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El triunfo de la muerte
Hubo que esperar bastante tiempo para que el dolor y la muerte fueran reconocidos y
aceptados en su “fealdad”. No fue sino hasta bien entrada la Edad Media que la imagen del
Cristo crucificado, por ejemplo, fue aceptada. Y a partir de ese momento, se fue abriendo
espacio para otro tipo de representaciones que, paulatinamente, contribuirían a la
mitigación del miedo a la muerte.
El dolor y la muerte comenzaron a ser representados con más frecuencia, e incluso como
sucesos “buenos”, que podían ser recibidos con resignación o alegría. De esta manera,
surgieron las imágenes de los mártires, cuyos rostros se mantenían serenos e impasibles,
independientemente de la tortura a la que estaban siendo sometidos, y la inminente muerte
que les esperaba después.
Sin embargo, hasta este punto, la muerte sólo era recibida con alegría por los considerados
“santos”. Mientras que el resto de las masas “pecadoras” seguía teniendo motivos para
temer la muerte, una muerte que, además, se presentaba cada vez con más frecuencia. Las
comunes epidemias, plagas o hambrunas dieron lugar, entonces, a un nuevo motivo en el
arte: el triunfo de la muerte. Para intentar que las personas se familiarizaran con la muerte y
la asumieran como próxima e inevitable, ésta comenzó a aparecer en numerosos trabajos
pictóricos, representada generalmente como simple compañera, o incluso en una batalla
contra el hombre que éste no podría ganar de ninguna manera; lo cual fue “útil” también
para fomentar el “buen” comportamiento, puesto que aquel que no peca, de acuerdo con el
cristianismo, puede esperar la muerte con alegría.