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La civilización maya es sin duda la más fascinante de las antiguas culturas

americanas. Ciertamente, en ninguna de ellas se halla un esplendor artístico e


intelectual parangonable al alcanzado por la cultura maya durante el llamado «Viejo
Imperio» o periodo Clásico (250-900 d.C.), resultado de un desarrollo que había
empezado al menos en el siglo IV a.C. y que tuvo su principal foco de irradiación
en la ciudad de Tikal, tan impresionante por sus dimensiones como por su monumental
urbanismo. El sorpresivamente abrupto y enigmático final del Viejo Imperio, cuyas
ciudades fueron repentinamente abandonadas y cubiertas por la selva, ha hecho
correr ríos de tinta y es todavía hoy objeto de especulaciones.

Calakmul

Tras el colapso de su área central, el mundo maya gravitó hacia el norte: en el


Yucatán, las ciudades de Chichén Itzá y Mayapán ostentaron sucesivamente la
supremacía en el transcurso del «Nuevo Imperio» o periodo Posclásico (900-1500), a
la vez que la cultura maya asimilaba las influencias toltecas en una época todavía
brillante en realizaciones. A mediados del siglo XV, sin embargo, la caída de
Mayapán dio paso a un panorama de disgregación política y decadencia irreversible
que facilitaría la conquista española.

Los «griegos del Nuevo Mundo»


Enhiestas pirámides, suntuosos palacios y precisos observatorios astronómicos
abandonados a la exuberancia de la vegetación selvática fueron durante siglos los
mudos testimonios de la grandeza de una civilización que, tras extender su pujante
poderío político y religioso, se había adentrado por los caminos de las artes y las
ciencias (escritura jeroglífica, astronomía, matemáticas) hasta alcanzar aquellos
niveles por los que algunos historiadores y arqueólogos describieron a los mayas
como «los griegos del Nuevo Mundo». En contraste con la estupefacción de los
primeros europeos que contemplaron el imponente espectáculo de sus ruinas,
actualmente es posible trazar una imagen de la cultura maya relativamente fiable y
comprensiva, aunque es probable que, por la magnitud de los yacimientos todavía
examinados superficialmente o por descubrir, nuestros conocimientos sean inferiores
a los que proporcionarán las futuras investigaciones.

El área geográfica de la civilización maya puede visualizarse como una región bien
definida, la península del Yucatán, imaginariamente extendida por su base hasta la
costa del Pacífico. Sus 320.000 kilómetros cuadrados abarcan territorios que hoy
corresponden a Guatemala, Belice, el sur de México (estados de Yucatán, Campeche,
Quintana Roo, Tabasco y Chiapas) y el oeste de Honduras y El Salvador.

Esta vasta superficie comprende áreas muy distintas en cuanto a climatología y


recursos. La llanura de la costa del Pacífico, cálida y lluviosa, posee suelos muy
fértiles, poblados por una flora y una fauna típicamente tropicales y surcados por
numerosos y cortos ríos, que nacen en las cercanas montañas. La Tierras Altas (o
Altiplano) constituyen una zona montañosa y boscosa de clima frío o templado; sus
volcanes, de altitudes superiores a los cuatro mil metros, aportaron materiales
básicos para el desarrollo tecnológico de las diferentes culturas mesoamericanas:
la obsidiana, que se utilizaba para cortar, o la andesita, que sirvió para fabricar
instrumentos de molienda.

El mundo maya

Pero fue en las calurosas Tierras Bajas donde la civilización maya, de forma
sorprendente, alcanzó su mayor esplendor. Las selváticas Tierras Bajas del Sur
incluyen las cuencas de los ríos Usumacinta y Motagua y el lago Izabal, como líneas
esenciales de comunicación y de relaciones comerciales, y la región de El Petén,
con lagos y pequeños ríos en superficie y una abundante vegetación típica de la
selva tropical lluviosa, con gran riqueza de especies vegetales y animales.

En las Tierras Bajas del Norte, área coincidente con la península de Yucatán, la
escasa pluviosidad y el reducido número de corrientes de agua superficiales,
sumados a suelos mayoritariamente calizos con profusión de cursos de agua
subterráneos, se traducen en una flora donde domina la presencia del bosque bajo y
los matorrales. Tales factores medioambientales condicionaron tanto el desarrollo
como los asentamientos de los mayas, ya que sólo allí donde había cenotes (grandes
pozos naturales de agua) fue posible el establecimiento y la estabilización de las
poblaciones.

La presencia humana en esta región, obviamente, es muy anterior al florecimiento de


la civilización maya. Los primeros vestigios datan del periodo Lítico, entre los
años 12000 y 6000 a.C., y dan fe de la presencia de cazadores en el Altiplano y de
asentamientos en zonas costeras. Durante el periodo Arcaico, entre los años 6000 y
2000 a.C., se inició el cultivo de plantas como el maíz, la calabaza y el frijol,
que llegarían a ser básicas en la dieta de subsistencia del área mesoamericana;
surgieron aldeas sedentarias sin trazas de jerarquía interna y con poca complejidad
social y política que convivieron con poblaciones cazadoras y recolectoras. Es
preciso subrayar que en ningún caso cabe hablar aún de características capaces de
diferenciar la cultura maya de los numerosos pueblos que en ese momento habitaban
en la región mesoamericana.

El periodo Formativo o Preclásico (2000 a.C. - 100 d.C.)


Tanto la mayor complejidad social como la diferenciación entre culturas empezaron a
evidenciarse en el periodo Formativo o Preclásico, entre los años 2000 a.C. y 100
d.C. Para facilitar la comprensión de las significativas variaciones que presenta
esta etapa, cabe dividirla en tres subperiodos: Temprano, Medio y Tardío.

El inicio del periodo Formativo Temprano se vincula a una serie de cambios


fundamentales, entre los cuales destaca el paso definitivo al sedentarismo,
claramente asociado al desarrollo de la agricultura. Las poblaciones que vivieron
en aquel periodo ocuparon pequeños asentamientos o convivieron en aldeas compuestas
por una serie de plataformas bajas sobre las que se alzaban chozas de materiales
perecederos con una lumbre en su interior. Bajo los suelos de las viviendas solían
realizarse enterramientos simples, con las connotaciones rituales que ello
comportaba, y se elaboraba ya una cerámica rudimentaria.

Estos poblados se desarrollaron en un limitado espacio costero próximo a pantanos y


esteros; las primeras evidencias de aldeas, cerámica y agricultura proceden de la
costa del Pacífico y se remontan al periodo comprendido entre los años 1850 y 1650
a.C. Tales rastros de sedentarización están muy vinculados a desarrollos similares,
como las culturas del istmo de Tehuantepec y los olmecas, pueblo que se asentó en
el Golfo de México. En el transcurso del periodo Formativo Temprano aparecieron
sociedades de carácter caciquil, con diferenciación social interna y centros
jerarquizados, algunos de los cuales llegaron a tener hasta mil doscientos
habitantes y contaban con estructuras de rango, como las que se aprecian en el
poblado de Paso de la Amada, en Chiapas.

De las aldeas a los centros ceremoniales


La cultura maya comienza a despuntar durante el periodo Formativo Medio, entre los
años 1000 y 400 a.C., cuando surgieron los primeros indicios de lo que más tarde
sería una sociedad compleja: construcciones públicas y ofrendas funerarias
diferenciadas. En algunas zonas, como la costa del Pacífico y lugares cercanos, la
transformación pudo deberse a una fuerte relación con el mundo olmeca, que ya
poseía escultura monumental e incluso escritura jeroglífica muy temprana. Esta
comunicación intercultural no se limitó, con todo, a las áreas del Golfo más
próximas a los olmecas, como certifica el hecho de que numerosos objetos de jade y
cerámicas pertenecientes al estilo olmeca hayan aparecido diseminados por buena
parte de la zona maya y, en general, por toda Mesoamérica.

De gran importancia durante este periodo fue el incipiente establecimiento de la


población en las Tierras Bajas del Sur, que se inició en lugares como Tikal,
Ceibal, Uaxactún, Nakbé y Copán. Sin duda, sus moradores eran originarios de las
Tierras Altas mayas y exportaban a estas nuevas áreas patrones culturales tales
como la dieta alimentaria, la forma de las viviendas, la utilización del espacio o
los tipos de enterramiento.

El observatorio astronómico de Chichén Itzá

Investigaciones arqueológicas como las practicadas en Nakbé y El Mirador, en


Guatemala, han revolucionado el concepto que se tenía sobre los inicios de la
civilización maya. Con ellas se ha documentado que el antiguo patrón de sociedades
igualitarias, organizadas en torno a pequeñas aldeas campesinas, fue sustituido por
el de centros de integración social, política y económica de mayor tamaño antes de
lo que se creía. Entre los años 600 y 400 a.C., en diversos lugares de las Tierras
Bajas centrales hubo una arquitectura pública que construyó complejas plataformas y
pirámides, con funcionalidades que iban desde la meramente cultual y dedicatoria
hasta la posible actividad religioso-astronómica, como en el caso de los complejos
de conmemoración astronómica.

La gestación de los rasgos distintivos mayas


En el periodo Formativo Tardío, entre los años 400 a.C. y 100 d.C., se perfilaron
con mayor claridad los rasgos que definirían la cultura maya clásica. La población
aumentó considerablemente, se construyeron grandes templos sustentados sobre
amplias plataformas (decorados con mascarones de estuco de rica iconografía, un
fiel reflejo del poder adquirido por los gobernantes) y calzadas que unían los
conjuntos arquitectónicos más significativos de una misma ciudad.

Las inhumaciones de la clase dominante incluían ricos ajuares funerarios en que no


faltaban lujosos enseres importados; las conchas marinas, los objetos de jade, las
espinas de mantarraya y la cerámica ritual se acumulaban en los enterramientos de
los grandes señores. Esta práctica funeraria indica la existencia de una sociedad
con un notable grado de jerarquización. También durante el periodo Formativo Tardío
se desarrollaron dos aspectos especialmente característicos de la cultura maya: la
escritura jeroglífica y una escultura cuyo estilo artístico anuncia el que sería
propio del periodo Clásico.

A pesar del progresivo engrandecimiento de ciertos lugares como Tikal, El Mirador,


Cerros y Lamanai en las Tierras Bajas, donde se construyeron algunas de las
pirámides más espectaculares de toda la historia maya, la mayor concentración de
poder político y económico no se localizó en aquel momento en esta región, sino más
al sur, en lugares como Kaminaljuyú (Guatemala), Izapa y Chiapa de Corzo (Chiapas),
Abaj Takalik (Guatemala) y Chalchuapa (El Salvador), todos ellos en la franja
meridional del área maya.

El periodo Protoclásico maya (100 d.C. - 250 d.C.)


El periodo Protoclásico, cuya duración abarca desde el año 100 hasta el 250, es un
momento no bien definido en la historia de los mayas en que se produjo un repentino
declive de los principales centros del periodo anterior, que afectó a los núcleos
rectores del área sur y a algunos otros situados en las Tierras Bajas como El
Mirador y Cerros. Otros lugares, en cambio, como Holmul, Barton Ramie y Nohmul
(situados en el actual Belice), aumentaron notablemente su población. Durante esta
etapa de transición hacia el cenit cultural, la cerámica adoptó una serie de rasgos
característicos, como, por ejemplo, los soportes mamiformes en cuencos y fuentes,
así como la policromía. Los objetos cerámicos de este tipo se encontraron
especialmente en contextos funerarios que se hallan distribuidos a lo largo de
buena parte del área ocupada por la cultura maya.

La cultura maya clásica (250 d.C. - 900 d.C.)


Durante el periodo Clásico, comprendido entre los años 250 y 900, la civilización
maya alcanzó su máximo nivel tanto en sus realizaciones artísticas, científicas y
técnicas como en lo que respecta a su complejidad social y política. Hubo un fuerte
aumento de población dentro de los núcleos cívico-ceremoniales y en torno a ellos,
centros que en su mayor parte ya habían empezado a ser construidos en el periodo
Formativo. Tales ciudades estaban en gran medida ocupadas por las élites que
dirigían la vida de los mayas.

En ocasiones se designa la época clásica como la del «Viejo Imperio», denominación


cuanto menos equívoca, pues el mundo maya nunca llegó a constituir una unidad
político-administrativa centralizada. En realidad, casi todos los autores coinciden
en describir la organización política maya de las Tierras Bajas como un conjunto de
ciudades-estado o pequeños reinos; ello implica únicamente la existencia de una
sociedad jerárquicamente estratificada, con concentración de poder y control sobre
la fuerza de trabajo consiguientes. Con el avance de las técnicas agrícolas,
aumentó la producción y surgieron oficios especializados, como los artesanos que
fabricaban objetos destinados a clase dominante. Cabe suponer que en la integración
social de la población desempeñó un papel importante la religión maya, desarrollada
paralelamente a las nuevas formas políticas surgidas de la evolución
socioeconómica.

Estela maya en Copán

El desarrollo más espectacular del periodo Clásico se localizó en la población maya


asentada en las Tierras Bajas, aunque alcanzaría su culminación durante el periodo
Clásico Tardío. Los asentamientos fundados en etapas precedentes crecieron de
manera considerable, los templos sobresalieron de entre la vegetación que los
rodeaba, se construyeron palacios y juegos de pelota y se erigieron altares y
estelas que sancionaban desde su monumentalidad los distintos linajes reales de las
diferentes ciudades mayas.

Las tumbas presentaban ya ajuares más ricos, el comercio y las relaciones a larga
distancia proliferaron, e incluso los diferentes señoríos que componían el mosaico
maya empezaron a competir entre sí, hecho que dio lugar a la variación de fronteras
y dinastías. No obstante, los mayas fueron capaces de construir un modelo de
civilización que extendieron siguiendo el flujo de sus relaciones comerciales. Y
aquel engranaje consiguió funcionar, al menos, durante siete siglos.

La hegemonía de Tikal
Al igual que el periodo Formativo, el Clásico se divide en subperiodos: Temprano,
Tardío y Terminal. El periodo Clásico Temprano, que se extiende desde el año 250
hasta el 600, coincidió con la merma de población en algunos asentamientos, como El
Mirador o Cerros, que incluso llegaron a desaparecer, mientras que otros iniciaron
un ascenso en todos los aspectos, como es el caso de Tikal, Yaxchilán, Uaxactún,
Becán, Calakmul y Caracol en las Tierras Bajas, de Kaminaljuyú en las Tierras Altas
(cerca de la actual capital de Guatemala) y de otros núcleos de la costa sur.

Uno de los fenómenos que mayor interés reviste en este periodo es la existencia de
ciudades hegemónicas gobernadas por líneas dinásticas plenamente constituidas, que
hoy se conocen en parte a través de textos glíficos y de los enterramientos. En las
Tierras Bajas del Sur, es posible que Tikal aprovechase la debilidad de otros
centros hacia finales del periodo Formativo y se transformara en la principal
ciudad de la región durante más de dos siglos, como reino independiente al menos
desde el siglo III, y que (según muestra la Estela 29 de Tikal, que data del año
292) sus dominios incluyeran otros lugares próximos como Uaxactún y Río Azul. Esta
formación de carácter estatal no fue única, ya que surgieron otras igualmente
importantes: Calakmul, Yaxhá o Nakum.

Tikal

A estos fenómenos culturales internos se debe añadir una compleja red de relaciones
con otros lugares de Mesoamérica, como las que mantuvieron Kaminaljuyú y Tikal con
la lejana Teotihuacán, en el centro de México. Estas relaciones han quedado
atestiguadas en el registro arqueológico por la presencia de rasgos teotihuacanos o
teotihuacanoides en la cultura material de diversos lugares del área.

En este periodo comienzan a detectarse también algunos sucesos inherentes a los


procesos de civilización, como por ejemplo las tensiones entre los diferentes
núcleos urbanos para hacerse con la hegemonía de amplias extensiones territoriales.
A modo de ejemplo, los textos epigráficos grabados en monumentos de piedra hablan
de una guerra que, en el año 562, sostuvo y ganó la ciudad de Caracol (en el actual
Belice) contra Tikal, victoria que le permitió aumentar su población y lograr una
supremacía temporal.

Algunos investigadores sostienen que, a mediados del siglo VI, diversos centros
importantes entraron en decadencia. En estos lugares se dejaron de erigir
monumentos grabados, la actividad constructiva disminuyó y se empobrecieron los
ajuares funerarios de las tumbas de los jerarcas, pero no fue un fenómeno
generalizable a toda el área maya.

La proliferación de centros regionales


La ciudades que habían sufrido un declive en el Clásico Temprano comenzaron a
recuperarse un siglo después. Durante el periodo Clásico Tardío, entre los años 600
y 800, no hubo ya una ciudad hegemónica, sino que surgieron multitud de capitales
regionales, algunas de los cuales se mantuvieron completamente independientes,
mientras que otras se aliaron entre sí y dieron origen a entidades políticas más
prósperas y fuertes, que estaban sometidas a continuos cambios y seguían un proceso
de segmentación e integración muy característico de los antiguos estados.

De este modo, el control del territorio se repartió entre los diversos centros
regionales: Tikal controlaba sólo una porción de El Petén; Yaxchilán, parte del río
Usumacinta; Calakmul, el norte de El Petén; Copán, el sudeste. En Yucatán, la
región de Chenes-Río Bec alcanzó su apogeo y surgieron, con personalidad propia,
ciudades como Uxmal, Kabáh, Labná y Sayil; lugares como Dzibilchaltún, Cobá y Edzná
acogieron asentamientos que serían importantes en etapas posteriores. La
independencia de estos grandes núcleos se reflejó claramente en los estilos
regionales que surgieron en la arquitectura, la escultura, la pintura y demás
manifestaciones del arte maya.

Relive maya en Yaxchilán

La población alcanzó su densidad demográfica más elevada, y la construcción, tanto


de edificios religiosos y administrativos como de plataformas de tipo habitacional,
cubrió amplias extensiones. Ciudades como Tikal, Calakmul, Caracol, Palenque,
Copán, Quiriguá, Yaxchilán, Ixkún, Uaxactún, Ceibal, Piedras Negras o Toniná, por
citar sólo algunas de entre las decenas de mayor rango, alcanzaron el momento de
máximo esplendor en su desarrollo. Los establecimientos antes citados destacan a
simple vista por la grandiosidad de sus edificaciones, hecho que contrasta, por lo
general, con la menor elevación de las estructuras ceremoniales halladas en las
regiones del Altiplano y la costa del área maya. Lo cierto es que estas zonas
permanecieron en unos niveles provinciales de desarrollo, sin grandes alardes
estructurales, pero con unos grados de integración muy armónicos.
El colapso de la civilización maya
En el periodo Clásico Terminal, entre los años 800 y 900, se sitúa uno de los
acontecimientos más mitificados de toda la historia de la América prehispánica: el
colapso de la civilización maya. Desde luego, en los centros de mayor importancia
de las regiones central y sur de las Tierras Bajas dejaron de construirse
estructuras ceremoniales, residenciales y administrativas, decayeron la manufactura
y la distribución de los bienes de lujo y de rango y se dejaron de erigir
monumentos grabados coincidiendo aproximadamente con el año 790 de nuestra era.
Algunas ciudades de menor rango o periféricas siguieron grabando algunos; el último
que se conoce data del año 909 y fue hallado en el sitio de Toniná (Chiapas).

Debe señalarse que esta repentina crisis pareció cebarse solamente en la parte
central y más desarrollada del mundo maya, es decir, en las Tierras Bajas del Sur.
Numerosos centros mayas de esta área fueron abandonados, y, salvo excepciones como
Ceibal y Caracol, la inmensa mayoría de las ciudades de esta área experimentaron un
drástico descenso demográfico; en Tikal, la población se redujo hasta un diez por
ciento de la que había tenido. Pero las Tierras Bajas del Norte, y especialmente
las ciudades del extremo norte de la península del Yucatán (Uxmal, Sayil, Edzná,
Oxkintok, Labná y Kabáh), mantuvieron su prosperidad y desarrollaron el estilo Puuc
en nuevas e imponentes construcciones arquitectónicas.

El dramático declive y caída de la civilización maya clásica es uno de los temas


arqueológicos más intrigantes y de mayor debate entre los especialistas. Según la
tesis más extendida, al final del periodo Clásico los métodos de subsistencia
utilizados por los mayas rebasaron sus límites, ya que la sobrepoblación había
llevado a una intensificación excesiva de la agricultura. Esto trajo como
consecuencia el agotamiento de la productividad de los terrenos de cultivo y de los
recursos faunísticos, así como la tala y destrucción de extensos sectores de bosque
y selva, el descenso de la precipitación pluvial y la propagación de pestes. De
este modo, el mismo desastre ecológico ocasionado por el crecimiento demográfico y
la sobreexplotación condujo al despoblamiento casi total de la región central de
las Tierras Bajas del Sur, el corazón de la cultura maya clásica; los que no
perecieron partieron en busca de nuevos horizontes hacia las Tierras Bajas del
Norte, y también hacia el Altiplano, en sucesivas oleadas migratorias.

Pirámide del adivino (Uxmal)

Otra hipótesis propone que catástrofes naturales como terremotos, huracanes y


enfermedades epidémicas (fiebre amarilla, mal de Chagas, etcétera) cayeron sobre el
territorio, provocando innumerables decesos. Grietas y escombros en algunas
estructuras de Xunatunich, en Belice, sugieren que hubo un terremoto de
considerable intensidad. Según algunos estudios, un huracán tropical introdujo un
virus procedente del Caribe que dañó el maíz y que ocasionó malas cosechas
consecutivas, causando grandes hambrunas entre la población maya.

Para otros investigadores, la imposición por parte de nobles y sacerdotes de


fuertes cargas tributarias en trabajo y especie, así como la creciente demanda por
parte de la clase dominante de servicios, bienes suntuarios, construcción y
alimentos, acabó por generar una sublevación del campesinado y la aniquilación de
la clase dominante. El exterminio de la élite ocasionaría que la sociedad maya se
derrumbara al quedar acéfala, ya que el liderazgo político y las diferentes ramas
del conocimiento especializado eran detentadas por este estamento social.

También se ha planteado que el colapso fue producto de la llegada de grupos de


invasores putunes, procedentes de la Chontalpa, en Tabasco, México. Según esta
interpretación, durante el siglo IX, estos grupos mayas mexicanizados invadieron
las Tierras Bajas por su límite oeste, a través de los ríos Usumacinta y de La
Pasión, conquistando Ceibal y Altar de Sacrificios. Una vez consolidada su posición
en la zona sur, y utilizando Ceibal como base, los invasores se expandieron hacia
el área central de las Tierras Bajas, donde provocaron el colapso de los centros
mayores al destruir las bases económicas o sociales de la civilización maya.

La evidencia de la invasión se basa en estelas que muestran glifos "mexicanos" y


personajes con rasgos distintos a los mayas clásicos, así como en la adopción de
modos arquitectónicos foráneos y en la introducción de cerámica relacionada con una
tradición alfarera diferente. Recientemente se ha propuesto, con base en evidencia
epigráfica, que la intrusión que aconteció en Ceibal no fue putún, sino itzá. De
acuerdo con esta interpretación, los últimos gobernantes de Ceibal eran itzaes que
llegaron procedentes de Ucanal, en el nordeste de Petén.

Pintura mural en Bonampak (Chiapas)

Una hipótesis más sugiere que fueron las transformaciones en la naturaleza de la


guerra las que provocaron el colapso. En un principio, los mayas limitaban el
efecto destructivo y desestabilizador de la guerra a través de un extenso código
ético de reglas de conducta. Mientras imperó este código, el objetivo de la guerra
fue la captura y sacrificio de prisioneros de alto rango social, actividad que
proporcionaba un elevado prestigio a los gobernantes victoriosos.

Este sistema empezó a decaer a mediados del siglo VIII, ya que, al intensificarse
la competencia interdinástica, la guerra entre las ciudades fue cada vez más
frecuente y menos ritualizada. Los gobernantes de centros mayores (como Tikal y Dos
Pilas en Guatemala, Calakmul en México y Caracol en Belice) iniciaron una serie de
conquistas territoriales a fin de incrementar la recaudación de tributos, obtener
mano de obra y lograr el control de las rutas de intercambio de bienes suntuarios.
Tales conflagraciones alteraron el equilibrio de la sociedad maya, obligando a un
sector considerable de la población a abandonar las labores agrícolas para
involucrarse en la construcción de sistemas defensivos o en el ataque contra
comunidades rivales. Al final, el permanente belicismo habría debilitado los
sistemas socioeconómicos hasta ocasionar la desintegración política de los estados
mayas.

Entre los factores externos, se ha apuntado también la posibilidad de una crisis en


las redes de intercambios comerciales (tal vez originada en la decadencia, a partir
del 700, de Teotihuacán) que llevó al empobrecimiento y pérdida de poder y
prestigio de la clase dirigente. Últimamente ha merecido una atención especial,
como posible influjo en la parálisis de la civilización, el examen del singular
fatalismo inherente a la mentalidad de los mayas, cuya concepción cíclica del
tiempo se extendía a la visión de su propia historia.

El periodo Posclásico maya (900 - 1500)


Durante el periodo Posclásico, que abarca desde el año 900 al 1500, los cambios con
respecto a la etapa precedente fueron considerables. Fundamentalmente, y como
consecuencia del colapso del «Viejo Imperio» en el área central, el mundo maya
gravitó hacía su extremo norte hasta originar un «Nuevo Imperio» cuya hegemonía
ostentaron las ciudades de Chichén Itzá y Mayapán. A la llegada de los españoles,
sin embargo, tal imperio se encontraba ya en avanzada fase de disolución.

Glifos mayas (Museo de Palenque, Chiapas)

Las ciudades de la península de Yucatán, una región con un régimen de lluvias bajo
y suelos menos fértiles, y por tanto con un potencial agrícola más limitado, habían
cimentado su prosperidad en otros recursos locales, especialmente marinos (pescado
y sal), y también en la confección de fibras (algodón y sisal), junto a otros
productos agrícolas especializados. Habiendo eludido la crisis que derrumbó la
cultura maya clásica, tales ciudades acogieron las sucesivas oleadas migratorias
ocasionadas por la misma.

En general, los diferentes especialistas coinciden en que ésta fue una etapa de
militarismo creciente, similar a la del resto de Mesoamérica. El conocimiento de la
parte final de este periodo (que se suele subdividir en Temprano y Tardío) tiene
como fuente adicional la documentación que ha llegado hasta la actualidad y que fue
escrita tanto en las lenguas nativas (utilizando la grafía castellana) como
directamente en español.

El poderío de Chichén Itzá


Durante el periodo Posclásico Temprano, que comprende del año 900 al 1194, las
Tierras Bajas del Norte gozaron de una primacía que jamás antes había alcanzado, y
aunque algunas áreas de Belice y El Petén siguieron pobladas, la mayor complejidad
cultural se desplazó al norte de la península de Yucatán. La ciudad de Chichén
Itzá, controlada por grupos maya putún o chontal en unión de gentes itzá, acabaría
por dominar durante dos siglos todo el Yucatán, tanto desde el punto de vista
militar como en lo comercial.

Según la tradición, una rama de los mayas, los itzaes, y un grupo de toltecas
ocuparon Chichén Itzá y formaron un señorío. Los itzaes de Chichén Itzá y otros dos
grupos mayas, los cocomes de Mayapán y los xiues de Uxmal, organizaron hacia el año
1000 una federación, la Liga de Mayapán, así llamada pese a la preponderancia de
Chichén Itzá en el seno de la misma. La paz dio lugar a la prosperidad y se
construyeron grandes palacios, templos y pirámides. Es el auge de la arquitectura
Puuc, caracterizada por el uso de columnas y la elaborada decoración escultórica.

Pirámide de Kukulkán (Chichén Itzá)

Tal como demuestra la iconografía de los murales y las esculturas distribuidas por
la ciudad, este control no fue pacífico, y aunque algunas ciudades se resistieron,
al final todas cayeron bajo el dominio de Chichén Itzá. Sin duda, el éxito de esta
ciudad se debió a una combinación de factores: el control del comercio costero a
larga distancia, su poderío militar, un sistema de creencias que le permitió
convertirse en un centro de peregrinaje como mínimo regional, y, en especial, una
innovadora, flexible y a la vez estable forma de gobierno que demostró tener mucho
más éxito a la hora de administrar un reino abocado a las empresas de conquista que
la arcaica organización política de los grandes núcleos urbanos del periodo
Clásico.

Alejados de su foco más emprendedor, los restantes territorios mayas siguieron su


propio ritmo. En el Altiplano, las realizaciones arquitectónicas y artísticas
carecieron de espectacularidad, tónica que ya era característica de periodos
anteriores, aunque cabe afirmar que se trató de una etapa marcada por influencias
de tipo mexicano. En la región de El Petén, núcleo del antiguo esplendor del
periodo maya clásico, una lenta recuperación sucedió al colapso. Los nuevos
asentamientos tendieron a situarse en torno a zonas lacustres como el lago Petén
Itzá y la laguna Yaxhá; entre ellos destacan Tayasal, Paxcamá, Macanché y Topoxté,
que permanecieron relativamente aislados del resto del mundo maya.

El ascenso de Mayapán
El periodo Posclásico Tardío, entre los años 1194 y 1500, se inició con la caída de
Chichén Itzá (hacia 1194) y la ascensión de la cercana ciudad de Mayapán. Según las
crónicas, este cambio en la hegemonía se originó en disensiones e intrigas
políticas. A finales del siglo XII, un líder de los cocomes y gobernante de
Mayapán, Hunac Ceel, rompió con la Liga, saqueó Chichén Itzá y destruyó sus
templos. De este modo, el grupo de los cocomes introdujo un nuevo orden en Yucatán,
además de un poder territorial que, pese a ser más reducido (abarcaba una docena de
ciudades), consiguió mantenerse durante dos siglos y medio.

Durante este periodo se potenciaron los centros de la costa oriental de la


península yucateca (Tulum, Isla Mujeres, Cozumel, Lamanai y Santa Rita Corozal),
que mediante el comercio con otras comunidades alcanzaron progresivamente una gran
prosperidad e integraron en sus manifestaciones artísticas elementos propios del
centro de México, como los murales y las cerámicas de influencia mixteca-puebla,
desarrollados en Oaxaca.

Mayapán

Las crónicas también refieren que Ah Xupan Xiu, un señor noble de los xiues de
Uxmal, organizó con éxito una revuelta (hacia 1441) contra la dinastía de los
cocomes, masacrando a todos los miembros de la familia real. Mayapán fue saqueada y
abandonada, al tiempo que las ciudades más importantes de la región empezaban a
declinar. La subsiguiente fragmentación política dio lugar a un debilitado mosaico
constituido por unos dieciséis cacicazgos o provincias autónomas, cuyos
gobernantes, herederos de las rivalidades entre los xiues y los cocomes, se
enzarzaron en guerras constantes.

Entretanto, las Tierras Altas y la costa del pacífico estaban inmersas en un


proceso de mexicanización. Muchos centros de la llanura costera del Pacífico, como
Cotzumalhuapa, fueron ocupados por emigrantes de habla náhuatl procedentes del área
central de México. La aparición de estados independientes se produjo a partir del
año 1250. Los estados que entonces surgieron lo hicieron con un alto grado de
integración política, así como con un patrón de asentamiento que los llevó, en
buena parte de los centros habitados, a situar su emplazamiento en lugares altos y
bien protegidos, e incluso a añadir refuerzos suplementarios, tal vez como
consecuencia última de la militarización a que se vieron sometidos.

Ciudades como Utatlán, Iximché, Zaculeu, Chuitinamit, Mixco Viejo y Chinautla,


cabezas de una serie de señoríos con fronteras delimitadas (quichés, como grupo
preponderante, aunque también cakchiqueles, mames y tzutuhiles, entre otros), se
disputaron la hegemonía de las Tierras Altas. De este modo, cuando llegaron los
españoles, la totalidad del mundo maya había entrado desde muchos años antes en una
fase de disgregación y rivalidades políticas que los conquistadores supieron
aprovechar.

El área maya tras la conquista española


Para los mayas, al igual que para una abrumadora mayoría de los pueblos americanos,
la llegada de los españoles supuso un auténtico cataclismo, tanto en el aspecto
biológico como en el cultural. Las causas del dramático descenso de población son
bien conocidas y se inician con la propia guerra de conquista. Las nuevas
enfermedades, frente a las cuales los indígenas carecían de defensas, y la dura
explotación a que fueron sometidos en los siglos del avance de la colonización
llevaron a la extinción de numerosos grupos étnicos y a la desestructuración
cultural de los que sobrevivieron.

Los primeros contactos entre mayas y españoles se remontan a pocos años después del
descubrimiento de América. En 1502, en el transcurso en su cuarto viaje, las naves
de Cristóbal Colón se encontraron con una embarcación de comerciantes mayas en el
golfo de Honduras. Años más tarde, en 1511, una veintena de náufragos de la nave de
Juan de Valdivia llegó a la costa oriental de Yucatán, donde fueron capturados y
algunos de ellos sacrificados. Uno de los dos supervivientes, Jerónimo de Aguilar,
estableció contacto con Hernán Cortés cuando éste realizó su primera expedición a
la zona en 1519; la costa del Yucatán había sido previamente explorada por
Francisco Hernández de Córdoba (1517) y Juan de Grijalva (1518).
El cacique maya Tabscoob recibe a Juan de Grijalva en Potonchán (1518)

Por aquella época los tempranos contactos con los españoles ya habían afectado a
los mayas yucatecos, que sufrieron la primera gran epidemia, quizá de viruela,
entre 1515 y 1516. Pronto el resto del mundo maya tuvo conocimiento de la
existencia de los españoles y de su afán conquistador. En efecto, una delegación de
sus principales grupos había estado presente en Tenochtitlán, la capital de los
aztecas, antes de su caída en 1521 en manos de los españoles, pero ni siquiera este
conocimiento los movió a establecer alianzas frente al nuevo invasor o a organizar
la defensa; otros grupos quedaron simplemente a la espera de acontecimientos.

Conquista y colonización
Cuando Pedro de Alvarado llegó a Guatemala en 1523, encontró fuerte resistencia en
las poblaciones de indios chiapas y quichés, mientras que zoques, tzotziles y
cakchiqueles se convirtieron en sus aliados. Mucho se ha escrito acerca de cómo un
puñado de españoles logró someter a una población tan numerosa como la americana.
La respuesta hay que buscarla, pues no existe un único factor, en una mezcla de
circunstancias tales como un descenso previo de la población causado por las
epidemias, que en México ya precedieron a los conquistadores y, junto a ellas, las
hambrunas provocadas por las malas cosechas.

Sin duda, la tan invocada superioridad técnica de los españoles, con sus caballos,
perros y armas de fuego, ayudó enormemente, pero también hay que reconocer a los
recién llegados el oportunismo de haber aprovechado a la perfección las constantes
luchas internas entre los diferentes grupos indígenas. Con la excepción de Tayasal
(la capital de los itzaes, último e inexpugnable reducto de resistencia maya
durante más de siglo y medio, hasta su caída hasta 1697), la conquista de los Altos
de Chiapas y Guatemala se dio por finalizada en torno a 1528, y la de Yucatán, en
1546.

Las instituciones de la sociedad maya fueron desarticuladas y reemplazadas por la


administración civil y religiosa impuesta por el imperio español durante la época
colonial. Aunque las autoridades españolas elaboraron no pocas leyes para regir las
tierras americanas y muchas de ellas tenían por meta proteger al indígena de los
abusos españoles, por desgracia los preceptos legales se cumplieron de una forma
muy irregular; raramente los nativos obtuvieron un trato justo cuando apelaron a
ellos. La explotación institucionalizada generó grandes tensiones que empujaron a
los mayas a adoptar diversas formas de resistencia, desde la huida a los montes,
con el consiguiente abandono de los pueblos en que había sido recluido
forzosamente, hasta el recurso a las armas como solución desesperada.

A pesar de los esfuerzos uniformizadores de funcionarios, frailes y hacendados a lo


largo del periodo colonial, las comunidades mayas lograron subsistir como cultura y
mantener elementos diferenciadores no sólo en lo material (casas, comida, bebidas,
implementos, indumentaria), sino también en lo que respecta a lenguas, rituales del
ciclo de vida, formas de parentesco, patrones de asentamiento y temas religiosos,
entre otros aspectos. Y así, los diferentes grupos mayas que actualmente se conocen
son el resultado de la mezcla de rasgos originarios con rasgos españoles
incorporados entre los siglos XVI y XIX.

A partir de los primeros años del siglo XIX comenzaron los movimientos de
independencia dirigidos por los criollos (descendientes de españoles nacidos en
América) con el apoyo de los mestizos, pero sin apenas intervención de los
indígenas. La llegada de las nuevas repúblicas no supuso cambios en la estructura
colonial de explotación del indígena. Abolidas las "paternalistas" leyes españolas,
lo que el indígena ganó en igualdad de ciudadanía lo perdió al caer en una
explotación aún mayor, dado que las leyes liberales expoliaron gran parte de las
tierras que las comunidades habían logrado mantener como suyas durante la época
colonial, con lo que condenaron a miles de mayas a ser meros peones en las inmensas
haciendas alzadas sobre las tierras que antaño fueron suyas y de sus antepasados.
Al igual que en la etapa colonial, la explotación continuó generando graves
tensiones, a las que los mayas, eternos vencidos, buscaron diversas respuestas,
desde la inútil resistencia abierta a la más sutil y velada, con la que mantuvieron
las bases de su identidad.

Los mayas, presente y futuro


Si la Revolución mexicana de 1910 vino a contrarrestar, en alguna medida, la
injusta situación en que se hallaban los indígenas, el levantamiento de Chiapas en
la década de 1990 demuestra que, transcurridos cinco siglos, las heridas coloniales
no están en absoluto cicatrizadas. Tampoco es mejor la situación de los grupos
mayas de Guatemala, afectados de forma directa y brutal por una de las guerras
civiles más crueles y genocidas de finales de siglo XX.

A partir de la década de 1930 comenzó a verificarse una aceptación oficial del


pasado cultural indígena, al tiempo que se utilizó como parte de las nuevas
ideologías nacionalistas encaminadas a la búsqueda de una identidad propia en
países con poblaciones muy heterogéneas. En México, y en menor medida en Guatemala,
las mejoras en el campo de la educación y la sanidad, por citar sólo algunos
ámbitos, siempre se han producido en el marco de una política integracionista, que
busca la incorporación del indígena a la economía capitalista. Los graves
perjuicios que estos cambios causan en las culturas autóctonas (al no calibrar los
efectos que tendrán en las formas culturales básicas de unas comunidades) han hecho
que a veces la comunidad maya se haya opuesto radicalmente.

Ello no supone que los mayas no deseen asumir las supuestas vías de progreso y
futuro que se les ofrecen, sino que no quieren hacerlo a cualquier precio, pues
muchos de ellos ven en su indumentaria, su lengua, su vivienda, sus costumbres o su
estructura comunal los símbolos de una identidad que han sido capaces de mantener a
lo largo de siglos de dominación por una cultura extraña, ajena a su manera de ver
la vida y a su forma de sentir. Entre los numerosos problemas que hoy aquejan a los
mayas, el de la falta de tierra no sólo sigue presente, sino que es el principal,
ya que el incremento de la población y el progresivo agotamiento de los suelos
condena a las poblaciones a tener que emigrar de sus comunidades, de forma temporal
o definitiva, para entrar como peones en las grandes fincas o para engrosar la
población de los cinturones de miseria que rodean a las ciudades, con el desarraigo
cultural que ello supone.

Cómo citar este artículo:


Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «La cultura maya». En Biografías y Vidas. La
enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona, España, 2004. Disponible en
https://www.biografiasyvidas.com/historia/cultura_maya.htm [fecha de acceso: 11 de
febrero de 2022].

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¿Desea reproducir alguna biografía en su web?cuatro leían. Hacían la disección de


las obras de Daniel Defoe, John Dos Passos, Albert Camus, Virginia Woolf y William
Faulkner, escritor este último de gran influencia en la literatura de ficción de
América Latina y muy especialmente en la de García Márquez; en el famoso discurso
"La soledad de América Latina", que pronunció con motivo de la entrega del premio
Nobel en 1982, el colombiano señaló que William Faulkner había sido su maestro. Sin
embargo, García Márquez nunca fue un crítico, ni un teórico literario, actividades
que, además, no fueron de su predilección: siempre prefirió contar historias.
Álvaro Cepeda Samudio y García Márquez

En la época del Grupo de Barranquilla, García Márquez leyó a los grandes escritores
rusos, ingleses y norteamericanos, y perfeccionó su estilo directo de periodista,
pero también, en compañía de sus tres inseparables amigos, analizó con cuidado el
nuevo periodismo norteamericano. La vida de esos años fue de completo desenfreno y
locura. Fueron los tiempos de La Cueva, un bar que pertenecía al dentista Eduardo
Vila Fuenmayor y que se convirtió en el sitio mitológico en el que se reunían los
miembros del Grupo de Barranquilla a hacer locuras: todo era posible allí, hasta
las trompadas entre ellos mismos.

También fue la época en que vivía en pensiones de mala muerte, como El Rascacielos,
un edificio de cuatro pisos ubicado en la calle del Crimen que alojaba también un
prostíbulo. Muchas veces no tenía el peso con cincuenta para pasar la noche;
entonces le daba al encargado sus mamotretos (los borradores de La hojarasca) y le
decía: "Quédate con estos mamotretos, que valen más que la vida mía. Por la mañana
te traigo plata y me los devuelves".

Los miembros del Grupo de Barranquilla fundaron un periódico de vida muy fugaz,
Crónica, que según ellos sirvió para dar rienda suelta a sus inquietudes
intelectuales. El director era Alfonso Fuenmayor, el jefe de redacción Gabriel
García Márquez, el ilustrador Alejandro Obregón, y sus colaboradores fueron, entre
otros, Julio Mario Santo Domingo, Meira del Mar, Benjamín Sarta, Juan B. Fernández
y Gonzalo González.

Periodismo y literatura

A principios de 1950, cuando ya tenía muy adelantada su primera novela, titulada


entonces La casa, acompañó a doña Luisa Santiaga al pequeño, caliente y polvoriento
Aracataca, con el fin de vender la vieja casa en donde se había criado. Comprendió
entonces que estaba escribiendo una novela falsa, pues su pueblo no era siquiera
una sombra de lo que había conocido en su niñez; a la obra en curso le cambió el
título por La hojarasca, y el pueblo ya no fue Aracataca, sino Macondo, en honor a
los corpulentos árboles de la familia de las bombáceas, comunes en la región y
semejantes a las ceibas, que alcanzan una altura de entre treinta y cuarenta
metros.

En la redacción de Prensa Latina (Bogotá, 1959)

En febrero de 1954 García Márquez se integró en la redacción de El Espectador,


donde inicialmente se convirtió en el primer columnista de cine del periodismo
colombiano, y luego en brillante cronista y reportero. El año siguiente apareció en
Bogotá el primer número de la revista Mito, bajo la dirección de Jorge Gaitán
Durán.

La publicación duró sólo siete años, pero fueron suficientes, por la profunda
influencia que ejerció en la vida cultural colombiana, para considerar que Mito
señala el momento de la aparición de la modernidad en la historia intelectual del
país, pues jugó un papel definitivo en la sociedad y en la cultura colombianas:
desde un principio se ubicó en la contemporaneidad y en la cultura crítica. Gabriel
García Márquez publicaría tres trabajos en la revista: un capítulo de La hojarasca,
el Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo (1955) y la novela breve El coronel
no tiene quien le escriba (1958). En realidad, el escritor siempre ha considerado
que Mito fue trascendental; en alguna ocasión dijo a Pedro Gómez Valderrama: "En
Mito comenzaron las cosas".

En ese año de 1955, García Márquez ganó el primer premio en el concurso de la


Asociación de Escritores y Artistas; publicó La hojarasca y un extenso reportaje
por entregas, Relato de un náufrago, el cual fue censurado por el régimen del
general Gustavo Rojas Pinilla. La dirección de El Espectador decidió que Gabriel
García Márquez saliera del país rumbo a Ginebra, para cubrir la conferencia de los
Cuatro Grandes, y luego a Roma, donde aparentemente el papa Pío XII agonizaba. En
la capital italiana asistió, por unas semanas, al Centro Sperimentale di Cinema.

Rondando por el mundo

Tres años estuvo ausente de Colombia. Vivió una larga temporada en París, y
recorrió Polonia y Hungría, la República Democrática Alemana, Checoslovaquia y la
Unión Soviética. Continuó como corresponsal de El Espectador, aunque en precarias
condiciones, pues si bien escribió dos novelas, El coronel no tiene quien le
escriba y La mala hora, vivía pobre a morir, esperando el giro mensual que El
Espectador debía enviarle pero que se demoraba debido a las dificultades del diario
con el régimen de Rojas Pinilla. Esta situación se refleja en El coronel, donde se
relata la desesperanza de un viejo oficial de la guerra de los Mil Días aguardando
la carta que había de anunciarle la pensión de retiro a que tiene derecho. Cuando
El Espectador fue clausurado por la dictadura, fue corresponsal de El
Independiente, y colaboró también con la revista venezolana Élite y la
colombianísima Cromos.

La estancia en Europa permitió a García Márquez ver América Latina desde otra
perspectiva. Le señaló las diferencias entre los distintos países latinoamericanos,
y tomó además mucho material para escribir cuentos acerca de los latinos que vivían
en la Ciudad de la Luz. Aprendió a desconfiar de los intelectuales franceses, de
sus abstracciones y esquemáticos juegos mentales, y se dio cuenta de que Europa era
un continente viejo, en decadencia, mientras que América, y en especial
Latinoamérica, era lo nuevo, la renovación, lo vivo.

A finales de 1957 fue vinculado a la revista Momento y viajó a Venezuela, donde


pudo ser testigo de los últimos momentos de la dictadura del general Marcos Pérez
Jiménez. En marzo de 1958 contrajo matrimonio en Barranquilla con Mercedes Barcha,
unión de la que nacerían dos hijos: Rodrigo (1959), bautizado en la Clínica Palermo
de Bogotá por Camilo Torres Restrepo, y Gonzalo (1962). Al poco tiempo de su
matrimonio, de regreso a Venezuela, tuvo que dejar su cargo en Momento y asumir un
extenuante trabajo en Venezuela Gráfica, sin dejar de colaborar ocasionalmente en
Élite.

Con Mercedes Barcha y sus hijos

Pese a tener poco tiempo para escribir, su cuento Un día después del sábado fue
premiado. En 1959 fue nombrado director de la recién creada agencia de noticias
cubana Prensa Latina. En 1960 vivió seis meses en Cuba y al año siguiente fue
trasladado a Nueva York, pero tuvo grandes problemas con los exiliados cubanos y
finalmente renunció. Después de recorrer el sur de Estados Unidos se fue a vivir a
México. No sobra decir que, luego de esa estadía en Estados Unidos, el gobierno
norteamericano le denegó el visado de entrada porque, según las autoridades, García
Márquez estaba afiliado al partido comunista. Sólo en 1971, cuando la Universidad
de Columbia le otorgó el título de doctor honoris causa, recibiría el autor un
visado, aunque condicionado.

Recién llegado a México, donde García Márquez residiría muchos años de su vida, se
dedicó a escribir guiones de cine y durante dos años (1961-1963) trabajó en las
revistas La Familia y Sucesos, de las cuales fue director. De sus intentos
cinematográficos el más exitoso fue El gallo de oro (1963), basado en el cuento
homónimo escrito por Juan Rulfo, que García Márquez adaptó con el también escritor
Carlos Fuentes. El año anterior había obtenido el premio Esso de Novela Colombiana
con La mala hora (1962).
La consagración

Un día de 1966 en que se dirigía desde Ciudad de México al balneario de Acapulco,


Gabriel García Márquez tuvo la repentina visión de la novela que había venido
rumiando durante diecisiete años. Consideró que ya la tenía madura, se sentó a la
máquina de escribir y trabajó ocho y más horas diarias durante dieciocho meses
seguidos, mientras su esposa se ocupaba del sostenimiento de la casa.

En 1967 apareció Cien años de soledad, novela cuyo universo es una sucesión de
historias fantásticas perfectamente hilvanadas en un tiempo cíclico y mítico:
pestes de insomnio, diluvios, fertilidad desmedida, levitaciones... Es una gran
metáfora en la que, a la vez que se narra la historia de las generaciones de los
Buendía en el mundo mágico de Macondo, desde la fundación del pueblo hasta la
completa extinción de la estirpe, se refleja de manera hiperbólica e insuperable la
historia colombiana desde los tiempos de la independencia hasta los años treinta
del siglo XX.

Cien años de soledad mereció este juicio del gran poeta chileno Pablo Neruda: "Es
la mejor novela que se ha escrito en castellano después del Quijote". Con tan
calificado concepto se ha dicho todo: la novela no sólo permitía equiparar a su
autor con Miguel de Cervantes, sino que constituyó un hito en la historia literaria
de Latinoamérica al ser señalada como una de las mejores realizaciones narrativas
desde los tiempos de Don Quijote de la Mancha. El éxito entre el público acompañó
esta valoración: figura entre los libros que más traducciones tiene (cuarenta
idiomas por lo menos) y que mayores ventas ha logrado, alcanzando las cifras de un
verdadero best seller mundial.

Gabo en los tiempos de Cien años (Barcelona, 1969)

El éxito de Cien años de soledad situó a García Márquez en la primera línea del
Boom de la literatura hispanoamericana y supuso el espaldarazo definitivo para
aquel fenómeno editorial que, desde principios de los 60, estaba dando a conocer al
mundo la obra de los nuevos y no tan nuevos narradores del continente: los
argentinos Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y Julio Cortázar, el peruano Mario
Vargas Llosa, los uruguayos Juan Carlos Onetti y Mario Benedetti, el chileno José
Donoso, el paraguayo Augusto Roa Bastos, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, los
cubanos Alejo Carpentier, José Lezama Lima y Guillermo Cabrera Infante y los
mexicanos Juan Rulfo y Carlos Fuentes, entre otras figuras. Tras el aplauso unánime
del público y de la crítica, García Márquez se estableció en Barcelona y pasó
temporadas en Bogotá, México, Cartagena y La Habana.

Durante las siguientes décadas escribiría cinco novelas más y se publicarían tres
volúmenes de cuentos y dos relatos, así como importantes recopilaciones de su
producción periodística y narrativa. De los quince años que mediaron hasta la
concesión del Nobel cabe destacar la colección de cuentos La increíble y triste
historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1973), la novela "de
dictador" El otoño del patriarca (1975), tema recurrente en la tradición
hispanoamericana, y un nuevo prodigio de perfección constructiva y narrativa basado
en un suceso real y alejado del realismo mágico: la Crónica de una muerte anunciada
(1981), considerada por muchos su segunda obra maestra.

Varios elementos marcan ese periplo: se profesionalizó como escritor literario, y


sólo después de casi veintitrés años reanudó sus colaboraciones en El Espectador.
En 1985 cambió la máquina de escribir por el computador. Su esposa Mercedes Barcha
siempre colocaba un ramo de rosas amarillas en su mesa de trabajo, flores que
García Márquez consideraba de buena suerte. Un vigilante autorretrato de Alejandro
Obregón, que el pintor le regaló, presidía su estudio; en una noche de locos, el
artista lo había atravesado con cinco tiros del calibre 38 para zanjar una disputa
entre sus hijos sobre quién lo heredaría. Finalmente, dos de sus compañeros
periodísticos, Álvaro Cepeda Samudio y Germán Vargas Cantillo, murieron, cumpliendo
cierta prefiguración escrita en Cien años de soledad.

Premio Nobel de Literatura

En la madrugada del 21 de octubre de 1982, García Márquez recibió una noticia que
hacía ya tiempo que esperaba por esas fechas: la Academia Sueca acababa de
otorgarle el ansiado premio Nobel de Literatura. Se hallaba entonces exiliado en
México, pues el 26 de marzo de 1981 se había visto obligado a salir de Colombia
para eludir su captura; el ejército colombiano quería detenerlo por una supuesta
vinculación con el movimiento M-19 y porque durante cinco años había mantenido la
revista Alternativa, de corte socialista.

La concesión del Nobel fue todo un acontecimiento cultural en Colombia y en


Latinoamérica. El escritor Juan Rulfo opinó: "Por primera vez después de muchos
años se ha dado un premio de literatura justo". La ceremonia de entrega del Nobel
se celebró en Estocolmo los días 8, 9 y 10 de diciembre; según se supo después,
disputó el galardón con el novelista británico Graham Greene y el alemán Günter
Grass.

En la entrega del Nobel (1982)

Dos actos confirmaron el profundo sentimiento latinoamericano de García Márquez. A


la entrega del premio fue vestido con un clásico e impecable liquilique de lino
blanco, por ser el traje que usó su abuelo y que usaban los coroneles de las
guerras civiles, y que seguía siendo de etiqueta en el Caribe continental. Y con el
discurso "La soledad de América Latina" (leído el miércoles 8 de diciembre de 1982
ante la Academia Sueca en pleno y cuatrocientos invitados y traducido
simultáneamente a ocho idiomas), intentó romper los moldes o frases gastadas con
que tradicionalmente Europa se ha referido a Latinoamérica, y denunció la falta de
atención de las superpotencias hacia el continente.

El flamante Nobel dio a entender cómo los europeos se han equivocado en su posición
frente a las Américas, quedándose tan sólo con la carga de maravilla y magia que se
ha asociado siempre a esta parte del mundo, y sugirió cambiar ese punto de vista
mediante la creación de una nueva y gran utopía, la vida, que es a su vez la
respuesta de Latinoamérica a su propia trayectoria de muerte. El discurso es una
pieza literaria de elevado estilo y de hondo contenido americanista, una hermosa
manifestación de su personalidad nacionalista, de su fe en los destinos del
continente y de sus pueblos. Confirmó asimismo su compromiso con Latinoamérica,
convencido desde siempre de que el subdesarrollo afecta a todos los elementos de la
vida latinoamericana; los escritores de esta parte del mundo deben, por
consiguiente, estar comprometidos con la realidad social total.

Con motivo de la entrega del Nobel, el gobierno colombiano, presidido por Belisario
Betancur, programó una vistosa presentación folclórica en Estocolmo. Presentó
además una emisión de sellos con la efigie de García Márquez dibujada por el pintor
Juan Antonio Roda, con diseño de Dickens Castro y texto de Guillermo Angulo, a
propósito de la cual el escritor colombiano expresó: "El sueño de mi vida es que
esta estampilla sólo lleve cartas de amor".

Últimos años

Desde que se conoció la noticia de la obtención del premio, el asedio de


periodistas y medios de comunicación fue permanente y los compromisos se
multiplicaron. Finalmente, en marzo de 1983, Gabo regresó a Colombia. En Cartagena
lo esperaba su madre, doña Luisa Santiaga Márquez de García, en su casa del
Callejón de Santa Clara, en el tradicional barrio de Manga, con un suculento
sancocho de tres carnes (salada, cerdo y gallina) y abundante dulce de guayaba.

Gabriel García Márquez

Después del Nobel, García Márquez se ratificó como figura rectora de la cultura
nacional, latinoamericana y mundial. Sus conceptos sobre diferentes temas
ejercieron fuerte influencia. Durante el gobierno de César Gaviria (1990-1994),
junto con otros sabios como Manuel Elkin Patarroyo, Rodolfo Llinás y el historiador
Marco Palacios, formó parte de la comisión encargada de diseñar una estrategia
nacional para la ciencia, la investigación y la cultura. Pero acaso una de sus más
valientes actitudes fue el apoyo permanente a la revolución cubana y a Fidel
Castro, la defensa del régimen socialista impuesto en la isla y su rechazo al
bloqueo norteamericano, que sirvió para que otros países apoyasen de alguna manera
a Cuba y evitó mayores intervenciones de los estadounidenses.

En el terreno literario, apenas tres años después del Nobel publicó otra de sus
mejores novelas, El amor en los tiempos del cólera (1985), extraordinaria y
dilatadísima historia de amor que tuvo una tirada inicial de 750.000 ejemplares.
Deben destacarse asimismo la novela histórica El general en su laberinto (1989),
sobre el libertador Simón Bolívar, los relatos breves reunidos en Doce cuentos
peregrinos (1992) y la novela-reportaje Noticia de un secuestro (1996), que examina
una serie de secuestros ordenados por el narcotraficante colombiano Pablo Escobar.

Tras algunos años de silencio, en 2002 García Márquez presentó la primera parte de
sus memorias, Vivir para contarla, en la que repasa los primeros treinta años de su
vida. La publicación de esta obra supuso un magno acontecimiento editorial, con el
lanzamiento simultáneo de la primera edición (un millón de ejemplares) en todos los
países hispanohablantes. En 2004 vio la luz la que iba a ser su última novela,
Memorias de mis putas tristes; en 2007 recibió sentidos y multitudinarios homenajes
por triple motivo: sus 80 años, el cuadragésimo aniversario de la publicación de
Cien años de soledad y el vigésimo quinto de la concesión del Nobel. Falleció el 17
de abril de 2014 en Ciudad de México, tras de una recaída en el cáncer linfático
por el que ya había sido tratado en 1999.

Cómo citar este artículo:


Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Gabriel García Márquez. Biografía». En
Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea [Internet]. Barcelona,
España, 2004. Disponible en
https://www.biografiasyvidas.com/reportaje/garcia_marquez/ [fecha de acceso: 11 de
febrero de 2022].
URL: https://www.buscabiografias.com/biografia/verDetalle/9106/Micaela%20Bastidas
%20Puyucahua
Publicación: 2016/06/02
-dateModified- Última actualización: 2021/03/30

Buscabiografías mudó a Savona, donde su padre se hizo cargo de una taberna.

Entre 1470 y 1476 recorrió todas las rutas comerciales importantes del
Mediterráneo, desde Quíos, en el Egeo, hasta la península Ibérica, al servicio de
las más importantes firmas genovesas.

Participó en el enfrentamiento entre Renato de Anjou y el rey de Aragón, Juan II,


por la sucesión a la Corona de Nápoles. En 1474, con veintitrés años, fue
contratado como marinero en un barco con destino a la isla de Khíos en el mar Egeo.
Tras pasar un año en la isla, regresó a Italia financieramente independiente.
Parece ser que llegó a las costas del sur de Portugal (Lagos), cerca de Sagres,
tras un combate naval acaecido cerca del cabo de San Vicente, el 13 de agosto de
1476. Incendiado su barco, salvó su vida agarrándose a un remo y nadando hasta la
costa. Residió en Portugal casi diez años. De los portugueses aprendió a conocer el
océano y a frecuentar las rutas comerciales que iban desde Islandia a Madeira. En
el año 1477 viajó hasta Inglaterra e Islandia, y en 1478 de Lisboa a el
archipiélago de Madeira con cargamentos de azúcar.

Vida privada
Probablemente contrajo matrimonio en 1479 con Felipa Perestrello e Monis, hija de
una rica familia portuguesa. De este matrimonio, nació hacia 1482 en la isla de
Porto Santo, del archipiélago de Madeira, su sucesor Diego Colón. Su esposa murió
de tuberculosis solo seis años después de casarse. En 1487 tomó como amante en
España a Beatriz Enríquez de Arana, de veinte años de edad y con la que tuvo a su
hijo Hernando Colón, el 15 de agosto 1488.

El proyecto
Hacia 1483 o 1484 defendió su proyecto de circunnavegación ante los portugueses,
que lo rechazaron.

A finales de 1484 o principios de 1485 dejó Portugal secretamente y viajó a


Castilla. Tras arribar con su hijo Diego a algún puerto del golfo de Cádiz, quizá
Palos de la Frontera, visitó el monasterio franciscano de Santa María de La Rábida,
en donde recibió ayuda material.

El 20 de enero de 1486, los Reyes Católicos recibieron por primera vez a Colón en
Alcalá de Henares (Madrid) y a continuación nombraron una junta de expertos para
valorar el proyecto colombino. A pesar de que muchos no daban crédito a lo que
prometía, nunca le faltaron protectores. Algunos de los más constantes fueron
frailes con influencia ante los Reyes, como el incondicional, buen astrólogo y
entendido en navegación, fray Antonio de Marchena. Otro religioso influyente,
maestro del príncipe don Juan, y siempre favorable a Colón fue fray Diego de Deza.
Un tercer religioso, decisivo en 1491 y 1492, fue el fraile de La Rábida, Juan
Pérez. Además, contó con el apoyo de algunos cortesanos distinguidos, como fue el
caso de Luis de Santángel, Juan Cabrero o Gabriel Sánchez.

Para hacer frente a sus necesidades, trabajó con sus manos pintando mapas de marear
o portulanos y comerció con libros de estampa.

Las Capitulaciones de Santa Fe


Los Reyes Católicos decidieron respaldar su plan. El 17 de abril de 1492 se
firmaron las Capitulaciones de Santa Fe o documento-contrato, que estipulaba las
condiciones en que Cristóbal Colón haría el viaje descubridor. El documento tiene
dos partes, un preámbulo que dice así: "Vuestras Altezas dan e otorgan a don
Cristóbal Colón en alguna satisfacción de la que ha descubierto en las Mares
Océanas y del viaje que agora, con el ayuda de Dios ha de fazer por ellas en
servicio de Vuestras Altezas, son las que se siguen". Ese "ha descubierto" es, para
los partidarios de la teoría del Predescubrimiento, la prueba documental decisiva,
ya que Colón se atribuye, antes de 1492, descubrimientos en el océano que ahora
transfiere a los Reyes Católicos, en virtud de lo cual estos le corresponden
dándole una serie de privilegios, que forman la segunda parte del documento:
1º) El oficio de almirante de la Mar Océana, vitalicio y hereditario, en todo lo
que descubra o gane, y según el modelo del almirante mayor de Castilla.

2º) Los oficios de virrey y gobernador en todo lo que él descubra o gane. No se


habla de hereditariedad. Para cubrir los cargos en las Indias, puede proponer terna
a los reyes para que estos escojan.

3º) La décima parte de todas las ganancias que se obtengan en su almirantazgo.

4º) Que todos los pleitos relacionados con las nuevas tierras los pueda resolver él
o sus justicias. Este punto nunca se cumplió porque estaba condicionado a los
precedentes castellanos.

5º) El derecho a participar con la octava parte de los gastos de cualquier armada,
recibiendo a cambio la octava parte de los beneficios.

Con este documento capital y otras mercedes, se dirigió a la villa de Palos a


preparar la flota descubridora. Tres embarcaciones, Pinta, Niña y Santa María; un
presupuesto de unos dos millones de maravedíes; y alrededor de 90 hombres,
reclutados con la ayuda inestimable de los hermanos Martín Alonso y Vicente Yáñez
Pinzón, formaron la flota descubridora más trascendental de la historia.

Primer viaje
El 2 de agosto de 1492, Cristóbal Colón mandó embarcar a toda su gente, y al día
siguiente, antes de salir el sol, dejaba el puerto de Palos.

La primera escala fueron las Canarias, donde tuvieron que arreglar el timón de la
Pinta. Llevó dos cuentas sobre las distancias recorridas: una secreta o verdadera
(solo para él), y otra pública o falsa, en la que contaría de menos. El día 13 de
septiembre, descubrió la declinación magnética de la tierra; y el 16 llegaron al
mar de los Sargazos. A partir del 1 de octubre se da cuenta de que algo falla. El
6, ya han sobrepasado las 800 leguas y no hay indicios de tierra.

Durante la noche del 6 al 7 de octubre, se produjo el primer motín entre los


marineros de la Santa María. Los hermanos Pinzón apoyaron a Colón y lo sofocaron.
Sin embargo, en la noche del 9 al 10 de octubre el malestar se extendió a todos,
incluidos los propios Pinzón. Acordaron navegar tres días más y al cabo de ese
tiempo si no encontraban tierra regresarían. No hizo falta: en la noche del 11 al
12 de octubre el marinero Rodrigo de Triana lanzó el grito de: "¡tierra!". Al día
siguiente desembarcaron en la isla de Guanahaní (que ellos bautizaron como San
Salvador), actual isla de Watling, en el archipiélago de las Bahamas, y tomaron
posesión de la nueva tierra en nombre de los Reyes Católicos.

El 28 de octubre, arribaron a Cuba, y el 21 de noviembre se apartó de la flota


Martín Alonso Pinzón.

El 6 de diciembre llegaron a la isla de La Española; y el 24 encalló la Santa


María, con cuyos restos y la ayuda del cacique de la zona, Guacanagarí,
construyeron el fuerte de la Navidad. Tras dejar a 39 españoles ahí, siguieron la
costa, encontraron a Martín Alonso Pinzón (6 de enero), y navegaron hasta la costa
de Samaná. Desde esta zona, el 16 de enero de 1493, el almirante dio la orden de
regresar a España.

El viaje fue tranquilo hasta llegar a las Azores, donde sobrevino una fuerte
tormenta (12-15 de febrero) que forzó a la Pinta a separarse del almirante y
arribar a Bayona (Pontevedra). Otra tempestad, cerca de Lisboa (4 de marzo) obligó
al descubridor a desembarcar en Portugal.

El 15 de marzo, don Cristóbal, al mando de la Niña, entraba triunfal en Palos.


Martín Alonso lo hacía con la carabela Pinta pocas horas después. Llegaba muy
enfermo, y a los pocos días murió.

Tras el éxito descubridor, Cristóbal informó a los Reyes, que estaban en Barcelona,
se dirigió a su encuentro y fue recibido por ellos con todos los honores.
Segundo viaje
El 25 de septiembre de 1493, el almirante zarpó de Cádiz al mando de 17 navíos y
unos 1.200 hombres, portando las primeras simientes y ganados.

Al salir de las Canarias, Colón puso rumbo más al sur que en el primer viaje para
llegar al paraje que denominó la entrada de las Indias, en las pequeñas Antillas.
Después de descubrir la isla de Puerto Rico, llegó hasta el fuerte de la Navidad y
comprobó que había sido destruido y los españoles estaban muertos.

Fundó la primera ciudad de América, la Isabela.

Recorrió la costa sur de Cuba, llegó a Jamaica, y a finales de 1494 descubría


América del Sur (Cumaná), aunque lo ocultó hasta el tercer viaje. El 11 de junio de
1496 arribó a Cádiz vestido con un sayal de fraile franciscano.

Tercer viaje
Costó mucho organizar la tercera flota colombina. Las Indias ya no atraían tanto y
faltaban tripulantes. Ocho navíos y 226 tripulantes componían la flota, que dejó
Sanlúcar de Barrameda entre febrero y el 30 de mayo de 1498. Desde Canarias, siguió
a Cabo Verde y una latitud más al sur que las anteriores navegaciones, lo que le
hizo sufrir una zona de calmas.
Primer desembarco de Cristóbal Colón en América
Primer desembarco de Cristóbal Colón en América, por Dióscoro Puebla

Descubrió la isla de Trinidad. Camino de La Española divisó la isla Margarita,


donde se pescaban las perlas, para llegar el 20 de agosto a la nueva capital de las
Indias, Santo Domingo.

La mayoría de los españoles, encabezados por Francisco Roldán, se había rebelado


contra la autoridad de los Colón. La llegada del virrey no resolvió el problema.
Las quejas contra la familia Colón, agravadas con algún que otro proceder dudoso
del Almirante, como ocultar el criadero de perlas de Margarita y Cubagua, llegaron
a la corte y los reyes decidieron destituirlo.

El 23 de agosto de 1500, Francisco de Bobadilla entraba en el puerto de Santo


Domingo para sustituir al virrey y gobernador. Hubo cierta resistencia por parte de
los Colón, lo que explica algo la dureza de Bobadilla.

A primeros de octubre de 1500, Cristóbal, Bartolomé y Diego Colón regresaban a


España cargados de cadenas acusado de protagonizar una despótica gestión en la
colonia de Haití. Los monarcas no lo repusieron en sus oficios perdidos.
Prometieron que lo harían, mientras le encargaban el cuarto viaje.

Cuarto viaje
Con cuatro navíos y 150 hombres partió de Cádiz el 11 de mayo de 1502. El objetivo
era encontrar un paso que permitiera llegar a la Especiería ya que Colón seguía
creyendo que la zona antillana era la antesala de Asia. Para atravesar el Océano,
siguió una ruta parecida al segundo viaje. Llevaba orden de no detenerse en Santo
Domingo. Atravesó el Caribe hasta el cabo de Honduras; siguió hasta el de Gracias a
Dios y recorrió la costa de Panamá. No encontró ni paso, ni oro, ni especias,
sufrió la pérdida de dos barcos.

El 1 de mayo de 1503 ponía rumbo a La Española, pero se vio obligado a recalar en


Jamaica, en la bahía de Santa Ana, donde tuvo que encallar los dos barcos y
esperar. La hazaña de Diego Méndez y Bartolomé Fiesco logrando llegar en dos canoas
desde Jamaica a La Española logró salvarlos.
El 28 de junio de 1504, dejaban Jamaica y el 12 de septiembre, en dos navíos, se
dirigían a España.

Después de arribar a Sanlúcar de Barrameda el 7 de noviembre de 1504, fracasado y


enfermo, siguió hasta la corte y reclamó infructuosamente sus derechos. En sus
últimos años fue extremadamente religioso.

Muerte
Cristóbal Colón murió a causa del síndrome de Reiter (también conocido como
artritis reactiva) el 20 de mayo de 1506 en Valladolid. Sus últimas palabras
fueron: "En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu".

Epitafio
¡O restos e imagen del gran Colón
Mil siglos durad guardados en la urna
Y en la remembranza de nuestra Nación!

Sabías que...
Sus restos viajaron tanto como lo hizo en vida
Tras su muerte fue enterrado en Valladolid, España. Tres años después sus restos
fueron trasladados al mausoleo familiar en Sevilla. En 1542, de acuerdo con la
voluntad de su hijo Diego, fueron transferidos a Santo Domingo, La Española
(República Dominicana). La Española fue cedida a Francia por España, y en 1795 los
huesos de Colón fueron trasladados a La Habana, Cuba. Tuvieron que pasar más de
cien años hasta su regreso a Sevilla en 1898.
Ver cronología de Cristóbal Colón
Enlaces de interés:
bbc.com
*buscabiografias.com

Artículo: Biografía de Cristóbal Colón


Autor: Víctor Moreno, María E. Ramírez, Cristian de la Oliva, Estrella Moreno y
otros
Website: Buscabiografias.com
URL: https://www.buscabiografias.com/biografia/verDetalle/3060/Cristobal%20Colon
Publicación: 2004/09/24
-dateModified- Última actualización: 2021/03/20

Hijo del teniente coronel Juan Manuel Grau Berrío, de ascendencia catalana, y de
Luisa Seminario del Castillo, descendiente de antiguas familias de la región, la
infancia de Miguel Grau transcurrió en Piura y más tarde en el puerto de Paita,
cuando su progenitor fue nombrado vista de aduana.

En 1843, siendo todavía un niño, el pequeño Miguel se embarcó en una goleta


comandada por Ramón Herrera, gran amigo de su padre, que hacía un viaje de Paita a
Panamá. Lamentablemente la goleta naufragó y, a su regreso al hogar, su madre no
estaba dispuesta a consentir ya nuevos embarques. Ingresó en el colegio de Nieto,
en el cual, según uno de sus biógrafos, Fernando Romero Pintado, "Miguel se torna
taciturno. En el colegio está siempre distraído, callado, casi hosco. Merodea por
la playa apenas terminan las clases y en los días de vacaciones".

Contaba once años cuando doña Luisa, su madre, aceptó que volviera a cruzar los
océanos. Recorrió entonces todos los mares y durante nueve años (según el
historiador Alberto Tauro del Pino) el joven Grau "surca mares de Asia, Europa y
América en diversos transportes y aun en buques balleneros". Al regresar al Perú
(1853) se radicó en Lima, donde fue alumno del poeta español Velarde y estudió para
ingresar en la Marina.
El 14 de marzo de 1854, con diecinueve años, se convirtió en guardiamarina y vistió
por primera vez el uniforme que cubriría de gloria. Navegó en los vapores Rímac,
Vigilante y Ucayali antes de ser trasladado a la fragata Apurímac, donde sirvió con
Lizardo Montero, otro ilustre marino piurano. Cuando prestaba servicio en la
Apurímac, el comandante de esta nave apoyó la revolución del general Manuel Ignacio
de Vivanco. Tras el fracaso del movimiento, y junto con otros jóvenes oficiales que
formaban parte de la tripulación, Miguel Grau fue separado del servicio (1858) y
volvió a la marina mercante.

De guardiamarina a diputado

Llamado nuevamente, regresó a la Marina el 11 de septiembre de 1863, casado ya con


Dolores Cavero, quien le dio nueve hijos. Ascendió a teniente segundo y el 4 de
diciembre del mismo año a teniente primero, para pasar pocos meses después a
capitán de corbeta. Enviado a Europa para traer la corbeta Unión, llegó a
Valparaíso en 1865, año en que fue ascendido a capitán de fragata, y desde el
puerto chileno apoyó la revolución del coronel Mariano Ignacio Prado.

Miguel Grau en una imagen tomada en 1874

Siempre al mando de la corbeta Unión, participó en el combate naval de Abtao (7 de


febrero de 1866), y siguió hacia el sur hasta los canales de Chile, para esperar
las nuevas naves adquiridas en Inglaterra. Cuando Prado, posponiendo a brillantes
marinos peruanos, contrató al contralmirante norteamericano John Tucker para
comandar la Armada, Grau protestó y presentó su renuncia, actitud que fue
considerada como rebeldía. Fue preso en la isla de San Lorenzo y permaneció allí
hasta que, después de un largo juicio, salió absuelto.

Pasó nuevamente a ejercer su profesión de marino en la actividad privada y tuvo el


mando del vapor mercante Puno, propiedad de la Compañía Inglesa. A finales de 1867
regresó a la Marina en calidad de comandante del monitor Huáscar. El 25 de julio
del año siguiente fue ascendido a capitán de navío y el 19 de abril de 1873 a
capitán de navío efectivo, siendo después, durante siete meses, comandante general
de la escuadra de evoluciones. Pasó luego a ocupar el alto cargo de comandante
general de la Marina.

En 1872, al iniciarse la revolución de los hermanos Gutiérrez, Grau encabezó el


pronunciamiento de la Marina en contra de la dictadura. Al no ser escuchado para
reorganizar y modernizar la Armada, ingresó en la política y fue elegido diputado
por Paita en el período comprendido entre 1876 y 1878.

La Guerra del Pacífico

En 1879 estalló la Guerra del Pacífico, también llamada Guerra del Salitre. En
aquella contienda Perú y Bolivia se enfrentaron contra Chile por el control de la
región situada al norte del desierto de Atacama, muy rica en salitre. El primer
gran escenario del conflicto fue el mar, el único medio a través del cual podían
desplazarse los ejércitos. Chile contaba con una escuadra superior a la del Perú, y
la flota de Bolivia era inexistente. Cuando Chile declaró la guerra al Perú, Grau
aceptó dirigir la primera división naval aun a sabiendas de la superioridad que
tenía la escuadra chilena en tonelaje, número de barcos, cañones y espesor de
blindaje, frente a la debilidad y mal estado de las unidades peruanas.

El combate de Iquique (óleo de Thomas Somerscales)

Durante seis meses Miguel Grau, al mando del monitor Huáscar, lograría impedir el
desembarco de las tropas chilenas en el territorio peruano. Inició su campaña en
mayo del mismo año y en su primera acción, el combate naval de Iquique, hundió la
corbeta chilena Esmeralda, capitaneada por Arturo Prat, que resistió heroicamente.
Miguel Grau salvó a los náufragos, lo que hizo que uno de ellos, al llegar a la
cubierta del Huáscar, gritara agradecido: "Viva el Perú generoso".

El Huáscar realizó en los meses siguientes una serie de acciones sorprendentes


frente a una escuadra tan poderosa como la chilena. Apresó transportes enemigos,
requisó carbón de puertos chilenos y despistó constantemente a los buques enemigos
que recorrían la costa en su busca. El congreso ascendió a Grau al grado de
contralmirante el 26 de agosto de 1879.

La batalla de Angamos

El primero de octubre de 1879, en la que iba a ser su última partida, el Huáscar


zarpó del puerto de Iquique, donde el transporte Rímac había desembarcado tropas
bajo su protección. Apresó una goleta al sur de Huasco y el día 5 se hallaba ya en
la costa de Coquimbo, territorio chileno. La marina chilena había renovado los
mandos y ordenado su flota en dos divisiones para cazar al ya célebre navío. Su
plan tuvo éxito el 8 de octubre de 1879, cuando descubrieron al Huáscar en alta
mar, frente a Punta Angamos, acompañado de la Unión, en viaje hacia el norte.

El Huáscar, comandado por Miguel Grau

La flota chilena, compuesta por seis barcos todos ellos superiores al Huáscar en
blindaje y potencia de fuego, formaron un círculo para batirse con el buque
insignia de la marina peruana. Grau ordenó a la Unión retirarse para distraer la
flota enemiga, lo que se logró en parte porque dos corbetas chilenas salieron en su
persecución. La Unión fue más rápida y consiguió escapar; el Huáscar, en cambio,
fue encarado por el Cochrane, que con sus poderosos cañones logró perforar el
blindaje del casco y la torre de mando.

El comandante Grau murió despedazado. El mando pasó a Elías Aguirre, que también
murió. Correspondió el turno al teniente primero Melitón Rodríguez. Caído también
él, tocó el mando al teniente Pedro Garezón, quien conversó brevemente con tres
oficiales que quedaban vivos y ordenó hundir la nave porque ya se encontraba
inmovilizada. Los maquinistas abrieron las válvulas, pero los desperfectos de la
maquinaria paralizaron la inmersión, dando tiempo a que llegaran los buques
enemigos, abordaran el monitor y detuvieran su hundimiento. Miguel Grau pasó a la
inmortalidad como un marino estratega y valiente pero generoso, que cumplió con sus
proféticas palabras: "si el Huáscar no regresa triunfante al Callao, tampoco yo
regresaré".

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