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Alberto Rodolfo Lettieri Resumen
Alberto Rodolfo Lettieri Resumen
¿Cómo delinear un consenso entre los nuevos poderes nacionales y la opinión pública,
favoreciendo así una legitimación en la acción del sistema político? A través de la
elaboración histórica de un conjunto de operaciones discursivas y extradiscursivas por
parte de los poderes públicos y los ámbitos formadores de opinión, integrando un
proceso poco explorado de depuración y disciplinamiento de la opinión pública.
El acceso de Mitre a su rol de Encargado del Ejecutivo nacional le exigirá afrontar a una
Opinión Pública cuyas exigencias de exterminación del adversario federal como
condición previa a la instalación de un nuevo orden político escasamente sintonizan con
la necesidad de preservar el modesto acuerdo interprovincial alcanzado. Por este motivo
no resulta sorprendente que en su mensaje inaugural de las sesiones del nuevo Congreso
Nacional en 1862, intente despojar a esa Opinión pública de su componente
profundamente activo. Según el modelo propuesto por Mitre, el vínculo entre Opinión
Pública -limitada a un carácter de tribunal civil- y sistema político, al cual ha de proveer
su “base inconmovible”, deberá identificarse con el acto electoral. Dentro de este
esquema, los partidos desempeñan una función clave: la de mediar entre sociedad civil y
poder político. Rápidamente la construcción propuesta se hará trizas, bastará que el
oficialismo intente impulsar la federalización porteña, para que tanto su sustento
partidario -el Partido de la Libertad- se desmembre en dos facciones antagónicas, cuanto
que la Opinión Pública sumerja a la ciudad en un virtual estado deliberativo. Por ese
motivo, el mitrismo deberá reformular inmediatamente su esquema original,
reconociendo explícitamente la necesidad de consultar a la Opinión Pública como
condición previa para la toma de una decisión definitiva.
La ofensiva del Senado Nacional se descargará sobre una Opinión Pública que presenta
un amplio grado de autonomía en su formación. La confirmación de su voluntad por
incidir activamente en los juicios de la Opinión Pública no fue bien recibida en los
medios. Los primeros intentos de los senadores por alcanzar un rol protagónico en la
formación de la Opinión Pública, como la redacción de sueltos conteniendo leyes
sancionadas y la publicación de un periódico propio, fracasaron. Ante el escaso rédito
obtenido, la certeza de que sólo a través de la prensa sería posible establecer un contacto
adecuado entre legisladores y Opinión Pública traía a la palestra la necesidad de
controlar la difusión del discurso propio, ante la manifiesta desconfianza inspirada por
los editores.
Los inicios de 1864 encuentran al Estado Nacional en una decisiva ofensiva sobre los
últimos reductos federales del Interior. Sin embargo, ante las características
vergonzantes de la ejecución del líder alzado, el Chacho Peñaloza, y, sobre todo, de la
reacción negativa recogida en el Interior e incluso dentro de la prensa porteña, Mitre
concluirá en la necesidad de establecer un pacto electoral con el alsinismo a in de
asegurar su respaldo local, pacto denominado la transacción. Esta negociación habrá de
provocar tanto un debilitamiento de los vínculos facciosos como la profusión de críticas
adversas de los medios gráficos. Este debilitamiento de solidaridades facciosas y un
tensionamiento de las relaciones entre poderes provinciales y prensa serán las
condiciones en las que un hecho aparentemente trivial logre desencadenar un conflicto
de extrema gravedad entre dos ámbitos que se reclaman como formadores de la Opinión
Pública: el Senado Nacional y los medios escritos [Ver, debate Calvette sobre los límites
a la libertad de expresión]. Más que un conflicto faccioso, el debate del ’64 se revelará
sobre todo como un conflicto entre ámbitos formadores. Progresivamente, los medios
irán profundizando aún más sus caracteres facciosos, su acercamiento con los actores
políticos más relevantes, no sólo a fin de viabilizar su financiamiento, sino sobre todo
para obtener protección para su continuidad.
Las ofensivas de los poderes públicos consiguieron instalar en el seno de esa Opinión
Pública relativamente autónoma de los inicios, formada en la libre competencia de
persuasores, un elemento coercitivo, la presión oficial, profundizando los caracteres
facciosos de su naturaleza. Su contracara será la reticencia a una participación más
activa. La mutilación de una expresión característica de la Opinión Pública -la
movilización popular- y el alineamiento de los medios gráficos detrás de las políticas
oficiales durante el conflicto paraguayo, han ido trazando distancias decisivas entre
ámbitos formadores y público, concebido este último como un espectador circunstancial
con capacidad predominantemente aclaratoria. La instalación de juicios en el público
pasará a ocupar -cada vez más- el lugar del debate público. ¿Es posible sostener, a fines
del período la existencia de una Opinión pública políticamente significativa?
Efectivamente; con un contenido mucho más restringido, es la que incluye a aquellos
grupos que cuentan dentro de la sociedad, actores políticos y económicos destacados,
editores de periódicos, líderes de colectividades y asociaciones, etcétera. Esta
modificación en el contenido de la Opinión Pública requerirá de la imposición de dos
“falacias sectoriales”: la periodística y la institucional. La falacia periodística postulará
una identidad entre prensa y Opinión Pública, reclamando para sí el carácter de tribunal
de la moral y verdadera representación del pueblo, en desmedro de las competencias
legales de las instituciones públicas. La falacia institucional, por su parte, cuestionará
esa identidad, sosteniendo al mismo tiempo la suya propia. Como correlato de esta
pretensión el Congreso Nacional desconocerá aquella tesis sobre representación política
propuesta por V. Alsina en los albores del período.
4. Conclusiones