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El peligro del autodiagnóstico

Mucho se ha hablado de las consecuencias del autodiagnóstico y la automedicación


en el ámbito de la medicina, pero cuando hablamos de la salud mental ¿Qué ocurre?

Es normal que cuanto alguien se siente mal quiera solucionar la molestia de los
síntomas; dejar de ser paciente para convertirse en “médico”, y por un momento creer que
tienen la sapiencia de los destinados a la práctica médica. Al igual que en el ámbito del
derecho, ignorar una ley no nos exime de la responsabilidad por nuestros actos, y en el caso
de la automedicación, por mejor que sea nuestra intención, no quedamos exentos de los
efectos secundarios que provocan los medicamentos mal implementados. Los médicos
estudian seis años e incluso más para poder dar un diagnóstico, y un diagnóstico rápido
encontrado en una página de internet -que desde un inicio nos arroja un texto en el que
nos dejan muy en claro no se hacen responsables por el uso que le demos a la información
que nos proporcionan- no es suficiente para sustituir el diagnostico de un profesional de la
salud.

El estudio de la mente humana siempre ha sido un problema. Algunos se van por el


monismo, otros por el dualismo de la naturaleza y causalidad de la mente humana, y de
estas corrientes hemos terminamos con el “Diagnostic and Statistical Manual of Mental
Disorders”, en español, el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales.
Dicho manual es una herramienta de mucha ayuda cuando de clasificar los trastornos
mentales y orientar los criterios para un diagnóstico nos, y junto con el CIE 10 (Clasificación
Internacional de Enfermedades 10) estamos ante los textos bíblicos de la psiquiatría y la
salud mental. Cuando una persona decide acudir a consulta con un médico, un psicólogo o
un psiquiatra, el lenguaje/código en el que nos comunicamos es el utilizado en estos libros.
Es una manera relativamente científica de dar con lo que el paciente presenta en el
momento de la consulta, y, sin embargo, no nos basamos solamente en los criterios
diagnósticos, y para reforzar la idea, esto es muy distinto a lo que ocurre en el
autodiagnóstico; con los cuestionarios y con los “test” que se encuentran en internet.

Pensemos en los “Test” que podemos encontrar en las redes sociales. Están
diseñados para dar un supuesto diagnostico ncon base en los criterios diagnósticos que se
manejan en estos libros; en las características que se presentan en las distintas
enfermedades mentales, lo cual se sabe en el ámbito de la salud mental -y en las ciencias
de la salud en general- no es la manera adecuada de llevar a cabo la práctica terapéutica.
Las personas no solo llegan a consulta con síntomas y molestias, llegan con su historia de
vida, con una cultura e idiosincrasia; con rutinas de vida y con una dieta alimenticia. Todas
estas variantes condicionan al sujeto y a su cuerpo a reaccionar al medio de una
determinada manera, y lo más importante, estos mismos manuales nos indican que existe
comorbilidad entre los trastornos. Pero ¿qué es la comorbilidad?
“En psiquiatría y psicología la comorbilidad consiste en la presencia de más de un
diagnóstico que se da en un individuo simultáneamente. En psiquiatría esto no implica
necesariamente la presencia de múltiples enfermedades, sino que en realidad puede
reflejar la incapacidad en este momento para asignar un único diagnóstico para todos los
síntomas. En el Eje I del DSM, el Trastorno por depresión mayor es un trastorno comórbido
muy común. Los trastornos de la personalidad del Eje II son a veces criticados porque sus
tasas de comorbilidad son excesivamente altas, aproximándose al 60% en muchos casos, lo
cual indica a estos críticos la posibilidad de que estas categorías de enfermedad mental sean
distinguidas con demasiada imprecisión para que tengan una utilidad válida para propósitos
diagnósticos y, por tanto, para decidir los recursos terapéuticos que se deben emplear. La
comorbilidad también es alta en los toxicómanos, tanto fisiológica como
psicológicamente.”4

Y se podrá creer que esto no llega a provocar mayor daño ya que es algo que “no se
puede ver” a diferencia de una fractura o el malestar estomacal por la ingesta de un
medicamento demasiado fuerte para la persona. Por lo mismo, al ser algo que no se expresa
con facilidad en la conducta y en el discurso del paciente, es que llega a provocar el daño.
Se tratar de algo que a los propios profesionales de la salud nos llega a costar trabajo
delimitar y diagnosticar. No se trata de la falta de experiencia o la ignorancia del profesional,
o por lo menos en el término clásico de la ignorancia. Se trata de un tipo de ignorancia de
la que no tiene la culpa el profesional: es la falta de información sobre el paciente y de lo
que ya se ha hablado; su historia de vida, la cultura e idiosincrasia; sus rutinas de vida y una
dieta alimenticia, y que además, en una sola sesión no se pueden abordar en su totalidad.

Este texto lo quise escribir después de recibir una llamada un sábado en la noche.
Una voz exaltada se escuchaba al otro lado del teléfono, era obvio que la persona se
encontraba nerviosa y parecía que lo que solicitaba se trataba de algo de suma importancia,
y si lo era. Se trataba de una mujer joven que solicitaba un diagnóstico a la brevedad, ya
que hacía tiempo que presentaba ideas y pensamientos “raros”. Su esposo le decía que lo
que pensaba no era normal, que buscara ayuda. Me comentó que en las redes sociales había
contestado un “test” que le había arrojado un diagnóstico que la asustaba mucho y quería
corroborar el resultado, pero que en donde vivía no había un psicólogo. Le comenté sobre
la necesidad de realizar una consulta para saber de qué se trataba, pero no era posible
porque vivía algo lejos de donde me ubicaba, por lo que decidí que lo adecuado era darle a
la llamada un tono de contención y evitar que su estado emocional empeorara.

Comencé por preguntar de qué se trataban esas ideas, me contestó que por
momentos le daban ganas de causarle daño a sus seres queridos. Tenía dos hijos. Con esto
en mente comprendí que el diagnostico arrojado por el cuestionario estaba relacionado con
trastornos graves de la personalidad, como las llama Otto Kernberg en su obra homónima,
lo que es para poner a cualquiera en ese estado. Con esto en mente me enfoqué en que
debía existir una asociación entre el pasado de la persona y las ideas presentes, y con unas
cuantas preguntas encontré una de las posibles causas. Una infancia marcada por el poco
contacto con sus padres debido a la necesidad de trabajar para mantener a sus hijos, y la
otra y la más importante: quien se quedaba al cuidado de ella y sus hermanos era su
hermana mayor. Con esta información le pude plantear una causa a esos pensamientos: esa
idea era una repetición de lo que a ella le ocurrió en su infancia. De esta manera se puede
dar entrada a la posibilidad de un tratamiento; la posibilidad de una cura que modifica el
pensamiento presente al inicio de la consulta en la que deja de ser anormal para ser alguien
normal, una persona normal que como todas tiene una historia de vida que la ha marcado
y determinado quién es en la actualidad.

Al finalizar la llamada su voz era otra, más serena y hasta amigable. Se le escuchaba
tranquila y puedo decir que el objetivo se había cumplido. Tal vez no trabaje con ella en
otra ocasión, pero lo importante es que se notaba que su necesidad de saber más acerca
de lo que motivaba esos pensamientos estaba presente, ya no como algo que le provocaba
angustia, sino como una angustia de vida que pone en movimiento al sujeto para ir en
búsqueda de un tratamiento y una vida distinta.

Esa debe ser la finalidad de un diagnóstico, saber donde se encuentra el sujeto para
que de ahí comience el camino, no provocar un estancamiento.

4. First MB (2005). «Mutually exclusive versus co-occurring diagnostic categories: the challenge of diagnostic
comorbidity». Psychopathology 38 (4): 206-10.

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