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CRONOLOGIA DE LA HISTORIA ANTIGUA DEL CERCANO ORIENTE

Periodo Cronologia
Protodinastico - Dinastico Temprano - Dinastico Arcaico - 2900 - 2350
Reino de Akkad - 2350 - 2200
Dominio Guti - 2200 - 2100
Tercera Dinastia de Ur - Ur III - Periodo Neosumerio - 2100 - 2004
Periodo de Isin y Larsa - Paleobabilonico - Paleoasirio - 2004 - 1600
Periodo Casita - 1600 - 1200
Periodo Mediobabilonico - Periodo Medioasirio - 1200 - 750
Periodo Neoasirio - Periodo Neobabilonico - 744 - 539

Resumen del capítulo 6 del libro de Mario Liverani: "El Antiguo Oriente"

Mesopotamia Protodinástica

Esta etapa (que abarca desde 2900 hasta 2350) tiene una fase en la que no podemos contar con
textos, mientras que, en un tiempo posterior, se presenta un desarrollo homogéneo. Al principio se
trata tan sólo de textos administrativos, pero al final del periodo aparecen textos sociopolíticos y
jurídicos. Comparada con la preponderancia y el relativo aislamiento de Uruk, la situación
geográfica, productiva y política del Protodinástico II – III se caracteriza por un policentrismo mas
acusado, con una serie de ciudades estado de dimensiones similares que se hacen competencia
entre sí. Al sur están Uruk, Ur y Eridu, al este, Lagash y Umma, en el centro Adab, Shuruppak y
Nippur, y al norte Kish y Eshnunna. Remontando los cursos del Tigris y Éufrates aparecen
respectivamente Assur y Mari, nuevos centros de la expansión sumeria.
Durante este periodo la población de la llanura mesopotámica es muy superior a la de todos los
periodos anteriores, y está mucho mejor repartida regionalmente, aunque sigue manteniendo la
configuración de “islas” de población aisladas entre sí por estepas áridas o tierras anegadizas. La
red de canales es la base de este sistema territorial integrado. En la larga historia de la ordenación
hídrica de la llanura aluvial, que es paralela a su estructuración política, nos encontramos en el
estado de la fricción y la difícil integración entre las distintas “islas” comarcales. La cohesión interna
de estas últimas no implica necesariamente una cohesión del conjunto. Lo que es óptimo para una
zona puede ir en detrimento de otra, pues todas ellas se relacionan con el flujo de las aguas, y las
que están aguas abajo dependen, obviamente, de las que están aguas arriba.
Conviene señalar que el desarrollo cultural mesopotámico tiene un soporte étnico y lingüístico que
es mixto desde el comienzo de la documentación escrita. Sin duda, dentro de esta mezcla
subsisten variaciones en el tiempo y el espacio. Pero si hacemos que estas variaciones se
correspondan con las variaciones tecnológicas y organizativas, podemos caer en simplificaciones
arbitrarias.
En el Protodinástico II – III los documentos suelen estar escritos en sumerio, y esto dice mucho
acerca de la preponderancia de este elemento. Por lo general, de esta preponderancia se deriva la
simplificación de llamar sumeria a esta cultura. La realidad es bastante más compleja. El análisis
de la distribución de nombres propios demuestra que los semitas (acadios) ya estaban presentes
en esta fase (y tal vez antes); y que a una proporción mayor de sumerios en el sur se opone una
mayor presencia de acadios en el norte, en evidente conexión con la localización más compacta de
los pueblos de lengua semítica.

La ciudad- templo y la estructura social

La posición central del templo, en la ciudad, que se advierte ya desde la fase Uruk en el urbanismo
y la arquitectura, aparece ahora con más claridad, gracias a la documentación escrita, en sus dos
vertientes de centro ideológico y ceremonial y centro de decisión y organización. Existe cierta
ambigüedad entre la función del templo como centro directivo de la ciudad – estado, y como célula
en el interior de la ciudad – estado. En el periodo Protodinástico, el centro directivo se sitúa
aparate, como palacio, mientras el templo –o mejor dicho, los templos, ya que el centro urbano
suele tener más de uno – conserva sus funciones de culto y también sus consolidadas funciones
económicas, aunque ya integradas en la organización estatal global. En el reparto de funciones
entre el templo y el palacio, el primero se queda con la primacía ideológica (incluyendo la
legitimación divina del poder), pero el segundo se queda con la primacía operativa.
En el ámbito de la organización interna es importante señalar que la visión mesopotámica reúne
templos, palacios y casas familiares en la categoría unitaria de “casa”, en el sentido de unidad
productiva y administrativa, célula básica de la sociedad.
En el Protodinástico los templos ya tienen una larga historia, mientras que el palacio es bastante
más reciente. Después del primer palacio de Yemdet Nasr, a partir de la primera parte del
Protodinástico III aparecen palacios en el sur de la Mesopotamia (Eridu), y sobre todo en el norte
(Kish y Mari). Significativamente, es la época en la que aparecen las primeras inscripciones reales,
de Enmebaraggesi a Mesilim y la dinastía del cementerio real de Ur. A una clase dirigente del
templo, anónima en el sentido plenipotenciaria del dios, como había sido la clase dirigente de la
ciudad – templo desde el periodo Uruk Antiguo hasta el Protodinástico I, le sucede una clase
dirigente “laica”, detentadora del poder que mantiene con su propio centro de legitimación y
necesita afianzar una imagen más personalizada de la realeza, haciendo hincapié en unas dotes
humana y socialmente comprensibles, como la fuerza o la justicia.
Aun después de la aparición de palacios laicos, sigue siendo muy importante la función económica
del templo. Pero ya está más matizada según los casos, y condicionada por la existencia del
palacio.
El templo deja de ser el centro y se convierte en una célula del estado palatino, cohesionada, pero
similar a otras células, y por lo tanto modulo que puede multiplicarse para servir de apoyo a una
organización política amplia y ampliable. El templo se ocupa de varios sectores: la administración,
el almacenamiento, los servicios y la producción primaria. Entre los sectores y niveles, hay un gran
número de personas, una gran extensión de tierras de cultivo y una proporción importante de las
actividades económicas que dependen del templo.
Naturalmente, la influencia de la gran organización del templo o el palacio sobre el destino de las
comunidades de la aldea es muy grande. La población de las aldeas tiene que contribuir a la
acumulación central de productos, sobre todo de dos maneras: mediante la cesión de una parte del
producto, o mediante prestación de trabajo (generalmente agrícola y, cuando es necesario, militar).
Además, la organización central penetra en el campo. Lo hace físicamente, con obras de
infraestructura hidráulica y roturación de nuevas tierras, destinadas a ser explotadas directamente
por el templo y sus dependientes. También penetra con una descentralización de funciones
administrativas, que tienden a convertir las aldeas autosuficientes en piezas del sistema
centralizado. Por último, penetra sobre todo como el principal terrateniente. No sabemos cómo fue
la distribución de las tierras entre el templo y las aldeas, pero lo más probable es que el templo
acabara prevaleciendo, por la tendencia a utilizar las tierras que se iban roturando a lo largo de los
canales nuevos, lo cual condenó a las aldeas a desempeñar un papel marginal, y a obtener
beneficios cada vez más reducidos.
Aunque amplias capas de la población permanecen libres en sus aldeas, y sólo dependen de la
ciudad – estado como pagadoras de tributo, prestadoras de trabajo personal y fieles del dios, la
parte de la población que depende del templo de forma integrada, y más adelante del palacio, es
cada vez más numerosa, y sobre todo es la dominante. Empieza a descollar una clase de
administradores, comerciantes, escribas y artesanos especializados que gira en torno al templo y
es portadora de una cultura muy viva, con afanes de innovación, racionalización y también
enriquecimiento. Esto tiene su reflejo arqueológico en la mayor riqueza de los ajuares sepulcrales y
los exvotos de los templos, la mejora de las viviendas urbanas y la aparición de más objetos de
considerable valor.
La distinción en el aspecto funcional entre los dependientes del templo (especialistas) y los
hombres “libres (productores de alimento), que desde la época de Uruk había sido tajante, empieza
a convertirse, inevitablemente, en una superposición económica de carácter clasista.

La tierra y el trabajo

La base económica de la civilización protodinástica sigue siendo la explotación agropecuaria de la


llanura mesopotámica, y tanto la artesanía como el comercio son actividades derivadas. La
novedad del Protodinástico es la existencia de textos administrativos, que completan los datos
arqueológicos y paleoecológicos, proporcionando una visión más concreta y detallada de la
agricultura y las otras actividades productivas de Mesopotamia en el segundo cuarto del III milenio.
Se observa que hay una acumulación de excedentes a gran escala que no se observa en periodos
anteriores que se destina para el sustento de los especialistas y las clases dirigentes
administrativas y sacerdotales. La proporción que se reserva para la sementera del año siguiente
es irrelevante, y tampoco es muy importante lo que se deja en el sitio para alimentar a los
campesinos, de modo que buena parte de las cosechas va a parar a los silos de los templos y
palacios.
Estos excedentes ponen en marcha el mecanismo redistributivo, que se ve en acción en la época
de la primera urbanización. Este mecanismo es un sistema más evolucionado, y también más
estable, aunque la estabilidad favorece a los dependientes, mientras que para el templo señala el
principio de una parcelación de las tierras en propiedad, que en términos legales son asignaciones
temporales y bajo condición, pero de hecho tienden a consolidarse y a transmitirse por vía
hereditaria.
En las ciudades hay fuertes concentraciones de mano de obra, sobre todo en dos sectores
centrales. El primero es la molienda de cereales. Al no haber recursos técnicos para aprovechar las
fuerzas naturales, la producción de harina es el producto del trabajo largo y penoso de mujeres con
sencillos morteros de tradición neolítica. La otra concentración de mano de obra es el sector textil.
La hilatura y el tejido también se realizan con instrumentos neolíticos: huso, rueca y telar
horizontal. Las grandes cantidades de lana que llegan a los centros urbanos y se convierten en
paños, tanto para uso interno como para la exportación, son manufacturadas en autenticas
fábricas, donde mujeres de condición servil y origen a menudo extranjero dedican muchas horas
de trabajo a esa tarea.

El gobierno de las ciudades

El territorio de la Mesopotamia Protodinástica se divide en varios estados de dimensiones


“comarcales”, equivalentes en recursos y rango. Son el resultado de una reestructuración que tuvo
lugar, tras el predominio inicial de Uruk, durante el periodo de Yemdet Nasr y el Protodinástico I.
Cada ciudad es gobernada por una dinastía local, cuyo título varía de una ciudad a otra. En Uruk
se usa el término de en (gran sacerdote), en Lagash el término ensi (artífice del dios), y en Ur y
Kish el término lugal (rey). No son términos equivalentes, ni por sus implicaciones ideológicas ni
por su valor político. El primero subraya que el poder real procede del ámbito del templo, donde
tuvo su primera formulación. El segundo presenta al dinasta como dependiente del dios ciudadano,
o mejor dicho, como su administrador fiduciario. El tercero (literalmente “hombre grande”), que
destaca las dotes propiamente humanas, aparece solamente en época protodinástica, mientras
que los otros dos están atestiguados en la época de Uruk y Yemdet Nasr. En un sentido más
estrictamente político, el término ensi puede implicar también una dependencia a nivel humano, de
modo que los reyes más poderosos, cuando aplican una política hegemónica con respecto a otros
ciudadanos y potencian su actividad bélica, tienden a darse el título de lugal.
La situación es compleja y variable, no sólo por las diferencias locales de las costumbres
ciudadanas y por las variantes histórico – políticas, sino también porque se está produciendo un
cambio general. En el plano ideológico sigue siendo fundamental la legitimación divina de la
realeza, y por lo tanto la subordinación del rey al dios, y la presentación de su obra como una fiel y
eficaz realización de la voluntad divina. Pero en el plano administrativo surge la necesidad de
subordinar los templos a la administración estatal unificada, convirtiéndolos en puntos cruciales o
articulaciones internas sometidos al poder de decisión del palacio. La primera cuestión tiene un
alcance más amplio y afecto a las relaciones del rey con toda la población, mientras que la
segunda afecta sobre todo a las relaciones de fuerza en el interior de la clase dirigente.
Los reyes de las ciudades estado sumerias, una vez lograda la legitimación interna (basada en la
aprobación o el sometimiento de la clase sacerdotal local) y la legitimación externa (aprobación de
Nippur, red de relaciones con las demás ciudades, etc.), son esencialmente unos administradores
del territorio de la ciudad, entendido como una gran finca. El dios es el dueño de la propiedad y de
sus habitantes, y el rey su “administración delegado”. Dicho en términos menos ideológicos, el rey
es el amo, siempre que respete las convenciones sociales y religiosas que hacen que la población
le reconozca como legítimo. Las funciones básicas del rey son la administración permanente de la
economía y la defensa ocasional contra los ataques enemigos. Los planos de responsabilidad son
dos: uno divino y el otro real. El rey tiene la responsabilidad operativa de crear y controlar las
infraestructuras productivas y el sistema redistributivo en todas sus vertientes. Pero las buenas
cosechas se deben al dios. Y en la guerra, el rey está al mando de todas las operaciones, pero el
resultado del enfrentamiento lo decide la voluntad del dios, o mejor dicho las voluntades
contrapuestas de los dioses contendientes. Sin embargo, el comportamiento del dios es a su vez
reflejo del comportamiento real. El dios dejará de favorecer a la ciudad cuando el rey
(representante de la comunidad humana ante el favor divino) haya cometido alguna infracción. Por
lo tanto, hay una tercera función de la realeza no menos importante que las anteriores: el culto. El
rey, además de ser el responsable directo de la comunidad humana de su reino, es responsable de
las buenas relaciones con la divinidad, para evitar así los desastres naturales u otras calamidades
que están fuera de su alcance. Se pueden establecer buenas relaciones con la divinidad si se
dispone del hombre adecuado en el momento adecuado, y luego, día tras día, manteniendo un
difícil equilibrio.
El problema de la legitimidad es completamente ideológico. La justificación del poder, en realidad,
procede de la capacidad para ejercitarlo. El rey que sucede a su predecesor por la vía hereditaria
normal tiene una legitimidad obvia, pero no ocurre lo mismo con los usurpadores o los reyes
nuevos. Estos tratan de justificar su posición argumentando que, si el dios les ha elegido a ellos
entre multitud ilimitada de posibles candidatos, es porque sin duda poseen las dotes
especialísimas del buen rey.

Rivalidades y hegemonías

La datación interna del periodo Protodinástico se obtiene coordinando la documentación


estratigráfica (que es la única disponible para el Protodinástico I, y prevalece para el II) y las
fuentes escritas (que ya se pueden utilizar en el IIIa, y prevalecen en el IIIb). Pero los distintos
yacimientos contribuyen de forma desigual. Las secuencias estratigráficas más largas y fiables
aparecen en las excavaciones del valle del Diyala. En Ur aparecen complejos monumentales,
como el cementerio real. Por último, en Lagash se han hallado las inscripciones históricas más
interesantes y el archivo administrativo más voluminoso (del IIIb), pero se ha perdido prácticamente
la referencia arqueológica, debido a los métodos expeditivos de excavación del pasado. Por lo
tanto, no resulta fácil coordinar datos de naturaleza distinta procedentes de distintos yacimientos.
Además, un documento escrito de extraordinaria importancia arqueológica, la lista real sumeria,
puede servir como esquema básico, pero es objeto de continuas correcciones debido a sus fallos:
no es fiable en lo que respecta a las dinastías anteriores a la I de Ur, presenta en una sola
secuencia varias dinastías contemporáneas, y censura por completo las de algunas ciudades
importantes (sobre todo Lagash y Eshnunna).
Mientras la lista real nos presenta un cuadro seleccionado y unitario, con el motivo recurrente de
una dinastía que desplaza a otra, partiendo de los monumentos e inscripciones de la época se
reconstruye un cuadro de dinastías contemporáneas que compiten constantemente entre sí. En el
caso de los hallazgos, la secuencia que mejor conocemos es la de Lagash, y la disputa mejor
documentada la que enfrenta a Lagash con Umma, ciudades vecinas, por el control de un territorio
con abundantes cultivos y pastos. A partir de los documentos de los reyes de Lagash podemos
reconstruir las vicisitudes de la disputa, desde las primeras escaramuzas y un punto de referencia
jurídico como es el arbitraje de Mesilim, rey de Kish, hasta los episodios más recientes. Umma
siempre aparece como el mejor enemigo agresivo injusto y falsario, y Lagash como ciudad justa,
agredida y victoriosa. Pero no estaría de más conocer la versión de Umma. La disputa llega a su
punto culminante con Eannatum, a quien debemos la famosa estela de los buitres, en la que el
relato escrito se yuxtapone a la representación icónica, que no es menos elocuente en su
visualización de la relación entre vencedores y vencidos, y de la relación entre el campo de la
acción humana y el campo divino. Dada la insistencia de los textos de Lagash en este tema, sin
duda debió ser un conflicto muy importante en el ámbito político y económico. Pero está claro que
la disputa por el gu-edinna no es la única ni la más importante de la Mesopotamia protodinástica.
Nos sirve sobre todo para hacernos una idea de cómo era las relaciones entre las ciudades estado,
con frecuentes enfrentamientos por la posesión de tierras intermedias. Su ideologización las
convierte en disputas entre dioses, y se advierte una correspondencia entre un plano bélico
operativo y un plano jurídico justificado. A veces el conflicto es aprovechado por terceras potencias
para rehacer el equilibrio político general.
La meta ideológica es el aval de Nippur, mientras que los dos polos políticos del poder en la Baja
Mesopotamia están representados por los tratamientos de en Uruk y lugal Kish. Varios reyes de
estas dos ciudades aparecen atestiguados en inscripciones de distinta procedencia (sobre todo de
Nippur), y a veces surge la duda de si serán dinastías locales, o dinastas de otra ciudad que, con
sus victorias, han justificado unos títulos más prestigiosos.
El afán de hegemonía se convierte en un afán de dominio universal. El proyecto parece factible
cuando se manejan dos datos: la sensación de que el mundo coincide esencialmente con la llanura
de la Baja Mesopotamia, fértil, densamente poblada y rodeada de una periferia montañosa y vacía;
y la irradiación de los centros sumerios o vinculados a la cultura sumeria en varias direcciones,
desde Susa, en el este, a Mari en el Éufrates medio y Assur en el Tigris medio. A través de estas
ramificaciones, el mundo político mesopotámico considera que puede llegar a los confines
naturales del mundo. Según la simplificación que permanecerá para siempre, estos confines son el
mar inferior (Golfo Pérsico) y el mar superior (el mar Mediterráneo). Hay varias situaciones que
subrayan los aspectos universalistas, ejemplo de ello es Lugalzaggesi de Uruk, quien derrotó y
sometió a Ur, Larsa, Umma, Nippur y por último a Lagash, controlando así toda la Baja
Mesopotamia. Aunque sus dominios no tenían una extensión universal, Lugalzaggesi se atreve a
afirmar que los confines de su poder se hallan en el mar superior y en el mar inferior. Estas
afirmaciones podían ser “fugas hacia adelante” con respecto a la realidad política concreta, pero no
meras invenciones. Por ello se puede suponer que Lugalzaggesi llegó realmente al Mediterráneo.
Pudo hacerlo personalmente, a través de enviados o a través de simples alianzas, comerciales o
militares, con las potencias intermedias (Kish, Mari o Ebla: tres estados que no se sometieron a su
dominio). Todo esto ideológicamente es secundario. La ideología del “imperio universal” considera
secundarias las formas concretas de su realización: la imaginación precede a la realidad, pero
también es un importante estímulo para la realización.
Lugalzaggesi, fundador del “primer imperio”, antes de convertirse en rey de Uruk (formando él solo
su tercera dinastía) había sido rey de Umma, de la que heredó la tradicional rivalidad con Lagash.
A diferencia de sus predecesores, consiguió resolver este conflicto con importantes fuerzas
militares. Y a diferencia de las otras ciudades a las que derrotó, Lagash ha dejado su propia
versión de los hechos, que nos sirve para valorar de una manera más matizada la importancia real
del imperio de Lugalzaggesi. Vemos así que, incluso después de la victoria de Uruk, el ensi de
Lagash, Urukagina, todavía es capaz de publicar sus propias inscripciones, señal de que conserva
el poder local. No sólo eso: en dichas inscripciones Urukagina osa denunciar que la victoria de
Uruk es un caso de prevaricación, señalando las responsabilidades del dios de Lugalzaggesi frente
a su propio dios, y dejando abierta la posibilidad de un castigo.
A Urukagina se le conoce por su guerra contra Lugalzaggesi y por un edicto de reforma (Reformas
de Urukagina) que arroja luz sobre los problemas sociales de su tiempo. No cabe duda de que
fuera un usurpador, y precisamente por eso hace hincapié en que no tiene nada que ver con sus
antecesores. Urukagina acusa a estos de haber tolerado toda clase de abusos por parte del clero y
los administradores, en detrimento del pueblo llano, erigiéndose en paladín y protector de este
último. El contenido del edicto es una serie de medidas que acababan con los abusos, devuelven
las libertades calculadas y restablecen una relación correcta entre la organización estatal y la
población.
Hablar de “reformas” es inexacto, porque hace pensar en la introducción de nuevos mecanismos
jurídicos o administrativos. El sentido del edicto es más bien restablecer el equilibrio alterado, y el
remedio se presenta como una vuelta al pasado, visto como un punto de referencia óptimo, el
tiempo en que las instituciones guardaban un orden correcto. En el edicto en cuestión, las
disposiciones son sobre todo desgravaciones fiscales y corrección de abusos.

Liverani: Cap.8: El imperio de Akkad

Sargón, rey de Akkad, es un hombre nuevo en el escenario político mesopotámico. Su ascensión


despeja el camino a nuevas tendencias en la concepción de la realeza (en vez de sagrada
administrativa, heroica y guerrera), en los horizontes de acción política (que esta vez sí se extiende
del mar inferior al mar superior), y en la consolidación del estado semita, junto al sumerio (y en
cierto modo contra él). Pero las novedades no lo son ta
nto. La propia ideología del imperio universal hace que culminen unas tendencias que ya eran
propias del periodo protoimperial, y la red de relaciones comerciales recorre de nuevo las rutas del
comercio protohistórico y protodinástico.
Los primeros monumentos son dedicados en una época en que Sargón ya es rey de Kish. Así
pues, carecemos de noticias directas sobre su toma del poder en el norte tras apoderarse de Kish,
que considera su capital (lleva el título de rey de Kish, no el de rey de Akkad). La primera fase de
expansión es la gran expedición al sur, hasta el golfo Pérsico, con la que vence a Lugalzaggesi,
rey de Uruk, y a los otros ensi de las ciudades sumerias. Al final de esta primera fase ya proclama
su soberanía teórica desde el mar inferior hasta el mar superior, pero reconoce que en realidad los
acadios sólo detentan el poder 8la función de ensi) en dirección al mar inferior. Elam y Mari, cada
uno por su lado, siguen siendo independientes, enfrentados al reino de Sargón. Distinta es la
suerte de Kish y Nippur, que reciben un punto de favor. El primero es restaurado y se convierte en
el centro del imperio, y el segundo recibe la dedicatoria de los monumentos celebrativos, a cambio
del aval del nuevo poder.
Después de las campañas militares hay una segunda fase de organización del comercio a larga
distancia. Más allá de la desembocadura del Éufrates, en el mar inferior, los comerciantes de los
países de Dilmun y el valle del Indo hacen afluir sus navíos y sus productos hasta los muelles del
puerto fluvial de Akkad. En dirección contraria, remontando el Éufrates, Sargón tiene que
detenerse en la ciudad de Tuttul; pero aquí el dios Dagan le concede el acceso a los recursos de
Mari, Yarmuta, Ebla y el país alto, hasta el bosque de cedros y las montañas de plata. Vemos así
que Sargón es realista: su control directo abarca desde Tuttul a la orilla mesopotámica del golfo
Pérsico, mientras que su red comercial va desde el Mediterráneo y Anatolia hasta Magan y el valle
del Indo.
Una tercera fase sienta las bases para la acción de sus sucesores. Hay un encuentro victorioso
con Elam, pero este sigue siendo independiente. Evidentemente, tarde o temprano la expansión de
Akkad tenía que chocar con Elam, donde la dinastía de Awan dominaba sobre un conglomerado de
carácter confederal que abarcaba toda la zona suroccidental de la meseta iraní, rivalizando en
extensión (cuando no en potencial demográfico y productivo) con el imperio de Akkad. De
momento, a pesar de una expedición victoriosa de Sargón, las dos potencias siguen enfrentadas,
con peligrosas interferencias sea territoriales en la Baja Mesopotamia o comerciales en la zona del
Golfo.
Con Naram-Sin aparece otra gran personalidad que, al igual que Sargón, se convertirá en un
“modelo” de la literatura historiográfica posterior, aunque con una connotación muy distinta a la de
su abuelo Sargón. Si tenemos en cuenta sólo los documentos auténticos, bajo el reinado de
Naram-Sin el imperio de Akkad no sólo no está en decadencia, sino que llega a su máxima
extensión. Si Sargón había sometido Mesopotamia central y meridional, y Rimush y Manishtusu
habían sometido en cierto modo Elam, Naram-Sin conquista territorios sobre todo en el norte y el
noroeste, haciendo realidad ese dominio “de mar a mar” (dominio político y militar, no sólo
comercial) al que tanta importancia se había dado en el plano ideológico. Por el este Naram-Sin
logra consolidar la situación. En sus inscripciones declara que domina Elam en su sentido estricto,
no toda la confederación. Los reyes de Awan siguen reinando, y la relación entre Akkad y Awan
queda reflejada en un tratado escrito en lengua elamita, hallado en Susa, entre Naram-Sin y el rey
de Elam. Sin embargo, tras estos últimos testimonios parece que la dinastía elamita de Awan
desaparece, Susa tiene un gobernador acadio y la acadización de Susiana es un hecho. Naram-
Sin dirige una expedición (probablemente marítima) mucho más lejos, contra Magan, de donde
regresa con un botín y alardes triunfales, pero sin conquistas territoriales.
Hacia el norte Naram-Sin llegó hasta la Alta Mesopotamia y declaró haber conquistado hasta el
bosque de cedros. Naram-Sin especifica que ha sometido a los ensi de Subartu y a los señores del
país altos. Este control sobre toda la Alta Mesopotamia está confirmado por la localización de las
inscripciones de Naram-Sin, ya que las encontramos en Nínive y en varias ciudades del norte
mesopotámico. Por otro lado, destruyó Ebla en una segunda fase de expediciones: de esta forma
se hizo del control del bosque de cedros y el mar superior. La destrucción de Ebla la relata con
especial énfasis, como una hazaña sin precedentes. Haciendo un balance de los resultados de sus
campañas, Naram-Sin dice que sus dominios van desde la desembocadura del Éufrates hasta
Ullisum y el mar superior. En realidad, no parece que el control acadio al oeste del Éufrates
estuviera muy consolidado, y si bien la destrucción total de Ebla eliminó un rival de Akkad en el
comercio y el control del territorio, impidió que Naram-Sin pudiera heredar, por así decirlo, las
estructuras políticas y comerciales que Ebla había dado a Siria.
Después de Naram-Sin el imperio se mantiene de pie, pero empieza a reducir sus dimensiones.
Aunque no tenemos inscripciones históricas, por las formulas de datación de Sharkalisharri
sabemos que lucha contra Elam, en el país de Gutium, y contra los martu, en el monte Bishri.
Según la lista real sumeria, después de Sharkalisharri se produce la crisis principal del imperio, con
un caos dinástico y de poder (¿Quién era rey? ¿Quién no era rey?). Sin embargo, más adelante
nos encontramos con el rey acadio Shu-Durul en el alto Éufrates. Luego llegará el verdadero fin,
provocado por los Guti, pero como el imperio ha mantenido una estructura de control (con bases
fortificadas) más que de ocupación territorial, es capaz de conservar una extensión considerable
hasta la víspera de este fin.

Estructura y gestión del imperio

Al llamar imperio a la formación política de los reyes de Akkad corremos el riesgo de obviar las
situación real, si estamos pensando en los imperios territoriales de los periodos posteriores. En el
caso de Akkad, la ideología imperial ya es firme y monolítica: el dios Enlil directamente, y los
demás dioses indirectamente, “conceden” al rey de Akkad el dominio sobre todo el mundo hasta
sus últimos confines, formados por el mar que lo rodea todo. Lo que permanece fuera de estos
dominios es como si no existiera en el plano ideal. Pero la realización del imperio está muy
calculada, y plantea sus problemas. No conviene olvidar que nos hallamos ante un intento sin
precedentes de someter a control político único un territorio enorme y muy plural en todos los
aspectos (lingüísticos, demográfico, ecológico, etc.).
En el proceso de constitución del imperio la acción militar es un factor crucial. De ahí que
prevalezca la nueva caracterización del rey como fuerte y vencedor, como alguien que no tiene
igual ni rival. Las vicisitudes político-militares ya no son la expresión de las disputas entre los
dioses de las ciudades, sino de la fuerza heroica del monarca. Este proceso llega a su plenitud
cuando Naram-Sin incorpora elementos divinos a su tratamiento e iconografía oficiales. Además de
rey fuerte (como Sargón), se proclama “dios de su tierra”, una especie de divinidad tutelar que,
desde luego, no pretender desplazar a los dioses locales, pero al sumarse a ellos provoca una
profunda revolución en los valores tradicionales. Esto tendrá más adelante sus consecuencias: en
un sentido negativo, la caracterización de Naram-Sin, a diferencia de Sargón, como rey impío que
toma decisiones por su cuenta sin consultar a los dioses y está condenado al fracaso; y un sentido
problemático, las meditaciones sobre el problema de la mortalidad y humanidad del rey, a pesar de
sus aspectos divinos. Sin embargo, en un sentido positivo, la innovación de Naram-Sin será
recuperada durante algunos siglos por los propios reyes del sur sumerio, lo que indica que iba en
una nueva dirección.
Una cosa es la conquista, y otra la gestión del imperio. Hay que distinguir entre el núcleo, una zona
que abarca desde algo más al norte de Akkad hasta el golfo Pérsico, y las zonas periféricas. En el
núcleo del imperio el dominio de Akkad se ejerce de un modo compacto, aunque no directo. El
gobierno de las ciudades se deja en manos de los ensi locales, que dependen del rey de Akkad,
pero conservan cierta autonomía. Es posible que en algunas ciudades los ensi sean de
nombramiento real y origen acadio, mientras que en otras son de origen local. La difícil relación
entre el emperador acadio y la dinastía local tiene varios campos de aplicación, desde el técnico y
administrativo hasta el ideológico y religioso. En el aspecto administrativo, hay una indudable
penetración económica acadia, con compra de tierras a la corona y la existencia de colonias
agrícolas en el sur, que sustrae territorio a los templos en su gestión de tierras “públicas”, e inicia
un proceso de unificación real.
En el ámbito religioso aparece un contraste entre el norte y el sur. El norte está representado por la
deificación del rey y el papel de la diosa de Akkad, Ishtar, mientras que el sur está representado
por los dioses de las ciudades y la divinidad sumeria hegemónica, que es Enlil, dios de Nippur. Los
reyes dedican una gran atención a Enlil y Nippur. En el Ekur están dedicados los grandes
monumentos que celebran las victorias, el propio templo es restaurado y potenciado y Enlil figura
en una posición preeminente en el tratamiento real. Hay un intento evidente por parte de Sargón,
estableciendo una relación privilegiada con el dios que encabeza el panteón, y colocándose
automáticamente por encima de las divinidades locales.
También cuidan su relación con los dioses de las ciudades, pero de otra forma, si es que el caso
de Enkheduanna se puede considerar representativo. Enkheduanna es hija de Sargón, nombrada
por él sacerdotisa de la divinidad ciudadana de Ur, Nanna-Sin. La presencia de una sacerdotisa de
origen acadio e imperial en Ur tal vez se complemente con el intento de instalar una sacerdotisa
sumeria en el templo de Ishtar, en Akkad. Estos nombramientos cruzados persiguen la
compenetración étnico – religiosa entre norte y sur, pero el juego de las asimilaciones, que no
siempre son fáciles, provoca, a corto plazo, fenómenos de rechazo, aunque a largo plazo,
acabarán imponiéndose y desembocando en un sincretismo y una extensa red de identificaciones.
Con las zonas periféricas se sigue una estrategia distinta. La periferia no se puede controlar directa
y unitariamente, ya que su extensión es demasiado grande, y la propia topografía política de las
zonas es poco compacta, con centros urbanos en medio de la estepa, montañas y otras zonas de
baja concentración agrícola y demográfica. Fuera de Mesopotamia los intereses de Akkad son
comerciales. Lo principal es controlar las vías de comunicación, mediante acuerdos con potencias
como Elam y mediante la creación de bases fortificadas acadias en territorio indígena, como el
palacio de Naram-Sin en Tell Brak.
Sargón dirigió personalmente su ejército hasta Tuttul, por un lado, y hasta el golfo Pérsico, por otro.
Naram-Sin hasta Ebla y hasta Magan. Si se comparan estos avances con los radios de las luchas
anteriores entre estados limítrofes, no cabe duda de que bajo la dinastía de Akkad los horizontes,
en poco tiempo, se ampliaron enormemente. El comercio protohistórico y los contactos comerciales
entre las ciudades sumerias del Protodinástico tenían ya la misma amplitud. Sin embargo, este
tráfico se realizaba a través de multitud de pasos intermedios, que facilitaban la afluencia de
mercancías lejanas, pero los costos y el tiempo invertido restaban eficacia. Al parecer, el proyecto
de los reyes acadios consistía en hacer que la esfera comercial y la política coincidieran, y llegar
directamente a las fuentes de las materias primas sin pasar por la red de intermediación.
Para ello había que apoderarse de las redes comerciales que, más allá de la red
bajomesopotámica, estaban en manos de Ebla al oeste, de Elam para la meseta irania, y en el
golfo Pérsico giraban en torno al puerto de Dilmun. Las expediciones de los reyes acadios fuera de
Mesopotamia se dirigen precisamente al corazón de estos tres circuitos. Sargón distingue todavía
entre una esfera de control político y conquista militar, que corresponde a Mesopotamia central y
meridional, y una esfera de comercio exterior, ejercido por los propios acadios. Manishtusu y
Naram-Sin cambian de política, y procuran apoderarse de los circuitos de Ebla, Elam y, de una
forma menos definitiva (una expedición que proporciona botín pero no altera el estatus político),
también Magan. La conquista de Susiana altera el orden político de la confederación elamita,
dificultando la afluencia de materiales desde el extremo noreste iraní.

Las tradiciones históricas acerca de los reyes de Akkad

Algunos elementos de las vicisitudes históricas de la dinastía de Akkad estimularon la imaginación


popular. Con el paso del tiempo, mientras las otras dinastías eran olvidadas, en torno a la dinastía
de Akkad se formó y evolucionó un cuerpo de tradiciones literarias. Sargón y Naram-Sin se
convirtieron en personajes modélicos, personificando el ideal mesopotámico del rey. Los monarcas
posteriores debían enfrentarse con este ideal para encontrar en él la justificación de sus actos.
Entre los elementos capaces de estimular la imaginación colectiva, está en primer lugar la idea de
imperio universal. Se asume como modelo el mapa mental de las inscripciones triunfales acadias, y
el título de “rey de las cuatro partes del mundo” se convierte en el título estándar para todos los
reyes con ambiciones universalistas, mientras que el título de “rey de Kish” es reinterpretado como
“rey de la totalidad”. Luego está el ideal heroico que emana de las inscripciones triunfales acadias.
Es un ideal de fuerza, de capacidad para someter por las armas al enemigo, que culmina con la
deificación del soberano. Por último está la peculiar parábola del poder de Akkad: surgido de la
nada, encumbrado hasta unas alturas insospechada, y precipitado de nuevo en la nada. Una
parábola que puede dar lugar a reflexiones sobre el destino humano, la relación con los dioses y la
posibilidad de previsión.
La tradición historiográfica sobre Sargón y Naram-Sin ya está plenamente formada en la época
paleobabilonia, a la que se remontan las composiciones más orgánicas y famosas. Además de la
forma del “presagio histórico” y de la “falsa inscripción” inspirada en las inscripciones auténticas
conservadas en los templos, existen verdaderos poemas de modulación épica pero planteamiento
esencialmente teológico. En todas las expresiones literarias aparece la relación entre la tradición
histórica y los presagios, hecho no sólo formal sino también temático, que arroja luz sobre el propio
sentido de la tradición. La explicación de la parábola y la caracterización contrapuesta de Sargón y
Naram-Sin está en su relación con los presagios, que son manifestaciones de la voluntad divina.
Sargón hace caso de los presagios, que son manifestaciones de la voluntad divina. En cambio,
Naram-Sin, cuando recibe presagios negativos, en vez de tomar nota, comete la presunción de
pasarlos por alto, y está abocado al fracaso. Los reyes posteriores, en sus actuaciones, se guían
por el ejemplo paradigmático de los reyes acadios, pero en la práctica se basan en la consulta de
los presagios.

Guti, lullubi y hurritas

La dinastía de Akkad, que había unificado Mesopotamia durante casi dos siglos, cayó bajo el
empuje de los Guti. Estos eran un pueblo montañés de Luristan (Montes Zagros), que aparece en
los textos mesopotámicos con el estereotipo de “bárbaro”, “dragones de la montaña”, “enemigos de
los dioses”… Los reyes de Akkad, desde Naram-Sin hasta Sharkalisharri, realizaron varias
expediciones contra Simurrum y Arame (en los Zagros) y se adentraron en el país de los Guti, pero
los problemas y los fines político-militares del imperio eran otros: los mayores quebraderos de
cabeza procedían de los ricos imperios del este y el oeste. Sin embargo, fueron los Guti, bajados
de los montes, quienes aprovecharon la crisis de agotamiento y desorganización de los últimos
reyes acadios y tomaron el poder en Mesopotamia. La lista real sumeria nos proporciona una larga
relación de reyes Guti de los que no se sabe casi nada.
Es probable que el dominio de los Guti se concentrara sobre todo en Mesopotamia central (zona
del Diyala, Kish y Akkad), permaneciendo contiguo a su país de procedencia. En cambio, la
ciudades sumerias del sur, pese a estar sometidas de alguna forma a la soberanía Guti,
recuperaron en gran parte de su autonomía. El control ejercido por los gutis fue menos “civil” que el
acadio, pero también menos opresivo y eficaz, tuvo menos incidencia en la explotación agrícola y,
en las ciudades, en el culto y la administración.

Roux: Cap. 6: Los dioses de Sumer

Desde comienzos de la historia la religión de los semitas de Acad parece haberse disuelto en la de
sus vecinos de Sumer, probablemente porque fuese infinitamente más simple y estuviese mucho
pero estructurada. De entre los centenares de dioses y diosas que comprendían el panteón
mesopotámico del tercer milenio, no pueden contarse más de una docena de los que se pueda
afirmar que son de origen semítico, y los más importantes de ellos (como el dios – sol y el dios –
luna, por ejemplo) ya tenían sus equivalentes sumerios, lo que facilitó el desarrollo de un
sincretismo que no haría más que perpetuarse posteriormente. A comienzos del segundo milenio,
cuando otros semitas llegados desde el oeste, los amorritas, se establezcan entre el Tigris y el
Éufrates, su dios epónimo, Amurru, continuará siendo una divinidad menor y será a uno de los
pequeños dioses de Sumer al que los babilonios elevarán al rango de dios nacional bajo el nombre
de Marduk. Más adelante, los dioses arios introducidos por los conquistadores casitas no fueron
objeto más que de un culto muy restringido y desaparecieron del nombre de los monarcas de esta
dinastía mucho antes de que desapareciese Ashur, dios nacional de los asirios probablemente
fuese, en sus orígenes, un dios local del norte mesopotámico, pero se le dio por compañera a
Ninlil, la diosa esposa del gran dios sumerio Enlil, y cuando cantaban las alabanzas de Ashur, los
escribas de Asurbanipal no encontraban título más bello para él que el de “Enlil sin par entre los
dioses”. Así los dioses de Sumer han sido adorados en Mesopotamia durante tres milenios e
incluso se ha llegado a decir, no sin exagerar, que la religión babilonia no ha existido jamás y que
esta parte del mundo no ha conocido más religión que la sumeria.
La idea que los sumerios se hacían de sus dioses, aunque haya sido medianamente modificada
por el espíritu semita, ha ejercido en todas las épocas una considerable influencia sobre la vida
pública y privada de los mesopotámicos. Se manifiesta a través de centenares de monumentos y
obras de arte, y constituye la base de una notable literatura mitológica, de magnificas
inspiraciones, de las que dan testimonio los himnos y plegarias y toda una serie de prácticas
mágicas que quizás hayan constituido lo esencial de la religión popular. El hecho de que la
sociedad sumerio–acadia haya cristalizado en torno a templos tuvo una serie de consecuencias
profundas y duraderas. En la práctica, en primer lugar, la tierra comunal, el principado, la realeza y
el imperio, jamás cesaron de pertenecer a los dioses locales, ciudadanos y luego nacionales, y
desde los ensi y lugal del tercer milenio, cuyo territorio no abarcaba más que unos kilómetros
cuadrados, hasta los reyes de Asiria, todos los reyes mesopotámicos se consideraron como
vicarios de estos dioses, nombrados por ellos, para asegurar el orden y la prosperidad de su
pueblo, impartir justicia, defender o engrandecer su país, pero también, y sobre todo, para hacer
aquello para lo que fue creada la humanidad: servir y complacer a los dioses.

El panteón mesopotámico

Nuestro conocimiento de las ideas religiosas y morales de los sumerios, acadios, babilonios y
asirios se basa sobre numerosos textos y diversas listas de dioses y ofrendas, mitos y epopeyas,
rituales, himnos, etc.… provenientes en gran parte de los archivos sacerdotales de Nippur, capital
religiosa de Sumer, y de las bibliotecas sagradas de Asur y Nínive. La mayor parte de estos textos
fue escrita en sumerio y acadio, mientras que otros lo fueron en babilonio y asirio.
A excepción de las listas de los dioses y de algunos mitos que se remontan al tercer milenio, todos
estos documentos han sido impresos en arcilla. La mayor parte de las obras sumerias datan del
comienzo del segundo milenio, pero es muy probable que reproduzcan las tradiciones transmitidas
oralmente y cuyos orígenes se pierden en la prehistoria.
La sistematización de los conceptos religiosos y su expresión bajo la forma de familias divinas y
mitos comenzó sin duda en el curso del cuarto milenio, durante la fase de urbanización de la baja
Mesopotamia. Estos dioses mesopotámicos poseían la apariencia, las cualidades, las faltas y las
pasiones de los humanos pero estaban dotados de una extraordinaria fuerza y poderes
sobrenaturales y disfrutaban de la inmortalidad.
Es prácticamente imposible establecer una clasificación racional de los dioses mesopotámicos,
porque nuestra lógica no es la misma que la de los antiguos y muchos de ellos cumplían funciones
que nos parecen muy divergentes, si no opuestas, siendo a la vez, por ejemplo, divinidades
tutelares de la vegetación y de la guerra. Sin embargo, pueden entreverse una especie de estratos,
por otra parte muy difusos, según el rango que ocupasen los dioses en las listas redactadas en las
diversas épocas y según la importancia del culto de que fuesen objeto. En el peldaño más bajo de
la escala habrá que colocar sin duda a los espíritus o demonios, buenos y malos, así como al dios
personal, una especia de ángel de la guarda asignado a cada individuo, responsable de su
bienestar y de sus éxitos y que desempeñaba el papel de intermediario entre él y los dioses
superiores. Luego vendría el grupo de los dioses de los instrumentos, seguido del grupo de los
dioses de la naturaleza en el sentido amplio del término, quizás los más numerosos e importantes
originariamente, porque personificaban “el habito vital, el haz espiritual, las voluntades y los
poderes inmanentes en los fenómenos naturales”, concepto característico de la mentalidad
primitiva. En el escalón siguiente se sitúan a los dioses de los infiernos a la par con los dioses
esencialmente guerreros; luego a las divinidades astrales como el dios luna Nanna (Sin en acadio)
y al dios sol Utu (Shamash en acadio). Por último y en la cumbre de la escala se situaría la triada
cósmica que constituyen An, Enlil y Enki.
An (Anu en acadio) es el dios – cielo, el dios más elevado tanto en sentido propio como figurado.
Su nombre se escribe con un signo en forma de estrella que significa a la vez cielo y dios.
Soberano de todos los dioses, arbitra sus disputas y sus decisiones no son apelables, pero se
ocupa poco de los asuntos de los hombres. El auténtico dios supremo de los sumerios será Enlil, el
señor aire. Si An es el rey de los dioses, Enlil es el rey, no sólo de Sumer, sino de toda
Mesopotamia y de toda la tierra, el “pastor de las copiosas multitudes”. Es él quien elige a los
soberanos y del mismo modo que las órdenes de un monarca garantizan la supervivencia y la
prosperidad de sus súbditos, es por la única voluntad de Enlil que el mundo continúa existiendo y
subviniendo a las necesidades de los hombres y en consecuencia de los dioses.
Más sutil es la personalidad del tercer miembro de la triada, Enki. A pesar de las apariencias no es
seguro que si nombre signifique “señor-tierra”. Sin embargo, es cierto que Enki es el señor de las
aguas dulces, de ahí su importancia en Mesopotamia. Su característica principal la constituye su
inteligencia, su “grandeza de oído”, como entonces se decía, sin duda en recuerdo del tiempo en el
que todo el saber se transmitía oralmente. También en el inventor y el protector de las técnicas, las
ciencias y las artes. Es el dios más próximo al hombre, y su mejor amigo. De él es de quien vino la
idea genial de crear a la humanidad para que se encargase del trabajo de los dioses y él es quien
la salvará del diluvio.
Este panteón masculino se duplica en un panteón femenino que también comprende divinidades
de todos los tipos; algunas son simples esposas, y otras tienen a su cargo funciones específicas, y
a la cabeza del cual truenan Ninhursag y la diosa Inanna (la Ishtar de los semitas), que, con su
amante preferido, Dumuzzi, jugará un papel importante en la mitología sumeria.
Inanna, la dueña del cielo es la Mujer por excelencia: joven, bella, tierna, sensual, pero también
pérfida, caprichosa y también sujeta a violentas cóleras que hacen de esta diosa del amor una
terrible guerrera. Es bajo estos dos aspectos que más tarde llegará a ser igual a los más grandes
dioses babilonios y asirios. Dumuzzi parece haber salido de la fusión de muchos dioses
prehistóricos, porque si bien es cierto que es ante todo el dios protector de los ganados, también lo
es que parece haber sido, en determinados momentos, el dios de la vegetación que muere y
renace cada año. Pero una creencia muy antigua pretendía que la reproducción del ganado y el
florecimiento de las plantas y los frutos estarían asegurados, cada año nuevo, mediante un ritual
en el que este dios, representado por el rey, se uniría a Inanna, representada por una de sus
sacerdotisas.
Roux: Cap. 10: El Renacimiento sumerio

De los Guti, a quienes se les atribuye la caída del reino de Acad, no se sabe casi nada. La Lista
Real Sumeria da a los gutis 23 reyes, que habrían reinado un total de 91 años, pero sólo uno de
ellos nos ha dejado una breve inscripción, y algunos historiadores modernos reducen sólo a 50
años la duración de su dominio en Mesopotamia. Probablemente poco numerosos, como dicen los
textos, los invasores habrían destruido el templo de Ishtar en Asur y el palacio de Naram Sin en
Tell Brak, saquearían el valle del Diyala, y sin duda alguna también habrían ocupado Acad,
mientras que se habrían contentado con ejercer una soberanía nominal sobre el país de Sumer. La
mayor parte de las ciudades sumerias continuaron siendo libres, e incluso llegaron a disfrutar de
una gran prosperidad. Sin embargo, el sentido de independencia, el sentimiento de comunidad
étnica y cultural, muy desarrollado entre los sumerios, debió haberse mantenido, porque cuando en
2120, Utu-hengal, lugal de Uruk, decidió marchar sobre los Guti, no sólo le siguió su ciudad, sino
que muchas otras ciudades se pusieron de su parte.
Uruk, la gran ciudad que, desde los tiempos de Gilgamesh, en el curso de cuatro dinastías
sucesivas, había conocido muchos altibajos, se hallaba como dueña de toda la Baja Mesopotamia
en poco tiempo. Pero su V dinastía fue de corta duración. Tras once años de reinado (2123 –
2113) Utu-hengal fue destronado por uno de sus altos funcionarios, quizás por su propio hijo, Ur-
Nammu, gobernador de Ur. Cuatro años más tarde este último se haría coronar en Nippur y
tomaría el título de “rey de Ur y rey de Sumer y Acad”. De este modo fue fundada la III Dinastía de
Ur, que irá a constituir en parte el imperio de Acad, que había heredado, sino que también lograron
dar a esta región una relativa paz de casi un siglo, junto con el prestigio y la riqueza,
reconquistando la primacía para su propia lengua y favoreciendo el renacimiento de la cultura
sumeria.
Comparado con el periodo de Acad, el periodo de la III dinastía de Ur (también llamado Ur III o
Neosumerio) es relativamente pobre en inscripciones reales estrictamente históricas. El súbito
hundimiento de los Guti, que siguió a la muerte de Utu-hengal, ahogado accidentalmente, había
dejado un vacío político prácticamente total, y se puede suponer que tras algunos enfrentamientos
sangrientos con los ensi de Umma, gran parte de Mesopotamia caería rápidamente entre las
manos de Ur-Nammu.
La mayor parte de su reinado, que duró 18 años (2112 – 2095), parece haber estado consagrado a
actividades de carácter pacífico, pero que no por ello eran menos importantes y urgentes:
restablecer el orden y la prosperidad, hacer reinar la justicia y adorar a los dioses de Sumer, de los
que todo dependía. Preocupado por “establecer la equidad en el país”, y por “expulsar la maldición,
la violencia y los conflictos”, este rey promulgó la más antigua recopilación de “leyes” hasta hoy
conocida, y de la que hoy poseemos dos ejemplares incompletos: una tablilla en muy mal estado
descubierta en Nippur y dos fragmentos provenientes de Ur. Este “código” nos informa de que Ur-
Nammu hizo fabricar en bronce un patrón de medidas de volúmenes y uniformó el peso de la mina
y del siclo de plata, que desde la época de los Guti, servían como patrón monetario. Protegió a las
viudas, los huérfanos y los pobres de la rapacidad de los ricos y los poderosos y a la esposa del
puro y simple repudio. Y por último, y sobre todo, algunos crímenes y delitos, como el robo del
esclavo de otro hombre, el falso testimonio, los golpes y heridas, ya no serian castigados con la
muerte o la mutilación, como ocurrirá mas tarde en el Código de Hammurabi o en la ley hebrea,
sino que daban lugar a una compensación en metálico, lo que da muestras de la existencia de una
sociedad mucho más civilizada de lo que se podría suponer para esta época. Algunas de estas
“leyes”, así como las inscripciones de Ur-Nammu, indican que promoverá el desarrollo de la
agricultura, haciendo excavar grandes canales, y devolverá a Ur si riqueza de gran puerto
comercial, reconstruirá también las fortificaciones destruidas o arruinadas y construirá un gran
número de templos, añadiéndoles zigurats.
La presencia, un poco por todas partes, en la Baja Mesopotamia de ladrillos dedicatorios que
llevan el nombre de Ur-Nammu o de sus sucesores indica que en la época de Ur III la construcción
de templos y zigurats era privilegio real, mas que de los ensi locales, reducidos al rango de
gobernadores.
Ya en el Dinástico Arcaico (o Protodinástico) Lugalzagesi había saqueado Girsu, y durante todo el
periodo acadio una oscuridad absoluta envuelve esta ciudad. Sin embargo hacia el 2155, en pleno
periodo de la dominación Guti, un cierto Ur-Baba se convirtió en ensi de Lagash y se impuso como
misión reconstruir a Girsu de sus ruinas y dar a su principado su gloria y su esplendor pasados.
Este programa de reconstrucción fue seguido con tesón por su sucesor Gudea (2141 – 2122).
Gudea hizo construir una quincena de templos en el estado de Lagash, pero ninguno fue objeto de
tantos gastos y cuidados como el Eninnu, morada de Ningirsu, dios tutelar de Girsu. Es
característico del pensamiento religioso sumerio que la decisión de construir un santuario sea
tomada, no como un acto deliberado del soberano, sino como la respuesta a un deseo divino,
expresado en forma de un misterioso sueño. Gudea reunió a todo el pueblo para trabajar en la
construcción del recinto sagrado, trajo artesanos del Elam y Susa y trajo maderas de las montañas.

Shulgi, Amar-Sin y el Imperio Sumerio

Una vez muerto Ur-Nammu, le sucedió su hijo Shulgi y reinó en Ur cuarenta y ocho años (2094 –
2047). La primera mitad de este largo reinado está muy mal documentada, pero parece haber
estado consagrada a la reorganización política, militar y administrativa del reino, y a la
construcción, en diversas ciudades de Sumer, de muchos templos, algunos de los cuales ya
habían sido fundados por Ur-Nammu. A partir del año 24 de Shulgi comienza sin embargo una
serie de guerras, desarrolladas exclusivamente sobre dos frentes: el Kurdistan iraquí y el Suroeste
iraní. En el Kurdistan, las campañas fueron largas y su objetivo fue controlar las rutas comerciales
que remontan el Tigris hasta llegar a Armenia. En el lado iraní los Guti habían sumido al Elam en
una anarquía peor que la de Mesopotamia. Shulgi aprovechó esta situación para colocar a sus
hombres en la región.
Siguiendo el ejemplo de Naram-Sin, Shulgi tomó el título de “rey de las Cuatro Regiones”, y se hizo
adorar como un dios. Fueron compuestos himnos en su honor, y se le construyeron templos,
regularmente se depositaban ofrendas al pie de las estatuas del rey y el nombre de “divino Shulgi”
le fue dado a un mes del calendario sumerio.
Su hijo, Amar-Sin no reinó más que nueve años (2046 – 2038), el tiempo suficiente como para
incorporar sólidamente Asur al imperio, nombrándole un gobernador de alto rango, y para llevar a
cabo dos campañas en el Kurdistan y unas montañas del Elam. Al igual que su padre, se deificó, y
sin falsa modestia se proclamó “dios sol del país”.
Fue en tiempos de Shulgi y Amar-Sin cuando el imperio sumerio alcanzó su apogeo. Es muy difícil
precisar sus fronteras, pero pueden distinguirse en él tres zonas: en la periferia algunos países
independientes entran más o menos en su órbita mediante una política de alianzas de los reyes de
Ur, inaugurada por Ur-Nammu con el caso de Mari, y continuada por sus sucesores. Otras regiones
menos lejanas fueron colocadas bajo las órdenes de un ensi, por lo general nacido en el propio
país. Este es el caso de Susa y Asur, pero es muy poco probable que Ebla y Mari hayan estado
sometidas al rey de Ur. Si la Alta Mesopotamia no aparece de un modo claro en los textos la
reconstrucción del palacio de Naram-Sin en Tell Brak, bajo el reinado de Ur-Nammu, parece
sugerir una presencia sumeria en esta región. Por último en el corazón del imperio, persisten las
antiguas unidades territoriales, pero los principados de antaño se convierten ahora en provincias.
Ya no hay más lugal que el de Ur, y los ensi se han convertido en simples administradores de los
territorios, nombrados por el rey. Mantienen el orden, administran justicia y hacen llevar a cabo las
grandes obras públicas ordenadas por el soberano, y se encargan del cobro de los impuestos y
tasas de sus dominios. Algunas ciudades o regiones tenían también un jefe militar. El imperio de Ur
estuvo, pues, bien organizado, lo que no impedirá su rápido derrumbe.

La caída de Ur
Será bajo el reinado de Shu-Sin, hermano y sucesor de Amar-Sin, (2037 – 2029) cuando
comiencen a manifestarse los primeros indicios de la existencia de una grave amenaza en las
fronteras occidentales del imperio, hasta entonces pacíficas. Al igual que sus predecesores, el
nuevo lugal de Ur restauró algunos templos e hizo una campaña sobre Irán, en la que se jactó de
haber saqueado siete países.
Sin embargo, la fórmula del cuarto año de Shu-Sin, repetida al año siguiente, tenia algo insólito: “el
divino Shu-Sin lugal de Ur construyó el muro de los Mar.Tu (llamado) el que aparta a Tidnum”.
Según uno de los expertos que trazaron este plan, esta línea fortificada no debería medir menos de
275 km, estaría reforzada por un foso de agua y uniría al Tigris y el Éufrates en alguna de sus
partes al norte de la actual Bagdad.
Los nombres de los Mar.Tu, en sumerio, Tidnum y Amurrum en acadio, son sinónimos y se aplican
a la vez a un país y a un pueblo. El país es la vasta región que se extiende del oeste del Éufrates
medio, llegando desde este rio al Mediterráneo, y Amurrum designa igualmente un punto cardinal:
el oeste. las gentes que habitaban esta región y a las que solemos llamar amorreos o amorritas
hablaban una lengua semítico-occidental diferente al eblaita, pero muy semejante al cananeo, y
que no conocemos mas que por su onomástica y por algunas de sus expresiones, adoptadas por
los acadios. En la época de Ur III las tribus de los amorritas se dividían en dos grupos. Unos,
sedenterizados ya desde hacia mucho tiempo, sin duda alguna, en la Siria Central (valle del
Orontes, Libano y Anti-Libano), se hallaban por aquel entonces en plena expansión. Los demás,
que seguían siendo nómadas, recorrían en desierto sirio entre Palmira y Mari y franqueaban
frecuentemente el Éufrates para llevar a sus ganados a pacer en la estepa mesopotámica.
A Shu-sin le sucedió, en 2028, su hijo, el no menos “divino” Ibbi-Sin. Apenas había subido al trono,
el imperio comenzó a fragmentarse, como lo muestra el abandono en las tablillas datadas del
sistema de los nombres de años de Ibbi-Sin y su sustitución por los de los ensi locales ahora
convertidos en soberanos. El proceso comenzó con Eshnunna, seguida por Susa, Lagash y
Umma. Las pérdidas de estas grandes y fértiles provincias supuso un golpe muy fuerte para la
economía de Sumer.
Cuando en el año 2017 los amorritas rompieron la barrera y penetraron en Sumer, estalló el
hambre en Ur. Ibbi-sin encargó a unos de sus funcionarios, Ishbi-Erra, nativo de Mari, que fuese a
buscar grano a Isin y Kazallu. Este, es su búsqueda se halla con que los amorritas controlan los
caminos y él mismo se halla sitiado en Isin, por lo que le pide al rey que envie navíos para
transportar la mercancía a la capital. Ishbi-Erra se proclamó independiente y rey de Isin.
De esta forma, el reino queda dividido en dos: por una parte Ibbi-Sin en Ur y por la otra Ishbi-Erra
en Isin, quien mas tarde, expulsará a los amorritas. Luego, los elamitas en 2004 asediaron Ur y
saquearon todo Sumer, dando fin a la tercera dinastía de Ur.

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