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UNIVERSIDAD ATLÁNTIDA ARGENTINA

FACULTAD DE PSICOLOGÍA Y PSICOPEDAGOGÍA


CONDICIONES HISTÓRICAS DEL SURGIMIENTO DE UNA SUBJETIVIDAD ADICTIVA
INTRODUCCIÓN
Este artículo es una continuación y un comienzo. Es continuación porque se basa en un trabajo anterior 1 y es
comienzo porque intenta pensar a partir de los efectos prácticos que ocasionó ese trabajo. En la línea de investi-
gación propuesta por Historiadores Argentinos lo importante de cualquier publicación, no es la opinión suscitada
sino el efecto generado. En esta dirección, la crítica ha sido feliz porque el trabajo referido fue tomado por
profesionales relacionados con el problema de la adicción -llamémosle por ahora así- con distintos resultados. A
partir de esta implicación surgieron experiencias, comentarios, críticas, etcétera. En síntesis, se presentaron
otros problemas: ¿Qué es la subjetividad? ¿Qué relación existe entre la subjetividad adictiva y la consumidora?
Este trabajo se propone pensar estas cuestiones.

DESARROLLO
Las adicciones en perspectiva histórica
El trabajo antes citado se basaba en las siguientes tesis:
1) Ningún discurso se siente cómodo en el terreno de las adicciones. La adicción aparece como una evidencia
ideológica sin concepto riguroso que pueda cubrir la multiplicidad diseminada de sus usos. Las adicciones
pertenecen "por derecho propio" al inespecífico campo de los “problemas sociales”. El problema adictivo
desborda las capacidades de comprensión y de acción de las diversas disciplinas destinadas a sus cuidados.
2) No estamos sólo ante el mero incremento cuantitativo de unas prácticas que llamamos adictivas, sino ante la
instauración cualitativa de un tipo radicalmente nuevo de subjetividad socialmente instituida. Es difícil imaginar
situaciones sociales en las que no hubiera individuos que se aferran excesivamente a algunos de los productos
ofrecidos por su cultura. Pero, sólo nuestra modernidad tardía realiza la posibilidad de lectura del problema.
3) El adicto es posible en situaciones en que el soporte subjetivo del Estado dejó de ser el ciudadano y recayó en
el consumidor. El envés subjetivo de la figura instituida del consumidor genera formas aún no teorizadas, pero
que insisten bajo el modo de ‘patologías del consumo y de la imagen’. En ellas la instancia de derivación y
reconocimiento dejaron de ser los discurso médico y "psi" para recaer en el discurso mass mediático. Para el
dispositivo mediático el modo genérico de tratamiento es el de la autoayuda y el grupo homogéneo de individuos
identificados por el rasgo adictivo.
4) El consumo de objetos variables produce una serie de imágenes reconocibles. El consumo adictivo de fijación
a un objeto (una sustancia, una práctica, un tipo sexual, una actividad informática, etcétera) engendra una
imagen específica: la del adicto como tipo reconocible, predicable, como imagen donadora de una identidad (la
identidad adictiva). El adicto dispone de un discurso que lo representa y lo aliena de modo reconocible para el
conjunto social. Las drogas de por sí, no causan adicción, las diversas situaciones en las que circulan sin
patología adictiva así lo demuestran. En las condiciones actuales de subjetividad consumidora, las drogas
constituyen el objeto privilegiado de la amenaza adictiva.
Problemas y herramientas
a) Nuestro aporte se limita a pensar históricamente algunas transformaciones y operaciones contemporáneas.
b) Subjetividad instituida en la perspectiva de la historia de la subjetividad: El tipo de subjetividad propio de
cada situación se define por las prácticas y los discursos que organizan la consistencia de esa situación. La
naturaleza humana no está determinada de por sí: lo que hace ser hombres a los hombres no es un dato dictado
por la pertenencia genérica a la especie. Los hombres no disponen de una naturaleza extra-situacional. Es decir,
no son un dato de la naturaleza dictado por la pertenencia genérica a la especie. Los hombres son, a la vez,
responsables y producto de las condiciones sociales en que se desenvuelven. La subjetividad no es el contenido
variable de una estructura humana invariante sino que resulta de marcas prácticas sobre la indeterminación de
base de la cría sapiens. Esa indeterminación del recién nacido recibe una serie de marcas que la ordenan. Estas
marcas (de diverso tipo según las diversas organizaciones sociales) producen una limitación de la actividad
indeterminada de base que estructura el punto caótico de partida. Estas marcas socialmente instauradas
mediante prácticas hieren a la cría, que recibe una serie de compensaciones a cambio de la totalidad ilimitada e
informe que era hasta entonces. La capacidad de los discursos para otorgar sentido compensa esas heridas y
constituye la subjetividad instituida.
c) Individuo y sociedad La historia de la subjetividad busca abolir la distinción entre las dimensiones social e
individual. La historia de las ciencias del hombre es, en gran medida, la historia de la distinción y articulación
entre las ciencias que estudian a los hombres en su conjunto (antropología, historia, sociología) y las que
estudian a los hombres por separado (psicología y psiquiatría). La división de aguas obedece a que no existió
desde un principio un esclarecimiento coherente de incumbencias. Algo así como un reparto de tareas. Pero la
aparición de las ciencias no responde a un plan que divide el mundo en distintas regiones.

1
Dobon J y Hurtado G compiladores (1999) “Subjetividad adictiva: un tipo psicosocial instituido” Las drogas en el siglo ¿Qué
viene? FAC, La Plata, Buenos Aires, Argentina.
2

Cada disciplina funda su objeto autónomo, bajo condiciones y requerimientos propios. La interdisciplina surge
como respuesta ideológica a la modestia de las disciplinas, es decir, a la interiorización de la asunción teórica de
la imposibilidad de articulación. Sus resultados resultan desalentadores. La abolición de la distinción entre
ciencias de lo individual y de lo social deriva de la dimensión inespecífica de las prácticas. Son las prácticas las
que producen lógicas sociales, pero también, las prácticas fundan la constitución individual. Es decir, hay una
misma causa capaz de producir consecuencias de diversa naturaleza. En este sentido, las prácticas no
pertenecen ni al campo de lo social ni al campo de lo individual, se trata de fuerzas ajenas a esa diferenciación.
De esta manera, las prácticas generan efectos en cada una de las dimensiones.
Prácticas
La noción de práctica es inespecífica. En la perspectiva de la historia de la subjetividad, el producto es un efecto
de las prácticas, pero de ningún modo su sentido. Atenta a los mecanismos de producción de sentido, la historia
de la subjetividad trabaja desde la noción de práctica. Es decir, desde el desenvolvimiento de fuerzas
discontinuas que se cruzan, se yuxtaponen, se ignoran y se excluyen. En este movimiento magmático se
instituye un sentido, sentido que no deja de producir marcas ni en la lógica social ni en el tipo individual capaz
de habitarla. La noción de práctica no sólo autonomiza el hacer de lo hecho, también autonomiza el hacer de sus
concepciones, y esta quizá sea la principal intervención de Michel Foucault en el campo de las Ciencias Sociales.
La intervención consiste en postular el privilegio de las prácticas respecto de las representaciones.2 No se trata
de despreciar las representaciones, se trata más bien del funcionamiento de las prácticas más allá del
fundamento que las orienta. Las prácticas exceden el fundamento que las orienta, porque establecen una
relación compleja con las concepciones que las animan. Ni la distorsión, ni el reflejo son capaces de dar cuenta
de la especificidad de esa conexión. Para la hipótesis determinista lo que ocurre es una actualización de
determinaciones previas. Las prácticas serían, para esa mirada, manifestación, realización o actualización, de
concepciones anteriores. Pero desde la perspectiva de la historia de la subjetividad, la articulación no es
pensada como determinación, sino como condición. La condición constituye un elemento a tener en cuenta,
pero una condición puede ser excedida, apropiada y significada por otra más fuerte . En este sentido, las
prácticas organizan con las concepciones una relación de condicionamiento, que sin ser eliminada puede ser
excedida, significada, alterada. La estrategia discursiva que parte de las prácticas impide plantear dos niveles
distintos de circulación de las ideas: uno ideal y no prostituido; y otro material que resulta de la distorsión del
primero. La noción de práctica interviene sobre esta distinción. Si es cierto que el sentido de una idea es la red
de prácticas en las que se inscribe, ya no resulta operativo discriminar entre el decir y el hacer, entre las
representaciones y las prácticas 3. Más bien se trata de dar cuenta del funcionamiento concreto de las prácticas, y
así las representaciones importan en tanto que prácticas discursivas.
Subjetividad y humanidad situacional
Si es cierto que la noción de subjetividad es, al menos, una definición en regla que un campo problemático, no
es menos cierto que ese campo se organiza a partir de un problema: el estatuto situacional de la naturaleza
humana. Una vez establecido el status situacional de la naturaleza humana emerge como núcleo problemático en
el ámbito de las ciencias sociales. Pero ¿cuáles son los términos en los que se plantea el problema? En rigor, se
intenta pensar las operaciones y los dispositivos capaces de producir la subjetividad instituida en una situación
histórica establecida, como el lazo social del que forma parte. En definitiva, se trata de dar cuenta de la
reproducción de las relaciones sociales (subjetividad y lazo social) en una específica situación histórica.

Una noción de subjetividad

2
Este privilegio de las prácticas respecto de las representaciones organiza El nacimiento de la clínica. Foucault no define el
discurso médico como conjunto de los enunciados que dicen los médicos sino como el conjunto de prácticas que instituyen los
tipos subjetivos y la relación médico-paciente. En esta estrategia, los discursos son prácticas que se apropian de las palabras,
determinan las cosas y organizan la relación entre palabras y cosas.
3
“...no ha habido casi preocupación por saber qué quiere decir hacer, cuál es el ser del hacer y qué es lo que el hacer hace
ser... No se ha pensado el hacer, porque no se lo ha querido pensar más que en esos dos momentos particulares: el ético y el
técnico.” C Castoriadis (1979) La institución imaginaria de la sociedad, Tusquets, Barcelona, España.
3

El campo de la subjetividad se constituye como un espacio atravesado por un problema central: el estatuto
situacional de la naturaleza humana. Esto es, no hay una definición universal de hombre sino situaciones socio-
históricas que engendran su humanidad específica.
Se trata en definitiva de la radicalización de la historicidad de la carne y del alma. En consecuencia, se trata de
abandonar el principio de una latencia biológica de fondo capaz de unificar el conjunto de las producciones
históricas. Tal postulación resulta imposible sin una categoría central: el concepto práctico de hombre. Para la
historia de la subjetividad, el concepto práctico de hombre determina una humanidad específica por la vía
práctica y no ya por la vía de las representaciones.
Una humanidad específica determina prácticamente cuales de los cuerpos sapiens pertenecen a la humanidad
culturalmente establecida. Pero también establece cual es la propiedad constitutiva de lo humano para las
circunstancias en que se instituye dicha humanidad.
Subjetividad estatal
En condiciones modernas de Estado-nación, el conjunto de las instituciones queda articulado por la meta-
institución estatal.4 El estado no sólo es el reservorio de la soberanía. Es también el articulador simbólico que
conecta las diversas instituciones. En los Estados nacionales, la vida de sus miembros se desarrolla en el interior
y paso entre sus instituciones. El individuo vive y transita por la familia, la escuela, la fábrica, el hospital,
ocasionalmente la cárcel o el manicomio. Se forja la subjetividad capaz de habitar y transitar estas instituciones.
En síntesis, se forja la subjetividad ciudadana.
Estado y ciudadanía
El ciudadano es el tipo subjetivo forjado por los Estados nacionales, es decir, por estados que enuncian que la
soberanía emana del pueblo y que se legitiman al representar una sustancia nacional. Puede pensarse al
ciudadano como el tipo instituido resultante del principio revolucionario de igualdad ante la ley. El ciudadano es
el tipo subjetivo que se forja en torno de la ley. Los Estados nacionales interpelan a sus individuos como
ciudadanos a partir de dos instancias primordiales: la familia y la escuela. Ellas, entre otras instituciones
producen ciudadanos en y para los Estados nacionales. Un ciudadano es un tipo subjetivo organizado por la
suposición básica de que la ley es la misma para todos. Por ello, la subjetividad ciudadana es reacia a la noción
de privilegio (ley privada). La ley nacional es homogénea, prohíbe y permite por igual a todos. Por supuesto, a
algunos el aparato judicial les va a permitir un campo de trasgresiones pero, sí ello se percibe como trasgresión
significa que la institución básica está funcionando. La igualdad jurídica es el corazón mismo de la condición del
ciudadano. Hay ciudadanos porque hay ley; hay ley porque hay estado capaz de inscribirla, significarla y
sostenerla.
Desrealización de los Estados nacionales
El proceso que mediáticamente se llama globalización, se puede pensar como la desrealización de los Estados
nacionales. En nuestra época los Estados pierden sus realidades política, económica y social. Ellos caen como
espacios soberanos de autonomía y como espacios capaces de orientar el curso del devenir. Los estados actuales
perdieron el arraigo efectivo que les daba potencia soberana. Esta pérdida de arraigo transforma a los estados
soberanos en organismos técnicos-administrativos (OTA) al servicio del mercado. Ellos administran las
consecuencias del proceso de globalización. Incluso, el organismo técnico administrativo renuncia explícitamente
a cualquier capacidad soberana, y se enuncia técnicamente como administrador.
El proceso de globalización puede pensarse, entonces, como un proceso técnico de efectos muy potentes sobre
el Estado. En principio, es un mecanismo técnico porque instaura la conexión virtual de la superficie integral del
globo. Por vía de los flujos de información, de los flujos de capital, se arma lo que se ha denominado “mundo
pequeño” o “aldea global”. Se constituye una red de conexión que atraviesa las fronteras. O mejor, más que
atravesarlas, las desrealiza. Porque atravesar las fronteras significa que hay una marca que existe y que se
puede estar de un lado o del otro. Desrealizarlas significa destituir el carácter de frontera. No existe este espacio
interior al que nos habíamos acostumbrado a llamar mercado interno, estado-nación o espacio soberano.
Entonces, el mundo queda conectado a partir de los flujos de capitales, de imágenes, de información.
Cabe aquí hacer una precisión: la conexión no significa la homogeneización. Hay que abandonar, respecto de la
globalización, la toma de dos posiciones espontáneas de opinión. La primera dice: como los espacios ex
nacionales son diversos la globalización es falsa. La otra idea sostiene que en la medida en que el mismo flujo
de capitales atraviesa la superficie del globo, entonces las diferencias regionales han caído. El mundo globalizado
es para esta postura el mundo de la igualdad de oportunidades.

La globalización unifica al mundo desde el punto de vista del estímulo, pero las respuestas son diversificadas
localmente. Es cierto que es el mismo circuito el que provoca respuestas en todo el globo. Pero las respuestas en

4
Se denomina Estado-nación (EN) a la modalidad de organización que se desarrolla entre el ciclo de las revoluciones burguesas
y el fin de la guerra fría. Aunque hay excepciones, se trata de estados que se legitiman por ser la organización jurídica de una
nación. Reservamos el término estado técnico-administrativo (OTA) al servicio del mercado para nombrar la modalidad de
organización estatal actual. Su pertinencia deberá deducirse de la utilidad para pensar en inmanencia.
4

cada uno de los puntos de este globo dependen de las condiciones locales. Los estados cuando pierden su
realidad, pierden la capacidad de gobernar los estímulos.
Este es el punto clave en que se articulan la idea de globalización y de fragmentación. O quizás se deba plantear
que la superación del debate exige abandonar la idea mediática de globalización. Que los EN hayan caído no
significa que hayan desaparecido, sino que han perdido la potencia hegemónica de institución de subjetividad
propia de los siglos XIX y XX. Así como Nietzsche predijo que a partir de la muerte de Dios se seguiría lidiando
con sus sombras durante largo tiempo, podemos apostar a que las sombras del Estado serán un problema
esencial en el pensamiento contemporáneo también por largo tiempo. La caída del Estado significa una alteración
básica en la subjetividad, una alteración básica en los tipos subjetivos. Muerto el Estado, lidiaremos con sus
sombras, en eso estamos.
Agotamiento del Estaco nación
El Estado como pan institución cae cuando las prácticas de mercado pasan a ser el fundamento de la vida
social. No se trata del mal funcionamiento de las instituciones del EN o del incumplimiento de unas leyes
determinadas, se trata de la incapacidad del Estado para postularse como articulador simbólico del conjunto de
las situaciones sociales. En tiempos nacionales, el Estado es capaz de articular simbólicamente las situaciones.
No se trata sólo de la producción de un sentido, sino de la producción de un sentido articulado . No hay
articulación simbólica entre situaciones, lo que no quiere decir que no haya simbolización . En la dinámica de las
situaciones dispersas, la simbolización es situacional. El Estado reduce sus funciones, si se lo compara con el EN,
pero la variación fuerte resulta otra. Se trata de la alteración ontológica. El organismo técnico-administrativo es
incapaz de producir un ordenamiento simbólico para la heterogeneidad de las situaciones. En las condiciones
actuales, el OTA es una fuerza entre otras . En esta lógica, las fuerzas del mercado son capaces de imponer una
variedad de funciones administrativas a ese organismo, aún llamado estado, que dejó de ser programático y
devino administrativo. Pero el mercado no organiza simbólicamente las situaciones, su relación con las
instituciones es otra. En rigor, el procedimiento del mercado no es la articulación simbólica sino la conexión real.
Ello es, el mercado en su devenir produce una variedad de efectos incalculables, pero al hacerlo no produce un
sentido para tales consecuencias. En definitiva, los flujos de mercado conectan situaciones sin generar en el
proceso un ordenamiento simbólico para tal encuentro.5 De lo anterior deriva una conclusión importante. El
individuo contemporáneo, durante el transcurso de su vida no va pasando, como en el Estado nacional, de una
institución a otra; todas guiadas y marcadas por el mismo principio, sino que va saltando de situación en
situación cada una con su propia lógica. Mientras las instituciones modernas estaban inscriptas en la totalidad
estatal, las instituciones actuales son cada una un mundo aparte. Cada una de estas instituciones se considera
como productora exhaustiva de los sujetos que requiere en la situación en que los requiere. No los toma de
ninguna otra ni los produce para ninguna otra.
Empresa
Lo propio de esta destitución del Estado es la transformación del átomo institución al átomo empresa. Las
instituciones se conectan según un parámetro estatal, las empresas se conectan según un parámetro mercantil.
Es cierto que en los EN existían empresas. Pues bien, por un lado estas empresas, funcionaban bajo una lógica
institucional. Por el otro, se puede decir que había empresas en el mundo. Hoy, la modificación más fuerte. Se
puede expresar como: las empresas son el mundo. Menos por una cuestión de cantidad que por una virtud
lógica. Hoy la lógica hegemónica en términos sociales es la lógica empresaria. 6 Algo es viable cuando es
económicamente viable. Algo es perdurable cuando puede subsistir, algo es valioso cuando es rentable. Desde la
línea de la historia de la subjetividad no se trata de denunciar ni de quejarse. No se pretende tampoco militar
por los EN estados ni añorar épocas mejores; sino marcar algunos puntos fundamentales en la alteridad de la
lógica social contemporánea.
El consumidor
La figura del consumidor es reconocida en términos sociales. Desde la perspectiva de la historia de la
subjetividad podemos establecer algunas precisiones. El consumidor es una figura concomitante con el proceso
de globalización. Más precisamente, lo que llamamos ‘consumidor’ es el soporte subjetivo del proceso llamado
“desrealización de los Estados nacionales”. El consumidor no es un accidente contemporáneo que le sobreviene a
la eterna naturaleza humana sino que trama la naturaleza misma del hombre contemporáneo. No es un adjetivo
del hombre contemporáneo sino su definición en término de subjetividad
La subjetividad consumidora está producida por una serie de prácticas específicas: es el sujeto que realiza una
permanente sustitución de objetos sin que dicha práctica le ocasione ninguna alteración. En la lógica de la moda
y de la vertiginosa sustitución de objetos, el término nuevo de la serie es mejor porque es nuevo. El anterior no

5
Uno de los problemas que más insiste es la perplejidad que causa el mercado actual. La dificultad para definirlo indica que
estamos ante un mercado distinto al nacional. En principio, pareciera que el término refiere a una cierta circulación de flujos
de información, imágenes, capitales, transacciones, etc.
6
Fox, el flamante presidente mexicano, anunció con ímpetu, que organizará su gobierno como una empresa. Para ello, solicitó
el curriculum de todos los ciudadanos que quieran formar parte de la burocracia estatal. Contra lo esperable, el presidente
quiere convertirse en gerente de personal. Nota de la Cátedra Psicología Social: Este artículo tiene una actualidad que
parece predictiva en nuestro país.
5

cae por haber hecho ya la experiencia subjetiva de la relación con ese objeto particular sino por la presión del
nuevo que viene a desalojar al anterior. El anterior cae sin tramarse en una historia, no hay continuación, uno
sustituye al otro.
Es la misma lógica el zaping televisivo, la renovación permanente del mercado, la innovación tecnológica, etc.
Si lo anterior es cierto -y hay buenos argumentos para que lo sea- ¿Qué posición subjetiva es la que inducen
estas prácticas? Todo ha de esperarse del objeto, nada del sujeto. La promesa es la del objeto próximo. No se
produce nada semejante a la modificación del sujeto por el objeto ni del objeto por el sujeto. En un comercio sin
interacción el sujeto es soberano de asumir y desechar, pero no es libre de alterar ni de alterarse.
El consumidor y su lógica
El consumidor cree la promesa del mercado según la cual en el mercado hay de todo. Esto implica dos
suposiciones implícitas: la primera sostiene que todo lo que hay en el mercado es necesario; la segunda, que
todo lo que es necesario está en el mercado. La globalización es un festival de ofertas y, por vía de la red o de
cualquier otra, se puede acceder a una serie, hasta hace poco inimaginada de productos. La premisa de base es
la existencia indubitable del objeto satisfactorio. Es decir, que existe un producto o un conjunto de ellos, que
garantizan la satisfacción. La publicidad recoge este anhelo: Satisfacción garantizada o le devolvemos su dinero.
La promesa del mercado
El consumidor parte de las promesas del mercado, pero, el mercado no promete como lo hacía el Estado. El
estado prometía que si nos mancomunábamos a algún destino colectivo nos iba a esperar después de un período
de sufrimiento, un futuro de grandeza. La promesa del mercado es la de un objeto capaz de proporcionar
satisfacción integral. El consumidor no espera la realización de un proyecto colectivo sino un estado personal de
plenitud. En el mercado el objeto tiene que encajar perfectamente en el sujeto porque el sujeto no puede
modificarse. El principio social de identidad establece en función de qué parámetros un integrante de una
sociedad será reconocido como perteneciente a ella por los demás. A partir de dicho principio, será convocado o
rechazado, será valorado o despreciado. Sí en los EN la identidad ciudadano estaba configurada por los
contenidos de su conciencia -sobre todo por su conciencia política o por su ideología- el consumidor se define por
actos de consumo que se presentan como ‘necesidades’.
La promesa del consumo
El consumo puede definirse como un sistema de intercambio y producción de signos. La moda puede definirse
como coacción e innovación de signos o producción continua de sentidos arbitrarios. En este punto se juega la
pertenencia a la humanidad. Así como la conciencia definió la condición humana durante la vigencia de los EN,
hoy esa condición exige ser reconocido como imagen por otro. El acto de consumir es un signo para obtener un
reconocimiento del otro. El problema es que quien poseía una conciencia difícilmente la perdiera, al menos la
locura no constituía una amenaza cotidiana. En cambio, hoy la imagen está continuamente amenazada porque
no es una propiedad que se puede adquirir definitivamente sino que hay que adquirirla todo el tiempo . La lógica
de la moda destituye los signos. Lo que ayer era un signo, hoy puede dejar de serlo sin aviso previo.
Obligaciones y derechos
En los Estados nacionales los derechos del ciudadano derivan de la instancia decisiva de la ley. La teoría jurídica
moderna es clara: para que exista un derecho debe existir una obligación. El derecho es la contracara de la
obligación.
Consumo y derechos
En los organismos técnico-administrativos al servicio del mercado los derechos no son el subproducto de una ley
que obliga, sino que resultan de una afirmación directa de declaraciones de series de derechos. 7 El centro dejó
de ser la ley para ser el derecho mismo. Cada consumidor por el solo hecho de serlo se proclama con infinidad
de derechos. Llamemos post-modernos al estatuto de los derechos en los OTA, es decir, a aquellos que derivan
de una proclamación directa, sin imposición de obligaciones. A partir de aquí se puede pensar que mientras el
límite de los derechos modernos es la prohibición legal simbólica, el tope de los derechos post-modernos es la
imposibilidad real revelada. Para seguir con la nominación, llamemos derechos simbólicamente producidos a los
que derivan de una prohibición y llamemos derechos imaginariamente establecidos a los que derivan de una
proclamación. Entre derechos iguales, decide la fuerza: la imposibilidad real se revela en el cuerpo a cuerpo de
quienes, en ausencia de ley estructurante, poseen derechos imaginariamente equivalentes. Si los derechos no
emanan de una ley sino que tienen centro en cada portador, la relación se dirime como correlación de fuerzas.
Los poderes y las fuerzas con los que los consumidores se enfrentan en el conflicto real de sus ilimitados
derechos imaginarios no derivan de la naturaleza de los individuos, sino que apoyan sobre los poderes derivados
de la fortuna en el mercado.
El mercado es el lugar en que cada consumidor actualiza sus derechos. Se puede conservar el paralelo con la
“ley del código” y llamar a esta potencia o fuerza “ley del mercado”. Pero por su forma específica de operar y
enunciarse, esta ley presenta características que la alejan de la imagen espontánea de lo que es una ley. 8 No
ofrecen las ‘leyes del mercado’ criterios permanentes para dirimir entre lo correcto y lo incorrecto. Si con el

7
Las declaraciones de derechos realizadas por los organismos internacionales, reducen al Estado a mero ejecutor, más o
menos eficiente, de las normas que se prescriben en forma tras-nacional.
6

código existía la permanencia de unas prescripciones previamente conocidas, con el mercado las condiciones
varían de coyuntura en coyuntura sin explicitar a priori las prescripciones.
El agente del mercado está sometido a los veredictos de un tribunal secreto que, a posteriori, determina cual era
la operación correcta y cual la que debía fracasar. Pero no sólo no rige para todo momento, no sólo carece de
explicitación; la “ley de mercado” no rige igual para cada agente en cada coyuntura sino que premia y castiga a
posteriori.
La reforma constitucional de 1994 muestra un indicador de estas transformaciones. En el artículo 41 aparece la
figura del consumidor con rango constitucional. En la Norma Fundamental, además de ciudadanos, hay
consumidores. Estos últimos se definen por sus derechos. La naturaleza de los derechos del ciudadano y del
consumidor es distinta. Los del primero se basan en un ordenamiento jurídico del Estado y son la contrapartida
de un deber, los del segundo responden de una disposición dineraria en el mercado. En las condiciones actuales
ninguna potencia se enfrenta a la del capital. Sólo el dinero puede prohibir al dinero. Cuando se concurre a la
instancia legal, los derechos del consumidor ya han sido vulnerados y sólo queda una sombra ciudadana que
busca que se aplique la ley.
Variación en el estatuto del tiempo
Institución social del tiempo: Cada cultura instituye su tiempo como “el” tiempo. O mejor, “cada tiempo”
instituye “su tiempo” como “el tiempo”. No hay tiempo en sí, sino que lo que entendemos por tiempo siempre es
una entidad socialmente instituida. En este sentido, una lógica social es solidaria con unas prácticas productoras
de temporalidad. De esta manera, la variación en la naturaleza de una situación histórica provoca como efecto
inevitable la variación en el estatuto de su temporalidad. Agotados los EN e instituido el mercado en el sitio del
fundamento se altera la estructura del tiempo socialmente instituido.
Tempo nacional: El tiempo instituido por el EN es el tiempo de la continuidad, del progreso, del autodesarrollo.
Un tiempo homogéneo en su contenido y ascendente en su desenvolvimiento. El devenir es progresivo; el tiempo
tiene un sentido, el instante siguiente sucede al anterior y entre los dos instantes se trama una relación de
progreso o al menos una relación de sentido. El instante anterior tiene efecto de sentido sobre el que viene. En
el tiempo instituido durante la modernidad, siempre hay diferencia entre dos instantes. El instante 1 pasó; el
instante 2 es el actual. Pero el instante 1 tiene alguna eficacia sobre el actual. En el tiempo de progreso, en el
tiempo histórico, en el tiempo de desarrollo, se comprende lo que se presenta en el instante 2 por su diferencia
específica respecto del instante 1. Mejor, peor o diferente son tipos posibles de relación.
Tiempo contemporáneo: En tiempo instituido en las condiciones actuales, en cambio, es del orden del
instante. Las cosas no están determinadas por su historia, las cosas significan lo que son hoy. No se trata de la
ruptura con lo pasado, sino más bien de la sustitución (caída) de un instante por otro. El tiempo nacional toma
su consistencia del anterior y del siguiente; el tiempo contemporáneo es de la configuración instantánea, el de la
sustitución de un instante por otro. En rigor, se trata de la lógica de la moda. Se trata del tiempo del instante,
del zapping, del videoclip, del que tampoco tenemos todavía una definición en regla sino ciertas pautas de
funcionamiento. Un instante no sucede a otro sino que lo sustituye. No forma una serie significativa. El instante
actual hace caer al anterior en el no ser. No hay experiencia temporal. Hay presente eterno. El instante actual es
empujado por el que viene para caer, sin tramarse en una red significativa. Otra vez, no se trata de impugnar el
tiempo actual sino de pensarlo. La noción de vértigo monótono intenta ser útil en esta perspectiva.
a) Vértigo monótono: La temporalidad contemporánea instituye la modalidad de sustitución de un
instante por otro. Sustitución que genera en su proceder un efecto de vértigo, pero siendo ese su
funcionamiento, también hace del vértigo monotonía. El tiempo nacional es del orden de la duración; el tiempo
contemporáneo es del orden de la sustitución. Duración y sustitución pertenecen al campo de lo socialmente
instituido. O sea, son dispositivos centrales en la producción de la subjetividad capaz de habitar tales situaciones
sociales. El pensamiento como la intervención que introduce tiempo es la urgencia. La monotonía vertiginosa le
hace obstáculo al pensamiento. En condiciones de urgencia, no hay posibilidad de pensar. Pensar exige entonces
producir esa temporalidad. Ello es, producir un corte en la continuidad contemporánea (monotonía vertiginosa).
Pero esta tarea nunca es definitiva, porque no consiste en un terreno conquistado de una vez y para siempre,
consiste más bien en la institución situacional de esa temporalidad, cada vez. Pensar es entonces crear una
temporalidad capaz de interrumpir la monotonía vertiginosa.
b) Tiempo y alteración: El agotamiento del EN es también el agotamiento de una noción temporalidad
totalizadora, donde el despliegue temporal consiste en el desarrollo progresivo y homogéneo de la esencia
nacional. La emergencia de la temporalidad actual indica variaciones fuertes respecto de tal noción. Pues no se
trata de la sustitución de una noción totalizadora por otra.
c) Se trata de la institución de una variedad de temporalidades. La experiencia de la temporalidad
actual es la de la ausencia de una única noción de temporalidad capaz de imprimir el ritmo al conjunto de las
instituciones sociales. Se trata de la institución de temporalidades situacionales. La temporalidad de la moda, o
sea, la sustitución de un instante por otro ¿Cuál es la alteración? Se trata del agotamiento de esa totalización
producida por el EN. Pero no se trata de la emergencia de otra totalización productora de sentido, se trata más

8
En rigor, la noción de “ley de mercado” es una extrapolación de la forma de pensamiento que servía para describir un mundo
de naciones, donde la noción de “ley” era decisiva en términos sociales.
7

bien de la inexistencia de una totalización donadora de un sentido general ¿Cuál es entonces el estatuto de
nuestra condición? Se trata de una variedad de situaciones organizadas, ya no por un principio “trascendente”,
sino por reglas inmanentes. Cuando se trata de reglas inmanentes, no hay ni lenguaje común al conjunto de las
situaciones, ni relaciones transferenciales entre las distintas situaciones. Así, en ausencia de una subjetividad
capaz de habitar cada una de las situaciones, cada institución tendrá que forjar (sin suponer previas) la
subjetividad capaz de habitarla.

El consumo y la adicción
El consumidor está tramado en la temporalidad del instante sin historia y centrado en sus derechos, enunciados
desde él y en sus actos de consumo. No se trama ya, desde su relación con la ley ni desde su relación con los
otros. La historia de la subjetividad postula que las significaciones son socialmente instituidas. En el campo de
las adicciones, las condiciones sociales de adopción de las sustancias difieren en su sentido social. No hay
drogas sino sustancias investidas socialmente como tales.
Experimentación y consumo
A partir los soportes subjetivos del ciudadano y el consumidor se pueden ubicar dos tipos de relación con lo
investido socialmente como droga. No se trata de “estilos personales”, sino de condiciones sociales muy
precisos. La significación central del ciudadano es la conciencia. Para el ciudadano ciertas drogas constituían un
valor de uso al servicio de experimentar distintos estados de conciencia. Cuando el soporte subjetivo del lazo
social es el consumidor no hay uso sino consumo. El consumidor se estructura a partir del supuesto de que el
mercado proporciona el objeto realmente satisfactorio y en ese sentido el que consume drogas en tanto que
consumidor y no experimentador. Consume para conquistar un supuesto estado físico y mental de plenitud.
Consumo y realización
El consumidor espera todo del mercado y cree que existe un objeto capaz de colmarlo. Sólo tiene que
encontrarlo. Pero el consumo se sostiene en la promesa y no en la realización del hallazgo. La subjetividad
instituida del consumidor es la del “buscador” del objeto que devuelva imagen de plenitud; no la del
“encontrador” de objetos. Quien encuentra el objeto excede de la lógica del mercado . Excede una promesa que
tiene que sostenerse como promesa para que la subjetividad consumidora sea funcional al lazo social instituido.
La consumación del consumidor suprime al consumidor y da lugar a un adicto: realización e interrupción del
consumo. El mercado produjo el objeto que colmó a un sujeto, pero ahora no puede ya ofrecerle otro objeto .
Por una vez, el sujeto ha hecho una experiencia del objeto, pero quedó preso en la naturaleza satisfactoria de la
relación. Desde la lógica del consumo este triunfo paga un precio altísimo: el sujeto ha desaparecido tras el
objeto que lo satisface y desde entonces lo constituye.
El rechazo cultural del adicto tiene más que ver con su abandono de otro consumo que como infractor de la ley .
Al dejar de ser consumidor, las instancias de derivación le ofrecen una última posibilidad de inclusión, el tipo
subjetivo adictivo. Pero tal subjetividad se instituye en el borde de lo socialmente permitido.
Consumo y exclusión
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Cada sistema social establece sus principios particulares de exclusión. O en otros términos, el mecanismo de
establecimiento de una inclusión se realiza a partir de una exclusión. En la medida en que no hay sistema capaz
de incluirlo todo, la exclusión específica es fundante de su propia lógica. La exclusión de la locura era fundante
de los lazos entre conciudadanos. En los estados actuales, el excluido es quien queda por fuera del lazo del
consumo. Ahora bien, si la operación social sobre la locura era la reclusión; el modo de exclusión de los no
consumidores es la expulsión.
No todos los homo sapiens caen dentro del concepto práctico de hombre cuando el rasgo constitutivo de
humanidad es el consumo. El consumo es productor de imagen. El consumidor que al consumir se reconoce
como imagen se instituye como signo. Los que no acceden al consumo, expulsados también de la imagen, no
pueden hacer signo: tornan insignificantes.
Adicción y nominación
El adicto es una nominación social en clave de anomalía del consumo. Entre los discursos mediático, policial,
médico, jurídico y una serie de prácticas específicas, se conformó el problema de la adicción como campo social
de múltiples problemáticas. Hoy circula mucho saber en torno a estas cuestiones. Tanto que se reconoce
espontáneamente cual es el problema del adicto, cual es su sufrimiento, la importancia de la prevención, etc.
Como estos saberes son administrados por el discurso mediático, la figura del adicto es una figura reconocible
por el sentido común.
Adicción e identidad
Pero además, la representación social del saber sobre el adicto produjo identidad. Una identidad de última se
podrá decir, pero una identidad al fin. Máxime cuando en circunstancias como las actuales toda identidad está
estallada o laminada, no es nada despreciable el recurso que permite organizar el conjunto de los momentos
vitales en torno de una significación. Hay una biografía tipo del adicto que consiste en: falta de diálogo familiar,
problemas de toda índole, un falso paraíso, un infierno real, una palabra amiga, una recuperación y la
transformación del redimido en redentor, es decir en recuperador. Pero se puede transcurrir una existencia
íntegra y lógicamente articulada dentro de la marca del tipo subjetivo adictivo. Es decir que si bien la sustancia
proporciona siempre un mismo estado físico-mental, lo decisivo es que hay una marca que proporciona
identidad en torno a esa sustancia. Es decir, el saber instaura una marca que reasegura una identidad en una
condición estallada. Si lo anterior es cierto, resta pensar que prácticas interrumpen la donación de una
identidad: soy adicto.
Adicción y legalidad
La adicción es, entre otras cosas, un problema jurídico. Más precisamente, entre otros discursos el jurídico
instituye lo adictivo y sus instituciones de derivación, tratamiento y penalización. Cada tanto hay una reforma
legislativa o una variación en los criterios jurisprudenciales. Cada tanto se reactualiza el mito moderno del poder
de la ley. Sin embargo, lejos de solucionarse la amenaza adictiva es cada vez potente ¿Se trata de errores del
legislador? ¿Son necesarias otras leyes? Puede ser que sean convenientes otras normas, los especialistas
deberán tomar la palabra en estas cuestiones. Desde nuestra línea, notamos por un lado que el problema
adictivo excede la problemática jurídica y por el otro que cambió el estatuto de la ley en términos de inscripción
social. Se puede decir que la ley nunca fue gran cosa. Pero lo decisivo es que en tiempos nacionales la ficción
legal operaba de manera simbólica, es decir, a través de las prácticas familiares y escolares entre otras, la ley
jurídica se inscribía como ley simbólica. En el mismo sentido, el Estado resultaba potente para inscribir y
sostener a su ley, la ley nacional, en sus habitantes interpelados como así como ciudadanos. En otros términos,
no se revelaba espontáneamente el carácter ficcional de la ficción. La ficción operaba eficazmente como ficción.
En otros términos, el orden jurídico aparecía como instancia destinada a instituir lo vivo y a producir el segundo
nacimiento, el verdadero nacimiento en términos sociales. Ahora bien, los tiempos han cambiado bastante. Si
hay algo característico de esta mutación de EN a los OTA es la caída de la ley como ordenadora del lazo social.
Por un lado, desapareció el Estado que la sostenía, por el otro, se reveló su carácter ficcional. Por un lado, se
reforma la ley, por el otro se observa que las reformas fracasan.
Adicción y subjetivación
¿Es posible habitar una subjetividad distinta a la adictiva o a la consumidora? La historia de la subjetividad
distingue la subjetividad instituida (orden imaginario) y actos de subjetivación (ubicados en la distancia real
entre el lugar y su habitante ). La primera reproduce el tipo de ser humano que resulta de las prácticas y los
discursos de una situación. La segunda responde a los actos capaces de alterar la subjetividad instituida y la
realidad social. A partir de un plus producido por la institución misma, se organiza un recorrido más allá de las
condiciones, que altera esas condiciones. A partir de haber instituido un tipo de humanidad específica se produce
algo más; y ese algo más permite criticar o desarticular o ir más allá, superar y destotalizar el tipo de
humanidad específica instituido.
Agotamiento de las estrategias de intervención
El agotamiento de los EN es también el agotamiento de sus estrategias de intervención. Esto es, los
procedimientos efectivos en una dinámica social simbólicamente articulada, no lo serán en una lógica de
conexión real. La estrategia de intervención del Estado-nacional es la estrategia de las causas. La relación causa-
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efecto es expresiva en tanto hay previsibilidad entre una causa y su efecto. Esta previsibilidad es posible en una
superficie social articulada simbólicamente. Siendo la articulación simbólica función del EN, las estrategias de
intervención son -durante buena parte de los siglos XIX y XX- la toma del Estado, es decir, la toma de esa causa
capaz de simbolizar. En condiciones de conexión real, no hay causa capaz de producir previsibilidad alguna, en
rigor, no hay causa capaz de instituir un ordenamiento simbólico ¿Cuál es entonces la estrategia de intervención?
La estrategia resulta una tarea sobre los efectos. Esto es, en ausencia de un Estado capaz de producir a priori un
ordenamiento simbólico y en presencia de un mercado que conecta situaciones de modo imprevisible, la
simbolización -la producción de un sentido- es un trabajo situacional sobre los efectos. La estrategia es
situacional porque no hay totalidad nacional sino situaciones dispersas; es sobre los efectos porque no hay causa
capaz de producir un sentido a priori. Las condiciones actuales se caracterizan por prácticas sin representación.
Se trata de la organización de unas operaciones y dispositivos productores de subjetividad que no se dejan
tomar en su especificidad por la lógica del Estados nacionales, porque su agotamiento como pan-institución
donadora de sentido es también el agotamiento de sus recursos de pensamiento. Luego, las prácticas (sin
representación) no podrán ser leídas en su novedad por ese esquema de pensamiento. En definitiva, la
estrategia de pensamiento capaz de sostener esa novedad demandará la elaboración de una variedad de
herramientas situacionales.
Historización y subjetivación
¿Qué es historizar el tiempo socialmente instituido? ¿En qué consiste la subjetivación de la temporalidad
instituida? No hay estrategia general de subjetivación, pero la operación lógica consiste en producir una
diferencia respecto de lo instituido y esa diferencia genera una alteración. Si el tiempo socialmente instituido
opera como duración, la subjetivación podrá consistir en historizar esa continuidad para instituir un corte. Si el
tiempo socialmente instituido opera como pura sustitución, la subjetivación también podrá consistir en la
introducción de un corte, pero el corte tendrá que ser capaz de quebrar esa continuidad vertiginosa y así cambiar
un sentido. Se trata de una operación de historización sobre la noción de temporalidad socialmente instituida.

A MODO DE CONCLUISIÓN PROVISORIA


No hay posibilidad de historizar una situación sin historizarse porque la historización de una situación lo es la de
sus habitantes. Si hubiera chance de historizar sin historizarse, no habría habitantes para esa situación. Quizás
sólo se encontraran amos u observadores de un objeto. Tanto el amo como el observador permanecen ajenos a
la alteración. En estas condiciones, los agentes de la transformación no se dejan tomar por la transformación.
Ahora, si apuesta a un sujeto capaz de alterarse, resulta productivo descubrir la subjetividad instituida de la
que se parte, aunque quizás no alcance. La subjetivación es más el nombre de una incógnita que una receta
disponible que convoca a ‘especialistas’. Si algunas de las cuestiones planteadas pueden incidir en la reflexión
de quienes están incómodos con su saber o su práctica, el recorrido no ha sido en vano.
Ignacio Lewkowicz, diciembre de 2001, revisado por Alicia Le Fur junio 2019
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PALABRAS CLAVE: sujeto-subjetividad; condicionamiento-determinación social, historia.

PREGUNTAS:
Ley, privilegio, deberes, derechos y relaciones de fuerza del ciudadano y del consumidor
Estado ≠ mercado

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