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Ian R. McWhinney
“Medicina de Familia”
Caso 1
Una paciente con esclerosis múltiple acude a la consulta con los síntomas típicos de
su enfermedad. La preocupación que estaba intentando comunicar se debía a la
negativa de seguir usando anticonceptivos por parte del marido Ese problema
Taller No. III – Lectura Adicional – Comunicación Médico-Paciente 3
guardaba relación con la enfermedad, ya que la paciente se sentía incapaz de cuidar
a otro niño, pero sólo indirectamente.
Constituye una experiencia universal el que las palabras son inadecuadas para
expresar los sentimientos: “las palabras, como la naturaleza, revelan la mitad del alma y
esconden la otra mitad”, escribió Tennyson en In Memoriam. En todas las culturas, los
sentimientos más profundos se expresan con la danza, el ritual, la poesía y otras formas de
simbolismo. Puesto que muchos pacientes que acuden a nosotros experimentan intensas
emociones, no es sorprendente que la comunicación indirecta resulte frecuente en el
ejercicio de la medicina de familia.
Los problemas que producen vergüenza o sensación de culpabilidad - como los
familiares y sexuales - se comunican con frecuencia de forma indirecta. El problema quizás
sea introducido en el contexto de una visita para un “chequeo” o por alguna anomalía no
relacionada. La mujer que sufre dispareunia puede afirmar que ha venido a la consulta para
un examen rutinario. Si se le pregunta directamente sobre dificultades en las relaciones
sexuales, quizás niegue el problema. Después, en el curso de la exploración ginecológica,
posiblemente pregunte, “¿Es normal que me duela aquí durante las relaciones sexuales?”.
Obsérvese que el problema es expresado en forma de una pregunta (un modo frecuente de
comunicación indirecta), y que el tema más delicado se plantea durante la exploración física.
Si el contexto es una visita por otra anomalía, resulta probable que la mención del
problema más delicado se deje para el final. Eso ha sido denominado el “problema de la
salida”, ese que no se menciona hasta que el paciente se levanta para salir, a veces
precedido por las palabras “a propósito, doctor”. El problema de la salida suele ser la razón
principal para la visita del paciente.
La comunicación indirecta nos protege contra el rechazo y la turbación. Si un paciente
solicita la baja laboral por una enfermedad de la que se está recuperando y el médico no se
la da, el paciente queda en mal lugar. Si el paciente se queja primero de los síntomas y
permite que el médico evalúe sus molestias, y después pide la baja como algo secundario, la
negativa causa mucha menos turbación.
El paciente puede introducir un tema embarazoso mediante la insinuación. La
insinuación es algo ambiguo y no revela todo el problema de una vez. Si el médico responde
a ella, el paciente puede aún elegir hasta donde seguirá revelando.
Caso 2
La esposa de un soldado que había estado fuera de casa, notó que tenía ladillas al
volver. El marido atribuyó los parásitos a las mantas sucias del cuartel. En lugar de
decir lo que le preocupaba, la mujer preguntó al médico, “¿Pueden contagiarse las
ladillas por la ropa de cama?”.
Caso 3
Un hombre bien vestido de 19 años de edad acudió por tercera vez en el año por
dolor e hipersensibilidad intercostal. Su edad sugirió algún problema común en la
adolescencia. Cuando se le animó a hablar, confesó estar tan desesperado que había
llamado dos veces al servicio de prevención de suicidios. Su padre había muerto, era
incapaz de comunicarse con su madre y no tenía hermanos ni amigos íntimos.
Carecía casi por completo de relaciones de apoyo en una etapa crítica del desarrollo.
CULTURA Y CONTEXTO
Uno de los determinantes más importantes para la interpretación personal de la
enfermedad y de lo que se espera del médico, lo constituye la cultura o subcultura. Kleinman
y colaboradores (1978) se han referido a ese influjo como “construcción cultural de la
realidad clínica”. Al médico le resulta difícil aceptar que su construcción de la realidad clínica,
basada en la patología, es sólo una de las muchas construcciones posibles. Si la
construcción del paciente es diferente y ambas partes no intentan reconciliar las diferencias,
el resultado más probable será una interrupción de la comunicación y un fracaso del
tratamiento.
Las dificultades alcanzan su punto máximo cuando existe una distancia cultural muy
amplia entre el médico y el paciente, por ejemplo cuando el médico pertenece a la cultura
dominante y el paciente es un inmigrante de un grupo étnico e idiomático distinto. Constituye
un principio general de la comunicación humana el que las dificultades para comunicarse
aumentan con la distancia cultural entre los participantes (Bochner, 1983). Las dificultades se
producen tanto en la comunicación verbal como en la no verbal. Puede ser difícil interpretar
el comportamiento de una persona de una cultura muy distinta. Por ejemplo, a veces es difícil
detectar la depresión en los individuos pertenecientes a una cultura diferente. Las diferencias
culturales no son sólo étnicas. Los subgrupos culturales definidos por edad, clase social,
sexo, educación, ocupación o religión pueden experimentar también un distanciamiento
cultural y, por lo tanto, dificultades en la comunicación. La medicina es en sí misma una
subcultura con su propio conjunto de conceptos y expectativas no expresadas. El paciente
que entra en contacto con esta subcultura se encuentra, por tanto, en la misma posición que
el viajero que visita un país extraño. Ello sitúa al paciente en desventaja social, y lo hace
vulnerable por su enfermedad y su falta de conocimientos médicos. Por tanto, el médico tiene
la responsabilidad de conocer las dificultades potenciales de comunicación y hacer todo lo
posible para aliviarlas.
Aunque el proceso es difícil, se puede aprender una cultura extraña. El problema
principal para el aprendizaje radica en que las reglas que gobiernan la conducta dentro de
una cultura no son explícitas. Los miembros indígenas de un grupo cultural aprenden las
reglas de forma implícita, por debajo del nivel de conciencia. A menos que ellos tengan la
EL PACIENTE DIFÍCIL
Agradezco al Dr. W. W. Weston las muchas observaciones expuestas en esta sección.
Weston define al paciente difícil como aquél con el que el médico tiene problemas para
establecer una relación de trabajo efectiva. El carácter prolongado de las relaciones con los
pacientes de medicina general, hace que este problema tenga especial importancia para los
médicos de familia. Puesto que el éxito terapéutico depende mucho de la relación entre el
médico y el paciente, la incapacidad de establecer una relación terapéutica suele constituir
una fuente de frustración para el médico. Paradójicamente, el fracaso de la relación no
conduce necesariamente a su terminación, de forma que es necesario seguir esforzándose
para resolver el problema.
Los pacientes difíciles pertenecen a varias categorías:
Pacientes que han desarrollado una “fijación somática”, es decir, que expresan el
sufrimiento personal en forma de síntomas somáticos. El médico se da cuenta de que
estos pacientes se están moviendo en el contexto equivocado. Buscan respuestas en
el sistema médico, y las respuestas que obtienen son de carácter negativo: pruebas
negativas y fracasos terapéuticos. El sistema médico fracasa también muchas veces
al reforzar su error de contexto. Las respuestas negativas no suelen impedir que se
hagan más pruebas y consultas con especialistas. No debe extrañamos que estos
pacientes terminen con frecuencia sometidos a cirugía innecesaria.
Pacientes que abusan de las drogas o el alcohol, o que usan sus enfermedades de
una forma autodestructiva. Por ejemplo, diabéticos que se inducen crisis frecuentes de
cetoacidosis.
Pacientes que se hacen dependientes de los fármacos prescritos.
Pacientes que imponen demandas excesivas a los médicos mediante visitas
frecuentes, llamadas fuera de hora, petición de pruebas, medicamentos o consultas
con especialistas.
Pacientes que pasan de un médico a otro o que acuden a varios médicos por el
mismo problema, quizás enfrentando a unos con otros.
Pacientes seductores.
Paciente airados.
Muchos pacientes pertenecen a más de una de las categorías anteriores. Ciertos
indicios pueden alertar al médico sobre un problema - real o potencial - en la relación con
determinado paciente. Algunos de ellos ya han sido descritos como indicios para un error de
contexto.
Caso 4
Un residente expresó frustración hacia un diabético anciano con glucosuria
persistente, que no colaboraba en los intentos de vigilar la glucemia y ajustar la
insulina. Finalmente, el residente comprendió que el problema estaba en su propia
incapacidad de aceptar unos objetivos limitados, que eran aceptables para el paciente
y razonables desde su punto de vista.
ENTREVISTA
La entrevista es el proceso por el que una persona, habitualmente un profesional,
intenta conocer a otra, generalmente un paciente o cliente. Se aplican los mismos principios
a cualquier clase de entrevista, médica o no médica. La entrevista médica proporciona el
contexto para hacer la historia clínica y recoger información sobre el problema del paciente.
La entrevista representa un proceso de comunicación tanto verbal como no verbal. Es mucho
más que hacer preguntas y recibir respuestas. “La técnica de pregunta-respuesta puede
tener algún valor para determinar las preferencias respecto a detergentes, pastas dentífricas
y desodorantes”, escribió Studs Terkel (1975), “pero no para descubrir el mundo interior de
los hombres y las mujeres”. El objetivo de la entrevista es precisamente descubrir ese mundo
interior. Como es natural, deben hacerse preguntas, pero el que la entrevista consiga su fin
dependerá de las preguntas formuladas, del modo en que se hagan y de la forma en que se
reciban las respuestas.
Aunque los principios de la entrevista son universales, su aplicación en el contexto de
la medicina de familia requiere algún comentario. A pesar de que los médicos de familia sean
buenos administradores, no pueden evitar trabajar bajo presión. Es difícil encontrar tiempo
para una entrevista prolongada en una jornada normal, aunque existe una paradoja a este
respecto. Se dispone de poco tiempo a corto plazo, mientras que el tiempo abunda a largo
plazo. Debido a la relación continuada, los médicos de familia tienen amplias oportunidades
de “descubrir” a los hombres y mujeres que son sus pacientes. Esto tiene varias
implicaciones. En primer lugar, el médico no necesita dedicar tiempo para el establecimiento
de la comunicación en cada visita. La relación ya ha sido establecida y sólo es necesario
mantenerla. En segundo lugar, el médico ya tiene algún conocimiento personal sobre el
paciente. En tercero, no es necesario que el proceso de descubrimiento se produzca en poco
tiempo.
La falta de tiempo a corto plazo expone a ciertos errores. El médico quizás recurra al
método de pregunta-respuesta desde el comienzo de la entrevista, sin dar tiempo a que el
paciente se exprese por sí mismo. Aunque esto puede acortar la entrevista, muchas veces la
economía es falsa, ya que el paciente tendrá que volver de nuevo a la consulta Una
entrevista más larga que identifique con exactitud el problema, puede consumir menos
tiempo que el conjunto de varias entrevistas cortas que no consigan hacerlo. En su estudio
sobre entrevistas entre médicos y pacientes del campo de la medicina general, Byrne y Long
(1976) encontraron que las entrevistas disfuncionales eran relativamente más cortas que las
LA ESCUCHA
El mayor fallo del entrevistador probablemente sea no dejar que el paciente cuente su
historia. La charla es interrumpida con frecuencia por preguntas que desvían el flujo de la
conversación, por cambios de tema o por el comportamiento del médico que denota falta de
interés (hojear las historias o echar una mirada al reloj). Al comienzo de la entrevista, el
médico debe intentar por todos los medios posibles animar al paciente para que cuente su
historia a su manera.
Escuchar al paciente con atención indivisa es una disciplina muy difícil. Requiere una
intensa concentración en cada cosa que el paciente intenta decir, tanto verbalmente como de
otras maneras francamente y mediante indicios sutiles que transmiten un significado. Resulta
muy fácil centrarse sólo en el contenido de la declaración de un paciente, y no en el modo en
que la dice. Si un paciente con cáncer avanzado dice, “parece que últimamente necesito
mucha más morfina”, el médico puede replicar, “sí, sus necesidades han aumentado”, o decir,
“¿le preocupa a usted eso?”. Es probable que la segunda respuesta aclare por qué planteó el
tema el paciente. El paciente posiblemente considere el aumento de las necesidades de
analgésicos como el comienzo del final.
La escucha activa requiere que olvidemos nuestras preocupaciones y distracciones
personales, y que dejemos a un lado por el momento nuestras preconcepciones y
referencias. Carl Rogers (1980) lo expresa muy bien:
Los gestos pueden tener el mismo efecto - inclinarse hacia delante, más cerca del
paciente, o asentir lentamente con la cabeza. Como en el ejemplo anterior, el silencio puede
ser facilitador.
Si es necesario emplear preguntas, las preguntas abiertas animan al paciente a
expresarse más libremente que las cerradas. Considerar la diferencia entre “¿Dónde le duele
la cabeza?” y “¿Podría hablarme de su dolor de cabeza?”.
Conviene repetir que existe un momento para ambos tipos de preguntas: una intenta
obtener explicaciones muy específicas sobre el problema y la otra pretende comprender al
paciente.
En algunos casos se puede facilitar la expresión del paciente mediante la
confrontación. En la confrontación, el médico obliga al paciente a enfrentarse con algún
aspecto de su comportamiento: “Parece usted alterado” o “Parece usted enfadado”.
El efecto de la confrontación es hacer aflorar los sentimientos para poderlos resolver
con más efectividad. El resultado puede ser un mar de lágrimas o un brote de cólera.
Independientemente de la forma que adopte, la emoción en la consulta debe ser aceptada y
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reconocida sin sorpresa ni turbación, ya que profundiza la percepción y cambia el nivel de la
relación. El llanto puede ser respondido con simpatía, mientras se asegura que no hay razón
para avergonzarse por llorar. Los familiares de un moribundo, por ejemplo, necesitan a veces
permiso explícito para llorar, especialmente si son varones a los que se ha enseñado que los
hombres no lloran.
Es más difícil hacer frente a la ira, sobre todo si está dirigida contra el médico o uno de
sus colegas. La ira es natural en cualquiera cuya vida se ve alterada por una enfermedad
grave, ya sea propia o de algún familiar. Si el médico puede reconocer la ira sin enfadarse él
mismo, el paciente llegará a comprender sus sentimientos. Si el médico ha provocado los
sentimientos del paciente en alguna manera, puede reconocerlo y pedir disculpas. En
medicina de familia, los retrasos en el diagnóstico, reales o percibidos, pueden causar ira.
Dada la naturaleza insidiosa de muchas enfermedades, ninguno de nosotros escapamos a
esa posibilidad en un momento u otro. La ira del paciente se acompaña a veces de
sentimientos de molestia y culpabilidad del médico. Es frecuente que el médico y el paciente
respondan a esos sentimientos evitándose el uno al otro. De acuerdo con mi experiencia, es
mucho mejor descubrir y discutir esos sentimientos.
La expresión de los sentimientos se ve facilitada muchas veces con el contacto.
Durante la enseñanza de la medicina se habla poco del contacto con el paciente. Sospecho
que el mensaje oculto dentro de ese silencio es que no está permitido el contacto con los
pacientes, excepto durante la exploración física. Sin embargo, en mi experiencia, el contacto
ayuda a que los pacientes expresen sus sentimientos.
Caso 5
Una mujer de 40 años de edad que se estaba muriendo de cáncer parecía tener
muchas emociones ocultas. Se quejaba de no poder soportado, pero no sabía decir
exactamente qué. No lloraba ni expresaba sentimientos de ningún tipo. Yo estaba
sentado a su lado en la cama, animándola a hablar sin éxito. En determinado
momento le cogí una mano. Casi inmediatamente empezó a llorar y a expresar sus
sentimientos.
El contacto, sin embargo, no siempre es apropiado. Cuándo y cómo se debe tocar son
preguntas que requieren un juicio sensible de las necesidades del paciente. En el caso
siguiente, el contacto fue mal interpretado por el paciente y tuvo resultados negativos.
Caso 6
Yo estaba discutiendo el tema de la resucitación y el soporte vital artificial con una
mujer afecta de esclerosis lateral amiotrófica avanzada. Durante la discusión, puse mi
mano sobre la suya, que yacía paralizada sobre su pecho. Después de salir de la
habitación, la enfermera me dijo que la paciente se había sentido molesta. La
enfermera asumió que la causa era el tema de la discusión, pero comprobó que fue el
contacto de mi mano lo que la había molestado. La paciente lo había interpretado
como un signo de compasión, y no deseaba que las personas sintiesen pena por ella.
“¿Quiere hacerme usted alguna pregunta en relación al ganglio que le extrajimos del
cuello?”.
“Sí, ¿qué tenía?”.
“¿Sabe usted por qué se lo quitamos?”.
“Sí, era para ver si el cáncer se había extendido fuera de mi pulmón”.
“En efecto. Demostró la presencia de cáncer. ¿Quiere usted saber alguna cosa más
sobre el tema?”.
“¿Significa eso que estoy totalmente invadido por el cáncer?”.
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“No. Significa que el cáncer se ha extendido desde el pulmón hasta los ganglios
linfáticos, pero la gammagrafía ósea era normal, sin signos de invasión en los huesos,
y no hay ningún signo de extensión en otros lugares. Esperamos que la quimioterapia
consiga una remisión de la enfermedad. ¿Sabe usted lo que quiere decir remisión?”.
“Sí, que la enfermedad se ha detenido durante algún tiempo”.
“Así es ¿Alguna otra pregunta?”.
“Ahora no quiero saber nada más. Quería preguntar otra cosa, pero se me ha
olvidado”.
“De acuerdo. Volveré a verle el martes, así que apunte cualquier pregunta que quiera
hacerme”.
En este caso, el paciente ya sabía que tenía cáncer. Cuando se está comunicando un
diagnóstico grave por primera vez, se puede evaluar cuánta información desea el paciente
preguntando, “¿Es usted de las personas que quieren saber toda la verdad?”. Cuando se
comunican malas noticias por primera vez, a veces inesperadas, el dolor es inevitable. Lo
que podemos evitar es que nuestra falta de sensibilidad aumente de algún modo la carga del
paciente. Los enfermos se quejan a veces de que la información se les suministra de forma
brutal, como en el caso siguiente que me contaba un paciente hace poco tiempo.
“Ya tenemos los resultados de las pruebas y demuestran que tiene usted cáncer de
riñón”.
“¿Qué me va a suceder?”.
“Tendremos que extirparle el riñón”.
“¿Cuándo me operarán?”.
“Mañana por la mañana”.
En lugar de:
Una de las formas en que las personas se enfrentan a las noticias desoladoras es la
negación. Tenemos tal capacidad para la negación, que un enfermo puede incluso olvidar
que se le ha dicho que tiene una enfermedad fatal. La negación puede preceder a la
aceptación gradual de los hechos o persistir hasta el final. Al encontrarnos con la negación,
no tenemos por qué intentar romperla. Debemos respetar la forma en que un individuo se
enfrenta con la crisis. Sin embargo, no hay razón para que participemos en el proceso de
negación reforzando esperanzas no realistas. Si el paciente que está negando su
enfermedad hace preguntas, debemos responderlas con honestidad.
Cuando la familia del paciente se entera de que el pronóstico es grave, quizás insista
en que no informemos al enfermo. Eso coloca al médico ante un dilema. ¿Cómo podemos
reconciliar nuestra responsabilidad secundaria hacia la familia, con nuestra obligación
principal de decir la verdad al paciente?. Como respuesta a esa situación, yo le digo a la
familia que no impondré la verdad al paciente, pero que no la ocultaré si él me hace
preguntas. También procuro que los miembros de la familia comprendan la tensión que el
engaño supondrá en su propia relación con el paciente. El enfermo, que casi con toda
seguridad se dará cuenta de que se está muriendo, se sentirá cada vez más solo y aislado,
incapaz de compartir sus sentimientos con las personas más cercanas.
Las palabras más apropiadas para hablar con los pacientes dependen de su contexto
cultural Algunas palabras pueden resultar tan emotivas en algunas culturas que no podemos
utilizarlas. Determinadas palabras conllevan asociaciones para un paciente, por completo
distintas a las que tienen para nosotros. Una vez le dije a una mujer que acababa de parir
que tenía una flebitis superficial en una vena varicosa. El marido vino a verme más tarde muy
agitado. La madre de su esposa había fallecido a causa de embolia pulmonar, originada en
una tromboflebitis de la pierna.
En algunas culturas, cáncer es una palabra de ese tipo. Tienen que usarse términos
sustitutivos, pero eso no debe servir de excusa para emplear evasivas. Si el paciente utiliza
primero una palabra emotiva, también podremos usarla nosotros, sin olvidar preguntar lo que
significa la palabra para él:
Si los pacientes me preguntan cuánto van a vivir, nunca les digo un período específico
de tiempo. Creo que eso no debe hacerse nunca. El pronóstico es mucho menos preciso que
el diagnóstico. Casi con toda seguridad nos equivocaremos en semanas, y a veces en meses
y años. El efecto sobre el paciente y su familia suele ser negativo. Disminuye la esperanza y
aumenta la ansiedad a medida que se acerca la fecha prevista.
El último principio guía cuando se dan malas noticias es intentar encontrar alguna
razón para la esperanza en todos los pacientes. Aunque la muerte sea inevitable, puede
haber esperanza en vivir hasta que se complete una tarea o hasta que nazca un nieto, o
TRANQUILIZAR
Como ha escrito Kessel (1979), “lo que se dice al paciente para tranquilizarle ha de
ser planeado y ponderado, como cualquiera de los otros recursos médicos utilizados”.
Aunque no es posible dar reglas específicas para aplicar esta habilidad, existen algunos
principios que ayudarán a los médicos a ser más eficaces en esta tarea, y a evitar algunos
errores y dificultades:
1. La base esencial para tranquilizar con eficacia es una relación de confianza entre
paciente y médico. El médico de familia comienza con gran ventaja en muchos casos,
puesto que ya habrá establecido esa relación.
2. Para que el efecto tranquilizador sea específico, el médico debe conocer cuáles son
las ansiedades del paciente. Sólo así podrá tomar las medidas necesarias para
tranquilizarlo. Si a un hombre con dolor torácico le preocupa la posibilidad de tener un
cáncer de pulmón, no se tranquilizará si el médico le informa - basándose en un
electrocardiograma - que no tiene una cardiopatía coronaria. El restablecimiento
específico de la tranquilidad requiere identificar la ansiedad para poder orientar la
investigación en esa dirección.
3. El intento de restablecer la tranquilidad prematuramente es ineficaz, y puede ser
interpretado por el paciente como una forma de rechazo. El paciente debe
convencerse de que el médico ha obtenido la información necesaria para poderle dar
esa seguridad. Si un paciente pregunta, “¿Cree usted que este dolor se debe a algo
grave?”, quizás nos sintamos tentados a responder, “No, no hay motivo para
preocuparse”. Sin embargo, posiblemente sea preferible contestar, “No parece nada
grave, pero antes de asegurarlo quisiera hacerle algunas preguntas y explorarle”.
4. Cuando hay una base razonable para tranquilizar al paciente, se debe hacer lo antes
posible. El paciente que viene a la consulta para conocer los resultados de las
pruebas, no prestará atención a ninguna otra cosa. La pregunta sobre cómo se siente
sólo atraerá parcialmente su atención. Es mejor comenzar directamente: “Bien, señor
González, las radiografías son normales”.
5. Las quejas del paciente - y la forma en que éste las percibe - deben tomarse con
seriedad. Resulta muy desagradable para el paciente que le digan “No tiene usted
nada”. Es como decirle que está fingiendo. Es mejor decirle, “Puedo asegurarle que
sus síntomas no están causados por cáncer ni por ninguna otra enfermedad grave”. Si
eso puede dar paso a una descripción de la causa de los síntomas, mucho mejor.
6. Siempre se debe dejar abierta alguna puerta a la esperanza. Con esto no queremos
decir que se den esperanzas falsas. Existen otras esperanzas, además de la de
curarse. Es posible que un paciente haya aceptado la incapacidad permanente y sólo
necesite la seguridad de que volverá a caminar, cuidar el jardín o realizar cualquier
otra tarea que le guste. Incluso en el caso de enfermedad terminal, el saber que no se
sentirá dolor puede ser una fuente de consuelo.
7. Se resaltarán los aspectos favorables de la situación. “El 80 % de los pacientes con
esta enfermedad vuelven a su actividad normal”, suena muy distinto a “Un 20 % de los
pacientes tienen alguna incapacidad residual después de esta enfermedad”. La
información es la misma, pero su efecto sobre el paciente puede ser muy diferente. He
conocido a ciertos médicos que se expresaban de un modo tan dubitativo y negativo,
DEPENDENCIA
El hecho de que en medicina de familia la relación médico-paciente se mantenga por
su misma naturaleza durante largo tiempo, hace que algunos individuos se conviertan en
visitantes asiduos debido a sus necesidades de dependencia. No toda la dependencia es
patológica. Todos nosotros dependemos de otros cuando necesitamos ayuda. En algún
momento de la vida tenemos necesidades especiales, sobre todo en épocas de crisis, duelo
y enfermedad. Es natural que muchas personas acudan a sus médicos de familia en tales
ocasiones. K. B. Thomas (1974) ha usado el término “paciente temporalmente dependiente”
para los sujetos que acuden buscando apoyo sobre todo durante un período de estrés, con
frecuencia sólo en una visita. Nigel Stott (1983) habla del “papel de refugio” del médico de
familia. Los médicos también tienen sus necesidades de dependencia. Necesitamos que se
nos considere médicos competentes, y que se nos busque por ello; también necesitamos ser
apreciados por nuestros pacientes.
No es fácil evitar la dependencia patológica En caso de duda, la mayoría de nosotros
probablemente nos expondremos a ser objetos de dependencia, en lugar de no prestar
apoyo a un paciente que realmente pueda necesitar nuestra ayuda. Ningún médico de familia
puede evitar tener algún paciente con dependencia crónica. Lo más que podemos hacer es
conocer el riesgo de la dependencia patológica en nuestros pacientes y en nosotros mismos,
y no favorecerla.
BIBLIOGRAFÍA
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