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Bourdieu se refiere a aquella falacia a la que se exponen los sociólogos, que consiste en
proyectar en el objeto su propia idea del objeto que es producto de ese objeto. Es por ello que
Bourdieu afirma más adelante: “Para no pensar en el Estado con un pensamiento del Estado, el
sociólogo debe evitar pensar la sociedad con un pensamiento producido por la sociedad”[3]. Pero
añade: “Ahora bien, a menos que se crea en ideas a priori, en pensamientos trascendentes que
escapan a la historia, podemos plantearnos que sólo contamos para pensar el mundo social con
un pensamiento que es el producto del mundo social en sentido muy amplio, es decir, desde el
sentido común al sentido común con conocimiento”[4]. Estamos, por ende, ante un problema
complejo ya que exige adoptar un enfoque que se pueda situar por encima de las capas de
conocimiento, pero por otro lado cabe preguntarse si es posible llevar a cabo tal empresa: pensar
los fenómenos sociales desde fuera de la sociedad en que estamos insertos.
Pasemos ahora a abordar directamente lo que el sociólogo francés entiende por Estado. El autor
da una definición provisional de Estado. Bourdieu entiende el Estado como un sector del campo
de poder, que denomina “campo administrativo” o “campo de la función pública”. Luego añade:
“…el sector en el que se piensa sobre todo cuando se habla del Estado sin más precisiones se
define por la posesión del monopolio de violencia física y simbólica legítima”[5].
Como podemos apreciar, Bourdieu rectifica la definición de Max Weber al añadir la “violencia
simbólica” lo cual no es algo trivial ya que, de acuerdo al sociólogo, el monopolio de la violencia
simbólica es la condición de la posesión del ejercicio del monopolio de la propia violencia física.
Sin embargo Bourdieu considera esta definición como una de carácter abstracta y, como tal, es
sólo una definición provisional destinada a ser adaptada y corregida. El autor también se refiere
al Estado como un principio oculto que sólo puede advertirse en las manifestaciones del orden
público, entendido en un doble sentido: físico y simbólico. Entendido de esta manera, el Estado
se presenta como lo contrario del desorden, de la anarquía o de la guerra civil, en resumen, de
aquel escenario pre-estatal descrito por Hobbes: bellum omnia contra omnes (guerra de todos
contra todos). Siguiendo dentro de esta concepción común del concepto de Estado, tenemos que
este último es el fundamento de la integración lógica y de la integración moral del mundo social.
Estos dos conceptos son tomados del sociólogo Emile Durkheim (1858-1917). La integración
lógica se refiere al hecho de que los agentes del mundo social tienen las mismas percepciones
lógicas, es decir, las mismas categorías de percepción, pensamiento y construcción de la
realidad. En lo que respecta a la integración moral, consiste en el acuerdo sobre un determinado
número de valores. Esta doble integración del cual el Estado es fundamento, viene a significar
que el Estado es el consenso fundamental sobre el sentido del mundo social. En palabras de
Bourdieu:
“Si ampliamos esta definición, podemos decir que el Estado es el principio de organización del
consentimiento como adhesión al orden social, a los principios fundamentales del orden social,
que es el fundamento necesario no sólo de un consenso sino de la existencia misma de las
relaciones que conducen a un disenso”[6].
“Un mundo en que este tiempo público no sólo está constituido, instituido, garantizado por
estructuras objetivas– calendarios, relojes –, sino también, a la vez, por las estructuras mentales,
por personas que quieren tener un reloj y que tienen costumbre de mirarlo, que citan citas y
llegan a la hora. Esta clase de compatibilidad del tiempo, que supone a la vez el tiempo público y
una relación pública con el tiempo, es una invención relativamente reciente que se vincula a la
construcción de estructuras estatales”[7].
El autor se refiere también al Estado no sólo como un principio oculto, sino que también como
una “realidad ilusoria” colectivamente validada o una “ilusión bien fundada”. Al describir al Estado
como ilusión colectivamente validada, Bourdieu resalta el carácter abstracto y elusivo del Estado,
como algo que no se puede tocar. Esto se opone a la concepción
marxista-gramsciana-althusseriana del Estado, en virtud de la cual el Estado aparece como algo
más concreto, lo que permite a los marxistas decir “el Estado hace esto o lo otro”. El Estado sería
así un sujeto de acción, pero Bourdieu rotula tal concepción del Estado como una “ficción
peligrosa” que nos impide pensar el Estado. El sociólogo dedica algunos pasajes a la concepción
marxista del Estado describiéndola como una representación antagonista que invierte la
definición primaria del Estado, vale decir, en lugar de definirlo como un aparato orientado al bien
común, lo define como un órgano que tiene como objetivo principal el mantener las condiciones
sociales y económicas que favorecen a la clase dominante. Continúa explicando Bourdieu:
“…de Marx a Gramsci, a Althusser y otros, siempre se ha caracterizado al Estado por lo que hace
y por el pueblo por el que el Estado hace lo que hace, pero sin preguntarse sobre la estructura
misma de los mecanismos que supuestamente producen lo que fundamenta. Por supuesto, se
puede insistir más en las funciones económicas del Estado o en sus funciones ideológicas; se
habla de «hegemonía» (Gramsci) o de «aparatos ideológicos del Estado» (Althusser); pero el
acento se pone siempre en las funciones y se escamotea la cuestión del ser y del hacer de eso
que se denomina Estado”[8].
A pesar de las limitaciones de esta concepción, Bourdieu destaca lo seductor que resulta ser
estas doctrinas, especialmente para aquellos imbuidos del anarquismo o asistemismo, ya que
tales doctrinas denuncian la disciplina impuesta por el Estado y los mecanismos por los cuales el
Estado logra sutilmente establecer su poder sobre la sociedad. A la larga, el debate se reduce a
la función del Estado (error funcionalista): por un lado un Estado divino, y por otro, un Estado
diabólico.
El Estado (1), es decir, el Estado como administración y una forma de gobierno, sería una
definición restringida, mientras que Estado (2), esto es, el Estado como territorio y el conjunto de
los ciudadanos, sería el Estado entendido en un sentido amplio.
En lo que respecta al debate de si es el Estado el que forma la nación o es la nación la que forma
el Estado, Bourdieu ofrece su visión personal al respecto. El sociólogo explica que el Estado (1)
se hace haciendo el Estado (2). Esa sería la fórmula simplificada. Luego añade el autor:
“De manera más rigurosa, la construcción del Estado como campo relativamente autónomo que
ejerce un poder de centralización de la fuerza física y de la fuerza simbólica – y que por ello se
constituye como campo de luchas – , es inseparable de la construcción del espacio social
unificado que es de su competencia”[9].
Bourdieu señala que pensar que el Estado, en calidad de territorio y conjunto de agentes, es el
fundamento del Estado como gobierno es el resultado de una percepción ingenua que lleva
justamente a esa forma de fetichismo y, como tal, invierte el proceso real. El nacionalismo,
explica el autor, se nutre, entre otras cosas, de la constatación de la unidad lingüística para
posteriormente llegar a la conclusión de la necesidad de la unidad gubernamental o de legitimar
las peticiones de unidad gubernamental con respecto a la unidad territorial.
“El Estado, en la medida en que acumula clases de capital en gran cantidad, se encuentra dotado
de un metacapital que permite ejercer un poder sobre todo capital…El Estado, como poseedor de
un meta-capital, es un campo en cuyo interior luchan los agentes para poseer un capital que da
poder sobre los otros campos”[11].
Los impuestos, que por definición no son voluntarios, están vinculados a los gastos de guerra y
se transforma paulatinamente en una recaudación de tipo burocrática. En palabras de Bourdieu:
“Es evidente que el desarrollo del impuesto racional y formal se acompaña del nacimiento de una
administración fiscal y de un conjunto de construcciones, que supone ponerlo por escrito: la
acumulación de capital económico es inseparable de la acumulación de capital cultural, de la
existencia de escribas, de registros, de inspecciones”[13].