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La teología latina se orientó desde sus inicios hacia la afirmación de que el Espíritu Santo
procede del Padre y del Hijo. El término «Filioque» es usado ya por San Ambrosio de Milán en
el siglo IV en su obra “De Spiritu Sancto ad Gratianum Augustum”. Le sigue San Agustín
Hiponense recalcando que el Espíritu procede del Padre «principaliter» (fundamentalmente),
mientras que procede del Hijo no principaliter sino «communiter» (comunitariamente),
porque el Padre, con la generación, le entrega todo al Hijo. En el siguiente texto, el obispo de
Hipona expone la doctrina de que el Espíritu procede juntamente del Padre y del Hijo:
«Quizás a alguno se le ocurra preguntar si el Espíritu Santo procede (procedat) también del
Hijo. El Hijo es solamente del Padre, y el Padre solamente es Padre del Hijo; pero el Espíritu
Santo es Espíritu no sólo de uno o del otro, sino de ambos. Escucha al mismo Señor que dice:
“No sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habita en vosotros” (Mt
10,20). Y oye al Apóstol: “Dios envió al Espíritu del Hijo a vuestros corazones” (Ga 4,6). ¿Serás
dos [Espíritus] distintos el del Padre y el del Hijo? No. Hablando de la Iglesia, dice que “un solo
cuerpo”, y luego añade: “un solo Espíritu” (Ef 4,4-6) (…) Y así como no hay más que un Padre y
un Señor, esto es, el Hijo, así también es uno el Espíritu, y es de ambos (…) [El Espíritu Santo]
procede simultáneamente de los dos (simul de utroque procedit), del Padre y del Hijo, aunque
el Padre haya dado al Hijo el que proceda de Él como de sí mismo».
En este texto se ve cómo el Espíritu procede (ἐκπορευόμενον) del Padre como de su única
fuente original pero no así del Hijo, sino que del Hijo procede (procedit) como desde el Padre.
Cuando se utiliza el griego «ἐκπορευόμενον» no se puede aplicar al Hijo porque este verbo
implica una procedencia de origen principal o primario, o sea, fontal. Sin embargo, el verbo en
latín tiene un significado diferente al griego, es mucho más amplio, y no significa origen fontal
o fundamental. El texto original del Credo nicenoconstantinopolitano dice «τὸ ἐκ τοῦ Πατρὸς
ἐκπορευόμενον», es decir, que el Espíritu procede del Padre como de su fuente, pero no niega
que pueda proceder (procedere) también del Hijo de una forma distinta a la que procede del
Padre. Por eso, sólo se puede negar el Filioque si este «y del Hijo» se añade en griego al Credo,
cosa que nunca se ha hecho en la liturgia de la Iglesia latina, ya que este añadido diría algo
herético como que el Espíritu Santo procede del Hijo como de una segunda fuente distinta del
Padre.
El Espíritu Santo procede «principaliter» del Padre. Escuchemos los que nos dice al respecto el
Hiponense:
«No sin razón únicamente el Hijo de Dios se llama Verbo de Dios, y el Espíritu Santo se llama
Don de Dios, y al Padre le llamamos principio engendrador del Hijo y de quien procede el
Espíritu principalmente (principaliter). Y digo principalmente, porque el Espíritu procede
también del Hijo. Mas esto le fue concedido por el Padre, no como si ya existiese y no tuviese
poder, sino porque todo lo que el Padre dio a su Hijo unigénito, se lo dio engendrándole. Al
engendrarle, pues, le otorgó que procediera de Él el Don, y así el Espíritu Santo es Espíritu de
ambos».
El Espíritu Santo no procede del Padre y del Hijo como si procediera de dos «coprincipios» sino
de un solo principio. Dice San Agustín:
«Si el don tiene su principio en el donante pues de él recibe cuanto tiene, hemos de confesar
que el Padre y el Hijo son un solo principio del Espíritu Santo, no dos principios. Pero así como
el Padre y el Hijo son un solo Dios (…) así con relación al Espíritu Santo son un solo principio».
El Hijo viene a ser principio pero no separado del Padre, porque en la Trinidad las divinas
personas no están separadas. El Hijo es principio del Espíritu Santo en cuanto es Hijo del Padre,
es decir, es el Padre el que otorga al Hijo ser principio conjuntamente con Él. De esta forma,
cuando decimos del Espíritu Santo en el Credo en su versión latina «qui ex Patre Filioque
procedit», estamos diciendo que la única fuente primera y origen de todo en la Trinidad es el
Padre, y que todo lo que el Hijo es lo ha recibido del Padre al engendrarle, y esto incluye la
procedencia del Espíritu Santo. De esta forma, el Hijo no es un principio ajeno o distinto del
Padre sino que, por su filiación divina, ha recibido serlo conjuntamente con el Padre.
En el año 665, Máximo el Confesor escribe al Papa Martín I preocupado por el uso latino del
Filioque. Máximo acepta la procedencia del Espíritu del Padre “por medio” del Logos, y
defiende esta expresión porque así salvaguarda la unidad e identidad de la esencia mediante el
enunciado sobre la procesión (προιέναι) por medio del Hijo, sin convertir al Hijo en la causa
(αιτία) de la procesión (ἐκπόρευσις) del Espíritu Santo.