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GÉNESIS DEL ESTADO MODERNO EN EUROPA 29

J. PH. Genet

Entre 1280 y 1360 se asiste a una completa mutación de las estructuras sociales y de las estructuras de producción. La
instalación de la tributación al Estado es uno de sus componentes. Al provocar hostilidad y resistencias, esa tributación hi zo
nacer las instituciones representativas.

Es posible situar con precisión en el plano cronológico, el nacimiento del Estado moderno, entre 1280 y 1360: toda una serie de
elementos, aparecidos en el curso de esos años en la Europa Occidental, católica, feudal y señorial, se cristalizan entonces en un
sistema que es el origen del Estado moderno.
Pero, nacimiento no es génesis, término que implica situarse en la larga duración; larga duración que es necesario estructura r
con rigor alrededor del período de nac imiento efectivo del Estado moderno (Ver cuadro 1).

Hemos dicho bastante fácil de situar. Sí, si se hace un análisis previo de lo que hace el Estado moderno y si se rehúsa afer rarse a
las “formas” del Estado, y sólo a las instituciones. Lo que hace el Estado moderno es establecer un sistema fiscal del Estado.
Todo está allí. Cuando en el siglo XIII el formidable desarrollo que ha acompañado la puesta en marcha de las estructuras
feudales se detenga y la producción se estanque, la población después d e haber llegado a su máximo comienza a declinar
ligeramente. En los campos superpoblados y al borde del hambre, la tensión social crece, mientras que la renta señorial se
erosiona.
El impuesto aparece al historiador como un nuevo circuito de extracción, d estinado a completar o a suplir la extracción señorial,
a nombre de una autoridad superior a la cual sería imposible resistir. Este impuesto del Estado que ha aparecido en el últim o
decenio (teniendo numerosos predecesores como “Danegeld” inglés o el “diezmo Saladino” de Felipe Augusto) actúa como un
revelador de la estructura socio-económica: precipita la crisis, acentúa la miseria campesina y exacerba la tensión social. El
choque de la Peste Negra de 1348 hace que se derrumbe el antiguo edificio pero la epidemia ha atacado a un organismo
profundamente minado. A mediados del siglo XIV, la población se ha reducido en un tercio, numerosas tierras están vacantes,
las poblaciones demasiado pequeñas o marginales desaparecen, y un asalariado agrícola o urbano mucho más abundante
reemplaza a los pequeños campesinos que vivían hasta entonces en los límites de la hambruna. Lo que pasa entre 1280 y 1360
es, aunque parezca imposible, una mutación completa, mutación de las estructuras sociales y de las estructuras d e producción
del Occidente medieval, incluso si subsisten las estructuras señoriales. Pero el impuesto no se ha establecido sin encontrar
resistencias, las innumerables implicaciones que induce han sido también duramente combatidas. No obstante, todas el las
están allí desde este período: todo va muy rápido, Y el impuesto remite justamente al Estado.

De la Asamblea Feudal a la Asamblea Representativa


La primera modificación y fundamental, es aquella de la naturaleza del lazo entre gobernantes y gobernado s. Sin duda, el rey
feudal retenía algo de la naturaleza misma del poder de sus lejanos predecesores carolingios: los conceptos de poder público y
de poder de mando público no habían desaparecido completamente; el Imperio Carolingio había conservado más que la simple
terminología del Imperio Romano, y a partir del siglo XII la revitalización del Derecho Romano había vuelto a dar curso en
Occidente a muchas adquisiciones de la Antigüedad. Pero, en la profunda realidad del funcionamiento político, el mecan ismo de
los lazos de hombre a hombre permanece primordial. Hubiera sido posible desarrollar la tributación partiendo únicamente del
concepto de ayuda feudal; pero, después de haberlo ensayado, los soberanos del siglo XIII se han comprometido gradualmente
en una vía diferente: no solicitar más la ayuda de sus vasallos, puesto que estos mismos se volverían hacia sus propios vasa llos,

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Publicado en Le Courier du CNRS, LVIII, Paris, 1984. Traducido por la Dra. Cristina Flórez.

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más bien pedir de manera directa a todos sus súbditos, tomando como pretexto la necesidad en que se encontraba el soberano
de defender el Reino y de proteger a sus habitantes.
El Estado sustituye la noción de vasallo por aquella de súbdito, la noción de fidelidad personal por aquella de fidelidad a u na
entidad abstracta, el regnum. Proceso largo pero cuyos lineamientos aparecen desde inicios del siglo XIV.
La implicación más espectacular de la nueva estructura es el desarrollo de las asambleas representativas: Parlamento en
Inglaterra, asambleas de Estados y más particularmente de ciudades en Francia, el mismo fenómeno se obs erva en España, en
Italia, en los Países Bajos. En estas asambleas aparecen las nociones y los conceptos que juegan un rol determinante en la
historia europea: responsabilidad, mayoría, representatividad, por ejemplo. En efecto, si el rey desea que ingrese el impuesto
debe introducir al súbdito en una red compleja, cuyo nudo central sea el reconocimiento por la comunidad y sus representantes
de la legitimidad de las demandas reales puesto que los medios coercitivos del soberano son ante todo muy débiles (Ver cuadro

2).
El nacimiento del espacio nacional
Segunda modificación estructural: el nacimiento del espacio nacional. No se trata aquí fundamentalmente de los componentes
políticos sino más bien de las consecuencias económicas que ocasiona su estableci miento. Impuestos indirectos son, ante todo,
los derechos de aduana. Sin duda, estos derechos han sido creados y explotados con un fin puramente financiero por los
estados; y muy rápido sirven para favorecer o proteger las producciones específicas. Las luchas llevadas a cabo en Inglaterra por
el control y la localización de la Etapa de las lanas muestran muy bien la postura social que representan estos impuestos:
mercaderes contra productores. Por esta acción, el impuesto indirecto actúa sobre las estru cturas sociales, favorece o
desfavorece la fluidez social (por ejemplo en Inglaterra la alianza gentry -mercaderes) y la acumulación del capital.
En cuanto al impuesto directo actúa como un poderoso diferencial sobre el ritmo de evolución de las sociedades occidentales: la
presión fiscal al aumentar acrecienta la crisis, precipita las evoluciones; disminuyendo, deja subsistir las explotaciones ag rícolas
marginales. Asimismo, todas las clases de la sociedad no son iguales frente al impuesto; en Francia, la n obleza casi no paga, en
Inglaterra paga.
De allí, las diferencias de comportamientos económicos y políticos. En resumen, el impuesto directo o indirecto da forma al
espacio económico nacional como sector privilegiado de la acción económica, pero sobre ell a la acción de los soberanos está
lejos de ejercerse de manera autónoma. El precio de los metales preciosos, la naturaleza de las monedas competidoras, las
opiniones de los técnicos financieros y banqueros (a menudo italianos) son aquí otros tantos elemen tos significativos.

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Cómo el rey pone contribución a la guerra
Tercera modificación de estructura: la guerra. Ella es un componente obligatorio del sistema. Por supuesto, la guerra ha ll evado
al rey a buscar nuevos medios pero también ella es necesaria p ara obtenerlos. En efecto, ¿Cómo demostrar la “necesidad ”, el
peligro que corre el Reino sin la guerra?. Eduardo I, al salir de las luchas civiles que marcaron el reinado de su padre, lan zó
Inglaterra a la conquista del país de Gales y luego a la de Esco cia. El amenaza en Flandes y en Aquitania a Felipe el Hermoso,
quien renunciando a la política de compromiso mediterráneo de su padre y de los angevinos, guerrea en Flandes y en Gascuña.
El conflicto franco-inglés estalla esporádicamente en las décadas si guientes, la escena frontal era mantenida por Escocia y la
epopeya de Bruce. Luego está la Guerra de los Cien Años, interminable serie de conflictos que enfrentan a Francia e Inglater ra
pero también a toda una serie de potencias atrapadas por la tormenta: reinos españoles, principados renanos o neerlandeses,
reinos de Nápoles y de Sicilia, sin hablar de las Guerras de Bretaña.
Por lo demás, el fenómeno es Europeo y Alemania e Italia no conocen tampoco la paz. De hecho, la guerra es prácticamente
continua, pues, a los períodos de guerra de potencia extranjera se suceden con una regularidad casi perfecta, al menos en el
país vencido, las guerra civiles: ver en Francia los Navarros de los años 1350, los orleaneses (luego armañacs) contra los
borgoñones, Borgoña contra el Delfín. En Inglaterra, la crisis del reino de Ricardo II, aquella del reino de Enrique VI degenerando
finalmente en la guerra de las dos Rosas, verifica el fenómeno. El tratado de Picquigny en 1475 no pone fin al conflicto entr e Luis
XI y el Temerario y precede solamente por unos años a las guerras de Italia, de las que se pasa sin solución de continuidad a las
guerras de religión y a la rivalidad entre los Habsburgo de una parte y Francia e Inglaterra por otra parte. Y de allí finalm ente a la
guerra de los Treinta Años. (ver cuadro 3).
La guerra hace comprender otra vertiente del sistema. Sin duda, ella juega en los inicios al menos un rol capital para el
soberano, abriendo la posibilidad al impuesto. Pero, los Estados han pasado gradual mente del impuesto excepcional de guerra
al impuesto regular de paz, evolución prácticamente acabada en 1360. Solamente la guerra nos hace ver claramente otro
fenómeno: aquel de la redistribución del dinero del impuesto. Hay un aspecto bastante evidente: l a redistribución de prendas
que se agregan a todo lo que los soldados pueden esperar retirar de las guerras muy codificadas y controladas por un derecho
complejo: botines, rescates, etc. La historia social de las guerras permite ver qué capas sociales se b eneficiaron directamente de
la guerra, y al mismo tiempo descubrir los mecanismos socio-políticos de la redistribución. Así, el sistema feudal de los lazos de
hombre a hombre subsiste aunque transformado: el lazo personal permanece crucial y la fidelidad e s siempre el valor esencial,
pero el lazo es contractualizado y da lugar a unas remuneraciones, no tanto bajo la forma de tierra sino bajo la de dinero o más
generalmente de poder, todo ello gracias al ejercicio del patrocinio. Las sujeciones, las “alianza s” se reagrupan en una estructura
más vasta, aquella de las “afinidades” o, como decimos a menudo pero no sin ambigüedad de los “partidos”.
A este complejo es lo que Bruce Mc. Farlane ha designado con el término “Feudalismo Bastardo”, expresión después de todo
menos mal escogida.
Estas “afinidades”, estos “partidos” luchan entre ellos al más alto nivel, es decir, en el Consejo Real para asegurarse el co ntrol
del circuito de redistribución del impuesto.
El rey poderoso, el que mantiene la paz civil es aquel que sabe arbitrar los partidos y asegurar un flujo suficiente para el
conjunto de los partidos en competencia; sino el partido que no está contento se ve obligado para sobrevivir a lanzarse a la
guerra civil. Esta estructura ha prevalecido en Francia hasta la Fronda, mientras que en Inglaterra se puede creer que se esfuma
gradualmente bajo el reinado de Isabel.
Una nueva categoría social: los funcionarios
Así pues, esto nos lleva directamente a una cuarta modificación de estructura, la que afecta el modo d e gobierno. El gobierno
feudal es personal, está asegurado por un grupo de hombres que rodea al soberano: barones, obispos, pero también hombres
de extracciones más modestas con los cuales el rey puede contar. En total, este grupo es numeroso. Sin embargo , el
profesionalismo del grupo dirigente va a comenzar al mismo tiempo que su crecimiento: desde mediados del siglo XII en
Inglaterra, más tarde en Francia.
Los monarcas comienzan a atraer a su servicio a los eclesiásticos, luego el desarrollo de la “Common Law” en Inglaterra, después
del Derecho Romano en el resto de Europa lleva gradualmente a recurrir cada vez más a menudo a un personal laico.
Una nueva categoría social aparece por lo tanto; ella debe su fortuna al estado, p ero también a su cultura y a sus capacidades
profesionales.
Es cierto que durante mucho tiempo la osmosis entre este medio y la iglesia es grande, lo que veremos no deja de plantear
problemas; pero al mismo tiempo que se transforman, los grupos dirigentes se extienden, tendiendo a convertirse en una
verdadera clase autónoma, la de los oficiales, mezclada de cerca a los hombres de leyes, a la nobleza y mediante la gente de
finanzas, a la burguesía y a las elites urbanas. La amplitud del movimiento es tanto más grande en cuanto que el nuevo modo de
gestión y gobierno, se extiende como una mancha de aceite. Los “príncipes” sea que traten de edificar un estado
independiente... (Bretaña, Borgoña, Foix, Béarn bajo Febo ...), sea que busquen asegurarse una base sól ida en el cuadro de las
luchas de partidos (Lancaster, Armañac, Orléans, Borbón...) reproducen los mecanismos del poder central; ellos tienen su hote l,
su casa, su cámara de cuentas, .....
Los mismos señores, apenas pueden se rodean de un verdadero grupo d e especialistas consejeros, de juristas competentes y
gestionarios eficaces.

3
(Cuadro 3).

Esta modificación de las estructuras del modo de gobierno no puede ser estudiada aisladamente. Ante todo, esta nueva clase de
la sociedad, por nueva que sea, se inserta en las redes del Feudalismo Bastardo: los fenómenos de partidos, afinidades,
sujeciones, mantenencias valen también para ella. Luego, esta modificación obliga a reconsiderar la historia del derecho a pa rtir
de la entrada en ejercicio del estado moderno: derecho públ ico por supuesto, pero también las modificaciones introducidas en
las prácticas feudales, que la puesta en marcha de la nueva estructura lleva a modificarlas, volviéndolas caducas. Por último , la
historia de las escuelas y de universidades es aquí una apuesta considerable para comprender la evolución del sistema. Las
universidades aparecidas desde el siglo XIII, se han multiplicado a partir del siglo XIV bajo el impulso de los príncipes: e llas
juegan un rol esencial en la formación de los servidores del Es tado, que sean laicos o eclesiásticos. Y esto nos hace desviarnos
naturalmente hacia los problemas ideológicos.

A partir del siglo XIII una “revolución cultural afecta a Europa”


Quinto cambio de estructura, es en efecto, el que afecta a la ideología (ver cuadro 4).
El aspecto más espectacular del trastorno es demasiado conocido para detenerse en él: es el conflicto entre las grandes
monarquías occidentales (Francia, Inglaterra) y el papado de Bonifacio VIII, conflicto cuyo desenlace está simbolizado por el
atentado de Anagni y la instalación del papado en Aviñón. Pero aquí el símbolo es engañoso: el papado se adapta rápido y bien a
la nueva estructura, transformándose velozmente en un estado como los otros, con riesgo de sufrir los mismos males (guerra y
lucha de partidos: el Gran Cisma) y a aceptar el mismo debate “democrático” (crisis conciliar); en todo caso, el papado edifi ca
una tributación y un aparato estatal eficaces. Es necesario descender profundamente para asir la amplitud de la “revolución
cultural” que afecta Europa de los siglos XIII al XVI, antes del agudo conflicto del siglo XIII.

Es con el desarrollo de las órdenes mendicantes, su voluntad de arraigarse en el mundo urbano, de jugar un rol de primer plan o
en las universidades y de poner al alcance del público laico, según sus diferentes “estados”, una literatura reservada hasta
entonces sólo a los eclesiásticos de alta cultura, que comienza un proceso de educación y que las fundaciones de escuelas
urbanas en los siglos XV y XVI, así como la invención de la imprenta van a acelerar espectacularmente. La gran ruptura entre
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sociedad de lo oral y sociedad de lo escrito se ha producido desde el siglo XIII: la sociedad de lo escrito no comienza cuand o todo
el mundo sabe leer o escribir sino cuando todo el mundo sabe para qué sirve lo escrito. Los seis siglos de la era anglosajona han
legado dos mil cartas pero sólo el siglo inglés ha transmitido muchas decenas de miles de documentos, y la simple observación
de las reglas elementales del derecho ha llevado verdaderamente a la redacción de 8 millones de cartas únicamente para los
terrazgueros ingleses en el siglo XIII.

En el corazón del debate: la relación de la Iglesia y del Estado


Es necesario en este nuevo marco cultural, detenerse ante todo en el debate político de fondo, el que los soberanos no tienen
interés en impulsar demasiado, pero del cual los teóricos (Ockam, Marsilio de Padua) no dudan en extraer todas las
implicaciones. Al centro del debate, la neta separación de las esferas de acción del laico y del religioso, del rey y de sus oficiales
de una parte, de los clérigos de otra parte. El monopolio ideológico de facto de la iglesia estalla así en pedazos, al punto que en
Wyclif es la misma noción de iglesia institucional que es discutida. El debate limitado después del fracaso del Wyclifismo y la
ejecución de Hus en los años 1414-1415 se reanudará un siglo más tarde con Calvino y Lutero. Pero, el problema se ha
planteado y el ideal de reforma tanto al interior como fuera de la iglesia conoce u na intensa vitalidad a partir del siglo XIV. Por
otra parte, conviene observar que todos los intelectuales de envergadura coinciden con un diagnóstico más o menos parecido,
incluso si llegan a él por vías diferentes.
Nominalistas y realistas insisten tanto unos como otros en la omnipotencia de Dios. Si para los realistas eso significa que todo
conocimiento viene de Dios, eso quiere decir que ningún hombre puede jactarse de conocer los designios, las elecciones o la
voluntad de Dios. En cuanto a los nominali stas, ellos se aferran al conocimiento que puede construirse a partir de la observación
de lo individual: Dios queda fuera del alcance, sino es por intermedio de una Biblia cuyas lecciones no son casi favorables a la
Iglesia romana.
En resumen, el Estado a quien pertenece el dominio natural (y se encuentra aquí la Política de Aristóteles y sus vulgarizadores
Guilles de Roma, Tomás de Aquino u Oresme) puede ser analizado con los mismos útiles conceptuales que el resto del mundo
natural.
El campo de lo político se autonomiza gradualmente, separándose (con otros por supuesto) del campo englobando lo teológico:
de golpe, el Estado tiene ahora toda la libertad para desarrollar su propia ideología, independientemente de la teología.... pero
con el concurso de los teólogos y de los eclesiásticos que, lo hemos dicho, se apiñan entre sus mejores servidores.

Del nacimiento de una estrategia de comunicación


El Estado, en todo caso, se apodera sin tardar del espacio cultural así abierto. La propaganda pasa por todos los canales: es el
espectáculo de la misma monarquía, por sus ceremonias (funerales, coronaciones), por las “entradas” reales cuidadosamente
reguladas y puestas en escena, que permiten materializar una colección cada vez más rica de mitos. Es el ejercicio del poder

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político que gracias al desenvolvimiento de las sesiones de las Asambleas, la actividad de los heraldos y embajadores, la
producción de las cancillerías que envían a todas partes, la palabra real da poder y realidad a la voluntad del soberano.
Finalmente, es la redacción de innumerables tratados de propaganda o de justificación referidos a temas muy variados: la paz o
la guerra, el buen gobierno o el tiranicidio, la sabiduría o la locura de los grandes que impregnan la mentalidad de los homb res
de la época.
Todo eso sale de las manos de autores eclesiásticos sobre todo, que se laicizan cada vez más, al mismo tiempo que el público
que es capaz de acceder a lo escrito se extiende. De allí que para llegar a este nuevo público y ajustarse a los medios de los
cuales disponen estos nuevos autores se pasa del latín a las “lenguas vernáculas”; de allí también la proliferación de los g éneros
“literarios”, cada género (en el sentido Jaussien) representa una tentativa de adecuación de un mensaje al público al cual esté
destinado, de allí finalmente una evolución progresiva de las estructuras de producción del libro , donde la invención de la
imprenta no es sino una etapa pero capital.
Esta profunda mutación, iniciada desde el siglo XIII conduce a fines del siglo XVII al nacimiento de la Europa Moderna, marcada a
la vez por el desarrollo del capitalismo en Inglaterra y por el triunfo de la monarquía absoluta en Francia. La fase más
espectacular de esta mutación: la Reforma, prolongada por las guerras de Religió n y la guerra de los Treinta Años mezcla, por
otro lado, de manera inextricable los componentes religiosos, intelectuales, políticos. En realidad, toda nueva aproximación a la
historia del Estado Moderno supone dar resueltamente la espalda a los límites de la historia política tradicional: la comprensión
de lo político supone únicamente una historia total, que no deje en la sombra ninguno de los elementos que han sido para los
hombres del pasado, las condiciones y las apuestas conscientes inconscientes pero inversamente, lo político no puede ser
puesto entre paréntesis como ha sido menudo el caso en la historiografía francesa contemporánea. Es por esto que el C N R S s e
ha comprometido en la vía de una acción temática programada, consagrada a la génesis del Estado moderno, y esto dentro de
una óptica resueltamente internacional y por otra parte comparativa.

(*) Publicado en Le Courier du CNRS, LVIII, Paris, 1984 (traducido por Cristina Flórez)

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