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COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL

“Comunión y servicio. La persona humana creada a imagen de Dios”, 23 de julio de 2004.

[Traducción no oficial de la versión italiana bajada de la web del Vaticano] [Capítulo III, parágrafo 1, nn. 62-70]

1. La ciencia y el servicio del conocimiento

62. El esfuerzo por comprender el universo ha marcado la cultura humana en todas las épocas y en casi todas las sociedades. En la
perspectiva de la fe cristiana, este esfuerzo es precisamente un ejemplo del servicio que los seres humanos ejercen de acuerdo al plan
de Dios. Sin abrazar un desacreditado concordismo, los cristianos tienen la responsabilidad de poner el conocimiento científico moderno
del el universo dentro del contexto de la teología de la creación. El lugar de los seres humanos en la historia de este universo que
evoluciona, así como ha sido trazada por las ciencias modernas, sólo puede ser vista en su realidad completa a la luz de la fe, como una
historia personal del compromiso del Dios Trino con las personas creadas.

63. De acuerdo a la tesis científicamente más aceptada, hace 15.000 millones de años, en una explosión llamada “Big Bang” surgió el
universo, y desde ese momento viene expandiéndose y enfriándose. Luego, gradualmente, se fueron dando las condiciones necesarias
para la formación de átomos, más tarde la condensación de las galaxias y estrellas, y alrededor de 10.000 millones de años después,
la formación de los planetas. En nuestro propio sistema solar y sobre la tierra (formada hace aproximadamente 4.500 millones de años),
las condiciones han sido favorables para la aparición de la vida. Mientras que hay poco consenso entre los científicos al explicar
el modo en que se originó esta primera vida microscópica, existe un acuerdo generalizado entre ellos en que el primer
organismo que habitó este planeta lo hizo hace 3.500 ó 4.000 millones de años. Puesto que ha sido demostrado que todos
los organismos vivos de la tierra están genéticamente relacionados entre sí, es virtualmente cierto que todos los organismos
vivos han descendido de un primer organismo. Los resultados convergentes de numerosos estudios de las ciencias físicas
y biológicas inducen siempre más a recurrir a alguna teoría de la evolución para explicar el desarrollo y la diversificación de
la vida sobre la tierra, mientras tanto, continúa la divergencia de opiniones sobre el ritmo y los mecanismos de la evolución.
Si bien la historia de los orígenes humanos es compleja y sujeta a revisión, la antropología física y la biología molecular se
asocian para sostener que el origen de la especie humana estaría en África, unos 150.000 años atrás, en una población
humanoide de ascendencia genética común. Cualquiera sea la explicación, el factor decisivo en el origen del hombre ha sido
el continuo aumento de la dimensión del cerebro, que condujo al fin al homo sapiens. Con el desarrollo del cerebro humano,
la naturaleza y el ritmo de la evolución fue alterado de forma permanente: con la introducción de factores únicamente
humanos, como la conciencia, la intencionalidad, la libertad y la creatividad, la evolución biológica ha asumido el nuevo
carácter de evolución de tipo social y cultural.

64. El Papa Juan Pablo II afirmaba, algunos años atrás, que “el nuevo conocimiento nos conduce a considerar la teoría de
la evolución como algo más que una mera hipótesis. Es digno de notar el hecho de que esta teoría ha sido progresivamente
aceptada por los investigadores siguiendo una serie de descubrimientos en diversas disciplinas del saber” (Mensaje a la
Pontificia Academia de Ciencias sobre la evolución, 1996). En continuidad con cuanto había afirmado el magisterio papal
del siglo XX sobre la evolución (especialmente la encíclica Humani Generis del Papa Pío XII), el mensaje del Santo Padre
reconoce que existen “diversas teorías de la evolución” que son “materialistas, reduccionistas y espiritualistas”, y por lo tanto,
incompatibles con la fe católica. Por consiguiente, el mensaje de Juan Pablo II no puede ser leído como una aprobación
general de todas las teorías de la evolución, incluyendo las de origen neo-darwinistas, que niegan explícitamente que la
Divina Providencia pueda haber tenido cualquier rol verdaderamente causal en el desarrollo de la vida en el universo.
Focalizándose principalmente sobre la evolución, en cuanto “concierne a la cuestión del hombre”, el mensaje de Juan Pablo
II es específicamente crítico de las teorías materialistas sobre el origen del hombre, e insiste sobre la importancia de la
filosofía y la teología para una correcta comprensión del “salto ontológico” al humano, que no puede ser explicado en
términos puramente científicos. El interés de la Iglesia en la evolución se concentra así particularmente sobre “la concepción
del hombre” que, en cuanto creado a imagen de Dios, “no puede ser subordinado como un mero medio o instrumento, ni a
la especie ni a la sociedad”. Como persona creada a imagen de Dios, es capaz de establecer relaciones de comunión con
otras personas y con el Dios Uno y Trino, así como de ejercer el dominio y el servicio en el universo creado. Esta afirmación
muestra que las teorías de la evolución y del origen del universo revisten un particular interés teológico cuando tocan las
doctrinas de la creación ex nihilo y de la creación del hombre a imagen de Dios.

65. Hemos visto cómo las personas somos creadas a imagen de Dios a fin de que podamos volvernos partícipes de la naturaleza divina
(cf. 2 Pe 1, 3-4), participando así en la comunión de la vida trinitaria y en el dominio divino sobre la creación visible. En el corazón del
acto divino de la creación, está el divino deseo de hacer lugar a las personas creadas en la comunión de las Personas increadas de la
Santísima Trinidad, a través de la participación adoptiva en Cristo. Más aún, la común ascendencia y unidad natural del género humano
son la base para una unidad en la gracia de las personas humanas redimidas, encabezadas por el Nuevo Adán, en la comunión eclesial
de las personas humanas unidas entre sí y con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo increados. El don de la vida natural es el fundamento
para el don de la vida de la gracia. Por consiguiente, si la verdad central concierne a una persona que obra libremente, es imposible hablar
de una necesidad o de un imperativo en la creación, y en última instancia no es correcto hablar del Creador como de una fuerza, de una
energía o de una causa impersonal. La creación ex nihilo es la acción libre e intencional de un agente personal trascendente, en vistas
a los fines omnímodos de su designio personal. En la Tradición católica, la doctrina del origen del hombre articula la verdad revelada
de esta visión fundamentalmente relacional o personalista de Dios y de la naturaleza humana. La exclusión del panteísmo y del
emanacionismo en la doctrina de la creación puede ser interpretada en su raíz como un modo de proteger esta verdad revelada. La
doctrina de la creación inmediata o especial de cada alma humana no sólo explica la discontinuidad ontológica entre materia y espíritu,
sino también establece las bases para una intimidad divina que abraza a cada persona humana en particular desde el primer momento
de su existencia.
66. La doctrina de la creatio ex nihilo es así una singular afirmación del verdadero carácter personal de la creación y su ordenación hacia
una creatura personal que está diseñada como la imago Dei y responde, no a una causa, fuerza o energía impersonal, sino a un creador
personal. Las doctrinas de la imago Dei y de la creatio ex nihilo nos enseñan que el universo existente es la puesta en escena de un drama
radicalmente personal, en el cual el Creador Trino llama a surgir de la nada a aquellos a quienes Él convoca luego en el amor. Aquí un
el profundo significado de las palabras de Gaudium et Spes: “ El hombre es la única creatura en la tierra que Dios quiere por sí misma”
(nº 24). Creado a imagen de Dios, el hombre asume un lugar de responsable servicio en el universo físico. Bajo la guía de la Divina
Providencia y en conocimiento del carácter sagrado de la creación visible, el género humano da nueva forma al orden
natural, y se vuelve agente en la evolución del universo mismo. Ejercitando su servicio de conocimiento, los teólogos tienen
la responsabilidad de colocar los conocimientos científicos modernos dentro de una visión cristiana del universo creado.

67. Con respecto a la creatio ex nihilo, los teólogos pueden notar que la teoría del Big Bang no contradice esta doctrina, siempre que
pueda afirmarse que la suposición de un inicio absoluto no es científicamente inadmisible. Como la teoría del Big Bang en realidad no
excluye la posibilidad de un estadio precedente de la materia, se puede ver en ella un sustento, meramente indirecto, a la doctrina de la
creatio ex nihilo, la cual, en sí misma, sólo puede ser conocida por la fe.

68. Con respecto a la evolución de condiciones favorables para la aparición de la vida, la Tradición católica afirma que, como causa
universal trascendente, Dios es la causa, no solo de la existencia, sino que también es causa de las causas. La acción de Dios no
desplaza o suplanta la actividad de las causas creaturales, sino que las habilita para actuar conforme a sus naturalezas consiguiendo,
sin embargo, la finalidad que Él quiere. Habiendo querido libremente crear y conservar el universo, Dios quiere activar y sostener en acto
todas aquellas causas secundarias cuya actividad contribuye al despliegue del orden natural que Él tiene intención de producir. A través
de la actividad de las causas naturales, Dios causa el surgimiento de aquellas condiciones requeridas para la aparición y mantenimiento
de los organismos vivos y, además, para su reproducción y diferenciación. Aunque existe un debate científico sobre el grado de
proyección o planeamiento operativo y empíricamente observable en estos desarrollos, ellos han de facto favorecido la aparición y el
crecimiento de la vida. Los teólogos católicos pueden ver en tal razonamiento un sustento a las afirmaciones derivadas de la fe en la
Creación Divina y en la Divina Providencia. En el diseño providencial de la creación, el Dios Trino quiere no sólo hacer un lugar para el
hombre en el universo, sino también, y en definitiva, hacerle un lugar en su propia vida trinitaria. Además, operando como causas reales,
aunque secundarias, los seres humanos contribuyen a transformar y dar nueva forma al universo.

69. El actual debate científico sobre los mecanismos actuantes en la evolución parece, en ocasiones, partir de una
concepción errada de la naturaleza de la causalidad divina, y necesita, por lo tanto, de un comentario teológico. Muchos
científicos neo-darwinistas, así como algunos de sus críticos, han concluido que, si la evolución es un proceso materialístico
radicalmente contingente guiado por la selección natural y la variación genética casual, entonces no hay lugar en él para una
causalidad divina providencial. Un creciente cuerpo de científicos críticos del neo-darwinismo señalan la evidencia de un
diseño (por ejemplo, estructuras biológicas que exhiben una complejidad específica) que, según su manera de ver, no puede
ser explicada en términos de procesos puramente contingentes, y que los neo-darwinistas han ignorado o malinterpretado.
El meollo de este vivo desacuerdo actual concierne a la observación científica y la generalización, en cuanto que se pregunta
si los datos disponibles respaldan inferencias a favor del diseño o de la casualidad, y que esta controversia no puede ser
resuelta por la teología. Pero es importante notar que según la concepción católica de la causalidad divina, la verdadera
contingencia en el orden creado no es incompatible con una Providencia Divina intencional. La causalidad divina y la
causalidad creada difieren radicalmente en su naturaleza, y no solamente en grado. Así, incluso el resultado de un proceso
natural verdaderamente contingente puede, sin embargo, caber dentro del providencial plan de Dios sobre la creación. De
acuerdo a Santo Tomás de Aquino: “la providencia de Dios tiene por efecto, no solamente hacer que las cosas se realicen
de una manera cualquiera, sino contingente o necesariamente. Así pues lo que la providencia tiene decretado que se
verifique infalible y necesariamente, se realiza infalible y necesariamente; y contingentemente lo que ha dispuesto que así
se efectúe” (Summa theologiae, I, 22,4 ad 1). En la perspectiva católica, los neo-darwinistas que aducen la variación genética
casual y la selección natural como evidencia de que el proceso de evolución es absolutamente privado de guía, están yendo
más allá de lo que puede ser demostrado por la ciencia. La causalidad divina puede ser activa en un proceso que, a la vez,
es contingente y guiado. Cualquier mecanismo de evolución que es contingente puede ser contingente porque Dios lo hizo
así. Un proceso evolutivo no guiado – un proceso que no entre en los límites de la Divina Providencia – simplemente no
puede existir, pues “la causalidad de Dios, el cual es el primer agente, se extiende a todos los seres, no solo a los principios
constitutivos de la especie, sino también a los principios individuales […] Es necesario que todas las cosas estén sujetas a
la Divina Providencia, en la medida en que participan del ser” (Summa Theologiae. I,22,2).

70. Con respecto a la creación inmediata del alma humana, la teología católica afirma que las acciones particulares de Dios
producen efectos que trascienden la capacidad de las causas creadas que actúan de acuerdo a su naturaleza. El recurso
a la causalidad divina para llenar vacíos genuinamente causales, y no para dar respuesta a aquello que carece de
explicación, no significa utilizar el accionar divino para rellenar los “huecos” del conocimiento científico humano (dando lugar
así a la expresión “Dios tapa-agujeros”). Las estructuras del mundo pueden ser vistas como abiertas a la acción divina no
disruptiva en cuanto es causa directa de ciertos eventos en el mundo. La teología católica afirma que la aparición de los
primeros miembros de la especie humana (sea individual o como población) representa un evento que no es susceptible de
una explicación puramente natural y que puede ser apropiadamente atribuido a la intervención divina. Actuando
indirectamente a través de cadenas causales que operan desde el inicio de la historia cósmica, Dios preparó el camino para
lo que Juan Pablo II ha llamado “un salto ontológico… el momento de la transición a lo espiritual”. Mientras que la ciencia
puede estudiar esta cadena de causalidad, le toca a la teología colocar este concepto de la especial creación del alma
humana dentro del gran plan del Dios Trino de compartir la comunión de la vida trinitaria con las personas humanas creadas
de la nada a imagen y semejanza de Dios, quienes en Su nombre, y según Su plan, ejercen de manera creativa el servicio
y el dominio sobre el universo físico.

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