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J.

VICENS VIVES
HISTORIA GENERAL MODERNA I -SIGLOS XV-XVIII
Editorial Vicens Vives, Madrid, 1997

LA SOCIEDAD BARROCA

La aristocracia. Se ha repetido hasta la saciedad que la nobleza europea perdió su influencia


política en esta centuria. Esta afirmación tiene cierta validez en cuanto se refiere a la
organización oligárquica del Estado. Desde luego, ha terminado para siempre la fragmentación
feudalizante del poder, y también finalizan en el siglo XVII los varios intentos de la nobleza
para imponer un gobierno aristocrático y equilibrar la autoridad de la monarquía absoluta. Pero
lo que en general sucede no es que la nobleza pierda su función política, sino que subordina
ésta a los intereses de la realeza. En el siglo XVII las clases nobiliarias se convierten,
precisamente en la más firme "columna" del Estado.
La aproximación definitiva de la nobleza y la monarquía se realiza en la corte real. Grande y
pequeña aristocracia se trasladan a las residencias "estables" de los soberanos en busca de
mercedes, cargos y pensiones. Es un fenómeno importante de esta época la desvinculación de la
nobleza del suelo. Los nobles que permanecen en sus posesiones son escasos; en general, viven
una existencia mísera y fatigosa, semejante a veces a la de los propios campesinos. En esta
nobleza provinciana se desmoronan los últimos restos de la caballería medieval. Junto a ella
figuran los burgueses privilegiados de todas las procedencias. En Francia, la nobleza
parlamentaria (de robe) adquiere más tono que la descendiente de la antigua nobleza de
segunda categoría. Sin embargo, se muestra reacia a colaborar en el Trono, y a pesar de las
veleidades absolutistas de algunos de sus miembros, se reserva, en sus cámaras de lectura o en
sus estudios de trabajo, hacer la implacable crítica del Minotauro. Los parlamentarios alternan
en todas partes con los aristócratas de sangre: en los colegios principescos Y en las tertulias de
los salones; pero desprecian la brillante vida cortesana, las inútiles y estériles diversiones de los
Grandes. Fieles a una tradición que arranca del Canciller de L'Hopital, prefieren una existencia
tranquila y honesta, en la que se mantienen depuradas las tradiciones ancestrales de la
burguesía.
La corte real, por su parte, da origen a una casta aristocrática nueva: la nobleza
administrativa. Grandes títulos son conferidos a los servidores más eminentes del Estado, [506]
junto con tierras y pensiones que permitan sostenerlos con el debido decoro. Además, se
enriquecen fabulosamente en las especulaciones que dirigen. Le Tellier dejó a su muerte 2.400
000 libras en posesiones muebles; Colbert, el celoso y puritano Colbert, 10.000.000! Esto
explica los enlaces entre esos "parvenus" y la gran nobleza. Rancia aristocracia de sangre y
nueva nobleza burocrática o militar se funden en un todo que dará lugar a las altas clases
nobiliarias del siglo XVIII. En Rusia el fenómeno es muy preciso: bajo Pedro 1 se fusionan los
boyardos con la "nobleza de servicio".
El poder económico y social de la nobleza es menos firme y definido que en el siglo XVI.
Aunque las alteraciones económicas provocadas por los grandes descubrimientos han dado
paso a una estabilidad relativa en los precios y el valor de las rentas, el lujo y las diversiones de
corte devoran cantidades enormes. Para rehacer las fortunas es un remedio eficaz el enlace con
las hijas de la burguesía dorada. De aquí cierta ascensión lenta de las clases no privilegiadas de
la sociedad. Pero, con todo, la nobleza continúa siendo una casta cerrada. Ella prosigue
monopolizando los altos cargos y las riquezas de los bienes eclesiásticos en los países católicos.
La burguesía adquiere conciencia de su fuerza. La burguesía medieval se originó con la
renovación del comercio en el mundo mediterráneo. Precisamente en la vida económica
desarrollada por el capitalismo comercial, la burguesía urbana logra, durante el siglo XVII,
ocupar una posición básica en la estructura social del occidente de Europa. Sin acabarse de
desprender de su empaque medieval, los burgueses del siglo XVII adquieren definitiva
conciencia de su función en el cuadro de los intereses de la nación. De los rangos de la
burguesía salen, por vez primera, gobernantes del Estado, como los pensionarios de Holanda,
Oldenbarneveldt, De Witt y Hensius. El mundo de los negocios, las aventuras comerciales por
lejanos países y la dirección de las grandes compañías por acciones o de una empresa industrial
han contribuido a dar a la burguesía los nuevos horizontes políticos, el afán de gobierno y el
deseo de poder, que alcanzarán su definitiva expresión a fines del siglo XVIII. Pero, al mismo
tiempo, la burguesía sabe que [507] pesa en la vida del Estado y ya durante el XVII manifiesta
veleidades revolucionarias: en Holanda, en la oposición a los Orange; en Francia, en la Fronda
de 1os parlamentarios; en Inglaterra, en la lucha contra la monarquía absoluta de Carlos I.
La burguesía prepondera porque retiene gran parte de la riqueza monetaria de los estados y
dirige las especulaciones financieras, bancarias y bursátiles. Además, en el transcurso del siglo
XVII conquista nuevos reductos. Son los burgueses, que buscan una fácil inversión de sus
capitales, quienes compran las posesiones rurales de la nobleza arruinada o bien las confiscan
al no ser resarcidos de los préstamos efectuados. En Inglaterra, como en Francia, este cambio
en la propiedad rústica acarrea sensibles transformaciones en la economía y sociedad del
campo. El burgués afincado no tiene ninguna de las preocupaciones tradicionales en el viejo
señor feudal; considera que el campo ha de rendir un interés proporcionado al capital invertido,
sea por la introducción de sistemas de cultivo más remuneradores, sea por la aplicación. a la
agricultura de los preceptos clásicos en el mundo .comercial capitalista. El farming gentleman
inicia en la Inglaterra del siglo XVII una serie de innovaciones que provocarán, ulteriormente,
la transformación radical de los métodos ancestrales de la agricultura. Pero si en este aspecto el
establecimiento de la burguesía en el campo puede considerarse como un factor positivo, en
cambio representa un retroceso para la condición social de los campesinos. Los burgueses
exigen las rentas en especies -¿para qué quieren el dinero? - y reclaman el pago de derechos
señoriales en desuso. De este modo, las clases bajas del campo sufren una nueva etapa de
opresión, que se acentúa insensiblemente desde mediados del siglo XVII a la Revolución
francesa.

La conquista de la burocracia por la burguesía es paralela, aunque anterior, a su conquista del


suelo agrícola. La monarquía absoluta confía los puestos privilegiados de la administración a
esos hombres probos e incansables trabajadores, que en la mayoría de los casos son sus más
fieles defensores. En determinados países como en Francia, los apuros económicos del Estado
han legitimado la vinculación de la burguesía a los cargos de responsabilidad, como las
judicaturas y consejerías. La compra de un cargo [508] público representaba para el Burgués
una buena operación económica, pero, sobre todo, la adquisición de una categoría social
elevada, casi equiparable a la de la misma nobleza de sangre. Nobles de robe o parlamentarios,
como han sido bautizados en Francia, forman un escalón intermedio entre la nobleza propia y la
burguesía comercial urbana.
En categoría inferior y situación cada vez menos favorable quedan los pequeños burgueses,
antiguos maestros de los gremios, que no han sabido o no han podido aprovechar las
oportunidades en el mundo de los negocios comerciales o de la industria naciente. En la mayor
parte de las ciudades, esta clase social se mantiene libre y vive modestísimamente; en otros
casos, cae bajo la dependencia del gran burgués y del empresario y se transforma en una rueda
más del mecanismo de la producción. Igual trayectoria social siguen los oficiales y
compagnons de los antiguos gremios, unos transformados en Simples asalariados y otros
integrando las primeras formaciones del proletariado.
Lo que más sorprende en esta clase social, fuera de Inglaterra y Holanda, es la veneración que
profesa a la monarquía absoluta. Es evidente que existen protestas contra la tiranía de las
reglamentaciones gremiales, los monopolios mercantiles concedidos a las grandes compañías y
los actos de violencia del Poder; mas son protestas aisladas, que no afectan al formidable
prestigio que goza entre ella la realeza. Mejor que prestigio, idolatría, como puede comprobarse
no sólo en la Francia estupefacta de 1685 ante la grandeza de Luis XIV, sino en la burguesía
hispánica de 1700 ante la doliente personalidad del más desgraciado de los Austria. Signos de
reverencia espiritual, que sólo alterará la demoledora crítica de los intelectuales del siglo
XVIII.
Obreros y campesinos. Es difícil esbozar un cuadro de la situación de las clases más bajas
de la sociedad europea durante el Absolutismo, cuyos trazos convengan al conjunto de la vida
occidental e incluso a las distintas regiones de un mismo país. Sin embargo, en líneas generales
los rasgos predominantes no pueden ser más sombríos. El desarrollo del capitalismo comercial
y sus repercusiones en la industria y la agricultura agravaron la situación de los artesanos en la
ciudad y de los aldeanos en el campo. El creciente [509] predominio de la economía monetaria,
la concepción de la vida como un negocio, la ambición de atesorar riquezas, borraron poco a
poco los últimos rescoldos del espíritu cristiano medieval y precipitaron a la sociedad europea
hacia la división en dos grandes categorías de humanidad -de un lado, los obreros; de otro, los
empresarios~, que, acentuándose a lo largo del siglo XVIII por la revolución industrial, habían
de desembocar en los grandes conflictos sociales del XIX.
Es evidente que entre los obreros existieron unas capas privilegiadas, para las cuales no cuenta
la evolución general. Nos referimos, sobre todo, a los obreros especializados en determinadas
industrias de lujo, que eran objeto de una política de atracción por parte de los ministros
adeptos al mercantilismo. Holandeses, belgas e italianos, particularmente, hallaban en Francia,
España, Inglaterra y Alemania excelentes colocaciones en las industrias de nuevo cuño. Sus
salarios eran excepcionales y les daban categoría de aristócratas del mundo del trabajo, afines
en muchos aspectos a la burguesía. Pero esto era la excepción. La inmensa mayoría de los
artesanos -incluso los maestros gremiales-, sujetos a la tiranía económica de los nuevos
capitanes de industria, cuyo único principio era producir a bajo precio, sufren las consecuencias
de la ciega protección estatal concedida a estos últimos. La vida de los maestros gremiales se
modifica al quedar definitivamente enmarcada por las detallistas reglamentaciones del poder
público. Los que escapan a la decadencia y evitan transformarse en simples "capataces", no ven
más ancla de salvación que agarrarse a la interpretación literal de los textos legales
constitutivos de los gremios, o bien cerrar las filas y crear pequeños cotos de oligarquías
gremiales. Esto destruye la índole esencialmente liberal de las organizaciones corporativas
urbanas medievales y las convierte en estructuras de defensa de los intereses de una oligarquía
artesana. En este momento, pues, el gremio se fosiliza definitivamente y se convierte en un
obstáculo para el desarrollo de la economía occidental.
Los primeros afectados por tal evolución son los oficiales. Un período de aprendizaje y un
examen les bastaba antes para adquirir el grado de maestro. Ahora estas títulos se reservan a los
hijos de los patronos o a los que son [510] lo suficientemente ricos para adquirir una "patente
de maestro". De este modo crece sin cesar el número de oficiales y aprendices, que empiezan a
llenar las calles más sórdidas de las grandes capitales y los nacientes barrios industriales de las
ciudades. Algunos burlan la legislación gremial e intentan trabajar por su cuenta, pero son
perseguidos por los gremios y el Estado. Sin embargo, los obreros clandestinos -denominados
chambrelans en Francia~ logran perdurar y constituyen el futuro ejército de la revolución
industrial. En cuanto a la masa de los productores, está sujeta a un régimen de rigurosa
vigilancia, no sólo en el taller, donde trabaja de once a doce horas, sino incluso en los lugares
de diversión, en la taberna y el cabaret. El sueldo es bajo, y cuando se suscitan tumultos por
esta candente cuestión, el Estado ayuda a los empresarios a poner orden en la calle o en el
negocio. Pero estas medidas sirven de poca cosa, ya que cuando la miseria es profunda ni el
látigo ni la cárcel remedian la situación. Entonces los empresarios han de transigir y proceden a
una relativa mejora de los jornales.
Cofradías secretas de obreros dirigen el movimiento proletario. No puede hablarse todavía de
sindicatos, aunque el sindicalismo tenga cierta tradición en los alzamientos populares
campesinos. Lo que predomina durante el siglo XVII es el compagnonnage, el camaraderismo.
Los oficiales franceses se agrupan en esas sociedades, cuyo fin esencial es la mejora del salario
mediante la huelga, el tumulto o la actuación contra los patronos o las ciudades hostiles. El
Estado las persigue; pero sobreviven, ya que representan la única válvula de escape ante la
calamitosa situación del régimen de trabajo. Existe aún otra solución: la vuelta al espíritu
cristiano, el imperio de la caridad en las relaciones entre maestros y obreros. Tal es la que
intenta hacer prevalecer en Francia la Compañía del Santo Sacramento, también secreta, pero
animada de un ferviente apostolado de justicia y transacción social. En ella existe, larvado, el
germen de los sindicatos católicos de los siglos XIX y XX.
Respecto de los campesinos, no se registra ninguna particularidad trascendental. Durante el
Barroco persiste la trayectoria que agrava insensiblemente la situación social de los aldeanos.
Ya nos hemos referido a algunas causas de tal [511] proceso: la necesidad de la aristocracia de
financiar su lujo y sus caprichos y la introducción de la mentalidad burguesa en la explotación
de las propiedades agrícolas. Cabe añadir a ello los desastres de la guerra, que durante el siglo
XVII afectaron extensas regiones de Europa; la feroz política represiva de los Austria en
Bohemia y Hungría; el desarrollo del estatismo en Prusia, Polonia y Rusia; la despreocupación
con que los ministros del Absolutismo -prototipo, Richeliu- consideraron el problema social
agrario; en fin, y como corolario, la práctica de las usurpaciones de bienes comunales, sensible
en todos los países de Occidente, pero particularmente grave en Inglaterra y Francia. Infinidad
de documentos de la época nos hablan de las quejas de los campesinos contra tales
expoliaciones, contra el aumento de las prestaciones señoriales, contra la extensión de la
miseria en las aldeas por la opresión fiscal. Estos hechos provocan sendas alteraciones
campesinas, las cuales no desembocan en un verdadero movimiento revolucionario por el
carácter local de las reivindicaciones aldeanas y por la falta de un órgano común que las
exprese. Pero la inquietud es extraordinaria y los numerosos incidentes regionales prueban la
tensión del momento: el agricultor europeo se yergue contra la supervivencia del feudalismo en
el régimen de la propiedad del suelo. Otro fermento a añadir a los que obrarán la gran oleada
revolucionaria de fines del siglo XVIII.

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