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En el marco de estas concepciones se hace una mirada del niño como propiedad e
incapaz que requiere de los adultos la protección; su “falta de facultades físicas y
mentales”, permitían que no existiera jurídicamente y sus intereses estaban en
merced de los intereses de los adultos. Nace la patria potestad que era un estatus
que le concedía al ciudadano romano poder absoluto e indefinido sobre sus hijos y
sus propiedades, esta autoridad paterna permitía tomar medidas eugenésicas
(muerto o abandono) de aquellos niños y niñas que tenían dificultades psíquicas o
físicas, concepción que fue cambiando y que en la actualidad debe garantizar los
intereses superiores de los niños y su beneficio.
Ambos autores coinciden que el niño como ser humano imperfecto requiere ser
moldeado con una sólida formación para superar sus deficiencias y potenciar las
cualidades positivas que no son innatas, esto lo hace acreedor así mismo de una
carencia de identidad propia, resultado de ello la ausencia de valor de esa etapa
de la vida.
Llegado el siglo XVII el filósofo inglés John Loche, realiza unos planteamientos que
permiten configurar otro modelo de reconocimiento de derechos del niño y son los
siguientes:
¤ Cuando nacemos somos libres, y somos también racionales; más ello no quiere
decir que ejerzamos entonces ninguna de esas facultades.
En consecuencia los niños deben tener la libertad para expresar sus necesidades
naturales, las cuales deben suplirse y su protección es una responsabilidad de los
padres y un privilegio de los niños. Como no se ejerce aún la facultad de razón
esta es una función de los padres, y a falta de estos del gobierno. Es así como se
pasó del concepto de poder absoluto del padre de familia al de personas libres
pero carentes de autonomía.