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Originalmente, el símbolo del ancla no era utilizado para aquellos que se encontraban en
altamar, sino por la gente que estaba en tierra. Durante los primeros años del cristianismo,
los cristianos estaban bajo una ardua persecución por parte de los romanos. Para mostrar
su religión a otros cristianos practicantes bajo el ojo vigilante de la gente al mando,
portaban joyería con anclas o incluso tatuajes de anclas. El ancla era vista como un símbolo
de fuerza, dado que las anclas retienen a los barcos incluso en el clima más tormentoso.
También era un popular símbolo por su cercana remembranza a la cruz. Las anclas también
se utilizaban para marcar las casas seguras para aquellos buscando refugiarse de la
persecución.
Capítulo 1
Me arrastré fuera de la oficina de la directora hacia las nubes de mitad del invierno de Sur
de California. Rabia, humillación y aversión por mí misma cubrían cada centímetro de mi
alma, creando una capa de desesperación que estaba desesperada por arrancar.
La Roca. Llega. Al Fondo.
Acababa de descubrir que All Saints High no iba a renovar mi contrato como profesora
para el próximo año a menos que ponía mi mierda en orden y hacia algo de magia para
transformar a mis alumnos en atentos seres humanos. La directora Followhill dijo que
mostraba cero autoridad y que las clases de literatura que estaba impartiendo se estaban
quedando cortas. Para añadir sal a la herida, la semana pasada había recibido el aviso que
tenía que dejar mi apartamento para finales del siguiente mes. El dueño había decidido
remodelar y regresar a vivir ahí.
También, el compañero de mensajes sexuales que había conocido a través de un
cuestionable sitio de citas acababa de enviarme un mensaje diciendo que no sería capaz
de asistir a nuestra primera cita en persona porque su mamá no le prestaría el auto hoy
en la noche.
Él tenía 26 años.
Yo también.
Ser exigente era un lujo que una mujer que no había visto una polla en vivo en cuatro años
realmente no podía darse.
Y, en realidad, algo más que algunas cortas aventuras, nunca había tenido una relación. En
absoluto. Con alguien. El ballet siempre había venido primero. Antes de los hombres y
antes de mí. Por un rato, realmente había pensado que era suficiente. Hasta que no lo fue.
¿En qué momento todo fue mal?
Podría decirte cuando, justo después que inicié la universidad. Hace ocho años, fui
aceptada en Julliard y estaba a punto de alcanzar mi sueño de convertirme en una
bailarina profesional. Es para lo que había trabajado toda mi vida. Mis padres habían
solicitado préstamos para pagar mi camino a través de los concursos de baile. Los novios
eran considerados como una inoportuna distracción y mi única preocupación era unirme
a una prestigiosa compañía de ballet en Nueva York o en Europa y convertirme en una
bailarina estelar.
Bailar era mi oxígeno.
Cuando me despedí de mi familia y ondeé mi mano hacia ellos desde el punto de
seguridad en el aeropuerto, me dijeron que me rompiera una pierna. A las tres semanas
de comenzar mi primer semestre en Julliard, lo cumplí literalmente. Me la rompí en un
extraño accidente en la escalera eléctrica bajando hacia el metro.
No sólo mató mis sueños de carrera y mi plan de vida, sino también me mandó a empacar
y regresar al Sur de California. Después de un año de enojo, sintiendo lastima por mí
misma y desarrollar una relación estable con mi primer (y último) novio, un tipo llamado
Jack Daniels, mis padres me convencieron de perseguir la carrera de maestra. Mi mamá
era maestra. Mi papá era maestro. Mi hermano mayor era maestro. Amaban enseñar.
Yo odiaba enseñar.
Este era mi tercer año enseñando, y mi primer, y juzgando por mi desempeño, único, año
en All Saints High en Todos Santos, California. La directora Followhill era una de las
mujeres más influyentes de la ciudad. Su refinada actitud mezquina era formidable. Y me
desprecia por completo desde el principio. Mis días bajo su reinado estaba contados.
Mientras me acercaba a mi Ford Focus de doce años de antigüedad estacionado del otro
lado del pasillo, frente a su Lexus y a la monstruosa Range Rover de su hijo (Sí, le había
comprado a su hijo, un estudiante de último año, una jodida SUV de lujo. ¿Por qué un
adolescente de dieciocho años necesitaría un auto tan grande? ¿Tal vez para que cupiera
su enorme ego?), decidí que la situación no podía empeorar más.
Pero estaba equivocada.
Me metí en mi auto y empecé a retroceder dentro del prácticamente vacío lote de
estacionamiento, deslizándome hacia atrás hacia los dos costosos símbolos de un pene
pequeño. En ese mismo momento, el señor Vivo Con Mi Mamá de nuevo me envió un
mensaje. La burbuja verde destelló con TENGO EL AUTO, ¿LISTA PARA
ENCONTRARNOS? Acompañado por aproximadamente trescientos signos de
interrogación.
Me distraje.
Me enojé.
Choqué directamente contra la SUV del hijo de la directora Followhill.
Estrangulando el volante y jadeando con horror, planté mi mano sobre mi corazón para
asegurarme que no hubiera salido disparado fuera de mi caja torácica. Mierda.
Mierda. ¡Mierda! El golpe seco que llenó mis oídos y sacudió ni auto no dejaba lugar a
dudas.
Había hecho con su SUV lo que Keanu Reeves hizo a la película Dracula. La había
jodidamente arruinado.
Mi adrenalina para decidir entre quedarme o huir se desencadenó, y brevemente
contemplé si debería acelerar, adoptar un alias y huir del país para esconderme en una
cueva en algún lugar de las montañas afganas.
¿Cómo iba a pagar por el daño? Tenía un gran deducible y estaba esa notificación en casa
sobre que mi último pago para mi seguro Premium que estaba vencido. ¿Siquiera estaba
cubierta? La directora Followhill iba a matarme.
Armándome de valor, arranqué mi apenado trasero de mi siento. Técnicamente hablando,
la preciosa SUV de Jaime no se suponía que estuviera estacionada en el estacionamiento
para profesores. Por otro lado, Jaime Followhill se había librado de un montón de mierda
de la que no se suponía que lo hiciera, gracias a su aspecto, estatus social y poderosos
padres.
Me di la vuelta para encontrar que el trasero de mi auto barato estaba besando el panel de
cuarto trasero de su Range Rover, dejando una abolladura del tamaño de África.
Bastaba decir que ahora las cosas no podían empeorar.
Pero estaba equivocada. De nuevo.
Agachándome, entorné los ojos hacia la destrucción, sin importarme el hecho que mi
vestido marrón a la altura de la rodilla bailara en el aire, exponiendo mis nuevas bragas
de encaje. No había nadie más en el estacionamiento para verlas y no era como que esta
noche fuera a presumírselas al señor Viviendo con su Mamá.
—Oh, no, no, no… —canté entrecortadamente.
Escuché un gruñido gutural.
—La próxima vez que se agache de esa manera, señorita G. asegúrese que no esté detrás
de usted o terminará como un episodio de National Geographic de Cuando Los
Depredadores Atacan.
Me enderecé lentamente, empujando mis lentes de lectura por el puente de mi nariz y
frunciendo el ceño hacia Jaime Followhill mientras lo observaba detenidamente.
Jaime lucía como el hijo ilegítimo de Ryan Gosling y Channing Tatum y no estaba
inventando esta mierda. (Nota al margen: esto sería una gran idea para una novela de
romance H/H. Claramente la leería de todas formas). Cabello rubio arenoso atado en un
desarreglado moño bajo, ojos color índigo y el cuerpo de un desnudista masculino. En
serio, el chico estaba tan marcado que sus bíceps eran del tamaño de una jodida bola de
boliche. Era un caminante cliché del rey de la graduación en una película de los 90’s. Un
jugador que tenía la atención de todas las chicas en All Saints High…
Y sus ojos ahora estaban en mí mientras se acercaba a su mismismo auto chocado.
Vestía una apretada camisa Henley color gris que hacía que sus bíceps y pectorales
destacarán, ajustados vaqueros oscuros y unos zapatos de corte alto que lucían tan
costosos y sin gusta que simplemente supe que P.Diddy tenía que estar detrás del diseño.
Tenía algunos moretones en sus brazos y un atenuado ojo negro. Sabía dónde los había
obtenido. El rumor era que él y sus estúpidos amigos se golpeaban el uno al otro durante
los fines de semana en un juego de club de la pelea que llamaban Defy.
Supongo que el Niño Bonito no era tan rico como para ser golpeado un rato. Me
preguntaba si su madre sabría acerca de Defy.
Espera, ¿me hizo una pregunta sobre mi hámster? ¿O fue sobre mis pantorrillas?
—Bueno, jódeme hasta la luna y de regreso. —Se detuvo a pocos centímetros de nuestros
autos, liberando una malvada sonrisa. Lucía como si los dos autos estuvieran fusionados.
Como si su SUV estuviera dando a luz a mi feo auto a través de su parte trasera y ahora el
compañero de la SUV (el Lexus de la directora Followhill) estaba exigiendo una prueba de
paternidad.
Era la maestra de Jaime y era uno de los pocos chicos que podía contar con que no
gritaba/se quejaba/decía tonterías hacia la gente en la Literatura Inglesa. No era un buen
estudiante de ninguna manera, pero estaba demasiado ocupado con su teléfono celular
para dar problemas en mi clase.
—Lo siento. —Deje salir una dolida respiración, mis hombros hundiéndose con derrota.
Levantó el borde bajo de su camiseta y frotó su perfecto paquete de seis, estirándose
perezosamente y bostezando al mismo tiempo.
—Me parece que jodí su auto, señorita Greene.
Espera… ¿qué?
—Tú… —Aclaré mi garganta, mirando alrededor para asegurarme que no era una
broma—. Jodiste, quiero decir, ¿dañaste mi auto?
—Sí. Me estrellé contra su trasero. Con todo y el doble sentido. —Se arrodillo, frunciendo
ante el punto donde nuestros dos autos se encontraban. Pasó su bronceada mano por
encima de la brillante pintura de su SUV.
Jaime lo hacía sonar como si fuera quien había chocado su auto contra el mío. No tenía
idea de por qué. Ni siquiera estaba en su auto. Acababa de llegar. ¿Tal vez quería
chantajearme?
Me consideraba una profesora responsable con una brújula moral. Pero también me
consideraba alguien que prefería no bañarse en el océano y dormir en su auto. Eso era
exactamente lo que necesitaría para sobrevivir al golpe financiero si admitía tener la
culpa de golpear su costoso auto.
—James… —suspiré, aferrándome al collar de un ancla dorada colgando alrededor de mi
cuello.
Sacudió su cabeza y levantó su mano en el aire.
—Así que fastidié tu vehículo. Así es la vida. Déjame recompensártelo.
¿Qué. Demonios?
No sabía qué juego estaba jugando. Sólo sabía que probablemente él era mejor en ello de
lo que lo era yo. Entonces, en la verdadera forma de Melody Greene, me di la vuelta y
caminé directamente de regreso a mi auto, prácticamente huyendo de la situación como la
pequeña cobarde que era.
—Vaya, no tan rápido. —Se rio entre dientes mientras me tomaba del codo y me giraba.
Mis ojos se movieron rápidamente hacia la mano en mi piel. Bajó su mano, pero ya era
demasiado tarde. Mariposas daban volteretas en mi estómago y mi piel pinchaba con
necesidad. Estaba alterada por uno de mis alumnos.
Sólo que Jaime Followhill no era cualquier alumno. También era un dios del sexo.
Había chismes en los pasillos de All Saints High que lo probaban, suficientes historias para
competir con la longitud de la maldita Colección Completa de las Obras de Shakespeare. Y
eso no era lo único que tenía una gran longitud y era impresionante acerca del chico, si los
rumores eran ciertos.
Followhill casi me ponía tan incómoda como su madre lo hacía. La única diferencia era
que su mamá me inspiraba medio, mientras él provocaba mi punto más sensible. Me hacía
sentir avergonzada.
Eso podía ser porque mis ojos siempre se movían en su dirección mientras impartía su
clase de literatura. Como una polilla a la flama, siempre lo notaba, incluso cuando no
quería hacerlo. Estaba preocupada que él también supiera eso. Que lo estaba observando
de una forma que no debería cuando estaba siendo un idiota, jugando con su teléfono.
No como una profesora.
Sino como una mujer.
—Dije que abollé tu auto. —Sus ojos azules brillaban con intensidad.
¿Por qué estaba él haciendo esto? ¿Y por qué me importaba? Este chico recibe más
mesada que todo lo que yo tengo en mis ahorros combinados. Si quería echarse la culpa
de esto, simplemente debía aceptarlo.
¿Era tener una mejor calificación lo que buscaba? Lo dudaba. Jaime era un estudiante de
último año en su camino de salida. Escuché que su adinerado trasero había garantizado
un lugar en una excelente universidad en Texas (vea: Queridísima Mamá) donde jugaría
futbol americano y probablemente follaría en su camino para lograr algún tipo de Récord
Guinness para el más mujeriego.
—Lo hiciste —dije, tragando—. Y justo ahora, se me hace tarde. Por favor, quítate de mi
camino.
Mentalmente estrechamos nuestras manos en esa mentira, nuestros ojos duros el uno
sobre el otro. Tenía la sensación que estaba cavando un agujero. Un agujero en el cual iba
a verter una tonelada de oscura mierda que aterrizaría sobre mí a manera de grandes
problemas. Estaba acordando un trato con el engendro del diablo. Aun cuando tenía ocho
años más que él, sabía quién era.
Uno de los Four HotHoles.
Unos egocéntricos y privilegiados principitos que controlaban esta ciudad.
Jaime dio otro paso en mi dirección, su cuerpo fundiéndose con el mío. Su respiración
pasando por mi rostro. Goma de mascar de menta, loción para después de afeitarse y
almizclado sudor masculino que me ponía extrañamente pesada. Estaba tan poco
preparada para esto que mi rostro se retorció.
Di un paso atrás.
Él dio un paso al frente.
Inclinando su cabeza hacia abajo, movió sus labios cerca de los míos. Para mi horror, mis
rodillas cedieron y supe exactamente por qué.
—Te debo —murmuró oscuramente—. Y me aseguraré que logres cobrar esa deuda,
pronto. Muy pronto.
—No necesito tu dinero —balbuceé, mi útero hormigueando con confuso calor.
Sus fascinantes ojos se abrieron y me mostró esa sonrisa con hóyelos.
—No es dinero lo que voy a darte.
¿Cómo alguien tan joven podía ser tan arrogante y seguro de sí mismo? Sentí su pulgar
acariciando mi estómago, apenas tocando, provocando, haciéndome estremecerme a
través de la delgada tela de mi vestido. Era como si hubiera empujado todo su puño
dentro de mí y atacado mi boca con la suya.
Lamí mis labios y parpadeé, estupefacta.
Santa mierda.
Santa. Maldita. Mierda.
Jaime Followhill estaba coqueteando conmigo. Descaradamente. En el estacionamiento. A
la vista de todo el mundo.
No era un troll. Todavía tenía el cuerpo de una bailarina después de todo, un agradable
bronceado californiano y suaves rizos castaños. Pero no era exactamente competencia
para el equipo de animación.
Tambaleándome hacia atrás, trague un gruñido, sintiendo mi pulso por todos lados,
parpados incluidos.
—Es suficiente, James. Conduce con cuidado y por favor asegúrate de hacer tu tarea para
mañana —tuve la audacia de decir.
Me metí de nuevo en mi Ford y luego accidentalmente choqué mi auto contra la Range
Rover una vez más antes de huir de la escena, convirtiendo la fea abolladura en una largo
y ancho rayón. Por el espejo retrovisor, observé mientras inclinaba sus cejas hacia mí a
manera de reto.
Conduje tan rápido que juro que mis rizos se transformaron en un dramático bulto para el
momento en que me estacioné debajo de mi edificio.
En casa, me dejé caer en mi sofá frente a mi teléfono y esperé a que la directora Followhill
me llamara y me dijera que despedía mi trasero y me demandaba por cada centavo que
tenía. O en mi caso que no tenía.
Largas horas pasaron, pero la llamada nunca llegó. Me metí en la cama y cerré mis ojos a
las diez de la noche, pero no podía dormir para salvar mi vida. Todo en lo que pensaba era
en ese hermoso idiota, Jamie Followhill.
Cómo olía como el chico más atractivo del que nunca había estado cerca.
Cómo lucía como la cosa más parecida en el mundo cuando frotó su bronceado paquete de
seis.
Cómo me ayudó a salir de una desagradable situación sin encogerse, sabiendo que su
madre probablemente me aplastaría por esto y ahora… quería algo a cambio.
En papel, todavía era un niño, pero esta tarde, cualquier otra parte de él se sintió como la
de un hombre.
Desafiaba la lógica demasiado, era desconcertante, casi irritante cuando pensaba en ello.
Esta mañana, me había despertado con la impresión que odiaba a los Followhills.
Pero después de esta tarde, no había manera de negarlo, había al menos un Followhill con
quien quería ponerme muy amigable.
Capítulo 2
Aquí estaba todo lo que necesitabas saber sobre Todos Santos: era la ciudad más rica en
California y como resultado directo era el hogar de los adolescentes más atribuidos en el
mundo. Mis alumnos sabían que no podía reprobarlos. Sus padres tenían suficiente poder
para quitarme mi ciudadanía y desterrarme a un planeta desprovisto de oxígeno. Estos
chicos hacían lo que querían durante la clase, para sorpresa de nadie.
El día después del incidente del auto fue diferente.
Impartía seis clases. Las primeras cinco había ido mejor de lo esperado, significando que
no tuve que golpear a alguien con un reporte de detención o llamar para pedir apoyo a
una ambulancia, al 911 o a un equipo SWAT. Pero fue la sexta y última clase la que cambió
mi vida para siempre.
Entré en la clase de Jaime, después de otra sesión de gritos de parte de su insidiosa mamá,
para encontrar un silencio al que no estaba acostumbrada. Todos estaban sentados, nadie
lanzaba nada y Vicious, el mejor amigo de Jaime, no había cortado el rostro de nadie y
adornado su frente con un símbolo satánico sólo para pasar el día.
Normalmente, esta era la parte donde tenía que contener la ira y la deplorable conducta
de los Cuatro HotHoles (Calientes Idiotas, como eran apodados por todo el mundo en
Todos Santos). Faltaban tres meses para la graduación y todos estaban en su último año,
una posible excusa para su comportamiento. Excepto que había sido de esta forma desde
el primer día.
Estaba Jaime, quien pasaba mi clase mandando mensajes con todo el mundo y atrayendo
la atención de cada chica que no tuviera su lengua en la garganta de Trent Rexroth, la
desfavorecida estrella de futbol de piel oscura, quien se besaba con chicas al azar en la
parte de atrás del salón. Una vez tuvo a una chica chipando su polla bajo su escritorio en
clase de Cálculo. No es broma. Estaba Dean Cole, el drogadicto cabeza hueca que
disfrutaba bromear conmigo y molestarme en igual medida y finalmente, Baron “Vicious”
Spencer, el Idiota Más Grande del Mundo.
Vicious era por mucho el peor. Hacia honor a su nombre. Tan malditamente frío y sombrío
todo el tiempo que la gente la puso el apodo en honor a Sid Vicious de los Se Pistols. Tenía
cabello negro como el carbón, ojos inexpresivos, piel blanca y el tipo de ira ingobernable
que podría electrificarte al punto de darte escalofríos. El permanente tic en su tensa
mandíbula cuadrada hacia que las chicas mojaran sus bragas por miedo y lujuria. Era un
deportista, al igual que todos los HotHoles, pero era más delgado que el resto, no tan
musculosa. Pero más aterrador. Definitivamente malditamente aterrador.
Ese día, Millie LeBlanc, una dulce chica que era el blanco más frecuente para la ira de
Vicious, llegó tres minutos tarde. Incliné mi cabeza, señalándole que tomara asiento. Me
sentía mal por ella. Sus padres la habían arrastrado desde Virginia en su último año para
tomar el trabajo de sirvientes en una de las muchas mansiones de la ciudad, la casa de
Vicious Spencer para ser exactos.
Como siempre, ella caminó directamente en dirección al psicópata y tomó el asiento vacío
junto a él como si no supiera o no le importara quien era Vicious. Mi alma gritó un extenso
“¡Noooooooo!” cuando vi cómo la estaba mirando. Te triturará y te dará de comer a su
serpiente de mascota, quise advertirle.
Pero Emilia levantó su cabeza, ofreció una educada sonrisa y pronunció alargadamente un
sureño “hola a todos” en dirección de él y los otros HotHoles. Vicious parpadeó
lentamente, intrigado por la idea que se atreviera a hablar con él sin permiso y su
expresión se nubló en un tenso fruncimiento.
—Hijo de puta, ¿acaso acabas de saludarme? —Dejó salir un feroz gruñido—. Por favor,
dime que esa es una maldita palabra de seguridad que estás usando ahora porque algún
nuevo novio metió la bandera Confederada por tu trasero, asta incluida. De otra manera,
no me vuelvas a saludar de nuevo.
Vaya. Esas fueron más palabras de las que había dicho en todo el año.
Millie suspiró y dijo:
—Sólo estoy tratando de ser educada. Deberías intentarlo alguna vez.
—No soy educado —respondió, una rara sonrisa tirando de sus labios. Generalmente,
parecía despreciarla, pero estaba estudiándola tan atentamente que parecía que era quien
quería meter numerosas cosas por el pequeño y animado trasero de ella.
—Déjalo en paz, muñeca. —Trent, el chico junto a ella (quien tomó un descanso de dejar
que la chica junto a él chupara su pulgar) miró de Dean a Vicious—. Vicious deja de ser
un…
—Un maldito y rabioso idiota —terminó Jaime desde detrás de ellos, arrastrando su silla
hacia atrás y cerniéndose sobre sus cabezas, sus esculpido músculos flexionados al
máximo.
Maldita sea. Era la primera vez que mi día de trabajo había sido dichosamente tranquilo.
Los HotHoles simplemente tenían que arruinarlo.
Antes que pudiera amonestar a alguien con una impotente amenaza que nunca podría
cumplir, Jaime avanzó rápidamente hacia Vicious y lo fijó contra la pared más cercana, sus
dedos aferrados firmemente alrededor del cuello de Vic en un agarre mortal.
—¿Dónde está tu lealtad, hombre? Déjalo ser, ¿está bien? —Jaime apretó su agarre en el
cuello de Vicious.
—¡James! —Levanté mi voz, levantándome de mi silla y golpeando mi palma sobre el
escritorio—. ¡Regresa a tu asiento, ahora!
Vicious lucía completamente divertido, rodando su cabeza en la pared y riéndose como un
maniaco. Jaime y Vicious eran mejores amigos, pero también eran dos alfas con un
montón de testosterona y hormonas corriendo por sus venas.
También eran los inventores de Defy. Los profesores y el personal de la preparatoria no
sabíamos mucho sobre Defy, porque sucedía en las fiestas en casa de Vicious durante los
fines de semana, pero teníamos una idea general. El juego era simple. Nuestros
estudiantes se retaban los unos a los otros a sangrientas peleas y se golpeaban entre ellos
severamente. Por diversión.
Supuestamente Defy era voluntario, pero no dudaba que la gente le tuviera el suficiente
miedo a Vicious para satisfacer sus caprichos, independientemente de si eran ridículos o
peligrosos.
—Oblígame —Jaime me retó en un susurro, sus ojos estrellándose hasta volverse rendijas
y enfocándose en mi rostro, sus dedos aun hundiéndose en el cuello de un divertido y
azuloso Vic.
Jesucristo. Nunca tocaría a Followhill cuando se trataba de detenciones o reportes de
retardo. Su mamá era la maldita directora y ya odiaba mis entrañas. Pero me acorraló.
Tenía que reaccionar.
Me aferré más fuertemente a mi collar.
¿Por qué estaba haciendo esto? Ayer, me folló con la mirada hasta la inconciencia y de
regreso. Y ahora… él… él…
Oh, mierda. Ahora estaba cobrándose la deuda.
No quería que retrocediera. Quería que aceptara su desafío. ¿Iba a morder la carnada? No
era como si tuviera muchas opciones. Le debía en gran medida debido a la Range Rover.
Lo que sea que quisiera de mí, ya era suyo.
—Acabas de hacer merecedor de detención durante la próxima semana, empezando esta
tarde. —Abrí el cajón de mi escritorio de madera y empecé a llenar la forma de detención.
Todos se quedaron en silencio. Nunca había hecho esto antes. No a un estudiante de
último año y definitivamente no a James Charles Followhill III.
Desde el rabillo de mi ojo, observé cuando Jaime finalmente liberó el cuello de Vicious.
Vicious hizo un sonido de succión y se agarró la entrepierna, señalando a Jaime, riéndose
mientras caminaba de regreso a su asiento. Otros estudiantes palmearon su espalda y se
miraron entre ellos, pasándose notas. Probablemente apuestas para una inminente pelea
en Defy que iba a suceder este fin de semana.
Azoté el reporte de detención sobre el escritorio de Jaime y levantó su mirada,
mostrándome una sonrisa tan siniestra que mis bragas se derritieron en un viscoso y
dulce líquido. Ambos sabíamos lo que estaba haciendo.
Premiándolo con tiempo a solas conmigo, exactamente lo que él quería.
Aceptar su trato que me ponía en un frágil lugar potencialmente desastroso.
Le estaba dando las gracias por amenazar mi clase, decirles que se comportaran, así
podría ser la única persona en detención durante la próxima semana.
Y en este punto, no tenía caso negarlo, me estaba permitiendo lanzarme en caída libre
hacia el final de mi carrera, dando volteretas en mi recorrido hacia abajo.
***
Jaime Followhill había celebrado su cumpleaños número dieciocho, tres días antes del
incidente del estacionamiento, lo que hacía que la cadena de recientes eventos fuera
incluso más sospechosa. ¿Había esperado para lanzarse contra mí? Podría tener a
cualquier chica de la escuela. (Después que Trent Rexroth la hubiera probado, por
supuesto).
Ya había pasado mi receso de comida merodeando su página de Facebook como si no
hubiera un mañana. Su línea del tiempo era un mordaz recordatorio que él era ocho años
más chico. Tenía fotografías de un campamento de verano, por el amor de Dios. Siempre
portaba una sonrisa con hoyuelos, musculosos antebrazos bronceados, un impresionante
par de brillantes ojos azules y un montón de amigos.
Jaime lo tenía todo y yo no tenía nada. Tenía un consentido pasado, un cómodo presente y
un deslumbrante futuro. Yo, por otro lado, ya estaba marchitada por un fracaso en mi
carrera y me dirigía hacia una difícil vida tratando de permanecer con empleo y sin
deudas. No teníamos sentido juntos. Ni siquiera para una aventura.
Pero era demasiado egoísta y estaba demasiado vulnerable como para decir que no.
Además, tenerlo sería como pegarle a su mamá sin que ella realmente supiera sobre ello.
Ganar-ganar, ¿cierto?
Esa tarde, me deslicé dentro del salón donde la detención tenía lugar, notando que la
puerta de madera de la habitación tenía una ventana.
No me sorprendí de ver que el rubio HotHole ya estaba ahí, sentado en la primera fila,
tintineando las llaves de su auto, y nuestro secreto, entre sus fuertes dedos con una
sonrisa, acechándome con sus ojos verde azulado. Tragando saliva, me senté en el
escritorio del profesor y saqué mi computadora portátil y algunos exámenes que tenía
que calificar.
—Pon tu teléfono en tu mochila, Jaime. —Mojé mis labios, mis ojos enfocados en el
papeleo.
Hizo lo que le dije, pero sentía a su persistente miranda lamiéndome por todos lados. Mis
niveles de vergüenza eran tan altos que estaba a punto de vomitar. Actuaba como si
estuviera a punto de cometer un crimen. De alguna manera, eso estaba por hacer.
Después de algunos minutos en que fingí escribir absolutamente nada en mi computadora
portátil y él me miraba fijamente con una engreída sonrisa, como si estuviera a punto de
devorarme en cualquier momento, refunfuñé:
—¿No tienes que hacer tu tarea? Estoy segura que puedes hacer algo constructivo con tu
tiempo mientras estás aquí. —Tenía dos horas por matar y mi rostro no podía
ser tan fascinante.
Pero juraba que lo escuché murmurar:
—Evaluar a mi presa es constructivo.
Mi cabeza se levantó rápidamente de ver a mi pantalla y le dirigí una sucia mirada.
—¿Disculpa?
Elevó su mentón, destellando una hilera de aperlados dientes blancos de estilo
Hollywood.
—Señorita Greene, esto va a suceder.
Sabía a lo que se refería.
—No tengo idea de a qué te refieres —espeté. Sshh. Jugando juegos con un chico de
dieciocho años. Me prometí que después de hoy, iba a dar un largo y duro vistazo hacia mi
vida. Preferiblemente mientras disfrutaba de una generosa copa de vino. Bueno, no una
copa, tal vez más bien un tazón.
Jaime se inclinó sobre sus codos, sus grandes brazos abarcando todo su escritorio. El
retorcido brillo en sus ojos me aseguró, una vez más, que su edad era meramente un
número. Demonios, probablemente habría dormida con más gente de la que yo había
besado en toda mi vida.
—Sí, claro que sí. Lo sabes —dijo con una sonrisa que era arrogante, aun así, indulgente.
¿Quién era el adulto aquí? ¿Quién estaba corrompiendo a quién? Tragué.
Mis ojos cayeron hacia mi teclado y batallé por estabilizar mi respiración. Estaba muy
asustada y excitada. Aparentemente, era la combinación perfecta para hacerme producir
pequeños gemidos parecidos a los de una gata en celos.
—¿Por qué yo? —pregunté.
Jaime permaneció inmóvil, pero su mirada mordisqueó la sensible piel de mi cuello e hizo
cosquillas a mi bajo abdomen.
—Porque —dije lentamente, sus suaves labios separándose mientras me absorbía con la
mirada—, quiero follar a una maestra antes de irme a la universidad.
Y justo así, damas y caballeros, mis agitados muslos y ojos vidriosos sufrieron un caso
grave de un balde de fría rabia.
Poniéndome de pie y cruzando mis labios, apreté mis labios para asegurarme que no se
escapara una maldición entre ellos.
—Lo siento, James. Parece que no registro la mitad de las cosas que has dicho hoy, porque
parece que estás rogando por reprobar mi clase y ser expulsado de la escuela.
Ahora fue su turno de ponerse de pie y retrocedí hacia el pizarrón blanco cuando recordé
que tenía unos veintidós centímetros de altura más yo (y también los tenía dentro de sus
pantalones, si ese predominante rumor estaba en lo correcto).
—Cariño —dijo, siguiendo con un chasquido de su lengua, su confianza desconcertante—.
Dame tu peor golpe. Repruébame. Ponme en detención durante el resto del año. Ambos
sabemos que no afectará mi graduación o mi futuro. Solamente estarás disparándote en
ese adorable y sexy pie tuyo.
Sus ojos se movieron por mis piernas y dio un paso hacia adelante. Mi garganta se oprimió
con una familiar necesidad de morder algo. Preferiblemente el trasero de este HotHole.
—El daño de la Range Rover es de alrededor de ocho mil quinientos dólares, gracias por
preguntar —continuó con su rostro serio.
Otro paso. Golpe, golpe, golpe, de mi corazón. Yo era una flor y él era un raro rayo de sol y
estábamos atraídos el uno por el otro, renuentemente, inconscientemente,
desastrosamente. Cada célula en mi cuerpo chisporroteaba, rogando por su toque.
Jaime quería follar con una maestra, ¿y qué? Yo quería follar a un jugador de fútbol
americano. Éramos dos adultos sensatos tomando una decisión consiente… sólo que él
realmente no era un adulto, ¿cierta? Y yo era cualquier cosa menos sensata por meterme
en este desastre.
Pero tenía una ventaja sobre mí.
Y esos penetrantes ojos azules.
Además… lo deseaba. Era lo primero que me hacía sentir embelesada en un rato. Desde
Julliard, para ser exacta.
—¿Cuán triste era eso?
—Jaime —grazné—. Estoy segura que hay otras maestras con quienes podrías… trabajar
tu encanto. ¿Qué hay de la señorita Perkling?
Tenía como trescientos años y olía como hilo dental usado, pero quería calibrar su
reacción, posponiendo lo que comenzaba a sentirse como inevitable. Jaime se detuvo
cuando nuestros dedos de los pies se tocaron, su sonrisa con hoyuelos ensanchándose, el
ojo negro apenas visible. Podría tener una manera más fácil de rechazarlo si no fuera un
lubricante femenino, pensé mientras admiraba su masculina mandíbula y su alta frente.
—Corrección… —Sus labios rozaron los míos cuando se inclinó y estremecí y retrocedí,
consiente que la gente podría vernos a través de la ventana de la puerta—. No sólo quiero
follar con una maestra. Quiero follar con mi maestra de literatura. Tiene impertinencia,
gran trasero, largas piernas e incluso aunque cree que no la he descifrado, sé que detrás
de ese puritano disfraz es una mujer que maldice como un marinero y puede beber más
que cualquier en mi equipo de futbol americano.
Malditamente correcto, sí podía. Sólo era unos adolescentes. Yo tenía un impresionante
camino de bebida recorrido. Eras de destrucción ocasionadas por oscuros momentos de
depresión. Pero estaba divagando.
—¿Quieres que ambos seamos expulsados de Todos Santos? —Inhalé, pasando mis
sudorosas manos por mi vestido de puntos azul marino. Alguien tenía que hacer entrar en
razón a este chico. Muy mal que dependiéramos de mí. Mi fuerza de voluntad era no
existente en estos días. Tenía muy poco que perder para este punto, si es que todavía
quedaba algo.
Me tomó por la cintura y nos giró para que su espalda protegiera todo mi cuerpo de la
puerta con la ventana. Me atrajo hacia él y mi cuerpo se derritió contra el mío como
mantequilla caliente.
—No lo contaré —susurró en mi cuello, haciéndome estremecer con placer—. Tú
tampoco lo harás. Una agradable y corta aventura, señorita G. Me iré a Texas a jugar fútbol
americano universitario. Tú seguirás adelante con un contador de horrible trasero con un
gran corazón o alguna mierda así. Alguien con quien hacer bebés. Eso es todo. Ahora, ¿qué
dices, Melody?
Estaba a punto de decir sueña con ello, pero no tuve la oportunidad.
Jaime se agachó, sus sensuales labios respirando contra los míos.
—Pensándolo bien, no digas una palabra. Lo veré por mí mismo.
Jaime Followhill me besó, el beso más embriagante que hubiera tenido. En el minuto que
su boca chocó contra la mía, los dedos de mis pies se doblaron en mis adecuados zapatos.
No era sólo la urgencia de su caliente boca o el dulce sabor de su goma de mascar, sino
también su intoxicante aroma masculino. Invadió cada uno de mis poros, besándome
como si tuviera algo que probar, una idea que afirmar. Tomé su rostro de suaves mejillas
con abandono e inhalé, cuando abrió mi boca con su lengua y me devoró como si fuera su
maldita última cena.
Su lengua atacó la mía, adueñándose de mi boca, lamiendo cada parte y tragándose mis
necesitados gemidos. No me sorprendió cuando hundió su mano en mi trasero y me jaló
hacia su erección. Se frotó contra mí, masturbándose descaradamente contra mí, tomando
una de mis manos y colocándola contra su impresionante polla.
Estaba mal.
Estaba mal y mentiría si dijera que no me gustaba lo mal que se sentía.
Ya fuera que estuviera corrompiendo o siendo corrompida… amaba cómo me hacía sentir.
Mi corazón golpeteaba con excitación y miedo. Sabía que una parte de la emoción era la
posibilidad de ser atrapados. Se sentía como tragar un puñado de drogas y tratar de
pasárselas con una docena de tragos de vodka.
Maldita sea. Jaime Followhil tenía algunos movimientos.
—Cualquier puede vernos —murmuré en otro sucio y caliente beso. El espacio entre
nosotros ya estaba cargado con sexo, oliendo a los jugos que apenas podíamos mantener
ocultos debajo de la delgada ropa. Yo estaba empapada y lista y él liberaba esas hormonas
masculinas que hace que las habitaciones de los adolescentes huelan a fluidos sexuales y
sudor. Sólo que en él, el olor era bastante mágico.
—Estás cubierta por mí —murmuró en mi cuello, mordiendo mi piel con sus dientes y
moviéndose hacia el sur. Su lengua atravesó el valle de mis hinchados pechos como una
fecha.
—No es cierto. —Mi rostro ahora estaba expuesto para que cualquiera lo viera.
—Nos vemos en tu departamento en una hora.
—No sabes dónde vivo. —Hambrientamente pasó mis manos por su pecho de acero.
Jaime retrocedió y me dio una de sus traviesas sonrisas.
Jesús. ¿También era un acosador? Tenía que admitirlo, lo encontraba caliente como el
infierno. Uno de los chicos más seis de la escuela… me acosaba. ¿Por qué tenía que ser una
profesora? Mierda así nunca me sucedió cuando era estudiante.
—No. —Mi voz era determinada. Con cada segundo que sus labios no estaban sobre los
míos, la neblina de un orgasmo en construcción se desvanecía, dando lugar a la lógica.
Hola, lógica. Tan aguafiestas.
—Señorita Greene… —Su frente y nariz estaba aplastadas contra las mías. Ambos
jadeábamos, ojo contra ojo, pecho contra pecho—. Hace como ocho minutos que pasó el
límite para abandonar este arreglo. Esto… —Su mano se metió bajo mi vestido y subió
para aterrizar entre mis muslos y un dedo viajó a lo largo de mi húmeda hendidura a
través de mi simple ropa interior de algodón (no hubo encaje hoy), acariciando no
entrando, en una tortuosa provocación—, es mío hasta que la escuela termine. La
saborearé, follaré, jugaré con ella y dormiré en ella si así lo deseo. Y quiero hacerlo. Quiero
hacer todas esas cosas contigo.
Lo que más me horrorizaba sobre la declaración de Jaime era que sabía que iba a lograr su
cometido. Había estado de acuerdo con ello incluso antes que empezará la detención de
hoy. Tenía demasiado poder sobre mí y no sólo debido a su estatus social. Siempre había
sido consciente de su belleza y su poderosa presencia, pero hasta ahora, sólo las utilizaba
para resentirlo. Ahora que me eran ofrecidas, todas las apuestas estaban cerradas.
—Vamos a ser exclusivos. Si te atrapo abriendo esas torneadas piernas para alguien más,
va a arrepentirse de haber nacido con una polla.
¿Ah sí? ¿Iba a resistir toda la tentación que se arremolinaba a su alrededor como el mal
olor en un festival de música?
Como si leyera mi mente, añadió:
—Mi polla sólo tendrá dos hogares. Tu boca y tu coño. Tu trasero también, si te sientes
muy aventurera.
Madre de Dios.
—La detención se terminó. Toma tus cosas y vete —dije entre dientes, dando un paso
atrás y luego otro.
Me siguió y agachó su cabeza, mordiendo mi cuello antes de enderezarse y tronar sus
dedos.
—Ve a tu auto y conduce a casa. Me uniré pronto. —Palmeó mi trasero, se dio la vuelta y
se fue, dejando un dejo de su singularmente masculino aroma.
Me quedé ahí parada, con mi boca abierta, su sabor todavía sobre mis labios, el hormigueo
de su toque todavía entre mis muslos mientras daba vueltas en mi cabeza a una idea. Oh,
Melody, estás tan jodida.
Por suerte para mí, estaba a punta de ser jodida aún más fuerte.
Capítulo 3
No fui a casa.
Ir a casa habría sido admitir la derrota. Técnicamente podría haber dejado que Jaime
asumiera la culpa por el auto, pero no habría de iniciar algo sexual con él. Eso corría por
su cuenta.
Lo que hizo mi decisión incluso más fácil fue encontrarme con su padre en mi camino de
salida.
Me dirigía hacia el estacionamiento cuando vislumbré a la directora Followhill
mirándome a través de la ventana de su oficina. Presioné fuertemente el control de la
entrada, la histeria controlando mis movimientos mientras consideraba correr hasta mi
auto cuando su glacial voz se filtró a través de la ventana abierta.
—Señorita Greene. ¿Puedo hablar con usted?
Hubo un mudo momento en que vi mi vida pasar frente a mí, y tristemente, fue una corta
y patética película consistente en mí acostada en mi viejo sofá viendo American Ninja
Warrior, apareciendo en eventos familiares sin acompañante y asistiendo a las reuniones
semanales de un grupo de apoyo para antiguos atletas (la mayoría de nosotros estando en
diferentes etapas de ebriedad).
Tú sabes, momentos divertidos.
Si la directora Followhill sabía supiera lo que había sucedido en detención, iba a remover
cada uno de los órganos internos de mi cuerpo, rellenarlo con dinamita y hacer explotar
toda la escuela. Eso era lo mucho que me odiaba.
—Seguro. —Sonreí ampliamente, lanzado mis brazos en un gesto de indiferencia y
caminando de regreso hacia All Saints.
¿Por qué no? Porque quiere matarte y porque acabas de besarte con su hijo adolescente.
En el momento en que entré a su oficina, supe que algo tramaba. Su generalmente lisa
frente con Botox lucía como si hubiera colapsado en un montón de piel extra.
—Siéntese.
Lo hice.
—Señorita Greene, ¿sabe por qué está aquí?
Estaba tan nerviosa que no podía respirar, pero de algún amanera logré negar con mi
cabeza. Su sola oficina me asustaba enormemente. Era tan grande y aun así sofocante, con
su pesado mobiliario de madera de cerezo y piel borgoña y sus paredes carmesíes, todo
en rojo oscuro, como si Carrie hubiera estado de visita durante la noche de graduación y
se hubiera perdido.
La directora Followhill se paró cerca de una pintura que probablemente costaba más que
mi renta, sus brazos detrás de su espada y cerró sus ojos exhalando.
—El incidente con mi hijo, James.
Oh no. Por favor, no. No estaba lista para morir. Tenía muchas cosas que ver y
experimentar. La mayoría de ellas entre las sabanas con su hijo apenas legar, pero, aun
así.
Dejando el chiste de lado, estaba bastante segura que me oriné un poco. Estaba
aterrorizada. No se ser despedida, sino de las consecuencias de hacer enojar a alguien con
la influencia de la directora Followhill. Mis padres enseñaban en el distrito escolar
adyacente a Todos Santos. Este era su hogar y eran una parte vital de esta pequeña y
moralista comunidad.
Estaba a punto de fastidiar a mi familia debido a un breve beso.
—Directora Followhill puedo explicar —me apresuré a decir, levantándome de mi
asiento.
Se lanzó en mi dirección y me empujó de regreso hacia la silla. Si no estuviera tan
consumida por la culpa, me habría desmayado porque me había tocado.
Levantó su mano, su rostro pálido.
—No, escúcheme a mí. James es un niño mimado. ¿No cree que lo sé? Lo que hizo a su
auto… debería haber dejado una nota después que lo golpeó, no huido. Luce mal, pero
simplemente entró en pánico. Me lo explicó todo. No hay necesidad de llenar un reporte
policiaco. Le aseguro que está muy, pero muy apenado y va a regresar al estacionamiento
de alumnos de ahora en adelante. Le escribiré un cheque por sus reparaciones y, por
supuesto, también la compensaré por el inconveniente. Estará condenada si permito que
una imprudente decisión manche la reputación de mi hijo. —Alcanzó su bolso Hermès y
sacó una chequera.
Mis ojos siguieron sus movimientos como si estuviera realizando algún tipo de magia
negra. Por supuesto, yo era un problema. Lo quería resuelto, así que lanzaría dinero. Hacia
mí.
No sabía sobre el beso. Todo lo que sabía es que Jaime había regresado ayer a casa con
una golpeada Range Rover y su propia versión de lo que sucedió en el estacionamiento. Él
había mantenido su parte de nuestro trato.
—Este pequeño incidente con el auto no debe salir de entre estas paredes. ¿Entiende,
señorita Greene? —La directora Followhill se inclinó y garabateó en el cheque, su boca
torciéndose con fastidio—. Tiene una boca, por si no se ha dado cuenta. Podría utilizarla y
decir algo.
¿Por qué me odia? Quería gritar. ¿Qué le he hecho? Pensaba que ya conocía la respuesta. Me
odiaba porque no era de la realeza. No era alguien que hubiera nacido y sido criada en
Todos Santos. Era una forastera, contaminada y mortal, de padres de la clase media.
Encima de todo, era un eslabón débil quien, debido a las desventajas antes mencionadas,
no podía controlar a mis clases.
—Entendido —resoplé.
Toqueteó el cheque que había escrito para mí. A pesar de mis buenas intenciones, lo tomé
de entre sus uñas con manicura francesa y le eché un vistazo. Diez mil dólares. Mucho,
pero mucho más de lo necesario. Soborno.
Ahora todos éramos corruptos. Me hacía sentir un poco menos arrepentida sobre
besarme con su hijo.
Jaime me estaba chantajeando.
Y yo estaba chantajeando a su madre.
Mis padres siempre decían que el dinero volvía a la gente retorcida e inmoral. Sólo pensar
que estaba exagerando. Estaba empezando a pensar que no lo hacían.
Me levanté, alisando mi vestido y levantando mi barbilla. La directora Followhill mantuvo
mi mirada, pero jalaba de su oreja. Nerviosa. Desesperada. Sin tener idea.
—¿Todo olvidado? —Sus labios apenas se movieron.
—Todo olvidado. —Asentí, saliendo de su oficina diez mil dólares más rica.
Conduje directamente hacia un bar local.
Después de todo, tenía algo de dinero que gastar. Y pequeños secretos sucias que olvidar.
Capítulo 4
Me tabaleé de vuelta a mi edificio de departamentos a medianoche, mi aliento apestando a
Bud Light y a cacahuates rancios. Tratando de encontrar mis llaves, me detuve frente a mi
puerta en el oscurecido pasillo, hurgando a través de mi bolso lleno. Cuando finalmente
sentía el afilado borde de la llave, saqué mi llavero de zapatilla de ballet y cayó al suelo
con un ruido sordo. Soplando para a partir de mi rosto un mechón de mi cabello debido a
la frustración, suspiré. Iba a ser una pasada recuperarlo. Estaba envejeciendo para
emborracharme así.
Pero ni siquiera tuve que agacharme.
Porque alguien más levantó mis llaves por mí. Desde atrás.
Mi corazón latía más rápidamente, aun así, me quedé quieta, sintiendo el calor de otro
cuerpo presionado contra el mío. El aire pulsaba con la vitalidad de una fantasía no
permitida que estaba a punto de ser cumplida.
Miedo y lujuria llenaron mis venas con adrenalina y dopamina. Los sentimientos
superpuestos me marearon, emocionada y excitada.
Mierda. No podría resistirme a él en mi estado actual. Su erección presionada contra mi
trasero y tragué.
Observé su mano abrir mi puerta desde atrás. Sus calientes labios susurraron en mi oído:
—Entra y desnúdate. —Era una orden.
La puerta se abrió con un pequeño empujón de su mano. Quería llorar de la emoción.
Corrección: en realidad lloré de emoción. Había lágrimas de alegría en mis ojos. ¿Qué
puedo decir? Alcohol y un pedazo de hombre de dieciocho años dotado como un caballo
hacían a esta chica demasiado feliz.
Prácticamente di saltitos para entrar a mi sala de estar/cocina, que estaba decorada con
cajas marrones y mi viejo sofá. Tendría que mudarme al infierno sabe dónde el próximo
mes y ya estaba empezando a empacar. Ver mi vida derrumbándose, metida en
contenedores de cartón a medio llenar, sólo hizo que mi decisión de tener sexo con mi
estudiante fuera más fácil. No era como si estuviera destruyendo algo sustancial que había
construido. Era una perdedora, prácticamente indigente y próximamente desempleada.
Una marginada. Jaime suavizaba los bordes de la realidad de mi futuro.
Sentía su gran cuerpo paseándose detrás de mí, listo para lanzarse en cualquier momento.
Me quité mi vestido de puntos y lo lancé al suelo. Dándome la vuelta, lo miré por primera
vez, sonriendo bajo mis pestañas. Jaime no regresó la juguetona sonrisa. De hecho, sus
cejas estaban juntas y su mandíbula tan tensa que parecía que pudiera romperse. Tenía
un labio partido y sangre seca cubriendo sus fosas nasales.
Peleó. De nuevo. Probablemente con Vicious, a juzgar por las desagradables marcas y
moretones.
—¿Qué te pasó? —Tragué.
Ignoró mi pregunta.
—¿Así es como me paga por arreglar su mierda, señorita Greene? —Su voz era oscura y
seria. Para nada la de un estudiante de dieciocho años.
—Jaime. —Mi tono bailaba erráticamente. Jaime… ¿qué? Lo planté. Aun cuando no estuve
de acuerdo con encontrarme con él en mi casa. De cualquier forma, ¿cuánto tiempo había
estado esperando.
Estaba parada en mi sostén y ropa interior en mi sala de estar, lidiando con un
malhumorado adolescente y estaba bastante borracha. Otro bajo en que no pensé que
fuera a rebajarme. Abracé mi cintura, cubriendo algo de piel.
—Me gusta tu sostén —digo con voz ronca, pero no sonó como un cumplido. Sonó como
una amenaza.
Bajé la mirada para examinar el encaje rosado.
—Es mi favorito. Victoria’s Secret. —Lamí mis labios, sonando más tonta que un
personaje que Adam Sandler. Estaba tan fuera de mi elemento. Jesús. ¿Qué demonios
estaba mal conmigo?
—Ven aquí —exigió, apuntando hacia el suelo.
Caminé en su dirección, mis ojos saliendo se sus cuencas ante la emoción. Llevaba unos
vaqueros oscuros Diesel y una playera sin mangas con el nombre de su gimnasio. Y
sandalias. Me encantaban los hombres que podía llevar sandalias. Su moño también
estaba espectacularmente desordenado.
Cuando llegué a él, bajé la mirada. Sin vellos en los dedos de los pies. Digno de
conservarse.
—Sobre sus rodillas, Greene. —Su voz todavía tenía un borde amenazante en ella.
¿De dónde había salido eso? Generalmente era un tipo bastante juguetón. En una forma de
voy a follarte de todas las maneras posibles. Hice lo que se me dijo, porque… bueno,
porque para este punto, era algo bastante cercano a la perra de los Followhills. Siéntate,
inclínate, cambia cheques, olvida secretos, arrodíllate. Tenía suerte que no me hubieran
pedido que limpiara mierda de perro de su patio delantero.
—Tengo una mamada con tu nombre en ella por hacerme esperar aquí como una polla
flácida. —Apartó un rizo marrón de mi rostro.
—No hago mamadas. Tengo un reflejo de arcadas realmente malo —respondí
honradamente. En serio, lo había descubierto de mala manera durante la preparatoria.
Nunca comí un perro caliente o un plátano desde entonces.
Tranquilo y compuesto, abrió su cierre y bajó sus vaqueros, sacando a su dura e hinchada
polla de su ropa interior negra marca Calvin Klein.
Santa mierda, era hermosa. No los veintidós centímetros sobre los que las animadoras
susurraban (eran muy malas en geometría, esa debería haber sido mi primera pista) pero
casi, era perfecta. Digna de postales y estampillas. Tenía el falo más brillante y suave, una
prominente cabeza y una gruesa vena aterciopelada. Y una inclinación hacia la derecha.
Perfecta, perfecta, perfecta.
Y malditamente lo sabía, el bastardo. Era por eso que me mostraba su polla como si fuera
la Mona Lisa.
Me tomó un breve momento procesar el hecho que tenía a la serpiente de un ojo de mi
estudiante mirándome fijamente en la mitad de mi vació apartamento. ¿La peor
parte? Todavía estaba embelesada y excitada.
Mi garganta rebotó.
—Tal vez pueda hacer una excepción, dado que tomaste una bala por mí y todo eso. —
Rodé mis ojos, fingiendo diversión. Pero no había nada divertido sobre esta polla. Iba en
serio. Las cosas iban a ir en picada, literal y figurativamente.
El único problema era… que no sabía cómo hacer una mamada. Creo que Jaime se dio
cuenta, porque jaló de mi cabello hacia su entrepierna.
—Empieza a lamer —instruyó.
Lo hice. Su piel estaba caliente y sedosa bajo mi entusiasta lengua. Rodeé la cabeza de su
polla hambrientamente con mis ojos cerrados, sintiéndola saltar con deleite ante los
movimientos de mi boa. Después de un minuto, Jaime tomó mi mano y enrosco mis dedos
alrededor de la base de su falo. ¿Podías ver eso? Mi estudiante de Literatura me estaba
dando una lección de educación sexual.
—Bombea —gruñó.
Lo hice. Me pregunté cuántas de mis alumnas lo había chupado. Probablemente un
montón. Me gustaría poder decir que no me importaba, pero sería una mentira, así que
traté de convencerme que me importaba porque me hacía sentir sin experiencia.
—Ahora chupa, adentro y afuera —susurró, tomando la parte trasera de mi cabeza y
moviéndola hacia atrás y hacia adelante.
Cada vez que entraba, su polla golpeaba la parte trasera de mi garganta y batallaba por
respirar… pero me encantaba. Mi ropa interior estaba una vez más empapada.
Lógicamente, sabía que esto no estaba bien. Pero si estaba tan mal… ¿por qué se sentía tan
bien?
Jaime se quitó una de sus sandalias y enterró su dedo en la tela de mi ropa interior. Era
humillante… y tan jodidamente caliente. Utilizó su dedo para bajar la cintura de mis
bragas con un audible gruñido. Una vez que mi sexo estuvo expuesto, su dedo se
concentró en mi clítoris.
—Mierda, joder, Jaime. —No sonaba como su maestra. Tampoco me sentía como una—.
¿Qué estás haciendo?
—Haciéndola venirse. Siga chupando, Greene.
Lamí y chupé y me volví adicta a los sonidos que salían de la boca de Jaime. Me rendí y di
mi todo. Él siguió frotando su dedo contra mi hinchado clítoris y la sensación de un
inminente orgasmo encendió cada terminación nerviosa en mi cuerpo. Mis rodillas se
sacudieron con placer y ansiosamente froté mi coño contra su dedo. Estoy segura que mi
ginecólogo tendría mucho que decir sobre la higiene de este acto, pero en ese momento,
nada de eso importaba.
Ni siquiera la perturbadora sospecha que podría estar haciendo esto para poder alardear
de ello con sus amigos y humillarme frente a toda la escuela.
—Me voy a venir en tu boca y te vas a venir en mi dedo.
Era tan indecente.
Tan hermoso.
Justo cuando el caliente líquido se disparó en mi garganta, sentí un agudo dolor cuando mi
sostén fue arrancado de mi cuerpo desde atrás. Jadeé con horror, tragando su salado y
caliente semen y abriendo mis ojos al mismo tiempo, sorprendida.
Había rasgado mi sostén favorito. A propósito.
Jaime usó su dedo para empujarme hacia una posición reclinada sobre el suelo y colapsé,
frotando la piel rosada de donde había arrancado mi sostén.
—¡Qué demonios! —grité, pero fui silenciada con un beso. Un deslumbrante beso que fue
seguido por dos fuertes dedos que empujó dentro de mi coño. Me aferré a su alrededor,
mirándolo mover su cabeza hacia el sur y raspar mis endurecidos pezones con sus
dientes.
—Eso fue por tenerme esperando. No me gustan las tardanzas.
¡El cabrón llegaba tarde al noventa por ciento de las clases que impartía!
—Bueno, no me gustan las idioteces —murmuré.
—Te lo compensaré. Soy un maestro del sexo oral —dijo la habilidosa y perfecta boca de
Jaime, sus serenos ojos azules recorriéndome con seriedad.
—¿Cómo es eso? —Levanté una ceja mientras se acercaba a mi coño, todavía bombeando
sus dedos al ritmo de mi acelerado corazón.
Se encogió de hombros ligeramente.
—Pasé el campamento de verano del año pasado comiendo coños en Park City, el retiro
de adolescentes más exclusivo de Utah. Participantes, consejeros, incluso una maldita
guardabosques. Veintiséis de ellos.
Esa probablemente era una de las cosas más desagradables que hubiera escuchado alguna
vez, pero me estaba divirtiendo demasiado como para que me importara.
—No a todas las mujeres les gustan las mismas cosas en la cama —dije cuando su rostro
estuvo al nivel de mi coño.
—Cierto, pero a todas las mujeres les gusto yo en la cama. —Jaime enfatizó su engreída
sonrisa con un guiñó, movió su mano hacia sus vaqueros, sacando algo pequeño, lo abrió,
¿era un condón?, y lo lanzó en su boca.
—Sé lo que quiere, señorita Greene. Quiere quedar destrozada. Haré que se venga. Y
conmigo, nunca habrá terminado.
Se lanzó a ello.
La fría y mentolada boca de Jaime encontró mi caliente y pecaminosa piel. Mis caderas se
encorvaron, persiguiendo su toque mientras chupaba fuertemente mi clítoris antes de
respirar la fresca mordida de la mente en mi coño, metiendo su lengua profundamente.
Intenté retorcerme para liberarme, la intensidad de mi placer tan profunda que sentía que
iba a combustionar y quemarme como un malvavisco bajo su cuerpo. Pero me mantuvo
fija, colocando un flexionado y musculoso brazo sobre mi estómago, insistiendo en que
viera esto junto con él.
Era tentadora, la ola de debilidad y lujuria que se estrelló contra mi cuerpo, de pies a
cabeza. Tomé su largo cabello rubio, tan suave y brillante, en mi pequeño puño y lo
acerqué más a mí, dejando salir un desesperado gimoteo. Un violento orgasmo me
atravesó, mis músculos tensándose con placer.
Jaime me fijo contra el suelo y se arrastró por encima de mí, devorando mi boca con la
suya.
—Pruébalo —gruñó como una bestia, depositando su goma de mascar en mi boca. Su
lengua estaba por todos lados, mis dientes, las paredes de mi boca, en mi mentón, incluso
en mis mejillas—. Sabe a ti, Maestra.
Mastiqué su goma de mascar. Tenía razón. Sabía a mi coño.
Emoción se deslizó por mis venas cuando Jaime elevó su cuerpo y se removió para tomar
sus vaqueros. Rogué porque esta vez realmente estuviera buscando un condón. Quería
follar con él más de lo que quería ganarme la lotería, pero todavía estaba demasiado
sonrojada, mis nervios demasiado sensibles después de un increíble orgasmo.
Se colocó un condón y guio su polla entre mis pliegues hasta que sus bolas golpearon mi
entrada.
—¿Misionero, eh? ¿Qué clase de campamento era? ¿El libro de los Mormones para
Jóvenes? —lo provoqué.
Se rio, siseando un gemido, sus parpados a medio abrir mientras comenzaba a empujar,
encontrando el ritmo que nos hizo gemir a ambos. Tenía el tamaño perfecto. Grande y
grueso, sin ser aterrador.
—Nena, sólo te estoy preparando para el futuro. —Mordió el lóbulo de mi oreja, su
humedecido torso pegándose con el mío—. Una vez que termine, estarás rogando por el
misionero.
Le creí.
El sexo duró casi quince minutos, mucho más tiempo de lo que pensaba posible que
alguien de dieciocho años, incluso uno que acababa de recibir una mamada, sería capaz de
aguantar. Se vino de nuevo y después de voltearlo para quedar arriba, mirando su
hermoso rostro mezcla de Channing Tatum y Ryan Gosling mientras me aferraba a su
polla, también lo hice.
Cuando terminamos, rodé hacia atrás y me acosté sobre el suelo junto a él. Tenía una
mano metida bajo su cabeza y la otra sobre su estómago. Todo sobre él era tan perfecto.
Incluso el vello rubio de su axila era sexy. Y eso me ponía triste, porque sabía que los
chicos como Jaime crecían para encontrar gente que fuera exactamente de la misma clase
que ellos.
¿Y ese tipo de mujeres? Yo no estaba entre ellas.
Se quedó mirando fijamente hacia mi techo en satisfecho silencio.
—Di algo. —Aclaré mi garganta, mirándolo fijamente. Tenía mi cabeza levantada con un
brazo detrás de mi cabeza, mi pecho todavía bailaba arriba y abajo. Ambos estábamos
desnudos y estaba empezando a ponerse frío en mi suelo. Pero quería que hablara.
Necesitaba tanto que lo hiciera.
—Acabo de cumplir una fantasía. —Inclinó su cabeza para que quedáramos de frente—.
Creo que se me permite un momento para recuperarme.
—¿Yo era tú fantasía? —¿Cómo podía serlo? Él era perfecto, adinerado y atractivo. Joven y
sexymente peligroso. Y yo era… su aburrida profesora.
—Señorita Greene… —comenzó, acunando mi mejilla.
Me incliné contra su mano antes de darme cuanto lo qué estaba haciendo. Para el
momento en que sentía su calor contra mi piel, era demasiado tarde para alejarme.
—Por favor, llámame Mel cuando estemos a solas.
Sus labios se fruncieron, pero peleó contra su sonrisa.
—Mel —corrigió—. Lo eres. Tan. Malditamente. Lo. Eres. Lista, descarada e ingeniosa y
sin impresionarte por la riqueza y drama a tu alrededor. No tienes idea de cuán atractiva
eres. Lo que te hace más atractiva. Esto malditamente va a suceder, nena. Vamos a
suceder.
Froté mi nariz contra su cuello, sabiendo que estaba alimentando una alucinación que
sólo estaba esperando para explotar hacia la calamidad, pero ya no me importaba. Sus
palabras movieron algo dentro de mí. No de manera gentil. Me sacudieron hasta mi
centro.
—Sólo hasta que la escuela termine —susurré en su caliente y musculoso hombro,
intentando convencerme más a mí que a él. Pasó su pulgar a lo largo de mi espalda,
enviando piel de gallina hacia mis brazos y mi cuero cabelludo.
—Termina el último día de escuela —estuvo de acuerdo.
Teníamos una fecha límite.
Teníamos un plan.
Y por un momento ahí, nuestros cuerpos calientes sobre ese suelo frío, con la neblina del
sexo y el éxtasis nublando nuestras mentes, creí que íbamos a mantener nuestra
negligente promesa. Hubo un pequeño sismo, uno literal, que movió algunas de las cajas
mientras hacíamos este acuerdo. Pensé que era una coincidencia. No lo era. Era el diablo
en el infierno, sacudiendo la tierra con su risa. Riéndose de mí.
De cuán equivocada estaba.
Capítulo 5
***
***
Otro mes pasó. Mi relación con Jaime se volvió alarmantemente íntima. Movió la mayoría
de sus cosas a mi apartamento y se quedaba a dormir el noventa por ciento del tiempo. No
pude decirle que no después que me confirmara sobre su mamá y el entrenador Rowland.
No conocía a mucha gente que podría estar ansiosa por dormir en la misma cama que su
mamá utilizó para engañar a su esposo. Pero mientras disfrutábamos de más sexo, más
llamadas telefónicas, más noches de pizza y más charlas sobre nuestro futuro incierto,
más, más y más, se volvió evidente que estábamos comenzando a levantar las cejas de las
personas.
Vicious nos atrapó con las manos en la masa, besándonos mientras nos ocultábamos
detrás de la SUV de Jaime en el Liberty Park después de una caminata de medianoche.
(Solo salíamos juntos cuando sabíamos que todos los demás estaba dormidos). Vicious no
lució sorprendido. Solo nos ofreció su usual fruncimiento, gruñendo sobre cómo le
repugnábamos y siguió su camino, probablemente buscando a una victima para asesinar
esa noche. Mantuvo su boca cerrada.
Pero otra gente no lo hizo. En la escuela, las chicas se estaban poniendo inquietas. Jaime
no les daba ni la hora del día y aun cuando invitó algo sobre una novia que vivía en LA,
nadie le creyó. ¿Este HotHole en una relación estable? ¿Una relación que además también
era a larga distancias? Pff. Sí, claro.
Un día, una animadora llamada Kadence fue tan lejos como para seguir a Jaime de vuelta a
mi apartamento y les reportó a las masas que había rentado un lugar propio. Simplemente
estuve agradecida porque no supo que el lugar era mío y porque la escuela iba a terminar
en algunas semanas.
Pero todo era demasiado bueno para ser verdad. La última semana de escuela, descubrí
eso.
Comenzó con el inocente sonido de un mensaje de texto repicando en la oscuridad,
seguido por un anuncio.
—Voy a salir —dijo Jaime.
Eran treinta minutos después de la media noche y ambos estábamos acurrucados en la
cama. Su mamá pensaba que se había mudado con Vicious y Spencer confirmó la mente.
Sorpresivamente, su padre y madrastra también lo hicieron. Este chico si que controlaba
todo a su alrededor, sus padres incluidos.
—¿A dónde vas? —Respiré más de él en mí, todavía aferrada a su cintura. Se levantó, se
sentó en la cama y envió un mensaje de texto, evitando el contacto visual.
—No lo hagas. —Su voz fue severa. Cortante.
Me enderecé en la cama, frunciendo el ceño.
—Jaime, ¿qué sucede?
Gruñó, colocando una camiseta blanca sobre su pecho desnudo. Sin importar cuantas
veces lo viera desnudo, siempre me ponía un poco triste cuando cubría esos
espectaculares abdominales.
—No pasa nada. La última vez que revisé, no era contra la ley salir a pasar un rato con tus
amigos.
Todavía no había volteado a verme.
—Sí. —Tomé su brazo, instándolo a que me mirara—. Pero es contra la ley hacer la mitad
de la mierda que Vicious los hace hacer. Así que es de mi incumbencia lo que pase.
—De hecho —se apartó de mi toque, volviéndose y sonriendo apretadamente—, eso es
exactamente por lo que no te voy a decir una mierda. Sólo te arrastrará hacia una pila de
mierda a la que no estoy dispuesto a involúcrate. Regresaré más tarde. —Besó mi siente—
. Si necesitas algo, envíame un mensaje.
—Has sido desafiado —dije secamente.
Me ignoró, agachándose y atando las agujetas de sus zapatos.
—Vicious quiere que hagan algo por él, ¿eh?
—No te preocupes.
Como el infierno que no.
—Estoy completamente preocupada —dije entre dientes.
Petrificada podría ser una mejor palabra para describir mis sentimientos en ese
momento. Vicious siempre aparecía con su estúpida mierda y los HotHoles siempre
jugaban sus peligrosos juegos.
Observarlo alejarse removió algo en mí que pensé que ya no existía. Ira. Rabia. Curiosidad.
Estaba cansada de ser dirigida. En las relaciones. En las situaciones. Cansada de aceptar
todo lo que me era entregado: mi sueño roto, mi pierna rota, mi carrera poco brillante y el
trabajo que odiaba.
Me senté en la cama, alerta. Escuché el silencioso motor de la Range Rover encendiéndose
en el exterior y esa fue mi señal.
Me metí en mi desvencijado Ford y seguí su vehículo durante todo el camino hacia la
playa.
Capítulo 11
No había manera en que fuera a ser capaz de ocultar mi auto en el estacionamiento
desierto que daba hacia la marina, así que me estacioné en una gasolinera en Main Street,
cerca del agua y me dirigí rápidamente al interior de una tienda de conveniencia. Sus
ventanas daban hacia donde Jaime había estacionado su Range Rover. Una campana sonó
por encima de mi cabeza cuando entré a la tienda desierta y tenue música india me saludó
desde la radio llena de estática. Una hermosa chica con largo cabello negro sonrió desde
detrás de la caja registrador, su mirada regresando a su libro. Esconderme dentro de la
tienda de conveniencia me permitía observarlo sin ser atrapada. Considerando que Jaime
no era ajeno a acosar, intenté minimizar mis acciones, justificándome internamente.
Mi novio me dejó en la mitad de la noche sin explicación alguna. Merezco respuestas.
Observé el gran cuerpo de Jaime a través de la puerta de vidrio, trotando a través del
estacionamiento mientras se acercaba a Trent y a Dean en la orilla de los muelles de la
marina. Se palmearon las espaldas los unos a los otros, hablando animadamente antes que
Jaime rompiera el circulo. Luego caminaron hacia los muelles de madera donde todos los
famosos yates de Todos Santos estaban atracados.
Entonces la moneda cayó y con ello mi corazón. No era una pelea de Defy. Era venganza.
Se estaba cocinando una revancha y la idea de hacer pagar a la gente mala.
Rowland.
Los Rowland tenían un restaurante en un gran bote, uno de los más lujosos en SoCal,
atracado a lo largo de uno de los muelles. Era su orgullo, alegría y principal fuente de
ingresos. Por consiguiente, era el lugar más apto para que los HotHoles quisiera aplastarlo
y eliminarlo de la faz de la tierra.
Saliendo rápidamente de la tienda de conveniencia, corrí hacia la marina lo
suficientemente rápido como para dejar un rastro de humo detrás de mí.
No me oponía totalmente a la idea que Jaime se quedara en Todos Santos. La parte egoísta
(mejor conocida la más grande) de mi personalidad quería que se quedara cerca. Lo
amaba y quería tener hermosos bebés con él. (No estaba lo suficientemente loca como
para decir eso en voz alta. Por otro lado, él era mi acosador, así que Locura era un idioma
del que ambos teníamos buen conocimiento). Pero era un juego totalmente diferente,
dejarlo hacer algo demente que pudiera arruinar su vida permanentemente. Incluso
Baron Spencer y sus locuras no estaban por encima de la ley cuando se trataba de
crímenes serios.
Y Vicious se tomaba su venganza. Muy. Malditamente. En. Serio.
Corrí por la rampa de los patinadores que daba hacia la marina y recorrí el muelle entre
dos yates gigantes. Uno de ellos era de los Spencer, Marie, en honor a la fallecida madre de
Vicious y el otro pertenecía a un magnate árabe quien tenía una casa de verano en Todos
Santos, pero realmente nunca se molestaba en pasar por ahí. Me permitió tener un buen
ángulo de los chicos, quienes, justo como lo sospeché, se detuvieron frente a La Belle, el
bote de los Rowland y restaurante exclusivo.
Trent sostenía un recipiente con veinte litros de gasolina mientras Dean habla en el
teléfono, su voz inaudible para mí. Jaime saca su celular y parece estar enviando un
mensaje de texto. Unos momentos después, mi teléfono vibra en mi bolsillo. Por suerte, lo
silencié antes de llegar aquí.
Jaime:
Pasando la noche en casa de Vic. No me esperes despierta.
Furia fluyó por mis venas, crepitante e incontenible. Sabía por qué lo hacían. Jaime odiaba
al entrenador Rowland por follar con su mamá. Trent odiaba al entrenador Rowland por
reírse cuando se rompió su tobillo durante la temporada de futbol americano y a su hijo
por romperlo una segunda vez. Vicious… él simplemente odiaba a todos en general. ¿Y
Dean? Dean parecía amar todo y a todos en su vida, el jugador con la grande y genuina
sonrisa, pero lo había visto. Visto debajo del perfecto y brillante exterior. Y lo que vi no fue
bonito. Ni de cerca.
Independientemente de cómo cada uno de ellos veía a la venganza, los HotHoles eran
como hermanos. La nueva lesión en el tobillo de Trent, como mi caída en el metro, fue el
beso de la muerte para su carrera en el futbol. Alguien había pagado por engrasar el suelo
de la sala de los casilleros.
El dinero de los Rowland era el premio.
Los HotHoles esperaron en el muelle junto a La Belle hasta que Vicious apareció en la
parte superior de las escaleras que llevaban desde el estacionamiento hacia la marina.
No estaba solo.
Toby Rowland, amordazado, atado en las muñecas y sudando como una puta en una
clínica de enfermedades de transmisión sexual, estaba parado junto a él. Tenía una
mancha de orina con la forma de un riñón, sobre su entrepierna. No peleaba, solo miraba
hacia el suelo, sollozando en silencio.
Vicious estaba en modo de completo idiota esa noche. Descendió las escaleras detrás de
Rowland, empujándolo un escalón a la vez, sonriendo como un maldito novio en el día de
su boda. La marina estaba bien iluminada, así que no fue difícil verlo tronando su cuello,
sus bíceps flexionándose con anticipación.
—Miren quién decidió unírsenos. —Su voz era baja, burlona. Envió escalofríos por mi
espalda. Algunas veces me preguntaba si los padres de Vicious lo había concebido sobre la
tumba de Hitler o si su mamá había tenía un extraño accidente que involucrara veneno y
vudú mientras estaba embarazada. Era demasiado aterrador para ser un adolescente.
Demasiado peligroso para alguien quien creció en pretenciosa opulencia. Demasiado
muerto para un ser humano viviente.
Rowland y Vicious se detuvieron en el último escalón, donde Vicious lo empujó para que
cayera hacia el muelle. Toby hizo un gesto de dolor ante la mordaza en su boca, tosiendo.
Jaime y Dean lo levantaron y quitaron la tela de su rostro.
—Oh, hombre, tu boca está sangrando. Aquí, déjame ayudarte. —La mano de Jaime se
estiró hacia el rostro de Toby antes que lanzara su brazo hacia atrás, depositando un
fuerte golpe directamente en su nariz.
La cabeza de Toby voló hacia atrás aterrizando contra el pecho de Vicious.
Vicious tomó los brazos de Toby, siseando en su oreja casi eróticamente.
—No te preocupes, te tengo. No los dejaré que te lastimen. Planeo hacer yo mismo todo el
daño.
Trent se acercó y bloqueó mi vista con su amplia espalda. Todo lo que veía eran las tres
espaldas de los HotHoles. Vicious y Toby bien ocultos detrás de los otros chicos.
Escuché a Toby llorando y sollozando, andando con dificultad, rogando, gimiendo,
tratando de liberarse. Luego Dean se hizo a un lado, permitiéndome el primer vistazo del
nuevo rostro de Rowland.
Hinchado.
Sangrado.
Destruido.
Ver las marcas, oler la sangre, en persona, se sintió mucho peor que mirarla hasta el lunes
en la mañana. Los cuatro HotHoles estaba tan perturbados. Cada uno tenía su propia
razón para estarlo. Sabía lo que carcomía a Jaime… pero no sabía por qué los demás eran
tan adeptos a alimentar y consumir tanto dolor.
Ahora Jaime sujetaba el cabello de Toby mientras estaba sobre sus rodillas. Vicious se
agachó para sentarse en un escalón, encendiendo un cigarrillo despreocupadamente y
apuntando su encendedor hacia La Belle. Sus nudillos goteaban sangre y sus pálidas
mejillas estaba sonrojadas. Aun así, cuando abrió su boca, tranquilidad se derramó de
cada una de sus palabras.
—Lindo bote el que tiene tus padres. ¿Cuántos años invirtieron en ese lugar para
banquetes? Mi mamá solía decir que su pasta sabía como bolas rancias.
Toby suspiró con derrota, apenas sacudiendo su cabeza, mientras Dean y Trent se reían.
—Está bien, tienes razón. Realmente no decía eso. Ella no sabría cómo saben las bolas
rancias. Pero tu mamá si lo sabe, ¿cierto? Rowland es un desagradable pedazo de mierda.
Estaba Segura que vi el rostro de Jaime contraerse, pero quizás era porque tenía
conocimiento de su secreto.
—¿Unas últimas palabras antes que quememos esta belleza hasta las cenizas? —Vicious
dejó salir el humo, jugando con su encendedor.
—Por favor. —Toby resopló y tosió—. Solo… por favor.
—Arruinaste mi carrera —dijo Trent a través de una tensa mandíbula, sus puños
apretándose—. Y no me diste la opción de rogar por mi pierna antes que engrasaras el
suelo del cuarto de los casilleros. ¿Fue idea de tu papá? ¿O él simplemente miró hacia el
otro lado?
—Lo s-s-s-siento mucho. —Las palabras de Toby estaba empapadas con saliva roja.
Vicious se levantó, palmeando el hombro de Trent.
—El chico dice que lo siente. ¿Eso cuenta para algo?
Trent sacudió su cabeza lentamente, sus ojos fijos en Toby. Vicious se giró hacia Rowland
y se encogió de hombros.
—Aparentemente, lo siento no es suficiente. Así que supongo que regresamos al plan A.
Trent dio un largo paso hacia La Belle, quitó la tapa del recipiente de veinte litros y subió
los escalones que llevaban hacia el yate y el restaurant que estaba dentro. El hedor a
gasolina llenó el aire. Vicious todavía jugaba con su encendedor, moviendo su dedo
provocativamente.
Prendido.
Apagado.
Prendido.
Apagado.
Prendido…
Normalmente la marina era patrullada con regularidad. No tenía duda que los HotHoles
tenían algo que ver con la ausencia de seguridad. Trent vertió gasolina desde la entrada al
restaurante a lo largo de la cubierta de madera y por los escalones de la marina en una
línea de detonación. Después que lanzará el recipiente vacío al agua, caminó hasta quedar
a un costado de Vicious y colocó una mano sobre sus hombros con un pequeño
asentimiento. Esa era la señal para Baron Spencer.
—Adiós, La Belle. Serás extrañada… pero no por nosotros. —Vicious se rio oscuramente,
llevando el encendedor prendido hacia el rastro de gasolina.
Un silbido de flamas surgió a la vida. Fuego se extendió por los escalones y atravesó la
cubierta hacia la puerta del restaurante.
—¡Vamos!
Los chicos se dieron la vuelta, sosteniendo a Toby como un prisionero en ambos brazos y
lo arrastraron de vuelta hacia el estacionamiento. Se aseguraron que su rostro estuviera
volteado hacia la marina, así podría ver la destrucción de la más preciada posesión de su
familia. Las flamas se elevaron y humo negro envolvió el yate en un asfixiante abrazo.
Tenía que escapar. Me di la vuelta y corrí.
¿Por qué no los detuviste, Mel? Conocía la respuesta para esa pregunta. La venganza estaba
justificada. Los Rowland merecían la ira de los HotHoles.
Corriendo por las escaleras, la histeria tomó el control de mi cuerpo mientras el calor del
fuego lamía mis piernas, escuché el repiqueteo de algo cayendo detrás de mí. No tenía
tiempo para recogerlo. Ni siquiera para darme la vuelta y revisar qué era. Hui de la escena
y regresé rápidamente a mi apartamento.
Cerré la puerta. Dos veces. Hice inventario: llaves, celular y bolso.
Todo estaba ahí.
Suspiré con alivio y arrastré mi cuerpo hacia el suelo, mi espalda contra la puerta.
Segura. Por ahora.
Pero entonces se me ocurrió que no me importaba mi seguridad. No tanto como me
importaba la de él.
No se suponía que supiera donde estuvo esa noche, pero no pude evitar enviarle un
mensaje de texto, solo para revisar que estuviera bien.
Yo:
¿Se están divirtiendo?
Jaime:
Claro que sí. Pero no puedo dejar de pensar en ti.
Yo:
¿Es por eso que te fuiste sin explicar?
Jaime:
Sí, Mel. Es exactamente por eso que me fui sin explicación. Porque pienso en ti antes
de pensar en mí. Recuerda eso siempre, Pequeña Bailarina. Siempre.
Capítulo 12
—Señorita Greene. A mi oficina. Ahora.
El rostro de la directora Followhill era un relámpago a punto de estallar y sabía que
estaría liberando una tempestuosa tormenta contra mí en el momento en que entrara a su
oficina. No importaba. Justo ayer había estado presente mientras su hijo, mi novio,
cometía un crimen grave. Era la última semana de clases y ya había empezado a solicitar
trabajo en escuela cercanas para el próximo año. Ya no tenía ningún poder sobre mí.
O al menos eso pensaba.
Entré en su oficina y cerré la puerta, tomando asiento silenciosamente.
—¿Directo al punto? —Se inclinó sobre su escritorio, sus piernas cruzadas—. Deme una
buena razón por la que no debería llamar a la policía y hacer que te arresten justo aquí en
las instalaciones de la escuela.
Mi corazón se detuvo, justo ahí. ¿Qué?
—¿Disculpe? —Mis cejas se levantaron rápidamente. Mi pulso vibrando entre mis orejas.
Followhill golpeteó su brillosa uña sobre su escritorio y me dirigió una sonrisa poco
sincera.
—Déjeme refrescar su memoria: gran incendio. Yate quemado. Una familia devastada.
Todo sucedió ayer. Ahora, de nuevo, señorita Greene… —Se inclinó más cerca de mí,
susurrando—. Deme una buena razón para no llamar a nuestro amado jefe de policía.
Tomé una profunda respiración, cerrando mis ojos para reunir fuerza.
—¿Razón número uno? Porque yo no lo hice.
—El señor Rowland y su hijo, Toby, parecen pensar lo contrario. Dicen que le prendió
fuego a La Belle anoche. Queriendo vengarse del personal de la escuela antes de irse de
aquí. El restaurante de la familia está arruinado. —Inclinó su cabeza hacia un costado, una
sonrisa de suficiencia extendiéndose en su rostro.
Pánico explotó en mis venas y mi cabeza se convirtió en un revuelto desorden de ideas
incoherentes. Tenía tanto que decir y nada salía de mi boca, todo al mismo tiempo, así que
me decidí por:
—¿Cómo?
—También estuve escéptica al principio. Dije que por qué lo haría. Pero entonces hubo
evidencia. —Abrió su cajón, apareciendo un collar. Mi collar. Mierda. Eso es lo que se me
cayó anoche mientras corría. El ancla de plata destellaba entre sus dedos.
Lo lanzó hacia mí, sacudiendo su cabeza.
—Y también un motivo. Supongo que ha escuchado que la hermana del entrenador
Rowland, Chelsea, va a tomar su puesto para el próximo año.
De hecho, no tenía idea y puedo decir que tampoco me importaba mucho. En este
momento, no me quedaría en el trabajo incluso si me ofreciera un salario con siete cifras.
—¿Eso es todo lo que tiene? —murmuré, cruzando mis brazos sobre mi pecho—. La gente
todavía tiene permiso de caminar por la marina de su precioso pueblo. Eso no los hace
culpables de incendiar yates al azar.
—Toby me lo dio esta mañana. Jura que te vio hacerlo.
Tuve suficiente. Me levanté rápidamente de mi silla y la mira.
—Sabe exactamente quién lo hizo. —La rabia consumía cada centímetro de mi cuerpo y
golpeé mi puño contra su escritorio—. Y tengo el presentimiento que también sabe por
qué. Esto es chantaje. —Mis labios se fruncieron—. Dos veces en un semestre —añadí.
La directora Followhill se levantó lentamente, mirándome directo a los ojos.
—¿Crees que no sé que estás durmiendo con mi hijo? Tienes el ojo puesto en su fortuna,
su dinero, ¿su futuro? —Su tono era bajo y su intensión era clara—. Estás demente si crees
que voy a dejar que te acerques a mi casa y a mi dinero. Deja que se vaya a la universidad,
pequeña zorra. Déjalo en paz.
Nuestros pechos estaban tan cerca que podía escuchar sus respiraciones. La habitación
estaba caliente, pero yo tenía frío. Nada se sentía correcto. Nada.
—Es libre —me burlé, sacudiendo mi cabeza—. Él me eligió.
—Entonces no le des la opción —dijo entre dientes, la furia haciendo que los músculos de
su rostro se contrajeran.
—¿Por qué? ¿Porque usted lo dice? —Nuestros rostros casi estaban tocándose, demasiado
cerca para mi gusto, pero no retrocedí. Nuestros pechos se rozaban y odié el aroma de su
Chanel No. 5 y costosos cosméticos en mi nariz.
—Porque tengo un montón de poder en este pueblo. Porque lo que estás haciendo está
mal —dijo con amargura, terminando en un susurro—, porque nadie puede siquiera saber
que eso sucedió. No a una familia como los Followhill.
Estuve tentada a decir que debería recordarse sobre su reputación la próxima vez que
saltara a la cama con alguien de su personal, pero ese era el secreto de Jaime, no mío.
Nunca delataría lo que él sabía.
—No tengo miedo de usted o de ser expulsada del pueblo —respondí, solo medio
haciéndolo por contraatacarla—. Jaime tenía dieciocho años. No fue ilegal.
—Pero aun así está prohibido —gritó, lanzando sus manos al aire. Me giré y me moví
hacia la puerta. Me jaló del brazo, haciéndome detener de golpe—. Tu carrera de maestra
estará terminada y me aseguraré que se te acuse por el ataque a La Belle.
Su mano se envolvió alrededor de mi codo.
—Mi trato queda cancelado en el momento en que salgas de esta oficina. Llamaré a la
policía, Melody y todos sabemos para quién trabajan.
Sí. Los Spencer, quienes no se detendrían ante nada para cubrir al idiota de su hijo. Al
igual que la directora Followhill.
—Haga eso. —Me solté, una falsa sonrisa y valentía fijada en mi rostro—. Veamos como
resulta.
Me di la vuelta de nuevo, saliendo rápidamente por la puerta, pero la mamá de Jaime, la
mamá de mi novio, me arrastró de nuevo cuenta al interior de su cocina y la cerró tan de
golpe que estuve segura que todos en el pasillo lo escucharon.
—Cristo, ¿qué demonios está mal contigo? Te estoy dando una salida. Solo deja a mi hijo
en paz y me encargaré del desastre de La Belle.
—No me importa que haga respecto al bote —siseé en su rostro. Mis labios temblaban y
mi nariz picaba. No había nada más que quisiera hacer que gritar y destrozar su oficina.
Tenía que permanecer controlado en favor de Jaime y el futuro de mi carrera al exterior
de All Saints High—. No es mi desastre. Jaime me cortejó. Demonizo, me manipuló. Tal vez
tiene un poco de su mamá en él después de todo. Pero en conclusión estamos en esto
juntos y no hay nada que pueda hacer respecto a eso.
Esas fueron las últimas palabras que le dije antes de lograr liberarme de su agarre y salir
rápidamente de ahí.
Y esas palabras me morderían el trasero más tarde ese mismo día.
Capítulo 13
—Joder —murmuró Jaime, su brazo extendido sobre mi hombro, apoyado contra la pared
contra la que estaba recargada. Pasó su otra mano por su cabello, frustrado.
Asentí, tratando de regular mis respiraciones. No tenía tiempo para enojarse y lo sabía.
Frotando su rostro y sacudiendo su cabeza, su mirada se movió entre el edificio de la
escuela y yo. Estábamos metidos detrás del puesto de concesión en el campo de futbol,
cerca del estacionamiento de estudiantes.
—¿Qué demonios, hombre? ¿Me seguiste?
—Oye, sabías donde vivía, me ejercitaba, lo que comía en el desayuno y mi compañía de
seguro, todo antes de siquiera besarnos. —Arqueé una ceja, recordándole que éramos
igual de malos tanto uno como el otro. Al menos cuando se trataba del otro—. Tiene mi
collar y Toby dice que fui yo.
—Por supuesto que lo hace. —Jaime me jaló hacia él, apretándome en un doloroso
abrazo—. Nunca nos delataría. El pequeño imbécil sin bolas. Tu collar fue conveniente. Si
supiera lo que significas para mí, hubiera encontrado a otro miserable para culpar.
—Tu madre no hace amenazas vacías. Tiene conexiones por todos lados. Y los Rowland
también son poderosos. Yo soy una nadie.
—No es cierto. Eres mi alguien. —Rozó sus nudillos contra mi sien.
—No voy a ir a la cárcel —dije nerviosa.
Sacudió su cabeza.
—Sobre mi cadáver, Pequeña Bailarina. Déjame hablar con mi mamá.
—No estoy segura que esa sea una buena idea.
—No estoy seguro que eso me importe.
Me dejó, dirigiéndose hacia la oficina de su madre. Al principio, me quedé inmóvil en el
lugar, observando a su amplia espalda desaparecer detrás de las puertas dobles del
edificio de la escuela. Mis dedos viajaron por mi clavícula desnuda, buscando mi ancla,
pero no estaba ahí.
Ahora Jaime era mi ancla. No tenía nadie en quien confiar salvo él.
Algunos minutos después que se fuera, caminé hacia el estacionamiento de profesores y
esperé junto a mi auto, mordiendo mis uñas. Se suponía que diera una clase, pero había
sido excusada por el resto de día. Odiaba esperar por el veredicto, porque Jaime intentara
persuadir a su mamá para que no me acusara por algo que todos sabíamos que no hice.
Diez minutos después que él entrara en su oficina, mi teléfono celular sonó.
—Ven con nosotros —ordenó, en un tono que no pude descifrar.
Lo hice.
Mis rodillas tiemblan y mi respiración se entrecorta mientras camino por los pasillos de
All Saints por lo que tengo la sensación que sería la última vez. Tocó a la puerta de
Followhill y entré.
—Ven. —Jaime palmeó un espacio junto a él en el sofá de piel color borgoña, sus ojos
duros sobre su mamá. Estaba sentado frente a ella y parecía como si su escritorio fuera la
única cosa evitando que se golpearan el uno al otro. El aire era espeso con repugnancia.
La expresión de Jaime estaba frustrantemente en blanco. Cuando intenté leer el rostro de
su madre, tampoco vi amor o compasión. Solo decepción… y urgencia. Urgencia por
mantener su legado, por proteger el nombre de su familia. Por mantener en control el
orgullo, dinero y un montón de otra mierda insípida.
Mis entrañas se sacudieron y por primera vez, me di cuenta que no era la única que había
sufrido de heridas del destino.
Solo porque Jaime no actuara como si estuviera hecho pedazos no significaba que
estuviera mucho más feliz que yo. No. Ambos estábamos defectuosos, rotos y
programados para defendernos. Esculpidos por nuestro destino. Asustados por quienes
éramos.
Yo era una bailarina atrapada en la vida de una maestra.
Él era un hombre libre prisionero de las ridículas exigencias de sus padres y sus grandes
expectativas.
Me encorvé junto a Jaime, parpadeando para apartar algo de mi conmoción. Joder con mi
vida. La directora Miranda Followhill era quien estaba mal. Pero sentía pena por ceder a
este amorío con su hijo.
Pena por de quién estaba enamorada.
Porque ese era el problema con la sociedad. Se preocupaban demasiado sobre de quién te
enamorabas, pero nunca sobre el por qué. El por qué importa. El quién era irrelevante
(pero la banda The Who era genial, así que a quién le importaba).
—Hemos llegado a un acuerdo. —El rostro de la señora Followhill se tensó en una
fruncida sonrisa.
Esto no sonaba bien. Asentí. Ligeramente.
—Y creo que todos deberíamos beneficiarnos de este pequeño arreglo.
Otro momento de silencio.
—¿Está planeando en anunciarlo en el LA Coliseum? Ya dígalo. —Ya no era capaz de
ocultar por más tiempo mis verdaderos sentimientos hacia la mujer.
Jaime se rio junto a mí, tomando mi mano y apretándola, su calor filtrándose en mí.
La señora Followhill frunció el ceño, poco impresionada por mi insolencia.
—Jaime va a mudarse a Texas para la universidad. De hecho, acaba de reconfirmar su
registro minutos atrás en el teléfono con su decano. Tú serás liberada después de este año
escolar tu contrato no será renovado. Ustedes ya se verán más. A cambio, pasaré por alto
el collar encontrado en la marina.
Su sonrisa era victoriosa.
Aun así, todo lo que vi fue negro.
Mi mano se deslizó de la de Jaime. Determinada a no decir nada, peleé contra el
sentimiento de humillación. Básicamente se había negado a pelear por nosotros,
aceptando su exigencia de ir a Texas como lo tenía planeado desde siempre. Simplemente
me encogí de hombros. Ya fuera que tenía muy malas habilidades de negociación o
simplemente no se preocupara por mí y solamente me utilizó, no importaba. Su finalidad
era la misma. ¿Y adivinen quién fue la perdedora? Sip, yo.
Jaime fácilmente podría haberle dicho la verdad a su madre. Su madre lo protege. De
cualquier cosa. No era lo suficientemente incrédula para creer que era por amor. Era por
prestigio y otras cosas sin sentido sobre las que ella se preocupaba. Seguro, le daría una
buena reprimenda, pero también le daría una manera de salir de eso.
Se comprometió conmigo.
Después que me dijera que quería protegerme.
—Tú… ¿hablaste con el decano? —Giré mi cabeza para mirarlo a los ojos. Aspiró sus
mejillas hacia dentro con un pesado suspiro, asintiendo.
—Sí. Me voy a mudar a Austin.
—Suena bien para mí.
—Lo es, ¿cierto? —La señora Followhill lucía escéptica. Tal vez incluso un poco
decepcionada con mi tranquilidad. Sus ojos destellaban con ira, sus labios delgados y
presionados juntos.
No puedes ganar si no te lo permito, pensé amargamente. Y no lo haré. No voy a dejarte
verme rota.
—Sip. Quiero decir, la escuela casi se termina. Fue una buena aventura. —Mis labios se
curvaron en una sonrisa y sentía a Jaime tensándose junto a mí. Tenía la sensación que
había un montón de cosas que quería explicar. Aunque no le daría la oportunidad.
Lo odiaba.
Me odiaba.
Merecíamos esta tristeza.
Sentí sus dedos intentado reconectarse con los míos y doblé mis brazos por encima de mi
pecho, inclinándome hacia atrás. Había sufrido suficiente castigo de parte de su mare. No
iba a ser doblemente humillada al ser botada por su hijo adolescente, escuchando algunas
tonterías del tipo “No eres tú, soy yo”.
—Supongo que es momento de despedirnos. No extrañaré mucho a All Saints. Y
definitivamente no la extrañaré a usted, señora Followhill. Para ser una mujer adinerada,
sus habilidades sociales son bastante escasas.
Traducción: Eres una perra del infierno y no puedo creer que realmente pensé que tu hijo
crecería para ser algo diferente. Obviamente es como tú, aun cuando me hizo creer que era
todo menos eso.
Con eso, me puse de pie. La mirada de Jaime me siguió, pero no me arriesgué a mirarlo. La
confusión en su rostro era obvia, incluso si nuestros ojos no se encontraban. Por primera
vez, había herido a un Followhill en lugar que un Followhil me hiriera a mí. De alguna
manera me hizo sentir más ligera y eso me hizo sentir culpable.
¿Quería hacer sentir mal a Jaime? ¿Por qué?
—Melody. —La voz de Jaime era grave y oscura. Sacudí mi cabeza.
—Déjala que se vaya, cariño —instruyó la directora Followhill, apoyando su mano sobre
la espalda de él.
Se puso de pie, empujando su silla hacia atrás abruptamente.
Necesitaba salir de ahí.
—Sí. —Lancé mi bolsa por encima de mi hombro, recogiendo mi teléfono celular y mis
llaves—. Ya terminamos aquí.
Salí, dejando atrás al chico-hombre quien rompió mi corazón y a la perra de su madre. Se
mudaría a Texas. No debería estar tan decepcionada. Lo empujé en esa dirección. Y su
mamá no nos dejo mucha elección. Pero estaba herida, así que lo apuñalé de regreso con
mis palabras.
Jaime no me siguió.
Ambos lo jodimos y no teníamos nada que decirnos el uno al otro.
Ese día, lloré por todos los años que no había llorado. Mares de lágrimas. Eran saladas y
tristes y desesperadas.
Todas sabía raro.
Todas sabían a él.
Capítulo 14
—Olvidaste la leche.
—Olvidaste tu ropa interior.
Fruncí el ceño, bajando mis pantalones.
—Llevo puesta ropa interior.
—Exactamente. —Jaime me empuja hacia la cama en un movimiento sin esfuerzo.
Caigo en nuestro endeble colchón. Me sigue, aplastándome, cubriendo mi rostro y cuello
con húmedos y calientes besos. Risitas sin aliento escapan por mi boca mientras sus dedos
quitan mis pantalones.
—Compré al regreso de mi turno —gruñe Jaime contra mis costillas.
Mi camiseta ya está echada hacia un lado y está chupando mi pezón tan fuerte que mi
cráneo hormiguea con placer. Suspiro y paso mis dedos por su enredado cabello ubio. Ha
estado tomando turnos en un Starbucks loca después de clase. Sus padres lo cortaron
después que anunciáramos que nos mudaríamos juntos. Dura suerte. Con mi trabajo en la
academia de ballet, su escuela y su trabajo en Starbucks y todo lo demás en nuestro plato
en este momento, tenemos muy poco tiempo para que nos importe lo que la demás gente
piense o diga.
—¿Puedes también traer algo de fruta? Ya no tenemos bananas.
—Hay una banana que puedes comer cuando quieres y está justo aquí. —Toma mi mano,
guiándola hacia su polla.
Ruedo mis ojos. Sí, todavía es un típico chico de veinte años. Ahora tengo veintiocho y
pensarías que estoy obsesionada con matrimonio y bebés. Pero no lo estoy. Todo en lo
que pienso es en él. Cómo todo resultó tan fabulosamente. Es nuestro hermoso caos y no
lo preferiríamos de ninguna otra manera.
—Puede que más tarde le dé una mordida —bromeo.
Hace un gesto de dolor.
—Está bien, conseguiré tu estúpida fruta, mujer.
Su lengua viaja por mi estomago hasta mi ahora desnudo coño y se detiene, su nariz
frotando círculos contra mi clítoris.
—Oh, creo que tienes algo aquí. Como un rasguñó o un grano o algo. —Su mano se hunde
entre mis piernas y luego se levanta de nuevo, hay una pequeña caja negra de terciopelo
en su mano.
Dejo de respirar por completo.
Lame sus labios, ofreciendo una sonrisa relajada.
—Probablemente debería advertirte, no es un anillo de compromiso. Estoy esperando a
tener veintiuno para que el fideicomiso que mis abuelos tienen a mi nombre pueda ser
utilizado. Seré más adinerado y libre de Starbucks. Te mereces algo increíble. Pero
mientras tanto, aquí hay algo para que te haga acodarte de tu aventura de preparatoria de
hace dos años.
Con dedos temblorosos, abro la caja de terciopelo y dentro descansa un collar. Con un
pendiente. Un ancla dorada. Esta ancla simbolizando tantas cosas.
El yate quemado que nos separó.
El collar que nos volvió a unir.
La pieza que faltaba que dejé atrás.
Mis ojos se encienden, perforándolo con amor incontenido. Estoy tan enromada. Tan
locamente enamorada de este chico que creció para convertirse en un hombre y que ha
renunciado a tantas cosas para estar conmigo. Vida fiestera de universitario. El futbol.
Cosas que era su esencia dos años atrás.
—¿Me ayudas? —Señalo hacia el collar entre mis dedos.
Gruñe ante mi solicitud para que despegue su lengua de mi muslo interno, pero se levanta
para quedar frente a mí. Tomando el collar de mi mano, aparta mi cabello hacia un
costado.
—¿Verdad o reto? —pregunta de la nada.
—Verdad. La gente valiente siempre elige la verdad. —Sonrío
—¿Es cierto que siempre serás mía? —Baja su boca hasta mi oreja, su cálido aliento
haciendo cosquillas en mi piel.
—Es una verdad. Y a veces, cuando me haces enojar, es un reto. Pero es mi vida y eres
parte de ella. Por siempre y para siempre —digo.
—Por siempre y para siempre —repite y sostengo mi ancla, apretándola y a mi ancla de
verdad, la aprieto fuertemente.
La angustia. El miedo. La parte donde me dejé ir y enamorarme de quién debería haber
sido la persona equivocada pero que se convirtió en la correcta, tan correcta… todo fue
dejado atrás.
Al final, valió la pena. Cada pequeña pieza de eso nos hizo quien somos ahora.
Más fuertes.
Más felices.
Más completos.
Jaime