Descartes quiere llegar a distinguir lo verdadero de lo falso y poder encontrar así el


fundamento sólido de la certeza pensó que, como preliminar para poder llegar a la certeza
absoluta, era necesario dudar de todo aquello de lo que se pudiese dudar y tratar
provisionalmente como falso todo aquello de lo que se pudiera dudar.

La duda cartesiana es:

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a) Universal en el sentido de que se aplica universalmente a todo aquello que puede ser
dudado, es decir, a toda proposición acerca de cuya verdad sea posible la duda.
b) Metódica en el sentido de que es practicada no por amor a la duda misma, sino como
una etapa preliminar en la búsqueda de la certeza y en el cambio de lo falso a lo
verdadero, lo probable a lo cierto, lo dudoso a lo indudable. La duda es un instrumento
para alcanzar la verdad.
c) Provisional hasta que encuentre una verdad que sea absolutamente cierta.
d) Teorética en el sentido de que no debe extenderse a la conducta, esto es, al plano de
las creencias o comportamientos éticos, sólo alcanza al plano de la teoría o la reflexión
filosófica.

Lo que Descartes se propone es repensar la filosofía desde el principio y, para ello, es


necesario examinar todas sus opiniones sistemáticamente, con la esperanza de encontrar un
fundamento cierto y seguro sobre el cual construir; pero todo esto es asunto de reflexión
teorética.

¿Hasta dónde puedo extender la duda? Descartes sostiene que ningún grado o forma de
conocimiento se sustrae de la duda.

De lo primero que duda es de los datos de los sentidos. Duda del conocimiento sensible
porque ha observado que muchas veces los sentidos lo han engañado " y es prudente no fiarse
nunca por completo de quienes nos han engañado una vez".

Duda del mundo exterior. Puede objetarse que, aunque a veces me haya engañado acerca de
la naturaleza de objetos sensibles muy distantes o pequeños, hay verdaderamente muchos
ejemplos de percepciones sensibles en las que sería extravagante pensar que estoy, o puedo
estar, cometido a engaño. Por ejemplo, ¿Cómo puedo engañarme al pensar que este objeto es
mi cuerpo? No obstante, es concebible que "estemos dormidos, y que todas esas
particularidades, por ejemplo, que abrimos los ojos, movemos la cabeza, extendemos las
manos, e incluso, quizá, que tenemos esas manos, no sean verdaderas.

Duda de los propios razonamientos. Es posible dudar incluso de las proposiciones de las
matemáticas. Hay conocimientos que son verdaderos, tanto en el sueño como en la vigilia,
como los conocimientos matemáticos, pero tampoco éstos se sustraen a la duda porque
también su certeza puede ser ilusoria.
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Duda de sí mismo. Puedo suponer que "algún genio maligno, tan poderoso como engañador,
haya empleado todas sus energías en engañarme". En otras palabras, puedo haber sido
constituido de tal manera que me engañe incluso al pensar que son verdaderas aquellas
proposiciones que inevitablemente me parecen ciertas.

Descartes está dispuesto a descartar como dudosas o tratar provisionalmente como falsas no
solamente todas las proposiciones concernientes a la existencia y naturaleza de las cosas
materiales sino también los principios y demostraciones de las ciencias matemáticas que le
habían parecido modelo de claridad y certeza. En este sentido, como ya hemos dicho, la duda
cartesiana es universal, ya que ninguna proposición, por evidente que pueda parecer su
verdad, debería ser exceptuada de aquella.

Pero precisamente en el carácter radical de esta duda se presenta el principio de una primera
verdad. Se trata de una proposición absolutamente cierta e indudable.

III. 4.2. LA PRIMERA VERDAD Y EL CRITERIO DE VERDAD

Puedo suponer que no existe Dios, ni el cielo, ni los cuerpos, y que yo mismo no tengo cuerpo.
Pero para engañarme o ser engañado, para dudar y para admitir que todo es falso, es
menester necesariamente que yo que pienso sea algo y no nada. La proposición "pienso,
luego existo" es absolutamente verdadera, porque la misma duda la confirma. Toda duda,
suposición o engaño, supondrá siempre que yo que dudo, supongo o me engaño, existo. La
afirmación yo existo será por tanto, verdadera siempre que la conciba en mi espíritu. Esta
primera verdad cartesiana, no sólo es una primera verdad indudable, sino también el punto de
arranque de toda su filosofía. Puedo dudar de lo que veo, imagino o pienso, pero no puedo
dudar que lo estoy pensando y que, para pensarlo, tengo que existir. No se trata de una
conclusión de un silogismo, sino de una verdad inmediata e intuitiva, captada por una simple
inspección del espíritu, existo como ser pensante que pienso.

Mi existencia como sujeto pensante no es solo la primera verdad y la primera certeza: es


también el prototipo de toda verdad y de toda certeza. ¿Por qué la existencia del sujeto
pensante es absolutamente indubitable? porque se percibe con toda claridad y distinción. De
aquí deduce Descartes su criterio de certeza: todo cuanto perciba con igual claridad y
distinción será verdadero y, por tanto, podrá afirmarse con inquebrantable certeza. Soy una
cosa que piensa, es decir, un espíritu, un entendimiento o una razón. Soy una cosa que piensa,
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es decir, una cosa que duda, entiende, concibe, afirma, niega, quiere y también, imagina y
siente. Puede que las cosas que afirmo niego, quiero o siento, no sean nada; pero lo que no
puede dejar de ser cierto es que yo pienso que quiero, pienso que siento, etc; y ese yo, que
piensa todas esas cosas, es imposible que no sea nada. Así, pues, Descartes ha hallado la
existencia del yo y la naturaleza de ese yo como cosa pensante.

III.5. LA EXISTENCIA DE DIOS. LAS IDEAS

Después de descubrir la primera verdad evidente (clara y distinta), "pienso, luego


existo", el yo como pensamiento, Descartes se plantea el problema de la existencia
de Dios, a partir de la única verdad que posee, de la certeza de la propia
existencia como cosa pensante, es decir, de un ser que tiene ideas, va a
descubrir la segunda verdad, la existencia de Dios.

Hasta ahora sólo estoy seguro de mi existencia, pero mi existencia es la de un ser que piensa,
es decir, de un ser que tiene ideas. Descartes utiliza el término idea para indicar cualquier
objeto del pensamiento en general. Descartes define la idea como "la forma de un
pensamiento, por la inmediata percepción de la cual soy consciente de ese pensamiento".
Esto significa que la idea expresa el carácter fundamental del pensamiento por el cual el
pensamiento tiene conciencia de sí mismo de una manera inmediata. Toda idea posee en
primer lugar una realidad como acto del pensamiento, y esta realidad es puramente subjetiva
o mental. Pero, en segundo lugar, tiene también una realidad que Descartes llama
escolásticamente objetiva, en cuanto representa un objeto, en este sentido las ideas son
"cuadros" o "imágenes" de las cosas. El cogito me da la seguridad de que las ideas existen en
mi pensamiento como actos del mismo, ya que forma parte de mi como sujeto pensante, pero
no me dan la seguridad del valor real de su contenido objetivo, esto es, no me dicen los
objetos que representan, subsisten o no en la realidad. Tengo certeza de que existen en mi las
ideas de cielo, tierra, los astros, etc., pero no tengo certeza de que existan las cosas
correspondientes fuera de mi pensamiento. Este es el problema que se presenta a la
investigación cartesiana.

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Entre las ideas hay algunas que parecen haber nacido conmigo (innatas), otras que vienen de
fuera (adventicias) y otras inventadas por mi (facticias). Desde el punto de vista subjetivo,
esto es, como actos de la mente no hay ninguna diferencia entre ellas, pero si se consideran
desde el punto de vista de su realidad objetiva, o sea, de las cosas que representan o de que
son imágenes, son muy diferentes.

Se pueden analizar las Ideas desde este punto de vista objetivo para descubrir la causa que las
produce. "Es manifiesto por la luz natural que tiene que haber al menos tanta realidad en la
causa eficiente y total como en su efecto... Aquello que es más perfecto, es decir, que tiene
más realidad en sí mismo, no puede proceder de lo menos perfecto". Las ideas representan a
otros hombres o cosas naturales, no contienen nada tan perfecto que no pueda ser producido
por mí. Las ideas de sustancia o duración, podrían haber sido derivadas de la idea que tengo de
mí mismo. Pero por lo que se refiere a la idea de Dios, esto es, a una sustancia infinita, eterna,
omnipotente y creadora, es difícil suponer que la pueda haber creado yo mismo. "Por la
palabra Dios entiendo una sustancia que es infinita, independiente, omnisciente,
todopoderosa, y por la cual yo mismo, y todo lo demás, si es que algo más existe, hemos sido
creados". Si examinamos esos atributos o características, veo que las ideas de éstos no pueden
haber sido producidos por mí mismo en cuanto no poseo ninguna de las perfecciones que
están presentes en esa idea. Sólo una substancia verdaderamente infinita puede ser la causa
de la idea de un Ser Infinito que encuentro en mi por lo tanto Dios existe. Esta prueba de la
existencia de Dios se funda únicamente en la naturaleza que Descartes atribuye a las ideas.

En segundo lugar, puedo llegar a reconocer la existencia de Dios, según Descartes, por la
misma consideración de la finitud de mi yo. Yo soy finito e imperfecto, como se demuestra por
el hecho de que dudo. Pero si fuera causa de mí mismo me habría dado las perfecciones que
concibo y que están precisamente contenidas en la idea de Dios. Es, pues, evidente que no me
he creado a mí mismo ya que en tal caso no carecería de perfección alguna y me habría dado
las perfecciones de que tengo idea, y que me parecería a Dios, es fácil demostrar que yo haya
existido siempre, por lo que ha debido crearme un ser que tiene todas las perfecciones cuya
simple idea yo poseo. El punto de partida de esta segunda prueba de la existencia de Dios está
fundada en el reconocimiento por parte del hombre de su propia limitación.

Descartes ofrece una tercera prueba de la existencia de Dios, se trata del famoso "argumento
ontológico". Tengo la idea de un ser sumamente perfecto. Es imposible concebir a Dios sin su

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existencia, es decir, concebir un ser sumamente perfecto sin una de las perfecciones, ya que,
según él, la existencia es una perfección. "... encuentro manifiestamente que es tan imposible
separar de la esencia de Dios su existencia, como de la esencia de un triángulo rectilíneo el que
la magnitud de sus tres ángulos sea igual a dos rectos... de suerte que no hay ser sumamente
perfecto a quien faltare la existencia, esto es, a quien faltare una perfección..." (MED. Quinta)

Una vez reconocida la existencia de Dios, el criterio de la evidencia encuentra su última


garantía, Dios, por su perfección, no puede engañarme: la facultad del juicio que he recibido
de Él no puede ser tal que me induzca a error, si se emplea rectamente, lo que quita toda
posibilidad de duda sobre todos los conocimientos que se presentan al hombre como
evidentes. La primera y fundamental función que Descartes reconoce en Dios es la de ser
principio y garantía de toda verdad. El Dios de Descartes, nada tiene que ver con el Dios
cristiano, es simplemente el autor de las verdades geométricas y del orden del mundo.

III.6. LA EXISTENCIA DE LAS COSAS MATERIALES

Demostrada la existencia del yo pensante y la existencia de Dios, falta ahora


demostrar la existencia de las cosas materiales.

Hasta ahora solamente nos hemos asegurado de la verdad de dos proposiciones


existenciales, "yo existo" y "Dios existe". Por otra parte veo que nada pertenece a
mi esencia (según la primera verdad "pienso, luego existo") excepto que soy una
cosa pensante e inextensa, mientras que por otra parte, tengo una idea clara y
distinta del cuerpo como una cosa extensa y no-pensante. De ahí se sigue que "ese
yo (es decir, mi alma) es entera y absolutamente distinto de mi cuerpo, y puede
existir sin éste".

En todo caso, mi existencia como ser pensante no prueba por sí misma la


existencia de mi cuerpo, para no hablar ya de otros cuerpos. Pero encuentro en mí
mismo ciertas facultades y actividades, como el poder de cambiar de posición y de
movimiento local en general, que claramente implican la existencia de una
sustancia corpórea o extensa, el cuerpo. Además hay en mí la facultad pasiva de

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recibir o sentir las ideas de las cosas sensibles que no presupone el pensamiento
por lo que tiene que existir en alguna sustancia distinta de sí mismo, considerado
como una cosa pensante e inextensa. Por otra parte, en la medida en que recibo
impresiones, a veces en contra de mi voluntad, estoy inevitablemente inclinado a
creer que vienen a mí desde cuerpos distintos del mío. Y puesto que Dios, que no es
engañador, me ha dado "una grandísima inclinación a creer que aquellas
(impresiones o "ideas" sensibles) me son transmitidas por objetos corpóreos, no
veo cómo se le podría defender de la acusación de engaño si aquellas ideas fueran
producidas por causas que no fuesen objetos corpóreos. En consecuencia, hemos
de admitir que existen objetos corpóreos.

La argumentación consiste en que recibimos impresiones o "ideas", y que, como


Dios ha implantado en nosotros una inclinación natural a atribuirlas a la actividad
de causas materiales externas, éstas tienen que existir. Por todo lo cual hay que
concluir que las cosas corporales existen. Es preciso reconocer que hay una
sustancia o realidad extensa que tiene caracteres diversos de aquella sustancia
pensante que soy yo mismo: sustancia divisible, porque es extensa mientras el
espíritu es indivisible y no tiene partes.

III.7. LA TEORÍA DE LAS TRES SUSTANCIAS

Partiendo de la duda, Descartes encuentra la primera verdad de su filosofía, la


existencia del yo como sujeto pensante, se trata de una sustancia cuya total esencia
o naturaleza es pensar, de esta primera verdad deduce la existencia de Dios, a
partir de la existencia de Dios, va a demostrar la existencia del mundo extenso.
Vemos, pues, que Descartes distingue tres esferas o ámbitos de la realidad:

a) Res cogitans ( el yo o sustancia pensante): sólo soy un pensamiento, una


cosa que piensa, una sustancia pensante, una cosa que existe de tal manera
que no necesita de otra cosa para existir. Mi pensar no necesita del cuerpo
para existir. De esta forma, el atributo principal (propiedad esencial que es

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inseparable de la sustancia y que constituye su esencia o naturaleza) de esta


sustancia es el pensamiento.
b) Res infinita (dios o sustancia infinita): el ser pensante que piensa, duda, es
imperfecto (más perfecto sería no dudar), y esta imperfección reclama un
ser perfecto, infinito, y este es Dios. Su atributo es la perfección.
c) Res extensa (los cuerpos o sustancias extensas) ese ser pensante tiene
cuerpo y todo ser corpóreo tiene extensión, longitud. Su atributo es la
extensión.

Tal como proceden los matemáticos, construye una definición de sustancia " a
priori". Así, afirma en su obra Principios I,51, "cuando concebimos la sustancia,
concebimos solamente una cosa de tal manera que no tiene necesidad sino de sí
misma para existir". La sustancia es, pues, "una cosa que existe de tal manera que
no necesita de otra cosa para existir". En sentido estricto, sólo la sustancia divina o
infinita, Dios (cumple perfectamente la definición), pero en sentido lato, Descartes
admite la existencia de otras dos sustancias, creadas y finitas, el cuerpo y la mente
(substancia finita extensa sive corpus y substancia finita cogitans sive mens, que
no necesitan de nada para existir, salvo la sustancia infinita).

A cada sustancia corresponde un atributo principal o propiedad esencial, como


hemos visto anteriormente. Las sustancias finitas tienen una serie de propiedades
accidentales o modos (atributos no esenciales), en la sustancia corpórea son
modos, la posición, la figura y el movimiento; en la sustancia mental son modos el
amar, el odiar, el juzgar o el querer.

III.7.1. LA SUSTANCIA PENSANTE O "RES COGITANS". EL HOMBRE

Yo estoy cierto de que existo, pero sólo en la medida en que pienso. Al mismo tiempo de que
estoy seguro de mi pensamiento, dudo de que exista mi cuerpo (el cuerpo lo percibo por los
sentidos, y me puede engañar). De lo único que estoy cierto es de que yo pienso. Pero aquello
de lo que dudo (mi cuerpo) no puede ser lo mismo que aquello de lo que no dudo (mi
pensamiento). Por tanto, pensamiento y cuerpo son pensados como cosas distintas. El
pensamiento no solo es distinto del cuerpo, sino que existe aunque no exista el cuerpo (del

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cuerpo dudo, y por tanto a lo mejor no existe, pero mi pensamiento existe sin que yo pueda
dudar de él); es decir, no necesita del cuerpo para existir; es por tanto una sustancia. En su
obra "Meditaciones metafísicas" 6ª, afirma "Puesto que, por una parte, tengo una idea clara y
distinta de mi mismo, en cuanto que yo soy sólo una cosa que piensa -y no pensante-, es cierto
entonces que ese yo (es decir, mi alma, por la cual soy lo que soy), es enteramente distinto de
mi cuerpo, y que puedo existir sin él". A la sustancia pensante llamamos alma; por tanto existe
el alma, independiente del cuerpo.

Esta independencia del alma respecto al cuerpo trata de salvarla Descartes para defender la
libertad del hombre. Por una parte la concepción mecanicista del mundo de la materia
cartesiana no deja espacio para la libertad y, por otra, todos los valores espirituales del
hombre que Descartes trata de defender, no se pueden defender si no es liberando el alma del
mundo, de la concepción mecanicista del mundo. La autonomía y la independencia del alma y
del cuerpo es una idea central en la filosofía cartesiana. La independencia de las sustancias
plantea a Descartes el problema de la comunicación de las sustancias que será un problema
para todos los racionalistas.

Cuerpo y alma son dos sustancias separadas que pueden existir la una sin la otra. Según
Descartes, se trata de sustancias distintas, independientes y separadas, sin embargo, están
unidas, hay un "yo" que las une. El mismo yo que piensa, es el que sufre, el que habla, el que
crece, el que muere... Esa unidad, por una parte, es accidental, dada la independencia entre
ambas no puede haber una unión sustancial a la manera aristotélica (materia-forma) sino de
corte platónico, la relación de la mente al cuerpo es análoga a la que hay entre el piloto y la
nave; por otra parte la experiencia indica una unidad íntima entre cuerpo y alma, pues, la
misma realidad que piensa es la que siente... ¿Cómo se establece esa unión? Dicha unión se
verifica en el cerebro, concretamente en la glándula pineal y a través de la misma se hace
posible la acción mutua de uno sobre el otro, originándose una doble circulación hacia el alma
y hacia el cuerpo.

Distingue en el alma acciones y pasiones, las acciones dependen de la voluntad, las pasiones
son involuntarias y están constituidas por las percepciones, sentimientos o emociones
causadas por las percepciones, sentimientos o emociones causadas en el alma por los espíritus
vitales.

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Tristeza y alegría son las dos pasiones fundamentales. El hombre sede guiarse no por las
pasiones sino por la razón y en este dominio sobre las pasiones consiste la prudencia.

III.7.2. LA SUSTANCIA INFINITA. DIOS

Descubierta la primera verdad, "pienso luego existo" se plantea la existencia de Dios y la


demuestra deductivamente mediante tres pruebas.

1. A partir del origen y contenido de la idea de Dios: La idea de Dios, esto es, de una
sustancia infinita, eterna, omnipotente y creadora, es difícil suponer que la pueda
haber creado yo mismo. "Por la palabra Dios entiendo una sustancia que es infinita,
independiente, omnisciente, todopoderosa, y por la cual yo mismo, y todo lo demás, si
es que algo más existe, hemos sido creados". Si examinamos esos atributos o
características, veo que las ideas de éstos no pueden haber sido producidos por mi
mismo en cuanto no poseo ninguna de las perfecciones que están presentes en esa
idea. Sólo una sustancia verdaderamente infinita puede ser la causa de la idea de un
Ser Infinito que encuentro en mí por lo tanto Dios existe. Esta prueba de la existencia
de Dios se funda únicamente en la naturaleza que Descartes atribuye a las ideas.
2. A partir de la causa de mi propia existencia finita: Yo soy finito e imperfecto, como se
demuestra por el hecho de que dudo. Pero si fuera causa de mí mismo me habría dado
las perfecciones que concibo y que están precisamente contenidas en la idea de Dios.
Es, pues, evidente que no me he creado a mí mismo ya que en tal caso no carecería de
perfección alguna y me habría dado todas las perfecciones de que tengo idea, y que
me parecería a Dios, es fácil demostrar que yo haya existido siempre, por lo que ha
debido crearme un ser que tiene todas las perfecciones cuya simple idea yo poseo. El
punto de partida de esta segunda prueba de la existencia de Dios está fundada en el
reconocimiento por parte del hombre de su propia limitación.
3. El argumento ontológico: Tengo la idea de un ser sumamente perfecto. Es imposible
concebir a Dios sin su existencia, es decir, concebir un ser sumamente perfecto sin una
de las perfecciones, ya que, según él, la existencia es una perfección. "... encuentro
manifiestamente que es tan imposible separar de la esencia de Dios su existencia,
como de la esencia de un triángulo rectilíneo el que la magnitud de sus tres ángulos
sea igual a dos rectos... de suerte que no hay ser sumamente perfecto a quien faltare
la existencia, esto es, a quien faltare una perfección..." (MED. Quinta)

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Este Dios cuya existencia se da por demostrada, tiene una naturaleza perfecta, por lo que no
puede ser engañador de ninguna manera. Dios posee todas las perfecciones en grado sumo,
por lo tanto, la veracidad. Pretender engañar no es un signo de potencia, sino de debilidad, de
malicia, de imperfección, y por tanto, no puede admitirse en Dios dicha voluntad de engaño.

La perfección es el atributo fundamental de la sustancia divina. La infinitud, la eternidad, la


inmutabilidad, la omnisciencia y la simplicidad son perfecciones divinas y que no encontramos
en las criaturas. Por otro lado, éstas dependen del poder divino y no pueden subsistir sin Él.

La existencia de un Dios Perfecto y Veraz es una pieza clave en el sistema de Descartes,


reconocida la existencia de Dios a partir de mi yo pensante, el criterio de la evidencia
encuentra su garantía última; Dios es el principio y garante de toda la verdad clara y distinta.

III.7.3. LA SUSTANCIA EXTENSA. EL MUNDO CORPÓREO

Dios, la sustancia infinita, garantiza la capacidad de la razón humana para encontrar la verdad,
siempre que utilice el método racional adecuado. Descartes ya puede abordar su tercer
propósito: demostrar la fecundidad del método, cuyos preceptos y reglas ha formulado, en
todos los campos del saber, y, en concreto, en el dominio del saber científico.

En la medida en que recibo impresiones, a veces en contra de mi voluntad, estoy


inevitablemente inclinado a creer que vienen a mí desde cuerpos distintos del mío.
Y puesto que Dios, que no es engañador, me ha dado "una grandísima inclinación a
creer que aquellas (impresiones o "ideas" sensibles) me son transmitidas por
objetos corpóreos, no veo cómo se le podría defender de la acusación de engaño si
aquellas ideas fueran producidas por causas que no fuesen objetos corpóreos. En
consecuencia, hemos de admitir que existen objetos corpóreos. La argumentación
consiste en que recibimos impresiones o "ideas", y que, como Dios ha implantado
en nosotros una inclinación natural a atribuirlas a la actividad de causas materiales
externas, éstas tienen que existir. Por todo lo cual hay que concluir que las cosas
corporales existen. Es preciso reconocer que hay una sustancia o realidad extensa
que tiene caracteres diversos de aquella sustancia pensante que soy yo mismo:
sustancia divisible, porque es extensa mientras el espíritu es indivisible y no tiene
partes.

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La sustancia corpórea tiene un sólo carácter fundamental que es la extensión, la


extensión es su único atributo o esencia. "Así, la extensión en longitud, anchura y
profundidad, constituyen la naturaleza de la sustancia corpórea". Los modos
propios del cuerpo son dos: la figura y el movimiento (y reposo). Elimina de los
cuerpos las llamadas cualidades secundarias, tales como el color, el olor, el sabor,
etc., que para él son meras afecciones del sujeto cognoscente, pero sin que tengan
existencia real. La reducción cartesiana de corporeidad a la extensión es el
fundamento del seguro mecanicismo que domina toda la física cartesiana. Todas
las propiedades de la materia se reducen a su divisibilidad en partes y a la
movilidad de estas partes. Un cuerpo queda reducido a un esquema geométrico, a
un conjunto de líneas que encierran y determinan su volumen. Es el imperio del
"ordo geometricus".

La materia, definida esencialmente como extensión geométrica, se divide en


innumerables átomos materiales, que chocan entre sí y dan lugar a los diversos
cuerpos, que no son más que diversas combinaciones de átomos, que conservan y
transmiten el movimiento.

El mecanicismo cartesiano se extiende tanto a los cuerpos inorgánicos: las plantas,


los animales e incluso el mismo cuerpo humano son máquinas, que se rigen por las
leyes universales y necesarias del movimiento. Descartes reduce los fenómenos
biológicos a fenómenos físicos, los animales actúan como máquinas, son como un
reloj que está compuesto solamente de ruedas y peas. Lo único que escapará a la
algebraización del movimiento será el acto creador de Dios, por el cual se creará la
"res extensa" junto con la cantidad del movimiento existente en el universo,
cantidad del movimiento se mantiene invariable.

Las leyes fundamentales de la Física mecánica cartesiana son:

 Principio de inercia: Todos los cuerpos que están en movimiento continúan


moviéndose hasta que su movimiento es detenido por otros cuerpos.
 Dirección del movimiento: Todo cuerpo en movimiento tiende a moverse
en línea recta.

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 La conservación del movimiento, que permanece constante en el choque de


los cuerpos.

La causa última del movimiento: Dios es la causa primera del movimiento que lo ha
introducido en la materia inerte. La cantidad de movimiento de todos los cuerpos
del universo es constante.

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CUESTIONARIO:

1. ¿Cuál es el contexto histórico y la situación personal en la que Descartes descubre su


método?

2. ¿Qué ideas o pensamientos rondan en su mente?

3. Qué meta persigue Descartes cuando decide rechazar las opiniones y enseñanzas recibidas
hasta el momento?

4. Descartes, que defiende una revolución en el campo del conocimiento de la ciencia, la


rechaza en lo referente al campo del conocimiento político ¿por qué?

5. ¿Cómo justifica Descartes su actitud de duda metódica? ¿Qué razones alega? ¿Qué
precauciones adopta?

6. ¿Por qué critica la Lógica tradicional? ¿Qué críticas hace a los geómetras y al álgebra?

7. ¿Qué clase de método busca Descartes? ¿Qué reglas establece?

8. ¿Qué ventajas ofrece este método?

9. La duda metódica: expón los distintos niveles y las razones para dudar en cada caso.

10. ¿Cuál es la primera verdad absolutamente cierta y el primer principio de la filosofía


cartesiana?

11. ¿Cuál es la naturaleza del "yo"? ¿Qué es el alma?

12. ¿Qué criterio de verdad (o regla general) adopta Descartes para determinar cuándo una
proposición es verdadera o falsa?

13. ¿Cómo demuestra Descartes la existencia de Dios?

14. ¿Cómo concibe a Dios? ¿Qué atributos posee?

15. ¿Qué papel desempeña Dios en el problema del método?

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CONTEXTO HISTÓRICO- CULTURAL Y FILOSÓFICO DE DESCARTES

El texto pertenece al Discurso del Método, obra escrita por René Descartes (1596-1650) y
publicada el año 1637. Descartes, padre de la Filosofía Moderna e iniciador del racionalismo,
es un ilustre filósofo, matemático y físico, pero, sobre todo, un apasionado filósofo que
pretendió hacer de la filosofía un saber universalmente válido inspirado en el proceder de las
matemáticas.

Contexto histórico-cultural:

La vida de Descartes se desarrolla a lo largo de la primera mitad del siglo XVII, siglo que se
caracteriza por ser la época del Absolutismo, la Contrarreforma y el triunfo de la nueva ciencia.

a) El absolutismo representa el triunfo final del monarca frente a la nobleza, quien


concentra en él todos los poderes (legislativo, ejecutivo y judicial). Sociológicamente el
absolutismo implica una serie de privilegios concedidos a unos pocos que son los que
poseen las riquezas los honores, y en los cuales se apoya el soberano para ejercer el
poder absoluto. En este ambiente de luchas sucede la Guerra de las Treinta años
(1618-1648) en la que toma parte Descartes y que se inicia como una guerra entre
católicos y protestantes de Alemana y acaba siendo una contienda a nivel europeo.
b) La Contrarreforma es un movimiento de la Iglesia católica durante el siglo XVII (frente
a la Reforma Protestante iniciada por Lutero en 1517) que tiene como hechos más
significativos: la Reforma del Carmelo con Sta. Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, la
fundación de la Compañía de Jesús por San Ignacio en 1540 (en Francia, donde se
educó Descartes, los jesuitas ejercen una notable influencia religiosa e intelectual) y el
Concilio de Trento entre los años 1545 y 1563. La Inquisición, la institución que tiene
sus orígenes en el siglo XIII sigue actuando en esta época, ejerciendo una fuerte
coacción contra la libertad de pensamiento.
c) El triunfo de la ciencia moderna: Los grandes descubrimientos científicos del siglo XVI y
la aplicación de la matemática a todo el pensamiento científico y filosófico van a tener
un nuevo paradigma científico, el paradigma mecanicista, sobre el que levantó el
edificio de la ciencia moderna. La nueva ciencia y un nuevo método científico
experimental relegarán definitivamente las teorías aristotélicas que habían
prevalecido durante siglos. Junto a ello, señalar que el pensamiento humanista del
Renacimiento había preparado las bases para la proclamación de la autonomía de la

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razón al romper con el teocentrismo característico de la época medieval. Todo esto, el


mecanicismo, la importancia de las matemáticas y la autonomía de la razón, tendrá
una gran repercusión en el pensamiento cartesiano.

Además de lo dicho, en el terreno del arte se produce el “Barroco” que se caracteriza por la
proliferación de formas llenas de contrastes, a diferencia del arte renacentista. Se pretende
mostrar lo inestable, lo mutable de la realidad, la condición fugaz de todo lo existente (“carpe
diem”). El teatro es el símbolo literario más importante de la época y en él aparece uno de los
temas barrocos más importantes: la posibilidad de confundir la vigilia con el sueño, idea que
aparece también en la obra de Descartes.

Contexto filosófico:

Descartes es el iniciador del racionalismo que junto al empirismo, constituyen los dos grandes
movimientos filosóficos de la Filosofía Moderna. El pensamiento moderno trajo la afirmación
radical de la autonomía absoluta de la filosofía y de la razón. La razón se constituye en
principio supremo, no sometido a ninguna instancia ajena a ella misma desde la cual se
fundamenta el conocimiento, y pretende responder a las cuestiones filosóficas supremas
acerca del Hombre, la Sociedad, y la Historia, igualmente desde la razón se busca la ordenación
racional de la vida y de la sociedad. No obstante, en él resuenan ecos de algunos filósofos
medievales: De S. Agustín, del que recibe la inspiración en el procedimiento de la duda como
medio para llegar a la certeza superando el escepticismo; la existencia de ideas innatas; el
“cógito” como certeza fundamental o la prueba de la existencia de Dios por la idea innata de lo
infinito, Etc.. De S. Anselmo tiene, al parecer, también influencia en su demostración de la
existencia de Dios (argumento ontológico).

El racionalismo es la corriente filosófica que se desarrolla a lo largo del siglo XVII en el


continente europeo y que defiende que la razón es la única facultad que puede conducir al
hombre al conocimiento de la verdad y que se caracteriza por: a) la exaltación de la razón, b) la
depreciación del conocimiento sensible, c) la afirmación de la existencia de las ideas innatas, d)
la aspiración a la creación de una ciencia universal, de una filosofía universal, válida para todo
ser racional, e) la admiración por la Matemática, ciencia que se presentaba a los pensadores
racionalistas como el arquetipo de la sabiduría humana, ciencia segura, exacta, progresiva y

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universalmente válida. De ahí el deseo de los pensadores racionalistas de edificar una filosofía
con una estructura similar a la Matemática.

Descartes ha sido uno de los pensadores que ha ejercido una de las mayores influencias en la
historia de la filosofía, es el iniciador del pensamiento racionalista y su obra tiene una
repercusión definitiva en la filosofía moderna. Podemos citar a Malebranche, Espinosa y
Leibniz como autores racionalistas en los que Descartes influye directamente. Pero su
influencia no se redujo sólo a los círculos cartesianos y resto de los pensadores racionalistas
sino que llegó hasta los empiristas ingleses que, pese a rechazar casi todas sus conclusiones,
estaban profundamente afectados por sus puntos de vista. Una de las mayores influencias
consistió en emplear en el centro de la filosofía la cuestión epistemológica. Él fue el primero
que se preguntó no sólo cómo era el mundo, sino cómo podía conocer el mundo.

Podemos considerar que el objetivo fundamental de Descartes fue el logro de la verdad


filosófica mediante el uso exclusivo de la razón. Vitalmente, ese proyecto era apremiante, pues
la ruptura con el antiguo orden medieval había dejado al hombre sin un sistema de
coordenadas fiable desde el cual interpretar tanto la esencia de lo real en general, como la del
hombre en particular. Con el giro humanista del Renacimiento el nuevo orden había que
indagarlo desde el hombre, entendido como individuo, desde lo que la finitud humana pueda
establecer partiendo del esfuerzo de la reflexión. La respuesta cartesiana fue: ese criterio es la
razón.

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TEXTO DE DESCARTES

Discurso del método. II y IV (Trad. G. Quintas Alonso). Ed. Alfaguara.


Madrid. 1981, pp. 10-18, 24-30.

SEGUNDA PARTE

Me encontraba entonces en Alemania, país al que había sido atraído por el deseo de
conocer unas guerras que aún no habían finalizado. Cuando retornaba a la armada después de
haber presenciado la coronación del emperador, el inicio del invierno me obligó a detenerme
en un cuartel en el que, no encontrando conversación alguna que distrajera mi atención y, por
otra parte, no teniendo afortunadamente preocupaciones o pasiones que me inquietasen,
permanecía durante todo el día en una cálida habitación donde disfrutaba analizando mis
reflexiones. Una de las primeras fue la que me hacía percatarme de que frecuentemente no
existe tanta perfección en obras compuestas de muchos elementos y realizadas por diversos
maestros como existe en aquellas que han sido ejecutadas por uno solo.

Así, es fácil comprobar que los edificios emprendidos y construidos bajo la dirección de
un mismo arquitecto son generalmente más bellos y están mejor dispuestos que aquellos
otros que han sido reformados bajo la dirección de varios, sirviéndose para ellos de viejos
cimientos que habían sido levantados para otros fines. Así sucede con esas viejas ciudades
que, no habiendo sido en sus inicios sino pequeños burgos, han llegado a ser con el tiempo
grandes ciudades. Estas generalmente están muy mal trazadas si las comparamos con esas
otras ciudades que un ingeniero ha diseñado según le dictó su fantasía sobre una llanura. Pues
si bien considerando cada uno de los edificios aisladamente se encuentra tanta belleza artística
o aún más que en las ciudades trazadas por un ingeniero, sin embargo, al comprobar cómo sus
edificios están emplazados, uno pequeño junto a uno grande, y cómo sus calles son desiguales
y curvas, podría afirmarse que ha sido la casualidad y no el deseo de unos hombres regidos por
una razón la que ha dirigido el trazado de tales planos. Y si se considera que siempre han
existido oficiales encargados del cuidado de los edificios particulares, con el fin de que
contribuyan al ornato público, fácilmente se comprenderá cuán difícil es, trabajando sobre
otras realizadas por otros hombres, analizar algo perfecto. De igual modo, me imaginaba que
los pueblos que a partir de un estado semisalvaje han evolucionado paulatinamente hacia

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estados más civilizados, elaborando sus leyes en la medida en que se han visto obligados por
los crímenes y disputas que entre ellos surgían, no están políticamente tan organizados como
aquellos que desde el momento en que se han reunido han observado la constitución realizada
por un prudente legislador. Es igualmente cierto que el gobierno de la verdadera religión,
cuyas leyes han sido dadas únicamente por Dios, está incomparablemente mejor regulado que
cualquier otro. Pero, hablando solamente de los asuntos humanos, pienso que si Esparta fue
en otro tiempo muy floreciente no se debió a la bondad de cada una de sus leyes, pues
muchas eran verdaderamente extrañas y hasta contrarias a las buenas costumbres, sino a que
fueron elaboradas por un solo hombre, estando ordenadas a un mismo fin. De igual modo,
juzgaba que las ciencias expuestas en los libros, al menos aquellas cuyas razones solamente
son probables y que carecen de demostraciones, habiendo sido compuestas y
progresivamente engrosadas con las opiniones de muchas y diversas personas, no están tan
cerca de la verdad como los simples razonamientos que un hombre de buen sentido puede
naturalmente realizar en relación con aquellas cosas que se presentan. Y también pensaba que
es casi imposible que nuestros juicios puedan estar tan carentes de prejuicios o que puedan
ser tan sólidos como lo hubieran sido si desde nuestro nacimiento hubiésemos estado en
posesión del uso completo de nuestra razón y nos hubiéramos guiado exclusivamente por ella,
pues como todos hemos sido niños antes de llegar a ser hombres, ha sido preciso que
fuéramos gobernados durante años por nuestros apetitos y preceptores, cuando con
frecuencia los unos eran contrarios a los otros y, probablemente, ni los unos ni los otros nos
aconsejaban lo mejor.

Verdad es que jamás vemos que se derriben todas las casas de una villa con el único
propósito de reconstruirlas de modo distinto y de contribuir a un mayor embellecimiento de
sus calles; pero si se conoce que muchas personas ordenan el derribo de sus casas para
edificarlas de nuevo y también se sabe que en algunas ocasiones se ven obligadas a ello
cuando sus viviendas amenazan ruina y cuando sus cimientos no son firmes. Por semejanza
con esto me persuadía de que no sería razonable que alguien proyectase reformar un Estado,
modificando todo desde sus cimientos, y abatiéndolo para reordenarlo; sucede lo mismo con
el conjunto de las ciencias o con el orden establecido en las escuelas para enseñarlas. Pero en
relación con todas aquellas opiniones que hasta entonces habían sido creídas por mi, juzgaba
que no podía intentar algo mejor que emprender con sinceridad la supresión de las mismas,
bien para pasar a creer otras mejores o bien las mismas, pero después de que hubiesen sido

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ajustadas mediante el nivel de la razón. Llegué a creer con firmeza que de esta Forma acertaría
a dirigir mi vida mucho mejor que si me limitase a edificar sobre antiguos cimientos y me
apoyase solamente en aquellos principios de los que me había dejado persuadir durante mi
juventud sin haber llegado a examinar si eran verdaderos. Aunque me percatase de la
existencia de diversas dificultades relacionadas con este proyecto, pensaba, sin embargo, que
no eran insolubles ni comparables con aquellas que surgen al intentar la reforma de pequeños
asuntos públicos. Estos grandes cuerpos políticos difícilmente pueden ser erigidos de nuevo
cuando ya han caído, muy difícilmente pueden ser contenidos cuando han llegado a agrietarse
y sus caídas son necesariamente muy violentas. Además, en relación con sus imperfecciones, si
las tienen, como la sola diversidad que entre ellos existe es suficiente para asegurar que
bastantes la tienen, han sido sin duda alguna muy mitigadas por el uso; es más, por tal medio
se han evitado o corregido de modo gradual muchas a las que no se atendería de forma tan
adecuada mediante la prudencia humana. Finalmente, estas imperfecciones son casi siempre
más soportables para un pueblo habituado a ellas de lo que sería su cambio; acontece con esto
lo mismo que con los caminos reales: serpentean entre las montañas y poco a poco llegan a
estar tan lisos y a ser tan cómodos a fuerza de ser utilizados que es mucho mejor transitar por
ellos que intentar seguir el camino más recto, escalando rocas y descendiendo hasta los
precipicios.

Por ello no aprobaría en forma alguna esos caracteres ligeros e inquietos que no cesan
de idear constantemente alguna nueva reforma cuando no han sido llamados a la
administración de los asuntos públicos no por su nacimiento ni por su posición social. Y si
llegara a pensar que hubo la menor razón en este escrito por la que se me pudo suponer
partidario de esta locura, estaría muy enojado porque hubiese sido publicado. Mi deseo nunca
ha ido más lejos del intento de reformar mis propias opiniones y de construir sobre un
cimiento enteramente personal. Y si mi trabajo me ha llegado a complacer bastante, al ofrecer
aquí el ejemplo del mismo, no pretendo aconsejar a nadie que lo imite. Aquellos a los que Dios
ha distinguido con sus dones podrán tener proyectos más elevados, pero me temo, no
obstante, que éste resulte demasiado osado para muchos. La resolución de liberarse de todas
las opiniones anteriormente integradas dentro de nuestra creencia, no es una labor que deba
ser acometida por cada hombre. Por el contrario, el mundo parece estar compuesto
principalmente de dos tipos de personas para las cuales tal propósito no es adecuado en modo
alguno. Por una parte, aquellos que estimándose más capacitados de lo que en realidad son,

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no pueden impedir la precipitación en sus juicios ni logran concederse el tiempo necesario


para conducir ordenadamente sus pensamientos. Como consecuencia de tal defecto, si en una
ocasión se toman la libertad de dudar de los principios que han recibido, apartándose de la
senda común, jamás llegarán a encontrar el sendero necesario para avanzar más recto,
permaneciendo en el error durante toda su vida. Por otra parte están aquellos que, teniendo la
suficiente razón o modestia para apreciar que son menos capaces para distinguir lo verdadero
de lo falso que otros hombres por los que pueden ser instruidos, deben más bien contentarse
con seguir las opiniones de estos que intentar alcanzar por sí mismos otras mejores.

Sin duda alguna habría sido uno de estos últimos si no hubiera conocido más que un
solo maestro o no hubiera tenido noticia de las diferencias que siempre han existido entre las
opiniones de los más doctos. Pero habiendo conocido desde el colegio que no podría
imaginarse algo tan extraño y poco comprensible que no haya sido dicho por alguno de los
filósofos; habiendo tenido noticia por mis viajes de que todos aquellos cuyos sentimientos son
muy contrarios a los nuestros, no por ello deben ser juzgados como bárbaros o salvajes, sino
que muchos de entre ellos usan la razón tan adecuadamente o mejor que nosotros; habiendo
reflexionado sobre cuán diferente llegaría a ser un hombre que con su mismo ingenio fuese
criado desde su infancia entre franceses o alemanes en vez de haberlo sido entre chinos o
caníbales, y sobre todo cómo hasta en las modas de nuestros trajes observamos que lo que
nos ha gustado hace diez años y acaso vuelva a producirnos agrado dentro de otros diez,
puede, sin embargo, parecernos ridículo y extravagante en el momento presente, de modo
que más parece que son la costumbre y el ejemplo los que nos persuaden y no conocimiento
alguno cierto; habiendo considerado finalmente que la pluralidad de votos no vale en absoluto
para decidir sobre la verdad de cuestiones controvertibles, pues más verosímil es que solo un
hombre las descubra que todo un pueblo, no podía escoger persona alguna cuyas opiniones
me pareciesen que debían ser preferidas a las de otra y me encontraba por todo ello obligado
a emprender por mi mismo la tarea de conducirme.

Pero al igual que un hombre que camina solo y en la oscuridad, tomé la resolución de
avanzar tan lentamente y de usar tal circunspección en todas las cosas que aunque avanzase
muy poco, al menos me cuidaría al máximo de caer. Por otra parte, no quise comenzar a
rechazar por completo algunas de las opiniones que hubiesen podido deslizarse durante otra
etapa de mi vida en mis creencias sin haber sido asimiladas en la virtud de la razón, hasta que
no hubiese empleado el tiempo suficiente para completar el proyecto emprendido e indagar el

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verdadero método con el fin de conseguir el conocimiento de todas las cosas de las que mi
espíritu fuera capaz.

Había estudiado un poco, siendo más joven, la lógica de entre las partes de la filosofía;
de las matemáticas el análisis de los geómetras y el álgebra. Tres artes o ciencias que debían
contribuir en algo a mi propósito. Pero habiéndolas examinado, me percaté que en relación
con la lógica, sus silogismos y la mayor parte de sus reglas sirven más para explicar a otro
cuestiones ya conocidas o, también, como sucede con el arte de Lulio, para hablar sin juicio de
aquellas que se ignoran que para llegar a conocerlas. Y si bien la lógica contiene muchos
preceptos verdaderos y muy adecuados, hay, sin embargo, mezclados con estos otros muchos
que o bien son perjudiciales o bien superfluos, de modo que es tan difícil separarlos como
sacar una Diana o una Minerva de un bloque de mármol aún no trabajado. Igualmente, en
relación con el análisis de los abstractas materias que parecen carecer de todo uso, el primero
está tan circunscrito a la consideración de las figuras que no permite ejercer el entendimiento
sin fatigar excesivamente la imaginación. La segunda está tan sometida a ciertas reglas y cifras
que se ha convertido en un arte confuso y oscuro capaz de distorsionar el ingenio en vez de ser
una ciencia que favorezca su desarrollo. Todo esto fue la causa por la que pensaba que era
preciso indagar otro método que, asimilando las ventajas de estos tres, estuviera exento de
sus defectos. Y como la multiplicidad de leyes frecuentemente sirve para los vicios de tal forma
que un Estado está mejor regido cuando no existen más que unas pocas leyes que son
minuciosamente observadas, de la misma forma, en lugar del gran número de preceptos del
cual está compuesta la lógica, estimé que tendría suficiente con los cuatro siguientes con tal
de que tomase la firme y constante resolución de no incumplir ni una sola vez su observancia.

El primero consistía en no admitir cosa alguna como verdadera si no se la había


conocido evidentemente como tal. Es decir, con todo cuidado debía evitar la precipitación y la
prevención, admitiendo exclusivamente en mis juicios aquello que se presentara tan clara y
distintamente a mi espíritu que no tuviera motivo alguno para ponerlo en duda.

El segundo exigía que dividiese cada una de las dificultades a examinar en tantas
parcelas como fuera posible y necesario para resolverlas más fácilmente.

El tercero requería conducir por orden mis reflexiones comenzando por los objetos
más simples y más fácilmente cognoscibles, para ascender poco a poco, gradualmente, hasta
el conocimiento de los más complejos, suponiendo inclusive un orden entre aquellos que no se

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preceden naturalmente los unos a los otros.

Según el último de estos preceptos debería realizar recuentos tan completos y


revisiones tan amplias que pudiese estar seguro de no omitir nada.

Las largas cadenas de razones simples y fáciles, por medio de las cuales generalmente
los geómetras llegan a alcanzar las demostraciones más difíciles, me habían proporcionado la
ocasión de imaginar que todas las cosas que pueden ser objeto del conocimiento de los
hombres se entrelazan de igual forma y que, absteniéndose de admitir como verdadera alguna
que no lo sea y guardando siempre el orden necesario para deducir unas de otras, no puede
haber algunas tan alejadas de nuestro conocimiento que no podamos, finalmente, conocer ni
tan ocultas que no podamos llegar a descubrir. No supuso para mi una gran dificultad el decidir
por cuales era necesario iniciar el estudio: previamente sabía que debía ser por las más simples
y las más fácilmente cognoscibles. Y considerando que entre todos aquellos que han intentado
buscar la verdad en el campo de las ciencias, solamente los matemáticos han establecido
algunas demostraciones, es decir, algunas razones ciertas y evidentes, no dudaba que debía
comenzar por las mismas que ellos habían examinado. No esperaba alcanzar alguna unidad si
exceptuamos el que habituarían mi ingenio a considerar atentamente la verdad y a no
contentarse con falsas razones. Pero, por ello, no llegué a tener el deseo de conocer todas las
ciencias particulares que comúnmente se conocen como matemáticas, pues viendo que
aunque sus objetos son diferentes, sin embargo, no dejan de tener en común el que no
consideran otra cosa, sino las diversas relaciones y posibles proporciones que entre los mismos
se dan, pensaba que poseían un mayor interés que examinase solamente las proporciones en
general y en relación con aquellos sujetos que servirían para hacer más cómodo el
conocimiento. Es más, sin vincularlas en forma alguna a ellos para poder aplicarlas tanto mejor
a todos aquellos que conviniera. Posteriormente, habiendo advertido que para analizar tales
proporciones tendría necesidad en alguna ocasión de considerar a cada una en particular y en
otras ocasiones solamente debería retener o comprender varias conjuntamente en mi
memoria, opinaba que para mejor analizarlas en particular, debía suponer que se daban entre
líneas puesto que no encontraba nada más simple ni que pudiera representar con mayor
distinción ante mi imaginación y sentidos; pero para retener o considerar varias
conjuntamente, era preciso que las diera a conocer mediante algunas cifras, lo más breves que
fuera posible. Por este medio recogería lo mejor que se da en el análisis geométrico y en el
álgebra, corrigiendo, a la vez, los defectos de una mediante los procedimientos de la otra.

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Y como, en efecto, la exacta observancia de estos escasos preceptos que había


escogido, me proporcionó tal facilidad para resolver todas las cuestiones, tratadas por estas
dos ciencias, que en dos o tres meses que empleé en su examen, habiendo comenzado por las
más simples y más generales, siendo, a la vez, cada verdad que encontraba una regla útil con
vistas a alcanzar otras verdades, no solamente llegué a concluir el análisis de cuestiones que
en otra ocasión había juzgado de gran dificultad, sino que también me pareció, cuando
concluía este trabajo, que podía determinar en tales cuestiones en qué medios y hasta dónde
era posible alcanzar soluciones de lo que ignoraba. En lo cual no pareceré ser excesivamente
vanidoso si se considera que no habiendo más que un conocimiento verdadero de cada cosa,
aquel que lo posee conoce cuanto se puede saber. Así un niño instruido en aritmética,
habiendo realizado una suma según las reglas pertinentes puede estar seguro de haber
alcanzado todo aquello de que es capaz el ingenio humano en lo relacionado con la suma que
él examina. Pues el método que nos enseña a seguir el verdadero orden y a enumerar
verdaderamente todas las circunstancias de lo que se investiga, contiene todo lo que confiere
certeza a las reglas de la Aritmética.

Pero lo que me producía más agrado de este método era que siguiéndolo estaba
seguro de utilizar en todo mi razón, si no de un modo absolutamente perfecto, al menos de la
mejor forma que me fue posible. Por otra parte, me daba cuenta de que la práctica del mismo
habituaba progresivamente mi ingenio a concebir de forma más clara y distinta sus objetos y
puesto que no lo había limitado a materia alguna en particular, me prometía aplicarlo con igual
utilidad a dificultades propias de otras ciencias al igual que lo había realizado con las del
Álgebra. Con esto no quiero decir que pretendiese examinar todas aquellas dificultades que se
presentasen en un primer momento, pues esto hubiera sido contrario al orden que el método
prescribe. Pero habiéndome prevenido de que sus principios deberían estar tomados de la
filosofía, en la cual no encontraba alguno cierto, pensaba que era necesario ante todo que
tratase de establecerlos. Y puesto que era lo más importante en el mundo y se trataba de un
tema en el que la precipitación y la prevención eran los defectos que más se debían temer,
juzgué que no debía intentar tal tarea hasta que no tuviese una madurez superior a la que se
posee a los veintitrés años, que era mi edad, y hasta que no hubiese empleado con
anterioridad mucho tiempo en prepararme, tanto desarraigando de mi espíritu todas las malas
opiniones y realizando un acopio de experiencias que deberían constituir la materia de mis
razonamientos, como ejercitándome siempre en el método que me había prescrito con el fin

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de afianzarme en su uso cada vez más.

CUARTA PARTE

No sé si debo entreteneros con las primeras meditaciones allí realizadas, pues son tan
metafísicas y tan poco comunes, que no serán del gusto de todos. Y sin embargo, con el fin de
que se pueda opinar sobre la solidez de los fundamentos que he establecido, me encuentro en
cierto modo obligado a referirme a ellas. Hacía tiempo que había advertido que, en relación
con las costumbres, es necesario en algunas ocasiones opiniones muy inciertas tal como si
fuesen indudables, según he advertido anteriormente. Pero puesto que deseaba entregarme
solamente a la búsqueda de la verdad, opinaba que era preciso que hiciese todo lo contrario y
que rechazase como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor
duda, con el fin de comprobar si, después de hacer esto, no quedaría algo en mi creencia que
fuese enteramente indudable. Así pues, considerando que nuestros sentidos en algunas
ocasiones nos inducen a error, decidí suponer que no existía cosa alguna que fuese tal como
nos la hacen imaginar. Y puesto que existen hombres que se equivocan al razonar en
cuestiones relacionadas con las más sencillas materias de la geometría y que incurren en
paralogismos, juzgando que yo, como cualquier otro estaba sujeto a error, rechazaba como
falsas todas las razones que hasta entonces había admitido como demostraciones. Y,
finalmente, considerado que hasta los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos
pueden asaltarnos cuando dormimos, sin que ninguno en tal estado sea verdadero, me resolví
a fingir que todas las cosas que hasta entonces habían alcanzado mi espíritu no eran más
verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero, inmediatamente después, advertí que,
mientras deseaba pensar de este modo que todo era falso, era absolutamente necesario que
yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y dándome cuenta de que esta verdad: pienso, luego
soy, era tan firme y tan segura que todas las extravagantes suposiciones de los escépticos no
eran capaces de hacerla tambalear, juzgué que podía admitirla sin escrúpulo como el primer
principio de la filosofía que yo indagaba.

Posteriormente, examinando con atención lo que yo era, y viendo que podía fingir que
carecía de cuerpo, así como que no había mundo o lugar alguno en el que me encontrase, pero
que, por ello, no podía fingir que yo no era, sino que por el contrario, sólo a partir de que
pensaba dudar acerca de la verdad de otras cosas, se seguía muy evidente y ciertamente que
yo era, mientras que, con sólo que hubiese cesado de pensar, aunque el resto de lo que había
imaginado hubiese sido verdadero, no tenía razón alguna para creer que yo hubiese sido,

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llegué a conocer a partir de todo ello que era una sustancia cuya esencia o naturaleza no
reside sino en pensar y que tal sustancia, para existir, no tiene necesidad de lugar alguno ni
depende de cosa alguna material. De suerte que este yo, es decir, el alma, en virtud de la cual
yo soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo, más fácil de conocer que éste y, aunque
el cuerpo no fuese, no dejaría de ser todo lo que es.

Analizadas estas cuestiones, reflexionaba en general sobre todo lo que se requiere


para afirmar que una proposición es verdadera y cierta, pues, dado que acababa de identificar
una que cumplía tal condición, pensaba que también debía conocer en qué consiste esta
certeza. Y habiéndome percatado que nada hay en pienso, luego soy que me asegure que digo
la verdad, a no ser que yo veo muy claramente que para pensar es necesario ser, juzgaba que
podía admitir como regla general que las cosas que concebimos muy clara y distintamente son
todas verdaderas; no obstante, hay solamente cierta dificultad en identificar correctamente
cuáles son aquellas que concebimos distintamente.

A continuación, reflexionando sobre que yo dudaba y que, en consecuencia, mi ser no


era omniperfecto pues claramente comprendía que era una perfección mayor el conocer que
el dudar, comencé a indagar de dónde había aprendido a pensar en alguna cosa más perfecta
de lo que yo era; conocí con evidencia que debía ser en virtud de alguna naturaleza que
realmente fuese más perfecta. En relación con los pensamientos que poseía de seres que
existen fuera de mi, tales como el cielo, la tierra, la luz, el calor y otros mil, no encontraba
dificultad alguna en conocer de dónde provenían pues no constatando nada en tales
pensamientos que me pareciera hacerlos superiores a mi, podía estimar que si eran
verdaderos, fueran dependientes de mi naturaleza, en tanto que posee alguna perfección; si
no lo eran, que procedían de la nada, es decir, que los tenía porque había defecto en mi. Pero
no podía opinar lo mismo acerca de la idea de un ser más perfecto que el mío, pues que
procediese de la nada era algo manifiestamente imposible y puesto que no hay una
repugnancia menor en que lo más perfecto sea una consecuencia y esté en dependencia de lo
menos perfecto, que la existencia en que algo proceda de la nada, concluí que tal idea no
podía provenir de mí mismo. De forma que únicamente restaba la alternativa de que hubiese
sido inducida en mí por una naturaleza que realmente fuese más perfecta de lo que era la mía
y, también, que tuviese en sí todas las perfecciones de las cuales yo podía tener alguna idea, es
decir, para explicarlo con una palabra que fuese Dios. A esto añadía que, puesto que conocía
algunas perfecciones que en absoluto poseía, no era el único ser que existía (permitidme que

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use con libertad los términos de la escuela), sino que era necesariamente preciso que existiese
otro ser más perfecto del cual dependiese y del que yo hubiese adquirido todo lo que tenía.
Pues si hubiese existido solo y con independencia de todo otro ser, de suerte que hubiese
tenido por mi mismo todo lo poco que participaba del ser perfecto, hubiese podido, por la
misma razón, tener por mi mismo cuanto sabía que me faltaba y, de esta forma, ser infinito,
eterno, inmutable, omnisciente, todopoderoso y, en fin, poseer todas las perfecciones que
podía comprender que se daban en Dios. Pues siguiendo los razonamientos que acabo de
realizar, para conocer la naturaleza de Dios en la medida en que es posible a la mía, solamente
debía considerar todas aquellas cosas de las que encontraba en mí alguna idea y si poseerlas o
no suponía perfección; estaba seguro de que ninguna de aquellas ideas que indican
imperfección estaban en él, pero sí todas las otras. De este modo me percataba de que la
duda, la inconstancia, la tristeza y cosas semejantes no pueden estar en Dios, puesto que a mí
mismo me hubiese complacido en alto grado el verme libre de ellas. Además de esto, tenía
idea de varias cosas sensibles y corporales; pues, aunque supusiese que soñaba y que todo lo
que veía o imaginaba era falso, sin embargo, no podía negar que esas ideas estuvieran
verdaderamente en mi pensamiento. Pero puesto que había conocido en mí muy claramente
que la naturaleza inteligente es distinta de la corporal, considerando que toda composición
indica dependencia y que ésta es manifiestamente un defecto, juzgaba por ello que no podía
ser una perfección de Dios al estar compuesto de estas dos naturalezas y que, por
consiguiente, no lo estaba; por el contrario, pensaba que si existían cuerpos en el mundo o
bien algunas inteligencias u otras naturalezas que no fueran totalmente perfectas, su ser debía
depender de su poder de forma tal que tales naturalezas no podrían subsistir sin él ni un solo
momento.

Posteriormente quise indagar otras verdades y habiéndome propuesto el objeto de los


geómetras, que concebía como un cuerpo continuo o un espacio indefinidamente extenso en
longitud, anchura y altura o profundidad, divisible en diversas partes, que podían poner
diversas figuras y magnitudes, así como ser movidas y trasladadas en todas las direcciones,
pues los geómetras suponen esto en su objeto, repasé algunas de las demostraciones más
simples. Y habiendo advertido que esta gran certeza que todo el mundo les atribuye, no está
fundada sino que se las concibe con evidencia, siguiendo la regla que anteriormente he
expuesto, advertí que nada había en ellas que me asegurase de la existencia de su objeto. Así,
por ejemplo, estimaba correcto que, suponiendo un triángulo, entonces era preciso que sus

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tres ángulos fuesen iguales a dos rectos; pero tal razonamiento no me aseguraba que existiese
triángulo alguno en el mundo. Por el contrario, examinando de nuevo la idea que tenía de un
Ser Perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en la misma de igual forma que
en la del triángulo está comprendida la de que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos o en
la de una esfera que todas sus partes equidisten del centro e incluso con mayor evidencia. Y,
en consecuencia, es por lo menos tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo
pueda ser cualquier demostración de la geometría.

Pero lo que motiva que existan muchas personas persuadidas de que hay una gran
dificultad en conocerle y, también, en conocer la naturaleza de su alma, es el que jamás elevan
su pensamiento sobre las cosas sensibles y que están hasta tal punto habituados a no
considerar cuestión alguna que no sean capaces de imaginar (como de pensar propiamente
relacionado con las cosas materiales), que ) todo aquello que no es imaginable, les parece
ininteligible. Lo cual es bastante manifiesto en la máxima que los mismos filósofos defienden
como verdadera en las escuelas, según la cual nada hay en el entendimiento que previamente
no haya impresionado los sentidos. En efecto, las ideas de Dios y el alma nunca han
impresionado los sentidos y me parece que los que desean emplear su imaginación para
comprenderlas, hacen lo mismo que si quisieran servirse de sus ojos para oír los sonidos o
sentir los olores. Existe aún otra diferencia: que el sentido de la vista no nos asegura menos de
la verdad de sus objetos que lo hacen los del olfato u oído, mientras que ni nuestra
imaginación ni nuestros sentidos podrían asegurarnos cosa alguna si nuestro entendimiento
no interviniese.

En fin, si aún hay hombres que no están suficientemente persuadidos de la existencia


de Dios y de su alma en virtud de las razones aducidas por mí, deseo que sepan que todas las
otras cosas, sobre las cuales piensan estar seguros, como de tener un cuerpo, de la existencia
de astros, de una tierra y cosas semejantes, son menos ciertas. Pues, aunque se tenga una
seguridad moral de la existencia de tales cosas, que es tal que, a no ser que se peque de
extravagancia, no se puede dudar de las mismas, sin embargo, a no ser que se peque de falta
de razón, cuando se trata de una certeza metafísica, no se puede negar que sea razón
suficiente para no estar enteramente seguro el haber constatado que es posible imaginarse de
igual forma, estando dormido, que se tiene otro cuerpo, que se ven otros astros y otra tierra,
sin que exista ninguno de tales seres. Pues ¿cómo podemos saber que los pensamientos
tenidos en el sueño son más falsos que los otros, dado que frecuentemente no tienen

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vivacidad y claridad menor? Y aunque los ingenios más capaces estudien esta cuestión cuanto
les plazca, no creo puedan dar razón alguna que sea suficiente para disipar esta duda, si no
presuponen la existencia de Dios. Pues, en primer lugar, incluso lo que anteriormente he
considerado como una regla (a saber: que lo concebido clara y distintamente es verdadero) no
es válido más que si Dios existe, es un ser perfecto y todo lo que hay en nosotros procede de
él. De donde se sigue que nuestras ideas o nociones, siendo seres reales, que provienen de
Dios, en todo aquello en lo que son claras y distintas, no pueden ser sino verdaderas. De modo
que, si bien frecuentemente poseemos algunas que encierran falsedad, esto no puede
provenir sino de aquellas en las que algo es confuso y oscuro, pues en esto participan de la
nada, es decir, que no se dan en nosotros sino porque no somos totalmente perfectos. Es
evidente que no existe una repugnancia menor en defender que la falsedad o la imperfección,
en tanto que tal, procedan de Dios, que existe en defender que la verdad o perfección proceda
de la nada. Pero si no conocemos que todo lo que existe en nosotros de real y verdadero
procede de un ser perfecto e infinito, por claras y distintas que fuesen nuestras ideas, no
tendríamos razón alguna que nos asegurara de que tales ideas tuviesen la perfección de ser
verdaderas.

Por tanto, después de que el conocimiento de Dios y el alma nos han convencido de la
certeza de esta regla, es fácil conocer que los sueños que imaginamos cuando dormimos, no
deben en forma alguna hacernos dudar de la verdad de los pensamientos que tenemos cuando
estamos despiertos. Pues, si sucediese, inclusive durmiendo, que se tuviese alguna idea muy
distinta como, por ejemplo, que algún geómetra lograse alguna nueva demostración, su sueño
no impediría que fuese verdad. Y en relación con el error más común de nuestros sueños,
consistente en representamos diversos objetos de la misma forma que la obtenida por los
sentidos exteriores, carece de importancia el que nos dé ocasión para desconfiar de la verdad
de tales ideas, pues pueden inducirnos a error frecuentemente sin que durmamos como
sucede a aquellos que padecen de ictericia que todo lo ven de color amarillo o cuando los
astros u otros cuerpos demasiado alejados nos parecen de tamaño mucho menor del que en
realidad poseen. Pues, bien, estemos en estado de vigilia o bien durmamos, jamás debemos
dejarnos persuadir sino por la evidencia de nuestra razón. Y es preciso señalar, que yo afirmo,
de nuestra razón y no de nuestra imaginación o de nuestros sentidos, pues aunque vemos el
sol muy claramente no debemos juzgar por ello que no posea sino el tamaño con que lo vemos
y fácilmente podemos imaginar con cierta claridad una cabeza de león unida al cuerpo de una

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cabra sin que sea preciso concluir que exista en el mundo una quimera, pues la razón no nos
dicta que lo que vemos o imaginamos de este modo, sea verdadero. Por el contrario nos dicta
que todas nuestras ideas o nociones deben tener algún fundamento de verdad, pues no sería
posible que Dios, que es sumamente perfecto y veraz, las haya puesto en nosotros careciendo
del mismo. Y puesto que nuestros razonamientos no son jamás tan evidentes ni completos
durante el sueño como durante la vigilia, aunque algunas veces nuestras imágenes sean tanto
o más vivas y claras, la razón nos dicta igualmente que no pudiendo nuestros pensamientos ser
todos verdaderos, ya que nosotros no somos omniperfectos, lo que existe de verdad debe
encontrarse infaliblemente en aquellos que tenemos estando despiertos más bien que en los
que tenemos mientras soñamos.

Mariola Revert 2ºBto A Rafaela Muelas 2ºBto C

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