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SINOPSIS
Julep Dupree cuenta mentiras. En gran cantidad. Es una estafadora, una
maestra del disfraz, y una estudiante de segundo año de la elegante
secundaria St. Agatha de Chicago, donde su padre, un estafador de la vieja
escuela con una debilidad por los caballos, la envía para que pueda
aprender a mezclarse con la alta sociedad. Para el dinero extra, Julep no
depende de su padre, comete pequeños timos con sus compañeros de clase
mientras esquiva al decano y mantiene un promedio de A+ (bueno A-)

Pero cuando llega a casa un día, a un apartamento saqueado y su padre


desaparecido, los planes de Julep de conseguir un pase dorado de gastos 3
pagados a Yale empiezan a desmoronarse. Incluso con la ayuda del
residente de St. Agatha El Príncipe Encantador, Tyler Richland, y su fiel
compañero hacker, Sam, Julep se esfuerza para seguir el rastro de su padre
a través de un laberinto de extraños acosadores, intentos de ataques,
secretos familiares y, aún peor, la amenaza de la adopción. Con todo lo que
tiene en juego, Julep está del revés... pero eso no la va a impedir que utilice
cada truco marcado en el libro de su padre. Porque eso sería todo un
crimen.
Ro – Silvia

Belle Lily

Ro Yotzamany 4

Viviana Anneth

Lily Luisi

Rhoza Efra

Pau Daniela

Silvia

M.Arte
Índice
Sinopsis
Staff de Traducción
Capítulos:
 1 – El trabajo Stratton.
 2 – El trabajo Friki.
 3 – La advertencia.
 4 – El trabajo de identificación.
 5 – El corredor de apuestas.
 6 – El campo de los milagros.
 7 – El hombre de negro.
 8 – La Decano. 5
 9 – El favor.
 10 – La llamada telefónica.
 11 – El chico nuevo.
 12 – El archivo.
 13 – Rojo, Blanco y Azul.
 14 – El Strand.
 15 – El escondite.
 16 – La Feliz persecución.
 17 – El Molotov.
 18 – El Rescate.
 19 – Las consecuencias.
 20 – La trabajadora social.
 21 – El fraude.
 22 – La sicaria.
 23 – El Tiburón.
 24 – El pellizco.
 25 – El Mensaje.
 26 – El Pliegue.
 27 – El timo
 28 – La última estafa.
 29 – El O.K. Corral.
 30 – Puntuación final.
 31 – Las consecuencias.
 32 – Borrón y cuenta nueva.
Agradecimientos
Sobre el autor
Nosotros
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EL TRABAJO STRATTON
No puedo decir que tenga mucha experiencia personal con la conciencia.
No nací con ese grillo sobre el hombro. Pero las personas que creen en la
conciencia parecen pensar que tiene algo que ver con la compasión. Y
podría ser, supongo, si inclinas la cabeza y entrecierras los ojos en la luz
correcta.

La verdad es, que la conciencia existe porque todos tienen algo en su


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pasado de lo que no se sienten orgullosos. Y si eres lo suficientemente
inteligente para usar eso a tu favor, puedes estar un paso por delante de las
consecuencias. Cualquier buen estafador con el tipo de cuerda correcta,
puede colgar a una multitud entera.

Pero mi historia no comienza con la multitud. Comienza con un par de


pumps prestadas y la entrada de una casa colonial con postigos negros.

Soy la Srta. Jena Scott, la abogada más joven en Lewis, Duncan, y Chase Law.
O por lo menos, lo soy durante los siguientes 30 minutos. Luego volveré a
ser Julep Dupree, estudiante de segundo año en la Escuela Preparatoria de
Santa Agatha y una arregla todo multifunción. (Julep no es mi nombre real
tampoco, pero ya llegaremos a eso más tarde).

Es oficialmente un rumor no oficial, que soy una solucionadora de


problemas de otras personas. Y lo soy. Lo único es que tiendo a cobrar una
suma respetable por mis servicios. Santa Aggie no es barata, y un trabajo
en la tienda de comestibles no cubre los costes de artículos de aseo, y
menos de matrícula. Por suerte, mis compañeros pueden más que pagar
mis tarifas.

Mi talento es la única cosa que puedo aprovechar. Soy una timadora, una
estafadora, una maestra del disfraz. Soy la mejor en realidad, porque me
educó el mejor, mi padre, Joe. ¿Nunca escucharon de él? Bueno, no
podrían, porque nunca le han atrapado. Ni a mí tampoco. Los mejores
estafadores son fantasmas.

Para los novatos que haya por ahí, un timador es una persona que se
especializa en vender cosas que no existen. En este momento, les estoy
vendiendo a los padres de mi cliente Heather Stratton la idea de que ella
solicitó entrar a la Universidad de Nueva York. Lo que, por supuesto, es un
montón de basura.

Heather no quiere ir a la NYU1, quiere ser modelo. Pero como su madre no


financiará ese proyecto, mi trabajo es engrasar la rueda, por decirlo así,
para que todos crean que ella obtiene lo que quiere. Es un ganar-ganar en
realidad. Heather es feliz, la Sra. Stratton es feliz y a mí me pagan. Cuando
lo miras de esa forma, estoy en el negocio de hacer a las personas felices. 7
Heather está pagando por un paquete completo de gato por liebre: solicitud
falsa, entrevista falsa, aceptación falsa. Y le va a costar. Ya he hecho que
Sam, mi mejor amigo y socio en el crimen, construyera un sitio web falso de
NYU mostrando el status de la solicitud de Heather. Luego vinieron los
folletos de aspecto oficial y cartas en papel timbrado que Sam y yo pasamos
una tarde haciendo. Y eso fue fácil comparado con obtener los sobres para
lucir un sello de Nueva York.

Ahora estoy haciendo la parte de la entrevista. La Sra. Scott es mi nueva


creación. Una abogado a título de licenciatura de la escuela de leyes de NYU
y la Universidad de Pennsylvania. Ella trabaja en una empresa de grandes
negocios aquí en Chicago y de vez en cuando hace entrevistas de admisión
para su alma mater.

Enderezo mi traje de falda, en la imitación perfecta de un abogado que vi


en la televisión la noche anterior. Hay una buena probabilidad de que nadie
me esté mirando, pero nunca está de más entrar en el personaje antes de
tiempo. Me retoco el cabello para asegurarse de que el largo lío marrón aún
está enrollado en un moño francés apretado. Ajusto las gafas delgadas, de
montura negra que utilizo para los roles, tanto más jóvenes como más
mayores de mis casi dieciséis años.

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Universidad de Nueva York.
Entonces me acuerdo de que mi chicle no grita exactamente
profesionalidad. A falta de una opción de eliminación apropiada, tomo el
chicle y se lo pego a la parte inferior del buzón de los Stratton. Me acerco
al porche cubierto y llamo con elegancia en la puerta azul. Unos momentos
más tarde, una mujer frágil de mediana edad con una sonrisa demasiado
brillante, estilo Jackie O la abre.

―Sra. Stratton, supongo ―digo en un tono ligeramente más bajo de lo


habitual. La gente asume que eres mayor si tu voz es más profunda.

―Usted debe ser la señora Scott ―dice ella―. Por favor, pase.

Ella es bastante fácil de leer. Nerviosa, emocionada. Es un blanco fácil,


porque desea mucho que yo sea real. Quiero decir, mírame. Este disfraz
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exige un gran esfuerzo, aun para un estafador profesional. Pero ella no va a
dudar, porque no quiere. No hay disfraz que sea más infalible que el que el
blanco quiere creer. Yo me sentiría un poco mal por ella si fuera una
persona real. Da la casualidad de que no soy una persona real, y ella no es
mi cliente.

Cruzo el umbral hacia un vestíbulo inmaculado. El salón se abre a mi


izquierda, rico y atractivo, pero carece de la calidez que la tapicería de felpa
implica. Es una habitación preciosa, hermosa y fría, como una escultura de
hielo en el sol.

La Sra. Stratton me hace un gesto hacia la habitación y me siento en un


sillón al lado de una chimenea de ladrillo que no ha visto un fuego en años.
Julep habría elegido el sofá, con su ejército de cojines, pero la "Sra. Scott"
está aquí por negocios y no aprueba todas las tonterías sensibleras como
sentarse al lado de la gente.

―¿Quiere algo de beber?

―Un vaso de agua sería muy apreciado ―le digo.

La Sra. Stratton sale de la habitación, regresando unos momentos más tarde


con un vaso de agua enfriada con precisión. Coloca un mantelito al final de
la pulida mesa a mi lado. Sonrío con aprobación, y su sonrisa se amplía.
―Voy a buscar a Heather ―dice la señora Stratton, y llama por las escaleras
a su hija, que me está esperando.

Heather entra en la habitación en lo que puedo asumir que son sus mejores
galas. Su familia es episcopal, estoy bastante segura. Por lo general puedo
adivinarlo por la decoración de la casa, la elección de ropa de la madre, y
los libros en los estantes en los espacios públicos. Por ejemplo, se puede
saber que un hogar es Bautista por la mesa de roble del comedor, la
espineta en la sala de estar, y la variedad de Biblias en el estante al lado de
la televisión. Los episcopales no suelen tener televisores en las salas de
estar. No me pregunten por qué.

―Hola, Heather ―le digo, de pie y extendiendo la mano. Ella la estrecha,


lanzándome miradas conspirativas mientras actúa inquieta, y en general 9
haciendo un pésimo trabajo fingiendo que no me conoce. Pero su madre se
lo atribuirá al nerviosismo mientras yo haga mi parte de forma correcta.

Me hundo de nuevo en el sillón y Heather se sienta frente a mí en el sofá.


Ella parece tensa, pero en un caso así lo estaría. La madre de Heather se
queda alrededor un momento o dos antes de darse cuenta de que se
supone que se tendría que ir y, finalmente, se va a alguna otra parte de la
casa.

Levanto la mano cuando Heather abre la boca. Muchos de mis clientes


piensan tontamente que no tenemos que pasar por la estafa de principio a
fin. Ellos asumen que una vez que ya no pueden ver el blanco, ella no está
alrededor escuchando. Mi padre lo llama el síndrome del avestruz.

―Háblame de ti, Heather ―digo―. ¿Qué quieres estudiar en la Universidad


de Nueva York? ―Lo que sigue es un festival de bostezos con preguntas y
respuestas. No me podría importar menos el GPA2 de Heather. ¿Y el consejo
estudiantil? ¿En serio? Pero yo estoy ayudando a estafar a sus padres,
apenas estoy en condiciones de juzgar.

Al final de la entrevista la corto a casi mitad de frase y me levanto, sin haber


tocado el agua. Estoy fuera de la casa y en la puerta del Volvo de Sam, con
despedidas adecuadas ofrecidas y los compromisos hechos de darle una

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Grade Point Average, o promedio de notas.
buena recomendación a Heather en la oficina de admisiones. Abro la puerta
del lado del conductor y me deslizo en el asiento de cuero, exhalando
mientras me acomodo. Es muy diferente de las sillas de plástico duro en el
L3, que es mi forma habitual de transporte.

Tengo la sensación de oír más que un ronroneo cuando el motor gira. Me


alejo de la acera con cautela, no porque sea un conductor prudente por
naturaleza, sino porque todavía estoy en el personaje. Una vez que me
encuentro fuera de la vista de la casa, subo la radio y bajo las ventanas
mientras empujo el pedal del acelerador para mover el coche a una
velocidad mayor. Es un cálido domingo de principios de septiembre, y
quiero ordeñarlo por todo lo que vale. Con una mano, saco los pasadores
que sujetan mi pelo hacia atrás, dejando que los mechones enredados
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caigan naturalmente sobre los hombros.

Sam sabe que no soy una conductora legal. Nos conocemos el uno al otro
desde el cuarto grado, cuando empezamos a hacerle el Truco de Tres Cartas
a nuestros compañeros de clase, por lo que es muy consciente de mi edad.
Uno pensaría que estaría más nervioso por prestarle su flamante Volvo a un
conductor sin licencia no probado. Pero entonces, fui yo quien le enseñó a
conducir.

Diez minutos más tarde, entro en el estacionamiento de mi guarida de café


local, el Ballou, que está a media manzana del campus de Santa Aggie, y
reclamo un espacio al lado de un coche de los setenta muscular trucado.
Chevelle, creo, aunque soy casi una experta. Negro con dos gruesas rayas
blancas de carreras bajo el capó y vidrios polarizados lo suficientemente
negro para avergonzar a Jay-Z.

Me quito la chaqueta y me desabrocho la blusa. Me quito los tacones, abro


mi raída bolsa de lona vieja y saco mis Converse trillados de solapas altas.
Meto los pies en ellos mientras me recojo el pelo de nuevo. Entonces lanzo
las gafas en la bolsa y agarro la vieja chaqueta de cuero de mi padre.

El Ballou es más o menos lo que se espera de una cafetería: mesas de


madera, sillas desgastadas y afelpadas, una barra lacada pulida casi por

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Medio de transporte en Chicago.
completo, un puñado de clientes bebiendo café con leche y leyendo los
Yeats. Puede verse un montón de MacBooks e iPads, y la pila de libros de
texto ocasional acumulando polvo mientras sus propietarios textean o
navegan por la Web.

Sam está sentado en nuestra mesa desvencijada favorita, coincidiendo con


el asa de una taza de café de cartón debajo de una de las piernas.

―Por fin ―dice Sam, mirándome sobre su novela gráfica―. Nunca sabré
cómo puedes acercarte tanto.

―Sólo tienes que conocer el blanco.

―Eso es lo que dices para todo ―dice, sonriendo y moviendo la bolsa a un


lado. 11
―Bueno, es verdad para todo ―le digo mientras le robo casualmente su
cappuccino.

Sam tiene una sonrisa preciosa. A menudo le molesto por eso, lo que él
odia, o al menos finge odiar. Pero creo que en secreto aprecia destacar en
algo, además de su estatus como el único hijo de Hudson Seward,
presidente de la junta del Grupo de Seward y el hombre negro más rico de
Chicago. Sam quiere escapar del nombre de su padre, tanto como Heather
quiere salir de debajo del puño de hierro de su madre.

Todo el mundo quiere algo, supongo. ¿Yo? Quiero una beca completa para
la Universidad de Yale. De ahí mi internamiento en St. Agatha.

―¿Cómo te fue?

Bostecé.

―¿Así de bien?

―Un pastel ―le digo―. Pero nos preparamos bien esta vez. ―Tomo un
trago de su café.

―¿A diferencia de cualquier otra vez?

―Garantizado. ―Puse las llaves sobre la mesa―. Gracias por el coche.


Él las coloco en su bolsillo.

―¿Y tú me estás dando las gracias porque...?

―Hey, yo digo gracias a veces. ―Sostengo el vaso entre las manos para
calentarlas.

―No, no lo haces.

―Sí lo hago.

Él me arranca la taza y se inclina hacia atrás.

―No, no lo haces.

A penas se lo he concedido cuando aparece Heather. No me gustó que


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insistiera en reunirse con nosotros, pero es del tipo que tiene que saber
cada paso del plan al detalle. Es más parecida a su madre de lo que piensa.
Se desliza con gracia en la silla junto a la mía.

―¿Entonces estuvo... bien? ―dice con una ligera pregunta al final, como si
estuviera pidiendo confirmación.

―Lo estuvo ―le digo. Tengo una política para evitar tomarse de las manos.
Pero ella es mi cliente, y nada más lejos de mí que disfrutar un poco de
atención al cliente.

―¿Y ahora qué? ―Ella se encoje en sí misma y baja la voz a un susurro.

En serio, cómo pueden mis clientes mantener algo en secreto cuando su


lenguaje corporal grita continuamente ¡Mírame! ¡Estoy planeando algo
nefasto! Está más allá de mí. Supongo que es cierto lo que dicen los
franceses: la suerte favorece a los inocentes. Por suerte para mí, también
favorece a los moderadamente deshonestos.

―Ahora te doy la bienvenida a la Universidad de Nueva York ―le digo.

A continuación detallo el resto del plan, que consiste en el envío de una


oferta de prácticas falsa de una agencia de modelos a Heather para elevar
las apuestas. La Sra. Stratton estará tan desesperada por asegurarse el lugar
de Heather en la NYU, que no va a pensar en cuestionarse nuestras
instrucciones irregulares para enviar el cheque de matrícula. En mi
profesión, esto se llama el golpe de efecto, y funciona cada vez.

―Pero ¿cómo puedo cambiar un cheque a nombre de Universidad de


Nueva York? ―pregunta Heather.

―No va a ser hecha a nombre de la NYU. Se hará para mí. O para Jena Scott,
en realidad.

―¿Crees que vas a caer en eso?

―¿Caer en eso? Ella va ser quien lo sugiera. Confía en mí, el cheque es la


parte fácil.

La duda de Heather es evidente, pero no es su confianza la que estoy


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tratando de robar.

Media hora más tarde, Sam me deja en mi apartamento.

―Nos vemos en el lado oscuro ―le digo mientras me levanto y me dirijo a


la puerta principal.

―El lado oscuro es algo malo ―me dice Sam.

Le saludo con la mano mientras él se aleja de la acera, sacudiendo la cabeza


hacia mí.

―Hola, Fred ―le digo al hombre sin hogar que se sienta entre la hilera de
buzones de correo y el radiador en la entrada.

―Hey, Julep ―dice con su acento dominicano―. ¿Cómo está yendo la


mierda?

―De mierda ―le digo, y abro nuestro buzón. Saco los cómics fuera del
papel y se los doy a Fred. Si alguien necesita unas risas, es él.

En caso de que el vagabundo no les haya dado una pista, mi padre y yo


vivimos en los barrios bajos del West Side, en el mismo edificio de
apartamentos donde hemos estado desde que mi madre nos dejó. Yo tenía
ocho años en ese momento, por lo que eso es, ¿qué? ¿Siete años? Bueno,
en todo ese tiempo no he visto ni el pelo del personal de mantenimiento
más allá del fontanero muy ocasional.
Sin embargo, estoy tan acostumbrada a ello, que subo las escaleras
estrechas sin ver el grafiti negro y fucsia o la suciedad en las esquinas. De
hecho, ni siquiera me di cuenta cuando llegué a nuestro apartamento que
la puerta estaba ligeramente abierta. Cuando trato de poner la llave en la
cerradura, la puerta se abre. Aun así, me distraigo por una factura de la
matrícula de St. Aggie, así que camino directa al interior.

Lo primero que noto es la silla de mi padre al revés, el relleno del cojín


esparcido a su alrededor como espuma de mar amarilla. Mis pulmones se
contraen mientras me fijo en el resto de nuestras pertenencias: fotos
rasgadas hacia abajo revelando paredes manchadas. Los cajones abiertos y
volcados. Incluso algunos de las placas de linóleo en la cocina han sido
arrancadas hacia arriba y dejado a la izquierda en tiras que se encrespan.
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―¿Padre? ―escucho el sonido de mi corazón martilleando,
probablemente, más alto que mi voz.

Esto no tiene sentido. No tenemos nada que valga la pena robar, nadie
entra en los apartamentos de nuestro edificio para obtener beneficios
económicos. No es que no haya violencia; es sólo que, por lo general, es
doméstica o relacionada con las drogas.

Empujo la puerta de la habitación de mi padre y se queda atascada a un


tercio del camino. Esta habitación se encuentra en una situación aún peor
que el resto de la vivienda. Libros, papeles, mantas y trozos rotos de
muebles cubren la alfombra andrajosa como la metralla de una explosión
de una bomba. Pero no está padre. En este punto, no estoy tan segura de
que eso sea algo malo.

No hay tanto daño en mi habitación, pero aun así está destrozada. Las
cortinas se arrastran por el suelo. El escritorio esta derribado, la bombilla
de la lámpara se rompió y cayó en la alfombra.

Regreso a la cocina mientras estudio lo que quedó atrás. Estoy segura de


que alguien estaba buscando algo, pero no tengo ni idea de qué. No es
como si escondiéramos un Monet bajo las tablas del suelo.

Mi padre tiene un problema de juego. Es el mejor estafador del que nunca


hayas oído hablar, como he dicho, pero todavía estamos viviendo en el
gueto. Estoy segura de que te estás preguntando porqué, ya que te he dicho
que podía estafar a Donald Trump sin peluquín. Bueno, esa es la razón. Tan
pronto como obtiene una "ganancia inesperada", se lo gasta en los ponis.

Pero nunca toma prestado para apostar. Apuesta todo lo que tenemos,
pero nada que no tengamos. Su corredor de apuestas es su mejor amigo.
Ralph incluso viene a mis fiestas de cumpleaños. Así que tengo serias dudas
de si es un problema de pago.

Tiene que ser una estafa que ha ido mal de alguna manera. Lo que significa
que mi padre está en problemas. Tiene algo que su blanco quiere. Y no
cualquier blanco, un blanco dispuesto a romper y hacer esto. Eso significa
que es un blanco del lado más sombrío.
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Llego a la cocina y enderezo una silla. ¿En que podría estar metido mi padre
que hubiera dado lugar a esto? ¿Qué podía tener que alguien estuviera
buscando? La respuesta es un montón de cosas: documentos falsos,
información sobre algo incriminatorio, ¿quién sabe? Las dos preguntas más
grandes, sin embargo, son si la persona encontró lo que estaba buscando,
y por qué mi padre no me dijo lo que estaba haciendo.

Mi padre no es de los que esconden a su descendencia. Somos un equipo.


A veces le ayudo a tener una lluvia de ideas cuando está planeando una
estafa. No suele usarme como gancho, sobre todo porque resalto como un
pulgar dolorido en los círculos en los que tiende a trabajar. Pero siempre
me cuenta su punto de vista.

Me apoyo contra la pared, observando la destrucción en la cocina. Algo me


dice que el que revolvió todo el lugar no encontró lo que estaba buscando.
Esto podría muy bien ser una ilusión pero, de todos modos, decido actuar
con la corazonada. Buscar un poco por mi cuenta no puede hacer daño.

Pero antes incluso de recoger un plato, dos pensamientos se me ocurren.


Uno, que debería llamar a la policía antes de manipular cualquier evidencia
potencial. Dos, si el destructor de viviendas no encontró lo que buscaba,
podría volver.

Busco mi teléfono y marco un nueve y un uno antes de volver a mis


sentidos. No puedo llamar a la policía. La policía piensa que un menor
abandonado es igual a una casa adoptiva. ¡Hola! Dejo escapar un suspiro
tembloroso de lo cerca que estuve de arruinarme a mí misma de nueve
formas el domingo. Elimino los dos números y coloco rápidamente el
teléfono en mi bolsillo, como si mis dedos de alguna manera me pudieran
traicionar.

Estoy segura de que piensas que estoy siendo melodramática. Pero no soy
una idiota. Todo el mundo sabe que la casa adoptiva es una pena de prisión.
Tantísimos procesos criminales no pueden estar equivocados. Además, mi
padre y yo somos nuestro propio sistema. Soy la única que le conoce lo
suficiente como para averiguar dónde ha escondido lo que el intruso estaba
buscando. Si la policía se involucra, van a ser los que arruinen la escena del
crimen, no yo.
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Me imagino a mi padre, cada detalle de su pelo marrón grueso, hasta sus
zapatos Oxford desgastados. Si yo fuera mi padre y tuviera que esconder
algo...

¿Que no ha sido tocado? Doy una vuelta en círculo lento hasta que
encontrarlo, la papelera en perfecta posición vertical, sin un milímetro
fuera de lugar.

Sólo los policías hurgan en la basura, Julep, y nada más que en la televisión.

Antes de pensar en las consecuencias, saco la bolsa de la papelera y la vacío


en lo que queda del linóleo. Huesos de pollo de anoche van cayendo, junto
con varios envoltorios de plástico y un trozo de papel de aluminio cubierto
de grasa. Asqueroso, sí. Iluminador, no. La revuelvo de todos modos,
conteniendo la respiración y esperando. Pero no hay nada en la bolsa que
pueda ser remotamente interpretado como valioso. No hay fotos, no hay
papeles, ni dinero, nada.

Me dejo caer al suelo junto al desorden, maldiciendo para mis adentros.


Quiero decir, ¿a quién estoy engañando? ¿Cómo se supone que voy a
encontrar a mi padre en una pila de pollo a medio comer? El cubo de basura
se burla de mí con su sórdida tapa de plástico. Aún de pie, es la única cosa
en el apartamento que esta exactamente donde debe estar.
Lo pateo y lo tiro al piso. Bien podría terminar el trabajo, ¿no? Pero a
medida que cae al suelo, oigo una explosión por el interior del mismo.
Muevo la abertura hacia donde yo pueda ver. En el interior del cubo hay un
sobre acolchado.

Haciendo caso omiso de la porquería, lo alcanzo y agarro el sobre. Mientras


rasgo el sobre para abrirlo, tengo esta extraña sensación de fatalidad, como
si la liberación de su contenido fuera una especie de punto de no retorno.
Ignoro el sentimiento. Es mi padre, después de todo.

Pero cuando saco dicho contenido, estoy aún más nerviosa.

En una mano, tengo una nota:

CUIDADO CON EL CAMPO DE MILAGROS. 17


En la otra, tengo un arma.
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EL TRABAJO FRIKI
―¡Julep! ―grita Sam mientras entra volando por la puerta.

Me doy cuenta de lo que debo parecer, sentada al lado de la basura con la


espalda contra los armarios maltratados, con una pistola. Antes de que sus
ojos me encuentren, pongo la pistola en el suelo detrás de mí. No estoy
tratando de ocultarla, pero una persona sólo puede tener tantos shocks a
la vez. 18
Cuando me ve en el suelo, se apresura.

―¿Estás bien?

―Lo dije por teléfono, Sam.

―No parece que estés bien.

―Tú sí que sabes cómo elogiar a una chica.

Intenta tirar de mí para ponerme de pie, pero no le dejo. En primer lugar,


porque no hay realmente ningún otro lugar a donde ir. En segundo lugar,
bueno, no estoy segura de si mis piernas me sostendrán en este momento.
En su lugar, se sienta junto a mí.

―Sabes lo que quiero decir ―dice.

Me acerco más las rodillas. Todavía podría llamar a la policía, supongo, pero
sé que no lo haré.

―¿Esto es como la última vez?

Niego con la cabeza. Pero es una pregunta justa. Esta no es la primera vez
que mi padre desaparece.
Cuando tenía trece años, llegué a casa de la escuela un día, terminé mi
tarea, me hice la cena normal de macarrones con queso de campeones, y
vi cinco horas de televisión antes de que me diera cuenta de que mi padre
no iba a venir a casa esa noche. Tampoco volvió a casa la noche siguiente,
o la noche después de eso. No hubo nota, no hubo ninguna llamada, nada.

Yo estaba petrificada. Pero cuando se lo conté a Sam, me aseguró que si mi


padre no volvía, él y sus padres me acogerían. El solo hecho de tener una
“red de seguridad” calmó mi pánico. Mi padre finalmente regresó, dos
semanas de sándwiches de mantequilla de maní más tarde.

Él nunca explicó dónde estaba, pero me dio la impresión de que tenía que
ver con un trabajo que salió mal.
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En ese momento, yo estaba enojada con él por asustarme. Pero mirando
hacia atrás, estoy segura de que estaba tratando de protegerme de alguien
que podría haber tratado de hacerme daño o utilizarme contra él. Si hubiera
sido él, habría hecho lo mismo. Sin embargo, todo cambió después de eso.
O más bien, he cambiado. Yo ya no quería la vida de mi padre.

Pero esta desaparición es diferente. Esta vez alguien ha destruido nuestro


apartamento.

―¿Sigue sin contestar su celular?

―No lo intentado desde que te llamé ―admití―. Pero llamé diecisiete


veces. Si no ha respondido ya, no va a hacerlo.

―Sus circunstancias podrían cambiar ―dice Sam, escogiendo las palabras


con cuidado. Aprecio el tacto, pero vamos a llamarlo como es ¿de acuerdo?

―Mira este lugar, Sam. ―Señalo el desorden―. Este no es el trabajo de su


clase de blanco habitual. Esto es otra cosa.

Sam escanea la habitación, empujando fragmentos de una placa fuera del


camino con el pie.

―Bueno, no puedes quedarte aquí.


―Eso no es lo que quise decir ―le digo. Un destello de temor se clava a
través de mí cuando me doy cuenta de que podría llevarme a la policía―.
Tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie.

―Julep, no estarás realmente considerando la posibilidad de quedarte


aquí…

―Por supuesto que sí. Podría llamar o volver.

―Pero…

―Sam, por favor. No se lo puedes decir a nadie o conseguiré que me envíen


a alguna granja de adopción. No más St. Aggie.

Sam abre la boca para protestar, pero la cierra cuando se da cuenta de que
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tengo razón.

―Aun así no puedes quedarte aquí ―dice después de una pausa―. Puedes
quedarte con nosotros.

―Tu madre piensa que soy una “mala influencia", ¿recuerdas? ―Pongo
comillas en el aire alrededor de mala influencia para suavizar el punto
delicado del que odia hablar.

―Sólo tendrá que acostumbrarse. ―Está irritado a pesar de mis comillas


en el aire.

―Ya no estamos en la escuela primaria, de todos modos ―digo―.Las


fiestas de pijamas no son exactamente apropiadas.

―Esto es grave, Julep. No puedes restarle importancia. ¿Qué pasa si el que


ha hecho este… ―asiente en dirección a las tiras de linóleo― vuelve?

Odio admitirlo, pero tiene razón. Si los matones deciden intentarlo de


nuevo, será esta noche.

―Está bien. Me quedaré contigo una noche.

Él suelta el aliento que no me di cuenta de que estaba conteniendo.

―Bien ―dice.
Le miro de forma amarga.

―Sólo una. Estoy bastante segura de que no va a volver. ¿Por qué iban a
perder el tiempo? O no encontraron lo que estaban buscando o no lo
encontraron porque no está aquí.

―¿Qué estarían buscando?

―No tengo ni idea. Tal vez nada. Pero me encontré con esto. ―Le muestro
la nota. Luego, lentamente, saco la pistola―.Y esto.

Su expresión se vuelve tormentosa de nuevo, y me quita el arma, dejando


caer la nota en la grasa de pollo.

―¡Hey! ―le digo, rescatando la misma.


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Me ignora, expulsa el cargador de balas y revísala recámara con habilidad
de experto.

―¿Desde cuándo sabes algo de armas? ―Me quedo mirándole mientras


limpio la nota.

―El coronel me ha llevado a disparar desde que tenía doce años, Julep.

El padre de Sam, a quien él se refiere cariñosamente como "el coronel",


además de ser un director general, es un coronel retirado del ejército del
porte militar, ambiciosa unidad, y es estricto con Sam para que siga con el
rango. Por supuesto que el hombre iba a enseñar a su hijo cómo disparar
un arma de fuego.

―Pensé que era como la caza de patos o algo así.

Niega con la cabeza.

―A veces me pregunto si me conoces en absoluto.

Arrugo la nariz, sin querer admitir que podría estar un poco dolida por eso,
sobre todo porque hay una posibilidad de que sea parcialmente cierto. Muy
parcialmente. Al igual que, una cantidad minúscula.

―De todos modos, no está cargada ―dice.

―¿Mi padre me dio un arma descargada?


―Eso parece. ―Pone monta la pistola de nuevo y me la entrega. Luego
toma la nota―. ¿Qué dice?

―"Cuidado con el Campo de los Milagros"

Observa la nota.

―¿Qué crees que significa?

―No sé ―digo―. Pero así es mi padre. Adivinanzas.

―¿Crees que nos va a conducir a lo que sea que esta gente quiere?

―Posiblemente ―le digo, moviéndome incómodamente.

―Pero... ¿crees que conduce a otra cosa?


22
―Podría conducir a los millones que faltan o lo que sea. O podría conducir
a mi padre. Pero la nota es definitivamente suya, y él claramente quiere que
haga algo. ―Sam suspira y toma mi mano. Dejo que lo haga.

Después de preparar una bolsa e ir a la casa de Sam, él y yo tenemos una


fiesta de pijamas perfecta sin incidentes, conmigo entrando a escondidas a
través de la ventana de su dormitorio y discutiendo sobre quién va a tomar
la cama frente a la silla pelotita de Star Wars. Gano la discusión a favor de
la silla pelotita y sin embargo de algún modo me despierto en la cama, y por
eso me siento de muy mal humor a la mañana siguiente. Luego me escapo
por la ventana de su dormitorio cuando la criada llama a su puerta. Pienso
en puentear el coche de Sam e irme sin él, pero aparece con las llaves y nos
conduce a la escuela.

La Escuela Preparatoria de Santa Ágata, cariñosamente conocida como St.


Aggie para la mayoría de sus asistentes, fue la primera academia privada de
chicas de Chicago. Pero debido a diversas recesiones y otras catástrofes
naturales en los últimos años, se convirtió en una institución mixta. Sin
embargo, sigue siendo fiel a sus raíces católicas, celebrando la misa de los
miércoles en la capilla, encendiendo velas para el día de cada santo, y pasar
la presidencia de monja a monja.

El campus en sí es precioso. Varios edificios pasados de siglo forman un


perímetro alrededor de un gran patio cubierto de hierba, completado con
la fuente y el arco del triunfo. El lado sur está confinado por la Iglesia Santa
Madre de Dios, mientras que el extremo norte está limitado por el edificio
del gimnasio y el teatro. Los otros dos edificios albergan las clases, así como
las oficinas administrativas de las distintas autoridades de la escuela.

El estacionamiento, más bien pequeño, está escondido bajo la sombra de


los campanarios de la iglesia, agregándose al frío que siento a través de mi
abrigo de lana y medias obligatorias de la escuela. A pesar de la calidez de
ayer, septiembre se está desvaneciendo rápidamente en octubre, y el
famoso viento de Chicago ya está empezando a soplar.

Sam tira de una de mis trenzas y le golpeo la parte posterior de la cabeza,


que es nuestra manera cariñosa de decir "Hasta luego." Necesito un café y
un poco de tiempo de investigación antes de empezar el día. El primer 23
período es una de esas cosas que considero opcional. Al igual que los frutos
secos en los brownies. Y el hilo dental. Así que mientras Sam entra en el
edificio más cercano, yo me dirijo hacia el Ballou.

―Hey, Julep. ¿Tienes un segundo? ―Murphy Donovan, un nerd suave, con


gafas de mi clase de biología, me detiene antes de llegar muy lejos.

―¿Tienes buena taza de café expreso en tu persona? ―le digo.

―No encima, no.

―Entonces, si quieres hablar, me tendrás que acompañar.

El me sigue como un cachorro bien entrenado, pero parece necesitar un


poco de insistencia en el departamento de hablar.

―¿Así que se trata de una visita social? ―pregunto.

―No. Es decir, um, me gustaría … ―baja la voz y mira por encima del
hombro a los estudiantes revoloteando de aquí para allá alrededor de
nosotros― contratarte.

―Ya veo. ¿Cómo puedo servirte?

―Quiero que consigas que Bryn Halverson vaya al baile de otoño conmigo
―dice casi susurrando.
Considero su solicitud mientras cambio mi bolsa. Podría hacerlo.
Fácilmente, de hecho. Todo lo que requiere es un juego de estafa
modificado. Mi cerebro ya está dándole vueltas a la estafa, la evaluación de
los recursos, la marca de aforo. Pero me gustaría tener un poco más de
información antes de aceptar el trabajo.

―¿La Bryn Halverson? ―le digo―. Capitana de las animadoras JV, reina del
baile, que va a fallar en español, ¿esa Bryn Halverson?

―¿Va a fallar español?

―Concéntrate, Murphy.

―Sí, ella ―responde Murphy


24
―¿Te importa si te pregunto por qué?

Él deja caer la mirada a sus manos.

―Me gusta ―murmura.

―A ti y a todos los demás chicos americanos heterosexuales de sangre roja


―le digo, más veraz que amable. No necesito sacarle esta información.
Puedo hacer el trabajo sin eso. Pero, cómo me acerco al trabajo le afecta, y
entender sus motivaciones me permite saber lo lejos que puedo llegar.

―Me gustaba antes. Me ha gustado desde la secundaria, cuando tenía


braquets y el pelo muy rizado y azotaba todos nuestros traseros en álgebra.

Suspiro y le miro con comprensión. Voy a aceptar el trabajo, por supuesto,


pero no estoy muy emocionada al respecto. No porque me oponga a
manipular a Bryn, sino porque sé que Murphy va a terminar pisoteado. Y
puesto que Murphy es un compañero del club de tecnología de Sam, Sam
no va a estar satisfecho si ayudo a Bryn a romper el corazón de Murphy.

―Honestamente, Murphy, sería más fácil si sólo quisieras status social.

―¿Así que lo vas a hacer?

Asiento con la cabeza de mala gana.

―Sí. Pero probablemente lo lamentarás.


―¿Cuánto?

―Depende de lo mucho que la quieras.

―No, quiero decir…

Agito la mano para silenciarlo.

―Sé lo que quieres decir ―le dije, calculando la cuota en mi cabeza. ¿Cuál
es la tarifa para romper el corazón de alguien? Esta es una de esas
preguntas que me hacen reconsiderar mi línea de trabajo.

―Quinientos. Dinero en efectivo. Además, la cláusula standard.

―¿Qué cláusula?
25
―Me debes un favor.

―¿Qué clase de favor?

―El tipo del que no sabes lo que es hasta que te lo pido ―le digo, haciendo
una pausa en la puerta de la Ballou―. Si te sirve de consuelo, por lo general
es algo bastante suave, y en general en tu área de especialización.

Murphy reflexiona sobre mis condiciones medio segundo antes de pensar


en el efectivo. Nunca pagaría tanto por un baile de la escuela, pero, la
mayoría de los estudiantes de San Aggie tienen dinero para quemar. Aún
peor es la amenaza de un favor sin especificar que para ser cobrado en una
fecha posterior. Pero nadie protesta nunca. Supongo que eso es lo que pasa
al tener un acceso ilimitado a todo lo que quieres, cuando necesitas algo
que no puedes conseguir, estás dispuesto a poner todo en espera. Tal vez
la oportunidad de confesar su amor eterno vale la pena. Nunca me he
sentido así por nadie, así que ¿qué sé yo?

―¿Cuándo debo preguntarle? ―dice.

―En una semana a partir de mañana ―respondo mientras abro la


puerta―. Eso nos da tiempo para preparar el terreno, pero todavía le da un
par de días para comprar un vestido. Suponiendo que no tenga un armario
lleno ya.

―¿Y si ella dice que no?


―Deberías estar más preocupado por si ella dice que sí. ―Me mira
confuso.

―Yo me encargo de ella ―le digo, entrando en el cálido resplandor del


Ballou.

Me lleva más tiempo que a la mayoría de la gente a pedir café, porque estoy
seduciendo con palabras al cajero para obtener una bebida gratis. No es
difícil. Especialmente en una cadena, que es más sobre la experiencia de
vender la experiencia de la tienda de café, que el café. Pero incluso a los
baristas de tiendas indie se les da mucha libertad de acción. Todo lo que
tengo que hacer es determinar lo que empuja los botones de la persona
que empuja los botones, y bingo, todos los macchiatos que pueda beber.
Pero toma un poco más de tiempo agarrar un poco de dinero. 26
―¿Eres nuevo? ―le pregunto mientras me acerco al mostrador.

Soy un habitual en la Ballou, así que conozco todos los baristas. Nunca he
visto a este hombre antes, así que ya sé que es nuevo. Sin embargo, no
importa realmente si eres cliente regular o no, simplemente ten un rollo útil
para ambas posibilidades.

―El primer día ―dice.

Fornido, calvo y fuerte como un apoyador, el hombre de cuarenta y tantos


años se ve más como si debiera estar en el set de una película de acción en
vez de llevar un delantal de barista.

―¿Te gusta hasta ahora?

―El gerente es bastante agradable.

―Voy a beber un triple macchiato de caramelo y soja, por favor. ―El por
favor es esencial cuando se trata pescar con caña una bebida gratis―. Mi
nombre es Julep ―continúo, ofreciendo una mano mientras le muestro una
sonrisa con hoyuelos.

―Mike ―dice mientras me estrecha la mano.


―Conozco los nombres de todos los baristas ―le digo―. Tenía que poner
algo junto a sus números en mi marcación rápida. Nunca se sabe cuándo
vas a tener una emergencia de cafeína.

Se ríe y comienza a hacer mi bebida sin cobrarme primero, ya que puede


ver que estoy emocionada en una conversación plena.

―¿Has sido barista durante mucho tiempo?

―Mi primera vez, en realidad ―admite con una sonrisa. En él, se ve como
una pieza de granito con grietas en el medio―. Dime si lo arruino y lo
intentaré de nuevo.

―Oh, soy fácil ―le digo―. Mientras tenga un montón de caramelo, soy una
campera feliz. Además, te ves bastante seguro ahí detrás. Estoy segura de 27
que lo tienes controlado.

Elogio, elogio, elogio. Pero le mantiene concentrado en el trabajo en


cuestión. Decirle que se ve muy bien en esa camisa suena como si estuvieras
coqueteando en lugar de estar impresionada con su trabajo. El coqueteo
tiene su lugar, a ciencia cierta, pero no en esta situación. Necesitas
generosidad, no una cita.

―Eso será cuatro con cincuenta ―dice, poniendo la taza de azúcar con
cafeína en el mostrador en frente de mí.

Revuelvo todo en mi bolso.

―¡Oh, cielos! Parece que olvidé mi billetera. Supongo que debería cancelar
el pedido de bebida.

―Bien podrías tomarlo, ya que lo hice ―dice Mike, empujando la copa


hacia mí―. Llámalo práctica.

―Eres una joya, Mike. No tienes ni idea de lo mucho que necesito este café.

―Te entiendo ―dice, sonriendo y limpiándose las manos en un paño


manchado de caramelo.

―Gracias. ¡No olvidaré esto!


Tomo asiento en un sofá raído que ha pasado por el molino de buena
voluntad una o dos veces y luego saco mi teléfono. Dejé la pistola en mi
apartamento anoche. No puedo decir si es una pista, una advertencia, o un
(ja) intento cargado de ofrecer protección. Si se trata de una pista o una
advertencia, puedo descifrarlo sin la pistola real; si se trata de la protección,
bueno, no va a hacerme mucho bien. Nunca he visto un arma de fuego,
cargada o no, en la vida real, y mucho menos disparado una. Mi padre es
un estafador, no un matón, y él siempre dice: Tu historia es tu mejor
ofensiva; tu disfraz es tu mejor defensa. Las armas sólo hacen que te maten.

Una pista, entonces. Pero no tengo ni idea de que, por pongo a un lado el
enigma del arma por ahora y saco la nota.

Escribo "Campo de los Milagros" en mi aplicación de motores de búsqueda. 28


Todo en la primera página de resultados parece estar relacionado con Pisa.
Como en la famosa torre inclinada. Hago clic en un enlace titulado "¿Por
qué el área detrás de la Torre de Pisa se llama Campo de los Milagros?" La
respuesta tiene algo que ver con el poeta italiano Gabriele D'Annunzio.
Estoy bastante segura de que mi padre no está sugiriendo que me empape
de poesía toscana. Entonces, ¿qué otra cosa podría significar Pisa? ¿Tal vez
hay una exhibición de museo en alguna parte en Chicago mostrando errores
de carácter arquitectónico? Otra búsqueda sin salida de la teoría.

Tal vez Italia es la clave. Busco el número del restaurante italiano favorito
de mi padre y presiono enviar. Pero una conversación de cinco minutos
confirma que el gerente del restaurante no ha visto a mi padre en semanas,
y no hay reservas para él en los libros.

Cuelgo, desalentada, pero lejos de tirar la toalla. Exploro la entrada de


Wikipedia para Pisa, pero nada me llama la atención. Cambio de rumbo y
busco más en el edificio en sí, el diseño, la falla, el hombre que lo construyó.
Pero no hay nada que me lleve a mi padre.

El problema es que mi padre es un lector voraz. Lee cualquier cosa, desde


textos de física a las novelas de detective privado baratas. Y nunca lee un
libro dos veces, porque su mente es como Alcatraz, una vez que entra algo,
nunca sale. Todos los buenos estafadores son así. Tenemos que estar bien
informados sobre mil temas diferentes con el fin de convencer a un millar
de blancos diferentes de nuestra autenticidad. Así que mi padre podría
haber estado leyendo sobre alguna pieza oscura de la historia de Pisa que
no se me ocurrió apreciar. O Pisa podría ser sólo una cortina de humo.

Suspiro y bajo el teléfono, frotándome el puente de la nariz para


protegerme de un repentino cosquilleo en los ojos. Acaba de golpearme, lo
imposible que es esta tarea. La nota podría significar cualquier cosa, o nada
en absoluto. Podría estar buscando en la exacta dirección equivocada.
Podría estar en cualquier lugar, esperando que yo lo averiguara y llevara la
caballería. Pero, ¿qué pasa si no lo descifro? ¿Y si él está esperando
refuerzos que nunca llegan?

Calmo una ola de náuseas y trato de frenar el miedo que galopa a través de
mi pecho. Tener un descanso mental no le va a hacer ningún bien a mi 29
padre. Cuento en silencio hasta diez otra vez, obligándome a respirar. A
pensar. Tiene que ser algo que me falta. Y entonces miro el teléfono de
nuevo y me doy cuenta de que me voy a perder el inicio de segundo periodo
si no me empiezo a mover.

Me obligo ponerme de pie y asiento con la cabeza en señal de


agradecimiento a Mike mientras me dirijo de nuevo hacia el campus y, más
específicamente, a mi casillero. Tengo que cambiar un par de libros antes
de ir a mis clases de la mañana. Además, tengo que poner el trabajo de
Murphy en movimiento.

Al pasar el baño de las chicas, rebusco y revuelvo en mi bolso un espejo de


bolsillo. Me recuesto contra un lavabo y compruebo el reflejo de la parte
de atrás de mi cabeza, esponjándome el pelo y esperando que se presente
la oportunidad.

Por suerte, no tengo que esperar mucho tiempo. Un par de niñas entran,
charlando acerca de los chicos.

No es sorprendente, en realidad, ya que todo el mundo está obsesionado


con el próximo baile. Heather es una de las organizadoras, por lo que ella
nos ha estado sometiendo a Sam y a mí a chismes sobre el baile durante el
último mes. En cualquier caso, puedo usar el tema de conversación a mi
favor.
―¿Con quién vas a ir? ―Paula, una chica delgada, aflautada en el equipo
de las animadoras con Bryn, le pregunta a Harper, una chica curvilínea del
equipo de baile.

―Con Matt, por supuesto ―dice Harper―. ¿Tú?

―Bueno, le estoy lanzando indirectas a Sebastian, pero él no lo entiende.

―Me pregunto a quién se lo va a pedir Tyler ―dice Harper, en referencia al


objeto masculino de las fantasías de cada chica de San Aggie (y algunos de
los chicos).

―¿Y cómo lo va a pedir? ―dice Paul―. La propuesta formal de Jack a Elise


el año pasado fue épica.
30
Me aclaro la garganta, sacando un tubo de brillo de labios.

―¿Saben? Murphy todavía no se lo ha pedido a nadie.

―Murphy? ¿El Nerd de comunicaciones?

―Lo friki está de moda, ya sabes ―le digo, ocultando una sonrisa detrás de
la brocha aplicadora―. Además ―bajo la voz de forma conspiradora―, he
oído que es la envidia de vestuario de los chicos, si saben lo que quiero
decir. ―Entonces me guardo el brillo, dejo el baño, y serpenteo hacia un
armario cercano.

Mientras giro el seguro de mi taquilla hacia aquí y hacia allá, noto a las
chicas del baño pasar con las cabezas juntas. Están, sin duda, diseccionando
mi comentario de todos los ángulos posibles. No puedo evitar sonreír, fácil
como vender dulces a una madre perfecta.

Entonces me doy cuenta de que algo está mal en mi casillero. Huele raro,
como a basura de callejón húmedo. Tiro hacia arriba el pestillo de metal y
abro la puerta lentamente.

Una chica detrás de mí grita.


3

LA ADVERTENCIA
—¿Realmente no tienes idea de quien pudo haber hecho esto?

Susan Porter, la Decano de St. Ágata, me mira de forma recelosa mientras


llama al conserje por su walkie. Mantengo mi sarcasmo en control, pero no
es fácil. Mi relación con la Decano no es lo que se puede llamar “amistosa”.

—En realidad no lo sé —le digo. No soy buena con la autoridad.


Especialmente cuando la autoridad está sobre mí—. Ciertamente no puse
una rata muerta en mi propio casillero. 31
Su expresión se tensa y puesto que sus expresiones ya son lo bastante
fuertes para cortar, el efecto asusta fácilmente a los estudiantes más
ingenuos. Ella lo está desperdiciando conmigo, pero sospecho que no es
algo que pueda encender o apagar. Su cara sólo se ve de esa manera cuando
está agraviada y casi siempre está agraviada. No me malinterpreten; ella es
buena en su trabajo. De alguna manera se las arregla para mantener a dos
mil doscientos o más adolescentes fuera de problemas sin conseguir que un
mechón de su melena quede fuera de lugar. Y siempre sospecha de mí, por
lo que debe de estar haciendo algo bien. Escribe algo en su cuaderno
Moleskine con un pequeño lápiz, los cuales lleva en el bolsillo de su
chaqueta del traje azul marino. Estoy segura que lo que ella está haciendo
va directamente a mi archivo. La Decano ha estado en mi caso desde que
comencé en St. Agatha. No puede tener nada sustancial contra mí o lo
habría utilizado, pero su habilidad para detectar el elemento criminal es
asombrosa. Todavía tengo que conseguir una conexión a la oficina de la
Decano, pero cuando lo haga, le daré prioridad a los archivos.

—Tenga la seguridad, señorita Dupree, que encontraré al culpable —me


dice y vigila.

Suena más como una amenaza que una promesa, pero me quedaré con lo
que pueda conseguir. Si se trata de una travesura infantil, lo averiguará. Si
no…
El conserje llega, y me muevo fuera de su camino para darle acceso
completo a mi casillero cubierto de sangre. Trato de no mirar como
envuelve el cadáver peludo en un pedazo de papel de carnicero antes de
separar la cola del gancho para ropa.

No soy realmente una persona a la que le gusten los animales, pero todavía
me siento mal por el pequeño. El charco de tripas en el suelo del casillero
va a llevarle más tiempo al conserje limpiarlo, así que decido renunciar a
mis libros. Me dirijo a clase y corro justo para chocar de bruces con un pilar
caliente y duro.

—Estas bien? —pregunta el pilar

Doy un paso hacia atrás, sorprendida y miro hacia arriba, reconociendo


32
inmediatamente a Tyler Richland, el semidiós de último grado de St. Aggie.
Es el capitán de cualquier “escriba-el-nombre-del-deporte-aquí” en la
escuela, es popular y tiene un factor caliente que se aproxima a los niveles
solares. No vas a St. Ágata si no sabes quién es Tyler Richland. De hecho, no
vives en Chicago si no conoces a Tyler Richland. Su padre es un senador.

—Estoy bien —digo, y me muevo alrededor de él para irme

—Sobre lo de tu casillero. Debes estar bastante alterada.

Frunzo el ceño ante él. No me gusta que la gente me diga cómo me debería
de sentir. Y es raro que me esté hablando a mí en absoluto. Soy una
estudiante de segundo año, encima de que me he tomado un montón de
molestias para permanecer relativamente en el anonimato. Pero quizá,
tiene un trabajo para mí.

—Yo estaría alterado —continúa, convirtiendo su encanto en un par de


muecas—. Probablemente me habría desmayado.

—Supongo que no es el mejor regalo que alguien me haya dado. —Mi


escalofrío está empezando a descongelarse bajo el ataque, así es que tan
poderoso son esos ojos color chocolate fundido. Pero no soy otra cosa que
una profesional, así que mantengo mi expresión neutral.

—¿Sabes de qué se trata?


—Tengo una idea —lo admito, pensando en mi departamento destrozado.
Las casualidades son como los unicornios; puedes creer en ellas todo lo que
quieras, pero eso no las hace reales.

—¿Por qué no se lo dijiste a la Decano?

—Porque no es de su incumbencia. —Comienzo de nuevo en dirección a la


clase. Tyler se desliza en un paso a mi lado—. ¿Puedo ayudarte, Tyler?

—Creo que pude haber visto algo. —Casi me tropiezo con mi propio pie—.
¿Qué? ¿Quién?

—Sólo lo vi desde la parte posterior. Abrigo negro corto, botas negras.


Parecía que no pertenecía aquí.
33
—¿Crees que le reconocerías si le volvieras a ver?

—Honestamente, no lo sé. Tal vez.

—¿Por qué no le dijiste nada a la Decano?

—Estaba a punto, pero parecía que no querías más involucrados. No voy a


decirle lo que vi si no quieres que lo haga.

—Eso es raramente amable de tu parte —le digo—. ¿Por qué tan


caballeroso? —Él se encoge de hombros y sonríe.

—Es lo que me gustaría. Además, no me gustaría estar en tu lado malo.


Pareciera como si estuvieras a punto de ir a por su yugular.

—Posiblemente sea cierto —le digo con media sonrisa—. Así que si
pudieras mantener lo que viste entre nosotros, te estaría agradecida.

—¿Lo suficientemente agradecida para ponerme al tanto?

Estudio su rostro, tratando de distinguir la razón de su interés. ¿Simple


curiosidad? ¿La preocupación por mí, o su seguridad? ¿Algo más? Veo la
preocupación, pero estoy más preocupada sobre su curiosidad.

—Es muy peligroso.

Espera ¿qué acabo de decir? ¡Mierda! Quise decir “no es nada” o “solo es
una broma” o cualquier cosa que pudiera decir. No “Es malditamente
peligroso y definitivamente deberías estar interesado ahora”. ¿Es una parte
algo errante de mi psique de psicología de chica tratando de mostrar algo
con él? ¿Sin permiso? Mentalmente envío lejos de mí esa parte.
Desafortunadamente, no es momento de evitar la curiosidad de Tyler aún
más.

—¿En serio? —dice. Si, definitivamente más interesado—. Bueno, si es


demasiado peligroso para mí, es sin duda mucho más peligroso para ti.

Le miro fijamente, aunque difícilmente es la culpa de algún impulso ridículo


inmaduro atrapado en mi boca.

—Tal vez debería decirle a la Decano —dice. Su expresión parece astuta.


Podría no tener ninguna intención de decirle a la Decano, pero luego da uno
34
o dos pasos hacia atrás como haciendo su amenaza bien.

—Espera —le digo, y luego cambio de opinión—. Tal vez no me importa


mucho si se lo dices a la Decano.

—Si eso fuera cierto, no me hubieras pedido que esperara.

¡Ugh! ¿Qué me pasa hoy? Tal vez la rata me asustó más de lo que pensaba.
O son mis hormonas. ¡Hormonas estúpidas provocadoras de miedo! Mi
padre está ahí fuera. Y hay ratas muertas en mi casillero. No quiero un
novato, lindo o de lo que sea, bajo mis pies. Pero lo último que necesito es
tener a la Decano respirando en mi cuello.

—Mira, agradezco tu preocupación, Tyler, pero puedo manejarlo. Inclina su


cabeza cerca de la mía.

—No tendrías que hacerlo. Al menos, no sin ayuda. —Hay algo ilegible en la
expresión de Tyler, lo cual me molesta. Las personas generalmente son
libros abiertos. Puedes decir cuáles son sus motivaciones en un pequeño
intercambio, si sabes qué estuchar. Dicho esto, estoy acostumbrada a ser el
cazador, no el objetivo.

—¿Por lo menos te sabes mi nombre? —pregunto.

—¿Qué tiene que ver eso con aceptar mi ayuda?


—Tiene que ver conmigo tratando de averiguar. ¿Por qué eres tan
insistente en ayudarme?

El no responde de inmediato, pero no es porque no tenga una respuesta.


Puedo verla ahí, flotando justo detrás de sus ojos.

—¿Honestamente?

—Si, por favor.

—Esto va a sonar un poco extraño, pero… —Hace una pausa y… ¿se


sonroja? ¿En serio? Sólo hay un toque color rosa, pero está definitivamente
ahí, en sus pómulos perfectamente esculpidos.

—Tú no gritaste.
35
—¿Yo no grité?

—Cuando viste la rata.

Me debato y no alcanzo a saber por qué esto es una razón de peso para
querer ayudarme. No solo querer, si no realmente querer. Basta que esté
chantajeándome por el privilegio.

Mi duda debe ser evidente en mi cara, porque él continúa su explicación.

—Hay algo acerca de ti, algo diferente. —Sus ojos se deleitan también en
los míos por un largo tiempo—. Quiero saber lo que es.

Bueno, esto es inusual. Como es la forma en que mi ritmo cardiaco salta


cuando él lo dice…

—No necesito ayuda. —digo y trago. Es una batalla perdida en este punto,
pero también lo fue El Álamo.

—¿Ni siquiera de alguien que potencialmente puede identificar al tipo?

—No me has dado ninguna razón para confiar en ti —le digo.

—No te he dado ninguna razón para no confiar en mí, ¿cierto?

Me mantengo escéptica, pero él tiene razón.


—Además —dice suavizando el tono—, si algo así le pasara a mi hermana y
algún chico pudiera ayudarla y no lo hiciera, yo tendría un problema con
eso.

Y mis entrañas oficialmente se han derretido. Para aquellos que llevan la


cuenta en casa, esto es juego, set y partido para Tyler. Mi estafador interior
levanta sus manos en disgusto.

—¿Exactamente qué tienes en mente?

—¿Nos vemos mañana en el Ballou? Puedo pedirle a mi receptor esbozar al


tipo del abrigo negro. Su proyecto de último año es dibujar figuras.

— ¿A qué hora? —le pregunto.


36
—¿A las 4?

Asiento con la cabeza de mala gana. Su sonrisa se ensancha, mostrando sus


dientes deslumbrantemente blancos. La última campana suena y los
estudiantes se apresuran a las aulas.

—Te veo mañana, entonces —me dice con un guiño—, Julep.

***

—Es hora de llamar a los policías.

Alrededor de las 5 el Ballou pierde clientela rápidamente. La gente de St.


Aggie tiene, la mayoría, todo barajado en casa para la cena y noche de
juegos familiares y el regodeo perpetuo que viene con las extremidades del
privilegio. Nadie más de la comunidad alrededor parece necesitar
estimulantes, o al menos, no de la variedad del café. Mi propio café fue
adquirido legítimamente esta vez, por Sam, pero cuenta.

—Eso dijiste. —Pongo los ojos en blanco a Sam sobre su moka de doble
chocolate—. Pero ambos sabemos por qué no voy a hacerlo. Solo era una
rata, Sam.
—Si, ahora. Pero ¿qué sucede cuando ignoras la advertencia? Tienes que
asumir lo peor.

—Quien sea que esté detrás de la redecoración de mi departamento no


puede saber posiblemente acerca la nota de mi padre. —Bajo la voz en el
caso improbable de que alguien esté cerca para escucharnos. Mi amigo
nuevo Barista Mike es el ser humano más cercano, pero él está limpiando
el bar y parece perdido en sus propios pensamientos. Sam se inclina hacia
delante, bajando la voz para que coincida con la mía.

—Aparentemente no necesitan saber nada de eso para pensar que tienes


algo que ellos quieren.

—¿Qué pasa si solo están tratando de mantenerme callada en lugar de


37
intentar conseguir algo de mí?

—No importa por qué te están acosando. Simplemente tiene que parar.

—No importa si tengo la intención de detenerlos por mí misma. Si puedo


averiguar lo que quieren, podría ser capaz de saber quiénes son.

—¿Averiguar quién es quién? —Heather Stratton se desliza en el asiento


entre Sam y yo en la mesa pequeña de madera—. ¿Estás hablando sobre la
cosa de la rata? Paula me lo dijo. Dijo que Rachelle tuvo un ataque.

Rachelle debió haber sido la que gritó. Pienso. Ella siempre es una reina del
drama.

—Fue más como un chillido de sorpresa —digo, tomando un sorbo de mi


café sabor bleh. Avellana. Barista Mike sigue estando en el aprendizaje de
las empinadas curvas del sirope, por lo visto.

—¿Sabes quién lo hizo? —pregunta en el modo de chisme completo. Está


claro que ella piensa que nuestra relación de negocios le da el pase al
backstage del equipo Julep, lo que sería molesto si actualmente supiera
algo. Como no lo hago, es simplemente divertido.

—No —le digo.


Sam me da una mirada significativa, la cual Heather interpreta
correctamente de que me estoy conteniendo por ella. Yo diría que él está
siendo descuidado, excepto que creo que lo ha hecho a propósito.

—Pero ¿sabes por qué fue puesto ahí? —Heather se inclina hacia adelante.

—Solo una broma —le digo poniéndome a la defensiva que debería haber
utilizado con Tyler.

—Pff —agita una mano—. Val dijo que Tyler vio al chico que puso la rata en
tu casillero.

Fabuloso, Valerie Updike, la mejor amiga de Heather, sólo la chismosa mas


competente del mundo. Debería saberlo, ya que lo he utilizado en mi favor
una o dos veces. Para mantenerlo entre nosotros. 38
—¿Tyler? —dice Sam—. ¿Tyler quién?

—Tyler Richland. ¡Por Dios, Sam! —dice Heather.

—¡Si, cielos, Sam! —repito sonriendo.

—Julep tendrá que hacer que Tyler identifique al tipo sospechoso o algo así.

Me abstengo de golpear la cabeza contra la mesa. Eso sólo atraería más


atención a este fiasco de conversación.

—No voy a poner a nadie como sospechoso, y no estoy llamando a ningún


policía, Sam, sólo olvídalo.

Sam, que abrió la boca para objetar el hecho de llamar a los policías de
nuevo, la cierra a favor con el ceño fruncido en desaprobación.

—Lo que voy a hacer es localizar a nuestro homicida “Flautista de Hamelin”


y atar lo que queda de la rata alrededor de su cuello.

Ambos me miran como si yo fuera nuclear, pero ya he tenido suficiente


gallinero por hoy.

—Y exactamente ¿cómo se va a hacer eso? —Sam es el primero en


recuperarse porque él me conoce mejor. Él sabe que no muerdo. Por lo
general.
—Tyler me va a dar todo lo que pueda sobre el chico de la rata, y solo voy
a seguir… investigando, supongo. —No quiero hablar de la nota de mi padre
con Heather sentada aquí y Sam sabe que es mejor no tocar el tema.

Heather parece decepcionada, pero no soy la responsable de entretenerla,


solo de defraudar a su madre.

—¿No hay un lugar donde tengas que estar? —pregunto.

—En realidad no.

Nos estudiamos uno a otro en silencio por un momento.

—¿Por qué no?

—Tengo una cita con la Decano en media hora. —Me congelo, alarmada. 39
Pero después de tomar un respiro, me doy cuenta que la Decano no puede
saber qué está pasando con la estafa de Heather a NYU (Universidad de
Nueva York). No involucra a la escuela, de todas maneras.

—¿Para qué?

—Me estoy entrevistando para el puesto de alumna asistente. Mi madre


insiste en que reforzará mi perfil de admisiones para la NYU. —Ella resopla
y tuerce un rizo largo color arce alrededor de su dedo—. Me gustaría poder
decirle que estoy calificada para entrar.

—Ni siquiera lo pienses —le digo, de repente nerviosa por una razón
completamente diferente—. Las elecciones tempranas no son hasta dentro
de unos cuatro meses.

—Lo sé —dice ella, molesta, como si ella fuera la que me dijo en primer
lugar—. No voy a arruinarlo.

—Bien.

—Así que me tengo que quedar a esta entrevista con la Decano, espero no
obtener el trabajo.

Entonces me golpea la oportunidad envuelta como regalo está justo aquí.


—Si —le digo rápidamente, finalmente encendiendo la conversación—. Es
decir, si, toma el trabajo, es perfecto.

—Uh… ¿Me estoy perdiendo de algo? —dice Heather.

—Voy a usar mi favor.

***

Más tarde esa noche, me voy a mi apartamento. Mantengo los ojos bajos
mientras cruzo la habitación y dejo el bolso sobre una silla de cocina. Temo
que si pongo mi bolsa en el suelo, el desorden se la trague entera. 40
Empiezo limpiando la cocina, poniendo los platos astillados de vuelta al
armario, arrojando los fragmentos de los platos rotos en la bolsa de basura.
Friego dos veces para deshacerme del olor a pollo congelado.

Sam se ofreció a pasar el rato en casa conmigo cuando sus intentos de


engatusarme para quedarse conmigo en su casa nuevamente fracasaron.
Es dulce de su parte ofrecerse. También innecesario. Son solo un montón
de cosas esparcidas alrededor de un cuarto vacío. Lo cual no significa nada.

Si, si, lo sé. No creo que él lo creyera tampoco. Pero embolsar los restos de
una vida rota es una especie de esfuerzo en solitario.

Mientras me deshago del relleno de la silla, hago una lista mental de costes:
renta, menaje de cocina, la matrícula, la comida… Todo esto suma más de
lo que yo hago estafando a niños ricos. Necesito un ángulo nuevo. Algo que
me mantenga a flote hasta que mi padre regrese. Algo que en lo que pueda
trabajar en mis horas libres, que reúna el dinero suficiente para cubrir
costes. Algo de bajo perfil, estable y fácil de mantener. Algo diferente.

Aparece una idea, y tomo un descanso de la limpieza para ir en busca del


equipo de falsificación de identidad de mi padre. Desentierro la impresora
de debajo de una avalancha de libros. La película y la bolsa de laminación
de difracción están en el piso del cuarto de baño, por ninguna razón
aparente. El laminador está boca abajo detrás de la cesta de ropa. La
cámara no está en ninguna parte donde pueda ser encontrada, lo que no es
demasiado extraño. Puedo usar la cámara de mi teléfono, de todos modos.

Lo que estoy diciendo es hacer –y, lo más importante, vender– la única cosa
por la que todo el adolescente menor de 21 años daría sus colmillos: un
grado A, sobre el nivel, identificación falsa. En un centenar de dólares el clic,
que podría hacer una cantidad significativa de efectivo en corto tiempo. No
es suficiente, pero ya sabes, todo ayuda.

Me tomo un descanso de planificación de falsificación y me dirijo a la


cocina. Cojo mi bolsa de la silla y me hundo en ella, poniendo la bolsa en mi
regazo. El trabajo de identificación es buena idea, pero no me acerca a
encontrar a mi padre. Lucho con la duda que me ha estado molestando todo
el día, pero mi instinto me dice que nada de lo que he estado considerando 41
hasta ahora está si quiera cerca.

Me desplazo por mi lista de contactos del teléfono hasta el nombre de Sam.


Estoy a punto de apretar el botón de llamada, sin otra razón que la de
escuchar lo que me dice acerca de su más reciente victoria StarDrive –
cualquier cosa que me distraiga de la oscuridad arrastrándose por las
esquinas del cuarto– cuando justo por encima del nombre de Sam, veo el
de Ralph. El corredor de apuestas de mi padre. Si alguien supiera acerca del
“campo de milagros” de mi padre, sería Ralph. Y al igual que eso, todo
encaja en su lugar. El campo. Milagros.

Me levanto de un salto, tirando el bolso al suelo. La pista de carreras. Eso


debe ser. Tengo que hablar con Ralph. Llamo a su número, pero es la tienda
y su buzón de voz me responde. Ya debe estar en su casa para pasar la
noche. Voy a tener que ir a verle mañana después de la escuela. Pero
finalmente una victoria en la columna de Julep.

Quiero celebrarlo, así que voy en busca de la cafetera. Nada dice victoria
como una tarde noche de Java. Además, tengo 3 capítulos para leer para AP
lip, una sección de opinión sobre ecuaciones de segundo grado para pre
calculo, y cinco páginas de un diario francés para entregar –reviso el plan
de estudios en mi teléfono- al final de la semana. Parece que va a ser otra
larga noche.
Rescato la cafetera debajo de mi cama, desenredo la cortina de la lámpara
rota en el proceso. Pero cuando me alejo de la ventana, algo llama mi
atención. O mejor dicho, alguien.

Mi ventana tiene vistas a la calle, y hay unas cuantas personas en la acera.


Pero sólo hay una persona mirando hacia mi ventana. Una persona con un
abrigo largo y negro con botas negras y cabello claro. Una persona que se
inclina contra un Chevelle negro con rayas blancas de carreras, el mismo
Chevelle que vi estacionado afuera del Ballou ayer. Una persona que
definitivamente de quien me he dado cuenta, con la lámpara rota o no.

Corro fuera de mi apartamento y vuelo por las escaleras y salgo del edificio
justo a tiempo para ver las luces traseras del Chevelle desaparecer girando
una esquina. El rugido del motor ahoga el resto del ruido de la calle durante 42
medio minuto según mi acosador acelera a través de las cinco marchas y
desaparece de la vista con todas mis respuestas.
4

EL TRABAJO DE IDENTIFICACION
—Julep ¿qué hiciste?

Sam desliza su bandeja de comida en la mesa y se sienta frente a mí. Las


filas de mesas de roble altamente pulido no permiten mucho en la
conversación privada, pero Sam y yo tendemos a meternos en las afueras
de las filas de segundo año, casi bajo el manto de la chimenea gigante en el
otro extremo de la sala de comedor.

Contemplo mi bandeja con desprecio, empujando la montaña de pasta sin


forma con un tenedor. 43
—Cometí un profundo error al elegir lasaña.

—Me refiero a Murphy. El pobre chico tiene la cara roja permanente, y


todas las chicas están mirando su entrepierna.

—¡Oh, eso! —huelo mi plato y hago una mueca. Por lo menos me las arreglé
para otro latté gratis de mi buen amigo Barista Mike. Demasiada vainilla en
esta ocasión, pero gratis—. Le conseguí una cita formal.

—Quieres decir que le conseguiste todas las citas formales. Será mejor que
tengas la esperanza de que acabe destrozado al final del día, o podría exigir
un reembolso.

—Una vez que le des un cambio de imagen geek, será bueno para ir. Te
reunirás con él después de la escuela, ¿cierto?

—Todavía no sé lo que quieres que haga. No sé más de moda que tú.

—Sí, pero te las arreglas para llegar a la escuela luciendo mejor que una
cama sin hacer, y eso es lo que vamos a hacer. Solo el glamour suficiente
para pasar.

Sam suspira.

—Bien, vamos a deshacernos del séptimo y nos vamos al centro comercial.


—¡Genial! —Me doy por vencida con la lasaña y el pescado alrededor de la
ensalada hecha por una pieza de lechuga que no está demasiado
marchita—. Voy a tomar un café con Tyler, así que podemos vernos después
de eso para…

—¿Por qué te vas a tomar un café con Tyler?

—Para tener una mejor descripción de lo que vio. —encuentro un tomate y


se lo lanzo.

—¿No dijo que sólo vio al chico de espaldas?

—Si —le digo. —Pero él quiere ayudar.

Mastico el tomate pensando. Con el tiempo y el espacio, parece extraño


44
para mí que Tyler fuera tan insistente. En un momento, tenía sentido
quedar de acuerdo para encontrarme con él. Pero ahora que le estoy
contando a Sam eso, me doy cuenta de cuan inconsistente era el argumento
de Tyler, y cuan ridículo suena ahora cuando lo repito.

—Creo que él quiere algo —agrego.

—¿Cómo qué? —Sam baja el tenedor, con desaprobación en su expresión.

—No lo sé, Sam. Lo averiguaré cuando me tome el café con él. Tal vez tiene
un trabajo para mí.

—¿Otro trabajo? No creo que sea buena idea tomar otro trabajo en este
momento.

—¿Qué quieres decir?

—Si es por trabajo, deberías rechazarlo.

—No lo voy a rechazar. Mira, esta cosa de trabajo es importante. Será mejor
que no estés diciéndole a la gente que estoy en una pausa.

—No le he estado diciendo a nada a nadie, pero no puedes hacerlo todo,


Julep. Se supone que debes ir a la escuela, no solucionando los problemas
de todo el mundo para que puedas pagar la renta. ¿Y por qué no? Rechaza
a Tyler, quiero decir.
—Porque él puede saber algo importante. Y si no pago la renta, perderé el
apartamento. Sin el apartamento, soy un blanco fácil para la acogida
temporal. Además, tengo que pagar la matrícula del semestre. Debo el
saldo del ejercicio en un mes.

—Podemos encontrar una manera de eludir los archivos…

—¡NO!— le digo con más fuerza de la que quería. Después de un respiro,


continuo con más calma. —No. —Necesito St. Aggie para llegar a Yale, no
voy a basar mi nueva vida en una mentira de la antigua. Al menos, no
directamente.

—Entonces, te voy a conseguir dinero. O tendré a mi padre hablando con el


presidente. Y de todas maneras, ¿qué podría querer Tyler de ti si no son tus
45
servicios?

Bueno, eso es ofensivo.

—No lo sé, Sam. Quizá todo es parte de algún plan diabólico para
expulsarme. Y el infierno te lleve. No soy un perro sin hogar o algo así.

—Nada de eso es lo que quise decir. Solo estoy intentando ayudar. Y no


estoy diciendo que Tyler sea un mal chico. Creo que solo estoy sorprendido.

—Bueno, gracias, pero no necesito ese tipo de ayuda. —Lanzo una


zanahoria—. Y no estoy diciendo que Tyler sea un buen chico. Solo necesito
averiguar qué es lo que sabe. Fin del romance.

Sam se las arregla para mantener la boca cerrada bajo mi mirada ácida. Él
sabe cuándo entrar y cuándo retroceder silenciosamente. Unos minutos
después de masticar furiosamente, me ablando y decido seguir hablando
con él.

—Así que tuve una idea.

—¿Por qué siempre me pongo nervioso cuando dices cosas como esas?

—¿Puedes al menos escucharme antes de comenzar con la negatividad?

Me lanza una mirada severa.


—Estaba pensando en entrar dentro de un poco de falsificación —le digo,
haciendo caso omiso de su insolencia. Es tan difícil encontrar buenos
lacayos estos días.

—Este no es realmente tu estilo —dice, inclinando la silla sobre las patas


traseras y cruzando los brazos.

—Es cierto. Pero es un flujo regular de efectivo, que es justo lo que necesito
en este momento.

—¿Vale la pena el riesgo? Podrías tener un verdadero problema por esto,


no solo problemas escolares.

—Necesito el dinero, Sam.


46
—Lo sé —dice finalmente. —Pero no me tiene que gustar.

Antes de que pueda responder, la sombra de alguien cae sobre nuestra


mesa. Un enfurecido Murphy se cierne sobre mí.

—Julep, ¿qué demonios hiciste?

***

Después de deshacerme de la bandeja del almuerzo, libero de algunos


pastelillos de la sala de profesores y me dirijo al laboratorio de
computación. O más bien, a la habitación que pasa por un laboratorio de
computación en St. Aggie.

No es que no haya computadoras. Las hay. Filas y filas de ellas. Pero la


decoración hace que la sala parezca menos como un laboratorio y más
como un burdel francés. Cortinas de terciopelo rojo y sillones victorianos
exuberantes hacen las líneas limpias y elegantes de las pantallas y los
teclados inalámbricos parecen inusualmente elegantes.

La señora Shirley, la profesora pixie solterona de informática no se molesta


en reconocer mi entrada. Llego uno o dos minutos tarde. Si ella anotara a
todo el mundo que llega menos de cinco minutos tarde, todos habríamos
fallado en la asistencia total en menos un mes.
Unos pocos estudiantes hablan detrás de mí y se escabullen a sus asientos
vacíos, lanzando sus mochilas de diseño en el respaldo de las sillas. Algunos
de ellos sacan fuera sus cuadernos, como si en realidad tuvieran la intención
de tomar notas en lugar de navegar en los sitios web de celebridades.

No te preocupes. No soy tan estúpida como para llevar cualquier negocio


incriminatorio en una computadora escolar. Es por eso que Dios inventó los
teléfonos inteligentes. Me dejo caer en la mía y abro un nuevo email.

ASUNTO: Licencia de conducir

DE: JulieCarew@96xmail.com

Para: JulieCarew@96xmail.com
47
BCC: 12 destinatarios

¡Buenas noticias! Encontré tu licencia de conducir. Debes haberla dejado


caer cuando estabas practicando con la banda ayer. La dejaré en tu casillero
y puedes recogerla la siguiente semana. Solo déjame una comisión de $100.
Recuerda enviarme un correo electrónico con tu información para el
proyecto de grupo. ¡Qué tengas buen tiempo en los Hamptons!

Si te he perdido, déjame que te lo explique. Los doce beneficiarios que he


copiado son representantes de los concesionarios de elementos criminales
de St. Aggie –tratos con drogas, hackers, amantes de la adrenalina, animales
de fiesta, instigadores.

El mensaje no es exactamente un código, porque no tienes que considerarlo


realmente. Los destinatarios saben lo suficiente como para reconocer mi
dirección de correo electrónico por ahora. Y si eso no es suficiente pista
para ellos el abridor “Buenas noticias” es una señal previamente convenida
de que el mensaje tiene una agenda oculta. El resto es lo suficientemente
descifrable, si sabes que buscas algo.

La otra única parte que está en código es la referencia a los Hamptons. Esto
es lo que nosotros, los ladrones de St. Aggie llamamos al resto de los
estudiantes. Mi referencia a los Hamptons será, espero, la pista que los
chicos que quiero corran la voz a sus sequitos, clientes y compañeros de
clase.
Esta tarea está hecha. Envío un rápido mensaje a Heather, pidiéndole
reunirme con ella en el salón de música después del sexto período. No hay
clases ahí para el séptimo, así que tendremos la habitación para nosotras.
Quiero averiguar si ella tiene el trabajo con la decano. Además, me da la
oportunidad de plantar el marcador de dónde dejar el dinero en efectivo.

—¿Dupree?

La profesora Sherley me está frunciendo el ceño a través de sus gafas de


lectura de montura negra.

P…profesora Shirley. Solo revisaba el mercado de valores.

Una de las debilidades de la profesora Shirley es su obsesión con la salud de


su cartera de inversiones. Sacude el codo derecho cuando considera ir a por 48
su propio teléfono. Pero pone las manos con el teclado en su lugar. Deslizo
el ratón para el efecto, como si solo hubiera estado terminando el proyecto
de diseño web CSS como es debido. Desde que Sam me enseñó CSS a mitad
del ciclo, tengo mi proyecto terminado hace una semana.

Después de la sexta, Heather me está esperando justo en el interior del


salón de música.

—Tengo el trabajo. Aparentemente fui la única idiota que aplicó. Sé que


estás sorprendida —dice.

—Felicidades —digo y extraigo una pequeña estrella de un armario de la


esquina

—Tenía toda mi fe en ti.

—También tengo lo que querías —dice ella, tirando de una gruesa carpeta
color manila de su bolsa entregándomela.

—¿Esto es una copia, cierto? —pregunto, señalando la ausencia de un


nombre en la ficha de la carpeta.

—Sé cómo funciona una fotocopiadora —sacude la cabeza ofendida—. ¿Y


qué hay del grafiti?

Le sonrío mientras deslizo la carpeta dentro de mi bolsa.


—Es un buzón. Para el pago.

—¿Para qué necesitas un buzón? ¿La gente no te da el dinero en mano


simplemente?

—Esto es para algo de mayor volumen. Creo que el decano podría


sospechar si los estudiantes comienzan a hacerme señales en frente de Dios
y todo el mundo.

—¿Y no será sospechoso si esos estudiantes comienzan a merodear


alrededor del salón de música?

—Tú y to estamos en la sala de música ¿no es así? Además, se trata de


negociación plausible. En el peor de los casos si el decano encuentra el
buzón pierdo un par de cientos de dólares. Pero si me atrapa con una bolsa 49
llena de mercancía negra, me gano un billete sin vuelta para la escuela
pública.

—¿Qué mercancía de mercado negro?

—La vas a encontrar muy pronto. Ahora, sobre tu próxima tarea…

—¡Ya te pagué mi favor!

Mi sonrisa se vuelve malvada.

—Esto es menos un favor y más una oportunidad de actuar.

Ella lo considera por un segundo antes de responder.

—Estoy escuchando.

Mientras describo su nuevo papel, su expresión se transforma desde una


ligera irritación a divertida.

—Está bien —dice ella—. Pero no puedes decirle lo que viene.

—No soñaría con eso.

Compruebo la cerradura de la caja, se fuerza rápidamente, pero es lo


suficientemente resistente. Además, todavía hay una gruesa capa de polvo
imperturbable que descubrí el año pasado cuando necesitaba esconder un
teléfono que había usado en otro trabajo. El Sr. Beauford, el profesor de
música, es más viejo que Matusalén y legalmente ciego de al menos un ojo,
así que este es un lugar seguro como ninguno. Y tiene una ranura en el
frente.

—¿Así que ya tienes vestido? —Heather me pregunta.

—¿Quieres decir para el baile al que no voy a ir?

—¿Por qué no vas a ir? —Su rostro muestra una perplejidad sincera, como
si pasar del evento social de la temporada estuviera simplemente más allá
de su comprensión.

Normalmente iría. No soy reacia a pasar una noche flotando en un mar de


cursilería. Una gran cantidad de drama viene después de las funciones
escolares, proporcionando entretenimiento gratis y nuevos clientes 50
potenciales.

—Tengo demasiadas cosas que hacer y no muchas para llevar un traje.

Ella me pone los ojos en blanco.

—Excusas.

—Tienes razón, eso es. Pero también sucede que es verdad.

—Haz lo que quieras. —Se encoge de hombros con desdén.

Me muevo hacia la puerta casi cerrada.

—Será mejor que nos pongamos en movimiento si queremos llegar a clase


antes de…

Según tiro de la puerta, la Decano aparece, enmarcando la puerta y


vistiendo una sonrisa como la de un gato metido en la crema.

—¿Contando secretos, señoritas?

Abro la boca para mentir, pero ella levanta su mano perfectamente


cuidada.

—Prefiero escucharlo de Heather. Ella es mi asistente, después de todo.


Silenciosamente haré entender a Heather que me delate con algo de menor
importancia para conservar la confianza de la decano en ella. Pero las
posibilidades de que reciba el mensaje son escasas, ya que la telepatía solo
funciona en las películas, y las probabilidades de que vaya a averiguarlo son
más escasas, ya que ella no es una jugadora. Y con seguridad…

—Estábamos buscando música, para el baile.

No era lo que esperaba, pero puedo trabajar con eso.

—Dudo mucho que el comité de baile vaya a aprobar la banda de música


para su entretenimiento.

Salto antes de que la decano pueda detenerme.


51
—El tema es “Swing en el espacio” –Eso es parcialmente cierto; no me
preguntes quien lo hizo aparecer, o porqué- y estábamos esperando a que
el profesor Beauford pudiera recomendarnos un período apropiado de
música.

La Decano me mira entrecerrando los ojos.

—Entonces, si yo fuera a buscar en tu bolsa ¿encontraría una lista de este


“periodo apropiado de música”?

—Lo perdimos —le digo. Sofocando un aumento de ansiedad. Si ella


encuentra ese archivo en mi bolsa, ambas, Heather y yo estamos perdidas.

—Entonces, supongo que no voy a encontrar nada más que libros de texto.
Su sonrisa se ensancha desde un gatito hasta un tiburón tigre.

Ella en serio tiene una especie de sexto sentido cuando tiene que ver con
romper las reglas. No hay razón para que ella sospeche que hay algo en mi
bolsa. De hecho, probablemente sospecha algo totalmente diferente a lo
que va a encontrar, a menos que haya estado todo el tiempo aquí,
escuchando nuestra conversación.

—Ábrela —dice.

Una cosa que cualquier estafa te dirá, es que siempre es buena idea
conocer las leyes que estás rompiendo, aunque no por la razón que
probablemente piensas. Las leyes te dirán hasta qué punto las personas
tienen el poder de cogerte, cuando puedes callarte y exigir un abogado,
cuando puedes acogerte a la quinta enmienda, ese tipo de cosas. Así que sí,
he leído el manual de estudiante, memorizándomelo, incluso. Y por
desgracia para mí, de acuerdo al punto 33, sección F, la decano está dentro
de sus derechos en realizarme una búsqueda. En otras palabras, estamos
jodidas.

—Decano Porter, tiene un aspecto encantador, como siempre.

Tyler Richland, el caballero de brillante armadura, camina a zancadas detrás


de la Decano. Ni si quiera le oí aproximarse, lo que demuestra lo
desconcentrada que estoy por el archivo robado.
52
La sonrisa de la Decano se vuelve amarga con irritación, así que se vuelve
para abordar a Tyler.

—La última campana está a punto de sonar, Sr. Richland. ¿No debería estar
en clase?

—Estaba en camino cuando la vi —dice suavemente—. Mi padre me pidió


que le dijera que realmente aprecia su contribución a la campaña.

La manera en la que Tyler enfatizó la palabra “padre” con una pequeña


pausa distrae a la Decano de su objetivo.

—¿Lo hizo? —dice ella, a continuación, se aclara la garganta—. Quiero


decir, por supuesto. Creo que su historial de votos es impecable, y me
gustaría ver cómo puedo contribuir en la siguiente legislatura. —Me lanza
una mirada penetrante.

—Está esperando que pueda usted llamarle personalmente para poder


agradecérselo personalmente —dice Tyler, con una sonrisa.

Estoy intrigada. Parece tener un don para la mentira. Intento localizar


porqué su estilo me parece familiar, y entonces recuerdo que vi a su padre
en la televisión. Nunca había pensado equiparar la política a los timos antes,
pero la comparación parece acertada. Especialmente ahora, viendo la
forma en la que Tyler está jugando con la Decano.
—Yo…bueno, yo… —Las manos de la Decano aletean como si no supiera
muy bien qué hacer con ellas—. Quiero decir, sí. Lo haré.

Entonces se va volando como si nunca hubiera tenido la intención de revisar


mi bolsa. Esperaré a que haya girado la esquina antes de relajarme. Heather
me lanza una mirada de muerte y se dirige por el pasillo hacia su propia
clase.

Tyler, por otro lado, parece feliz de verme. Su sonrisa se transforma de


suave a sincera cuando su mirada capta la mía. Ver el contraste entre las
dos sonrisas es una ventaja inesperada. Me ayuda a conseguir un mejor
manejo de él. Si es tan fácil de decir cuando está trabajando en un ángulo y
cuando no lo está, entonces tendré que estar alerta si intenta algo conmigo.
53
No es que yo crea que vaya a intentar algo. No hay motivo, por una cosa. Él
puede ser la cosa más excitante que le pase a la población femenina desde
los productos para el cabello, pero sigue siendo sólo un estudiante de St.
Agatha. Va a ser, sin duda, alguien importante algún día, pero ahora solo es
un par de increíbles ojos marrones y un fuerte… bueno, te haces una idea.

—Eso debería darte tiempo para ocultar lo que sea que no quieres que vea
la Decano —dice.

—¿Es tan obvio?

—Lo es para la Decano, lo que hace que sea obvio para todos.

—Fabuloso.

Se ríe.

—No te preocupes. Le tomará al menos una hora ponerse en contacto con


mi padre.

Me apoyo contra el marco de la puerta, frunciendo el ceño ante el. A pesar


de mi recién descubierto y de mala gana respeto su habilidad, todavía estoy
irritada por su revelación a Valerie sobre la rata.

—Así que ¿ahora estás siguiéndome?

Señala el aula cercana llena de estudiantes.


—Tengo español con Grosky para el séptimo periodo. Y si, te estoy
siguiendo.

Lindo. Puedo hacer una nota mental para tener a Sam descargando el
horario de clases de Tyler. Solo porque no haya una razón para que Tyler
me mienta no significa que no deba comprobarlo.

—¿Cómo sabías que la Decano tenía una cosa por tu padre?

—Ella utiliza todas las excusas inimaginables para llamarlo personalmente.


Se sale de su camino para preguntarme cómo le va. Casi se desmayó cuando
él la felicitó por su traje en la recaudación fondos el año pasado. No es difícil
imaginárselo.

—Bueno, estoy impresionada. Nunca habría adivinado que tenía capacidad 54


para un romance. Y no solo interpretarla bien si no también utilizarlo para
tu, bueno, mi ventaja. Odio decir esto, pero te debo una, vaquero.

—Me deberás dos cuando te ayude a atrapar al chico que puso la rata en tu
casillero.

—Acerca de eso —le digo, cruzando los brazos—. Estoy molesta de que se
lo contaras a Val cuando te pedí que se quedara entre nosotros.

Niega con la cabeza.

—Yo no se lo dije, ella estaba allí cuando lo vi.

—¿Ella también lo vio?

Tal vez mi admirador secreto no es realmente tan secreto.

—No. Él se acaba de ir cuando ella se acercó a mí. Ella me pregunto qué


estaba mirando, y le dije que alguien puso algo en un casillero y se fue. No
pensé nada más de eso hasta que abriste el casillero y Rachelle gritó. Val
debió sumar dos y dos.

Exploro sus características, usando mi nuevo conocimiento de sus mentiras


para determinar si está jugando conmigo como cuando jugó con la Decano.
Mi instinto dice que no, que en esto, por lo menos, está siendo sincero. Aun
así, mi reacción hacia él es preocupante.
—Te dije que no se lo diría, y no lo haré —dice con la voz suave, como si
estuviera tratando de convencer a un gatito salvaje de una alcantarilla.

Lo miro durante un largo rato y, después de romper el contacto visual,


riendo en voz baja para mí misma.

—Eres bueno.

—¿Lo soy? —dice, de nuevo sonriendo.

La última campana suena, sacándonos fuera a ambos de lo que sea en lo


que estuviéramos metidos. Me siento vacía de repente.

—¿Quién necesita español? —dice Tyler—. Vámonos. Voy a comprar.

—En realidad —le digo, lamentando la decisión según la tomo—, creo que 55
voy a pasar del café.

Parece decepcionado.

—Tengo otra cosa en mente —le digo.

—¿Cómo qué?

—Como un paseo a Chinatown. ¿Vienes?


5

EL CORREDOR DE APUESTAS
Tyler tiene un brillante deportivo plateado —un Audi R8 para ser exactos.
Con un asiento de cuero de napa fina en el que mi pequeño trasero criminal
no tiene problema en sentarse. La palabra aerodinámico es un insulto a la
elegancia de este auto, con techo en forma de almendra. Parece más una
nave espacial que un auto, por lo que mis rodillas están abrazando la
palanca de cambios y me estoy inclinando hacia el centro mientras Tyler
gira a velocidades que harían sudar a un piloto de Fórmula 1. Sin embargo,
no debería quejarme. Tyler se ofreció a conducir ya que no tengo un auto y 56
Sam no estaba disponible.

Hablando de Sam, le va a estallar un diodo cuando se entere de que estoy


llevando a Tyler a ver a Ralph. No es que lo culpe. Realmente me he pasado
esta vez. Y lo que es peor es que no tengo idea de por qué. Esto no es un
juego. Las personas que destrozaron mi apartamento no están en esto por
diversión. Si realmente voy a ir contra ellos, y por el viaje donde Ralph
parece que lo estoy, entonces no tengo derecho a involucrar a civiles. Un
poco de escándalo y su padre podría perder las próximas elecciones. Tyler
sin dudas no me daría las gracias por hacer que embargaran su lindo R8.

¿Entonces por qué lo estoy involucrando?

Aprieto los dientes y agarro la manija de la puerta según mis órganos son
dejados en la acera cuando Tyler gira otra esquina.

—¿Adónde te estoy llevando otra vez? —pregunta Tyler, irrumpiendo mis


pensamientos.

—A ver a Ralph, el corredor de…amigo de mi padre —digo, tosiendo para


tapar el desliz. No es que piense que Tyler vaya a decirlo. Es sólo que no es
mi secreto para compartirlo.

Lo cual me lleva de vuelta a preguntarme por qué estoy compartiendo mis


secretos con Tyler. No soy reservada, pero tiendo a guardármelos para mí.
Él explicó su interés. Ha guardado el secreto que le pedí. Incluso se ha
expuesto para salvarme de la Decano, o al menos de mi propia estupidez
para ser descubierta, y probado que tiene algo de talento natural para las
estafas. Podría ser —de hecho, ya lo ha sido— de gran ayuda.

Lo que me pone nerviosa es que no tengo idea de lo que me pedirá a


cambio. Yo trato con favores todo el tiempo, pero siempre va en ambas
direcciones. No se consigue algo por nada. No en la vida y, ciertamente, no
en los negocios. Tyler parece conforme por el paseo. Pero la pregunta de
Sam, aunque es un poco insultante, planteó un punto razonable: si Tyler no
quiere mis servicios, ¿qué es lo que quiere? Hasta que pida algo, estoy
atascada esperando a que llegue el momento. A menos que lo patee a la
acera, lo cual, lo admito, estoy reacia a hacer por todas las razones que dije,
57
y por todas las que no —ojos, pelo, y ensoñación general no son razones
válidas.

—Supongo que no eres muy fan —dice Tyler.

—¿Qué? —Parpadeo.

—Este chico con el que nos vamos a encontrar. No pareces muy


emocionada de verle.

—Ralph está bien —le aseguro—. Es un buen amigo de la familia.

—¿Y entonces qué es? —Reduce la marcha y rueda hasta detenerse en un


semáforo rojo.

—¿Qué es qué?

—Estás pensando en algo. —Estira la mano y gentilmente acaricia mi cara—


. Se te hace una pequeña línea junto a la nariz cuando estas concentrada.

Toco el punto que él tocó entre mi nariz y la mejilla izquierda, golpeando su


mano en el proceso. No puedo decidir si es adorable, o alarmante que esté
tratando de leerme.
—Nada —digo—. Las posibilidades de los Cubs4 en los playoffs5.

Las luces cambian a verde, y el R8 avanza rápidamente sin un sonido.

—Entiendo que no confíes en mí. Sólo desearía saber qué decir para hacerte
cambiar de idea.

Vuelve atrás en el tiempo y muestra algún interés en mí antes de que alguien


tirara una rata en mi casillero.

—Ya estoy confiando en ti más de lo que debería —digo en su lugar—. Eso


era en lo que estaba pensando, que no debería estar en este auto ahora
mismo, que debería estar yendo a ver a Ralph por mi cuenta.

Se queda en silencio por un momento, dando vueltas a esto.


58
—Sé que no significa nada, pero quiero que sepas que confío en ti.

—¿Por qué? —pregunto exasperada—. No sabes nada sobre mí.

—No tengo que hacerlo. Sólo… siento que puedo confiar en ti.

Parece no estar seguro, como si tuviera miedo de no estar explicándolo


bien, o de mi reacción tal vez. Me echa una mirada robada.

—Bueno, es fácil confiar en la víctima —digo—. Pero gracias. Creo.

Él sonríe, aliviado.

—¿Hay algo que puedas decirme mientras aún estoy en el proceso de


probarme a mí mismo?

—Eso depende. ¿Qué quieres saber? —digo.

—Más sobre ti. ¿De dónde eres? ¿Por qué todos piensan que eres una
ladrona?

Me rio.

4 Los Chicago Cubs (Cachorros de Chicago, en español) es un equipo de béisbol


profesional de Estados Unidos, con sede en Chicago, Illinois.
5 Los Playoffs de la NBA son 3 rondas de competición entre dieciséis equipos repartidos

en la Conferencia Oeste y la Conferencia Este


—Prefiero el término arregladora. Y vengo de todas partes. Nos mudamos
mucho cuando era más joven.

—Entonces no eres una nativa de Chicago —dice—. Eso explica mucho.

—¿Lo hace? —Levanto la ceja hacia él. No la ve porque sólo puedo levantar
la ceja derecha. Es un defecto. Estoy trabajando en ello.

—Eres diferente. De alguna manera, menos frágil.

—Estoy sorprendida y un poco complacida por la observación. Tal vez, es


un elogio extraño, pero lo tomaré.

—Se necesita algo más que el viento para arrollarme, supongo.

—A veces parece que las personas que crecieron aquí toman el viento por 59
sentado.

Frunce el ceño.

—¿Qué dice eso de ti? —pregunto—. Eres de las familias fundadoras, ¿no?

Se concentra en conducir en vez de responder. Normalmente, no me


molestaría haberlo incomodado. No es mi blanco, así que no es necesario
que lo lleve de la mano. Pero algo en mí se retuerce un poco al pensar que
pude haber herido sus sentimientos.

—Lo siento —digo en el silencio. Siento las palabras extranjeras y pesadas


en mi lengua, y me doy cuenta de que no me he disculpado por nada en
mucho tiempo.

—Nada por lo que disculparse —dice—. Tienes razón. Soy nativo. —No lo
hace sonar como algo bueno—. Dime como llegaste aquí.

—Nos mudamos de Atlanta cuando tenía ocho. Antes de eso vivíamos en


Tucson. Antes de eso, Seattle, San Diego, Denver, y, aleatoriamente, en
Mount Vermon, una pequeña ciudad en Maine.

—¿Tu padre era militar o algo?

—No. —Y antes de que pudiera preguntarme algo más, llevo el tema a


aguas más seguras—. Mi madre nos dejó después de Atlanta. Simplemente
un día no regresó. Y mi padre decidió instalarnos por un tiempo para que
pudiera ir a una buena escuela.

Podía decirle más. Podía decirle que mi padre se instaló en realidad para
enseñarme el negocio de la familia, que quería que fuera a una buena
escuela para que aprendiera a adaptarme a los ricos, así como a los pobres.
En su lugar, me centro en lo que no es importante. Es todo sobre
distracción, prestidigitación. No mires esto; mira esta cosa brillante que
tengo aquí.

—Lo siento —dice—. No sabía lo de tu madre.

—Nada por lo que disculparse. —Hago eco en sus palabras con una sonrisa.

Antes de que pueda hacer más preguntas potencialmente incriminadoras, 60


entramos en una plaza de aparcamiento fuera del negocio de Ralph. No
espero a Tyler, aunque sólo está a uno o dos pasos detrás de mí. Cuando
empujo la puerta, unas campanitas tintinean alegremente.

Probablemente has hecho algunas suposiciones sobre Ralph.


Probablemente piensas en un barrigón, un hombre calvo de unos cincuenta
años, constantemente sosteniendo un cigarrillo no encendido, con el cuello
de la camisa abierto para mostrar abundancia de pelo en el pecho y una
predilección por las cadenas de oro. Probablemente también pienses que
su establecimiento es un bar de mala muerte apestoso de alcohol, tías y
billar. Por lo menos, es probable que imagines una tienda de cigarrillos o
licores con una fina capa de suciedad a lo largo de las tablas del suelo. Tal
vez la oficina de un contable, si estás versado en la profesión.

Pero ninguna de estas cosas podría estar más lejos de la verdad. Bueno, lo
de la calvicie, en realidad, es preciso. Aunque, en los demás aspectos, Ralph
no es en absoluto como esperas que sea un corredor de apuestas. Es un
hombre coreano bajo en la mitad de los sesenta. Es afable y un poco tímido,
con un gran corazón y muy inteligente. Trabaja con los números del mismo
modo que mi padre lo hace con sus blancos.

Su tienda es de antigüedades y rarezas mohosas asiáticas, en el borde este


de Chinatown. Mientras Tyler y yo caminamos a través del laberinto de
estantes y exhibidores llenos de peces koi de metal segmentados, cordones
de seda roja anudados y un pijama inspirado en un kimono, recuerdo la
primera vez que mi padre me trajo aquí.

Él había conocido a Ralph en la trastienda de un juego de póker, y había


formado una afinidad inmediata con él —extranjeros en una tierra extraña,
supongo, con Ralph tratando de hacerlo como un corredor de apuestas no
afiliado (es decir, sin vínculos con el hampa) y mi padre tratando de hacerlo
como una estafa de poca monta en vez de un estafador de alto riesgo.

De todos modos, había hecho algunas apuestas con Ralph y había


conseguido recientemente lo suficiente para pagarle, así que me trajo para
ser su “cómplice” para la transacción. Tenía nueve años en ese momento.
Todavía me preocupo por ser la cómplice de mi padre.
61
Recuerdo observar los estantes, fascinada por todo. Había un pequeño
juego de té chino pintado con lirios de color rosa pálido con el que
prácticamente babeaba. Lo deseaba tanto. Recuerdo escuchar la mezcla de
mi padre conversando con Ralph y la música de la flauta metálica, vagando
por la habitación y sintiéndome extrañamente en paz, a pesar de la cicatriz
fresca al haber desaparecido mi madre sin decir una palabra.

Después de haber conversado con Ralph, y haberme regalado el juego de


té (sí, todavía lo tengo —o lo tenía, antes de que nuestro apartamento fuera
saqueado), estábamos saliendo y yo estaba arrastrando los pies porque no
quería irme del inesperado confort de la tienda de Ralph. Mi padre debió
haber sentido mi humor y la razón detrás de ello, porque se detuvo y se
arrodilló frente a mí, tomando mis pequeñas manos entre sus manos
ásperas.

—Sé que no soy tu madre. No soy tan natural en esto como era ella —dijo,
con los ojos más honestos que alguna vez haya visto—. Pero sólo pasa el
rato ahí conmigo, ¿sí? Haré lo correcto por ti.

Recuerdo asentir y sentir que mi equilibrio era aún más precario.

—Pasaremos juntos por esto, tú, yo y sesenta y tres.

Luego se puso de pie y me dio unas palmaditas en la cabeza, atrayéndome


hacia él para un rápido apretón. Y mucho más que las confesiones de
ineptitud parental, esta frase familiar de mi padre alivió mi ansiedad. No
tengo idea de qué significa, pero la ha dicho tanto que se convirtió en parte
de nuestro léxico.

—Oye. —La voz de Tyler me trae el presente—. ¿Estás bien?

Sus ojos muestran preocupación, aunque tiene las manos metidas en los
bolsillos. Tal vez teme romper algo. Dejo los palillos que no me di cuenta
que había estado examinando durante mi viaje por el camino de la
retrospección.

—Sí —digo, y establezco mi camino por el trayecto más directo hacia la


parte posterior de la tienda. Tyler me sigue, pegándose a mí como una
especie de golden retriever justo a mi derecha.
62
—Julep, qué suerte verte hoy.

Ralph sale de detrás de la caja registradora y me da un firme pero rápido


abrazo. Parece más que feliz de verme, lo cual probablemente significa que
no sabe nada de que mi padre está desaparecido. Pero no esperaba que lo
supiera realmente. Vine porque si alguien sabría acerca del “campo de los
milagros” de mi padre, sería Ralph.

—¿Y quién es el nuevo chico?

—Ralph, él es Tyler. Tyler, Ralph, un viejo amigo de la familia.

—Muy apuesto. ¿Es tan inteligente como Sam?

—Estoy segura de que es muy inteligente —digo suavemente.

—Sam sigue construyendo mi World Wild Web, ¿no?

—Sí —digo. Puedo sentir a Tyler sonriendo—. Ralph es World Wide Web.6

Rechaza mi corrección con un gesto un poco artrítico.

—No me importa cuál es su nombre. Sólo necesito una página. —Mira


socarronamente a Tyler—. Para la tienda.

6 Juego de palabras.
—Debería estar terminada en cualquier momento. Hay una complicación
con… eh, la función del carrito de compras. Pero Sam lo tiene bajo control.
Vendrá a mostrarte cómo usarla cuando esté lista.

—Suficiente conversación de tienda —dice Ralph, haciendo un gesto para


que nos sentemos en las sillas tapizadas de seda. Saca una silla plegable de
atrás de la registradora y se nos une. Luego nos da tazas de papel que
contienen agua tibia del enfriador de agua y saquitos de té de jazmín.

—¿Cómo está tu padre? No lo he visto en mucho tiempo —dice Ralph.

—En realidad, es por eso por lo que estoy aquí. Se ha ido.

—¿Te refieres a un viaje?


63
—Alguien destrozó nuestro apartamento.

—¿Qué? —dice Tyler, con los ojos muy abiertos—. ¿Cuándo?

—Te lo contaré más tarde —le digo, y vuelvo a Ralph—. Alguien le estaba
buscando, o a algo que tenía. No puedo contactarle, y no ha vuelto en dos
días. Esperaba…esperaba que pudieras decirme algo.

Ralph murmura algo en coreano.

—Le dije que no lo hiciera.

Mi pulso se acelera. ¿Ralph podría saberlo todo? ¿Podía ser así de fácil?

—¿Que no hiciera qué, Ralph?

Ralph me dedica una mirada que es mitad vergüenza y mitad lástima.

—Me dijo que no te lo dijera. —Abro la boca para protestar, pero Ralph
continúa—. No sé mucho. Pero te digo lo que sé. Malos negocios.

Un escalofrío se instala en mi sangre. Para Ralph, “malos negocios” es el


código de la mafia.

Hay dos cosas que debes saber sobre la mafia. La primera es que los
mafiosos odian a los estafadores. Los estafadores tienden a ser solitarios.
Los mafiosos tienden a, bueno, ya sabes, la mafia. Los estafadores, a
menudo invaden en el territorio autoproclamado de un mafioso, y ellos no
comparten. Por supuesto, tampoco lo hacen los mafiosos, así que puedes
ver el dilema.

La segunda cosa que saber de los mafiosos, es que tienen una tendencia a
eliminar a la competencia de manera permanente. Si te mezclas con la
mafia, es como apostar contra el casino —tarde o temprano, la casa gana.

Mi padre no trataba con la mafia, y no sólo porque la mafia no trataría con


él. Era, antes todo, un hombre de negocios. Un poco en el lado de la sombra,
pero conocía una mala apuesta en cuanto la veía, y no era lo
suficientemente adicto al juego para cometer errores estúpidos. De hecho,
lo único bueno de trabajar para la mafia era…

—¿Cuánto? —pregunto.
64
—¿Qué está pasando? —salta Tyler—. Parece como si hubieras visto un
fantasma. ¿Qué me perdí?

—¿Cuánto te debía, Ralph? —Mi tono es más frío que estar en bikini en el
Polo Sur. Nunca antes he estado enojada con Ralph por la costumbre de mi
padre a los juegos de azar, sobretodo porque Ralph era un bruto al
respecto, pero también porque no es culpa de Ralph. Pero si usó la fuerza
para que mi padre pagara una deuda…

—No, no. No me debe nada. No hace apuestas hace meses.

Mi mandíbula cae.

—Pero… no tiene sentido.

—¿Qué no tiene sentido? —insiste Tyler—. ¿Puede alguno explicarme qué


está pasando?

—Ralph es el corredor de apuestas de mi padre y también su amigo. No te


lo dije antes porque podría ser peligroso para Ralph si lo sabe mucha gente
equivocada.

—¿Gente equivocada? —repite Tyler, con expresión incrédula. No puedo


decir si está sorprendido o si le he ofendido.

—Tú sabes —evado—. Gente recta. Gente en el lado recto de la ley.


Niega con la cabeza hacia mí, con una mezcla de asombro y consternación
en su rostro. Respiro. No quería que supiera todo esto —pero entonces,
¿por qué le traje conmigo para ver a Ralph? El que lo supiera se hizo
inevitable en el momento en que me subí a su auto.

—Ralph piensa que la desaparición de mi padre tiene que ver con un trabajo
que él está haciendo para la mafia.

—¿A qué te refieres? ¿Por qué trabajaría para la mafia? ¿Qué hace tu
padre? —dice Tyler

—La gente piensa que soy una ladrona —le recuerdo, dejando que conecte
los puntos.

Volviendo de nuevo a Ralph, le pregunto. 65


—¿Qué más sabes? ¿Sabes qué mafia?

—¿Qué mafia? —dice Tyler. Su voz suena estrangulada—. ¿Quieres decir


que hay más de una?

Suspiro.

—No es momento para Crimen Organizado 101. Pero sí. Normalmente


agrupados por nacionalidad.

—No sé, Julep —responde Ralph—. Sólo sé que busca el golpe final.

—Esto no parece algo normal en mi padre en absoluto. ¿El golpe final? Salió
hace años de las grandes estafas. ¿Estás seguro, Ralph?

Ralph asiente, su pequeño cuerpo está un poco caído en la silla. Desgastado


por el tiempo y triste, nunca ha parecido más un albaricoque marchito de
lo que lo parece ahora. Quiero abrazarlo, así que me abrazo a mí misma.

—¿Sabes qué trabajo era?

—Falsificación, creo —dice Ralph.

—¿Alguna idea de qué quieren que haga? —Incluso saber lo que mi padre
estaba falsificando podría ayudar.

Ralph niega con la cabeza.


—Eso es todo lo que sé, jang mi.

—Creo que podría haberme dejado algo en el hipódromo para que lo


encuentre —digo, tomando un rumbo diferente—. ¿Sabes dónde podría
haber escondido algo? ¿En una habitación? ¿En un edificio anexo?

Niega con la cabeza otra vez, y pongo mi mano sobre la de él.

—Gracias de todos modos, Ralph. Si encuentras a mi padre antes que yo,


mándalo al inferno y luego llámame, ¿sí?

Ralph me devuelve una sonrisa débil y me da un suave apretón en la mano.


Pongo la taza sobre la mesa separando la silla de la de Tyler, con el té sin
tocar.
66
Tyler deja su taza de té también, siguiendo mi ejemplo. Ralph se pone de
pie de un pequeño salto y se escabulle detrás de la registradora. Vuelve con
una caja de zapatos llena de galletas coreanas frescas y me entrega la caja
con palmadas paternales y advertencias de que me mantenga fuera de
problemas. Incluso le da la mano a Tyler.

Luego nos escolta a medio camino de la puerta antes de volver a sus libros,
murmurando otra vez. Esta vez, llama mi atención.

—¿Qué fue eso? —dije, parándome en seco.

—¿Qué? —pregunta.

—¿Qué dijiste?

—Nada. Algo sin sentido que me dijo tu padre antes de que se fuera la
última vez.

—¿Qué cosa?

—Eh… tú. —Ralph me señala distraídamente, como si estuviera pensando


para decirlo bien—. Yo. —Se señala a él mismo—. Y sesenta y tres.
6

EL CAMPO DE LOS MILAGROS


Al día siguiente, Sam y yo nos saltamos la escuela y nos encaminamos hacia
el hipódromo. El clima es bastante cálido para ser tan a finales de año, lo
que es un alivio. Lo que sea que estemos buscando, puede estar tanto fuera
como dentro.

—¿Podrías terminar con eso? —dice Sam mientras bajo la ventana y luego
la subo otra vez. Es en parte por la novedad de poder decidir si la ventana
está abierta o cerrada. Siendo el Metro de Chicago mi principal modo de
transporte, normalmente no elijo. Pero es también porque le molesta. 67
Nunca dije que fuera buena persona. Abro la ventana un centímetro y la
dejo así. Sam suspira.

—¿Has pensado el hecho de que ninguno de nosotros dos tiene veintiún


años? —dice. Antes de poder responder, continúa—. ¿Qué estoy diciendo?
Por supuesto que los tenemos.

Le entrego la licencia de conducir falsa que hice para él la otra noche.

—En su casa, cortesía del Departamento de Vehículos Motorizados de


Julep.

—Podrías practicar —dice, tomando la tarjeta brillante—. Oí que el


verdadero DVM contrata a una gran cantidad de estafadores rehabilitados.
—Mira su nueva licencia—. ¿Sam L. Jackson? Creí que la primera regla de la
falsificación era evitar nombres que la gente pueda reconocer.

—Lo es —digo—. Simplemente no me pude resistir. Además, hay una buena


probabilidad de que no lo necesitemos.

—Lo cual significa que hay una buena probabilidad de que sí.

Llamé a Sam después de Tyler y de mi conversación con Ralph, y le hablé de


la mafia. Estaba tan sorprendido como yo, pero no parecía ocurrírsele
retirarse lentamente. Cuando seguí con el comentario de que estaba
preparada para ir sola, me dijo que era estúpida y que lo llamara cuando
consiguiera un nuevo cerebro. Estaba feliz con la respuesta, ya que le había
hecho su identificación.

—¿Tienes alguna idea de por dónde empezar a buscar? —pregunta.

—Estoy muy segura de que tiene que ver con sesenta y tres.

—¿Por qué sesenta y tres?

—Es algo que mi padre solía decir. Se lo dijo a Ralph la última vez que Ralph
lo vio, así que apuesto a que está relacionado.

—¿Estás apostando? —La duda oscurece su pregunta.

—Es una deducción lógica. 68


Sam murmura algo sobre estafadores con egos más grandes que un
Battlestar.7

—Podría llamar a Tyler y encontrarnos con él allí.

—Creo que lo tenemos cubierto —dice Sam, frunciendo el ceño.

Le sonrío desde el asiento del pasajero. No tengo idea de por qué le molesta
tanto Tyler. No es como si no hubiéramos trabajado con otra gente antes.
Una vez, para la escuela, trabajamos con el equipo entero de lacrosse de JV.

Por suerte para nosotros y nuestros documentos de identidad


recientemente acuñados, el hipódromo es para familias, en su mayor parte.
Las únicas áreas de acceso restringido para los menores de edad son las
habitaciones con Keno, las máquinas tragamonedas, y las secciones de
fumadores. El resto del amplio centro, está abierto para todos.

La primera cosa que notas cuando entras al área principal son las filas y filas
de escritorios elegantes con sillas de cuero, una reminiscencia de escritorios
de estudio de una biblioteca. Las filas están situadas en frente de una

7Battlestar es un tipo ficticio de nave espacial militar, que pertenece al universo de las
historias de las series de televisión Battlestar Galactica y Battlestar Galactica (2003).
veintena de televisores de pantalla plana de gran tamaño que cuelgan
desde el techo.

Pequeñas lámparas de bronce iluminan cada uno de los escritorios


miniatura con un suave brillo dorado, y placas de plata a juego fijadas a los
lados de los cubículos muestran números ascendentes. Mi ritmo cardíaco
se eleva punto nueve segundos, hasta que me doy cuenta de que los
números son todos de tres dígitos. Hay un 163, un 263, y así sucesivamente,
pero no el viejo y simple 63.

Sam debe haber notado lo mismo, porque pregunta.

–—¿Dónde están las decenas?

—Él no lo habría hecho así de fácil. 69


—¿Fácil? —Sam me mira como si estuviese imitando a los Looney Tunes—
. ¿Tan fácil como dejar una nota enigmática que conduce a ninguna parte?
¿Tan fácil como involucrarse con “ya sabes qué” en primer lugar?

—Si estoy en lo cierto y me lleva a algo, él lo haría tan difícil como pudiera
en caso de que alguien más estuviera por el mismo camino. Vamos, Sam.
Tú conoces a mi padre.

Sam desliza los dedos por el teléfono a la velocidad de un taquión8.

—Podríamos comprobar los bancos de máquinas de apuestas electrónicas.


Puede ser que estén numeradas. También, Trackjunkie953 sugiere buscar
números en los palcos.

—¿Dónde están? —pregunto.

Si estás preocupado porque las conexiones Web de Sam nos puedan


entregar a la mafia, no lo estés. Sam sabe lo que hace. Haría falta un acto
de Dios o del gobierno encontrarle cuando decide borrar sus huellas.
Además, la mafia no es conocida por su progreso tecnológico. Están más
con los objetos contundentes.

8Un taquión es cualquier partícula hipotética capaz de moverse a velocidades


superlumínicas.
—Arriba, lado oeste —dice, llevando el teléfono a lo largo para orientar el
mapa a nuestra ubicación—. Parece que podemos tomar estas escaleras.

Los palcos de primera clase se encuentran en el centro del edificio con las
mejores vistas, por supuesto. Junto a la entrada hay una placa de bronce
gigante con una lista de nombres de todas las familias de los donantes
responsables de la última renovación del hipódromo. Richland y Stratton
están ahí, junto a muchos otros apellidos reconocibles desde St. Aggie. Si
necesitaba más pruebas de que iba a la escuela más prestigiosa en Chicago,
bueno, ahora las tengo.

Sam y yo pasamos por las filas vacías, buscando un sesenta y tres de


cualquier tipo. No hay suerte. Los asientos están marcados con
combinaciones de letras y números, con nada por encima del número 70
cuarenta.

—A este punto estaría satisfecha con un sesenta y tres deletreado en un


M&M. —Golpeo la parte posterior de uno de los asientos con frustración.

Recuerdo a mi padre trayéndome aquí una vez cuando era pequeña.


Recuerdo los sonidos: gente gritándole a los caballos mientras se
precipitaban alrededor de la pista, la trompeta que anunciaba el comienzo
de cada carrera, el altavoz llamando a las últimas apuestas. Sin embargo,
no estábamos sentados en los palcos. Estábamos sentados en la tribuna.
Recuerdo arrastrarme sobre los bancos, recogiendo los recibos de apuestas
desechados entre los parches pegajosos de refrescos derramados y colillas
de cigarrillos.

—¿Recibos de apuestas? —digo—. ¿Los recibos de apuestas tienen


números?

—Estoy segura de que tienen un montón de números —dice—. Pero la


mayoría no son números fijos. Cambian en base a la carrera y el caballo al
que le apuestas.

Por supuesto, tiene razón. Pero algo sobre la idea me está inquietando.

Paso junto a Sam furtivamente y deslizo unos dólares en una máquina de


apuestas. Filas de botones de colores aparecen en la pantalla. Primero,
tengo que seleccionar una pista. Estoy a punto de seleccionar el Circuito
Hawthorne cuando mi mano se detiene en el aire.

—Sam, las pistas están numeradas.

Hay trece pistas de carreras de todo el país para elegir. Cada pista tiene un
número correspondiente, pero no están en orden numérico. Son aleatorios,
por lo menos para mi ojo no entrenado. Pero hay un sesenta y tres.

—Churchill Down —digo—. ¿Entonces qué? ¿Se supone que tenemos que
ir allí?

Sam inhala fuertemente mientras sus dedos sobrevuelan su teléfono.

—Las más de veintiún salas tienen nombres. Creo que vi… ¡Allí está!
71
Churchill Downs.

Agarro el teléfono de su mano para poder leer la letra pequeña por mí


misma.

—¡Sam, eres un genio! —digo, besando el teléfono, que por supuesto hace
que todo sea extraño. Se lo doy a Sam, quien me da me mira de forma
extraña.

—Lo que sea. Vayamos allí.

Lo sigo escaleras abajo y alrededor de la esquina, y de pronto recuerdo que


tenemos que actuar bien nuestra parte para poder entrar.

Agarro la parte de atrás de la cazadora de Sam.

—Sostenla —digo, jadeando de emoción—. Tenemos que ser


universitarios, ¿recuerdas? Debemos cambiar.

—Bien —dice, encogiéndose de hombros.

Enderezo la cazadora de Sam de la Universidad de Columbia que uno de mis


clientes anteriores tomó prestado de uno de sus hermanos mayores. Luego
despeino aún más mi cola de caballo desordenada y compruebo el
delineador y el brillante lápiz labial en mi espejo de bolsillo de confianza.
Me saco la chaqueta y me la anudo en el brazo, tirando hacia abajo mi
camiseta de tirantes para revelar más de mi mínimo escote con un tatuaje
convincente de una mariposa.

—Vamos —digo, tomando el brazo de Sam como la novia aduladora que


soy.

Caminar por el área para mayores de veintiuno es fácil. Nadie hace


preguntas, en parte porque nos vemos confiados y arrogantes, como si
estuviéramos desafiando a la gente a comprobar nuestras identificaciones,
y en parte porque no es el día de una gran carrera, así que no hay mucho
riesgo de apuestas de menores de edad.

—Sam, mira —digo, señalando los cubículos de escritorio, copias exactas de


los que hay abajo.
72
Efectivamente, las placas de bronce están numeradas, y nos lleva poco
tiempo localizar el sesenta y tres.

Tanteo debajo del escritorio y de la silla, busco en los estantes, y presiono


la parte de atrás buscando falsas paredes. Ni siquiera sé lo que estoy
buscando —un trozo de papel, creo. Pero no encuentro nada. Intento
abofetear mi decepción. Obviamente, no estoy pensando en nada. Sam
está tocando su teléfono.

Luego me percato de la lámpara de escritorio —específicamente, la que


tiene un tornillo suelto en la base. Le doy un codazo a Sam y extiendo la
mano. Mira donde estoy mirando y me da su navaja de Ejército Suizo. La
navaja es vieja, así que sacar el mini destornillador es fácil.

Temblorosamente desatornillo el resto de la base y le devuelvo la navaja a


Sam. Apenas le siento tomarlo.

Cuando quito la lámpara de su base, aparece un trozo de papel doblado,


como si estuviera diciendo ¡Ya era hora, novato! La arrebato y la despliego,
dejando la lámpara donde se encuentra.

LOS HOMBRES SE CONVIERTEN EN NIÑOS CUANDO SON CONSUMIDOS


POR LA TIERRA DE LOS JUGUETES.

—¿Qué dice? —pregunta Sam mientras me hundo en la silla de cuero verde.


—Es otra pista estúpida —digo—. ¿Por qué hace esto? Yo estafo a la gente,
no soy detective.

Sam juguetea con los restos de la lámpara.

—¿Qué es esto? —dice, sacando una pequeña llave plateada de la base. La


tomo para examinarla más de cerca. No hay signos distintivos, no hay
números o letras de ningún tipo. Pero tiene una forma inusual. El eje es
cilíndrico, con dos pequeños dientes en el extremo, similar a una llave
maestra, aunque es más pequeña que la llave de una casa y tiene una
manija art déco inusual.

No tengo idea de qué abre. Una caja fuerte, un cajón, un mausoleo, un


juguete a cuerda… podría ser cualquier cosa. Y no hay nada que pueda ver
73
en la nota que apunte a la respuesta. O incluso un lugar donde empezar a
buscar. Lo que significa que estoy de vuelta donde empecé.

—Hey, ¿qué haces?

Un insatisfecho empleado del hipódromo, con un peinado de los ochenta,


se cruza en mi campo de visión. Sus brazos peludos se cruzan sobre su
pecho de barril.

—¿Modificando una propiedad privada? —digo con una sonrisa tímida.

—Necesito ver sus identificaciones.

Claramente no está de humor para réplicas, contestaciones ingeniosas u


otra cosa.

Sam le entrega su identificación de inmediato, a pesar de que le resta


importancia a sus nervios hasta el punto de la agresión. Perfecto.

Hago una gran producción rebuscando en mi bolso, rodando los ojos, y


haciendo explotar mi goma de mascar, lo cual prueba lo mucho que disfruta
mi personaje de que comprueben su identificación.

El gorila lee cuidadosamente nuestras identificaciones mientras yo le doy


una vuelta a mi pelo y Sam frunce el ceño. Pero finalmente nos las devuelve,
su toque es un poco apretado para que las tomemos fácilmente.
—Bueno, el jefe tiende a fruncir el ceño con daños a la propiedad. Fuera
antes de que llame a seguridad.

No hay necesidad de decírmelo dos veces. Especialmente si ya tengo lo que


vine a buscar. Así que Sam y yo estamos en su auto con el cinturón de
seguridad en menos tiempo del que se necesita para desplumar a una
celebridad.

—Eso estuvo cerca —dice Sam, partiendo hacia la carretera.

—En realidad, no —le respondo distraídamente—. Las identificaciones son


sólidas, y no vale la pena que los guardias entrometidos salgan de su
cómodo contenedor por desarmar una lámpara.

Me acomodo en el asiento, siguiendo como un plano todo el lío en mi 74


mente. Padre desaparecido, una pista en el hipódromo, un arma, la
participación de la mafia, la falsificación, la pista de la tierra del juguete, una
llave sin sentido. Nada parece conectarse. Claro, la mafia podría tener algún
vínculo con el hipódromo —a menudo lo tienen. Pero sin saber qué mafia,
es probable que no sea capaz de resolver la conexión con el hipódromo. Sin
embargo, analizarlo podría valer la pena.

¿Y qué tienen que ver las carreras con los juguetes? ¿O la mafia, para el
caso? ¿“Juguetes” era un eufemismo para armas? ¿Drogas? ¿Strippers?
¿Qué otros “juguetes” codician los mafiosos?

Bueno, olvidémonos de las pistas. Tal vez estoy viéndolo desde el ángulo
equivocado.

¿Qué clase de negocio de la mafia requiere cantidades sustentarse de


falsificaciones? El pasaporte ocasional puede comprarse a un proveedor.
Contratar a un falsificador a tiempo completo, especialmente por las tasas
que estoy segura que mi padre cobra, implica una iniciativa más amplia.
Pero, ¿qué? Las drogas no requieren credenciales. Sólo unos funcionarios
aduaneros dispuestos a hacer la vista gorda.

Fuera del silencio contemplativo, Sam maldice suavemente.

—¿Qué pasa? —pregunto.


—Nada. Sólo tráfico. —Asiente hacia la pantalla del GPS en su tablero—. Si
queremos volver antes de perdernos, tenemos que tomar caminos
alternativos.

—Quieres decir, antes de que te pierdas —digo en voz baja, mirando por la
ventana.

Sam frunce el ceño, pero no discute.

—Lo encontraremos, Julep —dice.

Me muerdo el labio para evitar que mis dudas se esparzan. Si hay algo que
un estafador sabe, es que la confianza lo es todo. No puedo permitirme
perder mi propia confianza, dejar solo a Sam.
75
Otros pocos minutos pasan en silencio mientras bajamos por un camino
exactamente en el medio de la nada. Árboles y campos se precipitan en un
borrón de color verde y marrón. Pero entonces un destello de algo en el
espejo lateral llama mi atención. Es negro, con dos rayas anchas blancas
bajando por su capó.

—Sam —digo, inclinándome hacia adelante para una mejor vista en el


espejo.

—¿Qué?

—Tenemos compañía.

—Probablemente pensó que evitaría el tráfico.

Niego con la cabeza

—Conozco este auto.

—¿Qué quieres decir? —Los ojos de Sam giran hacia el retrovisor.

—Lo vi el día… —Hago una pausa para recalibrar, decidiendo sobre la


marcha que decirle que lo vi y a su dueño fuera de mi ventana no es en mi
mejor interés—. El día en que mi apartamento fue destrozado. Estaba
aparcado en el Ballou.
Sam presiona el acelerador y el Volvo salta hacia unos metros más adelante.
Quien esté en el muscle car 9detrás de nosotros acelera para alcanzarnos.
En realidad, está acelerando más rápido, acercándose, como si estuviera
tratando de besar nuestro paragolpes.

Sam pasa de mirar el retrovisor a juguetear con el GPS. Maldiciendo otra


vez, golpea el volante.

—No hay nada en kilómetros. ¿Cómo siquiera supo dónde encontrarnos?

—Nos debe haber seguido. Me, quiero decir —digo—. ¿Cómo lo perdemos?

—No lo haremos. Al menos, no hasta que vayamos a una carretera más


grande.
76
Nuestro perseguidor se va hacia un lado y hacia adelante, acercándose al
guardabarros trasero de Sam, y luego se desvía repentinamente hacia
nuestro carril, perdiéndonos por metros cuando Sam gira abruptamente
para evitar el choque.

—¿Qué diablos está haciendo? —Sam presiona el pedal a fondo y da un giro


demasiado rápido para ser cómodo. Cambia a quinta, dividiendo su
atención entre el asfalto por delante y el auto por detrás. El Volvo devora
la carretera con un susurro que es tragado por el rugido del muscle car
mientras se aleja.

Agarro la manija de la puerta con una mano, y mi cinturón de seguridad con


la otra. Confío en que Sam no nos mate, pero no puedo decir lo mismo del
auto detrás de nosotros. ¿Qué quiere?

—Sam, ve hacia la cuneta.

—¿Estás loca?

—Puedo sacarnos de esta.

—No, Julep. Ni siquiera tú puedes sacarnos de esta.

9Es un automóvil de tamaño mediano con aspecto deportivo y un motor grande de


alto rendimiento (con mucha potencia).
Reduce a cuarta marcha para tomar otra curva cerrada a sesenta y cinco
kilómetros por hora. El Volvo se mueve sobre sus ruedas, y la fuerza
centrífuga nos da un pase temporal.

—No podemos seguir compitiendo con él, Sam. Tarde o temprano, nos va
a alcanzar. —Esta vez, cuando al auto negro se desvía hacia el guardabarros
del Volvo, le da. El Volvo derrapa, los neumáticos chillan cuando pierden
agarre, y derrapamos en la cuneta del lado del pasajero.

77
7

EL HOMBRE DE NEGRO
Mis músculos se tensan anticipándose al impacto. Sam se las arregla para
tirar de la rueda hasta el centro, lo suficiente para que el auto continúe
moviéndose por la cuneta unos metros, ralentizando nuestro impulso antes
de llegar a parar. No hay choque. No salta el airbag10, a pesar de que el
cinturón de seguridad me ha dejado un moretón en un lado del cuello.

Y luego, por alguna razón, ya no estoy asustada. Estoy furiosa. Salgo


volando por la puerta, empeñada en perseguir al Chevelle a pie si fuera
necesario. Me desconecto de las protestas de Sam. Estoy lista para matar, 78
o al menos mutilar de forma permanente.

Resulta que no tengo mucho que correr; el Chevelle se ha detenido a unos


pocos metros de nosotros. La puerta del lado del conductor se abre con las
bisagras chirriantes. Primero registro las botas negras y el abrigo mientras
la persona que atrapo mirándome sale del auto.

Voy hacia él, mis puños están apretados y no tengo un plan en la cabeza.

Trató de matarme. Trató de matar a Sam.

Pero entonces me tiran hacia atrás con un apretón lo suficientemente


fuerte del brazo como para dejar moretones.

—¡Julep, detente! —me grita Sam—. No sabes lo que quiere. Podría tener
un arma.

—¡Déjame ir! —tiro de su mano.

—No hasta que entres en razón —dice Sam con calma, con los labios junto
a mi oído—. Quédate quieta.

10Sistema de seguridad en los coches que al chocar sale una especie de bolsa con aire
para amortiguar el impacto.
Tiemblo de rabia, pero escucho. Él me libera de su agarre, y me cruzo de
brazos. Es entonces cuando veo el arma que me dio mi padre, en la otra
mano de Sam.

—¿Cómo…?

—Ahora no —dice.

—Creí que dijiste que no estaba cargada —digo.

—Él no sabe eso.

Le concedo la razón. El plan de Sam es tan bueno como cualquier otro,


porque tiene razón. No sé cómo sacarnos de esta, especialmente sin
conocer al blanco. Si supiera algo, cualquier cosa, sobre él, podría usarlo a
79
nuestro favor. Pero nunca le he visto de cerca, mucho menos oírlo hablar,
y menos aún tenido una conversación con él. Podría fácilmente decir tanto
algo equivocado como algo correcto.

—Es suficiente —dice Sam, levantando el arma. Su voz es más firme de lo


que habría pensado que sería, dada la situación—. ¿Qué quieres?

El hombre de negro se detiene, evaluando a Sam sin miedo. Parece sereno,


desinteresado, como si permanecer en la mira de un arma cargada fuera
algo habitual.

Me esfuerzo en mirarle más de cerca la cara, a pesar de que está lo


suficientemente lejos para que sea difícil de distinguir. Hombre es quizás un
término equivocado. No puede ser más mayor que Sam y yo, si es mayor.
Tiene diecinueve a lo mucho. Su pelo está lo suficientemente iluminado
como para que parezca gris, pero en realidad es rubio, cortado escarpado
justo por encima de sus orejas.

—Si quieres vivir, deja de mirar.

Mi boca se abre. “Él” es definitivamente un “ella”. Con un acento del este


de Europa. Lo cual plantea toda una serie de preguntas. Incluyendo ¿por
qué no se acerca para que yo pueda golpearle en la garganta? No puedo
creer que nos hiciera caer en una zanja para esto.

—¿Eso es todo? ¿Es todo lo que tienes que decirme? ¿Dónde está mi padre?
—Entregué el mensaje. Quédate lejos. —Su voz es una tormenta de nieve,
suave, fría, mortal pero desapasionada, como si sólo fuera la mensajera y la
carta que me está entregando es la amenaza.

Se gira hacia su auto y noto un arma metida en la sobaquera bajo su abrigo


abierto. Su porte, la postura, y su expresión, la identifican como una
mafiosa profesional, a pesar de su edad. Pero ella no nos ha apuntado, lo
cual es prometedor. Si pudiera conseguir que dijera algo.

—¡Espera! Sólo dime quién lo tiene, con quién puedo hablar. Por favor.

Dime que está vivo.

Ella me mira de forma amenazadora por encima del hombro y se desliza en


el asiento del conductor. Arrastra las llantas, con una salpicadura de barro 80
y grava, y el Chevelle se va.

Sam me toca en el hombro, y me doy cuenta de que he estado mirándola


por mucho tiempo. Me apoyo en él, y cierra sus brazos alrededor de mí. No
dice nada, porque sabe que no hay nada que pueda decir que sea verdad y
que sea algo que yo quiera escuchar.

El Volvo está inclinado en un ángulo significativo y hundido en


aproximadamente diez centímetros de barro. Las probabilidades de que
podamos sacarlo nosotros mismos, no son buenas.

—Empujaré primero —digo, y voy hacia la parte de atrás del coche. Sam
toma el asiento del conductor sin discutir.

Diez minutos después, cubierta de barro, cambio de lugar con Sam. El auto
sólo se asienta más profundamente en la zanja. Intentamos durante otros
cinco minutos antes de que Sam se rinda y se una a mí, subiendo en el
asiento del pasajero.

—¿Llamarás a tus padres? —pregunto.

—¿Y admitir que nos saltamos el colegio? De ninguna manera. Además, si


mi madre huele que una lunática enloquecida nos hizo salir de la carretera,
nos hará preguntas serias.

—Buen punto. ¿Triple A?


—Luego, seguramente lo descubrirán. ¿Realmente quieres que me
castiguen ahora?

—Lo descubrirán cuando tu padre vea el daño —digo.

—Le diré que está en el mecánico, que había un ruido raro o algo así, y
pagaré con dinero en efectivo.

—Yo puedo pagar —digo, odiando la idea de soltar miles de dólares que no
puedo permitirme gastar, pero odiando más la idea de que Sam pague.

—No seas ridícula, Julep. Es como un mes de paga para mí.

—Lo que sea. No quiero discutir sobre ello ahora. Todavía tenemos que
llegar a casa.
81
Dejo que mi cabeza caiga sobre el asiento y miro al techo, que sigue estando
molestamente en silencio con el tema del rescate.

—Hay una persona que podemos llamar —digo, sacando el teléfono de mi


bolsillo y dirigiendo a Sam una especie de mirada culpable.

Sam me devuelve una mirada interrogante antes de comprender.

—Oh, vamos.

—¿Tienes una idea mejor?

El silencio cae mientras trata y no logra llegar a una solución alternativa.

—Bien —dice, y presiona la secuencia apropiada de botones—. Pero solo


porque confíes en este chico, no significa que yo también lo haga.

—Shhh. —Pongo el teléfono en mi oído.

El otro lado de la línea atiende.

—¿Tyler? —digo, mirando el cielo que se oscurecía—. Necesito tu ayuda.

—¿Con que? —pregunta—. ¿Cómo va el hipódromo?

—Bueno, el hipódromo fue bien, pero golpeamos un obstáculo de vuelta a


casa.
—¿El auto de Sam se ha roto? —Su tono es directo, pero está implícita una
burla juguetona automotriz.

—No exactamente. —Y lo que sigue es una descripción superficial pero


sobre todo precisa de los acontecimientos de la última media hora. Cuando
termino, hay un silencio pesado en el otro extremo de la línea—. ¿Tyler?

—Déjame hablar con Sam.

Le doy el teléfono a Sam, que suspira mientras se lo lleva a la oreja.

—¿Sí? —dice Sam, y luego aparta de inmediato el teléfono lejos de la


cabeza. Puedo escuchar gritos en el teléfono, pero no puedo escuchar lo
que se está diciendo.
82
Trato de agarrarlo pero Sam me esquiva, mientras se lo pone de vuelta en
la oreja, con la mandíbula apretada. No dice nada durante un momento —
sólo escucha. En un momento, me mira con una expresión asesina y
murmura algo en afirmativo.

Luego se escucha más silencio.

Unos minutos más tarde, le da a Tyler nuestra ubicación de acuerdo con su


GPS y el marcador de milla más cercano y luego se despide, entregándome
de nuevo el teléfono.

—¿Qué dijo?

—Su padre es dueño de una compañía de remolques, lo cual no es


sorprendente ya que es dueño de media ciudad. Nos mandará un camión.

—Eso es bueno —digo, haciendo una mueca ante la idea de un remolque


desde el medio de la jodida nada—. ¿Pero por qué estaba gritando?

Sam se encorva en su asiento.

—Me estaba echando la bronca por tomar carreteras secundarias en primer


lugar, contigo siendo acechada y todo. Y tiene razón. Fue estúpido hacerlo.

—Oh, vamos. Yo habría hecho lo mismo si hubiera estado conduciendo.


—Bueno, entonces te habría gritado a ti. Pero da la casualidad que yo tengo
toda la presión, y con razón.

Saco la chaqueta de Sam del asiento de atrás y trato de limpiar un poco del
barro de mi pecho con ella. Mis ojos captan el arma de mi padre puesta
inocentemente sobre el tablero.
—¿Cuándo la tomaste?
—La noche que me la enseñaste —dice sin disculpa.
—¿Y por qué no me la pediste?
—Tenía miedo de que me dijeras que no, de que te preocuparas porque me
atraparan y me arrestaran por llevar un arma no registrada y sin duda,
escondida.
83
—Oh —dije en voz baja. Eso no se me había ocurrido. Tomo el arma, que se
siente más como una víbora que la primera vez que la sostuve.
—¿No vas a preguntarme qué encontré? —Toma el arma y gira el mango
hacia mí para darle un vistazo más de cerca—. La llevé a casa pensando que
si estaba registrada, podría identificar a quien pertenecía, y eso nos podría
dar una pista de por dónde empezar. Pero mientras la limpiaba, noté dos
cosas.
—¿Cuáles?
—La primera es que ha sido disparada. Probablemente muchas veces. Está
desgastada en el lado, y el cargador está pulido por el uso.
—Bueno, bien —digo—. Pero supongo que es de esperar, siendo un arma y
eso.
Sam le da un golpecito en un punto justo a la izquierda de la empuñadura.
—Hay un tipo de inscripción…iniciales, creo. —Aparto su dedo fuera del
camino—. Sin embargo no son las de tu padre. Lo cual me desconcertó.
PER A.N.M., LA MIA FATA TURCHINA11
A.N.M. Alessandra Nereza Moretti.

11

En italiano, “Para A.N.M., mi hada turquesa”.


—Eso es porque no es el arma de mi padre —digo y siento revolverse mi
estómago—. Es de mi madre.

84
8

LA DECANO
—¿Cómo está el Volvo? —pregunto mientras Sam se une a mí en nuestra
mesa habitual en el comedor. Parece que ha omitido el pollo a la parmesana
y ha ido directo a los Tater Tots, 12 Jell–O13, galletas de queso, y leche con
chocolate. Y sin embargo, nada rellena ese suéter, excepto sus hombros. A
veces, odio a los chicos.
—Descansando cómodamente en Levi’s Auto Body. —Sam roba una de mis
patatas fritas mientras se sienta frente a mí.
—¿Y tu padre?
85
—Apenas levantó la vista de su Tablet el tiempo suficiente para reconocer
que había oído sobre mí. —Sam se encoge de hombros, como si no le
molestara. Pero he visto la manera en la que mira a mi padre, lo cual es
divertidísimo, porque mi padre está lo más lejos posible de ser perfecto en
el departamento de padres. Creo que Sam sólo quiere a alguien con quien
ser visible.
—¿Levi dijo cuanto me saldría? —digo, tomando un sorbo de refuerzo de lo
que estoy empezando a llamar mi “Mike Barista Especial”. No es tan malo
como suena.
Está bien, es un trabajo en proceso.
—¿Realmente vas a hacer esto? —pregunta, dejando el Tater Tot que
estaba a punto de meter en su boca.
—Podríamos pasar al final, donde te doy el dinero —digo.
—Eres imposible —dice—. ¿Por qué no me dejas…?
—Así no es como funciona esto. —Lo interrumpo porque estoy cansada de
este trillado desacuerdo. Además, tengo algo más que decir antes de que el
show comience—. Mi correo electrónico está explotando por la cantidad de

12 El Tater Tots (conocido también como "Tots"), consiste en una marca registrada de
los hash browns, consiste en un fritura de patatas.1 Los Tater Tots son conocidos por
ser crujientes, de forma cilíndrica y de pequeño tamaño.
13 Jell–O es una marca perteneciente a Kraft Foods, conocida por sus postres de

gelatina, incluyendo geles de frutas, budines, y postres sin cocción.


pedidos para identificaciones falsas. Necesito un formulario online donde
la gente pueda poner la información que quieren en sus identificaciones.
En realidad, la palabra explotando no es adecuada para describir la
situación. Estoy mucho más allá del elemento criminal de St. Aggie. Incluso,
mucho más allá de los amantes de la adrenalina. Estoy en la población de
puritanos. Además, todos sus amigos, primos y dobermans fueron
doblemente eliminados. La última vez que revisé, tenía cuarenta nuevos
emails. Eso es mucha laminación. Si esto sigue, voy a tener que arrastrar a
Sam al fino arte de la falsificación.
—Las palabras viajan rápido —dice.
—Hicieron el Kessel Run14 en menos de diez parsecs15.
Sam me echa una mirada de sufrimiento.
86
—Doce parsecs. La cita es ‘doce parsecs’.
—Sí, pero las palabras lo hicieron en diez.
En lugar de una burla a mi inexistente credibilidad de nerd, responde con
un conflictivo ceño fruncido y un silencio incierto.
—¿Qué pasa?
—Julep, me preguntaba si… es decir, yo, eh…
Sam se frota la oreja. Hace eso mucho cuando está pensando en un
problema. Es tan Sam que siento cierto sentimiento cuando le veo hacerlo.
Es similar al sentimiento de montar una estafa a la cual poder hincarle el
diente.
—Escúpelo, Sam.
—¿Iremos al baile o qué? —dice en un apuro.
—¿Por qué? ¿Alguien te lo pidió? —Estoy distraída con Heather, que viene
asaltando la cafetería, en busca de sangre—. Puedes ir si quieres, Sam.
—Eso no es a lo que…

14 El Kessel Run es una ruta de 18 parsecs usada por los traficantes para llevar
Glitterstim desde Kessel a un lugar en el sur de Si’Klaata Cluster, en la Guerra de las
Galaxias.
15 El pársec o parsec es una unidad de longitud utilizada en astronomía.
—Shhh —digo, señalando a Heather.
Sam suspira y gira la silla para ver. Exploro la multitud, pero como se
predijo, ninguno de los profesores está presente. Tienden a evitar el
comedor cuando es posible.
—Ahí está Murphy —dice Sam.
Sam ha hecho un pequeño milagro con Murphy. Todavía parece un nerd,
pero ahora con el cabello artísticamente revuelto, nuevas lentes al estilo
hipster y ropa que en realidad combina.
Murphy está bajando la bandeja a la mesa cuando Heather va hacia él, su
cara está roja de ira. Él levanta la vista con sorpresa. Pero antes de que
pueda hacer una pregunta, ella le da una bofetada con la palma abierta en
la mejilla. El sonido hace eco a través del comedor, y todas las
conversaciones cesan a la vez.
87
Murphy está anonadado por un segundo antes de ponerse rígido,
probablemente sumando dos más dos y obteniendo la raíz cuadrada de
Julep. Pone una mano en su mejilla enrojecida, pero no dice nada. Heather,
luciendo satisfecha, levanta su metro ochenta y da vueltas alrededor,
saliendo a pisotones por donde había venido.
Sam silba por lo bajo mientras aparecen los murmullos. Todo el mundo está
evaluando a Murphy con gran interés, incluido Bryn Halverson.
—Bueno, tenías razón —dice Sam—. Chicas.
Le levanto la ceja de mírate, cromosoma Y.
—Nunca entenderé cómo funciona en ellas la psicología inversa todas las
veces.
—Primero, no es psicología inversa. Es puramente el cerebro femenino. La
ardiente modelo Heather se preocupa lo suficiente por el modelo de Avión
Murphy para darle una bofetada.
—¿Y segundo?
—Segundo, soy una chica. Idiota.
—¿Irás allí? —Asiente en dirección a la mesa de Bryn.
—Aprovecho el momento.
Recojo los restos de nuestro almuerzo y me dirijo al cubo de basura,
abriéndome paso entre las mesas dando rodeos para pasar por el grupo de
Bryn. Cuando estoy a una mesa de ellos, bajo las bandejas y reviso mi
teléfono por un mensaje inexistente.
—Oí que dejó a Heather porque sus pechos son muy pequeños —dice una
de las chicas más malintencionadas. Lo cual me divierte como loca, porque
nunca empecé ese rumor. Me encanta cuando la mezquindad de la gente
obra a mi favor.
—Se ha vuelto más lindo. ¿Cuándo pasó eso? —dice Bryn.
¡Punto!
—Sí, ¿pero estarías formalmente con él? —pregunta otra chica. Creo que
su nombre es Portia.
88
—Cuenta conmigo —dice la primera chica.
Bryn se encoge de hombros.
—Todavía estoy esperando que Tyler me lo pregunte.
Mierda.
Su conversación se transforma rápidamente en temas estúpidos como por
ejemplo, cómo la recesión económica podría afectar la disponibilidad de la
nueva colección de Vera Wang, así que hago una línea recta hacia el
depósito de bandejas y luego me apuro en ir hacia la puerta, donde Sam me
espera.
—¿Y bien? —me pregunta mientras igualo su ritmo.
—Hay un pequeño desliz —admito—. Pero creo que puedo arreglarlo.
—¿Qué clase de desliz?
—Un desliz con forma de Tyler.
—Hey, Julep —dice Heather—. La Decano quiere verte en su oficina.
—¿Qué? ¿Por qué?
—No me lo dijo. —Heather saluda distraídamente a un amigo que pasa—.
Quiero que sepas que casi me rompo una uña en esos incómodos lentes
Kenneth Cole.
—¿Cuándo quiere verme?
—Ahora —dice Heather, desapareciendo en un nudo de estudiantes.
—¿Alguna idea de qué quiere? —le pregunto a Sam mientras nos dirigimos
a la oficina de la Decano.
—Tal vez descubrió lo la carpeta.
—Dudoso. Tyler la interceptó antes de que me rebuscara. A menos que
tenga cámaras de seguridad instaladas en su oficina, no tiene idea de que
ha sido alterado.
—Bueno, lo que sea que ella quiera, ten cuidado con tu historia de fondo.
Ha estado sospechando desde el Trabajo Franklin.
El Trabajo Franklin fue una estafa que hicimos en nuestras primeras últimas
semanas en St. Agatha. El Dr. Franklin, nuestro maestro de filosofía, le había
puesto a Christina LaRocca una B menos en su examen oral, y como ella no 89
podía tener una calificación mediocre manchando su perfecto historial de
A más, “accidentalmente” derramé una Coca Cola en su computadora
mientras le consultaba sobre una tarea de lectura. Cuando llamó al
departamento de TI16, Sam, haciéndose pasar por un funcionario de
Netjockey, se presentó y arregló la computadora y la calificación.
Desafortunadamente, no sabíamos que todas las reparaciones requieren
un formulario de homologación, y cuando el Dr. Franklin presentó el suyo,
IT envió a otro técnico. El técnico perezoso no se molestó en reportar la
anomalía, y para cuando él se enteró de la discrepancia, el Dr. Franklin se
había retirado y unido a una misión de servicio en Uganda.
—No tiene pruebas de que fui yo —me quejo. Sin embargo, sé tan bien
como nadie que ella no necesita esa prueba. Tiene algo mucho más
poderoso, un presentimiento.
Sam se separa de mí mientras nos acercamos a la Sala Brockman, un
homenaje ostentoso a los contribuidores pasados de la escuela. Subo las
escaleras de madera, que es el único elemento funcional en la Sala de
Brockman, hacia el ala administrativa. Siempre me siento un poco
incómoda al subir estas escaleras. Nada dice no perteneces aquí, Julep
Dupree como esos retratos con marco dorado de hombres blancos,
barbudos, que fruncen el ceño. Sus ojos desaprobadores me siguen todo el
camino hasta la galería.

16 Tecnología de la información.
La oficina de la Decano está muy lejos de la Sala de Brockman. Mientras que
la Sala de Brockman es una habitación formal y de brocado a un centímetro
de su vida, la oficina de la Decano es mezcolanza de estilos
contemporáneos, desde influencia asiática hasta tecno-moderno y todo en
medio.
—Ah, señorita Dupree —dice la Decano Porter con la más fina apariencia
de cordialidad—. Gracias por venir. Confío en que no hayas tenido otro
incidente con roedores.
—Nop, sólo el que… —digo, y se mueve de lado para dejarme entrar a su
lugar sagrado.
La Decano hace un gesto hacia la monstruosidad de flores en el escritorio
del lado de los estudiantes, y la obedezco sentándome allí, lo que afecta de
inmediato en una expresión un poco culpable. 90
Es un hecho poco conocido que la gente inocente siempre parece culpable.
Sólo los verdaderos culpables balbucean con indignación santurrona que
ellos no tienen nada que esconder. ¿La Decano es lo suficientemente
inteligente como para saber esto? Honestamente, no lo sé. Hago un hábito
el mantenerme lejos del radar de la Decano tanto como sea posible. Tres
conversaciones en menos de una semana no es un precedente que deba
sentar.
—No estabas en clase ayer —observa—. Y antes de que afirmes que estabas
enferma, debo decirte que noté que tu amigo Sam Seward no estaba en
clase tampoco.
Miro abajo hacia mis manos para que aparezca mi patentada expresión de
aflicción con ojos acuosos.
—Él se saltó la escuela para ayudarme. —Es lo suficientemente verdadero,
y la primera lección de Mentir 101 es que es mejor comenzar una mentira
con un poco de verdad, le da un aire de credibilidad a una cuenta falsa.
—Que yo sepa, ayudar a un amigo ausente no es una excusa legítima para
faltar a la escuela. —Agarra un lápiz y hace una marca en un papel en su
escritorio, que estoy segura que no significa nada. El objetivo de la mina del
lápiz es ponerme nerviosa. Aficionada.
—Me llevó al hospital a buscar a mi padre —digo—. Estuvo en un accidente
de tráfico.
—Oh, querida —dice la Decano, sin un ápice real de simpatía. Ni siquiera
una simpatía fingida. No me cree, o no tiene alma alguna.
—Es por eso que no llamó para informar de mi ausencia.
—Ya veo —dice, tocando la punta del lápiz… así, enfáticamente—. ¿No hay
nota?
La miro boquiabierta, porque —lo adivinaste— no hay nota. Me doy cinco
segundos para estar completamente disgustada por mi error. Mi yo real
habría pensado en eso. ¿Quién soy y qué he hecho con Julep Dupree?
—Lo siento. Lo… lo olvidé —tartamudeo. La tartamudez no es a propósito,
como me gustaría que fuera—. Puedo traerla mañana.
—No te molestes —dice, lanzando el instrumento de tortura Scantron17 en
su escritorio e inclinándose con los codos sobre la superficie. Entrelaza los 91
dedos y me clava a mi silla con una sonrisa triunfante.
—Requerirá mucho más que una nota convencerme de que tu excusa es
genuina. Quiero hablar directamente con tu padre.

17 Scantrones una compañía que fabrica y vende artículos de lectura mecánica en la que
los estudiantes marcan las respuestas a las preguntas de su examen, las encuestas y
puntuación del examen, asistencia a la escuela (con una marca que significa que un
estudiante falta), y recopilación de datos basados en imágenes.
9

EL FAVOR
—Muy bien —digo—. Le diré que le llame cuando llegue a casa.

Y antes de que pueda decirme algo más, me levanto y avanzo hacia la


puerta.

—Gracias, Decano Porter, por su comprensión.

Examino mi nuevo apuro desde cada ángulo mientras avanzo en dirección


a mi siguiente clase. El problema, por supuesto, es que mi padre no está 92
disponible para mentir por mí.

Y si la Decano se entera de eso, estaré fuera de la escuela y dentro del


sistema de adopción antes de que puedas decir colegio comunitario.

Recuerdo haber estado en este mismo embrollo con mi padre el día que
visitamos el campus. Estaba en octavo grado, St. Aggie’s era la tercera
escuela privada que visitábamos esa semana. Él representó el papel de
padre concienzudo muy bien, haciendo todas las preguntas correctas sobre
programas académicos, rango de matriculación en las mejores escuelas,
oportunidades de actividades extracurriculares, etcétera.

Pero vi sus ojos recorriendo el campus. Cada pasillo bautizado con el


nombre de una familia poderosa y cada placa haciendo alarde de un famoso
graduado añadiendo puntos en su cabeza contra toda otra escuela privada
en el condado.

Los contactos son más impresionantes que el dinero, solía decir. Los
contactos abren puertas que todo el dinero del mundo no podría abrir.

Después del recorrido me sentía particularmente culpable. Fue justo


después de que mi padre regresara de su acto de desaparición de dos
semanas, y yo ya había decidido que quería abandonar el negocio de
estafas. Pero es difícil esconder un secreto así de grande de tu padre. Temí
la decepción que vería en su rostro, incluso a pesar de que mi resentimiento
hacia él por abandonarme durante dos semanas seguía latente.

No le culpaba, pero tampoco lo eximía de culpa. Él debió haber sentido que


algo pasaba, porque cuando paramos para inspeccionar la ostentosa
arquitectura de la parte norte del edificio, me condujo de vuelta contra el
pie de una estatua neoclásica de Minerva con una mirada honesta
remplazando su habitual expresión irónica.

—No tienes que venir aquí si no quieres, Jules. Podemos elegir un lugar
diferente, o puedes parar por completo.

—Quiero venir a St. Agatha’s —dije, molesta y aliviada por igual de que se
hubiera equivocado al leer mi expresión. 93
—¿Entonces por qué esa cara?

No sabía cómo decir lo que debería haber dicho, verdad o mentira, así que
contesté con una pregunta.

—¿Qué le pasó a madre, padre? ¿Por qué se fue?

Su expresión cambió de honestidad una expresión de alerta.

—¿Por qué preguntas?

—Yo solo… —No quiero esto—. No quiero acabar sola.

—Oh, cariño —dijo, abrazándome—. Lo siento. Tuve que irme y no podía


decirte. Pero no te dejaré de nuevo.

—¿lo prometes? —dije.

Pero o no me escuchó o no quería mentirme, porque nunca respondió.

—¡Julep!

La voz de Tyler interrumpe mis pensamientos y agita la mano para llamar


mi atención mientras se acerca a mí. No me había dado cuenta de que la
clase había terminado, pero las personas salen por la puerta dirigiéndose a
sus clases para el sexto período.
Me alegro. Los recuerdos son buenos, pero la acción es más productiva. Me
desprendo de mi humor sombrío y le devuelvo el saludo con una sonrisa.

Encuentro a Tyler a mitad de camino y señalo en dirección a la clase de


música. Tengo que recoger los fondos para las identificaciones falsas en mi
camino a clases, y podría también tener una escolta atractiva.

—Entonces necesito pedirte un favor —digo, entrelazando mi brazo en el


de él. Me digo a mí misma que eso podría ayudar al caso de Murphy si Bryn
está mirando. Y podría. Pero esa no es la razón por la que lo hago.

—¿Hablas de además de conducirte a la guarida del corredor de apuestas,


conseguirte una camioneta de remolque y ayudarte a encontrar a tu padre,
quien podría o no haber sido abducido por la mafia? 94
—Bueno, ya que lo pones de esa manera… sí, a eso me refiero.

—Estaría feliz de extender cualquier servicio dentro de mis capacidades a


mi hermosa dama —dice con una pequeña reverencia burlona.

—Necesito que no le pidas a Bryn Halverson que vaya al baile contigo.

Se ríe.

—No es lo que esperaba que pidieras —admite con arrepentimiento—. No


dejes que digan que eres predecible.

—Tengo mucho que hacer.

—Puedo ver eso.

—¿Entonces? ¿Puedes pedirle a otra persona que te acompañe al baile?


Necesito que Bryn Halverson se quede sin cita.

Me dirige una mirada evaluadora, como si fuera a hacer la pregunta, pero


entonces agita la cabeza y sonríe. Necesito decirle que deje se sonreír. Me
deja fuera de juego.

—No lo sé, Julep. Es un poco pedir demasiado —dice lentamente, dejando


la frase abierta.
—¿Qué quieres a cambio?

Lo considera por un momento.

—Ayúdame con la campaña de mi padre este fin de semana.

Eso es una sorpresa.

—¿Quieres que ayude a tu padre con su campaña?

Había estado esperando que Tyler se volviera más un amigo, como Sam,
pero entonces, de la nada, ¡bam! Recuerdo quien soy y lo que hago. Sé que
no tengo derecho a sentirme manipulada. Tengo una habilidad, y le debo
una (o varias, de hecho).
95
La única duda es por qué no había mencionado la deuda antes de esto.

—¿Cuál es la perspectiva? —pregunto, empezando a formular ideas para


un medio manejable juego.

Tyler me mira desconcertado por un segundo, y luego el entendimiento


llega a su cara.

—Oh. No es eso. No quiero que ayudes a mi padre con su campaña. Solo te


pido que salgas conmigo el sábado mientras relleno como mil sobres. Me
ofrecí de voluntario para un crédito estudiantil. Pienso que si él me va a
hacer trabajar de todos modos, al menos podría contar para algo.

Estoy tan sorprendida por esto que casi me estrello de cara contra la puerta.
Tyler la atrapa antes de que me pueda causar algún daño y el estudiante de
primer grado al otro lado se disculpa profundamente en cuanto reconoce a
Tyler.

—Yo… —Me sacudo mentalmente—. Por supuesto —digo—. Gracias.

Levanta una ceja hacia mí.

—¿Por pedirte que participes en un trabajo estresante durante tres horas


un sábado temprano por la mañana?

—Por todo —digo, sonriendo más brillantemente de lo que debería.


Me devuelve la sonrisa.

—De nada.

Una interminable cantidad de tiempo después, regreso a la tierra, dándome


cuenta que estoy bloqueando la entrada al edificio. Rompo contacto visual
y vuelvo al pasillo como si nada hubiera pasado.

No sería la primera chica en ser cautivada por el encanto de Tyler. Pero solo
una tonta se enamoraría del mismo chico que todas las demás. Y ya que no
soy ni siquiera un poco tonta, no confesaré que mi corazón está trabajando
duro y mi cabeza está latiendo demasiado rápido, en ningún momento en
un futuro cercano. Em… algo así.

—Como sea, creo que el sábado sería un buen momento para hablar sobre
96
la siguiente pista.

Él está justo detrás de mí y hablando bajo para evitar que los demás
escuchen. Y la consecuencia de eso es su cálido aliento en la parte posterior
de mi cuello. Contengo el aliento.

—Sí —digo. Mi sobre estimulado cerebro no puede decir nada más que una
simple afirmación.

—Genial. Te enviaré un mensaje con la dirección.

Me doy la vuelta para sonreírle y por una ventana cercana vislumbro un


auto negro.

Tyler siente mi intranquilidad y se asoma por la ventana a mi lado. Sin decir


una palabra, retrocede en dirección a la puerta, su expresión seria y letal.

Le sujeto por el brazo antes de que se aleje.

—¡Tyler, espera!

—Ese es el auto que les sacó a ti y a Sam de la carretera, ¿cierto?

—Sí, pero…

—Acabaré con esto. Ahora.


—No seas ridículo. Probablemente ella está armada, y tú definitivamente
no lo estás.

Vuelve su mirada de enojo hacia mí, y casi retrocedo para protegerme del
calor. Pero no soy más manipulable que predecible, así que contengo mi
impulso.

Parece como si estuviera a punto de debatir conmigo, su temperamento


sigue a punto de estallar.

—Bien —dice en su lugar, sacando el teléfono del bolsillo.

—¿Que estás haciendo? —pregunto, alarmada.

—Llamando a la policía. 97
Arrebato el teléfono de su mano.

—No, no lo harás.

—Julep —Su tono irradia advertencia.

—Tenemos que ser listos en esto, Tyler. Tenemos la ventaja.

Afloja la mandíbula mientras comprende el mensaje. Pero cruza los brazos,


capturando mi mano, que continúa en sus no pocos considerables bíceps.
Mentalmente me abofeteo por hacer esa observación. Ya no estoy en shock
por la reacción hacia Tyler, pero eso no significa que tengo que ser
indulgente.

—Además —digo con una sonrisa depredadora—. Tengo cierta clase de


idea fabulosa.

Saco mi propio teléfono y empiezo a teclear. El teléfono al otro lado suena


tres veces antes de que su dueño conteste y murmure un saludo
malhumorado. Él sigue un poco molesto conmigo, estoy segura, pero un
trato es un trato.

—Ey, Murphy —digo, animada—. Escucha, sobre el favor que me debes…


10

LA LLAMADA TELEFÓNICA
Hago clic en el botón actualizar por billonésima vez. Llegan otros tres emails
pidiendo identificaciones falsas, además de mi creciente lista de
depravados. Pero aún nada de Murphy.

—Detente. Me pones nervioso —dice Sam sin siquiera levantar la vista del
configurador de sonidos.

Estamos en el estudio de grabación que sus padres instalaron para él en su


enorme ático como regalo de navidad el año pasado. Está haciendo su 98
magia en esa llamada telefónica para la Decano. Yo estoy más bien sentada
en el rincón pretendiendo ayudar.

Está malhumorado por alguna razón, y yo estoy demasiado exhausta para


intervenir.

Observar el video que mi padre grabó en el cumpleaños de Sam, mientras


Sam extraía piezas de el para crear una video llamada para la decano era
más difícil de lo que pensaba. Después de todo le estoy trayendo de vuelta.
Encontrar su segunda nota en el hipódromo me dio un significante aumento
de confianza.

Pero aun así, con la luz otoñal iluminando la oscuridad, la insistente


preocupación de que él pudiera estar en una peor situación de la que me
he permitido creer, me atormenta.

Los mafiosos pueden ser imbéciles totales, pero están lejos de ser
cariñosos. ¿Y si lo tienen encadenado? ¿O algo peor?

Presiono actualizar de nuevo para distraerme. Nada.

—Lo enviará cuando lo haya descargado. Dale un respiro. —Luego, en un


suspiro para sí mismo, añade—. Dame un respiro.

Presiono actualizar de nuevo para molestarle. Se queda mirándome.


Coloco mi laptop en el suelo a mi lado, levantando las rodillas mientras mi
mente vuelve a imágenes no deseadas de mi padre en cuartos húmedos
con poca luz y suelos sucios. Mi imaginación agrega un labio partido, un ojo
morado y un brazo roto. Cierro los ojos con fuerza, tratando de bloquear la
escena.

Mi cerebro está zumbando tan fuerte, que al principio no me doy cuenta de


que Sam ha dejado lo que estaba haciendo. Una vez que me doy cuenta,
levanto la mirada y veo a Sam mirándome. Toda la irritación se ha
evaporado de su expresión, remplazada por una profunda preocupación.
Pobre Sam. Se preocupa demasiado por mí.

Debería decir algo para tranquilizarle. Pero me conoce lo bastante bien


como para saber cuándo estoy fingiendo. 99
—Lo encontraremos, Julep —dice, su voz más confiada que intranquila. La
ironía es que normalmente yo soy la confiada. De hecho, lo era hace menos
de diez minutos. Pero la voz de mi padre hace eco en mi cabeza,
advirtiéndome que tenga cuidado con las azaleas, conversando con la
madre de Sam sobre el estado de salud. Cosas intrascendentes que inspiran
una profunda y constante angustia.

Suspiro e intento recobrar la compostura.

—Rayos, no tenía idea de tener tal capacidad para ser emo.

Sam mira hacia abajo al configurador de sonidos y hace unos cuantos


ajustes, luego dice:

—Bueno, Creo que estamos listos. ¿Quieres escucharlo?

Me levanto y me sacudo el polvo, aunque estar aquí es más parecido a estar


en una nave extraterrestre que en una mota de polvo.

—Hagámoslo.

Sam saca el cordón de los auriculares de la chaqueta y presiona Play, o al


menos, eso es lo que creo que hace; el configurador de sonidos es
indescifrable para mí. La voz de mi padre sale de los altavoces y Sam mueve
unos cuantos botones para que el sonido baje a un volumen razonable.

—Buenas tardes. Habla Joe Dupree, el padre de Julep. Confirmo la ausencia


de Julep a la escuela el jueves. Estuvo en el hospital conmigo. Apuesto a que
usted lo entiende. Gracias por justificar su ausencia...

El justificar suena un poco más como —justifi-caar— pero aparte de eso, es


perfecto.

—No es perfecto, pero debería engañar a la Decano —dice Sam.

—Es grandioso, Sam —digo, apretando su brazo.

Luego escucho un bip proveniente de mi laptop. Corro bruscamente a por 100


ella, ajustando la pantalla mientras me levanto, detengo el teclado en mi
otro brazo y ruego que no sea otra solicitud de identificación falsa.

Pero finalmente, el nombre de usuario de Murphy—WoWarlock98—


aparece en el espacio del remitente. Hago clic para abrir el mensaje y,
¡voilà! Una imagen en alta calidad del rostro de mi acosadora. Parece
molesta, lo que me hace feliz.

—¿Lo tienes?— pregunta Sam, acercándose para ver por encima mi


hombro.

—Sip. Murphy lo logró.

—¿Como lo hizo?

Acerco la cabeza para ver de cerca. Su cara y hombros están rodeados por
el marco de la ventana del auto. Su expresión está definitivamente
frunciendo el ceño, pero no parece estar esperando salir del auto o manejar
un arma.

—Le dije que usara el auto para acercarse. Pretendiera estar interesado en
la conductora y luego ella bajaría la ventanilla para decirle que se perdiera.
¿Brillante, eh?

Sam se ríe entre dientes.


—Si usaras tus poderes para el bien en vez del mal.

Le muestro a Sam el email con la imagen.

—¿Qué vas a hacer con su fotografía, de todos modos? No es como si no


supiéramos qué aspecto tiene —dice Sam, regresando a su asiento en la
silla de capitán de audio.

—Cierto. Lo que necesitamos saber es quién es y para quién trabaja. Y no


haré nada con la fotografía, tú lo harás. —Señalo su pecho.

—¿En serio? —vuelve a su silla, entrelazando los dedos detrás de su cabeza


y volviendo sus ojos al techo. Suena en cierta forma resignado, lo que pasa
muy seguido cuando estamos de lleno en un trabajo.
101
—Necesito que hackées la base de datos de reconocimiento facial del FBI.

Me detengo, esperando que farfulle el inevitable —debes haber caído del


vagón de la locura si crees que haré eso— mientras se cae de espaldas de
la silla, quedando en el suelo.

En vez de eso, solo permanece sentado observando el techo.

Un minuto pasa. Luego dos. Empiezo a ponerme nerviosa.

Sam no es del tipo que no tiene reacciones. ¿Que está pensando? ¿Que
estoy chiflada? Tal vez estoy chiflada. Quizás estoy aquí parada como idiota
pidiéndole que haga el equivalente electrónico de conseguir un batido de
fresa-nuez de un cajero automático.

—Está bien —dice.

—¿Está bien?

¿Eso es todo lo que dirá? ¿Está bien?

—Está bien —repite.

—Pero… ¿no será difícil?

—Un poco como intentar saltar la presa Hoover con un palillo.


—Oh.

Él sigue sin cambiar de posición. O girarse a verme.

—¿Pero puedes hacerlo? —pregunto, jugando con la esquina del armario.

—Lo intentaré. Siempre lo hago.

Caemos en un silencio extraño al que no estoy acostumbrada entre


nosotros. Algo ha estado pasando con Sam los pasados dos días.
Probablemente tiene que ver con el desastre en que lo tengo metido. Su
auto fue sacado de la carretera. Y he estado tan desesperada intentando
encontrar a mi padre que le he pedido mucho a Sam sin dar nada a cambio.
Eso tiene que cambiar.
102
—Estoy muy agradecida, Sam. Por toda tu ayuda. Sé que no lo digo mucho.

Siento la falta de algo que decir para hacer que deje de mirar el techo.

—¿Eso es todo?

Frunzo el ceño a pesar de que sé que no me está mirando.

Probablemente ya te habías dado cuenta que no soy del tipo emocional.


Tengo mis momentos. Puedo mostrar emoción con lo mejor de ellos cuando
la situación lo requiere. Pero no tiendo a usar ninguna de mis debilidades o
vulnerabilidades a mi favor.

Uno de los diez mandamientos de los timadores: Siempre mantén ocultos


tus sentimientos.

—¿No podría hacerlo sin ti? ¿Eres el hombre? ¿Qué estás buscando?

—No eso —dice Sam—. Me refiero a que, ¿Eso es todo? ¿Gratitud?

—¿Qué es todo? No sé lo que quieres que diga.

Sam me mira entonces, y su mirada es la más intensa y directa que he visto


nunca. Me atraviesa. Mi interior se revuelve un poco a través del rayo,
cauterizando el agujero que crea.
Se levanta de su silla y avanza hacia mí, su cara a centímetros de mi nariz.

—¿Es todo lo que soy para ti? ¿Un cómplice? ¿Una herramienta que puedes
usar cuando necesitas hackear algo?

Mi corazón se encoge ante la pregunta. ¿Eso es lo que realmente piensa?

—Eres mi mejor amigo —digo, tragando—. Sabes eso.

Parece decepcionado por mi respuesta, aunque no puedo descubrir por


qué. Así que lo intento de nuevo, mi voz disolviéndose en un susurro.

—Eres mi roca, Sam. Si cualquier cosa… cambiara entre nosotros. —No


puedo decir si me dejas, sin que algo se rompa dentro de mí, simplemente
no puedo…—. Yo no… no podría… estaría perdida. 103
Y entonces, tan rápido como vino, la loca intensidad deja los ojos de Sam y
vuelve al teclado, con aspecto cansado.

—Bien —dice, pasándose la mano por la cara—. Olvídalo. Solo hagamos la


llamada.

Él está tecleando el número de la Decano antes de que pueda siquiera


responder. Quiero detenerle, hacerle entender cuanto le valoro. Pero mi
sentido arácnido me dice que lo deje así. Al menos por ahora. Ocho años de
amistad y nunca habíamos tenido un momento como este. No que no
hayamos discutido, o que él no haya estado renuente a alguna tarea
imposible que le haya pedido. Somos los mejores amigos; tendremos
algunos desacuerdos. Pero esto es diferente. Inconscientemente he soltado
algo capaz de romper la fe de Sam en mí. Tanto como quiero resolverlo,
puedo darme cuenta de que si sigo presionándole para descubrir qué es,
solo le perderé más rápido.

Antes de que pueda resolver esta nueva complicación, la Decano está


respondiendo el teléfono. Sam y yo calculamos el mejor momento para
llamar a la oficina de la Decano para tener la mayor oportunidad de acceder
a su correo de voz. Después de años de trabajar en el sistema, sabíamos su
rutina—terminado el descanso para tomar café de las cuatro treinta, ronda
el campus por una hora para asegurarse de que los salones están vacíos y
cerrados con llave, luego de vuelta a su oficina para guardar sus cosas, y
luego a casa.

Nuestro truco era llamar cuando ella estuviera fuera de su oficina pero
antes de que se fuera a casa. Lo habíamos cronometrado perfectamente,
Sam inicia la reproducción de la grabación.

—Buenas tardes. Habla Joe Dupree, el padre de Julep. Confirmo...

—¿Hola? ¿Hola? — La voz de la Decano interrumpe. Sam alcanza a detener


la grabación antes de que ella se dé cuenta de lo que está pasando.

Maldición. Ella debió estar esperando la llamada para atraparme. ¿Qué


pasa con mi suerte últimamente?
104
Asiento a Sam. Él presiona unos cuantos botones y mueve una palanca para
una reproducción diferente del configurador de sonidos. La voz de mi padre
vuelve, esta vez con una buena cantidad de estática interfiriendo con
algunas de sus palabras.

—¿… Hola? Disculpe, parece haber un poco de… en mi llegada a… quería


confirmar que la ausencia de Julep es justificada al haber… en el hospital…

Luego Sam corta la llamada.

—Vaya — digo, aferrándome al configurador de sonidos mientras me miro


los zapatos—. Eso estuvo cerca. Me alegro que hayamos hecho un plan de
respaldo.

—¿Crees que lo creyó?

—Lo dudo —digo—. Pero recibió una llamada. No puede probar nada. Estoy
a salvo por ahora.

—¿A salvo? —dice Sam, sonando desesperado—. ¿Que parte de todo lo


que está pasando es estar a salvo?

Me levanto y coloco una mano en la rodilla de Sam. Él no la aparta.


—Me tengo que ir —digo, insegura de cómo nos encontramos después de
lo que pasó antes… lo que sea que haya sido—. Te lo debo. No lo olvidaré.

Empujo la puerta detrás de mí y me sobresalto un poco cuando se cierra.


Avanzo a la parada de autobús al final de la calle, subo al 379 y me pierdo
en mis pensamientos.

Cambio de asiento dos veces antes de rendirme por completo a poner mi


cerebro en orden.

Pero no es hasta que estoy ceca de casa en el parque Forest que me doy
cuenta de que me están siguiendo.

105
11

EL CHICO NUEVO
El asunto sobre ser seguido es que si eres un buen timador (y soy una Buena
timadora), entonces no tienes que lidiar con personas siguiéndote. Así que
difícilmente soy experta detectándolos. Si no hubiera tenido que tomar
tantos caminos diferentes para llegar a casa difícilmente le hubiera notado
a él.

Correcto. Él. Esta vez estoy segura del género. De hecho, incluso conozco al
chico. 106
Solo lo he visto unas cuantas veces, pero apuesto a que mi último café fue
con él.

Una vez que vislumbro una parte de la gorra de los Yankees en la estación
—L— después de haberlo visto dos paradas de autobús antes, supe que me
estaba siguiendo. Entonces solo fue cuestión de usar creativamente la
cámara del teléfono para obtener una vista clara de su rostro.

Él está ahí ahora, cuatro personas más atrás, sus hombros elevando lo
suficiente el cuello de su chaqueta para cubrir la mitad inferior de su cara.

Mal por él que yo ya lo hubiera notado. La única pregunta es, ¿ahora qué?
Tirando la prudencia por la ventana, giro rápido a un callejón que uso como
atajo a veces para llegar a casa.

Unos cuantos pasos en el callejón, me escondo y le espero. El olor a queso


mohoso y margarina rancia con una sobrecarga de ajo identifica este
vertedero de basura como perteneciente a Scalpetti’s, el pequeño
restaurante italiano en la siguiente calle. Espero que el líquido en el asfalto
a mis pies sea aceite de oliva, pero no apostaría mi último café en eso.
Afortunadamente, mi sombra está solo a unos metros detrás de mí.
Escucho el eco de sus pasos bajo el siempre presente ruido de la calle.
Disminuye el paso cuando no me ve. Cuando está por descubrir mi
escondite, salgo y tomo su gorra de manera que tiene que lidiar conmigo.

No es hasta unos cuantos segundos después que me doy cuenta de que


quizás no quiero que lidie conmigo. Le he sorprendido, a pesar de todo, lo
que es gratificante. Se me queda mirando. Luego suspira, bajando los
hombros, no la reacción de un criminal experto esperando destruirme.

Cruzo los brazos, el borde de su gorra tocando mi codo.

—El Ballou está a diez millas de aquí.

—Mira, No es lo que piensas —dice Mike-no-tan-barista18.


107
—Difícil de creer, porque lo que pienso es que me estás siguiendo.

—Muy bien, es lo que piensas. Pero no por la razón que piensas.

Saco mi teléfono. No tengo intención de llamar a la policía, pero él no tiene


por qué saberlo.

—Tienes hasta que termine de marcar nueve-uno-uno para decirme qué


crees que estás haciendo.

Toco el nueve.

—Fui contratado para seguirte, para protegerte—asegurarme que nadie


intente hacerte daño.

Me detengo, con el pulgar sobre el uno.

—¿Qué?— digo.

—Soy un investigador privado —dice, buscando en su bolsillo y dándome


una tarjeta. La tomo con la mano de la gorra porque no quiero que me
arrebate el teléfono. Dice MIKE RAMÍREZ, IP, seguido de un montón de
números telefónicos, una dirección del área norte, y el eslogan más
lamentable de la historia:

18
Barista es una persona experta en café
Ponemos lo —privado— en —investigador privado.

—¿Quién te contrató? —pregunto, aunque ya me imagino la respuesta. Voy


a matar a mi padre. Primero una aterradora exterminadora, ¿y ahora esto?
Si la mafia no le ha estrangulado ya, lo haré yo.

—Tengo que respetar la confidencialidad del cliente —dice Mike, teniendo


la gracia de parecer por igual avergonzado y un poco asustado de mí.

Confidencialidad del cliente, mi ojo. Él podría saber dónde está mi padre, o


al menos darme una pista que apuntará en la dirección correcta.

Presiono el uno.

—Espera. Estoy intentando ayudarte. 108


—Ayúdame diciendo quien te contrató —digo, tocando una tercera tecla,
el botón de llamar y llevándome el teléfono a la oreja.

Mike se sujeta la cabeza, pensando.

—¿Hola? Sí, quisiera reportar a un hombre siguiéndome.

—¡Bien! ¡Dios! Tú ganas.

Le miro expectante, el teléfono aun en mi oreja.

—Sam Seward.

Cuelgo a la pequeña voz robótica repitiendo “su llamada no puede ser


completada como usted la marcó; por favor verifique el número y marque
de nuevo” y le doy su gorra a Mike.

—Ese chico está tan muerto.

—Me despedirá si se da cuenta que me atrapaste.

—Esa es la idea.

—Podrías utilizar la ayuda. Se rumora que eres una persona de interés.


—¿Para quién? —pregunto. Mi padre puede no haberlo contratado, pero
él podría saber lo que necesito descubrir de todas formas: ¿Qué mafia?

—No lo sé —dice—. Sólo que algunas personas en la calle mantienen un ojo


puesto en ti. Aunque que sin orden de disparar.

—Bueno, eso me tranquiliza —digo con no poco sarcasmo.

—Por favor no me delates. Tengo el tiempo, y tú necesitas a alguien que te


cuide las espaldas.

—Sí, tanto como necesito un agujero en la cabeza. Sin ofender, Mike, pero
no puedo estar tropezando con un guardaespaldas justo ahora.

—Enserio necesito este trabajo. No he tenido un cliente en meses. Si no 109


puedo hacer esto… —Levanta las palmas de las manos hacia arriba en un
gesto de necesitar ayuda.

Que es probablemente el único argumento que funcionaría conmigo. Bien


jugado, Mike barista. Bien jugado.

¿Cuándo me volví tan condenadamente suave? En ausencia de cualquier


prueba que demostrara lo contrario, decido culpar a Tyler.

Dirijo un par de maldiciones con el nombre de Sam al final y recupero mi


mochila de donde la había abandonado.

—Vamos —le digo a Mike, Señalando hacia el callejón hacia un restaurante


cercano—. Podrías completarlo. Necesito cafeína, de todas formas.

Una vez que nos instalamos en la cabina de vinilo en el restaurant, escaneo


a Mike con mi escrutinio de timador patentado. No creo que a un IP le
importen mis actividades extracurriculares, pero nunca se puede estar
demasiado segura. La mayoría de los IPs son policías desempleados. No
todos, por supuesto. Algunos son principiantes con cara fresca con más
Philip Marlowe en su cerebro que sentido. Aunque renuncian bastante
rápido. Son los policías con ojos embrujados los que permanecen.

Una camarera con un estilo Vintage y una expresión aburrida llega a nuestra
mesa.
—Yo tomaré café —digo, ignorando el resto del menú.

—Yo también —dice Mike—. Negro es perfecto.

—¿Chico duro, eh? —digo fastidiándole. Algo en él, a pesar de lo rudo que
parece, me recuerda un cachorrito. Un cachorrito en la misma casa para
perros que yo—parado en la línea entre honorable y turbio, intentando
sobrevivir en una ciudad que solo respeta a los realmente ricos y a los
realmente malos.

—Nah —dice, acariciándose el estómago—, mi esposa me tiene a dieta.

—Lo que hacemos por amor —digo. Pero cuando la camarera trae nuestras
jarras color crema, también bebo el café negro.
110
—¿Entonces has estado siguiéndome desde ese día en el Ballou? —
pregunto.

—A veces sí, a veces no. El Ballou está tan cerca cómo puedo llegar al
terreno escolar.

—¿Y no sabes qué grupo de personas me quieren vigilada?

—No estoy tan bien conectado. No trabajo con sindicatos, pero escucho
cosas. Si me entero de algo, te lo haré saber. ¿Qué quieren con una niña de
preparatoria, de todas formas?

Lo observo sin responder. ¿Qué sabe él a estas alturas? ¿Qué puedo decir
sin descubrir nada?

—La mayoría de los niños, especialmente niños ricos, No captan la atención


de la multitud. ¿Tienes algo que ellos quieran?

—Estás viendo lo que tengo —digo.

—Me ayuda a protegerte si se desde qué ángulo.

Está presionando, pero sique sin nada más que las muestras de curiosidad
normal e interés profesional, así que no me preocuparé por él. Podría
decirle sobre la llave y la pista pero no lo haré. Al menos, no aún. Los IPs
son notorias personas ocupadas. Él no sería capaz de ayudarme, y
probablemente pisotearía todo rastro de mi padre. Además, el chico me
mintió. Esa clase de cosas toma tiempo olvidarlas.

—No tengo nada que pertenezca a alguien además de mí —digo tomando


otro trago de café.

—Perfecto, no me digas. Pero probablemente lo descubriré tarde o


temprano. Créeme, antes temprano es mejor que tarde, y decir es mejor
que esperar. Si tengo que toparme con ello, es usualmente muy tarde para
ayudar.

—Apuntado —digo. Entonces pienso algo—. De hecho, hay algo que


deberías ver. 111
Saco mi laptop del bolso. Cuando se enciende, lo primero que aparece es la
fotografía de mi acosadora. Giro la pantalla hacia Mike.

—¿La conoces?— pregunto, aunque no tengo demasiada esperanza en un


sí.

Mike niega con la cabeza.

—¿Quién es?

—Es tan mala siguiéndome como tú —digo—. Pero, tampoco está


intentando mantenerse oculta.

Mike se anima.

—Es parte de la familia que te está siguiendo?

—No lo sé —digo, cerrando la computadora y devolviéndola a mi bolso—.


La única confrontación que tuvimos no nos llevó exactamente a una
información útil. Pero está aquí por alguna razón.

Mike revisa su reloj y se toma el café que le queda.

—Tengo que hacer acto de presencia con la esposa. Pero he rentado por un
tiempo el cuarto debajo del tuyo. Si tienes problemas, grita.
—Gracias —digo, con el sarcasmo ensombreciendo mi respuesta.

En la puerta, dice:

—No te preocupes, niña. Lo resolveremos.

Después de que se ha ido, le busco en Google en mi teléfono. Hay un sitio


web, nada remarcable. Una página de inicio con una fotografía, algo de
historia, sus especialidades, y su número de licencia. Reviso el buscador de
licencias IDFPR, y el número de su licencia es legítimo. Registrado por Mike
Ramírez los últimos diez años. Esa es suficiente confirmación para mí de que
él está al nivel. Además Sam debe haber hecho su tarea.

Me dirijo de nuevo hacia mi departamento, ignorando el sentimiento de


estar siendo vigilada. Probablemente es mi imaginación, pero mantengo el
112
ritmo acelerado solo por si acaso.

Cuando llego a casa, confrontar el desastre de nuevo es casi abrumador. La


idea de limpiar me hace sentir como si estuviera pasando página, dejando
ir a mi padre, renunciando al rescate.

No puedo limpiar hasta que esté aquí para ayudarme. Además, es culpa
suya este desastre en primer lugar. Es justo que me ayude a unir a Humpty19
de nuevo.

Como sea, tengo demasiado que hacer para estar divagando como una
paloma perdida. Las licencias de conducir no se hacen solas. Será una larga
noche. Por suerte, dormir estos días es tan tentador como nadar con
zapatos de cemento.

Las medias negras que uso por orden de St.Aggie’s hacen que me duelan las
piernas, así que son normalmente lo primero que me quito después de los
zapatos. Pero hace frío en el apartamento esta noche. No estoy segura si es
la temperatura o lo enfermizo del prolongado silencio. De cualquier
manera, las medias se quedan puestas cuando me siento en la mesa de la
cocina y abro la computadora. Continúo con mi hoja de historia a medio

19
Personaje de cuento infantil famoso por ser un huevo que cae de un muro y se rompe en muchos
pedazos.
terminar sobre los efectos de la participación de Estados Unidos de América
en la campaña Atlantic U-boat de la primera guerra mundial. Generalmente
encuentro la historia entretenida pero hoy es difícil concentrarse.
Aproximadamente una hora después, salgo del atlántico, cumpliendo mi
deuda con el país y el Sr. Matthews. Guardo y cierro el documento, solo
para que aparezca la imagen de una chica acosadora en la pantalla. Estudio
su expresión malévola, su incontrolable cabello. Me pregunto si la tinta que
tiñe la piel sobre el cuello de su camiseta es un tatuaje de pandilla, y si el
tenerlo significa que mató a alguien.

Su acento ruso dice algo. Puede significar que trabaja para bandas
europeas. O puede que no. Puede haber sido contratada por una de las
otras familias, e incluso si está conectada a los europeos del este, podría
113
estar trabajando para cualquier número de facciones. No estoy lo
suficientemente al tanto del organizado bajo mundo como para ubicarla en
un grupo específico.

Cualquiera que sea su historia, ella sabe quién me busca, lo que quieren y
dónde está mi padre. Es la llave a este desastre.

Las migajas de pan de padre me conducirán a él, o a donde sea que se


esconda. Si lo que mi intuición me dice es verdad y él ya ha sido atrapado,
y si puedo conseguir lo que los bastardos quieren, puedo usar eso para traer
a mi padre de vuelta.

Pero sería una tonta por pensar que seré capaz de negociar un simple
intercambio. Para entonces, sabré demasiado y cualquier organización
criminal que sabe lo que está haciendo no deja cabos sueltos, como yo
andando por ahí. Ahí es donde entra la chica acosadora. Ella es mi plan de
reemplazo. Si puedo descubrirla, puedo descubrir quién está detrás de esto.

Hablando de planes, tengo como un millón de identificaciones que crear,


mucha tarea y una pista por seguir.

Falsificar una licencia de conducir creíble no es tan fácil como solía ser. La
llegada de hologramas y tiras magnéticas ha hecho mi trabajo más difícil de
lo que era cuando mi padre me enseñó a usar una máquina de escribir y
una plancha. Es un proceso que toma más tiempo ahora, con película anti
reflejante, plantillas online y laminadores. Pero a veces uso la plancha en
honor a los viejos tiempos.

Después de dieciséis identificaciones, levanto la vista desde la meticulosa


tarea de cubrir el campo refractor con barniz y sacudirme los hombros para
acabar con la pesadez. Miro el reloj que sigue en el suelo del comedor,
parcialmente oscurecido por la cortina de la ducha, y no me sorprende ver
que han pasado otras tres horas. Mi estómago gruñe, y decido darme por
vencida por la noche.

Busco en la alacena el bote de mantequilla de maní extra crujiente.


Tomando una cuchara de detrás de la tostadora, empiezo a cenar. Ya estoy
cansada y ni siquiera he tocado el resto de mi tarea. Llevo la mantequilla de
maní a la mesa y me meto la cuchara en la boca mientras saco de la mochila 114
el libro de pre-calculo. No está ahí. Debe estar en mi habitación.

Llego a mi habitación e intento no mirar demasiado anhelantemente la


almohada mientras busco en la pila de cosas que hay en la cama. Encuentro
el libro, pero en el proceso, mi mano se topa con el peso frío del arma de
mi madre. Olvidándome de pre-cálculo, me siento en la cama, quito los
papeles, el cepillo, los libros, ropa y el laminador y pongo el arma en mi
regazo.

Por primera vez en meses, intencionalmente invoco los recuerdos de mi


madre. Después de que nos dejara, enterré todos mis recuerdos de ella.
Aparte de la conversación que tuvimos mi padre y yo en el arco de St.
Aggie’s, nunca habíamos hablado de por qué se fue. Quizás el conoce sus
razones más de lo que pensaba.

Ella no se parece en nada a mi padre ni a mí. Ella es voluble, musical.


Siempre traía a mi padre a la vida cuando estaba cerca. Recuerdo sobre
todo su olor. A rosas, su favorito.

Me golpea la repentina urgencia de hurgar sobre todo lo que dejó atrás el


día en que se fue. Tal vez eso me ilumine de alguna forma. Tal vez sigue
oliendo a ella. Asumiendo, por supuesto, que los ladrones que revolvieron
mi apartamento no lo echaron al viento.
Cuando arrastro el baúl de la parte posterior del armario de mi padre, está
claro que alguien ha mirado en él, pero nada parece haberse perdido o roto.
Por supuesto no hay nada de valor real que robar, y no mucho que se pueda
romper. Solo restos de una vida perdida: trozos de un armario adecuado
para la esposa de un estafador de juegos de azar de las grandes ligas; una
caja de joyería; algo de maquillaje viejo; unas cuantas listas de compras
garabateadas; un secador; algunas fotografías descoloridas y sin etiquetas,
de personas que no conozco. Ningún diario, nada de cartas, ninguna
explicación de quien es, por que tenía un arma, por qué se fue.

Pero aun huele a rosas. Así que vuelvo a acomodar todo cuidadosamente y
luego sello el baúl, la pistola aun en el suelo a mi lado. Algunos recuerdos
es mejor dejarlos en el fondo de un armario.
115
He terminado por esta noche. Todavía es temprano, sólo las once o algo así,
pero no me estoy haciendo ningún favor a mí misma, sentándome en un
mar de cosas rotas sin nada que recompense mi tiempo, además de ojos
arenosos y el equipaje de la familia. Estoy a medio camino hacia el baño
cuando alguien toca a la puerta.

Y es debido a mi cansancio que no estoy alarmada ante la perspectiva de


un visitante inesperado.

—¿Quién es? —digo, con mi mano en la cadena.

—Soy Tyler.
12

EL ARCHIVO
Lleva puestos unos jeans y una camiseta de manga larga, y sostiene una caja
de pizza con el aroma más tentador emanando de ella.

—Sé que es tarde, pero… ¿qué va mal?

Me trajo pizza.

Por el pasillo, Mike asoma la cabeza, comprobando. Le saludo para hacerle


saber que Tyler está bien.
116
—¿Quién es? —dice Tyler.

—El vecino. Pasa.

Entra, dejando la pizza en sofá, y cierro la puerta detrás de él.

—¿Qué está mal? —pregunta de nuevo—. Parece como si hubieses estado


llorando.

Oh, Dios. ¿Lo estaba?

—No es nada. —Soy consciente de que me sonrojo—. Estaba buscando en


las cosas de mi madre, esperando encontrar algo útil.

—¿Qué encontraste?

Niego con la cabeza.

—Sólo una generosa ayuda de ay.

Tyler toma mi mano y me guía al sofá, cambiando la pizza a la mesa del


centro para poder sentarnos. Dejo que tire de mí, más que nada porque
estoy demasiado cansada para calcular el radio de riesgo-beneficio pero
también porque me siento bien. Muy bien. Sus ojos recorren el desastre sin
ningún comentario, pero me aprieta la mano.
Una pequeña parte de mi está preocupada de ser demasiado abierta con
mi melodrama con él. A la única persona a la que le permito verme así de
despeinada es a Sam, y raramente. Pero esa parte es el trocito femenino en
mí, y por lo tanto es sospechoso. Lo ignoro con tal de saborear el calor de
su mano alrededor de la mía.

—Bueno, tengo el remedio perfecto —dice él—. Cierra los ojos.

Sin curiosidad, le complazco.

—Está bien, ábrelos.

Cuando lo hago, está haciendo una cara ridícula: ojos cruzados, cabeza
inclinada hacia adelante, un dedo estirando su boca a una mueca de payaso.
Me rio por acto reflejo. Su cara vuelve a su hermosura normal, su 117
encantadora risa hace eco en la mía.

—Siempre funciona con mi hermana pequeña —dice él—. ¿Lista para otra?

Asiento y cierro los ojos.

—Está bien, ahora.

Esta vez está sacando la lengua y empujando la nariz hacia arriba lo que
hace que los poros de la nariz se vean enormes. Rio de nuevo, incluso sin el
elemento sorpresa. Vuelve a ser Tyler y toma mi mano de nuevo, lo
suficientemente floja para que no me sienta atrapada.

—Tienes una buena risa —comenta—. Deberías usarla más a menudo.

Le observo en el cómodo silencio que ha caído entre nosotros. Por mi vida


que no entiendo porque es tan fácil ser abierta con él. Y una vez más, no
me importa no poder descifrarlo. Porque aquí está, a las once en una noche
de escuela, tratando de animarme, con todas las inútiles y adorables cosas.
Mi guardia se desmorona, y tomo su mano con fuerza en vez de dejarle
acunar la mía.

—¿En qué piensas? —pregunta, con sus dedos suaves contra mi palma.

En guardia o no, no estoy lista para decirle lo que estoy sintiendo. Tengo
mis límites.
—Me pregunto dónde creen tus padres que estarás justo ahora —digo—.
Incluso los de último año tienen toque de queda, ¿cierto?

—Nadie en mi familia duerme. Mi padre siempre está fuera en juntas del


estado y, cuando mi madre no está con él, se encuentra poniéndose al
corriente en eventos y discursos. Incluso mi hermana se queda hasta tarde
leyendo o haciendo tarea. Le dije a mi madre que estaba ayudando a un
amigo.

—¿Un amigo? —le digo.

—Un buen amigo —dice y me apretuja la mano.

—Oh —contesto y después, porque es verdad, y porque no tengo nada más


inteligente que agregar, digo: —Voy a morir de hambre si no tengo una 118
rebanada de pizza en los próximos cinco segundos.

—Bueno. —Me pasa la rebanada más grande y se recuesta de nuevo en el


sofá.

Doy un mordisco gigante de delicia de peperoni, y digo, con una gota de


aceite caliente resbalando por mi barbilla:

—¿No vas a tomar una?

—Nah. Prefiero verte.

Trago y doy un mordisco más pequeño esta vez. Después de terminar la


rebanada, me limpio la barbilla con una servilleta. Me inclino hacia atrás
pero el cojín que normalmente está aquí, estaba muy destruido para
conservarlo. Viendo mi dilema, Tyler se acerca más al otro lado del sillón
para que pueda compartir su asiento sin sacrificar mi espacio personal.

—Todo un caballero —digo y me muevo unas pulgadas más en su dirección.

—Así es como mi madre me crió.

Suspiro y me recuesto en su cojín.

—Desearía poder olvidar todo esto por una noche. —Una vez que me doy
cuenta de lo que digo, tartamudeo—: Yo, yo, quiero decir, sé que mi padre
está en problemas…
Tyler me atrae en un medio abrazo reconfortante.

—No hay nada malo en estar cansada. Si hubiese querido que lo


encontraras de inmediato, te hubiera dejado mejores pistas. Estás haciendo
un gran trabajo, Julep.

Me desplazo en su abrazo y apoyo la cabeza en su hombro. No me molesto


en discutir. Sé lo que estoy haciendo y, lo más importante, lo que no estoy
haciendo. Soy la mano derecha de mi padre. Debería estar con él.

—Te has ganado un descanso —dice Tyler en mi cabello.

Y ya sea que me lo gané o no, decido ir con ello.

—¿Tyler?
119
—¿Sí?

—¿Puedes hacer más caras?

***

El día siguiente en la escuela es totalmente miserable. Habiendo estado


despierta hasta las cuatro de la mañana con Tyler, siento como si mi cabeza
fuese un kit de tambores y alguien sin talento fuera tocando rumbo a la
ciudad. Días como estos son los que mantienen la industria de las gafas de
sol en pleno auge.

Tomo otro sobre de mi mochila y lo deslizo a través de la rendija de un


casillero.

Con la ayuda de Tyler me las arreglé para llenar todos los pedidos de
identificación anoche. Fue divertido, en realidad, enseñar a alguien más
cómo elaborar una identificación decente, por una vez me rendí ante mi
obsesión de dar secretos familiares. Reímos mucho, manchándonos uno al
otro de látex líquido. Y en cualquier momento que la conversación
apuntaba a padre, Tyler hacía una cara ridícula para descarrilarla.

Adelante, júzgame. Por ser débil, por seguir a mis impulsos adolescentes,
por liderar a un cordero inocente al camino de la maldad. Estás en tu
derecho. Pero la verdad es que, algo cambió anoche. Estoy segura de que
me arrepentiré, pero aunque quisiera, no puedo volver en el tiempo y
deshacerlo. Y no quiero. Eso es.

—Pareces feliz —dice Sam mientras se acerca. Le miro desde el siguiente


sobre—. Caramba, y con resaca.

Le lanzo una mirada feroz, pero me temo que el efecto se pierde con las
gafas.

—No es resaca. Sólo estoy destruida por haber estado despierta toda la
noche.

—¿Quieres que te ayude a repartir?


120
—No quiero que te arriesgues a que te arresten. De todos modos, casi
termino.

Me muevo a través del pasillo al siguiente casillero, está siguiéndome.

—Empecé a trabajar en el proyecto de la foto por la que me preguntaste


ayer —dice él.

Nos dirijo a través de un grupo de niños amontonados alrededor de un


teléfono viendo videos del último fallo de vestuario de las celebridades.

—¿Ya? ¿Qué hay de la tarea de historia?

—¿Tú hiciste la tarea de historia?

—Es un hecho, la hice. Soy un degenerado. ¿Cuál es tu excusa?

—Soy un sí—a los hombres degenerados.

—Touché.

—Como sea, no he logrado descifrar el firewall aún, pero he buscado y


puede que haya encontrado una puerta trasera parcial. Se requerirá la
construcción de un archivo por lotes, lo que tomará algún tiempo, pero…

—Te das cuenta de que sólo entiendo algo así como la tercera parte de eso,
¿verdad? En Julep, por favor.
—Tengo un avance.

—Fantástico —digo sonriendo tanto como mi cabeza dolorida me


permite—. ¿Qué hay del formulario?

—Ya está subido y corriendo en el IP usual.

—Sigue así y te podría nominar para el mejor secuaz del año. —Le doy un
ligero golpe en el brazo—. Te enviaré un correo de seguimiento.

—¿Estás segura de querer enfrentar gente? Pareces muy sobrecargada.

—Sigo corta de presupuesto, Sam. —No saco a flote el Volvo pero flota
entre nosotros.

La campana suena. 121


—Una cosa más —dice Sam—. Traduje la inscripción en el 9 mm a ‘Para
A.N.M., mi hada azul’. ¿Alguna idea de qué significa?

—Más allá de lo literal, no. Nunca he oído a nadie llamar Hada Azul a mi
madre. Mi padre nunca lo hizo. E incluso si lo hizo, no puedo imaginar cómo
eso podría ayudar a encontrarle.

Me doy cuenta tardíamente de que debería mantener la voz baja. La gente


está obstruyendo el pasillo en su apuro por llegar a sus casilleros y luego a
clase antes de que la segunda campana suene. La Decano está haciendo sus
rondas también, parando ocasionalmente para regañar a aquellos que no
son lo suficientemente sutiles en las alteraciones de sus uniformes.

—Será mejor que sigas tu camino —digo.

—Te veo en el almuerzo —dice él, y se va en la dirección contraria.

Me abro camino alrededor de los estudiantes, esquivando el ojo observador


de la Decano, deslizándome en las clases cuando su mirada barre en mi
dirección. Saltando de clase en clase y usando otros estudiantes como
escudos, me las arreglo para pasarla sin ningún incidente.

El resto del día pasa rápido mientras lidio con el lado administrativo de mi
pandilla de falsificación de una persona. Si los pedidos siguen así, voy a
tener que iniciar una fábrica de explotación. O al menos contratar servicio
de entrega.

Veo de reojo a Tyler en los pasillos. Tiene un aspecto para nada mal después
de nuestra noche de abandono de las leyes. Estúpido suertudo. Pero
siempre tiene una sonrisa para mí cada vez que nos vemos, así que no
puedo estar muy molesta con él.

Después de mi última clase, me dirijo al Ballou para hacer algo que llevo
tiempo planeando pero no he tenido tiempo para ello.

Cuando entro, Mike me guiña el ojo y se adelanta al bar para hacerme una
bebida.

Tal vez tener un guardaespaldas jugando a ser barista tiene sus ventajas. 122
Saludo y tomo asiento en una esquina de espalda a la pared. Si la Decano
me atrapa, técnicamente no puede hacer nada al respecto, ya que el Ballou
no es propiedad de la escuela. Pero si vas a estar absorto en un acto ilícito,
es mejor posicionarte de manera que nadie pueda seguirte.

Una vez que estoy acomodada, con el abrigo colgado en la silla y el celular
revisado, saco la carpeta manila sin etiqueta que Heather me dio en el
cuarto de música el otro día.

—¿Un poco de lectura ligera? —dice Mike cuando coloca mi macchiato de


triple caramelo cerca de mi codo.

—Depende de lo que haya dentro —digo—. Podría ser oscuro, de mal


augurio, y peligroso. Pero sólo para mí.

—¿Tu expediente de estudiante?

—¿Cómo lo has adivinado? —pregunto sonriendo.

Gira la toalla de manos que sostiene en el hombro.

—Recordé mis rasguños de cuando estuve en la escuela.

—Lo ves, eso me hace aún más como tú —digo.

Él se ríe.
—Te dejo volver a ello. Pero no te lo tomes muy en serio. Lo que sea que
haya ahí no te va a matar.

—Si —respondo—. Tengo otras vías para eso.

Regresa al bar para tomar el pedido de otro cliente en cuanto abro el


archivo y comienzo a leer. Las primeras páginas no son una sorpresa, datos
estadísticos, transcripciones, recibos de registros de clase. Después hay
unos cuantos informes de incidentes, la rata, una cuenta TI del daño hecho
a la computadora del Dr. Franklin, algunos residuos de evidencia
circunstancial de otros trabajos que hice el año pasado, e incluso un par de
referencias a incidentes que no tuvieron nada que ver conmigo.

Pero después se pone raro.


123
Hay expedientes completos de cada uno de mis padres. El de mi padre es
considerablemente más corto que el de mi madre, y no hay mucho ahí que
yo no supiera. Aparentemente, pasó un periodo de tres semanas en la
fuerza aérea de la que no sabía nada y tuvo una novia en Viena antes de
que conociera a mi madre. Pero todo lo demás ya lo sabía.

El expediente de mi madre es considerablemente más extenso. Hay un


árbol genealógico entero enlazándola a todo tipo de personas de las que
nunca había oído antes. Una copia de su acta de nacimiento que certifica
que nació en Nueva York, cuando yo daba por hecho que ella era de
Oklahoma. ¿O era yo? ¿Quién es esta persona que está detrás de mí con
una versión más vieja de mi barbilla?

Cierro la carpeta, sintiéndome un poco enferma. No es que pensara que


sabía todo lo que había por saber de mi madre, pero esto indica un enorme
abismo entre la madre que solía trenzarme el cabello y firmar mis
justificantes de enfermedad falsos, y la mujer que es en realidad.

—Hey, niña —dice Mike—. Tu bebida se está quedando fría.

Me inclino en la mesa, tratando de recuperar el equilibrio. ¿Qué está


haciendo la prefecta con toda esta información? ¿Qué tiene que ver esto
con mi internamiento en St. Aggie’s? La respuesta es nada. ¿Entonces
porque está hurgando en mí historia? Incluso teniendo en cuenta cuánto
me odia, no encaja que ella quisiera saber todo esto mí.

—Niña, ¿estás bien? —dice Mike.

—¿Sabes quién es mi madre? —le pregunto de repente.

—No —responde—. ¿Debería?

—No creo. Pero en ese caso, yo tampoco la conozco, y pensarías que


debería, ¿cierto?

—¿A qué te refieres?

Devuelvo la carpeta a mi bolso divagando si quedármelo o quemarlo.


124
—Ojalá lo supiera.

—¿Tiene algo que ver con quien sea que te está molestando?

—No —respondo sin pensarlo. Y luego—. Tal vez. No lo sé.

—Si lo descubres, será mejor que me lo digas —dice él.

—Lo haré. Gracias, Mike.

Murphy abre la puerta del Ballou y después de verme se acerca.

—Hey, Julep, ¿tienes un segundo?

Mike da por terminada la conversación y Murphy toma una silla.

—El cambio de imagen no lo está logrando. Bryn no va a decir que si porque


tenga un par de gafas nuevas. ¿Cuál es mi próximo movimiento?

—Relájate, Murph. Lo lograremos. —Confieso que estoy teniendo


dificultades arreglando la vida amorosa de Murphy, cuando mi propia vida
es un desastre. Pero un pago es un pago.

—El baile es en tan sólo una semana. Si dice que no el martes, estoy
hundido.

—Eso funciona en tu beneficio. Sigue sin tener una cita, y una chica como
Bryn no va sin pareja.
—Tiene que haber algo más que pueda hacer.

—Lo hay —digo poniendo mi mano sobre la suya para detener su golpeteo
de dedos. Los chicos son tan nerviosos—. Dos cosas más, de hecho: la
reunión y la propuesta.

—¿Reunión?

—Escribe todas las cosas que te gustan de ella, la verdadera ella, y no digas
álgebra, y dásela a Sam. El trabajará en algo bonito para ello, y después
llenas su casillero con flores el lunes, tipo admirador secreto. Estará
obsesionada con saber quién pudo haber sido. Curiosidad es lo que
utilizaremos aquí. Si es lo suficientemente curiosa, dirá que sí, sin importar
lo que perciba de ti.
125
—Gracias por eso, creo —dice Murphy—. ¿Pero cómo …?

Anticipo su pregunta y le entrego un medio círculo de aluminio que corté


de una lata de refresco en receso.

—¿Qué es esto?

—Es lo que utilizarás para abrir su casillero. Envuélvelo alrededor de la barra


y deslízalo hasta la cerradura. Tira hacia arriba en la barra, y estás dentro.

Murphy mira el trozo de aluminio dudosamente.

—¿Por qué soy yo quién pone las flores cuando tú eres la menos propensa
a arruinarlo?

—Porque si te atrapan con las flores, incrementará tus oportunidades de


tener a la chica. Si fuese yo o Sam, estarías acabado, incluso antes de
preguntar.

Murphy asiente.

—¿Y la propuesta?

—Haremos algo discreto, clásico. Algo como iluminar el patio o secuestrar


el sistema de intercomunicación. Tal vez algo con un cañón de brillos.
El aspecto del rostro de Murphy no tiene precio. Es un blanco tan fácil que
casi no es divertido. Casi.

—Tal vez el cañón de brillos no —corrijo en cuanto la puerta del Ballou se


abre, dejando entrar a Bryn y unos cuantos miembros de su séquito.
Murphy que está de espaldas a la puerta responde antes de que le pueda
avisar.

—No lo fuerces —dice—. Sólo asegúrate de que Br…

Tengo que callarle antes de que eche a perder todo el evento. Así que lo
tomo de un botón inferior y lo halo por mitad de la mesa para darle un beso
devorador. Escucho muchos jadeos de sorpresa desde el otro lado de la
sala.
126
Bastante bien. Amablemente empujo a Murphy que se ha quedado sin
habla en su silla en el momento, a tiempo de ver a Bryn sus amigas dirigirnos
una mirada extraña y evitándonos. No es lo ideal, que sea visto conmigo. La
gente sabe lo que hago, así que Bryn podría potencialmente sumar dos más
dos. Pero el beso pudo ser lo suficientemente inesperado para dejarla
pensando.

Desafortunadamente, Bryn y sus amigas no fueron las únicas espectadoras.


Tyler también captó el momento mientras cruzaba la puerta. Pero en lugar
de darme esa mirada de desaprobación y retirada rápida que esperarías,
me sonríe y sacude la cabeza. Sí se va, pero me guiña un ojo mientras cierra
la puerta.

—¿Estás loca? —Murphy sisea, limpiándose la boca.

—Por supuesto —digo sonriendo.


13

EL ROJO, BLANCO, Y AZUL


¿Es este el aspecto que tienen las oficinas de campaña?

Reviso la dirección que Tyler me envió, y luego miro de nuevo la ostentosa


casa, con cúpula y un paseo circular. Supongo que esperaba algo más de
clase media, oficina del tipo centro-comercial-raído. O al menos algo en el
centro, cerca del edificio federal.

Este lugar está muy dentro del corazón del Distrito Histórico de la Costa de
Oro y parece como si hubiese sido construido hace cien años. Y hay un 127
jardín artístico. Un jardín estilo Honest-to-St.-Francis-. ¿Qué dice sobre la
campaña del senador? No lo sé, pero dice algo.

Hay una campana en lugar de botón de timbre, y el sonido que hace cuando
tiro de ella suena vagamente como una catedral. Una criada uniformada
abre la puerta, y antes de que le exponga mi asunto, me acompaña a una
gran biblioteca en el fondo del edificio.

Llamarla biblioteca es un poco generoso, ya que la habitación no parece


tener función de biblioteca. Hay libros ordenadamente dispuesto en
muebles tallados empotrados a lo largo de las paredes, pero parecen
utilería, como si su propósito fuese hacer dar atmosfera de biblioteca más
que impartir algún conocimiento real. Hay una mesa en el centro con sillas
que combinan con las estanterías de alrededor, y un par de sillones de piel
acolchonados cerca de la chimenea de ladrillos, al otro lado del cuarto.

—Hey —dice Tyler detrás de mí.

—Las oficinas de tu padre son muy elegantes. Odiaría ver donde trabaja el
otro tipo.

Tyler sonríe.

—Estas no son las oficinas de mi padre, es nuestra casa.


—Oh —digo sintiéndome tonta—. Eso explica el jardín.

—Nada explica el jardín —dice Tyler—. Vamos. He puesto una tienda en mi


habitación. Es un poco menos ostentoso que esto.

Sonrío y lo sigo a la cocina y luego a las escaleras traseras que conducen al


tercer piso. Me dirige a través de unos cuantos pasillos debajo, asumo que
es un apartamento sobre el garaje. Es enorme, fácilmente tanto como la
biblioteca, con su propio baño, área de descanso, cuarto de video, y oficina.
Mi apartamento entero podría caber aquí.

Tristemente, al menos para mí, parece escenificado, como una bonita casa
con falsas fotografías familiares y trastos para hacer a los buscadores de
casa conectar más con el lugar. Esto hace dar un giro a mi habilidad para
128
leerle, sus deseos e imperfecciones, su historia.

Pero tal vez puedo leer algo de la absoluta falta de él en este cuarto.
Juzgando desde la biblioteca, esta casa fue construida para mantener una
impresión. Tal vez Tyler es parte de esa fachada. Sé cómo me sentiría con
ello, pero sigo sin poder leer los sentimientos de Tyler acerca de ello. No
parece orgulloso ni avergonzado cuando entramos, sólo que no le afecta,
como si yo hubiese estado aquí docenas de veces.

Deja la puerta abierta detrás de nosotros, lo que podría significar nada o


mucho. No puedo decir cuánto pasó hasta que comenzamos a hablar. Si
habla muy fuerte u observa la puerta, sabré que no es seguro hablar
libremente. Si actúa como su Tyler normal, entonces dejar la puerta abierta
es su manera de evitar cualquier cosa rara chico-chica o podría no significar
nada. Entender a los chicos, es probablemente lo más difícil.

Él había expuesto algunas impresiones y un par de cajas de sobres encima


del tronco artificial que sirve de mesa de café. Del otro lado de la mesa hay
un bote para correos con problemas.

—Así que probablemente debería advertirte que soy terrible cortando


papel —digo.
—No hay problema. Tengo banditas. Además, tu objetivo principal de hoy
es hacerme compañía. Yo haré el trabajo pesado, o envolver, en este caso.
Tú, puedes hacer el rellenado.

Nos sentamos en el suelo entre la mesa de centro y el sofá. Él envuelve las


hojas y me pasa el paquete y yo trato lo mejor que puedo de meterlas en
los muy pequeños sobres del número diez.

Durante una hora o algo así, Tyler y yo hablamos tranquilamente de todo y


de nada; escuela, la Decano, e incluso sobre algunas viejas estafas que inicié
en secundaria mientras aprendía los pasos de mi padre. Le informo de la
extraña información en mi archivo, los intentos de Sam de infiltrarse en la
base de datos del FBI, mi reserva de órdenes de falsas identificaciones. A
cambio, Tyler me cuenta todo acerca del drama que ocurre en el club de 129
teatro, al cual no tenía idea que él pertenecía.

—No puedo superarte a ti en un drama —digo—. ¿Los deportes no te quitan


cada valioso minuto de tu tiempo?

Él me dedica una mirada sardónica.

—Soy más que una cara bonita, sabes. ‘Si nos pinchan, ¿no sangramos?’

La voz de Tyler es suave y tranquila, lo que aumenta las posibilidades de


que no me tenga que preocupar por malhechores escuchando. Está riendo
de una forma tan genuina que me calienta hasta las puntas de los pies. Es
tan fácil creer en él. Tanto que incluso le cuento acerca de mi nombre.

—¿Quieres decir que Julep no es tu nombre real? —dice con fingida


sorpresa.

Le lanzo una barrita de goma.

—¿Quieres escuchar esta historia o no?

—Definitivamente. —Se toma un descanso de envolver para dedicarme su


atención completa.

—Estaba organizando mi primera estafa por mi cuenta. No le había contado


a mi padre porque quería darle la sorpresa.
—¿Cuántos años tenías? —pregunta.

—Diez.

—¿Qué podrías hacer a la edad de diez años?

—Honestamente, casi nada. La estafa es sobre el resultado, no sobre el


método.

—¿Cómo fue?

—Hay tantas maneras de lograr un trabajo como personas hay. Si tú puedes


trabajar con lo que tienes, cual sea la edad, apariencia, coche deportivo o
lo que sea, puedes obtener el Toisón de Oro20. El truco es conocer tus
bienes, y después formar la estafa a su alrededor.
130
—Está bien, lo entiendo. ¿Entonces qué pasó cuando tenías diez años?

—Entré ilegalmente al bar favorito de mi padre, me senté en el banco a su


lado, y logré pedir y obtener mi primer Julep de menta. Mi padre no tenía
ni idea de que se trataba de mí hasta que se lo dije.

—¿A los diez? —pregunta atónito—. ¿Cómo?

—Me disfracé como una persona pequeña masculina.

—¿Y funcionó?

—Claro —digo, mi mente vuelve a la expresión asombrada de mi padre, la


cual cambió inmediatamente a emoción y orgullo. Podría estar brillando
después de esa alabanza, bueno, el brillo podría haber tenido algo que ver
con el alcohol. Esa noche mi padre me dio mi primera práctica con la llave
maestra y mi nombre de estafadora como premio de felicitación.

—¿En qué piensas? —pregunta Tyler—. Te fuiste como a un millón de


kilómetros

—En mi padre —respondo sonriendo como disculpa.

20
Hace referencia al collar de La Insigne Orden del Toisón de Oro, una orden de caballería fundada en
1429 por el duque de Borgoña y conde de Flandes, Felipe III de Borgoña.
Tyler alcanza mi mano y mi pulso se acelera unos cuantos latidos por minuto
ante su toque. Se acerca y mis nervios hormiguean.

—Él está ahí fuera en algún lugar, Julep. Lo encontrarás —dice, su voz baja
y seria. Casi las mismas palabras que dijo Sam, pero sólo como una promesa
vacía. Puedo sentir agua luchando por emanar de detrás de mí ojos y
comienzo a pensar en beisbol para evitar que brote.

Por suerte para mí, el padre de Tyler elige ese momento para aparecer.

El senador es alto, con manos grandes. No monstruosamente grandes, sólo


suficientemente grandes. El cabello castaño es similar, aunque el senador
tiene una cantidad considerable de plata.

Ambos están claramente cortados por la misma bandera de estrellas. Es por 131
eso que estoy un poco perpleja por el ligero endurecimiento en los ojos de
Tyler cuando tocan en su padre. No me había dado cuenta de lo mucho que
había asumido que Tyler lleva una vida encantadora, pero ahora me
pregunto si ese es realmente el caso. Supongo que podría ser la angustia
promedio a los padres, pero la fragilidad en la sonrisa de Tyler parece más
desdeñosa que resentida.

El senador me dirige toda su atención.

—Tú debes ser la inimitable Julep —dice, y no noto que mi mano está en la
suya hasta que siento como él la agita. Agarre firme, por cierto—. He oído
hablar mucho de ti.

—¿En serio? —digo alzando una ceja hacia Tyler—. No puedo imaginar que
haya mucho por decir.

—Eres muy modesta, querida. —Ugh. Políticos. Estoy muy segura de que su
palanca de cambios está atorada en condescendiente—. En mi experiencia,
las cuentas más exageradas son usualmente las más precisas.

—Sigo siendo muy joven para votar, senador —digo, devolviendo la sonrisa
y retirando la mano.

—Pero no demasiado joven para ayudar en la campaña.

Liso.
—¿Querías algo, padre?

—Quería ver cómo está yendo tu proyecto —responde.

—Estoy manejándolo.

—¿Cuándo crees que esté terminado?

—Cuando lo esté —dice Tyler, acero en su voz—. Lleva su tiempo.

El senador estrecha los ojos pero no comenta nada sobre el tono de Tyler,
y tengo que imaginar de qué están hablando. El correo está casi listo, y la
temperatura en el cuarto ha ido decididamente al ártico.

El senador sonríe de nuevo y sus ojos brillan mientras dice, — Bueno, fue
un gusto conocerla, señorita Dupree. Si me disculpan. 132
Espero unos treinta segundos después de haberse ido para decir algo.

—¿Qué fue todo eso?

Tyler mira el sobre que está sosteniendo.

—Nada.

Como continuo mirándole, suspira y mira el techo.

—El… interfiere mucho. Me vuelve loco.

—Son privilegios de los padres, supongo. O al menos ellos creen que lo son.
—Me recuesto de nuevo en la silla—. Mi padre está haciendo todo lo que
puede para evitar que vaya a la universidad.

Tyler se ríe.

—¿En serio? ¿Por qué?

—Él cree que la universidad es una estafa. De hecho, me quería fuera de la


escuela hace un par de años. El cree que buenos fundamentos es todo lo
que necesitas, y después buscas el resto conforme lo necesites. —Pongo la
mejor expresión de mi padre, imitando su voz lo mejor que puedo—. ‘’La
única química que debes saber, Julep, es la química entre las personas’’.
Espero a que Tyler sonría ante mi tonta imitación, pero no lo hace. Tal vez
siente la culpa detrás de las burlas.

—Es un viejo argumento —continúo.

Tyler me aprieta la mano, la que de alguna manera se las ha ha arreglado


para tomar.

—Como sea, mi padre piensa que es una pérdida de tiempo, especialmente


para mí.

—Y tú no estás de acuerdo.

—No, en realidad, lo estoy. Para lo que mi padre me cría, necesito la escuela


como un pescado necesita un 401(k)21. Los estafadores sólo se endeudan si
133
tienen vicios. —Como las apuestas, lo pienso pero no lo digo—. Pero…

—¿Pero?

—No quiero seguir siendo una artista de las estafas. No quiero una vida en
la que constantemente este corriendo y escondiéndome. Amo a mi padre.
Sólo que no quiero ser como él.

—Entonces, ¿qué quieres?

—Estoy cansada de hablar de mí —digo en lugar de responder—. ¿Tú qué


quieres?

Tyler encoje los hombros.

—No tengo idea —dice sonriente—. Quiero saber lo que quiero. ¿Qué te
parece?

Le devuelvo una sonrisa. Es bueno saber que no soy la única con problemas.

—Mi padre insiste en que vaya a Harvard. Allí es donde estuvo él, y su
padre, y su abuelo. Somos una familia de legado con edificios que respaldan
nuestro apellido. Así que claro que no hay ningún otro lugar que pueda
siquiera considerar.

21 Los planes 401(k) son planes de contribución definida e impuestos diferidos .


—Me puedo identificar con eso —digo—. ¿Qué hace que los padres quieran
un mini-yo?

—No creo que todos los padres sean así.

Un agradable silencio cae por unos cuantos minutos mientras terminamos


de rellenar los sobres.

—Quiero ir a Yale —digo cuando termino de envolver el último sobre. Aquí


voy, de nuevo a revelar demasiado.

—¿Por qué? —pregunta.

Podría decirle que cuando mi padre volviera de sus dos semanas de


desaparición, perdí todo deseo de una vida de estafadora. Y en ese
134
momento de crisis existencial, vuelvo a un recuerdo de Gilmore Girls donde
Rory estaba decidiendo entre Harvard y Yale, un viejo sueño y uno nuevo.
Le pude haber dicho a Tyler que robé Yale de un show de TV. En su lugar, le
digo algo más verdadero.

—Quiero ser una persona real, ser yo. Sé que suena extraño pero yo ya no
sé quién soy. Cuando puedes ser quien quieras, te conviertes en nadie. ¿Eso
tiene sentido?

Él luce desconcertado, así que lo intento desde un ángulo diferente.

—Supongo que quiero ser ordinaria —digo, incluso aunque eso no suene
muy bien—. En realidad, quiero ser extraordinaria. Pero de manera
ordinaria. Por eso quiero ir a Yale. Quiero ser normal, pero la mejor en ello.

Tyler sonríe.

—Bueno, no te puedo imaginar siendo ordinaria. Pero extraordinaria no te


tomará mucho esfuerzo.

Aliso mi paquete de sobres innecesariamente sólo para distraerle de mi


cara complaciente.

—Entonces, ¿cuál es tu nombre real? —pregunta—. ¿Volver a tu nombre


real no te ayudara a encontrar quién eres en realidad de nuevo?
—Sí, pero aún no. Tengo que apegarme a Julep hasta que me lleve a donde
me dirijo.

—¿En serio no me dirás tu nombre real?

—Nadie lo sabe, excepto mi padre y yo —respondo—. Bueno, y mi madre.


Dónde sea que esté. —Mi cara de broma desaparece cuando pienso en el
arma. Los pensamientos de Tyler deben de estar yendo por la misma línea
porque su sonrisa también cae.

—¿Estás segura de que es el arma de tu madre?

—Ni siquiera sabía que mi madre tenía una. Mi padre obviamente ha


censurado mucho. Siempre asumí que mi madre se había ido porque estaba
harta de las apuestas. Ahora, después de ver toda esa basura sobre ella en 135
mi expediente, no estoy segura.

—¿Qué crees que signifique que te haya dejado el arma?

—No tengo la más remota idea —digo—. Podría tener algo que ver con las
pistas que me dejó. O podría ser una de las cosas que mi madre quería que
tuviera. O podría ser él, diciéndome que sea cuidadosa, que necesito
protegerme. ¿Quién sabe?

—¿Por qué no simplemente te dejó una nota y un mapa?

—Porque cualquier idiota podría leer una nota y seguir un mapa.

—¿Y qué hay de la pista que encontraste en el hipódromo?

Saco la nota doblada del bolsillo de los pantalones y se la paso.

—“El hombre se convierte en niño cuando es consumido por la Tierra de


Juguetes’’

—¿Alguna idea?, ¿suposiciones?, ¿locas especulaciones? —pregunto.

Niega con la cabeza y me devuelve el papel.

—No, pero estoy seguro de que lo descubrirás. ¿Dijiste que también había
una llave?
Tiro de la cadena donde la he colgado debajo de mi suéter y me la saco por
la cabeza.

La arrebata de mi mano, mirándola en shock.

—Conozco esta llave —dice él.

136
14

El Strand
—¿Por qué estamos haciendo esto de nuevo?

Sam y yo observamos el ancho camino de piedra que dirige a la pesada y


atrancada puerta resguardando la entrada a El Strand, el club privado
donde pertenece la llave colgando alrededor de mi cuello. El plano edificio
gris domina toda la calle, como si la arrogancia de sus valiosos miembros se
hubiese filtrado entre sus piedras. No me sorprende que el senador esté en
el Consejo Ejecutivo. El edificio grita privilegiado por sí solo.
137
—Porque la cerradura de donde pertenece la llave de mi padre está ahí. —
Ajusto mi peluca. Maldita cosa pica como el demonio.

—Quiero decir, ¿por qué Tyler no puede hacerte pasar?

Tyler preguntó lo mismo, de hecho, después de robar la llave de su padre


para mostrármela. La llave del senador tiene el mismo estilo de decorado
en la cabeza que la que Sam encontró en la lámpara del hipódromo. Es del
mismo tamaño y está hecha del mismo material. Tiene que ser de la misma
fuente de la que tiene el senador, y la del senador es de la cerradura de El
Strand.

Tyler y yo discutimos su participación en este próximo paso del juego. Él se


quería infiltrar en el club conmigo, incluso me ayudó a idear cómo hacerlo.
Pero este no es lugar para él.

—Negación plausible. No estoy segura de lo que tendremos que hacer


cuando entremos. No quiero que Tyler resulte afectado por esto.

—Qué noble de tu parte —dice Sam—. Pero no te preocupa que nosotros


seamos los afectados, ¿cierto?

—No me preocupa que Chester y Dwayne resulten afectados, no —digo


agitando su placa recientemente forjada—. Además, somos profesionales.
Tyler es un novato. Tenemos más posibilidades a nuestro favor.
Sam sonríe ante eso. Es bueno verle sonreír de nuevo. Parece raro en los
últimos días.

Continuamos en el lado del edificio de la entrada de servicio. Tiro de la


manga de su mono color canela, que es igual que el mío, que resulta que
tengo porque Tyler los había requisado de la cadena de garajes de su padre.
Suertuda conexión.

—Ahí está el camión —digo, encorvando los hombros, y señalando la


furgoneta justo delante de nosotros con mi nueva perilla.

Sam y yo paseamos hasta la parte trasera de la camioneta. Ya está medio


vacía, pero hay cajas suficientes para que Sam y yo tomemos algunas y las
arrastremos por la entrada de servicio.
138
—Dios. ¿Qué hay en éstas? — pregunta Sam arrugando la nariz.

—Bacalao, creo —digo—. O algo parecido al menos.

—Me reiría pero tengo que respirar, y eso no es algo que precisamente
quiera hacer ahora.

El pasillo de la puerta a la cocina es sorprendentemente estrecho y bajo.


Pero bien cubierto. No hay nadie observando el recorrido. El único riesgo
es tropezarnos con los verdaderos repartidores volviendo a por otra carga.

Y por supuesto, tan pronto como lo pienso, Joe y Blow giran en la esquina.
Sam vacila por un paso, pero le empujo por detrás con la caja. No puede
evitarlo. Es una respuesta arraigada dudar cuando estás a punto de ser
pillado. Pero ahí es exactamente cuando te pillan. Nunca dudes.

Sam cambia su caja ligeramente más arriba sobre el hombro para esconder
su cara. Sigo su ejemplo. Y estoy muy segura, ninguno de ellos nos observa,
probablemente asumen que somos empleados de The Strand ayudando a
traer la mercancía. Como sea, caminamos justo delante de ellos y a la
cocina. Dejamos las cajas ante el ojo observador del sous-chef, quien
probablemente cree que somos los chicos que acaban de salir.
Salimos por una puerta lateral en el comedor principal. Colándolos en el
baño de hombres, colocamos nuestros monos debajo del lavamanos detrás
de un bote de basura.

Me vuelve loca cuando la gente en TV se deshace de sus disfraces en


perfecto estado después de cambiarse a su siguiente personaje. ¿Qué pasa
si el trabajo se va abajo y requieres invisibilidad rápida? Podrías haber
tenido ese fabuloso atuendo enmascarado con el que llegaste, pero en su
lugar lo guardaste en la chimenea cuando lo cambiaste por tu atuendo de
guante blanco. Principiantes.

Aliso la pajarita negra con una mano blancamente enguantada. La peluca


sigue picando como el demonio, pero es uno de mis disfraces favoritos.
Desordenado, un toque muy largo para un corte masculino, y una poco 139
favorecedora sombra naranja.

Hay un método para mi locura, como siempre. Es cabello estúpido. Las


personas desvían las mirada más rápido del cabello estúpido que de uno
bonito. El cabello muy bonito es una atracción. Aunque es importante no
dejarse llevar. El cabello asqueroso atrae más que un cabello bonito.

Sam se ha cambiado la gorra de chico del periódico por un par de gafas de


montura metálica. Su tono de piel oscura es bastante distintivo, pero ha
practicado lo suficiente en el arte del engaño, que ahora un cambio en los
hombros y en su porte son suficientes para, incluso, convencerme a mí de
que es una persona diferente. Desvío la mirada para ocultar una sonrisa
satisfecha.

—¿Qué es tan divertido? —pregunta.

—Nada —respondo, ampliando la sonrisa.

—No tengo que participar en este abuso —dice él mientras me sigue por el
restaurante—, tengo mejores cosas que hacer.

—¿Cómo salir con esa chica por la que has estado suspirando?

Lo estoy inventando, por supuesto. No tengo ni idea si está suspirando por


una chica o no. Pero a veces la mejor manera de obtener información es
pretendiendo que la tienes.
Sam intenta cubrir su expresión de shock pero falla, y me doy cuenta de que
estoy en lo correcto. Está suspirando por una chica. Interesante. Me hago
una nota mental de torturarlo para conseguir su nombre después.

—¿A dónde vamos sabelotodo?

—Por aquí —digo, apuntando hacia otra puerta al final del comedor.

Este lugar es como un laberinto. Es gigante, un edificio cuadrado en Old


Town, lo que significa que ha sido renovado innumerables veces a través de
los años. Notablemente más durante la Época de la Ley Seca, cuando las
propiedades operadas u ocupadas por la mitad de la población de hombres
estaban dotadas de una red de pasadizos secretos para proteger el licor
maldito y sus asociados vicios.
140
Pero es un laberinto opulento. El panel de madera oscura no está reservado
para los pasillos de servicio, fluye a lo largo del lugar, haciendo que los
dinteles de las puertas, los marcos de las ventanas, y el revestimiento de
madera parezcan pesadas y altivas. El papel tapiz bermellón, el modelado
de la corona ornamentada, y los voluminosos rodapiés ayudan al
sentimiento anclado. Los cuartos, como el pasillo de servicio, son más
pequeños de lo que esperarías, lo que da credibilidad a mi sospecha de que
hay cuartos que no estamos viendo.

Tyler trazó un mapa del lugar en la medida de su conocimiento. Conoce el


emplazamiento y el diseño del cuarto de vestuarios con cierta seguridad.
Está menos seguro sobre el resto del edificio, especialmente los pisos
superiores, desde que los reservaron para conferencias clandestinas e
invitados especiales por la noche. Pero Sam y yo podemos falsificarlo si es
necesario. De cualquier modo, los vestuarios son nuestro punto de partida.

Los disfraces de camareros son los mejores que pude conseguir con tan
poca antelación, sin forma de realizar mi habitual análisis del lugar. Los
chicos de las toallas probablemente hubieran sido una mejor elección para
los vestidores, pero no tengo idea de cuánto nos llevará la búsqueda o si
necesitamos movernos a un cuarto diferente. Los camareros parecen ser
los internos con más movilidad, considerando la alta probabilidad de oferta
de servicio de habitaciones, a estos trasnochadores de elite.
Sam empuja la puerta para entrar al recibidor principal. Una gruesa
alfombra oriental que vale más que mi educación en St. Aggie’s, amortigua
nuestros pasos mientras cruzamos el cuarto. Nos desviamos alrededor de
la mesa en forma de garra con un arreglo floral de lirios y orquídeas de
tamaño roca sobre ella, y damos intencionalmente pasos largos hacia las
puertas de vidrio que dan a la zona de gimnasio.

Tan pronto como tiro de la manija cromada para abrir la puerta, una ráfaga
de aire húmedo inmediatamente incrementa la picazón de mi peluca. Debe
ser el lugar correcto. La madera del suelo continúa en el vestíbulo del área
de gimnasio, pero es el único elemento que comparte con el resto del
edificio. El gimnasio tiene un diseño más contemporáneo, con muebles
modernos, paredes sin adornos, y la ocasional infestación de bambú y agua.
141
Cinco bancos de casilleros con bancos de caoba entre ellos llenando el
espacio principal del cuarto de gimnasio. Casilleros más altos alineados en
las paredes, dejando espacio en las esquinas del cuarto y cerca de un metro
de la parte superior de los casilleros al techo. La puerta en el lado opuesto
del cuarto de vestuarios debe dar a las duchas e inodoros. La puerta lateral,
juzgando por los ocasionales sonidos de gruñidos e impactos de pelotas,
debe dirigir a las varias canchas de deportes y cuartos de equipos. Tal vez
un sauna y piscina también. Sam se asoma por cada puerta para comprobar
los clientes entrantes.

—Despejado por ahora —dice, quitándose las gafas y guardándolas en el


bolsillo de la chaqueta.

Saco la llave y tiro de la cadena donde la colgué para sacarla por la cabeza.
No hay número en la llave, así que tendremos que probar en cada casillero.
Comienzo en la fila más cercana de casilleros y voy a través del lugar en un
patrón serpentina mientras Sam juega a vigilar.

—Qué bueno que hayamos venido en domingo. Muchos de ellos


probablemente están en el golf —dice Sam, más que nada para romper el
silencio, eso creo. Cuando está nervioso, hablando el tiempo pasa más
rápido para él.
—No es un buen clima para el golf —digo, pensando en el fresco viento
otoñal golpeándonos mientras caminamos por The Strand.

—Hay campos en interiores. Los negocios son mejores con golf. El squash
te deja sin aliento para mierdas.

Me rio, incluso cuando la llave falla intentando abrir el quinceavo casillero.

No es el siguiente, ni el siguiente, y Sam y yo comenzamos a ponernos


inquietos

Sólo podemos contar con unos vestidores vacíos hasta ahora.

—Esto no está funcionando —digo mientras giro por el borde del tercer
banco de casilleros. —No tendremos tiempo para intentarlo en cada uno.
142
—¿Hay un 63? —pregunta Sam.

—No —respondo—. Están etiquetados con letras.

—¿Cuántas letras? —pregunta Sam, animándose.

—Tres.

—¿Hay un patrón? —Sam abandona su puesto para venir a ver sobre mi


hombro. Su presencia es sólida y tibia detrás de mí.

—No. —Golpeo el casillero infractor—. No tiene sentido.

—Son iniciales. —Pasa por mi hombro y pasa un dedo sobre el metal


plateado con las letras grabadas.

Dejo caer mi cabeza contra el casillero, cerrando los ojos. Por su puesto.

—Eres brillante, Sam.

—Por eso me mantienes a tu lado —dice chocando mi hombro con el


suyo—. ¿Pero qué iniciales estamos buscando?

—Las de mi padre, tal vez.

Pero una rápida búsqueda por el cuarto no revela ningún JAD en el lote.

—¿Qué hay de tus iniciales?— sugiere Sam.


Hay un casillero con mis iniciales pero la llave no lo abre.

—Tal vez es como la pistola. ¿Las iniciales de tu madre?

Otra búsqueda rápida, para sus dos nombres, el de casada y de soltera, pero
no hay suerte.

—¿Y ahora qué? —pregunta Sam.

Niego con la cabeza, pensando. ‘’Tierra de los Juguetes’’…Ninguna campana


sonando. Y estoy muy segura de que ‘’Tierra de los Juguetes’’ se refiere al
club mismo, de cualquier manera.

En un capricho, busco en los casilleros de nuevo, esta vez mis iniciales


reales, aún con una pizca de duda. Mi padre no me ha llamado por mi
143
nombre de nacimiento desde que me dio mi nombre de estafadora. Mi
madre me puso el nombre, y creo que mi nombre le hace recordarla.

Y bingo. Un casillero de pared cercano a la esquina del cuarto tiene las


iniciales de mi nombre real.

Tan pronto como inserto la llave, sé que es el casillero correcto. Lo supe


incluso antes de girar la llave y escuchar el fatídico clic. La puerta se abre.
Mis latidos se aceleran como por veinte muescas y Sam salta de un banco
para cubrirme. No hay ratas muertas esta vez, aún.

Es mucho peor que eso. El casillero se encuentra vacío.


15

EL ESCONDITE
―¡Tienes que estar bromeando! ―digo.

Sam no dice nada, lo cual confirma que estamos jodidos. La muerte final,
posiblemente literal para mi padre.

―No debió haberse referido a un casillero físico ―digo, revolviendo en mis


pensamientos―. Tal vez la llave significa algo más. ―Siento los ojos secos
e irritados, como si de alguna manera hubiera polvo en ellos―. Tenemos
que salir de aquí. Si nos atrapan… 144
―¡Julep, mira! ―Sam apunta a la pared detrás de la pila de casilleros. Una
ligera grieta ha aparecido en lo que parece ser pintura cayéndose. Avanza
hacia la pared dejándome atrás, está pasando los dedos entre la separación
de los casilleros y la pared, haciendo el espacio más grande.

―Es una puerta ―digo, en la manera de Capitán Obvio que sólo puede
evocar asombro.

―Pensé que la dimensión del cuarto era limitada ―dice Sam con bastante
alegría―. Me di cuenta desde que veníamos por el corredor.

Sam tira con más fuerza de la fila de casilleros para exponer el eminente
agujero. Tiras de pintura verde caen sobre nosotros empolvando nuestros
uniformes. Pero las bisagras de la puerta están bien aceitadas y silenciosas,
y las baldosas nuevas del suelo dejan la parte inferior del panel de las
taquillas libre para abrirse donde una alfombra lo impediría.

Una vez que Sam fuerza la puerta para abrirse lo suficiente, entro. Está
silencioso y vacío como una cripta. Un triángulo de luz entra desde el cuarto
de los casilleros sobre el suelo de cemento con manchas.

―Debió de haber manipulado el sistema de bloqueo para liberar la perilla


en el otro lado de la puerta ―dice Sam examinando las bisagras escondidas.
―¿Cómo supo que esto se encontraba aquí? ―digo, casi perdida en el
océano de preguntas que este descubrimiento ha traído sobre mí. ¿Cuánto
tiempo tuvo este casillero? ¿Cómo lo obtuvo sin tener una membresía?
¿Por qué tener todos estos problemas? Un truco como éste debió de haber
tomado mucho tiempo de planificación.

Salgo de mis pensamientos para contarle a Sam lo que estoy pensando,


cuando siento su mano en mi espalda, empujándome dentro y empujando
la pila de casilleros tras mi espalda. Abro la boca para protestar, pero
escucho una voz regañándole por eludir sus deberes y ordenándole
entregar una bandeja de camarones y palitos de sésamo con salsa de
albaricoque al tercer piso en el cuarto de conferencias. Escucho a Sam
murmurar―. Sí señor ―y luego sus pisadas al dejar la habitación.
145
Me recuesto sobre la ahora firme pila de casilleros. Las bisagras ceden lo
suficiente que creo que puedo sacarme a mí misma de aquí. La oscuridad
opresiva y el aire cargado me aprietan los pulmones durante unos segundos
hasta que consigo controlar mi imaginación. Sí, es oscuro. No, no hay
monstruos.

Me quito los guantes y sacudo la mano en el aire, intentando determinar la


dimensión del cuarto. Mis nudillos se estrellan en contra de lo que parece
ser un poste de madera delgada. Agarro el poste y aprieto mi cuerpo en él.
Sacudo mi otra mano desde la construcción de madera para ver que más
hay aquí, y mis dedos rozan un hilo que cae desde el techo.

Un rayo de esperanza se enciende en mi cerebro mientras le doy al hilo un


tirón experimental. Hay un clic prometedor, pero la luz nunca se filtra por
la habitación. Aunque escucho un pequeño zumbido de energía vieja, así
que espero unos segundos. Mi paciencia es recompensada en el momento
en que una luz débil de color naranja empieza a emanar sobre mi cabeza,
iluminando un pequeño círculo del cuarto alrededor de mí. Es débil y casi
inútil, pero cualquier luz es mejor que lo opresivo desconocido de hace un
momento.

La estructura de madera a la que me sostengo es una delgada y vacía


estantería para vinos. A parte de la estantería, el polvo y los secretos
muertos, el espacio aproximadamente de ocho-por-diez está lleno de nada.
Una vez más estoy en una pérdida en cuanto a lo que mi padre
posiblemente me quería hacer encontrar, hasta que me percato de que la
cinta que estoy sujetando está atada a algo.

Tiro de la cinta, atrapando el objeto en forma de torpedo en mis manos. Es


un avión de juguete. No puedo estar segura si fue mi padre el que lo dejo,
pero ya que es la única cosa en la habitación que no está cubierta por
décadas de polvo, me lleva a la idea de que no ha estado aquí durante
mucho tiempo.

Lo guardo en la bolsa de mi chaleco de camarera y me doy la vuelta hacia la


puerta, más que lista para salir del cuarto, fuera del engaño, fuera del
edificio. Y para encontrar a Sam. Presiono el hombro en contra de la puerta
y se abre con un moderado esfuerzo. Lo único que espero es que ningún 146
cliente haya entrado en el cuarto de los casilleros mientras he estado
limpiando en la oscuridad.

―¿Quién demonios eres tú? ―pregunta alguien del otro lado.

Rápidamente me pongo los guantes y salgo del cuarto para encontrarme


con un regordete hombre de negocios llevando una toalla.

―Lamento haberlo alarmado, señor ―busco una excusa razonable para mi


aparecimiento repentino de la pared, pero en realidad no hay necesidad―.
Me topé con ésta bodega secreta de la era de la prohibición, y necesito
informar a mi supervisor.

―¿En serio? ―el comportamiento del hombre de negocios cambia de


molesto a intrigado rápidamente. Un secreto descubierto supera a un
empleado errante cualquier día. Creo que casi se ha olvidado que sólo lleva
puesta una toalla mientras se acerca a mí para echar un vistazo.

―Es por ahí ―digo, haciendo un gesto con las manos hacia atrás de los
casilleros mientras retrocedo y salgo de la habitación. Está tan fascinado
por el cuarto secreto que no sé da cuenta de mi salida. Ahora, ¿A dónde
envió ese lacayo a Sam? ¿Tercer piso, cuarto de conferencias?

Tan rápido como llego a la entrada, me lanzo hacia las escaleras de la


izquierda, pero mi suerte aparentemente ha desaparecido. En vez de ser
Sam el que viene bajando las escaleras, casi me estampo de cabeza en
contra de la Sra. Stratton, de todas las personas―la madre de Heather
quien de paso me conoce como Jena Scott, abogada. Hay una gran
posibilidad de que no me reconozca, pero no me gusta agarrarme de ese
tipo de posibilidades. Agacho la cabeza y me empujo contra la pared, una
manera exagerada de mostrar respeto, pero que la mantendrá lejos de
verme el rostro.

―Le ruego que me disculpe ―dice con rabia mientras baja uno o dos
escalones con sus tacones.

Casi había dado un respiro de alivio cuando para y se gira. Sube de regreso
a donde me encuentro y me mira buscando algo.
147
―¿Te conozco? ―pregunta.

Un estafador menor sacudiría la cabeza en una muda suplica a la mujer


frente a la persistente señal de reconocimiento y se iría.

―Sí, señora ―digo, agregando a mi voz un poco de acento de Boston que


la Srta. Scott no tiene―. Tuve el placer de servirle en una de sus previas
visitas al club.

¿Es un riesgo?, por supuesto; ésta podría ser su primera vez en Strand. Pero
el mayor de los riesgos es contestar a sus instintos. Ese tipo de cosas son
memorables. Y ya que la Sra. Stratton es del tipo de persona que está
obsesionada con el aspecto, el tipo de persona que nota a aquellos que la
notan a ella, una camarera sería más que invisible a sus ojos. Es un riesgo,
pero calculado. Como cualquier otra estafa.

Hace un Jmmm y continúa bajando las escaleras, diciendo por último.

―Estás lleno de polvo ―dice por encima del hombro.

Tengo que encontrar a Sam antes de que se cruce en mi camino más


“suerte”.

Subo y bajo por las escaleras y corredores una media docena de veces antes
de encontrarlo finalmente. Está en un cuarto de descanso de la suite
presidencial, sirviendo el té.
―Ser nuevo no es una excusa para tu falta de preparación ―escucho al
gerente reprendiéndolo―. Tu mantelito está colgando por la mitad, tus
tazas están mirando hacia arriba en vez de estar de lado, tus cucharillas
están amontonadas en una pila, ¿y llamas a eso un abanico de servilletas?
Vergonzoso.

―Disculpe, señor ―interrumpo, pegándome a la puerta como si estuviera


intimidada por el gerente.

―Fantástico ―dice el gerente, lanzando sus manos al aire―. Charles me


envía otro aprendiz cuando necesito tener todo listo en diez minutos.

―De hecho, señor, Charles me pidió que llevara a Dwayne de regreso a la


cocina.
148
El gerente hace un sonido de disgusto y nos despide con la mano.

―Bien, bien. Será mejor que lo haga yo.

Sam retrocede unos cuantos pasos antes de darse la vuelta y caminar


directo a la puerta.

―¿Qué te tomó tanto tiempo? ―dice, mientras bajamos trotando las


escaleras.

―La Sra. Stratton ―murmuro.

―¿Qué?

―No importa. Tenemos que salir de aquí.

Pongo la mano con guante sobre su hombro y le dirijo al hueco de escaleras


más cercano. Bajar por las escaleras lleva más tiempo del que quisiera, pero
me siento más segura en los escondites debajo de las escaleras que en el
pasillo abierto. Los disfraces son buenos, pero evadir el contacto con la
gente es mejor.

―¿Lo encontraste?

―Eso creo, pero…


Antes de que pueda terminar, entramos por la puerta del sótano y nos
encontramos con el ayudante del chef al que vimos antes junto a dos
guardias.

―Son ellos ―dice el ayudante del chef, señalándonos.

149
16

LA FELIZ PERSECUCIÓN
Corro dejando atrás a Sam, quien sigue sosteniendo la puerta abierta al
hueco de las escaleras. A veces engañar para salirte con la tuya no es la
mejor opción. El truco está en saber cuándo dar la espalda y correr. Como
ahora, por ejemplo.

Sam instintivamente cierra la puerta y agarra la barra de seguridad,


sosteniéndola de modo que bloquea el forcejeo del otro lado.

―Con tu cinturón ―digo, mientras le arranco el suyo y luego el mío. Le doy 150
la vuelta al primer cinturón alrededor de la barandilla de metal detrás de
mí, enhebrando la otra punta a través del cierre de metal y jalándolo con
fuerza. Luego le doy la vuelta alrededor de la barra de seguridad con el otro
cinturón y lo jalo con aún más fuerza. Los cinturones casi se alcanzan el uno
al otro, pero no es suficiente. Hay casi quince centímetros entre ellos.

―No puedo sostenerlo más ―el sudor corre por la frente de Sam mientras
hace fuerza contra la puerta. Coloca un pie en contra de pared para tomar
más impulso.

Me pongo de rodillas y me quito un cordón del zapato. El cambio de disfraz


más rápido del Oeste. Enhebro la cinta por medio de los dos agujeros de la
hebilla de los cinturones y le hago un doble nudo.

―¡Vámonos! ―digo mientras estoy saltando hacia las escaleras.

Sam corre detrás mío, sin molestarse en girarse a ver si los cinturones están
sosteniendo las barras de seguridad.

Salgo con prisa del hueco de las escaleras y me aproximo a la puerta sin
llave más cercana, la cual resulta ser un almacén de toallas, papel de baño,
carritos de limpieza, y otros utensilios del hotel. Sam se apretuja detrás de
mí y cierra la puerta.
Estamos tan apretados el uno contra el otro que puedo escuchar su sangre
correr y sentir sus respiraciones en mi mejilla.

―¿Por qué corrimos? ―dice jadeando―. Podríamos haber dejado que nos
agarraran. ¿Qué malo hubiera sido si nos hubieran echado?

―Tenemos un record sin manchas…nunca nos han atrapado. Preferiría no


empezar a ser descuidada en este momento ―digo, pensando en cuanto
tiempo más lo dejarían sus padres juntarse conmigo una vez que deje que
lo atrapen por hacer algo marginalmente ilícito.

―Bueno, ¿Y ahora qué?

No podemos regresar a por los trajes de repartidores, desde que el


ayudante del chef también nos vio con ellos. Me quito la peluca y barba de 151
chivo falsa, las cuales son inútiles ahora, maldita sea. Las buenas pelucas no
son baratas.

Es simplemente hora del plan B, Como diría mi padre. Pero odio tener que
acudir al plan B. El plan B es invariablemente más débil que el plan A. Por
supuesto, si no hubiera sido el plan A.

―Tengo una idea ―marco rápidamente el número de Mike.

Cuando contesta, le digo. ―¿Cómo de rápido puedes correr?

Tres minutos después, cuelgo a Mike y empiezo a quitarme la ropa. Sam se


aclara la garganta y se mueve incómodamente. Espero que no pregunte a
quien llamé.

―Quítate el chaleco ―digo mientras me rozo contra él intentando


quitarme lo pantalones.

―No es exactamente lo que yo…

―Cállate, Sam. No tenemos tiempo para mimar tus sensibilidades.


Deshazte del chaleco.

―Quitarme el chaleco no va a ayudar a que deje de ser el único


étnicamente ambiguo en un mar de gente blanca.
―Esa es la razón por la que irás dentro del carrito de suministros
―finalmente me quedo en ropa interior y sostén y le empiezo a quitar el
chaleco.

―Nadie se creerá esto ―su voz se enciende un poco. No lo culpo― la idea


de ir dentro de un carrito de suministros, sin poder asegurar su propia
huida… debe de ser desesperante.

Le tiro el chaleco y lo lanzo al carrito más cercano.

―Los guantes también ―digo―. Si vas a tener que correr no quiero que
tengas aspecto de camarero. Tal vez puedas perderlos en una multitud en
una camiseta blanca y pantalones negros.

―No creo que te dirijas a una multitud solamente en ropa interior ―dice. 152
―Ten un poco de fe ―digo, y tiro un traje de sirvienta del gancho de ropa
del otro lado de la puerta. Está estrecho, ya que hay dos carritos entre el
vestido y yo. Me lo pongo y me sujeto el cabello.

―¿Cómo me ves?

El rostro de Sam no tiene expresión.

―Como un millón de dólares ―dice.

―Yo hubiera dicho como un salario mínimo.

―También ―me dice con una voz ronca.

Se escucha una pisada fuera en el pasillo, mientras un agente de seguridad


se aproxima.

―Rápido ―digo, echando la cortina del carrito a un lado. Está vacío. Gracias
a Dios por las sirvientas perezosas.

Sam se mete, encorvando el cuerpo larguirucho en el lugar estrecho.

―La próxima vez el vestido es mío ―susurra Sam.

Le callo y bajo la cortina. Luego salgo de la manera en que entramos,


llevando un carrito conmigo, y casi chocando por equivocación contra el
guardia.
―Lo siento ―murmuro, asumiendo mi mayor expresión de trabajadora
oprimida.

―¿Ha visto a dos camareros por aquí?

Niego con la cabeza y me dirijo a la primera puerta que veo. Pretendo sacar
una tarjeta de acceso de mi bolsa, pero el guardia ya se ha ido y ha dado la
vuelta en la esquina.

―¿Ya llegamos? ―pregunta Sam.

Pateo la esquina del carrito para callarlo y me muevo tan relajadamente


como puedo hacia al ascensor.

El jazz tranquilo del elevador me hace pensar en una escena de alguna


153
película de líos cómicos en donde el héroe entra a un tipo de madriguera
en calma en medio del caos de la persecución. Como si la yuxtaposición
fuera necesaria para dar al televidente una gran sensación de muerte
inminente. El elevador es nuestra salida de espera, creo. Sería emocionante
excepto que me tengo que preocupar por Mike.

Sam aún no sabe que yo sé de Mike. No me gusta mentirle a Sam, y mucho


menos dejar a Sam que se salga con la suya siendo un niñero mandón. En
cualquier caso, no puedo dejar que Sam se dé cuenta de que sé acerca de
Mike y que le estoy usando para mis propios fines. Ugh―otro motivo por el
cual no soy fan de este trato. Aun así estamos en problemas y Mike está en
posición de ayudar.

Cuando finalmente llegamos al baño donde dejamos nuestros trajes de


mantenimiento, Mike ya está ahí. Abre la boca para saludarme, pero me
pongo los dedos sobre la boca y niego con la cabeza severamente. Cierra la
boca sin más insistencia.

Arrastro los trajes de mantenimiento de donde los habíamos dejado tirados


y se los doy a Mike.

―Ponte esto ―digo mientras registro dentro del carrito por mi peluca y mi
barba de chivo falsa. La barba falsa tal vez ya no pegue, pero no es
realmente necesaria, de todos modos. Si todo va conforme al plan, los
guardias sólo verán a Mike retirándose.
Me lanza una mirada interrogante. Apunto al carrito diciendo en mímica
con la boca Sam.

Los ojos de Mike se abren, pero se mantiene en silencio mientras se mete


en el traje y sube el cierre. Apenas le queda bien. Los hombros y pecho de
Mike son más anchos que los de Sam, así que el traje le queda ajustado.
Pero Sam es más alto que Mike, quien es casi de mi altura, así que hay
mucha ropa extra bajo las botas de Mike. Oh, bueno. NO tiene que ser
perfecto.

Mike se pone la peluca e intenta colocarse la barba de chivo falsa. No parece


muy confiable, pero de nuevo, no es importante realmente. Podría ser
engañada desde la distancia con el pensamiento de que Mike es yo, si lo
viera durante un fragmento de segundo, de la manera en que el guardia lo 154
hizo.

―Este es el plan ―digo murmurando apresuradamente―. Tú consigues la


atención de los guardias y corres a la salida del frente mientras nosotros
salimos por la parte trasera.

Asiente con la cabeza y abandona el baño. Espero hasta que lo escucho


gritar por la “Sorpresa” cuando le descubren. Luego empujo a Sam fuera de
la puerta y por el angosto corredor por el que pasamos hace unas cuantas
horas.

Mi pulso se acelera mientras doy la vuelta en la esquina y veo la luz del


callejón en la puerta que va hacia fuera. Casi estamos ahí, casi llegamos,
casi llegamos…

―¡Alto!
17

EL MOLOTOV
Paro, tomo aire, mientras el ayudante del chef viene corriendo hacia
nosotros.

―¿A dónde crees que vas? ―dice, con una expresión molesta.

―A tirar la basura ―digo, buscando una posibilidad.

―Se supone que no debes sacar el carrito del edificio. ¿A caso Sally no te
entrenó dentro del protocolo?
155
―Lo siento ―digo, pensando rápido―. Pesa mucho y tengo miedo de
lastimarme la espalda. Lo que me llevaría a presentar un registro de
compensación de trabajadores. Y odiaría tener que llenar todos esos
formularios.

El ayudante del chef cede un poco ante eso. Aposté a que se haría
responsable de cualquier herido durante su turno, y gané. Un punto para la
estafadora.

―Está bien, pero tráelo inmediatamente de vuelta. Pide a alguien del


personal que te ayude a levantar el cubo de la basura.

―Sí, señor ―digo, y bajo la cabeza.

Se da la vuelta mientras lo digo y regresa por el pasillo. Entrometido


exasperante. No es la primera vez que siento una punzada de culpa y
gratitud mezclada de que estafar me evite estar trabajando con tontos
como él.

Empujo el carrito fuera de la puerta y entro al callejón. Como había


sospechado, una vez que el “intruso” fuera visto, la puerta de atrás estaría
completamente sin guardia.

Amo cuando las cosas van tal como el plan.

―Está bien, Sam. Puedes salir.


Sam deja se caer fuera del carrito sobre el cemento. Se levanta sobre los
antebrazos cubiertos por la camisa, claramente intentando no ensuciare las
manos con el suelo del callejón. No lo culpo; he estado por muchos
callejones en mis tiempos, y tampoco me gustaría tocarlos, aunque tuve
que poner los ojos en blanco ante su aprensión. Gente rica. Tan predecible.

―¿Con quién hablaste? ¿Quién nos encontró en el baño?

―Eso no importa ahora ―digo, y le enseño el avión que encontré en el


cuarto.

Lo toma y le da vuelta en sus manos.

―¿Por qué un avión?


156
―No tengo idea.

Suelta una risita.

―Lo que es divertido, porque es lo que se supone que es.

Refunfuño en silencio.

―¿Qué es esto? ―pregunta Sam. Me enseña un lado del avión, donde hay
una puertecita abierta.

Le arrebato el avión de las manos y abro aún más la puerta, en dirección a


la caja del fuselaje. Hay algo metido allí. Meto dos de mis dedos dentro de
la puerta, intentado sacar el papel.

―Es demasiado pequeño.

―Déjame ver ―dice Sam, y se lo devuelvo. Pone el avión al revés y de


muchas formas más antes de dármelo―, bueno tendremos que encontrar
unas pinzas.

Una vez que estamos a salvo de regreso en mi apartamento, Sam se dirige


a la mesa con el avión, mientras yo registro el baño en busca de las pinzas
en una bolsa negra, en donde mi padre guarda todas sus cosas para rasurar.
Siento una punzada de preocupación renovada. Cuánto más tiempo me
lleve encontrarlo, más grande será el dolor al pensar en él, o ver algo que
me lo recuerde.
Regreso con Sam y le doy las pinzas. Sam abre la puerta cuidadosamente y
extrae el papel.

NO HAY SALIDA DEL DOGFISH22

―¿Qué demonios es un dogfish? ¿Qué tiene que ver con un avión? Incluso,
¿Qué tiene que ver eso con la pandilla? ―tiro el papel en la mesa con
frustración.

Sam me lanza una mirada de simpatía pero no dice nada. Tal vez Ralph me
pueda ayudar de nuevo. Preferiría mantenerlo fuera de esto si pudiera. No
es tan grande para estar dentro del radar de la banda aún, pero si empieza
a ponerse en su camino, puede llegar a perder mucho más que sus 157
negocios. El territorio es sagrado para una banda. Casi tan sagrado como la
misma familia.

Pero regresar a Ralph es la única cosa que puedo hacer, y me estoy


cansando de pensar. Me restriego los ojos y miro el reloj. 8 p.m. Ralph debe
estar cerrando el escaparate.

Levanto la vista para ver a Sam escribiendo en su laptop, la que ni siquiera


me había dado cuenta que había sacado.

― ¿Qué estás haciendo?

―La base de datos del FBI. Creo que casi estoy dentro. Tuve que mandarle
al director un e-mail de una cuenta falsa con un código adormecedor que
se ejecuta desde el mismo e-mail.

― ¿Un virus?

―Más como una puerta trasera dentro del sistema. Me deja entrar y me da
un usuario y una contraseña desde la seguridad interior―como si me
enganchara directamente dentro del sistema.

―No sabía que eso fuera posible.

22
Dogfish: pequeño escualo, un tipo de pez.
Sam sonríe.

―Lo es, si eres yo.

―Bueno, yo voy con Ralph ―digo, poniéndome de pie. Luego bajo la vista
y veo el traje de sirvienta que llevo puesto―. Después de un cambio rápido.

―¿Puedo mirar? ―dice sonriendo perversamente.

Le golpeo en la parte trasera de la cabeza cuando paso por detrás de él.

Exactamente en dos minutos, estoy vestida con mis jeans habituales,


camiseta, sudadera y chamarra. Sam ya ha empacado sus cosas.

―¿Quieres compañía? –me pregunta.


158
―No gracias, creo que es mejor que hable con Ralph a solas esta vez.

―Está bien ―dice, en su renuncia se escucha la vacilación.

―No te preocupes tanto, Sam ―le digo, dándole una media sonrisa
mientras me echo la bolsa sobre el hombro―. Puedo sacarme de donde sea
que me haya metido yo misma.

―Hablando de ―dice Sam mientras caminamos hacia la puerta y bajamos


por las escaleras―, evadiste mi pregunta hace rato acerca de quién nos
encontró en el baño.

Le he enseñado tan bien.

―Un amigo que me debía un favor. No le conoces.

― ¿Cómo es posible que conozcas a alguien que yo no?

―Puedo tener una vida fuera de St. Agatha.

― ¿La tienes?

―Bueno, no exactamente ―admito―. Es un amigo de mi padre que le debe


un favor.

Ahora, ¿Por qué no había pensado en eso antes? Mentirle a Sam siempre
me saca de juego.
―Estás cambiando la historia ―dice Sam, sospechosamente.

―Bien ―me quejo―. Es un policía que casi me atrapa en este trabajo de


estafadora.

―¿Qué? ―Sam casi se tropieza en sus últimos pasos por la sorpresa―.


¿Cuándo? ¿En qué parte?

―¿Recuerdas cuando llegué tarde por marcar esa torre de agua?

―Dijiste que fue porque casi te quedas atrapada en las instalaciones de la


oficina.

―Mentí. ―De hecho, casi me quedo atrapada en las instalaciones de la


oficina―. Específicamente por ese guardabosque dentro de su camión.
159
―¿Por qué?

―No quería preocuparte.

―Bueno, ahora estoy preocupado ―dice, clavándome la mirada―. No lo


hagas de nuevo. Sólo dime la verdad.

Y ahora me siento sucia.

―Está bien ―digo calladamente, debidamente castigada.

―¿Por qué te debe un favor? ―pregunta mientras sostiene la puerta de


enfrente abierta para mí.

―Le di una propina en un caso de alto riesgo.

―¿De qué estás hablando? Tú no trabajas con policías. Nunca. Es una de las
reglas del arte del estafador, como la tres-ocho-cuatro.

―Lo sé, lo sé ―digo―. Olvídate de eso, ¿está bien?, vete a casa.

Sam suspira, abriendo la puerta de su carro.

―¿Puedo al menos llevarte donde Ralph?

―¿Y qué me interrogues los siguientes diez minutos? Creo que paso.
Sam sacude la cabeza y se mete al asiento del conductor. Segundos
después, se pierde entre el tráfico y desaparece de mi vista.

―¿Le hablaste acerca de mí? ―pregunta Mike mientras se acerca por


detrás, me da los uniformes doblados esmeradamente.

Niego con la cabeza, la culpa carcome mi interior.

―No tenías que doblarlos.

Mike levanta los hombros.

―¿Es que no puede un investigador privado ser ordenado?

No hago ni un comentario mientras guardo los uniformes en mi bolsa.


160
―¿Sospecha? ―pregunta Mike mientras comenzamos a caminar.

―Sí y no ―digo―. Sospecha de mí, no de ti.

―Bueno, es algo, supongo, ¿A dónde vamos?

―Donde Ralph ―digo. No digo “el corredor de apuestas de mi padre”,


porque si Mike es bueno en su trabajo ya debe saberlo.

―¿Crees que pueda ayudar?

―No sé ―digo.

―De todos modos, ¿Qué hacías en ese club?

Delibero antes de dar alguna pista. No hay algún motivo por el cual
ocultárselo. Y desde que crucé la línea para pedirle ayuda para que nos
sacara del Strand, también podría decirle esto.

―¿Qué demonios es un dogfish? ―pregunta Mike, mirando el papel.

―Dije exactamente lo mismo―digo―. Tengo la esperanza de que Ralph


sepa algo.

―¿De qué se trata todo esto exactamente?

―¿Cuánto has escuchado? ―pregunto.

―No mucho―solo que eres una persona de interés.


―Vamos, Mike ―digo, pidiéndole la verdad―. Eres un investigador. ¿No
has escuchado nada desde que hablamos?

Mike tiene un aspecto cauteloso. Me está escondiendo algo.

―Podría haber oído algo de un trabajo de falsificación que sucedió en el


sur.

―Mi padre ―digo, metiendo las manos en los bolsillos llevando el paso―.
Está desaparecido, pero me ha dejado una búsqueda del tesoro para
ayudarme a encontrar algo. Y ahora sabes todo lo que yo sé.

―¿El club era una de esas pistas?

―Sí.
161
―¿Qué hay acerca de la niña en la foto?

―Sigo sin saber, pero Sam está trabajando en eso. Está intentando entrar
en la base de datos del FBI para ver si puede ubicarla o saber algo de ella.

Mike parece impresionado.

―¿Puede hacer eso?

―Ya veremos ―digo.

Un pequeño viaje en “L” después de varios bloques, estamos frente a la


tienda de Ralph. Está oscuro, como me lo esperaba esta noche. Pero Ralph
trabaja con las apuestas en la parte trasera después de cerrar la tienda. La
puerta trasera que está en el callejón (sí, otro callejón―mientras los espías
tienen fiestas de cóctel, yo tengo callejones) se encuentra en la oficina de
Ralph. Todo, después cerrar, tiene lugar en las puertas traseras.

Uso la llamada diseñada por Ralph, que él mismo me enseñó. Espero unos
cuantos segundos, pero no hay respuesta. Intento tocar otra vez, y espero
otra vez. Nada aún. Miro a Mike con preocupación y saca una pistola.

Empiezo a decir que la pistola no es necesaria, pero me detengo. La manera


en que va toda la situación, tal vez sí sirva bastante.
Ahora, ¿Qué hacemos con la puerta? Ni siquiera hay una manija por fuera.
Siempre está cerrada, así que solo se puede abrir por dentro. Tomo una
horquilla y me acerco al cerrojo. Pero cuando toco la cerradura con la
horquilla, me doy cuenta de que la puerta no está cerrada. Mike da un
vistazo a mi rostro y me aleja por los hombros. Entra el primero, con el arma
al nivel de los ojos.

―¡Vacío! ―dice desde dentro del cuarto oscuro.

Estoy asustada de lo que pueda encontrar. Pero resulta que no hay nada
más que una oficina oscura. Debería estar aliviada, pero no lo estoy. Ralph
no está en donde debería estar. Y los estafadores están altamente
capacitados para saber cuando las cosas no van bien.
162
Mike y yo buscamos pistas en la oficina de Ralph, para saber de su paradero
entre pilas de papeles doblados, sombrillas de seda, y las cajas de kimonos
envueltos en plástico que se arrugan cuando los rozo para examinarlos.
Pero no hay nada. No hay rastro de que la mafia tenga secuestrado a Ralph
tampoco. No hay nada tirado, arrancado, o destruido, o de alguna otra
manera al haber sido buscado.

Mike está sobre la mesa de la computadora de Ralph, el plástico amarillento


cubriéndolo mientras los años pasan y Ralph se pierde otra oportunidad
para actualizarse. El CPU es una caja gigante empequeñecida solamente por
el monitor antiguo, con la pantalla verde del programa de contabilidad de
ventas.

―¿Algo? ―pregunto.

―Ni siquiera puedo trabajar en esto, es un tipo de programa de base de


datos aleatoria de los setenta o algo así. Nunca había visto nada así.

Suspiro y me rasco la cabeza.

―Probablemente no hay un tipo de programa con letras o conexión a


internet. Las computadoras no son del estilo de Ralph.

Mike presiona unas cuantas veces el botón de Escape en el teclado para


salir o lo que sea que estaba intentando hacer.
―No encontré nada, tampoco ―digo, frunciendo el ceño con
preocupación. Tal vez en realidad Ralph se está tomando la noche libre.
Pero es mejor estar seguro a lamentarlo―. Veamos en la parte del frente.
Si no encontramos nada ahí, nos podemos ir.

Mike me sigue a la entrada de la tienda, alrededor de la caja y entre los


montones de basura y baratijas. Busco algo fuera de lugar. Después de diez
minutos de mirar alrededor, finalmente llego a la conclusión que la
desaparición de mi padre empieza a hacerme ver intriga en donde no la hay.

―No creo…

Pero nunca logro terminar la frase, porque tres figuras de sombras pasan
por la ventana de la tienda trotando y una bola de fuego en llamas entra
163
quebrándola.
18

EL RESCATE
–¡Mike!
Mike vuela en acción antes de que la bomba molotov golpee el suelo. No,
literalmente, vuela. Nunca he visto a una persona que no esté en la NBA
saltar así. Él me fuerza fuera del camino de la botella en llamas.
Desafortunadamente, él no tiene el lujo de alcanzar un agradable, cómodo
sofá o hilera de almohadas. A su vez, nos lleva a la derecha a un estante
lleno de cristal y estaño con figuras de dragones y Budas barrigones. Mi
164
oreja golpea el borde de uno de los estantes, y duele como no podrías creer.
Pero peor que eso, la estantería entera, que apenas sería estable en el
mejor de los tiempos, se vuelca, estrellando todo su peso encima de Mike,
que todavía está encima de mí.
El impacto es ensordecedor superando el sonido de la bomba, ya que se
estrella en el suelo apenas a medio metro de distancia de nosotros.
Mike se lleva la peor parte, con la cabeza rebotando el suelo de cemento
sólo para golpearse en un travesaño de acero. El calor es intenso como las
llamaradas de gasolina en una hoguera, llamas lamiendo el rack de camisas
de seda de colores brillantes.
Estoy aturdida por el sonido, el dolor, y el calor.
―Mike ―le digo, tratando de reunir mi ingenio―. Mike.
Mike no responde. Me muevo por debajo de él, desesperada por conseguir
sacarnos fuera de la tienda que se quema.
¡Mike! ―Le sacudo, empujo las cabezas de las estatuillas destruidas fuera
de él, y le doy la vuelta. Tiene los ojos cerrados, pero su pecho se mueve.
Está respirando. Caliente y pegajosa la sangre se filtra desde la parte
posterior de la cabeza, sobre el suelo. Compruebo si es mi sangre, pero es
la suya, la única sangre en mí es de algunos rasguños de menor importancia
de los fragmentos de vidrio roto, que brilla como diamantes a la luz del
fuego.
El humo ahora empieza a afectarme. Estoy tosiendo y me lloran los ojos. Es
difícil para mí tomar aliento. El fuego se ha propagado desde el estante de
camisas a la pared de grúas de papel, nos aísla de escapar por la puerta más
cercana. Lo que significa que tengo que arrastrar, de alguna manera,
ochenta y pico kilos de Mike por el suelo y por la puerta trasera antes de
que el fuego se extienda hacia nosotros.
Sufro de otro ataque de tos, haciendo mi mejor esfuerzo para proteger la
nariz y la boca del humo. Estoy empezando a sentirme desorientada y con
náuseas, y me doy cuenta que es ahora o nunca. Coloco las manos debajo
de los hombros de Mike y empiezo a tirar de él por las axilas, mis rodillas 165
presionan el cemento y lo arrastro dos o tres centímetros lejos del fuego
que avanza cada vez más cerca de sus botas. Mis ojos recorren por este
punto, aunque sea de humo o de puro terror y desesperanza, no puedo
estar segura.
Entonces, con una ráfaga de aire frío, alguien está a mi lado, tirando de mí
hacia atrás, envolviéndome en un fresco abrigo. Sea quien sea me entrega
un paño para cubrirme la cara bloqueando el humo. Toso en él como si mis
pulmones fueran a salirse del pecho, y viene a distancia cubierta de negro.
Estoy desconcertada por el caos, tanto es así que me toma un momento
reconocer el gran coche mafioso, mientras ella me empuja suavemente a
un lado. Trato de protestar, pero en vez de formar palabras, me encuentro
atormentada por otro ataque de tos.
–Ella me ignora y tira de Mike hasta sentarlo. Se arrodilla a su lado, y tira de
su brazo alrededor de ella colocando su cadera por encima del hombro. Se
impulsa hacia arriba, levantando su cuerpo fornido por completo del suelo,
y asiente con la cabeza hacia mí.
Me apresuro con mucha menos gracia sobre mis pies, la capa mantiene el
humo alejado de mi cabeza y cara. Tropiezo tras ella mientras hace una
línea recta hacia la parte trasera de la tienda. Rodea el mostrador de ventas
y desaparece en el despacho de Ralph.
Por un segundo palpitante, estoy aterrorizada de que me haya dejado sola
en un edificio en llamas y que ella sólo fuera un producto de mi imaginación
por el pánico. Me apresuro alrededor de la esquina, golpeándome en el
codo y corriendo directa hacia ella. Murmuro una disculpa rápida, a lo que
ella gruñe una respuesta y se traslada a la puerta de atrás.
Debería estar más preocupada. Algunas pequeñas partes de mi cerebro
están gritando que estoy escapando del fuego para terminar de nuevo en
la sartén. Pero no parece que pueda poner un plan en conjunto una vez que
estemos en el callejón. ¿Qué pasa si las figuras sombrías que lanzaron el
Molotov en el primer lugar están simplemente esperando en la parte de
atrás con palos y zapatos de cemento?
Aun así, no puedo evitar sentirme agradecida con nuestra rescatadora por 166
salvarnos. La muerte en el fuego tiene que ser peor que cualquier otra cosa
que haya planeado para nosotros.
Me estremezco cuando salgo por la puerta trasera al aire vigorizante y
helado del callejón. Toso fuerte y expulso algo negro, y todo el tiempo que
estoy respirando es el más dulce, y más delicioso aroma de la
descomposición de basura y excrementos de rata. Nunca he sido tan feliz
de ver a un callejón en todos los días de mi vida.
—Muévete. Todavía estas en peligro.
Sé que hay un millón de razones por las que no debería. Me quedo en una
característica indecisión. ¿Puedo confiar en ella con mi vida? ¿Con la de
Mike? Desde luego él no firmó para esto, no importa cuánto le esté
pagando Sam.
Ella está allí, también, esperando que llegue a la única conclusión que
puedo. No sé lo que hay ahí fuera, excepto que sea lo que sea no tiene
reparo en matarme hasta conseguir lo que quiere. No tengo otra opción.
Tan pronto como ve mi decisión descrita en mi cara, se vuelve y lleva a Mike
por el callejón donde espera su Chevelle.
Observo, muda y nerviosa, como abre la puerta del pasajero.
—Entra —dice ella—. Rápidamente.
Me deslizo en el asiento de atrás justo antes de que empuje el asiento y
coloque a Mike en la parte delantera. Rodea el coche en cuestión de
segundos, saca la llave del bolsillo y la coloca en el encendido mientras está
cerrando la puerta. Con un breve chillido de los neumáticos, acelera
distanciándose de la acera.
—Tenemos que llevarle al hospital. —Me ahogo, mi voz es especialmente
grave. Uso el reposacabezas de Mike para tirar de mí hacia adelante.
Ella asiente con la cabeza bruscamente y revisa los espejos.
—¿Nos sigue alguien?
—Nyet —dice en voz baja.
—¿Qué? 167
—No. Pero tenemos suerte. Tenemos poco tiempo.
—¿Poco tiempo para qué? ¿Por qué haces esto?
—Frena y se desvía hacia el tráfico del bulevar. Una breve ola de alivio me
envuelve, ya que me doy cuenta de que realmente nos está llevando al
hospital.
—Te dije que te mantuvieras alejada, que dejaras de mirar. Ahora ves lo
que pasa.
—¿Hiciste tú esto? ¿Por qué molestarse en destruir la tienda de Ralph si
ibas a rescatarme? —exijo.
Ella jura suavemente en otro idioma.
—¡No! Estoy tratando de ayudarte.
Ahora, eso es solo basura. Basura, basura, basura, y no voy a creérmelo.
—¡Nos sacaste de la carretera!
—Era la única oportunidad que podría tener para hablar contigo sin ser
descubierta.
—¿De qué estás hablando?
—Trabajo para aquellos que están intentando hacerte daño…
—Bueno, eso es bastante obvio.
—¡Déjame terminar! —Me lanza una mirada de enojo a través del espejo
retrovisor.
—Trabajo para ellos, pero lo que están haciendo está mal. Trabajaba…
conocía a tu padre. —Termina en voz baja.
—¿Le conocías? —digo, con la garganta afectada por algo más que el
humo.
—Sí —dice ella.
Pasamos unas cuantas calles en silencio, ella concentrada en el camino, yo
en mi regazo. Las lágrimas corren por mi cara. Llevará un largo tiempo para
que el humo salga de mis ojos por completo. Un largo tiempo. 168
Pensando en el humo, hago una llamada rápida a la estación de policía
acerca de la tienda de Ralph. La estación de bomberos, probablemente, se
ha alertado ya por el sistema de alarma de la tienda de Ralph, pero quiero
estar segura de que alguien empieza a buscar Ralph.
Apago el teléfono y me hundo en la capa de la matona, su olor empieza a
hacerse paso a través del azufre picante, al igual que los cigarrillos de clavo
de olor. Cierro los ojos y trato de desoír su uso del tiempo pasado. ¿Por qué
mi padre se habría tomado la molestia de dejar pistas si no había nadie a
quien encontrar?
Abro los ojos de nuevo y la veo mirándome, con preocupación, en el
retrovisor. Preocupación y pesar. Me imagino que no es una expresión que
lleva muy a menudo en su rostro.
Su camiseta deja una gran cantidad de piel desnuda, o más bien no
desnuda. Sus brazos y la espalda están cubiertos de tatuajes intrincados. La
tinta que se asoma a lo largo de sus omóplatos sugiere el techo de una
catedral gótica. Sus brazos extendidos cuentan con un largo engranaje de
plumas que terminan en esposas en ambas muñecas. No tengo idea de lo
que significa, pero parece doloroso. El significado, quiero decir. El
significado parece doloroso.
—¿Quién está haciendo esto? ¿Para quién trabajas? —pregunto, tranquila
pero resuelta.
—Es mejor que no lo sepas. Le prometí que te mantendría fuera de ello.
Como sea necesario.
—Diciéndome eso sólo me hará buscar más intensamente.
Ella aprieta la mandíbula.
—Tu padre dijo que eras obstinada.
—Lo hizo, ¿lo hizo? —No me divierte—. Bueno, voy a averiguarlo con el
tiempo, y mejor estar conmigo en esto que contra mí y en la oscuridad
acerca de mis planes. —Está bien, no estoy del todo convencida de que lo
averiguaré por mi cuenta, pero ella no tiene porqué saberlo. Me mira de 169
forma agria.
—Puedo ser terca, también —dice ella.
Y eso es todo lo que va a decir sobre el tema. Es evidente en la forma en
que aprieta la mandíbula, vuelve su mirada acerada de nuevo a la carretera,
y cuadra los hombros contra mi mirada. Estamos en un punto muerto.
—¿Qué pasa si hago un contigo para obtener la información?
Arquea la ceja hacia mí en el espejo; está escuchando.
—Necesito encontrar a las personas que se llevaron a mi padre. A cambio,
te mantendré fuera de esto cuando vaya a la policía.
Ella niega con la cabeza.
—No puede hacer ningún trato en el que esté de acuerdo con lo que estás
pidiendo. Ya me arriesgo mucho jugándome el cuello tanto como puedo.
No sólo te estás poniendo en peligro a ti misma. Estás amenazando…
Cierra la mandíbula con un clic, claramente habiendo dicho demasiado.
—¿Qué? ¿Tú?
Sin embargo sé que no es eso. La estoy irritando para ver si puedo sacarla
de quicio y que me lo diga.
—Estás haciendo la pregunta equivocada.
—¿Vamos de nuevo?
—¿No te has preguntado en absoluto por qué tu padre acabó mal con la
gente que trabajaba?
Abro la boca para replicar que por supuesto que sí, pero me detengo
cuando me doy cuenta que realmente no lo he hecho. Me he preguntado a
veces si las pistas me llevaban a un objeto en vez de a mi padre. Pero nunca
me he preguntado cómo enfureció a la mafia en el primer lugar. Él sabe
cómo opera la mafia. Nunca sería tan estúpido de robarles. Y lo que es más,
no tiene porqué. Así que ¿por qué se iba a permitir ponerse en el lado malo?
¿Qué podría merecer la pena?
Ella ve el disgusto en mi cara.
170
—No puedes entender en lo que estás interfiriendo. Retrocede o lo
arruinarás todo.
—¿Se supone que debo confiar en ti?
—Te salvé la vida.
Bueno, en eso tiene razón.
Estaciona en la zona circular de entrada a la sala de emergencias y sale del
coche. Ella viene por detrás a nuestro lado. Cuando se abre la puerta del
pasajero de al lado, tiene que agacharse para coger a Mike, inconsciente,
hacia el suelo. Le ayuda a salir al concreto y viene un celador a tomar
nuestra información. Subo al asiento trasero, con cuidado de no pisar a
Mike.
El celador se va y vuelve con un par de enfermeros y una camilla. Uno de
los enfermeros me lleva a un lado para interrogarme. Sus preguntas
apresuradas tocan todo tipo de temas con los que me siento incómoda
hablando, como quién, qué, dónde, cuándo, y cómo. En realidad con el
cuándo estoy bien. Todo lo demás golpea muy de cerca a casa. Pero le doy
la información que puedo, tirando de la capa más a mi alrededor para
protegerme del frío de la noche, que es menos bienvenido cada segundo.
Finalmente, las enfermeras le llevan a la sala de urgencias, dejándome a mí
y a mi rescatadora de pie en la iluminación demasiado brillante de la
entrada de urgencias. Me dirijo a ella, deslizando la chaqueta de mis
hombros a la mano de nuevo.
—Quédatela —dice ella, pareciendo totalmente nada afectada por el
viento—. Van a encontrarme tarde o temprano. Podría ser el abrigo el que
me delatara.
—No necesito tu abrigo —digo, mientras deslizo los brazos dentro las
mangas.
—Tal vez no, pero si necesitas mi consejo —dice ella, avanzando demasiado
en mi burbuja de espacio personal—. Hazte un favor a ti misma y a tus
amigos; mantente alejada de esto. Te prometo que tu padre será vengado.
—No te creo.
171
Ella parece ofenderse, entrecerrando los ojos, como si yo estuviera diciendo
que no puede hacer lo que afirma. Levanto la mano para defenderme de su
protesta.
—Quiero decir que no creo que él esté muerto.
Ella suspira y acerca la mano hacia mí, como intentando tocarme el brazo,
ofreciendo consuelo. Pero en vez de eso deja caer la mano torpemente a
un lado.
—Lo siento, Milaya. No debería ser quien te dijera esto, si yo pudiera… —
balbucea, rompiendo su Inglés—. Él está muerto. Le vi morir.
19

LAS CONSECUENCIAS
Estar sentada en la sala de espera de un hospital es la experiencia menos
parecida a la de un estafador en la que puedo pensar. Por un lado, involucra
la espera. Mucha espera sin sentido, aburrida, ineficaz. No tienes ningún
control sobre el resultado. No tienes ningún control sobre cuando el
resultado va incluso a tener lugar. Tienes aún menos control sobre los niños
de tres años, que lloran miserablemente en los brazos de sus madres
debido a infecciones del oído, estómagos enfermos y tobillos torcidos.
172
Francamente, estar sentada en la sala de espera de Urgencias es lo que
imagino que se parece al noveno círculo del infierno. Y sin embargo, aquí
estoy, esperando a escuchar la opinión del doctor acerca de la condición de
Mike. He estado aquí al menos tres horas. Se podría pensar que los doctores
ya habrían terminado con él en este momento. La sala de espera ni siquiera
esta tan llena. Pero no. La espera continua.

Es después de medianoche, y me acaban de decir que mi padre ha muerto.

Mi padre ha muerto. Las propias palabras suenan absolutamente ridículas.


Como si no tuvieran sentido alguno. Es sólo una frase. Un grupo de palabras
sin profundidad, sin verdad. Se podría pensar que si mi padre estuviera
realmente muerto, yo sentiría algo cuando alguien lo dijera. Como un
cuchillo cortando algo perdido. Como una granada estallando en mi
estómago. Como un bloque de madera en mi garganta.

La gente me ha estado mirando desde que me senté. Debo parecer un total


desastre, con el cabello salvaje y chamuscado, cubierta de hollín por todas
partes, y llevando una chaqueta negra larga, que claramente no me
pertenece. Las miradas parecen hostiles y con prejuicios, como si hubiera
hecho algo malo en toda esta situación. Como si supieran que dejé que mi
padre muriera.
Podría llamar a Sam. Pero es después de medianoche y estoy en urgencias.
Podría alterarse. Sus padres tendrían un ataque de nervios. Y no puedo
lidiar con eso en este momento. Le quiero aquí, pero no puedo lidiar con
las consecuencias.

Estiro más el abrigo alrededor de mi cuerpo y me pregunto por Ralph por


primera vez en tres horas. ¿Cómo pude haberlo olvidado? Sorbo con fuerza,
tratando de controlar el fluido.

Sólo tengo el número de su tienda. Llamo a la oficina de información con la


vaga esperanza de rastrearlo, pero en la oficina de información hay escasez
en lo que se refiere a información. Ralph debe estar en las listas con su
nombre coreano, el cual no sé.
173
Cuelgo y sacudo el celular, tratando de idear un nuevo plan. Necesito
asegurarme de que Mike esté bien. Tengo que encontrar a Ralph y
asegurarme de que él esté bien. No les puedo fallar como continuo
fallándole a mi padre.

Parte de mi aún se aferra a la esperanza de que él esté bien. Incluso si la


sicaria está diciendo la verdad, solamente puede informar de lo que vio.
Que podría ser cualquier cosa que mi padre quisiera que vieran. Las
personas fingen sus muertes todo el tiempo y mi padre no es uno de ellos.
Él es un genio.

Pero parte de mí es lo suficientemente perspicaz para darme cuenta de que


no es muy probable que se encuentre con vida en alguna parte, esperando
a que cesen los problemas. Es brillante pero no es inmortal o infalible y,
definitivamente, no es a prueba de balas.

Una tercera parte de mi sugiere la posibilidad de que está vivo en algún


lugar, pero no tiene la intención de regresar a por mí. Y esa idea me mata
porque no tengo a nadie más, nadie en realidad. Nadie que me deba un
favor. A nadie que le importe lo suficiente para preguntarse dónde estoy.
Ese es el precio de ser una estafadora. Si se hacen conexiones falsas por un
largo tiempo, terminas sin amigos y sola.

Y después suena el celular. Es un mensaje de texto de Tyler.


¿TE ENCUENTRAS BIEN?

No estoy nada bien. Más allá del concepto de “no estar bien”. Entonces le
llamo, a pesar del hecho de que es tarde y estoy tambaleando al borde de
la histeria.

―¿Julep?

El sonido de su voz en la otra línea me quiebra. Creo que digo algo como “El
hospital es terrible y Mike no quiere despertar y nadie me ama” Talvez no
digo “nadie me ama”, pero no lo podría jurar.

―Llegare en quince minutos –responde Tyler.

Quince minutos después, lo sé porque estoy mirando el reloj, Tyler entra a 174
zancadas, me encuentra hecha una bola de absoluta miseria en una de las
sillas duras de la sala de espera y camina rápido hacia mí.

―¿Qué pasó? –pregunta poniéndose de rodillas frente a mí.

―Yo… ―¿Por dónde empiezo?― Fui donde Ralph. Llevé a Mike. Hubo una
explosión…

―¿Quién es Mike?

―Mike es… Él es un… ―Hago un sonido de frustración cuando me froto los


ojos, trato de pensar entre la niebla de cansancio y la inhalación de humo.
Demasiados malditos secretos―. Es complicado.

―¿Quién es él?

―Es un amigo. Sólo eso.

―¿Por qué es eso complicado? ―pregunta.

―No le hables a Sam de él.

―No tengo exactamente el hábito de contarle a Sam nada. ¿Qué está


pasando, Julep?

―Nada. Él solamente me está ayudando a resolver este desastre de mi


padre.
―¿Eso que tiene que ver con Sam? –Se sienta en la silla a mi lado sin desviar
el contacto visual–. Si él está en contra de Mike, entonces probablemente
yo también. No estaremos de acuerdo en muchas cosas pero confío en él
cuando se trata de ti.

Niego con la cabeza.

―No es así. Mike no es malo. Él sólo… ―No puedo pensar en algo que
finalmente no lleve a que Mike sea despedido. Debería confesarme,
confrontar a Sam, especialmente ahora que de cualquier forma Sam está
fuera del panorama de Julep. Pero debería hablar antes con Sam, entonces
digo de nuevo―, es complicado.

Tyler frunce el ceño pero lo deja pasar.


175
―¿Por qué estabas fuera tan tarde? ¿Estas intentando que te maten?

―Le fui a preguntar a Ralph sobre la pista.

La pista. La había olvidado por completo. Reviso en el bolsillo de la


sudadera, asustada de haberla perdido entre toda la locura. Pero no, su
reconfortante puntiagudez aún está ahí.

―¿Qué pista? —Tyler me aprieta la mano.

―La pista que encontré en el Strand.

―¿Puedo verla?

La saco y se la doy. Después de leer la pista, meto el papel de vuelta en el


avión para mantenerla a salvo. No es que la necesite, ya que memoricé las
palabras.

―¿Un avión de juguete? —dice confundido mientras gira el avión

―¿Qué dijo Ralph?

―Él no estaba allí. —No menciono la parte de que él podría estar muerto.

―¿Entonces qué pasó?

Me devuelve el avión y se inclina más cerca de mí, siguiendo los pequeños


cortes y heridas en mi cara con dedos gentiles. Y lo siento tan perfecto que
no respondo rápidamente. En lugar de eso, descanso la cabeza en su
hombro y cierro los ojos.

En segundos estoy dormida. No tengo ni idea de cuánto tiempo ha pasado


cuando siento que Tyler me mueve para despertarme.

―Julep —susurra contra mi cabello―. El doctor quiere hablar contigo.

Parpadeo hacia un hombre indio de aspecto alegre que no puede ser lo


suficientemente mayor para tener una licencia médica. Pero, ¿quién soy yo
para juzgar?

―¿Señorita? Quería ponerla al tanto del estado de su tío.

―¿Cómo está? —pregunto enderezándome en la silla. Mi pequeña mentira


176
piadosa sorprende a Tyler pero no se entromete.

―Se pondrá bien. Se despertó durante unos minutos y contestó algunas


preguntas. Pero se ha vuelto a dormir y está descansando cómodamente.

―Oh, gracias a Dios —digo―, ¿puedo verle? –Comienzo a levantarme de la


silla pero el abrazo de Tyler a mí alrededor se aprieta.

―Lo siento pero pienso que es mejor para él descansar por ahora. Su
esposa acaba de devolver nuestra llamada y debería estar aquí en unos
minutos. ―Me da una palmada incomoda en el hombro.

Me gustaría quedarme y ver a su esposa –y disculparme― pero sé que soy


la última persona con la que necesita lidiar en este momento.

―Te llevaré a casa —dice Tyler poniéndome de pie y en parte


sosteniéndome hasta que me siento lo suficientemente firme para
permanecer de pie por mí misma. La inhalación de humo es un fastidio―
no dejes que nadie te diga lo contrario.

Quince minutos en el coche parecen pasar volando. Tyler, como el caballero


que es, no me presiona. Espera a que yo esté lista para hablar. Y lo intento,
unas cuantas veces. Pero nunca llego más allá de la intención de hacerlo.
¿Qué debería decir?
Estaciona frente a una boca de incendios para que pueda estar lo más cerca
posible de la puerta frontal de mi edificio. Quiero discutir, decir que puedo
caminar una calle o dos. Pero la verdad es que no creo que pueda.

Y una vez que abro la puerta de mi apartamento y veo todo el desastre de


las cosas de mi padre, no las tengo todas conmigo para cruzar el umbral.

―No puedo.

―¿Qué?

―No puedo hacerlo. No puedo entrar ahí.

―Pero Julep…

―Está bien, puedes irte. Hay un motel al final de la calle. 177


―No seas ridícula. No voy a dejarte aquí cuando estás así de triste.

―No estoy triste ―digo, pero no soy del todo convincente, así que termino
sonando como una tonta al igual que como una mentirosa.

Solamente cuando él me acerca hacia su pecho y estoy inmovilizada por sus


brazos me doy cuenta de que estoy temblando.

Después de unos minutos dice:

―¿A dónde te puedo llevar?

―No tengo ningún lugar. No tengo a nadie.

―Me tienes a mí ―dice y mi corazón se siente un poco menos como un


prisionero de guerra.

Cierra la puerta del apartamento y me acompaña de vuelta a su auto.


Después de que estemos sentados y con el cinturón de seguridad, se dirige
al tráfico.

―Podemos ir donde quieras ―me dice gentilmente―. Sólo dime a donde.

Le conté que no tenía a donde ir y no estaba mintiendo. Pero por lo menos


puedo poner una condición.
―Llévame a un lugar a donde no me encuentren ellos. Al menos hoy no
―digo.

Tyler se pone tenso.

―¿Ellos? ¿Quiénes?

―La gente que mató a mi… ―no puedo decirlo―. Que intentaron matarme
esta noche.

―¿Qué? –pregunta Tyles con una tranquilidad que indica icebergs en mares
calmados.

―Donde Ralph.

―Creo que es hora de que me cuentes lo que pasó ―dice, sus nudillos 178
pálidos por donde sus dedos agarran el volante.

También lo creo. Le digo todo, incluso lo de la chica rescatándonos en el


auto de gran potencia y lo que dijo sobre mi padre. Casi me asfixio pero le
cuento todo.

Y una vez que ha salido a la luz, dejo de temblar como si guardarlo todo
hubiera sido como cerrar un conducto en una olla a presión. Pero también
es algo irrevocable como el derrame de una cisterna. El petróleo ha salido
y ningún número de rescatistas de crías de foca, armados con bates de
detergente líquido, va a ponerlo de vuelta en el barco.

Estoy casi aterrada de mirar a Tyler para apreciar su reacción. Si tiene


sentido común, me dejará en la estación de autobús más cercana y
continuaría su camino.

Un trasfondo tenso que no había estado presente en nuestro viaje a mi


apartamento me está erizando la piel. Esta vez puede que lo haya empujado
finalmente más allá del nivel de locura que un adolescente privilegiado está
dispuesto a soportar.

Y como si confirmara mi evaluación, se detiene en la acera y estaciona. Ya


son pasadas las dos de la mañana, pero aún hay tráfico.

―¿Qué…?
―Deja de mirarme así ―dice girando su cara hacia mí en los pequeños
confines del auto.

―¿Cómo?

―Como si fuera a saltar fuera y correr gritando por la calle.

―No te estoy mirando…

―Si lo estás. ¿Alguna vez he hecho algo que te haga pensar que podría
simplemente abandonarte a la primera señal de problemas?

―Bueno no, pero…

―¿Pero qué?
179
Me pongo derecha en el asiento.

―¿Pero por qué no estás saltando fuera y alejándote? Esto es apenas una
señal de problemas y tampoco es la primera. Estoy lidiando con la muerte
aquí. Cualquier persona cuerda ya estaría a millas de mí. Entonces, ¿por qué
todavía no te has ido? ¿Qué vas a ganar con esto?

Se apoya contra la puerta, mirándome fijamente, dándole vueltas a algo en


su mente. Puedo verle luchando contra lo que eso sea. ¿Pero luchando
cómo? ¿Luchando para ponerlo en palabras? ¿Luchando para averiguar qué
decir y qué ocultar? ¿Y de verdad importa? Nada cambia el hecho de que
cada minuto que él está conmigo le pone en peligro.

―Tú eres probablemente la mejor timadora en Chicago. ¿De verdad no lo


sabes?

No contesto. No voy a permitir que me evite esta vez. Le necesito, sí. De


alguna manera se deslizó dentro y se hizo esencial. A causa de eso, he
estado ignorando sus razones para hacerlo. Pero es hora de poner nuestras
cartas sobre la mesa. Y ya que fue él quien abrió la caja de Pandora, tiene
que hablar primero. Así que espero con los brazos cruzados.

—Me dijiste el otro día que quieres saber quién eres, que no te sientes
como una persona real. Pero la verdad es que eres la persona más real que
he conocido. Ves por debajo de toda la fachada cómo es en realidad la
gente, lo que quieren de verdad. Esa capa que la gente usa para mostrar
quienes desean ser; tú no tienes eso. Seguro, puedes ponerte y quitarte
cualquiera de esas capas como ropa. Pero no te definen. Lo único que eres
es tú misma.

Estoy estupefacta en silencio, mis argumentos minuciosamente ordenados


salen volando fuera de mi mente. Quiero decirle que está loco. Pero al
mismo tiempo algo muy dentro de mí resuena con sus palabras. Me siento
como una campana sonando, pura, completa y vibrante.

Me aclaro la garganta, mi cabeza zumbando.

—Incluso si eso es verdad, no explica porque sigues aquí después de todo.


Porque te sigue importando.
180
—Ese mismo día, cuando me preguntaste lo que quería, te dije que quería
conocer lo que quería. ¿Recuerdas? —Toma mi mano masajeando el dorso
gentilmente con el pulgar—. Cuando estoy contigo sé lo que quiero.

Recupero el aliento ante la expresión en sus ojos. No tengo ninguna


respuesta a eso.

Refuerza su sujeción.

—Pero tú siempre tienes un pie fuera de la puerta, como si no te


permitieras necesitar a alguien, estarás a salvo. No sólo no es posible, es
jodidamente fastidioso. Por una vez, Julep, pide ayuda.

―Yo pido ayuda ―le digo.

―No estoy hablando de cobrar favores. Los favores son un pago por
servicios obtenidos. Estoy hablando de depender de alguien, confiar en
alguien para levantarte cuanto tú no puedes hacerlo por ti misma. ¿Crees
que podrías hacer eso? ¿Por una vez en tu vida, dejaras que alguien más
vigile el mundo mientras duermes?

No me doy cuenta de que estoy boquiabierta hasta que la cierro.

―No…no sé.

―Inténtalo.
―Está bien ―le digo. Y como parece que está esperando algo más, agrego
―, lo intentaré.

Sonríe un momento.

―Eso es todo lo que quería escuchar.

Luego deja mi mano para cambiar la marcha y arranca hacia el tráfico.


Cuando hemos alcanzado la velocidad de cruce, vuelve a tomar mi mano. El
silencio entre nosotros es normal otra vez, el aire está despejado.

La idea de que alguien más tome el control es tan extraña para mí que no
creo poder envolver mi mente en ello. Es una idea escalofriante la de no
estar en control, pero en este momento también suena como una prórroga
a la pena de muerte. 181
—Gracias Tyler —le digo—. De verdad, por todo.

—No lo hice buscando agradecimiento —me responde—. Lo hice porque


me importas.

—Oh —le digo, mirando a la manija del auto.

Y así es como, sin darme cuenta, él primer muchacho en hacer que el


corazón se me acelere, en hacerme pensar que podría tener una vida
normal ahora, en preparatoria, no en un sueño aleatorio futuro, si no
ahora; así es como el primer muchacho que alguna vez quise besar me lleva
a casa a conocer a su madre.
20

LA TRABAJADORA SOCIAL
—En serio, Tyler —siseo en pánico en el momento en que estaciona al
lado del BMW de su madre—. No me hagas hacer esto, no con este
aspecto.

—¿Recuerdas lo que dije sobre pedir ayuda? —me pregunta en un tono


medio desesperado y casi burlón—. Así es el aspecto que tiene la ayuda.
Escondo la cara en el abrigo de la sicaria.

—Ella es Sara Richland. No es alguien ante quien apareces en mitad de la 182


noche en su casa, con un aspecto parecido a la criatura del lago negro y
oliendo como una chimenea.

—Ella es mi madre. Y estás bien.

—No la despiertes —le digo—. Puedo dormir envuelta en una sábana.

Tyler se ríe.

—Por muy tentador que sea eso, creo que estarás más cómoda en ropa
real. Además, no tengo que despertarla. ¿Nadie duerme en mi casa en
realidad, recuerdas?

Dejo de moverme hasta que Tyler viene hasta mi puerta y la abre. Le doy
una mirada de desprecio de Julep.

—Esta no es la mejor manera de alentarme a pedir ayuda. —Pero salgo de


todas formas y lo sigo por la puerta al lado de la mansión Richland.

—¿Elle, podrías traer a mi madre, por favor? —Tyler le pregunta a una


sirvienta que hace té en la cocina.
—¡Guau! No estabas bromeando con lo de que nadie dormía aquí —
comento cuando la sirvienta sale con la bandeja del té.
En el momento en que llegamos a la sala, me he quitado el abrigo de la
sicaria y mi propia chaqueta arruinada y la sudadera. Mi blusa en su mayoría
sobrevivió pero huele tan mal como yo. Trato de hacer algo con mi cabello,
pero lo dejo como causa perdida cuando escucho a alguien aclarándose la
garganta detrás de mí. Giro lentamente y veo a la señora Richland parada
al pie de las escaleras, vestida con un pijama de seda color marfil, su mirada
desaprobatoria me pone instantáneamente tensa.

―Madre ―dice Tyler, tomándome del codo―, ella es Julep. Necesita


ayuda.

―Yo…Si, disculpe la molestia. Pero es muy agradable conocerla. ―No trato


de ofrecer mi mano. Por una parte, es asqueroso. Por otra parte, ella no
parece muy impresionada por mí. 183
―El sentimiento es mutuo, sin lugar a dudas ―dice ella en un tono que deja
en claro que, en realidad, es todo lo contrario―. ¿Qué tipo de asistencia
necesitas?

La mujer le da una nueva dimensión al término reina del hielo. Abro la boca
para decir que ésta podría no haber sido la mejor idea, pero Tyler habla
primero.

―Necesita un baño, y algo con qué dormir. La he invitado a quedarse esta


noche. En el cuarto de invitados.

La señora Richland aprieta los labios para contener lo que piensa de esa
idea, sin duda. Pero asiente y manda a Elle a por ropa extra antes de ir de
nuevo arriba.

Elle regresa con una bata, pantuflas y un hermoso camisón de satén. Ya me


siento cohibida y aun ni me lo he probado. Y la cohibición no es algo que yo
sienta con frecuencia.

Sigo a Tyler arriba al segundo piso. Él se dirige en la dirección opuesta de su


habitación y me guía a un cuarto de huéspedes espacioso, en una sección
oscura de la casa. El cuarto tiene su propio baño, completo con ducha, en
el cual desaparezco sin mayor persuasión.
Tan bueno como se siente el agua, no me entretengo demasiado. Estoy
cansada hasta los huesos y lo suficientemente hambrienta como para
comerme las pantuflas. No tengo mucho la esperanza de comida pero la
cama me está esperando con su edredón relleno de felpa y sábanas de tres
mil hilos. Sola y despojada, probablemente tendré problemas para dormir,
pero incluso la idea de acostarme es casi suficiente para hacerme llorar.

Cuando salgo, con el camisón de satén deslizándose contra mi piel, Tyler


está sentado en la silla jugueteando con su teléfono, una bandeja de
panecillos, queso y té sobre una mesita esquinera en su codo.

—¿Eso es para mí? —pregunto, mirando de reojo la bandeja con, lo


admitiré, un poco de baba en la comisura de los labios. Puede que si o
puede que no, me haya lamido los labios. 184
Tyler no me contesta inmediatamente, así que me empiezo a preocupar de
que no sea para mí, pero cuando retiro la mirada de la bandeja para
confirmar con él, me está mirando fijamente.

—¿Qué?

Luego recuerdo que estoy prácticamente desnuda y me arranco de vuelta


al baño a por la bata. Cuando salgo del baño la segunda vez, los dos nos
disculpamos al mismo tiempo y después reímos con inquietud.

—¿Mejor?

—Mucho —digo y le entro a la comida.

Me observa devorando el queso y el panecillo, cayendo migajas sobre toda


la solapa blanca de la bata. Me siento mal sacudiéndolas sobre la alfombra,
así que las ignoro. Esperaré hasta que se vaya.

Cuando me he terminado toda la comida y el té, toma mi mano y me lleva


a la cama.

—Hora de dormir —me dice—. Es noche de escuela.


—¡Vaya! Es lunes otra vez ¿no es cierto? ¡Joder! Lunes, ¿Por qué tienes que
estar totalmente en mis cosas? —Mi sarcasmo es en cierto modo
comprobado por mi enorme bostezo. Con Tyler aquí, mi soledad está
históricamente baja. Si tan siquiera pudiera encogerlo y llevarlo conmigo en
el bolsillo.

Me acuesto, con todo y bata, sobre el edredón. Tyler me cubre con una
manta que agarra de la silla y se tiende junto a mí, mirándome, un pie más
o menos entre nosotros.

—¿Cómo te sientes? —me dice y no se refiere a la cama o a la comida. Él se


refiere a todo lo demás y sabe que yo lo sé.
185
—Terrible —le digo honestamente.

—¿Qué puedo hacer?

—Ya has hecho demasiado.

—Pídemelo.

Sé lo que quiere escuchar, lo que quiero decir. Si soy lo suficientemente


valiente.

—Por favor, quédate conmigo —suspiro a pesar del miedo en mi garganta.

—Está bien —dice, agarrando mi mano y sosteniéndola contra su pecho.

Me quedo dormida minutos después con el latir de su corazón.


Cuando despierto, los pájaros están parloteando, la luz del sol entrando a
través de las cortinas y Tyler no está.

Me siento, aun cubierta con la sabana, sintiendo el vacío de la forma de


Tyler que se niega a ser ignorada.

Se fue. Después de ese gran discurso sobre depender de otros—de él, de


hecho— se levanta y se va al amanecer. O antes; tal vez el sólo esperó lo
suficiente para que me quedara dormida. Incluso así, eso es amabilidad y
no debería resentirme con él por querer dormir en su propia cama.

Balanceo las piernas sobre el borde del colchón. Bueno, balancear es


generoso. Más como mover dolorosamente mis músculos doloridos sobre
el borde cuando me estiro para quitar la torcedura de mi cuello. Escucho
un trueno y parte de la tensión desaparece. Después de lo que le hice pasar
a mis piernas, no las puedo culpar de estar doloridas.

Estoy a punto de pararme cuando escucho a alguien subiendo las escaleras.

—No me importa en qué junta está, dale el recado —dice Tyler cuando abre
la puerta y me sonríe, una taza de algo como cappuccino en una mano y su
teléfono en la otra.
186
—Gracias —dice y cuelga. Me pasa el café y deja mi mochila en el suelo.

—Es oficial —le digo cuando tomo un sorbo—. Eres mi héroe.

—Si te gusta eso, vas a amar lo demás que traje —dice, abriendo la mochila
y sacando mi uniforme de la escuela.

—¿Cómo lo conseguiste? —le pregunto.

—No cerraste tu apartamento cuando nos fuimos anoche —menciona—.


Me desperté temprano y fui a por eso. Me imaginé que no querrías ir a la
escuela como si hubieras sobrevivido un incendio.

Podría besarle, estoy muy contenta. Incluso me trajo mi cepillo de dientes.

—Creí que te habías ido —le digo.

—Lo hice —dice, como señalando lo obvio—. Y luego regresé.

—Gracias —digo.

—Agradécemelo creyendo que voy a regresar —responde, sentándose a mi


lado en la cama.

Me apoyo contra él y, finalmente, la última resistencia que quedaba se va.


Le creo. Él es real. Y puedo sentirme aferrándome a él como un percebe al
fondo de una barcaza. Él se inclina hacia mí, y antes de saber lo que está
pasando, sus labios están sobre los míos, robándome el aliento.

El beso comienza suave y dulce, tentador, pidiendo por un voto de


confianza. Tengo poca experiencia en besar, que sólo agrega al extraño
líquido caliente en mis arterias. Me imagino a mí misma brillando con la
irradiación cuando intensifica el beso, cruzando sus brazos a mí alrededor y
acercándome. Estoy apenas consciente de cualquier cosa excepto de todos
los lugares que su cuerpo toca del mío. Todos los lugares donde mi piel está
en llamas.

Minutos incontables después, él se retira, con una sonrisa de satisfacción


en la cara. Trato de no verme tan agitada como me siento. Pero el beso
estuvo agradable. Me gustó. Mucho. Entonces me acerco a él, enredando 187
mis dedos en su cabello, y le beso esta vez, tomando el control.

Minutos después, me retiro, rompiendo el beso abruptamente.

—¿Qué hora es?


Aún está sonriendo cuando revisa su reloj.

—Las ocho menos veinte.

—¡Mierda! Si llego tarde otra vez, la Decano me va a tener acorralada y


acuartelada.

—¿Necesitas que interfiera?

—No, sólo necesito llevar mi trasero a la escuela.

Agarro la mochila y corro hacia el baño. Pero antes de cerrar la puerta,


cambio de rumbo y me abalanzo hacia Tyler otra vez. Un beso más para el
camino.

***

A medida que me apresuro para estar lista, el sol está brillando a través del
cristal del baño con la promesa de un nuevo día. Soy casi una persona
nueva. Ayer fue duro; no voy a mentir. Y aún estoy desesperadamente
preocupada por mi padre, Mike, Ralph y, además, mi acosadora, aunque
parezca extraño.

Pero mi día ya va por buen camino con un comienzo asombroso, no puedo


evitar pero tener una vista agradable de mis circunstancias. Por ejemplo,
mientras más pienso en ello, más probable es que parezca que mi padre
aún está vivo. Él nunca se metería en una situación para la que no tuviera
ocho planes de contingencia. En cuanto a Mike y a Ralph, el doctor dijo que
Mike estaría bien y encontraré a Ralph. Siento que hoy puedo hacer
cualquier cosa.

Y luego está Tyler…


188
―¿Ya casi terminas? ―pregunta, tocando la puerta mientras termino de
cepillarme el cabello.

Lanzo el cepillo sobre la encimera y luego abro la puerta y me abalanzo


sobre él, atacándolo con otro beso vertiginoso privándole de oxígeno.
Ahora que he comenzado, no parece que pueda parar.

Pero en el reloj de abajo suena la hora y forzosamente me separo de él.

―Vamos ―digo, tirando de su mano y agarrando mi mochila de camino


para salir del cuarto.

La señora Richland está sentada en su sala de la mañana, clasificando


papeles apilados cuidadosamente en un escritorio antiguo de cubierta
enrollable. Me detengo lo suficiente para darle un sincero agradecimiento.
Ella responde con un sonido evasivo de aceptación y una apariencia
arrogante, pero el disgusto que debería sentir se me pasa. Estoy teniendo
un buen día.

Cuando llegamos a Santa Aggie, Tyler abre la puerta por mí y me ofrece su


mano para salir del auto. El resto de los estudiantes en el estacionamiento
nos miran fijamente, literalmente boquiabiertos. Tanto mejor, una vez que
la noticia llegue a Bryn, las oportunidades de Murphy de obtener un sí, se
van a incrementar exponencialmente.
Le aprieto la mano fuerte a Tyler cuando nos separamos, cada uno yendo a
nuestros respectivos edificios. Mientras él se aleja, mi corazón duele un
poco en una manera muy cliché y muy agradable. De verdad podría
acostumbrarme a esto. Y eso debería preocuparme más de lo que lo hace.

―¡Julep! ―exclama Sam, acercándose por detrás de mí.

Me giro a mirarle y sonrió, pero su expresión cambia a horrorizada cuando


me ve la cara.

―¡Jesús, Julep! ¿Qué pasó? ―pregunta mientras da un paso más cerca de


lo normal.

Mueve mi cabello a un lado para examinar una cuchillada en mi frente que


es más larga que las otras. Me alejo, incomoda. Sólo porque estoy muy 189
manoseadora con Tyler no significa que no requiera una cierta cantidad de
espacio personal.

―Coctel molotov a través de la ventana de una tienda ―le contesto―.


Nada que no pudiera manejar.

―¡Oh Dios mío! ¿Estás bien?

Respiro profundamente, no queriendo revivir todo el asunto ahora que he


recuperado una perspectiva optimista.

―Ahora lo estoy ―le digo―. ¿Puedes mantener la voz baja?

―Lo haré si me dices que sucedió.

Entonces le cuento la historia breve de una chica y un incendio―sin


mencionar a Mike, por supuesto, y la parte de haber dormido junto a Tyler.

―¿Ella te rescató? ―pregunta sonando tan incrédulo como yo me sentí en


ese momento.

―Lo sé. Extraño.

―¿Ella dijo por qué?

―Sólo que ella conocía a mi padre y le prometió que cuidaría de mí.

―Eso no tiene sentido ―dice sacando unas impresiones de su mochila.


―Lo sé ―le digo―. Ella dijo algo DE las personas para las que trabaja
haciendo algo malo…

―Sin duda ―dice Sam pasándome el papel.

Encima esta una foto policial de la sicaria, un poco más joven de como está
ahora y completamente lúgubre. Su tatuaje es diferente de cuando la foto
policial fue tomada; cubre mas parte de su piel ahora y tiene más detalles.
El nombre al lado de la foto es Danijela —Dani— Ivanov.

―Lo lograste ―digo impresionada―. O sea, yo sabía que podrías


finalmente. Pero guau eso fue rápido. ¿La idea de los archivos estropeados
funcionó?

―Archivos encriptados, y no ―lo admite―. Pero encontré otra manera de 190


entrar. Fue difícil. E increíblemente peligroso.

―Cierto ―digo, escaneando cada pulgada del perfil.

―Mira a sus asociados conocidos ―dice Sam, apuntando a un lugar más


abajo en el expediente.

Bingo.

―Sam, eres un trabajador milagroso ―le digo, abrazándolo―. ¿Qué haría


yo sin ti?

Sam se aclara la garganta.

―¿Correr alrededor en círculos como una gallina sin cabeza?

Le dedico una mirada fulminante.

―Entonces, ¿qué vas a hacer ahora? Casi tengo miedo de preguntar.

Comienzo a decir algo breve sobre visitarla pero luego cambio de idea sobre
contárselo.

―Voy a ir a clase ―digo en su lugar. Le doy un golpe leve en el hombro con


el mío.
―Hasta luego, patinador ―con las impresiones en la mano, me dirijo al
aula, esquivando una clase temprana de thai chi haciendo formas en el
césped y entrando por las puertas dobles.

―Señorita Dupree ―dice la Decano, saliendo de detrás de una vitrina de


trofeos.

Casi grito. Está bien, tal vez grito. Pero sólo un pequeño grito. Culpo el brillo
dorado de los besos de Tyler y los descubrimientos de Sam por no haberla
visto venir. De cualquier manera, la Decano tiene a una mujer marrón en
espera. Digo “marrón” porque es totalmente marrón; pelo castaño, ojos
marrones, piel morena, falda marrón tejida. El único color aparte del
marrón en todo su cuerpo es su labial marrón rojizo.
191
―Me alegra que te alcanzáramos ―continúa la Decano con una sonrisa de
autosatisfacción―. Ella es Miriam Fairchild, una trabajadora social.

Estupendo. Una trabajadora social.

―Mucho gusto en conocerla ―digo, desempeñando mi papel mientras


guardo discretamente las impresiones en la mochila―. Bienvenida a Santa
Agatha. Estoy segura que la Decano Porter tiene mucho que mostrarle, así
que me voy a clase.

―Oh, ella está aquí para hablar contigo, querida ―dice la Decano.

Aprieto los dientes. Dudo mucho que la Decano haya usado la palabra
querida para referirse a una estudiante alguna vez en su vida

―¿Sobre qué? ―pregunto sospechosamente, dejando de actuar.

―Vamos de vuelta a mi oficina para poder conversar en privado.

De alguna manera lo saben. Involucrar al estado significa que la Decano


tiene cierto conocimiento de mi falta de padre. Supongo que pudo haber
pasado por mi apartamento, pero no es probable. La única explicación
lógica es que alguien le avisó.

―Yo...
―¡Decano Porter! ―exclama Heather. Está jadeando, habiendo tenido que
correr para alcanzarnos―. Tengo un mensaje para usted.

La Decano frunce el ceño.

―¿No puede esperar?

―Es el coche de la señorita Fairchild. Alguien lo está remolcando.

―¿Qué? ―dice la trabajadora social―. ¿Por qué?

―No lo sé ―dice Heather―. La compañía de remolque quería que la


avisara. Pensé que era suficientemente importante como para…

Antes de que pueda terminar, la señorita Fairchild se aleja hacia el


estacionamiento de los docentes, su falda larga y bohemia se menea en su 192
caminar.

―¡Espere! ―grita la Decano, corriendo tras ella.

Me giro hacia Heather con una ceja levantada.

―¿Compañía de remolque?

Heather encoje los hombros.

―Era lo más rápido que pudimos pensar. Idea de Sam, aunque en realidad,
Tyler hizo la llamada.

―¿Su coche está siendo remolcado realmente? ―pregunto, incrédula―.


¿Cómo llego el camión aquí tan rápido?

―No lo sé. Pero Sam hizo que Murphy sacara un par de conos de tráfico y
algunas señales de “No Estacionar” de seguridad para hacerlo parecer más
legítimo.

―Bueno, gracias ―le digo―. Te debo una, a todos ustedes.

Pero me siento considerablemente menos tranquila de lo que debería.


¿Cuántas personas conocen el secreto ahora? ¿Tyler, Mike, Sam? Murphy y
Heather pueden incluso saberlo. Cualquiera de ellos pudo haberle dicho a
la Decano.
―Agradécenos después ―dice ella, tomando mi brazo y caminando hacia
la dirección opuesta de la Decano y la trabajadora social―. Tenemos
problemas más graves.

―¿Problemas más graves? ―Oh, dios. ¿Ahora qué?

―Están tratando de cancelar el baile.

Estamos a la mitad del pasillo cuando Murphy nos alcanza.

―¿Se lo dijiste?

―Iba a hacerlo ―dice Heather.

―¿El baile es un problema más grave que la trabajadora social?


193
―Lo es para nosotros ―dice Murphy―. Voy a invitar a Bryn mañana. No
me voy a dar por vencido por culpa de la explosión de una tubería estúpida.

Suspiro.

―De acuerdo, retrocede. Empieza desde el principio.

―La tubería de agua principal, bajo la biblioteca, explotó. La sala inferior al


este es un pantano apestoso y el sótano de la biblioteca es una piscina.

―Pero el baile no es en la biblioteca; es en el gimnasio.

―El presidente Rasmussen dice que los cimientos son cuestionables y todo
el edificio del este está prohibido, el gimnasio incluido. Al registrador le está
a punto de estallar un vaso sanguíneo porque todos los archivos
estudiantiles están ahí y deberíamos de estar empezando a registrarnos
para el próximo sem…

―¿Por qué no cambian el baile a un lugar fuera de la escuela?

―El baile es este fin de semana. Nunca seríamos capaces de encontrar un


espacio vacío lo suficientemente grande tan rápido, no en esta época del
año, incluso si pudiéramos convencer a nuestros padres de apoyar a la
escuela con la factura.

―Esto no es realmente mi fuerte, chicos. Yo no soy una organizadora.


―Eres nuestra enmendadora ―dice Heather, como si fuera obvio―. Tú
enmiendas cosas.

―No puedo, ¿está bien? ―Abro la puerta que se dirige a la capilla―. Tengo
las manos muy ocupadas en este momento.

―Tienes que hacer algo, Julep ―dice Murphy, sus nuevas gafas le dan un
aire de autoridad inteligente, cuando sus viejas gafas le hacían parecer que
tenía ojos de insecto.

La sola idea de agregar “localizar un espacio para el baile” a mi lista me da


urticaria.

A pesar de la nueva actitud positiva, no soy la mujer maravilla. No puedo


hacerlo todo. Y si me hago cargo de otra responsabilidad, una de las otras 194
va a caer.

¿Con cuál bola me siento cómoda de dejar caer a este punto? ¿La escuela?
¿La renta? ¿Mi padre?

Empiezo a caminar con un propósito hacia el estacionamiento de los


estudiantes del que vine, el cual está escondido, por suerte, de la vista del
estacionamiento de los docentes mientras voy por el largo camino, a través
de la capilla. Murphy y Heather tienen que ir deprisa para alcanzarme.

―Necesito un recuento de la gente que va a asistir ―digo―. Les conseguiré


un edificio. Eso es todo. El resto depende de ustedes.

Heather chilla y me abraza.

―Intenta encontrar algo que vaya con el tema “Flotando en el Espacio.”

―Sí, sí ―le digo, liberándome para poder continuar con mi meta de robar
un coche―. Sólo mantenme informada sobre la trabajadora social.

―Estoy en eso ―dice Heather cuando comienzo a revisar pozos en las


ruedas y los parachoques por cajas de llaves magnéticas―. ¿Qué estás
haciendo?

―Consiguiendo un coche.

Murphy me pasa sus llaves.


―Toma mi auto.

―Oh. ―Obvio―. Gracias, Murphy. Trataré de no destrozarlo.

―¿Hay alguna posibilidad de que lo destroces? ―me pregunta, poniéndose


pálido.

―Por supuesto ―le digo, presionando el botón para hacer pitar el coche.
Las luces de una furgoneta Sedona de Kia se enciende a mi izquierda. Le doy
una mirada despectiva a Murphy―. ¿En serio?

―¿Qué? Tiene una buena puntuación en seguridad.

Me contengo de comentar mientras me deslizo en el asiento del conductor


y tiro mi mochila y las impresiones de Sam en el asiento del pasajero.
195
―¿A dónde vas?

Enciendo el auto y revoluciono el motor.

―Tengo que ver a un criminal a punto de pescar.


21

EL FRAUDE
Cuando llego a 55, me dirijo al sur.

Asociados conocidos: Nikolai Petrov, sospechoso de ser el líder del sindicato


de la organización criminal Ucraniana.

Última dirección conocida: Calle S. Madison.

No puedo hacer nada respecto a Petrov sin más información, pero sé


exactamente cómo conseguirla. Estaba demasiado distraída cuando casi fui 196
golpeada como para apurar a mi rescatadora. Pero aún con la palanca
correcta, será un hueso duro de roer. Es más fácil espiarle para conseguir lo
que necesito.

Tomo la salida IL-83 y giro a la izquierda en el canal. Matorrales, arbustos y


bodegas de poca monta en el camino. Me detengo frente a una
construcción de fachada agradable lo suficientemente desgastada para
evitar ser vista, pero sin el aire de deje que hay en los lugares de encuentro
clandestinos.

Hago una revisión rápida al equipamiento: minivan, equipo de


audiovisuales, mochila llena de ropa tiznada, y… ¿quizá? Busco en la bolsa
y saco los monos del fondo. Tyler no los sacó.

Tyler. Probablemente debí decirle a donde iba. No han pasado ni


veinticuatro horas y ya estoy olvidando mi promesa de dejar de excluirlo.

Alcanzo mi teléfono.

—Julep, ¿dónde estás? —pregunta Tyler después del primer tono.

—La zona de bodegas a lo largo del canal—le digo—. Voy a hacer… um, un
pequeño reconocimiento.

—Sin refuerzo —dice.


—Sigo olvidándome del refuerzo.

—El refuerzo es la parte más importante.

—¿Disculpa? —estoy segura de que eso no debería ser una pregunta. Lo


intento de nuevo—. Solo estoy haciendo una inspección rápida. No habrá
confrontaciones.

—Eso no es exactamente reconfortante.

—Te mantendré en línea. Escucharás todo.

Está en silencio por un segundo.

—No es suficiente —dice al final—. Espérame. Estoy en camino ahora.


197
—¿Sam está contigo?
—No. ¿Debería estarlo?
—No, está bien. No pasará nada. Sólo quiero saber que buscan. Si conozco
el juego, puedo manipular a los jugadores.
—De acuerdo, —dice—. Pero mejor me esperas o habrá consecuencias.
—Haces que eso suene como algo malo.
Cuelgo y me siento sin moverme durante un minuto completo antes de salir
de la furgoneta de Murphy y meterme en el mono. No puedo hacer con mi
cabello mucho más que llevarlo hacia atrás en una cola de caballo baja y
descuidada, pero mis marcos de plástico adhieren una capa de protección.
Sé que debería esperar a Tyler. Es sólo que me bloqueo mentalmente
cuando se trata de dejar a otros estar al mando.

Tomo una herramienta cualquiera que vagamente parece ser de la parte de


atrás de la minivan y me la echo al hombro, ligeramente nerviosa mientras
le pongo el seguro a la puerta de la minivan. Me deslizo a través del camino
a la caja de fusibles más cercana e inclino mi cabeza tras ella, simulando
evaluar algo.

En la primera bodega, filas de estantes de metal están amontonadas contra


las vigas con cajas sin marcar. Puede haber cualquier cosa en estas cajas –
armas, drogas, cigarros cubanos, o incluso un inventario legal como papel o
jabón para trastos. Los jefes de la mafia generalmente tienen negocios
legales a modo de fachada para sus viles oficios.
Dos trabajadores con casco protector llevan montacargas a través de las
filas, moviendo cajas de un lado a otro. Hasta ahora, ninguno de los dos ha
notado mi presencia. Pero mientras ellos están manejando la mercancía, no
voy a poder investigar.

Hago una “inspección” a la próxima bodega y enfoco el Chevelle aparcado


detrás del edificio. Me arrastro a la caja de conexión, que resulta estar bajo
una ventana, justo detrás del carro. Miro a través del cristal el tiempo
suficiente para ver a Dani discutiendo con una mujer muy delgada y con el
pelo teñido. La mujer le pone los ojos en blanco a Dani, pero el gesto es
debilitado por un temor hacia Dani tan obvio que lo puedo sentir hasta aquí.

La mayor parte de lo que dicen es en ucraniano, pero distingo una o dos


palabras en inglés. Una de estas palabras es ya seguida de vámonos. 198
Dejo la herramienta de Murphy sobre la caja de conexión y me deslizo a la
parte trasera del auto, lejos de la puerta de entrada a la bodega. No pasa
mucho tiempo desde que me escondo tras un lado del edificio, hasta que
oigo que se abre la puerta y dos pares de pasos se dirigen al Chevelle.
Segundos después, el Chevelle cobra vida, casi deteniendo mi corazón y
luego se desvanece en la distancia.

Intentando no tentar demasiado mi suerte, continúo hacia las puertas del


estacionamiento cercanas al frente del edificio. Con un pequeño
movimiento, me escabullo por una grieta en la parte inferior.

La iluminación es casi inexistente, lo que está bien para mí. Está lo


suficientemente iluminado para poder ver bolas arrugadas de papel
alrededor de las esquinas del suelo de cemento, como plantas rodantes
urbanas. Fragmentos de vidrios rotos y años de polvo y ternilla llenan las
fisuras en el suelo. En definitiva, ha tenido mejores tiempos y
probablemente algunos indigentes han venido con bidones de petróleo a
hacer fuego.

Me deslizo hasta la pared y dibujo un perímetro cercano. Nada salta hacia


mí.
Es una gran habitación vacía con una escalera de madera alineada a la
pared. De hecho, la madera es lo único que parece haber visto acción
recientemente.

Ahora realmente debería esperar a Tyler. No tengo ni idea de que sucede


aquí, y no tendré a nadie vigilando la única ruta de escape por si algo
empieza a ir mal. Pero no importa lo razonable que suene esperar, mis pies
no atenderán.

No estoy segura de lo que espero encontrar cuando llegue al siguiente nivel.


Probablemente todo con lo que valga la pena traficar esté en la otra
bodega. Pero entonces ¿por qué estaban Dani y la del pelo teñido en esta
bodega? Mis instintos me dicen que necesito ver que es lo que pasa allí,
aunque estén revolviéndose con miedo a la vez. 199
Cuando llego al segundo piso, echo un vistazo cuidadosamente a través de
las barandillas de metal. Los cristales tintados hacen la iluminación del
segundo nivel aún más tenue que la del primero, y le toma un minuto a mis
ojos ajustarse. Pero finalmente lo hacen, y estoy perpleja al principio por
las filas y filas de sabanas disparejas colgadas en líneas cruzando el espacio.
Nadie se hace visible inmediatamente, así que doy algunos pasos hacía el
pasillo, que está alineado en cada lado por un tejido sucio.

Mientras avanzo con lentitud pasando la tercera sabana, escucho el suave


llanto de una mujer tras ella. Un murmullo trata de calmar el llanto para
que haya silencio.

Muevo la sábana media pulgada con los dedos, suficiente para ver sin ser
vista. Suficiente para entrever una chica, que no es mayor que yo, con los
brazos alrededor de otra chica, un poco mayor pero con más dolor. Hay una
cama. Un marco de metal con un colchón y una manta harapienta. Unas
esposas de metal, un extremo esposado al cabecero, colgando hasta el
suelo. No puedo apartar los ojos de éstas. No puedo aceptar lo que eso
significa, pero tampoco lo puedo negar.

Entonces la chica que no está llorando empieza a levantar la cabeza.


Salgo de mi trance justo a tiempo para dejar caer la sábana en su lugar. Si
alguna de ellas da la alarma, estoy muerta. Pero no me puedo ir. No hasta
que esté segura.

Me escabullo a otra fila y muevo un poco otra sábana. Otra chica mirando
fijamente a través de una ventana tintada de negro. El tercer espacio que
reviso está vacío, pero puedo oír a una chica en el espacio de al lado,
balbuceando para sí misma en ucraniano. Estoy bastante segura de que está
rezando. Suena como si no fuese mayor de doce o trece años.

Retrocedo, despacio al principio, pero mi paso cambia a tropezones


mientras me dirijo a las escaleras. Cuento las filas de cortinas. Debe haber
como cien celdas improvisadas. Intento ser silenciosa, pero en medio de mi
desesperación por alejarme, hago ruido al arrastrar los pies. Sé que no estoy 200
siendo cuidadosa acerca de ocultar mi presencia, pero apenas puedo
contener mi pánico.

Casi llego a la escalera antes de que un brazo de hierro rodee mi cintura y


una mano me cubra la boca.
22

LA SICARIA
Lucho contra mi captor, cualquier razonamiento superior ha sido destruido
por el solo pensamiento terrorífico de ser vendida como una esclava
también. Pero quien sea que me sostiene es más fuerte y me lleva a otra
habitación de paredes de sábanas desocupada frente a la escalera.

—Quédate quieta —sisea Dani en mi oído, y mi alterado cerebro se debate


entre el alivio y la ira. Ella me mantiene callada y refrenada, aun cuando
dejo de resistirme.
201
Luego veo la cabeza de la del pelo teñido aparecer mientras sube la
escalera. Dani me sujeta adentrándonos más en la oscuridad. La otra mujer
seguramente podría haberme atrapado si Dani no me hubiese agarrado.

Dani me suelta pero me aprisiona la muñeca. Cuando la del pelo teñido está
lo suficiente lejos para ser un riesgo, Dani me lleva a la fuerza a la escalera,
empujándome sin rastro de gentileza por delante de ella. Puedo notar su
furia con cada movimiento. Pero su ira no es nada comparada con la mía.

Me empuja a través de una puerta lateral que se abre entre una escalera
de incendios y a unidad de VCAC23.El zumbido proveniente del equipo
oculta el sonido de dentro del edificio, así que probablemente hará lo
mismo con nosotras.

Y mientras así sea, tengo mucho que decir.

—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —La empujo, deseando mejor
usar un Taser en ella. Rescate o no rescate, ella es una persona repudiable
por estar involucrada en esto.

—¿Qué crees tú que estás haciendo? ¿Por qué debería molestarme en


sacarte del peligro si tú insistes en regresar?

23
N del T: Unidad de Ventilación, Calefacción y Aire Condicionado, del Inglés HVAC unit.
—¡Son niñas! Son solo…

La ira en el rostro de Dani se torna en una máscara glacial, pero no niega


nada ni se defiende.

—Dime que mi padre no estaba involucrado —le digo, más en tono de


súplica que como una exigencia.

Dani suspira.

—No deberías estar aquí. No deberías saber nada de esto. ¿Por qué no
escuchas?

—¿Por qué te escucharía? Dices que viste a mi padre morir y no hiciste nada
para evitarlo. Trabajas para un monstruo que retiene chicas como rehenes,
202
chicas más jóvenes que tú, y de tu propio país. ¿Escucharías si fueras yo?

Se la ve herida pero no desiste.

—¿Crees saberlo todo? No sabes nada.

—Entonces dime ¿Qué está haciendo Petrov con ellas?

—Vete a casa. Ahora. Antes de que alguien te vea.

—No me iré sin respuestas. ¿O preferirías que volviera allí y las guiara a
todas fuera de aquí?

—¿Y llevarlas a dónde? —dice, llena de ira de nuevo—. Ellas no te seguirán,


de todos modos. Se pondrían en tu contra y te entregarían en piezas a
Petrov.

—¿Estás diciendo que quieren estar aquí?

—No —dice, seguido de una cadena de lo que probablemente sean


expresiones en su idioma natal—. Pero esto es complicado. Si involucran a
las autoridades, serán deportadas, quizá encarceladas.

—Eso debe ser mejor que ser usadas como ¿Qué? ¿Trabajadoras de talleres
clandestinos ?¿Esclavas sexuales?

La mirada lacerante de Dani confirma mis peores miedos.


—Muchas de ellas están huyendo de vidas peores que esta —dice— y
aquellas que no, se les ha dicho que sus familias sufrirán si tratan de
escapar. La amenaza es real, y ellas lo saben.

—Debo hacer algo —le digo—. No las puedo dejar aquí.

—Cualquier cosa que hagas solo empeorará el asunto.

—Sólo dime si mi padre estaba involucrado —digo—. Me debes eso.

—¿Deberte? —Sus gélidos ojos azules se estrechan.

—Dijiste que se lo debías a mi padre. Si de verdad está muerto, entonces


esa deuda pasa a ser mía. Dime lo que quiero saber.

En su favor, nunca rompe el contacto visual, que es como puedo ver sus 203
emociones mientras considera mi petición.

—No. Cuando aceptó el trabajo, no sabía para qué quería Petrov los
documentos.

Cierro los ojos, aliviada.

—Se enteró —continúa—. No sé cómo. Yo no se lo dije. Y de algún modo


descubrió que yo no era tan leal como los demás. Lo que ellos estaban
haciendo, no se sentía… —Deja su pensamiento sin completar.

—Creo que la palabra que estás buscando es bien. O quizá ético, o


remotamente defendible moralmente.

—Baja la voz. Tania puede escuchar. —Su mirada apunta adentro.

Intento soltarme del agarre que todavía tiene en mi muñeca pero fallo. Ella
no me deja ir hasta que no está segura de que no viene nadie. Sacudo el
brazo fuera de su alcance cuando finalmente me suelta.

—¿Por qué no llamo a la policía cuando descubrió lo que estaba haciendo


Petrov?

Dani me dirigió una mirada de “deberías saberlo”, y está en lo cierto. Lo sé.


Mi padre no podría ir a la policía sin implicarse a sí mismo, no sin evidencia
con la que negociar.
—Petrov tiene contactos. No hay ningún lugar donde tu padre pudiera ir a
informar que no estuviera cubierto. Aún si estas mujeres —Dani señala
hacia el edificio— fueran rescatadas, deportadas, encarceladas o liberadas,
Petrov nunca vería una celda de la cárcel. Tu padre quería terminar con eso.
Y quería protegerte.

No quiero creer que la situación sea tan desalentadora como parece. Pero
sabiendo ahora lo que mi padre sabía, está claro porque Petrov le quería
muerto, y porque me quiere muerta a mí ahora, considerando que lo
descubriré.

El cuello de la nueva chaqueta de Dani aletea en el aire.

—Tu padre debió de haber encontrado evidencia contra Petrov. Debe ser
204
así como descubrieron su traición.

Inclino la cabeza, no queriendo escuchar.

Dani se encoge más en su abrigo.

—Yo no lo sabía. Cumplía órdenes. Yo…

—¿Tu qué?

—Estaba vigilándote. Por tu padre.

Me estremezco. Está helando, y esta conversación se está poniendo muy


surrealista para mí.

—Volví justo cuando Petrov alzó el arma. Estaba demasiado lejos para
interferir.

Lucho contra el nudo en mi garganta. No puedo permitirme sentir nada


ahora.

—Tu padre estaba en lo correcto acerca de mí —dice, dando un paso más


cerca—. Tengo mis propias cuentas que saldar. Pero ese arreglo no incluirá
hacer daño a inocentes.

Su expresión es de arrepentimiento. Ella quiere que yo entienda. Y ahora


mismo estoy deseando desesperadamente no haberlo hecho, porque
quiero estar enojada con ella, para culparla por lo que le está pasando a mi
familia. Pero ¿Hubiera actuado diferente en su lugar? ¿Estoy actuando
diferente ahora? Soy tan criminal como ella.

—He estado vigilándote durante meses —dice, tomando un mechón de mi


cabello entre sus dedos—. No me detendré hasta que Petrov deje de ser
una amenaza. Ve a casa. Olvida esto. Vive la vida a tu manera, o tu padre
habrá muerto por nada.

—Si me has estado vigilando durante meses, entonces sabes que no puedo
hacer eso.

Dani sacude la cabeza, sonriendo un poco.

—Sí, pero tenía que intentarlo. Que continúes exponiéndote a tu enemigo


hace mi trabajo más difícil. 205
—Entonces no vas a estar feliz con lo que estoy a punto de hacer. —Pero
antes de que tenga la oportunidad de explicarme, escucho el brillante auto
deportivo de Tyler detenerse.

—¿Me esperas? —le digo—. Sólo será un minuto.

—Apresúrate. Ya nos estamos arriesgando demasiado.

Voy trotando al carro de Tyler. Él sale y cierra la puerta justo a tiempo para
que pueda lanzarme a sus brazos.

—¿Qué? ¿Qué pasa?

Me estremezco, quitándome las gafas y hundiendo la base de la mano en


la sien.

Tyler me conduce tras la minivan, fuera de la vista del edificio.

—Dime. —Su expresión es de preocupación, seriedad. Y realmente quiero


que él sea capaz de arreglarlo. Pero ni siquiera sus contactos van a lograr
sacar a estos rehenes de aquí.

—Sé lo que están haciendo. La mafia, están traficando con personas,


introduciéndolas al país como esclavos.

Su rostro palidece.
—¿Estás segura? —pregunta, pareciendo enfermo.

—Desearía no estarlo.

—No tenía ni idea —dice, casi para sí mismo.

—Debemos salir de aquí. —Cruzo los brazos para evitar el frío en mi


sangre—. Dani puede volver en cualquier momento.

—¿Dani? —Suena distraído, como si estuviera escuchándome sólo con una


parte de su cerebro.

—Mi acosadora. Sam encontró quien es. Es una sicaria para el equipo
ucraniano. Para quienes mi padre estaba trabajando.

Está en silencio, mirando fijamente al suelo, sin ver. Su pena parce mayor 206
que la mía, pero entonces yo he tenido más tiempo para asimilar la nueva
información.

—Tenemos que ayudarlas —dice, resistiéndose a mí—. No podemos


dejarlas allí.

Habiendo dicho lo mismo yo, me cuesta trabajo cambiar mi argumento. No


quiero estar del lado de Dani en esto, pero es lo que es.

—No podemos ayudarles ahora —le digo—. Si lo intentáramos, nos


delataríamos ahora.

Aparta su brazo de mí.

—¿Cómo puedes ser tan insensible? Hay cosas por las que vale la pena ser
atrapado.

De acuerdo, eso dolió.

—No estoy siendo insensible, estoy siendo realista. No podemos


rescatarlas, no sin ayuda —le digo.

Se endereza.

—¿Qué necesitas que haga?

Pero antes de que pueda responder, suena su teléfono.


Desbloquea la pantalla y revisa la notificación.

—Maldita sea. Debo estar en el campo en cinco minutos.

Salvada por el teléfono. Y yo que pensé que iba a tener que convencerle.

—Este fin de semana es el campeonato, ¿no? Tienes que ir —digo.

—Tendrán que jugar sin mí. No me voy a ir…

—Está bien, Tyler. De hecho, es exactamente lo que necesito que hagas.


Fingir que todo está bien. Mientras menos atención atraigamos, será mejor.

—¿Qué hay de ti? —pregunta—. No puedes volver a la escuela con la


decano acechándote.
207
La decano. Lo había olvidado completamente.

—Me voy a casa. —Miento de nuevo, respirando profundamente. De


acuerdo, así que apesto como refuerzo.

—De ninguna manera. No sola. No te viste la cara cuando intentaste entrar


allí anoche. Y de todos modos, ¿Qué pasa si alguien te ve?

—Debo hallar la última pista. Debo encontrar lo que sea que mi padre haya
ocultado.

—¿De verdad crees que está muerto?

—Ya no lo sé —digo, tratando de no pensar en eso—. Estaba segura de que


no lo estaba y luego segura de que si lo estaba y luego esta mañana pensé
que no lo estaba. Pero en realidad no tengo ni idea. En todo caso, eso no
cambia lo que voy a hacer.

—No quiero que te lastimes —dice, acercándome a él. Su abrigo es áspero


al contacto con mi mejilla.

—Yo tampoco quiero salir lastimada —digo.

—¿Cómo sabes que encontrarás algo que te guíe a la siguiente pista?

—No lo sé —admito—. Pero con Ralph fuera, el único lazo que tengo con
mi padre es esto. Si no hay algo más para guiarme, estamos perdidos.
Me separo de Tyler, empujándole suavemente en dirección a su carro.

—Tenemos que salir de aquí antes de que alguien nos reconozca.

—Llámame si encuentras algo —dice.

—No lo olvidaré esta vez —prometo.

Subo a la van y la enciendo, viendo sus luces traseras desaparecer a la


vuelta. Entonces apago el motor, salgo y me dirijo nuevamente a donde
Dani está esperando.

La mirada que me da cuando llego a ella es indescifrable. No porque no haya


algo allí, sino porque hay demasiado, y todo es contradictorio.

—¿Lista? —pregunto. 208


—¿Para qué?

—Para llevarme con Petrov.


23

EL TIBURÓN
—No puedo creer que esté haciendo esto.

El asiento delantero del Chevelle es mucho más cómodo que el trasero. El


forro de cuero sintético se siente como un cálido abrazo y huele como Dani,
que a pesar de nuestra complicada relación es extrañamente
reconfortante.

—Debería estar llevándote a casa. O a un hospital psiquiátrico. Sólo una 209


persona demente podría confrontar a Petrov.

—No lo voy a confrontar. Tengo una propuesta para él. Una que, de hecho,
hará que esté más segura.

—¿Cómo sabes que no te matará en el acto?

—Porque le convenceré de que necesita mi cerebro intacto. Lo que significa


que no habrá más intentos de homicidio de los cuales protegerme.

Murmura bajo su aliento, luego repite,

—No puedo creer que esté haciendo esto.

Gira el Chevelle hacia una ruta que reconozco, y antes de que pueda
entender completamente el significado, el edificio de piedra de Strand
aparece. ¿Petrov es un miembro de Strand? ¿Fue por eso que mi padre
obtuvo la segunda pista aquí?

—Pareces sorprendida —dice Dani mientras parquea el Chevelle en un


lugar a unas cuadras hacia abajo y a la vuelta—. ¿Conoces este lugar?

—Supongo que no —digo.

—Si te llevo a él, sospechará de mí —dice Dani—. Seré inservible para ti si


se ve comprometida mi lealtad.
—Lo sé —digo—. Por eso tú permanecerás aquí.

—¿Pero cómo entrarás?

—Esta vez —digo, bajando el cierre del mono y quitándomelo—, entraré


por la puerta de en frente. —Mi uniforme escolar está más que arrugado,
pero no intentaré ser nadie aparte de mi misma, así que realmente no me
importa.

—Anda con cuidado, Milaya —dice—. Él tiene debilidades, pero la piedad


no es una de ellas. Si hieres su orgullo, te matará.

Estupendo.

—Gracias por el consejo, —digo. Ella parece estar estrangulando el volante,


210
así que pongo mi mano en una de las suyas—. No le daré ninguna razón
para herirme —digo con determinación.

Asiente y exhala. Salgo del auto y cierro la puerta antes de que pueda
cambiar de parecer.

Cuando entro, el recibidor es exactamente como lo recuerdo. El personal ni


siquiera ha cambiado las flores. Le envío un silencioso gracias a mi padre,
donde sea que esté, de que ya he tenido la oportunidad de inspeccionar el
edificio. Si necesito salir huyendo, no será tan difícil, ya me escapé una vez.

Un hombre vestido de traje aparece como mágicamente de una habitación


lateral.

—Srta. Dupree, ¿me sigue?

—Buen truco —digo—. ¿Cómo sabe quién soy?

—Siempre vigilamos quién nos visita —dice, señalando la cámara de


seguridad que cuelga del techo—. Y usted ha estado en nuestra mira desde
hace un tiempo.

Camino tras él. Me guía por la escalera de mármol donde vi a la Sra. Stratton
ayer, y luego por un pasillo. Me abre la puerta, y paso delante de él con un
educado gracias a una sala de conferencias. Con vistas de la ciudad
oscureciéndose, del suelo al techo.
Siete hombres en traje de negocios están sentados alrededor de la mesa de
conferencias en el centro de la habitación. Deben estar en medio de una
especie de reunión. Probablemente acerca de mí. El pensamiento me hace
sonreír. No veo a nadie que reconozca, pero eso no significa que no sean
peces gordos de la ciudad. Definitivamente los reconocería ahora si alguna
vez veo sus rostros de nuevo. Lo que de hecho no es un buen presagio para
mí. Ellos no querrán ser públicamente asociados con Petrov. Entonces, ¿por
qué me están dejando verles?

Reconozco a Petrov casi inmediatamente. Es el único en la sala que


realmente parece un depredador.

—¿Puedo ofrecerte asiento, querida? —pregunta, indicándome una de las


muchas sillas vacías. Su inglés tiene acento pero es más suave que el de 211
Dani.

Su Armani cruzada de finas líneas sugiere un hombre que deja a otros dictar
su gusto. Pero sería una idiota si le subestimara. Puede ser más bien bajo,
esbelto y no aparentar más de 40 años, pero es todo músculo, hueso y una
perilla negra. Un villano de profesión. Hace que Mike, Dani y yo parezcamos
monaguillos.

—Veo que me has encontrado, muy inteligente de tu parte —dice,


tamborileando los dedos.

Lleva un anillo de oro en su mano derecha, una serpiente envuelta


alrededor de su dedo y mordiendo su propia cola. Es oro viejo, mate como
el níquel en vez de brillante como cromo. Esperaba que fuera más del tipo
de oro brillante.

—Saltémonos las formalidades, ¿de acuerdo? —digo, poniendo mis cartas


en la mesa—.Yo sé lo que está haciendo, usted sabe lo que estoy haciendo.
Nada es secreto aquí. —Incluyo a los miembros silenciosos de nuestra
reunión con la mirada.

—Muy bien —dice Petrov, claramente divertido—. ¿Qué tenías en mente?


—No tengo ningún interés más allá de mantenerme a mí y a mis amigos con
vida —digo—, creo que mi padre no actuó sabiamente al ponerse en su
contra. Yo no soy él.

Él asiente indicándome que puedo continuar.

—Estoy segura de que a estas alturas ya sabe que él tenía algo en su contra,
y que yo puedo ser capaz de encontrarlo.

—He escuchado algo de eso, sí.

Uno de los hombres, sudado y con cara de querer vomitar, abre la boca para
hablar, pero es silenciado por una corta mirada de Petrov.

—Se lo entregaré tan pronto lo encuentre. Sin policía. Pero debe retroceder
212
y dejarme encontrarlo. Y esto de que esté tratando de matarme me distrae.

Petrov se ríe.

—Me sorprende, Srta. Dupree —dice—. Afortunadamente para usted, me


estoy sintiendo magnánimo esta noche.

—Usted necesita la evidencia destruida antes de que caiga en las manos


equivocadas, y necesita que yo la encuentre, si la quiere tener pronto.

Su sonrisa se vuelve un poco agria. La estaca fue clavada exitosamente;


ahora es tiempo del estímulo.

—Considéreme lo suficientemente motivada para encontrarla. Dele a sus


soldados rasos algo en que ocuparse. Será más rápido si me deja hacer mi
trabajo.

—Es justo —dice parece un poco menos magnánimo ahora—. Pero estoy
seguro de que usted puede entender que se me dificulta confiar en usted,
considerando las circunstancias. Si no la “motivo” adecuadamente, ¿cómo
sabré que no irá corriendo a las autoridades una vez lo encuentre?

—Le daría mi palabra, pero soy una timadora, así que eso claramente no
vale mucho. Pero entonces, soy una timadora; tengo mucho que esconder
también. Lo último que quiero es atraer atención no deseada.

—Tu padre usó el mismo argumento cuando le contraté.


Mierda. Claro que lo hizo.

—No es sólo la atención —digo—. Son mis amigos. Usted casi mata a Mike
con esa Motolov. No quiero que nadie más resulte herido.

—Espero que disculpes mi escepticismo, pero esos no son sentimientos


propios de un timador. —Se recuesta en la silla, estudiándome —. Todavía
no he conocido a un artista de la estafa que piense más en los demás que
en sí mismo.

—También estoy pensando en mi misma —digo—. No quiero morir. Quiero


irme. Salir de Chicago, salirme del juego. Quiero una vida normal. —Estoy
medio sorprendida por estar contándole esto. Pero notará la sinceridad en
mi voz. Al igual que la decano.
213
Él lo considera un rato mientras los hombres a nuestro alrededor están
sentados estoicamente, esperando a que Petrov tome una decisión.

—Muy bien —dice—, tienes una semana.

Mi alivio inicial por su decisión es usurpado por la ansiedad del tic-tac de un


reloj.

—No puedo garantizar que pueda encontrarlo en ese tiempo.

—Una semana —repite. Luego presiona el botón de llamada del teléfono


de conferencias frente a él—. Marcus, por favor escolta a nuestra invitada
a la salida.

El hombre de traje que me condujo aquí abre la puerta y viene a pararse


tras mi silla.

—¿Una semana o qué? —pregunto.

Petrov me sonríe, y me hiela hasta la médula.

—Una semana.


Dani esta recostada a la puerta del lado del pasajero del Chevelle. Cuando
me ve, se endereza rápidamente, pareciendo aliviada. Abre la puerta y yo
me deslizo dentro.

—¿Ahora qué? —pregunta mientras enciende el auto.

—Nos conseguí una semana.

—¿Eso es todo?

—Eso es más de lo que teníamos ayer —digo, recostándome contra la


puerta. Podría dormir por toda la semana.

—¿Qué es lo siguiente que harás?

Suspiro y mi aliento empaña la ventana. 214


—Tomar la van de Murphy. Ir a casa.

—¿Es eso sabio? —pregunta.

—Lo es ahora que he negociado una tregua. Y de todos modos, necesito


hurgar en las cosas de padre.

El resto del camino avanzamos en silencio. Me digo a mi misma que es


porque Dani no es habladora, pero sospecho que en realidad ella está
tratando de darme tiempo para descansar. Odio ser así de vulnerable
delante de ella, pero estoy muy cansada. Tiene que moverme para
despertarme cuando llegamos a la bodega. No pueden ser más de las cinco
en punto, y siento como si ya hubiera vivido cinco vidas.

Tomo el mono y saco las llaves de Murphy. Cambio el Chevelle por la van
de Murphy y meto la llave en el encendido. Dani aparece en mi ventana y
toca el vidrio con mis gafas. Bajo la ventanilla.

—¿Cómo te localizo si te necesito? —pregunto, recibiendo las gafas.

—Cuando me necesites, lo sabré —dice, encogiéndose de hombros contra


el viento y dirigiéndose de vuelta a la bodega.


Cuando llego a casa, tiro las llaves de Murphy en la barra. Tristemente,
ningún gnomo mágico de la limpieza vino mientras no estaba.

Pongo algunas de nuestras fotos en la pared de nuevo, buscando en la parte


trasera de estas la impecable escritura de mi padre. Busco en todos los
armarios de la cocina, recordando mi primera búsqueda frenética de pistas.
En ese momento sólo encontré el sobre en el fondo de la basura.

Me doy por vencida en la cocina y me voy a mi habitación. Pero nada parece


nuevo o inusual.

Entro al cuarto de mi padre, ignorando de momento los recuerdos que me


asaltan. Tengo mucho en juego ahora, demasiadas personas dependen de
mí.
215
Hojeo sus papeles y busco en su armario, buscando tras el maletero de mi
madre lugares vacíos, puertas secretas. Apilo su ropa en la esquina,
sacudiéndola en busca de alguna pista suelta. Finalmente, reúno las
instantáneas enmarcadas de nosotros en varias salidas, que están
desperdigadas por todo el suelo y las acomodo de vuelta en su vestidor.

La tercera foto llama mi atención, porque es de él y yo de pie frente a un


aeroplano estacionado en suelo de cemento en un parque no muy lejos de
aquí. Meigs Field.

—Las personas generalmente no creen que sean malvadas. Sólo fuertes —


le recuerdo diciéndolo—.Y creen que el mundo les debe algo.

Mi padre me guía entre los árboles, señalando el cobertizo abandonando de


cuando Meigs Field era un aeropuerto real. Me cuenta la historia de un
antiguo gobernador que arrancó la pista en medio de la noche para evitar
la situación de estancamiento con el populacho.

—El poder es como el pez que se traga a Gepeto. Las personas se dejan
atrapar por él. Temen que sin él, estarán perdidos en un mar de mediocridad
con el resto de nosotros.

—¿Quieres poder?

—No, tengo mi salvación justo aquí —dice, apretándome el hombro.


Vuelvo al presente, sujetando la foto y el recuerdo. Necesito calmarme.
Necesito pensar. Necesito una copia de Pinocho.

Voy por mi laptop. Tecleo “libro Pinocho” y obtengo una página de más
vistos. Las primeras son algunos ebooks. Me salto estos y voy directamente
al libro completo. Hago clic en el link, tecleo “tiburón” en el campo de
búsqueda y presiono Intro.

¿Puedes adivinar quién era ese monstruo? No era otro que el gran tiburón…

Alcanzo mi teléfono. Necesito saber de Mike, alertar a Tyler, hacer que Sam
se apresure, reunirnos. Pero antes de poder hacer todo esto, hay una
llamada vital que necesito hacer.

—Hola, ¿Heather? Ya sé dónde vamos a hacer el baile. 216


24

EL PELLIZCO
Resulta que la búsqueda de un traje para un baile con un tema tan loco
como “Flotando en el espacio” es tan simple como hurgar en el baúl de mi
madre otra vez. El vestido con cintura en corte imperio y finos tirantes, que
libero de los oscuros recovecos donde almacenaba recuerdos dolorosos,
tiene una caída suficientemente suave para permitirme saltar sobre
contenedores de basura y pasar bajo un tren de aterrizaje con la misma
facilidad.
217
Eso es correcto. Tren de aterrizaje. Porque si he descifrado la idea de mi
padre correctamente, la siguiente parada en este tren loco es Meigs Field,
hogar de aves metálicas aterrizadas y promesas de campaña rotas. Y ¿Qué
mejor manera de buscar el aún no especificado brillante y nuevo hangar de
aviones, que camuflando mi fisgoneo con globos, serpentinas y
adolescentes hormonalmente confusos?

Sin embargo, no puedo tomar mucho crédito por conseguir el traslado del
baile. Después de meter en el bucle a Heather y a Murphy, le pedí a Tyler la
ayuda de su padre con la ciudad. El resto básicamente se hizo solo, en un
tiempo de cuatro días, ni uno menos. No puedo dejar de estar
impresionada. Y aliviada. Solo tengo tres días más para llegar al final del
rastro de las pistas de mi padre.

Estoy aplicando una capa final de laca al moño de puntas sueltas, que he
estado acomodando durante una hora, a modo de concesión al aspecto del
tiempo-espacio del tema, cuando alguien golpea la puerta de mi
apartamento.

Abro la puerta para ver a Tyler con su traje de Supersónicos de la década


de 1920, un traje zoot a medida, tela a rayas, sombrero de fieltro y tirantes
cohete con estampado de nave, asomando por debajo de su chaqueta.
Parece como un intento de Abercrombie en una sesión de fotos de John
Dillinger.
—Hola —le digo, sonriendo.

—Estás… —Parece que perdió las palabras

—Gracias —le digo, sintiéndome extrañamente tímida. —Tú también.

Me da un ramillete rosado pálido de crisantemos que no noté que sostenía.


Y no puedo explicar la extraña sensación de entusiasmo que siento al verlo.
Lo deslizo en mi muñeca y me lo acerco hasta la nariz antes de darme
cuenta de que estoy actuando totalmente como uno de los clichés.

—Vamos. No puedo dejar que el Comité de decoración encuentre la pista


antes que nosotros —digo mientras salgo al pasillo y cierro la puerta.

—¿No necesitas un abrigo?


218
Levanto la bufanda dorada que estoy usando como abrigo.

—Pensé que congelarme hasta la muerte merecía un intento. Ser diferente


a la media.

—Eso no es muy divertido —dice Tyler, ofreciéndome su brazo como un


caballero.

Empezamos a bajar las sucias escaleras del apartamento, voy sosteniendo


cuidadosamente mi falda lejos del polvo y la suciedad.

—Es un poco gracioso —digo.

Una vez que estamos en el coche y conduciendo hacia el baile, mueve la


mano de la palanca de cambio a la mía, entrelazando nuestros dedos.

—¿Cómo estás? —pregunta.

—Bien —le digo, aunque supongo que eso es más una mentira que la
verdad. No he dormido mucho desde que descubrí los rehenes en la
bodega. Sigo viendo a mi padre siendo lanzado al canal, sigo escuchando el
silbido del fuego y el tintineo de cristales rotos, los murmullos ucranianos
de consuelo. Me sigo preguntando si hay alguna manera de arreglarlo todo
más rápido, mejor.
—Las peticiones de identificaciones siguen llegando rápido y por montones
—agrego, ya que solo bien generalmente marca el fin de las conversaciones,
y yo no quiero que piense que no aprecio que pregunte.

—¿Necesitas más ayuda esta noche?

Mi estómago revolotea y pongo los ojos en blanco. No es como si Tyler no


hubiera venido durante las últimas cuatro noches a ayudarme con los
pedidos que ya tengo. Ir a un baile juntos no significa que vaya a pasar esta
noche nada más allá de laminar.

Respondo afirmativamente de todas formas, por todas las razones obvias.


No es que tenga tiempo para hacer identificaciones o cualquier otra
actividad extracurricular. El reloj de Petrov no se detiene, y mi tiempo se
219
está acabando.

Entramos en el terreno de grava que sirve temporalmente de aparcamiento


para el hangar de aviones, y tengo que reconocérselo a los Amigos de Meigs
Field, que se esforzaron mucho para recuperar su aeropuerto de quienes lo
controlaban. La elegante instalación de última generación es el testimonio
de la influencia que pocas personas pueden tener si no se rinden. Lástima
que yo tenga que irrumpir y destrozar el lugar para encontrar la siguiente
pista.

Estamos aquí temprano para ayudar con el sistema para que yo pueda
tener en mis manos en la pista tan pronto como sea posible. Las puertas
están abiertas de par en par, dejando entrar el último brillo del sol
agonizante de otoño.

—¿Alguna idea de qué buscamos? —pregunta Tyler mientras esquivamos a


uno de los secuaces de Heather que va haciendo ruido, envueltos en capas
de gasa crema y papel crepé azul.

—Lamentablemente, no.

—¿Qué tal un lugar para empezar?

Niego con la cabeza.


—Tendré que ver lo que vea una vez que entremos. Tengo la esperanza de
que sea evidente.

Es extraño cómo Tyler parece estar cayendo de forma natural en el espacio


que siempre llena Sam. Sam ha estado evitándome últimamente, y no
estoy segura de por qué. Trato de decirme a mí misma que es simplemente
porque está saliendo con alguien nuevo. Pero no lo sé a ciencia cierta. No
confirmó mi suposición aquel día en el Strand. E incluso si él está saliendo
con alguien, ¿por qué mantenerlo en secreto? Siempre nos decimos todo.
Además, voy a saberlo esta noche, de todos modos. Él tiene que traerla al
baile, ¿verdad?

—¡Julep!
220
Como si pensar en él de alguna manera lo hubiera teletransportado aquí,
Sam se apresura a ponerse al día con nosotros, con Haley Jacobs de su
brazo. El Vestido de Haley es una oda moderna al vestido de los años 20, lo
suficientemente corto como para revelar casi tanto muslo como una
ternera, y sus tacones al estilo de Gaga que son una maravilla de la física
moderna. Aun así, sólo llega hasta la barbilla de Sam.

Y ella obviamente está congelando sus recursos.

—¿Han encontrado algo?

—Acabamos de llegar —digo, echando un vistazo a Sam y señalándole a


Haley con la mirada. Es mejor que ella no sepa nada. No puedo permitirme
otro cabo suelto en estos momentos.

—¿Podemos entrar? —pregunta Haley, abrazándose a sí misma y


caminando hacia la puerta sin nosotros.

—¿Es por ella por lo que has estado en la luna? —le digo en voz baja a Sam.

Sam me mira como si yo fuera la tonta del pueblo.

—¿Qué?

Tyler se dirige a la entrada conmigo escoltándole y Sam detrás de nosotros.


Pasamos una extraña y charlatana pareja de la alta sociedad y un
malhumorado recaudador poniendo la mesa de entradas junto a la puerta.
El ejército de Heather de sofisticados-en-formación está encadenando hilos
de pesca con estrellas brillantes en las alas de los aviones, racimos de globos
de los propulsores, luces de navidad a lo largo de las paredes, y gigantes
planetoides de Papel maché en las vigas.

Mientras tanto, el equipo de Murphy está tensando un tipo diferente de


cables, preparando el escenario para la banda de jazz-punk que Heather
adquirió para que fuera a juego con el tema.

Una vez que estamos dentro, Heather no pierde el tiempo poniéndonos a


trabajar. Asigna a Tyler y a Sam al equipo de montaje de mesas y sillas. Envía
a Haley a la cabina de fotos. Luego se vuelve hacia mí con una sonrisa de
superioridad.
221
—¿Por qué no empleas un poco de ese aire caliente en algo bueno? —dice,
entregándome un globo.

—Te das cuenta de que estás en deuda conmigo —le digo, pero tomo el
globo de todas formas.

—No tanto como Murphy.

Sigo su mirada hasta donde Bryn está deambulando en el escenario,


esperando que Murphy termine la prueba del sistema de sonido. Está
deslumbrante con su vestido de lentejuelas, con una cinta de pluma de pavo
real en la cabeza alrededor de sus rizos. También parece desconcertada,
como si todavía no pudiera acabar de creer lo que está haciendo. Pero no
le dejamos mucho que elegir. Fuimos con todo en la propuesta: su nombre
escrito en velas LED y luces brillantes en el patio de recreo entre las clases,
Murphy sosteniendo más de las rosas blancas con motas purpuras en las
puntas, que había plantado en su casillero. Adulamos su orgullo
desacreditando cualquier otra opción para una cita. Tuvo que decir sí.

Después de explotar tres globos, abandono el comité de decoración y


comienzo a fisgonear. El primer armario que veo está bloqueado, por lo
que saco uno de mis horquillas y el clip de la pluma que escondí en el
sujetador para este propósito exacto. Consejo número 587 de un timador:
las herramientas profesionales para abrir cerraduras son buenas en la
práctica, pero son un claro indicativo si te pillan.
Como sospechaba, el armario está lleno de parafernalia de avión al azar. No
hay libro libro contable, ni Tarjeta SD, ni teléfono móvil prepago, nada. Así
que me traslado al siguiente armario y al siguiente.

He estado buscando infructuosamente durante quince minutos, cuando


viene Sam a verme.

—El baile está a punto de empezar —dice—. ¿Ha habido suerte? —Niego
con la cabeza, sintiéndome derrotada.

Levanta mi barbilla para que le mire a los ojos.

—Lo encontrarás.

—Sólo me quedan tres días. —Mi voz tiembla, pero no trato de ocultarlo.
222
No de Sam.

—Razón de más para darse un respiro. Ven a bailar conmigo.

Me río.

—¿En serio? ¿Quieres que baile en este momento? Además, ¿no deberías
estar atendiendo a Haley? —Sólo el sonido de su nombre me recuerda a
todos los “nosotros” que parecemos estar perdiendo—. ¿Qué pasó con
nosotros, Sam?

Sam me toma la mano y tira de mí hacia la pista de baile casi vacía. La banda,
confundiéndonos con una pareja, comienza una versión dulce, sensual de
Stardust. Debería sentirme incómoda, y lo hago, pero no por las razones
correctas. Debería estar preocupada porque estoy desperdiciando el poco
tiempo que me queda. Debería estar preocupada por todas las personas
que dependen de mí. En cambio estoy preocupada por lo que va a decir
Sam.

Él me conoce mejor de lo que me conozco yo misma. ¿Hay algo que de lo


que no me he dado cuenta? ¿Algo que he hecho para que nos separemos?
Empiezo a ordenar mis argumentos, porque no puedo dejar que Sam me
deje. Incluso Tyler no podría llenar el agujero abierto que Sam dejaría en mi
pecho si se va.
Sam me mueve a través del suelo con una habilidad considerable, girando
y sumergiéndome en la música. Él está presumiendo y aislándome al mismo
tiempo. Y no puedo evitar sonreír. Puede que no sea un subordinado
obediente, pero puede ser retorcido cuando quiere serlo.

Para el coro final, nos frena al suave balanceo de los otros bailarines que
también se unieron a nosotros en el transcurso de la canción.

—Olvidé que sabías cómo bailar —digo.

—Aprendí del mejor —dice en voz baja, con tristeza. Está pensando en mi
padre, y siento simpatía por su pérdida por primera vez.

—Escucha, Sam…
223
—No —dice, acercándome más a él—. Es tu turno para escuchar.

Entonces, antes de saber lo que está sucediendo, se inclina y me besa. Las


moléculas comienzan a separarse y se vuelven a conectar, galaxias enteras
se reorganizan, y todo finalmente cae en su lugar.

—Santa mierda —susurro. Soy una imbécil. Le miro fijamente, sin tener ni
idea de qué decir. Pensamientos sobre Tyler se aglomeran en mi cerebro
trastornado—. Sam.

—Te amo, Julep —dice—. Siempre lo he hecho.

La música es tan fuerte que apenas puedo oírle. Pero sé lo que está
diciendo. Mil recuerdos brotan, mil miradas, mil detalles, mil palabras. Me
lo ha estado diciendo todo este tiempo, pero no le he escuchado. No he
querido escuchar. No quería saber.

—Sam, yo... —¿Qué puedo decirle a mi mejor amigo para conservarle? De


otra forma le pierdo.

—No sé qué decir. —Su cara decae, pero no tiene oportunidad de


responder.

—¿Samuel Elliott Velasco Seward?

Las parejas más cercanas a nosotros se retiran para revelar a Mike, que lleva
un traje y una expresión sombría. Sam le mira con una expresión confusa y
no hay una sola chispa de reconocimiento de su rostro. Mi sangre se
congela. Él nunca ha visto a Mike antes en su vida.

—¿Sí? —dice Sam.

—Mike, ¿qué está pasando? —digo.

Mike me dirige una mirada de disculpa, pero no responde. En su lugar, saca


un billetera del bolsillo y la abre, mostrándonos una insignia de oro con un
águila cresta.

—Sam Seward, está bajo arresto.

224
25

EL MENSAJE
Me quedo mirando a Mike durante un momento como la marca en el lado
equivocado de una estafa, casi incapaz de procesar el pinchazo de su
traición. Pensé que Mike estaba en el nivel, que fuimos hechos del mismo
material miserable, que nos entendíamos. La triste historia sobre la
necesidad del cheque de pago; había sabido desde el principio exactamente
cómo jugar conmigo. Las lágrimas de humillación me presionan en los
párpados, pero estaré condenada si las dejo caer.

Con esfuerzo, me controlo, apretando la mano sobre la de Sam con la fuerza 225
que desearía poder utilizar en la garganta de Mike. Lanzando una mirada
afilada a Mike, saco a Sam fuera de la pista de baile, hacia el
estacionamiento. No voy a dejar que él sea humillado, también. Yo no
permitiría que Mike le esposara en frente de todos sus amigos y enemigos.
En mi visión periférica, veo a Tyler avanzando para reunirse con nosotros.

Una vez que estamos fuera, Mike nos detiene el tiempo suficiente para
leerle a Sam sus derechos. Sam no le mira a él, o a mí para el caso.

—¿Qué está pasando? —pregunta Tyler cuando trota hacia nosotros.

—… todo lo que digas o hagas puede ser usado en tu contra…

—Este traidor Benedict Arnold está arrestando a Sam.

—… Si no pueden pagar un abogado, le será nombrado…

—¿Qué? —dice Tyler—. ¿Por qué?

No puedo responderle a Tyler sin meter a Sam en más problemas de los


que ya está.

—... usted entiende estos derechos tal como los he explicado?

Sam asiente mientras Mike abre la puerta trasera de una camioneta oscura
con ventanas polarizadas.
—¿A dónde le llevas? —exijo—. No tienes derecho a hacer esto.

—CCM —dice Mike, con el rostro inexpresivo—. Y sí, lo tengo.

—No digas una palabra, Sam… ni una sola palabra. Iré a por ti.

Observo mientras la camioneta se aleja con mi mejor amigo atrapado en su


interior.

—Tengo que ir —le digo a Tyler—. Tengo que sacarle.

—Yo conduciré.

Ni siquiera doy batalla. Aprovecho desvergonzadamente el generoso


corazón de Tyler y dejo que él me lleve, a pesar de todo lo que pasó entre
Sam y yo, no hace diez minutos. El chico es o bien un santo o un tonto para 226
el castigo.

Por desgracia para Tyler, me paso los quince minutos en el coche en total
silencio, echando humo, dando con formas nuevas y creativas para torturar
a Mike “Agente Especial” Ramírez. El Molotov era demasiado bueno para
él.

***

La sala de espera en el Centro Correccional Metropolitano se parece mucho


a la habitación en el DVM, si le agregas una colección de presos con
pulseras de lujo a la espera de ser procesados.

Ver tanta gente en custodia me pone nerviosa. Vivir en el borde de un


eventual encarcelamiento, da a una persona una preventiva claustrofobia a
los espacios confinados. Especialmente espacios confinados nadando entre
policías.

—¿Por quién estás aquí? —pregunta el oficial de recepción, mirándome por


encima del borde de las gafas.

—Samuel Seward —digo—. ¿Se ha fijado una fianza ya?

—Espera —dice él. Después de unos pocos clics en el equipo, me dice que
vuelve en un momento.
Sam necesita un abogado, lo que significa padres. Su madre va a tener un
ataque de apoplejía, y seguro que nunca dejará que Sam esté cerca de mí,
ni a la distancia de un campo de futbol, después de esto. Entonces eso
podría ser pensando en lo mejor para él.

Me paseo entre las sillas de plástico atornilladas a los marcos de metal y el


pasillo que conduce a las salas de interrogatorio, mientras espero que el
oficial de recepción vuelva. Tyler sabe demasiado como para tratar de
consolarme. Se sienta pacientemente, pensativo y mirándome.

Pero el oficial de recepción no vuelve. Al menos, no hasta después de que


el padre de Sam marcha a través de la puerta del vestíbulo al mismo tiempo
que Mike escolta a Sam fuera de una de las salas de interrogatorio.
227
—Sr. Seward —digo, moviéndome para interceptar el padre de Sam—.
Tengo toda la intención de…

—¿Cuáles son los cargos? —le ladra el Sr. Seward a Mike, ignorándome.

—No hay cargos todavía —dice Mike—. Sin embargo, su hijo todavía está
bajo investigación. Espero que esté disponible para más interrogatorios.

Suelto un suspiro de alivio. Sam está fuera del atolladero por ahora. Pero
todavía parece triste y no me ha mirado ni una vez. Él y su padre parecen
estar involucrados en una silenciosa batalla de voluntades.

—Sam —digo. Pero el único reconocimiento que recibo es cuando me


aparta la mano que pongo en su brazo cuando pasa. Lo cual duele. Pero es
lo menos que merezco por haberle metido en esto.

—Lo siento —susurro a su espalda, aunque dudo que él me escuche. Sigue


a su padre fuera del edificio, y termino sudando enfermizamente al pensar
que podría ser la última vez que le vea.

Pero hay otra persona con la que todavía tengo que tratar, y no me importa
lo más mínimo que sea un agente federal y unos veinte años mayor que yo.

Fijo una mirada de policía-asesino en Mike, con la furia saliendo de mí en


oleadas. Soy consciente del hecho de que mi rabia, pelos de punta y el
maquillaje corrido me hacen parecer como una mutante post-batalla de
Marvel. Pero no puedo hacer nada con las consecuencias de la traición de
Mike.

—Felicitaciones, Mike. Has atrapado a un criminal tú solo. Bravo.

Él simplemente está ahí de pie, no me toma tan en serio como debería.

—Me pregunto por qué te molestas con el compañero cuando podrías


haber agarrado al cabecilla, pero supongo que no tenías la competencia
básica para reunir la evidencia que necesitabas. Si piensas que Sam va a
dártela, estas tristemente equivocado.

—Julep, esto no es personal.

—Es personal ahora.


228
Me hace un gesto a la habitación que él y Sam dejaron vacante. Tengo
demasiado que decir como para estallar. Así que me contengo. Mike cierra
la puerta detrás de mí.

La habitación es lo que cabe esperar de una sala de interrogatorios. Sobria,


una mesa del gobierno, dos sillas incómodas colocadas frente a frente
través de la mesa, y un “espejo” largo en una de las paredes. La habitación
está alfombrada, sin embargo hay una pequeña ventana con barrotes cerca
del techo que deja el neón de la noche derramarse en el suelo.

—Siéntate —dice Mike—. ¿Quieres un café?

La oferta me recuerda a nuestras conversaciones en el Ballou, lo que me


enfurece aún más. Me siento en el asiento más cercano a la puerta. Yo no
soy el que está siendo interrogado aquí.

—Todo lo que me dijiste es mentira.

Mike toma el asiento frente a mí.

—¿Me hubieras dado la hora del día, si te hubiera dicho que estaba
encubierto?

—Podría haberlo hecho —digo—. Cuando fuera el momento adecuado. Y


no es que te haya dicho mucho como Mike el PI.
—¿Cuando fuera el momento adecuado? —La expresión de Mike es una
mezcla de ira e incredulidad—. Si no te hubiera quitado de la vía de ese
Molotov, serías una desconocida briqueta al carbón en la morgue en este
momento.

—Te daré tu información —digo—. Eso es de lo que se trata, ¿no? Quieres


la evidencia que mi padre encontró. —Y tan pronto como la observación
está fuera de mi boca, la cabeza se me llena de preguntas que ni siquiera
consideré mientras que Sam estaba en custodia—. ¿Cómo sabes siquiera
de eso?

Mike suspira y se frota los ojos.

— Tu padre me lo dijo.
229
—Estás mintiendo. Mi padre nunca iría a las autoridades, no por cualquier
razón, nunca.

—No sé qué decirte, niña. Todo lo que sé es que tengo una serie de llamadas
telefónicas de un tipo diciendo que tenía evidencias para vincular la banda
de Petrov a una extensa red de contrabando. Que algunos altos mandos
estaban involucrados, por lo que no podía llevarlo a la policía local.

—¿Sabías todo eso y no me lo dijiste? Yo nunca habría… Literalmente me


muerdo la lengua para abstenerme de admitir que le pedí a Sam que
hackeara la base de datos del FBI. Lo último que Sam necesita es mi
confesión añadida a cualquier evidencia que Mike tenga contra él.

—No necesitabas saber quién estaba moviendo los hilos para seguir las
pistas de tu padre a la evidencia que escondió. Y no necesitaba que fueras
arrastrada fuera del curso. Si hubieras sabido que era Petrov, habrías ido
directamente a él.

—¿Por qué no fuiste tú tras él? ¿Por qué me estabas rastreando a mí en


lugar de Petrov en primer lugar?

—He estado siguiendo a Petrov —dice él—. He pinchado su teléfono, he


analizado sus registros financieros, también le he seguido, pero nunca sale
bien. Es lo suficiente astuto para mantener su negocio imposible de
rastrear; el lavado de dinero, las empresas fantasma, las obras. Y no puedo
romper su círculo íntimo. Sólo deja entrar a las personas que conoce de
hace veinte años o más.

—Menos mi padre —digo, desplomando mis hombros.

—Menos tu padre —concuerda—. Él fue el primer contratista que Petrov


contrató fuera su equipo interno.

—Pero ¿por qué te llamó mi padre? —¿Por qué no me lo dijo?

—Creo que la situación le superaba y necesitaba ayuda. Me iba a dar la


prueba la noche en que tu apartamento fue registrado, pero él nunca
apareció.

—Todavía no entiendo cómo averiguaste quién era. Incluso si quería tu


230
ayuda, él nunca te habría dado su nombre.

—No me dio su nombre, Julep —dice Mike en voz baja—. Él me dio el tuyo.

Cierro los ojos.

—Quería que usted me protegiera.

—Sí, aunque si él la hubiera sacado de la ecuación, y me hubiera enviado


una ubicación directa para lo que sea que encontró, habrías estado más
segura que conmigo sólo vigilándote.

Niego con la cabeza, apoyando las manos sobre la mesa de metal entre
nosotros.

—Él no te podría enviar las pruebas o su ubicación sin correr el riesgo de


interceptación. Es por eso que la escondió de forma que sólo yo pudiera
encontrarla. Era su póliza de seguro contra Petrov dejándome fuera de la
mera posibilidad de que yo supiera demasiado. Además, tú no eres el único
a quien le dio detalles de Julep.

El frío de la tabla se filtra en mis manos, haciendo que se sientan


desconectadas, más pesadas. Pero no puedo sacar a relucir el deseo de
moverlas. Son la única parte de mí que no es insensible.

—¿Por qué arrestaste a Sam? —pregunto.


—Violó la ley.

—¿Por qué le arrestaste realmente?

Mike mira hacia abajo, la única señal de que le he desestablilizado durante


toda la conversación.

—Te estabas acercando demasiado a Petrov. Cada vez que dabas algún
paso en ese sentido, era porque Sam lo había hecho posible. Le saqué para
protegerles a ambos.

Otra cosa encaja en su lugar.

—Le dijiste a la Decano. Acerca de mi padre. Así traería a la trabajadora


social y me pondría bajo el cuidado padres adoptivos, para apartarme de tu
231
camino.

Él no responde, que es toda la respuesta que necesito.

—Arruinaste mi vida —digo.

—Lo sé —dice.

Me empujó hacia arriba, el frío de las manos se extiende a mis muñecas.


Espero que llegue a mi corazón antes de que olvide lo que es la sensación.
Prefiero estar helada que no sentir nada.

Salgo por la puerta al pasillo demasiado brillante. Mike me sigue fuera.

—Una cosa más —digo, mirando hacia atrás—. ¿Por qué me dijiste que Sam
te contrató? ¿Por qué no me dijiste que lo hizo mi padre?

Las manos de Mike están en los bolsillos, en su rostro una imagen de


disgusto.

—Necesitaba que sintieras lástima por mí, así me mantendrías en órbita.


Con tu padre fuera, no tenía la excusa de un salario.

Clásica estafa del Prisionero Español, y caí en ella como una total novata.
Asiento hacia Mike, reconociendo su victoria.

Me escabullo en la sala de espera, mi ira ahora atemperada con pesar e


ignominia. Tyler me mira y se pone de pie de un salto.
—¿Estás…?

—Sólo vámonos.

No miro hacia atrás a Mike mientras salgo por la puerta. No le voy a dar la
satisfacción.

Tyler me sigue hasta el estacionamiento.

—Julep —dice, agarrándome por el brazo y girándome para encararle—.


Háblame.

—Hay demasiado en juego, Tyler… demasiado en juego, y sigo tomando


decisiones estúpidas.

Me apoyo en el R8, lejos de él. Sé que estoy hiriendo sus sentimientos, pero 232
no lo merezco. Y no le voy a creer cuando diga que todo va a ir bien.

—Entonces detente.

Parpadeo hacia él, desorientada.

—Deja de tomar decisiones estúpidas. —Abre la puerta del lado del


pasajero para mí.

—No puedes hacer nada respecto de lo que ya ha ocurrido. Adáptate.

Le sonrío débilmente.

—Eso suena como algo que diría mi padre.

Él me devuelve la sonrisa, a pesar de que la preocupación aún nubla sus


ojos.

—Lo leí en la parte posterior de una caja de cereales.

—Gracias —digo—. Necesitaba eso.

—¿Y? ¿Ahora qué?

Tengo que arreglar las cosas con Sam. Tengo que encontrar la evidencia en
contra de Petrov. Tengo que rescatar a las prisioneras de Petrov. Pero
primero lo primero.
—La pista —digo—. El tiempo se acaba.

***

Cuando regresemos al hangar, el baile está en pleno apogeo. Camino a


través de parejas convulsionando en la pista de baile con las luces
estroboscópicas y los sonidos de un DJ mezclando música de nuestra
generación. Estoy agradecida de habérmelas arreglado para, al menos,
minimizar el daño a la reputación de Sam, aunque sería una tonta si pensara
que el chisme no iba a correrse, y rápido.

Tyler y yo retomamos la búsqueda donde la dejé, buscando a través de


contenedores y armarios, rastreando a través de las herramientas y partes
de la hélice. Pero nada se ve de forma remota fuera de lo ordinario.
233
La música es demasiado fuerte para que podamos llevar gran parte de una
conversación. Tyler actúa de manera normal como es Tyler, a pesar de todo
lo que ha ocurrido esta noche. Pero tengo la sensación de un espacio entre
nosotros que no estaba allí antes, como si estuviera guardándose algo.

Caminamos hacia la pequeña oficina de la esquina en la que deben


mantener la mayor parte del papeleo para las operaciones del hangar. Abro
la cerradura de la puerta, con la esperanza de que los acompañantes estén
lo suficientemente enfrascados por ahora como para fijarse en nosotros.

El hangar está cálido por los cuerpos y los calentadores de espacio, pero la
oficina en sí no lo está tanto, ya que la puerta se ha cerrado y bloqueado
durante toda la noche. Cuando entramos, mis ojos se asientan en el lugar
exacto donde se esconde la última pista. Lo hizo tan obvio que estoy
sorprendida que todavía este aquí. Cualquier persona con siquiera un
indicio de la delincuencia sabe que el poster de Carlito’s Way es siempre un
escondite para contrabando. Se refería a él como un mensaje: Una vez que
estás en el juego, estás dentro hasta el gran sueño.

Mi ira vuelve; a mi padre por esta farsa ridícula, a Mike por su traición, a
Petrov por arruinar todas mis posibilidades de tener una vida decente, a mí
misma por dejar a esas chicas detrás con miedo por mi propia seguridad.
Camino a través de la pequeña habitación y arranco el cartel de la pared.
No estoy segura de lo que esperaba. Un trozo de papel con otra pista,
supongo. Pero en cambio, hay un agujero perforado en la pared. Tomando
una respiración profunda, empiezo a sacar los trozos más grandes de placas
de yeso, dejándolas caer en el suelo. Cuando entro, mi mano cepilla un tallo
fino, delicado. Con cuidado, extraigo la cáscara seca de una rosa, muy bien
conservada, pero completamente muerta. Y peor aún, ninguna nota.

Tan pronto como lo veo, todo se vuelve devastadoramente claro, como una
soga alrededor de mi garganta. Como una pistola humeante.

—¿Julep? —dice Tyler, estabilizándome con una mano en mi brazo.

—Sé dónde está la evidencia.

Tyler se congela. 234


—¿Dónde?

Le miro, con mi corazón latiendo y destrozándose. Me derrumbo, y Tyler se


hunde en el suelo junto a mí, me envuelve en sus brazos mientras lloro.

La razón por la que las pistas nunca parecían estar llevándome a algún sitio,
es porque nunca hubo un lugar al que ir. Mi padre nunca encontró nada.
Nunca hubo un libro de contabilidad oculta o una confesión grabada o una
intervención telefónica o nada.

Las pistas que dejó no fueron un camino para un premio. Eran un mensaje,
y la rosa es la frase final. Incluso sin una nota, sin ninguna palabra en
absoluto, dice todo lo importante, todo lo que hay que decir entre mi padre
y yo.

Dice que me ama. Más que a cualquier otra cosa. Y que nunca va a volver.
26

EL PLIEGUE
Meto otro bocado de los huevos grasientos de la cafetería en mi boca y me
obligo a masticar y tragar. No he consumido nada más sustancial que un
paquete de Cheetos y un poco de café en los últimos dos días después del
baile, y estoy empezando a perder la cordura. En lo que de últimas comidas
se refiere, podría ser peor.

No es que pueda darme el lujo de pagar por ello. Tuve una larga,
desalentadora charla con mi cartera esta mañana. Estoy mirando a un dólar
con treinta y siete para cubrir este generoso festín. Mike congeló mi cuenta 235
bancaria; alguna basura acerca de ser una “evidencia” en el caso contra
Sam. Está tratando de impedir que haga algo estúpido, pero por desgracia
para él, no necesito dinero para hacer algo estúpido.

La puerta suena mientras otro patrón entra en el comedor. Me asomo por


encima del hombro y me doy cuenta de sus gafas de pasta gruesa, sombrero
de camionero, una camiseta de I HEART IRONY, y un bigote imponente.
Camina hacia el mostrador donde resulta que estoy sentada. Él es perfecto.

Me pego una sonrisa y alzo el café mientras ordena el especial plato-azul.

—Por lo menos está caliente —digo, y tomo un sorbo.

—¿Perdón? —dice, mirando a su alrededor para asegurarse de que no estoy


dirigiéndome a otra persona.

—El café. —Hago una mueca—. Si este viento nunca deja soplar, será un
milagro. ¿Pero conseguir una buena taza de joe de este lugar? Eso
requeriría la segunda venida de Cristo.

Se ríe. Suena libre, abierto; la inocencia de la ironía, a pesar de la camiseta.

Guiño el ojo a su sombrero y sonrío, fingiendo una inocencia que coincida


la suya.
—Bueno, no es Agripa, eso es seguro —él concuerda. La camarera le dirige
una mirada agria pero pasa sin comentarios.

—Ah, Agripa. Templo de los dioses del café. Lástima que está en el otro lado
de la ciudad.

Conversamos durante unos minutos a la espera de su desayuno— así como


otras tonterías. Estoy en busca de un estado de ánimo alegre aquí, así que
me alejo de temas tópicos como la política y el trabajo, y me centro más en
comentarios ingeniosos diseñados para divertir.

Cuando la camarera le entrega su plato, pongo mi taza sobre el mostrador


entre nosotros.

—Tengo una propuesta para ti —digo, sonriendo—. Pero voy a tener que 236
pedirte prestado el sombrero.

—¿Me quito el sombrero?

Extiendo la mano para ello. Parece desconcertado pero curioso. Cuando me


entrega el sombrero, lo bajo sobre mi taza todavía casi llena.

—Te apuesto el precio del desayuno a que puedo beber toda esa taza de
café sin tocar el sombrero.

—De ninguna manera.

—Sí, puedo. Es real. Lo aprendí de un swami en una gira de promoción.

—Está bien, tú lo quisiste.

Cierro los ojos y para hacer mi mejor imitación de la pose swami, los
pulgares tocándose con los dedos del medio, mi cara alzada hacia el
nirvana, y haciendo un ruido zumbido profundo en la garganta. Entonces
trago tres veces. Abro los ojos y sonrío.

—Todo hecho.

—Está bien.

Me encojo de hombros.

— Es cierto. No puedo hacer nada si no me crees.


Entrecierra los ojos, pero sigue sonriendo.

—No hiciste nada.

—Sólo hay una manera de averiguarlo.

—Bien.

Levanta el sombrero de la encimera, dejando al descubierto la taza todavía


casi llena. Yo tranquilamente la tomo y bebo el contenido.

—¡Hey!

Le sonrío.

—Nunca toqué el sombrero.


237
Me levanto para irme, señalando a la camarera con mi cabeza que la presa
fácil pagará la factura.

—Caí directamente en esa, ¿no? —dice, ya asumiendo la responsabilidad


de que lo desplumé.

Saco el dólar treinta y siete centavos y lo dejo en el mostrador.

—Para el café —digo, y salgo por la puerta.

Tomo el L24 y me dirijo a la escuela. No he hecho nada de mi tarea de fin de


semana, pero no tengo planes de asistir a ninguna de mis clases. Me
pregunto ¿cuál es el punto si hay una posibilidad bastante decente de que
no voy a vivir mucho más de las próximas veinticuatro horas? Pero tengo
un lote de identificaciones que entregar. Parece que todo lo que hago estos
días es hacer estas tarjetas ridículas. No es que pretender ser alguien que
no eres vaya a llevarte a ningún lugar bueno. Mírame a mí, quiero decírselo.
No cometas el mismo error.

Pero su dinero es verde, y no me escucharán de todos modos.

24
N del T: L, Tren L de Chicago
Ya han pasado más de dos días desde que Sam se molestó, y no contestará
a ninguno de mis textos, correos electrónicos o llamadas. Nunca he estado
tanto tiempo sin al menos un texto de él.

No estoy segura de cómo darle espacio, o si debo, o si he arruinado su vida.


En un largo, incoherente correo de voz, le pongo al corriente de mi
descubrimiento de la rosa. No sé si lo quiere saber, ni siquiera si está
recibiendo mis mensajes. Pero pensé que le debía esto.

Mientras tanto, Tyler ha estado fuera de la ciudad por los campeonatos. Se


ofreció a inventar algún tipo de enfermedad y quedarse conmigo, por lo
molesta que estaba por el asunto de la rosa.

Le dije lo que quería decir cuando me estaba volviendo a casa esa noche.
238
Me preguntó varias veces si estaba segura. Pero, por supuesto, estoy
segura. La única vez que mi padre me llamaría por mi nombre real, es si
estuviera diciéndome adiós.

En cualquier caso, yo no dejaría que Tyler se saltara el juego. Yo no voy a


ser responsable por arruinar su vida, también. Con Petrov respirando en mi
cuello, está mucho mejor cuanto más lejos de mí pueda estar. Además, soy
un artista de la estafa. Por mucho que me gustaría no serlo, todavía soy
todo humo y espejos. Puedes amar a una ilusión, pero la ilusión no te puede
devolver el amor. Incluso queriendo hacerlo.

Miro por la ventana del L mientras el tren pasa todos los puntos de
referencia familiares. Estoy bastante segura de que una vez que me libre de
la mayor estafa de mi vida, no voy a volver a verlos.

Y eso va para ambos Tyler y Sam. Incluso si me las arreglo para evitar un
disparo durante las próximas veinticuatro horas, mi vida seguirá acabada.

Envío un texto a Heather. Unos segundos más tarde, mi teléfono suena con
un texto de respuesta. Reviso el mensaje y luego lo borro.

Cuando llego a mi parada, camino a través de las puertas correderas y tiro


el teléfono a las vías.

Diez minutos más tarde, me paseo por el campus, haciendo caso omiso de
las hojas que soplan, el parloteo de mis compañeros de clase, la sensación
agitante que tengo justo antes de morder más de lo que puedo masticar.
¿Recuerdas cómo he explicado al principio que todo el mundo tiene algo en
su pasado de lo que no están orgullosos? Bueno, estoy a punto de
convertirme en una casa de vidrio. Esperemos que la lapidación no sea tan
dolorosa como suena.

Mi plan es bastante simple, pero como con la mayoría de las estafas, se


trata en gran medida de apostar por la capacidad para prever todas las
reacciones posibles por parte de las otras personas, sin que ellos sospechen
nada. Bastante fácil con extraños, más duro con la gente que te conoce.

Si eso parece contrariado, no me culpes. Yo lo digo como lo veo.

Cuando llego a la segunda planta, mis pies disminuyen su propio ritmo. Pero
239
ha llegado el momento de terminar con esto. Las personas confían en mí.
Sam se merece a alguien mejor que yo. Y Tyler pondrá los pies en la tierra.

Entro en la oficina exterior de la Decano; mi mochila, llena de


identificaciones ilegales, golpes contra el marco de la puerta. Heather está
de pie en la fotocopiadora, y sus ojos se vuelven enormes cuando me ve.

—¿Qué estás haciendo aquí? —me articula. Le doy una pequeña sonrisa de
disculpa, pero por lo demás la ignoro mientras abro la puerta de la oficina
de la Decano y me meto en la guarida del león.

Vacío mi bolsa de tarjetas en su escritorio.

—Tengo una confesión que hacer.

Veinte minutos más tarde, estoy sentada frente a la oficina de la presidente


mientras la Decano, el jefe de seguridad, y varios miembros de la junta,
deciden qué hacer conmigo. Yo imagino mi teléfono, bajo el L, brillando
como un árbol de Navidad por los textos de Heather.

Me siento mal —sí— por tirarla a ella y a los demás bajo el autobús. Pero
hay más en juego aquí que los privilegios de las fiestas. Y sí, ya sé que es
más que eso. Estoy jugando con su futuro, nuestro futuro. Pero es la única
manera en que seré capaz de vivir conmigo misma. Tengo que terminar lo
que empezó mi padre.
—¿Srta. Dupree?

Al fin. Sigo al asistente ejecutivo dentro de la oficina de la Hermana


Rasmussen, la alfombra de felpa enmascara los pasos de la sentencia, como
diría Sam. La puerta se cierra detrás de mí con un clic, y las miradas de cinco
adultos en diversas etapas de horror se asientan en mí.

De todos ellos, la Hermana Rasmussen debería ser la más furiosa. En última


instancia, el comportamiento de los estudiantes, la reputación de la
escuela, y más importante, la fuerza del legado recae en sus hombros. Pero
ella parece la menos molesta de los cinco. Su expresión dice que está
preocupada pero curiosa. Que no es lo que yo esperaría. Sería mejor para
mí si estuviera furiosa. La ira está casi siempre basada en el miedo, y el
miedo es la emoción más fácil de manipular. Pregúntale a cualquier político 240
o pastor.

La Decano es la primera en hablar.

—Ésta es su oportunidad de abogar por su caso. Yo no…

—Creo que sería favorable que yo hablara con la Srta. Dupree en primer
lugar —interrumpe la presidenta, saliendo de detrás de su escritorio y
suavemente guiando a los otros miembros de la junta, entre ellos la
Decano, fuera al pasillo. —Gracias. Los llamaré a todos en un momento.

Luego se cierra la puerta y con calma regresa a su silla. Me obligo a abrir los
puños. No ganaré nada actuando nerviosa. Pero la hermana Rasmussen es
una de las demasiados piezas en mi plan inestable. Y ella es sobre quien
menos poder tengo.

—Puedes hablar con libertad —dice, señalando una de las sillas que acaba
de desocupar.

Me siento, porque ella me lo pidió.

—Tengo que pedirle un favor —digo.

Ella se ríe.

—Rompes tres de las principales reglas de la escuela, por no hablar de la


ley, en gran escala, ¿y lo primero que dices es que necesita un favor?
—De acuerdo con esas mismas normas, usted tendría que expulsar a cada
uno de los estudiantes con las licencias falsas de conducir. Además de los
otros cincuenta o más alumnos que puedo nombrar a quienes también les
he creado falsificaciones. ¿Estoy en lo cierto?

La presidenta se reclina en su silla, juntando las manos y mirándome como


si estuviera tratando de resolver un enigma.

—¿Por qué haces esto? —pregunta.

Ignoro la pregunta.

—Si se expulsa a más de cien estudiantes, eso es casi como la décima parte
de la población escolar. Habría que cerrar la escuela sin el dinero de la
matrícula. 241
—Tenemos suficiente para cubrir el déficit hasta que inscribamos más
estudiantes.

—Incluso si eso es cierto, la reputación de la escuela se arruinaría. O al


menos sería un golpe duro. Los alumnos perderían su apoyo financiero, los
padres llevarían a sus niños a otro lugar, tendrían más dificultades para
reclutar nuevos estudiantes. Y todo sería por nada.

La presidenta absorbe todo esto, aún imperturbable. Ya debe de haber


considerado todo esto. ¿Eso significa que tiene listo otro plan? Tiene que
aceptar mi alternativa, o nada de esto va a funcionar.

—Asumo que usted está trayendo esto a colación porque desea ofrecer una
solución.

—No expulse a nadie todavía —digo—. Conozco una manera en que


pueden pagar su deuda a Saint Agatha y mantener el honor, y las finanzas
de la escuela intactos.

—Voy a tener que expulsar a alguien. La junta está sedienta de sangre, y la


Decano tiene más poder con ellos de lo que creo que has negociado.

—Dele a la Decano lo que realmente quiere, y no tendrá que expulsar a


nadie.
—¿Te refieres a entregarte a ti?

No digo nada, pero no tengo que hacerlo.

—Pregunto de nuevo, ¿por qué haces esto?

—Tengo una deuda que pagar, también —digo—.¿Puede usted


mantenerlos a raya hasta que yo piense en algo? Un par de días a lo sumo.
Si no lo hago para entonces, usted puede hacer lo que considere mejor para
la escuela.

—Yo siempre lo hago —dice ella—. Te voy a dar hasta el final del día de
mañana.

Asiento y me siento un poco más erguida en la silla.


242
—Ahora, acerca del favor...

—¿Ese no era el favor?

—Esa fue una solución a su problema —digo—. Ese fue mi favor hacia usted.
Ahora tengo que pedirle un favor a cambio.

—Estoy ansiosa por escucharlo —dice ella.

—Necesito quinientos mil dólares.

***

Diez minutos más tarde, la hermana Rasmussen me deja salir por una
puerta que rara vez se utiliza, que va desde su oficina directamente al
pasillo, sin pasar por la sala de estar y sus lívidos habitantes. Siento como si
hubiera estado metiendo una vara en un nido de avispas. A veces puedes
escapar sin ser picado si eres lo suficientemente valiente. Por supuesto, en
mi caso, la picadura vendrá más tarde.

Atrapo a mi próxima víctima mientras camina hacia el comedor.

—Murphy —llamo, haciéndole señas con la mano hacia un rincón fuera del
pasillo principal. Cuando se acerca lo suficiente para oírme sin que grite, le
digo —¿Lo conseguiste?

Él asiente y me entrega el paquete.


—Me debes cincuenta dólares, además de los doscientos para el
convertidor que tu “perdiste”.

Por mucho que me gustaría estar a mano con él, probablemente voy a tener
que debérselo por un tiempo.

—¿Lo instalaste?

Él suspira, con cara de preocupación.

—Sí, pero realmente no creo que sea una buena idea. No es lo


suficientemente preciso, y tienes que estar cerca.

—Gracias, Murphy. —Aprieto su brazo—. Eres un salvavidas.

Murphy murmura algo en respuesta, con los ojos cautelosos. Pero ya no 243
estoy junto a él y estoy en camino a mi siguiente misión.

Dejo la escuela y tomo un surtido de autobuses a un pequeño centro


comercial entre el centro y los barrios más pobres. Ignorando la sala de
espera llena, paso despreocupadamente el escritorio de la recepcionista sin
registrarme. Para dar testimonio de que la oficina tiene exceso de trabajo
la recepcionista ni siquiera alza la mirada, y mucho menos protesta.

Las filas de mesas llenas de papel y separados por paredes de cubículos en


un intento superficial de preservar la privacidad del cliente no hacen nada
para ocultar mi objetivo.

Incluso sin indicaciones, reconozco su escritorio inmediatamente. Puedo


ver su exterior lleno de marrón desde aquí.

Me siento en la silla vacía al lado de su escritorio, y ella levanta la vista con


sorpresa

—¿Puedo…?

—Sra. Fairchild, ¿verdad? Mi nombre es Julep Dupree. En realidad, no lo es.


Pero eso no viene al caso. Espero que usted me pueda ayudar.

Después de una conversación de veinte minutos, estoy a otra tarea más


cerca del ultimátum de Petrov. Una parada más antes de quitarle la casa de
caza al cazador.
***

Aparentemente, uno puede entrar directamente al ascensor del FBI,


presionar un botón, y caminar en el ala del crimen organizado del edificio
sin mucho más que una mirada de alguno de los hombres de traje rodeando
el nivel. No esperaba eso, a decir la verdad. Pero tampoco me quejo.

Entro en la oficina de Mike y cierro la puerta, toda mi rabia por su traición


sigue presente y con justa causa. Pero a pesar del dolor y la rabia que se
agitan en mi pecho, le necesito a él tanto como él me necesita a mí. Odio
necesitarle, pero así es.

—Puedo entregarte a las ucranianas —digo.

—Julep —dice, derramando el café sobre su camisa blanca de botones—. 244


Maldita sea.

Limpia el reguero con una servilleta de McDonalds que saca de una gaveta,
lo que sólo hace que la mancha empeore.

—¿Cómo entraste aquí? —refunfuña.

—Caminé. ¿Las quieres o no?

Mike alza su receptor del teléfono. Zafo el cable del teléfono antes de que
pueda llamar a alguien.

—¿Qué demonios? —me grita Mike, reemplazando el auricular ahora inútil.

—Puedes llamar a la caballería cuando hayamos terminado aquí.

—Tú no eres la que va a tomar esa decisión.

—Yo lo haré, si quieres lo que tengo.

Mike se levanta y cruza los brazos, frunciendo el ceño intimidantemente.


Ya veo por qué el FBI le utiliza de encubierto. Pero hay tantas cosas más
importantes que deja de fruncirme el ceño. Tengo que desequilibrarle para
que no tome el poder. Necesito su ayuda, pero no puedo dejar que él tenga
la última palabra. No en esto.

—¿Dónde están?
—A salvo —digo—. Por ahora.

—¿Qué quieres?

Saco una pluma del soporte en su mesa y se la doy.

—Vas a necesitar esto para escribir.

***

Sintiéndome más ligera, salgo del edificio del FBI tan sólo diez minutos más
tarde, felicitándome a mí misma porque hasta ahora todo va de acuerdo al
plan. Si esto sigue así, de hecho podría sacarnos a todos de esto con
mínimos daños colaterales.

Tan pronto como el pensamiento entra en mi cabeza, sé que he condenado 245


a todo al infierno.

Y por supuesto, en ese momento, me encuentro con una conocida criminal


de chaqueta negra. Miro a los ojos azules de Dani, fríos como siempre pero
traicionando su preocupación.

—¿Qué pasa? —pregunto, aunque estoy bastante segura de que no quiero


saber la respuesta.

—Petrov tiene a tú amigo Sam.


27

EL TIMO
—¿Podemos hablar de esto?
Dani me ignoraba, acelerando el Chevelle aún más de la velocidad
permitida. Había estado tratando de razonar con ella durante diez minutos,
pero la lógica, el soborno y la manipulación no parecen funcionar. En este
punto, recurrí a la súplica.
Gira a la izquierda para tomar la I-90.
—No hay lugar al que puedas llevarme donde él no me encuentre una vez
que sepa que tengo pruebas. Sabes eso.
246
—¿Mejor llevarte directamente a él? ¿Ese es tú mejor plan?
Se dirige la interestatal más cercana, sin saber o importarle que
prácticamente me estuviera secuestrando.
—Todo lo que necesito son diez minutos con él y todo terminará. Lo juro
Dani.
—Le tomará menos de diez segundos poner una bala en tu cabeza.
—No va a llegar a eso. Él no hará algo tan drástico hasta no tener la
evidencia en sus manos.
Su respuesta es un rugido del motor mientras presiona más el acelerador.
—Esto es ridículo. Estas arriesgando tú vida por nada.
—No es por nada. —murmura casi demasiado bajo para escuchar sobre el
sonido del motor—. No puedo salvarles. Pero a ti... a ti te puedo salvar.
—Pero puedes salvarles. —Aprovecho la pequeña abertura—. Lo tengo
planeado. Puedes salvarnos a todos, sólo tienes que llevarme al almacén.
—Incluso si te las arreglas para hacer caer a Petrov y a toda su gente, no
puedes salvar a todas esas chicas. Te dije eso. Deportación, prisión, campos
de refugiados, si tienen suerte.
—Puedes salvarlas. —Toco su brazo—. ¿Confías en mí?
Afloja el acelerador.
—Tú padre no quería que te involucraras en eso. Debes respetar sus deseos.
—Obviamente no conoces a las adolescentes americanas. —digo
intentando ocultar mi dolor detrás de una sonrisa sarcástica—. Puedo
hacerlo Dani. Soy la única que puede.
Puedo decir que por su inclinación de hombros, su pequeña mueca y el
hecho de que no me miraba, que se estaba rindiendo. Me hundo en el
asiento mientras ella cambia de carril para dirigirse al almacén. El resto del
viaje lo hacemos en silencio, lo que me da tiempo para ensayar el plan.
Sam, yo no planeé esto. Al menos no en términos de negociación con
Petrov. El jefe de la mafia ha intensificado su juego, lo que significa que está
cansado de esperar por mí. Es probable que esté preocupado porque 247
incumplí nuestro trato y le estoy tirando a los federales. Tiene razón. Pero
siempre y cuando él no lo sepa con certeza, Sam estará a salvo.
Por desgracia, eso no me hace sentir mejor. Todo esto es culpa mía. Sam
está en la línea de fuego por mi culpa. Si lo hubiera mantenido fuera de esto
nunca lo habrían arrestado, ni habría estado en el radar de los Petrov, y no
estaría metido en este lío. Probablemente nunca me hablará de nuevo, y
romperá lo que queda de mi corazón.
—No me has preguntado cual es mi plan. —digo al tiempo que aparcamos
en el callejón al lado del almacén de los Petrov.
—No necesito saberlo para evitar que te disparen. Solo tengo que
mantenerte fuera del camino de las balas.
Abre la puerta con un chirrido y sale, en silencio prepara su arma, salgo
también y recojo mi cabello en un moño desordenado clavándolo en mi
cabeza con la pluma en mi bolsillo. Trato de no concentrarme en el arma de
Dani.
La sigo, pero no es el almacén en el que habíamos estado. En su lugar me
lleva a uno más pequeño al lado de este. Nos colocamos entre las filas de
cajas de madera que están apiladas en la parte trasera del edificio, donde
están las oficinas.
Mientras camina, su mirada parece estar en todas partes. Sostiene la pistola
hacia abajo pero preparada. Quiero decirle que la aparte, que un matón de
Petrov empuñando un arma contra él solo hace parte de mi plan, pero no
quiero correr el riesgo de perder más tiempo discutiendo.
Oigo el leve zumbido en una fracción de segundo antes de que todas las
luces del edificio se enciendan. Resisto la tentación de ocultarme en la pila
de cajas más cercana.
Estoy aquí para hacerle frente a Petrov, no para merodear con la esperanza
de tomarle por sorpresa. Además las luces son lo suficientemente brillantes
como para disolver todas las sombras, dejándonos como ratas sin lugar a
donde ir.
—Qué bueno volver a verte querida —dice Petrov desde algún lugar encima
de nosotras.
Seis de sus matones salen de entre las cajas y nos rodean. Mantienen la 248
distancia pero su presencia se siente como una amenaza. A Petrov le gusta
hacer alarde de su poder. Y sí, tengo la intención de usar eso a mi favor.
Entorno los ojos frente al resplandor de los dos focos que están a unos
quince metros por encima de nosotros. Petrov se está inclinando sobre la
barandilla, frente a ellos.
—Bonita entrada —le digo—. ¿Cuántas veces la practicaste?
—Tsk, Tsk. El sarcasmo es difícilmente una estrategia eficaz de negociación.
Pero desde luego, tampoco va a volver a ninguna de mi gente contra mí.
—¡Déjame ir! —Dani lucha con dos de los matones de Petrov que
mantienen sus brazos en la espalda.
—Ahora que mi traidora Pitt Bull está siendo retenida —continúa—, me
siento más cómodo procediendo con la conversación.
La silueta de Petrov se separa de la barandilla y se mueve hacia abajo de la
estrecha escalera de metal cerca de la esquina de la habitación. Asiente con
la cabeza hacia un hombre delgado, pelirrojo y con pecas, que me registra
los bolsillos en busca de rifles. No hay nada que pueda encontrar, me
deshice de mi teléfono, Sam todavía tiene mi arma y la decano confiscó mi
mochila.
El pelirrojo dice algo en ucraniano que probablemente significa Está limpia.
Luego espera a cierta distancia su siguiente orden.
—Espero que perdones mi rudeza —le digo a Petrov—. Realmente debería
tenerte noqueado.
—Lo haré si perdonas la mía. Realmente no debería haberle disparado a tu
padre.
Un golpe bajo, pero ya lo esperaba. Todavía guardo mi última pizca de
esperanza de que esté vivo, una esperanza que es más un sentimiento que
una decisión consciente.
Petrov sonríe al ver el choque emocional en mi cara. Levanto la barbilla y le
contemplo con expresión de desprecio. Puede tener el poder de matarme
pero yo sigo teniendo las cartas.
—Creo que tienes algo mío —dice
—Y tú algo mío. ¿Qué tal un trato?
249
Se encoge de hombros.
—Depende de lo valioso que sea. Si no vale la pena puedo lanzar a tú amigo
al canal con el resto de la basura.
Su golpe tiene menos fuerza en esta ocasión. Las palabras tienen poder,
nadie lo sabe mejor que un estafador, pero si se persiste en la misma idea
disminuye su fuerza. La primera vez que estás expuesto a un virus, éste
puede matarte. Pero si te expones en pequeñas dosis al virus, con el tiempo
desarrollas inmunidad. Además, Petrov no tiene nada más con que
golpearme, eso ya lo ha hecho antes. Lo que significa que Sam está
probablemente bien. Ese conocimiento actúa como un escudo contra los
aguijones de Petrov sobre mí padre.
—Oh, creo que apreciarás el significado del mensaje que mi padre me dejó.
Es cierto. Petrov lo agradecería pero no en el sentido en lo estoy insinuando.
—Una vez más, depende del contenido. La mayoría de la información es
bastante fácil de enterrar. Ayuda tener amigos en lugares altos.
—Los amigos son importantes. —Estoy de acuerdo—. Por eso quiero el mío
de vuelta.
—Dime lo que tú padre tomó de mí y tal vez seas digna de una o dos
extremidades.
—Averiguó porqué necesitas los documentos falsificados. Hizo un video del
almacén de rehenes.
Petrov resopla.
—El almacén no está mi nombre, no pueden conectarlo a mí de ninguna
manera. Además, ahora que lo sé puedo mover el producto antes de que
las autoridades puedan ver el video.
—También grabó una llamada telefónica con uno de tus distribuidores. No
la he escuchado todavía pero mi imagino que hay un montón de
información valiosa sobre tus prácticas de negocios.
—Eso podría darte un brazo o una pierna. Pero con todo el software de
edición de estos días, así como la insistencia de la justicia con las cosas
molestas como la cadena de custodia de las pruebas electrónicas, sería un 250
gesto generoso de mi parte.
—Muy bien, entonces. ¿Qué pasa con los extractos bancarios?
Petrov no se movió, pero su rostro se puso pálido.
—Quiero verlos.
—No soy tan estúpida como para traerlos conmigo. Y, de todos modos, creo
que me he ganado una prueba de vida.
Petrov hace un chasquido y el pelirrojo se va. Nunca entenderé como los
chicos malos pueden comunicarse solo con una serie de pequeñas señales
como esas. Siempre tengo que explicar con mucho detalle para que mis
subordinados entiendan las órdenes. Tal vez tengo secuaces defectuosos.
O tal vez estoy perdiendo la cabeza. Enfócate Julep.
El pelirrojo regresa con un Sam herido y con las manos atadas frente a él
con una brida.
—Sam —digo dando un paso en su dirección sin poder detenerme.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Una de sus mejillas está hinchada y su
mandíbula muestra indiciosos de un gran moretón, pero por lo demás
parece intacto. No hay huesos rotos visibles, gracias a Dios.
—Suficiente —dice Petrov demandando mi atención. Una vez me he vuelto
hacia él su ceño se frunce con una sonrisa psicótica.
—Lo siento por dañar tu propiedad querida, pero se estaba haciendo pasar
por un técnico de computadoras con la intención de robar mis archivos.
Idiota Sam. Tiene suerte de que probablemente yo no salga de aquí con
vida. Si lo hago, voy a matarle.
—Déjale ir y te daré todos los extractos bancarios —digo.
Su sonrisa se profundiza.
— ¿No deberías también negociar tu propia liberación?
—Conozco el juego. Sé que estoy potencialmente perjudicada con estas
declaraciones. Lo he visto. Déjale ir y podrás tener la evidencia y a mí.
—¡No! —Dani renueva la lucha con sus captores. Sam sabiamente se queda
callado. Él sabe que tengo uno o dos Ases que no he jugado aún. 251
—Dani. — Le lanzo una mirada severa. Ella se queda quieta pero con el ceño
fruncido tanto a mí, como a cualquier persona.
—¿Tenemos un trato? —Le pregunto a Petrov—. Es una oferta con tiempo
limitado.
—No lo hagas Petrov. —Una voz autoritaria y familiar se une a la fiesta—.
Ella no tiene nada. Está mintiendo.
El senador Richland entra dando grandes zancadas desde el refugio de la
puerta, con Tyler a su lado.
28

LA ÚLTIMA ESTAFA
Tyler.
No hay una palabra suficientemente fuerte en el diccionario que describa
como me siento en ese momento. Traicionada no es del todo correcta,
porque debería haberlo sabido. Humillada está cerca pero no cubre la
angustia que rasga a través de mi pecho. Furiosa podría funcionar, sino
fuera el hecho de que a pesar de todo todavía quiero arrojarme a sus brazos
y que me diga que todo va a ir bien.
Pero nada iba a estar bien. Todo se fue al infierno. Mi estafadora interior
252
está luchando por llegar a algún tipo de giro para salvar la situación. Pero
con mi corazón derrapando en la pared, toda mi fuerza, y con ella mi súper
poder de estafadora, simplemente desaparece.
Es hilarante y terrible al mismo tiempo, cuando se piensa en ello. Soy muy
mala en escoger adecuadamente a la gente en quién confiar. Lo sabía. Sabía
que no tenía sentido que Tyler insistiera tanto en ayudarme. Bueno, ahora
todo tiene sentido. Todo este tiempo él me estaba espiando de parte de su
padre y de paso de parte de Petrov.
Los ojos marrones de Tyler, generalmente suaves, se clavan en los míos.
Está intentando decirme algo, deseando que yo le entienda. Pero los
caballeros de brillante armadura no aparecen en el punto de no retorno y
traicionan a sus damiselas en apuros. Simplemente no lo hacen. Y es en
todo lo que puedo pensar durante varios segundos Pero me gritaste por no
confiar en ti. ¿Es realmente posible ser en tan hipócrita? Entonces pienso
en todas las mentiras que he dicho para ganarme la confianza de la gente y
me doy cuenta de que si es posible.
Trato desesperadamente de tragarme todo el dolor por la garganta cuando
comprendo que la traición de Tyler y mi incapacidad de recuperarme de ella
significan que he perdido toda influencia sobre Petrov. La negociación sobre
la liberación de Sam está ahora fuera de la cuestión. La única opción que
me queda es detenerme.
Petrov señala al senador.
— ¿Puedo presentarte a mi amigo el senador Richland? Creo que ya
conoces a su hijo, Tyler.
—También conozco al senador —digo sin molestarme en ocultar mi
amargura.
—Bueno, entonces, ¿vamos a concluir nuestro negocio? Creo que acababas
de ser contrarrestada querida.
—Ella ni tiene, ni ha visto nada —dice Tyler saliendo de la sombra de su
padre—. Estabas a punto de dejar ir a Sam por no ser una amenaza. Ahora
puedes dejarla ir también.
Todavía está tratando de ser el héroe, idiota. A pesar de mentirme durante
un mes, fingiendo la mayoría, si no todos, de sus sentimientos hacia mí y
trabajar para un psicópata, en realidad está tratando de salvarme. No 253
puedo decidir si eso me hace sentirme mejor o peor. No es que importe. Su
interferencia nos ha condenado a todos.
—Cállate Tyler —digo.
—Sería sabio escucharla muchacho. Tienes aún menos con lo que negociar
de lo que tiene ella.
Cierro los ojos y suspiro. Una extraña paz me cala desde los hombros hacia
el interior, como si alguien me hubiera envuelto en una manta invisible. Mi
acelerado pulso cardiaco disminuye, y mis desorganizados pensamientos
empiezan a unirse.
Simplemente es el momento del Plan B.
Abro los ojos, dirijo la mirada de Tyler a Petrov.
—Está bien —digo con mi voz ganando fuerza—. Me tienes. Mi padre
mintió. Nunca tuvo ninguna prueba en tu contra. Le mató por nada.
Petrov sonríe.
—No por nada querida. Aun así era desleal. Además yo no le maté. —Mira
significativamente al pelirrojo.
Aprieto los dientes temblando de frustración.
—Podrías haber elegido a cualquier falsificador en el país. ¿Por qué mi
padre?
—Prefiero tener referencias —dice señalando al senador—. Tú padre fue
sumamente recomendado.
Me dirijo al senador.
—¿Cómo supo de mi padre?
El senador está sudando, girando los ojos, nervioso. No me va a contestar
así que me respondo yo misma.
—Desde el hipódromo ¿Verdad? —Empiezo a hacer las conexiones ahora
que tengo toda la información—. Vi su nombre en la lista de donantes.
Usted era habitual ¿No?
—Sí —Confirma a regañadientes—. Pero no tenía idea de que esto iba a
suceder.
254
—Por supuesto que no —le digo fingiendo una simpatía que no siento en lo
más mínimo—. Pero Petrov ha puesto sus garras en usted de alguna
manera. No tenía opción.
El senador muerde el anzuelo.
—Exactamente —dice—. Petrov amenazó a mi familia.
Petrov pone los ojos en blanco.
—Con lo que amenacé fue con cortar mis contribuciones ilegales al fondo
de tu campaña, así como empañar su impoluta reputación pública con
acusaciones de fraude. La verdad es que no querías caer conmigo si Dupree
tuviera la evidencia contra mí que reclamaba.
Ding.
—La evidencia nunca existió en primer lugar —digo.
Petrov se encoge de hombros.
—Me dijo que se había escondido. Que la única persona capaz de
encontrarle además de él, eras tú.
Razón por la cual Petrov le ordenó al senador que mandara a su hijo a
espiarme. No puedo alejar mi mirada de Tyler.
—A pesar de su inteligencia criminal, tú padre tenía una debilidad fatal —
dice Petrov—. Tú. O más bien, una lamentable simpatía hacia los inocentes,
que sin duda contrajo por su proximidad contigo.
Esta vez Petrov dio en el blanco. Mi padre sabía lo que le hacía falta para
tener éxito en este negocio. Justo como yo ahora lo que significa fallar.
—Sabía que no podía confiar en él, así que puse a Yenko siguiéndole —dice
señalando al pelirrojo—. Yenko escuchó una llamada que hizo al FBI.
Cuando estaba a poco de la publicación de la información que
supuestamente me había robado. Aposté a que había dejado esa
información contigo. Entonces podría haberle disparado un poco.
Ding.
—Si al menos hubiera sabido que eres un grano en el culo —añade
—Él llamó al FBI para salvar a tus víctimas —digo.
—Salvarlas. —Se burló—. Como si yo no les hubiera dado todo. La
oportunidad de una nueva vida en abundancia. Es un acuerdo de negocios.
255
No hay nada de que salvarlas.
—Sin embargo, ellos viven amontonadas unas encima de otras en un
almacén abandonado —digo. Estoy presionando mucho, pero debo estar
segura—. ¿Cuánto tiempo tarda una de ellas en pagarle toda su deuda?
—Ofrezco una mano de obra factible para una clientela élite. Les doy de
comer y las entreno. Sería una lástima desperdiciar tanto esfuerzo.
— ¿Así que ninguna de ellas ha logrado salir?
Al principio no parece que me vaya a responder a la pregunta.
—No, la verdad no.
Ding.
Mi trabajo aquí está terminado. Maldita sea, Mike ¿Dónde estás?
— ¿Qué pasa con las cajas? —le digo improvisando.
Pero ya he presionado demasiado. Petrov saca su .45 y la apunta hacia mi
frente.
Entonces pasan varias cosas en rápida sucesión, lo primero es el detonador
de todos los sucesos que vienen después.
Las luces se apagan.
29

EL O.K. CORRAL.
Alguien me tira al suelo desde atrás, justo antes de que Petrov dispare,
rompiendo así el silencio.
En el momento en el que las luces rojas de seguridad parpadean, todo el
mundo está a cubierto. Sam se tira a mis pies con las manos todavía atadas.
Tyler señala una pila de cajas detrás de nosotros. No estoy loca por confiar
en él, aunque intentó salvarme. Pero teniendo que elegir entre las cajas de
Tyler y Petrov, me quedo con Tyler.
Tiro de Sam en dirección a Tyler y hago una rápida comprobación de Dani
256
en la semioscuridad. Si está aquí está escondida y eso es suficiente por
ahora. De todos nosotros ella es una de las más capaces de cuidar de sí
misma.
Nos agachamos detrás de las cajas cuando los ucranianos abren fuego. Una
de las balas atraviesa la caja en la que me estoy ocultado. Me apresuro a
ponerme detrás de Tyler.
—Tenemos que salir de aquí —dice Tyler—. Estas cajas no van a durar
mucho tiempo contra las balas y no tenemos ni idea de lo que hay dentro.
Podrían ser explosivos por lo que sabemos.
—Estoy abierto a sugerencias —replica Sam esquivando un tiro de uno de
los secuaces de Petrov.
—Hay una puerta lateral debajo de este muro —dice Tyler.
Más balas atraviesan las cajas, todas las discusiones se detienen a medida
que nos agrupamos tan cerca del centro como es posible. Entonces Dani
sale de la nada y se une a nosotros. Se deja caer en cuclillas con el arma
levantada. Me entrega la navaja de Sam, debió conseguirla en la trastienda
donde le llevaron cuando le registraron.
Corto con la navaja la abrazadera plástica de Sam, con más desesperación
que fuerza. Creo que podría cortarle por las prisas, pero finalmente la
abrazadera cae al suelo. Guardo la navaja en el bolsillo mientras se
escuchaban disparos.
Dani dispara contra el pelirrojo, quien se desliza en una mejor posición lejos
de la línea de fuego. La resonancia de su arma es ensordecedora en el
almacén cavernoso.
Me cubro los oídos con las manos demasiado tarde.
Dani saca otra arma, una familiar, y se la da a Sam.
—No. —Traté de alejar el arma de él, pero me empuja de nuevo hacia Tyler.
—Sácala de aquí —le dice a Tyler mientras carga la pistola—. Nosotros les
cubriremos.
—¡Demonios! Tú no eres del equipo SWAT, Sam. Disparar en el campo de
tiro con tu padre no es lo mismo que disparar a la gente.
Sam le da una mirada significativa a Tyler, y Tyler envuelve una mano 257
alrededor de mi brazo.
—Si no te cubrimos, nunca lograrás salir de aquí —grita Sam por encima del
ruido.
—Podríamos simplemente esperar. El FBI estará aquí en cualquier
momento —le grito de vuelta.
Sam me agarra la barbilla así que no tengo más opción que mirarle así lo
que me diga me lo tomaré en serio.
—Nadie logra llegar lejos durante un tiroteo. Y a menos de que Dani guarde
una especie de milagro bajo la manga, nuestro lado se está quedando sin
balas. Si hay alguna esperanza para alguno de nosotros de salir de aquí,
debes tomarla ahora.
Trato de soltarme de soltar la mandíbula de su mano.
—No me iré sin t... —me calla besándome fuertemente.
—Vete —dice señalando a Tyler. Después, a pesar de mis forcejeos, Tyler
me arrastra detrás de la siguiente fila de cajas antes de detenerse el tiempo
suficiente para sacudirme.
—Nos seguirán afuera. Pero no pueden salir hasta que estemos fuera de su
camino.
—¿Qué te hace pensar que voy a alguna parte contigo? —Con un tirón me
suelto de su agarre—. He venido para salvar a Sam, y eso es exactamente
lo que voy a hacer.
—¿Recibiendo un disparo? —Me apoya contra la caja, con su nariz a un
centímetro de la mía—. Porque eso es lo que vas a lograr volviendo allí.
—¿Por qué sigues aquí? ¡Podrías simplemente dejarme sola! Sé que no
significo nada para ti, pero no puedes mantenerte apartado de mi camino.
—Tú lo significas todo para mí. Y eso quiere decir que voy a hacer todo lo
que sea necesario para salvarte. Incluso si eso conlleva perderte.
Dejo de discutir, pero respiro con dificultad y le miro.
La mirada de Tyler se suaviza.
258
—Sam no es el único que te ama —dice.
¿Debo creerle? ¿Si quiera importa ahora? No puedo volver a ser la Julep
que era antes de enterarme de su traición.
—Bien, voy contigo —le digo enderezándome—. Pero si me traicionas de
nuevo te destrozaré.
—Hecho —dice aliviado.
No planeé que las cosas llegaran a este extremo. Sam tenía que irse. Se
suponía que tenía que estar a salvo. Y Dani. Ella no pidió nada de esto. ¿Y si
muere esta noche? ¿Cómo lidiaré con eso? Ella me salvó la vida.
La sólida presencia de Tyler delante de mí es el único ancla que tengo en
este momento, y a pesar de que mi fe en él ha sido agitada desde los
cimientos me estiro para tocarle la espalda. Me mira por encima del
hombro con una sonrisa tranquilizadora. Entonces me toma de la mano y
me lleva a través de la puerta.
Tan pronto como entramos en la gélida noche, escucho un crujido y siento
humedad en mi rostro.
Por una fracción de segundo creo que son lágrimas que no me he dado
cuenta que estaba derramando. Pero entonces Tyler parece colgar
suspendido a medio paso durante un momento interminable antes de caer
al suelo. Me limpio el rostro con un repentino pavor, como me temía, mi
mano está teñida de rojo. Miro hacia abajo el cuerpo de Tyler, sus ojos están
abiertos y vacíos y se está acumulando sangre bajo su cabeza.
Parpadeo, incapaz de procesar al principio lo que ven mis ojos. Necesito
varios segundos para asimilar la muerte de Tyler. Tyler está muerto. Cuando
lo hago, me golpea un tsunami de angustia. Colapso a su lado, tirando de
su brazo, gritando su nombre, mi voz suena lejana cómo si estuviera en un
pozo muy profundo. No sé lo que espero. ¿Qué se levante y se sacuda? ¿Ese
será el movimiento que me despertará de una pesadilla?
Mi visión empieza a oscurecerse y me siento mareada. Pero antes de poder
caer en el olvido, algo tira de mí hacia arriba lejos de donde yace Tyler,
mirando de forma vacía al charco de su sangre. No puedo apartar la mirada
de él, incluso cuando mi captor me sacude dolorosamente el brazo.
—¿Tienes idea lo difícil que es encontrar funcionarios corruptos? —me
259
escupe Petrov.
— Tú... Tú le mataste. —Concéntrate Julep, o serás la próxima—. ¿Por qué
le mataste?
—Necesito un cuerpo de escudo, y tú eres más pequeña, más fácil de
manejar.
Las náuseas me golpean junto con una neblina de terror lo suficiente como
para notar unas SUVs negras sin matrícula que aparcan en el
estacionamiento lateral. Él se da cuenta, por supuesto y termina el asunto
clavando el silenciador de su arma entre mis omóplatos.
Le sigo de inmediato, cegada y tropezando, tratando de reunir mi ingenio
antes de perder la vida. Ahora solo me queda un tiro, mi opción nuclear, y
no hay mucha oportunidad de que vaya a sobrevivir a esto. Pero si lo hace
donde creo que dirige, no tendrá más necesidad de mí, igual estoy muerta.
Así que si tengo que bajar, maldición, pues bien me llevaré al bastardo
asesino conmigo.
Me limpio la sangre de Tyler de la mejilla, deseando como el infierno que
nunca hubiera intervenido, que nunca lo hubiera conocido, que jamás
hubiera hablado conmigo en ese pasillo. Reúno todo mi enojo con él por
traicionarme, por engañarme, por morir, y lo agrupo para convertirlo en
una bola de rabia para así poder concentrarme en salir de ésta.
Hemos pasado árboles y llegado al muelle. En la orilla hay una lancha
sencilla amarrada. Petrov me empuja hacia ella, detengo los pies en busca
de algo que nos pueda retrasar.
—Un barco es una buena idea —Grazno más allá de los cuchillos en mi
pecho. Si quiero una oportunidad de derrotarlo, debo darlo todo de mí—.
Les va tomar tiempo reunir todos los recursos para perseguirle. No es la
forma en que yo lo haría...
—Cállate —dice, clavándome la .45 en la espalda—. Sea cual sea el truco
que estés planeando, no va a funcionar.
—No hay truco —digo con la boca seca—. Solo admiro tu preparación, es
todo.
—Lo sabías ¿No? Que tendría un plan de escape. 260
—Bueno, tiene sentido. Recoger la propiedad al borde del muelle es un
decir. —Petrov lo considera, lo que me permite disminuir nuestro ritmo a
paso tortuga—. Parece una especie de trampa.
Guardo silencio dejando que procese lo que he dicho. Pongo una mano en
mi bolsillo con un movimiento imperceptible, con suerte las sombras me
ayudarán a ocultar el cambio. Mis dedos evitan la navaja de Sam y
envuelven el pequeño reloj de cocina que Murphy me dio, de aspecto
inofensivo, lo suficientemente pequeño para ajustarse a mi mano, pero con
una ligera modificación.
—No, sólo quieres que crea que es una trampa, igual que con la evidencia.
Nos detenemos y aprieto el temporizador, sólo voy a tener una oportunidad
y no va a ser muy buen tiro.
Él vacila mirando el barco con recelo. Unas luces iluminan el
estacionamiento, encendiendo la noche como si fuera mediodía. Todas
apuntando hacia el almacén, pero son suficientes para asustar a Petrov.
Pone un pie en el barco justo cuando el motor explota en una bola de fuego.
La explosión manda a Petrov varios metros hacia atrás, por desgracia, de
manera segura en vez de lanzarlo al agua o a alguna estaca. Murphy tenía
razón, —el atraso del reloj era demasiado imprevisible. Debería haber
arriesgado el celular.
Plan C entonces.
Petrov salta apuntándome con el arma entes de que pueda correr. Mis
manos tiemblan tanto que a duras penas puedo sacar la navaja del bolsillo.
—¡Perra! —me grita.
Hay gritos detrás de mí. Sin duda los federales han notado el pequeño
espectáculo de luces de Murphy. Pero dudo que puedan llegar a mí antes
de que Petrov apriete el gatillo.
—Tú, yo y sesenta y tres. —Susurro y lanzo la navaja apuntando a un ojo.
Pero al no tener ninguna experiencia en ningún tipo de arte marcial sólo me
las arreglo para pincharle el hombro.
Aúlla de dolor y me derriba. Mi codo golpea con fuerza en la cubierta
cuando aterrizo, lo que hace que salga volando la navaja. Con un ¡plop! mi
única esperanza de supervivencia desaparece en el agua. 261
Petrov detiene la sangre con una mano mientras que con la otra me apunta
con el arma. Cierro los ojos y pienso en mi padre, en Sam, en Tyler.
—¡Quédate quieto! —grita Mike desde muy lejos. No va a llegar a tiempo.
Entonces Dani salta al muelle, el barco en llamas en las sombras detrás de
ella. Aterriza entre Petrov y yo con el arma apuntándole al corazón.
Sin apartar lo ojos de él se inclina lo suficiente para ayudarme a ponerme
en pie.
—¿Estas herida Milaya? —me pregunta en voz baja.
—No, no estoy herida —le digo, el temblor de mis manos trasladándose al
resto de mi cuerpo. Estoy destrozada.
Petrov gruñe unas palabras desagradables a Dani. Pero en lugar de
contestar, Dani le dispara en el pecho. Él cae al suelo dejando caer su arma,
sus dedos se cierran como garras. Ella da un paso más cerca y patea su arma
hacia el canal. Luego apunta el cañón del arma a su cabeza.
—¡Dani, no! —Me oigo decir.
Ella se queda quieta, no sé si me ha oído, pero la rigidez en sus hombros
sugiere que sí. Desvía ligeramente el arma y dispara, el ruido es seguido por
el sonido de madera astillándose. Petrov se encoge apartándose de la
metralla y suelto un suspiro de alivio. Dani baja la pistola pero no la guarda.
Su expresión es tranquila pero sus ojos son un océano de odio.
Caigo de rodillas y agarro el borde del muelle, perdiendo lo que queda de
los huevos de la cena a un lado. Cuando me echo hacia atrás para sentarme,
Dani se ha ido.

262
30

RESULTADO FINAL
Sam estaba sentado en el parachoques trasero de una ambulancia, con los
hombros envueltos en una manta gris de lana, cuando Mike me lleva de
vuelta al aparcamiento. Una ola de alivio estalla contra el dolor y el terror
que me inundan, y me lanzo hacia él, chillando como un bebe.

El deja caer la manta y me empuja hacia atrás alejándome, con la cara llena
de preocupación.

―Dios mío, Julep, parece como si hubieras estado en la Matanza de Texas. 263
Le cuento lo de Tyler a través de sollozos, citando una tediosa lista de
disculpas.

Me acerca a él, entibiando mi cabello con sonidos susurrantes.

―No había nada que pudieras hacer.

―Podría haberle obligado a volver ―digo.

―Entonces todos estaríamos muertos ―dice Sam―. Cuando Petrov


abandonó la lucha para seguirte, sus matones perdieron el interés y se
largaron. El FBI les atrapó, claro, pero si el FBI no hubiera tenido ese lapso
de tiempo, habrían ganado.

―Aun así ―susurro. Mis sollozos paran pero las lágrimas aún fluyen.

Cierro los ojos y Tyler está allí. Un flashback de sonrisas, caricias y sangre.
Ninguna música de fondo, solo sirenas y culpabilidad, un pantano de
culpabilidad.

―Cuando escuché la explosión, tenía tanto miedo de que hubieras…

Presiono mi rostro contra su pecho y le siento estremecerse.

―¿Qué es esto? ―pregunto, tocando su pecho con los dedos buscando


heridas.
―No es nada ―dice― Solo es un golpe. Ningún daño permanente.

―Lo siento mucho, Sam. Debí haber ido con la policía cuando me dijiste.

―Tenías tus razones ―dice. ―Yo sólo me alegro de que los polis estén aquí
ahora.

Me estremezco al saber que estuve a punto de perderle a él también.

―Escucha, Julep, sobre tu padre…

La expresión de su rostro hace que surja lo que queda de mi adrenalina.

―¿Dónde está? ―susurro.

Pero antes de que Sam pueda responder, un equipo de paramédicos saca


264
una camilla ocupada fuera del almacén. La bolsa de suero y la máscara de
oxígeno esconden la identidad del paciente desde esta distancia, así que
voy a ver quién es por mí misma.

―Señorita un paso atrás ―me dice el médico que está más cerca de mí.
Pero me abro paso, empujándole para apartarle de mi camino y tomo la
mano de mi padre. La aprieto fuerte y él gira la cabeza, abre los ojos y me
sonríe. Con la otra mano se quita la máscara.

―Estás castigada ―dice entrecortadamente. En mi mente, le estoy


diciendo te amo, ¿cómo pudiste? Una y otra vez, pero nada sale de mi boca.

―Voy a estar bien Jules, todo va a ir bien, ―dice, devolviéndome el


apretón. Sin darme cuenta ya estamos llegando a la ambulancia. Están
levantando la camilla a la parte trasera, nuestras manos se separan. Trato
de subir tras él pero me apartan.

―Soy familia ―me pongo a gritar, pero ellos no escuchan.

―Déjenos hacer nuestro trabajo ―habla el EMT que dijo que diera un paso
atrás―. Le llevamos al Mercy. Puedes encontrarnos allí.

―Pero…

Entonces cierran las puertas, y Sam me aleja. Me acurruco nuevamente en


él.
Mi padre está vivo, Dani debió haber visto a Petrov dispararle y asumió que
estaba muerto.

Papa está vivo. Tyler muerto. Mi cerebro está en corto circuito con tanto
encuentro de emociones. No tengo idea de cuánto tiempo ha pasado
cuando me doy cuenta que otra vez estoy lloriqueando encima de Sam, y
comienzo a presionarme a mí misma para ser algo parecido a un humano
normal. Sam me pasa un pañuelo que sacó de quien sabe dónde.

― ¿Te encuentras bien? ―pregunta.

Asiento sujetando el pañuelo como si fuera una última línea de vida.

―Sí, voy a estar bien, solo necesito… ―Hago un gesto como de una pelota
rodando hacia abajo de una colina…― .Ya sabes, procesarlo, ¿tu estas bien? 265
―Ni remotamente ―dice. ―Pero me las arreglaré si sé que tu estas bien.

Apoyo la cabeza contra su hombro exhausta.

―El agente Ramírez declaró poco, ¿hiciste un trato con él? ―me pregunta
Sam. Asiento nuevamente.

―¿Que hay acerca de Santa Agatha? ¿La Familia adoptiva?

No le respondí directamente, no quiero afrontar el futuro ahora que en


realidad tengo uno. No me detuve a medir las consecuencias de mi loco
plan cuando lo estaba elaborando, ya que salir viva era poco probable. De
todas maneras había perdido todo cuando Mike me delató con la Decano.
No sabía que iba a pasar en ese momento.

―Hay más sobre Mike ―digo, sintiéndome obligada a sacarlo de mi pecho


mientras pueda. Entonces le cuento todo. Acerca de Mike el Investigador
privado, cómo afirmó que Sam lo contrató, cómo fui estúpida en mantener
su secreto por una lealtad equivocada y un grave error de razonamiento.
Me disculpo nuevamente, y Sam responde con un fuerte suspiro y silencio.
Entonces Mike se abre camino hacia nosotros como si sus oídos hubieran
estado ardiendo.

―Muy bien Julep ―dice Mike, abriendo de un tirón el cuaderno negro del
FBI―. Los chicos malos han sido atrapados. Es la hora de tu declaración.
Saco el bolígrafo de mi cabello y se lo paso a Mike.

―¿Petrov vivirá?

―Es difícil de decir. Las heridas en el pecho son inciertas ―responde


tomando el lapicero―. Pero si lo hace, vamos a necesitar más que el
testimonio de un estafador y una pareja de adolescentes malcriados para
quitarle del camino ¿Dónde está la evidencia de tu padre? Dijiste que
estaría aquí.

―No hay ninguna ―digo. Mi cabeza pesa como una roca. El agotamiento
está en cada tendón, músculo y hueso dentro de mí.

―¿Qué? ―dice Mike.


266
Entonces le cuento a Mike lo de la rosa, sobre la espectacular ausencia de
algo útil que me dejara mi padre. Mike se pone el cuaderno bajo el brazo y
se frota la frente.

―¿Qué haces aquí Sewards? ―pregunta.

―Me hice pasar por un técnico de computadoras para tener acceso a sus
archivos y ver si había algo útil.

―¿Y había algo?

―Petrov me descubrió antes de que pueda obtener algo, pero puedo mirar
las computadoras ahora.

―Tenemos analistas para eso, y es mejor que ustedes recen por que ellos
encuentren algo, o les entregaré al fiscal, y probablemente al programa de
protección de Testigos. Si creen que lo de las familias Sustitutas es malo,
esperen a que les asignen un jefe de policía.

Me encojo de hombros, y tomando la mano de Sam me alejo de la


ambulancia.

―¡Ey!, no he terminado con ustedes. Todavía necesito su declaración.

―La estás sosteniendo ―le digo.


La expresión de Mike cambia de confusa, a asombrada por la emoción. Le
dejamos mientras sostiene el bolígrafo con una sonrisa tonta en la cara
mientras llama a uno de sus analistas por la Radio.

―¿Has grabado todo en un bolígrafo espía? ―dice Sam

―A veces el método más obvio es el que menos esperan ―digo―


aproveché la oportunidad.

―Si hubiera una prueba estandarizada para el nivel de maldad, tu resultado


sería el 99%. Lo sabes, ¿verdad?

Trago contra un surgimiento de culpa.

―Toda la evidencia del mundo no deshace lo que le hice a Tyler.


267
Me dirijo con Sam hacia un montón de Policías, enfermeras, trabajadores
sociales y ucranianas aturdidas. Los trabajadores sociales intentan calmar a
las chicas, un par de traductores pasan de grupo en grupo para ayudar con
la comunicación, las enfermeras las examinan, les entregan mantas y
escriben en sus tablillas, mientras algunos oficiales toman nota en
pequeñas libretas y ocasionalmente hablan por sus radios.

Una figura familiar marrón destaca en un grupo de chicas que le balbucean


ansiosamente a un traductor.

―Cuando me hiciste todas esas preguntas sobre la elección de familias


adoptivas, supuse que me lo preguntabas por ti, no por noventa y tres
extranjeras ilegales.

―Noventa y tres supervivientes, ―le corrijo―, ¿Hay realmente noventa y


tres?

―Sí, ―me confirma la Sra. Fairchild―. Y por cierto ninguna habla nuestro
idioma. Me podrías haber advertido, habría estado más preparada.

―Me imaginé que el Agente Ramírez le comentaría eso cuando la llamó.

―Lo hizo, ¿pero tienes idea de lo difícil que es conseguir varios traductores
del ucraniano en mitad de la noche?

―Dijiste que podría sugerir hogares para ellas ―digo.


―Dije que podrías sugerir una familia para ti… espera ¿ya tienes noventa y
tres casas listas? ―Ella eleva sus cejas marrones con incredulidad.

―Tengo unas ciento veinte más o menos ―le digo―. Y algunos podrían
tomar más de dos.

―¿Cómo hiciste posible…?

―Estoy reclamando unos cuantos favores ―exclamo―. ¿Tienes un lugar


para todas ellas hasta que pueda arreglarlo? Un día como máximo.

―Sí. ―Ella me mira como si me estuviera creciendo una segunda cabeza.

―Estaré en contacto ―digo. Tirando a Sam en dirección hacia los minivan.

Sam se vuelve hacia mi tan pronto como estamos fuera del alcance del oído 268
de los demás.

―¿Cómo hiciste posible que ciento veinte familias te debieran favores? Te


conozco desde cuarto grado, me gustaría saber cómo tienes enganchadas
a tantas personas. ¿Estás engañándola?

―No es un engaño. Realmente intentaba decir la verdad esta vez. Y me está


funcionando, pero va costarme mucho trabajo.

―¿Que quieres decir? ¿Te va costar cómo?

Abro la puerta de una de las minivan y me subo en ella. Hace frío y quiero
salir de este viento. Si los uniformados tienen un problema con esto,
pueden arrestarme. Después de un momento de vacilación, Sam me sigue
y cierra la puerta. La minivan huele a cigarrillos viejos y a loción para
después de afeitar.

Sam envuelve un brazo alrededor de mis hombros. No le puedo alejar de


mí, a pesar de que el tacto me recuerda dolorosamente a Tyler.

¿Voy a revivir el dolor de perderlo cada vez que alguien me toque?


Sospecho que ya sé la respuesta.

―Me van a expulsar ―digo para distraerme a mí misma.

―Oh, Julep ―dice en mi cabello.


― Simplemente no podría dejarles.

Entonces le cuento el resto de todo…mi loco plan para sacar a las


Ucranianas de la jaula de Petrov sin que sean deportadas, o peor. Cómo he
utilizado una identificación falsa para chantajear a un centenar de las
familias más ricas de Nueva York y que pongan sus recursos a disposición.
Cómo persuadí al presidente de la mejor escuela de san Francisco para
pasar cincuenta mil dólares a un programa especial para que las víctimas se
integren a la sociedad Americana.

Él me escucha, silbando suavemente cuando describo como obtuve la


identificación, del escritorio del decano.

―Estás loca ―dice―. Y eres maravillosa. Pero mayormente loca.


269
―Es tu turno de confesar. ¿Qué diablos estabas pensando, yendo a ver a
Petrov solo de esa manera? ¿Y cómo terminó Dani con el arma de mi
madre?

Suspira.

―Después de que el agente Ramírez me dejara ir, estaba muy enojado. En


especial conmigo mismo, por dejar que nos atraparan. Yo quería estar bien
contigo, y sacarte de la prisión de Petrov, así que intente tomar el trabajo
que Franklin hacía para él, desactivé su acceso a internet e intercepté las
llamadas que hizo a su compañía de teléfonos. Tomé el arma de tu madre
solo por si acaso. Hice todo el camino hacia la oficina de Petrov. Pero luego
tú me mandaste un mensaje de texto, y el vio tu nombre en mi teléfono.

Cierro los ojos, bloqueando la escena reproduciéndose en mi cabeza.

―No contesté tus llamadas por qué sabía que ibas adivinar mi plan tan
pronto oyeras mi voz. Y hablando de… aquí esta.

Saca un objeto de su maletín para computadores portátiles envuelto en una


toalla y me lo pasa. Levanto una esquina de la toalla solo para confirmar
que es el arma de mi madre antes de envolverla nuevamente y
devolvérsela.
―Guárdala un tiempo Sam, por lo menos hasta que sienta que estás seguro
de nuevo.

Él no discute, y es un alivio.

―Negocié por ti también ―continúo―. Estás libre del FBI y la decano no


sabe que te hice una identificación falsa.

― ¿Qué hay sobre ti? ¿Qué vas hacer?

―No lo sé, una Universidad Pública, creo. De todos modos Yale es para
cobardes

―Todavía puedes entrar ―dice, sabiendo muy bien que aunque pudiera
convencerles de que me admitan, aun con toda mi capacidad, no sería
270
capaz de pagarla.

―Ya lo sé ―digo.

― Yale es para cobardes ―corrobora, apoyando su quijada en mi cabeza.

Estaría mintiendo si dijera que no me arrepiento de haber tomado el riesgo


de salvar a un montón de extranjeros. Tyler está muerto porque pensé que
podía salvar el mundo. He destruido mi vida aquí. Y a pesar que sería una
idiota por quedarme, intentando escarbar en las ruinas de existencia, un
nuevo comienzo no es algo que merezca, o quiera.

―¿Te quedarás en Chicago? ―me pregunta como leyendo mi mente.

―Tú estas aquí.

Se pone rígido. Lo siento por todo mi costado, aunque en realidad no se


mueve.

―Te vas ―le digo en voz baja.

Sam suspira.

―Mi padre me va a enviar a una escuela militar.

―¿Qué? ―digo, marchitándome más.

―Fui arrestado, Julep. Ese tipo de cosas no van con mi padre.


―Échame la culpa. Dile que te mentí, que no tenías ni idea de lo que estabas
haciendo. Dile que no volverás a verme… podemos llegar a algo.

Toma mi mano y se vuelve, así que me está mirando. Sus ojos parecen
tristes e inciertos.

―Creo que necesito irme, Julep.

―¿Por qué―. La pelota de golf atravesada en mi garganta hace que sea


difícil sacar las palabras.

Sam mira hacia abajo.

―Te amo. Lo he hecho durante años, pero mucho de lo que soy está en
torno a nosotros. Yo no sé quién soy sin ti. Necesito saberlo antes de poder
271
ofrecerte algo. Tyler me enseñó eso.

Mi corazón late lenta y dolorosamente, mientras intento imaginar la vida


sin Tyler, sin mis sueños, y sin mi Sam.

Sam toma mi mano. Como Tyler lo hacía. Los dolores en mis pantorrillas son
insoportables.

―Solo, no desaparezcas ¿de acuerdo? ―me dice―. Cuando vuelva a por


ti, necesito ser capaz de encontrarte.

Cierro los ojos, dejando escapar un suspiro tembloroso.

―Perdón por interrumpir ―dice Mike después de abrir la puerta dejando


entrar el viento.

―Tus padres quieren hablar contigo. ―Mike le pasa un teléfono a Sam.


Sam lo toma y camina perdiéndose en la oscuridad, dejando un gran vacío
detrás del.

―¿Estás bien? ―pregunta Mike.

Niego con la cabeza. Estoy tan cansada de mentir. Pero tampoco soy más
feliz diciendo la verdad.
―Sabes que tengo que poner cargos contra ti ¿cierto? ―dice con
compasión, lo cual ya es algo, supongo. Si no puedo obtener una remisión,
me quedo con la compasión.

―Sí ―le digo.

Mike se deja caer contra la puerta, dejando su conducta de oficial.

―¿Por qué hiciste eso?

―Porque tú no podías.

Asimila lo que le digo pero no discute.

―¿Puedes esperar hasta que Sam esté fuera de esto? ―le pregunto
272
―Claro, chica.

El regreso a casa es demasiado sobrio mientras reflexiono sobre mi


desolado futuro. Pero luego me doy cuenta de que estoy perdiendo el
precioso tiempo que me queda con Sam.

Entonces me pego una sonrisa para aliviar un poco la perdida, y dejo de un


lado el dolor para tomar su mano.

Cuando llegamos a casa de Sam, él se desliza para bajar del coche,


hundiendo sus hombros en señal de cansancio.

―Te llamaré ―dice, deslizando sus dedos de los míos.

No digo nada mientras camina hacia su casa. Entonces Mike abre la puerta
del coche y salgo, deslizo las muñecas juntas delante de mí.

―Julep Dupree, estas bajo arresto por fraude de identificación, tienes el


derecho de permanecer en silencio. Cualquier cosa que digas o hagas puede
ser usado en contra tuya.

Escucho el resto del monólogo de Mike mientras coloca unas frías esposas
en mis muñecas. Podría ser lo que más temía mi padre, pero él debe estar
orgulloso de mí de todos modos. A pesar de todo creo que es el único que
realmente entiende porque empeñé todo por salvar un puñado de
descarriados.
Lo hice porque esto es lo que soy.

Esta vez sonrío de verdad.

273
31

LAS CONSECUENCIAS
El cementerio Graceland de Chicago esta tan cuidado y pintoresco como la
afligida aristocracia de Chicago podría desear. Colinas elegantemente
verdes y silenciosas caídas de aguas. Estatuas protegidas en cajas de vidrio
contra el mal tiempo, miran hacia abajo con sus manos entrelazadas, como
para atrapar las almas perdidas de este lugar.

Estoy en una orilla, una intrusa con un crisantemo rosa.

Mi padre sustituto provisional… me cuesta pensar en el cómo padre, está 274


esperándome en el coche. Siempre que le pido que me traiga, él está de
acuerdo, la consideración del jurado aun no sale si pertenezco o no a la
Protección de Testigos. Está preocupado de que mis visitas a la tumba de
Tyler me conviertan en un blanco fácil para algún fugitivo enojado de la
banda de Petrov.

Pero la desventaja de tener una pandilla tan unida es que ninguno se queda
cuando el pez gordo cae. Todavía hay uno en pie pero él jamás me haría
daño.

Veinte minutos de serpenteo me llevan al terreno de la Familia Richland, el


mausoleo está completamente cubierto de musgo. Aunque Tyler no está en
el mausoleo. Él está aquí bajo mis pies. Y hacerme a la idea es tan extraño
que mi cerebro todavía lo descarta. Tyler es la esencia de lo que es estar
viva. Es el tipo de chico al que todo lo bueno le queda natural. El pertenece
al mundo, no debajo de él.

Con el crisantemo en mi regazo, me arrodillo junto a la tierra helada que se


alarga unos dos metros y medio al oeste de su lapida.

Han pasado tres meses desde su muerte, y el césped aún no ha crecido


encima de su tumba.

Fue enterrado demasiado tarde en otoño, creo. Tendrá que esperar hasta
la primavera. Es una tontería, pero me molesta. Comienzo a conversar con
él de la manera que siempre hago, le digo que lo extraño, le digo sobre mi
proceso, le digo que Sam aun no me ha llamado. Pero le digo todo
demasiado rápido hasta que me quedo sin nada que decir, excepto por lo
que vine a aquí. Esta es mi última visita al cementerio Graceland. Estoy aquí
para decir adiós.

―Nuestros padres tienen mucho que responder ―digo. Dirigiéndome a la


lápida en lugar de a la suciedad―. Debimos haber sido niños un poco más
de tiempo. Incluso sin querer serlo.

La respuesta de Tyler está en mi mente. Todos tenemos cosas en el pasado


de las que no estamos orgullosos.

Es una respuesta sabia, tanto de disculpa como de perdón. Es justo lo que


275
Tyler diría. Pongo el crisantemo a través de la lápida, rozando con los dedos
su nombre e ignorando las lágrimas que se asoman, al parecer estos últimos
días nunca han estado lejos de mis ojos. Aunque han pasado tres meses,
tengo pesadillas con él. No de su muerte, tengo alucinaciones por el día
sobre eso. Mis pesadillas son mucho peores.

―No te preocupes ―le digo―. Vigilaré el mundo mientras duermes.

Cuando regreso al auto, Mike está apoyado contra el parachoques en vez


de estar sentado dentro, detrás el volante. Siempre Protector, aunque no
haya nada de que protegerme. Bueno, nada relacionado con la mafia.
Todavía puedo utilizar la protección de los amigos y familia de Tyler. No he
visto a ninguno de ellos desde que oficialmente fui suspendida de la escuela
durante la lenta investigación. Pero sé que el senador ha sido acusado y
está en camino a la cárcel. Solo puedo imaginar cómo se debe sentir la
señora Richland acerca de mí.

―¿Lista? ―dice Mike.

Agradezco que él no diga “a casa”, puedo estar bajo su custodia por un


futuro probable, pero su casa no es la mía.

Nos retiramos por las curvas de Irving Park Road en relativo silencio. Mike
me da espacio, y aprecio eso.
Te estarás preguntando: a) Por qué aguanto familias sustitutas, si ya
encontré a mi padre. b) Por qué Mike, de todas las personas se ofreció a ser
mi sustituto, y c) Por qué acepte quedarme con él.

Para responder lo primero, mi padre está en la cárcel del condado de Cook


esperando su sentencia, aunque el acuerdo que hizo con el fiscal de distrito,
garantiza cuatro años en el corral (Una cárcel de seguridad media, gracias
a que Mike movió algunas piezas). Pero con mi madre fuera de plano y mi
padre en prisión, la familia sustituta es mi única opción.

En cuanto a Mike y su decisión por albergar un adolescente que le ha dado


problemas como yo, honestamente no podría decirles. Probablemente
siente lastima por mí. Lo que no es la mejor razón del mundo para alojar a
alguien en tu casa. Pero es mejor que lidiar con la culpa. Creo. 276
Voy a ser honesta: no estuve loca con la idea la primera vez que me lo
propuso. Todavía estoy enojada porque me mintió, por amor de Dios, él es
un agente del FBI. Hablo de la incompatibilidad. Pero Mike entiende lo que
he perdido, y para mi es importante que mi tutor lo entienda. Además, es
Mike o el reformatorio, y la esposa de Mike, Ángela, sirve mejor comida.

Heather y Murphy me sorprendieron presentándose con cajas en mi


apartamento el día que el juez determino que mi vivienda temporal con
Mike iba tornarse permanente. Nunca pregunté cómo lo supieron, pero
podría apostar que Sam les llamó cuando le envié un mensaje de texto con
mi nueva dirección. En cualquier caso me llevó toda la tarde embalar todas
mis pertenencias… incluyendo una maleta maltratada, un vestido color
crema y unas flores marchitas… fue un poco menos doloroso gracias a dos
visitantes inadvertidos.

―La hermana Rassmusen llamó ―dice Mike, interrumpiendo mis


pensamientos―. Están a punto de comenzar las vacaciones de invierno,
quiere verte antes de cerrar el colegio. ¿Estás lista para eso?

―Seguro ―digo, con los ojos fijos en el paisaje―. Aunque, no se sobre qué
hablar. Ellos me tienen que expulsar. La investigación es solo una
formalidad.

―Yo pienso que es para explicarte el porqué.


Decido ir con ella, a pesar de que todo lo que va decir va ser doloroso y sin
sentido.

Aunque tal vez haga que se sienta mejor. Y esta nueva Julep no puede fingir
que la felicidad de otras personas no importa.

Mike hace un cambio de sentido dirigiéndose a Santa Agatha.

Cuando estamos en el aparcamiento doy un paso fuera del auto, tengo un


sentimiento extraño. Como si estuviera mirando la casa donde crecí y ahora
perteneciera a otros.

―¿Quieres que vaya contigo? ―pregunta.

―No gracias ―le digo a través de la ventana―. Puedo tomar el camino a


277
casa desde aquí.

Felizmente los pasillos están vacíos mientras me dirijo hacia la dirección.


Los casilleros están aferrados a las paredes con una fingida inocencia. Como
si ninguno de ellos alguna vez hubiera guardado una identificación falsa o
un mensajero muerto. Pienso en la sala Brockman y la pila de retratos con
sonrisas petulantes, cuando atravieso por ella. A pesar que esta vez
pareciera que las personas de los retratos me juzgan un poco menos.

Cuando entro a la sala de espera de la oficina del director, la ayudante con


aires de ratón asustado se escabulle para anunciar mi llegada, regresa más
calmada, dejando la puerta abierta para mí. Pero antes de que pueda
atravesarla, la Decano Porter sale, mirándome como si el diablo escupiera
en sus zapatos.

―Ah, señorita Dupree ―dice la hermana Rasmussen, quien está a solo un


paso detrás de la Decano. Está sosteniendo un abrigo negro en una mano
y un sobre en la otra―. Vamos a dar un paseo.

Me pondo al lado ella cuando la decano se va por el pasillo opuesto.

―Escuché que el juez fue muy indulgente, considerando la naturaleza de


tus crímenes ―dice situando el abrigo encima sus hombros―. Servicio
comunitario, supervisión del FBI, una serie de multas y una carta de
disculpas, ¿estoy en lo cierto?
―Sí ―le digo―. Supongo que piensa que sufrí demasiado.

―O tal vez que tus extremos esfuerzos para rescatar a otros, le mostraron
redención del carácter que él quería fomentar. ―Abre la puerta y camina
hacia afuera. No estoy segura a dónde quiere llegar, pero tengo curiosidad
acerca del sobre. ¿Será para mí? ¿Es mi carta oficial de expulsión?

―Supongo que nunca lo sabremos a ciencia cierta ―digo cerrando mi


chaqueta contra el frio.

―En realidad el juez Collodi es amigo mío. Le preguntaré en nuestro


próximo partido de tenis.

―Oh. ―¿Qué digo ante eso? ¿Qué estoy haciendo aquí?


278
―Sin duda te estarás preguntando porqué te pedí que vinieras.

Saca un par de guantes tejidos del bolsillo y se los pone. Su respiración es


una niebla en el aire frio. Estamos en plena época de frio, el sol ya está
derramando su luz dorada de ocaso tan pronto como a las dos de la tarde.

Ella me pasa el sobre.

Dentro hay dos hojas de papel dobladas en tres. La primera es de hecho


una carta de la junta de la dirección. Pero en lugar de expulsarme die que
revocan mi suspensión, que puedo retornar a Santa Agatha en el inicio del
periodo.

―No entiendo… ―le digo.

―Puede que tengas que ver la segunda página.

Paso a la siguiente página, es un cheque con el pago del resto de mi


educación en Santa Agatha, no solo del resto del año si no en su totalidad,
para toda la prepa y el último año también.

―¡Mierda! ―digo, dándome cuenta que la hermana todavía sigue aquí―.


Lo siento.

―No lo hagas. Me he dicho mierda a mí misma una o dos veces. Tres con
esta.
―¿De dónde es el dinero?

―Tus conjeturas son igual de buenas que las mías. Mucho mejores en
realidad. La matrícula entró como cheque de un donante anónimo con una
confusa nota.

―¿Qué nota?

Ella apunta la parte inferior derecha de la declaración debajo del


encabezado

“INFORMACION ADICIONAL”

TROVA LA FATA TURCHINA

―¿Alguna idea de a qué se refiere? ―pregunta. 279


Niego con la cabeza, aunque eso sea parcialmente una mentira. Yo he visto
antes “FATA TURCHINA”… en un arma descargada dentro de un auto
estancado en una zanja, debe ser de mi padre.

Lo que significa que Petrov le pagó por adelantado. No es de extrañar que


Petrov estuviera tan furioso. Entonces finalmente lo tengo, lo que
realmente es, lo que significa. Es el resultado definitivo de mi papá. Y me lo
acaba de entregar.

―La verdad es que la junta no tiene otra opción ―continúa la presidenta―.


El cheque puede haber sido el último empujoncito. La decisión ya estaba a
punto de ser tomada. Durante la investigación montones de estudiantes
hablaron voluntariamente a tu favor. Los profesores también. La Srta.
Shirley particularmente fue la principal portavoz en tu defensa.

―¿La Srta. Shirley, mi profesora de informática? ―digo, estremeciéndome.


Pienso que le debo toda su jubilación, y una disculpa. ¿Y los estudiantes?
Pensé que todos me culpaban por la muerte de Tyler. Ciertamente me culpo
a mí misma.

―Y luego está toda la publicidad que ganó la escuela por sus grandes
esfuerzos sin precedentes de integrar a jóvenes desplazados. Las solicitudes
de admisión se han triplicado este mes más de lo que el último año. Nada
de esto hubiera sido posible de no ser por ti.
―Pero yo no lo hice por la escuela. Lo hice para salvarme a mí misma.

―Ambas sabemos que fue más complicado que eso.

Miro nuevamente abajo hacia el indulto que sostengo, sintiéndome


abrumada. Es demasiado todo a la vez. La matrícula, el apoyo de todos, el
inesperado resultado positivo. Yo no pretendía nada de esto, así que siento
que no lo merezco. Ciertamente no me merezco el crédito. No más de lo
que merezco una segunda oportunidad.

―Parece triste ―dice preocupada.

―Es solo… solo pienso que este sueño ya partió sin mí.

Ella sonríe y me toma del brazo.


280
―Ven conmigo. Quiero que veas algo.

Caminamos a través del patio atravesando el arco, a un edificio auxiliar.


Abre la puerta y luego me lleva hacia un aula pequeña con unas treinta
niñas uniformadas, con una profesora y unas cuantas ayudantes rondando
en círculo por los pupitres. Estamos desapercibidas en el fondo del aula.

―Creí que te gustaría ver los beneficios de tu donación de 50 mil dólares


―dice bajito.

Una chica un poco mayor que yo levanta la mano y dice, ―Yo atrapo la
pelota roja ―hablando con un marcado acento. La maestra le felicita y
cambia al siguiente ejercicio.

La hermana Rassmusen me lleva fuera de la clase, cerrando la puerta detrás


de nosotros.

―Los estudiantes embajadores americanos están en el siguiente salón


aprendiendo ucraniano rudimentario. Algunos de ellos son de buena
familia, aunque hubo algunas quejas por parte de sus padres. Cuando les
dije que tenían que elegir en tomar un inmigrante o que sus hijos fueran
expulsados por violar una regla del código, razonaron rápidamente. Incluso
reformularon la situación para su ventaja para formar una organización en
base a esto. Así es como vino la publicidad.
―Vaya ―digo. Es más de lo que esperaba. Y estoy segura que costará más
de los cinco mil dólares que estime inicialmente. Las familias que chantajeé
para que adoptaran a las chicas, y a si mismo Santa Agatha está motivando
al resto.

―No sé qué decir.

―Señorita Dupree, usted ha sido bendecida con un paquete especial de


habilidades, y un cerebro y corazón para usarlos en beneficio de otros.
Prométame que no va desperdiciarlos.

Sonrío.

―Lo Prometo.
281
32

BORRÓN Y CUENTA NUEVA


Tres semanas más tarde, empujo la pequeña pila de correo basura que se
ha acumulado en mi ausencia este fin de semana, y abro la puerta de mi
nueva oficina. Recojo los anuncios de limpieza de alfombras,
mantenimientos de hornos y de la pizza local, los arrojo en el basurero, me
dirijo a mi sillón de Goodwill25 parcialmente roto y con el tapiz destrozado
tras el escritorio.

A pesar del cheque que mi padre envió para la matrícula, una chica no
puede vivir solo de educación. En especial una chica que está en el sistema 282
de familias sustitutas, Mike podría ser responsable de alimentarme pero yo
soy responsable del resto. Y ya que ahora soy oficialmente una estafadora
domesticada, se supone que debo evitar cualquier cosa que esté en contra
de la ley.

Esto deja una vacante de un empleo muy bien pagado.

Consideré una cafetería con música al vivo. Brevemente. Pero todos


sabemos el desperdicio que sería, así que decidí pasar el rato como un
investigadora de seguridad, que sólo es una fantasiosa manera de decir,
“Investigador Privado con especialidad en sistemas de seguridad.” Tú los
construyes nosotros los ponemos a prueba. Si hay algo que se ha ido,
podemos tratar de rastrearlo, pero sobre todo nos centramos en la
prevención.

No es que no vayamos a tomar trabajos pequeños para compañías de


seguros y Etc. Cualquier cosa para la renta.

Con todo, no está mal para ser un trabajo después de la escuela. A veces
tengo que entrar en modo Sra. Jena Scott para hacer creer a los clientes que

25
En USA Goodwill es un supermercado o Mall donde encuentras variedad de productos desde muebles,
electrodomésticos, ropa entre otros.
soy más mayor de lo que en realidad soy, no hay nada ilegal en eso
exactamente, ¿verdad?

―No pudiste recoger el correo, ¿Murph? ―pregunto mientras deslizo del


hombro el bolso sobre el escritorio junto a mis llaves.

Murphy levanta la vista de su escritorio mucho más bonito debajo de la


ventana.

―¿Qué? Oh. Eso es trabajo del jefe.

Ya puedo ver que esto va ser una sociedad equitativa.

―Todo es trabajo del jefe.

―Soy un experto en iluminación y sonido, no una criada. ―sumergiéndose 283


de nuevo en su computador portátil, y esto me recuerda mucho a Sam lo
que hace que me dé vueltas el interior un rato.

―Voy por un café con leche. ¿Quieres algo? ―le digo mientras rebusco la
billetera en el bolso. Si, ahora tengo que pagar por el café…traten de no
caerse. Murphy me saca de onda, bajo las escaleras y rodeo la parte del
frente, los vapores de los anuncios de Ballou se filtran a través de las grietas
alrededor de la puerta saliendo a la calle.

―Dos cafés con leche de vainilla helados ―le digo al barista que no es Mike.
Creo que su nombre es Saji, o algo así. Él toma el dinero y comienza a hacer
los cafés.

Cuando resultó que el espacio encima de la oficina de Ballou estaba


desocupado y libre para la renta, salté sobre ello. Claro, tiene un extraño
olor en las paredes a moho y café horneado. Un armario lleno de latas de
pintura de los años 60, y una generosa dispersión de excrementos de ratón
por todo el suelo. Pero también tiene una puerta con cerradura, luces de
trabajo y conectividad a internet gratis. Y su precio es accesible… los escasos
fondos que quedaron en mi cuenta después de haber devuelto su dinero a
la gente que se hizo hacer identificaciones falsas por mí, apenas cubrieron
el primer mes de renta. Ojala mi papá pudiera ver esto. Probablemente
tendría arcadas en la respetabilidad de todo esto. Cuando regreso a la
oficina, Murphy está empacando.
―Gracias ―dice tomando el café helado.

―¿Pasaras el día fuera? ―le pregunto.

―Sí, me reuniré con Bryn en el Logan para ver “El desesperar de los
muertos”

―¿Cómo va eso? ―pregunto, sinceramente feliz de haber estado


equivocada acerca de Bryn, al menos hasta ahora.

―Grandioso, resulta que friki es el nuevo negro.

―Me pregunto de donde habrá sacado esa idea. ―Poso mi vaso en el


escritorio mezclándolo con el correo restante.

―Te envié el análisis financiero para el trabajo Cobey. 284


―Ok, ahora sal de aquí antes de que Bryn comience a escribir mensajes
épicamente.

Cuando Murphy está llegando a la perilla, la puerta golpea contar él.

―Oops, lo siento ―dice Heather deslizándose por delante de Murphy.

―Un placer verte, también, Heather ―gruñe Murphy azotando la puerta


tras él.

―Apuesto a que estas aquí por esto. ―Saco un cheque del cajón de mi
escritorio.

―Todavía no puedo creer que funcionara en realidad ―dice ella.

―Eso es lo que todos dicen siempre. ―Tomo su cheque―. Este es mi último


acto como mafiosa, solo estoy continuando un trabajo porque jamás dejo
uno sin terminar. Pero, Esta parte es difícil, porque no sé sermonear y no
tengo la moral para hacerlo.

―Pero deberías comenzar a ser sincera con tu madre.

―¿Estas bromeando? ¿Quién eres tú y que has hecho con Julep Dupree?
―Mira yo no sé nada sobre el modelaje en Nueva York, la universidad o lo
que sea. Pero si se una cosa o dos acerca de perder a los padres. Créeme
cuando te digo que mantener secretos te apartará de ellos.

Heather trata de hacerme sentir culpable por su expresión resentida que


generalmente tiene la gente cuando es llamada por su propia mierda.

―Hay cosas peores.

―No puedo pensar en ninguna ―digo.

―Anotado ―dice ella metiendo el cheque en su bolso. Entonces afirma el


bolso en su hombro y se va sin decir adiós.

Lo he hecho lo mejor que puedo sin comprometer mi seriamente


285
deformada integridad.

Ella me escuchará o no. En cualquier caso, estamos cuadrando. Y mientras


contemplo las deudas que aún quedan por pagar, la puerta se abre
nuevamente.

―Una oficina te hace un blanco fácil, te das cuenta.

El familiar acento de Europa del este envía un escalofrió a mi medula


espinal.

―Dani, que bueno que te dejes caer por aquí.

Ella está sorprendentemente bien a pesar de ser una persona perseguida


por policías y ladrones al mismo tiempo.

Lleva su nuevo abrigo negro, ya que todavía tengo yo el viejo. Se ve


alimentada y limpia. No da ni un indicio de la angustia que normalmente
muestra alguien que es perseguido. Está sonriéndome, y me doy cuenta que
nunca antes había visto su sonrisa. Una pequeña sonrisa, pero transforma
su cara en la de alguien casi normal de diecinueve años.

Le devuelvo la sonrisa.

―Mike me haría preguntarte: ¿Estás aquí para matarme? ―digo.

―Si yo soy tu único peligro, entonces estás bastante segura.


―Es bueno saberlo. ―Le ofrezco la silla para clientes, aunque sé que ella
nunca se sentaría dando la espalda a una puerta.

―Pero solo porque yo no desee tu muerte no significa que otros no.

Suspiro, el mismo argumento de Mike, saliendo de la boca de Dani. Soy


afortunada de que ellos dos no unan fuerzas, o lo tendría más difícil para
hacer las cosas a mi manera.

―No soy nadie como para ser un objetivo importante. ―Me siento en la
silla y subo los pies apoyando los talones en el escritorio.

―Tal vez ―dice Dani―, pero tienes una manera de molestar a la gente
peligrosa.
286
―Créeme, la conquista de otra familia de criminales es lo último en mi lista
de tareas pendientes. Y cuando digo último y quiero decir que primero esta
hacerme la tortura del submarino y arrancarme los ojos.

Dani se ríe, realmente ríe, y se inclina hacia el escritorio, con una pequeña
tarjeta en la mano.

―En caso de que pases la tortura del submarino y te saques los ojos.

Coloca la tarjeta en mi escritorio y se va hacia atrás, todo lo que hay en la


tarjeta es un número telefónico en una pequeña escritura con tinta negra.

―¿Qué es esto?

―Mi número de teléfono. En caso de que necesites apoyo.

―Gracias ―digo―. Pero mis casos serán bastante aburridos de aquí en


adelante… defraudación de fondos, estafa de seguros, prueba de los
sistemas de seguridad. Nada que involucre balas, lo prometo.

―No me importa un poco de aburrimiento de vez en cuando.

―¿No te preocupa que te atrapen? ―Todavía no sé cómo se sostiene. Cada


vez pienso que tengo respuesta de ella. Hace algo nuevo y completamente
diferente.
―Si la policía realmente me estuviera buscando, ya me hubieran
encontrado. Yo soy como siempre fui.

Y ella es. Algo me dice que siempre lo será.

En un capricho, recojo las llaves y desengancho una del anillo que las
sostiene, y la lanzo a Dani, ella la agarra sin ningún esfuerzo.

―Conozco a un chico en el depósito municipal ―le digo. Había planeado en


mantener el Chevelle para mí, pero en realidad le pertenece a ella. Ahora
consigo el Chevelle y un conductor.

―¿Conoces un chico?

―Ok, conozco un chico ahora. No me tomó casi nada engañarlo. Estaba


287
ansioso por darme el auto.

―Y ahora tú me lo estás dando a mí.

―Hoy es un buen día, solo ve por él.

Ella asiente con la cabeza, tiene una expresión sombría en el rostro.

―Si hubiera sabido que él estaba vivo. Le habría sacado ―dice.


―Sinceramente pensé...

―Lo sé ―digo jugueteando con las llaves. Luego de la nada, digo, ―Estas
preparada para algo aburrido ahora.

―¿Qué tipo de aburrido?

―El tipo que implica conducir a la guarida del león.

Encogiéndose de hombros y sonriendo.

―¿Por qué no?

Pasan volando cincuenta minutos, mientras intento que los nervios no


tomen lo mejor de mí.

Yo todavía soy estafadora en el corazón. Entrar en una prisión es suficiente


para que mi sangre hierva. Cuando se detiene en la puerta. Dani me lanza
una mirada de preocupación.
―¿Quieres que vaya contigo? pregunta

―Nah ―le digo―. Es solo una tonta fobia, ya lo superaré.

―Estaré aquí, cuando vuelvas ―dice. El énfasis que pone en “estaré aquí”
parece tener un significado más profundo, una promesa a largo plazo.

―Gracias ―le digo, sosteniendo su mirada para darle más peso a mis
palabras. Es bueno tener amigos. Incluso de los torcidos.

El interior de las prisiones es menos como una película y más como un


hospital.

Un mostrador gigante en forma circular con un hombre corpulento detrás


de él domina el vestíbulo.
288
Es casi demasiado fácil, caminar y expresar mi negocio. Él me lleva a través
de un vestíbulo, no muy aterrador, abriendo una puerta apuntando hacia
un corredor. Sigo las señales rotuladas con “VISITANTES” y entro en una
habitación casi normal llena de ventanas, mesas y sillas…no barras. Mi
padre entra por otra puerta unos segundos después de que cierre la mía y
salto a sus brazos. Él hace una mueca pero me atrapa y me devuelve el
abrazo.

―¿Cómo está tu hombro? ―le pregunto cuando me suelta.

―Bien, un poco rígido.

Hay tantas preguntas que quiero hacer. Demasiado miedo, culpa e ira que
aún no he procesado. Sé que lo hizo por mí. Pero eso no cambia todo lo que
perdí todo cuando todo salió mal. Algo ha estado mal entre nosotros desde
aquella noche, y supongo que es cierto lo que dicen, nunca se puede ir a
casa otra vez. Puedes extrañar, puedes visitar pero no puedes volver. Es por
eso que no me molesto en preguntar. Sus razones y garantías no cambian
absolutamente nada.

―¿Has leído algún buen libro últimamente? ―le pregunto.

―Lo mejor de la prisión… es el tiempo ilimitado para leer. ―Él sonríe, como
ocultando que sabe lo que está pasando por mi cabeza.
―¿Lo peor? ―pregunto porque esto sigue.

―No verte todos los días.

Le abrazo de nuevo, más suave esta vez, manteniendo los pies en el suelo.
Incluso si él ya no puede ser mi padre, todavía es mi papá.

―¿Ramírez sigue siendo insufrible? ―pregunta mientras nos sentamos en


una mesa cercana. Aunque él se mantiene sosteniendo mi mano.

―¿Un corredor de apuestas, es una apuesta segura? ―le digo con una
sonrisa traviesa…hasta que recuerdo a Ralph y la sonrisa se va de mi cara―.
Lo siento papá.

El mira abajo hacia nuestras manos.


289
―¿Aun no hay señales de Ralph?

―No, aun no, pero todavía estoy buscando.

Suspira.

―Si no hay noticias es una buena noticia. Probablemente solo se trasladó.

―Sip ―digo, y estoy bastante segura que está en lo cierto. “Bastante


segura” no es del todo, cuando se está hablando de un amigo, pero es
mejor que nada. Cambiando de tema digo, ―Papa, acerca de mi madre.

―¿La encontraste? ―dice, animado.

Niego con la cabeza.

―¿Por qué no me puedes decir dónde buscarla?

―Lo haría si supiera, Jules, créeme. Traerla de vuelta significaría que no te


tendrías que quedar con Ramírez ―lo dice como si yo fuera la que está en
la cárcel.

―¿Pero qué hay de la nota que pusiste en el cheque? ―le digo.

―¿Qué cheque? ―dice, perplejo.

―El cheque para mi matricula ―le recuerdo―. La rotulación: “Trova la fata


turchina” “Encuentra el hada azul”
―No tengo ni idea de lo que estás hablando.

Mi estómago se revuelve.

―¿Tú no mandaste ese cheque?

Niega con la cabeza lentamente.

Después de media hora de una lluvia de ideas infructuosa, admitimos la


derrota del día. Ninguno de nosotros tiene idea de quién habría pagado mi
matrícula, y mi hora de visitas se ha terminado. Digo adiós a través de un
gran nudo en la garganta. Él me abraza y me deja ir.

Le cuento a Dani lo de mi descubrimiento de camino de regreso a mi oficina.


Sus dedos aprietan el volante unas cuantas veces, y parece preocupada.
290
Pero no puedo ver quien me quiera hacer daño pagando por mi superación
educativa, así que le digo que deje de quejarse.

Desafortunadamente, mi racionalización no la detiene para ir delante de mí


en las escaleras y comprobar si el “coco” no está en mi oficina. Porque soy
tan mala escogiendo secuaces. En serio, es una cosa que va conmigo.
Finalmente logro convencerla de irse con la promesa de que le escribiría un
texto cuando regrese donde Mike.

Hablando de eso, reviso mi teléfono por primera vez en horas. Tres textos
de Mike. Argh. Llamadas pérdidas en mi registro de llamadas. Le escribo
rápidamente indicándole mi paradero y mi hora de llegada. Lo último que
necesito es otro sermón de Mike sobre la responsabilidad y el seguimiento.

En cualquier caso, no voy a resolver el enigma del cheque misterioso esta


noche, así que me siento en la silla y doy un largo y profundo suspiro. Pongo
los pies sobre el escritorio nuevamente. El estiramiento de mis músculos
cansados me hace sentir bien.

Es bueno tener la oficina para mi sola de vez en cuando. Me gusta escuchar


el sonido de los coches pasando por ahí, el vapor de leche y el debate
pretencioso pasando por debajo.

Dejo la luz apagada, porque me gusta sentir la noche a mí alrededor. Una


suave manta de refugio y tranquilidad. Si, podría estar un poco
abandonada, y perdí un poco más de lo que quiero admitir, pero estoy
sobreviviendo. Un día a la vez.

Me recuesto de nuevo en la silla justo cuando una mujer, de unos treinta y


tantos, con cabello castaño―rojizo, asoma la cabeza dentro mi oficina.

―¿Es usted la señorita Dupree? ―pregunta.

―Sí, pase. ¿Y usted es?

La mujer entra y la preocupación aprieta las finas líneas de su rostro.

―Eliza Brancroft. ―Ella sacude su paraguas con una mano y extiende la otra
hacia mí―. Creo que necesito tu ayuda.

Me pongo de pie y tomo su mano. Ofreciéndole una sonrisa 291


tranquilizadora.

Sip, hoy día es un buen día.


AGRADECIMIENTOS
La creación de un libro es mucho como el viaje de un héroe, como la historia
contada dentro de estas páginas. No lo habría hecho a través de los baches
y las curvas de la carretera sin muchos amigos sabios que iluminaron mi
camino.

Primero, quiero agradecer a mis padres, Elizabeth Smith, Paul Smith, y Daryl
Gibson, por darme cada ventaja, incluido una larga vida de amor por la
lectura, el ejemplo de su propia fortaleza en lograr lo imposible, y una
curiosidad interminable por las cosas que no se ven. Mis hermanos, James, 292
Christopher, y Will, alentando el desarrollo de mi imaginación por colocar
mis locas ideas, como chapoteando a través de una piscina en una olla
masiva para escapar de una multitud de cocodrilos. Agradezco a
Christopher en particular por emplear su verano viendo Star Wars repetido
conmigo, y mi mama por su entusiasmo inquebrantable en cada hito.

Además, no puedo dejar de agradecer a mis profesores de inglés y escritura


creativa lo suficiente por explicarme pacientemente las reglas, hasta que
me volví lo suficientemente astuta para romperlas.

Especialmente, gracias al señor Giuliani, la señora McCormick, la señora


Kinsley, los señores Bennett y Garrett, y mi querida bibliotecaria, la señora
Cooper.

Julep tiene una gratitud eterna con mi grupo de lectoras beta. En primer
lugar, absolutamente gracias a mi esposa y primera lectora, Miranda, que
dice las cosas como son: bueno, malo o feo. Gracias también a nuestra hija,
Caelan, por aguantarme las largas e insoportables horas de escritura. Este
libro no habría sido posible son su apoyo, amor y comprensión.

Todos mis lectores beta han aportado algo a esta historia, y créanme
cuando les digo que puedo mirar cada frase y decirles cuál de estas
encantadores personas me ayudaron a retocarla a la perfección. Gracias a
Laura Ferrel, mi BFF y alma gemela de escritura; mis amigos de grupo Los
Escritores— William Hertling, Debbie Steere, Jill Ahlstrand y Jonathan
Stone— que me dijo con mucho tacto que me deshiciera de los Pomeranos;
mis amigos en el Club Pony— Kristen Ketchel-Bain, Ehren y Merri Vaughn,
y Ethan Jones— que me ayudó a trazar las aventuras de Julep; Rachel Potts,
experto y diseñador de la portada YA, que me dijo todo lo que quería y lo
que no de sus pensamientos más profundos; y por último pero no menos
importante , Marie Langafer, que llegó al final y me ayudo a dar los
mensajes y con la edición final. Un agradecimiento especial a Mary Kare
Fellows Russell y su clase de Inglés Superior por darme la perspectiva
adolescente tan valiosa para los primero tres capítulos.

Y, finalmente, este libro es lo mejor que podía ser gracias a Laura Bradford,
mi agente y campeona, quien se arriesgó con una novata inédita, y mi
293
editor, Wendy Logia, que tomó una historia pieza-de-carbón, y la convirtió
en un diamante. También me gustaría dar las gracias a todo el equipo, tanto
a la Agencia Literaria Bradford y Delacorte Press. Tanto pasa en segundo
plano que ni siquiera yo se acerca de ello. Gracias a todos ustedes por sus
incansables esfuerzos.
ACERCA DEL AUTOR
Mary Elizabeth Summer contribuye a la delincuencia de menores por medio
de la escritura de libros sobre adolescentes rebeldes con tendencias
criminales. Ella tiene una licenciatura en escritura creativa de Wells College,
y su filosofía en la vida es —Nunca te puedes equivocar con salsa sriracha—
. Ella vive en Portland, Oregón, con su esposa, su hija y su ser supremo
malvado-es decir, su gato. Trust me, I’m Lying es su primera novela. Sigue
las últimas hazañas de Mary Elizabeth en mesummer.com.
maryelizabethsummer.tumblr.com, y Pinterest.com/mesummer, y en
Twitter en @mesummerbooks
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ESTE LIBRO HA SIDO TRADUCIDO, CORREGIDO
Y EDITADO POR:

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