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Infancias y adolescencias

http://www.latintraining.net/latintraining/cem/DEMOINFANCIA/clases/clase_demo/demo_index.htm

Por Graciela Frigerio, Gabriela Diker

La pregunta acerca de qué es un niño es en apariencia simple. Sin embargo, responderla nos sumerge en
un problema más que complejo.
En principio, pareciera que es suficiente con establecer ciertos límites de edad. No obstante, rápidamente
nos damos cuenta de que es muy difícil hallar respuestas coincidentes.
¿Cuánto dura la infancia? ¿De qué edad a qué edad se extiende la adolescencia? ¿Hasta cuándo se
considera que alguien es joven?

Aunque la edad nos permite definir unas etapas de crecimiento corporal y psicológico que podrían
corresponderse con la niñez o la adolescencia, y aun cuando tratemos de considerar exclusivamente la
base biológica del desarrollo (crecimiento del cuerpo, desarrollo de los órganos y funciones sexuales,
desarrollo neuronal, etcétera), la edad no constituye un indicador que pueda aplicarse de la misma manera
a niños, adolescentes y jóvenes en todo tiempo y lugar. La duración de la infancia o la adolescencia
variará de acuerdo con la cultura de origen, las condiciones económico-sociales -que exigirán, entre otras
cosas, una incorporación más temprana o más tardía a la vida adulta- y la época histórica.

¿Qué es un niño, un adolescente o un joven?

Conforme a estas variables, no sólo cambian las edades y la duración de la infancia y la adolescencia, sino
también los modos en que se transitan estas etapas de la vida. Más aún: hoy en día se sostiene que incluso
los aspectos biológicos del desarrollo, como la pubertad o el crecimiento corporal y, por supuesto, el
desarrollo cognitivo, están atravesados por determinantes sociales y culturales. La infancia, la
adolescencia y la juventud constituyen, entonces, períodos de la vida cuya definición es el resultado de un
proceso de construcción social.

Esta definición depende de los significados que se le asignen en cada cultura, en cada contexto
sociocultural y en cada época histórica.

La infancia, un producto histórico

La infancia es un producto histórico de la modernidad, surgido en Occidente entre los siglos XVI y XVIII.

¿Esto quiere decir que antes no había niños? No. Lo que quiere decir es que los niños no eran
considerados en su especificidad. Se los concebía como adultos pequeños, que en cuanto tales compartían
todos los rasgos y actividades propios del mundo adulto (el trabajo, la recreación, la educación). No
existían instituciones especialmente destinadas a los niños (como la escuela), ni libros para chicos ni
tampoco una vestimenta particular. Tampoco existían, claro está, profesionales dedicados exclusivamente
a estudiar y orientar las problemáticas propias del mundo infantil (psicólogos educacionales, pedagogos,
pediatras).
Es entre los siglos XVI y XVIII cuando comienza a conformarse lo que Phillipe Ariès ha denominado
“sentimiento moderno de infancia” y  —como contracara— la infancia tal como la concebimos todavía
hoy: el niño empieza a ser considerado como un ser inacabado, carente, sin racionalidad ni autonomía
moral, que para llegar a la vida adulta necesita amor, protección y orientación. Es en ese proceso que la
dependencia personal se convierte en una característica propia de la niñez.

Simultáneamente, se crean y extienden instituciones especialmente dedicadas a la infancia. La más


importante de estas instituciones va a ser -sin duda- la escuela, que va a asegurar -junto con la familia- la
protección, el cuidado y la orientación que los niños requieren.
Actividad:
• Buscar en dos o tres diccionarios diferentes las palabras infancia, pubertad y juventud. Relacioná el
significado de las definiciones con las nociones de estas páginas.
• Formular la pregunta ¿Qué es un niño? a distintas personas y pediles que establezcan las edades que
corresponden a la niñez, la adolescencia y la juventud. Compará las respuestas.

Niños o menores

Ya para el siglo XIX se configuran, además, algunos campos del saber especialmente destinados al estudio
y el cuidado del desarrollo infantil: la pediatría, la pedagogía, la psicología infantil, que contribuirán a
conformar y consolidar la concepción moderna de la infancia, estableciendo no sólo cómo son los niños,
sino también (y quizás principalmente) cómo deben ser (cómo debe ser su desarrollo físico y psicológico,
qué puede aprender un niño en qué períodos de tiempo, etcétera). Estos parámetros instituyen una visión
monolítica de la infancia, al describir cómo son los niños, genéricamente considerados; fijan unos ciertas
particularidades que permiten distinguir la infancia normal de la que no lo es; orientan las pautas de
educación y crianza.

Regular e irregular

Cuando —por diversas razones— la familia no asegura una correcta orientación del desarrollo infantil,
cuando la escuela señala problemas en el ritmo y en las características de los aprendizajes, se considerará
que un niño o adolescente se encuentra en una “situación irregular”.
Frente a estas situaciones, y dado que los niños carecen de una racionalidad y una moral propias, el Estado
comienza a intervenir. Así, a partir del siglo XIX se conforma lo que se ha dado en llamar la “doctrina de
la situación irregular”. Se trata de una posición que concibe al niño como objeto de intervención y tutela
jurídica, que debe ser protegido por el Estado siempre que se juzgue que se halla en “peligro material o
moral”. En nombre de su protección, el Estado podía (y todavía lo hace) privar a los niños y adolescentes
de los derechos más elementales, incluso de su libertad.
Es en el marco de esta concepción que se va a distinguir niñez de minoridad, y el término “menor”
quedará reservado para aquellos niños que se hallan en situación irregular. Desde esta concepción, la
minoridad está generalmente asociada a la pobreza y -dado que los niños no son considerados ciudadanos
con derechos- las acciones destinadas a mejorar sus condiciones de vida se encuadran dentro de lo que se
ha llamado filantropía.

Del singular al plural

La construcción histórica de la infancia (en singular), es decir, la definición y naturalización de una


imagen unívoca de la infancia y la consecuente naturalización de un único modo correcto de relación entre
adultos y niños, divide el mundo infantil en dos territorios claramente diferenciados: el de la infancia -el
del niño que vive con su familia, va al médico y a la escuela y es orientado según ciertas pautas de
crianza- y el de la minoridad -el de los niños y adolescentes que no responden a estos parámetros y, por
tanto, viven en “situación irregular”-. Para unos se reservan las escuelas; para otros, las instituciones
correccionales o asistenciales.
En la actualidad, la desnaturalización de esta concepción de la infancia y el reconocimiento de su carácter
histórico nos llevan a comprender la heterogeneidad en los modos de vivir la infancia y la adolescencia.
Por ello hablamos de infancias y adolescencias, en plural.
Este plural invita a romper la imagen monolítica que se construyó acerca de la niñez y la adolescencia a lo
largo de los últimos siglos y que sigue vigente todavía en nuestro modo de pensar y en nuestros
sentimientos en relación con los niños.
La infancia ciudadana

Al abandonar la distinción entre “niño” y “menor” se reconoce que todos los niños y adolescentes tienen
un horizonte común: la ciudadanía. La ciudadanía puede ser pensada y analizada como condición legal y
como actividad deseable.
En tanto condición legal, la ciudadanía es reconocida como la pertenencia a una comunidad política donde
los individuos son portadores de derechos.
En tanto actividad deseable, como afirma Gentilli ( ): “el ejercicio de la ciudadanía se vincula al
reconocimiento de ciertas responsabilidades derivadas de un conjunto de valores constitutivos de aquello
que podría definirse como el campo de la ética ciudadana […]. Pensada como práctica deseable, la
ciudadanía se construye socialmente como un espacio de valores, acciones e instituciones comunes que
integran a los individuos, permitiendo su mutuo reconocimiento como miembros de una comunidad”.

Una Convención para chic@s

La Convención sobre los Derechos del Niño, firmada en el año 1985, define a los niños como ciudadanos
sujetos de derechos. Por lo tanto, no se trata ya de intervenir sobre ellos como si fueran objetos, sino más
bien de garantizar que estén dadas las condiciones para que todos puedan hacer efectivos los derechos que
les corresponden. Ya no se distingue al “niño” del “menor”.
La protección de la infancia y la adolescencia debe traducirse, entonces, en la formulación de políticas
básicas, universales para todos los niños. El cumplimiento de sus derechos deja de ser objeto de caridad y
pasa a ser un problema de Estado.
La Convención sobre los Derechos del Niño fue aprobada por la Asamblea General de las Naciones
Unidas, en Nueva York, el 20 de noviembre de 1989. La Argentina la ratificó y sancionó -en septiembre
de 1990- la ley 23.849, que hace propia la Convención (aunque con algunas modificaciones). Esta ley fue
incorporada al artículo 75 de la Constitución de la Nación Argentina en el año 1994.
En 1998, la Convención había sido ratificada por 191 países. Los únicos que aún no la han ratificado son
Estados Unidos y Somalia.
Aunque hoy en día está vigente la CDN, siguen en pie en nuestras representaciones, y también en las
prácticas judiciales e institucionales, muchos de los rasgos que colocan al niño pobre en “situación
irregular”. Es que los cambios en las representaciones y en las prácticas sociales son cambios lentos y de
largo plazo, que exigen al mismo tiempo revisiones en el nivel más alto de las políticas (sociales y
judiciales), pero también en nosotros mismos. Todos los niños con los que trabajamos son ciudadanos con
derechos, y no objeto de tutela. Aceptar este principio exigirá realizar permanentemente un
cuestionamiento, a nosotros mismos y a nuestros modos de mirar y de hacer sobre la infancia.

Nota: Este artículo fue publicado en El cuadernillo Voluntari@s, Brújula para el viaje, travesía 0,  que es
una publicación elaborada por el Centro de Estudios Multidisciplinarios, a solicitud del Instituto
Argentino C&A, fuera de comercio, de edición única, que se distribuye gratuitamente como anexo al
Curso de Capacitación 2004 del Instituto C&A. Se terminó de imprimir en el mes de marzo de 2004.

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