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Ministerio Público de la Defensa - Defensoría
General de la Nación
Defensa Pública: garantía de acceso a la justi-
cia, 1ª ed.- Buenos Aires: Defensoría General
de la Nación, 2008.
672 p. 23 x 16 cm.

ISBN 978-987-22522-1-2

1. Derecho.
CDD 340

Es una publicación del Ministerio Público de la Defensa - 2008


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Tirada: 500 ejemplares.

I.S.B.N. 978-987-22522-1-2
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EUGENIO LUIS SEMINO

Los viejos que vos matáis...


La sucesión de asaltos a adultos mayores que se viene registrando
en nuestro país —en especial en la capital argentina y ciudades de la
provincia de Buenos Aires— ha suscitado, además de la consiguiente
preocupación, un alud de interpretaciones, interrogantes y polémicas.
También, aunque en una proporción mucho menor, comenzaron a es-
bozarse algunas propuestas sobre el modo de enfrentar los hechos.
Las preguntas son múltiples. ¿A qué obedece esta escalada de
maltrato? ¿Cómo puede explicarse? ¿Hay posibilidades de evitarla?
¿De qué modo actuar? Se requieren algunas precisiones sobre la si-
tuación.
Por un lado, hay que tener claro que estos sucesos no irrumpie-
ron abruptamente sobre el final del 2005 sino que se producen desde
bastante tiempo antes. En algunos casos específicos —como el de la
ciudad de La Plata—, se registran con frecuencia y sostenidamente
desde hace más de un año. Lo que sí supone una modificación signi-
ficativa es su crecimiento en número y, sobre todo, en nivel de violen-
cia. Pero no son hechos nuevos y, menos aun, ajenos a una a sociedad
donde la discriminación de los adultos mayores es moneda corriente.
Es bajo esos supuestos que deben ser analizados si se aspira a encon-
trar soluciones efectivas.

Hablemos del maltrato


¿Qué se entiende por maltrato al adulto mayor? La Red Interna-
cional para la Prevención del Maltrato al adulto mayor (INPNEA) (1)

(1) En el 2001 la INPEA junto con la OMS publicaron un estudio cualitati-


vo: “Voces ausentes. Opiniones de personas mayores sobre abuso y maltrato al
mayor”.
430 Eugenio Luis Semino

lo define como “un acto (único o reiterado) u omisión que causa daño
o aflicción a la persona y que se produce en cualquier relación donde
exista un expectativa de confianza”.
En los últimos años la sociedad ha comenzado a tomar conciencia
de esta atrocidad oculta. Y aunque con frecuencia se cargan las tintas
sobre el maltrato doméstico (como si fuese más ignominioso que el
institucional), la importancia de este último no puede subestimarse.
Una de sus raíces está en la baja calidad de las democracias de
países no desarrollados como el nuestro, donde la escisión entre el
concepto de “derechos” y el de su respectivo ejercicio genera la ficción
de igualdad entre los ciudadanos (cuando en realidad sólo son “igua-
les” aquellos que tienen la disponibilidad material para ejercerlos).
Ocurre que la sodomización del derecho a la economía ha llevado
a generalizar el maltrato sobre los sectores de población que han su-
frido los ajustes económicos. Tal es el caso de nuestros Adultos Mayo-
res, quienes han dejado de ser “sujetos de consumo” para pasar a ser
“objetos a ser consumidos” según el criterio del mercado.
Es en este marco que se dan los abandonos o vejaciones que sufre
el viejo en su entorno convivencial, ya sea a manos de cuidadores in-
formales (familiares, vecinos) o profesionales.
Al respecto, la ONU ha señalado que la principal forma de mal-
trato a las personas mayores es la relacionada con la privación del
ejercicio de los derechos fundamentales y la falta de igualdad de
oportunidades, es decir, la imposibilidad de acceso a la sanidad, el
analfabetismo, la falta de libertad, la carencia o insuficiencia de las
pensiones. Vale la pena señalar que esto debería ser tomado o muy en
cuenta cuando se “juzgan” con ligereza ciertos comportamientos de
cuidadores informales (que, en multitud de casos, requieren conoci-
mientos e insumos en lugar de censura y castigos).
En otras palabras, podríamos decir, parafraseando a Bertold Bre-
cht, “como hemos demostrado no poder mejorar la hipocresía debe-
mos de una vez por todas decir la verdad”. Y esta verdad develará el
maltrato generalizado que se ejerce sobre los integrantes de una so-
ciedad que ha sido abandonada por el Estado a manos del mercado.
De ahí la necesidad de recuperar al primer cuidador institucional que
es ese Estado para luego, a la vez, ayudar a ese solidario cuidador in-
formal que muchas veces no hace demasiado bien las cosas porque,
en definitiva, es tan víctima como a quien cuida.

Mirar a otro lado


Más allá de estos señalamientos, es evidente que no siempre la
sociedad parece preocuparse por el maltrato a los viejos. ¿Cómo se
Defensa pública: garantía de acceso a la justicia 431

explica el escaso interés real? Antonio Moya Bernal y Javier Barbero


Gutiérrez (2), subrayan dos fenómenos.
En primer término aluden a la “gerontofobia pasiva”: nuestra so-
ciedad no valora los aspectos positivos de la vejez y tiende a evitar y
defenderse de las carencias y deterioros de la misma. La trata como
si no tuviera que ver con nosotros. De hecho, la discriminación por
la edad ha sido una norma a lo largo de la historia y hoy sigue siendo
una realidad palpable.
Por otra parte, se refieren a la dificultad para detectarlo y denun-
ciarlo: como habitualmente no se lo tiene presente en tanto diagnós-
tico diferencial, el maltrato sólo se detecta si hay un muy elevado
índice de sospecha. En especial, cuando muchos de los factores de
riesgo no aparecen, a partir de distintas situaciones.
Por ejemplo, es frecuente que la persona mayor maltratada se
sienta culpable por denunciar a aquel de quien depende para los cui-
dados y mucho más si se trata de un familiar. Además, puede tener
miedo a denunciar al entender que no existen alternativas reales,
efectivas, seguras y rápidas. También ocurre que las manifestaciones
del abuso se confundan con los cambios propios del envejecimiento y
no se de credibilidad a las afirmaciones del anciano.
Otra cuestión a considerar es que la multiplicidad de definicio-
nes de maltrato dificulta la posibilidad del análisis ético de este tema.
Al no introducir ni calificar entre los diferentes tipos, se pone en pie
de igualdad: acción, omisión, intención, ausencia, o el medio socio
cultural donde se produce el maltrato. No obstante nadie equipararía
desde la moral, y menos desde lo legal, el hecho de que un médico
propine una paliza a un anciano en un hospital, con que un cuidador
informal con tres hijos, sobrecargado de trabajo, olvide cambiarle un
pañal, aunque ambos hechos en la imbecilidad de la construcción del
intelecto neoliberal puedan ser considerados maltrato.
Otra valoración indispensable en el debate ético, está dada por la
intencionalidad subjetiva e intereses de quien lo causa, su persisten-
cia y reiteración en el tiempo, y obviamente las diferencias existentes
entre que el mismo sea causado por una institución, por personas con
personalidad profesional o cuidadores informales, con escasa forma-
ción y pocos recursos.

¿Qué, quiénes, cómo?


En el caso de los hechos que se intensificaron durante los últimos
meses, una característica a tomar en cuenta, es que en gran parte de

(2) Malos Tratos en Personas Mayores: Marco Ético, pág. 2. b, España 2002.
432 Eugenio Luis Semino

esos episodios las víctimas son asaltadas dentro de sus viviendas. En


este sentido resalta que no han podido ser evitados por las medidas
de seguridad tradicionales (rejas, puertas blindadas, cerraduras re-
forzadas, etc.). Parecería que los delincuentes han detectado cómo
entrar recurriendo al propio adulto mayor, a su historia. El viejo se
crió en condiciones donde regían confianza y la solidaridad y esto
hace a su memoria de vida. Ocurre entonces que las recomendacio-
nes habituales (no abrir, chequear quién es, etc.) son relativizadas. En
el momento de actuar pesa más lo ya incorporado, como la confianza.
O, en el otro extremo, el desconcierto y la parálisis.

Otro dato es que, en la mayoría de los hechos ocurridos, tanto


éstos como las lesiones ocasionadas no fueron producto del uso de
armas de fuego sino de armas blancas y de elementos existentes en la
casa (palos, cuerdas, sábanas).

Esto remite a uno de los ejes del cuadro actual. ¿Quiénes son los
delincuentes que están actuando? “No son como los de antes”, dicen
los vecinos. Es que hasta hace unos años aparecían en su accionar
frenos inhibitorios ante ciertas prácticas. Por ejemplo, pegarle a una
viejita era mal visto hasta por los propios delincuentes y no lo pasaba
bien en cárcel quien lo hiciera.

La cuestión es que, por lo general, ese asaltante provenía de una


estructura familiar (por más conflictiva o problemática que fuera)
donde existían vínculos entre jóvenes y abuelos. Y era una relación
de respeto la que se daba con el adulto mayor, con el padre o, en otro
ámbito, hasta con el jefe de la banda. Sea como fuere, había una iden-
tificación positiva con ese viejo. Otra es la situación que estamos
abordando. El actual delincuente viene de la calle, donde vive como
puede, y donde el viejo representa la debilidad, la pobreza... En una
palabra: lo que él, que sobrevive si triunfa en la pelea, rechaza de pla-
no, representa lo que no quiere ser. Sin dudas, se da en este caso una
identificación negativa con el viejo. Por eso la agresión es tan brutal;
es el “cuerpo a cuerpo” en el que el delincuente está matando su pro-
pio futuro, “está rompiendo el espejo que adelanta”.

Se observa en muchos de estos hechos mucho ensañamiento con


la víctima y no pocos se preguntan el porqué. Es un tema complejo,
donde entran diversos factores: el delincuente inexperto que ve en
el anciano un objetivo simple, accesible, que no requiere casi más
armas que el engaño, un cuchillo o lo que esté a mano...Y también
interviene fuertemente la identificación negativa, el sentimiento que
entra a jugar en el ataque directo del arma blanca, del cuerpo a cuer-
po donde hay resistencia y saña, sin la mediación del arma de fuego,
del disparo previsto y a distancia.
Defensa pública: garantía de acceso a la justicia 433

Viejos y jóvenes, excluidos que se enfrentan. Aquí uno no puede


sino recordar la frase de José Martí: “los pueblos que no cuidan a sus
niños no tienen derecho al futuro, y los que no cuidan a sus ancianos
no tiene derecho a la historia”. El viejo agredido y el joven que delin-
que son dos síntomas de una sociedad en crisis, que se cruzan en un
momento determinado.
Nuestras sociedades contemporáneas son sociedades en ries-
go que de este modo muestran sus síntomas. En el reciente caso de
Francia, la reacción violenta de los hijos de inmigrantes mostrando
años de exclusión hace olvidar que allí mismo, no hace muchos años,
diez mil viejos solos, sin cuidado, morían de sed ante una ola de calor.
Ambos, inmigrantes y viejos, estaban excluidos y no sólo en el aspec-
to económico sino en otro, el relativo a las decisiones sociales, a la
decisión de apartarlos, de confinarlos en la soledad.
Aquí vemos lo mismo. El predador natural de los adultos mayores
ha sido el ministro economía de turno, que también confiscó el hori-
zonte de los jóvenes. Los ataques a los viejos y Cromañón simbolizan
la falta de cuidado de esta sociedad donde viejos y pibes mueren inú-
tilmente.
¿Qué hacer frente a la ola de violencia que acosa a los viejos? La
violencia, el maltrato, el abuso y el abandono del adulto mayor plan-
tean problemáticas de alta complejidad, mal definidas y de difícil re-
solución para las que no alcanzan los procedimientos normatizados
ni sirven las soluciones lineales. Pero, a la vez, son problemas que vie-
nen para quedarse. Por eso enfrentarlas demanda respuestas audaces
flexibles, innovadoras y con clara vocación de integración social,
Es frecuente que se sostenga un falso dilema. Una de las posturas,
la que atribuye casi exclusivamente la violencia a la globalización y
al capitalismo salvaje, plantea como única solución la instalación de
un nuevo sistema social. La otra, que ve a la violencia como efecto no
deseado del sistema social, llama a extirparla con “mano dura”. La
polémica entre ambas posturas simplifica el tema y, más preocupan-
te aun, impide actuar de un modo coordinado. Entiendo que se deben
generar otros caminos a partir de redes de contención alrededor del
adulto mayor que actúen en tres dimensiones:
- La dimensión macroestructural, a través de determinaciones
políticas, económicas y sociales del estado a su más alto nivel.
- La dimensión media (mesoestructural), que supone deter-
minaciones en el plano institucional de los organismos específicos
(PAMI, ANSES y otros) implementadas en acciones diversas: formas
de acompañamiento, trabajo en común con organizaciones barriales
y otras, dirigidas específicamente a rescatar al viejo de su soledad y
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asilamiento para que vuelva a tener protagonismo. Creo que éste es


un aspecto básico y que debe ser preservado ante supuestas “medidas
de seguridad” que arriesgan reforzar el aislamiento. Los asaltos a los
viejos, el modo en que se los exhibe y algunas baterías de “consejos”
pueden generar más soledad aun al impulsar a los ancianos a recluir-
se, a asilarse. Hay que tener en cuenta que “a mayor soledad, mayor
vulnerabilidad” (tanto psicológica como ante el hecho delictivo). De
ahí la necesidad de retomar la relación social y colectiva.
- La dimensión microestructural, que hace a los planes vinculares
y relacionales, a las redes familiares y vecinales. En esto se comienza
a actuar ahora: aunque de a poco, hay varios círculos y clubes de jubi-
lados donde los abuelos se están reuniendo a conversar sobre lo que
sucede y cómo enfrentarlo. Y empezar a hablar es fundamental.
En síntesis, no hay salida posible sin la participación fuerte del
Estado, las organizaciones sociales y sin el protagonismo de los vie-
jos. Como en no muy lejanas etapas de nuestra historia y del mismo
modo que ocurre ante otras exclusiones, ningún ataque a un sector
de la población sería posible sin una sociedad indiferente, que mira a
otro lado. En la cuestión de la tercera edad nadie puede sorprenderse:
los “pobres viejitos” asaltados y asesinados son los mismos que gran
parte de la sociedad ya dio anticipadamente por muertos.

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