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Prologo

Originalmente, el símbolo del ancla no era utilizado para aquellos que se encontraban en
altamar, sino por la gente que estaba en tierra. Durante los primeros años del cristianismo,
los cristianos estaban bajo una ardua persecución por parte de los romanos. Para mostrar
su religión a otros cristianos practicantes bajo el ojo vigilante de la gente al mando,
portaban joyería con anclas o incluso tatuajes de anclas. El ancla era vista como un símbolo
de fuerza, dado que las anclas retienen a los barcos incluso en el clima más tormentoso.
También era un popular símbolo por su cercana remembranza a la cruz. Las anclas también
se utilizaban para marcar las casas seguras para aquellos buscando refugiarse de la
persecución.
Capítulo 1

Me arrastré fuera de la oficina de la directora hacia las nubes de mitad del invierno de Sur
de California. Rabia, humillación y aversión por mí misma cubrían cada centímetro de mi
alma, creando una capa de desesperación que estaba desesperada por arrancar.
La Roca. Llega. Al Fondo.
Acababa de descubrir que All Saints High no iba a renovar mi contrato como profesora
para el próximo año a menos que ponía mi mierda en orden y hacia algo de magia para
transformar a mis alumnos en atentos seres humanos. La directora Followhill dijo que
mostraba cero autoridad y que las clases de literatura que estaba impartiendo se estaban
quedando cortas. Para añadir sal a la herida, la semana pasada había recibido el aviso que
tenía que dejar mi apartamento para finales del siguiente mes. El dueño había decidido
remodelar y regresar a vivir ahí.
También, el compañero de mensajes sexuales que había conocido a través de un
cuestionable sitio de citas acababa de enviarme un mensaje diciendo que no sería capaz
de asistir a nuestra primera cita en persona porque su mamá no le prestaría el auto hoy
en la noche.
Él tenía 26 años.
Yo también.
Ser exigente era un lujo que una mujer que no había visto una polla en vivo en cuatro años
realmente no podía darse.
Y, en realidad, algo más que algunas cortas aventuras, nunca había tenido una relación. En
absoluto. Con alguien. El ballet siempre había venido primero. Antes de los hombres y
antes de mí. Por un rato, realmente había pensado que era suficiente. Hasta que no lo fue.
¿En qué momento todo fue mal?
Podría decirte cuando, justo después que inicié la universidad. Hace ocho años, fui
aceptada en Julliard y estaba a punto de alcanzar mi sueño de convertirme en una
bailarina profesional. Es para lo que había trabajado toda mi vida. Mis padres habían
solicitado préstamos para pagar mi camino a través de los concursos de baile. Los novios
eran considerados como una inoportuna distracción y mi única preocupación era unirme
a una prestigiosa compañía de ballet en Nueva York o en Europa y convertirme en una
bailarina estelar.
Bailar era mi oxígeno.
Cuando me despedí de mi familia y ondeé mi mano hacia ellos desde el punto de
seguridad en el aeropuerto, me dijeron que me rompiera una pierna. A las tres semanas
de comenzar mi primer semestre en Julliard, lo cumplí literalmente. Me la rompí en un
extraño accidente en la escalera eléctrica bajando hacia el metro.
No sólo mató mis sueños de carrera y mi plan de vida, sino también me mandó a empacar
y regresar al Sur de California. Después de un año de enojo, sintiendo lastima por mí
misma y desarrollar una relación estable con mi primer (y último) novio, un tipo llamado
Jack Daniels, mis padres me convencieron de perseguir la carrera de maestra. Mi mamá
era maestra. Mi papá era maestro. Mi hermano mayor era maestro. Amaban enseñar.
Yo odiaba enseñar.
Este era mi tercer año enseñando, y mi primer, y juzgando por mi desempeño, único, año
en All Saints High en Todos Santos, California. La directora Followhill era una de las
mujeres más influyentes de la ciudad. Su refinada actitud mezquina era formidable. Y me
desprecia por completo desde el principio. Mis días bajo su reinado estaba contados.
Mientras me acercaba a mi Ford Focus de doce años de antigüedad estacionado del otro
lado del pasillo, frente a su Lexus y a la monstruosa Range Rover de su hijo (Sí, le había
comprado a su hijo, un estudiante de último año, una jodida SUV de lujo. ¿Por qué un
adolescente de dieciocho años necesitaría un auto tan grande? ¿Tal vez para que cupiera
su enorme ego?), decidí que la situación no podía empeorar más.
Pero estaba equivocada.
Me metí en mi auto y empecé a retroceder dentro del prácticamente vacío lote de
estacionamiento, deslizándome hacia atrás hacia los dos costosos símbolos de un pene
pequeño. En ese mismo momento, el señor Vivo Con Mi Mamá de nuevo me envió un
mensaje. La burbuja verde destelló con TENGO EL AUTO, ¿LISTA PARA
ENCONTRARNOS? Acompañado por aproximadamente trescientos signos de
interrogación.
Me distraje.
Me enojé.
Choqué directamente contra la SUV del hijo de la directora Followhill.
Estrangulando el volante y jadeando con horror, planté mi mano sobre mi corazón para
asegurarme que no hubiera salido disparado fuera de mi caja torácica. Mierda.
Mierda. ¡Mierda! El golpe seco que llenó mis oídos y sacudió ni auto no dejaba lugar a
dudas.
Había hecho con su SUV lo que Keanu Reeves hizo a la película Dracula. La había
jodidamente arruinado.
Mi adrenalina para decidir entre quedarme o huir se desencadenó, y brevemente
contemplé si debería acelerar, adoptar un alias y huir del país para esconderme en una
cueva en algún lugar de las montañas afganas.
¿Cómo iba a pagar por el daño? Tenía un gran deducible y estaba esa notificación en casa
sobre que mi último pago para mi seguro Premium que estaba vencido. ¿Siquiera estaba
cubierta? La directora Followhill iba a matarme.
Armándome de valor, arranqué mi apenado trasero de mi siento. Técnicamente hablando,
la preciosa SUV de Jaime no se suponía que estuviera estacionada en el estacionamiento
para profesores. Por otro lado, Jaime Followhill se había librado de un montón de mierda
de la que no se suponía que lo hiciera, gracias a su aspecto, estatus social y poderosos
padres.
Me di la vuelta para encontrar que el trasero de mi auto barato estaba besando el panel de
cuarto trasero de su Range Rover, dejando una abolladura del tamaño de África.
Bastaba decir que ahora las cosas no podían empeorar.
Pero estaba equivocada. De nuevo.
Agachándome, entorné los ojos hacia la destrucción, sin importarme el hecho que mi
vestido marrón a la altura de la rodilla bailara en el aire, exponiendo mis nuevas bragas
de encaje. No había nadie más en el estacionamiento para verlas y no era como que esta
noche fuera a presumírselas al señor Viviendo con su Mamá.
—Oh, no, no, no… —canté entrecortadamente.
Escuché un gruñido gutural.
—La próxima vez que se agache de esa manera, señorita G. asegúrese que no esté detrás
de usted o terminará como un episodio de National Geographic de Cuando Los
Depredadores Atacan.
Me enderecé lentamente, empujando mis lentes de lectura por el puente de mi nariz y
frunciendo el ceño hacia Jaime Followhill mientras lo observaba detenidamente.
Jaime lucía como el hijo ilegítimo de Ryan Gosling y Channing Tatum y no estaba
inventando esta mierda. (Nota al margen: esto sería una gran idea para una novela de
romance H/H. Claramente la leería de todas formas). Cabello rubio arenoso atado en un
desarreglado moño bajo, ojos color índigo y el cuerpo de un desnudista masculino. En
serio, el chico estaba tan marcado que sus bíceps eran del tamaño de una jodida bola de
boliche. Era un caminante cliché del rey de la graduación en una película de los 90’s. Un
jugador que tenía la atención de todas las chicas en All Saints High…
Y sus ojos ahora estaban en mí mientras se acercaba a su mismismo auto chocado.
Vestía una apretada camisa Henley color gris que hacía que sus bíceps y pectorales
destacarán, ajustados vaqueros oscuros y unos zapatos de corte alto que lucían tan
costosos y sin gusta que simplemente supe que P.Diddy tenía que estar detrás del diseño.
Tenía algunos moretones en sus brazos y un atenuado ojo negro. Sabía dónde los había
obtenido. El rumor era que él y sus estúpidos amigos se golpeaban el uno al otro durante
los fines de semana en un juego de club de la pelea que llamaban Defy.
Supongo que el Niño Bonito no era tan rico como para ser golpeado un rato. Me
preguntaba si su madre sabría acerca de Defy.
Espera, ¿me hizo una pregunta sobre mi hámster? ¿O fue sobre mis pantorrillas?
—Bueno, jódeme hasta la luna y de regreso. —Se detuvo a pocos centímetros de nuestros
autos, liberando una malvada sonrisa. Lucía como si los dos autos estuvieran fusionados.
Como si su SUV estuviera dando a luz a mi feo auto a través de su parte trasera y ahora el
compañero de la SUV (el Lexus de la directora Followhill) estaba exigiendo una prueba de
paternidad.
Era la maestra de Jaime y era uno de los pocos chicos que podía contar con que no
gritaba/se quejaba/decía tonterías hacia la gente en la Literatura Inglesa. No era un buen
estudiante de ninguna manera, pero estaba demasiado ocupado con su teléfono celular
para dar problemas en mi clase.
—Lo siento. —Deje salir una dolida respiración, mis hombros hundiéndose con derrota.
Levantó el borde bajo de su camiseta y frotó su perfecto paquete de seis, estirándose
perezosamente y bostezando al mismo tiempo.
—Me parece que jodí su auto, señorita Greene.
Espera… ¿qué?
—Tú… —Aclaré mi garganta, mirando alrededor para asegurarme que no era una
broma—. Jodiste, quiero decir, ¿dañaste mi auto?
—Sí. Me estrellé contra su trasero. Con todo y el doble sentido. —Se arrodillo, frunciendo
ante el punto donde nuestros dos autos se encontraban. Pasó su bronceada mano por
encima de la brillante pintura de su SUV.
Jaime lo hacía sonar como si fuera quien había chocado su auto contra el mío. No tenía
idea de por qué. Ni siquiera estaba en su auto. Acababa de llegar. ¿Tal vez quería
chantajearme?
Me consideraba una profesora responsable con una brújula moral. Pero también me
consideraba alguien que prefería no bañarse en el océano y dormir en su auto. Eso era
exactamente lo que necesitaría para sobrevivir al golpe financiero si admitía tener la
culpa de golpear su costoso auto.
—James… —suspiré, aferrándome al collar de un ancla dorada colgando alrededor de mi
cuello.
Sacudió su cabeza y levantó su mano en el aire.
—Así que fastidié tu vehículo. Así es la vida. Déjame recompensártelo.
¿Qué. Demonios?
No sabía qué juego estaba jugando. Sólo sabía que probablemente él era mejor en ello de
lo que lo era yo. Entonces, en la verdadera forma de Melody Greene, me di la vuelta y
caminé directamente de regreso a mi auto, prácticamente huyendo de la situación como la
pequeña cobarde que era.
—Vaya, no tan rápido. —Se rio entre dientes mientras me tomaba del codo y me giraba.
Mis ojos se movieron rápidamente hacia la mano en mi piel. Bajó su mano, pero ya era
demasiado tarde. Mariposas daban volteretas en mi estómago y mi piel pinchaba con
necesidad. Estaba alterada por uno de mis alumnos.
Sólo que Jaime Followhill no era cualquier alumno. También era un dios del sexo.
Había chismes en los pasillos de All Saints High que lo probaban, suficientes historias para
competir con la longitud de la maldita Colección Completa de las Obras de Shakespeare. Y
eso no era lo único que tenía una gran longitud y era impresionante acerca del chico, si los
rumores eran ciertos.
Followhill casi me ponía tan incómoda como su madre lo hacía. La única diferencia era
que su mamá me inspiraba medio, mientras él provocaba mi punto más sensible. Me hacía
sentir avergonzada.
Eso podía ser porque mis ojos siempre se movían en su dirección mientras impartía su
clase de literatura. Como una polilla a la flama, siempre lo notaba, incluso cuando no
quería hacerlo. Estaba preocupada que él también supiera eso. Que lo estaba observando
de una forma que no debería cuando estaba siendo un idiota, jugando con su teléfono.
No como una profesora.
Sino como una mujer.
—Dije que abollé tu auto. —Sus ojos azules brillaban con intensidad.
¿Por qué estaba él haciendo esto? ¿Y por qué me importaba? Este chico recibe más
mesada que todo lo que yo tengo en mis ahorros combinados. Si quería echarse la culpa
de esto, simplemente debía aceptarlo.
¿Era tener una mejor calificación lo que buscaba? Lo dudaba. Jaime era un estudiante de
último año en su camino de salida. Escuché que su adinerado trasero había garantizado
un lugar en una excelente universidad en Texas (vea: Queridísima Mamá) donde jugaría
futbol americano y probablemente follaría en su camino para lograr algún tipo de Récord
Guinness para el más mujeriego.
—Lo hiciste —dije, tragando—. Y justo ahora, se me hace tarde. Por favor, quítate de mi
camino.
Mentalmente estrechamos nuestras manos en esa mentira, nuestros ojos duros el uno
sobre el otro. Tenía la sensación que estaba cavando un agujero. Un agujero en el cual iba
a verter una tonelada de oscura mierda que aterrizaría sobre mí a manera de grandes
problemas. Estaba acordando un trato con el engendro del diablo. Aun cuando tenía ocho
años más que él, sabía quién era.
Uno de los Four HotHoles.
Unos egocéntricos y privilegiados principitos que controlaban esta ciudad.
Jaime dio otro paso en mi dirección, su cuerpo fundiéndose con el mío. Su respiración
pasando por mi rostro. Goma de mascar de menta, loción para después de afeitarse y
almizclado sudor masculino que me ponía extrañamente pesada. Estaba tan poco
preparada para esto que mi rostro se retorció.
Di un paso atrás.
Él dio un paso al frente.
Inclinando su cabeza hacia abajo, movió sus labios cerca de los míos. Para mi horror, mis
rodillas cedieron y supe exactamente por qué.
—Te debo —murmuró oscuramente—. Y me aseguraré que logres cobrar esa deuda,
pronto. Muy pronto.
—No necesito tu dinero —balbuceé, mi útero hormigueando con confuso calor.
Sus fascinantes ojos se abrieron y me mostró esa sonrisa con hóyelos.
—No es dinero lo que voy a darte.
¿Cómo alguien tan joven podía ser tan arrogante y seguro de sí mismo? Sentí su pulgar
acariciando mi estómago, apenas tocando, provocando, haciéndome estremecerme a
través de la delgada tela de mi vestido. Era como si hubiera empujado todo su puño
dentro de mí y atacado mi boca con la suya.
Lamí mis labios y parpadeé, estupefacta.
Santa mierda.
Santa. Maldita. Mierda.
Jaime Followhill estaba coqueteando conmigo. Descaradamente. En el estacionamiento. A
la vista de todo el mundo.
No era un troll. Todavía tenía el cuerpo de una bailarina después de todo, un agradable
bronceado californiano y suaves rizos castaños. Pero no era exactamente competencia
para el equipo de animación.
Tambaleándome hacia atrás, trague un gruñido, sintiendo mi pulso por todos lados,
parpados incluidos.
—Es suficiente, James. Conduce con cuidado y por favor asegúrate de hacer tu tarea para
mañana —tuve la audacia de decir.
Me metí de nuevo en mi Ford y luego accidentalmente choqué mi auto contra la Range
Rover una vez más antes de huir de la escena, convirtiendo la fea abolladura en una largo
y ancho rayón. Por el espejo retrovisor, observé mientras inclinaba sus cejas hacia mí a
manera de reto.
Conduje tan rápido que juro que mis rizos se transformaron en un dramático bulto para el
momento en que me estacioné debajo de mi edificio.
En casa, me dejé caer en mi sofá frente a mi teléfono y esperé a que la directora Followhill
me llamara y me dijera que despedía mi trasero y me demandaba por cada centavo que
tenía. O en mi caso que no tenía.
Largas horas pasaron, pero la llamada nunca llegó. Me metí en la cama y cerré mis ojos a
las diez de la noche, pero no podía dormir para salvar mi vida. Todo en lo que pensaba era
en ese hermoso idiota, Jamie Followhill.
Cómo olía como el chico más atractivo del que nunca había estado cerca.
Cómo lucía como la cosa más parecida en el mundo cuando frotó su bronceado paquete de
seis.
Cómo me ayudó a salir de una desagradable situación sin encogerse, sabiendo que su
madre probablemente me aplastaría por esto y ahora… quería algo a cambio.
En papel, todavía era un niño, pero esta tarde, cualquier otra parte de él se sintió como la
de un hombre.
Desafiaba la lógica demasiado, era desconcertante, casi irritante cuando pensaba en ello.
Esta mañana, me había despertado con la impresión que odiaba a los Followhills.
Pero después de esta tarde, no había manera de negarlo, había al menos un Followhill con
quien quería ponerme muy amigable.
Capítulo 2

Aquí estaba todo lo que necesitabas saber sobre Todos Santos: era la ciudad más rica en
California y como resultado directo era el hogar de los adolescentes más atribuidos en el
mundo. Mis alumnos sabían que no podía reprobarlos. Sus padres tenían suficiente poder
para quitarme mi ciudadanía y desterrarme a un planeta desprovisto de oxígeno. Estos
chicos hacían lo que querían durante la clase, para sorpresa de nadie.
El día después del incidente del auto fue diferente.
Impartía seis clases. Las primeras cinco había ido mejor de lo esperado, significando que
no tuve que golpear a alguien con un reporte de detención o llamar para pedir apoyo a
una ambulancia, al 911 o a un equipo SWAT. Pero fue la sexta y última clase la que cambió
mi vida para siempre.
Entré en la clase de Jaime, después de otra sesión de gritos de parte de su insidiosa mamá,
para encontrar un silencio al que no estaba acostumbrada. Todos estaban sentados, nadie
lanzaba nada y Vicious, el mejor amigo de Jaime, no había cortado el rostro de nadie y
adornado su frente con un símbolo satánico sólo para pasar el día.
Normalmente, esta era la parte donde tenía que contener la ira y la deplorable conducta
de los Cuatro HotHoles (Calientes Idiotas, como eran apodados por todo el mundo en
Todos Santos). Faltaban tres meses para la graduación y todos estaban en su último año,
una posible excusa para su comportamiento. Excepto que había sido de esta forma desde
el primer día.
Estaba Jaime, quien pasaba mi clase mandando mensajes con todo el mundo y atrayendo
la atención de cada chica que no tuviera su lengua en la garganta de Trent Rexroth, la
desfavorecida estrella de futbol de piel oscura, quien se besaba con chicas al azar en la
parte de atrás del salón. Una vez tuvo a una chica chipando su polla bajo su escritorio en
clase de Cálculo. No es broma. Estaba Dean Cole, el drogadicto cabeza hueca que
disfrutaba bromear conmigo y molestarme en igual medida y finalmente, Baron “Vicious”
Spencer, el Idiota Más Grande del Mundo.
Vicious era por mucho el peor. Hacia honor a su nombre. Tan malditamente frío y sombrío
todo el tiempo que la gente la puso el apodo en honor a Sid Vicious de los Se Pistols. Tenía
cabello negro como el carbón, ojos inexpresivos, piel blanca y el tipo de ira ingobernable
que podría electrificarte al punto de darte escalofríos. El permanente tic en su tensa
mandíbula cuadrada hacia que las chicas mojaran sus bragas por miedo y lujuria. Era un
deportista, al igual que todos los HotHoles, pero era más delgado que el resto, no tan
musculosa. Pero más aterrador. Definitivamente malditamente aterrador.
Ese día, Millie LeBlanc, una dulce chica que era el blanco más frecuente para la ira de
Vicious, llegó tres minutos tarde. Incliné mi cabeza, señalándole que tomara asiento. Me
sentía mal por ella. Sus padres la habían arrastrado desde Virginia en su último año para
tomar el trabajo de sirvientes en una de las muchas mansiones de la ciudad, la casa de
Vicious Spencer para ser exactos.
Como siempre, ella caminó directamente en dirección al psicópata y tomó el asiento vacío
junto a él como si no supiera o no le importara quien era Vicious. Mi alma gritó un extenso
“¡Noooooooo!” cuando vi cómo la estaba mirando. Te triturará y te dará de comer a su
serpiente de mascota, quise advertirle.
Pero Emilia levantó su cabeza, ofreció una educada sonrisa y pronunció alargadamente un
sureño “hola a todos” en dirección de él y los otros HotHoles. Vicious parpadeó
lentamente, intrigado por la idea que se atreviera a hablar con él sin permiso y su
expresión se nubló en un tenso fruncimiento.
—Hijo de puta, ¿acaso acabas de saludarme? —Dejó salir un feroz gruñido—. Por favor,
dime que esa es una maldita palabra de seguridad que estás usando ahora porque algún
nuevo novio metió la bandera Confederada por tu trasero, asta incluida. De otra manera,
no me vuelvas a saludar de nuevo.
Vaya. Esas fueron más palabras de las que había dicho en todo el año.
Millie suspiró y dijo:
—Sólo estoy tratando de ser educada. Deberías intentarlo alguna vez.
—No soy educado —respondió, una rara sonrisa tirando de sus labios. Generalmente,
parecía despreciarla, pero estaba estudiándola tan atentamente que parecía que era quien
quería meter numerosas cosas por el pequeño y animado trasero de ella.
—Déjalo en paz, muñeca. —Trent, el chico junto a ella (quien tomó un descanso de dejar
que la chica junto a él chupara su pulgar) miró de Dean a Vicious—. Vicious deja de ser
un…
—Un maldito y rabioso idiota —terminó Jaime desde detrás de ellos, arrastrando su silla
hacia atrás y cerniéndose sobre sus cabezas, sus esculpido músculos flexionados al
máximo.
Maldita sea. Era la primera vez que mi día de trabajo había sido dichosamente tranquilo.
Los HotHoles simplemente tenían que arruinarlo.
Antes que pudiera amonestar a alguien con una impotente amenaza que nunca podría
cumplir, Jaime avanzó rápidamente hacia Vicious y lo fijó contra la pared más cercana, sus
dedos aferrados firmemente alrededor del cuello de Vic en un agarre mortal.
—¿Dónde está tu lealtad, hombre? Déjalo ser, ¿está bien? —Jaime apretó su agarre en el
cuello de Vicious.
—¡James! —Levanté mi voz, levantándome de mi silla y golpeando mi palma sobre el
escritorio—. ¡Regresa a tu asiento, ahora!
Vicious lucía completamente divertido, rodando su cabeza en la pared y riéndose como un
maniaco. Jaime y Vicious eran mejores amigos, pero también eran dos alfas con un
montón de testosterona y hormonas corriendo por sus venas.
También eran los inventores de Defy. Los profesores y el personal de la preparatoria no
sabíamos mucho sobre Defy, porque sucedía en las fiestas en casa de Vicious durante los
fines de semana, pero teníamos una idea general. El juego era simple. Nuestros
estudiantes se retaban los unos a los otros a sangrientas peleas y se golpeaban entre ellos
severamente. Por diversión.
Supuestamente Defy era voluntario, pero no dudaba que la gente le tuviera el suficiente
miedo a Vicious para satisfacer sus caprichos, independientemente de si eran ridículos o
peligrosos.
—Oblígame —Jaime me retó en un susurro, sus ojos estrellándose hasta volverse rendijas
y enfocándose en mi rostro, sus dedos aun hundiéndose en el cuello de un divertido y
azuloso Vic.
Jesucristo. Nunca tocaría a Followhill cuando se trataba de detenciones o reportes de
retardo. Su mamá era la maldita directora y ya odiaba mis entrañas. Pero me acorraló.
Tenía que reaccionar.
Me aferré más fuertemente a mi collar.
¿Por qué estaba haciendo esto? Ayer, me folló con la mirada hasta la inconciencia y de
regreso. Y ahora… él… él…
Oh, mierda. Ahora estaba cobrándose la deuda.
No quería que retrocediera. Quería que aceptara su desafío. ¿Iba a morder la carnada? No
era como si tuviera muchas opciones. Le debía en gran medida debido a la Range Rover.
Lo que sea que quisiera de mí, ya era suyo.
—Acabas de hacer merecedor de detención durante la próxima semana, empezando esta
tarde. —Abrí el cajón de mi escritorio de madera y empecé a llenar la forma de detención.
Todos se quedaron en silencio. Nunca había hecho esto antes. No a un estudiante de
último año y definitivamente no a James Charles Followhill III.
Desde el rabillo de mi ojo, observé cuando Jaime finalmente liberó el cuello de Vicious.
Vicious hizo un sonido de succión y se agarró la entrepierna, señalando a Jaime, riéndose
mientras caminaba de regreso a su asiento. Otros estudiantes palmearon su espalda y se
miraron entre ellos, pasándose notas. Probablemente apuestas para una inminente pelea
en Defy que iba a suceder este fin de semana.
Azoté el reporte de detención sobre el escritorio de Jaime y levantó su mirada,
mostrándome una sonrisa tan siniestra que mis bragas se derritieron en un viscoso y
dulce líquido. Ambos sabíamos lo que estaba haciendo.
Premiándolo con tiempo a solas conmigo, exactamente lo que él quería.
Aceptar su trato que me ponía en un frágil lugar potencialmente desastroso.
Le estaba dando las gracias por amenazar mi clase, decirles que se comportaran, así
podría ser la única persona en detención durante la próxima semana.
Y en este punto, no tenía caso negarlo, me estaba permitiendo lanzarme en caída libre
hacia el final de mi carrera, dando volteretas en mi recorrido hacia abajo.

***

Jaime Followhill había celebrado su cumpleaños número dieciocho, tres días antes del
incidente del estacionamiento, lo que hacía que la cadena de recientes eventos fuera
incluso más sospechosa. ¿Había esperado para lanzarse contra mí? Podría tener a
cualquier chica de la escuela. (Después que Trent Rexroth la hubiera probado, por
supuesto).
Ya había pasado mi receso de comida merodeando su página de Facebook como si no
hubiera un mañana. Su línea del tiempo era un mordaz recordatorio que él era ocho años
más chico. Tenía fotografías de un campamento de verano, por el amor de Dios. Siempre
portaba una sonrisa con hoyuelos, musculosos antebrazos bronceados, un impresionante
par de brillantes ojos azules y un montón de amigos.
Jaime lo tenía todo y yo no tenía nada. Tenía un consentido pasado, un cómodo presente y
un deslumbrante futuro. Yo, por otro lado, ya estaba marchitada por un fracaso en mi
carrera y me dirigía hacia una difícil vida tratando de permanecer con empleo y sin
deudas. No teníamos sentido juntos. Ni siquiera para una aventura.
Pero era demasiado egoísta y estaba demasiado vulnerable como para decir que no.
Además, tenerlo sería como pegarle a su mamá sin que ella realmente supiera sobre ello.
Ganar-ganar, ¿cierto?
Esa tarde, me deslicé dentro del salón donde la detención tenía lugar, notando que la
puerta de madera de la habitación tenía una ventana.
No me sorprendí de ver que el rubio HotHole ya estaba ahí, sentado en la primera fila,
tintineando las llaves de su auto, y nuestro secreto, entre sus fuertes dedos con una
sonrisa, acechándome con sus ojos verde azulado. Tragando saliva, me senté en el
escritorio del profesor y saqué mi computadora portátil y algunos exámenes que tenía
que calificar.
—Pon tu teléfono en tu mochila, Jaime. —Mojé mis labios, mis ojos enfocados en el
papeleo.
Hizo lo que le dije, pero sentía a su persistente miranda lamiéndome por todos lados. Mis
niveles de vergüenza eran tan altos que estaba a punto de vomitar. Actuaba como si
estuviera a punto de cometer un crimen. De alguna manera, eso estaba por hacer.
Después de algunos minutos en que fingí escribir absolutamente nada en mi computadora
portátil y él me miraba fijamente con una engreída sonrisa, como si estuviera a punto de
devorarme en cualquier momento, refunfuñé:
—¿No tienes que hacer tu tarea? Estoy segura que puedes hacer algo constructivo con tu
tiempo mientras estás aquí. —Tenía dos horas por matar y mi rostro no podía
ser tan fascinante.
Pero juraba que lo escuché murmurar:
—Evaluar a mi presa es constructivo.
Mi cabeza se levantó rápidamente de ver a mi pantalla y le dirigí una sucia mirada.
—¿Disculpa?
Elevó su mentón, destellando una hilera de aperlados dientes blancos de estilo
Hollywood.
—Señorita Greene, esto va a suceder.
Sabía a lo que se refería.
—No tengo idea de a qué te refieres —espeté. Sshh. Jugando juegos con un chico de
dieciocho años. Me prometí que después de hoy, iba a dar un largo y duro vistazo hacia mi
vida. Preferiblemente mientras disfrutaba de una generosa copa de vino. Bueno, no una
copa, tal vez más bien un tazón.
Jaime se inclinó sobre sus codos, sus grandes brazos abarcando todo su escritorio. El
retorcido brillo en sus ojos me aseguró, una vez más, que su edad era meramente un
número. Demonios, probablemente habría dormida con más gente de la que yo había
besado en toda mi vida.
—Sí, claro que sí. Lo sabes —dijo con una sonrisa que era arrogante, aun así, indulgente.
¿Quién era el adulto aquí? ¿Quién estaba corrompiendo a quién? Tragué.
Mis ojos cayeron hacia mi teclado y batallé por estabilizar mi respiración. Estaba muy
asustada y excitada. Aparentemente, era la combinación perfecta para hacerme producir
pequeños gemidos parecidos a los de una gata en celos.
—¿Por qué yo? —pregunté.
Jaime permaneció inmóvil, pero su mirada mordisqueó la sensible piel de mi cuello e hizo
cosquillas a mi bajo abdomen.
—Porque —dije lentamente, sus suaves labios separándose mientras me absorbía con la
mirada—, quiero follar a una maestra antes de irme a la universidad.
Y justo así, damas y caballeros, mis agitados muslos y ojos vidriosos sufrieron un caso
grave de un balde de fría rabia.
Poniéndome de pie y cruzando mis labios, apreté mis labios para asegurarme que no se
escapara una maldición entre ellos.
—Lo siento, James. Parece que no registro la mitad de las cosas que has dicho hoy, porque
parece que estás rogando por reprobar mi clase y ser expulsado de la escuela.
Ahora fue su turno de ponerse de pie y retrocedí hacia el pizarrón blanco cuando recordé
que tenía unos veintidós centímetros de altura más yo (y también los tenía dentro de sus
pantalones, si ese predominante rumor estaba en lo correcto).
—Cariño —dijo, siguiendo con un chasquido de su lengua, su confianza desconcertante—.
Dame tu peor golpe. Repruébame. Ponme en detención durante el resto del año. Ambos
sabemos que no afectará mi graduación o mi futuro. Solamente estarás disparándote en
ese adorable y sexy pie tuyo.
Sus ojos se movieron por mis piernas y dio un paso hacia adelante. Mi garganta se oprimió
con una familiar necesidad de morder algo. Preferiblemente el trasero de este HotHole.
—El daño de la Range Rover es de alrededor de ocho mil quinientos dólares, gracias por
preguntar —continuó con su rostro serio.
Otro paso. Golpe, golpe, golpe, de mi corazón. Yo era una flor y él era un raro rayo de sol y
estábamos atraídos el uno por el otro, renuentemente, inconscientemente,
desastrosamente. Cada célula en mi cuerpo chisporroteaba, rogando por su toque.
Jaime quería follar con una maestra, ¿y qué? Yo quería follar a un jugador de fútbol
americano. Éramos dos adultos sensatos tomando una decisión consiente… sólo que él
realmente no era un adulto, ¿cierta? Y yo era cualquier cosa menos sensata por meterme
en este desastre.
Pero tenía una ventaja sobre mí.
Y esos penetrantes ojos azules.
Además… lo deseaba. Era lo primero que me hacía sentir embelesada en un rato. Desde
Julliard, para ser exacta.
—¿Cuán triste era eso?
—Jaime —grazné—. Estoy segura que hay otras maestras con quienes podrías… trabajar
tu encanto. ¿Qué hay de la señorita Perkling?
Tenía como trescientos años y olía como hilo dental usado, pero quería calibrar su
reacción, posponiendo lo que comenzaba a sentirse como inevitable. Jaime se detuvo
cuando nuestros dedos de los pies se tocaron, su sonrisa con hoyuelos ensanchándose, el
ojo negro apenas visible. Podría tener una manera más fácil de rechazarlo si no fuera un
lubricante femenino, pensé mientras admiraba su masculina mandíbula y su alta frente.
—Corrección… —Sus labios rozaron los míos cuando se inclinó y estremecí y retrocedí,
consiente que la gente podría vernos a través de la ventana de la puerta—. No sólo quiero
follar con una maestra. Quiero follar con mi maestra de literatura. Tiene impertinencia,
gran trasero, largas piernas e incluso aunque cree que no la he descifrado, sé que detrás
de ese puritano disfraz es una mujer que maldice como un marinero y puede beber más
que cualquier en mi equipo de futbol americano.
Malditamente correcto, sí podía. Sólo era unos adolescentes. Yo tenía un impresionante
camino de bebida recorrido. Eras de destrucción ocasionadas por oscuros momentos de
depresión. Pero estaba divagando.
—¿Quieres que ambos seamos expulsados de Todos Santos? —Inhalé, pasando mis
sudorosas manos por mi vestido de puntos azul marino. Alguien tenía que hacer entrar en
razón a este chico. Muy mal que dependiéramos de mí. Mi fuerza de voluntad era no
existente en estos días. Tenía muy poco que perder para este punto, si es que todavía
quedaba algo.
Me tomó por la cintura y nos giró para que su espalda protegiera todo mi cuerpo de la
puerta con la ventana. Me atrajo hacia él y mi cuerpo se derritió contra el mío como
mantequilla caliente.
—No lo contaré —susurró en mi cuello, haciéndome estremecer con placer—. Tú
tampoco lo harás. Una agradable y corta aventura, señorita G. Me iré a Texas a jugar fútbol
americano universitario. Tú seguirás adelante con un contador de horrible trasero con un
gran corazón o alguna mierda así. Alguien con quien hacer bebés. Eso es todo. Ahora, ¿qué
dices, Melody?
Estaba a punto de decir sueña con ello, pero no tuve la oportunidad.
Jaime se agachó, sus sensuales labios respirando contra los míos.
—Pensándolo bien, no digas una palabra. Lo veré por mí mismo.
Jaime Followhill me besó, el beso más embriagante que hubiera tenido. En el minuto que
su boca chocó contra la mía, los dedos de mis pies se doblaron en mis adecuados zapatos.
No era sólo la urgencia de su caliente boca o el dulce sabor de su goma de mascar, sino
también su intoxicante aroma masculino. Invadió cada uno de mis poros, besándome
como si tuviera algo que probar, una idea que afirmar. Tomé su rostro de suaves mejillas
con abandono e inhalé, cuando abrió mi boca con su lengua y me devoró como si fuera su
maldita última cena.
Su lengua atacó la mía, adueñándose de mi boca, lamiendo cada parte y tragándose mis
necesitados gemidos. No me sorprendió cuando hundió su mano en mi trasero y me jaló
hacia su erección. Se frotó contra mí, masturbándose descaradamente contra mí, tomando
una de mis manos y colocándola contra su impresionante polla.
Estaba mal.
Estaba mal y mentiría si dijera que no me gustaba lo mal que se sentía.
Ya fuera que estuviera corrompiendo o siendo corrompida… amaba cómo me hacía sentir.
Mi corazón golpeteaba con excitación y miedo. Sabía que una parte de la emoción era la
posibilidad de ser atrapados. Se sentía como tragar un puñado de drogas y tratar de
pasárselas con una docena de tragos de vodka.
Maldita sea. Jaime Followhil tenía algunos movimientos.
—Cualquier puede vernos —murmuré en otro sucio y caliente beso. El espacio entre
nosotros ya estaba cargado con sexo, oliendo a los jugos que apenas podíamos mantener
ocultos debajo de la delgada ropa. Yo estaba empapada y lista y él liberaba esas hormonas
masculinas que hace que las habitaciones de los adolescentes huelan a fluidos sexuales y
sudor. Sólo que en él, el olor era bastante mágico.
—Estás cubierta por mí —murmuró en mi cuello, mordiendo mi piel con sus dientes y
moviéndose hacia el sur. Su lengua atravesó el valle de mis hinchados pechos como una
fecha.
—No es cierto. —Mi rostro ahora estaba expuesto para que cualquiera lo viera.
—Nos vemos en tu departamento en una hora.
—No sabes dónde vivo. —Hambrientamente pasó mis manos por su pecho de acero.
Jaime retrocedió y me dio una de sus traviesas sonrisas.
Jesús. ¿También era un acosador? Tenía que admitirlo, lo encontraba caliente como el
infierno. Uno de los chicos más seis de la escuela… me acosaba. ¿Por qué tenía que ser una
profesora? Mierda así nunca me sucedió cuando era estudiante.
—No. —Mi voz era determinada. Con cada segundo que sus labios no estaban sobre los
míos, la neblina de un orgasmo en construcción se desvanecía, dando lugar a la lógica.
Hola, lógica. Tan aguafiestas.
—Señorita Greene… —Su frente y nariz estaba aplastadas contra las mías. Ambos
jadeábamos, ojo contra ojo, pecho contra pecho—. Hace como ocho minutos que pasó el
límite para abandonar este arreglo. Esto… —Su mano se metió bajo mi vestido y subió
para aterrizar entre mis muslos y un dedo viajó a lo largo de mi húmeda hendidura a
través de mi simple ropa interior de algodón (no hubo encaje hoy), acariciando no
entrando, en una tortuosa provocación—, es mío hasta que la escuela termine. La
saborearé, follaré, jugaré con ella y dormiré en ella si así lo deseo. Y quiero hacerlo. Quiero
hacer todas esas cosas contigo.
Lo que más me horrorizaba sobre la declaración de Jaime era que sabía que iba a lograr su
cometido. Había estado de acuerdo con ello incluso antes que empezará la detención de
hoy. Tenía demasiado poder sobre mí y no sólo debido a su estatus social. Siempre había
sido consciente de su belleza y su poderosa presencia, pero hasta ahora, sólo las utilizaba
para resentirlo. Ahora que me eran ofrecidas, todas las apuestas estaban cerradas.
—Vamos a ser exclusivos. Si te atrapo abriendo esas torneadas piernas para alguien más,
va a arrepentirse de haber nacido con una polla.
¿Ah sí? ¿Iba a resistir toda la tentación que se arremolinaba a su alrededor como el mal
olor en un festival de música?
Como si leyera mi mente, añadió:
—Mi polla sólo tendrá dos hogares. Tu boca y tu coño. Tu trasero también, si te sientes
muy aventurera.
Madre de Dios.
—La detención se terminó. Toma tus cosas y vete —dije entre dientes, dando un paso
atrás y luego otro.
Me siguió y agachó su cabeza, mordiendo mi cuello antes de enderezarse y tronar sus
dedos.
—Ve a tu auto y conduce a casa. Me uniré pronto. —Palmeó mi trasero, se dio la vuelta y
se fue, dejando un dejo de su singularmente masculino aroma.
Me quedé ahí parada, con mi boca abierta, su sabor todavía sobre mis labios, el hormigueo
de su toque todavía entre mis muslos mientras daba vueltas en mi cabeza a una idea. Oh,
Melody, estás tan jodida.
Por suerte para mí, estaba a punta de ser jodida aún más fuerte.
Capítulo 3
No fui a casa.
Ir a casa habría sido admitir la derrota. Técnicamente podría haber dejado que Jaime
asumiera la culpa por el auto, pero no habría de iniciar algo sexual con él. Eso corría por
su cuenta.
Lo que hizo mi decisión incluso más fácil fue encontrarme con su padre en mi camino de
salida.
Me dirigía hacia el estacionamiento cuando vislumbré a la directora Followhill
mirándome a través de la ventana de su oficina. Presioné fuertemente el control de la
entrada, la histeria controlando mis movimientos mientras consideraba correr hasta mi
auto cuando su glacial voz se filtró a través de la ventana abierta.
—Señorita Greene. ¿Puedo hablar con usted?
Hubo un mudo momento en que vi mi vida pasar frente a mí, y tristemente, fue una corta
y patética película consistente en mí acostada en mi viejo sofá viendo American Ninja
Warrior, apareciendo en eventos familiares sin acompañante y asistiendo a las reuniones
semanales de un grupo de apoyo para antiguos atletas (la mayoría de nosotros estando en
diferentes etapas de ebriedad).
Tú sabes, momentos divertidos.
Si la directora Followhill sabía supiera lo que había sucedido en detención, iba a remover
cada uno de los órganos internos de mi cuerpo, rellenarlo con dinamita y hacer explotar
toda la escuela. Eso era lo mucho que me odiaba.
—Seguro. —Sonreí ampliamente, lanzado mis brazos en un gesto de indiferencia y
caminando de regreso hacia All Saints.
¿Por qué no? Porque quiere matarte y porque acabas de besarte con su hijo adolescente.
En el momento en que entré a su oficina, supe que algo tramaba. Su generalmente lisa
frente con Botox lucía como si hubiera colapsado en un montón de piel extra.
—Siéntese.
Lo hice.
—Señorita Greene, ¿sabe por qué está aquí?
Estaba tan nerviosa que no podía respirar, pero de algún amanera logré negar con mi
cabeza. Su sola oficina me asustaba enormemente. Era tan grande y aun así sofocante, con
su pesado mobiliario de madera de cerezo y piel borgoña y sus paredes carmesíes, todo
en rojo oscuro, como si Carrie hubiera estado de visita durante la noche de graduación y
se hubiera perdido.
La directora Followhill se paró cerca de una pintura que probablemente costaba más que
mi renta, sus brazos detrás de su espada y cerró sus ojos exhalando.
—El incidente con mi hijo, James.
Oh no. Por favor, no. No estaba lista para morir. Tenía muchas cosas que ver y
experimentar. La mayoría de ellas entre las sabanas con su hijo apenas legar, pero, aun
así.
Dejando el chiste de lado, estaba bastante segura que me oriné un poco. Estaba
aterrorizada. No se ser despedida, sino de las consecuencias de hacer enojar a alguien con
la influencia de la directora Followhill. Mis padres enseñaban en el distrito escolar
adyacente a Todos Santos. Este era su hogar y eran una parte vital de esta pequeña y
moralista comunidad.
Estaba a punto de fastidiar a mi familia debido a un breve beso.
—Directora Followhill puedo explicar —me apresuré a decir, levantándome de mi
asiento.
Se lanzó en mi dirección y me empujó de regreso hacia la silla. Si no estuviera tan
consumida por la culpa, me habría desmayado porque me había tocado.
Levantó su mano, su rostro pálido.
—No, escúcheme a mí. James es un niño mimado. ¿No cree que lo sé? Lo que hizo a su
auto… debería haber dejado una nota después que lo golpeó, no huido. Luce mal, pero
simplemente entró en pánico. Me lo explicó todo. No hay necesidad de llenar un reporte
policiaco. Le aseguro que está muy, pero muy apenado y va a regresar al estacionamiento
de alumnos de ahora en adelante. Le escribiré un cheque por sus reparaciones y, por
supuesto, también la compensaré por el inconveniente. Estará condenada si permito que
una imprudente decisión manche la reputación de mi hijo. —Alcanzó su bolso Hermès y
sacó una chequera.
Mis ojos siguieron sus movimientos como si estuviera realizando algún tipo de magia
negra. Por supuesto, yo era un problema. Lo quería resuelto, así que lanzaría dinero. Hacia
mí.
No sabía sobre el beso. Todo lo que sabía es que Jaime había regresado ayer a casa con
una golpeada Range Rover y su propia versión de lo que sucedió en el estacionamiento. Él
había mantenido su parte de nuestro trato.
—Este pequeño incidente con el auto no debe salir de entre estas paredes. ¿Entiende,
señorita Greene? —La directora Followhill se inclinó y garabateó en el cheque, su boca
torciéndose con fastidio—. Tiene una boca, por si no se ha dado cuenta. Podría utilizarla y
decir algo.
¿Por qué me odia? Quería gritar. ¿Qué le he hecho? Pensaba que ya conocía la respuesta. Me
odiaba porque no era de la realeza. No era alguien que hubiera nacido y sido criada en
Todos Santos. Era una forastera, contaminada y mortal, de padres de la clase media.
Encima de todo, era un eslabón débil quien, debido a las desventajas antes mencionadas,
no podía controlar a mis clases.
—Entendido —resoplé.
Toqueteó el cheque que había escrito para mí. A pesar de mis buenas intenciones, lo tomé
de entre sus uñas con manicura francesa y le eché un vistazo. Diez mil dólares. Mucho,
pero mucho más de lo necesario. Soborno.
Ahora todos éramos corruptos. Me hacía sentir un poco menos arrepentida sobre
besarme con su hijo.
Jaime me estaba chantajeando.
Y yo estaba chantajeando a su madre.
Mis padres siempre decían que el dinero volvía a la gente retorcida e inmoral. Sólo pensar
que estaba exagerando. Estaba empezando a pensar que no lo hacían.
Me levanté, alisando mi vestido y levantando mi barbilla. La directora Followhill mantuvo
mi mirada, pero jalaba de su oreja. Nerviosa. Desesperada. Sin tener idea.
—¿Todo olvidado? —Sus labios apenas se movieron.
—Todo olvidado. —Asentí, saliendo de su oficina diez mil dólares más rica.
Conduje directamente hacia un bar local.
Después de todo, tenía algo de dinero que gastar. Y pequeños secretos sucias que olvidar.
Capítulo 4
Me tabaleé de vuelta a mi edificio de departamentos a medianoche, mi aliento apestando a
Bud Light y a cacahuates rancios. Tratando de encontrar mis llaves, me detuve frente a mi
puerta en el oscurecido pasillo, hurgando a través de mi bolso lleno. Cuando finalmente
sentía el afilado borde de la llave, saqué mi llavero de zapatilla de ballet y cayó al suelo
con un ruido sordo. Soplando para a partir de mi rosto un mechón de mi cabello debido a
la frustración, suspiré. Iba a ser una pasada recuperarlo. Estaba envejeciendo para
emborracharme así.
Pero ni siquiera tuve que agacharme.
Porque alguien más levantó mis llaves por mí. Desde atrás.
Mi corazón latía más rápidamente, aun así, me quedé quieta, sintiendo el calor de otro
cuerpo presionado contra el mío. El aire pulsaba con la vitalidad de una fantasía no
permitida que estaba a punto de ser cumplida.
Miedo y lujuria llenaron mis venas con adrenalina y dopamina. Los sentimientos
superpuestos me marearon, emocionada y excitada.
Mierda. No podría resistirme a él en mi estado actual. Su erección presionada contra mi
trasero y tragué.
Observé su mano abrir mi puerta desde atrás. Sus calientes labios susurraron en mi oído:
—Entra y desnúdate. —Era una orden.
La puerta se abrió con un pequeño empujón de su mano. Quería llorar de la emoción.
Corrección: en realidad lloré de emoción. Había lágrimas de alegría en mis ojos. ¿Qué
puedo decir? Alcohol y un pedazo de hombre de dieciocho años dotado como un caballo
hacían a esta chica demasiado feliz.
Prácticamente di saltitos para entrar a mi sala de estar/cocina, que estaba decorada con
cajas marrones y mi viejo sofá. Tendría que mudarme al infierno sabe dónde el próximo
mes y ya estaba empezando a empacar. Ver mi vida derrumbándose, metida en
contenedores de cartón a medio llenar, sólo hizo que mi decisión de tener sexo con mi
estudiante fuera más fácil. No era como si estuviera destruyendo algo sustancial que había
construido. Era una perdedora, prácticamente indigente y próximamente desempleada.
Una marginada. Jaime suavizaba los bordes de la realidad de mi futuro.
Sentía su gran cuerpo paseándose detrás de mí, listo para lanzarse en cualquier momento.
Me quité mi vestido de puntos y lo lancé al suelo. Dándome la vuelta, lo miré por primera
vez, sonriendo bajo mis pestañas. Jaime no regresó la juguetona sonrisa. De hecho, sus
cejas estaban juntas y su mandíbula tan tensa que parecía que pudiera romperse. Tenía
un labio partido y sangre seca cubriendo sus fosas nasales.
Peleó. De nuevo. Probablemente con Vicious, a juzgar por las desagradables marcas y
moretones.
—¿Qué te pasó? —Tragué.
Ignoró mi pregunta.
—¿Así es como me paga por arreglar su mierda, señorita Greene? —Su voz era oscura y
seria. Para nada la de un estudiante de dieciocho años.
—Jaime. —Mi tono bailaba erráticamente. Jaime… ¿qué? Lo planté. Aun cuando no estuve
de acuerdo con encontrarme con él en mi casa. De cualquier forma, ¿cuánto tiempo había
estado esperando.
Estaba parada en mi sostén y ropa interior en mi sala de estar, lidiando con un
malhumorado adolescente y estaba bastante borracha. Otro bajo en que no pensé que
fuera a rebajarme. Abracé mi cintura, cubriendo algo de piel.
—Me gusta tu sostén —digo con voz ronca, pero no sonó como un cumplido. Sonó como
una amenaza.
Bajé la mirada para examinar el encaje rosado.
—Es mi favorito. Victoria’s Secret. —Lamí mis labios, sonando más tonta que un
personaje que Adam Sandler. Estaba tan fuera de mi elemento. Jesús. ¿Qué demonios
estaba mal conmigo?
—Ven aquí —exigió, apuntando hacia el suelo.
Caminé en su dirección, mis ojos saliendo se sus cuencas ante la emoción. Llevaba unos
vaqueros oscuros Diesel y una playera sin mangas con el nombre de su gimnasio. Y
sandalias. Me encantaban los hombres que podía llevar sandalias. Su moño también
estaba espectacularmente desordenado.
Cuando llegué a él, bajé la mirada. Sin vellos en los dedos de los pies. Digno de
conservarse.
—Sobre sus rodillas, Greene. —Su voz todavía tenía un borde amenazante en ella.
¿De dónde había salido eso? Generalmente era un tipo bastante juguetón. En una forma de
voy a follarte de todas las maneras posibles. Hice lo que se me dijo, porque… bueno,
porque para este punto, era algo bastante cercano a la perra de los Followhills. Siéntate,
inclínate, cambia cheques, olvida secretos, arrodíllate. Tenía suerte que no me hubieran
pedido que limpiara mierda de perro de su patio delantero.
—Tengo una mamada con tu nombre en ella por hacerme esperar aquí como una polla
flácida. —Apartó un rizo marrón de mi rostro.
—No hago mamadas. Tengo un reflejo de arcadas realmente malo —respondí
honradamente. En serio, lo había descubierto de mala manera durante la preparatoria.
Nunca comí un perro caliente o un plátano desde entonces.
Tranquilo y compuesto, abrió su cierre y bajó sus vaqueros, sacando a su dura e hinchada
polla de su ropa interior negra marca Calvin Klein.
Santa mierda, era hermosa. No los veintidós centímetros sobre los que las animadoras
susurraban (eran muy malas en geometría, esa debería haber sido mi primera pista) pero
casi, era perfecta. Digna de postales y estampillas. Tenía el falo más brillante y suave, una
prominente cabeza y una gruesa vena aterciopelada. Y una inclinación hacia la derecha.
Perfecta, perfecta, perfecta.
Y malditamente lo sabía, el bastardo. Era por eso que me mostraba su polla como si fuera
la Mona Lisa.
Me tomó un breve momento procesar el hecho que tenía a la serpiente de un ojo de mi
estudiante mirándome fijamente en la mitad de mi vació apartamento. ¿La peor
parte? Todavía estaba embelesada y excitada.
Mi garganta rebotó.
—Tal vez pueda hacer una excepción, dado que tomaste una bala por mí y todo eso. —
Rodé mis ojos, fingiendo diversión. Pero no había nada divertido sobre esta polla. Iba en
serio. Las cosas iban a ir en picada, literal y figurativamente.
El único problema era… que no sabía cómo hacer una mamada. Creo que Jaime se dio
cuenta, porque jaló de mi cabello hacia su entrepierna.
—Empieza a lamer —instruyó.
Lo hice. Su piel estaba caliente y sedosa bajo mi entusiasta lengua. Rodeé la cabeza de su
polla hambrientamente con mis ojos cerrados, sintiéndola saltar con deleite ante los
movimientos de mi boa. Después de un minuto, Jaime tomó mi mano y enrosco mis dedos
alrededor de la base de su falo. ¿Podías ver eso? Mi estudiante de Literatura me estaba
dando una lección de educación sexual.
—Bombea —gruñó.
Lo hice. Me pregunté cuántas de mis alumnas lo había chupado. Probablemente un
montón. Me gustaría poder decir que no me importaba, pero sería una mentira, así que
traté de convencerme que me importaba porque me hacía sentir sin experiencia.
—Ahora chupa, adentro y afuera —susurró, tomando la parte trasera de mi cabeza y
moviéndola hacia atrás y hacia adelante.
Cada vez que entraba, su polla golpeaba la parte trasera de mi garganta y batallaba por
respirar… pero me encantaba. Mi ropa interior estaba una vez más empapada.
Lógicamente, sabía que esto no estaba bien. Pero si estaba tan mal… ¿por qué se sentía tan
bien?
Jaime se quitó una de sus sandalias y enterró su dedo en la tela de mi ropa interior. Era
humillante… y tan jodidamente caliente. Utilizó su dedo para bajar la cintura de mis
bragas con un audible gruñido. Una vez que mi sexo estuvo expuesto, su dedo se
concentró en mi clítoris.
—Mierda, joder, Jaime. —No sonaba como su maestra. Tampoco me sentía como una—.
¿Qué estás haciendo?
—Haciéndola venirse. Siga chupando, Greene.
Lamí y chupé y me volví adicta a los sonidos que salían de la boca de Jaime. Me rendí y di
mi todo. Él siguió frotando su dedo contra mi hinchado clítoris y la sensación de un
inminente orgasmo encendió cada terminación nerviosa en mi cuerpo. Mis rodillas se
sacudieron con placer y ansiosamente froté mi coño contra su dedo. Estoy segura que mi
ginecólogo tendría mucho que decir sobre la higiene de este acto, pero en ese momento,
nada de eso importaba.
Ni siquiera la perturbadora sospecha que podría estar haciendo esto para poder alardear
de ello con sus amigos y humillarme frente a toda la escuela.
—Me voy a venir en tu boca y te vas a venir en mi dedo.
Era tan indecente.
Tan hermoso.
Justo cuando el caliente líquido se disparó en mi garganta, sentí un agudo dolor cuando mi
sostén fue arrancado de mi cuerpo desde atrás. Jadeé con horror, tragando su salado y
caliente semen y abriendo mis ojos al mismo tiempo, sorprendida.
Había rasgado mi sostén favorito. A propósito.
Jaime usó su dedo para empujarme hacia una posición reclinada sobre el suelo y colapsé,
frotando la piel rosada de donde había arrancado mi sostén.
—¡Qué demonios! —grité, pero fui silenciada con un beso. Un deslumbrante beso que fue
seguido por dos fuertes dedos que empujó dentro de mi coño. Me aferré a su alrededor,
mirándolo mover su cabeza hacia el sur y raspar mis endurecidos pezones con sus
dientes.
—Eso fue por tenerme esperando. No me gustan las tardanzas.
¡El cabrón llegaba tarde al noventa por ciento de las clases que impartía!
—Bueno, no me gustan las idioteces —murmuré.
—Te lo compensaré. Soy un maestro del sexo oral —dijo la habilidosa y perfecta boca de
Jaime, sus serenos ojos azules recorriéndome con seriedad.
—¿Cómo es eso? —Levanté una ceja mientras se acercaba a mi coño, todavía bombeando
sus dedos al ritmo de mi acelerado corazón.
Se encogió de hombros ligeramente.
—Pasé el campamento de verano del año pasado comiendo coños en Park City, el retiro
de adolescentes más exclusivo de Utah. Participantes, consejeros, incluso una maldita
guardabosques. Veintiséis de ellos.
Esa probablemente era una de las cosas más desagradables que hubiera escuchado alguna
vez, pero me estaba divirtiendo demasiado como para que me importara.
—No a todas las mujeres les gustan las mismas cosas en la cama —dije cuando su rostro
estuvo al nivel de mi coño.
—Cierto, pero a todas las mujeres les gusto yo en la cama. —Jaime enfatizó su engreída
sonrisa con un guiñó, movió su mano hacia sus vaqueros, sacando algo pequeño, lo abrió,
¿era un condón?, y lo lanzó en su boca.
—Sé lo que quiere, señorita Greene. Quiere quedar destrozada. Haré que se venga. Y
conmigo, nunca habrá terminado.
Se lanzó a ello.
La fría y mentolada boca de Jaime encontró mi caliente y pecaminosa piel. Mis caderas se
encorvaron, persiguiendo su toque mientras chupaba fuertemente mi clítoris antes de
respirar la fresca mordida de la mente en mi coño, metiendo su lengua profundamente.
Intenté retorcerme para liberarme, la intensidad de mi placer tan profunda que sentía que
iba a combustionar y quemarme como un malvavisco bajo su cuerpo. Pero me mantuvo
fija, colocando un flexionado y musculoso brazo sobre mi estómago, insistiendo en que
viera esto junto con él.
Era tentadora, la ola de debilidad y lujuria que se estrelló contra mi cuerpo, de pies a
cabeza. Tomé su largo cabello rubio, tan suave y brillante, en mi pequeño puño y lo
acerqué más a mí, dejando salir un desesperado gimoteo. Un violento orgasmo me
atravesó, mis músculos tensándose con placer.
Jaime me fijo contra el suelo y se arrastró por encima de mí, devorando mi boca con la
suya.
—Pruébalo —gruñó como una bestia, depositando su goma de mascar en mi boca. Su
lengua estaba por todos lados, mis dientes, las paredes de mi boca, en mi mentón, incluso
en mis mejillas—. Sabe a ti, Maestra.
Mastiqué su goma de mascar. Tenía razón. Sabía a mi coño.
Emoción se deslizó por mis venas cuando Jaime elevó su cuerpo y se removió para tomar
sus vaqueros. Rogué porque esta vez realmente estuviera buscando un condón. Quería
follar con él más de lo que quería ganarme la lotería, pero todavía estaba demasiado
sonrojada, mis nervios demasiado sensibles después de un increíble orgasmo.
Se colocó un condón y guio su polla entre mis pliegues hasta que sus bolas golpearon mi
entrada.
—¿Misionero, eh? ¿Qué clase de campamento era? ¿El libro de los Mormones para
Jóvenes? —lo provoqué.
Se rio, siseando un gemido, sus parpados a medio abrir mientras comenzaba a empujar,
encontrando el ritmo que nos hizo gemir a ambos. Tenía el tamaño perfecto. Grande y
grueso, sin ser aterrador.
—Nena, sólo te estoy preparando para el futuro. —Mordió el lóbulo de mi oreja, su
humedecido torso pegándose con el mío—. Una vez que termine, estarás rogando por el
misionero.
Le creí.
El sexo duró casi quince minutos, mucho más tiempo de lo que pensaba posible que
alguien de dieciocho años, incluso uno que acababa de recibir una mamada, sería capaz de
aguantar. Se vino de nuevo y después de voltearlo para quedar arriba, mirando su
hermoso rostro mezcla de Channing Tatum y Ryan Gosling mientras me aferraba a su
polla, también lo hice.
Cuando terminamos, rodé hacia atrás y me acosté sobre el suelo junto a él. Tenía una
mano metida bajo su cabeza y la otra sobre su estómago. Todo sobre él era tan perfecto.
Incluso el vello rubio de su axila era sexy. Y eso me ponía triste, porque sabía que los
chicos como Jaime crecían para encontrar gente que fuera exactamente de la misma clase
que ellos.
¿Y ese tipo de mujeres? Yo no estaba entre ellas.
Se quedó mirando fijamente hacia mi techo en satisfecho silencio.
—Di algo. —Aclaré mi garganta, mirándolo fijamente. Tenía mi cabeza levantada con un
brazo detrás de mi cabeza, mi pecho todavía bailaba arriba y abajo. Ambos estábamos
desnudos y estaba empezando a ponerse frío en mi suelo. Pero quería que hablara.
Necesitaba tanto que lo hiciera.
—Acabo de cumplir una fantasía. —Inclinó su cabeza para que quedáramos de frente—.
Creo que se me permite un momento para recuperarme.
—¿Yo era tú fantasía? —¿Cómo podía serlo? Él era perfecto, adinerado y atractivo. Joven y
sexymente peligroso. Y yo era… su aburrida profesora.
—Señorita Greene… —comenzó, acunando mi mejilla.
Me incliné contra su mano antes de darme cuanto lo qué estaba haciendo. Para el
momento en que sentía su calor contra mi piel, era demasiado tarde para alejarme.
—Por favor, llámame Mel cuando estemos a solas.
Sus labios se fruncieron, pero peleó contra su sonrisa.
—Mel —corrigió—. Lo eres. Tan. Malditamente. Lo. Eres. Lista, descarada e ingeniosa y
sin impresionarte por la riqueza y drama a tu alrededor. No tienes idea de cuán atractiva
eres. Lo que te hace más atractiva. Esto malditamente va a suceder, nena. Vamos a
suceder.
Froté mi nariz contra su cuello, sabiendo que estaba alimentando una alucinación que
sólo estaba esperando para explotar hacia la calamidad, pero ya no me importaba. Sus
palabras movieron algo dentro de mí. No de manera gentil. Me sacudieron hasta mi
centro.
—Sólo hasta que la escuela termine —susurré en su caliente y musculoso hombro,
intentando convencerme más a mí que a él. Pasó su pulgar a lo largo de mi espalda,
enviando piel de gallina hacia mis brazos y mi cuero cabelludo.
—Termina el último día de escuela —estuvo de acuerdo.
Teníamos una fecha límite.
Teníamos un plan.
Y por un momento ahí, nuestros cuerpos calientes sobre ese suelo frío, con la neblina del
sexo y el éxtasis nublando nuestras mentes, creí que íbamos a mantener nuestra
negligente promesa. Hubo un pequeño sismo, uno literal, que movió algunas de las cajas
mientras hacíamos este acuerdo. Pensé que era una coincidencia. No lo era. Era el diablo
en el infierno, sacudiendo la tierra con su risa. Riéndose de mí.
De cuán equivocada estaba.
Capítulo 5

La siguiente semana en la escuela fue el paraíso. Mis clases se comportaron


perfectamente. No batallé para mantener la atención de los estudiantes, porque mi nuevo
compañero de folladas, un intimidante deportista de último año que hacía que la gente se
alineara con su sola mirada, difundió la palabra de no meterse con la señorita Greene.
Nadie era lo suficientemente audaz para preguntar por qué. Todos asumieron
naturalmente que mi auto arruinado y su recién pintada Range Rover y su retiro hacia el
estacionamiento de estudiantes eran la respuesta a esa pregunta. Para ellos, Jaime quería
mantenerme feliz dado que había chocado mi auto.
Nadie sospechaba que estábamos chocando otras cosas en nuestro tiempo libre.
Daba todas mis clases, luego me sentaba con Jaime en detención. Utilizaba el tiempo para
trabajar, mientras él lo utilizaba para enviar mensajes de texto. El último día, no dejaba de
mirar mi reloj, golpeando mi Sharpie contra mi escritorio. No podía concentrarme en
cualquier otra cosa con él en la habitación. No nos dirigimos la palabra. Cuando su tiempo
se terminó, ambos recogimos nuestras pertenencias y salimos del salón. Fui hacia mi auto,
él fue hacia el suyo, pero para el momento en que llegué a casa, él estaba esperando
dentro de mi edificio, sus manos metidas en los bolsillos de sus vaqueros.
—¿Te gustaría entrar? —Incliné mi barbilla hacia abajo, conteniendo una sonrisa. Él hizo
lo mismo, sonriéndole a sus zapatos. Estábamos embelesados. Me gustaba eso y odiaba
que me gustara eso.
—Nah… no puedo. Práctica de futbol para la exhibición. Los Kings va a matar a esos
cobardes jugando el próximo año para los Saints si no pones las cosas en orden. Trent está
molesta. Un observador va a venir a ver el juego y mira su pierna. Podrían reconsiderar su
beca ahora que terminó su rehabilitación. ¿Las siete están bien?
—Las siete está perfecto.
Asintió. Nos quedamos ahí parados, mirándonos el uno al otro, antes que se encogiera de
hombros y cerrara el espacio entre nosotros con un paso largo.
—A la mierda esto, extrañé esos labios.
Luego vino un duro y desesperado beso donde sus labios asaltaron los míos durante un
buen minuto.
Sin aire, abrí mi puerta y desaparecí detrás de ella, presionando mi espalda contra ella con
un suspiro.
Eso no se sintió prohibido o malo. Sólo un chico y una chica que se gustaban.
Regresó a las siete y diez minutos y por cada segundo extra que esperé, la ansiedad y la
decepción se construyeron en mis entrañas. Abrí la puerta, frunciendo el ceño.
—Dijiste la siete. Odio las tardanzas.
—Ya somos dos. —Se empujó rudamente para entrar en mi apartamento, exudando
cargada energía—. Entonces, acerca de esa posición del misionario… —El gigante
mariscal de campo entró en mi orbita.
Su labio cortado y un nuevo golpe morar lucían incluso más prominentes con el sonrojo
rosado en sus mejillas después de un agotador entrenamiento y su cabello todavía estaba
mojado por la ducha. Entre el futbol y Defy, había un montón de lesiones entre los
HotHoles. Un tobillo roto había terminado con la carrera en el futbol americano de Trent
Rexroth en el otoño. Eso sucedió en un accidente en los casilleros. Pero era casi como si
Jaime quisiera estropear ese hermoso rostro suyo. Los Saints practicaban y entrenaban
incluso en el invierno, pero era estudiante de último año. Él y sus amigos no serían parte
del equipo el próximo año.
—Levanta tu vestido.
Lo hice, sin siquiera parpadear. Él debería haber sido el maestro con esa clase de
autoridad. Exponiendo mis bragas azul claro, espero por las siguientes instrucciones.
—Date la vuelta e inclínate hasta tocar los dedos de tus pies, pequeña bailarina.
No tenía ni una maldita idea de cómo sabía que era bailarina y preguntarle por ello me
obligaría a lidiar con la verdad.
Que era un enloquecido acosador.
Y eso absolutamente me gustaba acerca de él.
Así que, simplemente hice lo que me dijo, mi trasero al aire, presumiblemente al nivel de
su entrepierna. El pulsante dolor entre mis muslos demandaba liberación. Sentí sus dedos
aferrándose a mi coño desde atrás. Arrancó mi ropa interior de un tirón y me las quito por
detrás.
—Todavía mojada, a pesar de mi tardanza. —Las froto contra mis labios—. No tan
enojada, según veo.
Mierda. El punto húmedo era obvio, incluso ahora, cuando mis bragas eran meros jirones
de tela.
—¿Puedes dejar de desgarrar mis cosas? No todos estamos bajo el ala financiera de mami
y papi. —Santo Dios. El gato ahora estaba fuera de la bolsa.
Se rio, sus abdominales rebotando contra mi trasero, luego empujó tres dedos al mismo
tiempo dentro de mi abertura, haciéndome tambalearme hacia adelante. Me atrapó por el
hombro antes que cayera de cabeza.
—Esta semana fue una introducción —advirtió—. Hoy… hoy, nena, te voy a marcar como
mía.
Sonaba demente. Y caliente. Dementemente caliente, de hecho. Inmediatamente estuve de
acuerdo. Si iba a joder mi carrera, sería mejor que disfrutara el viaje, ¿cierto?
—Vamos a comprobar tu equilibrio de bailarina mientras te follo hasta que olvides a
cualquier otro tipo con quien hayas estado antes.
Con eso, escuché su cremallera bajando mientras liberaba su polla de sus pantalones. Su
abultada cabeza encontró los labios de mi coño y me estremecí con anticipación,
levantándome ligeramente para ganar más equilibrio.
—Manos. En. Los. Dedos. De. Tus. Pies. —Mordió el hueco de mi cuello desde detrás y
dibujó círculos con su punta alrededor de mi coño, haciéndome enloquecer con necesidad.
También estaba malditamente sin condón.
—Jaime, envuélvete y entra antes que muera. —Mi voz tembló.
—Shh —dijo mi acosador, abriendo el envoltorio del condón con sus dientes, todavía
provocando mi entrada desde atrás—. Tú sólo sostente de esos dedos, bailarina. Yo me
encargaré del resto.
Entró lento. Dolorosamente lento. Cada centímetro de él necesito un segundo para entrar,
luego salió incluso más lentamente. Mis piernas temblaban. Grité con placer y frustración.
Era una tortura del más alto nivel, pero estaba disfrutando cada minute.
—Más rápido —rogué por lo bajo.
No escuchó. La próxima vez que entró, fue incluso más lento.
—Jaime. —Mordí mi labio inferior—. Fóllame con si realmente quisieras hacerlo.
—Entonces actúa como si realmente lo quisieras —gruñó, raspando mi hombro con sus
dientes—. No me dejes plantando. No me des drama cuando llegue diez minutos tarde y
no intentes actuar como si no quisieras esto.
Un centímetro. Otro centímetro. Otro centímetro. Era una hermosa tortura. Quería alejarlo
de un empujón y correr hasta mi habitación para terminar mis asuntos con mi novio de
plástico, Victor el Vibrador. Pero no era lo suficientemente fuerte para resistirme a él, sin
importar lo que me hiciera.
—Bien —gruñí—. Bien, lo prometo. Ahora fóllame.
—Así está mejor —murmuró, empujándose para entrar por completo y haciéndome
tambalear. Reunió mi cabello en una cola de caballo y tirando de mi cabeza hacia arriba,
jalando mi cuerpo más cerca de él así no me caería. Luego me folló tan fuerte que me
sentía entumecida de la cintura hacia abajo antes que hubiera terminado conmigo.
Eso es lo que sucede cuando te vienes siete veces en una noche, pensé mientras me
tambaleaba hacia mi cama. Para el momento en que se fue a casa, alrededor de la media
noche, no podía sentir mi clítoris. O mis piernas. Demonios, ni siquiera mis pies.
Pero había dejado su punto claro como el agua. ¿Y yo? Quería que me lo hiciera todo de
nuevo.
Capítulo 6
Los días estuvieron llenos de orgasmos en cadena y besos apresurados en rincones
escondidos y salones vacíos. Un borrón de extasiada, peligrosa y abandonada lujuria. El
truco era no pensar en ello. En ninguna parte de ello. Ni en mi futuro, como maestra y
como adulto, o sobre lo que estaba haciendo. Y definitivamente no con quien lo estaba
haciendo.
Como ya no estaba en detención, Jaime encontraba otras creativas formas de permanecer
en la escuela después de clases y pasar tiempo conmigo. La mayoría del tiempo, caímos en
una rutina donde me visitaba en mi apartamento después de sus entrenamientos de
futbol americano con el equipo del próximo año.
Pasadas tres semanas de nuestro amorío, cuando otro domingo llegó, estuve feliz que él
tuviera otros planes. Finalmente me armé de suficiente valor falso para reunir mis
pensamientos e intentar hacer sentido de todo ello. Los Santos estaba jugando un partido
de exhibición contra los Reyes de Sacramento, y técnicamente, podría haber apoyado a mi
equipo local e ido a ver jugar a Jaime, pero decidí lo contrario. Poner algo de espacio entre
nosotros y recordarme que esto siendo simplemente diversión casual era en mi mejor
interés. El suyo también.
Además, había hecho mis propios planes para esta tarde encontrarme con mis padres en
un lugar italiano en el centro de Todos Santos.
Pasé por el juego en mi camino hacia Target esa tarde, tomando el camino largo sólo para
poder echar un vistazo al juego. Traté de convencerme que no se trataba de Jaime. El
futbol americano era algo importante en All Saints High. Pero no importaba cómo lo
miraras, cuando me detuve en la luz roja y miré hacia el otro lado del camino, hacia el
campo de juego, estuve buscando al número cuatro. A Jaime Followhill. Al HotHole que
siempre hacía que mi estómago diera vueltas como si estuviera a bordo de una montaña
rusa. Al chico que se sentía demasiado como un hombre. Y, tristemente, al chico que
llenaba el vacío en mí con más que sólo su excitación y caliente carne.
Lo encontré parado en las laterales, masticando su guarda bucal con sus manos sobre su
cintura mientras asentía por algo que el entrenador le decía. Lucía distraído y si tenía el
valor, me gustaría creer que era en mí en quien pensaba.
Su cuerpo lucía recortado y perfecto, incluso a través de su camiseta de juego.
Era preocupante. Debería haberlo sabido justo ahí. La forma en que me sonreí mí misma,
como si lo poseyera de alguna manera. Como si esta perfecta criatura que ahora les
gritaba a sus amigos desde las laterales, luciendo animado, luciendo perfecto, estuviera
bajo mi hechizo.
Seguí mirando fijamente hasta que alguien detrás de mí tocó la bocina de su auto y tuve
que moverme, presionando el acelerador demasiado fuerte. Justo entonces, Jaime giró su
cabeza en mi dirección, como si también lo hubiera escuchado.
Era ridículo. No había manera que supiera que lo estaba observando. El lugar estaba
totalmente lleno y los padres y estudiantes de All Saints High eran bastante ruidosos
cuando se trataba de apoyar a su equipo local.
Pero eso no redujo el sonrojo que se elevó por mi cuello y se extendió por mis mejillas.
Nada lo redujo. Por el resto del día.
Mis padres y yo cenamos, durante la cena me preguntaron cuándo sería renovado mi
contrato con la escuela (¿probablemente nunca?), cuándo encontraría a un hombre (lo
mismo, pero oigan, encontré a un atractivo chico que sabe como tener sexo oral con una
mujer de trece maneras diferentes) y por qué mis mejillas estaban tan sonrojadas (ver la
respuesta a la pregunta número dos).
No estuvo mal, en sí. La comida estuvo genial. La compañía… bueno, me hizo sentir como
la más grande decepción que la humanidad había enfrentado.
Eso era lo que pasaba si eras la hija de Celia y Stewart Greene. En el minuto que mi sueño
de convertirme en una bailarina murió, también su orgullo por mí. Nunca fui bastante
buena en cualquier otra cosa y supongo que lo sabían.
También se aseguraban que lo recordara.
No era una excusa que explicara por qué era de esta manera. Desmotivada y sarcástica,
pero definitivamente, no ayudaba.
Los tres caminábamos de regreso a nuestros autos y pasamos por la fuente central en el
centro de Todos Santos, frente al Parque Liberty, la ciudad de un medio famoso lago y
unos alarmantemente agresivos cisnes. Los adolescentes siempre estaban vagando por
aquí durante los fines de semana, escuchando ruidosa y decadente música. (Supongo que
esa era la razón por la que los cisnes tendían a atacar). No era así esa noche. Esa noche,
estaba preocupantemente callado.
Mis padres y yo estábamos a punto de rodear la esquina y dirigirnos hacia el
estacionamiento cuando vi el Mercedes Benz McLaren plateado de Vicious pasar junto a
nosotros. No pude pasar por alto el vehículo de 500 mil dólares porque ESTABA
CONDUCIÉNDOLO SOBRE LA MALDITA ACERA frente a nosotros.
El chico tocaba su bocina hacia la gente como si su papi fuera el dueño de este pueblo.
Desafortunadamente, su papi era el dueño de este pueblo. El padre de Vicious era tan rico
que estaba dentro de la lista Forbes y toda es mierda todos los años.
Tal vez era por eso que su hijo se sentía con tanto derecho para atacar todo y a todos, pensé
amargamente.
Los peatones se apartaban y lo dejaban pasar, aceptando su comportamiento con sus
cabezas inclinadas. Todos sabían quién era y más importante, quién iba a ser: un
poderoso y anárquico cretino y el heredero de una gran parte de los intereses comerciales
en Todos Santos.
Mis padres y yo nos detuvimos en seco, nuestras bocas abriéndose en sorprendidas Os.
Miramos fijamente mientras mi estudiante se estacionaba sobre el pasto, salía e su auto y
caminaba hacia una hilera de chicos sobre sus rodillas cerca del lago.
Bueno, fóllame estilo tijeras y de costado. Los atletas mayores estaban parados por encima
de los adolescentes en el suelo, gritando animosamente y empujándose entre ellos, a
punto de comenzar una enorme pelea.
Vi a Jaime ahí. Mis ojos fueron atraídos hacia él inmediatamente, por instinto, antes que
mi mente siquiera procesara lo que estaba viendo. Estaba recargado contra el quiosco,
intercambiando susurrantes palabras con Dean Cole y Trent Rexroth, el antiguo capitán
del equipo de futbol americano, quien tenía su pierna en un yeso de apariencia reciente.
Mierda. ¿Se la había roto de nuevo? ¿Qué sucedió en el juego de hoy?
Jaime, Trent y Dean estaba apartados, con ceños fruncidos y expresiones taciturnas en sus
rostros. Reconocí a algunos de los chicos que estaban de rodillas, sus cabezas agachadas
en rendición y sus brazos atrás de sus espaldas. Todos jugadores fallidos, aspirantes o
jugadores más jóvenes del equipo de futbol americano de All Saints High.
Los Four HotHoles tramaban algo, lo sabía. Y no parecía que fuera un juego voluntario,
como Defy.
Parecía serio.
Vicious desenrolló la manga de su camiseta blanca y sacó su suave paquete de Camel de
ella, encendiendo un cigarrito y agachándose, soplando el humo en el rostro de uno de los
chicos sentado sobre sus rodillas, esperando el veredicto. El chico jadeó y tosió
ahogadamente pero no se atrevió a moverse ni un centímetro. Parecía como una fila de
ejecución de ISIS y sabía que tenía que hacer algo. El jefe de policía era un amigo
lambiscón de Baron Spencer Senior, el padre de Vicious, así que llamar a la policía no me
llevaría a ningún lado. Pero no podía quedarme ahí, mirando mientras sucedía. ¿Cierto?
¿Cierto?
Vicious caminó lentamente a lo largo de la fila de sospechosos, sus brazos detrás de su
espalda.
—Escuchen, idiotas. Sé que los Reyes no fueron los cabrones que engrasaron el piso
debajo del casillero de Trent. Es la segunda vez que alguien lo ataca. Al capitán de su
maldito equipo, perras lastimeras.
Estaba tan enojado, escupía mientras hablaba. Observé saliva volar desde su boca,
iluminada por la farola victoriana.
—La última vez supuse que era un ataque de parte del equipo rival para evitar que jugara.
Eliminar a la competencia. —Vicious tomó otra calada y la exhaló cerca de uno de los
idiotas al final de la fila con una chaqueta de equipo roja y una gorra de beisbol volteada—
. Pero Trent se va a graduar. No hay razón para que otro equipo lo ponga en la banca.
Algunos de los chicos lloraban mientras miraban hacia el húmedo pasto y algunos gemían
con dolor. No estaban sangrando, no lucían golpeados. Bueno, al menos no físicamente.
Pero Jesus, este chico era malditamente intimidante, como el mismísimo Satán.
—¡Encontraré. Al cabrón. Que engrasó el suelo! —gritó.
Los atletas de pie detrás de él vitorearon, lanzando sus puños hacia el aire. Jaime, Dean y
Trent todavía en profunda conversación. Por suerte, no estaba alimentando al troll.
—CASTIGARÉ al hijo de puta —gritó Vicious dementemente, señalando hacia su pecho y
mirando alrededor buscado apoyo.
—¡Joder sí! —Los atletas levantaron sus manos, maldiciendo hacia la noche.
—Y para el momento en que terminemos con él, ¡lamentará que la perra de su madre lo
haya dado a luz!
—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!
Escalofríos recorrieron de arriba abajo mis brazos. Odiaba a Baron Spancer. De acuerdo
con el Entrenador Rowland, ni siquiera era un buen jugador de futbol americano y dudaba
que se preocupara tanto por el equipo. No. Toda esta noche de pesadilla fue orquestada
porque era un jodido sádico y violento.
Mi madre tiró de mi blusa blanca y dijo entre dientes:
—Conozco a algunos de esto chicos. Asisten a All Saints High. Son tus estudiantes, Melody.
No puedes dejar que esto suceda.
—El que grita en vaqueros ajustados es Baron Spencer —susurré en respuesta—. Su papi
es el dueño de este pueblo.
—No importa. —Mi padre sacudió su cabeza, descansando su mano sobre mi hombro. Se
sentía mucho más pesada de lo que realmente era y sabía por qué—. Se trata de tu
integridad, Mel.
Oh, joder. Esa vieja cosa.
Sabía que tenía que intervenir. También sabía que estaba a punto de ser magníficamente
humillada frente a mis padres. Vicios me temía un poco menos de lo que le temía a un
Chihuahua en un tutú rosa. Significando que le importaría un bledo que me entrometiera
en este desastre.
Crucé el camino con temblorosas piernas. La despiadada voz de Vicious todavía resonaba
en mis oídos, volviéndose más alta con cada paso que tomaba. Mi columna crujió, pero me
moví hacia adelante.
—Delaten al idiota que es responsable o todos y cada uno de ustedes regresará a casa con
una marca permanente. —Apuntó su cigarrillo hacia sus victimas potenciales. Unos
cuantos jugadores detrás de ellos tiraron de su cabello hasta ponerlos de pie y sus
cautivos gritaron en agonía.
Vicious se detuvo frente a un chico pesado, quien había intentado entrar en el equipo de
futbol americano el año pasado y acercó la parte encendida de su cigarrillo hacia la frente
del chico.
Son tus estudiantes, Melody. No puedes dejar que esto suceda.
Mi papá tenía razón.
—¡Barron! —me apresuré, trotando ligeramente desde la acera hacia el interior del
Parque Liberty. No iba a lastimar al chico. No bajo mi guardia.
Vicious ni siquiera tuvo la cortesía de girarse para revisar quien lo llamaba.
—Lleven a los sospechosos al quiosco detrás del estacionamiento para el interrogatorio.
—Su voz era recortada y baja.
El quiosco estaba aislado, un desierto y aterrador lugar donde nadie ponía pie durante la
noche. El bastardo tenía tacto. No que me sorprendiera.
—¡Baron Spencer! —Elevé mi voz, ahora a sólo unos pocos metros de distancia. Algunos
estudiantes se apartaron del camino para abrirme paso, pero la mayoría sólo se rio
mientras me acercaba al adolescente del infierno. Estaban más asustados de él de lo que
lo estaban de mí. No podía culparlos—. ¡Detén esto inmediatamente! ¡Deja ir a estos
chicos!
Cuando llegué hasta él, finalmente se dio la vuelta, su rostro pintado con aburrición y
lástima.
Cuando no retrocedí, su expresión se oscureció. Vicious podría no ser tan hermoso como
Jaime, Trent y Dean, pero de alguna manera tenía un rostro más memorable. Lucía como
un tipo en cuya lista negra no quisieras estar. Tragué fuertemente, odiándome por
sentirme intimidada por él.
—Lo siento, recuérdame, ¿quién demonios eres tú?
Por supuesto que sabía quién era. Le daba clase de Literatura todos los días, lo que hizo
que todos a nuestro alrededor se rieran, apuntando sus botellas de cerveza y sus vasos
rojos hacia mí. Incluso sus malditos cautivos se rieron.
Estoy haciendo esto por ustedes, imbéciles.
Calor se extendió por mi cuello y mi mano se apretó alrededor de mi collar de ancla, como
lo hacía cada vez que la ira me recorría. Hice todo en mi poder para no mirar a Jaime,
porque tenía miedo de ver lo que estaría escrito en su rostro. ¿Se estaba riendo de mí
como todos los demás?
—Hazlo ahora o llamaré a la policía. —Mi voz apenas temblaba.
Vicious dio un paso hacia adelante, su rostro tan cerca del mío que vi la loca danza en sus
irises. Sus ojos, negros como un abismo, amenazando con atraerme hacia el lado oscuro.
Entierro mis talones más profundos en el pasto y cierro mis manos para formar puños. Mi
cuerpo zumbaba con adrenalina. Iba a suceder. Estaba enfrentándome a él.
—Atrévete a joderla, cariño. Adelante, ponme a prueba. De hecho, me encantaría que
hicieras eso. Hará que te despidan y no tendré que ver tu cara de amargada todos los días.
Era suficiente. Estaba tan molesta que pasó por mi mente golpear su engreído rostro.
Retrocedo, sacando mi teléfono celular de mi bolso. ¿Y qué si me despedían? De todas
formas, no iban a renovar mi contrato.
Una cálida y conocida mano me detuvo antes que mis dedos marcaran el 911.
—Discúlpate —ordenó la voz de Jaime.
Pero la orden no estaba dirigida hacia mí.
Vicious echó su Cabeza hacia atrás y resopló, sus dientes rectos en completa exposición.
—¿Borracho de nuevo, Followhill? Jesús. Ni siquiera es la media noche.
—Será mejor que lo hagas —canturreó Jaime, ignorando la burla, colocándose frente a su
mejor amigo. Ahora, nariz a nariz, sus miradas destilaban desafío—. A menos que quieras
despedirte de los HotHoles.
Estaba perpleja, por decir lo menos. Dos balas en menos de un mes que este chico había
tomado por mí. Vicious y Jaime estaban enfrascados en un duelo de miradas. Vicious
miraba amenazadoramente debajo de sus diabólicas cejas, rogando porque Jaime se diera
por vencido, cada musculo en su rostro temblando con ira, pero Jaime no cedió.
Finalmente, después de todo un minuto, por lo menos, llegó. Dulce y digno de un orgasmo.
—Mi culpa, Greene. —Las palabras de Vicious fueron mordaces y poco sinceras mientras
su hombro pasaba junto al de Jaime. Lucía como si sufriera de dolor físico al decirlas.
Por mucho que su acto de indiferencia salpicado de miedo cubría la cabeza de todos en la
escuela, todavía era mortal. Capaz de sentir la pérdida de su mejor amigo. Y Vicious sabía
la verdad. La gente no lo quería, no realmente. Amaban a Jaime, Dean y Trent. Los atletas
atractivos, graciosos y honestos con quienes pasaba el rato.
Él los necesitaba.
Pero algo me decía que ellos también lo necesitaban a él.
—Disculpa aceptada. Ahora, terminen con esta cosa inmediatamente. —Alisé mi blusa,
arqueando una ceja e inclinando mi cabeza hacia sus cautivos.
—No —dijo Jaime firmemente, girándose para mirarme de frente.
Me permití sumergirme en su rostro, incluso si sólo fue por un segundo. De nuevo
estábamos actuando como maestra y alumno, interpretando nuestros papeles, pero
conocía esos labios que ahora estaba enrollados hacia el interior, probablemente
suprimiendo palabras que no debería decirle a su maestra. Conocía a qué sabían y de lo
que eran capaces de hacer bajo mi delgada y desgatada manta.
—Lo siento, señorita Greene, pero tendrá que mantenerse al margen en esto. Es un asunto
del equipo. Le doy mi palabra, no se relacionará con usted. Alguien jodió a Trent. —
Sacudió su cabeza, sus labios apretándose con molestia—. Necesitamos respuestas.
—Señor Followhill…
—No —dijo, interrumpiéndome—. Olvídalo. —La última oración salió por lo bajo y lo que
vino después fue incluso más bajo—. La próxima vez que me aceches desde el otro lado
del camino —susurró en mi oído, lo suficientemente cerca para lucir sospechoso, pero no
lo suficiente para hablar sobre ello más adelante—, será mejor que vengas a decir hola.
Mejor aún, será mejor que me muestres con tus labios cuánto me extrañas, en lugar de
desvestirme con tus ojos.
No había nada que pudiera hacer con Vicious y sus peligrosos trucos y lo sabía. Los
HotHoles siempre se cuidaban entre sí. Trent estaba lesionado de nuevo y alguien tenía
que pagar. Tenía muy poco poder sobre los estudiantes de All Saints, pero dudaba mucho
que cualquier otra persona, incluida la Directora Followhill, pudiera ser capaz de
detenerlos en su búsqueda de venganza.
Lentamente, sin romper contacto visual con él, retrocedí, hasta que finalmente me di la
vuelta y caminé de vuelta hacia mis padres, que todavía me estaban esperando del otro
lado del camino.
—¿Y bien? —Mi madre me dio un codazo, sus ojos relucientes con la misma sana
curiosidad que tenía sobre casi cada tema en el mundo.
—Me encargué de ello. —Evité su mirada, fingiendo buscar algo en mi bolso. Quizás era
mi dignidad lo que estaba buscando. De cualquier manera, Vicious había ganado.
Y Jaime le había ayudado.
Pero no a costa mía. Y eso era algo.
Eso era mucho.
Capítulo 7
Pasé el fin de semana preguntándome lo que sucedió con los pobres bastardos que los
Four HotHoles interrogaron en el Liberty Park y si mi enfrentamiento con Jaime y Vicious
cambiaría el pacto entre mi compañero de folladas y yo. Mis dedos hormigueaban con las
ganas de escribirle y preguntarla esas cosas, pero sabía que era arriesgado.
¿Estaba enojada con él? ¿El incidente era una llamada de atención recordándome que
éramos muy diferentes? ¿Qué todavía era un adolescente, dando tentativos pasos hacia
convertirse en un hombre? Ese era exactamente el tipo de preguntas con las que no quería
lidiar. No. Estaba tratando de extender mis días, aferrándome al fin de semana esperando
que la distancia y el tiempo pudieran desvanecer la niebla de la lujuria entre nosotros,
haciendo espacio para la lógica y la coherencia.
El lunes fue el mejor día de toda mi carrera. Todo trascendió tranquilamente y cuando
llegué a la última clase con Jaime y sus amigos, todos se comportaron.
Todos… excepto Jaime.
Estaba perdiendo el tiempo con su teléfono, como siempre. Dado que no me estaba
mirando, lo dejé pasar. Quería impartir esta clase sin sentir que mis pezones se
endurecían bajo su abrazadora mirada.
Mi teléfono sobre mi escritorio destelló. Resistí la urgencia de revisarlo, enfocándome en
Millie, que estaba levantada, leyendo un poema que había escrito. Era buena. Un espíritu
creativo con una llama artística que fluía a través de cada célula de su cuerpo. ¿Quería
escribir? ¿Quizás pintar? Sus libros de texto y manos siempre estaban decorados con
garabatos, su nariz siempre enterrada en un libro. Con la guía correcta y apoyo, podría
hacer grandes cosas.
Sabía sin una sombra de duda que yo no era la persona para ofrecérselos. Carecía de
motivación, compasión y autoridad, las tres cualidades que hacían a un gran profesor.
Mientras la miraba fijamente, me di cuenta que inclusive Vicious estaba callado cuando
ella hablaba. Tenía el tipo de encanto poco convencional que una chica no podía fingir. Los
ojos de todos estaban en ella, lo que me permitió echar un vistazo a mi teléfono. En
palabras de Julia Roberts en Mujer Bonita: Gran Error. Grande. Enorme.
Jaime:
Te extrañé este fin de semana. Pensé que tu desagradecido trasero me enviaría un
mensaje de agradecimiento por salvarte de la ira de Vicious. Parece ser que estaba
equivocado.
Vaya. ¿Tenía alguna idea de en cuántos problemas podía meternos si alguien veía este
mensaje? Alumnos y maestros tenían los números de celular de los demás sólo para fines
profesionales. Lo ignoré y continué asintiendo hacia Millie, sonriendo tensamente. Ping,
otro texto llegó.
Jaime:
Es lindo como finges escuchar a Millie cuando sabes que sólo estás esperando que el
reloj marque las 3 así puedo doblarte sobre ese escritorio y follarte tan fuerte que
las ventanas repiqueteen.
Por supuesto que no honré ese mensaje con una respuesta. Aunque me hormigueaban las
más con ganas de corregir su redacción. La profesora de Literatura en mí odiaba cuando la
gente no escribía bien. Aparentemente incluso en los mensajes sexuales.
Mis mejillas se oscurecieron y jugueteé con mi collar de ancla, pasándola contra mi labio
inferior. Tosí, aclarando mi garganta y dije:
—Más alto, Millie.
Miró alrededor, tan ansiosa como yo lo estaba y renuentemente elevó su voz con la
siguiente línea. Su poema era bastante fascinante, de hecho. Sobre la vida y la muerte y la
forma en que el árbol de flor de cerezo simboliza ambos. Todos estaban callados y alerta.
Dean Cole tenía sus codos sobre el escritorio, inclinado hacia adelante, bebiendo sus
palabras como si fueran oxígeno. ¿Y Vicious? La miraba como si fuera suya.
Pero no tenía sentido. Lo único con lo que estaban sintonizados mis oídos era lo que
secretamente esperaba escuchar, el sonido de mi teléfono vibrando contra la mesa cuando
otro mensaje entrara.
Jaime:
Tus pezones están tan duros que podría cortar diamantes con ellos, nena. Es
excitante cuando todos pueden ver lo que te hago. En media hora, voy a meter mi
mano en bajo tu falda de lápiz y mis dedos dentro de ese coño. Hurgando hasta el
punto G de la señorita G y tocándolos una y otra vez hasta que te desmayes por los
orgasmos.
Di vuelta a la mesa y me incliné contra ella mirando hacia la clase, esperando que no
pudieran ver el sonrojo que era un reto diario desde que comenzamos nuestro amorío.
¡Jesús! ¿Amorío? Era demasiado. No era un amorío. Estaba follando con mi alumno y
jodiendo mi futuro, todo al mismo tiempo. Sin embargo, no podía detenerme. Evalué el
salón de clases lleno de estudiantes y su rostro era el único que sobresalía en el mar de
insulsos adolescentes. Apenas registraba los otros rostros, perdida en la niebla de la
lujuria.
Otra vibración. Esta vez esperé algunos seguros antes de mirar hacia él y lo encontré
sonriendo hacia su teléfono. Idiota.
Jaime:
Entonces sacaré mi mano, te dejaré lamer mis dedos uno por uno, chuparlos fuerte
y rogarme que te tome. Pero no lo haré. Tendrás que una mamada primero y te
haré atragantar con mi polla hasta que no puedas respirar. ¿Te gustaría eso, Mel?
Estaba sudando. Inhalando en cortas respiraciones. Millie terminó de leer su poema.
Todavía estaba de pie, esperando mi retroalimentación. Todos los ojos estaban en mí.
Había hecho un maravilloso trabajo de lo que pude descifrar entre mi niebla inducida por
la lujuria, pero las palabras no salieron de mi boca. Tenía verdadero miedo que diría algo
sobre Jaime y su polla. Realmente era demasiado hermosa como para no ser celebrada por
nuestra linda nación.
—Millie —comencé, aclarando mi garganta cuando me di cuenta que mi voz se
resquebrajó. Escuché a Jaime reírse por lo bajo en la parte trasera de la habitación. Iba a
matarlo cuando la clase terminara. Sus grandes ojos azules como de Bambi, siguieron cada
uno de mis movimientos cuando hablé—. Creo que fue brillante. Tu poema tiene un ritmo
como de latidos del corazón. Fue… encantador. —Logré decir, mi sonrisa casi pesarosa.
No fue lo correcto para ser dicho. Necesitaba abrir el tema a discusión, pero tenía
dificultades para hilar una oración coherente cuando mis bragas estaban tan mojadas.
Maldito Jaime y sus mensajes.
Enderezando mi columna, junté mis manos.
—Escuchemos sus ideas sobre el poema de la señorita LeBlanc. ¿Alguien?
Bzzz. Otra vibración resonó. Un puñado de personas levantaron sus manos y elegí a Shelly,
la chica que sabía que no se callaría y de esa manera tendría tiempo para leer mi mensaje
entrante.
Jaime:
Tan perdida. Tan confundida. Tan malditamente mía. Ser el dueño de alguien nunca
se había sentido tan bien.
Sus palabras me golpearon fuertemente.
¿Realmente era suya? No se sentía así. Como si fuera real. Quizás para él, lo era. ¿Pero
para mí? Estaba demasiado asustada por las consecuencias de verdaderamente tenerlo
para siquiera considerarlo una opción.
Perdida. Confundida. Sentía todas esas cosas. No sólo en este momento, sino en general.
¿A dónde iría después de esto? Era una terrible profesora y mis estudiantes merecían algo
mejor. Encima de todo, me preocupaba lo suficiente por ellos para reconocer el hecho que
necesitaba ceder mi espacio a alguien que fuera más apasionado. Más cuidadoso. Alguien
que tomaría a las Millies del mundo y las volvería artistas y no las mantendría aquí, en el
gris salón de clases, leyendo poemas que apenas pudieran entender.
Después que Shelly balbuceara algo solo por hablar y otro estudiante le hiciera un par de
preguntas a Millie, Vicious, qué tenía sus largas piernas cruzadas encima de la mesa, sus
botas casi tocando la espalda de alguien, levantó su mano. Mi respiración entrecortó. No
quería que hiciera pedazos la confianza de Millie. De hecho, quería hablar con ella sobre
enrolarse en una clase de escritura creativa que conocía del otro lado de la ciudad. Quería
creer que veía algo de mí en Emilia. Era delicada, artística e inafectada por el ambiente
privilegiado del que no era parte. Tenía una extraña necesidad de protegerla de Vicious,
pero nadie más levantaba sus manos.
Quise estrangular al malhumorado bravucón mientras le daba una débil autorización para
que hablara.
—¿Sí, Baron?
Los caídos ojos de Vicious estaban en Millie mientras jugaba con uno de sus oxidados
anillos de metal, una parte de su icónico atuendo de asesino serial. Mostró sus dientes,
esperando que ella retrocediera y se hundiera en su silla como todos los demás, pero
Millie permaneció de pie, observándolo como si fuera una bolsa de boxeo en la que estaba
a punto de hundir su puño.
Malditamente me encantaba esta chica.
—Creo que fue espectacularmente horrible —dijo, tirando de su gran labio inferior.
Ella levantó una solitaria ceja, una sonrisa en su bello y redondo rostro.
—Es suficiente, Baron —comencé, pero Millie levantó su mano.
—Por favor, señorita Greene. Déjelo terminar. ¿Qué fue tan “espectacularmente horrible”
de mi poema? —le preguntó y sonaba genuinamente interesada.
Me encogí. ¿Por qué se hacía esto?
Vicious se dejó caer en su silla, examinando sus anillos.
—Demasiadas palabras. Demasiadas analogías. Algunas de ellas fueron cursis. Algunas las
he escuchado miles de veces antes. Tienes talento. Lo reconozco. Aun así —se encogió de
hombros—, tu escritura es descuidada. Mejor sigue pintando.
—¿Y tú que sabes sobre la escritura? —espeté. Era mi turno para hacer las preguntas. No
era típico de mí perder la paciencia durante clases, pero Vicious literalmente estaba
siendo despiadada. El hecho que había ganado la noche de sábado en el parque tampoco
ayudaba.
Creo que Jaime sabía que era mejor que dejara de enviarme mensajes sexuales, porque
metió su teléfono en el bolsillo de sus vaqueros y frunció el ceño hacia Vicious, su
expresión gritando: Cállate, hombre.
—Sé un poco, de hecho —canturreó Vicious, su rostro iluminándose. Generalmente, su
voz era como una línea recta en un monitor cardíaco, indiferente y plano—. La adulación
nunca le ha ayudado a un autor o un poeta a crecer o desarrollarse. La crítica constructiva,
sí. Quizás está en la profesión equivocada, Greene.
A la mierda esto. Iba a mandarlo a detención hasta que tuviera setenta años. Ni siquiera
me importaba que Jaime acabara de invitarme a otro festival sexual después de la escuela
y que todo en lo que pudiera pensar fuera en su furiosa e hinchada polla. No quería que
Vicious me hablar así y más importante, a mí. La chica no se lo merecía.
—Guarda tus cosas, Baron. Vas a venir conmigo a ver a la directora Followhill después de
la clase. Espero que no tengas planes para el próximo mes, porque vas a pasarlo con tu
mediocre educadora. En detención. Donde puedes explicarme todo sobre la buena poesía
y las malas decisiones de vida. Como responderle a tu profesora. —Mostré una melosa
sonrisa y abrí mi cuaderno con la lista de nombres, buscando a la próxima pobre alma que
tendría que compartir un poema con la clase.
Trent gruñó desde su lugar al otro lado de Vicious.
—Buena jugada, idiota. Tenías que decir mierdas, ¿cierto? Tenemos asuntos del equipo
que atender. ¿Lo olvidaste?
—Cuida tu lenguaje, Rexroth. O eres el siguiente.
Me volví intrépida. Tenía apoyo. Era Jaime. Quien, por cierto, lucía como si estuviera a
punto de explotar, mirando fijamente a Vicious como si acabara de masacrar una canasta
llena de gatitos. Había fuego en sus ojos y quemaban todo en donde aterrizaban. La
campana sonó, llenando la clase con risas y ruido y la gente metía sus cosas en sus
mochilas.
—Señor Linden, leerá su poema la próxima vez. Clase, quiero que lean Las Reglas de la
Poesía de Michaela Steinberg y se lo sepan de memoria para la próxima clase. Habrá
examen —grité en el caos de la charla adolescente.
Los estudiantes salieron hacia el pasillo, pero Jaime se quedó sentando en su silla. Su
apretada mandíbula sugería que alguien en la habitación estaba a punto de ser asesinado.
Vicious era el único que todavía estaba aquí además de nosotros y se tomó su tiempo,
llenando su mochila deliberadamente lento con una sonrisa tan grande que pensarías que
estaba a punto de acompañarlo hacia unas exóticas vacaciones en una isla habitada por
desnudas y traficantes de armas internacionales.
Dejé a Vicious en la oficina de la directora Followhill y regresé a mi clase. Creo que estaba
tanto impresionada como horrorizada porque reprendiera a Vicious por su mierda. No
tenía idea de cómo iba a lidiar con él, pero tampoco me importaba. Había hecho mi parte.
En el minuto que regresé a mi salón, dejé salir un suspiro.
—¿Qué hicieron con esos chicos de la otra noche?
Jaime se dejó caer sobre su silla. Llevaba puestos unos pantalones Dickies azul marino,
zapatillas de deporte altas y una camiseta purpura sin mangas que mostraba su cursi
tatuaje de una tonta frase que estaba tatuada sobre sus costillas. Nunca me había
molestado en leerla, pero no sería sorprendente si fuera algo proveniente de Bob Esponja.
¿A quién le importa? Era mi postre personal libre de calorías.
Al menos, eso es a lo que intentaba reducirlo en mi mente.
La mayoría del tiempo funcionaba.
Pero mientras más tiempo pasábamos juntos, más necesitaba alimentarme con esa
mentira.
—Ven aquí. —Dobló su dedo índice hacía mí.
—¿Disculpa? Yo soy la profesora —bromeé, feliz de tenerlo a solas.
—Y yo soy el enojado tipo que necesita ponerte en tu lugar de vez en cuando. Aquí. —
Palmeó su escritorio y se dejó caer de nuevo en su silla. Miré hacia la puerta cerrada y de
nuevo hacia él.
—Vicious podría regresar —argumenté.
—Vicious mantendría su boca cerrada incluso si entrara y me encontrara follando al
señor Pattinson mientras el presidente de PTA lame mi trasero. Puedo hacer lo que sea
con quien sea mientras no sea con Millie. Somos casi malditos hermanos de sangre.
¿Millie, eh? Quizás el bastardo si tenía un corazón que latía después de todo.
Doy pasos lentos hacia él y me siento en el borde de su escritorio. Me toma de la cintura y
me atrae hacia su entrepierna así estoy sentada a horcajadas sobre él, mis piernas
envolviéndose alrededor de su cintura.
—¿Qué hicieron con ellos? —susurré de nuevo, mis manos enterradas en su cabello
dorado mientras mis brazos rodean su cuello. A pesar de todo, me preocupaba por esos
chicos.
—Nena… —Pasó sus nudillos contra mis labios, sus ojos enfocados solamente en ellos.
—¿Y bien? —Agrandé mis ojos deliberadamente, cuestionándolo.
Se rio como si pensara que mi expresión era linda.
—Nada todavía. Pero obtuvimos un nombre. Toby Rowland.
—¿Y? —Rowland era un estudiante de penúltimo grado, otro idiota al que le daba clase.
También era el hijo del Entrenador Rowland.
Jaime se encogió de hombros.
—El tipo siempre se está escondiendo detrás de su papi durante las prácticas. Será difícil
atraparlo, pero nadie va a salir ileso por lo que le hicieron a Trent. Los hijos de puta
destruyeron su boleto de salida.
Trent Rexroth, la sobresaliente estrella del futbol americano de All Saints, tuvo un
resbalón en los vestidores antes de un gran juego este otoño, rompiendo su tobillo y
terminando su trayectoria hacia la gloria universitaria y el futbol americano profesional.
Abrí mi boca, intentando convencerlo de abandonar la venganza, pero tomó mi trasero y
me atrajo hacia su doliente erección, chupando fuertemente uno de mis pechos a través
de la tela de mi blusa y terminando con una provocadora mordida.
—Mierda… —murmuré.
—¿Cómo estuvo tu fin de semana? —Colocó sus labios sobre mi cuello y lamió un
recorrido hasta mi escote. Me estremecí contra su cuerpo—. ¿Me extrañaste?
—Estuvo bien. —Mis manos pasaron sobre su amplio pecho con avidez—. Y no—mentí—.
Pensé que acordamos que esto sólo era inofensiva diversión.
—Lo es. —Echó su cabeza hacia atrás, mirándome fijamente con seriedad—. Y es
divertido estar contigo.
—Apuesto que es igual de divertido que estar con chicas de preparatoria. —Mi boca se
quedó seca cuando lo dije.
Fue estúpido e inseguro, pero se sintió bien finalmente decir lo que había estado
pensando durante semanas. A donde Jaime iba, las chicas lo seguían. Animadoras de piel
bronceada y brillante cabello con amplias sonrisas y kilométricas piernas. Igualaban sus
largos pasos en los pasillos, inclinándose contra su SUV después de la escuela y se reían de
todo lo que él decía… incluso cuando no decía chistes.
Jaime se rio, su mano derecha trazando mi muslo interno, moviéndose hacia arriba y
desapareciendo bajo mi falda lápiz.
—Me temo que no estoy de acuerdo. Las chicas de preparatoria son de alto
mantenimiento. Estás llenas de drama. Habla sobre jodidos alisadores de cabello y fiestas
durante horas. Las más atractivas te hace ir a ver películas de Jennifer Love Hewitt. No. No
hay nada divertido respecto a las chicas de preparatoria. Tú, en cambio…
Sus dedos encontraron mis empapadas bragas y como siempre, inclinó su cabeza,
sonriendo, haciéndome saber que le gustaba lo que ofrecía. Mi sangre cantaba una tonada
de la que sólo Jaime conocía la letra y mi corazón golpeaba tan fuerte y claro que sentía el
pulso en los dedos de mis pies. Hacer esto casi era rogar por ser atrapados.
Una parte de mí estaba desesperada por ser vista.
—Respondes —dijo—. Eres fría y testaruda. Triste y mordaz. Me gusta tu tipo de rareza.
Todo el paquete. —Dibujó un círculo imaginario con su dedo alrededor de mi rostro,
inclinándose hacia mí—. Pero sobre todo… —exhaló, colocando un gentil beso en la
esquina de mis labios—. Me gusta la caza. Me haces sudar en otro lugar además de un
campo de futbol americano. Resulta que… es el ejercicio que he estado buscando.
Justo cuando dijo eso, la puerta se abrió y Vicious entró. Por suerte para mí, estaba
mirando hacia un pedazo de papel que sostenía en una mano y el sobre abierto que tenía
en la otra.
—No puedo creer que diga mierda como esta —murmuró.
Eso me permitió un minuto para levantarme de un salto de encima de la erección de Jaime
y volver a arreglar mi falda, inclinándome y fingiendo estar hojeando uno de los libros que
tenía sobre su mesa.
—Aquí está el párrafo que estabas buscando. —Aclaré mi garganta y me enderecé.
Vicious finalmente levantó la mirada, pero no hacia mí.
—Trent acaba de enviarme un mensaje. El entrenador convocó a una reunión de equipo.
Toby ha sido nombrado capitán para el próximo año.
—Lo que sea. —La mandíbula de Jaime se tensó. La atmosfera en la habitación cambió. No
se dijeron palabras, pero planes estaban siendo hechos, justo frente a mis ojos.
Toby Rowland estaba en tantos problemas, físicamente me dolía pensar en lo que le
harían una vez que lo tuvieran a solas.
—Lo que sea suena correcto —hace eco Vicious, su voz plana—. Un maldito montón de
gracias por la detención, señorita G. Espero que sepas lo que estás haciendo. —Sacudió su
cabeza con una sonrisa sádica. Una amenaza.
—Vicious. —Jaime rechinó sus dientes. Una advertencia.
Vicious caminó rápidamente hasta su silla y se dejó caer, ondeando su mano.
—Tiene suerte que tengas una debilidad por ella. De otra forma la hubiera reducido a
cenizas en el Liberty Park.
Una fortaleza, nene, pensé mientras caminaba de regreso hacia mi escritorio. Y no tienes
una idea.
Capítulo 8
Ese día cambió todo, porque ese día Jaime y yo comenzamos a enviarnos mensajes de
texto. Hacía mucho más fácil planear cosas. Más citas calientes en mi parcialmente
empacado apartamento. Más follar en posiciones descabelladas. Más besos robados en la
escuela, excitados por la emoción de ser atrapados.
Al final de la semana, Jaime me envió una fotografía de él flexionando sus músculos frente
al espejo en sus vestidores. Casi no abría el mensaje de texto, temiendo ver algo horroroso
como el trasero de alguien más, pero luego recordé que se trataba de Jaime. Era
extrañamente responsable para alguien de su edad y con su estatus. De ellos cuatro, era el
más tranquilo. El que tenía una brújula moral que funcionaba. Si Vicious era el malvado y
Dean era el drogadicto y Trent era la hermosa alma perdida buscando por su compañera,
Jaime era el cemento que los unía. Era el chico con quien siempre podías contar. Y estaba
empezando a también contar con él.
Jaime:
Está científicamente comprobado. Estás montándote al mejor semental de la
ciudad. Estos músculos podrían matar.
Yo:
Jaime, tienes dieciocho años. Perspectiva, por favor.
Jaime:
Viniendo de alguien que se queda dormida con mi polla en su mano. ¿Pizza esta
noche?
Yo:
Sucedió una vez. Por accidente.
Yo:
Y sí. Pero sin cebolla.
Me recliné contra una caja llena de libros y me reía, abrazando mi teléfono celular como
una idiota. Un desastre, pensé. ¿Qué demonios estás haciendo? ¿Ahora tienes citas con él?
Jaime:
¿Sin cebolla? Entonces también sin condón. Estoy limpio. Tú estas tomando la
píldora.
Yo:
ESTÁS. Con ACENTO en la A.
Yo:
Y trato hecho.
Jaime:
Es un placer hacer negocios contigo. x
Santo Dios, necesitaba detener esto. Detenerlo antes que fuera a terminar lastimada. La
forma en que mi corazón se apretaba cada vez que lo notaba por primera vez en clase ya
se sentía demasiado. El placer de dormir con él tenía tintes de dolor. Aun así, me llenaba.
Me llenaba con alegría y risas y maravilloso sexo. Pero ahora también estaba tomando
cosas de mí.
Emociones, pensamientos, lógica.
Esa noche, Jaime llegó a mi apartamento y me derribó contra el sofá, salpicando todo mi
rostro con besos. Me reí, lanzando mis puños contra su esculpido abdomen. Rodamos,
medio besándonos, medio luchando y riéndonos, antes que ambos nos detuviéramos para
tomar un respiro, examinando el rostro del otro por primera vez desde que entró. Estaba
sobre mí, sus ojos recorriendo mi rostro, buscando respuestas a preguntas que ambos
estábamos demasiado asustados para hacerlas en voz alta.
—¿Cómo sabías que estoy tomando la píldora? —El silencio sonaba tan fuerte que sentí la
urgencia por romperlo.
—Las vi sobre el mostrador de tu baño. Duh.
—Bueno, entonces desnudémonos y vamos a hacer cosas sucias. Sé que es viernes y
probablemente quieras pasar el rato con tus amigos más tarde. —Tomé el borde de mi
camiseta y empecé a desvestirme.
Me detuvo, su palma sobre mi mano.
—Tómalo con calma, señorita. Sin prisa. Vamos a ver una película noventera de mierda
juntos mientras esperamos la pizza. Voy a dormir aquí esta noche.
Fruncí el ceño. Vicious organizaba descomunales fiestas todos los fines de semana y los
HotHoles siempre asistían sin falta. Era obligatorio o alguna mierda así. Sabía esto por en
All Saints, ser invitado a estas cosas significaba que eras uno de los chicos geniales.
También sabía que había una fiesta esta noche porque ayer los pasillos estuvieron llenos
con conversaciones susurrados sobre qué chicos iba a ser retados a una pelea en Defy y
qué chicas iban a entrar en la habitación privada de Vicious donde los HotHoles pasaban
el rato.
—¿Qué pasa con la fiesta de Vicious? —pregunté. Las últimas semanas, la mera idea de
tener a Jaime sentando ahí en la recóndita habitación con jovencitas dispuestas
ofreciéndose a hacerle lo que quisiera, me hacía enloquecer. Odiaba esas fiestas y
despreciaba a Vicious aún más por organizarlas.
—Para esta noche planeo una fiesta mucho más grande entre tus piernas. —Sacudió sus
cejas hacia mí.
Rodé mis ojos, pero no pude evitar sonreír.
—Creo que me gustas —murmuré, presionando mi rostro contra su musculoso torso
dándole un abrazo. Sentí su pulso bajo mi oído.
—Creo que también me gustas.
Mi corazón casi explotó y me encontré aferrándome al ancla en mi collar para
mantenerme con vida, sabiendo que esta vez, no podía salvarme de caer más profundo en
cualquiera fuera el infierno que estábamos creando.
De hecho, sabía exactamente que era.
Magia.

***

Estaba psicológicamente comprobado. La gente se miente a sí misma para protegerse de


las cosas que hacen. De lo que piensan y siente. Estaba en negación en lo que refería a
Jaime Followhill. En mi cabeza, subestimaba todo. Lo reducía a nada más que un poco de
diversión. Pero la verdad era que nunca había estado tan intrigada por un hombre.
Defy.
Eso es lo que más curiosidad me daba. ¿Por qué peleaba? No parecía el tipo de persona
que necesitara una salida violenta para relajarse. Vicious, seguro que sí, ¿Pero Jaime? No.
Parecía un chico despreocupado.
Así que después de la película y la pizza (sin cebollas. Lo recordó), le pregunté.
Lo prepare con anticipación. Sabía que Jaime no iba a abrirse tan fácilmente sobre cosas
que tuvieran que ver con sus amigos. Me puse sobre mis rodillas y lo tomé, a todo él,
profundo en mi boca, cubriendo la mayoría de su polla, mi puño haciendo el resto. Gruñó
y movió mi cabeza de atrás hacia adelante, mi cabello en su puño.
—Voy a venirme en tu boca —anunció. Se puso de pie, un pie apoyado flojamente contra
mi refrigerador, en toda su desnuda gloria de un metro y noventa centímetros.
Gemí en su caliente carne, moviendo mi cabeza de un lado a otro. Me gustaba. Sentirme
admirada y deseada por un hombre más joven. Me estaba volviendo loca… pero yo lo
estaba poniendo salvaje.
Mi gemido lo incentivo y se vació dentro de mi boca. El caliente líquido salado se disparó
directamente dentro de mi garganta y lo tragué al instante, desesperada por cada gota de
él.
Después de su liberación, se deslizó hasta el suelo frente a mi refrigerador, hundiéndose
hasta quedar senado, sus rodillas dobladas, mientras lentamente soltaba mi cabello.
Ambos sonreímos, el tipo de sonrisa privada que solo nosotros sabíamos descifrar.
Dudaba que pudiera darle esa sonrisa a alguien más, incluso si lo intentaba.
—¿Qué pasa? —Tomó mi mano, improvisadamente y con confianza y me jaló para
sentarme entre sus piernas. Lo hizo, ronroneando en su boa mientras compartíamos un
lento y seductor beso—. Mira a mi Pequeña Bailarina, aprendiendo como dar una mamada
como en los ochentas.
—¿Qué sucedió en los ochentas? —pregunté, sintiéndome ridículamente estúpida.
Pensarías que sabría más que él sobre esa década. Se encogió de hombros.
—Nada. A la gente le gustaba mamársela, supongo.
Sacudí mi cabeza con una risa. Era tan ridículo a veces, pero eso era exactamente lo que
hacía que fuera tan fácil relajarse con este chico. Aplané mi palma contra su pecho.
—Necesito preguntarte algo.
—Uh-oh. ¿Estoy en problemas, señorita Greene? ¿He sido un chico malo? ¿Necesito que
me den unas nalgadas? —Contoneó sus cejas y se rio.
Dios, era sexy. Y Dios, era extraño.
Sacudí mi cabeza, cerrando mis ojos así no vería su reacción a mi sonrojo.
—Cuéntame sobre Defy —dije.
Ninguno de los maestros sabíamos mucho sobre Defy, además de las lesiones que
podíamos distinguir los lunes por la mañana. Los estudiantes se involucraban en
sangrientas peleas en las fiestas de Vicious y no había anda que pudiéramos hacer sobre
ello.
Jaime frunció el ceño.
—¿Qué quieres saber?
—Quiero saberlo todo. —Aclaré mi garganta—. ¿Dónde, por qué, cómo y más importante
que todo… por qué lo estás haciendo tú?
Sus ojos se oscurecieron y arregló su rubio cabello en un moño alto. Lo observé en
silencio, tragando fuertemente mientras me examinaba bajo sus pestañas. Me estaba
adentrando en un territorio que no era mío. Ambos lo estábamos. Era íntimo y reservado,
dos líneas que prometimos que no cruzaríamos fuera del dormitorio.
¿Estábamos rompiendo las reglas?
Se me ocurrió que era el primer paso para pasar la línea que tan rápidamente marqué en
nuestra relación. Pero también se me ocurrió que no era sólo una línea. Era más como una
pintura abstracta llena de líneas, círculos y triángulos. Era un caos e intentar maniobrar
tus movimientos en esta cosa entre nosotros era imposible.
—Esto no sale de esta habitación —advirtió Jaime, hundiendo su barbilla, su nariz
tocando la mía.
—Por supuesto —dije como si fuera obvio. Todavía estábamos en el suelo, mis piernas
enredadas con las suyas. Quería echar a un lado mi sombrero de maestra por ese
momento. Más bien, quemarla hasta las cenizas—. Esto es entre tú y yo. Sólo tengo
curiosidad.
—Bueno… —Me jaló más profundo entre sus piernas, abriéndolas más para acomodarme.
Sus ojos se concentraron en un punto invisible sobre la pared. Esto era difícil para él.
Renunciar a un secreto que no era completamente suyo—. ¿Dónde? En casa de Vicious.
Cada fin de semana. Los chicos saben que es mejor no venir a sus fiestas si no tienen ganas
de pelear. Y, aun así, todos lo hacen. Hay que admitirlo. Esta ciudad es malditamente
aburrida. Todos somos ricos, privilegiados y desesperados por llenar el vacío.
—¿Qué vacío?
—Ese vacío. Ya sea por sexo o presión o dinero. Peleamos en la cancha de tenis. Su madre
y madrastra nunca la utilizan, así que nunca notan las manchas de sangre, de las que su
empleado de mantenimiento se encarga durante la semana.
Ese vacío era familiar. No quería decirle que también lo tenía. El agujero en mi alma. Y que
yo también encontré una manera de llenarlo. Con él.
Repentinamente, lleva una mano detrás de mi espalda y me bajan junto con él hasta el
suelo, haciéndolo lentamente así no golpearía mi cabeza.
Una retorcida sonrisa curva sus labios.
—¿Por qué? Porque es divertido. Porque los hombres se han vuelto tan malditamente
castrados por la sociedad, algunas veces sentimos la necesidad de mostrar nuestras bolas.
¿Por qué los tipos adoran tanto El Club de la Pelea? Es porque detrás de cada chico
vistiendo ropa interior de marca que huele a loción cítrica para después de afeitarse y
sabe quien es Versace y te lleva a una cita a cenar comida italiana y ver una película
extranjera, hay un salvaje que sólo quiere tomarte por el cabello y arrastrarte hacia su
cueva.
Su otra mano se movió entre nosotros, deslizándose por mi vientre, encontrando mis
humedecidas bragas. Tenía puesto un vestido a la altura de las rodillas, pero estaba
levantado y Jaime no lucía como que le molestara demasiado. Frotó mi entrada
furiosamente a través de mis bragas.
—¿Cómo? Alguien sale a la piscina con sus mangas levantadas. Esa es una invitación a
pelear. No puedes retar a un tipo en específico. El otro tipo tiene que ofrecerse como
voluntario. A las chicas les encanta, aun cuando pierdes, así que los tipos lo hacen, porque
los coños son lindos, incluso cuando tienes un labio sangrado. Utilizamos nuestros puños.
Patadas. Mierda básica de AMM. Pero peleamos limpio, la mayor parte del tiempo. Y si las
cosas se salen de control, lo que no pasa a menos que Vicious esté involucrado… —
Muerde mi labio, bajando mi ropa interior bruscamente y mete dos dedos—. Entonces
uno de los HotHoles interviene antes que la mierda termine en la Sala de Emergencias.
Gimoteé, apretándome a su alrededor. Estaba siendo más brusco que lo normal y dudaba
que fuera una coincidencia. Quería mostrarme que era un hombre, no un chico.
Y tuvo éxito. Dentro y fuera, dentro y fuera, utilizó su dedo en mí mientras me retorcía
sobre el piso de mi cocina, debajo de él.
Entonces esto era. Esto era Defy. Tenía más preguntas que no podía articular exactamente
en ese momento, pero una cosa estaba clara, Jaime no tenía miedo de ser lastimado. Al
menos no físicamente.
¿Pero y emocionalmente?
¿Y qué pasaba conmigo? ¿Sería capaz de entender cuando las cosas entre nosotros
fracasaran?
Todo lo que sabía era que a mi parte baja le gustaba él. Tanto que me vine en sus dedos
antes que siquiera tuviera la oportunidad de tocar mi clítoris.
—Te sientes bastante masculino para mí —exhalé, con mis piernas débiles y mis ojos a
medio cerrar.
—Y tú te sientes como una mujer por la que vale la pena pelear, señorita Greene.
Capítulo 9
Seis celestiales semanas pasaron antes que Jaime reclamara no sólo mi cuerpo, sino mi
corazón. Como era de esperarse, fue el día que tuve mi periodo (Mejor conocido como el
momento en que mis hormonas eran ocasionaban un desorden en mi cuerpo). También
fue el día en que me mude.
Había encontrado un lugar en un pequeño pueblo con playa en las afueras de Todos
Santos y había arreglado para que un maestro sustituto cubriera mis clases de ese día. Eso
no detuvo a la directora Followhill de gruñirme que tenía algo de valor por tomarme
tiempo libre cuando mi posición estaba en la línea y mis clases estaban atrasadas con
respecto al temario requerido. Había regresado a sus antiguos modos ahora que me había
pagado por el accidente con el auto de Jaime.
Dado que no quería gastar mucho dinero con una mudanza formal, decidí hacer algo de
los movimientos pesados por mí misma. Pasé mi mañana corriente de mi viejo
apartamento hacia el nuevo, subiendo y bajando cajas por las escaleras. Estaba sudorosa y
olía mal, con mi desordenada cola de caballo, pantalones de chándal negros y una
camiseta de tirantes amarilla que mostraba mi tonificado abdomen. Si había un marido
potencial esperando por mí en el sucio complejo al que me estaba mudando, iba a pensar
que era atractiva. Y posiblemente indigente.
En mi tercera vuelta a mi viejo apartamento, vi a Jaime esperando en mi puerta. vestía una
camiseta blanca sin mangas y pantaloncillo cortos. Del tipo que abrazaban su trasero
como si dijeran, te das cuenta que tocó esto durante todo el día, perra.
Mi corazón se agitó en mi pecho, lo que hizo que mi alma se sacudiera con dolor. Sólo
hasta que termine la escuela, ¿recuerdas?
—Tendrías que estar en la escuela. —Pasé junto a él, entrando a mi departamento. Sí, era
fría con él debido al comportamiento de su madre de ayer, y no, no era justo, pero no pude
evitarlo. Tenía mi periodo. Necesitaba darme dejármela pasar. Además, realmente se
estaba saltando la escuela. Todavía me preocupaba por su educación. De hecho, me
preocupaba mucho.
—Pensé que estabas enferma. —Se apresuró a entrar en mi apartamento antes que la
puerta se cerrara detrás de mí, sus manos metidas en mis bolsillos—. Ni siquiera
mencionaste que hoy te mudarías ayer que nos vimos.
—Viste las cajas.
—Sí. Han estado alrededor desde la primera vez que estuve aquí. nunca pusiste algo
dentro de ellas. Pensé que estabas mudándote para quedarte, no para irte. ¿Qué tipo de
tontería es ésta?
—Mi casero quiere el lugar para él, así que conseguí uno nuevo. —Me encogí de hombros
y me negué a explicar más porque esto con él se suponía que fuera divertido. No
necesitaba conocer mis horarios, aunque la mayoría de los días, ambos sabíamos
exactamente dónde estaba la otra persona. Había dolor en su voz. No sólo lo escuché, lo
sentí. Como un golpe en el estómago. Estaba mal. Necesitaba saber que no nos debíamos
nada el uno al otro.
Con un suspiro, Jaime dejó de lado el tema.
—Lo que sea. Vamos a pasar el rato.
—No puedes saltarte clases, Jaime. Reprobarás. Incluso si ya has sido aceptado en la
universidad, se ve mal. —Comencé a reunir mi ropa por sus ganchos. Iba a llevar algunas
cajas más hacia mi auto, pero no quería que me viera derritiéndome en una sudorosa pila
de ira premenstrual.
—En otras palabras, ¿no quieres pasar el rato conmigo? —Me siguió, derribando una pila
de cajas con su gran cuerpo en el proceso.
—No. Hoy no tengo tiempo para tontear y follar. —Seguí caminando de ida y vuelta,
metiendo ropa en un par de cesto para la lavandería, esperando que captaría la indirecta.
Maldito sea. Para empezar, era su culpa que no estuviera todo empacado.
Jaime tomó mi rígido hombro, estudiándome.
—¿Crees que a eso vine aquí? ¿A follar contigo?
Su cruda mirada por sí misma removió una cama de mi actitud de mierda. Pero todavía
necesitaba que se fuera. Esto tenía que detenerse. Teníamos que detenernos.
Entonces, ¿por qué me quedaba sin aliento cada vez que pensaba en mi vida sin él?
Me encogí de hombros nuevamente.
—¿No? Está bien, entonces no. Aun así, me tengo que mudar, como puedes ver y tengo mis
manos llenas. —Levanté el montó de ropa en mis manos para enfatizar—. Te veo mañana.
—Ayudaré —anunció Jaime, tomando la caja más grande y pesada y lanzándola sobre uno
de sus hombros.
Quise protestar, pero mierda, esa caja fácilmente pesaba como cincuenta kilos. La estuve
evitando como si fuera esa tía borracha en la recepción de una boda con la que nadie
quería hablar. Evaluando las prominentes venas en sus brazos hinchándose, supe que no
podría rechazar su ayuda. Debería estar en la escuela. Incluso esto podría levantar
sospechas, él y yo faltando el mismo día. Recordé la amenaza velada de Vicious.
Pero… realmente necesitaba la ayuda.
También, me encontraba desamparada cuando se trataba de él.
—Correcto —dije después de una pausa—. Te mostraré donde estoy estacionada.
Chasqueó la lengua con un gruñido, recordándome quién era mandaba por aquí.
—Tiene más sentido utilizar la Range Rover. Tiene más espacio. Podemos terminar más
rápido. Nos dejará más tiempo para nosotros.
Exhalé, bajando las escaleras.
—Sólo para advertirte, tengo mi periodo.
—No me digas. Lo escondes tan bien. —Lanzó la caja en la parte de atrás de su SUV como
si pesara lo que una pluma—. Como dije, vine a pasar el rato. —Me miró con el ceño
fruncido.
Supuse que entonces pasaríamos el rato.
Terminamos de mover (y desempacar) todo para las siete de esa noche y Jaime hizo una
carrera rápida al Wendy’s más cercano. Me preguntó si debería también comprar cerveza,
y después de decir que sí, casi me mordí la lengua, dándome cuenta lo que había hecho.
Era fácil olvidar que no tenía mi edad. Lo gracioso era que sí trajo la cerveza. Cuando le
pregunté si tenía una identificación falsa, se rio y desordenó mi cabello como si fuera una
adorable niña, explicando que a los HotHoles no les pedían identificación en Todos Santos.
Sacudí mi cabeza y abrí mi cerveza.
Jaime colgó mi televisión y arrastró la mesa de café a la mitad de la habitación. Vimos un
programa de mierda de juegos de los 80s. sus pies estaban sobre mí mesa, mientras me
acurruqué en el sofá. Lucíamos como una pareja. Lo que es más importante, actuábamos
como una.
Se sentía natural. Y aterrador. Por un momento, sólo un momento breve, loco y de
obviamente necesito ayuda, imaginé que nos estábamos mudando en este apartamento
juntos, él y yo.
—¿Cómo llegamos a este punto? Santa mierda, me estoy follando a mi alumno —balbuceé
de la nada, mis ojos todavía pegados a la televisión.
—Bueno… —Jaime se estiró, tomándose lo que quedaba de su cerveza en un solo trago y
azotándola contra la mesa—. Te chantajeé para que lo hicieras. Así fue cómo.
Su sarcasmo contenía una mentira que quería creer. Ambos sabíamos que no me había
obligado. Follaba con él por elección. Puse la cerveza contra mis labios, postergando.
—Está bien. —Lamió sus labios y apagó la televisión, frotando sus muslos—. Vamos a
jugar Verdad o Reto.
Estuve tentada a recordarle que ya no tenía doce, pero no quería ser incluso más gruñona.
Así que batí mis pestañas inocentemente
—¿Vas a extraer mis secretos?
—Bien podríamos hacerlo dado que no vas a extraer nada de mí esta noche. —Se levantó
del sillón, desapareciendo en mi diminuta cocina nueva y regresó con una botella de Jose
Cuervo. Sosteniendo la botella de tequila por el cuello, se dejó caer junto a mí. Ahora
ambos estábamos sentados en el sofá con las piernas cruzadas, mirándonos el uno al otro.
Un ventilador resonaba por encima de nosotros y si nos quedábamos en completo
silencio, lo que hicimos, podríamos escuchar el sonido de las olas rompiendo contra la
orilla, su ritmo sistemático, como un dulce arrullo.
—Esta conversación necesita alcohol, así que un trago por cada vez que elijamos una
verdad en lugar de un reto. —Jaime colocó la botella entre nosotros, su voz entrecortada.
Me estaba mirando chistoso.
Jaime normalmente era imposible de leer. Un atleta atractivo y despreocupado con
oscuridad debajo de sus ojos claros, pero la expresión que llevaba… estaba cercana al
dolor.
—No te quiero bebiendo bajo mi techo. Tienes menos de veintiún años.
—Tengo dieciocho. En cualquier otro lugar del mundo, virtualmente en toda Europa, se
me permitiría embriagarme donde quisiera.
—No estamos en Europa —dije sin humor.
—Lo estaremos, algún día. Juntos. —Su extraña declaración fue dicha tan confiada. Casi
me retorcí. Está bien, entonces. De vuelta al tema, supongo.
—Soy una atrevida. —Arqué una ceja, riéndome principalmente para ocultar mi
vergüenza ante cuán nerviosa estaba.
—Los verdaderos atrevidos escogen la verdad. Siempre es más desafiante que un reto. —
Su ojo derecho brincó—. Así que… ¿verdad o reto?
—Reto —me burlé, esperado aligerar la tensión. A donde sea que esta conversación
llevaba, iba a ser un crudo y peligroso lugar para ambos.
Jaime agachó su barbilla y pasó su pulgar por encima de su labio inferior, su lado juguetón
asomándose entre la pared de gravedad que esta noche había construido alrededor de él.
—Te reto a mirarme a los ojos y decirme que no tienes sentimientos por mí.
Sus palabras eran simples, pero su petición, imposible.
Parpadeé, dándome cuenta por primera vez que la respuesta a su pregunta era algo que
no estaba lista para enfrentar.
—Verdad —dije y tragué dolorosamente.
Jaime incline su cabeza hacia atrás y se rio. Su risa sonando ronca e infeliz.
Alejé la mirada, sintiendo mi rostro palidecer.
—¿Qué? Se me permite cambiar de idea.
—No. —Se estiró para tocarme, pasando su pulgar por mi mejilla—. Dime cómo te sientes.
—Su tono había cambiado a muy suave.
—¿Por qué? —susurré, resistiendo la urgencia de cerrar mis ojos. Si lo hacía, una lágrima
escaparía. Nunca lloraba. No desde el accidente de NY. Lidiaba con ello. Maldito seas,
Jaime Followhill. Yo lidiaba con las cosas.
Jaime acarició mi mejilla, inclinado mi rostro para encontrarme con su mirada.
Lentamente, trajo su frente contra la mí y cerró sus ojos, liberando una derrotada
respiración.
—Porque también lo siento.
Quería que me besara. Que me besara fuerte y suave a la vez, un beso que me asegurara
que no estaba loca por descubrir lo que acababa de descubrir sobre este desgastado sofá
en este diminuto apartamento.
Que estaba enamorada de mi alumno.
Había intentado convencerme que sólo se trataba de sexo. No lo era. Eran las noches de
pizza y risas bajo mi barata manta que picaba y diciéndonos por nombres estúpidos. Yo
era Pequeña Bailarina, mientras él era Lengua de Jirafa, por razón que me daban
incontables orgasmos.
Era mirar películas de Tarantino y robar apasionados besos en la escuela, dos ladrones
del placer, rogando por confesar su crimen. Estaba encantada, desesperada y poseída. Y
sabía con certeza que una vez que se graduara y se mudara para la universidad, el golpe
sería tan fuerte como mi accidente del metro.
Bailar era mi vida.
¿Pero Jaime? Jaime es mi vida, me di cuenta.
Tomó un trago del tequila, colocó la tapa de nueva cuenta y me jaló hacia él, sosteniendo
la parte de atrás de mi cuello para llevar mis labios hacia los suyos.
—Pregúntame. —Su aliento impregnado con alcohol flotó dentro de mi boca.
—¿Verdad o reto?
—Verdad. Y va a ser fea. Abróchate el cinturón. —Me soltó, alejándose, sus ojos
cerrándose. Frustración y dolor irradiaban de su rostro y se dejó caer en el sillón, luciendo
casi derrotado. Este no era el Jaime que conocía. El diablo con la sonrisa que hacía caer
bragas.
Preocupación carcomía mis entrañas.
—La primera vez que te vi —comenzó—. Quise estampar mi nombre en tu trasero, dejar
que todos supieran que iba a ser el único chico que tocara esa mierda. Lucías como una
princesa, Mel. Una increíblemente atractiva princesa con una postura perfecta y rizos
revueltos. —Sonrió—. Por supuesto, hacer algo así estaba fuera de lugar. Una fantasía.
Luego vine a casa el primera día de mi tercer año y mamá no dejaba de hablar sobre
ti. Melody esto y Melody aquello. Cuán mal hacías tu trabajo, cómo ibas a arruinar el legado
del señor Pitterman, blah, blah, tonterías, blah. Te odiaba. Sólo te dio el trabajo porque se
murió tan repentinamente.
Me estaba diciendo cosas que ya sabía, pero eso no las hacía menos dolorosas. El antiguo
profesor de Literatura había muerto de un ataque al corazón dos días antes que iniciara la
escuela. La directora Followhill tuvo que actuar rápidamente.
—Te volviste el tema favorito en la mesa durante la cena. Odiaba tu trasero. —Jaime tomó
un trago, haciendo un gesto por el amargor del tequila—. Eras bonita y joven y
complemente poco impresionada por su poder y el estatus y hedor a dinero que corría
por nuestro pequeño y jodido pueblo —dijo con sus ojos fuertemente cerrados.
Avergonzado, probablemente por primera vez en su vida—. Eras una buena maestra. Es
por eso por lo que nunca te molesté. No era tu culpa que fuéramos un montón de idiotas
privilegiados.
Coloqué mi mano sobre su brazo. Bebió un poco más.
Tu dolor es mío y quiero cargar con él, porque puedo. Porque es lo que hago. Cargar con mi
dolor todo el tiempo. Déjame llevarme el tuyo, le rogó mi toque.
—Le dije a mamá que se callara muchas veces. No solo porque quería defenderte sino
porque hablar de ti estaba alimentando a un monstruo dentro de mí. Hablar sobre ti solo
hacía que fuera más difícil ignorarte. Tan malditamente atractiva… —Asintió y mordió su
labio, sus ojos todavía cerrados—. Cuando escuché como habías abandonado Julliard,
quise morirme por ti. Tenía la sensación que enseñar no era tu vocación. Seguía pensando
en ti a los dieciocho años. A mi edad. Tu corazón roto por la mala suerte, hecho pedazos
por un accidente que te había dejado con más que una cicatriz física.
Me moví en mi pequeño sillón. Me sentía más pequeña con cada palabra que decía. Mi
mirada se movió hasta mis manos. Estaba halagada. Estaba horrorizada. Pero más que
nada, estaba confundida.
—¿Estuviste pensando en mí durante todo el año?
Resopló una triste risa.
—Más que pensar. Seis semanas después que la escuela iniciara, tuve una gran pelea con
mi mamá. El entrenador Rowland estaba molestando a Trent por romperse el tobillo.
Como si él hubiera planeado lastimarse y joder todo su futuro en el futbol americano.
Finalmente defendimos a Trent contra el entrenador, pero mamá defendió a Rowland. Mi
pelea con ella me dejó tan frustrado que cedí a mi debilidad por ti. Te seguí hasta tu
apartamento, intenté echar un vistazo por la ventana de tu dormitorio. No sé por qué hice
eso. Era como beber una maldita bebida energizante. Sólo quería tranquilizarme.
Jaime abrió sus ojos azules retándome.
—Eras el perfecto pecado para ser cometido, Melody. Rogando ser tomada. Intocable por
el resto de apariencias y privilegios en Todos Santos. Fui flechado. Desde es día en
adelante, te seguía donde quiera que fueras como un ansioso cachorro. Al supermercado,
a la gasolinera… al maldito parque cada mañana antes de la práctica, donde te observaba
haciendo posiciones de yoga e intentaba no masturbarme detrás de un árbol. Te seguí en
citas a ciegas y cuando me di cuenta que nunca conocías primero a los idiotas, también
encontré tu cuenta de citas en línea y abrí un perfil bajo un nombre falso solo para sí
poder acosarte mejor.
Mi mano temblaba cuando la coloqué sobre mi boca. Nada de eso sonaba como el chico
con el que salía. Quise decir, follaba. No, espera, salía. Definitivamente salía. En los últimos
diez minutos, esta relación se había movido más rápido que un velocista en un buffet de
pasta de todo lo que puedas comer.
Otro trago. Otra respiración profunda. Otra espina en mi corazón.
Jaime se estaba adentrando en el territorio de la ebriedad con cada verdad que salía por
su boca.
—Estoy escuchando —apunté, temerosa que fuera a cerrarse.
—Hace tres meses, atrapé a mi madre engañando a mi padre con el entrenador Rowland.
En mi cama.
Jadeé. Estamos corriendo descalzos por un campo minado de emociones y Jaime acababa
de explotar una bomba militar bajo mis pies.
El papa de Jaime nunca se había molestado con participar en el tren de los chismes que
viajaban por Todos Santos. No sabía mucho sobre él. Sólo que era conocido como un
altruista quien trabajaba con varias caridades grandes y que a pesar de su privilegiado
linaje no estaba demasiado interesado en la ostentación y el glamour.
—No sé que parte es peor. Que dejara al entrenador abusar emocionalmente de Trent
durante años o que estuviera follando al bastardo en mi cama. Me gusta pensar que la
ubicación simplemente fue bastante conveniente. De todas formas, mi cama siempre olía a
sexo y nunca estaba tendida. —Sus ojos brillaron con dolor.
Envolví mis manos alrededor de su cuello.
Jaime habló en mi cabello, su barbilla presionada contra mi hombro.
—Follar a alguien que odiaba sonaba como una buena terapia. Así que empecé a planear y
tú y yo empezamos a hablar más en ese sitio de citas. Te abriste conmigo. Me dijiste lo que
te gustaba y lo que no. Tu gusto en música. Películas favoritas. Vacaciones de ensueño,
revelando capa tras capa. Y cuando fue tiempo de atacar, arreglé una cita. Era el perdedor
que todavía vivía con su madre a los veintiséis.
Bastado.
Me reí. Se rio. Luego me quedé en silencio y comencé a llorar. Malditas hormonas. Limpió
mis mejillas y me ofreció el tequila. Se lo quité y tomé un trago. Todo era un caos.
—Eres un verdadero idiota, Jaime.
Jaime frotó su cabeza, despeinando su glorioso moño.
—¿El mensaje de texto que recibiste cuando retrocediste de tu lugar de estacionamiento?
Planeado ¿La razón por la que chocaste contra mí? Lo arreglé, Mel. El mensaje fue una
distracción deliberada. Una trampa. Pero ¿sabes cuál es la peor parte?
Sacudí mi cabeza, sintiendo mis lágrimas, calientes y furiosas, cayendo por mi rostro.
Me miraba fijamente a través de ojos delineados en rojo. No había llorado, pero sabía que
se estaba conteniendo.
—En algún lugar entre la misión de querer follarte y rebelarme en secreto contra mi
madre, me enamoré de ti. No fue un proceso hermoso. Maldición… —Se rio, frotando la
parte posterior de su cuello—. Ni siquiera fue romántico. Pero sucedió. Porque soy fuerte
pero vulnerable. Ingenioso como el infierno, pero no resentido o deliberadamente
malvado. Porque tuve que perseguir tu trasero hasta convencerte y de todas formas me
mantienes a la expectativa. Pero si vamos a seguir haciendo esto, donde tengo que
convencerte que me des la hora del día mientras mirar por encima de tu hombro,
intentando constantemente de deshacerte de mí, necesito retirarme antes de terminar
herido.
Tomó mis mejillas y arrastró mi rostro hasta encontrar el suyo.
—Los hombres con grandes pollas tenemos corazones frágiles. Ya conoces el dicho: gran
polla, gran corazón. Bueno soy la prueba que eso es cierto.
Dejé salir una risa jadeante. Nuestras narices se rozaron y mi respiración se entrecortó.
Un momento de silencio transcurrió.
—Entonces… ¿eres mía, Melody?
¿Lo era? Sí. Sin un rastro de duda, lo era. Dios, ¿realmente íbamos a hacer esto?
Asentí, resoplando mi nariz corriente.
—De nadie más. —Apreté mis labios, probando lo salado de la tristeza que acompañaba
esa declaración.
Nuestros labios chocaron, necesitados y demandantes No estaba enojada. No estaba
asustada. Por primera vez en mucho tiempo solo estaba… contenta.
Un sentimiento extraño del que quería más. Una droga a la que me volvería adicta.
—Necesitas regresar a bailar —dijo Jaime a través de ruidosos y descuidados besos—. Tu
pierna ya está bien.
—Tengo veintiséis años —resoplé, más lágrimas cayendo, pero todavía nos estábamos
besando—. Eso es ciento ochenta y dos en años de perro y como doscientos dos en años
de bailarina.
—Entonces instálate en algo afuera de una compañía de ballet, abuela. Enseña.
Finalmente, me aparté de su rostro, inhalando. Golpeteé mi labio inferior con mi dedo.
—El estudio de baile de aquí es de una amiga de mi madre.
—Entonces encuentra un estudio en San Diego. Es un camino de solo treinta minutos.
Puedes cumplir tu sueño y, aun así, vivir cerca de mí.
Whoa, ¿qué? Eso me tomó por sorpresa. Mis cejas se unieron y busqué en su rostro.
—Jaime, te vas a mudar a Texas. Vas a ir a la universidad allá. Tiene un gran futuro
planeado.
Sostuvo mi mirada, ignorando mis palabras por completo.
—Incluso puedes enseñar ballet en LA. Vicious irá a la universidad allá. Si él puede entrar,
yo también puedo.
Me pregunté si estaba ebrio o simplemente loco. Sonaba como si ambas cosas.
—Vicious no es mejor modelo a seguir. Sólo se está tomando un pequeño descanso antes
de destruir esta ciudad hasta las cenizas. Ambos sabemos eso.
Jaime sacudió su cabeza, una sonrisa triste en su rostro.
—Incluso si lo hace, le ayudaría a encender la mecha. Los HotHoles se mantienen juntos.
Así somos. —Enlazó sus dedos con los míos.
—No vas a quedarte aquí —declaré. Aun cuando, egoístamente, no quería que se mudara.
Además, la mera idea de él viviendo en Texas, lejos de mí, hacía que mi piel se erizara.
—Tonterías. Me voy a quedar donde están las únicas personas importantes para mí. Tú.
Vicious. Trent. Incluso Dean podría quedarse si Vicious no lo mata… —Se interrumpió.
—¿En Defy? —pregunté.
—No es eso. Es algo más complicado.
Sacudí mi cabeza. Tanto como me gustaba tenerlo en los alrededores, era mejor si se iba.
Este lugar era el infierno. La ciudad de los santos estaba llena de pecadores. Él ya había
sido corrompido, pero no más allá de lo reparable.
—No. —Hice mi voz más firme, intentando utilizar ese tono autoritario de profesor que
mis padres dominaban tan bien—. Dijiste que me amabas. Si lo haces, entonces
prométeme que te irás de aquí antes de resultar herido. Y no más Defy. —La gente
probablemente ya había sido herida, pensé—. Vete, James.
—No puedo. —Llevó mis manos a sus labios, besando mis nudillos uno por uno—. No voy
a dejarte aquí o en cualquier otro lugar. Oye, de todas formas, nunca quise ir a la
universidad en Texas. ¿Sabes cuán peligroso es lucir así de bien en un campus tan grande?
Podrían drogarme, señorita G.
Me guiño un ojo. Me reí, pero murió rápidamente.
—Entonces al menos prométeme que mantendrás a Vicious alejado de Millie —suspiré. La
quería segura, por fa misma razón que yo quería estar segura. Era una mini yo. Aunque
antes que estuviera rota.
—Nunca permanecerá alejado de ella. —La expresión de Jaime se puso más tensa—. Uno,
porque quiere arruinarla. ¿Y dos? Vive demasiado cerca. Sus padres trabajan para los
Spencer.
Sospechaba que ella era la complicación que mencionó y ahora lo había confirmado.
También era una buena distracción para nosotros. Este no era el momento correcto para
hablar sobre nuestros planes como pareja. Jaime estaba demasiado ebrio. Demasiado
emocional para pensar claramente.
Ambos lo estábamos.
Pero muy en el fondo, mis verdades estaban empezando a atravesar mis capas de
indiferencia. Y me decían que no se trataba del alcohol o de la hora o de las
inconvenientes charlas sobre el futuro.
Era sobre nosotros. Existía un nosotros.
Capítulo 10
Al siguiente día, desperté diferente.
No sé cómo sucedió, pero lo hizo y todo era culpa de Jaime. ¿Ese vacío que giraba en mi
interior como una tormenta, negándose a tranquilizarse a pesar de mis mejores
esfuerzos? No estaba ahí al siguiente día.
Después del accidente que terminó con mis estudios en Julliard, pensé que nunca
escaparía de ese sentimiento vacío. Ciertamente, cuando tu carrera y sueños te consumen,
te atormentan, como amargos recuerdos que muerden tu piel cada vez que ves una
fotografía de una bailarina o escuchas sobre una compañía de baile en la ciudad, no
puedes recuperarte de ello y encontrar algo más que llene el vacío.
Ese vacío.
Lógicamente, asumí que probablemente iba a conocer a un chico. Casarme. Comenzar una
vida. Todavía tenía cosas por hacer y lograr y algunas de ellas incluso podrían ser
divertidas. Pensaba que tal vez, encontraría mi llamado en algún otro lugar. No enseñando
literatura en preparatoria, pero ¿tal vez con mis hijos? Probablemente podría ser una
buena mamá. Una mamá que llevara a sus hijos a clases de fútbol. Vivir a través de mis
hijos.
Pero a la siguiente mañana, cuando desperté en los brazos de mi estudiante, no se sentía
como mi estudiante. Se sentía como mi mentor. Como un hombre que sabe el camino
hacia esa escurridiza y evasiva cosa llamada felicidad.
No solo físicamente. La forma en que sus duros músculos y largo cuerpo me envolvía. El
hecho que fuera tan alto y ancho, me hacía sentir protegida y apreciada. Era su calor, no
solo de su piel, sino por quien era, que me llenaba con algo que no era vacío.
—Esta es la parte en que huyes de esto, Mel —susurró en mi oído, su ronca voz matutina y
su erección matutina dura contra mi espalda baja. Estábamos acurrucados y no podía oler
su aliento matutino, pero apostaba que no era tan malo como el de la persona promedio.
El chico era simplemente molestamente perfecto.
—Corre, señorita Greene. Tan rápido como quieres. Voy a atraparte y voy a divertirme
mostrándote que no hay forma de escapar de esto.
Me di la vuelta para quedar frente a él, el espacio entre nosotros caliente por dormir
juntos en mi nuevo lugar. Sonreí, una sonrisa que no era controlada o calculada.
Tiró de mi mano desde debajo de las mantas y presionó mis dedos contra sus carnosos
labios.
—Mierda, la señorita Greene se volvió valiente.
—Estoy a punto de volverme más valiente y ofrecerte desayuno. —No sabía lo que decía o
por qué lo decía, pero sabía que no quería que se fuera. No todavía.
—Literalmente no comiste nada más que alcohol. —Jaime se rio con una risa gutural del
tipo que sale por tu boca después que tuviste una larga noche de sueño.
—Saldré y compraré algunos víveres. Espera aquí. —Le di un medio encogimiento de
hombros.
—O aquí hay una mejor idea. Te llevaré a una cafetería local. Ahora, ¿qué piensas de eso?
—Tomó mi cintura y me atrajo contra su cuerpo caliente, presionando su erección entre
mis muslos.
Suspiré, mis dientes hundiéndose en mi labio inferior hasta que casi sangré. ¿Cómo podía
estar tan sexualmente frustrada cada vez que no estaba dentro de mí? Obviamente
teníamos un montón de sexo.
—Creo que estás demente. La gente podría vernos.
—Iremos a algún lugar a las afueras de la ciudad. Tal vez cerca de la autopista. Deja de ser
tan paranoica. Todos Santos está llena de gente blanca viaje y adinerada. No se aventuran
más allá de los límites de la ciudad sin una buena razón. Están demasiado asustados por
las masas de plebeyos en el mundo exterior.
Dejé salir una pequeña risa. Por supuesto que tenía razón.
—Estamos aquí jugando algo peligroso, Jaime —advertí.
—No conozco otra manera de jugar.

***

Otro mes pasó. Mi relación con Jaime se volvió alarmantemente íntima. Movió la mayoría
de sus cosas a mi apartamento y se quedaba a dormir el noventa por ciento del tiempo. No
pude decirle que no después que me confirmara sobre su mamá y el entrenador Rowland.
No conocía a mucha gente que podría estar ansiosa por dormir en la misma cama que su
mamá utilizó para engañar a su esposo. Pero mientras disfrutábamos de más sexo, más
llamadas telefónicas, más noches de pizza y más charlas sobre nuestro futuro incierto,
más, más y más, se volvió evidente que estábamos comenzando a levantar las cejas de las
personas.
Vicious nos atrapó con las manos en la masa, besándonos mientras nos ocultábamos
detrás de la SUV de Jaime en el Liberty Park después de una caminata de medianoche.
(Solo salíamos juntos cuando sabíamos que todos los demás estaba dormidos). Vicious no
lució sorprendido. Solo nos ofreció su usual fruncimiento, gruñendo sobre cómo le
repugnábamos y siguió su camino, probablemente buscando a una victima para asesinar
esa noche. Mantuvo su boca cerrada.
Pero otra gente no lo hizo. En la escuela, las chicas se estaban poniendo inquietas. Jaime
no les daba ni la hora del día y aun cuando invitó algo sobre una novia que vivía en LA,
nadie le creyó. ¿Este HotHole en una relación estable? ¿Una relación que además también
era a larga distancias? Pff. Sí, claro.
Un día, una animadora llamada Kadence fue tan lejos como para seguir a Jaime de vuelta a
mi apartamento y les reportó a las masas que había rentado un lugar propio. Simplemente
estuve agradecida porque no supo que el lugar era mío y porque la escuela iba a terminar
en algunas semanas.
Pero todo era demasiado bueno para ser verdad. La última semana de escuela, descubrí
eso.
Comenzó con el inocente sonido de un mensaje de texto repicando en la oscuridad,
seguido por un anuncio.
—Voy a salir —dijo Jaime.
Eran treinta minutos después de la media noche y ambos estábamos acurrucados en la
cama. Su mamá pensaba que se había mudado con Vicious y Spencer confirmó la mente.
Sorpresivamente, su padre y madrastra también lo hicieron. Este chico si que controlaba
todo a su alrededor, sus padres incluidos.
—¿A dónde vas? —Respiré más de él en mí, todavía aferrada a su cintura. Se levantó, se
sentó en la cama y envió un mensaje de texto, evitando el contacto visual.
—No lo hagas. —Su voz fue severa. Cortante.
Me enderecé en la cama, frunciendo el ceño.
—Jaime, ¿qué sucede?
Gruñó, colocando una camiseta blanca sobre su pecho desnudo. Sin importar cuantas
veces lo viera desnudo, siempre me ponía un poco triste cuando cubría esos
espectaculares abdominales.
—No pasa nada. La última vez que revisé, no era contra la ley salir a pasar un rato con tus
amigos.
Todavía no había volteado a verme.
—Sí. —Tomé su brazo, instándolo a que me mirara—. Pero es contra la ley hacer la mitad
de la mierda que Vicious los hace hacer. Así que es de mi incumbencia lo que pase.
—De hecho —se apartó de mi toque, volviéndose y sonriendo apretadamente—, eso es
exactamente por lo que no te voy a decir una mierda. Sólo te arrastrará hacia una pila de
mierda a la que no estoy dispuesto a involúcrate. Regresaré más tarde. —Besó mi siente—
. Si necesitas algo, envíame un mensaje.
—Has sido desafiado —dije secamente.
Me ignoró, agachándose y atando las agujetas de sus zapatos.
—Vicious quiere que hagan algo por él, ¿eh?
—No te preocupes.
Como el infierno que no.
—Estoy completamente preocupada —dije entre dientes.
Petrificada podría ser una mejor palabra para describir mis sentimientos en ese
momento. Vicious siempre aparecía con su estúpida mierda y los HotHoles siempre
jugaban sus peligrosos juegos.
Observarlo alejarse removió algo en mí que pensé que ya no existía. Ira. Rabia. Curiosidad.
Estaba cansada de ser dirigida. En las relaciones. En las situaciones. Cansada de aceptar
todo lo que me era entregado: mi sueño roto, mi pierna rota, mi carrera poco brillante y el
trabajo que odiaba.
Me senté en la cama, alerta. Escuché el silencioso motor de la Range Rover encendiéndose
en el exterior y esa fue mi señal.
Me metí en mi desvencijado Ford y seguí su vehículo durante todo el camino hacia la
playa.
Capítulo 11
No había manera en que fuera a ser capaz de ocultar mi auto en el estacionamiento
desierto que daba hacia la marina, así que me estacioné en una gasolinera en Main Street,
cerca del agua y me dirigí rápidamente al interior de una tienda de conveniencia. Sus
ventanas daban hacia donde Jaime había estacionado su Range Rover. Una campana sonó
por encima de mi cabeza cuando entré a la tienda desierta y tenue música india me saludó
desde la radio llena de estática. Una hermosa chica con largo cabello negro sonrió desde
detrás de la caja registrador, su mirada regresando a su libro. Esconderme dentro de la
tienda de conveniencia me permitía observarlo sin ser atrapada. Considerando que Jaime
no era ajeno a acosar, intenté minimizar mis acciones, justificándome internamente.
Mi novio me dejó en la mitad de la noche sin explicación alguna. Merezco respuestas.
Observé el gran cuerpo de Jaime a través de la puerta de vidrio, trotando a través del
estacionamiento mientras se acercaba a Trent y a Dean en la orilla de los muelles de la
marina. Se palmearon las espaldas los unos a los otros, hablando animadamente antes que
Jaime rompiera el circulo. Luego caminaron hacia los muelles de madera donde todos los
famosos yates de Todos Santos estaban atracados.
Entonces la moneda cayó y con ello mi corazón. No era una pelea de Defy. Era venganza.
Se estaba cocinando una revancha y la idea de hacer pagar a la gente mala.
Rowland.
Los Rowland tenían un restaurante en un gran bote, uno de los más lujosos en SoCal,
atracado a lo largo de uno de los muelles. Era su orgullo, alegría y principal fuente de
ingresos. Por consiguiente, era el lugar más apto para que los HotHoles quisiera aplastarlo
y eliminarlo de la faz de la tierra.
Saliendo rápidamente de la tienda de conveniencia, corrí hacia la marina lo
suficientemente rápido como para dejar un rastro de humo detrás de mí.
No me oponía totalmente a la idea que Jaime se quedara en Todos Santos. La parte egoísta
(mejor conocida la más grande) de mi personalidad quería que se quedara cerca. Lo
amaba y quería tener hermosos bebés con él. (No estaba lo suficientemente loca como
para decir eso en voz alta. Por otro lado, él era mi acosador, así que Locura era un idioma
del que ambos teníamos buen conocimiento). Pero era un juego totalmente diferente,
dejarlo hacer algo demente que pudiera arruinar su vida permanentemente. Incluso
Baron Spencer y sus locuras no estaban por encima de la ley cuando se trataba de
crímenes serios.
Y Vicious se tomaba su venganza. Muy. Malditamente. En. Serio.
Corrí por la rampa de los patinadores que daba hacia la marina y recorrí el muelle entre
dos yates gigantes. Uno de ellos era de los Spencer, Marie, en honor a la fallecida madre de
Vicious y el otro pertenecía a un magnate árabe quien tenía una casa de verano en Todos
Santos, pero realmente nunca se molestaba en pasar por ahí. Me permitió tener un buen
ángulo de los chicos, quienes, justo como lo sospeché, se detuvieron frente a La Belle, el
bote de los Rowland y restaurante exclusivo.
Trent sostenía un recipiente con veinte litros de gasolina mientras Dean habla en el
teléfono, su voz inaudible para mí. Jaime saca su celular y parece estar enviando un
mensaje de texto. Unos momentos después, mi teléfono vibra en mi bolsillo. Por suerte, lo
silencié antes de llegar aquí.
Jaime:
Pasando la noche en casa de Vic. No me esperes despierta.
Furia fluyó por mis venas, crepitante e incontenible. Sabía por qué lo hacían. Jaime odiaba
al entrenador Rowland por follar con su mamá. Trent odiaba al entrenador Rowland por
reírse cuando se rompió su tobillo durante la temporada de futbol americano y a su hijo
por romperlo una segunda vez. Vicious… él simplemente odiaba a todos en general. ¿Y
Dean? Dean parecía amar todo y a todos en su vida, el jugador con la grande y genuina
sonrisa, pero lo había visto. Visto debajo del perfecto y brillante exterior. Y lo que vi no fue
bonito. Ni de cerca.
Independientemente de cómo cada uno de ellos veía a la venganza, los HotHoles eran
como hermanos. La nueva lesión en el tobillo de Trent, como mi caída en el metro, fue el
beso de la muerte para su carrera en el futbol. Alguien había pagado por engrasar el suelo
de la sala de los casilleros.
El dinero de los Rowland era el premio.
Los HotHoles esperaron en el muelle junto a La Belle hasta que Vicious apareció en la
parte superior de las escaleras que llevaban desde el estacionamiento hacia la marina.
No estaba solo.
Toby Rowland, amordazado, atado en las muñecas y sudando como una puta en una
clínica de enfermedades de transmisión sexual, estaba parado junto a él. Tenía una
mancha de orina con la forma de un riñón, sobre su entrepierna. No peleaba, solo miraba
hacia el suelo, sollozando en silencio.
Vicious estaba en modo de completo idiota esa noche. Descendió las escaleras detrás de
Rowland, empujándolo un escalón a la vez, sonriendo como un maldito novio en el día de
su boda. La marina estaba bien iluminada, así que no fue difícil verlo tronando su cuello,
sus bíceps flexionándose con anticipación.
—Miren quién decidió unírsenos. —Su voz era baja, burlona. Envió escalofríos por mi
espalda. Algunas veces me preguntaba si los padres de Vicious lo había concebido sobre la
tumba de Hitler o si su mamá había tenía un extraño accidente que involucrara veneno y
vudú mientras estaba embarazada. Era demasiado aterrador para ser un adolescente.
Demasiado peligroso para alguien quien creció en pretenciosa opulencia. Demasiado
muerto para un ser humano viviente.
Rowland y Vicious se detuvieron en el último escalón, donde Vicious lo empujó para que
cayera hacia el muelle. Toby hizo un gesto de dolor ante la mordaza en su boca, tosiendo.
Jaime y Dean lo levantaron y quitaron la tela de su rostro.
—Oh, hombre, tu boca está sangrando. Aquí, déjame ayudarte. —La mano de Jaime se
estiró hacia el rostro de Toby antes que lanzara su brazo hacia atrás, depositando un
fuerte golpe directamente en su nariz.
La cabeza de Toby voló hacia atrás aterrizando contra el pecho de Vicious.
Vicious tomó los brazos de Toby, siseando en su oreja casi eróticamente.
—No te preocupes, te tengo. No los dejaré que te lastimen. Planeo hacer yo mismo todo el
daño.
Trent se acercó y bloqueó mi vista con su amplia espalda. Todo lo que veía eran las tres
espaldas de los HotHoles. Vicious y Toby bien ocultos detrás de los otros chicos.
Escuché a Toby llorando y sollozando, andando con dificultad, rogando, gimiendo,
tratando de liberarse. Luego Dean se hizo a un lado, permitiéndome el primer vistazo del
nuevo rostro de Rowland.
Hinchado.
Sangrado.
Destruido.
Ver las marcas, oler la sangre, en persona, se sintió mucho peor que mirarla hasta el lunes
en la mañana. Los cuatro HotHoles estaba tan perturbados. Cada uno tenía su propia
razón para estarlo. Sabía lo que carcomía a Jaime… pero no sabía por qué los demás eran
tan adeptos a alimentar y consumir tanto dolor.
Ahora Jaime sujetaba el cabello de Toby mientras estaba sobre sus rodillas. Vicious se
agachó para sentarse en un escalón, encendiendo un cigarrillo despreocupadamente y
apuntando su encendedor hacia La Belle. Sus nudillos goteaban sangre y sus pálidas
mejillas estaba sonrojadas. Aun así, cuando abrió su boca, tranquilidad se derramó de
cada una de sus palabras.
—Lindo bote el que tiene tus padres. ¿Cuántos años invirtieron en ese lugar para
banquetes? Mi mamá solía decir que su pasta sabía como bolas rancias.
Toby suspiró con derrota, apenas sacudiendo su cabeza, mientras Dean y Trent se reían.
—Está bien, tienes razón. Realmente no decía eso. Ella no sabría cómo saben las bolas
rancias. Pero tu mamá si lo sabe, ¿cierto? Rowland es un desagradable pedazo de mierda.
Estaba Segura que vi el rostro de Jaime contraerse, pero quizás era porque tenía
conocimiento de su secreto.
—¿Unas últimas palabras antes que quememos esta belleza hasta las cenizas? —Vicious
dejó salir el humo, jugando con su encendedor.
—Por favor. —Toby resopló y tosió—. Solo… por favor.
—Arruinaste mi carrera —dijo Trent a través de una tensa mandíbula, sus puños
apretándose—. Y no me diste la opción de rogar por mi pierna antes que engrasaras el
suelo del cuarto de los casilleros. ¿Fue idea de tu papá? ¿O él simplemente miró hacia el
otro lado?
—Lo s-s-s-siento mucho. —Las palabras de Toby estaba empapadas con saliva roja.
Vicious se levantó, palmeando el hombro de Trent.
—El chico dice que lo siente. ¿Eso cuenta para algo?
Trent sacudió su cabeza lentamente, sus ojos fijos en Toby. Vicious se giró hacia Rowland
y se encogió de hombros.
—Aparentemente, lo siento no es suficiente. Así que supongo que regresamos al plan A.
Trent dio un largo paso hacia La Belle, quitó la tapa del recipiente de veinte litros y subió
los escalones que llevaban hacia el yate y el restaurant que estaba dentro. El hedor a
gasolina llenó el aire. Vicious todavía jugaba con su encendedor, moviendo su dedo
provocativamente.
Prendido.
Apagado.
Prendido.
Apagado.
Prendido…
Normalmente la marina era patrullada con regularidad. No tenía duda que los HotHoles
tenían algo que ver con la ausencia de seguridad. Trent vertió gasolina desde la entrada al
restaurante a lo largo de la cubierta de madera y por los escalones de la marina en una
línea de detonación. Después que lanzará el recipiente vacío al agua, caminó hasta quedar
a un costado de Vicious y colocó una mano sobre sus hombros con un pequeño
asentimiento. Esa era la señal para Baron Spencer.
—Adiós, La Belle. Serás extrañada… pero no por nosotros. —Vicious se rio oscuramente,
llevando el encendedor prendido hacia el rastro de gasolina.
Un silbido de flamas surgió a la vida. Fuego se extendió por los escalones y atravesó la
cubierta hacia la puerta del restaurante.
—¡Vamos!
Los chicos se dieron la vuelta, sosteniendo a Toby como un prisionero en ambos brazos y
lo arrastraron de vuelta hacia el estacionamiento. Se aseguraron que su rostro estuviera
volteado hacia la marina, así podría ver la destrucción de la más preciada posesión de su
familia. Las flamas se elevaron y humo negro envolvió el yate en un asfixiante abrazo.
Tenía que escapar. Me di la vuelta y corrí.
¿Por qué no los detuviste, Mel? Conocía la respuesta para esa pregunta. La venganza estaba
justificada. Los Rowland merecían la ira de los HotHoles.
Corriendo por las escaleras, la histeria tomó el control de mi cuerpo mientras el calor del
fuego lamía mis piernas, escuché el repiqueteo de algo cayendo detrás de mí. No tenía
tiempo para recogerlo. Ni siquiera para darme la vuelta y revisar qué era. Hui de la escena
y regresé rápidamente a mi apartamento.
Cerré la puerta. Dos veces. Hice inventario: llaves, celular y bolso.
Todo estaba ahí.
Suspiré con alivio y arrastré mi cuerpo hacia el suelo, mi espalda contra la puerta.
Segura. Por ahora.
Pero entonces se me ocurrió que no me importaba mi seguridad. No tanto como me
importaba la de él.
No se suponía que supiera donde estuvo esa noche, pero no pude evitar enviarle un
mensaje de texto, solo para revisar que estuviera bien.
Yo:
¿Se están divirtiendo?
Jaime:
Claro que sí. Pero no puedo dejar de pensar en ti.
Yo:
¿Es por eso que te fuiste sin explicar?
Jaime:
Sí, Mel. Es exactamente por eso que me fui sin explicación. Porque pienso en ti antes
de pensar en mí. Recuerda eso siempre, Pequeña Bailarina. Siempre.
Capítulo 12
—Señorita Greene. A mi oficina. Ahora.
El rostro de la directora Followhill era un relámpago a punto de estallar y sabía que
estaría liberando una tempestuosa tormenta contra mí en el momento en que entrara a su
oficina. No importaba. Justo ayer había estado presente mientras su hijo, mi novio,
cometía un crimen grave. Era la última semana de clases y ya había empezado a solicitar
trabajo en escuela cercanas para el próximo año. Ya no tenía ningún poder sobre mí.
O al menos eso pensaba.
Entré en su oficina y cerré la puerta, tomando asiento silenciosamente.
—¿Directo al punto? —Se inclinó sobre su escritorio, sus piernas cruzadas—. Deme una
buena razón por la que no debería llamar a la policía y hacer que te arresten justo aquí en
las instalaciones de la escuela.
Mi corazón se detuvo, justo ahí. ¿Qué?
—¿Disculpe? —Mis cejas se levantaron rápidamente. Mi pulso vibrando entre mis orejas.
Followhill golpeteó su brillosa uña sobre su escritorio y me dirigió una sonrisa poco
sincera.
—Déjeme refrescar su memoria: gran incendio. Yate quemado. Una familia devastada.
Todo sucedió ayer. Ahora, de nuevo, señorita Greene… —Se inclinó más cerca de mí,
susurrando—. Deme una buena razón para no llamar a nuestro amado jefe de policía.
Tomé una profunda respiración, cerrando mis ojos para reunir fuerza.
—¿Razón número uno? Porque yo no lo hice.
—El señor Rowland y su hijo, Toby, parecen pensar lo contrario. Dicen que le prendió
fuego a La Belle anoche. Queriendo vengarse del personal de la escuela antes de irse de
aquí. El restaurante de la familia está arruinado. —Inclinó su cabeza hacia un costado, una
sonrisa de suficiencia extendiéndose en su rostro.
Pánico explotó en mis venas y mi cabeza se convirtió en un revuelto desorden de ideas
incoherentes. Tenía tanto que decir y nada salía de mi boca, todo al mismo tiempo, así que
me decidí por:
—¿Cómo?
—También estuve escéptica al principio. Dije que por qué lo haría. Pero entonces hubo
evidencia. —Abrió su cajón, apareciendo un collar. Mi collar. Mierda. Eso es lo que se me
cayó anoche mientras corría. El ancla de plata destellaba entre sus dedos.
Lo lanzó hacia mí, sacudiendo su cabeza.
—Y también un motivo. Supongo que ha escuchado que la hermana del entrenador
Rowland, Chelsea, va a tomar su puesto para el próximo año.
De hecho, no tenía idea y puedo decir que tampoco me importaba mucho. En este
momento, no me quedaría en el trabajo incluso si me ofreciera un salario con siete cifras.
—¿Eso es todo lo que tiene? —murmuré, cruzando mis brazos sobre mi pecho—. La gente
todavía tiene permiso de caminar por la marina de su precioso pueblo. Eso no los hace
culpables de incendiar yates al azar.
—Toby me lo dio esta mañana. Jura que te vio hacerlo.
Tuve suficiente. Me levanté rápidamente de mi silla y la mira.
—Sabe exactamente quién lo hizo. —La rabia consumía cada centímetro de mi cuerpo y
golpeé mi puño contra su escritorio—. Y tengo el presentimiento que también sabe por
qué. Esto es chantaje. —Mis labios se fruncieron—. Dos veces en un semestre —añadí.
La directora Followhill se levantó lentamente, mirándome directo a los ojos.
—¿Crees que no sé que estás durmiendo con mi hijo? Tienes el ojo puesto en su fortuna,
su dinero, ¿su futuro? —Su tono era bajo y su intensión era clara—. Estás demente si crees
que voy a dejar que te acerques a mi casa y a mi dinero. Deja que se vaya a la universidad,
pequeña zorra. Déjalo en paz.
Nuestros pechos estaban tan cerca que podía escuchar sus respiraciones. La habitación
estaba caliente, pero yo tenía frío. Nada se sentía correcto. Nada.
—Es libre —me burlé, sacudiendo mi cabeza—. Él me eligió.
—Entonces no le des la opción —dijo entre dientes, la furia haciendo que los músculos de
su rostro se contrajeran.
—¿Por qué? ¿Porque usted lo dice? —Nuestros rostros casi estaban tocándose, demasiado
cerca para mi gusto, pero no retrocedí. Nuestros pechos se rozaban y odié el aroma de su
Chanel No. 5 y costosos cosméticos en mi nariz.
—Porque tengo un montón de poder en este pueblo. Porque lo que estás haciendo está
mal —dijo con amargura, terminando en un susurro—, porque nadie puede siquiera saber
que eso sucedió. No a una familia como los Followhill.
Estuve tentada a decir que debería recordarse sobre su reputación la próxima vez que
saltara a la cama con alguien de su personal, pero ese era el secreto de Jaime, no mío.
Nunca delataría lo que él sabía.
—No tengo miedo de usted o de ser expulsada del pueblo —respondí, solo medio
haciéndolo por contraatacarla—. Jaime tenía dieciocho años. No fue ilegal.
—Pero aun así está prohibido —gritó, lanzando sus manos al aire. Me giré y me moví
hacia la puerta. Me jaló del brazo, haciéndome detener de golpe—. Tu carrera de maestra
estará terminada y me aseguraré que se te acuse por el ataque a La Belle.
Su mano se envolvió alrededor de mi codo.
—Mi trato queda cancelado en el momento en que salgas de esta oficina. Llamaré a la
policía, Melody y todos sabemos para quién trabajan.
Sí. Los Spencer, quienes no se detendrían ante nada para cubrir al idiota de su hijo. Al
igual que la directora Followhill.
—Haga eso. —Me solté, una falsa sonrisa y valentía fijada en mi rostro—. Veamos como
resulta.
Me di la vuelta de nuevo, saliendo rápidamente por la puerta, pero la mamá de Jaime, la
mamá de mi novio, me arrastró de nuevo cuenta al interior de su cocina y la cerró tan de
golpe que estuve segura que todos en el pasillo lo escucharon.
—Cristo, ¿qué demonios está mal contigo? Te estoy dando una salida. Solo deja a mi hijo
en paz y me encargaré del desastre de La Belle.
—No me importa que haga respecto al bote —siseé en su rostro. Mis labios temblaban y
mi nariz picaba. No había nada más que quisiera hacer que gritar y destrozar su oficina.
Tenía que permanecer controlado en favor de Jaime y el futuro de mi carrera al exterior
de All Saints High—. No es mi desastre. Jaime me cortejó. Demonizo, me manipuló. Tal vez
tiene un poco de su mamá en él después de todo. Pero en conclusión estamos en esto
juntos y no hay nada que pueda hacer respecto a eso.
Esas fueron las últimas palabras que le dije antes de lograr liberarme de su agarre y salir
rápidamente de ahí.
Y esas palabras me morderían el trasero más tarde ese mismo día.
Capítulo 13
—Joder —murmuró Jaime, su brazo extendido sobre mi hombro, apoyado contra la pared
contra la que estaba recargada. Pasó su otra mano por su cabello, frustrado.
Asentí, tratando de regular mis respiraciones. No tenía tiempo para enojarse y lo sabía.
Frotando su rostro y sacudiendo su cabeza, su mirada se movió entre el edificio de la
escuela y yo. Estábamos metidos detrás del puesto de concesión en el campo de futbol,
cerca del estacionamiento de estudiantes.
—¿Qué demonios, hombre? ¿Me seguiste?
—Oye, sabías donde vivía, me ejercitaba, lo que comía en el desayuno y mi compañía de
seguro, todo antes de siquiera besarnos. —Arqueé una ceja, recordándole que éramos
igual de malos tanto uno como el otro. Al menos cuando se trataba del otro—. Tiene mi
collar y Toby dice que fui yo.
—Por supuesto que lo hace. —Jaime me jaló hacia él, apretándome en un doloroso
abrazo—. Nunca nos delataría. El pequeño imbécil sin bolas. Tu collar fue conveniente. Si
supiera lo que significas para mí, hubiera encontrado a otro miserable para culpar.
—Tu madre no hace amenazas vacías. Tiene conexiones por todos lados. Y los Rowland
también son poderosos. Yo soy una nadie.
—No es cierto. Eres mi alguien. —Rozó sus nudillos contra mi sien.
—No voy a ir a la cárcel —dije nerviosa.
Sacudió su cabeza.
—Sobre mi cadáver, Pequeña Bailarina. Déjame hablar con mi mamá.
—No estoy segura que esa sea una buena idea.
—No estoy seguro que eso me importe.
Me dejó, dirigiéndose hacia la oficina de su madre. Al principio, me quedé inmóvil en el
lugar, observando a su amplia espalda desaparecer detrás de las puertas dobles del
edificio de la escuela. Mis dedos viajaron por mi clavícula desnuda, buscando mi ancla,
pero no estaba ahí.
Ahora Jaime era mi ancla. No tenía nadie en quien confiar salvo él.
Algunos minutos después que se fuera, caminé hacia el estacionamiento de profesores y
esperé junto a mi auto, mordiendo mis uñas. Se suponía que diera una clase, pero había
sido excusada por el resto de día. Odiaba esperar por el veredicto, porque Jaime intentara
persuadir a su mamá para que no me acusara por algo que todos sabíamos que no hice.
Diez minutos después que él entrara en su oficina, mi teléfono celular sonó.
—Ven con nosotros —ordenó, en un tono que no pude descifrar.
Lo hice.
Mis rodillas tiemblan y mi respiración se entrecorta mientras camino por los pasillos de
All Saints por lo que tengo la sensación que sería la última vez. Tocó a la puerta de
Followhill y entré.
—Ven. —Jaime palmeó un espacio junto a él en el sofá de piel color borgoña, sus ojos
duros sobre su mamá. Estaba sentado frente a ella y parecía como si su escritorio fuera la
única cosa evitando que se golpearan el uno al otro. El aire era espeso con repugnancia.
La expresión de Jaime estaba frustrantemente en blanco. Cuando intenté leer el rostro de
su madre, tampoco vi amor o compasión. Solo decepción… y urgencia. Urgencia por
mantener su legado, por proteger el nombre de su familia. Por mantener en control el
orgullo, dinero y un montón de otra mierda insípida.
Mis entrañas se sacudieron y por primera vez, me di cuenta que no era la única que había
sufrido de heridas del destino.
Solo porque Jaime no actuara como si estuviera hecho pedazos no significaba que
estuviera mucho más feliz que yo. No. Ambos estábamos defectuosos, rotos y
programados para defendernos. Esculpidos por nuestro destino. Asustados por quienes
éramos.
Yo era una bailarina atrapada en la vida de una maestra.
Él era un hombre libre prisionero de las ridículas exigencias de sus padres y sus grandes
expectativas.
Me encorvé junto a Jaime, parpadeando para apartar algo de mi conmoción. Joder con mi
vida. La directora Miranda Followhill era quien estaba mal. Pero sentía pena por ceder a
este amorío con su hijo.
Pena por de quién estaba enamorada.
Porque ese era el problema con la sociedad. Se preocupaban demasiado sobre de quién te
enamorabas, pero nunca sobre el por qué. El por qué importa. El quién era irrelevante
(pero la banda The Who era genial, así que a quién le importaba).
—Hemos llegado a un acuerdo. —El rostro de la señora Followhill se tensó en una
fruncida sonrisa.
Esto no sonaba bien. Asentí. Ligeramente.
—Y creo que todos deberíamos beneficiarnos de este pequeño arreglo.
Otro momento de silencio.
—¿Está planeando en anunciarlo en el LA Coliseum? Ya dígalo. —Ya no era capaz de
ocultar por más tiempo mis verdaderos sentimientos hacia la mujer.
Jaime se rio junto a mí, tomando mi mano y apretándola, su calor filtrándose en mí.
La señora Followhill frunció el ceño, poco impresionada por mi insolencia.
—Jaime va a mudarse a Texas para la universidad. De hecho, acaba de reconfirmar su
registro minutos atrás en el teléfono con su decano. Tú serás liberada después de este año
escolar tu contrato no será renovado. Ustedes ya se verán más. A cambio, pasaré por alto
el collar encontrado en la marina.
Su sonrisa era victoriosa.
Aun así, todo lo que vi fue negro.
Mi mano se deslizó de la de Jaime. Determinada a no decir nada, peleé contra el
sentimiento de humillación. Básicamente se había negado a pelear por nosotros,
aceptando su exigencia de ir a Texas como lo tenía planeado desde siempre. Simplemente
me encogí de hombros. Ya fuera que tenía muy malas habilidades de negociación o
simplemente no se preocupara por mí y solamente me utilizó, no importaba. Su finalidad
era la misma. ¿Y adivinen quién fue la perdedora? Sip, yo.
Jaime fácilmente podría haberle dicho la verdad a su madre. Su madre lo protege. De
cualquier cosa. No era lo suficientemente incrédula para creer que era por amor. Era por
prestigio y otras cosas sin sentido sobre las que ella se preocupaba. Seguro, le daría una
buena reprimenda, pero también le daría una manera de salir de eso.
Se comprometió conmigo.
Después que me dijera que quería protegerme.
—Tú… ¿hablaste con el decano? —Giré mi cabeza para mirarlo a los ojos. Aspiró sus
mejillas hacia dentro con un pesado suspiro, asintiendo.
—Sí. Me voy a mudar a Austin.
—Suena bien para mí.
—Lo es, ¿cierto? —La señora Followhill lucía escéptica. Tal vez incluso un poco
decepcionada con mi tranquilidad. Sus ojos destellaban con ira, sus labios delgados y
presionados juntos.
No puedes ganar si no te lo permito, pensé amargamente. Y no lo haré. No voy a dejarte
verme rota.
—Sip. Quiero decir, la escuela casi se termina. Fue una buena aventura. —Mis labios se
curvaron en una sonrisa y sentía a Jaime tensándose junto a mí. Tenía la sensación que
había un montón de cosas que quería explicar. Aunque no le daría la oportunidad.
Lo odiaba.
Me odiaba.
Merecíamos esta tristeza.
Sentí sus dedos intentado reconectarse con los míos y doblé mis brazos por encima de mi
pecho, inclinándome hacia atrás. Había sufrido suficiente castigo de parte de su mare. No
iba a ser doblemente humillada al ser botada por su hijo adolescente, escuchando algunas
tonterías del tipo “No eres tú, soy yo”.
—Supongo que es momento de despedirnos. No extrañaré mucho a All Saints. Y
definitivamente no la extrañaré a usted, señora Followhill. Para ser una mujer adinerada,
sus habilidades sociales son bastante escasas.
Traducción: Eres una perra del infierno y no puedo creer que realmente pensé que tu hijo
crecería para ser algo diferente. Obviamente es como tú, aun cuando me hizo creer que era
todo menos eso.
Con eso, me puse de pie. La mirada de Jaime me siguió, pero no me arriesgué a mirarlo. La
confusión en su rostro era obvia, incluso si nuestros ojos no se encontraban. Por primera
vez, había herido a un Followhill en lugar que un Followhil me hiriera a mí. De alguna
manera me hizo sentir más ligera y eso me hizo sentir culpable.
¿Quería hacer sentir mal a Jaime? ¿Por qué?
—Melody. —La voz de Jaime era grave y oscura. Sacudí mi cabeza.
—Déjala que se vaya, cariño —instruyó la directora Followhill, apoyando su mano sobre
la espalda de él.
Se puso de pie, empujando su silla hacia atrás abruptamente.
Necesitaba salir de ahí.
—Sí. —Lancé mi bolsa por encima de mi hombro, recogiendo mi teléfono celular y mis
llaves—. Ya terminamos aquí.
Salí, dejando atrás al chico-hombre quien rompió mi corazón y a la perra de su madre. Se
mudaría a Texas. No debería estar tan decepcionada. Lo empujé en esa dirección. Y su
mamá no nos dejo mucha elección. Pero estaba herida, así que lo apuñalé de regreso con
mis palabras.
Jaime no me siguió.
Ambos lo jodimos y no teníamos nada que decirnos el uno al otro.
Ese día, lloré por todos los años que no había llorado. Mares de lágrimas. Eran saladas y
tristes y desesperadas.
Todas sabía raro.
Todas sabían a él.
Capítulo 14

Jaime no vino a nuestro apartamento ese día. No llamó. No era sorprendente,


considerando que lo había reducido a una corta aventura. Después de continuamente
alejarlo. Después de decirle que debería mudarse a Texas. Después de fastidiarlo acerca
de su mejor amigo.
No era una buena novia.
La crianza no era mi naturaleza. Fui cosida como una sola con pedazos remendados de
consumida ambición y sueños rotos. Hasta este momento, había estado tan
estúpidamente orgullosa de eso. Orgullosa por no dejar que cosas mundanas como el
amor o un hombre me consumieran.
Pero ahora, cuando mi corazón duele como si hubiera sido masacrado hasta quedar en
minúsculas piezas, me do cuenta de lo que me estaba perdiendo. Incluso el dolor se siente
más dulce bajo la niebla del amor.
Al siguiente día, aparecí para dar mi clase de Literatura y estuve considerando suicidarme
para la mitad de mi tercera clase del día. La advertencia había sido removida por parte de
Jaime y mis estudiantes ya no eran agradables conmigo. Se reían, gritaba y contestaban de
mala manera. Incluso más que antes, al parecer. Mi última hora fue la peor. Dean y Millie
estuvieron en silencio, pero Trent Rexroth se superó a sí mismo y estuvo metiendo su
dedo en Keeley, quien se sentó junto a él, bajo su escritorio, todo mientras mantenía un
rostro serio y hablaba sobre el futuro de los Raiders con Vicious a un volumen
extremamente alto.
Pedir a Trent que supiera sus manos donde las pudiera ver solo atrajo más atención hacia
él y la chica con la que estaba besuqueándose y escuché risitas cuando me di la vuelta
para sacar un libro de mi bolso, probablemente por metió su lengua por la garganta de
ella en el minuto que salió de mi campo de visión.
Fue el infierno y eso era exactamente donde merecía estar.
Jaime no estaba en clase, aun cuando sería la última vez que le daría clase. Sólo
confirmaba lo que ya sabía. Trent hacía lo que hacía a propósito y en nombre de Jaime.
Todos me odiaban.
Mi corazón se hundió con decepción. Intenté concretarme en enseñar, pero mi mente
seguía volando hacia él.
Lo había jodido.
Ni siquiera le di la oportunidad para explicarse después de la reunión con su mamá. Solo
asumí naturalmente que me había traicionado. Pero era Jaime. Jaime nunca traicionaba a
nadie. Apoyaba a aquellos por los que se preocupaba. Incluso a Vicious…
Vicious.
Cuando la campana sonó, me levanté de mi asiento, atravesando con mi mirada al mejor
amigo de Jaime.
—Baron. —Le señalé para que se acercara.
Resopló, pero hizo lo que le pedí. El salón de clases ya se había vaciado, dejándonos solos
a los dos para evaluarnos el uno al otro con sospecha.
—¿Dónde está Jaime? —pregunté, frotando mis cansados ojos. No había dormido mucho
la noche anterior.
—¿Qué carajos le importa? —Metió un cigarrillo entre sus labios, encendiéndolo
casualmente en clase—. ¿Mantiene vigiladas a todas sus aventuras? —murmuró, el
cigarrillo entre sus labios.
Alguien estaba resentido.
—Necesito hablar con él —dije, ignorando el golpe.
—¿La estoy deteniendo?
—Dime dónde está.
Se encogió de hombros.
—No soy su maldito secretario. Llámelo.
—No va a contestar —grité con molestia.
Vicious deslizó su pulgar por su mejilla con la mano que sostenía su cigarrillo, en
profunda reflexión.
—Sí, no lo hará. —Su voz era escalofriantemente plana—. Está en mi casa. Malhumorado
como una pequeña perra. La invitaría a que viniera para animarlo, pero no estoy seguro si
querría darle una reprimenda por salvar su trasero o una mamada por joderlo todo.
—Necesito hablar con él. —La urgencia en mi voz me asustó. La necesidad de corregir
esto era abrumadora. Solo quería que todo funcionara entre nosotros.
—No soy él. —Los ojos sin vida de Vicious se fijaron a los míos, absorbiéndome—. Yo no
perdedor, así que si lo lastima de nuevo, el resultado será devastador. Para usted.
Tragué.
—Sólo quiero arreglar esto, Baron.
—Mi nombre es Vicious —gruñó.
Maldita sea. Este chico.
—Déjame verlo. Prometo que mis intenciones son buenas.
La hermandad entre los HotHoles era casi conmovedora. Si no fuera por el hecho que
estos chicos tenían demasiado poder. Sobre mí. Sobre este pueblo. Sobre todo el mundo.
Vicious inclinó su cabeza hacia la puerta y lo seguí hacia su siniestra mansión de piedra y
ladrillo, mi Ford persiguiendo a su Mercedes.
Fue el viaje más largo que alguna vez hubiera hecho, además de mi vuelo de regreso a
casa desde Nueva York y tras dejar Julliard.
Pero fue el viaje más corto hacia la locura. Mi amor era una locura.
Y estaba lista para pelear por él.
Capítulo 15

Estaba en la piscina. En la maldita y jodida piscina. Haciendo vueltas. Su largo y esculpido


cuerpo disparándose como una fecha de un lado a otro. Me paré en el borde, sin estar
segura si quería saltarle encima, disculparme o gritarle. Cuando levantó su cabeza de la
borde celeste del agua, sus rizos rubios oscuros derramando gotas de agua sobre su
perfecto rostro, mis muslos se tensaron.
—Luces desconsolado —evalué sarcásticamente.
Apoyó sus brazos sobre las baldosas y me mostró sus alineados dientes. Pero no era una
sonrisa, era una advertencia—. Y tú luces como un animal fuera de su hábitat natural.
¿Tanto me extrañaste, señorita G.?
—No viniste hoy a la escuela. —Mi voz fue grave.
—¿Y? La escuela prácticamente se terminó y no es como que te importara. Solo soy una
aventura, ¿recuerdas? Tus palabras.
Touché.
Cuando llegué aquí, no me sentía incapaz de rogar. Pero ahora que estaba frente a él, en
casa de Vicious, una abrumadora necesidad de protegerme tomó de nuevo el control. No
podía preguntarle sobre cuál había sido su juego ayer cuando estábamos en la oficina de
su madre.
—Así que, ¿ya tienes todo empacado para Texas? —Cambié el tema. Se va a mudar para la
universidad, me recordé. Esto se terminó.
Se rio, levantándose y saliendo de la piscina. Su cuerpo esculpido brilló bajo el sol,
haciéndolo lucir como un anuncio publicitario de Calvin Klein. Se paró junto a mí, tan
cerca que el olor a cloro flotó hacia mis fosas nasales.
—No todavía. —Dio un paso en mi dirección. Me tambaleé hacia atrás. Dio otro paso más
cerca, ignorándome—. Necesito comprar otra maleta. —Su mano desapareció dentro de
mis rizos. Esta vez me incliné contra su toque. Tan perdedora. Ya había cedido de nuevo.
—Pensé que los hombres viajaban ligeros. —Tragué saliva.
—Lo hacemos, pero estoy seguro que vas a llevarte toda clase de mierda de chica contigo
cuando te mudes conmigo.
Perpleja, estreché mis ojos hacia él, luchando contra una sonrisa.
—Jaime —advertí. Sobre qué, no estaba segura. No quería que fuera una broma. Me di
cuenta tan pronto como dijo las palabras que quería exactamente lo que acababa de decir.
Mucho. Un nuevo comienzo. Lejos de All Saints High. Con él.
No tenía sentido. Estaba mal. Iba a hacer que se levantaran un montón de cejas. ¿Un chico
de universidad mudándose a otro estado con su maestra de veintiséis años? Tenía la
palabra desastre escrita por todos lados. Pero quería este desastre. Quería bañarme en él
y amarlo y vivirlo. Hacer de este desastre mi caótica realidad.
—Mel —respondió, sonriendo—. ¿Verdad o reto?
—Verdad. —Mordí mi labio inferior, viéndolo desde debajo de mis pestañas. Si Vicious
viera esto, probablemente estaría vomitando.
Mis respiraciones salían en superficiales jadeos. Mi corazón estaba en mi cargante. No me
había sentido tan viva desde la última vez que había estado en el escenario. Iba a decirlo y
que se jodiera el mundo y lo que pensará sobre mí.
Coloqué mis manos sobre las suyas, todavía alojadas en mi cabello, sosteniéndome para
que me quedara quieta.
—La verdad es que… te amo.
Hubo un dejo de una sonrisa satisfecha, pero fue rápido. Como si todavía estuviera en
problemas. Me sentía como la estudiante regañada.
Asintió, su cabelló húmedo goteando sobre mi rostro mientras enganchaba un brazo
alrededor de mi cuello y me jalaba contra su rostro.
—¿Ves? ¿Fue tan difícil? Todavía estás completa, ¿cierto, nena? —Levantó una ceja hacia
mí en una expresión arrogantes y fue tan sexy—. También te amo, Mel. De hecho, estoy
malditamente loco por ti. Ahora a empacar. —Mordió mi labio juguetonamente,
golpeando mi trasero al mismo tiempo.
—¿Disculpa? —Me reí—. ¿Qué? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Cuándo? La escuela todavía no se
acaba.
Quedaban cuatro días más de escuela. Y todavía no había estado de acuerdo con mudare a
otro estado con él.
—Sí, pero mañana tienes una entrevista de trabajo en una academia de ballet en Austin.
No quieres llegar tarde, ¿cierto? Una mala primera impresión y todo eso.
Jaime sabía. Sabía que había guardado este sueño en el bolsillo trasero de mis vaqueros,
pero todavía bailaba cada día frente al espejo. Que lo llevaba en mi corazón como un
pequeño recuerdo y que quería que ese recuerdo se convirtiera en algo real, ahora más
que nunca.
Justo en ese momento, un claxon sonó a la distancia y escuché a Vicious apretar sus
dientes desde detrás del volante de su elegante Mercedes.
—Dile que mueva su trasero o los voy a enviar al aeropuerto en un taxi.
Estos chicos de preparatoria.
Lo había planeado todo por adelantado.
Nos había superado a la señora Followhill y a mí.
Me reí, cayendo en los brazos de mi novio.
—Maldito seas.
Epílogo

Dos años después…

—Olvidaste la leche.
—Olvidaste tu ropa interior.
Fruncí el ceño, bajando mis pantalones.
—Llevo puesta ropa interior.
—Exactamente. —Jaime me empuja hacia la cama en un movimiento sin esfuerzo.
Caigo en nuestro endeble colchón. Me sigue, aplastándome, cubriendo mi rostro y cuello
con húmedos y calientes besos. Risitas sin aliento escapan por mi boca mientras sus dedos
quitan mis pantalones.
—Compré al regreso de mi turno —gruñe Jaime contra mis costillas.
Mi camiseta ya está echada hacia un lado y está chupando mi pezón tan fuerte que mi
cráneo hormiguea con placer. Suspiro y paso mis dedos por su enredado cabello ubio. Ha
estado tomando turnos en un Starbucks loca después de clase. Sus padres lo cortaron
después que anunciáramos que nos mudaríamos juntos. Dura suerte. Con mi trabajo en la
academia de ballet, su escuela y su trabajo en Starbucks y todo lo demás en nuestro plato
en este momento, tenemos muy poco tiempo para que nos importe lo que la demás gente
piense o diga.
—¿Puedes también traer algo de fruta? Ya no tenemos bananas.
—Hay una banana que puedes comer cuando quieres y está justo aquí. —Toma mi mano,
guiándola hacia su polla.
Ruedo mis ojos. Sí, todavía es un típico chico de veinte años. Ahora tengo veintiocho y
pensarías que estoy obsesionada con matrimonio y bebés. Pero no lo estoy. Todo en lo
que pienso es en él. Cómo todo resultó tan fabulosamente. Es nuestro hermoso caos y no
lo preferiríamos de ninguna otra manera.
—Puede que más tarde le dé una mordida —bromeo.
Hace un gesto de dolor.
—Está bien, conseguiré tu estúpida fruta, mujer.
Su lengua viaja por mi estomago hasta mi ahora desnudo coño y se detiene, su nariz
frotando círculos contra mi clítoris.
—Oh, creo que tienes algo aquí. Como un rasguñó o un grano o algo. —Su mano se hunde
entre mis piernas y luego se levanta de nuevo, hay una pequeña caja negra de terciopelo
en su mano.
Dejo de respirar por completo.
Lame sus labios, ofreciendo una sonrisa relajada.
—Probablemente debería advertirte, no es un anillo de compromiso. Estoy esperando a
tener veintiuno para que el fideicomiso que mis abuelos tienen a mi nombre pueda ser
utilizado. Seré más adinerado y libre de Starbucks. Te mereces algo increíble. Pero
mientras tanto, aquí hay algo para que te haga acodarte de tu aventura de preparatoria de
hace dos años.
Con dedos temblorosos, abro la caja de terciopelo y dentro descansa un collar. Con un
pendiente. Un ancla dorada. Esta ancla simbolizando tantas cosas.
El yate quemado que nos separó.
El collar que nos volvió a unir.
La pieza que faltaba que dejé atrás.
Mis ojos se encienden, perforándolo con amor incontenido. Estoy tan enromada. Tan
locamente enamorada de este chico que creció para convertirse en un hombre y que ha
renunciado a tantas cosas para estar conmigo. Vida fiestera de universitario. El futbol.
Cosas que era su esencia dos años atrás.
—¿Me ayudas? —Señalo hacia el collar entre mis dedos.
Gruñe ante mi solicitud para que despegue su lengua de mi muslo interno, pero se levanta
para quedar frente a mí. Tomando el collar de mi mano, aparta mi cabello hacia un
costado.
—¿Verdad o reto? —pregunta de la nada.
—Verdad. La gente valiente siempre elige la verdad. —Sonrío
—¿Es cierto que siempre serás mía? —Baja su boca hasta mi oreja, su cálido aliento
haciendo cosquillas en mi piel.
—Es una verdad. Y a veces, cuando me haces enojar, es un reto. Pero es mi vida y eres
parte de ella. Por siempre y para siempre —digo.
—Por siempre y para siempre —repite y sostengo mi ancla, apretándola y a mi ancla de
verdad, la aprieto fuertemente.
La angustia. El miedo. La parte donde me dejé ir y enamorarme de quién debería haber
sido la persona equivocada pero que se convirtió en la correcta, tan correcta… todo fue
dejado atrás.
Al final, valió la pena. Cada pequeña pieza de eso nos hizo quien somos ahora.
Más fuertes.
Más felices.
Más completos.

Seis Años Después…

Jaime

—¿Por qué el ancla?


Probablemente debería haber preguntado eso ocho años atrás, cuando nos conocimos,
pero nunca me atreví a hacerlo. Lo consideraba charla de almohada y me sentía bastante
malditamente asustado cuando se trataba de acosar a mi maestra de Literatura.
Estoy observando a mi esposa, Melody Followhill, atentamente, mientras descansa sus
pies en la parte superior de la mesita de centro mientras se inclina sobre nuestro nuevo
sofá. El sofá y la mesa son las únicas piezas de mobiliario en nuestro nuevo apartamento
en Kensington o piso, como lo llaman aquí en Londres. Dije que la llevaría a Europa y eso
hice. El hecho que la hubiera embarazado aquí simplemente fue un bono.
De nada, Mel.
—¿Por qué el ancla? —me imita, sonriendo mientras frota su vientre de treinta y seis
semanas, mirándolo con tanto amor como si ya pudiera ver a nuestra hija recién nacida—.
Porque algunas veces es agradable sentir que hay alguien quien puede salvarte.
—¿Quién te dio ese collar? —digo rápidamente. La urgencia de mis preguntas me
sorprende. He pasado ocho años sin preguntarle eso y repentinamente, eso es todo lo que
quiero saber. Melody se inclina hacia mí, colocando su cabeza en mi pecho. Apartó su
cabello castaño de su rostro y beso su sien. Cuando habla, calor llena mi pecho.
—Lo compré para mí. Estaba en el aeropuerto JFK, apunto de abordar el avión de vuelta a
California después de romper mi pierna. Quería algo en qué creer. Más como, alguien en
quien creer. No tenía a nadie. Vi este collar en una tienda. Ni siquiera me acuerdo del
nombre. Vendían sudaderas con capucha que decían I Love New York a precios ridículos.
Me costó mucho, pero recuerdo pensando: lo necesito. Voy a comprarlo.
Bajo mi mirada, contemplando sus ojos y estoy asombrado. Asombrado que esta mujer
sea mía. Después de todo lo que hemos pasado y tal vez sea precisamente por eso.
Es divertida y fuerte. Tan malditamente talentosa, sarcástica y lista. Pero al mismo
tiempo, es real. Y vulnerable. Y mía. Días, tan malditamente mía.
—Ya no lo necesitas. —Toco el collar de ancla que le di cuando estaba en la universidad—.
Me tienes a mí.
—Los necesito a ambos —sonríe, besando mis pectorales a través de mi camiseta.
Está equivocada.
No necesita a nadie.
Puede conquistar el mundo, en su calzando adecuado y sus vestidos a la rodilla, sin
importarle lo que piensen los demás.
Tomo su mano, beso su palma y la llevo hacia mi intensa erección. Siempre estoy duro por
esta mujer. Siempre.
—¿Querrás decir a los tres? —Sonrío en sus labios y se aferra a mis vaqueros, un poco
demasiado fuerte para mi gusto.
—¿Sabes lo que necesito? —pregunta y por alguna razón, hay sudor cubriendo su
hermosa frente. Elevo una ceja.
»Necesito que me lleves al hospital. Mi agua se rompió.
—Sabía que morirías por mí. —Lamo su cuello y golpea mi brazo. Fuerte.
—¡Jaime!
—Está bien, está bien, iré por tu bolso.
Quince horas después, Melody y yo le dimos la bienvenida a nuestra primera hija, Daria
Sophia Followhill. Mis padres están abordando un avión desde San Diego para venir a
verla. Están emocionados. Los padres de Mel también vendrán, al final del mes.
Mi padre todavía no sabes sobre mamá y el entrenador Rowland. Nunca le dije. No tenía
mucho sentido.
Él no la ama y ella no lo ama a él.
Tiene tanto dinero. Tantos medios. Y aquí estoy yo, con una esposa y una bebé nueva,
todavía privado de su fortuna por las decisiones que tomé.
Y estoy feliz, porque no necesito dinero. Tengo a mis chicas y eso es suficiente.
Lo. Es. Todo.

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