Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
• También hay una crisis social durante este periodo. Aun se mantiene la sociedad estamental tripartita totalmente
estancada en la que los movimientos entre estamentos son muy escasos. El ascenso de la burguesía que se
produce en este periodo se refiere sobre todo al protagonismo que adquiere a nivel económico, especialmente
en el comercio y las profesiones liberales. Estos burgueses aun no se plantean dinamitar el sistema estamental
para ponerse ellos a la cabeza, lo único a lo que aspirar es a ennoblecerse lo que logran mediante la compra de
títulos que quedan a la venta durante los periodos de crisis. La sociedad del siglo XVIII comienza a polarizarse entre
los privilegiados que poseen la tierra y una inmensa mayoría de personas que están en el estamento popular, los
burgueses desaparecieron durante este siglo. La alianza entre nobleza y clero con la corona es la que mantiene el
control sobre todos los aspectos de la sociedad. El pueblo insatisfecho, hambriento, enfermo y sin derechos
protagonizará muchos movimientos sociales debido a la enorme tensión social existente, no podemos hablar de
revoluciones, sino que eran motines y protestas, aunque detrás de ellos siempre hay una causa anti-señorial.
• Crisis política. Durante la primera mitad del siglo está llena de conatos revolucionarios o revoluciones que en
cierto modo triunfan como las Frondas en Francia o la primera revolución inglesa que llevará a la dictadura de
Cromwell, aunque se reestablecieran los Estuardos habría una nueva revolución en 1688 por el catolicismo del
monarca que llevó al triunfo del parlamentarismo. También hay guerras constantes y continuas.
• La crisis económica además de tener el factor de la crisis agraria encontramos también una crisis monetaria debido
a la crisis del patrón bimetálico (oro y plata) debido a que la llegada de la plata de América que llegó en grandes
cantidades desde 1530 para financiar las guerras con 18 millones de kilos de plata entre 1560 a 1660 llegados de
forma legal, si le añadimos el contrabando es mucho más. Estas enormes cantidades de plata provoca una inflación
brutal, especialmente en España, lo que genera una enorme perdida de poder adquisitivo que potenció que la
No hay estados, hay reinos en trance de convertirse en Estados o futuras naciones. Los estados modernos buscan la
monarquía autoritaria en el siglo XVI, el rey tiene límites: cortes, parlamentos, estados generales, moral, etc. “El
estado soy yo y la voluntad soberana es mi voluntad sin existencias de Dios”. Descartes saca a Dios de la creación,
Dios no interviene constantemente en la vida de los hombres y las consecuencia s y acciones corresponden al
hombre. Luis XIV identifica el estado con su voluntad.
Þ Precario porque las causas que lo favorecen, a mayor o menor plazo, facilitan, antes o después, su disolución,
siendo la primera en abandonar el absolutismo es Inglaterra en 1688.
Þ Híbrido porque el absolutismo de siglo XVII se apoya en elementos tradicionales como, por ejemplo, los
deberes del monarca, las teorías del contrato entre súbditos y monarca, la costumbre o las leyes
fundamentales del reino; y sobre elementos nuevos: el mercantilismo que llega ahora a su máxima expresión
de la mano del ministro de finanzas de Luis XIV, Louis Colbert, y el utilitarismo reflejado en el pensamiento de
John Locke.
Þ Anacrónico porque aunque se va a extender a la mayor parte de Europa (oeste del rio Elba), sin embargo, se
desploma en el reino más abierto a la modernidad, es decir, al capitalismo moderno, siendo ese reino
Inglaterra.
Otros historiadores han señalado que el absolutismo nace como una superación del feudalismo, aunque es una
superación de la monarquía autoritaria porque reinos como Francia no evolucionaron del feudalismo al absolutismo,
desde mediados del siglo XV y el siglo XVI, de la mano de los reyes Valois, no encontramos una monarquía feudal sino
de carácter autoritario, es decir, monarquías más limitadas en la soberanía del rey respecto al absolutismo mediante
ciertas limitaciones morales e institucionales, aunque estas instituciones estarán estrechamente controladas por el
rey. La actuación de los reyes hacia el absolutismo supuso el fin de la representación del reino o Regnum, por ejemplo,
en Francia desde 1624 hasta 1789 no se reunirán los Estados Generales. Aunque la monarquía absoluta menos limitada
sigue teniendo ciertos limites regulados por la ley natural o ius naturalis y también por la ley divina.
La monarquía absoluta seguía limitada por la ley natural, reforzándose las tesis naturalistas de los grandes filósofos de
la época como Hobbes o Locke, también limitada por la ley divina, siendo algo común en toda la edad moderna,
teniendo que haber una concordancia sus actuaciones con esta. Según autores como el obispo Bousset, podemos
definir al monarca absoluto como:
• Causas religiosas: la mayor parte de las guerras del siglo XVI y XVII son territoriales pero también son guerras de
religión. Con la Reforma luterana el mundo cristiano se divide en dos grandes bloques que se enfrentaran desde
el primer momento, cada rey imponía su religión obligando a los súbditos bien a morir por su fe o a emigrar,
además el mundo protestante es un mundo dividido en el que también se producen persecuciones. Las
persecuciones no cesan hasta que no se impone la homogeneidad en el territorio, por ejemplo, Felipe II
imponiendo el credo del Concilio de Trento erradicando los focos de heterodoxia y de protestantismo. El siglo XVII
es un siglo de gran intolerancia religiosa siendo su máximo exponente la Guerra de los Treinta Años, la ultima de
las guerras de religión (aunque luego derivará en otro tipo de causas), peor antes ya había habido un total de 8
guerras de religión libradas en Francia tras la muerte de Enrique II. Tras tantas guerras tanto monarcas como
súbditos buscan la paz lo que favorece que el poder se otorgue a un soberano que garantice la paz, el orden y la
seguridad. Las relaciones de los monarcas católicos con el Papado están marcadas porque esos monarcas católicos
buscan poder desarrollar en sus reinos una política religiosa de índole nacional sin tener que estar sujetos al poder
del Pontífice, algunos como Enrique VIII e Isabel I lo hacen mediante la ruptura con la Iglesia, mientras que los
reyes franceses y españoles buscarán independizarse de los mandatos papales, este movimiento en Francia lo
conoceremos como “galicanismo” (política interior marcada por las decisiones de monarca) que afecta a al
implantación de los Decretos de Trento y la nominación de los cargos eclesiásticos (el monarca propone tres
nombres y el Papa elige uno), el hecho de que el alto clero este estrechamente relacionado con el monarca implica
la complicidad de los súbditos mediante los discursos religiosos de la Iglesia. En el caso de España no es galicanismo
porque los Reyes Católicos ya habían comenzado una política de independencia del Papado gracias a la concesión
• Causas políticas: El siglo XVII es un siglo convulso lleno de crisis con levantamientos, conatos revolucionarios, etc.
Esta convulsión refuerza el poder del rey como garante del orden y de la seguridad, a más poder tenga el monarca
mayores garantías de orden y seguridad. Además las propias guerras que traen graves consecuencias económicas,
demográficas, epidémicas, etc. EL soberano es el responsable de garantizar la paz, cuanto más fuerte el soberano
mayor garantía de paz y en caso de guerra es el más fuerte quien triunfa en el campo de batalla.
• Desarrollo científico: La Edad Moderna comienza con la revolución militar que introduce la preeminencia de la
artillería en el ejército y termina con la revolución política de Francia, pero en medio hay una revolución científica.
En los dos siglos anteriores la ciencia ha estado coartada por el poder de la Iglesia, pero en el siglo XVII como
Descartes hace una nueva interpretación de Dios limitando el papel de Dios a la creación (Deus ex machina), Dios
ya no interviene por lo que la ciencia experimental ya no va en contra de la Iglesia por lo que comienzan a aparecer
grandes pensadores y científicos: Galileo, Newton, etc. Muchos murieron en la Inquisición, por ejemplo, Miguel
Servet fue ajusticiado por la inquisición calvinista. Sin embargo, ya no se habla en clave religiosa sino en clave de
razón, es el periodo del racionalismo. Será esta razón la que llegara a la necesidad de una monarquía absoluta.
• Los dos tratados sobre el gobierno civil de John Locke: Escritos en 1690, dos años después de la Gloriosa
Revolución que llegarán a conclusiones totalmente divergentes a las de Hobbes. Locke esta considerado como el
padre del individualismo liberal o padre del liberalismo político, en definitiva, es el precursor de los ilustrados.
Locke era un intelectual y un filosofo perteneciente al empirismo inglés, pero también era un medico y actuaba
en cuestiones política, por lo tanto, en calidad de hombre político participará activamente en las luchas políticas
de la Gloriosa Revolución, por ello, desde 1683 hasta 1688 estuvo exiliado en los Provincias Unidas, en 1648 se
unió al sequito de Guillermo III de Orange. Cuando triunfa la revolución se comienza a desarrollar la teoría política.
Los tratados de Locke se centran en legitimar la revolución Gloriosa. Para Locke el fin ultimo de la política es a
felicidad de los hombres, la felicidad reside en la consecución de la paz que descansa en la armonía entre los seres
humanos y esa armonía se logran mediante el establecimiento de un respeto al orden, por lo tanto, la conclusión
es que no puede haber felicidad sin unas garantías políticas, ergo no hay política que no deba tender a la obtención
de una felicidad razonable. Sus principales puntos de Locke son:
• Obras doctrinales: Se agrupan en un grupo conocido como monarcomacos que no aportan novedades políticas
respecto a los pensadores monárquicos de los siglos anteriores debido a que el absolutismo es la evolución lógica
de la monarquía autoritaria. Sus conclusiones se pueden resumir en: se apuesta por la monarquía como forma de
gobierno deseable que es para ellos la forma de poder superior y de los distintos modelos monárquicos apuestan
por la formula hereditaria con preferencia por los herederos varones; en segundo lugar, apuestan por el origen
divino de la soberanía del rey: en tercer lugar, el poder debe ser absoluto, un poder que se arroga el soberano que
asocia en las manos de un individuo los tres poderes por lo que el rey es señor de las vidas, haciendas y almas de
sus súbditos. La única originalidad será el desarrollo de la razón de Estado.
• Pensamiento popular: Existe un amplio consenso entre esas obras doctrinales y las ideas políticas de los franceses.
Los franceses aceptan el poder del rey, hay un grado absoluto de sumisión al poder de la monarquía. Se les ha
enseñado a someterse y así lo predica la Iglesia predicando la salvación eterna tras el sufrimiento en la tierra.
También es necesario para la nobleza la sumisión al rey por interés del rey por su condición de estamento
privilegiado, condición garantizado por un poder fuerte que pueda sofocar cualquier conato de sublevación, y en
el sentido contrario, el rey necesita a los nobles debido a que son sus colaboradores más directos, sobre todo en
el ámbito de la guerra y la diplomacia, no tanto en la administración donde buscan burócratas conocedores de las
leyes. Por otro lado, el rey necesita a la Iglesia para que refrenden su poder divino, en especial el alto clero, y a su
vez la Iglesia necesita de un poder fuerte que garantice sus privilegios. También es apoyado por los elementos
burgueses que colaboran con el rey en la administración del Estado, los denominados nobleza de toga. Los
galicanos también apoyaran al rey como director de la política religiosa del reino.
La revolución de la Fronda no fue un movimiento uniforme: hubo una sublevación nobiliaria y otra popular. La Fronda
da lugar a una doctrina aparentemente revolucionaria porque los participantes quieren dejar aparente la distinción
que debe haber entre el rey y el reino para reclamar que ellos, los representantes del reino, representan realmente a
la nación y no el rey. Los activistas de la Fronda reclaman la monarquía absoluta. La fronda es a la vez popular y
monárquica que realmente no es revolucionaria porque realmente reclaman la necesidad de un poder absoluto
Luis XIV escribe en sus memorias una serie de instrucciones políticas y morales, además de reflexiones sobre la función
del rey dado que él concibe su papel de rey como una profesión a la que debe dedicar todo su esfuerzo. El teórico del
reinado de Luis XIV es Bossuet, príncipe de la iglesia y jurista, el cual no busca presentar una teoría política de conjunto,
su obra tiene una finalidad pedagógica: la necesidad de confrontar a los hugonotes (calvinistas) que estaban en Francia
desde el Edicto de Nantes de Enrique IV. Fruto de esta confrontación, Luis XIV tomará la decisión de revocar el Edicto
de Nantes. Las fuentes documentales que inspiran a Bossuet son las Sagradas Escrituras, en especial el Antiguo
Testamento, que da lugar a “La política extraída de las Antiguas Escrituras” en la que estipula que es Dios quien elige
a los profetas encargados de ungir a los gobernantes, es decir, la forma más deseable de gobierno es la monarquía de
origen divino, por lo que si la monarquía es de origen divino el papel de los súbditos no es otro que someterse. A
Bossuet también se le debe la definición de esta monarquía, es decir, sus características:
Luis XIV mantenía muy vivo el recuerdo de la revolución de las Frondas que habían llevado a Francia al colapso. Siendo
el menor de edad ya tenia muy claro que Francia bajo su mandato tendría que recuperar la gloria. Cuando el se hace
cargo de Francia en 1660, Francia ya había derrotado a la Monarquía Hispánica (Paz de los Pirineos): Luis XIV durante
todo su reinado (más de 5 décadas) va a ir construyendo ese Estado absoluto y lo va a llevar a su esplendor mediante
un gobierno personalista, es decir, va a suprimir instituciones anteriores y va a crear un consejo de ministros muy
reducido, no tenia la menor intención de compartir el poder con nadie por ello tuvo que alejar de la corte a su madre,
a su hermano, a la nobleza de espada o de sangre ni con ninguna institución del reino (ni Parlamentos, ni Estados
Generales). Partiendo de esa situación de crisis generalizada por lo que el primer objetivo era la recuperación por
responsabilidad personal con el objetivo de lograr su gloria personal y para que esa reconstrucción durase en el tiempo
tenia que estructurar una paz duradera tanto interna como internacional. Luis XIV se yergue como el monarca más
poderosos del planeta tas la derrota de la Monarquía Hispánica. En las condiciones existentes los objetivos de
desarrollo del reino solo podían lograrse mediante un poder absoluto, pero para ser de verdad un monarca absoluto
él tenía que reducir a la impotencia a los parlamentos, a los Estados Generales, nobleza, etc. Para todo ello no le queda
otra que realizar una nueva organización de las instituciones del reino creando nuevas o modificando las existentes,
es decir, no le queda otra que reformar la administración, la economía, la política religiosa, etc. Reformas:
1. No habrá primer ministro: Aleja a todos los personajes poderosos de la Corte para no darles participación en
el gobierno.
2. Reformas administrativas: El reinado de Luis XIV funciona gracias a una buena administración basada en la
burocracia que sirve de ejecutor del rey. El modelo administrativo es un modelo centralista y centralizado, las
decisiones las toma el rey y se ejecutan a través del rey, y todo el cuerpo legislativo es igual para todo el reino.
Todas las decisiones legales, culturales, religiosas, lingüísticas, económicas judiciales, etc. son tomadas por un
único individuo que es el monarca.
3. Suprime el Consejo del Rey y crea un consejo de Estado: integrado por 5-6 personas de absoluta confianza,
todas ellas de elevada formación conocedores de las leyes, por lo genera provenientes de la nobleza de toga
debido a la gran participación de la nobleza de sangre en las Frondas. Este Consejo de Estado sirve para toda
la política: fiscal, religiosa, institucional, legislativa, etc. A pesar de que ese Consejo de Estado tiene una función
HISTORIA MODERNA II- EL SIGLO XVII 7
universal, destaca la función de política exterior teniendo el privilegio el encargado de política exterior de
despachar en privado con el rey (Secretario del Despacho).
4. El poder legislativo: Recae en un principio en los Estados Generales que fueron reunidos por ultima vez en
1624, Luis XIV nunca los convocará para no compartir con ellos el poder legislativo. El rey es el único que crea
las leyes y son redactadas por los funcionarios sometidos a sus ordenes. Los Estados Generales también tenían
otras funciones como, por ejemplo, aprobar subidas o reformas fiscales, algo que Luis XIV que no necesitará
porque tendrá a su disposición un ministro de finanzas que dirigirá la economía de tal manera que no
necesitará a los Estados Generales. También se encargaban de jurar al heredero, algo inútil en una monarquía
consolidada. Quedan reducidos a la nada, lo mismo hará con los provinciales.
5. El poder judicial: Recaía en los tribunales o parlamentos, pero por encima de ellos queda la voluntad del rey.
No los suprime porque deben repartir justicia por lo que lo que hará será someterlos de tal manera que se
limiten a aplicar las leyes. Fueron obligados todos los parlamentos de Francia en 1673 a aprobar todos los
edictos, decretos y leyes al instante en el momento en el que el rey los presentara. De forma posterior podían
elevar protestas, pero primero queda aprobado. Además hay un instrumento que son las lettres de cachete
(cartas de registro) que eran emitidas por los funcionarios ante una denuncia para la detención del denunciado
sin comprobar la veracidad del denunciante que fueron usadas para purgar cualquier obstáculo al poder
absoluto del rey.
6. Las leyes tienen tal peso que son compiladas: Creó códigos para reunir todas las leyes de una materia de
forma que hubieran códigos para facilitar la administración de la materia. En 1667 crea el primer código civil,
tres años más tarde se crea el Código Criminal y en 1673 se compilan todas las leyes mercantiles.
7. El trabajo diplomático: Con la aparición de enfrentamientos multilaterales la diplomacia alcanza una gran
importancia. El papel que Luis XIV le da a la diplomacia es muy importante debido a que si podía solucionar
un conflicto mediante la diplomacia era mucho mejor que hacerlo mediante la guerra por el elevado coste de
esta. El objetivo es evitar la guerra mediante el nombramiento de embajadores en todas las cortes en las que
se quería tener cierto trato de favor o a las que se quería espiar. Se buscaba aumentar alianzas y mejorar
relaciones con enemigos mediante la compra de alianzas y de la información.
La enorme labor de Colbert logra restablecer momentáneamente el equilibrio del erario y desarrollar las
exportaciones, pero los gastos de la guerra de Holanda y las dificultades vinculadas a una situación de depresión
explican, en gran parte, la reaparición del déficit y el fracaso a medias del colbertismo, a pesar de éxitos indiscutibles.
Problemas financieros
Al aprovechar los doce años de paz de 1660 a 1672 (la guerra de Devolución fue rápida y poco costosa), Colbert
consigue poner orden en el erario y asegurar un presupuesto equilibrado, gracias a una severa contabilidad, a la
disminución de cargos, y a un mejor rendimiento del régimen tributario. Exasperado por el desorden y la confusión
que Fouquet y sus predecesores implantaron en la gestión del Tesoro público, decide, como buen contable, establecer
extractos de cuentas simples y cómodos de los ingresos y de los gastos, a fin de que el rey pueda conocer en cualquier
momento la situación precisa de su caja. Para ello, a partir de 1667 hace llevar regularmente un «Gran Libro» de
ingresos y un «Diario» de gastos, supervisados por el rey todos los meses; en materia presupuestaria, un «estado de
previsión» establece desde octubre el presupuesto provisional del año siguiente, y el «estado real» arroja en febrero
los resultados definitivos del año anterior.
Además, Colbert se dedica a disminuir las cargas del Estado. Compra cierta cantidad de cargos inútiles cuyo pago
costaba muy caro. Procede a reducciones e incluso a anulaciones de rentas, intereses de préstamos al Estado
contraídos sobre todo en la época de Richelieu y Mazarino, cuyo pago absorbía cada año más de un tercio de los
ingresos. De ese modo, el ahorro anual que se consigue asciende a varios millones, y la parte de los cargos
presupuestarios permanentes (sueldo de los oficiales, rentas) disminuye más de la mitad en diez años. De 1662 a 1669,
se reúne una Cámara de Justicia para «la investigación de los abusos y malversaciones cometidos desde 1635»; aunque
Finalmente, Colbert trata de aumentar los ingresos gracias a un mayor rendimiento del impuesto. Conoce mejor que
nadie los vicios del sistema fiscal: los impuestos son al mismo tiempo fuertes e insuficientes, porque están mal
distribuidos y mal recaudados. Están exentos de la talla (llamada personal o real según afecte a los ingresos
arbitrariamente apreciados, a las personas o a los bienes) no sólo los miembros de dos órdenes privilegiados, sino
también algunos oficiales, los habitantes de las ciudades llamadas francas y algunas provincias. Como los impuestos
indirectos (ayudas, efectos comerciales, gabela), los recaudan los financieros a quienes les son arrendados, cuestan a
los contribuyentes muchos más dé lo que suponen para el rey. Aunque no puede reorganizar totalmente un sistema
que pone principalmente en entredicho la estructura social del Estado, Colbert trata al menos de atenuar algunas
imperfecciones: disminuye progresivamente la talla personal cuyo peso se hizo insoportable a causa de los aumentos
que se sucedieron desde 1635; al mismo tiempo, su recaudación se hace más fácil, más rápida, y, sobre todo, menos
costosa; la cancelación de exenciones abusivas (especialmente de los falsos nobles) permite un mejor reparto de la
carga común. Asimismo, el producto de los impuestos indirectos se ve sustancialmente acrecentado si no por el
aumentó de tarifas, a través de una estrecha vigilancia de los tratantes a quienes están arrendados; lo mismo ocurre
en lo referente a las rentas del dominio real. En cambio, algunos impuestos aumentan, como las donaciones gratuitas
del clero y de algunas provincias y la talla real, mucho menos gravosa hasta entonces que la talla personal.
Estos esfuerzos metódicos no dejan de rendir sus frutos: de 1661 a 1671, las rentas del Estado se duplican
ampliamente; desde 1662, los ingresos exceden a los gastos, cosa que ocurre todos los años hasta 1672, excepto en
1668.
Con la guerra de Holanda empiezan las dificultades financieras que en adelante no cesarán; el déficit presupuestario
se convierte en norma. listo se explica esencialmente por los gastos, cada vez más fuertes, que ocasiona la política
agresiva del rey en Europa, la construcción de Versalles y el mantenimiento de la corte. Además, a pesar de los
reproches de su ministro, Luis XIV incrementa los «pagos al contado» sin justificación, haciendo así ilusorios los
cálculos presupuestarios del «estado de previsión». Para hacer frente a la situación, Colbert se resuelve a aumentar
los impuestos (tallas, ayudas, gabela) y, especialmente, a recurrir a los «asuntos extraordinarios», es decir, al
procedimiento de los arbitrios abandonada desde Fouquet: ventas de cargos, préstamos de particulares (gracias a una
Caja de préstamos fundada en 1674) enajenación parcial del patrimonio real y creación de nuevas tasas (monopolio
del tabaco, ampliación de la obligación del papel timbrado). La creación, en 1680, del «Arrendamiento General» para
la recaudación de los impuestos indirectos permite al rey cobrar en bloque las rentas de esos impuestos, pero agrava
aún más lo arbitrario de su recaudación.
La política financiera emprendida por Colbert supone un país rico y capaz de sostener mediante impuestos la «gloria
del rey». El ministro comparte con sus contemporáneos la convicción de que la cantidad de oro y plata en circulación
en el mundo es casi constante, y que la riqueza de un Estado se mide por su numerario. Por tanto, lo que hay que
hacer para enriquecer el reino, es comprar poco en el extranjero y vender mucho. Al pretender la realización de una
política económica de ese estilo, Colbert no hace sino recoger las ideas «mercantilistas» que con más o menos éxito
trataron de poner en práctica la Francia de Sully o de Richelieu, la Inglaterra de Isabel y la Holanda independiente. Lo
nuevo es el esfuerzo sistemático que emprende para dirigir la economía francesa y adecuarla a sus fines, transfiriendo
así el absolutismo monárquico al terreno económico.
Los problemas agrícolas sólo le interesan en forma secundaria. Por lo demás, la agricultura se prestaría mal a la
aplicación de proyectos demasiado rígidos. Sin embargo, desea que pueda proporcionar a las ciudades pan y materias
primas baratas, lo que ocurre entre 1663 y 1674 (una vez pasada la terrible crisis de subsistencias de 1661-1663) a
causa de la coyuntura de baja y de condiciones meteorológicas favorables.
La reglamentación es del Consejo de Comercio, reorganizado en 1665, que a partir de 1666 publica reglamentos
generales sobre las manufacturas y edictos particulares sobre los distintos oficios, fijando los detalles técnicos de la
fabricación y castigando rigurosamente a los transgresores. Para garantizar mejor la ejecución de estas prescripciones,
Colbert favorece la multiplicación de oficios jurados (llamados más tarde corporaciones) y persigue los oficios libres
(edicto de 1673). Por su parte, los inspectores de las manufacturas (cuya función se crea en 1669) y los intendentes
reciben plenos poderes de fiscalización.
La protección de las manufacturas francesas queda asegurada en 1664 por una nueva tarifa aduanera que afecta
excesivamente a los producios extranjeros a su entrada en Francia; en 1667 una nueva agravación lleva u la prohibición
de casi todos los productos ingleses y holandeses.
Producir no lo es todo; hay que vender en el extranjero. Esto supone en en primer lugar que los productos puedan
circular en las mejores condiciones por el interior del reino y especialmente hacia los grandes puertos de embarque.
Colbert habría deseado realizar la unidad aduanera por la supresión de las aduanas existentes en las fronteras de cada
provincia y de los peajes municipales o señoriales. Sólo lo consigue en parte, principalmente con la unificación
aduanera de las provincias del centro del reino que constituyen, a partir de 1664, las «cinco grandes fincas». Se intenta
mejorar la circulación de las vías de agua (canal de Orleans; canal de los Dos Mares entre Tolosa y Séte, construido
gracias a la obstinación de Riquet entre 1666 y 1680). Solamente las rutas hacia los grandes puertos son objeto de
obras de mantenimiento (así como las carreteras estratégicas del nordeste), con resultados bastante mediocres. i
Lo esencial es aumentar el volumen y el valor del comercio exterior y, sobre todo, lograr que se efectúe a través de
barcos franceses, pues, hacia 1660, son los navios holandeses los que realizan la mayor parte del comercio francés.
Para tratar de librarse de tales intermediarios, Colbert fomenta la construcción naval otorgando primas a los
armadores y, sobre todo, se esfuerza en crear Compañías Comerciales dotadas de monopolios de explotación y de
importantes privilegios: en 1664, la Compañía de las Indias Orientales para el comercio con el Océano Indico y las
tierras de Ill especias, y la Compañía do las Indias occidentales para la explotación de las islas azucareras (San Cristóbal,
Guadalupe, Martinica, y pronto la parle occidental de Santo Domingo); en 1669, la Compañía del Norte para el
comercio en el Báltico; en 1670, la de Levante con destino al Mediterráneo oriental. Luis XIV y Colbert no escatiman
esfuerzo alguno para Intentar atraer los capitales privados hacia esas compañías: propaganda, presiones, amenazadas.
Pero los resultados son tan decepcionantes, y las posiciones comerciales de los holandeses en Francia y en el mundo
son ¡nn Inertes que, a partir de 1670, el rey y su ministro se convencen de que In independencia económica del reino
y el impulso de su comercio exterior tienen como condición previa la derrota militar, o incluso la anexión pura y simple
de las Provincias Unidas.
Desilusiones y realidades
La guerra, iniciada en 1672, no logra los resultados apetecidos. Clertumente, Holanda sale del conflicto cansada y en
parte devastada, pero no está ni vencida ni desmembrada, y el propio Luis XIV se ve obligado a abandonar, por una
cláusula del tratado de Nimega, la tarifa aduanera de 1667. Las Grandes Compañías comerciales, mal sostenidas por
capitales privados insuficientes, decaen o desaparecen en cuanto que disminuye la ayuda del Estado: la Compañía de
las Indias Occidentales se disuelve en 1674; la del Norte es incapaz de arrebatar a los holandeses la primacía del
comercio en el Báltico y desaparece en 1684; la de Levante se suprimirá en 1690; solamente la Compañía de las Indias
Orientales consigue mantenerse gracias a la habilidad de algunos de sus agentes (como Francois Martin, fundador de
El hecho de que, a partir de 1672, los apuros de la Hacienda pública no puedan sostener como antes la economía
francesa no es suficiente para explicar el fracaso a medias del colbertismo. Este tiene raíces más hondas en la
oposición encontrada en el interior del reino, en el poder de los competidores extranjeros y en la situación económica.
La intervención del listado y la reglamentación sistemática impuestas por Colbert se soportan con impaciencia tanto
por parte de artesanos o grandes fabricantes como la de negociantes o armadores. Unos y otros, acostumbrados a la
libertad, no aceptan los reglamentos y los monopolios y tratan de transgredirlos, a menudo con éxito. Por lo demás,
los esfuerzos de los inspectores se manifiestan tanto más vanos cuanto que una gran parte de la actividad
manufacturera escapa a todo control: oficios libres en las ciudades (a pesar del edicto de 1673) y trabajo de los
artesanos o de los campesinos en los campos. Incluso una parte de los círculos de negocios desea que se amplíe la
libertad a las relaciones comerciales con los países vecinos.
De consecuencias más graves es la indiferencia con la que chocan el rey y su ministro en sus intentos de atraer los
capitales de la burguesía francesa hacia el gran comercio marítimo y las manufacturas. En 1664, las solicitudes de
participación en las dos Compañías de las Indias chocan con numerosos rechazos por parte de las colectividades o de
los individuos a los que se dirigen. «No se ha encontrado nadie en esta ciudad que haya querido entrar en la dicha
asociación — responde, por ejemplo, el alcalde de Angers— , y ello proviene de la pobreza de los habitantes.» Excusa
cómoda, exacta en parte, pero en todo caso incompleta. De hecho, el capital francés prefiere invertir en bienes raíces,
en préstamos del Estado, en constituciones de rentas entre particulares, en comprar cargos. En cuanto a los grandes
armadores y negociantes, prefieren correr los riesgos de una empresa comercial estrictamente privada, antes que
invertir sus beneficios en esas grandes compañías cuyo monopolio y privilegios temen, y a las que consideran
demasiado vinculados al Estado. Lo que es una realidad en el terreno comercial, lo es también en el manufacturero.
Por otra parte, ingleses y holandeses son competidores demasiado temibles para ser suplantados en unos años. Los
productos de las manufacturas inglesas y holandesas son de una calidad y de un precio difíciles de igualar; asimismo,
las posiciones comerciales de ambos países en. el mar del Norte, en el Atlántico y en el océano Indico no son fáciles
de menoscabar; gracias a su flota y a su banca, los holandeses siguen siendo los «carreteros del mar» más seguros y
más baratos.
Finalmente, las dificultades encontradas por Colbert se explican en gran parte por el ambiente coyuntural de
depresión general en el que se inscriben sus esfuerzos: descenso de la producción de las minas americanas y
disminución del numerario en circulación por Europa, lo que conduce a una «carestía monetaria» que explica la
«política de dinero» llevada a cabo por Colbert; lento descenso de los precios, consecuencia en parte de esa «carestía»,
que afecta a casi todos los productos; descenso de los beneficios, unido al de los precios, y entrañando a su vez una
disminución de los negocios y desconfianza en materia de inversiones. A este contexto se añaden los efectos de un
sensible descenso de la población: a partir de 1650, ésta disminuye en casi todas partes, o al menos deja de aumentar
consecuencia de las hecatombes de la época de la Fronda y luego del terrible hambre de 1661-1663. Si el resultado de
esto es reducir o población al nivel de las subsistencias, también significa una disminuyó del número de hombres para
animar la economía y soportar la carga fiscal. Evidentemente, la depresión económica y las dificultades demográficas
son fenómenos europeos y no estrictamente franceses: pero no por ello dejan de explicar ampliamente el fracaso a
medias de Colbert.
• Conflictos con el Papado: Luis XIV, desde los primeros años de su reinado, afirmó unos principios “galicanistas”.
El galicanismo político se definía como la defensa de las libertades de los eclesiásticos del reino y la limitación de
la autoridad pontificia en cuestiones no espirituales. Esta libertad del clero francés respecto de la Santa Sede se
correspondía, de hecho, con una sumisión temporal de la iglesia al estado. Los choques con el pontificado fueron
continuos y alcanzaron su punto más alto en 1682, cuando el oispo de Meaux, Jacques Bossuet, haciéndose eco
de las teorías de Luis XIV, incitó a la Asamblea del Clero francés a que publicara una declaración llamada de los
Cuatro Artículos, en la que se manifestaba que la autoridad del Papa solo era espiritual, que estaba limitada por
la autoridad del concilio y por las “libertades galicanas”. En este camino creciente de enfrentamientos con
Inocencio XI, Luis XIV ocupó el territorio pontificio de Avignon en 1688. La muerte del papa, al año siguiente, y la
delicada situación que vivía el reino de Francia por los conflictos europeos, obligaron al monarca a llegar a una
situación menos tensa con la Santa Sede.
• Conflictos con los protestantes: Luis XIV no inició desde el comienzo de su reinado el enfrentamiento con los
protestantes. Hasta 1679 mantuvo una postura de moderación, aunque siempre fue consciente de que el Edicto
de Nantes era un obstáculo para la unidad de fe en el reino, y ésta era esencial si quería fortalecer su poder y el
del propio estado. Antes de 1679 se ejercieron algunas presiones para que, poco a poco, las comunidades
hugonotes descendieran en número y en importancia. Se redujo progresivamente el número de templos, se fundo
una “caja de conversiones” para animar a las abjuraciones y se prohibieron las recaudaciones de impuestos hechas
para atender a las necesidades del culto reformado. Entre 1679 y 1685, las posturas se endurecieron y Luis XIV
añadió al Edicto de Nantes toda una serie de variantes que lo vaciaron de contenido. A esa violencia legal se sumó,
por último, la militar imponiendo como un castigo los alojamientos del ejército en lugares de tradicional población
hugonote. Pueblos y ciudades abjuraron en bloque de su religión ante el anuncio de la llegada de los soldados. En
esta situación de debilitamiento protestante Luis XIV firmó el Edicto de Fontainebleau, que revocaba al de Nantes.
A pesar de las conversiones, unos 20.000 hugonotes fieles a su religión buscaron refugio en la Europa protestante.
La revocación produjo malestar entre las potencias reformadas y fue una razón añadida de la hostilidad hacia Luis
XIV.
• Conflictos con los jansenistas: El jansenismo era una sensibilidad religiosa católica que recalcaba el poder total de
la gracia divina en la salvación de los hombres. Esta familia espiritual tuvo su centro en el monasterio de Port-
Royal, al sur de París, y contó con un gran prestigio intelectual y social entre los círculos reformadores católicos.
Sin embargo, la condena que recibió de Roma y el recelo del poder político hacia un grupo con mucho influencia
en el clero y los magistrados de París hicieron que el jansenismo se considerará peligroso. Por ello, Luis XIV lo
reprimió y dispersó a sus seguidores, aunque como corriente de pensamiento duró todo el siglo XVIII
Donde triunfó el genio de Vauban fueron las fortificaciones para la guerra de asedio las cuales son determinantes para
ganar las guerras, que blindó toda la frontera este de Francia. Las murallas medievales se volvieron obsoletas a
principios de la Edad Moderna por el uso de la artillería por lo que hubo que diseñar una nueva fortificación que es el
modelo en estrella que tiene un objetiva, pasar desapercibidas y defenderse en caso de ser desapercibidas, ya no
conviene la altura sino que se excava para construir la fortificación, para ello se levantan unos terraplenes que ocultan
la fortificación, si el enemigo trata de cruzar el terraplén se encontrara con un foso y la forma y el diseño de la muralla
se basa en muros bajos pero muy gruesos con varias líneas, esto da la ventaja a los asediados porque además de ser
una fortificación solida, la forma en estrella tiene puntas en las que se sitúan los cañones. La gran obra Vauban será
usar estas fortalezas para la defensa de Francia construyéndolas desde los Países Bajos hasta el Mediterráneo.
Ninguno de los colaboradores del rey situados en la cima del orden burocrático procedía de la familia real, el alto clero
o la nobleza. Casi todos ellos se habían ennoblecido recientemente y debían su posición y su fortuna al monarca. El
núcleo de gobierno estaba representado por los cuatro secretarios de Estado, ocupados respectivamente de Asuntos
Exteriores, Marina, Guerra y Casa Real, más el inspector general de Finanzas. Dos o tres familias de administradores
leales coparon estos puestos, siendo los más destacados Colbert (Finanzas), los Le Tellier (Marina y Guerra) y los
Phélypeaux.
Los parlaments o cortes soberanas integradas por magistrados que poseían el oficio en propiedad, actuaban como los
tribunales supremos de apelación en sus respectivas provincias. Llevaban a cabo también otras tareas legales y
administrativas. Su función más importante consistía en que ningún edicto real tenía fuerza de ley en esas regiones
hasta que no fuese registrado por el correspondiente parlament. Su durante la Fronda estos organismos se utilizaron
de modo eficaz para bloquear la política real, a partir de una serie de edictos emitidos entre 1667 y 1673, Luis XIV
obligó a estos, bajo estrecha vigilancia de los intendentes, a publicar y registrar sus ordenanzas y declaraciones tan
pronto como las recibieran; solo después de hacerlo podían elevar alguna queja.
Los gobernadores de provincias siguieron siendo los príncipes de sangre y los grandes nobles, pero, tal y como se había
demostrado en la Fronda, el disfrute de cierto grado de autonomía en las provincias podía dirigirse contra la autoridad
del rey. Por esta razón, Luis XIV no volvió a nombrar gobernadores vitalicios. Los cargos se otorgaban por un plazo de
tres años renovables solo si el comportamiento de sus titulares era satisfactorio. Además, estos gobernadores pasaron
la mayor parte del tiempo en la corte “domesticados”, mientras los intendentes, asumieron progresivamente sus
antiguas funciones.
Respecto a los gobierno municipales, el desarrollo del poder de los intendentes aumentó la interferencia en el
gobierno central en los asuntos locales. Con el pretexto de poner en orden los asuntos económicos de los municipios,
con frecuencia endeudados, el intendente se convirtió en el arbitro de la administración municipal. También, durante
los sucesos de la Fronda muchas ciudades se habían constituido en núcleos de agitación, por ello, las oligarquías
urbanas se vieron privadas del derecho a elegir a sus magistrados municipales, siendo nombrados estos en los sucesivo
por el rey, y en muchos casos adquiridos los oficios por compra con el beneplácito de la corona. En muchas ciudades
fronterizas con fortificaciones y guarniciones militares, los cargos municipales se sometieron a una estricta rotación.
Por último, los estados provinciales siguieron existiendo en algunas regiones conocidas como los pays d’états. La
diferencia más importante entre estos y los llamados pays d’elections era que en los primeros, los impuestos solo
podían recaudarse con el consentimiento del “estado”, que eran las asambleas a las que se enviaban representanes
de nobleza, clero y estado llano, mientras que en los segundos el rey no consultaba con ningún organismo para
imponer sus derechos fiscales. En general, estos primeros pagaban menos impuestos que los otros. No obstante,
durante el reinado de Luis XIV los estados provinciales se vieron privados de auténtico poder mediante la intervención
por sobornos y amenazas del rey.
En cuanto a la forma política, Jacobo I intentó implantar el absolutismo en Inglaterra, acostumbrado a un país como
Escocia donde los magnates territoriales ostentaban el verdadero poder y el Parlamento apenas influía. No fue capaz
de ver que en Inglaterra el Parlamento representaba el núcleo central del poder nobiliario. Por un lado, en Inglaterra
no existía un aparato burocrático profesional procedente de la pequeña nobleza: la aristocracia desempeñaba
directamente estas funciones desde la Edad Media. Por otro, no existía un peligro social desde abajo que obligara a
reforzar lazos entre monarquía y nobleza. La nobleza no temía rebeliones campesinas y, en consecuencia, no tenía
interés en crear una máquina coactiva y centralizada en el Estado.
Cuando Jacobo I heredó el trono de Inglaterra, el Parlamento inglés funcionaba según un sistema bicameral: Cámara
de los Lores (nombrada por el rey) y Cámara de los Comunes (elegida por sufragio censitario, en el que solo votaban
los propietarios ricos que pagaban un elevado impuesto). La primera representaba a la alta nobleza conservadora
(peerage) y la segunda a la baja nobleza comercializada (gentry). Aunque no existía una periodicidad prefijada, el
Parlamento se reunía frecuentemente y debía ser consultado en cuestiones fiscales y militares.
Hasta 1612, la actitud de Jacobo I fue moderada. Asesorado por Robert Cecil, respetó la dinámica del Parlamento, que
se limitaba a votar impuestos mientras el déficit financiero heredado de Isabel I crecía. Pero, tras la muerte de Cecil y
bajo la nueva influencia del duque de Buckingham, el rey prescindió de convocar al Parlamento para obtener subsidios
y recurrió a expedientes extraordinarios (enajenaciones del patrimonio real, venta de nuevos títulos nobiliarios y
nuevos monopolios, etc.) Sin embargo, al inicio de la Guerra de los Treinta Años (1618), la situación financiera de la
monarquía era tan precaria que el rey se vio obligado a convocar de nuevo al Parlamento. Así, en 1621 y 1624 obtuvo
subsidios del Parlamento, pero tuvo que rectificar algunas de sus anteriores medidas. Quedó de manifiesto el divorcio
entre Parlamento y Corona en Inglaterra (no así en Irlanda y Escocia, donde logró integrar a las aristocracias locales
en su proyecto).
Carlos I abordó de un modo más consciente la tarea de implantar el absolutismo. Mantuvo a Buckingham como
principal consejero, hasta su asesinato en 1628. Esta primera etapa de su reinado puede calificarse de “crisis
parlamentaria” (1625-1628). En 1625, convocó al Parlamento, que aprobó los derechos arancelarios más importantes
(Tonage y Poundage), pero lo hizo sólo por un año y no con carácter vitalicio como era costumbre al comienzo de cada
reinado. La derrota contra Francia en la guerra de los hugonotes (1625-1628) consumó el desastre financiero y
aumentó la impopularidad del rey. Carlos I convocó al Parlamento en dos ocasiones más (1626 y 1628), pero la
imposibilidad de alcanzar ningún acuerdo le llevó a disolverlo. Entonces decidió asumir poderes extraordinarios,
rompiendo su tradicional equilibrio con el Parlamento. Se impusieron cinco nuevos subsidios sin el consentimiento de
las cámaras, pero los ingresos procedentes de los impuestos no fueron suficientes y la monarquía tuvo que endeudarse
en proporciones insostenibles.
Constatada la imposibilidad definitiva de entendimiento con el Parlamento y muerto Buckingham, Carlos I inicia un
nuevo período conocido como “tiranía” (1628-1640), en el que gobierna prescindiendo absolutamente de las cámaras.
Se apoya en la alta nobleza, excluyendo a la gentry, y sus consejeros principales son el conde de Strafford y el arzobispo
de Canterbury. Strafford puso fin al doble conflicto contra España y Francia y fortaleció la Hacienda estatal recurriendo
a todos los posibles expedientes fiscales extraparlamentarios, como la venta de cargos públicos (que alcanzó el 35%
del total de los ingresos) y el restablecimiento de monopolios reales (vino, sal, etc.) Además, restauró impuestos caídos
en desuso como el Ship Money (que permitía al rey, en caso de guerra, exigir a los condados del litoral un número de
naves o, en su defecto, una suma de dinero), que fue demandado en tres ocasiones, hasta que en 1640 fue denunciado
HISTORIA MODERNA II- EL SIGLO XVII 15
por el Parlamento como ilegal. Mientras tanto, Canterbury hacía frente al puritanismo, movimiento de reformados
ingleses de ideología calvinista y que pretendía implantar en Inglaterra un modelo similar al de la Iglesia presbiteriana
escocesa, que rechazaba la estructura jerárquica, el culto a los santos y cualquier interpretación de la Biblia que no
fuese literal. Del movimiento puritano se escindieron ramas más radicales como la de los congregacionistas
(partidarios de iglesias locales autónomas y enemigos de cualquier injerencia del Estado en materia religiosa) y la de
los bautistas (que rechazaban los bautismos tempranos). Como oposición a los puritanos, apareció entre los obispos
ingleses la corriente arminiana, que criticaba la idea calvinista de predestinación y modificaba la liturgia en un sentido
católico. El intento de Canterbury de imponer el anglicanismo en Escocia provocó el levantamiento de toda la nobleza
escocesa, que al contrario que la inglesa seguía estando militarizada. En 1638, la alta y la baja noblezas escocesas
pusieron en marcha un pacto nacional (Covenant), por el que organizaron un gran ejército dirigido por el general Leslie
y que movilizaba a todo el campesinado. La guerra entre los covenanters y Carlos I (1639-1640) se saldó con la derrota
de este último y su promesa de ratificar todas las decisiones del Parlamento de Edimbugo.
En 1640, el rey se vio obligado a convocar al Parlamento inglés para ratificar el tratado anglo-escocés. El Parlamento
aprovechó para revocar uno a uno todos los avances absolutistas de los Estuardo. Pero entonces estalló la rebelión
católica en Irlanda (1641) y la pugna por conseguir el control del ejército inglés para reprimir a los irlandeses condujo
a la Guerra Civil entre la Corona y el Parlamento. No obstante, ya estaba iniciado el proceso que la historiografía
marxista ha caracterizado como “revolución burguesa” (1640-1660).
El conflicto enfrentó al bando real (apoyado por la mayoría de la Iglesia anglicana, la alta nobleza tanto anglicana como
católica y los condados del noroeste del país) con el bando parlamentario (apoyado por los jefes puritanos, la burguesía
y los artesanos de las ciudades y los condados del sureste del país). El inicio de la guerra se produjo con la constitución
de un comité insurrecto en el propio Parlamento, que sublevó a Londres y obligó a Carlos I a huir en 1642. A
continuación, los rebeldes crearon el Nuevo Ejército Modelo (New Model Army), dirigido por Cromwell y formado por
puritanos fanatizados y bien entrenados. El New Model Army derrotó al ejército real en la crucial batalla de Naseby
(1645). En 1649, el rey fue citado ante los restos del Parlamento (Rump Parliament), versión depurada de la Cámara
de los Comunes, que lo condenó a muerte.
Tras la ejecución de Carlos I en 1649, fue proclamada una república (Commonwealth), cuya soberanía fue enteramente
transferida al Rump Parliament, que ejercía el poder legislativo y elegía al Consejo de Estado, órgano ejecutivo
formado por 41 miembros. Tanto los miembros del Consejo de Estado como los del Rump eran puritanos reconocidos.
Cromwell, que procedía de una familia de terratenientes medianos (gentry) y había jugado un papel crucial en la
Guerra Civil, fue la figura más destacada tanto del Consejo de Estado como del Rump.
La Commonwealth tuvo que hacer frente a las oposiciones de conservadores y radicales en Inglaterra y a los conflictos
abiertos de Irlanda y Escocia. La oposición conservadora, defensora del anglicanismo y de la monarquía legítima, nunca
desapareció de Inglaterra, aunque quedó silenciada durante un tiempo debido a su derrota en la Guerra Civil. Dentro
de las propias filas republicanas, surgió la oposición radical de los levellers, cuyas reivindicaciones (reducción de
impuestos, sufragio universal masculino, tolerancia religiosa y reparto de tierras) fueron difundidas por John Lilburne
y calaron hondo entre los sectores populares del Nuevo Ejército Modelo. Aún más radicales fueron el movimiento de
los diggers (fundado por Gerrard Winstanley y partidario del comunismo primitivo) y el de los cuáqueros (fundado por
George Fox y partidario de una sociedad radicalmente antiautoritaria y antimilitarista). Cromwell reprimió a todos los
grupos radicales.
Los problemas de Irlanda y Escocia persistieron, aunque el Rump contó con representantes de las llamadas “tres
repúblicas” (Inglaterra, Irlanda y Escocia). El mantenimiento de la rebelión irlandesa de 1641 hizo que el Rump enviara
a Irlanda al Nuevo Ejército Modelo encabezado por Cromwell, que aplastó la rebelión con gran crueldad en 1650,
expropiando a los campesinos católicos y convirtiéndolos en aparceros de sus antiguas propiedades. En Escocia, el
Parlamento de Edimburgo había reconocido como rey a Carlos II, hijo del monarca ejecutado. Tras la reducción de
Irlanda, el ejército de Cromwell se dirigió a Escocia, donde derrotó a los ejércitos legitimistas y convirtió a Escocia en
un país ocupado y desprovisto de cualquier institución autónoma (1651).
Tras la ejecución de Carlos I en 1649, fue proclamada una república (Commonwealth), cuya soberanía fue enteramente
transferida al Rump Parliament, que ejercía el poder legislativo y elegía al Consejo de Estado, órgano ejecutivo
formado por 41 miembros. Tanto los miembros del Consejo de Estado como los del Rump eran puritanos reconocidos.
Cromwell, que procedía de una familia de terratenientes medianos (gentry) y había jugado un papel crucial en la
Guerra Civil, fue la figura más destacada tanto del Consejo de Estado como del Rump.
La Commonwealth tuvo que hacer frente a las oposiciones de conservadores y radicales en Inglaterra y a los conflictos
abiertos de Irlanda y Escocia. La oposición conservadora, defensora del anglicanismo y de la monarquía legítima, nunca
desapareció de Inglaterra, aunque quedó silenciada durante un tiempo debido a su derrota en la Guerra Civil. Dentro
de las propias filas republicanas, surgió la oposición radical de los levellers, cuyas reivindicaciones (reducción de
impuestos, sufragio universal masculino, tolerancia religiosa y reparto de tierras) fueron difundidas por John Lilburne
y calaron hondo entre los sectores populares del Nuevo Ejército Modelo. Aún más radicales fueron el movimiento de
los diggers (fundado por Gerrard Winstanley y partidario del comunismo primitivo) y el de los cuáqueros (fundado por
George Fox y partidario de una sociedad radicalmente antiautoritaria y antimilitarista). Cromwell reprimió a todos los
grupos radicales.
Los problemas de Irlanda y Escocia persistieron, aunque el Rump contó con representantes de las llamadas “tres
repúblicas” (Inglaterra, Irlanda y Escocia). El mantenimiento de la rebelión irlandesa de 1641 hizo que el Rump enviara
a Irlanda al Nuevo Ejército Modelo encabezado por Cromwell, que aplastó la rebelión con gran crueldad en 1650,
expropiando a los campesinos católicos y convirtiéndolos en aparceros de sus antiguas propiedades. En Escocia, el
Parlamento de Edimburgo había reconocido como rey a Carlos II, hijo del monarca ejecutado. Tras la reducción de
Irlanda, el ejército de Cromwell se dirigió a Escocia, donde derrotó a los ejércitos legitimistas y convirtió a Escocia en
un país ocupado y desprovisto de cualquier institución autónoma (1651).
Pese a las victorias de Cromwell en Irlanda y Escocia, el creciente protagonismo de los militares hizo surgir fuertes
tensiones entre el Rump y el Nuevo Ejército Modelo. En 1653, Cromwell disolvió por la fuerza el Rump y creó un nuevo
Consejo de Estado de 13 miembros, el cual eligió a un nuevo Parlamento de 70 diputados. El nuevo Parlamento resultó
ser inoperante y se autodisolvió 8 meses después. Entonces, el Consejo de Estado y el Consejo de Oficiales del ejército
confirieron a Cromwell el título de “Lord Protector” de la República de Inglaterra, Irlanda y Escocia.
En 1658, Oliver Cromwell murió dejando como sucesor a su hijo Richard. Este carecía del carisma político y militar de
su padre y se vio obligado a dimitir en 1659. El poder ejecutivo pasó a manos del Consejo de Oficiales, que se vio
obligado a convocar al Rump en varias ocasiones. El clima de anarquía obligó a convocar elecciones parlamentarias en
1660. El Parlamento Convención, con sus dos cámaras (Lores y Comunes), aprobó la restauración monárquica en la
persona de Carlos II. Sin embargo, no se restauró la situación previa a 1642, pues ahora el Parlamento había quedado
claramente reforzado.
En política exterior, la única medida impopular de Carlos II durante la primera etapa de su reinado (1660-1668) fue la
venta de Dunkerque a Francia en 1662. Sus otras dos grandes acciones exteriores fueron aplaudidas y ratificadas por
el Parlamento: la política antiespañola sellada con la alianza matrimonial con Portugal en 1661 (el casamiento de
Carlos II con Catalina de Braganza reportó a la Corona inglesa las colonias de Tánger y Bombay) y el enfrentamiento
con las Provincias Unidas por rivalidades comerciales (segunda guerra anglo-holandesa de 1665-1667).
En la segunda etapa de su reinado (1668-1678), Carlos II se inclinó hacia una política profrancesa y procatólica. Por el
Tratado de Douvres (1670), se comprometió a ayudar a Luis XIV contra Holanda a cambio de una suma de dinero y, en
cláusulas secretas, aceptó trabajar por el restablecimiento del catolicismo en Inglaterra. Iniciada la tercera guerra
anglo-holandesa (1672-1674), el rey emitió una declaración sin consultar con el Parlamento por la que concedía la
libertad de culto a los católicos y a los protestantes disidentes. El Parlamento le obligó a retirarla y decidió la exclusión
de los no-anglicanos de todo cargo público (Test Acts de 1674). Entonces Carlos II decidió disolver el Parlamento luego
de 18 años de reuniones. Durante esta última y dilatada etapa parlamentaria, se habían gestado dos grandes partidos:
los whigs (partido liberal, antiaristocrático y antiabsolutista) y los tories (partido conservador, aristocrático y
absolutista), siendo este último el mayor defensor de la Iglesia anglicana y del ejército.
En 1678, se convocaron elecciones para elegir un nuevo Parlamento, que giraron en torno a la sucesión de Carlos II,
que no tenía heredero directo. La Cámara de los Comunes que salió de estas elecciones fue de mayoría whig y votó la
exclusión sucesoria del duque de York, hermano del rey, de tendencia absolutista. El rey no lo aceptó y volvió a disolver
el Parlamento, pero las nuevas elecciones volvieron a dar mayoría whig a la Cámara de los Comunes. Esta maniobra
se repitió dos veces más, hasta que en 1680 Carlos II disolvió ambas cámaras sine die. Los whigs recurrieron entonces
a la fuerza por medio de complots para cambiar de rey (1683 y 1685), que fueron duramente reprimidos y la mayoría
de sus actores acabaron exiliados en Holanda. Con la coartada de las rebeliones, Carlos II militarizó el gobierno y
gobernó a la manera absolutista sin convocar al Parlamento hasta su muerte en 1685, convirtiéndose al catolicismo
en su lecho de muerte.
3.1.3. Jacobo II
Como los lores no votaron el bill de Exclusión, el duque de York sucede a su hermano sin dificultad y sube al trono con
el nombre de lacobo II. Valiente, leal y patriota, pero egoísta y de pocos alcances, sus torpezas provocarán su caída.
Sin embargo, el reinado empieza bien: aparentando moderación, se hace coronar según el rito anglicano y convoca al
Parlamento, que, al ser casi exclusivamente tory (tras muchas presiones durante las elecciones), le concede todos los
créditos solicitados. La inmensa mayoría de los ingleses se resigna ante la perspectiva de un reinado corto (pues el rey
tiene ya cincuenta y dos años) y de una sucesión protestante en la persona de su hija María, esposa del estatúder de
Holanda.
En octubre, el anuncio de la revocación del edicto de Nantes trastorna a los ingleses, que temen un acuerdo secreto
entre Luis XIV y Jacobo II para terminar con el protestantismo a ambos lados del Canal de la Mancha. Pero el rey,
haciendo caso omiso de los consejos de prudencia que le prodigan el Papa e incluso Luis XIV, cómete nuevas
imprudencias: pide al Parlamento créditos suplementarios, un ejército permanente y la abolición del Test y del Habeas
corpus; a pesar de su lealtad tory, los diputados de los comunes se niegan, Jacobo II no hace caso: reúne 30.000
soldados a las puertas de Londres y nombra funcionarios papistas; al mismo tiempo, fomenta las conversiones al
catolicismo autorizando a los pastores conversos a conservar sus privilegios anglicanos; recibe con grandes honores a
un nuncio del Papa, ante el cual se arrodilla, y autoriza a varias órdenes religiosas a establecerse en Londres. Al poco
tiempo la reina dio a luz a un hijo, Jacobo-Eduardo, que es bautizado por un sacerdote católico y cuyos derechos
priman sobre los de María.
El Bill of Rights (1689) constituyó el nuevo pacto constitucional, que consagró un modelo de monarquía parlamentaria,
muy influido por John Locke. Sentó las bases para la división de poderes entre legislativo (Parlamento) y ejecutivo
(Corona): el rey estaba vinculado siempre por las leyes del Parlamento, el cual debía reunirse al menos una vez al año
para aprobar los impuestos. También estableció la libertad de prensa, la libertad del individuo y el derecho a la
propiedad privada y plasmó el carácter no permanente del ejército.
El nuevo Parlamento aprobó leyes importantes durante el reinado de Guillermo III, como el Toleration Act (libertad de
culto sólo para las confesiones protestantes) y el Settlement Act (regulación de la sucesión al trono, que debería pasar
a la casa de Hannover tras un período de regencia de Ana Estuardo, hija de Jacobo II, y obligatoriedad de que el rey
fuese anglicano a partir de entonces). La Glorious Revolution se muestra como una auténtica revolución de las
estructuras políticas inglesas. La tradición contractualista británica se impuso definitivamente a las tendencias
absolutistas de la monarquía, consolidándose la monarquía limitada. El nuevo pacto ente Corona y Parlamento
reconoció al segundo capacidades limitadoras sobre la primera. Locke planteó por primera vez la teoría de la división
de poderes, cuya formulación definitiva se debe a Montesquieu (mediados del siglo XVIII). En cualquier caso, la
revolución benefició a las élites de la sociedad inglesa, que se sentían damnificadas en los últimos tiempos de la
Restauración, y sentó las bases legales, políticas y económicas para el desarrollo capitalista inglés del siglo XVIII.
La regencia de Ana Estuardo (1702-1714) constituyó un período de intensificación de la presión de Luis XIV sobre
Inglaterra y de sucesión de gobiernos liberales, que tendrían continuidad con los primeros Hannover (Jorge I y Jorge
II). Lo más destacable de esta etapa fue la participación en la Guerra de Sucesión de España (1702-1714) y la unión de
Inglaterra y Escocia bajo el nombre de Gran Bretaña, unificándose sus parlamentos (1707).
Al contrario que la moderna Hacienda de Luis XIV de Francia, la Hacienda de la Restauración de los Estuardo de
Inglaterra (1660-1688) resultaba inestable e ineficaz. No existía una auténtica noción de presupuesto, por lo que cada
gasto estaba asociado a un ingreso concreto y, cuando el ingreso fallaba, el gasto no podía realizarse. La economía del
país se desarrollaba de manera constante (crecimiento de los beneficios agrarios y comerciales y avance del putting-
out system), pero la estructura hacendística no estaba adaptada a las posibilidades fiscales que este panorama
económico ofrecía.
La “revolución financiera”, entendida como el proceso de adaptación de la fiscalidad inglesa a la nueva realidad
económica, se produjo a partir de 1689, como consecuencia de la necesidad de movilizar recursos para la guerra por
medio del crédito (Guerra de los Nueve Años de 1688-1697 y Guerra de Sucesión española de 1702-1714).
Entre 1689 y 1714, el Parlamento inglés aprobó una serie de medidas que conformaban la revolución financiera. Una
de las primeras fue la creación de un organismo público encargado de vigilar las transacciones y la recaudación (Board
of Treasury). El Banco de Inglaterra fue creado en 1694. Las necesidades financieras de las guerras llevaron a Guillermo
III y a Ana Estuardo a emitir con profusión deuda pública, que resultó muy rentable para el Estado al emitirse a largo
plazo e interés bajo. También permitió a los acreedores traspasar sus créditos a terceros, lo que dotó de gran
flexibilidad al sistema. Ahora bien, para que este sistema de endeudamiento funcionase, era imprescindible la
confianza de todos los agentes financieros en la estabilidad de los ingresos estatales para el pago de los intereses de
la deuda. Para ello se establecieron dos impuestos fijos y no asociados a gastos concretos: el land tax (impuesto sobre
3.2. Holanda
La segunda mitad del siglo XVII que, en muchos países europeos, fue testigo de un rápido desarrollo en los campos
social, económico y político, en la República holandesa fue un período de consolidación más que de cambio. Sus
instituciones y su estructura social continuaron siendo prácticamente las mismas que a principios del siglo XVII. Los
grandes estadistas, Jean de Witt y Guillermo III no reorganizaron el sistema político.
Es cierto que, en esta segunda mitad del siglo, se produjeron intensos conflictos políticos, pero estos no tuvieron lugar
entre personalidades rivales, sino dentro de las clases dirigentes más que entre grupos sociales e importantes
principios políticos 1.
Ningún otro estado del Antiguo Régimen se podía comparar con la República holandesa, Países Bajos Unidos y
Holanda. Durante los ochenta años que precedieron a los tratados de Westfalia (1648) se había formado
apresuradamente a base de siete provincias y se disparó después a las alturas de una hegemonía mundial, en las artes,
ciencias, los negocios y la colonización, la diplomacia y la guerra.
Siguió una trayectoria vertical desde su participación en la rebelión de los PP BB (1568-1609) hasta que, en 1648,
España se vio forzada a reconocer de iure su independencia en la Paz de Westfalia. Después de eso, se estabilizó hasta
finales del siglo XVII y después pasó el resto del Antiguo régimen girando en su órbita. Su forma de gobierno iba
directamente contra la tendencia general de la época. En un mundo de monarquías, Holanda era una república.
Rodeada por estados unitarios, ella constituía una federación. Contraria al absolutismo y a la centralización, conservó
su soberanía nacional y autonomía gubernativa local. Su burocracia, gobernada por amateurs, quedó anticuada,
atestada de derechos y libertades que se remontaban a un pasado lejano.
3.2.1. Economía
En economía, por el contrario, estaba más avanzada que cualquier otro estado. Floreció gracias a la iniciativa privada,
no por estímulo estatal como en otros países. En una Europa, donde la agricultura era predominante todavía, la
República holandesa era abrumadoramente comercial. Su población, que vivía en las ciudades, no estaba compuesta
por nobles, cortesanos y campesinos, sino por burgueses comerciantes, banqueros y navieros, y su pueblo no lo
componía una masa de agricultores, sino tenderos, artesanos, marinos y mecánicos.
Frente a las pretensiones del barroco, su arte y arquitectura mostraban la simplicidad de las clases medias. Mientras
otros países se dedicaban a la persecución, Holanda dejaba a la gente vivir conforme a sus creencias; frente a la
uniformidad intelectual, ella fomentaba la diversidad. Mientras Francia y otras naciones eran agresivas, Holanda
adoptaba una actitud defensiva; no podía florecer sin la paz.
Pero también, frente a los restantes estados de Europa, sus dos millones de habitantes no podían competir con los
cinco, diez o veinte de sus rivales, y, mientras estos avanzaban, ella se estancaba. Aún así, a finales del Antiguo
régimen, todavía no la habían aventajado mucho.
La edad dorada de la República holandesa fue el resultado de un milagro económico. La rapidez con que los
holandeses domaron su elemento natural, el mar, asombró al mundo entero. Las gentes de las PP UU más
concretamente, las de Holanda y Zelanda –
1 No resulta difícil explicar esta situación. En 1650, la República holandesa había llegado a un punto en su expansión económica por encima del
cual no podía fácilmente desarrollarse, pero no había conseguido eliminar de su sistema político las inestabilidades y tensiones que habían dado
lugar a peligrosas pugnas.
Cuando se formaron los imperios coloniales, español y portugués, los holandeses, cuyo papel esencial hasta entonces
había sido organizar el intercambio del grano y madera del Báltico y hacer el aprovisionamiento de pescado del Mar
del Norte y el Ártico; la sal, vino y textiles de España y Portugal, incorporaron a su repertorio todas las mercancías
exóticas que se apilaban en los almacenes de Sevilla y Lisboa. Más tarde, durante el levantamiento contra España,
avanzaron hasta el comercio que cubría todos los océanos del mundo. La Compañía Holandesa de las Indias Orientales
fue fundada en 1602 y la de las Indias Occidentales, en 1621.
No había otro pueblo en el mundo que dependiera tanto del comercio ultramarino. Además de ser centro distribuidor
y naviero, la República holandesa era también el núcleo financiero del mundo. Amsterdam, con su Bolsa, Banco de
divisas y Banco de préstamos, se convirtió en la sede de operaciones bancarias, préstamos y seguros; pero los
holandeses llevaron su habilidad e iniciativa a todas partes del mundo.
Este movimiento no era, sin embargo, exclusivamente unidireccional y uno de los secretos de la grandeza holandesa
era su disposición a acoger a refugiados que sufrían persecución racial o religiosa. Amsterdam era un centro
cosmopolita único. Otra vez, después de 1685, Holanda se benefició de la revocación del Edicto de Nantes, lo que
impulsó a miles de hugonotes a trasladarse a la República, nuevo aliciente para la actividad industrial y comercial.
3.2.2. Sociedad
Y eran precisamente el comercio y quienes se dedicaban a él los que dieron un sello especial a la sociedad holandesa.
Algunas provincias, como Friesland, Gröningen u Overijssel pueden haber conservado un modo de vida cuasi señorial;
pero la provincia de Holanda – que proporcionaba más de la mitad de los ingresos y era completamente responsable
de la grandeza económica, intelectual y artística del país – era urbana. No se podía encontrar en Europa un lugar con
tanta concentración urbana. Y, en contraste con los demás estados europeos, Holanda estaba dominada por la
burguesía.
La vida en Rotterdam y en otras ciudades de las PP UU estaba dominada por una élite de hombres de negocios, cuyos
orígenes sociales se remontan a la Edad media; había aprovechado las oportunidades que se le ofrecieron con el
levantamiento del país para hacerse con el poder político en las corporaciones municipales y en los Estados Generales
de la República misma.
A finales del siglo XVII, se estaba convirtiendo rápidamente en una oligarquía cerrada. Estos hombres, conocidos como
los regentes, monopolizaban los puestos en los consejos, en la administración de los bancos y las Compañías
comerciales y estaban convirtiendo, poco a poco, sus cargos públicos en propiedad privada hereditaria. Al mismo
tiempo, comenzaban a retirar su capital del comercio activo y se hacían rentistas, para poder dedicar su tiempo a la
política y la administración. A esta clase de hombres pertenecen los funcionarios públicos del gobierno y también
permanecieron en la magistratura durante el resto del Antiguo Régimen.
Por debajo del nivel de las familias regentes, la sociedad holandesa se extendía en una pirámide de clases como la que
se encontraba en la mayoría de los centros industriales y comerciales. Inmediatamente después de este círculo y fuera
de él vivían los que Temple llamaba comerciantes y mercaderes, dedicados exclusivamente a los negocios y que no
estaban descontentos por su escasa participación en el gobierno, pues sólo deseaban seguridad para sus pertenencias.
Descendiendo en la escala social, encontramos al grueso de los burgueses de clase media y baja clase media, que no
tenían ninguna esperanza, a diferencia de los anteriores, de entrar en la clase regente. Estos comerciantes e
industriales medianos, abogados y administradores, predicadores y doctores, artesanos y tenderos, patrones de barco
y granjeros, ya no tenían ninguna fuerza política.
3.2.3. Religión
Los conflictos, entre las familias regentes, por una parte, y las clases media y baja, por otra, se hacían más agudos,
frecuentemente por el acicate religioso. Aunque la rebelión de los PP BB había traído consigo una victoria protestante,
la sociedad holandesa estaba muy lejos de la uniformidad teológica.
En primer lugar, un poco más de la mitad de la población seguía siendo católica y un 40% seguía siéndolo a fines del
siglo XVIII. En teoría no tenían libertad de culto, pero sí en la práctica, debido a la actitud tolerante de los regentes.
Así pues, la rebelión contra España no fue una empresa exclusivamente protestante, ni mucho menos calvinista, y,
aunque los calvinistas se habían destacado por su ardor combativo, antiespañol, constituían nada más que un
movimiento de minorías que se habían adherido tenazmente a los regentes de las provincias norteñas, mucho más
moderados.
Las simpatías de estos últimos estaban más con el humanismo de Erasmo. En el siglo XVII, coexistían, pues, dos tipos
de calvinismo: el moderado, al que daban su apoyo los regentes; y el militante, que predominaba entre las clases
media y baja.
En 1619, se estableció como predominante la línea del calvinismo militante. De este modo, se daba una situación
paradójica, pues la Iglesia reformada, basada en un calvinismo estricto, se convirtió en la iglesia oficial de un estado
todavía controlado por los moderados 2.
La paz interna hubiera sido imposible si la clase dirigente no hubiera sofocado el ardor combativo de los militantes o
predikants, y el hecho de que todos los otros grupos religiosos pidiesen a los regentes protección contra esto fue un
factor importante en la situación política a lo largo del Antiguo Régimen.
3.2.4. Gobierno
En cuanto al gobierno, la soberanía en las PP UU radicaba en sus componentes; es decir, las siete provincias de
Holanda, Zelanda, Utrecht, Friesland, Gerderland, Gröningen y Overijssel. En cada una de estas, el poder se confería a
los Estados, que tenían composición diversa y que, a diferencia de las instituciones representativas del resto de
Europa, daban, en general, una influencia abrumadora, a los delegados de las ciudades. De este modo, en la práctica,
el poder lo ejercían las ciudades.
Las ciudades eran regidas por corportaciones de entre 20 y 40 miembros que formaban pequeñas oligarquías
independientes, cuyos miembros lo eran de por vida.
En modo análogo, los Estados provinciales controlaban a la República en su totalidad, a través de su calidad de
miembros de la institución principal del país, los Estados Generales, que se reunían dirariamente en La Haya. Estos
controlaban la política exterior y la defensa y recaudaban los impuestos precisos para financiar tales actividades. Aquí
2 En efecto, el estado estaba en manos moderadas que se negaban a permitir que la iglesia reformada impusiera sus puntos de vista al resto de
la comunidad. Desde luego, el calvinismo contribuyó a modelar el carácter holandés, pero fue un calvinismo moderado, no el fanático, el que
ejerció su influencia sobre los dirigentes de la vida del país, en política, filosofía, ciencia y arte, Y no se puede tomar la historia de Holanda como
un ejemplo para demostrar que el calvinismo fue la ideología del capitalismo. En Holanda, los capitalistas eran moderados; el calvinismo militante
arraigó en las masas.
Así pues, todo el proceso político holandés hubiera resultado más irregular de lo que fue si no hubiera habido dos
funcionarios que construyeron algo parecido a un sistema político de dos partidos:
§ El stadholder, lo más cercano a un rey que tuvieron los holandese durante el Antiguo régimen.
El poder del consejero estipendiario provenía de la fuerza y riqueza de la provincia de Holanda, que hacía la mayor
contribución a la mancomunidad en ingresos materiales y humanos. El hecho de que Holanda cargara con los gastos,
le permitía llevar la batuta, en materia de gobierno.
El stadholder era un vicerrey del duque en cada provincia. Desde el levantamiento, los príncipes de Orange habían
sido frecuentemente stadholders en las cinco provincias de Holanda, Zelanda, Utrecht, Overijssel y Gerderland;
mientras que la rama Nassau de la familia lo había sido en las otras dos, Friesland y Gröningen.
Además, los caros de capitán general y almirante en jefe – es decir, el dominio de las fuerzas armadas – lo daban
normalmente los Estados Generales a los príncipes de Orange, quienes podían, así, ejercer una poderosa influencia en
la política holandesa. Su fuerza se basaba en sus posesiones, dentro y fuera de los PP BB, incluido Orange, al sur de
Francia, donde eran príncipes soberanos. Y, en cuanto a riqueza y prestigio, estaban por encima de muchos príncipes
alemanes, sin mencionar a los capitalistas de Amsterdam 3.
§ Los regentes, con sus miras puestas en el mar, estaban a favor de la paz, porque esta favorecía el comercio y hacía
que los impuestos se mantuvieran bajos. Pero, si había que ir a la guerra, ponían su fe y su dinero en la Armada y
no en el ejército.
§ Al extremo opuesto, el partido Orange, preocupado por la tierra, quería un ejército para defenderse de los ataques
de España, en la primera mitad del siglo, y de los de Francia, en la segunda. Además, tenían que pensar en el
Principado de Orange y todas las restantes propiedades fuera de Holanda, y, durante la guerra civil inglesa,
intervinieron a favor de sus parientes, los Estuardo.
Esto preocupaba a los regentes de Amsterdam, obsesionados por el temor de que los orangistas utilizaran el ejército
para acabar con las libertades provinciales, conservadas celosamente desde la Edad media; instauraran una monarquía
moderna; se dedicaran a atender los intereses de la monarquía con preferencia a los de la nación y malgastaran los
ingresos procedentes del comercio, en inútiles ataques al exterior.
3Guillermo III, por ejemplo, era biznieto de Enrique IV de Francia; era también nieto de Carlos I de Inglaterra y , mientras su tía desposó con el
gran elector de Prusia-Brandeburgo, él mismo llegó a ser rey de Inglaterra, en 1688.
El año crítico fue 1650, cuando Guillermo II encerró a seis líderes del partido Loevenstein 5 (incluido el padre de Johan
de Witt), en el castillo del mismo nombre y trató de tomar Amsterdam por la fuerza. Sin embargo, la tentativa falló y
murió a finales de año, fecha que marca el comienzo de la libertad, libertad que duró desde 1650 a 1672 6.
El año de 1672 fue otro año de crisis que trajo consigo un nuevo viraje de la política. El partido Orange tomó posesión
del poder y gobernó Holanda durante casi todo el resto del siglo.
§ En primer lugar, existía una lucha dentro de la clase regente, entre los que estaban arriba y los que quedaban
fuera del poder.
§ En segundo lugar, se encontraba el antagonismo entre las provincias marítimas (Holanda y Zelanda por una
parte), y las provincias de tierra adentro, por otra:
§ La rivalidad entre el campo y la ciudad también jugaba su papel, así como entre el comercio y la agricultura, la
burguesía y la nobleza, el ejército y la armada.
Estas disensiones provocaron disputas acerca de la política económica a seguir, así como de la política exterior y planes
para la defensa.
§ En tercer lugar, y, coincidiendo con las ya citadas, estaba la división entre la provincia dominante (Holanda) y
todas las demás, que envidiaban su riqueza y no estaban de acuerdo con su preponderancia.
§ Y, en cuarto lugar, se encontraba la rivalidad entre la clase regente y las clases media y baja. Una crisis económica
que originara bancarrotas, desempleo y hambre (como la acaecida en la guerra anglo-holandesa de 1652-1654)
bastaba para atizar el resentimiento de las masas contra la oligarquía patricia.
La alianza entre el príncipe y el pueblo en contra de la oligarquía fue siempre muy estrecha. En tiempos de peligro, la
masa recurriía a la necesidad de la figura del líder. Además, la simpatía entre este y el pueblo estaba fortalecida por
los sentimientos religiosos que nacieron de la rivalidad entre la Iglesia y el Estado; ya que los fanáticos seguidores de
la iglesia reformada holandesa – provenientes de la clase media y baja – se oponían a los regentes, que no les permitían
convertir Holanda en una teocracia, ni eliminar a los disidentes protestantes o católicos, ni acometer una cruzada
contra España. Los orangistas supieron aprovecharse de este odio religioso, pues sus enemigos eran los mismos: los
regentes y los españoles.
Este entramado de intereses encontrados mantuvo la estructura política holandesa unida, impidiendo las
desavenencias entre Orange y Amsterdam partieran la nación en dos bloques antagónicos.
4Los orangistas encerraron a los dirigentes de Amsterdam en el castillo de Loevestein, ejecutaron al consejero y, en 1621, reanudaron la lucha
contra España, al entrar en la Guerra de los Treinta Años.
6 Años en los que los lovensteiners gobernaron la República bajo el liderazgo del nuevo consejero estipendiario, Johan de Witt.
Este período constituyó una pausa entre la decadencia de España y la preponderancia francesa, cuando Alemania
estaba exhausta, a causa de la Guerra de los Treinta Años, y Francia, Inglaterra y España estaban paralizadas en sus
respectivas guerras civiles. Fue una tregua momentánea durante la cual las naciones modestas como Holanda,
Dinamarca, Inglaterra y Suecia se enzarzaron en pequeñas disputas comerciales, antes de verse envueltas en la
posterior conflagración entre Luis XIV y el resto de Europa.
Entre 1658 y 1660, luchó con éxito contra Suecia, a favor de Dinamarca, y ayudó a impedir el dominio sueco sobre el
Báltico y, sobre todo, impidió que Suecia se hiciera con las dos orillas del Sund, lugar de entrada al Báltico, que era la
base de todo su auge económico.
Las tres guerras sostenidas con la cada vez más agresiva Inglaterra (1652-1654, 1665-1667 y 1672-1674) fueron
también debidas principalmente a causas económicas por las Actas de Navegación inglesas de 1657 y 1660 y la codicia
británica en el dominio de los mares.
Del mismo modo, la agresión francesa de 1672 estaba respaldada por intereses económicos así como por el deseo de
Luis XIV de una mayor gloria. Tal agresión iba de acuerdo con las medidas proteccionistas de Colbert de 1667 y su afán
por hacer saltar la libre iniciativa holandesa, su habilidad comercial, su capital y su tráfico marítimo que tanto
perjudicaba a la economía francesa.
Durante estos peligrosos años en que la actividad diplomática holandesa jugó por última vez un papel estelar en el
mundo, los PP BB unidos estuvieron gobernados por regentes de Holanda, bajo el liderazgo del consejero estipendiario
Johan de Witt. Durante el período de reacción antiorangista, a la muerte de Guillermo II, de Witt y sus partidarios
guiaron a la República hacia un feudalismo más acentuado.
En 1651, se otorgaron a las provincias mayores poderes sobre las unidades militares a su cargo, con lo que resultó que
las fuerzas militares casi se fraccionaron en siete ejércitos separados. Se pretendía con ello que los privilegios de los
regentes estuviesen a ssalco de los ataques de algún futuro estatúder. De acuerdo con el mismo modo de pensar, los
ayuntamientos votaron para nombrar ellos mismos a sus funcionarios, sin interferencias de ningún intruso, es decir,
del estatúder.
Hubo un nuevo golpe para la familia Orange, cuando, en 1654, los Estados de Holanda pasaron el decreto de retiro,
declarando que ningún príncipe Orange podía ser nombrado estatúder o capitán general. Las otras provincias
protestaron, pero Oliver Cronwell insistió y esto se convirtió en el único camino que le quedaba a De Witt para finalizar
la guerra angloholandesa de 1652-1654.
Con la Restauración de los Estuardo en Inglaterra (1660), Holanda pudo revocar el decreto. En 1667, los Estados, por
medio del edicto perpetuo, abolieron el cargo de estatúder en la provincia y declararon que este cargo de cualquier
otra provincia era incompatible con el puesto de general en jefe de la Unión. Finalmente, las otras provincias aceptaron
este último punto en el Acta de concordia (1670) y Guillermo fue admitido en el Consejo de Estado.
Por entonces, la situación se iba haciendo adversa para De Witt, tanto en el interior como en el exterior. En la
República, se estaba gestando una formidable oposición al poder del partido Loevenstein 7.
7 Se alineaban contra ellos las provincias del interior y la nobleza proorangista, las clases media y baja (especialmente durante las crisis
económicas causadas por las guerras angloholandesas), los calvinistas exaltados (a quienes los regentes impedían perseguir a otras
confesiones religiosas), los marginados del poder, pertenecientes a familias regentes (que pensaban que tendrían una oportunidad de entrar
en la administración en el caso de una restauración de la casa de Orange, y todos aquellos, finalmente, que veían que De Witt estaba poniendo
en peligro la seguridad externa de la República.
La Revolución de 1672
La invasión de las PP UU por Luis XIV hizo que estas – Holanda y Zelanda – se olvidasen del Edicto Perpetuo y
nombrasen a Guillermo estatúder. En La Haya, los Estados Generales lo nombraron general en jefe del ejército como
consejero estipendiario y, posteriormente, De Witt fue asesinado. El suceso fue una venganza trágica contra el hombre
que había dirigido la República en el período de mayor esplendor económico, intelectual y artístico.
Entretanto, a Guillermo III le quedaba la tarea urgente de acabar con el aislamiento diplomático de la República,
asegurar la derrota de Luis XIV, forzar al enemigo a evacuar territorio holandés e imponer su control sobre el relajado
sistema de gobierno holandés.
El fin del período anterior se ha llamado, a veces, la revolución de 1672, pero la acepción de la palabra revolución no
es del todo aplicable a este caso. Guillermo ascendió al poder a través de un proceso perfectamente legal y no efectuó
cambios básicos en los métodos de gobierno: el dominio de los regentes continuó como hasta entonces.
La verdadera innovación en los treinta años de Guillermo, en el cargo de estatúder, fue el apaciguamiento de las
disensiones políticas internas del país y de los métodos de arreglar las diferencias surgidas entre los grupos rivales.
Por un lado, la política exterior de Guillermo aminoró el conflicto exterior existente entre Orange y Amsterdam, con
su preparación a largo plazo de la coalición defensiva europea contra Luis XIV y con su triunfo definitivo al convencer
a los regentes de que aquella era beneficiosa para el comercio y para el protestantismo, así como para toda la totalidad
de las PP UU.
Por otro lado, Guillermo no tenía ninguna intención de dirigir al gobierno holandés por los caminos de la democracia
y, naturalmente, los regentes estaban de total acuerdo. Los Estados de Holanda pidieron a Guillermo un cambio de
gobierno y los cambios que éste hizo distan mucho de ser revolucionarios 8.
Cuando las tropas francesas evacuaron las provincias de Utrecht, Gederland y Overijssel, y estas pidieron su reingreso
en la Unión (1673-1674), Guillermo les hizo dar su conformidad a una regulación gubernamental que le daba el control
de los principales nombramientos de los concejos municipales y los Estados.
En estos mismos años, Holanda y Zelanda convirtieron la dignidad de estatúder en hereditaria (1674) y la asamblea
general de Estados hizo lo propio con los cargos supremos del ejército (1675). En resumen, la oligarquía regente
todavía dominaba la República pero en provecho de los Orange, no contra ellos.
Guillermo nombró un noble en cada provincia, para asegurarse su influencia, y estos, por su parte, tenían un
representante en cada ciudad.
Sin embargo, la influencia no era todopoderosa; una vez que los franceses abandonaron territorio holandés, los
regentes perdieron interés en la guerra y no participaban de los puntos de vista de Guillermo sobre la necesidad de
una alianza con la Gran Bretaña, el Imperio y otros estados, para frenar a Luis XIV dondequiera que atacase, no
solamente cuando invadiera Holanda.
8Familias proorangistas ocuparon puestos antes en manos de los proloevenstein, unos reemplazaron a otros, pero no había ninguna diferencia
social entre ellos.
En 1688, los regentes votaron a favor del empleo del ejército y la armadaa para lograr la gloriosa revolución inglesa y,
gracias a las dos guerras antifrancesas: la guerra de la Liga de Augsburgo (1688-1697) y la Guerra de Sucesión española
(1702-1713) se produjo una estrecha colaboración entre el estatúder y los regentes.
De 1689 en adelante, Guillermo se concentró en su papel de rey de Inglaterra y los asuntos holandeses fueron
manejados por Anthoine Heinsius, que llegó a ser consejero estipendiario de Holanda en el mismo año.
Década de 1690-1700
Durante la década 1690-1700, Guillermo perdió las riendas de la política holandesa. Cuando murió, en 1702, sin
descendencia, su heredero era un miembro de la rama familiar de los Nassau, que habían sido tradicionalmente
estatúders de Friesland y Gröningen. Los regentes se negaron a nombrarle estatúder y, de este modo, comenzó un
nuevo período de interregno, en 1702. Duró hasta 1747, en que finalizó debido a una nueva invasión francesa, al igual
que en 1672.
Entre Guillermo y Heinsius las Provincias Unidas consiguieron situarse a la cabeza de Europa. El hecho de que las tres
grandes conferencias de paz de la época tuvieran lugar en territorio holandés (Nimega (1678), Rijswijk (1697) y Utrecht
(1713) es una prueba de que la República jugó un papel destacado en la diplomacia y la guerra mundiales.
Pero ya había pasado su cénit y ya en el siglo XVIII no se la podía considerar como una gran potencia. En la Guerra de
Sucesión española, solamente pudo cumplir uno de sus dos objetivos principales: la conservación de los PP BB
meridionales como una barrera entre ella y Francia, gracias al apoyo de Inglaterra, en el tratado de barrera de 1715,
pero fue también Inglaterra quien le hizo fracasar en su segundo objetivo: la salvaguardia de su preponderancia
comercial en el Imperio español. Cierto que este comercio se mantuvo fuera del alcance francés, como deseaba, pero
fueron los británicos y no los holandeses quienes recibieron Menorca y Gibraltar y el dominio del Mediterráneo
juntamente con el navío de permiso y el asiento de negros y el monopolio del Atlántico.
Los españoles tenían ya hacia 1640 clara noción de su decadencia. El golpe moral fue muy fuerte porque venía
precedido de una etapa de optimismo exagerado. Los ideales de España habían sido aireados de un modo especial
durante la época del barroco, se les consideraba eternos e indiscutibles. España defendía la causa de Dios, del bien y
de la justicia, de modo que la derrota era impensable.
Sin embargo, la realidad, una realidad brutal se impuso. España no sólo perdió batallas, sino que perdió la guerra. La
derrota ante las fuerzas enemigas y la desintegración interior la dejaron convertida en potencia de segundo orden.
Se produce, en definitiva, una crisis de la conciencia española. Por eso, la decadencia de España entraña facetas muy
especiales y no se la puede analizar como un simple fenómeno de mecánica histórica.
§ Se manifiesta por una derrota militar, es decir, la incapacidad por mantener la integridad del Imperio, frente
al empuje exterior.
§ Por un fenómeno demográfico, la despoblación de su territorio.
§ Por un fenómeno económico, la ruina del país y la paralización de sus actividades.
§ Por un fenómeno administrativo, la corrupción del funcionariado y la incapacidad del Estado para cumplir
ordenadamente su cometido.
§ Pero también por un fenómeno moral, la pérdida de la fe en los ideales. Y este hecho es el más grave porque
imposibilita que España pueda encontrarse a sí misma (Palacio Atard).
CRISIS DEMOGRÁFICA
Uno de los hechos más claros en la España del siglo XVII es la disminución de su censo demográfico. El propio Olivares
verá en este fenómeno la causa principal de la decadencia del país.
§ Para Hamilton, el declive fue muy grande en la primera mitad del siglo, con una reducción aproximada del 25%
de la población en tan solo 50 años. En la segunda mitad, el descenso continuó, aunque en rampa más suave.
Al final de la centuria, los reinos españoles no pasarían de los seis millones de habitantes.
§ Para Domínguez Ortiz, el descenso no fue tan drástico y la población española pasaría de 8 a 7 millones de
habitantes.
§ Para Ruiz Almansa, más que despoblación lo que hay es una disminución de la población útil, es decir,
trabajadora, con un aumento de hidalgos, pícaros, pedigüeños y la servidumbre de las grandes casas.
§ Finalmente, el historiador Reglá cree que el descenso que se opera de 8 a 7 millones se debe
fundamentalmente a que disminuye la población campesina a costa de la ciudadana. La ciudad constituye un
elemento atractivo para el campesino, molesto por las exacciones de los señores. Y el descenso es más acusado
en el interior. Las regiones castellanas se despueblan en beneficio de la periferia.
En cuanto a las causas de la despoblación, es preciso tener en cuenta no uno sino una multitud de factores. El índice
de natalidad se aproxima al 38 por mil y el de mortalidad al 37 por mil. Esta ligera diferencia de un uno por mil a lo
largo de todo el siglo debería ser suficiente para incrementar la población española en más de un millón y medio de
habitantes. Pero lo que ocurre en el siglo XVII es todo lo contrario. La población disminuye sin ningún género de dudas.
¿Cómo se puede explicar esta contradicción? Fundamentalmente, teniendo en cuenta dos circunstancias:
Ø Que, aunque la pendiente de la curva demográfica es casi siempre positiva, de cuando en cuando, cae en
vertical, de suerte que la población pierde, en unos meses, todo lo ganado, tal vez, en una generación entera.
Estas catástrofes repentinas corresponden por lo general a las pestes y, en menor grado, a las terribles
hambres, que padeció el siglo.
HISTORIA MODERNA II- EL SIGLO XVII 29
Ø La otra circunstancia es que muchas de las personas que nacen en España mueren fuera de ella y no existe
constancia documental de su defunción. En este capítulo entrarían las expulsiones, la emigración y las muertes
en guerra.
Hoy día se sabe que la causa de la despoblación de España en el siglo XVII radica en las epidemias. Hubo tres grandes
pestes, que Domínguez Ortiz llama las tres ofensivas de la muerte: en 1599-1602; 1648-1651 y 1677-1683, bien
entendido que no son las únicas. Cada una de ellas provocaría un millón de víctimas por lo menos. La más mortífera
precisamente fue la de mediados del siglo que apareció por Cartagena y abandonó la Península por Cataluña, después
de haber dado la vuelta a casi toda España. En total, no parece exagerado admitir que en el siglo XVII murieron, de
hambre y peste, de millón y medio a dos millones de españoles.
En cuanto a las muertes fuera de España, tenemos que tener en cuenta primero la expulsión de los moriscos, que
afectó a 350 000 ó 375 000 personas, con el agravante de que se trataba en su mayoría de miembros de la población
activa. A ello hay que añadir la emigración a América que, en el siglo XVII, fue unas tres veces más intensa que en la
centuria anterior. Tendríamos unos 400 000 emigrantes a lo largo del siglo; por regla general, perdonas que buscaban
trabajo y, por tanto, población útil.
Y, por último, hay que contar a los españoles muertos en las campañas en el extranjero, muertos en las largas marchas
y en los asedios. Domínguez Ortiz calcula que de los soldados movilizados en el siglo XVII no regresaron unos 250 000.
El saldo definitivo arrojaría una cifra negativa superior al millón y medio o quizá dos millones. Parece, pues, que hacia
1700 la población española estaba bastante próxima a los 7 millones de habitantes.
LA RUINA ECONÓMICA
En realidad, España había sido siempre un país pobre y sin gran tradición industrial o capitalista. Es cierto que la
posesión de América aseguró la llegada de grandes sumas de metal precioso que sirvieron de remedio artificial a una
economía mal articulada; pero al mismo tiempo, la llegada de dinero había tenido muchas contrapartidas:
En tales condiciones, no es fácil precisar si la España del siglo XVI fue rica o pobre; todo depende, en buena medida,
de lo que entendamos por riqueza o pobreza, pero la del siglo XVII fue pobre a todas luces.
Ø El factor más visible, aunque no el único fue la RECESIÓN DE LAS REMESAS DE PLATA AMERICANA.
Efectivamente, apenas comienza el siglo, comienzan a disminuir lentamente y con fluctuaciones, pero, a partir
de 1630, el descenso se hace brutal y la curva tiende a suavizarse sólo a partir de 1660. En 1660, sólo llega un
15% de lo que hasta entonces se había considerado normal. Y en 1700, sólo entraba un 10%.
A lo largo del siglo XVII, pues, la plata se fue reduciendo hasta la décima parte de la que entraba a finales del
siglo anterior. Y recordemos que los años del descenso más violento son los que coinciden con aquellos en que
la Monarquía Católica se juega su destino en Europa.
Sea como fuere, lo cierto es que el resultado, a sus efectos en la Península, fue el mismo:
o La agrícola por la concentración de la propiedad en pocas manos, por el absentismo de los colonos y por
las malas cosechas (enfriamiento climático).
o La industrial, por la deserción de la burguesía, la rigidez gremial, la falta de capitales para la inversión, los
fuertes impuestos y la escasa demanda motivada por la baja capacidad adquisitiva de la mayor parte de
los españoles.
La recesión general, la falta de metal precioso y la debilidad de la demanda dieron lugar a una economía
paralizada, carente de nervio y de iniciativa, reducida a movimientos mínimos. Hacia 1685, la curva de la
decadencia española toca fondo, porque ya no puede descender más; pero, a partir de entonces, iniciará
lentamente la recuperación.
Ø La DERROTA MILITAR. Uno de los rasgos más espectaculares de la decadencia española es la incapacidad de
la Monarquía Católica por seguir sosteniendo su Imperio y el papel hegemónico entre las potencias europeas.
De todas formas, es preciso apearse de la idea de que el siglo XVI es la época de las victorias y en el XVII no
hay más que derrotas. Triunfos como los de Breda o Nördlingen son tan completos como los mejores de
nuestra historia.
La fase central del siglo es todavía de equilibrio y alternan las victorias con las derrotas si bien se aprecia ya la
incapacidad militar de España por mantener su nivel de antes. Y el último tercio del siglo es derrotista hasta la
saciedad. Los ejércitos hispanos pierden sistemáticamente todas las acciones.
Ø El ANQUILOSAMIENTO ADMINISTRATIVO. Ya desde comienzos del siglo XVII se aprecia una cierta incapacidad
del Estado para hacer frente a sus obligaciones. Consecuencia de esta incapacidad es la lentitud en la
resolución de los asuntos, el abandono en el que quedan muchos problemas, la falta de control, y la corrupción
administrativa. Sin embargo, hay casos de auténtica honradez administrativa. El Conde Duque consiguió
rodearse de administradores honestos y, a pesar de ello, no consiguió dar a la maquinaria del Estado la agilidad
y eficacia que urgentemente necesitaba; por lo tanto, es mejor hablar de anquilosamiento que de corrupción,
sin que esta última, normalmente, dejase de ser uno de los factores de ese anquilosamiento.
El sistema administrativo de los Austrias menores seguía basándose en el régimen polisinodial, es decir, en
múltiples Consejos que asesoran al monarca sobre temas especializados. El entrecruce de los Consejos
ministeriales y los Consejos territoriales da al sistema una enorme solidez, aunque complica y alarga los
trámites.
El siglo XVII es, por otra parte, una época de robustecimiento teórico del poder central y la Monarquía se arroga
cada vez más funciones y atribuciones. Con ello se produce un verdadero atasco de poder. Las riendas de ese
poder, precisamente por ser muchas, se le escapan. Los monarcas de la Casa de Austria recurrieron a validos.
Ø La QUIEBRA DE LOS IDEALES. Queda, por último, un factor de decadencia que no puede concretarse fácilmente
en hechos y menos en cifras.
La quiebra de los ideales en la España del siglo XVII puede deberse lo mismo a un cambio de mentalidad
colectiva que al impulso de los acontecimientos. Hoy por hoy, el proceso evolutivo de aquella centuria no está
lo suficientemente estudiado, pero parece claro que tras la generación de 1635 se pasa a otra derrotista y
escéptica, pesimista, a la que las ideas de la política oficial ya no le dicen absolutamente nada.
Hay que tener en cuenta, para comprender este vuelco de opinión, la soberbia unidad moral de la España del
Siglo de Oro y la seguridad enfática del español en su destino y en los ideales que defendía. El agotamiento irá
haciendo mella, poco a poco, en el ánimo de muchos. A ello hay que añadir el descontento contra las exigencias
fiscales o ante una administración corrompida y cada vez más ineficaz. Y, por último, la fe en el triunfo se
deshizo ante una serie creciente e irremediable de derrotas.
Todo contribuyó a romper aquella unidad entre Estado y pueblo, entre los ideales proclamados y los ideales
compartidos. Y llegó un momento en que los españoles dejaron de creer que todo lo que estaban haciendo
merecía la pena. Primero aparecieron las críticas y luego el desengaño y el escepticismo pueden hacernos
comprender muchas cosas, desde la deserción de las tropas a partir de 1660 – inconcebible una generación
antes –, hasta el abandono de un funcionariado que ya no tiene interés en servir fielmente a un Estado con el
que en absoluto se identifica.
Por esta razón y, aunque no sea posible demostrarlo con hechos concretos no es infundado suponer que la
decadencia moral tuvo unas repercusiones históricas tan grandes y, si cabe, mayores que la decadencia
material.
Los españoles no dejan de creer en Dios, ni dejaron de creer que los valores por los que habían luchado eran
nobles y elevados. Lo que cambia es la actitud.
Más tarde, ya en época de Carlos II, empieza a suscitarse una acción positiva, aunque de signo contrario a la
sustentada dos generaciones antes: en vez de idealismo, realismo; en lugar de sueños de grandeza, sentido
práctico.
A la edad de 18 años, Carlos II se casó en primeras nupcias con María Luisa de Orleans, hija del Duque Felipe de Orleans,
hermano de Luis XIV y de Enriqueta Ana de Inglaterra. Diez años más tarde murió la reina y en 1690 tuvo lugar el
segundo matrimonio del monarca con Mariana de Neoburgo, hija del elector Felipe Guillermo del Palatinado, Duque
de Neoburgo. Carlos II no tuvo descendencia con ninguna de sus dos mujeres, dando lugar al problema sucesorio que
trajo como consecuencia el final de la dinastía de los Austrias españoles.
Pero ni el ideario político de Juan José de Austria era innovador, ni el confesor de la reina carecía de proyectos, ya que,
en sus planes de gobierno figuraba:
Este programa, sin embargo, resultaba inviable, en parte porque la guerra con Francia exigía el concurso de los
asentistas para proporcionar el caudal necesario que necesitaba el ejército de Flandes.
La firma de la paz con Francia y Portugal, en 1668, suscitó en el pueblo la creencia de que la Corona procedería en
breve a rebajar las cargas fiscales.
La actitud amenazadora, en los alrededores de Madrid, del ejército acaudillado por Juan José de Austria y reclutado
en Cataluña y Aragón con el descontento de una parte de la nobleza y del clero, (a la primera se le exige un donativo
voluntario después de haber servido el año anterior con otro de carácter forzoso, y al segundo se le grava con el
impuesto de millones, del que hasta entonces había estado exento) obligaron a Mariana de Austria a cesar al valido,
ordenando su destierro. No que Juan José de Austria no consigue es acceder al gobierno de la Monarquía, pues se le
nombra Vicario General de la Corona de Aragón, debiendo desplazarse a Zaragoza donde residirá hasta 1677.
REFORMISMO ECONÓMICO
La caída de Nithard no supuso, no obstante, cambios radicales en el gobierno de la Monarquía. El deseo de la regente
y de la Junta de Gobierno de congraciarse con las ciudades castellanas queda de manifiesto con la creación de una
Junta de Alivios (1669) encargada de debatir, entre otras cuestiones, las propuestas de las ciudades y de los arbitristas
en orden a rebajar la presión fiscal. Esto explica, en parte, la cooperación que la Corona encontró en las oligarquías
urbanas durante la mayor parte del reinado, a pesar de que no fueran convocadas en Cortes.
Entre 1670 y 1676, el alza espectacular de los precios, la guerra con Francia y el freno a las reformas fiscales, junto con
la privanza de Fernando Valenzuela, en detrimento de la aristocracia, van creando un malestar creciente en Castilla.
En los años 1675-1676, se desencadena, asimismo, un conflicto foral entre Aragón y Madrid a causa de la negativa de
los ministros a convocar Cortes y a que se desplazara el monarca para jurar los fueros. Y en 1676, la aristocracia
cortesana, que venía ausentándose de todos los actos a los que el valido acudía, envía a la regente un manifiesto
pidiendo la destitución de Valenzuela y el regreso a la Corte de don Juan José de Austria para que tome las riendas del
gobierno. Su entrada triunfal en Madrid, en 1677, pone fin a la influencia de la reina madre Mariana de Austria.
Las décadas finales del siglo XVII ofrecen un panorama muy distinto al de etapas anteriores, ya que, en estos años, se
aprecia en los ministros la voluntad de acometer reformas, especialmente de carácter fiscal, que permitan restaurar la
riqueza de los vasallos. Pero las esperanzas puestas en el nuevo primer ministro pronto se derrumbaron en Castilla: la
situación política internacional y la epidemia de 1677-1679, que afectó a Murcia y Andalucía, impidieron aplicar hasta
sus últimas consecuencias sus proyectos fiscales y económicos.
La desastrosa situación económica y la crisis política y social heredadas del reinado de su padre Felipe IV, unida a la
ineficacia e incapacidad de los gobernantes, acrecentaron la crítica situación de España y en especial de Castilla dando
lugar a una serie de devaluaciones monetarias que alcanzaron su cénit con la deflación de la moneda de vellón en 1680
y la posterior caída de la actividad económica.
A la muerte de don Juan José de Austria, en medio de los fastos de la celebración de la boda de Carlos II con María
Luisa de Orleáns, el cargo de primer ministro recae en el duque de Medinaceli. Durante su ministerio, se llevará a cabo
la tan ansiada reforma monetaria, decretada en 1680, poco antes de su nombramiento. Los efectos inmediatos de esta
medida fueron desastrosos para la economía del reino, aunque a la larga resultará beneficiosa, pues los precios se
estabilizaron. El duque de Medinaceli, además de sanear el sistema monetario y reactivar el comercio, se propuso
combatir el fraude fiscal, mediante la Junta de Fraudes.
El conde de Oropesa, que sustituyó a Medinaceli, continuó la gestión de su predecesor al completar la reforma
monetaria iniciada en 1680. El Conde de Oropesa realizó una política firme de reducción de impuestos y contención
del gasto público. La vida del país, no obstante, se caracterizó por una crisis económica endémica, aunque en Aragón
y la zona del Mediterráneo se produjo un movimiento de recuperación.
La oposición de Mariana de Neoburgo, segunda mujer de Carlos II, al conde de Oropesa, concluye con su cese en junio
de 1691. La situación política en aquellas fechas era, desde luego, bastante desoladora, a causa de la guerra con
Francia. Los ministros que le suceden apenas introducen cambios significativos en el gobierno de la monarquía. Sus
reformas siempre fueron dirigidas a recortar el gasto público, erradicar el fraude fiscal y mejorar la recaudación y
administración de las rentas. Las reformas apenas sirvieron para satisfacer los gastos cada vez más crecientes de la
Corona, pero, al menos, contribuyeron a crear entre las oligarquías urbanas la sensación de que el monarca no deseaba
cargar con nuevos impuestos a sus vasallos, lo que tal vez explique su predisposición a conceder donativos
extraordinarios y aportar hombres para el ejército.
REVUELTAS CAMPESINAS
Sin embargo, la declaración de guerra por Francia, en 1689, y la necesidad de recaudar un donativo vuelven a
desencadenar la rebelión de los campesinos catalanes, quienes se dirigen hacia la ciudad condal para imponer sus
demandas, aunque son dispersados y finalmente derrotados por el virrey.
La revuelta de los barretines preludia la que se desencadena en Valencia, en 1693. También aquí los sectores
privilegiados del campo arrastran a los campesinos descontentos, pero, a diferencia del movimiento catalán, las
acciones iban dirigidas contra el pago de los impuestos señoriales. Las detenciones, efectuadas por el virrey,
HISTORIA MODERNA II- EL SIGLO XVII 34
provocaron los primeros motines en Villalonga, y la formación de un ejército de agermanados que es derrotado por
las tropas reales. A finales de 1693, la situación quedó prácticamente controlada con la captura de uno de los jefes de
la revuelta, que fue condenado a muerte en 1694, mientras el resto de los rebeldes fue condenado a galeras.
Esa dependencia de la política exterior de España coincide con cierto desinterés por los negocios centroeuropeos,
hasta el punto de que algunos consejeros preferirían abandonar los Países Bajos que enfrentarse a Francia por su
conservación. En su lugar, los gobernantes dirigen su mirada hacia el Mediterráneo occidental, cambio de orientación
debido, sin duda, a una mayor presencia de las marinas francesa e inglesa en sus aguas, así con la reactivación del
tráfico mercantil en la zona, relacionada con un aumento de la actividad cerealista en la Europa meridional.
Es de destacar, no obstante, el enfrentamiento hispano-francés de 1667, provocado por el deseo de Luis XIV de
apropiarse de los Países Bajos – o al menos de una parte – con el pretexto de no haber recibido la dote de su esposa
María Teresa. Es el inicio de la Guerra de Devolución. Luis XIV se aprovecha del distanciamiento de Madrid y Viena y
del conflicto angloholandés por el dominio de los mares, lo que privaba a Madrid de dos poderosos aliados. La guerra
coincide, además, con un momento de inestabilidad política en el interior de la monarquía a raíz del enfrentamiento
de Juan José de Austria con el padre Nithard.
Las acciones militares ordenadas por la reina regente no pudieron impedir una meteórica victoria francesa sobre el
Franco Condado y varias plazas fuertes en los Países Bajos, ante la pasividad del emperador, quien, si en un primer
momento tantea la posibilidad de formar una alianza antifrancesa con Holanda, Inglaterra, Suecia o Brandeburgo,
pronto negocia con París un tratado de repartición de los territorios de la Monarquía Hispánica, por el cual, en el caso
de que muriese el rey de España, Francia recibiría los Países Bajos, el Franco Condado, Navarra, las islas Filipinas,
Nápoles, Sicilia y los presidios del norte de África, obteniendo Leopoldo I el resto de posesiones de la Monarquía.
La traición de Leopoldo I a la Corona española, junto a los éxitos franceses, alarmaron a Inglaterra y Holanda que ponen
fin a sus diferencias, formalizando seguidamente con Suecia la Triple Alianza, para frenar las ambiciones de Luis XIV.
En la práctica, su estrategia se orientará a conseguir de Mariana de Austria que acceda a otorgar a Francia ciertas
concesiones en los Países Bajos (cesión de Lille y otras plazas) a cambio de recuperar el Franco Condado. El acuerdo
dio origen a la Paz de Aquisgrán (1668).
España tampoco se verá libre del conflicto francoholandés de 1672, cuando el ejército francés penetre en los Países
Bajos y en el Franco Condado. Este ataque provocará, además, la intervención del emperador, no tanto en apoyo a
Madrid como en defensa de la estabilidad política de Alemania.
En 1676, la revuelta de Mesina brindará a París la oportunidad de abrir un nuevo frente, esta vez en el Mediterráneo,
más con la intención de obtener ventajas en las negociaciones de paz, que de instalarse en la isla, en cuyo socorro
acudirán con presteza España y Holanda, logrando expulsar a los franceses.
El balance de esta larga contienda se saldará definitivamente en la Paz de Nimega (1678), a favor de Francia y Holanda.
La primera engrandece sus fronteras a costa de España con la adquisición de todo el Artois, el Franco Condado y la
región marítima de Flandes, mientras la segunda recupera los territorios conquistados y mantiene sus privilegios
comerciales con Francia.
Tras la Paz de Nimega, el Rey Sol emprenderá una nueva acción diplomática encaminada a aislar a España y el
emperador (política de reuniones, 1681-1683). Precisamente, en 1683, y, a pesar del matrimonio de Carlos II con una
princesa francesa, las tropas de Luis XIV se adentran en el Luxemburgo, sitiando la fortaleza de la capital ducal
HISTORIA MODERNA II- EL SIGLO XVII 35
II. ILUSTRACIÓN Y DESPOTISMO
6. ILUSTRACIÓN, PENSAMIENTO POLÍTICO Y REVOLUCIÓN CIENTÍFICA
La Ilustración es un fenómeno observable en todas partes de Europa. Se observa en todas las partes de Europa. En
cada territorio habrá variantes regionales o nacionales. Los principios son los mismos para toda Europa, desde Portugal
hasta Rusia, pero cada territorio tiene sus propias particularidades.
España participó de los rasgos comunes, al tiempo que presentaba sus particularidades nacionales. El 90% de la
población es analfabeta. Los niños acuden a la escuela en tiempos que no son de cosecha. El alcance cultural en el
mundo rural es escaso; solo unos pocos tienen acceso al mundo académico. La cultura es elitista. Es urbana, pues se
desarrolla en la urbe, donde progresa (en academias, cortes…). La apoyan los reyes, la nobleza, la Iglesia… Es una
cultura masiva, no en el sentido de la población, sino que afecta a la masa urbana (en la ciudad, los niños acuden a los
colegios, academias, universidades…). Las estructuras apenas cambian; la estructura más rápida a adoptar cambios es
la economía, y la más lenta, la sociedad. La cultura es una estructura que es igual a lo largo de los siglos: elitista,
burguesa, masiva… A lo largo de la Edad Moderna va evolucionando, siendo cultura renacentista, barroca o
ilustrada. Ningún movimiento intelectual parte de cero. Es un desarrollo a todos los niveles de la cultura humanística
del renacimiento. Es el fundamento, la Ilustración, intelectual del reformismo.
Siglo XVIII es el siglo de las reformas. Los Ilustrados son los hombres de cultura: filósofos humanistas, quienes creyeron
sinceramente que el mecanismo para transformar el mundo heredado, mejorarlo, era la reforma; reformar estructuras
caducas, obsoletas, lentas, ineficaces… Las reformas las hacen quienes tienen el poder (al contrario que la revolución),
para afianzarse en el poder. Se arrimaron a quienes podían ejecutar sus proyectos, acercándonos a los reyes y
convenciéndoles. El ser humano es perceptible: hombre como creatura podía alcanzar la perfección; cayeron en un
mundo que vivía en armonía y equilibrio (línea recta, proporciones, equilibrio…). Etapa de optimismo cultural, tras una
etapa del barroco de cierta oscuridad (coetáneo a la crisis, refleja otras preocupaciones del ser humano). El siglo XVIII
es de recuperación. Equilibrio perseguido nunca se llegó a alcanzar. En Utrecht se vuelve a reclamar el equilibrio, nunca
conseguido. El proyecto de los ilustrados tuvo que afrontar la reticencia de los tradicionalistas que no querían
modificar nada. Fue incapaz la ilustración de contener la impaciencia de los radicales, provocando frustración en
aquellos que querían transformarlo todo. La Ilustración, concebida como construcción ideológica para permitir la
supervivencia del sistema heredado (Antiguo Régimen) despertada a finales de siglo con la Revolución, una vez
depuradas sus imperfecciones en el crisol de la reforma. Es un sistema ex novo, que arranca de cero. Se quieren
destruir los pilares de la sociedad estamental.
La Ilustración fue la madre involuntaria de la revolución. Europa exportó sus luces a las colonias americanas (desde las
Californias hasta la Patagonia), y a las Filipinas. Las ideas ilustradas alumbraron la independencia del continente
americano. Idea de la libertad contra el invasor. Burguesía anhelaba ascenso social a la nobleza. Dominando ahora las
rutas comerciales y teniendo inmensas fortunas, se empieza a manifestar la voluntad de cambio; hay que dinamitar el
sistema a través de la Revolución.
En el siglo XVIII, el peso de Dios en la vida de los hombres se ha ido perfilando (Deus ex maquina); Dios reducido al
papel de Creador. El siglo XVII hereda la concepción racional del Renacimiento, por eso se dice que el siglo del
racionalismo es el siglo XVII. Con los principios franciscanos de Guillermo de Ockham y de Duns Scotto nacen los
principios del humanismo. Lo importante es el análisis, la razón. Los ilustrados extienden la razón a todos los aspectos
de la vida del ser humano.
• Naturaleza: obras renacentistas tiene como tema principal el antropocentrismo, frente al teocentrismo.
Incorporan la naturaleza, junto al ser humano. Se pone al anthropos en la esfera del universo, y junto a él el
entorno en el que se desarrolla, la naturaleza, y lo plasman en el arte. Naturaleza concebida en tres dimensiones:
perspectivas lineales, punto de fuga en el que coinciden las líneas… Ilustrados interpretan el mundo en todas sus
esferas de una manera natural: se habla de una religión natural desprovista de normas y ritos externos (doctrina
jansenista, pietismo…), una moral natural que diga que matar es antinatural, aunque sea expuesto por la Ley de
Dios (ley divina, pero se ha de recurrir a una moral natural humana). Defensa de una economía natural,
potenciando el sector agrícola (el más natural). Y un arte natural, donde desaparezca todo lo inverosímil; un ser
humano natural. Rousseau queda el mito de un buen salvaje “el Emilio”, donde se ve un ser humano que es feliz
porque vive, no tiene grandes aspiraciones, la naturaleza le provee de lo necesario.
• El tercer factor es la tolerancia: Para poder respetar el pensamiento individual de cada persona es necesario el
principio de respetar la razón ajena o tolerancia. El hombre ideal o natural a de ser tolerante y benéfico porque
ahora la bondad se transforma en beneficencia, es decir, no solo ser bueno sino hacer el bien por ello el poder de
los reyes será un poder benefactor
• El cuarto factor es el progreso. La aplicación de estos principios dará lugar a un mundo en continua mejora. Se da
un dogma casi fe en la perfectibilidad del ser humano, si el hombre es capaz de alcanzar la perfección debe
mostrarse en el mundo real, alcanzar ese mundo mejor es sinónimo de progreso el cual lleva a la humanidad a
conquistar cotas de bondad, beneficencia, de mejor calidad de vida, etc. Cuando los ilustrados hablan de progreso
se refieren al progreso material, es decir, construimos un mundo mejor para vivir mejor, esto lo procurará la
tecnología, solo el conocimiento científico práctico sirve para mejorar la vida en el mundo. El hombre racional se
En la política internacional este siglo comienza con la firma de la Paz de Utrecht, la clave para entender esta práctica
es la búsqueda del equilibrio, se trata, a partir de ahora, de que no haya una potencia hegemónica. Sin embargo, este
equilibrio se mantiene inestable durante la primera mitad del siglo porque los bloques están en contrapeso, pero a
partir de la segunda mitad esto desaparece, Gran Bretaña se convierte en la principal potencia mundial. Las guerras
de este siglo estará definido por la posesión y control eficaz de colonias.
Socio-económico
En el terreno de la demografía el siglo XVIII trae un cambio de paradigma en el cual donde los bruscos crecimientos y
decrecimientos se acaban para siempre porque aparece la tendencia imparable al crecimiento mundial de la población
sin que vuelva a haber más crisis de depresión demográfica. España también asiste a un crecimiento insospechado de
la población, hasta el momento el peso demográfico había recaído en Castilla, pero ahora se desploma, se convierte
en un desierto demográfico, debido a que los movimientos migratorios también aumentan gracias a las mejoras en la
navegación, a la mejora de los medios de trasporte y a la teoría de Adam Smith de la libertad de movimiento, porque
la gente huía de la miseria por lo que Castilla se vacía, la gente huye a la periferia: Cádiz, los territorios del nordeste
español y los territorios del Cantábrico porque allí están los recursos materiales y la mano de obra cualificada. El
crecimiento demográfico imparable causa desasosiego porque había miedo a que no hubiera los suficientes recursos
para todos, algo que se evito gracias al crecimiento de la producción de la Revolución industrial.
Desde el punto de vista económico el mercantilismo va dejando paso a los presupuestos de la nueva escuela de
pensamiento económico: la fisiocracia. Esta escuela económica centra su atención en la tierra como fuente de riqueza,
aunque este movimiento no tuvo grandes repercusiones más allá de las cuencas de París, obtuvo logros muy parciales:
pone hincapié en la producción y hablamos por primera vez de libertad de circulación, aunque se limitarán a los granos.
El mercantilismo realmente siguió en vigor. La fisiocracia se mantuvo desde la publicación de la obra de Quesnay en
1754 hasta la publicación de la obra de Adam Smith en 1776 donde ya se introducen las ideas liberales.
En el aspecto social podemos resumirlo en el auge de la burguesía la cual comienza a darse cuenta de que controlan
la economía mundial, empiezan a exigir la hegemonía política mediante la ruptura del Antiguo Régimen.
La clave para entender la economía mundial es el pacto colonial, esto se relaciona con la concepción del mundo. Para
entender hay que entender la frase de lord Salysbury: hay dos tipos de naciones: las vivas y las moribundas. Las vivas
son las desarrolladas que buscan poder explotar a las moribundas. Por lo que las vivas tienen el derecho a ir a las
naciones moribundas y explotarlas.
Lo que se entiende por Ilustración, es la consecuencia de una cierta sistematización de conceptos conocidos, de su
divulgación y aplicación. La difundió rápidamente entre las capas sociales privilegiadas y sobre todo entre la burguesía.
Los tratados de la Paz de Westfalia sentaron las bases de un sistema de relaciones internacionales inspirado más en el
equilibrio racional de las masas políticas que en el control del orden mundial por una potencia hegemónica. Al mismo
tiempo se daba paso a un espíritu tolerante entre las distintas religiosas.
La Ilustración recuperó muchos de los ingredientes que caracterizaron a la cultura renacentista: renace el interés
humanista por la naturaleza y por el hombre, se valora la razón como instrumento de conocimiento y se recuperan
fórmulas de organización racionalizada en el plano político y económico. Las promesas renacentistas renacen a fines del
siglo XVII ayudadas por la mitigación de los extremistas religiosos y por las aportaciones tecnológicas.
Frente a una concepción del mundo basada en presupuestos derivados de la revelación se desarrolla un criticismo
demoledor que abrirá paso a las nuevas concepciones llamadas a formar la cosmovisión ilustrada. Frente a lo sobrenatural
se potencia lo natural, frente a la revelación, la razón, frente a la salvación futura la felicidad presente, frente al dogma, la
duda y frente a lo absoluto, lo relativo.
Al afectar la Ilustración a variadas manifestaciones del espíritu humano, no es fácil establecer etapas en la historia de su
desarrollo. Tras el prometedor comienzo de la "pre-ilustración", este movimiento sufre un pasajero eclipse en los primeros
años del siglo XVIII, tal vez como consecuencia de la Guerra de Secesión Española.
A partir de 1730 y al amparo de una recuperación económica, se observa de nueva un alza (1734). Autores como Pope,
Voltaire y Montesquieu publican sus obras en esa época.
Próxima la década de los cincuenta, se observa una relativa recesión en el espíritu ilustrado. No faltan toques de
pesimismo, como los que se registran en Voltaire y que pone de manifiesto en sus obras: Zadig (1747) y Candide (1759).
El momento en que la Ilustración se desarrolla con mayor pujanza es la década de 1760. Es a partir de esa fecha cuando la
burguesía decide pasar de la contemplación a la acción y en el que las convicciones adquiridas por la fuerza de la razón
cobran impulso que sólo puede darles la fuerza de la emoción y de los sentimientos.
Las conquistas de la razón ilustrada se sistematizan, y así lo prueba la publicación de la Enciclopedia, ahora la Ilustración
sale de sus círculos íntimos a la plaza pública. El concepto de naturaleza se transforma, pasa a identificarse con la realidad
ecológica y paisajística. La Ilustración se hace pre-romántica, en un viraje tal y como lo manifiestan las obras de Rousseau,
el Contrato Social y Emilio. La crítica superficial a las instituciones tradicionales se transforma en un compromiso activo
ante el mundo.
El último cuarto de siglo viene marcado por el establecimiento de una "ortodoxia" ilustrada, por una tensión revolucionaria
creciente. Los años siguientes a 1760 marcan el momento de máxima influencia mundial de la cultura francesa, y el inicio
de su recesión. Inglaterra toma el relevo ya que su influencia fue decisiva desde el siglo XVII.
Inglaterra aparece en la base del pensamiento político del siglo XVIII. El espíritu de la Revolución Gloriosa generó en el
resto de Europa un amplio interés, al que contribuyeron las ideas de Montesquieu y Voltaire.
Carlos Luis de Secondat, barón de Montesquieu (1689-1755) había permanecido dos años en Inglaterra antes de publicar
sus Consideraciones sobre la causa de la grandeza y decadencia de los romanos (1734). En 1748 publicó El Espíritu de las
leyes, obra que concibió como un intento de filosofía de la historia, con la que propuso explicar la existencia de determina-
das leyes en cada país. Su interés se centró en definir las circunstancias que influyen en que las leyes de cada pueblo sean
•Gobierno Republicano, el pueblo o parte de él posee el poder soberano. Dentro de él hay 2 subtipos:
-República Democrática: todos los ciudadanos ejercen el poder soberano.
-República aristócrata: el poder soberano está en manos de pocas personas (aristócratas)
•Gobierno monárquico: una sola persona, el monarca, ejerce el poder soberano. Gobierna según unas leyes
fundamentales elaboradas por los poderes intermedios.
•Gobierno despótico: una sola persona gobierna sin más criterios que su voluntad.
De todos ellos, Montesquieu se inclina por una monarquía aristocrática, virtuosa y moderada.
Destaca igualmente su aportación teórica a la configuración de los mecanismos capaces de moderar los excesos del poder,
tales como la separación de poderes, que contribuye a la mejor estructuración de una determinada sociedad. Si cada
poder recae en cada uno de los grupos sociales (rey, aristócratas y pueblo) que integran una sociedad determinada se
conseguiría el equilibrio político.
Otro factor que moderará al poder será la existencia de cuerpos intermedios: parlamento y nobleza, entre el rey y el
pueblo, capaces de moderar al poder. También contribuye a alejar el fantasma del despotismo la descentralización del
poder.
Su pensamiento se configura como afín a los moderados ideales de la burguesía, lo que facilitó extraordinariamente la
adopción de sus puntos de vista por los contemporáneos.
Uno de los más importantes publicistas de la Ilustración fue Francisco María Arouet Voltaire (1694-1778) quien popularizó
en Francia la imagen de una Inglaterra libre.
Sus ideas políticas han quedado oscurecidas por sus opiniones religiosas. Entendió la política desde la óptica del rico
burgués, de ahí, sus elogios a las riquezas y el lujo. No creyó en la igualdad, le parecía algo antinatural y quimérico. La
jerarquía social le parecía beneficiosa.
Cuando habla de libertades se referirá siempre a las civiles no a las políticas. No confiaba en los cuerpos intermedios,
prefería un gobierno fuerte que asegurará la libertad que garantiza la propiedad.
Su aportación principal vino del compromiso personal con la reforma política: luchó contra los abusos, las rutinas y las
contradicciones de la administración.
Defendió una monarquía fuerte que pusiera cotos a los abusos y tiranías de determinados grupos sociales, en especial de
la nobleza, la cual ponía freno al ascenso de la burguesía.
Vemos, pues, en los grandes divulgadores del pensamiento ilustrado, un pragmatismo utilitarista al servicio del tercer
estado, en continuo ascenso social y económico. Las utopías igualitarias que florecen en el siglo XVIII olvidan, por lo
general, toda connotación democrática.
Frente a estos pensadores, están los llamados "pensadores solitarios", que defenderán una especie de comunismo
moralizante. Entre ellos destaca Jean Jacques Rousseau, cuya principal aportación al pensamiento político se expresó por
sus obras Discurso sobre el origen de la desigualdad (1753) y el Contrato social (1762).
En ésta última obra, Rousseau se pregunta cómo el hombre que ha nacido libre vive encarcelado por la vida social.
Considera que todo orden social nace de un acuerdo entre los hombres, de una convención. Idea muy semejante a la de
contrato de Hobbes y Grocio.
•Legislativa: el cuerpo social, que nace del contrato de los individuos, decide lo que quiere hacer.
•Ejecutiva: la ejecución de la voluntad general expresada en las leyes corresponde al gobierno. Los gobernantes serán
servidores de un pueblo que no cede por ello su soberanía.
Distingue Rousseau tres tipos de gobierno: Monarquía, aristocracia y democracia, distintas entre sí según se combine la
soberanía y el gobierno:
En su Discurso sobre el origen de las desigualdades, ofreció una visión muy distinta de lo que más tarde expuso en El
Contrato Social. Para él, los hombres son desiguales a nivel físico (edad, salud, carácter) y por política o moral. Estas últimas
no tienen más fundamento que la decisión humana y son contrarias al derecho natural, ya que, según ella, todos los
hombres son moralmente iguales.
El paso del hombre salvaje al civilizado es consecuencia de los propios progresos que el hombre ha hecho y de los
conocimientos que ha adquirido. El paso decisivo fue la introducción del derecho de propiedad, a partir de ese momento,
la igualdad desaparece, la libertad se convierte en esclavitud y surge la guerra entre los hombres. Los propietarios ofrecen
una fórmula para que esto se evite, el pacto social que para Rousseau será un contrato entre dos grupos sociales:
propietarios y desposeídos. El contrato y la ley servirán pues para perpetuar la injusticia.
En el Contrato, la sociedad era beneficiosa para el hombre, en su Discurso, la sociedad lleva a los hombres " a odiarse
mutuamente, a prestarse en apariencia muchos servicios y, en realidad, a hacerse todos los daños imaginables".
Mientras el Contrato se inscribe en la trayectoria de la Ilustración, el Discurso rompe por completo sus pautas. No es de
extrañar que Rousseau fuera rechazado por las instituciones religiosas y políticas y por sus propios colegas ilustrados.
Su pensamiento político no tiene valor intrínseco, pero ejerció entre sus contemporáneos una enorme influencia. Despertó
a los ilustrados de sus frívolas disquisiciones y les obligó a un compromiso social que paulatinamente se encauzó hacia la
revolución o la contrarrevolución.
Rousseau representa el paso a una nueva mentalidad precursora del romanticismo y del pensamiento irracionalista del
siglo XIX. Sus ideales de igualdad, libertad y fraternidad entre los hombres llegaron a América llevados por Lafayette y se
reflejaron en la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de los revolucionarios franceses (1791). Como
afirmara Goethe, con Voltaire terminó un mundo y con Rousseau comenzó otro.
Los nuevos monarcas fueron, por lo general, buenos reyes, no excelentes pero si destacables, excepto Carlos IV. Todos
los monarcas gobernaron por si mismos, tomando las riendas del poder de forma personal. Todos se afanaron desde
Felipe en poner en marcha medidas para identificarse con los españoles, empezando las reformas hechas por Real
Decreto de forma inmediata. Se afanaron por mejorar el Estado en todos los ordenes, pero en especial a nivel
administrativo, base de su gobierno, heredado de los Austrias, lento y corrupto. Poco a poco, a base de reformas, se
fue suplantando el viejo por el nuevo suprimiendo las instituciones inútiles y manteniendo los que funcionaban bien,
por ejemplo, el Consejo Real, aunque no se convocaría porque se sustituiría por los secretarios. Lograron una política
eficaz tanto interna como internacionalmente, logrando maquillar sus defectos mediante la elección de buenos
ministros.
Se impregna una nueva mentalidad de cambio en la población urbana, no rural que vive aislada y sin cultura. La
mentalidad de cambio pretende reformar el país por completo con el fin de mejorarlo, nunca jamás se hicieron tantos
planes y se desarrollaron tantos proyectos de cambio y de mejora como en la España del siglo XVIII, llegando incluso
a nacer un nuevo género literario que es el “proyectismo” que son todos estos nuevos proyectos dejados por escrito,
sin embargo, no todos pudieron ser aplicados. Estos ideólogos ilustrados proyectan y están cerca del rey y le sugieren
y convencen para que haga los cambios necesarios, durante la primera mitad del siglo se llevará a cabo una importante
reforma estructural, en este caso, los monarcas favorecen estas reformas porque le beneficiaban debido a que las
mejoras administrativas reforzaban su autoridad. Luego, una vez acabadas las reformas administrativas y en
funcionamiento, llegó el momento, coincidiendo con el tercer cuarto del siglo, de solicitar a los monarcas de extender
esas reformas al ámbito socio-económico y, aunque se hace mucho en el terreno económico durante el reinado de
Carlos III, en el ámbito de lo social algo se hizo, apoyando a la burguesía, pero no podía quitar los privilegios a los
nobles aunque si redujo el número de nobles exigiendo las Cartas de nobleza. Finalmente, se produjo el divorcio
cuando los ilustrados pidieron más cambios que los reyes no se atrevieron a realizar, frenando en seco las reformas
porque España se encuentra en una disyuntiva, crisis de identidad: con Francia o contra Francia.
Además de las reformas otro elementos clave de los problemas españoles y que es propio de España es, a parte de la
dicotomía revolución o contrarrevolución, el sentimiento de los españoles de que lo nuevo proviene de fuera, hay un
componente de xenofobia conformándose el grupo de los “patriotas” que defienden la tradición y lo propio, mientras
que a los partidarios de las ideas ilustradas se les perseguirá y se les denominará “afrancesados”.
España en el 1700 fue configurándose como un Estado-Nación, se va configurando una unidad política que nunca se
llegó a materializar con los Austrias. Esta configuración se debe a una uniformidad política de esta nueva dinastía, en
El reforzamiento del Estado se consiguió porque se logró a costa de atacar y eliminar los privilegios que algunos
territorios o reinos, especialmente los de la Corona de Aragón, tenían respecto a Castilla, por lo tanto, esta uniformidad
afectó a las prerrogativas forales, excepto Vascongadas y Navarra (premio por la lealtad de Felipe V). Estos privilegios
fueron suprimidos por Real Decreto, pero también se consiguió esa uniformidad a lo largo del siglo gracias a que, en
cierto modo, se restringieron privilegios que afectaban a capas de la población, por ejemplo a las clases dominantes
(señoríos), asi como la reducción de los poderes municipales. Había cierta política revanchista, pero no fue el
fundamento de esta reforma, se hace por buscar una nueva forma de gobierno acorde con los nuevos tiempos: un
gobierno racional y eficaz lo que pasaba por centralizar y uniformizar el poder. La principal consecuencia de estas
reformas fue una mayor cohesión a la maquinaria estatal.
Conforme avanza el siglo se va creando una identidad nacional, una misma idea de pertenecer a un ámbito común, de
pertenecer a un ámbito nacional, y el vocabulario nacional creado a finales del siglo estará mucho más definido que a
principios de siglo cuando llegó el primer Borbón ¿cómo triunfó esta nueva forma de entender el país?
Fundamentalmente porque coincidió con un periodo de bonanza económica, es decir, las reformas económicas que
permitieron una mejor de vida mitigaron las ansias “regionalistas” de los súbditos de Aragón que solo veían una mejora
en sus vidas gracias al buen gobierno, por eso triunfó la nueva manera de entender la nación.
Se mantuvieron las diversidades culturales y regionales, es más, la que perdió en esta transición fue Castilla en
beneficio de la periferia. Esa diversidad continuó, pero por encima de ella prevaleció el sentimiento de que todos
pertenecían a un mismo todo: España.
Las reformas afectaron también a la economía con el fin de enriquecer España y tener más recursos. A partir de 1730-
1750 el progreso económico se acelera:
• La agricultura progreso gracias a una ampliación del terreno cultivable a costa de talar bosques y el
repoblamiento de la zona de Sierra Morena importando mano de obra, fundamentalmente de origen
germánico, también se introducen nuevos sistemas de cultivo, de regadío y de selección de simientes, no solo
se consigue aumentar la producción sino también la productividad, es decir, la cantidad que se obtiene por
unidad de tierra y de trabajo.
• En la industria es donde Carlos III pone su acento apoyándose en al burguesía, también importará técnicos
que se asienten en los territorios y enseñen a los españoles, asistimos a una rudimental mecanización del
trabajo, lo que significaba, de cara a la burguesía, en una acumulación de beneficios. El capital comienza a
acumularse en manos de a burguesía el cual invertirá de nuevo. Carlos III dará beneficios a la burguesía,
principalmente desatendiendo aquellas leyes que beneficiaban a la nobleza por ejemplo, se ignoraban los
certificados de nobleza de sangre para entrar en la administración. Todas estas medidas favorece la
acumulación de capital burgués, pero también a los trabajadores porque esta bonanza económica permitía un
ascenso de los salarios, aunque quedaba bastante reducido por el aumento de los precios, no obstante, en
general aumenta la calidad de vida.
Durante el reinado de Carlos III también tuvieron lugar reformas instituciones, ideológicas y políticas,
fundamentalmente internas hechas para el rey y los españoles que afectan a la mentalidad española. Seria absurdo
ligar este cambio solo a la figura de Carlos III, pero es verdad que él estuvo rodeado de muy buenos ministros que
supieron averiguar las necesidades del país y los súbditos.
Las reformas de Carlos II se hacen porque desde el punto de vista político el rey hizo estos cambios junto con un
programa de política económica, es decir, al incorporarlos a su política de gobierno los hizo suyos, forman parte de un
programa político.
En 1759, murió Fernando VI sin descendencia. Su hermano Carlos de Borbón abdicó en su hijo la corona de Nápoles y
Sicilia para convertirse en rey de España como Carlos III. De inmediato, el nuevo monarca rehabilitó a Ensenada y se
dispuso a retomar el proyecto reformista, aunque hubo de esperar al final de la Guerra de los Siete Años (1756-1763).
La presión británica sobre las colonias españolas en América llevó a Carlos III a romper la política de neutralidad de su
antecesor y entrar en la guerra al lado de Francia (Tercer Pacto de Familia de 1761), a pesar de que la guerra estaba
ya perdida para los franceses. La Paz de París de 1763, que consagró la derrota de Francia, no fue tan mala para España,
que compensó la pérdida de Florida con la cesión de la Luisiana francesa.
Terminada la Guerra de los Siete Años, el gobierno de Carlos III (en el que destacaron los ministros Ensenada,
Campomanes y Esquilache) se volcó en la ejecución de las reformas pendientes, empezando por la económicas, que
fueron planteadas en sintonía con las nuevas ideas fisiocráticas de moda en Europa. Fue decretado el libre comercio
de cereales, implicando la supresión de la “tasa de granos” que permanecía vigente desde los tiempos de los Reyes
Católicos como una medida mercantilista que obligaba a mantener bajos los precios de los cereales. También fue
liquidado el monopolio del puerto de Cádiz sobre los intercambios mercantiles con América, autorizándose el
comercio directo desde otros puertos de la Península. Por último, fue presentado un plan de desamortización parcial
de propiedades eclesiásticas. La primera medida, al igual que en el resto de países europeos donde se aplicó, tuvo el
efecto indirecto de favorecer la especulación con el precio de los cereales. La segunda medida, en cambio, hizo crecer
sobremanera el volumen de intercambios con América, con el consiguiente incremento de los ingresos del Estado.
Las medidas de orden público llevadas a cabo por el ministro Esquilache fueron el detonante del “motín de Esquilache”
de 1766, donde se mezclaron la oposición del campesinado al libre comercio de cereales y la del clero al plan de
desamortización. Como consecuencia de la revuelta, el gobierno se vio obligado a restablecer la “tasa de granos” y a
cambiar la puesta en práctica del plan de desamortización parcial de propiedades eclesiásticas. Pero también fue
consecuencia de este conflicto la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767, cuyos miembros fueron presentados
ante la opinión pública como los principales instigadores de la revuelta. En realidad, lo que se pretendía con esta
expulsión era eliminar al principal aliado del Papado en su lucha contra el regalismo. No satisfecho con la expulsión,
Carlos III presionó al Papado hasta que Clemente XIV promulgó la extinción de la Compañía en 1773. La expulsión de
los jesuitas abrió las puertas a una importante reforma educativa, ya que el Estado tuvo que ocupar el vacío dejado
por las instituciones educativas de la Compañía de Jesús. Fueron renovados los planes de estudios y se instauraron
nuevos métodos de selección del profesorado en un sentido que favoreció los intereses centralistas de la monarquía.
Otra consecuencia del “motín de Esquilache” fue la reforma del régimen local, plasmada en la introducción de dos
cargos elegidos por sufragio indirecto (“diputado del común” y “síndico personero”) que limitaron la autoridad de los
regidores vitalicios.
En el plano internacional, Carlos III intentó conservar la estructura imperial que sobrevivió a Utrecht. Esto le llevó a
participar también en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos (1775-1783). Para financiar los gastos de esta
guerra, fueron emitidos títulos de deuda pública y se fundó el Banco de San Carlos (1782).
El primer factor diferencial es la peculiar manera de entender la autoridad. El poder exige sumisión. Esta dialéctica es
la que cambia con los Borbones al aparecer el despotismo. En la autoritaria había el límite moral de Dios a la autoridad,
ya que el reino es de él y el monarca es el representante. En este Límite, deben gobernar a los súbditos se hace a
través de administrar justicia, y mejorar su bienestar económico. Sobre estas bases se construye el estado moderno.
El otro límite es el reino, ya que el rey tiene que contar con sus súbditos, las cortes, que cada vez se convocan menos.
El rey protege las ciudades y las controla a través de los corregidores y que se mantendrá en los Borbones. Las cortes
de Aragón son menos sumisas.
A Dios se le saca del estado, de ahí que se diga que los reyes como Luis XIV dirán que el estado soy yo. Se le llama
despotismo ilustrado para diferenciarlo de los sátrapas. Los mas representativos son Austria y Prusia. La revisión
administrativa y borbónica puede considerarse como el resultado de la acumulación de una serie de factores que se
resumen en: la herencia burocrática de los Austria (polisinodial), que era lenta, corrupta e ineficaz e irracional, pero
difícil de erradicar, ya que, los consejos existen desde la Edad Media. Las circunstancias en las que se implantan las
reformas son las de una guerra civil, en 1707, que es el primer decreto de Nueva Planta que significa que pudieron ser
más radicales de lo que fueron dado que no se puede evitar que hubo un cierto revanchismo del vencedor sobre los
vencidos. Se caracteriza por la uniformidad en todos los aspectos algo a lo que en España no estaban acostumbrados.
Se dividen los niveles de administración: el central, el territorial que es el intermedio. Los Borbones hacen hincapié en
los cuatro niveles que había en los Austrias.
El regalismo borbónico significa que los Papas dan su derecho de nombrar a los obispos a los reyes. Estos podrían
proponer al papa una serie de nombres al el papado. Los papas se convierten en un obstáculo a los déspotas y a su
poder. A los jesuitas por ellos se les acusa de instigar al pueblo en los motines. Se expulsa a los jesuitas de Italia, de
España, Portugal y Francia, era o dejar la orden, meterse en otra orden, convertirse en seglares y finalmente se suprime
la orden. Los Borbones no consiguieron el total privilegio regalístico de los papas.
Las transformaciones económicas se hacen en el reinado de Carlos III. En la cúspide está el rey, pero hay una
modificación que es mediante una ley de 1713 que modifica todo el sistema existente, que es la ley sálica que posterga
el acceso al trono de las mujeres, siempre se prefiere el ascenso de los hombres. Además, excluye del trono a cualquier
príncipe no nacido en el trono. Ejemplo de ellos es Carlos IV que nace en Italia. Carlos III reúne a las cortes en 1760
para que juren a Carlos IV como rey. Estas son sumisas. Carlos IV reúne en 1789 a las cortes para derogar esta ley y es
aprobada, pero no sale adelante, de hecho, sigue en vigor durante tiempo, dando el problema de sucesión de
Fernando VII.
El rey concentró un gran poder, con unas cortes sumisas, que no suponen apenas freno. El rey apenas reúne las cortes,
la fuente de la ley es el rey, que acapara el poder legislativo. El rey tiene facultades plenas sobre el gobierno y la
administración. Eligen a todos sus funcionarios en los órganos de la administración central. En lo jurídico es lo
supremo, controla todas las causas en grado de apelación. Aunque realmente quien administra la justicia es el consejo
real. Además de estas funciones, el rey tiene el respaldo de la iglesia por medio del tribunal del Santo Oficio y de una
sumisión al Pontífice. El rey maneja los asuntos religiosos. La fórmula que resume este sistema es la frase de Luis XIV
del “estado soy yo”. El rey esta por encima de todo, en la cúspide. El rey es el que hace las leyes y las cortes
simplemente las aprueban. Los fines del estado se confunden con los de la monarquía. Los poderes del rey tienen un
freno que es el del derecho y deber de gobernar.
En el siglo XVIII se limita la omnipotencia regia. La gran novedad se da en 1709 en plena guerra. Felipe V reúne a las
cortes y junta por primera vez en la historia a los procuradores y diputados de los reinos de Castilla, de Aragón, Valencia
y del Principado de Cataluña. Desaparecen las cortes de Aragón. La jurisdicción de las cortes castellanas se extiende
por toda España. Felipe V convoca a las cortes para convocar al heredero. En 1711, Inglaterra sale de la guerra. Felipe
V vuelve a reunir las cortes para que el rey, que no debía ser rey de Francia y de España, renuncie a todos los derechos
en el trono de Francia y en la de sus herederos.
Felipe V reinó dos veces cuando abdica en España para reclamar el trono francés, lo que pasa es que fallece su hijo
Luis I y tiene que renunciar al trono galo, para volver al de España. Las cortes actúan en este reinado de manera muy
pobre. En los reinados de Fernando VI y Carlos III será de manera nula. Este último sólo las reúne en 1760. La última
convocatoria fue en 1789. Luis XVI convoca también a las cortes.
El rey está en la cúspide. Debajo está la central, luego la territorial, luego la local. antes había un régimen polisinodial,
ya que hay múltiples consejos que asesoran al rey en cada tema. El régimen sinodal están los reyes en la cúspide y se
dejan aconsejar en materia de gobierno y de administración por los consejos. Se reunían cuando se necesitaba consejo.
En origen había uno que tenía todas las funciones que era el consejo de Castilla y de la que van desgajando funciones
a medida que la administración se complica. Todos estos órganos, en las tres funciones, están implicados. No hay una
separación de poderes. Los consejos son sustituidos por las secretarías. Va a convivir el viejo sistema ineficaz con la
novedad.
Administración central
Frente a los privilegios de sangre, se opta por los más cualificados de la burguesía que iba a la universidad y estudiaban
derecho. Cada consejo tienen un presidente. Los conejos continúan, pero no se reúnen, sólo el consejo real de Castilla.
Entran en declive, pero no desaparecen. Hay un sistema dual de consejos y secretarías de estado. Al perderse los
territorios de Italia no tiene sentido tener consejos territoriales. Al igual que el consejo de cruzada que no tiene sentido
en un momento de racionalismo, en el que no hay guerras de religión, porque este está dentro de la política.
El origen de las secretarías de Estado está en la segunda mitad del reinado de Felipe II. Se necesitaba una figura de
enlace entre el rey y los consejos. Algunos de ellos son Mateo Vázquez o Antonio Pérez. No tenían ningún poder, tan
solo era un enlace. Con Felipe IV, como su padre había puesto a los válidos, él sigue este ejemplo con El Conde Duque
de Olivares. Estos reyes se desentienden del gobierno y el valido es el alter ego del rey que toma las decisiones.
En 1621 Felipe IV lo llama secretario del despacho universal, que es un super secretario o asistente que es el enlace
entre el rey y el valido. Esta figura es la que está en vigor cuando llega Felipe V. en el siglo XVIII todo este complejo de
secretarios y consejos, era ya inoperante e incompatible con la mecánica de gobierno eficaz. Nada más llegar el rey
Borbón, reformó completamente la administración, que fue un proceso lento y paulatino. Coinciden con la primera
mitad del siglo.
Se trata de una administración centralizada y homogénea, con una única para todo el reino que choca con los
privilegios de los fueros de Aragón, que además no reconocían a Felipe V. al final se hace por medio del Real Decreto
valiéndose de su poder absoluto. Son los Decretos de La Nueva Planta, que supone el nuevo edificio administrativo. El
más permeable a los cambios es la administración territorial. No son regiones, son provincias que no coinciden con los
límites de las provincias actuales.
La excepción es el consejo real de Castilla. Es el único importante que se mantiene, pero que ahora se cambia por el
nombre de consejo real porque su jurisdicción se va a extender por todos los dominios. Con los RR.CC era el único
importante y entendía de todo tipo de materias. Lo que hicieron fue reunirles cuando fuera necesario, y la reforma
fue ir quitando competencias a éste para ir dándoles a otros instituciones como la Santa Hermandad, el Consejo de
Indias (todavía con los RR.CC). En las Capitulaciones matrimoniales se decía que Fernando tenía que vivir en Castilla
al igual que los hijos, por ello se tuvo que crear un consejo para Aragón para crear un virrey que gobernase en Aragón.
Estas instituciones darán lugar a problemas porque en la administración territorial porque la clave son los
corregimientos, las chancillerías, las audiencias y va a haber conflictos entre estos y con los consejos. La cosa se
complicará cuando se creen los intendentes o los capitanes generales porque se pisaban las labores. No había una
correcta definición ni división. Por eso los reyes católicos desgajaron.
Cuando llega Felipe V el consejo de Castilla es un Tribunal Supremo. La justicia la administraban los nobles en 2/3
partes del territorio. En las ciudades y en territorios de patrimonio real se hace por medio de los alcaldes. Si alguien
no estaba de acuerdo con las sentencias podía acudir a la justicia del rey porque es súbdito real. en la práctica, en
verdad no se podía. En el caso de la ciudad apelaba a los corregidores. Los del campo acuden a las audiencias
provinciales (había 24 provincias, luego 24 audiencias), y que se componen de magistrados y de letrados que
administran la justicia en nombre del rey. Por encima de estas están las chancillerías, que había dos: en Valladolid y
en Granada para que se administre justicia en el norte y en el sur. El límite aprox esta en el Río Tajo, que delimita
Valladolid en el norte y Granada en el sur. El problema está en que hay señoríos que estaban en las dos partes del
límite; las leyes en este caso dictaban que tenían que apelar en donde estuviera la cabeza del corregimiento. Por
encima estaba el consejo real de Castilla. Como se ve ha perdido facultades en la justicia. A este solo llegaban pleitos
en los que la Alcudia de los litigantes fuera elevada. Había depositar un aval de 1500 doblas que era un dinero muy
elevado.
La segunda reforma es el 30 de noviembre de 1714 cuando las potencias internacionales ya le han reconocido como
rey de España. Los departamentos/secretarías se dividen en 4: guerra, estado, marina e Indias y justicia. La hacienda
está dentro de la justicia. El rey habla con cada uno de ellos según lo necesite. Viven en el Alcázar. Les llama a capítulo
personalmente y ellos dos solos resuelven el conflicto. Por eso se llama vía reservada porque solo se reúne un
secretario de la secretaría y no todos. En 1715 los departamentos de Marina e Indias. De forma que ya había 5
secretarias. Cuando cae Alberoni, se hace una reorganización. Las secretarías se fusionan en 3: estado, guerra, marina
y justicia, y gobierno político y hacienda. En 1720 vuelven a ser cuatro: estado, guerra y marina, justicia y gobierno, y
hacienda. Se pasa a un despotismo ministerial. Son ministros en el sentido etimológico pero a partir del segundo cuarto
del siglo se da este nombre a los secretarios de estado que no tienen poder decisorio, ya que, el ejecutivo lo tiene el
rey, pero este les llama y tienen capacidad de influencia. En 1754 dentro de la guerra y marina se hace un
departamento autónomo de Indias, porque se empieza a mirar hacia allí gracias al ministro Patiño (ya explicado) que
es donde está la riqueza. Será el único interés de la corte de Madrid. La última remodelación se hace con Carlos III es
que a las Indias se les dedican dos secretarías, de forma que se ve la importancia absoluta de este apartado tras la
guerra de los 7 años. Tres años más tarde se disuelven y se vuelve a las cuatro Secretarías.
La secretaria de estado: se relaciona con la política internacional. Desde la época de Floridablanca no es una institución
que solo trate de la política internacional, sino que actúa nacionalmente tras los motines de Carlos III. Se dedica a
nombrar a los embajadores. La diplomacia es uno de los soportes de la política. Todo lo referente a las relaciones
internacionales, además de la superintendencia general de correos. Esto hace alusión a los correos, forma de
comunicación rápida que pone en funcionamiento los grandes comerciantes cuando empieza a aparecer el
capitalismo. Toda la riqueza se hace en torno al comercio. Se sustituye al trueque por el dinero y Europa se fragmenta
lingüística y monetariamente. La riqueza estaba en el oro, de forma que las monedas de cada reino y territorio debe
tener una equivalencia en el oro, en función de las reservas y riqueza de este. Cada moneda debe tener su valor en
oro y vale en el territorio en que circula la moneda. También tiene que haber, para complicar la cosa debido al
comercio equivalencia entre las monedas de los territorios, además de que los precios variaban. El negocio se basa en
Administración territorial
Las reformas se plantearon desde el primer momento por una forma más rupturista y abierta. Se hace porque es el
nivel más permeable al proceso de cambio, dado que tienen un nivel menos. La segunda razón es que se aprovecha la
coyuntura de la Guerra de Sucesión que hace que se puedan llevar a cabo medidas más radicales de imponer la
voluntad del vencedor sobre la del vencido. La práctica de una verdadera organización territorial, ya que cuando llega
Felipe V no la hay apenas. Se tiende a la homogeneización. El mecanismo e instrumento fueron los decretos, que es la
voluntad del rey. Son los decretos de la Nueva Planta que suprimen los particularismos de Aragón, Valencia, Cataluña
y Mallorca.
Los territorios de Aragón se reorganizan en provincias o capitanías generales al igual que el resto del país con excepción
de las vascongadas que continuaron con sus instituciones.
Los capitanes generales tienen el máximo poder político en sus demarcaciones, ya que, son los representantes del rey.
Eran los jefes supremos del ejército y también el gobierno de la administración provincial, aunque en lo financiera,
dentro de la administración y el gobierno se da muy pronto a los intendentes.
Se crea en colaboración con la audiencia y la chancillería de cada demarcación, de forma que cada provincia tenía un
gobierno mancomunado al tener que ponerse de acuerdo, entre el noble que es el capitán general que no tiene cultura
alguna y por ello necesita asesoramiento de los tribunales, donde estarían los magistrados. Se hace para que se consiga
el gobierno de justicia. Se reúnen el capitán general y el jefe de la audiencia que hace que se evite también
acumulación despótica del poder.
Los corregidores eran una institución de Castilla que funcionaba durante los Austrias y los Borbones. Son superiores a
la administración local. En este terreno hay una remodelación y que se extiende a los territorios de Aragón al
eliminarse los particularismos de Aragón. El corregimiento es una circunscripción que tenía funciones administrativas,
judiciales, legislativas y fiscales ejercida por el corregidor. Todas las nombra el rey. Vigilan a los alcaldes que forman
parte de la administración local, dentro de las villas y ciudades.
Los primeros años se ven los primeros retoques legislativos gracias a la guerra. Se da la venta de algunos
corregimientos para conseguir dinero. En Valencia el primer ayuntamiento de Nueva Planta copia el modelo castellano
en 1718. Se había comenzado a aplicar en 1710. El ayuntamiento de Zaragoza estableció conforme a la práctica de
estilos que había en los demás reinos de Castilla sin excepción. En Cataluña hay una primera etapa que coincide con
la guerra que es de ocupación militar hasta arrinconar la resistencia en Barcelona. En enero de 1716 se promulga el
Decreto de la nueva planta de la real audiencia del principado de Cataluña. Se impone la figura del corregidor en la
cúspide del nuevo ordenamiento. Se divide en 13 corregimientos. En Valencia se pone en el auto de 1711 que se divide
en 10. En Mallorca se implanta solo 1 corregimiento. En total se crean en la Corona de Aragón 36 corregimientos que
no habían existido nunca que hay que sumarle los corregimientos de Castilla que eran 68. Estos en 1783 pasan a 83.
Los corregimientos fueron la válvula de escape porque colocaron al frente a muchos de los nobles y burgueses que
eran verdaderas dinastías oligárquicas. La real cédula pone los corregidores de capa y espada que son estos nobles
bajos que eran propensos a la rebelión y con los que se contaba desde los Austrias. los letrados que son de la burguesía
que se forman en leyes en las universidades. Se premia el mérito personal y no del linaje y de la sangre. Se demuestra
por una carrera personal que es el cursus honorum, que los corregidores tenían el escalón de entrada, el de ascenso,
y el tercero de término, que finaliza en la jura de corregimiento. Duraba 6 años cada fase, de forma que podían pasar
hasta 18 años. Es cierto que esto nunca se va a eliminar hasta 1812, pero hay reyes como Carlos III que a los letrados
se les premia con audiencia y a los nobles, se les premiaba con salidas de acuerdo con su carrera.
Los intendentes dicen que es la gran reforma de los Borbones. Son los máximos representantes del rey en su
circunscripción y que son reflejo de la centralización de esta nueva monarquía. El paso decisivo se da en 1711 cuando
se nombra a la primera promoción.
Siguen el modelo francés de donde viene su nombre. Ya existía en Castilla en la Baja Edad Media con otro nombre y
no fueron una copia milimétrica del modelo borbónico francés, aunque sigan el mismo parámetro. Son altos
funcionarios designados por el rey para desempeñar las tareas de finanzas, policía, justicia y guerra, con las
instrucciones que reciben con su mandato. Las competencias policiales se encargan de obras de urbanismo, obras
públicas, sanidad, seguridad y vigilancia de tránsito de personas y mercancías. Esto lleva a conflictos de jurisdicción
entre los intendentes y los corregidores. Los reyes pronto quitarán a los intendentes las funciones administrativas que
no tuvieran que ver con el ejército. Las intendencias caen en decadencia, porque cuando no haya guerra no tienen
nada que hacer. En Aragón el rey Felipe debía tener prevención ante posibles sublevaciones, siendo el único territorio
en el que se mantendrán las intendencias. Se habían creado 20: 16 en Castilla, 3 en Aragón y una en Extremadura. Con
la desaparición de la guerra en 1721 solo se dejan las 3 de Aragón. Se quitan las provinciales, pero se dejan las de
ejército. Esto se mantiene durante la primera mitad del siglo XVIII hasta que, en 1749, Ensenada las organiza junto con
las atribuciones, de forma que se restablecen. Una en cada provincia. Se une la figura del intendente de provincia a la
figura de corregidor, dándole la vigilancia de los municipios de provincia que se dedica también los
corregidores=conflicto porque a los intendentes se les pide la vigilancia de los corregidores, siendo los ojos y los oídos
del rey. En 1766 se dan los famosos motines de Esquilache y la cabeza de turco fueron los intendentes porque la
población les acusó del mal abastecimiento de grano en un momento de crisis climática. Se les culpa de haber causado
la especulación. Se separaron de forma definitiva corregimientos e intendentes. A los intendentes se les asignan los
asuntos de hacienda, que fiscalice, que recaude, que ordene los gastos de su jurisdicción y como hombre de guerra
hacer posible el mantenimiento con esos presupuestos.
Administración local
Se deja como está tras la llegada de Felipe V, pues es eficaz. Con la crisis del siglo XVII, no solo demográfica y
económica, se da una crisis institucional, que afecta a los ayuntamiento, pues viene derivada de un desgaste por una
lucha latente entre Estado Absoluto y la autonomía e independencia que reclamaban los ayuntamientos. Esta situación
era minada desde mediados del XV, concretamente con los RR.CC. Ir socavando el autogobierno de las ciudades, es
común a las monarquías modernas occidentales, lo que se vio agravado con el gobierno de los monarcas absolutistas.
Apenas quedaban vestigios de la autonomía municipal de la Edad Media. Esta situación continúa durante el periodo
de la Ilustración, lo que lleva a una decadencia de la institución municipal, como órgano autónomo de la administración
publica. Había que añadir la escasa participación de los burgueses en la vida municipal.
En la Baja Edad Media, el concejo castellano actuaba en régimen abierto: habitantes de la ciudad participaban
activamente de la administración local. Este sistema lo eliminó Isabel la católica, pasando del concejo abierto al
concejo cerrado, es decir, solo unos pocos representaban el gobierno de la ciudad en nombre de todos. A lo largo de
estos dos siglos y medio, esos concejos fueron copados por las élites dirigentes de la ciudad, quienes tenían poder
económico y estatus social. Habían formado oligarquías, poderosos a nivel local, que habían copado la institución. A
eso hay que unir la compra-venta de los cargos (venalidad de los cargos), siendo transmitidos a los hijos por herencia
(patrimonialización del cargo). No son cargos designados por el rey en la administración local, sino que son electos.
Felipe V y sus sucesores, en esa tendencia centralizadora y homogeneizadora de la administración, buscan uniformizar
la administración local, sin diferencias regionales. Modelo castellano, dentro de esta situación, quería llevar el modelo
de Castilla a toda la población, que ayuda al proceso de información. Lleva a usar otra formula de gobierno municipal
que no sean los concejos al estilo de Castilla. Aportan novedades los borbones para hacer mas funcional el
ayuntamiento castellano y que sirviera a toda España, llevando a cabo una Reforma de Administración local, incluida
en los Decretos de la Nueva Planta (1707, 1711 y 1715).
-Sometimiento al control del rey a todos los ayuntamientos, nada de autonomía, sometidos a la supervisión
de corregidores e intendentes que han de informar al rey.
-Política intervencionista, controlada, en las haciendas locales. Ayuntamientos tenían sus propiedades (bienes
de comunes, que habían sido vendidos desde el siglo XVI pues los ayuntamientos gastaban mas de lo que
ingresaban; y de propios). Felipe V va a controlar las haciendas publicas a través de os intendentes.
La Nueva Planta, debido al control de la monarquía, sirvió para potenciar las tendencias aristocratizantes que se venían
dando desde el siglo XVII en los ayuntamientos castellanos. La selección de los aspirantes para la ocupación de cargos
se basaba en el dinero, en la capacidad económica; se potencia la tendencia de que ocupaban los cargos municipales
los que tenían medios para comprar los cargos, sin tener en cuenta el mérito.
El municipio tiene al frente al alcalde, quien gobierna la ciudad junto con su alfoz. Crecimiento de la población del
siglo XVI crece fuera de las murallas, quienes estaban bajo el régimen señorial. Mercancías pagaba peajes para
atravesar la muralla. Estas murallas, por la situación de crecimiento demográfico, se convertían en cinturón que
constreñían el crecimiento urbanístico y demográfico. Se crearon barrios extramuros en los que se asentaban
campesinos que huían de la pobreza, se asentaban en los arrabales, donde intentaban sobrevir buscando trabajo
intramuros. Para ubicar a esas poblaciones en un contexto urbano, se derriban las murallas.
El alcalde es elegido por la población en el concejo abierto. Con el concejo cerrado, los corregidores proponen nombres
que serán fieles al rey. Alcalde gobierna la ciudad; junto a su equipo de gobierno (regidores), ingresa y gasta en
beneficio de la ciudad (autonomía sometida a control férreo), ajusta justicia en nombre del rey en primera instancia.
Los regidores reciben el nombre de caballero veinticuatro (caballero, pues paran los cargos a la pequeña nobleza; y
Con Carlos III, hay un breve intento de “democratización” de los municipios, intentando dar presencia al pueblo. En la
línea del reformismo municipal, hay historiadores que vinculan estas reformas con los motines contra Esquilache
(1776). Estos motines provocaron que Carlos III aprendiera de los errores, eliminara a todos los italianos del equipo,
sustituyéndolos por españoles, e introdujo nuevos cargos; lo que pretendía era romper esa corriente artistocratizante,
como manera de claudicar, modernizando de manera menos conflictiva. Buscaba dar entrada en el gobierno municipal
al estamento popular que hasta ahora estaba excluido. El Acto Acordado establecía la elección de un síndico personero
y varios diputados del común (cuatro en los pueblos de más de 2000 vecinos, y dos en menos de 2000). Se establecía
que los vecinos designaran unos compromisarios, que era entre los que se elegían. La elección, tenia que durar un
año, para que fueran teniendo cabida en el gobierno municipal otras personas. A partir de 1769, el periodo de elección
tuvo que prolongarse a dos años. Se estableció un régimen de incompatibilidades, es decir, los miembros del
ayuntamiento y sus parientes quedaban excluidos del procedimiento de elección.
-Diputados del común: funcionarios al servicio del régimen municipal que intervenían, principalmente, en todo lo
concerniente al abastecimiento, pues motines arrancaron en gente del pueblo llano por falta de abastecimiento.
Debían garantizar el abastecimiento de la población. Tenían que controlar los mercados públicos, pues había
movimientos especulativos. Escasez de productos elevaba sus precios, siendo sacados a la venta por especuladores y
cobrarlos a más dinero. Funciones de policía urbana, garantizando orden y seguridad, en las obras públicas
(alcantarillado…) ... todo lo concerniente al urbanismo. Y en el alistamiento de quintas (uno de cada cinco jóvenes que
estaban en el listado tenían que formar parte del servicio militar al mes).
-Síndico personero: debía representar los intereses del común. No tenía voto, pero si voz en los plenos, pudiendo
exhortar a las autoridades locales para que pudieran actuar en beneficio del vecindario.
-alcaldes de barrio: creados en tiempos de Carlos III. Se creo en 1768 mediante una instrucción, en las que venían
determinadas las funciones de los alcaldes de barrio. Fue en Madrid donde las masas urbanas se amotinaron primero
contra Esquilache. Se aprobó para los barrios de Madrid, pero se hizo extensivo a todo el reino. Se elegían por la
participación de toda la población del barrio. El cargo duraba un año. Se encargaban de garantizar el orden publico, y
del censo vecinal; vigilaban todos los mandos de las ciudades: limpieza, alcantarillado, alumbrado, cementerios
extraurbanos, el cumplimiento de los bandos y la visitación de establecimientos comerciales (tabernas, bodegones,
comercio…) para que cumplieran limpieza y orden público, y el control de precios (chocando sus competencias con las
de los diputados del común). El tema de la caridad no es competencia de la corona; la ayuda a los desfavorecidos
(actual Seguridad Social…) no era competencia de la Corona. Tras el Concilio de Trento, las obras pías recaen sobre la
Iglesia Católica. En el norte de Europa no hay Iglesia católica que se haga cargo de la beneficencia. Con Carlos III, la
beneficencia recogía a huérfanos, a mujeres de moral distraída… y les daba oportunidad de inserción social,
llevándolos a lugares donde podían quedarse y formarse. Vigilancia de vagabundos y personas ociosas, sospechosos
de delinquir.
Los resultados de estas reformas fueron mediocres. Si consiguieron los objetivos del rey:
-Solución de la grave crisis económica de las poblaciones urbanas
-Alterar su estructura tradicional, ando entrada a la representación popular.
El historiador Javier Villamor “aunque la introducción de los nuevos cargos tiene un componente técnicamente
democrático en cada pueblo, el absolutismo, lo que realmente hizo, fue una concesión graciosa de algo que era regalía
de la corona para satisfacer a la plebe y preservar el orden público”. Reformismo tiene el objetivo de mantener al
monarca con el control absoluto y mantener a la sociedad tal cual, con sus privilegios. Y que ese sistema, quitando lo
que no funciona, e introduciendo medidas que fomentaran su eficacia, durara para siempre. No va a ser posible porque
la población quería más mediadas y reformas. El poder exige sumisión. Siempre hay personas que, utilizando la
inteligencia, critican el sistema, viendo sus deficiencias y emiten propuestas de mejora y cambio (humanistas, artistas,
que plasmaron un nuevo modelo del mundo, los científicos en el XVII) Cuando no se puede modificar un sistema, se
dinamita. Reformas las llevan. acabo los que están en el poder; la revolución, se hace desde abajo.
En un primer momento, apareció como encuentro entre política y filosofía. Salvo raras excepciones, como Rousseau,
los pensadores de Las luces que vivieron en el seno de una sociedad monárquica creyeron que no podía haber
bienestar para un pueblo si este no venía del trono. No existe oposición a las monarquías, a condición de que los reyes
trabajen para el pueblo, para el bien común y que respeten las libertades. En 1769, Voltaire escribió: No se trata de
hacer una revolución, como la del tiempo de Lutero, sino de realizarla en el espíritu de los que están destinados a
gobernar.
Por otra parte, la mayoría de los príncipes descubrió el valor de la propaganda y se preocupó por controlar la naciente
opinión pública, en cuyo origen se sitúan muchos escritores y pensadores de toda Europa, unidos entre sí por una
amplia correspondencia. Los soberanos mantuvieron con ellos relaciones muy cordiales. Federico II llamó a Voltaire a
Postdam en dos ocasiones, en 1750 y 1753, y Catalina II invitó a Diderot a San Petersburgo, en 1773-1774.
La filosofía dio a los soberanos ilustrados un vocabulario y un estilo. Sobre todo, les proporcionó nuevos principios y,
en especial, un estado de espíritu laico. Las monarquías fueron tolerantes, se laicizaron: ya no basaban la autoridad
en el derecho divino, sino en un contrato, en una necesidad racional.
No está muy claro que haya una diferencia fundamental entre el absolutismo de los príncipes y el despotismo ilustrado.
Los soberanos del XVIII tienen como modelo a Luis XIV, monarca absoluto por excelencia y no a los filósofos. Como él,
muestran una gran dedicación al trabajo; toman las decisiones personalmente y llegan a ser verdaderos expertos en el
ejercicio del poder. La influencia de los filósofos y del racionalismo francés contribuye no a la liberación del régimen,
sino a su reforzamiento, dando al Estado una organización más racional. Esta es una de las pruebas de la ambigüedad
del despotismo ilustrado (utilizar las nuevas ideas para hacer triunfar el absolutismo).
Los príncipes ilustrados mantienen la concepción francesa de la monarquía: incluso refuerzan la autoridad del Estado,
separándolo de la persona del soberano. Aparece la noción de un interés superior al interés dinástico y cercano al
interés general; es el comienzo de la exaltación de la función pública, en cuya cima se sitúa el monarca.
Contemporáneamente a la práctica absolutista de Federico II, se había difundido por toda Europa una obra que
encarnaría la doctrina del despotismo legal El orden natural y esencial de las sociedades políticas (1767) de MERCIER
DE LA RIVIÈRE, un fisiócrata francés, partidario como Turgot de la administración ilustrada. Esta obra está considerada
como la formulación teórica del despotismo ilustrado, pero, en realidad, es algo muy distinto. Para Mercier de la
Rivière, que no confía en absoluto en el Estado, el orden social debe basarse en la propiedad individual y en la libertad
económica que el soberano debe mantener, de manera que El Rey reina y la ley gobierna. Esta fórmula está muy lejos
de la antigua monarquía, que subordinaba el derecho individual al derecho social, y lejos del despotismo ilustrado,
tutelador y legislador de la economía.
- El campo de la monarquía absoluta había sido la Europa occidental, vuelta al Atlántico y al resto del mundo. El
Despotismo Ilustrado se sitúa en los países menos desarrollados e incluso atrasados, en las penínsulas
mediterráneas o en la Europa central y oriental, es decir, la Europa terrateniente; la de los grandes dominios,
donde aún subsistía el poder de la aristocracia territorial. Esto no es una simple coincidencia, sino una señal
de la función histórica que amplió el despotismo ilustrado.
Para los soberanos de los estados inacabados (Rusia, Prusia), heterogéneos (Austria)) o dormidos (España,
Italia) cuyo aparato administrativo era aún embrionario y cuyos medios fiscales y militares eran aún
insuficientes, el despotismo fue un medio que permitió recuperar el retraso. El poder público suplió la
ausencia de burguesía, miró a Francia, pero también a Inglaterra, que enseñó a los gobernantes cómo crear
- Así se explica la falta de legislación social para llevar a cabo sus reformas; el déspota ilustrado que no es un
filántropo y además actúa en países atrasados, solo tiene una posibilidad: intentar atraerse a la aristocracia, a
expensas del tercer estado. La carta de nobleza, promulgada por Catalina II, en 1785, prueba hasta qué punto
el sistema ruso se había convertido en una “autarquía apoyada en la aristocracia”.
Tres personalidades poderosas dominaron entonces Europa y tendieron a eclipsar a los demás jefes de Estado: Federico
II de Prusia, quien declaró El monarca no es el dueño absoluto, sino únicamente el primer servidor del Estado; Catalina
II, de Rusia, la más rusa de todas las emperatrices, a pesar de su origen alemán; y otro alemán contemporáneo suyo,
José II, emperador de Austria, y quien, mediante la aplicación despótica de sus ideas, intentó modernizar los dominios
de los Habsburgo.
A tan relevantes personalidades, habríamos de añadir Carlos III de España, el más genuino de todos, o su vecino José
I, de Portugal, ayudado por su ministro Pombal, filósofo ilustrado y hábil estadista. Estados italianos, como Parma,
Cerdeña, Sicilia o Toscana tienen al frente a un déspota ilustrado y también los reinos del norte de Europa, como
Dinamarca o Suecia.
Las personalidades de estos déspotas fueron muy variadas; pero sus políticas presentaron aspectos comunes. Casi
todos se ordenaron alrededor de tres centros de intereses: el religioso – el más característico y el que mejor reflejó el
espíritu del siglo –, el económico y el social. Sin embargo, la acción de todos tuvo siempre el mismo objetivo final: no
hacer dichosos a los hombres (gobernar para el pueblo, pero sin el pueblo), pues esto no eran más que declaraciones
para el uso de los filósofos franceses y sus lectores, sino el de robustecer el poderío financiero y militar de su propio
estado.
1. Política religiosa
En general, la mayoría de los soberanos de los países católicos se esforzó más en favorecer las doctrinas hostiles a la
autoridad del Papa que en favorecer una filosofía irreligiosa. Se favoreció el jansenismo que tendía a convertir a los
príncipes en jefes de las iglesias nacionales.
Los déspotas ilustrados actuaron más en el campo institucional que en el doctrinal. En España, donde sus poderes
estaban disminuidos, y en Toscana, en donde fue suprimida, arremetieron contra la Inquisición. Pero contra la que
fueron más hostiles fue contra la Compañía de Jesús, aquella milicia eclesiástica que escapaba a toda autoridad
episcopal o secular, que era incondicionalmente devota al Papa y que sólo dependía de él.
Pombal dio el primer asalto contra ella: acusó a los jesuitas de complicidad en el atentado contra José I y los hizo
expulsar de Portugal y de sus colonias. Luis XV y, tras él, todos los Borbones, tomaron la misma medida. El propio
Clemente XIV fue elegido a cambio de una promesa de supresión de la Compañía, en 1769, que cumplió en 1773.
Parecía que el partido filósofo había obtenido una gran victoria.
Pero no sólo se actuó contra los jesuitas. Hubo otros regulares exentos de la jurisdicción del ordinario que se
encontraron siendo objeto de los ataques ilustrados. Cierto número de conventos fue cerrado. En Toscana, se les quitó
a los eclesiásticos la censura de los libros. En España, perdieron parte de la asistencia pública y de la enseñanza,
poderosas instituciones de influencia. Pero aquellas medidas tomadas en los países latinos no se integraron en un
conjunto.
En los países no católicos, las relaciones entre el Estado y las Iglesias plantearon pocos problemas, por estar los cleros
ortodoxo y luterano sometidos al poder civil. En Dinamarca o Suecia, donde todos eran luteranos, la tolerancia religiosa
fue una práctica fácil de cumplir. Pero también triunfó cuando se produjo la anexión de Silesia a Prusia. Federico II se
mostró muy tolerante y, hombre práctico, ante todo, aquel príncipe filósofo acogió liberalmente a los jesuitas
expulsados de los países mediterráneos, pues apreciaba su cultura y su talento pedagógico y los destinó a sus súbditos
católicos.
2. Política económica
Los déspotas ilustrados entendieron que, en el campo económico, las estructuras antiguas no impedían a sus súbditos
aprovechar la coyuntura favorable. Las corrigieron y a veces las suprimieron. El aumento demográfico exigía mayor
producción agrícola. En los países católicos, la autoridad atacó así a aquellos conventos que no estaban poblados como
consecuencia de la crisis de vocaciones, que disponían de inmensos bienes de manos muertas, pero que no tenían
capital para realizar las innovaciones indispensables.
El movimiento fue general, se secularizaron los bienes de la Iglesia en Portugal, en España, en Lombardía, en Parma,
en la república de Venecia, e incluso – lo que demuestra que se trataba más bien de imperativos económicos, que de
la aplicación de una ideología anticlerical – en los Estados Pontificios y en Francia, en donde funcionó una comisión de
reforma del clero regular.
Además, por los medios más diversos, se alentó la producción. En España, Carlos III, por una pragmática de 1773, hizo
proclamar la dignidad del trabajo artesano e impulsó a la nobleza a participar en actividades económicas; y favoreció
la creación de sociedades económicas y patrióticas para ello. Redujo prácticamente a la nada los viejos privilegios
ganaderos trashumantes de la Mesta, y, mientras, autorizaba a los propietarios a cercar sus tierras con el fin de
protegerlas de sus rebaños. Favoreció la colonización exterior: seis mil inmigrantes bávaros fueron instalados en Sierra
Morena.
José II llevó una política semejante en el sudeste de Hungría; y Catalina, en el sur de Ucrania, en donde 600 000
colonos, a veces de origen alemán, fueron instalados en unas tierras hasta entonces desiertas. Federico II continuó la
obra familiar haciendo venir colonos de otros países alemanes, del Mecklemburgo, de Suabia, otorgándoles préstamos,
exenciones temporales de impuestos, proporcionándoles material agrícola, semillas y ganado y comprometiendo a los
grandes señores a que lo imitasen.
La expansión demográfica significó igualmente un aumento en la demanda de tejidos, por lo que los déspotas
estimularon la producción, primero prosiguiendo una política mercantilista, y, luego, aliándose, poco a poco, con la
libertad industrial.
Otorgaron menos cuidados al desarrollo del comercio que al de la agricultura y al de las manufacturas. Sin embargo,
desarrollaron los puertos y las comunicaciones e hicieron construir carreteras y canales. Además de estas medidas,
hicieron un notable esfuerzo para desarrollar la circulación fiduciaria y el crédito. La Banca de Berlín fue fundada en
1765 con un capital suministrado por el tesoro real 1.
1 Pero el logro más notable en este campo fue el de Catalina II. Su Banca de Estado funcionó con un encaje metálico
muy escaso. Sus billetes no tuvieron así valor más que por la confianza que se le otorgaba a la zarina. Ahora bien, no
solo no padecieron más que una depreciación mínima, sino que llegaron a tener prima sobre la moneda de cobre. Allí
donde Francia había fracasado y en donde iba a fracasar España, con el Banco de San Carlos, Catalina parece haber
triunfado por la única virtud de la autocracia.
Un único soberano se mostró eficaz a este respecto: Pedro Leopoldo de Toscana, que no sólo abolió la tortura, sino
también la pena de muerte y la confiscación de los bienes de los condenados. Estableció la igualdad de todos ante la
justicia, suprimiendo tribunales particulares de cada estamento. Hacia 1780, Toscana se halló dotada de una legislación
de un asombroso modernismo, reforma que demuestra hasta qué punto había evolucionado la sociedad en el ducado.
Por otra parte, las estructuras sociales, en su conjunto, fueron poco modificadas por la acción de aquellos déspotas
llamados ilustrados. Federico no varió nada en el pacto fundamental que le valía la fidelidad de sus junkers2. En Rusia,
y bajo Catalina, la servidumbre se extendió más que nunca.
Sin embargo, algunos de los soberanos y de los ministros de entonces no se limitaron a mantener las condiciones
sociales existentes. Pombal favoreció a los burgueses, en contra de los nobles, al facilitar a todos los portugueses el
acceso a la función pública. Carlos III se esforzó por someter al impuesto a la nobleza. Gustavo III gobernó contra la
suya. Struensee, primer ministro de Cristian VII de Dinamarca, quiso abolir la servidumbre y enajenó así a la aristocracia
agrícola de Jutlandia. Por fin, José II, sin menoscabar la posición preponderante de su nobleza en la sociedad y el
Estado, se esforzó por mejorar la condición campesina.
No obstante, aquellos estadistas siguieron siendo unos déspotas o al menos unos jefes muy celosos de una autoridad
que no querían compartir. La instauración de la libertad de prensa por Struensee no deja de ser un hecho aislado.
Como lo fue, por otra parte, el proyecto de constitución que hizo preparar Pedro Leopoldo, que preveía el
establecimiento de asambleas provinciales y de una asamblea legislativa elegidas por sufragio muy amplio 3.
Además, el poder no siempre estaba fundado sobre una irreprochable legitimidad. Catalina se había convertido en
zarina tras haber destronado a su marido; Gustavo III estableció su poder por el golpe de Estado de 1772, que puso fin
al tiempo de libertad y desembocó en una constitución que reducía en beneficio del rey los poderes de la dieta y del
Senado.
Por todas partes, se fortalecía el Estado; se centralizaba más la administración y la fiscalidad era más razonable y
rentable. Como señal evidente del fortalecimiento del Estado, en la mayoría de los países las fuerzas armadas se
hicieron aún más poderosas. Mirabeau escribió en 1788 Prusia no es un Estado que posee un ejército, sino un ejército
que ocupa un Estado.
Federico II fue el soberano que encontró menor cantidad de oposición interior y que conoció los éxitos más
clamorosos. Todos los demás conocieron graves dificultades y a veces hasta un fin trágico.
La política del ministro de hacienda italiano de Carlos III, Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache, dio lugar a los
motines de 1766: el rey tuvo que salir de Madrid y exonerar al marqués; desde entonces, sus ministros ya no fueron
más que españoles (Aranda y Floridablanca). Carlos III no llegó a liberar a España de las gravosas importaciones
extranjeras de productos fabricados, a pesar de sus esfuerzos, ni a realizar la justicia fiscal y, a su muerte, el reino se
hallaba en plena crisis financiera.
2
Terratenientes.
3
Texto tan audaz que, aunque no trataba en absoluto de atenuar el poder del príncipe, el hermano mayor de Pedro se
opuso a su promulgación.
HISTORIA MODERNA II – SIGLO XVIII 73
En Portugal, después de la muerte de José I (1777), Pombal fue desterrado y aunque la reina María I respetó su obra,
no la continuó.
En Dinamarca, Struensee y Cristian VII habían apostado por la burguesía de los puertos contra la nobleza agrícola,
pero, en 1772, esta última consiguió del rey la orden de detención del ministro que fue condenado pronto a muerte y
su obra quedó destruida. No obstante, en 1778 se logró la liberación del campesinado.
En Suecia, Gustavo III disgustó a los campesinos por la elevación de los impuestos y como tampoco logró reconciliarse
con su nobleza, murió asesinado en 1792.
En Rusia, las insurrecciones de campesinos fueron numerosas y Catalina tuvo que hacer frente a la revuelta dirigida
por Pugachev, cosaco que trató de hacerse pasar por Pedro III el incapaz marido que la zarina había destronado en
1762. Constituyó una especie de Corte y tuvo tanto éxito popular que pronto se elevó el precio puesto a su cabeza: de
500 rublos, en octubre de 1773, se pasó a 28.000 a fines de noviembre. Al comienzo de 1774, los principales puntos
estratégicos del Volga y del Ural estaban en manos rebeldes. Mantuvo Pugachev largo tiempo a las tropas imperiales
en jaque gracias a los apoyos de las masas rurales. El éxito provisional de la sublevación se explica por el
encuadramiento militar de los insurrectos por los cosacos y por la debilidad del encuadramiento administrativo en
aquellas regiones marginales. Además, había prometido la supresión de las levas de hombres, de los impuestos y de
las prestaciones de trabajo y la distribución de tierras, bosques y ganado a los campesinos.
La sublevación fue por fin sofocada y el falso zar, entregado por los suyos, fue ejecutado en Moscú, en 1775. No
obstante, aún acaecieron graves levantamientos durante los últimos años del siglo. Y, al comienzo del siglo siguiente,
la multiplicación de los disturbios campesinos de carácter disperso pero continuo demostraría la imposibilidad de
mantener un régimen social que una amplia fracción de la opinión estimaría entonces dañina para el interés nacional.
A pesar de los movimientos insurreccionales – motín urbano en España; movimientos campesinos, en Bohemia y Rusia
– disturbios que, por otra parte, no constituyeron de ningún modo una novedad en la historia de Europa, los déspotas
ilustrados conocieron un auténtico prestigio. Habían sido bien servidos por los escritores a quienes supieron atraer a
su propio juego. Y fueron numerosos los pequeños príncipes alemanes que se inspiraron en sus prácticas en el gobierno
de sus Estados. Así Carlos Federico de Baden; el joven duque Carlos Augusto de Sajonia-Weimar que hizo del joven
Goethe su consejero privado y de su capital uno de los centros de las letras europeas. Y Jorge III, de Gran Bretaña,
elector de Hannover, dejó gobernar en su electorado a un ministro que se inspiró en el despotismo ilustrado: Gerlach
Adolfo de Münchausen.
Sin embargo, existió una fracción bastante amplia de Europa en donde los ambientes ilustrados estimaron que las
reformas debían tener como fin no ya al Estado sino al hombre: Francia, Inglaterra, Suiza y las PP UU.
8.1. Prusia
El marquesado de Brandeburgo (con capital en Berlín) se hallaba ubicado en los dominios del Imperio Germánico y
con categoría de electorado. En 1618, el ducado de Prusia Oriental (con capital en Kaliningrado), vasallo del rey de
Polonia, había pasado a formar parte del patrimonio del elector de Brandeburgo por herencia, pero continuaba siendo
un feudo polaco. Por la Paz de Oliva de 1660, se había formalizado la renuncia polaca a su señorío sobre Prusia Oriental.
En 1700, el emperador germánico Leopoldo I concedía el título de “rey en Prusia” a Federico III de Brandeburgo, que
se convertía así en Federico I de Prusia. El título estaba legalmente cubierto por el hecho de que Prusia quedaba fuera
de los límites del Imperio Germánico, en el que no se permitía ningún título real aparte de la dignidad imperial, con la
única excepción del reino de Bohemia.
Federico Guillermo I
A la muerte de Federico I en 1713, su hijo Federico Guillermo I aprovechó el entierro de su padre para presentarse
ante el mundo como el heredero por Derecho divino de la monarquía y de la Casa Hohenzollern. Llevó a cabo una
serie de reformas que profundizaron en el proceso iniciado con su abuelo Federico Guillermo I de Brandeburgo y su
padre Federico I de Prusia: centralización territorial y administrativa y acrecentamiento del poder militar. Combatió
fundamentalmente el viejo Derecho de juramentos y dependencias feudales. Con Prusia no tuvo ninguna
consideración constitucional, promulgando un decreto en 1717 que eliminó las dietas de los nobles. También atacó
los derechos estamentales en sus dominios territoriales del Imperio Germánico, donde no le resultó tan fácil ya que
algunos miembros de la nobleza recurrieran a la petición de amparo ante los tribunales imperiales.
Existe una relación dialéctica entre crecimiento económico y reformas administrativas: el aumento de los ingresos del
Estado derivado del crecimiento económico indujo reformas administrativas, pero el crecimiento económico también
era el resultado de reformas administrativas previas. En cualquier caso, la balanza fiscal que disfrutaba el nuevo Estado
prusiano permitió iniciar un proceso de sustitución de las viejas estructuras estamentales por una nueva estructura
de oficios vinculados al Estado dinástico patrimonial. Se avanzó en la formación de un absolutismo peculiar, con
caracteres muy diferentes a los de las monarquías absolutas occidentales. Así, en el Estado prusiano los oficios nunca
fueron venales, por lo que nunca llegaron a salir del patrimonio monárquico y a privatizarse. A la cabeza de la nueva
estructura burocrática, se creó una institución central muy vinculada al monarca: el Fiscalato, cuya función era la de
vigilar la disciplina y la subordinación absolutas de todos los oficios.
En 1723, se llevaron a cabo una serie de reformas cuyo objetivo iba más allá de avanzar en un poder centralizado:
pretendían configurar un poder único. Para ello, se creó el Directorio General y Supremo de Hacienda, Guerra y
Dominios, organismo central y único que asumía todas las competencias territoriales y de materias de gobierno. Se
trataba de una institución colegiada presidida por el propio rey y formada por 4 ministros, cada uno de los cuales tenía
su cargo unas provincias y unas materias, pero todas las decisiones eran aprobadas por el rey. En un segundo nivel,
para ejecutar las decisiones en las provincias, se estableció en cada una de ellas la Cámara Provincial de Guerra y
Dominios, que asumía todas las funciones administrativas, judiciales y militares en su territorio. En un tercer nivel,
estaban los distritos, que eran espacios que englobaban la ciudad y el campo circundante, ámbitos que debían
administrarse de forma separada. En cada una de las ciudades, se instauró el Comisariado de Guerra e Impuestos, con
Las obligaciones tributarias y de servicio militar recaían en principio sobre los pecheros, pero la monarquía también
buscó la contribución fiscal y militar de la nobleza haciendo valer el Derecho feudal. En la práctica, todos los oficiales
eran reclutados entre los hijos de la nobleza, lo cual les reportaba distinción social.
Por el Tratado de Utrecht de 1713, Federico Guillermo I fue reconocido internacionalmente como “rey en Prusia”.
Aprovechando en su favor el período de paz que se inauguraba en Utrecht y haciendo caso omiso a los acuerdos de
desarme establecidos allí por las potencias europeas (violación del Derecho internacional), Federico Guillermo I
emprendió la formación de un ejército permanente sobre la base de las viejas milicias territoriales de que disponía
(violación del Derecho estamental). Los principales factores que le llevaron a esta empresa fueron la necesidad de
mantener vinculados y obedientes a la corona los territorios dispersos y la necesidad de imponer su autoridad sobre
toda la sociedad. En cada una de las provincias, el Comisariado de Guerra anuló a las autoridades locales y se encargó
de evitar que se produjera el licenciamiento de tropas ante la nueva situación de paz y de exigir levas obligatorias de
todos los hombres pecheros útiles tanto en tiempo de guerra como de paz. En 1715, con ocasión del conflicto de
Pomerania, el nuevo ejército se puso en marcha por primera vez como una gran maquinaria de guerra. En 1723, el
Comisariado de Guerra desapareció al crearse como institución unificada la Cámara Provincial de Guerra y Dominios,
que asumió sus funciones. Además, también en esta lucha, se introdujo un sistema mixto de reclutamiento, al incluir
a mercenarios extranjeros que formaron un cuerpo de élite conocido como Guardia Real. Los nobles, los eclesiásticos
y los funcionarios reales estaban excluidos del servicio militar, pero los oficiales salían todos de la nobleza (sobre todo,
de los junkers) y se formaban en la Academia Militar de Berlín (creada en 1722). A su muerte, Federico Guillermo I
dejó el ejército proporcionalmente más grande de Europa (3,5% de la población activa), además de uno de los más
modernos, disciplinados y poderosos. El poderío militar prusiano funcionó más como elemento de disuasión que de
agresión. Así, sin ninguna intervención militar, Prusia logró todas sus ambiciones territoriales sobre Pomerania
Occidental en la Paz de Estocolmo de 1720.
Federico II el Grande
Preocupado por hacer de Prusia una gran potencia, Federico II se propuso continuar la obra económica de sus
predecesores. Dio preferencia a la agricultura, pues necesitaba alimentar y utilizar al máximo a una población en
aumento; además, la mejora del rendimiento de las tierras tenía una repercusión inmediata en los ingresos del Estado.
se interesó mucho por las ideas de los agrónomos, proponiendo incluso que se discutiesen en la Academia de Berlín.
Intensifico en el este del reino la colonización de los campos, que se hacía imprescindible, pues las guerras los había
arruinado.estableció fuera de sus Estados dos agencias, en Frankfort-on-Maine y en Hamburgo, donde se reclutaron
cerca de 300.000 emigrantes, principalmente holandeses y frisones, lo que permitió la creación de más de 900 pueblos.
Esta política transformo radicalmente las regiones pobres: la Prusia polaca, donde las viviendas eran simples Cabañas
de bar ro y paja y donde dominaba la población eslava, se enriqueció enormemente y se germanizo en parte. La
industria y el comercio también progresaron, (unto a la producción corriente, principalmente telas (en Silesia) y paño
HISTORIA MODERNA II – SIGLO XVIII 76
(por iniciativa de refugiados franceses), aparecieron las industrias de lujo: porcelanas, terciopelos, sedas, que se
venden hasta en Rusia. Para disponer de materias primas se introdujo la sericultura y la cría de ovejas merinas. Como
a prepararse el desarrollo de la metalurgia alemana moderna con la insuflación de altos hornos en Spandau, cerca de
Berlín, y explotando la hulla de la región del Ruhr. Se facilitaron los intercambios con la construcción
del canal de Bromberg, entre el Vistula y el Oder, y del canal Finow, enluci Oder y el Elba. Federico II centralizo el
comercio exterior por medio de una compañía privilegiada: con capital del Estado fundó el Banco de Berlín, tomando
como modelo el Banco de Inglaterra (1765), y estabilizo la moneda, el thaler.
El enriquecimiento de su país tenía una finalidad esencial, el desarrollo del ejército. Los efectivos que Federico II
recibió de su padre (83.000 hombres) se acercaban a 200.000 al final de su reinado, igualando así al ejército francés.
Una parte estaba constituida por campesinos, que en verano volver a trabajar la tierra, y el resto eran voluntarios, en
gran parte extranjeros, que, fuera del servicio, pueden trabajar en las manufacturas, Por el contrario, los mandos,
educados en las escuelas de cadetes y luego, los mejores, en la Academia de Guerra Berlin, eran todos nobles y
prusianos, pues, según el rey, ≪solo ellos tienen sentido del honor≫ y ≪el valor de las tropas depende del de sus
oficiales≫ El adiestramiento y entrenamiento del soldado se llevaron hasta el límite una severa disciplina, sancionada
por castigos corporales (golpes de plano con el sable y de bastón) y ejercicios cotidianos, efectuados con regularidad
mecánica, preparaban al ejército prusiano para la estrategia ofensiva y la táctica en orden oblicuo (destinada a
envolver al enemigo con más facilidad), impuestas por Federico II y que fueron la admiración de toda Europa.
Las reformas administrativas del rey de Prusia, a menudo alabadas, son mucho menos importantes. Para alimentar
su tesoro de guerra, Federico II intento obtener una recaudación más exacta de los impuestos.
• En el ámbito de la justicia, Federico II ordeno suprimir la tortura y se preocupó de que los procesos se
desarrollasen con la mayor equidad.
• El rey, personalmente muy escéptico, garantizo a todos sus súbditos libertad religiosa (lo que le permite atraer a
excelentes colonos), pero la imprenta siguió estando sometida a censura.
• En cuanto a la enseñanza, una ley la hizo obligatoria hasta los trece años, pero faltaron maestros para poder aplicar
la reforma; más preocupado por la enseñanza secundaria que formaba a sus funcionarios, Federico II acoge a los
jesuitas expulsados de Francia; por otra parte, dio nueva vida a la Academia de Berlín
Pedro I el Grande
Aunque fue proclamado zar en 1682, Pedro I no inició su gobierno personal hasta 1695, tras una serie de luchas por
el poder en el seno de la familia real. Desde el punto de vista territorial, el Zarato de Rusia llegaba al Cáucaso y al mar
Caspio y abarcaba la mayor parte de Ucrania y toda Asia septentrional hasta el Pacífico. Sin embargo, aún no había
alcanzado los mares Báltico y Negro, fundamentales para que Rusia lograra una salida al mar hacia Occidente, de modo
que Pedro I se planteó como una prioridad de su política exterior lograr el acceso de Rusia a los mares útiles. Desde el
HISTORIA MODERNA II – SIGLO XVIII 77
punto de vista interno, el Zarato de Rusia sufría una gran inestabilidad social y política. La profunda crisis del siglo XVII
se había saldado en Rusia con la instauración de la servidumbre (1650) y el inicio de un proceso de centralización
política, todo ello en medio de continuas revueltas sociales. Entre 1695 y 1700, Pedro I viajó por Europa y se convenció
de que la única forma de conseguir la cohesión social y la estabilidad política en Rusia pasaba por adoptar los modelos
europeos, planteándose desde entonces el objetivo de establecer en su país una monarquía absoluta y de llevar a
cabo una reforma estructural de la administración y la sociedad.
En el ámbito exterior, Pedro I consiguió por fin el acceso al mar Negro con la firma de una tregua de 30 años con los
turcos (1700), que le cedieron dos plazas portuarias. A continuación emprendió contra Suecia la Gran Guerra del Norte
(1700-1721), que le reportó Estonia, Letonia y la bahía del Neva. Alcanzados estos objetivos, añadió a su título de “zar”
el de “emperador” (1721). En la bahía del Neva, fundó la ciudad de San Petersburgo, que se convirtió en la capital del
Imperio de Rusia.
Pero lo más importante del reinado de Pedro I reside sobre todo en sus reformas internas. El resultado más inmediato
será un nuevo tipo de Estado de inspiración plenamente europea, pero marcado profundamente por la tradición de
la autocracia oriental, que ejerce una gran violencia desde arriba frente a toda la sociedad. Podemos dividir el alcance
de las reformas de Pedro I en cuatro bloques:
• Reforma de las Fuerzas Armadas. El ejército experimentó un proceso de modernización (creación de nuevos
regimientos, dotación de artillería, diseño de jerarquías de mando especializadas, fundación de escuelas militares
y perfeccionamiento del sistema de movilización) y nacionalización (desplazamiento final de la oficialidad
extranjera necesaria al principio y vinculación de la nobleza rusa al servicio militar). Se creó por primera vez la
marina, aunque no arraigará hasta la época de Catalina II. Las necesidades militares y navales de abastecimiento
(pólvora, armamento, transporte, uniformes, etc.) impulsaron el desarrollo de las industrias (muchas de ellas
estatales, aunque la siderurgia era privada).
• Reforma de la Administración. Tanto la administración central como la local tendieron a una mayor centralización
burocrática. A nivel central, destaca la creación del Senado como órgano supremo de toda la administración (con
competencias legislativas, judiciales, hacendísticas y de control general) y de los “colegios administrativos” como
departamentos ministeriales dirigidos por consejos colectivos. A nivel local, el territorio fue dividido en 8
provincias (subdivididas en condados y distritos), bajo supervisión de la administración central. Toda la
administración fue sometida a un proceso de racionalización de funciones y despersonalización de las
instituciones, subrayando el valor de la colegialidad.
• Reforma de la Iglesia. En 1700, a la muerte del patriarca Adriano de Moscú, Pedro I rechazó nombrar a un sucesor
y sus funciones fueron asumidas por el vicepatriarca de manera interina. En 1721, Pedro I abolió el Patriarcado de
Moscú y lo sustituyó por el Santo Sínodo, una nueva institución formada por 10 clérigos y que quedaba integrada
en la administración estatal. El resultado fue la destrucción de la autonomía de la Iglesia y de su capacidad de
influencia política. El poder del zar perdió su carácter sagrado y pasó a fundamentarse en el Derecho natural.
• Reforma de la sociedad. La clase dominante rusa se europeizó, mientras que las clases subalternas se mantuvieron
estancadas. Se estableció el servicio militar obligatorio de todos los nobles y se dividió a la nobleza en 12 rangos
en función de los escalones militares y burocráticos (acabando con la tradicional dualidad entre los boyardos y el
resto de la nobleza). Se forjó así una nobleza de servicio, que se convirtió en el principal instrumento del Estado
ruso en ausencia de instituciones estamentales intermedias. El resto de la sociedad quedó como estaba, con
predominio del campesinado bajo servidumbre.
Catalina II
Catalina II es la gran continuadora de la obra de Pedro I. Consolidó el Imperio de Rusia con tres nuevas expansiones
territoriales: la incorporación a expensas de Polonia de los territorios de Bielorrusia, lo que quedaba de Ucrania y
Lituania (1772, 1793 y 1795), la anexión de Crimea (1792), donde fundó las ciudades de Odesa y Sebastopol; y la
ejecución de un vasto programa colonizador por todo el Cáucaso, diseñado por el ministro Potemkin. Pero lo más
importante fue la consolidación de una monarquía absoluta con una administración eficaz, aunque ahora con una
cobertura ideológica distinta: la Ilustración.
Catalina II expuso su programa político en dos importantes documentos: el Manifiesto de 1762 y las Instrucciones de
1767 (ambos con continuas referencias a las principales figuras de la Ilustración, sobre todo Montesquieu). El segundo
documento fue redactado para regular el funcionamiento de la Comisión Legislativa encargada de plasmar en leyes
Tras la rebelión de Pugachov de 1775, que se extendió por toda Rusia y aglutinó todo tipo de descontentos (con
predominio de la lucha contra la servidumbre), Catalina II reaccionó empezando a poner en práctica sus ideas
reformistas. En general, puede decirse que fortaleció su poder personal (autocracia) mediante un pacto con la nobleza.
El Senado fue reducido a sus competencias judiciales y el gobierno perdió colegialidad. El territorio fue dividido en 50
provincias (subdivididas en cantones), con la finalidad de rusificar todo el Imperio. Reformó el estatuto nobiliario y lo
sancionó mediante la Carta de la Nobleza (1785): reconocimiento de la dignidad hereditaria e inalienable del noble,
exención fiscal, fuero propio, monopolio de tierras con siervos, competencia en actividades comerciales e industriales
y derogación del servicio militar obligatorio de todos los nobles. En el plano económico, secularizó los bienes de la
Iglesia y promovió el desarrollo mercantilista de la economía rusa, al tiempo que la servidumbre fue reforzada (al ya
no estar la nobleza tan ocupada con sus obligaciones militares) y extendida a los nuevos territorios anexionados. En
definitiva, se consolida el predominio socioeconómico de la nobleza, cuya identificación con la corona ha llegado a tal
punto que ya no es necesario el imperativo del servicio. El resultado fue una Ilustración aristocrática (al carecer Rusia
de una clase burguesa suficientemente desarrollada), con una monarquía limitada por una nobleza que contaba con
libertad de presa y monopolio de los cargos burocráticos tanto centrales como locales (aunque con algunas
concesiones a los propietarios de las ciudades).
En los últimos años del reinado de Catalina II, se produce un retroceso cultural y se paralizan las reformas, como
reacción frente a los peligros de la Revolución Francesa.
8.3. Austria
Hacia 1720, la Casa de Austria había alcanzado su máxima expansión territorial, como resultado de las incorporaciones
derivadas de las paces de Utrecht-Rastatt (1713-1714) y Passarowitz (1718). El núcleo del poder de los Habsburgo se
encontraba en los llamados por la historiografía “países hereditarios” (Erbländer): el archiducado de Austria, los
ducados de Estiria, Carintia y Carniola, el condado del Tirol y un conjunto de territorios que se extendían de manera
dispersa hacia el Oeste. A ellos se habían unido en 1526 la corona de Bohemia (que comprendía el reino de Bohemia,
el marquesado de Moravia y el ducado de Silesia) y en 1699 la corona de Hungría (que comprendía los reinos de
Hungría y Croacia y el principado de Transilvania). Por los Tratados de Utrecht-Rastatt de 1713-1714, que pusieron fin
a la Guerra de Sucesión española (1702-1714), la Casa de Austria recibió los Países Bajos, Milán, Nápoles y Cerdeña
(Cerdeña fue permutada por Sicilia a la Casa de Saboya en 1720 y Nápoles y Sicilia fueron finalmente perdidas a manos
españolas en 1738). Por el Tratado de Passarowitz de 1718, que puso fin a la guerra austro-turca de 1716-1718, la
Casa de Austria se anexionó el banato de Temesvar y parte de Serbia y Valaquia (estos últimos territorios fueron
devueltos a los turcos en virtud del Tratado de Belgrado de 1739, que puso fin a la guerra austro-ruso-turca de 1735-
1739).
Este inmenso patrimonio fue gobernado por el emperador Carlos VI de Habsburgo (1711-1740) y suscitó a su muerte
sin herederos varones la Guerra de Sucesión de Austria (1740-1748), que terminó con la aceptación por todos como
legítima heredera de María Teresa (1740-1780) y la importante pérdida de Silesia a manos de Prusia. El conflicto que
entonces se generó entre las monarquías austríaca y prusiana se resolvió a costa de Polonia, que fue objeto de
sucesivos repartos entre 1772 (incorporación de Galitzia) y 1795 (incorporación de Polonia Menor). Este fue
básicamente el patrimonio que se mantuvo en poder de los Habsburgo hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1919),
con la adición de Bosnia-Herzegovina en 1878.
La Casa de Austria englobaba un conglomerado territorial con notables diferencias no solo de carácter étnico sino
también de carácter político. Era una monarquía desagregada, pues los diversos territorios estaban desvinculados y
dotados de constituciones dispares. Podría describirse como un gigante con dos pies de barro: una administración
central muy pequeña y que dependía demasiado de los territorios y sus estamentos y unas finanzas muy escasas y en
gran parte patrimoniales. El resultado era el de un equilibrio muy inestable.
Carlos VI
Su importancia en Europa le vino dada por sus progresos expansionistas en el sudeste contra los turcos, recuperando
la totalidad de Hungría y adquiriendo nuevos territorios, con el Tratado de Passarowitz (1718). Y, si esto fue posible,
se debió a las consecuencias de las adquisiciones logradas en la Paz de Utrecht.
Seguía presentándose como un estado heterogéneo de muchos pueblos, lo que no mermaba en absoluto su poder,
pues, en el siglo XVIII, no estaba prácticamente desarrollado el sentimiento nacionalista (salvo en Hungría).
Había grandes distancias entre los PP BB, austríacos, las zonas austríacas del sur y suroeste de Alemania y los dominios
de Italia. Estaba, además, el hecho de que los países de la Corona mantenían una profunda independencia recíproca,
y presentaban considerables diferencias desde el punto de vista de la constitución. Los únicos denominadores comunes
eran la dinastía imperial, el ejército y el idioma alemán.
Si, a principios del siglo XVIII y tras Utrecht, Austria mantenía una supremacía política indiscutible, el auge de Prusia
comenzaba a reducir paulatinamente su poder político. La evolución de Prusia supuso un movimiento de signo
contrario a Austria.
En el reinado de CARLOS VI (1711-1740) el estado austríaco se fue aproximando lentamente a una situación de ruina
y abocó a una crisis gravísima. El reinado se abrió con la victoria que el príncipe Eugenio 4 obtuvo sobre los turcos y el
Tratado de Passarovitz. Luego, con el apoyo de la Cuádruple Alianza (formada por el emperador, Francia, Inglaterra y
Holanda), Austria obtuvo Sicilia, en intercambio con Cerdeña. Con tales adquisiciones, Austria salvó su hegemonía en
Italia, amenazada por España, al tiempo que alcanzaba la máxima expansión territorial.
Finalizadas las guerras contra los turcos tras el mencionado tratado, el príncipe Eugenio fue nombrado gobernador
general de los PP BB austríacos, cuya reconstrucción económica intentó.
Carlos había abandonado sus pretensiones al trono muy a pesar suyo, puesto que había sido rey de España durante 10
años. El auge que experimentó la Contrarreforma se debió al renacimiento de la vida artístico-religiosa impulsado por
las órdenes religiosas, el emperador y la aristocracia. Amó la música, pero rechazó la Revolución científica y la
Ilustración.
Entre 1723 y 1725, los protestantes fueron expulsados de Austria. El resultado de este oscurantismo fue aislar a Austria
de las influencias estimulantes de la Ilustración a impedir su progreso material y evolución social. El espíritu de
iniciativa se veía obstaculizado por la propaganda eclesial en contra de cualquier interferencia en el orden social
existente.
Pero había, desde luego, otros muchos motivos que justificaban la falta de desarrollo económico de Austria. Estaba
situada junto a una ruta fluvial que corría hacia el Este mientras que el comercio europeo se movía principalmente en
dirección oeste, hacia el Atlántico. Tenía los puertos de Fiume y Trieste, pero estaban mal comunicados con el país y
además no había una flota propiamente dicha. Ausencia de carreteras y ríos no navegables dificultaban el comercio.
Además, el trasporte escaso se veía empeorado por las barreras de las tarifas que implantaban las Dietas de las diversas
provincias. La industria que aspirase a una promoción nacional o internacional no tenía nada que hacer en este
contexto. Austria tampoco tenía mano de obra: aparte de la pérdida de población acaecida durante la Guerra de los
Treinta Años, el exilio de protestantes y judíos. Esta mano de obra era difícil de reemplazar a causa de la estructura
social rápidamente mantenida.
4
Con la maquinaria militar austríaca revigorizada por las reformas que desde su puesto de
presidente del Consejo supremo de la guerra (1703) había llevado a cabo.
HISTORIA MODERNA II – SIGLO XVIII 80
El campo está sometido al régimen señorial y las ciudades estaban en decadencia. La movilidad social estaba reducida
a clérigos y o burócratas muy competentes. Una gran señal separaba al señor de sus súbditos y las líneas divisorias de
clase se veían reforzadas por diferencias raciales y religiosas.
Todos estos factores limitaron la evolución de la industria y el comercio austríacos y fueron la causa principal de la
debilidad financiera de los Habsburgo. El mercantilismo de este período no pudo ver el alza empresas fuertes y estables
a causa de la falta de capital, escasez de productos manufacturados, ausencia de funcionarios civiles con conocimiento
de los negocios, el desarrollo de la Corona de un beneficio rápido y, sobre todo, la ausencia de una burguesía
emprendedora. Los Habsburgo deseaban un moderno desarrollo industrial y comercial, pero lo anulaban al defender
la filosofía de la Contrarreforma que reforzaba el sistema social y tradicional y al no destruir el poderío de instituciones
conservadoras como los gremios y las Dietas.
Esencialmente, el poder de la monarquía austríaca era demasiado pequeño todavía para efectuar cambios notables en
la vida austríaca, aunque bajo el mandato de Carlos VI se avanzó en el absolutismo. La política se elaboraba en Viena
y la opinión de las provincias ya no contaba; estas eran administradas por organismos separados: las Cancillerías
austríacas, bohemia y húngara; el Consejo de los PP BB para Bélgica y el Consejo español para las provincias italianas.
Estos y otros organismos centrales como la Tesorería y el Consejo Supremo de la Guerra estaban supervisados por el
Consejo privado pero el emperador era débil a pesar de su aparente poder omnímodo y, además, las provincias por
medio de sus Dietas retenían todavía los requisitos previos financieros y de otro tipo para una autonomía de gobierno.
Carlos VI contribuyó a la construcción del Estado, dedicando la mayor parte de sus esfuerzos para obtener de Europa
la aprobación de la Pragmática Sanción (1713) que fue primero un acuerdo familiar privado de los Habsburgo y luego
una ley, según el cual, el trono pasaría al hijo mayor de Carlos (y no a las hijas de su fallecido hermano mayor José I).
Sin embargo, este hijo murió y María Teresa, nacida en 1717, se convirtió en su única heredera, quien obligó a su padre
a que arreglase la situación para evitar disputas sucesorias a su muerte.
Carlos pasó, de 1720 a 1740, convenciendo a las Dietas, a los príncipes del Imperio y a las potencias europeas para que
garantizaran este arreglo, aunque tuvo que hacer concesiones que, dentro de Austria, consistían en un reconocimiento
de los poderes de las Dietas en las provincias y que le impidieron imponer medidas absolutistas.
En Europa, la búsqueda del aval para su política sucesoria obligó a Austria a permitir que tropas españolas entrasen en
Parma y Piacenza (1731). Además, se vio arrastrado a tomar parte en la Guerra de Sucesión Polaca (1733-1738).
Luchando a favor del candidato sajón y en alianza con Rusia, Austria perdió todas sus posesiones en Italia, y apenas
pudo defender el Rin de los ataques de Francia. Por el tratado de paz de 1738, Francia le arrebató Lorena a Francisco
Esteban, yerno de Carlos, y tuvo que entregar Nápoles y Sicilia al príncipe español Carlos y, a cambio, recibió Parma y
Piacenza, así como Toscana para Francisco Esteban, mientras que Francia respaldaba la Pragmática Sanción.
Finalmente, su alianza con Rusia le llevó también a la desastrosa Guerra con Turquía (1736-1739). El Imperio otomano
estaba rejuvenecido y vigoroso tras su alianza con Persia. El príncipe Eugenio había muerto y los sucesivos descalabros
militares condujeron a un relevo de los jefes militares austríacos. Con la caída de Belgrado, se tuvo que negociar la
rendición.
Tras estas derrotas, las victorias de los aliados de Carlos, los rusos, en lo que hoy es Rumanía – anticipo de la rivalidad
austro-rusa en los Balcanes – indujeron a Austria a buscar la paz y con el Tratado de Belgrado (1739), Austria perdió lo
que había ganado en Passarovitz, excepto el Banato de Temesvar.
La desastrosa actuación de los ejércitos austríacos, en estas dos guerras, demostró el mal funcionamiento de la
monarquía austríaca, que se había quedado rezagada y no había llevado a cabo la modernización de su sistema de
gobierno, como sus vecinos.
En el siglo XVII, los Habsburgo lograron resucitar el poder de su casa bajo el aspecto de sus miembros como monarcas
de Austria, más que como emperadores del Sacro Imperio Romano. De la Paz de Westfalia había surgido este país
como una nueva potencia que rechazó a los turcos, sometió las tierras hereditarias, el reino de Bohemia y el de Hungría
Sin embargo, en el siglo XVIII, el tamaño de tan extensa monarquía y sus ambiciones indicaban una gran debilidad:
Francia, Rusia y Prusia habían conseguido el sometimiento de la Iglesia y la integración de las provincias, pero Austria
se mostraba débil en ambos aspectos. Ellos fueron la causa de la pobreza de Carlos VI, de sus derrotas militares, de la
falta de peso en la política internacional y sus humillantes concesiones como consecuencia de la Pragmática.
La Iglesia y los Estados defendían la tradición e impidieron la extensión de la movilidad social y la flexibilidad intelectual,
que eran condiciones sine qua non, para un proceso de modernización. La Corona no estuvo nunca en contacto con
sus súbditos.
En 1740, María Teresa, hija mayor del emperador Carlos VI, tenía veintitrés años, estaba casada desde 1736 con el
segundo hijo de Leopoldo de Lorena, Francisco, que se convirtió en 1738 en gran duque de Toscana. Desde muy joven
se había iniciado en la política y en la administración de los Estados.
Tuvo dieciséis hijos que alegraron las habitaciones y jardines de Schonbrunn, lo que no le impide ejercer muy
conscientemente y con gran celo su ≪oficio de rey≫. Muy imbuida de principios religiosos y conservadora por
temperamento, volco toda su actividad en consolidar la monarquía las horas sombrías del principio de su reinado.
Perfectamente consciente de las ventajas de la unificación, pero prudente frente a los privilegios y derechos adquiridos
por los Estados, actuo con tacto y calma en todos los terrenos.
Su política centralizadora pudo realizarse gracias a una diplomacia Interior presente en todo momento asistida por el
conde de Haugwitz (1702-1765), antiguo burócrata de Silesia, miembro de la pequeña nobleza, que fue llamado a la
Cancillería de Austria en 1748; después, desde 1753, por el príncipe de Kaunitz. Era necesario, ante todo, poner de
nuevo en orden la administración y someter los poderes locales a la soberanía del Estado. un esfuerzo de
especialización, los Asuntos extranjeros fueron sustraídos a la competencia de los distintos Consejos de los que
dependían y encomendados, bajo la autoridad de Kaunitz, a un nuevo organismo independiente, la ≪cancilleria de
Estado≫
Para coordinar la actividad de los ministros se creó el Consejo de Estado, que decidia sobre los grandes asuntos del
país; la administración de Bohemia fue incorporada a la de Austria, bajo la protección de un directorio del interior,
encargado de vigilar las administraciones particulares de cada país. Sin embargo, prudentemente, María Teresa no
intento modificar los privilegios y la organización tradicional de Hungria. Al mismo tiempo, se emprendió un esfuerzo
de centralización judicial, creándose un Tribunal supremo de apelación y redactándose una serie de códigos.
Las necesidades financiares trajeron reformas enfocada desde ese momento recayó sobre todas las clases y sobre el
conjunto del territorio un nuevo impuesto sobre el patrimonio, algo similar a la capitación francesa; reemplazo a las
aportaciones en especie para mantenimiento del ejército. María Teresa logro también que las Dietas y Asambleas
locales votasen los impuestos por un periodo de diez años y no anualmente, decisión que debilitaba seriamente sus
poderes financieros, pero sin destruirlos por completo. Finalmente, Viena asistió a la creación de un Tribunal de
cuentas, encargado de verificar los presupuestos de los distintos Estados.
Todas sus reformas y por su comportamiento cotidiano, María Teresa aparece como una alemana dedicada a hacer
de la monarquía austriaca un Estado esencialmente alemán; en el ejército, en la administración y la enseñanza se ven
las huellas de esta idea; la colonización del Banato y la Batchka por colonos alemanes también lo atestigua, la lengua
alemana fue considerada no solo un instrumento de dominación, sino también un vehículo de cultura, al que los
pueblos tenían que acceder progresivamente.
José II
José sólo intentó llevar a la práctica toda la filosofía absolutista que había producido el siglo, desde Luis XIV a Federico
el Grande, pero fracasó ante un intento tan ambicioso.
Las reformas, bajo la filosofía de la Ilustración, fueron una mayor intensificación de los esfuerzos del reinado anterior.
Su ambición era extender más el aparato del absolutismo centralista. Sus burócratas estaban encargados de eliminar
las barreras: idioma, religión, gobierno local, clase social, costumbre… que separaban a unos súbditos de otros. Así
pensaba poder recuperar su posición dominante en Europa – que constituía su objetivo final –.
Y José había aprendido que las mejoras no llegarían nunca si no se imponían desde arriba. Creía, como Federico el
Grande, que la autoridad política no era un don divino, sino una delegación del pueblo; que el monarca era el primer
servidor del Estado y que el bienestar de este constituía su primer deber. De estas premisas, aprendidas en Locke,
derivaba un poder bastante más absoluto que el de Luis XIV se pudo atribuir como representante de Dios en la tierra.
En el siglo XVII, cuando el Estado era el monarca y el poder absoluto era la gloria personal, el despotismo estaba
frenado por los límites que se imponían los propios reyes. En el siglo XVIII, cuando se separó al estado del monarca y
le sobrepasó en importancia, no había ningún límite teórico al absolutismo; pues los reyes en el bien hacer por el
estado podían incluso transgredir la ley moral. Es una tiranía mucho más opresiva. José II creía en esto y en otro
conjunto de doctrinas que apoyaban al absolutismo: creía en la ley natural que gobernaba a las relaciones humanas lo
mismo que al mundo físico. La naturaleza era el tirano, no el rey. Y lo mismo que el monarca obedecía a la ley natural,
así sus súbditos debían obedecerle a él. La salvación y el empuje lo proporcionaría un servicio público disciplinado que
compensase la falta de un patriotismo panaustríaco. Sentimiento difícil de difundir en una confederación tan diversa
de lenguas, razas y credos.
Los cambios que introdujo en la administración de Austria-Bohemia estaban pensados para proporcionar mayor
unidad, uniformidad, simplicidad y economía. Se redujeron oficinas y salarios y se exigió mayor productividad. Los
asuntos internos se concentraron en un despacho supremo con trece departamentos. A nivel provincial, se redujeron
los Gubernia, de 12 a 6. A partir de 1783, se suspendieron los comités permanentes de las Dietas – nuevo golpe contra
las instituciones tradicionales –. Se eliminó, donde la había, la autogestión municipal.
Su política hacia la Iglesia, el derecho, la educación y bienestar social, la emancipación de los siervos y la promoción
del desarrollo económico se redujo a la activación de los proyectos que había iniciado durante la co-regencia.
La patente de tolerancia de 1781 revolucionó la vida religiosa y al otorgar igualdad civil y de culto a luteranos,
calvinistas y ortodoxos estaba guiado principalmente por motivos económicos.
El sistema educacional, continuación del reinado previo, le permitió establecer un control de la voluntad austríaca y
su adaptación a los fines del Estado. Este control no concluía al dejar la escuela o la universidad, sino que se convertía
en una investigación vitalicia por medio de la policía secreta y la censura de la literatura.
Llamó en su ayuda a los intelectuales de clase media, llevando imprudentemente a la escena política a lo que se llamó
en Austria cuarto estado. Imprudentemente digo, porque a medida que se endureció la política en el transcurso de la
década de los ochenta, los que se oponían al poder absoluto encontraron “munición” en los escritos de los mismos
hombres que el monarca había elegido. Se dio cuenta de que la Ilustración podía utilizarse a favor de los privilegios de
los nobles y el clero, lo mismo que del poder de los reyes.
Así, José se encontró con dos enemigos diferentes en su contra, ambos en apoyo de intereses diferentes: la nobleza y
el clero defendiendo instituciones del pasado, y el pueblo que demandaba una sociedad más justa para el futuro.
Ambos exigían una monarquía limitada y José, al final de su reinado, tuvo que escoger entre los dos grupos,
inclinándose, como otros monarcas de su tiempo, ante la tradición, pues los acontecimientos de 1784 en Francia fueron
una advertencia terrible para los gobiernos que permitían la libre especulación.
Este cambio operado al final de su reinado no anula los sinceros cambios que había hecho antes para eliminar las
injusticias intolerables de la sociedad austríaca. Llevó mucho más adelante los proyectos hechos durante el reinado de
su madre para mejorar el procedimiento judicial y racionalizar las leyes. A este respecto, el Código de Procedimiento
civil, de 1781, amplió grandemente los poderes del Estado. Y, con el Código Penal, de 1781, y el Código de
Procedimiento criminal, de 1788, se protegieron más los derechos del ciudadano hacia una justicia eficaz y se
abolieron las distinciones de clase, ante la ley.
Las medidas de mejora alcanzaron al campesinado en el sentido de mejoras económicas y legales. Dichas medidas
culminaron con la abolición del trabajo que el siervo debía al señor en virtud de las contraprestaciones señoriales.
Después de 1789, se promulgó la Reglamentación agraria y de impuestos que abarcaba los impuestos pagados al
estado y las cuotas pagadas al señor. Esta medida revolucionaria impuesta en un momento inoportuno, cuando las
ideas de la Revolución francesa se extendían por Europa, trajo como resultado un rechazo de campesinos y de siervos.
Los nobles se hicieron fuertes en sus propiedades y se manifestaron en las Dietas.
Los campesinos tampoco agradecieron estas medidas tendentes a la liberación señorial de los siervos. Se quejaban de
tener que pagar en metálico al abolirse en “robot” o trabajo señorial.
Al obligar por la fuerza a su pueblo a someterse a este programa de bienestar, José es un ejemplo de ambivalencia
producida por el choque de la Ilustración con el Absolutismo. Luchaba por emancipar a los campesinos pero con similar
tenacidad buscaba mejorar su capacidad para pagar impuestos.
En la práctica, su política económica produjo un liberalismo en el interior y el proteccionismo frente al exterior con
tarifas protectoras en las fronteras (medidas de 1784) prohibiendo la importación de productos que pudieran
fabricarse en el país. Los gremios perdieron sus controles restrictivos del progreso industrial y se dio impulso a la
industria en gran escala, libre de supervisión o ayuda financiera del Estado. El resultado fue un aumento impresionante
de la producción industrial en Bohemia y suburbios de Viena y también un aumento de población, síntoma de
expansión económica.
No existía servidumbre pero José quería llevar a cabo muchas reformas: modernización de la Iglesia, reforma del
derecho y sistema judicial y, sobre todo, mejora de los ingresos estatales por medio de la reducción de exenciones
tributarias de los privilegiados. Pero José II descubrió que las reformas económicas o sociales eran imposibles sin un
previo cambio constitucional. Por tanto, estableció nuevos tribunales legales, dividió el ducado en nuevos distritos
administrativos dirigidos por intendentes responsables ante Viena y, en 1786, abolió el Senado y el Consejo de los
Sesenta.
En Bélgica, era mucho más difícil la modernización, pues la maquinaria tradicional de gobierno había quedado parada
durante los reinados de Carlos VI y María Teresa. Las 10 provincias estaban separadas entre sí, gobernadas cada una
por una débil Constitución. Los grupos privilegiados en cada provincia mantenían al país en un estado de inmovilismo.
Así pues, a José sólo le quedaba el recurso de legislar por decreto real para imponer la modernización que había llevado
a otras zonas del Imperio y pasar por encima los privilegios.
A partir de 1781, creó a gran escala un sistema judicial y administrativo racional dependiente de Viena. Los aristócratas
comenzaron a sentir temor por sus propiedades y privilegios (disfrutaban de la carga tributaria más ligera – a excepción
de Polonia – y, hacia 1789, se produjeron manifestaciones y mítines y cada provincia emitió por separado su propia
declaración de independencia.
Con respecto a Hungría, José II no estaba dispuesto a tolerar la independencia de gobierno y la autonomía magiar y,
para no tener que jurar ambas, renunció a la ceremonia de coronación y trasladó la Corona de San Esteban de Budapest
a Viena (1784). Pensaba extender su programa de modernización a Hungría por la fuerza, si era necesario.
Montado el edificio del sistema administrativo, se creó un sistema tributario basado en la capacidad económica. La
aristocracia y la nobleza fueron las más atacadas. La reforma lingüística que sustituyó al latín por el alemán como
lengua de gobierno y arrinconó al magiar como vehículo educativo, lo que fue un nuevo motivo para la rebelión
nacionalista que estaba preparada para estallar en 1789.
Su política exterior se caracterizaba por la ambición territorial, pero careció para llevarla a cabo de la habilidad
diplomática y de capacidad militar.
Sus proyectos de agresión a Turquía, en los Balcanes, y a Prusia y Alemania, en Europa, contaban con el apoyo francés
y ruso, pero ambos le fallaron y cayó derrotado ante Turquía a la que se enfrentó sólo en la catastrófica campaña de
1788. Esta derrota produjo el abandono de su programa reformista, porque además se añadía el hecho de que los años
finales de su reinado (1789 y 1790) fueron años de malas cosechas y de depresión económica.
- Intento de emancipar a las masas a expensas del clero, la nobleza y los patricios urbanos.
Leopoldo era también un ilustrado, pero con más sentido práctico para el gobierno que su predecesor. Instalado en el
poder, separó la administración de las finanzas; restauró los diezmos, suprimió el impuesto sobre la tierra y restauró
el robot. Los campesinos tuvieron que retardar su emancipación hasta 1848. También abandonó el segundo objetivo
de José: el intento de unificación de la monarquía. Restableció las libertades nacionales y los órganos de la
administración tradicional en Lombardía, Bélgica y Hungría.
Los proyectos de José hubieran fracasado, aunque su muerte no hubiera sido tan prematura. Los tiempos de la
Revolución francesa hicieron a los monarcas absolutos dar marcha atrás para salvar sus privilegios y sus coronas y eso
es lo que hizo Leopoldo.
Su programa de germanización contribuyó al renacimiento cultural y resurgir nacionalista de checos y magiares, más
conscientes que nunca de su peculiaridad lingüística y cultural. Si José estimuló el nacionalismo, también abrió la
puerta al liberalismo que, en definitiva, sería el causante de la muerte de la monarquía como forma absoluta de
gobierno.
José había llevado a Austria hacia la Ilustración progresiva, puso en práctica la tolerancia religiosa y había dominado a
la Iglesia, modernizado la educación, abolido la servidumbre, dado a los campesinos la protección de la ley y había
lanzado a la monarquía hacia la industrialización, el desarrollo económico y el cambio social.
Durante el pánico de 1789-1790, la nobleza fue capaz de afirmarse y obligar a la monarquía a colaborar. Ambas en
colaboración demostraron ser una fuerza muy poderosa que permitió a Austria afrontar el ataque napoleónico y
resistir, sin desmoronarse, cien años más.