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SOCIEDAD
COLECTIVA, SOCIEDAD DE RESPONSABILIDAD LIMITADA Y SOCIEDADES EN COMANDITA
A la noción de sociedad personalista nos hemos referido supra , al revisar las distintas
clasificaciones que admite el contrato de sociedad en el derecho chileno. En ellas,
reitero, la identidad y cualidad del socio constituye el elemento configurador del tipo
societario, que lo define precisamente como contrato intuitus personae y lo diferencia
de las sociedades intuitus pecuniae, distinguiéndose en este primer grupo la sociedad
colectiva, la comandita simple y por acciones y la sociedad de responsabilidad limitada.
La sociedad colectiva se concibe como una comunidad de trabajo en donde todos los
socios son sus gestores natos 187, en donde todos los socios son obligados a contribuir
con su esfuerzo personal aun cuando no todos ellos aporten capital, como ocurre con el
socio industrial.
Se refiere a la sociedad colectiva el artículo 2061 inciso 2º del C.C., señalando que
"es aquella en que todos los socios administran por sí, o por un mandatario elegido de
común acuerdo". El mismo concepto se reitera en el art. 385 del C. de C., según el cual
"La administración corresponde de derecho a todos y cada uno de los socios y éstos
pueden desempeñarla por sí mismos o por sus delegados, sean socios o extraños".
Ambas definiciones legales son sin embargo incompletas, desde que no incluyen una de
las características fundamentales de este tipo societario como es la responsabilidad de
los socios. Como se dijo supra, tanto en la sociedad colectiva civil como en la comercial
la responsabilidad de los socios es ilimitada e indefinida; pero mientras en las primeras
esa responsabilidad recae en los socios a prorrata de sus aportes (art. 2095 del C.C.), en
las mercantiles tal responsabilidad es solidaria e irrenunciable e inderogable (art. 370
del C. de C.).
Por lo anterior, puede definirse como colectiva comercial la sociedad que se forma
por socios que ejercen el comercio bajo su nombre colectivo y que responden ilimitada,
indefinida y solidariamente de las obligaciones de la sociedad, la que es administrada
directamente por aquéllos o por mandatarios elegidos de común acuerdo para dicho
fin.
La norma citada precisa entonces el momento a partir del cual los socios se entienden
obligados solidariamente para con los terceros que contraten con la sociedad, al señalar
que tal vinculación obligacional surgirá desde el momento mismo en que aquellos se
encuentren "indicados en la escritura social" . En otros términos, la ley no exige aquí
que la escritura pública de constitución o modificación social se encuentre debidamente
inscrita en extracto, según se verá más adelante, sino sólo que ésta se haya otorgado con
la indicación ya dicha, de manera que basta con que los socios figuren en la misma —se
haya inscrito o no— para que resulten solidariamente responsables ex lege frente a
terceros.
Distinta tendrá que ser la solución, sin embargo, tratándose del extremo opuesto de
este vínculo obligacional, esto es, del momento en que dicha responsabilidad solidaria
del socio se extingue respecto de terceros. De seguirse el criterio normativo apuntado
supra , en efecto, que hace responsables a los socios colectivos "indicados en la
escritura social" , bastaría con que éstos modificasen el estatuto social, excluyendo a
alguno(s) de ellos de la sociedad, para que — mutatis mutandis — la responsabilidad
solidaria del (los) mismo(s) terminase in actum , sin necesidad de inscripción ni medida
alguna de publicidad respecto de terceros.
Por lo anterior, nos parece que el criterio consignado en el art. 370 inc. 1º del C. de C.
debe armonizarse con lo que señala a su turno el art. 24 del C. de C., cuando señala —
en lo que aquí interesa— que las escrituras sociales de que no se hubiere tomado razón
en el Registro de Comercio no producirán efecto alguno entre los socios, agregando que
en todo caso "los actos ejecutados o contratos celebrados por los socios o mandatarios
sur tirán pleno efecto respecto de terceros". En consecuencia, el socio que se retira será
responsable hasta que la respectiva escritura de modificación social sea válida y
oportunamente inscrita en extracto en el Registro de Comercio, al margen de la
inscripción social practicada en el mismo Registro. Todos los actos y contratos
celebrados por la sociedad antes de ese momento, por ende, llevarán incorporada la
responsabilidad solidaria de sus socios colectivos.
Cuando un socio cede por acto entre vivos su condición de tal en la sociedad, el
tercero cesionario que ingresa a la misma asume esa misma posición jurídica de socio,
adquiriendo por ende tanto los derechos del socio cedente cuanto sus obligaciones y,
entre ellas, la de responder solidariamente por las obligaciones sociales. Como apunta
Ripert190 , "La responsabilidad personal y solidaria deriva de la calidad de socio
colectivo. Quien reviste esta calidad, es responsable de todo el pasivo social y el que la
abandona, continúa, sin embargo, obligado por el pasivo existente (...). Quien entra en
una sociedad colectiva ya constituida toma a su cargo personal el pasivo existente en el
momento de su incorporación. Quien se retira de la sociedad con el consentimiento de
los demás, queda obligado por el pasivo frente a los acreedores. Pero no lo será por el
pasivo que se produzca con posterioridad a la fecha de su separación, a condición de
que ésta haya sido publicada (inscrita) y sólo se tendrá en cuenta la fecha de publicación
(inscripción)" (los paréntesis son propios).
Por último, y considerando la radical separación que existe entre la sociedad y sus
socios individualmente considerados, consagrada expresamente por el art. 2053 inc. 2º
del C.C., nos parece que los acreedores de la sociedad deben perseguir el cumplimiento
de las obligaciones sociales primero contra esta última, siendo los socios verdaderos
fiadores solidarios de la misma191 . El art. 370 del C. de C., en efecto, contempla una
solidaridad entre los socios respecto de los terceros que contratan con la sociedad, y no
entre aquellos y la sociedad, situación esta última que implicaría además una
identificación sin base dogmática entre el estatuto de responsabilidad que se asigna a los
socios de una sociedad válidamente constituida —por una parte— y el que se establece
—por la otra— en el art. 356 del C. de C., para el caso de tratarse de una sociedad de
hecho sin personalidad jurídica.
"Es de la esencia de toda sociedad colectiva comercial que los socios colectivos sean
responsables solidariamente de todas las obligaciones contraídas bajo la razón
social.
(...) Por lo tanto, el acreedor de la obligación contraída bajo la razón social puede
dirigir su acción tanto contra la sociedad como contra cada uno o más de los socios
deudores solidarios, ejercitando, al efecto, la acción ejecutiva o la ordinaria, según
sea la naturaleza del título, sin que el o los demandados puedan oponer otras
excepciones que las expresadas anteriormente.
Según esto entonces, los socios colectivos son titulares de un verdadero derecho de
excusión ante los acreedores sociales, que si bien no se encuentra expresado en la ley
como ocurre en otros ordenamientos196 , se desprende de la necesaria distinción que
debe hacerse entre la sociedad deudora y sus socios.
Debe advertirse, sin embargo, que a partir de la dictación de la Ley Nº 20.659 (D.O.
de 8 de febrero de 2013), que "Simplifica el régimen de constitución, modificación y
disolución de las sociedades comerciales" , el sistema de constitución de la sociedad
colectiva comercial —entre otras— se puede agrupar en dos grandes bloques
normativos, con disposiciones radicalmente disímiles en cuanto a las formalidades que
deben cumplirse en uno y otro caso: aquel contemplado en el C. de C. y, precisamente,
el que incorpora la ley recién citada. En consecuencia, en lo que sigue nos referiremos a
las formalidades de constitución de la sociedad colectiva según las normas que
tradicionalmente se han venido aplicando hasta hoy en Chile, contenidas en el Código
de Comercio, para volver más adelante con el nuevo estatuto creado por la Ley
Nº 20.659, sobre régimen simplificado.
En primer término, y de conformidad al art. 350 inc. 1º del C. de C., " La sociedad
colectiva se forma y prueba por escritura pública inscrita en los términos del artículo
354".
Del mismo modo —agrega en inc. 2º de la misma norma legal—, "La disolución de la
sociedad que se efectuare antes de vencer el término estipulado, la prórroga de éste, el
cambio, retiro o muerte de un socio, la alteración de la razón social y en general toda
reforma, ampliación o modificación del contrato, serán reducidos a escritura pública
con las solemnidades indicadas en el inciso anterior".
Finalmente, debe tenerse en cuenta que en conformidad al art. 413 inc. 1º del Código
Orgánico de Tribunales, "Las escrituras de constitución, modificación, resciliación o
liquidación de sociedades (...) sólo podrán ser extendidas en los protocolos notariales
sobre la base de minutas firmadas por algún abogado". El inciso 2º de la misma norma
agrega que en estos casos el Notario deberá dejar constancia expresa, en la misma
escritura, "del nombre del abogado redactor de la minuta" , advirtiendo sin embargo
que la omisión de esta última exigencia "no afectará la validez de la escritura" . El
mismo criterio nos parece aplicable además al caso en que no se cumpla con el requisito
establecido en el inciso 1º del art. 413, recién mencionado, pues no se trata allí de una
solemnidad establecida en razón de la naturaleza del contrato en cuanto tal, cuya
infracción pueda derivar en la nulidad absoluta del mismo. Lo anterior, con todo, es sin
perjuicio de la responsabilidad que pueda corresponderle al Notario que autoriza una
escritura con omisión de estos requisitos, los que en todo caso " no regirán en los
lugares donde no hubiere abogados en un número superior a tres " (art. 413 inc. final).
Según el art. 350 del C. de C., la escritura pública a que se ha hecho referencia hasta
aquí apunta no sólo a la constitución, modificación, prórroga o disolución válidas de la
sociedad colectiva comercial (ad solemnitatem ), sino también a la prueba de su
existencia en la medida que sea inscrita (ad probationem ). No ocurre lo mismo con las
sociedades colectivas civiles, cuya existencia puede acreditarse por cualquier medio
probatorio199 .
Todavía más, según el art. 353 del C. de C. la escritura pública inscrita se exige por la
ley para acreditar la existencia de la sociedad y, también, el contenido mismo de las
estipulaciones estatutarias, de manera que el tenor de las escrituras otorgadas en
conformidad al art. 350 no puede ser desvirtuado por otro medio de prueba ni será
posible, por contrapartida, establecer la existencia de pactos no contenidos
expresamente en dicha escritura200 . Distinto es el contenido mismo de las
estipulaciones respectivas, en cuyo caso nos parece que reciben plena aplicación las
reglas probatorias contenidas en los arts. 128 y 129 del C. de C.
Nada dice el Código, sin embargo, sobre el contenido que debe tener el extracto de
una escritura pública de disolución antes del plazo convenido, o de modificación del
estatuto social. En tales casos, en consecuencia, deberá aplicarse lo dispuesto por el art.
34 del Reglamento del Registro de Comercio, de 1º de agosto de 1866, según el cual el
extracto referido debe contener:
La inscripción del extracto, por último, "deberá hacerse antes de expirar los sesenta
días siguientes a la fecha de la escritura social". El cumplimiento oportuno de la
inscripción, dice a su vez el art. 355 A inc. final, "producirá efectos retroactivos a la
fecha de la escritura".
Según el art. 355 A del C. de C., agregado también por la Ley Nº 19.499, "La omisión
de la escritura pública de constitución o de modificación, o de su inscripción oportuna
en el Registro de Comercio, produce nulidad absoluta entre los socios, con la salvedad
de lo dispuesto en los artículos 356, inciso primero, y 361, inciso primero ".
Por su parte, el art. 356 inc. 1º del C. de C. señala que "La sociedad que no conste de
escritura pública, o de instrumento reducido a escritura pública o de instrumento
protocolizado, es nula de pleno derecho y no podrá ser saneada". En su inc. 2º, la
norma agrega que "No obstante lo anterior, si existiere de hecho dará lugar a una
comunidad. Las ganancias y pérdidas se repartirán y soportarán y la restitución de los
aportes se efectuará entre los comuneros con arreglo a lo pactado y, en subsidio, de
conformidad a lo establecido para la sociedad ". En el inc. 3º, por último, se establece
que "Los miembros de la comunidad responderán solidariamente a los terceros con
quienes hubieren contratado a nombre y en interés de ésta; y no podrán oponer a los
terceros la falta de los instrumentos mencionados en el inciso primero. Los terceros
podrán acreditar la existencia de hecho por cualquiera de los medios probatorios que
reconoce este Código, y la prueba será apreciada de acuerdo a las reglas de la sana
crítica".
Finalmente, y según se adelantó supra, el art. 357 inc. 1º del C. de C. señala que "La
sociedad que adolezca de nulidad por incumplimiento de lo prescrito en el artículo 350
gozará de personalidad jurídica y será liquidada como una sociedad si consta de
escritura pública o de instrumento reducido a escritura pública o protocolizado. Todo
ello, sin perjuicio del saneamiento del vicio en conformidad con la ley". La misma
norma se reitera en el art. 6º de la LSA.
Al tenor de los artículos 355 A y 357 inc. 1º del C. de C., se trata aquí de aqu ellas
sociedades respecto de las cuales no se ha cumplido con los requisitos copulativos ya
dichos —escritura pública e inscripción—, pero que constan no obstante en escritura
pública, en instrumento reducido a escritura pública o en instrumento protocolizado. En
tales casos, y a diferencia de lo que ocurría antes de las modificaciones introducidas por
la Ley Nº 19.499, la sociedad "gozará de personalidad jurídica y será liquidada como
una sociedad (...). Todo ello sin perjuicio del saneamiento del vicio en conformidad a la
ley" (art. 357 inc. 1º).
Se trata aquí, entonces, de una sociedad que si bien adolece de un vicio de nulidad,
gozará de personalidad jurídica mientras no sea declarada nula por sentencia arbitral o
judicial firme o ejecutoriada (art. 7º de la Ley Nº 19.499). En tanto ello no ocurra, la ley
la considera como una sociedad de hecho que, en cuanto tal, se regirá por el pacto social
y por las normas supletorias de la sociedad colectiva; y todo sin perjuicio de la
posibilidad de sanearla en conformidad a la ley, como consecuencia precisamente de esa
condición de persona jurídica que se le reconoce. Los socios, por lo mismo,
"responderán solidariamente a los terceros con quienes hubieren contratado a nombre
y en interés de la sociedad de hecho" (art. 357 inc. 2º del C. de C.), lo que no es más
que una reiteración de la regla general contenida en el art. 370 del C. de C. para las
sociedades válidamente constituidas.
Como se acaba de explicar, la ley chilena considera como sociedad de he cho sin
personalidad jurídica a aquella cuyo contrato o acto fundacional "no conste de escritura
pública, o de instrumento reducido a escritura pública o de instrumento protocolizado"
, la que será por lo mismo nula de pleno derecho o inexistente, sin necesidad de
declaración judicial ni posibilidad de ser saneada (art. 356 inc. 1º).
Tratándose concretamente de las relaciones externas, debe tenerse en cuenta que los
terceros que hayan contratado con la sociedad de hecho o, más concretamente, con
alguno de sus miembros que ha actuado en nombre e interés de aquélla, podrán acreditar
su existencia como tal sociedad de hecho "por cualquiera medios probatorios" ,
apreciándose en tal caso dicha prueba según las reglas de la sana crítica (art. 356 del C.
de C.). Nótese, con todo, que la prueba en tal caso deberá orientarse al establecimiento
de los elementos propios de la sociedad colectiva, ya analizados, y no a la mera
existencia de una comunidad entre los demandados. En otros términos, y como apunta
Galgano 201, "No basta, para que se tenga sociedad, que varias personas utilicen los
bienes comunes para la explotación de una empresa, pues se requiere, además, que ellas
hayan querido ese cambio que se deriva, en la condición jurídica de los bienes, del
aporte de éstos a la sociedad; se requiere, en otras palabras, que ellas hayan querido la
transformación de sus bienes en comunidad, como eran en su origen, en patrimonio
social autónomo" , lo que se traduce a fin de cuentas en una carga probatoria
especialmente difícil de levantar para el tercero que ha contratado con la sociedad de
hecho.
Por contrapartida, y como lo señala expresamente el art. 359 del C. de C., tampoco los
terceros podrán ampararse en la nulidad de pleno derecho de la sociedad para incumplir
por su parte con las obligaciones contraídas para con la misma. En este sentido, además,
la conversión del acto nulo y la declaración ex lege de la comunidad entre los socios se
traduce —en lo que aquí concierne— en la aplicación de los artículos 2305, 2078 inc. 1º
y 2081 del Código Civil, que se abren precisamente a la posibilidad de que uno
cualesquiera de los comuneros pueda impetrar las medidas tendientes a conservar los
bienes de la sociedad203 . En estos casos, por ende, el comunero/socio podría exigir el
cumplimiento de la obligación respectiva en favor de la comunidad.
Debe advertirse, en primer término, que la comunidad a que se refiere el art. 356 del
C. de C. es una de carácter especialísimo.
Más que someter a la sociedad de hecho a las normas del cuasicontrato de comunidad,
en síntesis, la ley configura aquí la existencia de un pacto de comunidad entre los
socios/comuneros, con el alcance y las limitaciones recién indicadas, en una clara
manifestación del principio de conversión y conservación del acto jurídico nulo. Dicho
de otra forma, la existencia del cuasicontrato de comunidad no excluye necesariamente
toda y cualquier convención respecto de la cosa común, lo que se ve reafirmado
precisamente por el legislador en la figura que aquí se analiza. Por lo mismo, y como
señala Rozas204 , "si los comuneros celebran pactos relativos a la cosa común, por
ejemplo, sobre su administración, siempre estaríamos frente al cuasicontrato de
comunidad en lo no regido por la voluntad de los interesados", lo que lleva a concluir
que la expresión "ninguna convención", que utiliza el art. 2304 del C.C., se refiere a
aquellos casos absolutamente incompatibles con la comunidad. El art. 1317 del C.C.,
por lo demás, permite expresamente el pacto de indivisión.
"34º. Que en cuanto a los aportes efectuados por las partes de este juicio a la
sociedad de hecho que se ha tenido por acreditada hay que tener en consideración el
documento que rola a fojas 1, en el cual los Sres. Canales y Tapia aparecen
adquiriendo las diversas maquinarias que se detallan en la suma de $ 650.000, de los
cuales $ 400.000 cancelados al contado lo fueron por iguales partes por el
demandante y demandado, según, además, lo han reconocido ambos.
35º. Que los testigos (...) han manifestado que el demandante y el demandado
aportaron por partes iguales los $ 400.000 entregados al contado por la maquinaria
adquirida para la empresa, firmando letras por el saldo.
37º. Que de todos modos, el Código Civil en el artículo 2307 sienta el principio de la
igualdad de las cuotas de los comuneros respecto de bienes adquiridos en común,
aunque en forma indirecta, al ponerse en el caso de que dichos comuneros
contraigan una deuda colectivamente sin pactar solidaridad y dispone que ellos son
obligados al acreedor por partes iguales, salvo el derecho de cada uno contra los
otros para que se le abone lo que haya pagado de más sobre la cuota que le
corresponda.
40º. Que, por otra parte, a las deudas contraídas en pro de la comunidad durante
ella, no es obligado, sino el comunero que la contrajo, el cual tendrá acción contra la
comunidad para el reembolso de lo que hubiere pagado por ella" 205.
El art. 352 del C. de C. establece las menciones que debe contener el contrato de
sociedad, distinguiéndose entre aquellas que los socios no pueden dejar de incluir, bajo
sanción de nulidad, y aquellas cuya omisión es suplida por el texto de la ley. La
enunciación de dichas menciones constituye en todo caso un planteamiento normativo
de mínimos, de manera que las partes pueden incorporar libremente toda clase de
estipulaciones y pactos lícitos, que no afecten los principios configuradores del tipo
social (art. 352 Nº 12 del C. de C.)
Son aquellas menciones que no pueden faltar, indispensables por lo mismo para la
validez del contrato y sin las cuales éste deviene en nulo absolutamente. Los socios, en
ejercicio de la autonomía de la voluntad, pueden incluir otros pactos lícitos en el
contrato de sociedad; pero lo que no tolera la ley es que supriman o modifiquen las
siguientes menciones de minimis que ésta establece, en términos imperativos.
3.2.1.1. "Los nombres, apellidos y domicilios de los socios" (art. 352 Nº 1).
La razón social, nombre colectivo o firma social es el nombre bajo el cual la sociedad
actúa en el tráfico jurídico, cuyo uso legítimo la obliga frente a terceros.
a) Se trata de una " fórmula enunciativa de los nombres de todos los socios o de
algunos de ellos ":
Estas palabras, como se dijo en la primera parte de esta obra, derivan de la expresión
del derecho medieval "cum panis" ( vid. supra) , y se orientan concretamente a
distinguir este tipo de sociedad de otras sociedades personalistas que, sin embargo, no
involucran la solidaridad de todos sus socios. En este sentido, sin embargo, se presenta
el inconveniente —acaso el único— de que esta designación social no permite
diferenciar por sí sola a una sociedad colectiva comercial de una comandita, cuando los
socios voluntariamente han utilizado la expresión " y compañía " (art. 476 inc. final del
C. de C.), de manera que a partir de esta sola expresión no es posible determinar a
ciencia cierta la responsabilidad de aquellos socios que no figuran en la razón social,
que bien pueden ser comanditarios y no colectivos.
3.2.1.3. "El capital que introduce cada uno de los socios, sea que consista en dinero,
en créditos o en cualquiera otra clase de bienes; el valor que se asigne a los aportes
que consistan en muebles o en inmuebles; y la forma en que deba hacerse el justiprecio
de los mismos aportes en caso que no se les haya asignado valor alguno" (art. 352
Nº 4).
Se refiere esta norma a los aportes que conforman el capital o fondo social, a lo que
ya nos hemos referido en la primera parte de este trabajo. Si no existe la estipulación de
tales aportes, el contrato de sociedad será nulo absolutamente al faltar precisamente un
requisito establecido por la ley en razón a la naturaleza del mismo contrato.
Distinta nos parece la situación cuando falta la valoración de los mismos aportes, o se
omite indicar la forma en que habrá de fijarse su justiprecio, pues tales menciones no
son esenciales. En tales casos, como ya se explicó al tratar sobre los aportes en general,
podrá aplicarse analógicamente lo dispuesto en el artículo 2084 inc. final del C.C., que
suple precisamente esta omisión al estimar que el valor del aporte en usufructo, para
efectos de su restitución, "será el que tuvieron las mismas cosas al tiempo del aporte",
distinguiéndolas incluso de aquellas otras "que se hayan aportado apreciadas" , en cuyo
caso "se deberá la apreciación" 209 .
3.2.1.4. "Las negociaciones sobre que deba versar el giro de la sociedad" (art. 352
Nº 5). Análisis del objeto social.
La ley se refiere aquí al "giro" u objeto social, esto es, a las actividades lucrativas a
las que se dedicará la sociedad y que delimitan su ámbito de actuación y el de sus
administradores. Sin embargo, y como parece evidente, que el estatuto designe el giro u
objeto social no implica que la sociedad tenga efectivamente una actividad, entendido
como el objeto social abstracto puesto en movimiento por la sociedad.
Por otro lado, en el concepto de giro u objeto social se plasma un elemento distinto
del objeto del contrato de sociedad como tal, a que se refiere por ejemplo el art. 2057
inc. 2º del C.C. El objeto del contrato de sociedad, al tenor del art. 1460 del C.C., son
las obligaciones que el mismo genera en lo que concierne a las relaciones de los socios
con la sociedad y a las que surgen entre los mismos socios, de manera que, como ocurre
con los contratos en general, el C.C. identifica también en este caso el objeto del
contrato con el objeto de la obligación.
Jurídicamente, entonces, el objeto social es un elemento esencial que los socios deben
estipular en el estatuto y que sólo puede alterarse mediante una modificación del mismo,
lo que representa una garantía de estabilidad no sólo para la sociedad misma, sino para
los propios socios que consintieron en realizar un giro en particular, y no otro. Por
contrapartida, mediante la determinación del objeto social los socios podrán vigilar
también —y en su caso sancionar— la realización de actos de competencia desleal o, en
general, contrarios al interés social, según se desprende del art. 404 Nºs. 2 y 4 del C. de
C.
El C. de C. no da pautas para definir cuán específica debe ser la mención del objeto
social, dando a entender incluso, en el art. 404 Nº 4, que la sociedad puede tener un giro
indeterminado o "un género no determinado de comercio". Pese a lo anterior, nos
parece inadmisible un objeto excesivamente amplio, ambiguo o derechamente
indeterminado, como por ejemplo "la realización de negocios comerciales lícitos" o
aquel que estando determinado puede extenderse no obstante "a cualquier otro negocio
o actividad que los socios acuerden". La sociedad, en efecto, no puede formarse para
ejercer el comercio en forma indiscriminada, sin definición alguna en cuanto a la índole
de la empresa210 , ni su personalidad jurídica se le concede para hacer cualquier cosa o
para alcanzar cualquier interés, sino sólo aquel que se encuentra establecido en el
estatuto social y que delimita su capacidad y poder de actuación.
Dicho de otra forma, la descripción debe ser lo suficientemente precisa como para
poder distinguir el objeto o giro social de otro cualquiera, de manera tal que a partir de
aquélla puedan aplicarse las diversas disposiciones legales que se refieren al objeto
social y que presuponen, precisamente, una descripción a lo menos suficiente del
mismo. Así ocurre, por ejemplo, con el art. 2065 inc. 2º del C.C., cuando señala que "si
el objeto de la sociedad es un negocio de duración limitada, se entenderá contraída por
todo el tiempo que durare el negocio" ; con el art. 374 del C. de C., ya citado, referido a
los actos y contratos que "no le conciernan" a la sociedad; con el art. 2077 del C.C.,
según el cual el socio administrador debe ceñirse a los términos de su mandato, y en lo
que éste callare, " se entenderá que no le es permitido contraer a nombre de la sociedad
otras obligaciones, ni hacer otras adquisiciones o enajenaciones, que las comprendidas
en el giro ordinario de ella" ; o con el art. 2099 inc. 1º del C.C., que establece como
causal de disolución de la sociedad "la finalización del negocio para que fue
contraída". En todos estos casos, en fin, resulta indispensable que el objeto social esté
debidamente explicitado, lo que excluye como se dijo los giros amplios o
indeterminados.
En diversas disposiciones, tales como el art. 2077 del C.C. y arts. 387 y 397 del C. de
C. por poner algunos ejemplos, la ley habla del "giro ordinario" de la sociedad, sin dar
mayores luces en tal sentido. Por lo mismo, resulta necesario averiguar si a partir de tal
expresión debe reconocerse implícitamente, más allá de la mera impresión lógica, la
existencia de un concepto jurídico opuesto, esto es, de un giro "no ordinario" o,
simplemente, de un giro extraordinario.
Cuando la ley se refiere al giro ordinario, en efecto, lo hace con el preciso fin de
delimitar las facultades de la administración, precisando por esta vía el alcance de las
mismas y, por contrapartida, los actos y contratos que le conciernan por pertenecer
precisamente a dicho giro, celebrados con terceros. Por lo mismo, y considerando que la
mención de la administración puede faltar en la escritura social, el legislador ha tenido
que utilizar esta fórmula para fijar el ámbito de actuación válida de los administradores,
situándola en el contexto de lo que resulta común a la explotación del objeto social.
Todo lo que exceda de ese marco, por ende, necesita poder especial y da cuerpo al
concepto de administración extraordinaria (arts. 394, 397 del C. de C.).
Por otro lado, el concepto de "giro ordinario" resulta también indispensable para
definir las facultades de administración en los casos de administración delegada,
particularmente cuando nada se ha dicho en el título de designación (art. 402 del C. de
C., en relación con el art. 2132 del C.C.). Todavía más, nos parece que en aquellos
casos en que las facultades del delegado se han señalado en el título respectivo, los
socios no podrían limitarlas al extremo de suprimir o de hacer impracticables las de
simple administración o de administración ordinaria, pues éstas son inherentes al giro o
tráfico mercantil de la sociedad. Así se desprende del art. 374 del C. de C., según el cual
—a contrario— la sociedad será responsable de las obligaciones que se hayan contraído
bajo su razón social en la medida que aquellas le conciernan, en alusión directa al objeto
o giro social; o del art. 373 del mismo Código, que hace responsable a la sociedad por
las obligaciones suscritas por un socio no autorizado para usar la firma o razón social,
hasta por el monto que hubiere obtenido.
c) para lograr la mejor realización de los bienes sociales, maximizando los beneficios
de los acreedores y los socios.
3.3.1. "Los socios encargados de la administración y del uso de la razón social" (art.
352 Nº 3).
Según el art. 384 del C. de C., "El régimen [de administración] de la sociedad
colectiva se ajustará a los actos que contenga la escritura social, y en lo que no se
hubiere previsto en ellos, a las reglas que a continuación se expresan". En
consecuencia, el sistema de administración que contempla la ley para este tipo
societario privilegia ante todo la autonomía de la voluntad de los socios, facultándolos
para estipular el mecanismo que más se ajuste a sus requerimientos y expectativas. En
este sentido entonces, como señala Sierra215 , las posibilidades son inimaginables:
"desde designar un administrador único hasta respetar esa condición a todos los socios.
Asimismo, el nombramiento del administrador puede ser por tiempo indefinido,
mientras dure la sociedad, o por períodos determinados". Distinto es el caso de la
sociedad anónima, en donde las normas sobre administración son imperativas y no
puramente dispositivas.
3.3.2. "La parte de beneficios o pérdidas que se asigne a cada socio capitalista o
industrial". Situación del socio trabajador (art. 352 Nº 6).
Los socios no pueden incorporar al estatuto social, por ende, los denominados "pactos
leoninos", privando por esta vía a alguno(s) de ellos de la participación en los beneficios
sociales (art. 2055 inc. 2º del C.C.); ni están autorizados, por contrapartida, a incluir
pactos en que se exima a alguno(s) de ellos de la obligación de soportar
proporcionalmente las pérdidas216 .
En este primer caso debemos distinguir nuevamente entre dos posibilidades distintas
que contempla la ley:
a) En primer término, la regla general será siempre la plena libertad de los socios para
que estipulen las reglas "que tuvieren por convenientes" en este sentido (art. 2066 del
C.C.).
Sin embargo, y como apunta Garrigues, "el deseo de lucro, que impulsa a entrar en
sociedad mercantil, no se vería satisfecho si el socio fuere obligado a dejar en la caja
social las ganancias de cada año en espera de que la liquidación final confirme o no la
posibilidad de repartirlas"220 . Por ello, la costumbre mercantil221 ha llevado a dividir la
operación total o global de la sociedad en períodos anuales, de manera tal que las
utilidades finales o de conjunto puedan repartirse durante la vigencia de la misma, bajo
la forma de utilidades relativas. En consecuencia, y aun cuando no exista norma legal
expresa en tal sentido, las utilidades que pueden repartirse los socios entre sí serán
aquellas de carácter financiero que resulten de la aprobación del balance general de la
sociedad, practicado al 31 de diciembre de cada año, y particularmente de la cuenta
patrimonial que refleje el resultado del ejercicio de que se trate, en la medida que no
existan pérdidas por absorber; y todo sin perjuicio de las normas tributarias aplicables a
dichas utilidades, tanto para la sociedad que las genera cuanto para los socios que las
retiran. Como apuntan Bolaffio, Roco y Vivante, en fin, "este reparto periódico se ha
hecho tan general que quedaría sorprendido, como ante una injusticia, el socio que lo
viese no aplicado sólo porque ninguna norma explícita de ley y ninguna cláusula del
acto constitutivo o del estatuto lo imponga"222 .
El art. 443 del C. de C., en efecto, establece que la SpA puede repartir las utilidades
que se generen en sus distintas "unidades de negocios o activos específicos de ésta" ,
respecto de las cuales —añade la norma— la sociedad deberá llevar contabilidades
separadas. De esta manera entonces, en estos casos es perfectamente posible que las
utilidades o dividendos repartidos no sean ya las generales u ordinarias a que se refiere
el art. 2070 del C.C., resultantes de la dinámica de compensaciones entre ganancias y
pérdidas, sino las particulares que se generen en cada unidad de negocio o activo
separado. Las señaladas compensaciones, por ende, operarán sólo al interior de cada
unidad de negocio para determinar el resultado financiero de la misma según su propia
contabilidad; pero no se aplicará para compensar las utilidades y pérdidas de la totalidad
de las unidades y/o activos separados entre sí, las que para todos los efectos no serán
computadas para el cálculo de las utilidades generales de la sociedad (art. 443 del C. de
C., parte final).
Por último, queda por determinar si la relación entre la sociedad y el socio, de cara a
los beneficios económicos que este último tiene derecho a percibir, se circunscriben
única y exclusivamente a ese
vínculo intrasocietario, inserto por lo mismo en el ámbito del derecho de sociedades, o
si, además, podría convivir con este último una relación jurídica distinta entre ambos, de
carácter laboral concretamente.
Como se dijo al analizar el requisito general del aporte, el socio está obligado a
efectuar su aportación a la sociedad. Tratándose en primer término del socio industrial,
dicho aporte será precisamente su trabajo o industria, lo que en el caso de las sociedades
en comandita coincidirá incluso con la administración y gerencia de la sociedad. A
diferencia de lo que ocurre con las relaciones jurídicas derivadas de una relación
laboral, por ende, la retribución por el trabajo del socio industrial no está garantizada y,
al contrario, su participación en las ganancias dependerá precisamente del resultado de
su gestión y de las utilidades que ésta le genere a la sociedad, de manera que no existe
aquí un contrato de trabajo entre la sociedad y el socio industrial. Como señala
Fernández 223, en fin, no puede sostenerse que en este caso exista ajenidad en la gestión
del socio industrial, pues si bien es cierto que los resultados de su trabajo ingresan en el
patrimonio de la sociedad, "la participación en las ganancias sociales por el socio (...) no
es una remuneración garantizada, sino que tiene como causa el propio contrato de
sociedad".
Por lo anterior, nos parece que el trabajo o industria del socio industrial no puede ser
considerada como elemento de una relación laboral, pues constituye precisamente su
aportación al fondo. Habrá contrato de trabajo, en fin, "cuando existe un intercambio de
servicios personales por remuneración sin importar si a través de los mismos se
obtienen o no utilidades para el empleador".
Distinto es el caso del socio capitalista, pues parece perfectamente posible que exista
un contrato de trabajo entre éste y la sociedad; y ello no obstante su calidad de tal socio.
Así lo ha señalado la jurisprudencia:
"2. Que, conforme lo dispone el artículo 2053 inc. 2º del Código Civil, la sociedad
forma una persona jurídica, distinta de los socios individualmente considerados, por
lo que cabe desestimar la alegación precedentemente aludida, teniendo además en
consideración que el argumento ahí planteado tiene por objeto permitir en un caso
dado, determinar si entre dos o más personas existe un contrato de trabajo o una
sociedad, para lo cual se atiende, entre otros factores, precisamente a la existencia o
no de un vínculo de dependencia entre ellas; ese criterio no es aplicable a situaciones
como la de autos, en que la controversia se suscita entre un socio y una sociedad de
la cual forma parte.
Del mismo modo, se ha fallado que el socio que detenta además la calidad de gerente
administrador en virtud de un contrato de trabajo, con facultades para representar a la
sociedad en todo lo relacionado con el giro social —incluyéndose aquí la contratación y
despido de trabajadores—, tanto dentro de la empresa como en las relaciones de la
sociedad con terceros, es un trabajador dependiente de la sociedad 227.
OCTAVO: Que, en estas condiciones, al concluir el fallo recurrido que existe una
relación laboral entre el actor y la sociedad demandada, respecto de la cual él tenía
la calidad de socio, incurre en la causal de nulidad del artículo 478, letra b) del
Código del Trabajo, que señala textualmente: "cuando haya sido pronunciada con
infracción manifiesta de las normas sobre la apreciación de la prueba", puesto que al
tener por establecida la existencia de una relación laboral, la sentenciadora no
analizó, conforme a las reglas de la sana crítica, los documentos acompañados por
las partes demandante y demandada en la audiencia de juicio, de cuyo examen se
advierte claramente la voluntad de las partes que concurrieron a la suscripción del
contrato de sociedad y que en su calidad de socio era el propio actor quien aparece
suscribiendo, en representación de la demandada, la propia carta aviso de término
de contrato de trabajo en que se funda posteriormente su libelo.
NOVENO: Que por su parte, el principio de primacía de la realidad que rige en
materia laboral obliga al juzgador a efectuar una aplicación práctica de la situación
de hecho en que se encuentran las partes, las que en este caso, durante todo el
período en que el actor sitúa la vigencia del contrato de trabajo, estuvieron
vinculadas por un contrato de sociedad previo, el que recién terminó respecto del
demandante una vez presentada la demanda de autos, hecho que no fue controvertido
por las partes"228 .
En el mismo sentido, pero tratándose ahora de una sociedad anónima, se resolvió que
el demandante que es además accionista, titular del 16,33% de las acciones de la
sociedad demandada, que ha sido miembro del Directorio e incluso Presidente del
mismo y de la sociedad, no puede ser considerado trabajador "por no haber vínculo de
subordinación, a virtud de haber adquirido la calidad de administrador, socio
accionista, director, presidente del directorio, haber reunido las facultades
administrativas y de disposición de la sociedad, pues en tal caso su voluntad se
confunde con la de la sociedad" 229 .
3.3.3. "La época en que la sociedad debe principiar y disolverse" (art. 352 Nº 7)
De conformidad con el art. 356 inc. 1º del C. de C., "La sociedad que no conste de
escritura pública, o de instrumento reducido a escritura pública o de instrumento
protocolizado, es nula de pleno derecho y no podrá ser saneada". Según esta norma
entonces, introducida por la Ley Nº 19.499, sobre Saneamiento de Vicios de Nulidad de
Sociedades, en el ordenamiento jurídico chileno la sociedad mercantil goza de
personalidad jurídica desde que el acto constitutivo es otorgado por alguna de estas tres
vías (escritura pública, instrumento protocolizado e instrumento reducido a escrita
pública), a diferencia de lo que ocurre en sistemas como el español y el francés que en
su momento sirvieron de antecedente al legislador chileno ( vid. supra ).
Por lo anterior, y en lo que aquí concierne, por regla general la fecha en que la
sociedad debe principiar coincide con su momento gestacional, otorgado en la forma ya
dicha, sin perjuicio de la libertad que la ley le reconoce a los socios para pactar algo
distinto en este sentido. Así lo señala además el art. 2065 inc. 1º del C.C., según el cual
"No expresándose plazo o condición para que tenga principio la sociedad, se entenderá
que [la sociedad] principia a la fecha del mismo contrato (...)" .
Sin perjuicio de lo señalado, y considerando precisamente que según el art. 357 del C.
de C. la sociedad colectiva mercantil tiene personalidad jurídica desde que consta en
escritura pública, instrumento reducido a escritura pública o instrumento protocolizado,
nos parece que la mención al momento en que la sociedad principia, a que se refiere el
art. 352 Nº 7, carece de sentido y utilidad si se lo asimila al inicio de la personalidad
jurídica. Por lo mismo, entendemos que la estipulación sobre el principio de la sociedad
apunta aquí al inicio de su giro o actividad (por ejemplo, la construcción de un edificio,
que se iniciará a contar de cierto plazo) y no a la personalidad jurídica que el Estado le
reconoce, pues los socios no pueden disponer del momento en que la sociedad surge a la
vida del derecho como sujeto autónomo.
3.3.4. "La cantidad que puede tomar anualmente cada socio para sus gastos
particulares" (art. 352 Nº 8).
Pese a que el art. 352 Nº 8 del C. de C. contempla esta mención en forma autónoma,
distinta como se dijo de aquella referida a la participación en las utilidades y pérdidas,
su tratamiento tributario será el mismo en ambos casos, considerándose por ende como
un retiro del socio (art. 14 letra A de la Ley de Renta, D.L. Nº 824) y como una utilidad
sobre la cual la sociedad deberá tributar al momento en que se produzca efectivamente
o, en último término, al terminar su giro según el caso. No serán considerados, por lo
mismo, como un gasto necesario para producir la renta de la sociedad, a diferencia de
aquellos destinados a generar la utilidad a que se refiere el art. 352 Nº 6.
3.3.5. "La forma en que ha de verificarse la liquidación y división del haber social"
(art. 352 Nº 9).
Pueden también los socios precisar en el estatuto la manera en que deberá hacerse la
liquidación de la sociedad disuelta, designar a los liquidadores o, alternativamente, fijar
las pautas que habrán de seguirse en su momento para tal designación. La omisión de
esta mención no trae aparejada sanción alguna, aunque sí las consecuencias jurídicas
supletorias contempladas en el art. 409 del C. de C.
Como regla general, la ley privilegia la autonomía de la voluntad de los socios, sea
que la hayan manifestado o no en el acto fundacional. En ese contexto, las situaciones
que pueden presentarse son las siguientes:
Sin embargo, según el art. 409 inc. 3º del C. de C. "Sólo en el caso de hallarse todos
conformes, podrán encargarse los socios de hacer la liquidación colectivamente" ,
regla esta que recibe aplicación aun cuando el estatuto social señale una forma distinta
de designar al liquidador, e incluso cuando se lo haya designado derechamente en el
mismo. El liquidador, en efecto, " es un verdadero mandatario de la sociedad" (art. 410
del C. de C.), de manera que en tanto no exista aceptación del encargo los socios
perfectamente pueden prescindir del mismo para verificar por su cuenta la liquidación
de común acuerdo, sin necesidad de modificar el estatuto social; máxime si la
liquidación es necesariamente posterior a la disolución de la sociedad.
b) Los socios han acordado nombrar liquidador, sin determinar la forma del
nombramiento:
Se refiere a esta situación el art. 409 inc. 1º: si los socios no han señalado la manera
en que debe designarse al liquidador, ni en la escritura social ni en la de disolución, tal
designación se hará "por unanimidad de los socios, y en caso de desacuerdo, por el
juzgado de comercio". La designación, en todo caso, puede recaer en uno de los socios
o en un extraño (art. 409 inc. 2º).
Nos parece, también, que esta regla es sin perjuicio de lo dicho supra , pues los socios
siempre podrán realizar la liquidación de consuno.
C) Arbitraje.
Por último, debe tenerse en cuenta que todas las cuestiones a que diere lugar la
presentación de la cuenta del liquidador de las sociedades comerciales debe someterse
obligatoriamente a arbitraje (arts. 414 del C. de C. y 227 Nº 3 del COT); solución esta
que nos parece en todo caso contraria a principios y derechos fundamentales concretos,
consagrados en la CP de 1980, y que por lo mismo debe revisarse con urgencia. Como
hemos dicho en otra oportunidad, el arbitraje societario, como alternativa de solución de
conflictos de índole intrasocietaria, debe ser voluntario y jamás forzoso 230.
No se trata sin embargo, entiéndase bien, del juicio destinado a obtener que se declare
la obligación de rendir la cuenta, a que se refiere el art. 680 Nº 8 del CPC, ni de la
presentación de la cuenta misma según el procedimiento regulado en el Título XII del
Libro III del mismo Código, sino del que se inicia en caso de existir efectivamente
objeciones a la cuenta ya presentada por el gerente o liquidador. Por ende, cuando el art.
694 inciso 2º del CPC señala que en estos casos " continuará el juicio sobre los puntos
observados con arreglo al procedimiento que corresponda según las reglas generales,
considerándose la cuenta como demanda y como contestación las observaciones ", lo
hace precisamente con arreglo a lo que dispone por su parte el art. 227 Nº 3 del COT,
que lo somete como se dijo a arbitraje obligatorio. Así lo ha entendido además la
jurisprudencia, al señalar por ejemplo:
"1º. Que del expediente Rol Nº 48.430 del Primer Juzgado Civil de Osorno, que se
tiene a la vista, constan los siguientes antecedentes:
b) Que a fojas 19, el trece de septiembre del año pasado, la juez de primera instancia
fijó el plazo pedido; y
2º. Que el artículo 680 Nº 8 del Código de Procedimiento Civil, dispone que el
procedimiento sumario se aplica, entre otros casos, a los juicios en que se persiga
únicamente la declaración impuesta por la ley o el contrato, de rendir una cuenta, sin
perjuicio del derecho a exigir la acción ejecutiva cuando ello fuere procedente; y el
artículo 693 del mismo Código, por su parte, preceptúa que el que deba rendir una
cuenta la presentará en el plazo que la ley designe o que se establezca por convenio
de las partes o por resolución judicial, materia, esta última, de arbitraje forzoso de
acuerdo con lo previsto por el artículo 227 Nº 3 del Código Orgánico de Tribunales;
3º. Que de las normas citadas precedentemente cabe distinguir, respecto de los
juicios relacionados con la obligación de rendir cuentas —en lo que al caso en
estudio atañe— los siguientes procedimientos:
a) El juicio declarativo sobre cuentas, del que conoce la justicia ordinaria y que se
tramita por las normas del juicio sumario, cuyo objeto es obtener, únicamente, la
declaración de la obligación de rendir una cuenta en los casos en que ella está
establecida por la ley o el contrato; y
b) El juicio sobre cuentas del que conoce un tribunal arbitral, cuya tramitación es
aquella que se encuentra reglamentada en el Título XII del Libro III del Código de
Procedimiento Civil y que tiene por finalidad la presentación y análisis de la cuenta y
su impugnación o aprobación, sin que se discuta acerca de la obligación de rendirla,
pues ésta ha sido establecida por la ley, el contrato o la resolución judicial;
4º. Que de todo lo expuesto en las motivaciones anteriores, fluye que la petición del
solicitante en los autos que se tienen a la vista, únicamente tuvo y pudo tener por
objeto, el que la justicia ordinaria determinara el plazo en que se debe rendir la
cuenta pedida, sin que sea procedente que la parte obligada a rendirla la presente
ante el tribunal ordinario ni que se discuta ante él sobre sus partidas, lo cual debe
ser ventilado ante un tribunal arbitral, por expresa disposición de la ley"231 .
"La confusión reinante entre los intervinientes del proceso, parece provenir de una
errada concepción de lo que son los juicios de cuentas. Dejando de lado el juicio
ejecutivo de cuentas, que no es el caso, existen dos procedimientos; uno, el destinado
a que se declare la obligación de rendir cuenta, que es conocido por la justicia
ordinaria y se tramita necesariamente como juicio sumario, concluyendo con un fallo
que decide sólo si ha o no lugar a declarar la obligación de rendir la cuenta por
parte de la demandada. El otro procedimiento es el juicio de cuentas propiamente tal,
cuyo objeto es la presentación de ella, cuando ya existe una obligación declarada de
rendirla, su impugnación y su aprobación. A este juicio se refieren los artículos 693 y
siguientes del Código de Procedimiento Civil, citados equivocadamente por la
resolución impugnada, y se trata de un litigio necesariamente seguido ante jueces
árbitros, por mandato expreso del artículo 227 Nº 3 del Código Orgánico de
Tribunales"232 .
"PRIMERO : Que, doña Carmen Gloria Gemita Perinetti Santis, presentó acción
tendiente a obtener la rendición de cuenta de la gestión de don Carlos Boock Solís,
en su calidad de socio y administrador de la Cía. Inversiones Patagoniasouth Ltda.,
observándose por la actora y socia la cuenta rendida (fojas 72 y 81,
respectivamente).
SEGUNDO : Que, el tribunal por su parte tuvo por formuladas dichas observa ciones y
ordenó continuar con la tramitación de los autos de conformidad a las normas del
procedimiento sumario (fojas 91).
3.3.6. "Si las diferencias que les ocurran durante la sociedad deberán ser o no
sometidas a la resolución de arbitradores, y en el primer caso, la forma en que deba
hacerse el nombramiento". Pacto arbitral estatutario y situaciones que pueden
plantearse (arts. 352 Nº 10 y 415).
La mención citada se refiere en concreto a la solución de los conflic tos que ocurran
durante la vigencia de la sociedad, a través de arbitraje, lo que en el caso de las
sociedades personalistas debe conciliarse con lo que disponen a su vez los artículos 227
Nº 4 del COT y 415 del C. de C., respectivamente.
Según la primera de las normas citadas, en efecto, deben resolverse por árbitros "Las
diferencias que ocurrieren entre los socios de una sociedad anónima, o de una sociedad
colectiva o en comandita comercial, o entre los asociados de una participación, en el
caso del artículo 415 del Código de Comercio" , mandato este que requiere algunas
precisiones.
A) Ámbito subjetivo del arbitraje forzoso. Conflictos entre los socios y la sociedad o
entre éstos y sus administradores.
En primer término, debe tenerse en cuenta que el art. 227 Nº 4 del COT sólo se refiere
a las diferencias —o conflictos en sentido lato— "entre los socios".
Nada dice la ley respecto de los conflictos entre la sociedad y los socios o sus
administradores delegados que no sean socios, a diferencia de lo que ocurre con el art.
4º Nº 10 de la LSA, que los contempla expresamente. Sin embargo, la situación entre un
tipo societario y otro es radicalmente distinta, lo que requiere por ende de las siguientes
precisiones:
Si bien los arts. 227 Nº 4 del COT y 415 del C. de C. no se refieren ex plícitamente a
los conflictos entre la sociedad y los socios, y precisamente por eso, nos parece que
ellos no quedan comprendidos en el carácter forzoso del arbitraje que en tales normas se
contempla. Discrepamos entonces con Aylwin 234y Puelma 235, quienes sostienen
precisamente lo contrario.
Según se desprende del art. 228 del COT, la figura del arbitraje forzoso es
excepcional, de manera que sólo puede aplicarse a los casos expresamente señalados en
las leyes; y éste no es uno de ellos, a diferencia de lo que ocurre en la sociedad anónima
(art. 4º Nº 10 LSA) y en la SpA (art. 441 del C. de C.), en donde el legislador ha
incluido explícitamente los conflictos entre los accionistas y la sociedad o sus
administradores y liquidadores.
Sin perjuicio de lo anterior, debe considerarse también que un arbitraje " forzoso"
constituye sin duda una contradictio in terminis, que desconoce y desvirtúa la esencia
misma del señalado instituto, fundado en la autonomía de la voluntad y en la libertad
que el ordenamiento jurídico le reconoce a las personas. Como señala Guasp 237,
"resulta impropio hablar de un arbitraje obligatorio o necesario, al ser la voluntad la
nota definidora de esta institución", lo que es reiterado por Gaspar 238cuando afirma que
según los antecedentes históricos, legales y jurisprudenciales de la institución, "la
voluntad constituye la base legitimadora del arbitraje y, prescindir de la misma
supondría quitarle la mejor de sus condiciones y desnaturalizarlo". Si las partes son
libres para crear, modificar o extinguir relaciones jurídicas sobre materias disponibles
en derecho, en fin, también lo serán para decidir sobre la forma de resolver los
conflictos que puedan surgir de ellas.
Por lo señalado entonces, y en tanto la señalada figura forzosa de arbi traje no sea
suprimida del todo en el derecho chileno sobre arbitraje interno —como se ha hecho ya
en materia de arbitraje comercial internacional—, toda manifestación de obligatoriedad
en este sentido debe ser interpretada y aplicada en forma restringida, mas no de manera
analógica como proponen los autores mencionados.
Hemos dicho antes que la ley chilena reconoce la personalidad jurídica de aquellas
sociedades cuyo acto constitutivo consta en escritura pública, instrumento reducido a
escritura pública o instrumento protocolizado, sin perjuicio del saneamiento de los
vicios formales que puedan afectarle. En consecuencia, y por aplicación de lo dispuesto
en el art. 2053 inciso 2º del C.C., en estos casos la sociedad en formación o anulable
constituye un sujeto de derecho autónomo que, en cuanto tal, no puede ser confundido
ni identificado con los socios individualmente considerados. De aquí entonces que la
declaración de nulidad o inexistencia de la sociedad nula sea una materia que sobrepasa
el puro interés particular de los socios, proyectándose derechamente en la propia
sociedad como ente jurídico independiente. En estos casos, en fin, se tratará sin duda de
un conflicto entre socios; pero también de uno entre los socios y la sociedad¸ lo que
configura un marco subjetivo del conflicto que resulta ajeno al que contempla la norma
referida, de derecho estricto al tenor del art. 228 del COT239 .
C) El arbitraje es forzoso "en el caso del artículo 415 del Código de Comercio".
Situaciones que pueden plantearse.
El mismo art. 227 Nº 4, en su parte final, aclara también que la obligatoriedad del
arbitraje, para resolver las controversias surgidas entre socios de sociedades
personalistas mercantiles, será sólo "en el caso del art. 415 del Código de Comercio" ;
esto es, cuando el respectivo estatuto social no señala si tales diferencias "deberán ser o
no sometidas a la resolución de arbitradores".
En efecto, el art. 415 citado suple el silencio de los socios que no han precisado en el
acto constitutivo de la sociedad "Si las diferencias que les ocurran durante la sociedad
deberán ser o no sometidas a la resolución de arbitradores, y en el primer caso la
forma en que deba hacerse el nombramiento" (art. 352 Nº 10 del C. de C.). Según lo
dicho entonces, en estas sociedades mercantiles, sean colectivas, comanditas simples
(por remisión del art. 474 del C. de C.) o de responsabilidad limitada (por remisión del
art. 4º inc. 2º de la Ley Nº 3.918), el arbitraje tendrá el carácter de forzoso sólo cuando
los socios nada dicen en el estatuto social, lo que configura una situación especial de
obligatoriedad "por omisión".
Los socios, entonces, están facultados para decidir libremente si sus conflictos
durante la sociedad serán sometidos "o no" a arbitraje, lo que en definitiva puede dar
lugar a las siguientes situaciones alternativas:
a) Que los socios señalen expresamente en el estatuto social que sus diferencias serán
resueltas mediante arbitraje, precisando además (a) la naturaleza del mismo, (b) el
nombre del (los) árbitro(s) —si lo estiman pertinente— o (c) la forma en que serán
designados.
La cláusula, nuevamente, será plenamente válida, pues la omisión apuntada podrá ser
completada posteriormente por los socios al momento de generarse el conflicto concreto
entre ellos. Todavía más, si no existe acuerdo en tal sentido será la justicia ordinaria la
que deba proveer a tal designación, resultando plenamente aplicable aquí lo señalado
por el art. 232 inciso 2º del COT 240.
d) Que los socios pacten expresamente que sus diferencias no serán sometidas a
arbitraje , en cuyo caso serán competentes los tribunales ordinarios de justicia.
e) Por último, puede ocurrir que los socios nada digan en este sentido, aplicándose en
tal caso —y sólo allí— la norma supletoria del art. 415 del C. de C., en relación con los
artículos 232 y 235 del COT.
Una primera cuestión que debe aclararse en este punto es que adminis tración y
representación no son conceptos análogos.
La sociedad, como sujeto de derecho con personalidad jurídica ficta, no puede actuar
por sí misma sino que debe hacerlo a través de personas naturales, socios y/o terceros
ajenos a la misma. Esta dimensión del actuar social, en términos amplios, se objetiva a
través de la administración societaria , entendida como toda actividad jurídica o de
hecho que, dentro del marco contractual o estatutario acordado, promueve la realización
del fin social común 241. Forman parte de ella, por ende, tanto actos o negocios jurídicos
celebrados con terceros, como actividades internas e incluso de hecho, necesarias
igualmente para el desarrollo del giro ( v. gr. la organización y dirección de los medios
personales y materiales que componen la empresa, la organización y funcionamiento
contable, la dirección logística y de fabricación, estrategias de publicidad y marketing,
etc.). Con todo, y como aclara Girón 242, sólo será actividad de administración aquella
que se desenvuelva dentro del régimen social, es decir, que no afecte a las normas
contractuales o estatutarias de la sociedad.
Sin embargo, esta concepción amplia de la administración admite una dis tinción
conceptual que depende, en resumidas cuentas, de la dirección en que se desenvuelven
las actividades que la componen, siendo factible diferenciar por ende entre la
administración propiamente tal y la representación social:
a) La administración propiamente tal es aquella actuación que se realiza dentro de la
esfera interna de la sociedad, circunscrita por ende al ámbito de las relaciones entre los
socios.
Esta distinción tiene expresa consagración en el C.C., que trata por se parado la
administración interna de la sociedad en el párrafo 5º del Título XXVIII del Libro IV,
denominado "De las obligaciones de los socios entre sí" (arts. 2082 y ss.), y la
representación en el párrafo 4º del mismo Título y Libro, denominado "De la
administración de la sociedad colectiva" , arts. 2071 y ss.
Pese a esta diferenciación conceptual, con todo, debe advertirse tam bién que en la
práctica las funciones de administración y representación se encuentran vinculadas de
manera inseparable. En efecto, el concepto de representación no constituye una esfera
autónoma ni distinta de las actividades de administración propiamente tal, pues ambas
tienen en definitiva una misma esencia, aunque con distintas manifestaciones. Así, por
ejemplo, la celebración de un determinado contrato, mirado como acto de simple
administración, afectará a las relaciones jurídicas internas de la sociedad y podrá
generar, por ende, consecuencias en el ámbito de la responsabilidad del socio o socios
que han intervenido en el mismo; pero el mismo contrato, visto bajo el prisma de la
representación, genera al mismo tiempo efectos o consecuencias jurídicas externas para
la sociedad, que resulta vinculada con el tercero que en el ejemplo propuesto ha
contratado con ella.
En otros términos, y conciliando las ideas antes expuestas, es perfecta mente posible
encontrar actos de administración que no sean a su vez de representación, como ocurre
con la obligación de todo comerciante de llevar contabilidad; pero, en cambio, no se
concibe que un acto de representación no sea a la vez de administración 243. La
administración en sentido amplio, como señala Suárez-Llanos, debe ser entendida
entonces como equivalente al gobierno de un determinado patrimonio, al cumplimiento
de cualquier tipo de actividad económica y jurídica en relación con ese determinado
patrimonio 244. Por ello, y dado que la representación implica una actividad de carácter
jurídico-patrimonial que contribuye a la realización del objeto social, no queda más que
atribuirle el calificativo de administrativa 245.
Puede afirmarse, en síntesis, que la representación forma parte de las facul tades
propias de la administración social, de modo que los socios administradores son al
mismo tiempo representantes de la sociedad. La administración y la representación, en
fin, no son esferas jurídicas diferentes sino caras de una misma moneda, concebida para
la consecución del fin social 246.
Pese a lo anterior, y cualquiera que sea la acepción que se le asigne a esta expresión,
todas ellas muestran un común denominador que consiste en la atención de un
patrimonio, ya sea en términos generales o de un bien específico. En este sentido,
entonces, la actividad de administrar se ha definido como "la adopción de todas las
medidas y la realización de todos los actos jurídicos tendentes a conservar y aumentar
un patrimonio, extrayendo del mismo ventajas que sean susceptibles de procurar" 255,
distinguiéndose así entre dos grupos de actos de administración, esto es, (a) los de
conservación, que tienden a la protección del patrimonio y a evitar o reparar un
menoscabo del patrimonio; y (b) los de administración de dicho patrimonio o bien
propiamente tal 256, a los que en gener al se contrapone el concepto de "disponer" 257.
Dos son principalmente las teorías que postula la doctrina para explicar el fenómeno
de la administración, la del mandato y la del órgano social.
Con todo, decimos que lo anterior es sólo "en principio", pues, si se analizan los
derechos y obligaciones que la ley le reconoce e impone al administrador,
respectivamente, y se los sitúa además dentro del marco normativo general de la
sociedad colectiva, parece evidente que la figura del mandato no resulta del todo
asimilable a la función del administrador, aun cuando coincida en buena parte con
aquélla. El propio legislador parece reconocer lo anterior en el art. 402 del C. de C.,
cuando señala que el Administrador a quien no se le ha fijado la extensión de sus
poderes será considerado "como simple mandatario" , distinguiendo por ende entre este
"simple mandato" —o mandato propiamente tal— de aquella otra figura de
administración "asimilada al mandato", a que se refiere, por ejemplo, en el art. 400 del
C. de C. Lo mismo ocurre con la sociedad colectiva civil, en donde se hace también una
distinción entre el administrador designado en un acto posterior al contrato de sociedad,
que puede renunciarse y revocarse según las normas del "mandato ordinario" (art. 2074
del C.C.), y el que se confiere en cambio en el acto constitutivo de la sociedad, que no
admite renuncia sino por causa prevista en el acto constitutivo, o unánimemente
aceptada por los consocios. Algunos ejemplos permitirán explicar de mejor forma lo
dicho:
d) Según el art. 2089 inc. 1º del C.C., "Cada socio tendrá derecho a que la sociedad
le reembolse las sumas que él hubiere adelantado con conocimiento de ella, por las
obligaciones que para los negocios sociales hubiere contraído legítimamente y de
buena fe; y a que le resarza los perjuicios que los peligros inseparables de su gestión le
hayan ocasionado" , lo que coincide con la obligación del mandante en orden a
reembolsarle al mandatario los gastos en que éste hubiere incurrido con ocasión de la
ejecución del encargo (art. 2158 Nº 2 del C.C. y art. 274 del C. de C.).
a) Los administradores no sólo actúan en interés de la sociedad, sino también del suyo
propio aunque de manera indirecta.
Por todo lo anterior, nos parece que si bien el derecho chileno sigue aquí la tesis
clásica del mandato, ello no significa que los derechos y obligaciones del socio
administrador se rijan exclusivamente por las normas sobre el mandato propiamente tal.
Tales facultades y dichas obligaciones coinciden en algunos casos con la figura del
mandato, mientras que en otros se distancian radicalmente del mismo, lo que lleva a
concluir que en el derecho de sociedades la tesis del mandato involucra una
representación que no está vinculada ni se identifica necesariamente con las reglas de un
mandato propio. Tales normas, en fin, se aplicarán cuando la ley así lo señale ( v. gr. art.
402 del C. de C. y art. 2074 del C.C.), o cuando se trate de materias no reguladas
especialmente, como ocurre precisamente en los casos recién mencionados.
La teoría del mandato, entendida de la forma ya dicha, se hace insuficiente sin emba
rgo para explicar la naturaleza jurídica de la administración de la sociedad, en cuanto
sujeto jurídico distinto de los socios individualmente considerados. La sociedad, como
ente creado por la ley, no puede actuar en la vida jurídica si no es a través de personas
físicas, lo que genera el problema de definir si estas personas son representantes de la
sociedad o la persona jurídica misma, que actúa a través de un órgano suyo.
Surge así la teoría del órgano, propuesta en Alemania por Von Gierke, para quien los
administradores estatutarios no actúan como mandatarios de la sociedad sino que,
mucho más que eso, exteriorizan derechamente la voluntad de la misma, al punto que no
existe una relación entre dos sujetos distintos, representado y representante. La mal
denominada "representación", dice Ferrara267 , no es más que una cualidad de la
relación que une la persona jurídica con la física del agente (Organträger) , y no implica
una relación entre la sociedad como sujeto (representado) y los administradores. Es
entonces un atributo para el desarrollo de la función, de manera que para esta doctrina
los representantes estatutarios de la sociedad "son parte de ella a diferencia de los
representantes voluntarios —mandatarios— que expresan su propia voluntad, si bien lo
hacen en nombre y representación del mandante"268 .
Según el art. 385 del C. de C., "La administración corresponde de derecho a todos y
cada uno de los socios, y éstos pueden desempeñarla por sí mismos o por sus
delegados, sean socios o extraños". En consecuencia, ante el silencio de los estatutos la
administración de la sociedad estará a cargo de todos los socios indistintamente, quienes
la ejercerán por separado o "por sí mismos". Dicho de otra forma, cada socio será
administrador de la sociedad, y cada socio administrador tendrá la representación de la
misma.
De lo dicho hasta aquí se desprende que el derecho del socio a administrar la sociedad
colectiva constituye un elemento configurador de este tipo societario, cuya contrapartida
se encuentra en el carácter solidario de la responsabilidad que la ley le impone por las
deudas sociales. En estos casos, la doctrina mayoritaria en Chile entiende que en virtud
del artículo 386 del C. de C., los socios se han dado recíprocamente mandato para
administrar la sociedad, de manera que sus actos de administración obligarán
solidariamente a la sociedad y a los socios restantes cuando se ejecutan en conformidad
al estatuto social o, en silencio del mismo, cuando tales actos o contratos se encuadren
dentro del giro ordinario de la sociedad (art. 397 del C. de C y art. 2077 del CC). En
virtud de esta administración, además, los socios tienen la representación legal de la
sociedad en juicio, tanto como demandante como demandado (art. 398 del C. de C.).
Como se dijo antes, sin embargo, debe advertirse que la tesis tradicional del mandato,
sustentada hasta hoy en Chile en forma mayoritaria, ha sido objeto de una profunda
revisión doctrinal, con concepciones más modernas que la dan por superada y que
consideran la actividad de administrar —y por ende a la persona del administrador—
como propia y privativa de la relación social, cuya configuración se aparta por lo mismo
de vínculos jurídicos de otra índole o naturaleza. Otros, incluso, siguiendo la tesis de
Von Gierke (vid. supra ., 3.4.2.2), sostienen que estamos en presencia de cargos de
carácter orgánico; pero nunca ante un mandato.
Con todo, y cualquiera sea el enfoque doctrinal por el que se opte, todos ellos
concuerdan en la crítica de la doctrina tradicional y, en lo que aquí concierne, de la
explicación que ésta da respecto del mencionado mandato tácito. No existe, en efecto,
ninguna "presunción de mandato" para administrar (al punto que existen notorias
diferencias entre ambos institutos, como se dijo supra) , pues en definitiva se trata de
una atribución ex lege a todos los socios de la facultad en tal sentido, que deriva
precisamente del vínculo societario que existe entre ellos y la sociedad. El derecho a
administrar, reitero, es consustancial a la condición de socio, lo que constituye razón
suficiente para circunscribir ese derecho en la propia relación social, y no en otra
distinta y separada274 .
Podría entenderse, por otro lado —como lo hacen precisamente quienes postulan la
teoría organicista de la administración—, que en el caso de la administración delegada y
en virtud de personalidad jurídica con que cuenta la sociedad como ente distinto de los
socios, lo que éstos hacen al designar a uno o varios administradores de entre ellos no es
conferir un mandato como tales socios (pues con ello se confunden las personalidades
de cada cual y la de la sociedad), sino conformar precisamente el órgano interno que
tendrá a cargo la administración 275. Sin embargo, coincidimos con Capilla 276en cuanto
a que este análisis se simplifica sustancialmente si se considera que la facultad de
administrar que tienen los socios se encuentra radicada en y proviene de la relación
societaria, lo que sitúa por ende a la administración que ejerce cada cual en esa precisa
esfera societaria y no, reitero, en un mandato presunto o tácito. La situación no cambia
si la administración es delegada, pues en tal caso los socios no administradores
renuncian simplemente al ejercicio de facultades que legalmente les corresponden, pero
de las cuales pueden disponer. Se produce aquí, en concreto, una reserva de facultades
de dirección de los negocios sociales a favor de los socios designados como
administradores delegados, sin que por ello pueda estimarse que su posición jurídica
como tales socios se haya alterado respecto de la que tenían antes de delegar.
En síntesis, nos parece con Lacruz 277que los socios conforman una suerte de gobierno
solidario, en donde el poder de cada uno de ellos emana de la ley y no de un mandato
tácito y recíproco que, como tal, podría ser revocado libremente incluso, con el
contrasentido que ello conlleva. Estos poderes, con todo, son plenos en lo que concierne
a la gestión del giro ordinario del negocio, pero no alcanza por regla general a la
sustancia del patrimonio social según se desprende del art. 387 del C. de C.
B) Derecho de oposición.
Sin perjuicio de lo señalado en el literal anterior, los artículos 388 y 389 del Código
de Comercio confieren a cada socio —con la sola excepción de los actos de
conservación— la facultad de oponerse a los actos de admi nistración de otro,
suspendiendo su ejecución pendiente hasta que la mayoría numérica se pronuncie sobre
su conveniencia o inconveniencia, lo que revela la coexistencia de un derecho recíproco
a detener la iniciativa de cada socio aisladamente considerado, para someterla a la
consideración del conjunto de ellos.
Según el art. 390 del C. de C., sin embargo, en estos casos la decisión de la mayoría
sólo obliga a la minoría cuando se trata de actos de simple administración o cuando tal
mayoría recae sobre disposiciones comprendidas dentro del giro estatutario de la
sociedad. A contrario , por ende, en los demás casos el acto o contrato que traspasa los
límites materiales recién indicados no podrá ejecutarse o llevarse a cabo. La misma
norma se encarga de precisar además que si de la deliberación antes mencionada surgen
dos o más pareceres diversos, sin que ninguno de ellos logre la mayoría, el acto o
contrato que dio origen a la oposición tampoco podrá verificarse. Con todo, si pese a la
oposición el acto o contrato de que se trata se lleva igualmente a cabo con terceros que
han obrado de buena fe, desconociendo por ende el hecho de la oposición, los socios
quedarán solidariamente obligados a cumplirlo. Lo anterior, sin embargo, es sin
perjuicio del derecho de los socios a ser indemnizados por aquel que ejecutó el acto o
celebró el contrato en las circunstancias recién expuestas (art. 391 del C. de C.).
Por último, y relacionado siempre con las facultades de administración de los socios,
el artículo 2081 del C.C. establece algunos derechos y obligaciones que resulta
pertinente mencionar:
A) En primer término, se autoriza a cada uno de ellos a utilizar para sí los bienes
sociales, siempre y cuando los emplee según su destino ordinario, respetando además el
derecho de los demás socios y de la sociedad en tal sentido (art. 2081 Nº 2).
B) Según el numeral tercero de la misma norma legal, cualquier socio podrá obligar a
los demás a que hagan con él las expensas necesarias para conservar las cosas sociales,
reiterándose así la regla contenida en el art. 388 del C. de C., en cuanto a que el ius
prohibendi no opera tratándose de actos de mera conservación.
C) Se prohíbe a los socios, por último, realizar innovaciones a los inmuebles sociales
sin el consentimiento de los demás.
Por contrapartida, en estos casos de administración delegada los demás socios quedan
inhibidos de administrar la sociedad 278. Según el art. 392 del C. de C., en efecto,
"Delegada la facultad de administrar en uno o más de los socios, los demás quedan por
este solo hecho inhibidos de toda injerencia en la administración social".
Pues bien, en estos casos de administración delegada estatutaria las fa cultades del
administrador " forman parte de las condiciones esenciales de la sociedad, salvo que se
exprese otra cosa en el contrato constitutivo" (art. 2071 inc. final del C.C.), de lo que
resultan las siguientes consecuencias:
c) Faltando alguna de las causas antedichas, "la renuncia o remoción pone fin a la
sociedad" (art. 2072 del C.C.).
Tampoco se contradice aquí la idea de equivalencia entre los socios, a que nos
referíamos en la letra b) anterior, pues el acto de nombrar exclusivamente a uno de los
socios implica una renuncia voluntaria de los demás a su calidad originaria de
administradores sociales. Por lo demás, la prohibición de ejercer oposición —salvo
mala fe, reitero— parece razonable para evitar situaciones de coadministración en
donde cualquier acto requeriría el consentimiento de la totalidad de los socios, expreso o
tácito.
Por otra parte, y sin perjuicio de lo anterior, queda por definir en qué situación quedan
los compañeros no administradores en este caso, lo que presupone determinar el
concreto alcance de las limitantes recién indicadas. La doctrina, para estos efectos,
distingue entre administración "en sentido amplio", como promoción personal del fin
común, y gestión "en sentido estricto", concebida como actuación continua y asidua de
los intereses de la sociedad 281. La primera, de carácter general o amplio, está abierta a
todos los socios o compañeros —administradores o no— por el simple hecho de serlo,
de manera que no puede ser derogada. En este sentido, por ende, todos los socios,
administren o no, tienen derecho a examinar el estado de la administración y de la
contabilidad, y a hacer, con arreglo a los pactos consignados en la escritura de la
sociedad o de las disposiciones generales del Derecho, las reclamaciones que creyeren
convenientes al interés común. Asimismo, y relacionado con lo anterior, no se debe
olvidar que el art. 400 inc. 2º del C. de C. establece que, cumpliéndose ciertas
condiciones, los no gestores pueden instar por la disolución de la sociedad o bien
nombrar un coadministrador, sin perjuicio de la posibilidad —nos parece— de excluir al
socio administrador en los casos y por las razones que se analizarán más adelante.
En estos casos, la regla general es que la designación del delegado puede revocarse
por los socios y/o renunciarse por el administrador, respectivamente, en conformidad a
las reglas del mandato (art. 2074 del C.C.). La diferencia que presenta este supuesto, en
relación con el analizado en la letra A) anterior, radica en que aquí el otorgamiento de
los poderes de administración constituye un acto unilateral, en donde la parte que los
confiere está compuesta por los socios no administradores y la que los recibe por el
socio gestor, quien puede aceptar expresa o tácitamente. Por ello, en fin, en este caso se
está en presencia de un simple mandato, que puede ser revocado en todo tiempo por
voluntad del mandante 283.
Pero hemos dicho también que la regla apuntada tiene un carácter general, pues del
análisis de las diversas normas legales que regulan la designación ulterior del
administrador y sus efectos, surgen situaciones distintas que conviene también
identificar:
a) Nos parece, en primer término, que si tal designación posterior se hizo por vía de
una modificación estatutaria, las reglas aplicables serán las analizadas en el apartado
precedente y no las del art. 2074 recién citado, que queda reservado por ende a los casos
de designación extraestatutaria. También en esos casos, en fin, la designación pasa a ser
parte del estatuto social y, por ende, "de las condiciones esenciales de la sociedad" (art.
2071 inc. 2º del C.C.), por lo que no parece razonable aplicar allí un criterio distinto del
que se establece para el nombramiento en el acto fundacional. Los momentos distintos,
en este caso, no cambian la naturaleza de una figura que es sustancialmente idéntica.
b) Debe notarse igualmente que la delegación a que se refiere el art. 392 del C. de C.,
ya citado, es a uno o más "de los socios" , pese a que antes, en el art. 384, se señala
expresamente que tal delegación puede ser hecha también a extraños.
Por lo anterior, y descartando que se trate aquí de una simple inadvertencia del
legislador, nos parece que el tenor literal de esta norma hace necesario distinguir entre
la delegación por acto posterior que los socios hacen en uno o más de ellos, y la que
hacen en cambio en terceros extraños a la sociedad. En el primer caso, tal delegación
inhibe sin duda a los no designados, en los términos ya indicados y sin posibilidad de
injerencia alguna en la administración; mientras que en el segundo —delegación
posterior en un extraño— los socios delegantes sí que podrían reservarse tal
intervención o injerencia, siempre que así lo estipulen expresamente y por unanimidad
en el título de delegación. De lo contrario, tal prohibición de intervenir les resultará
también aplicable, por alcance de su voluntad previamente manifestada.
c) Por otra parte, no debe confundirse esta figura con la de los apoderados o
mandatarios de la sociedad como tal, que son aquellas personas naturales o jurídicas a
quienes esta última les confiere poder para representarla y que se someten, por lo
mismo, a las facultades que les otorga su título o mandato. Lo mismo ocurre con los
gerentes, factores y dependientes de la sociedad, cuyas facultades de representación se
regulan en los arts. 328, 340 y 346 del C. de C.
C) Los administradores pueden ser uno o más. Forma en que deben actuar.
Hemos dicho supra que los administradores pueden ser también varios, sea que se
encuentren designados en el estatuto o en un acto posterior. En tales casos, para definir
la forma en que éstos deben actuar debe distinguirse previamente si el estatuto o el título
de designación lo señalan expresamente o no:
Si el título respectivo nada dice en cuanto a la forma en que deben actuar, cada uno de
ellos podrá administrar por sí solo y de manera separada del resto. Así se desprende del
art. 399 inc. 1º del C. de C. y, más claramente aún, del art. 2076 del C.C., según el cual
"Si la administración es conferida, por el contrato de sociedad o por convención
posterior, a dos o más de los socios, cada uno de los administradores podrá ejecutar
por sí solo cualquier acto administrativo, salvo que se haya ordenado otra cosa en el
título de su mandato".
Por otro lado, nos parece también que en estos casos los administradores se
encuentran facultados para dividir entre sí la administración, del modo que les parezca
más adecuado para una mejor gestión. Si se constituyen dos o más mandatarios, dice el
art. 2127 del C.C., y el mandante no ha dividido la gestión, " podrán dividirla entre sí
los mandatarios; pero si se les ha prohibido obrar separadamente, lo que hicieren de
este modo será nulo".
Si son dos los administradores designados, que deben obrar además de consuno por
expresa disposición del título de designación, la oposición de uno impide la co
nsumación de los actos o contratos proyectados por el otro (art. 399 inc. 1º del C. de
C.); y si son tres o más, decidirá la mayoría (art. 399 inc. 2º). En estos casos, por ende,
se necesitará el concurso de todos los administradores para la validez de los actos
respecto de terceros y de la propia sociedad, sin que pueda invocarse la ausencia o
imposibilidad de alguno(s) de ellos ni aun en caso de urgencia (art. 2076 inc. 2º del
C.C.)284 .
En este caso, sin embargo, y pese a que la norma legal utiliza el término "oposición",
la situación es distinta de aquella que se regula en los arts. 388 a 391 del C. de C., ya
analizada. En otros términos, no cabe hablar aquí de una facultad de oposición, en el
sentido recién apuntado, sino de un derecho de veto que la ley le reconoce a cada socio
administrador respecto de las decisiones de los demás, de manera tal que, negando el
concurso a uno de los administradores, el acto de administración ni siquiera llega a
configurarse.
Un análisis especial requiere el artículo 400 del C. de C., que contempla dos
situaciones distintas: el derecho de oposición de los socios no administradores (inciso
1º) y la figura del administrador conjunto o coadministrador (inciso 2º).
A) Derecho de oposición.
El art. 400 inciso 1º del C. de C. señala: "El administrador nombrado por una
cláusula especial de la escritura social puede ejecutar, a pesar de la oposición de sus
consocios excluidos de la administración, todos los actos y contratos a que se extienda
su mandato, con tal que lo verifique sin fraude".
Faltando uno cualquiera de estos requisitos, por ende, nos parece que resulta
plenamente aplicable la regla contenida en el art. 2705 inciso 2º del C.C., según el cual
"Podrá, con todo, la mayoría de los consocios oponerse a todo acto que no haya
producido efectos legales". Más aun, y tratándose de un administrador extraño a la
sociedad, cualquiera de los socios podrá oponerse a un acto suyo en la medida que
falten los requisitos señalados en los literales d) y e) anteriores.
B) Designación de un coadministrador.
Hemos dicho antes que la designación de un administrador delegado implica que los
demás socios "quedan por este solo hecho inhibidos de toda injerencia en la
administración social " (art. 392 del C. de C.), y que el socio administrador que actúe
dentro de su mandato y sin fraude obliga a la sociedad aun con la oposición de sus
consocios (art. 400 inc. 1º).
Por contrapartida, y como forma de morigerar los eventuales efectos dañosos que
pudiere generar el ejercicio descuidado o fraudulento de este verdadero monopolio de
gestión que se le reconoce al administrador delegado, el art. 400 inc. 2º reconoce la
posibilidad de que los restantes socios le designen a un coadministrador, sin perjuicio de
solicitar alternativamente la disolución de la sociedad. Según la norma citada, con todo,
el derecho referido presupone la concurrencia de los siguientes requisitos copulativos:
c) Que el administrador delegado haya sido designado por una cláusula especial de la
escritura social, lo que resulta de toda lógica por cuanto los delegados extraestatutarios,
designados en un acto posterior, pueden ser revocados por la mayoría de los socios
según las reglas del contrato de mandato.
En cuanto a la forma en que actuará el coadministrador, resulta plenamen te aplicable
aquí la regla del art. 2076 del C.C., ya analizada, sin perjuicio del derecho de oposición
a que se refiere el art. 399 del C.C.
Nos referimos aquí a la responsabilidad del administrador por los per juicios causados
a la sociedad o a los socios con ocasión del desempeño de su cargo, lo que hace
necesario distinguir entre el administrador que es también socio —por un lado— y los
administradores delegados ajenos a la sociedad —por el otro—. En ambos casos se trata
de una responsabilidad de naturaleza contractual, cuyo origen puede encontrarse no
obstante en un hecho delictual o cuasidelictual del administrador, cuando sus
consecuencias patrimoniales repercuten en la sociedad como responsable civil ante
terceros ( arts. 2314 y 2329 del C.C.).
Debe advertirse, con todo, que existen algunas situaciones en las que, al menos a
primera vista, la responsabilidad del administrador frente a un socio presenta caracteres
que la acercan más a una de naturaleza extracontractual 286que contractual, lo que
pareciera alterar por lo mismo la regla anterior. Así ocurre, por ejemplo, en el caso del
art. 2281 del Código Civil italiano, respecto del derecho que tiene el socio de obtener la
restitución del aporte efectuado en usufructo a una sociedad que se disuelve. Sin
embargo, lo concreto es que ni siquiera allí existe tal excepción pues, como señala Ferri
287
, el derecho de resarcimiento se le asigna al socio en su calidad de propietario de la
cosa aportada en usufructo y no en su condición de socio, por lo que jurídicamente se
trataría de un tercero respecto de la sociedad.
Por lo anterior, podemos decir con Puelma 288que en el desempeño de sus funciones el
administrador responde por los perjuicios que cause a la sociedad y a los socios según la
regla general contemplada en el art. 1547 del C.C., esto es, culpa leve. Tratándose del
administrador-socio, por lo demás, la regla anterior se encuentra contemplada en el art.
2093 del C.C., que establece que "Todo socio es r esponsable de los perjuicios que aun
por culpa leve haya causado a la sociedad, y no podrá oponer en compensación los
emolumentos que su industria haya procurado a la sociedad en otros negocios, sino
cuando esta industria no perteneciere al fondo social".
En la práctica societaria no son pocos los casos en que una persona, ajena del todo a
los administradores u órganos sociales de administración formalmente designados,
interviene no obstante en dicha gestión en forma habitual y determinante, al punto que
es su voluntad la que prevalece y no la de los administradores que se desempeñan
regularmente en dicho cargo. Los primeros son los denominados administradores de
hecho, mientras que los otros —los designados según la ley y el estatuto social— los
administradores de derecho .
La doctrina define a los administradores de hecho como "aquellas personas que, sin
ocupar o controlar formalmente el órgano de la sociedad, ejercen, por cualquier vía, una
influencia decisiva que determina la decisión o las decisiones que ocasionan el daño a la
sociedad" 297. Según el TS español, por su parte, son administradores de hecho "(...) los
que, habiendo ostentado formalmente el cargo, se vieran privados de su titularidad por
nulidad de la designación o finalización del mandato, si, de hecho, siguen ejerciendo
las mismas atribuciones. También pueden ser tenidos por administradores de hecho los
que actúan como tales, sin previo nombramiento o designación, si su actuación como
tales administradores, además, se desenvuelve en condiciones de autonomía o
independencia y de manera duradera en el tiempo" 298.
Dentro de esta figura del administrador oculto, con todo, pueden subdistinguirse otras
dos que le son propias, pero que se diferencian entre sí dependiendo del ropaje que
utilice —o no— el agente:
a) Una primera sub-figura es la del administrador de hecho que actúa como tal,
aunque oculto tras una forma o figura distinta dentro de la sociedad ( v. gr. factor,
gerente, apoderado, ejecutivo, etc.).
Alguna doctrina advierte en esta parte, con todo, que la sola existencia de un vínculo
laboral de subordinación y dependencia, entre la sociedad y quien ejerce esta función
administrativa oculta, descarta por completo la figura del administrador de hecho. Este
último —dicen—, requiere de auto nomía de gestión para ser considerado como tal (
vid. infra ), la que no se daría en los casos apuntados 304.
Esto quiere decir que el administrador de hecho debe realizar su gestión sin influencia
de terceros y sin seguir, por ende, las directrices o instrucciones de los administradores
de derecho. En palabras de Pertiñez 306, el administrador de hecho realiza "funciones
propias de la administración social, con una cierta extensión y continuidad y de manera
autónoma, es decir, sin subordinación a un órgano de administración social".
Como señala la sentencia del TS español, citada supra, la figura del admini strador de
hecho supone una actuación duradera en el tiempo, des cartándose por ende las
instrucciones eventuales, aisladas y ocasionales. Así lo sostiene también alguna doctrina
307
. No compartimos sin embargo este criterio, pues además de fundarse en un elemento
difuso como es el límite temporal entre lo permanente y lo pasajero, agrega una
exigencia que en nada altera —de no concurrir— la conducta del administrador de
hecho en sí. Por lo mismo, si el daño provocado a la sociedad del grupo y/o a sus
accionistas y acreedores se origina causalmente en una instrucción dolosa o culpable
dada por el controlador a la filial, aquélla, aunque sea ocasional —o incluso única—,
podrá ser también fuente de responsabilidad para este último y/o para sus
administradores de derecho.
Al concepto de razón social nos hemos referido ya al revisar las menciones del
contrato de sociedad ( vid. supra, 3.2.1.2). En el caso de la sociedad colectiva, en
concreto, será "la fórmula enunciativa de los nombres de todos los socios o de algunos
de ellos, con la agregación de estas palabras: y compañía" (art. 365 del C. de C.).
Según la misma disposición legal, además, en la sociedad colectiva comercial son los
socios quienes administran, ya sea que lo hagan por sí mismos o por delegados, socios o
extraños. Por ello —decíamos también—, la regla en esta materia consiste en que todos
los socios colectivos son administradores; pero no todos serán necesariamente
representantes de la sociedad. Así, en los casos de administración por los socios, todos
ellos tendrán la facultad de representarla (art. 386 del C. de C.), sin perjuicio del
derecho de oposición ya analizado; mientras que en la administración delegada es sólo
el administrador delegado quien puede representar válidamente a la compañía frente a
terceros, quedando reducida la función administrativa de los restantes socios a las
relaciones de organización interna de la sociedad.
Hemos dicho que la fórmula anterior constituye la regla general, por cuanto la ley se
ocupa al mismo tiempo de regular algunas situaciones excepcionales como protección a
los terceros de buena fe, en las que el uso irregular o no autorizado de la razón social
genera igualmente obligaciones y relaciones jurídicas oponibles a la sociedad. A ellas
nos referiremos a continuación.
Según el art. 367 del C. de C., "El uso que se haga de la razón social después de
disuelta la sociedad, constituye un delito de falsedad (...)".
Como hemos señalado antes, al tratar sobre la situación del objeto social en las
sociedades disueltas, ni los socios ni el liquidador pueden continuar explotando en estos
casos el giro u objeto social; sin perjuicio, claro está, de las facultades que la ley le
confiere excepcionalmente al liquidador, también mencionados. En concordancia con lo
señalado, todo acto o contrato ejecutado o celebrado en contravención a dicha regla será
inoponible a la sociedad, sanción que se explica por cuanto en las sociedades
personalistas —a diferencia de las de capital— la tesis que explica precisamente la
naturaleza jurídica de la administración es la del mandato.
Sin perjuicio de lo anterior, el uso de la razón social una vez disuelta la sociedad,
fuera de los casos de excepción ya dichos, es fuente de responsabilidad directa para el
respectivo socio o liquidador, la que podrá ser de naturaleza civil y/o penal. En el
primer caso, el infractor deberá responder de los perjuicios causados a los socios y a
terceros de buena fe. En el segundo, como señala el art. 367 del C. de C., podrá
configurarse un delito de falsificación de instrumento público o privado, dependiendo
de la naturaleza que tenga aquel que se otorgue con ocasión del uso de la razón social.
Si el instrumento falsificado es público, la figura será la del artículo 194 del Código
Penal, que no exige perjuicio alguno sino el solo hecho de la falsificación. Si es
instrumento privado, en cambio, la figura penal aplicable será la del art. 197 del mismo
Código, que en este caso sí exige perjuicio, generándose además un conflicto de normas
con el delito de estafa que se resuelve en favor del primero, por la vía de la especialidad.
Se refiere también a este aspecto el art. 367 del C. de C., que considera como estafa el
hecho de incluir en la razón social el nombre de una persona extraña a la sociedad. Lo
anterior no es sino la consecuencia necesaria de lo que señala el art. 366 del Código,
cuando señala que "Sólo los nombres de los socios colectivos pueden entrar en la
composición de la razón social" , advirtiendo por lo mismo que "El nombre del socio
que ha muerto o se ha separado de la sociedad será suprimido de la firma social". Se
trata, en fin, de una medida orientada a resguardar a los terceros que se relacionan
jurídicamente con la sociedad, quienes han tenido en cuenta para ello, precisamente, la
razón social de la compañía y el nombre de personas que les ofrecen garantía suficiente
como eventuales responsables solidarios de las obligaciones respectivas.
Por contrapartida, aunque por la misma razón recién apuntada, la ley regula también
la situación del tercero extraño a la sociedad que, sin embargo, tolera la inclusión de su
nombre en la razón social. En tal caso —dice el art. 368 del C. de C.—, ese tercero
"queda responsable a favor de las personas que hubieren contratado con ella" , de la
misma forma que los socios colectivos.
4.3.3. Uso de la razón social por terceros extraños a la sociedad. Situación del socio no
autorizado
El artículo 372 del C. de C. autoriza a los socios para conferir el uso de la razón social
a una persona extraña a la sociedad, quien deberá señalar en los actos y contratos que
celebre que lo hace " por poder " de la misma, so pena de responder por el pago de los
efectos de comercio que hubiere puesto en circulación en aquellos casos en que la
omisión de la antefirma induzca a error en cuanto a su calidad de tal delegado. En
cambio, si la razón social es usada por un tercero extraño a la sociedad, que no ha sido
autorizado para ello en los términos recién indicados, los actos y contratos celebrados
por éste no obligan en modo alguno a la sociedad.
Llama la atención, por último, que la ley se refiera aquí a las obligacio nes que el
socio hubiere "suscrito" sin estar autorizado para usar la firma social , expresión que
permite sostener por ende que sólo se refiere a aquellas obligaciones que consten por
escrito, incluyéndose aquí la asimilación que hace el art. 3º de la Ley Nº 19.799, sobre
Documentos Electrónicos, Firma Electrónica y Servicios de Certificación, entre
documento electrónico y documento escrito.
Por último, el art. 374 del C. de C. señala que "La sociedad no es responsable de los
documentos suscritos con la razón social, cuando las obligaciones que los hubieren
causado no le conciernan y el tercero los aceptare con conocimiento de esta
circunstancia". Se trata por ende del uso autorizado de la razón social, que redunda no
obstante en la suscripción de documentos derivados de una relación causal o subyacente
constituida a partir de una extralimitación objetiva del giro u objeto de la sociedad.
Decíamos al tratar sobre el objeto o giro social (vid. supra, 3.3.1.4.), que éste se
relaciona directamente con la causa del contrato de sociedad o, en otros términos, con el
"motivo que induce al acto o contrato", que en el contrato de sociedad consiste en la
intención de los socios de hacer algo, de desarrollar una concreta actividad lucrativa con
miras a repartirse los beneficios que de ello provenga. Ese "hacer algo" se objetiva
precisamente en el giro social, de manera que según el art. 374 la sociedad no resultará
obligada cuando la causa del documento suscrito bajo la razón social se aparte del
objeto social y por ende de la causa del contrato mismo.
Conviene aclarar, finalmente, que la ley se refiere aquí a la relación jurídica existente
entre las partes que intervienen directamente en la suscripción del documento —
sociedad y tercer contratante—, mas no a los terceros poseedores legítimos del mismo
cuando éste ha circulado en el tráfico mercantil. Será, por ejemplo, el caso de los
endosatarios de una letra de cambio o pagaré nacidos en este contexto, quienes en su
calidad de portadores legítimos y a la luz de los principios de abstracción y autonomía
de los títulos de crédito, no pueden verse perjudicados por los vicios originarios de la
relación causal ni por las circunstancias personales del anterior portador,
respectivamente.
Del texto de este primer numeral se desprende ya un primer derecho del socio
colectivo, como es el de retirar periódicamente y a cuenta de sus futuras utilidades una
cantidad de dinero estipulada en el estatuto social, para su fragar sus gastos
personales311 .
La infracción de esta regla, como apunta a las relaciones internas entre los socios, no
origina como sanción la nulidad del retiro. Simplemente, se autoriza en este caso a los
demás consocios a exigirle al infractor el reintegro del exceso a la sociedad, o a extraer
una cantidad proporcional al interés de cada uno en la masa social.
Consideramos que la misma regla se podrá aplicar también cuando las utilidades
contra las cuales se permite el retiro no se generen en definitiva, aun cuando el soc io se
haya sujetado a los montos y a la periodicidad estipulados en el estatuto. En tales casos,
los retiros referidos implicarán una disminución de hecho del capital social
Se trata aquí de una prohibición de objeto doble, que tiene por contrapartida la
obligación de todo socio de actuar de buena fe y de respetar la ley interna de la
sociedad, absteniéndose por ende de toda conducta activa o pasiva que vayan contra el
interés social. Resulta evidente, además, que la prohibición referida debe hacerse
extensiva en un doble sentido, material y subjetivo:
a) material, por cuanto ella debe abarcar no sólo el fondo o capital social, sino
también los activos de la sociedad; y
La sanción que establece la ley para ambos casos es la misma, y consiste en que el
socio infractor deberá llevar al fondo común las ganancias o soportar personalmente en
su caso las pérdidas. Lo anterior, claro está, es sin perjuicio de la restitución de los
dineros utilizados, de la indemnización de los daños causados y de las eventuales
sanciones penales por la apropiación de los fondos sociales.
De este numeral surge también un segundo derecho para los socios: el derecho de
excluir al socio que ha infringido esta prohibición. Esta figura se encuentra
expresamente reconocida también en el art. 379 del C. de C., tratándose del socio que se
encuentra en mora de entregar el apo rte estipulado, en los arts. 2072 inc. 2º y 2087 in
fine del Código Civil, y de manera indirecta en el artículo 17 de la Ley Nº 18.046, lo
que nos lleva a concluir que se trata de un derecho extrapolable analógicamente a
cualquier otra situación en que exista una infracción grave de las obligaciones de un
socio colectivo; más aún si tal posibilidad se encuentra pactada en el estatuto social312 .
Ninguna relevancia tiene la falta de una expresa norma legal que le asigne un carácter
genérico a este instituto sancionador —de menor entidad por cierto que la disolución de
la sociedad—, pues lo propio ocurre con la nulidad y, en general, con la ineficacia de
los actos jurídicos313 . Por lo mismo, si puede haber nulidad civil y en general ineficacia
jurídica sin norma expresa, con mayor razón el sentenciador estará facultado para
sancionar el hecho grave o el incumplimiento de un socio con una medida de menor
entidad que la disolución de la sociedad, como es precisamente la exclusión del socio
infractor; y ello aunque no exista norma legal expresa.
Podemos decir con Varela 314, en fin, que "La disolución por incumplimiento de la
obligación de un socio resulta una solución demasiado onerosa, ya que el contrato va a
desaparecer, y los otros socios, que querían continuar su actividad, hasta realizar el fin
para el cual se habían asociado, se verán obligados, por la conducta de un socio, a
renunciar a sus proyectos y forzados a constituir una nueva sociedad con todos los
gastos consiguientes. Parece mucho más conveniente y más de acuerdo con las
necesidades y exigencias de los negocios, que en vez de disolverse la sociedad con
respecto de todos los socios, sólo se disuelva respecto de aquél o aquellos que no
cumplieron, y cuya sanción es la exclusión de la empresa. Esta noción de la
conservación de la empresa que defienden con entusiasmo los mercantilistas modernos,
aparece reconocida por nuestro viejo Código de Comercio (art. 379)". El ejercicio de
este derecho, con todo, presupone la constatación previa de los elementos que lo
configuran, lo que habrá de resolverse necesariamente en sede jurisdiccional.
5.3. Prohibición de ceder a cualquier título
su interés en la sociedad y hacerse sustituir en el desempeño
de las funciones que le correspondan en la administración
(art. 404 Nº 3 del C. de C.)
El artículo 404 Nº 4 del C. de C. prohíbe a los socios "Explotar por cuenta propia el
ramo de industria en que opere la sociedad, y hacer sin consentimiento de todos los
consocios operaciones particulares de cualquiera especie cuando la sociedad no
tuviere un género determinado de comercio". Tal redacción, sin embargo, tomada
concretamente del Código de Comercio español (art. 136), resulta inapropiada en cuanto
presupone la existencia válida de sociedades sin giro determinado, cuestión que en el
derecho chileno de sociedades constituye un error dogmático según se explicó supra 317
.
a) Primero, ella no implica que el socio deba actuar necesariamente a nombre propio,
pues lo relevante es que lo haga sin representación de la sociedad y en su propio
beneficio. Así lo ha dicho la jurisprudencia, al aclarar que ese actuar "por cuenta propia"
equivale a "obtener utilidades en beneficio personal, sin que se precise para ello que el
socio que así actúe lo haga a nombre propio, sino incluso a nombre de un tercero, que
participa como testaferro o palo blanco, o que intervenga en calidad de socio de una
sociedad comercial que opera en el mismo giro, cuyo es el caso de autos" 319 .
"3.- Que aplicando al caso de autos los principios anteriores, se debe concluir que
los demandados, al establecer otra sociedad del mismo giro, incumplieron la
prohibición del 404 Nº 4, y por ello, se les debe aplicar la sanción contemplada en el
inciso 2º del 404 Nº 4, esto es, deben ser obligados a llevar al acervo común las
ganancias y soportar individualmente las pérdidas que les resultaren, sin que para
ello sea menester acreditar que esa conducta les ocasionó perjuicio. Basta que se
pruebe que los demandados establecieron la sociedad para explotar el mismo ramo
que corresponde al giro de la sociedad para que incurran en la conducta que prohíbe
el 404 Nº 4 y, consecuencialmente, deban ser sancionados en la forma dispuesta por
el inciso 2º de la misma disposición;
4.- Que la conclusión a que se arriba en el fundamento anterior, no sufre menoscabo
por el hecho de que ambas sociedades tengan domicilio en lugares distintos, una en
Los Ángeles y la otra en Angol, en primer lugar, porque la ley no hace esa distinción
y, en seguida, porque la sociedad de los demandados si bien tiene domicilio en la
ciudad de Angol, puede, según la cláusula decimotercera de su estatuto social,
establecer sucursales o agencias en el resto del país"320 .
c) Por último, alguna doctrina ha señalado que la norma legal no resulta aplicable a
aquellos casos en que el socio actúa "por cuenta ajena", como ocurriría por ejemplo
cuando éste es a la vez trabajador dependiente de un tercero que explota dicho giro 321 .
No compartimos esta tesis, pues, como se dijo antes, el propósito de la prohibición es
evitar —y en su caso sancionar— la competencia que hace el socio con miras a
beneficiarse personalmente de ello, sin que importe por ende el vehículo que se utilice
para ello. Todavía más, y como apunta Brunetti, "La ilicitud, pues, es aneja a la
violación de la obligación de fidelidad"322 , de manera que ni siquiera es necesario que
esa competencia reúna los requisitos propios de la competencia desleal, contemplados
en los arts. 3º y 4º de la Ley Nº 20.169.
Aclarados entonces los aspectos anteriores, conviene precisar ahora el alcance de esta
prohibición en sus aspectos subjetivos, materiales y temporales, lo que plantea algunas
situaciones de especial interés.
Aun cuando la norma no lo señale expresamente, nos parece que tal prohibición
resulta aplicable tanto a los casos en que el socio ejerce el mismo ramo de industria en
forma directa, cuanto a aquellos en que lo hace de manera indirecta, como socio
colectivo de otra sociedad con el mismo giro. En ambas sociedades, en efecto, el socio
concurrente responde ilimitada y solidariamente por las obligaciones de cada una, lo
que lleva a presumir la existencia de un conflicto de intereses que el legislador ha
querido evitar por lo mismo. En los demás casos, en que el socio no responde en la
forma dicha, la condición de tal socio concurrente debe analizarse con base en las
circunstancias particulares de cada caso y de cara a la posición que aquél asuma en la
sociedad competidora, de manera tal que su conducta pueda asimilarse razonablemente
a la del socio que obra "por cuenta propia". Sin perjuicio de lo anterior, debe
considerarse que existen conductas del socio que si bien no encuadran derechamente en
esta prohibición legal, son igualmente constitutivas de una actividad contraria a los
intereses de la sociedad. Así ocurrirá, por ejemplo, con aquel accionista de una sociedad
anónima que le proporciona a la misma información comercial relevante de la sociedad
colectiva en la que es a su vez socio, pues también esa conducta será eventualmente
fuente de responsabilidad si se demuestra que por esa vía el socio colectivo ha
incumplido gravemente con sus obligaciones como tal.
Tratándose finalmente del socio industrial, la prohibición de competir con la sociedad
se encuentra reforzada incluso por lo dispuesto en el art. 406 del C. de C., según el cual
"El socio industrial no podrá emprender negociación alguna que le distraiga de sus
atenciones sociales so pena de perder las ganancias que hubiere adquirido hasta el
momento de la violación".
Dos son los aspectos principales que deben considerarse en esta parte:
A) Debe precisarse, en primer término, a qué giro o ramo de industria se refiere aquí
la ley; si al giro estatutario o a la actividad que la sociedad realiza en la práctica. El
matiz no es irrelevante, pues es de común ocurrencia que una sociedad con un objeto
estatutario amplio, lo explote en los hechos sólo de manera parcial, acotada a una parte
del mismo; o a la inversa, que una sociedad de giro muy restringido termine en los
hechos explotando habitualmente otro distinto (vid. supra , a propósito del objeto social
como límite de actuación de la sociedad y los socios).
B) Por otro lado, la sola similitud o coincidencia material entre el objeto social y el
acto extrasocietario realizado por el socio no basta por sí sola para configurar la
prohibición. La razón de ser de la misma, como se dijo antes, consiste en evitar que el
socio colectivo compita dentro del mismo mercado relevante con la sociedad a la que
pertenece, directa e incluso indirectamente, lo que necesariamente deberá quedar
demostrado en el caso concreto. Por lo mismo, y por poner un ejemplo, no se
configurará esta prohibición si el socio de una compañía de transporte terrestre, que por
largo tiempo se ha especializado en el transporte de artículos perecibles para el consumo
humano, se dedica paralelamente al transporte de vehículos motorizados, o de
sustancias químicas para la industria minera. Ambas actividades son materialmente
coincidentes —transporte terrestre—, pero claramente no existe competencia posible en
perjuicio del interés social. Por el contrario, dichas actividades podrían eventualmente
complementarse, potenciando así el beneficio final.
Hemos dicho antes que la sociedad colectiva comercial disuelta conserva su persona
lidad jurídica para el solo efecto de su liquidación. Más claro es aún en el caso de la
sociedad anónima, en donde existe norma expresa en tal sentido (art. 109 de la LSA).
Según el art. 411 del C. de C., además, durante la liquidación la administración de la
sociedad pasa al liquidador, quien sólo puede ejecutar los actos y celebrar los contratos
que tengan como preciso fin el cumplimiento de su encargo.
Sin perjuicio de lo dicho en los apartados precedentes, la misma ley aclara que la
prohibición de competir con la sociedad no es absoluta, pues admite la dispensa de los
socios restantes. En consecuencia, lo que se prohíbe es sólo aquella competencia que se
realiza "sin consentimiento de todos los consocios" , lo que deja en claro que para el
legislador el cumplimiento de este deber de lealtad constituye un factor vital en el
normal desarrollo de las relaciones intrasocietarias, al punto que son los socios y no la
sociedad los únicos autorizados para permitir la realización válida de estos actos
eventualmente competitivos. En el otro extremo, sin embargo, los socios no están
facultados para negar arbitraria y discrecionalmente tal autorización, pues tal negativa
deberá estar fundada siempre y necesariamente por un perjuicio cierto y manifiesto para
la sociedad, que deberán acreditar por lo mismo en la sede jurisdiccional que
corresponda, ordinaria o arbitral (art. 405 del C. de C.).
Por último, el art. 404 Nº 4, inc. final, establece que "Los socios que contravengan a
estas prohibiciones serán obligados a llevar al acervo común las ganancias y a
soportar individualmente las pérdidas que le s resultaren". Según esto, la ley entiende
que en estos casos el socio infractor ha obrado por cuenta de la sociedad si sus gestiones
han generado ganancias, y por su propia cuenta y riesgo si de aquéllas resultan pérdidas.
Nos parece, además, que la exclusión del socio competidor resulta perfectamente
posible en este caso, pues la conducta en tal sentido constituye un incumplimiento grave
de sus obligaciones como socio. A esto nos hemos referido también supra , al tratar
sobre el sentido y alcance de la affectio societatis.
Según el art. 407 del C. de C., "La sociedad colectiva se disuelve por los modos que
determina el Código Civil", lo que lleva a revisar por ende las causales contempladas en
los artículos 2098 y siguientes del Código mencionado. Para tal fin, en lo que sigue
agruparemos las causales de disolución según cual sea el origen o fuente inmediata de la
misma, distinguiendo así entre las causales que dependen de la voluntad de los socios,
por estar previstas en el estatuto social, y las que emanan directamente de la ley, ajenas
por ende a dicha voluntad.
Sin perjuicio de lo anterior, la ley no define lo que se entiende por disolución,
limitándose a señalar las causas que la originan. Para estos efectos, por lo mismo,
entendemos por disolución el término de la sociedad, la que cesa su actividad como
organización e inicia su fase de liquidación. En otros términos, la disolución involucra
el fin de las relaciones societarias internas y una prolongación de la personalidad
jurídica y de las relaciones societarias externas, para el solo efecto de su liquidación, de
manera que los socios no están ya obligados a perseguir el fin común y pueden, en
cambio, exigir el pago de sus créditos y/o la restitución total o parcial de sus aportes,
según el caso, los serán además libremente transferibles. Es, como dice Davis324 , "el
principio del fin".
La sociedad se disuelve de pleno derecho, en primer término, " por la expiración del
plazo o por el evento de la condición que se ha prefijado para que tenga fin" (art. 2098
inciso 1º del C.C.). La norma se refiere aquí a las sociedades sujetas estatutariamente a
un plazo de duración fijo y determinado, y a aquellas cuya vigencia se encuentra sujeta
a una condición resolutoria, positiva o negativa.
No obstante lo anterior, nada impide que los socios puedan prorrogar la vigencia de la
sociedad, lo que podrá verificarse mediante una modificación estatutaria realizada antes
de la llegada del plazo de vencimiento o mediante la estipulación, en el mismo estatuto,
de la prórroga automática de la sociedad. Según el art. 350 inc. 3º del C. de C., en
efecto, la sociedad se entenderá prorrogada en estos casos sin necesidad de modificar el
estatuto social, a menos que los socios —uno o más— expresen su voluntad de ponerle
término en el plazo estipulado y con las formalidades legales que la misma norma
contempla. Surge entonces la duda en torno a la eventual revocabilidad de esa voluntad,
una vez que ha sido manifestada en forma y tiempo, o si ella constituye una declaración
inamovible e irreversible para quien la hace y por ende para la sociedad, que queda así
condenada a muerte.
Nos parece que en tanto la disolución no se haya producido por la no renovación del
plazo de vigencia, nada impide que el socio que ha dado el aviso de término pueda
revocarlo, cumpliendo las mismas formalidades ya dichas. Mientras el plazo original de
vigencia o la prórroga respectiva no se haya cump lido, en efecto, la sociedad conserva
el fin para el cual fue constituida —alcanzar una determinad a utilidad lucrativa a través
de su actividad comercial— y mantiene intactos además los vínculos societarios
internos y sus relaciones externas, d e manera que bien puede el socio que optó por no
prorrogar la vigencia de la sociedad, manifestar su voluntad en con trario 327. Disti nto
es el caso en que la causal de disolución que comentamos —plazo fijo— operó
efectivamente, pues en ese evento el acuerdo de renovación deberá provenir de los
socios por unanimidad, según se dirá al analizar los efectos de la disolución y el
momento en que éstos se generan.
Por último, debe aclararse que no se trata en este caso de una prórroga tácita de la
vigencia de la sociedad, como lo sostienen algunos autores, pues en este caso la
prórroga se encuentra expresamente pactada en el estatuto social. Como apunta Bordalí
328
, "En derecho la prórroga de una sociedad se produce tácitamente cuando no obstante
haber expirado el plazo determinado fijado para su duración, los socios continúan las
operaciones sociales tal como si la sociedad siguiera en vigencia, suponiéndose
entonces que este acuerdo o aquiescencia tácitos de los socios ha producido de hecho la
continuación del contrato social. Pero esta forma de prórroga, aceptada sólo por algunas
legislaciones como la alemana (art. 123, Nº 5º, C. de C), la suiza (art. 545 Nº 5º Cód.
Fed. de las Obligaciones), y la inglesa (art. 3º Nº 3º Ley de 1874), es del todo diferente
de la situación que aquí tratamos. Más aún, tal figura se encuentra prohibida
expresamente por el artículo 2098 del Código Civil y por el espíritu general de nuestra
legislación, según puede verse en los artículos 1956, 2098 y 2163 inciso 2º del citado
código". Así también lo ha entendido la jurisprudencia:
Asimismo, para que esta causal dé paso al proceso de liquidación de la sociedad, será
necesario que los socios —o alguno de ellos al menos— la invoque precisamente.
En ambos, con todo, la disolución no opera de pleno derecho, de manera que ésta
deberá ser declarada de consuno por los socios o por sentencia judicial en su defecto. En
palabras del Tribunal Supremo español, "la conclusión del negocio social no opera 'ipso
iure' la disolución de la sociedad, pues sería preciso que por alguno de los socios fuese
alegada como fundamento de la disolución que se solicitase, y nadie la ha pedido en
este proceso; aparte de que aun declarada la existencia de una causa de disolución, la
Sociedad habría de pasar antes de quedar extinguida por la fase de liquidación y
división del haber partible, que supone la subsistencia de la sociedad mientras dure
esta fase, siquiera en ella se opere una mutación del fin a que tiende la actividad social
"330 .
Por último, podemos decir con Garrigues331 que la causal referida resulta también
aplicable a los casos de paralización total y permanente de los órganos sociales, que
impide la realización del objeto social. "Este supuesto de paralización —dice este
autor— suele producirse cuando la sociedad está integrada por dos únicos socios o
grupos de socios continuamente enfrentados, con iguales derechos de voto", lo que
deriva en una constante situación de empate e inmovilismo de los referidos órganos. Así
lo entendió también en España la Audiencia Provincial de La Coruña, al dar por
cumplido el fin o negocio para el cual fue constituida una sociedad entre cónyuges,
concebida para la gestión del régimen económico matrimonial de los mismos y con
claros fines tributarios, pero que luego desaparecen por el divorcio. Dijo allí el tribunal:
Ese y no otro era el "animus" societario, que inspiró, en su momento, a los esposos, y
que justificó, en su día la constitución de la mentada mercantil, siendo ésta la
finalidad para la que se otorgó la escritura constitucional. A la sociedad pertenece,
realmente como único beneficio, el importe de las rentas de los bienes privativos de
D. Julián que, en un ordinario régimen de la sociedad legal de gananciales, tienen la
consideración jurídica de bienes comunes (art. 1347.2 CC (LEG 1889, 27)), sin que
constase distribución formal de beneficios en proporción a las participaciones
sociales, ni tan siquiera la celebración de juntas de socios, siendo especialmente
significativa la declaración de D. Víctor, en tal sentido, de que se perdió el libro de
actas, cuando fue requerido para su exhibición.
Así las cosas, disuelto el matrimonio por divorcio, y producida ' ope legis' la
disolución del régimen de la sociedad legal de gananciales (art. 1392.1 CC), el fin
social hay que reputarlo agotado. En efecto, cuando la sociedad ha nacido con una
concreta y determinada finalidad debidamente acreditada y ésta ha desaparecido, en
un contexto además de enfrentamiento radical entre los socios, con interposición
incluso de una querella criminal por delito societario, mantener vigente la sociedad,
bajo el control absoluto del administrador único y socio abrumadoramente
mayoritario, cuando la legislación sustantiva determina la procedencia de la
liquidación del vínculo económico matrimonial (art. 1396 CC) carece de
justificación, debiendo prevalecer, por razón de justicia y equidad, la pretensión
actora, a través de una inte rpretación flexible, y no rigurosa y estricta, del art.
104.1. c) LSRL, pues ciertamente ha concluido la empresa que constituía su objeto
(...)"332 .
Finalmente, el art. 2099 inc. 2º del C.C. aclara que si el negocio para el cual se
constituyó la sociedad no ha concluido al momento de cumplirse el plazo fijo estipulado
para la vigencia de la sociedad, la sociedad se disuelve igualmente.
Son aquellas que concurren por el solo hecho de verificarse el supuesto normativo, sin
que sea necesaria su estipulación expresa en el estatuto ni el acuerdo previo de los
socios. Lo anterior, con todo, no implica que operen siempre de pleno derecho, pues en
algunos casos dependen del cumplimiento de ciertas formalidades y, en otros, de una
sentencia judicial que las declare expresamente según se dirá a continuación.
Dentro del segundo grupo de causales pueden incluirse (a) la renuncia del socio, (b) la
incapacidad sobreviniente del socio, (c) el fallecimiento del socio persona natural o la
disolución del socio persona jurídica y (d) la insolvencia del socio.
Según el art. 2100 inciso 1º del C.C., "La sociedad se disuelve asimismo por su
insolvencia (...)".
La doctrina no está de acuerdo en cuanto al sentido que debe dársele a esta causal,
esto es, si se trata aquí de la insolvencia declarada judicialmente mediante la respectiva
sentencia de quiebra o si, por el contrario, basta con que aquélla se configure como
hecho antijurídico y se acredite como tal en el juicio de disolución, aun cuando no exista
quiebra. En este último sentido se pronuncia precisamente Sandoval333 , quien sostiene
que aun cuando no se configure una causal de quiebra, "el juez, constatando la situación
de hecho de la insolvencia, puede declarar disuelta la sociedad, con lo cual ésta
escaparía a las consecuencias que implica la declaración de quiebra". No coincidimos
con esta opinión.
b) No se conc ibe una sociedad colectiva que se disuelva y liquide por insolvente, en
sede arbitral incluso, y que no sea sometida —pese a esa insolvencia— a la comunidad
de pérdidas que configura el estado de quiebra. Ello implicaría, en efecto, un
favorecimiento ilícito de los socios que quieren evitar su propia quiebra, por la vía de
disolver y liquidar precisamente la sociedad; y también de algunos acreedores de la
misma que obtienen el pago total o parcial de sus créditos, en desmedro del resto.
c) La sociedad que, habiendo sido declarada en quiebra, logra alzar dicho estado
mediante el acuerdo y aprobación de un convenio simplemente judicial, no deja por ese
solo hecho de ser insolvente. Sin embargo, tampoco en ese caso se disuelve y, por el
contrario, recobra la plena administración de su giro o actividad y la disposición de sus
bienes.
d) Por último, y como corolario de lo dicho hasta aquí, la sola insolvencia descarta
toda posibilidad de liquidación extra concursal derivada de la disolución, dado el
carácter imperativo de las normas que regulan precisamente el concurso y de las
sanciones —incluso penales— que aquéllas contemplan para el caso de infracción.
Como señala Brunetti 336, en fin, "Se llega a la liquidación por concurso cuando
desaparece toda posibilidad de realizar una división entre los socios. Por otra parte, la
quiebra no solamente es causa de disolución de la sociedad (...) sino que impide la
liquidación voluntaria, que es sustituida por la judicial, que tiene lugar después de la
sentencia declarativa".
B) Ni la insolvencia ni la quiebra
de la sociedad la disuelven de pleno derecho
Hemos dicho que la insolvencia de que trata el art. 2100 del C.C. debe ser declarada
judicialmente, mediante la respectiva sentencia de quiebra. Sin embargo, ni siquiera en
el postulado que hemos criticado —insolvencia como hecho antijurídico— puede
entenderse que la sociedad se disuelve, pues incluso allí se requiere de una sentencia
judicial o arbitral que así lo establezca. Todavía más, una sociedad en insolvencia,
entendida como incapacidad profunda y permanente de pago de sus obligaciones, tiene
siempre la posibilidad de continuar con su actividad empresarial ordinaria, manteniendo
su estructura administrativa, por la vía de acordar con sus acreedores un convenio
judicial preventivo que evite la quiebra, de manera que mal podría entenderse que esa
sociedad se ha disuelto por insolvente.
Llegado a este punto, queda por determinar entonces cómo y cuándo opera la causal
de disolución bajo análisis, sabiendo ya que ni la insolvencia ni la quiebra declarada la
generan ipso iure. Nos parece que la causal sólo operará y producirá sus efectos en la
medida que alguno de los socios la invoque en sede jurisdiccional, arbitral u ordinaria
según el caso, y que ésta se declare por sentencia firme mientras subsista el estado de
quiebra. Surge por ende una segunda interrogante, pues, ¿se puede disolver en este caso
una sociedad en quiebra? Y la respuesta nos parece sin duda afirmativa, considerando
que, como se explicó antes, la disolución de la sociedad no involucra la extinción de su
personalidad jurídica, la que se conserva precisamente para efectos de su liquidación, en
este caso concursada.
"11º) Que, asimismo, el Máximo Tribunal ha señalado ' que sin perjuicio del carácter
de garante de la autonomía sindical que posee el fuero, su existencia se justifica en la
medida que se encuentren en actividad tanto el sindicato como la empresa en la cual
este último se haya constituido, por cuanto la normativa aplicable en la especie
regula la protección desde el punto de vista del ejercicio de la actividad sindical y
ésta sólo puede darse en el contexto de una empresa en funcionamiento,
razonamiento que se ve ratificado por los términos del artículo 243 mencionado, que
señala las circunstancias en las que el dirigente sindical que ha cesado en el cargo,
no goza de la protección que otorga el instituto del fuero, entre las que se encuentra
precisamente el término de la empresa";
12º) Que, asimismo, dicho tribunal de casación ya ha señalado que ' considerando
que la empresa ha sido concebida como la coordinación de ciertos elementos
orientados a la obtención de finalidades de variada índole... resulta obvio deducir
que tal organización ha concluido si la misma ha sido declarada en quiebra... la
persona jurídica que ella constituía ha finalizado sus actividades como tal', de modo
que ' tal declaratoria debe entenderse como el término... a que alude el artículo 243
del Código del Trabajo, de manera que, aun gozando de fuero los dirigentes
sindicales que como tales ejercían en el sindicato de la empresa demandada, se ha
producido la cesación en sus cargos por una de las circunstancias previstas en la ley,
motivo por el cual aparece como improcedente sancionar al empleador con el pago
de las remuneraciones por todo el período del fuero sindical de los actores, desde
que tal protección... ha sido establecida en el entendido de la existencia y
subsistencia del sindicato y de la empresa, y la pertinente sanción consistente en el
pago aludido, no se justifica, por cuanto el empleador no ha dejado de respetar la
garantía fundamental del fuero en examen, sino que se ha producido una situación
prevista por la ley que ha extinguido la protección de que disfrutaban los
demandantes'. (sentencias roles 4130-01 y 3.581-0, antes citadas).
Esta causal está contemplada en el art. 2100 inciso 1º in fine del C.C., al señalar que
la sociedad se disuelve "(...) por la extinción de la cosa o cosas que forman su objeto
total". Si la extinción es parcial —agrega en inciso 2º de esta norma— "(...) continuará
la sociedad, salvo el derecho de los socios para exigir su disolución, si con la parte que
resta no pudiere continuar útilmente; y sin perjuicio de lo prevenido en el siguiente
artículo".
En primer término, debe advertirse que la causal consiste en la pérdida de los bienes
que permiten realizar el giro u objeto social, esto es, aquellos que se destinan a la
realización del proceso productivo o a la actividad comercial de que se trate, sin
distinguir en cuanto al origen o naturaleza de los mismos. Por ende, tales bienes pueden
provenir del aporte de los socios, formando así parte del patrimonio o fondo social, o
pueden haber sido adquiridos posteriormente por la sociedad a título gratuito u oneroso,
incorporándose en este caso a su activo.
Por otra parte, y como la norma legal tampoco distingue en este sentido, la extinción
o pérdida de los bienes referidos puede ser a su vez material o jurídica:
a) En el primer caso, de pérdida material, la realización del objeto social y, más
concretamente, de la actividad comercial de la sociedad, se hace imposible o
impracticable por circunstancias de hecho propias de la naturaleza, del uso mismo de
esos bienes o por su obsolescencia.
Nos parece evidente, con todo, que los socios conservan siempre la facultad de
reemplazar los bienes extinguidos por otros suficientes —incluida la indemnización
pactada en caso de haber seguros involucrados—, que permitan continuar de manera
eficaz con el giro social. Dicha reposición o complemento, según el caso, podrá hacerse,
a nuestro juicio, hasta antes de dictarse sentencia de término en el proceso en que se
haya invocado esta causal de disolución, lo que no es más que una consecuencia del
principio general de la conservación de la empresa contemplado en el art. 7º de la Ley
Nº 19.499, sobre saneamiento de vicios de nulidad de sociedades, e incluso en el art.
2087 del C.C., al que ya nos hemos referido al tratar sobre el aporte. Según esta última
disposición, además, el socio que no consienta en aumentar su aporte, para suplir en este
caso la pérdida de que trata el art. 2100, podrá retirarse; y deberá hacerlo si sus
consocios lo exigen.
Finalmente, debe aclararse que esta causal no incluye las dificultades financieras por
las que pueda atravesar la sociedad (pérdida de dinero), pues de ello se ocupa la causal
de insolvencia del art. 2100 del C. C., a la que ya nos hemos referido.
6.2.3. El incumplimiento de la
obligación de enterar el aporte estipulado
Decíamos antes, al tratar sobre el aporte y sus requisitos (vid. supra, Cap. I, 6.2.1.1)
que en la sociedad colectiva éste debe ser estipulado en el estatuto, más no pagado o
enterado necesariamente en dicho acto. Por lo mismo, la estipulación del aporte
constituye un elemento esencial del contrato de sociedad, cuya omisión acarrea la
nulidad absoluta y para algunos su inexistencia.
Al analizar las distintas vías o alternativas jurídicas en que puede hacerse el aporte (
vid. supra, Cap. I, 6.2.1.2) distinguimos entre el que se hace en dominio y el que se
realiza bajo la forma de un usufructo. En este último caso —decíamos también—, "la
pérdida de la cosa fructuaria disuelve la sociedad, a menos que el socio aportante la
reponga a satisfacción de los consocios, o que éstos determinen continuar la sociedad
sin ella " (art. 2102 inciso 2º del Código Civil), cuestión de toda lógica si se considera
que en este caso el riesgo de pérdida recae en el aportante-nudo propietario y no en la
sociedad, como ocurre con el aporte en dominio. Nos remitimos a lo señalado en esa
oportunidad. En otros términos, la pérdida de la cosa fructuaria implica que el socio que
la aportó queda en posición de no haber hecho realmente tal aporte, faltando por ende
un elemento esencial para la subsistencia de la sociedad; mientras que si la cosa se
incorporó al capital o fondo social de la sociedad, la cosa perece para esta última como
dueña, generándose a lo más una disminución de dicho capital.
La norma recién citada, con todo, plantea dos caminos alternativos a la disolución de
la sociedad, que presuponen la concurrencia de requisitos materiales y subjetivos según
pasamos a revisa r.
El socio-nudo propietario tiene la posibilidad de reponer la cosa por otra que preste
igual utilidad y, en todo caso, que sea aceptada por los demás compañeros.
Queda por definir aquí, sin embargo, tres aspectos sobre los cuales la ley nada dice.
Por lo anterior, en síntesis, el socio que repone la cosa aportada en usufructo tendrá
siempre el derecho a demostrar, en la sede jurisdiccional que corresponda, que ésta es
equivalente a la que se ha destruido y que la reposición ha sido además tempestiva u
oportuna, en el sentido de que dicha pérdida no ha generado un perjuicio para la
sociedad. Los demás compañeros, por su parte, podrán renunciar eventualmente a su
condición de socios según las reglas generales que se analizarán más adelante, pero lo
cierto es que no se encuentran facultados para optar por una disolución cuyo origen no
pasa más allá de la mera discrecionalidad.
Por último, nada dice la ley sobre la entidad, origen y naturaleza de la pérdida que
deviene en disolución, de manera que este será un aspecto de hecho de especial
relevancia, que deberá determinarse por vía jurisdiccional y con base en los siguientes
aspectos principales:
a) En primer lugar, la pérdida puede ser material —como cuando se des truye por un
incendio la maquinaria aportada en usufructo.
b) La pérdida puede ser también jurídica, como ocurriría en el caso de que terceros
reivindicasen la maquinaria aportada en usufructo —por seguir con el ejemplo
propuesto—, o cuando se extinguen para el aportante los derechos sobre una concesión
minera aportada de esa forma.
c) En ambos casos, por último, la pérdida puede ser total (en cuyo caso no existe
mayor dificultad) o parcial, incluyéndose en este segundo caso el deterioro propiamente
tal de la cosa e incluso su obsolescencia.
La segunda vía que la ley le confiere a los socios, como alternativa a la disolución de
la sociedad, consiste en prescindir de la cosa que se ha perdido o deteriorado,
continuando sin ella. En este caso, y considerando que dicho aporte ha contribuido a
conformar —junto con los restantes— el fondo social, la opción referida involucra una
disminución del capital y, por ende, una reforma del estatuto.
En este sentido, sin embargo, nada dice la ley respecto de la situación en que queda el
socio que hizo el aporte en usufructo y que no repuso la cosa perdida o deteriorada,
limitándose a señalar que la sociedad podrá subsistir aun sin ese aporte si los demás
compañeros así lo acuerdan. En tal caso, y considerando que el socio mencionado ha
quedado en situación de incumplimiento sobreviniente de su obligación de enterar su
aporte, nos parece que resulta plenamente aplicable en este caso el camino alternativo
que contempla el artículo 379 del C. de C., ya analizado. En consecuencia, los restantes
socios podrán excluir al socio moroso, con la consiguiente disminución del capital
social; o podrán demandar opcionalmente el pago o entero de su aporte, según el valor
asignado al mismo en el estatuto social, en cuyo caso el capital o fondo social no sufrirá
alteración.
Según el art. 2072 inc. 1º del C.C., en efecto, el socio designado como administrador
en el estatuto social no puede ser removido de su cargo " sino en los casos previstos o
por causa grave; y se tendrá por tal la que le haga indigno de confianza o incapaz de
administrar útilmente. Cualquiera de los socios podrá exigir la remoción, justificando
la causa". De esta forma, la remoción sólo producirá efecto entre los socios y la
sociedad (a) cuando se encuentre expresamente autorizada en el pacto estatutario y en
los términos en él expresados, o (b) concurra una causa grave debidamente calificada
por el tribunal arbitral u ordinario, según el caso.
"Faltando alguna de las causas antedichas —dice el art. 2072 inc. 2º— , la (...)
remoción pone fin a la sociedad". Tal consecuencia, sin embargo, será ineludible
únicamente en aquellos casos en que la sociedad no tiene más que dos socios; en los
demás, como aclara el art. 2073 del C.C., "podrá continuar la sociedad, siempre que
todos los socios convengan en ello y en la designación de un nuevo administrador o en
que la administración pertenezca en común a todos los socios". Alternativamente, y sin
son dos o más los socios administradores designados en el estatuto, "podrá también
continuar la sociedad, acordándose unánimemente que ejerzan la administración los
que restan".
Las normas sobre renuncia, contenidas en el Código Civil, no son claras al momento
de definir si la renuncia de un socio produce o no la disolución de la sociedad. Algunas,
en efecto, parecen seguir el primer camino ( v. gr. la renuncia por grave motivo y la
renu ncia intempestiva del art. 2112), mientras que otras se inclinan claramente por la
solución inversa, como ocurre con lo dispuesto en el art. 2108 inc. 1º del C.C. Por lo
anterior, en lo que sigue se analizarán los distintos casos de renuncia que contempla la
ley, y aquéllos en que ésta se encuentra prohibida, para determinar en cada uno el efecto
que produce la renuncia en la sociedad y su vigencia.
Según el art. 2108 inc. 1º citado, en efecto, la renuncia del socio colec tivo procede
siempre, de manera que se trata de u n derecho que éste puede ejercer en cualquier
tiempo. La norma es de toda lógica si se considera que los socios colectivos son
solidariamente responsables por las deudas sociales, de manera que la ley ha debido
reconocerles este derecho de renuncia como forma de terminar con esa responsabilidad
cuando la sociedad se ha pactado por un plazo indefinido340 .
Para que la renuncia sea seguida de la disolución de la sociedad, por último, será
necesario que así lo exija el socio respectivo, siempre y cuando actúe de buena fe342 ; y
en todo caso sin que por ello pueda impedir que las operaciones sociales pendientes se
concluyan del modo más conveniente a los intereses comunes, en los términos del art.
2112 inc. 1º del C.C.
El artículo 2108 inc. 1º aclara que "cuando la sociedad se ha contratado por tiempo
fijo, o para un negocio de duración limitada, no tendrá efecto la renuncia" ,
proscribiendo en tales casos el derecho de renuncia. La norma es muy similar a su
antecesora del Código francés de 1804, artículo 1871, que expresaba: "La disolución de
las sociedades a plazo no puede demandarse por uno de los socios antes del
vencimiento del término convenido, salvo que haya justos motivos, como si un asociado
falta a sus obligaciones, o una enfermedad habitual lo indispone para los asuntos de la
sociedad, u otros casos parecidos, cuya legitimidad y gravedad quedan al arbitrio de
los jueces".
a) Si en el estatuto social los socios han pactado expresamente que, aun en estos
casos, se reconocerá la facultad de renunciar.
"42. (...) del precepto legal que se dice vulnerado —el artículo 2108 del Código
Civil— se desprende que cuando la sociedad se ha contratado por tiempo fijo y no se
hubiere dado la facultad a los socios de renunciar, la renuncia sólo tiene efecto
cuando existía un motivo grave, o sea, una previa calificación de los motivos que la
fundarían y que siendo ellos suficientes autorizarían la expiración del contrato,
circunstancia que no concurre en los autos"343 .
Por lo anterior, y como señala también López 344, la renuncia no produce la disolución
de la sociedad, salvo que los motivos invocados para ella hayan sido calificados por
tribunal competente, judicial o arbitral, como graves de cara al normal funcionamiento
de la misma y a la consecución del fin social. Por contrapartida, la renuncia del socio de
una sociedad de plazo indefinido no produce efecto alguno, si no cumple con los
requisitos ya señalados. Así lo ha reiterado también la Corte Suprema, en un fallo
reciente:
" DECIMOQ UINTO : Que se denuncia también la infracción a los artículos 2108, 2109,
2110, 2111 y 2112, todos del Código Civil, que regulan la renuncia de los socios, al
concluirse que la misma no puede operar en este caso, lo que contraviene la ley.
DECIMOSEXTO : Que aun cuando las citadas disposiciones reconocen el derecho del
socio a renunciar a la sociedad y fueren aplicables en el presente caso, se advierte
que tal prerrogativa no puede ejercerse sino en los casos y en la forma que allí se
regula, esto es, cuando la sociedad se hubiere pactado a duración indefinida o se
acreditare la concurrencia de algún `grave motivo´ como los que enuncia el artículo
2108 de esa codificación, pero en ningún caso, como dice esa norma, `si por el
contrato no se hubiere dado la facultad de hacerla´.
Ocurre, pues, que ha quedado establecido que el pacto social no reconoce ese
derecho, como se infiere de los artículos cuarto y trigésimo sexto del estatuto social,
de suerte que al concurrir la hipótesis legal que la autoriza no podría haberse
infringido la señalada normativa"345 .
La ley fija también los requisitos formales y de fondo que debe cumplir la renuncia:
A) Requisitos formales.
Notificación
Según el art. 2109 inc. 1º del C. C., "la renuncia de un socio no produce efecto
alguno sino en virtud de su notificación a todos los otros ", agregando luego, en su inc.
2º, que "La notificación al socio o socios que exclusivamente administran, se entenderá
hecha a todos".
En este sentido, sin embargo, se ha fallado que la notificación formal a los restantes
socios, en los términos ya dichos, se entiende cumplida con la demanda misma de
disolución por renuncia, resultando irrelevante por ende si ésta se hizo antes o no:
Por lo demás, el Código Civil agrega en el artículo 2113 que esta disposición
comprende también el caso del socio que de hecho se retira de la sociedad sin
renuncia, como ha de presumirse de los hechos que ha sido precisamente la actitud
que ha asumido efectivamente el actor por las desavenencias suscitadas con el Sr.
(...), con motivo de los incumplimientos que se han referido en los motivos que
anteceden"346 .
Otro aspecto a tener en cuenta radica en determinar si, aparte de la notificación a los
socios de que habla el art. 2109, resulta necesario notificar también a la sociedad.
Los requisitos comunes a toda renuncia consisten en que ésta se haga de buena fe y de
forma tempestiva.
a) Renuncia de mala fe
Según el art. 2111 inc. 1º del C.C., "Renuncia de mala fe el socio que lo hace por
apropiarse una ganancia que debía pertenecer a la sociedad" , conducta que involucra
por ende una falta al deber de lealtad ya analizado ( vid. supra, 5.4.).
Sobre este punto —y coincidimos por cierto con ello—, la jurisprudencia de los
tribunales españoles resulta especialmente ilustrativa:
"En todo caso, no debe de olvidarse que tanto la normativa civil como la mercantil —
preceptos ya citados—, establecen una limitación a la libre decisión de disolución
societaria cual es la existencia de mala fe o la inoportunidad especial en el momento
de su ejercicio, teniendo en cuenta que la propia jurisprudencia del TS, cuya doctrina
a este respecto se recoge en la sentencia del Alto Tribunal de 27 de enero de 1997,
viene declarando que el concepto de mala fe a que se refieren los precitados arts.
1706 del C. Civil y 224 del C. Comercio 'sólo se puede aplicar si en un determinado
momento la sociedad tenia a la vista operaciones especiales que deberían producir
para todos los socios un lucro también especial. Por ello no puede aplicarse cuando
la marcha del negocio es ordinaria y los lucros a obtener son también los ordinarios
'" 348.
Confirma este criterio, por último, el texto del art. 2112 del C.C., que se refiere
precisamente a " negocios pendientes" al momento de definir como oportuna o
intempestiva la renuncia del socio, según pasamos a revisar.
b) Renuncia intempestiva
La ley no señala qué renuncia se considera como tempestiva u oportuna, sino que
precisa cuándo se la considera como intempestiva.
Según el art. 2112 del C.C., "Renuncia intempestivamente el socio que lo hace
cuando su separación es perjudicial a los intereses sociales (...)", de manera que lo que
aquí se considera no es la ganancia concreta que pretende distraer el socio, según lo
dicho supra , sino el perjuicio que le causa a la sociedad la renuncia hecha en
determinadas circunstancias. En otros términos, la renuncia es intempestiva o
inoportuna cuando con ella se le causa un perjuicio a la sociedad, lo que nuevamente
debe analizarse de cara a la existencia de un negocio pendiente y en ejecución. Como
señala la misma disposición legal, en efecto, en el caso de una renuncia intempestiva "la
sociedad continuará hasta la terminación de los negocios pendientes, en que fuere
necesaria la cooperación del renunciante" , lo que permite concluir, además, que la
renuncia deja de ser intempestiva y "se sanea" una vez que los negocios pendientes se
hayan concluido según lo pactado.
Por último, resulta pertinente revisar el caso particular de la renuncia del socio a
cargo de la administración, tratado de forma especial en el art. 2072 del C.C. A esto nos
hemos referido antes, al analizar las principales diferencias entre el socio que administra
la sociedad como delegado estatutario y las demás formas de administración. Una de
esas diferencias —decíamos—, consiste precisamente en que el derecho de renuncia
recibe un tratamiento distinto según se trate o no del socio administrador, pues en este
último caso la ley sólo lo reconoce cuando el pacto estatutario la permite expresamente,
o cuando existe acuerdo unánime entre los socios en orden a aceptar dicha renuncia (art.
2072 inc. 1º). " Faltando alguna de las causas antedichas — dice el inciso final—, la
renuncia (...) pone fin a la sociedad".
Se refiere a esta causal el art. 2103 del C.C., y su fundamento es el mismo al que nos
hemos referido en el apartado precedente: el carácter personalista de este tipo societario.
El Código, sin embargo, se refiere únicamente a la muerte de los socios personas
naturales, como fenómeno biológico inherente a las mismas, por lo que resulta necesario
determinar si las consecuencias que se le asignan a dicho fallecimiento resultan
aplicables, mutatis mutandi, al fallecimiento ficto de un socio persona jurídica, derivado
de la pérdida o extinción de su personalidad jurídica.
"4º. Que, conforme a lo que previenen los artículos 955 y 956 de Código Civil, en
materia sucesoria se debe distinguir entre la apertura de la sucesión, que es un hecho
jurídico que autoriza a los herederos para tomar posesión de los bienes hereditarios,
y que según la primera norma citada se produce al momento del fallecimiento del
causante y la delación, que es el actual llamamiento que la ley hace a un heredero a
fin de que acepte o repudie una asignación. Esta última se produce al momento del
fallecimiento del causante, si la asignación es pura y simple o una vez que se cumpla
la modalidad, en el evento que sea condicional. En consecuencia, como nadie puede
adquirir derechos en contra de su voluntad, la delación constituye la oferta en
materia sucesoria y, con ella, nace para el heredero el derecho a aceptar o repudiar
una asignación. Por último, debe distinguirse una tercera etapa, que se conforma con
el pronunciamiento que debe efectuar el heredero en orden a aceptarla o repudiarla.
5º. Que, por lo expuesto, si se ha pactado en la escritura social que en el caso del
fallecimiento de uno de los socios, la sociedad continuará con los sobrevivientes y los
herederos del socio fallecido, para que produzca las consecuencias jurídicas
queridas por sus autores, es menester que los herederos hayan aceptado la herencia;
esto es, que hayan manifestado su voluntad en orden a suceder al causante en todos
sus derechos y obligaciones transmisibles"350 .
Asimismo, nada impide que en el estatuto social se pacte que la sociedad continuará
con el o los herederos que acepten la asignación hereditaria. Se trata, en efecto, de un
acuerdo perfectamente lícito, que evita la disolución de la sociedad cuando los socios
sobrevivientes optan por continuarla y no cuentan con la aceptación de la herencia
respectiva por todos los herederos.
Por otra parte, la misma norma citada exige que la muerte del socio, para que surta
efectos como causa de disolución, sea puesta en conocimiento de los administradores.
Se trata, por ende, de un requisito de publicidad orientado claramente a la protección del
interés de terceros de buena fe, que han contratado con la sociedad, entendiéndose que
lo están cuando desconocían también el hecho de la muerte.
Con todo —continúa el art. 2103—, "Aun después de recibida por éstos
[administradores] la noticia, las operaciones iniciadas por el difunto que no supongan
una aptitud peculiar en éste deberán llevarse a cabo". La norma no es clara cuando se
refiere a las operaciones "iniciadas por el difunto" , que además " no supongan una
aptitud peculiar" del mismo, cuestión que no deja de ser relevante si se considera que, a
contrario, las restantes operaciones quedan extramuros de esta regla. Entendemos que la
ley se refiere aquí al socio que celebró un contrato siendo administrador delegado de la
sociedad o administrador en el caso del art. 386 del C. de C., y que fallece
encontrándose pendiente la ejecución del mismo. En estos casos, y pese a que la
sociedad se encuentra disuelta, la ley entiende que se trata de una operación necesaria
para una ordenada liquidación, que el liquidador debe llevar a cabo por ende al tenor del
art. 413 Nº 2 del C. de C.; y todo ello, claro está, en la medida que la prestación debida
no sea de aquellas que sólo podía realizar el socio fallecido, como sería el caso de la
ejecución de una comisión mercantil que supone cualidades personales o profesionales
especiales.
Finalmente, debe destacarse que el hecho de la muerte de un socio, sea que genere o
no la disolución de la sociedad, debe ser siempre reducido a escritura pública e inscrito
en extracto al margen de la inscripción social (art. 350 inc. 2º del C. de C.); o deberá
dejarse constancia del mismo en el respectivo Formulario y en el Registro de Empresas
y Sociedades, en el caso de sociedades de régimen abreviado. De lo contrario, el
fallecimiento del socio será inoponible a terceros, lo que puede tener consecuencias más
allá de la causal de disolución de la sociedad por ese hecho concreto, en los términos del
art. 2103 del C.C.
"Décimo: Que, por otro lado, tal y como lo afirma el Banco demandado, el artículo
350 inciso segundo del Código de Comercio, exige la reducción a escritura pública e
inscripción de una serie de hechos relevantes, entre los que se cuenta la muerte de un
socio, a lo que se agrega que según el artículo 360 del mismo Código, el
incumplimiento de dichas formalidades impide que dichos hechos produzcan efectos
contra terceros, siendo un claro caso de inoponibilidad. En este punto debe
precisarse que la muerte de un socio siempre debe inscribirse para ser oponible a
terceros, y no sólo cuando exista una disolución anticipada, como afirma la
demandante. En consecuencia, habiendo incumplido la parte demandante con la
carga de acreditar el cumplimiento de las exigencias impuestas por las normas
legales en comento, resulta que la muerte del socio (...), le es inoponible al Banco
demandado (...).
El criterio anterior ha sido planteado también por la E. Corte Suprema, al señalar, por
ejemplo, que "La muerte de un socio no ocasiona la disolución de la sociedad frente a
terceros, si se omitió en el extracto de reducción a escritura pública e inscripción este
hecho como causal de término. Y aunque dicha muerte tiene como efecto la
imposibilidad de prorrogar tácitamente el plazo de duración de la sociedad, ello no es
oponible a terceros" 352 .
Es de muy común ocurrencia que los socios de una sociedad colectiva, ya sea por
motivos tributarios, legales o de otra índole, sean a la vez personas jurídicas,
normalmente sociedades de personas o de capital que, como tales, están sujetas a
término por la pérdida o extinción de su personalidad jurídica.
Para responder estas interrogantes, debe reiterarse que una de las principales
características de la sociedad colectiva, y de las personalistas en general, consiste
precisamente en su carácter intuitu personae. En consecuencia, no debe perderse de
vista que aun en estos casos, de participación societaria indirecta a través de otra
sociedad, la concreta identidad del socio persona jurídica —e incluso la de las personas
naturales que componen su sustrato subjetivo— mantiene su condición de elemento
esencial del contrato de sociedad, que no puede faltar ni alterarse por ende a menos que
el estatuto social lo autorice y regule expresamente, o que los socios consientan en ello
de forma unánime.
Por lo anterior, nos parece que la disolución de una sociedad que es socia de otra debe
producir el mismo efecto que la muerte del socio persona natural, esto es, la disolución
de pleno derecho de la segunda; a menos que el estatuto o la unanimidad de los socios
restantes establezcan o acuerden lo contrario, respectivamente. Lo propio se aplica a los
casos de fusión ya mencionados, pues, como lo ha señalado el Tribunal Supremo
español, así como la capacidad de las personas naturales se extingue con la muerte, la de
las personas jurídicas —en el caso sub iudice capacidad procesal— desaparece con la
extinción de su personalidad jurídica (que en el caso de la colectiva comercial se
conserva hasta su entera liquidación y para ese solo efecto, según se explicó supra ) .
Dijo en este sentido el TS:
a) Al hablar de socio " fallido", la norma legal presupone que aquél haya sid o
declarado en quiebra, tal como ocurre con la insolvencia de la sociedad como causal de
disolución (vid. supra., 6.2.1.). La Ley Nº 20.720 no modificó esta norma, pero en
cambio derogó el Libro IV del C. de C. En consecuencia, por "fallido" debe entenderse
aquí al deudor sujeto al proceso de liquidación de activos.
b) Al permitir que la sociedad continúe con los acreedores del socio fallido, la ley
parece reconocer una excepción al carácter intuitu personae de la sociedad colectiva,
pues el desasimiento de los bienes del socio, por efecto de su declaración de quiebra,
implicará necesariamente que sus derechos como tal serán ejercidos por un síndico que,
a fin de cuentas, es un extraño que no ha sido parte del contrato de sociedad (art. 64 inc.
3º de la Ley de Quiebras, Capítulo IV del C. de C.).
Sin embargo, la excepción es más aparente que real, pues es la misma norma legal la
que aclara que en estos casos la sociedad "podrá" continuar, lo que dependerá en
definitiva de la voluntad unánime de los socios restantes. Estos últimos, en efecto, no
pueden ser obligados por los acreedores del socio fallido a continuar con una sociedad
cuya composición subjetiva originaria se ve deformada por la declaración de quiebra del
socio insolvente, pues con ello se afecta precisamente uno de los principios
configuradores de este tipo social, como es su carácter personalista. Entender lo
contrario, por lo demás, implicaría que el desasimiento del socio fallido no le afectaría
sólo a él, sino que se haría extensivo de hecho a los demás socios que, sin embargo, no
han sido declarados en quiebra o sometidos al proceso de liquidación de activos, según
la regulación de la Ley Nº 20.720.
Hemos dicho antes que no todas las causales de disolución operan de pleno derecho,
existiendo algunas que dependen de la voluntad de los socios y otras que, en cambio,
suponen la constatación previa de los hechos que las constituyen precisamente. Por ello,
las formalidades que habrán de observarse para la disolución de la sociedad dependerán
en último término de la causal que la provoque:
Respecto de los socios, los efectos de la disolución se producen una vez verificada la
causal respectiva, sin necesidad de requisito adicional alguno. Así lo ha señalado la
jurisprudencia:
"8º) Que de los antecedentes del proceso consta que la sociedad no sólo fue disuelta
sino que además se procedió a su liquidación, distribuyendo el producto de ésta entre
sus socios.
Cesan por ende los poderes de los administradores, asumiendo el liquidador aquellos
que su título de designación le señale o, si nada dicen, los de un "verdadero
mandatario" (art. 410 del C. de C.).
Según el art. 2115 inc. 2º del C.C. las sociedades colectivas civiles se liquidan
aplicando "Las reglas relativas a la partición de los bienes hereditarios y a las
obligaciones entre los coherederos (...)" , esto es, de común acuerdo por los socios o
con sujeción a las normas supletorias sobre partición de bienes establecidas en el Título
X, Libro III, del mismo Código. La norma es perfectamente coherente con la naturaleza
civil de la sociedad en este caso, y con los efectos que produce su liquidación, que a
diferencia de la colectiva comercial, pierde su personalidad jurídica para transformarse
en una comunidad de bienes.
"Las reglas de liquidación que para las sociedades da el artículo 2115 del Código
Civil, se refieren a toda clase de sociedades, incluso a las mercantiles, salvo en lo
que dichas reglas hayan sido modificadas por el Código de Comercio, respecto de
estas últimas, principio general que guarda conformidad con lo estatuido en el
artículo 2º del expresado Código de Comercio.
d) Finalmente, por la justicia ordinaria si no existiere unanimidad (art. 409 inc. 1º).
a) En primer término del acuerdo de los socios, en el título de designación (art. 410
del C. de C.);
Todas las actuaciones del liquidador, que excedan de estas facultades, serán
inoponibles a la sociedad y también a terceros, en la medida que éstos hayan tenido
conocimiento de tal circunstancia. Por contrapartida, nos parece que los socios no
pueden limitar y menos derogar aquellas facultades legales que resultan inherentes al
encargo que hacen, de manera que los terceros que contraten con el liquidador podrán
ampararse en tales facultades mínimas e invocar la ineficacia a su respecto de las
señaladas limitantes.
Finalmente, cuando los liquidadores fueren dos o más y deban proceder de manera
conjunta, procederá entre ellos el derecho de oposición a que se refiere el art. 399 del C.
de C., aplicable a los administradores (art. 412 del C. de C.). Nos remitimos en esta
parte a lo dicho al analizar la figura recién mencionada ( vid. supra, 4.2.3.2.). Las
diferencias entre los liquidadores, en estos casos, serán resueltas por la mayoría de los
socios; pero si ésta no se lograre, por cualquier causa, aquéllas serán sometidas al
conocimiento de la justicia ordinaria (art. 412 inc. final); a menos —agreguemos
nosotros—, que los socios hayan pactado arbitraje para tal fin, en la escritura social o en
la de disolución.
Tal como ocurre con la renuncia y remoción del administrador, la ley distingue
también entre el liquidador nombrado en la escritura social y el designado en un acto
extraestatutario posterior:
Cerrando el articulado sobre sociedades colectivas, el párrafo 7º del Tí tulo VII, Libro
II del C. de C., contiene normas especiales de prescripción extintiva aplicables a las
acciones dirigidas por terceros en contra de los socios solidarios que no sean a la vez
liquidadores, derivadas de obligaciones sociales e incluso —nos parece a nosotros— de
las personales que se originen en la condición de socio, como sería el caso de acciones
orientadas a obtener la restitución de sumas que se hubieren percibído indebidamente
por un socio, en perjuicio del activo social.
El art. 419 inc. 1º del C. de C., "Todas las acciones contra los socios no liquidadores,
sus herederos o causahabientes prescriben en cuatro años contados desde el día en que
se disuelva la sociedad, siempre que la escritura social haya fijado su duración o la
escritura de disolución haya sido inscrita conforme al artículo 354". Esta norma
entonces, tomada al parecer del Código de Comercio francés dada la notoria similitud
que existe entre aquélla y el art. 64 de este último, distingue entre dos situaciones
concretas al momento de definir la forma en que debe computarse el plazo de
prescripción:
A) Socios no liquidadores:
B) Socios liquidadores:
Tratándose de las acciones contra los socios liquidadores, sus herede ros o
causahabientes, o las que ejerzan los socios entre sí, las normas de prescripción
aplicables serán las generales del Código Civil (art. 423 del C. de C.), lo que constituye
una excepción a lo que señala el art. 822 del C. de C. El cómputo del plazo respectivo,
por ende, no dependerá ya de la disolución de la sociedad como en el caso anterior, sino
de la exigibilidad de la obligación respectiva.
El propio art. 423 aclara, con todo, que los plazos comunes de prescripción se
aplicarán a las acciones de los acreedores contra el socio o socios liquidadores
"considerados en esta última calidad" , lo que implica que un socio liquidador puede
ser demandado, por ende, en una doble calidad:
El origen de este tipo societario, concebido como una modalidad ajustada a las
necesidades de la pequeña y mediana empresa por la vía de limitar la responsabilidad
personal del empresario, no está claramente definido.
A fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, el panorama que mostraba el
derecho de sociedades se reducía básicamente a dos extremos estructural y
funcionalmente muy distintos entre sí, creados al vaivén del crecimiento y sofisticación
de las necesidades del tráfico mercantil:
Estas grandes compañías, regidas por sus respectivas cartas reales de autorización y
sus propios estatutos, nacieron como formas incipientes de sociedades capitalistas y,
concretamente, como vehículos para reunir el capital necesario para cada viaje o
expedición por separado, de manera que sus accionistas —en un principio sus propios
fundadores en forma excluyente— tenían un carácter esencialmente temporal. Con el
tiempo, sin embargo, se fueron incorporando a dichas compañías nuevos inversionistas,
con carácter permanente además, lo que derivó como se dijo en grandes monopolios,
con poderes que traspasaban con mucho lo puramente económico 363.
Así, aparecen en Inglaterra las denominadas "private companies", cuyo origen puede
encontrarse en la "Company Act" de 7 de agosto de 1862364 , sobre sociedades
comerciales en general y las joint stock companies en particular. Esta ley, si bien no
reguló derechamente la sociedad de responsabilidad limitada, sirvió de impulso para la
regulación posterior de un nuevo tipo societario al ofrecer un mecanismo simple y de
menor costo que el de la sociedad anónima, tanto para la constitución como para el
funcionamiento de sociedades mercantiles. Partiendo por la reducción del número
mínimo de socios (dos o más, a diferencia de los siete que exigían las public companies
), la responsabilidad de los mismos podía limitarse ahora por dos vías distintas: (a) por
acciones, en donde la responsabilidad quedaba limitada al monto de las acciones
suscritas; y (b) por garantía, que fue el modelo que tomó en cuenta precisamente el
legislador en Chile365 , en donde los socios se obligaban a responder por las deudas
sociales en caso de liquidación judicial o voluntaria de la sociedad, pero sólo hasta por
el monto que cada uno se haya obligado a aportar. El estatuto social, además, podía
incluir limitaciones a la libre cesión de las participaciones sociales, las que no tenían
que reflejarse necesariamente en títulos accionarios ni éstos, a su vez, podían ofrecerse
libremente al público366 . La razón social, por último, podía incluir una referencia al
nombre de uno o más de los socios, lo que constituía una clara manifestación de sus
atributos personalistas. Todas estas características, en fin, fueron dando forma a un
nuevo tipo societario denominado limited company, la que fue reconocida legalmente en
1907 aunque no como una SRL, según se la conoce en otros países europeos como
Alemania, Francia, Italia y España —por mencionar algunos—, sino como una variante
simplificada y de menor tamaño de la sociedad anónima. La actual Companies Act, de
2006, mantiene a la limited company, como una sociedad anónima pequeña o modesta,
fundada en el conocimiento mutuo de los socios y en donde la responsabilidad de sus
socios se encuentra limitada en el acto de constitución367 .
Se trataba, en síntesis, de inc orporar al derecho societario una sociedad que requería
de un capital modesto para constituirse, muy inferior por cierto al que se solía aportar a
las sociedades anónimas, a lo que se sumaba un número reducido de socios que
permitía, por ende, una participación más directa y personalizada de los mismos, al
estilo de las sociedades colectivas. La circulación de las participaciones, además, se
encontraba —y se encuentra hasta hoy— limitada aunque no prohibida, bastando para
ello un contrato documentado notarialmente 369. Por contrapartida, el régimen de
responsabilidad limitada de los socios de la SRL, su estricta sujeción a los principios de
integración e intangibilidad del capital social, propios de la sociedad anónima, y una
organización esencialmente corporativa, con un órgano de administración y otro que
reúne al colectivo de los socios, dan cuenta de la vertiente capitalista que presenta a la
vez este tipo societario en el derecho alemán, que la considera derechamente como una
sociedad de capital 370.
En Francia, tras el fallido intento de la ley de 23 de mayo de 1863 371, la SRL fue
implantada mediante ley de 7 de marzo de 1925, dictada "con el deseo de dotar a todo el
país de un tipo de sociedad que ya era conocido y apreciado en los departamentos del
Alsacia y Lorena" 372. Tal circunstancia, precisamente, deja en evidencia la fuerte
influencia que recibió por parte de la ley alemana de 1892 y explica, además, el gran
éxito que tuvo en Francia, con 52.549 sociedades constituidas al año 1937 373. Se
caracterizó por ser una sociedad vinculada al régimen de la sociedad anónima en cuanto
a la responsabilidad limitada de los socios y la integridad de su capital, al exigir el
desembolso total de los aportes y la valoración de los mismos; pero a la vez con rasgos
personalistas derivados de la no cesibilidad de las participaciones , el voto no
necesariamente proporcional a las mismas y el condicionamiento de la revocación del
administrador a la existencia de justa causa 374.
En Chile, por último, la SRL fue regulada en la Ley Nº 3.918 —en adelante LSRL—
(D.O. de 14 de marzo de 1923), originada en una moción presentada al Senado el 7 de
noviembre de 1921 por el entonces senador y reconocido civilista don Luis Claro Solar,
quien justificaba la iniciativa en los siguientes términos:
Si las sociedades anónimas pueden existir en la vida de los negocios, a pesar de que
sus obligaciones no afectan personalmente a los socios, cuyos nombres pueden aún ser
ignorados del público; si las acciones son al portador, no se ve por qué no pudiera la ley
autorizar la existencia de sociedad en que, sin tener la forma de las anónimas o en
comandita, los socios limitaran en el contrato social su responsabilidad. Esta clase de
sociedades que con ciertas variaciones han autorizado las legislaciones de Inglaterra,
Francia, Estados Unidos y otros países, permitirá aprovechar todas las iniciativas
privadas y la competencia de personas determinadas que de otro modo no se
aventurarían a emprender industrias cuyo establecimiento, en un país incipiente como el
nuestro, pueden ser de grande utilidad y contribuir poderosamente al incremento de la
riqueza pública y privada"375 .
Se trata, por ende, de una de las primeras leyes en regular la SRL en el ámbito
latinoamericano, precedida sólo por la ley brasileña de 1919. Le siguieron la Ley
argentina Nº 11.645, de 1932, la uruguaya de 1933, la mexicana de 1934, la colombiana
de 1937 y la paraguaya de 1951. Respecto de la legislación europea, la ley chilena es
anterior incluso a la regulación de la SRL en el Código de Comercio italiano de 1942376
y a la ley española, de 17 de julio de 1953.
A diferencia de lo que ocurre con el modelo originario del derecho alemán, en Chile
la SRL tiene el carácter de una sociedad de personas y no de capital; aun cuando
participe de algunas características de estas últimas, como es la limitación de
responsabilidad de los socios. En lo demás, sin embargo, el modelo chileno se
caracteriza por sus matices esencialmente personalistas, similares en muchos aspectos a
las colectivas comerciales, lo que se refleja muy claramente en la ausencia de
fiscalización externa, en la prohibición de ceder los derechos sociales sin el
consentimiento unánime de los socios restantes, e incluso en la libertad que la ley les
reconoce a estos últimos para regular el sistema de administración.
La SRL, sea civil o comercial, se rige en primer término por la Ley Nº 3.918, sobre
Sociedades de Responsabilidad Limitada.
Según el art. 4º inc. 2º de la LSRL, "En lo no previsto por esta ley o por la escritura
social, estas sociedades se regirán por las reglas establecidas para las sociedades
colectivas, y les serán también aplicables las disposiciones del artículo 2104 del
Código Civil y de los artículos 455 y 456 del Código de Comercio". En consecuencia,
junto con la aplicación de las normas imperativas de la Ley Nº 3.918 deberá estarse al
siguiente orden:
a) En primer término, a lo que señale el estatuto social, pues es la propia ley la que les
reconoce a los socios plena libertad contractual en este sentido.
En este sentido, sin embargo, debe recordarse que las sociedades colectivas pueden
ser a su vez civiles o comerciales, de manera que para determinar el orden de prelación
de las normas legales aplicables deberá estarse al objeto o giro social de la respectiva
sociedad, según lo estudiado ya al tratar sobre la clasificación de las sociedades y lo
dispuesto concretamente por el art. 2059 del C.C. Así lo ha ente ndido también la
jurisprudencia:
La referencia al art. 2104 del C.C. tiene su origen, concretamente, en una moción del
Senador por el Maule Sr. Silva Cortés, quien sostuvo la necesidad de considerar
precisamente "los casos de muerte, renuncia, quiebra, falencia o concurso, de un socio,
situaciones que, con arreglo a nuestra legislación vigente, ponen fin a la sociedad
colectiva y obligan a su liquidación anticipada" 378. Recogiendo precisamente esa
moción, el Senador Sr. Claro Solar propuso hacer una expresa remisión al art. 2104 del
C.C., para dejar en claro que la SRL no se disolverá por muerte de un socio, sin hacer
distinción alguna en cuanto a su giro específico. Dijo Claro Solar:
"(...) Además, como en el artículo 4º, inciso 2º, pediré; que se agregue una frase
referente al caso de muerte de un socio para que pueda continuar la sociedad;
disposición que tendrá por objeto aplicar en estos casos el artículo 2104 del Código
Civil.
Me parece que de esta manera quedarán a salvo las observaciones que hizo en la
sesión anterior el Honorable Senador por Maule" 379.
Por último, debe aclararse que los arts. 455 y 456 del C. de C., mencionados también
por el art. 4º inc. 2º de la LSRL, f ueron derogados por la Ley Nº 18.046, la que sin
embargo no modificó en esta parte el art. 4º recién citado. Según las disposiciones
mencionadas, el socio sólo sería responsable ante la sociedad por la entrega del valor de
su aporte, criterio que pese a la derogación recién indicada se mantiene plenamente
vigente hasta hoy, como principio configurador de este tipo societario plasmado desde
sus orígenes en el articulado de la ley.
Cualquiera que sea el régimen que se escoja para la constitución de una SRL, general
o el simplificado de la Ley Nº 20.659, el contrato es siempre solemne.
Según el art. 3º, a su vez, modificado por la Ley Nº 19.499, "Un extracto de la
escritura social, o de modificación o que deje constancia de los hechos comprendidos
en el inciso segundo del artículo 350 del Código de Comercio, en su caso, será
registrado en la forma y plazo qu e determina el artículo 354 del Código de Comercio",
por lo que nos remitimos a lo ya dicho sobre este aspecto.
Adicionalmente, y según dispone el inciso 2º del mismo art. 3º, "Se publicará,
también, dentro del mismo plazo, dicho extracto por una sola vez en el Diario Oficial".
En este sentido, la Ley Nº 20.494 (D.O. 27 de enero de 2011), en su artículo 4º,
estandariza el costo de publicación de estos extractos y establece, además, un régimen
gratuito de publicación para sociedades cuyo capital fundacional sea inferior a las 5.000
Unidades de Fomento, el que opera online. Dice esta norma:
"Artículo 4º.- Las publicaciones que según las leyes se deban realizar en el Diario
Oficial para la constitución, disolución y modificación de personas jurídicas de
derecho privado, se realizarán en la página web que deberá habilitar dicho medio
para estos efectos.
Las publicaciones tendrán una tarifa de una unidad tributaria mensual por cada
extracto publicado, excepto para aquellas constituciones, disoluciones y
modificaciones de sociedades cuyo capital sea inferior a 5.000 unidades de fomento,
en cuyo caso la publicación estará exenta de pago.
El Diario Oficial deberá publicar el extracto, a más tardar, el día hábil subsiguiente
a la solicitud y pago de la publicación por parte del interesado.
Para los efectos del inciso anterior, los notarios públicos deberán enviar, por vía
electrónica, al Diario Oficial copias digitales de los extractos societarios a publicar,
los que deberán estar suscritos por ellos, en la forma señalada en la Ley Nº 19.799".
Según el inciso final del art. 3º, según el texto fijado por la Ley Nº 19.499, " El
cumplimiento oportuno de la inscripción y publicación producirá efectos retroactivos a
la fecha de la escritura". En consecuencia, la sociedad se entiende existir en este caso
desde la fecha de otorgamiento de la escritura de constitución, tal como ocurre por lo
demás con la sociedad colectiva (art. 355A del C. de C.). La omisión de tales requisitos,
por contrapartida, genera la nulidad absoluta de la sociedad, sin perjuicio de su
saneamiento en conformidad a la señalada ley.
Según el art. 2.2 de la Ley Nº 20.659, que " Simplifica el Régimen de Constitución,
Modificación y Disolución de las Sociedades Comerciales", puede someterse a este
sistema "La sociedad de responsabilidad limitada, contemplada en la Ley Nº 3.918". A
las normas que regulan este nuevo mecanismo societario nos referiremos en concreto en
la tercera parte de este volumen.
Durante la discusión en Sala, sin embargo, la propuesta anterior no prosp eró, pues,
como aclaró en aquel momento el Senador Claro Solar, las sociedades inglesas
limitadas por garantía, tomadas como modelo en el Proyecto como ya se dijo, no
exigían ningún mínimo. Dijo el Senador:
"Con arreglo a la ley inglesa existen dos clases de sociedades: una limitada por
acciones y la otra por la garantía. En el primer caso la ley inglesa exige siete personas
para constituirse, precisamente por la naturaleza anónima, de estas sociedades; no así en
el caso de las sociedades con garantía limitada, que son diversas. Las sociedades de que
trata el proyecto correspondería en la nomenclatura de la legislación inglesa a las
sociedades con garantía limitada" 381.
En cuanto al número máximo de socios, y a partir de una moción del H. Senador por
Maule, señor Silva Cortés (quien temía precisamente por el alcance que el proyecto
podía tener "en orden al descrédito de las sociedades anónimas, que pudieran ser
dejadas de mano" 382), se acordó establecer dicho tope, de manera tal que la nueva SRL
no compitiera con la sociedad anónima. Inicialmente el máximo fue de 20 socios, lo que
se extendió en definitiva a los 50 socios a que se refiere el art. 2º inc. final de la Ley
Nº 3.918, por moción de la Comisión de Legislación y Justicia de la Cámara de
Diputados 383.
Según el art. 4º de la LSRL, "La razón o firma social podrá contener el nombre de
uno o más de los socios, o una referencia al objeto de la Sociedad. En todo caso deberá
terminar con la palabra 'limitada', sin lo cual todos los socios serán solidariamente
resp onsables de las obligaciones sociales".
La ley no exige entonces que la sociedad sea conocida necesariamente por el nombre
de los socios o de alguno de ellos, como ocurre con la sociedad colectiva, ya que
también puede ser designada por una referencia a su objeto.
Por otra parte, la omisión de la expresión "limitada" no acarrea la nulidad del contrato
de sociedad y se traduce, en cambio, en una alteración del régimen de responsabilidad
de los socios, fundadores y posteriores, quienes serán solidariamente responsables de las
obligaciones sociales. La ley hace aplicable enton ces el régimen de responsabilidad de
la sociedad colectiva y, más concretamente, de la colectiva comercial, aun cuando el
giro u objeto social fuere civil.
Como se dijo antes, la escritura de sociedad debe contener, además de las menciones
del art. 352 del C. de C., " la declaración de que la responsabilidad personal de los
socios queda limitada a sus aportes o a la suma que a más de esto se indique".
Según esto, los socios sólo están obligados a entregar el valor de su aporte a la
sociedad, pero no responden personalmente por las obligaciones contraídas por esta
última con terceros si en la razón social se ha incluido la palabra "limitada" (art. 4º
LSRL). Sin embargo, la ley permite expresamente que tales socios se sujeten
voluntariamente a un régimen de responsabilidad personal por las obligaciones sociales,
en cuyo caso deberá indicarse en la escritura social la suma hasta por la que deberá
responder.
En este sentido, y si bien la norma citada habla concretamente de una "suma" que
deberá indicarse en la escritura social, nada impide que ésta pueda plasmarse también de
una manera distinta aunque determinable para cada caso, ya sea como un porcentaje
adicional al aporte o incluso como una obligación de garantía personal.
Por último, nada dice la ley sobre los efectos que acarrea la omisión de la declaración
sobre limitación de responsabilidad en el texto de la escritura social o en el extracto,
como sí lo hace en cambio en el art. 4º respecto de la misma omisión en la razón social.
En otros términos, no resulta clara la situación en que queda la sociedad y los socios
cuando, habiéndose incluido en la razón social la palabra "limitada", se omite no
obstante la declaración a que se refiere el art. 2º de la LSRL.
Para aclarar estas dudas, resulta necesario hacer algunas precisiones que nos parecen
relevantes:
B) Por otra parte, debe considerarse que en tanto la nulidad de la socie dad no sea
declarada judicialmente, por sentencia judicial o arbitral firme o ejecutoriada, ésta existe
como persona jurídica y como tal sujeto de derecho si ha sido constituida por escritura
pública, instrumento protocolizado o reducido a escritura pública (el art. 3º de la LSRL
se remite expresamente a lo que señala el art. 357 inc. 1º del C. de C.).
Por lo mismo, y en lo que concierne a la responsabilidad de los socios, nos parece que
la sola inclusión de la palabra "limitada" en la razón social, sin que tal limitación se vea
reflejada a su vez en la expresa declaración estatutaria que exige el art. 3º de la LSRL,
no genera el efecto limitativo recién señalado y, por el contrario, hace responsables a los
socios de la SRL como si se tratase de socios colectivos, fundadores o no.
Coincidimos por lo mismo con la doctrina que se ha ocupado de este punto, aunque
no necesariamente con todos sus argumentos. Antes de las modificaciones introducidas
a la LSRL por la Ley Nº 19.499, en efecto, los autores entendían que la inobservancia
de este requisito en el estatuto social no era la nulidad entre los socios, sino que
eliminaba la limitación de responsabilidad propia de este tipo societario.
Así, Davis 384señala que "el Art. 2º exige una declaración, que puede consistir
únicamente en expresar que la responsabilidad de los socios queda limitada al monto de
sus respectivos aportes, o que, además, puede agregar una responsabilidad mayor. La
inobservancia de este requisito esencial no produce nulidad entre los socios; su efecto es
distinto: hace desaparecer la limitación e impone a todos los socios —incluso los no
fundadores— responsabilidad solidaria por las obligaciones sociales". Este autor, sin
embargo, no distingue entre la SRL comercial y la civil, conclusión que nos parece
excesiva, pues, por esta vía, se aplica a los socios de la colectiva civil el régimen de
responsabilidad de la sociedad comercial, sin que exista norma expresa en tal sentido.
Más acertada nos parece por ende la opinión de Olavarría 385, quien sostiene que "en
tal caso debe tenerse a la sociedad como colectiva aunque en la razón social (que debe
estimarse falsa) se cumpla con la exigencia de agregar la palabra limitada conforme al
art. 4º pues la responsabilidad de los socios emana de sus declaraciones explícitas
formuladas en el pacto social y no del cumplimiento de formalidades exteriores o
publicísticas (sic) de las que pueda entenderse una sustitución de aquéllas".
Con todo, debe considerarse que los autores recién citados razonaban sobre la base
del texto original del art. 3º de la LSRL, cuyo inciso final (hoy 3º) señalaba: "La
omisión de cualquiera de estos requisitos, produce nulidad entre los socios y hace
responsables solidariamente a los socios fundadores de todas las obligaciones
contraídas en interés de la sociedad". Sin embargo, esa primitiva redacción, que
reforzaba precisamente las conclusiones recién transcritas, fue modificada en el año
1997 por la Ley Nº 19.499, sobre saneamiento de vicios de nulidad de la sociedades, la
que en su lugar —y en lo que aquí nos interesa destacar— dispuso: " La omisión de
cualquiera de estos requisitos se regirá por lo dispuesto en los artículos 353, 355,
355A, 356, 357 inciso primero, 358 a 361 del Código de Comercio (...)". Por lo mismo,
y si bien compartimos como se dijo la conclusión de estos autores, los fundamentos de
la misma deben actualizarse.
Pues bien, la duda surge por la remisión parcial que el texto vigente del art. 3º de la
Ley Nº 3.918 hace al artículo 357 "inciso primero" del C. de C., dejando sin aplicación
la regla del inciso 2º que contempla, precisamente, la responsabilidad solidaria de los
socios frente a terceros. Lo anterior, por ende, podría llevar a pensar que el legislador
quiso modificar también el criterio inicial de la LSRL, en el sentido de establecer que la
omisión de la declaración que exige el art. 2º no hace responsables solidariamente a los
socios de una SRL; o al menos no cuando en su razón social se incluye la palabra
"limitada". A ello se sumaría, además, que la figura de la solidaridad está dada
precisamente como sanción para este último caso (art. 4º), mas no pa ra el primero. Con
todo, tal conclusión no nos parece correcta:
a) Primero, porque efectivamente las estipulaciones que deben regir las relaciones
societarias internas y externas son aquellas que establece la ley y los demás pactos
lícitos que los socios incorporan al estatuto social. No basta con el solo nombre o razón
social para definir la verdadera configuración y fisonomía jurídica de un determinado
tipo social, pues, recordemos, en el ámbito del derecho de sociedades la autonomía de la
voluntad de los socios está restringida por el principio de la tipicidad y por las normas
imperativas que lo informan. En consecuencia, si en la escritura social los socios no
cumplen con el mandato de la ley que modela precisamente el tipo societario de que se
trata, resulta imposible aplicarles las consecuencias que la misma ley le asigna a esa
creación tipificada.
b) La remisión parcial que hace el art. 3º inc. 3º de la LSRL, sólo al artículo 357
inciso 1º del C. de C., no puede verse tampoco como un propósito del legislador en
cuanto a mantener la regla de limitación de responsabilidad de los socios en estos casos.
En efecto, el art. 357 inc. 1º se remite únicamente al art. 350 del C. de C., que no se
refiere a las menciones que debe contener la escritura de sociedad, sino sólo a las
formalidades de escritura pública e inscripción del extracto que regula a su turno el art.
354 del mismo Código. La responsabilidad solidaria que se establece en el inciso 2º del
art. 357, por ende, no está basada en —ni deriva de— la omisión de alguna de las
menciones de dicha escritura, mencionadas en el art. 352 del C. de C. (en el caso que se
analiza, en el art. 2º inc. 1º de la LSRL). Lejos de eso, su origen y fundamento debe
buscarse en una razón muy distinta, como fue la introducción de una figura enteramente
nueva en el derecho chileno de sociedades: la sociedad de hecho —aquí de
responsabilidad limitada— saneable con personalidad jurídica, que si bien cumple con
las menciones del art. 352 citado (y aquí con la declaración del art. 2º inc. 1º de la
LSRL), no ha sido otorgada por escritura pública, instrumento protocolizado o reducido
a escritura pública (vid. supra, 3.1.3.1.).
Hemos dicho antes que una de las principales características de la SRL en Chile, que
le asigna precisamente su cualidad de sociedad personalista, consiste en la prohibición
que tienen los socios de ceder libremente sus derechos como tales, por aplicación del
art. 404 Nº 3 del C. de C. (art. 4º inc. 2º de la LSRL). Nos remitimos, por ende, a lo
señalado en este sentido al tratar sobre la sociedad colectiva.
"TERCERO : Que conviene en este punto de reflexión, traer a colación los argumentos
de esta Corte al tiempo de resolver el rechazo de la acción principal de cumplimiento
de contrato deducida por los actores. En este contexto, la sentencia de casación
sostuvo que, la sociedad demandada es una sociedad de responsabilidad limitada,
que se rige por la Ley Nº 3.918 y por las normas contenidas en el Código Civil y de
Comercio, haciendo hincapié en el carácter solemne que ostentan estas entidades y,
en particular en lo que dice relación con los requisitos exigidos para su constitución.
Seguidamente, se señaló que si bien el 31 de agosto de 1998 se autorizó por un 65%
de los socios la incorporación de los actores a la sociedad, es un hecho no discutido
que no se llevaron a cabo las formalidades respectivas para dejar constancia de la
decisión adoptada por la asamblea, en tal sentido; razón por la cual, al no haberse
cumplido con la realización de los trámites concernientes a la debida formalización
de los acuerdos de la Asamblea, no puede considerarse que los actores hayan sido
incorporados a la sociedad demandada.
Por otro lado, en lo que toca a la naturaleza jurídica del acto mediante el cual se
incorpora a un nuevo socio, se razona en la sentencia de casación que, no obstante
que el Consejo de Administración de la sociedad demandada al requerir el apoyo
económico de los actores, se comprometió a incorporarlos como socios, es lo cierto
que no se ha demostrado en el proceso que el referido Consejo hubiese estado
facultado especialmente para incorporar nuevos socios a su sola decisión. Por lo
tanto, dicho órgano debía circunscribirse a los términos de su mandato, conforme lo
prescribe el artículo 2077 del Código Civil, lo que lleva a concluir que este órgano
administrativo interno se excedió respecto de las facultades estatutarias y leg ales
que le fueron conferidas, al comprometerse a incorporar a los demandantes como
socios de la entidad demandada"386 .
Según el art. 2º inc. 2º de la LSRL, una sociedad de este tipo no puede tener por
objeto el giro bancario, lo que se encuentra en perfecta concordancia con lo dispuesto
por el art. 27 de la Ley General de Bancos. Las empresas bancarias, en efecto, sólo
pueden constituirse como sociedades anónimas, que en este caso serán además
especiales.
Sin perjuicio de lo anterior, existen diversos casos en los que la ley de termina de
manera precisa y excluyente el tipo societario que debe utilizarse para el desarrollo de
una determinada actividad, descartando por ende la posibilidad de constituirse —en lo
que aquí concierne— como SRL. Así, por ejemplo, deben constituirse sólo como
sociedades anónimas las compañías de seguro y reaseguro nacionales (art. 4º del D.F.L.
Nº 251, de 1931, y art. 126 de la LSA), las administradoras generales de fondos a que se
refiere el art. 220 de la LMV, las sociedades administradoras del sistema de
compensación y liquidación de activos financieros (art. 5º de Ley Nº 20.345), las
administradoras de fondos de pensiones (art. 23 del D.L. 3500, de 1980), las sociedades
de Depósito Centralizado de Valores (art. 1º de la Ley Nº 18.876) y las Bolsas de
Valores (art. 40 de la LMV) y las sociedades anónimas de garantía recíproca (Ley
Nº 20.179), entre otras.
2.8. Administración
Nada dice la ley sobre este punto, dejando a los socios en libertad para determinar la
forma en que se administrará la sociedad. Nada impide, por lo mismo, que también
pueda ser administrada por un directorio o por una asamblea formada por socios u otras
personas extrañas a la sociedad 387.
Si nada se dice en el estatuto social sobre este punto, y de conformidad al art. 4º inc.
2º de la LSRL, se aplicarán las normas s obre administración de la sociedad colectiva,
por lo que habrá que determinar previamente si se trata de una SRL de giro civil o
comercial. Según una parte de la doctrina, aún así, todo lo relacionado con la
administración de la sociedad de responsabilidad limitada debe encontrarse regulado en
el estatuto social, incluso la posibilidad de confiar dicha administración a
administradores mandatarios o extraestatutarios388 . No concordamos con tal criterio,
pues si bien es cierto que el art. 2º de la LSRL somete el contenido de la escritura
pública de constitución de la SRL —o del formulario en el sistema simplificado— a las
menciones del art. 352 del C. de C., ello no implica que, en lo no previsto en el estatuto,
se apliquen íntegramente las normas sobre administración delegada de las sociedades
colectivas. Se trata, en fin, de una distinción que no encuentra sustento en el texto de la
ley y que, por el contrario, parece contravenir lo que señala en este sentido el art. 4º inc.
2º ya mencionado. Así lo ha entendido también la jurisprudencia más reciente:
Por lo demás, en el propio pacto social los comparecientes acordaron constituir una
sociedad de responsabilidad limitada en conformidad a las prescripciones de la Ley
Nº 3.918 y teniendo además presente las disposiciones de los Códigos Civil y de
Comercio que versan sobre la materia "en todo lo que no estuviere estipulado en este
instrumento", de forma que mal puede reprocharse a los jueces haber ocurrido a la
normativa que expresamente consideraron las partes para solucionar un conflicto
carente de regulación convencional, no siendo efectivo, por ende, que no hayan
hecho prevalecer lo dispuesto en el estatuto social, como lo afirma la recurrente;
El primero corresponde al artículo 385 del Código de Comercio, que predica que: 'la
administración corresponde de derecho a todos y cada uno de los socios y éstos
pueden desempeñarla por sí mismos o sus delegados'.
En lo que concierne concretamente a la aplicación del artículo 2104 del C.C. a este
tipo societario, la ley presume por esta vía que los socios han incluido la cláusula de
continuación de la sociedad en caso de fallecimiento de un socio. En consecuencia, para
que dicha circunstancia sea considerada como causal de disolución, es menester que el
estatuto social la consigne expresamente como tal. Así lo ha entendido también la
jurisprudencia:
"6º) (...) el artículo 4º inciso segundo de la Ley 3.918 hace aplicable a las sociedades
de responsabilidad limitada el artículo 2104 del Código Civil y como el Código de
Comercio, no contiene normas sobre causales de disolución de la sociedad, aquellas
entidades de índole comercial, también en este punto específico, deben emplearse las
normas del Código Civil.
En dicho contexto, es menester indicar que el artículo 4º inciso segundo de la Ley que
regula a las sociedades de este tipo, hace aplicable a estas entidades lo estatuido por
el artículo 2104 del Código Civil que determina que la estipulación de continuidad de
dicha entidad con los herederos del socio fallecido se subentiende en las que se
forman para el arrendamiento de un inmueble, labores de minas o anónimas.
Tal predicamento es ampliamente aceptado por la mayoría de la Dogmática y
recogido por la jurisprudencia de los Tribunales, vale decir, que en las sociedades de
responsabilidad limitada, es de la naturaleza del contrato, la cláusula de no
disolución ipso facto de la compañía por la muerte de algún socio"390 .
Lo anterior, con todo, supone que los herederos del socio fallecido hayan aceptado la
herencia, pues de lo contrario debe entenderse que la sociedad se disuelve por causa de
dicho fallecimiento. Nos remitimos a lo dicho en este sentido al tratar sobre la causal de
muerte del socio en la sociedad colectiva comercial.
Por otra parte, debe reiterarse que en caso de disolución anticipada de la sociedad
tiene plena aplicación lo dispuesto por el art. 350 inc. 2º del C. de C., con la sola
diferencia que, además de las solemnidades allí indicadas, deberá cumplirse también
con la publicación respectiva en el Diario Oficial.