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Alberto Rodolfo Lettieri (1994)

FORMACIÓN Y DISCIPLINAMIENTO DE LA OPINIÓN PÚBLICA EN LOS


INICIOS DEL SISTEMA POLÍTICO MODERNO. Argentina 1862-1868.

En los años posteriores a Caseros, la vida pública bonaerense experimentó un agudo


proceso de transformación. La proliferación de nuevos ámbitos de sociabilidad permitió
conformar un Espacio Público Ampliado, en cuyo seno se generó una nueva fuente de
legitimación para la acción política: la Opinión Publica. Proceso que implicó, asimismo,
una revalorización del poder de la palabra política a orillas del Plata, la cual adquiere un
carácter de fuerza decisiva. Esa mancomunión entre opinión pública y palabra política
entrará en crisis, paradójicamente, al momento de alcanzar su mayor gloria, esto es, la
victoria sobre la Confederación. El acuerdo interprovincial si bien admite el liderazgo
bonaerense, demanda como contrapartida un reconocimiento de la autoridad de los
caudillos federales, en abierta oposición a los reclamos de una opinión pública porteña
que exige aniquilar a los vencidos.

¿Cómo delinear un consenso entre los nuevos poderes nacionales y la opinión pública,
favoreciendo así una legitimación en la acción del sistema político? A través de la
elaboración histórica de un conjunto de operaciones discursivas y extradiscursivas por
parte de los poderes públicos y los ámbitos formadores de opinión, integrando un
proceso poco explorado de depuración y disciplinamiento de la opinión pública.

1. La relación Opinión Pública- Sistema Político en el debate institucional

El acceso de Mitre a su rol de Encargado del Ejecutivo nacional le exigirá afrontar a una
Opinión Pública cuyas exigencias de exterminación del adversario federal como
condición previa a la instalación de un nuevo orden político escasamente sintonizan con
la necesidad de preservar el modesto acuerdo interprovincial alcanzado. Por este motivo
no resulta sorprendente que en su mensaje inaugural de las sesiones del nuevo Congreso
Nacional en 1862, intente despojar a esa Opinión pública de su componente
profundamente activo. Según el modelo propuesto por Mitre, el vínculo entre Opinión
Pública -limitada a un carácter de tribunal civil- y sistema político, al cual ha de proveer
su “base inconmovible”, deberá identificarse con el acto electoral. Dentro de este
esquema, los partidos desempeñan una función clave: la de mediar entre sociedad civil y
poder político. Rápidamente la construcción propuesta se hará trizas, bastará que el
oficialismo intente impulsar la federalización porteña, para que tanto su sustento
partidario -el Partido de la Libertad- se desmembre en dos facciones antagónicas, cuanto
que la Opinión Pública sumerja a la ciudad en un virtual estado deliberativo. Por ese
motivo, el mitrismo deberá reformular inmediatamente su esquema original,
reconociendo explícitamente la necesidad de consultar a la Opinión Pública como
condición previa para la toma de una decisión definitiva.

La propuesta de Valentín Alsina incluye un reconocimiento de la Opinión Pública en


tanto “manifestación de la voluntad popular”, restringiendo así la significación del acto
electoral a un mecanismo limitado únicamente a garantizar la rotación de empleos. Su
tesis permite adjudicar un rol definido al legislador: el de intérprete y formador de la
Opinión Pública. Si ella se impone será, sobre todo, debido a la imposibilidad de ignorar
el protagonismo de esta, reconociendo explícitamente la necesidad de un
consentimiento civil en el manejo de los negocios públicos. Sin embargo, el cómo, es
decir, como implementar esa participación en su formación, es una pregunta que Alsina
no intenta responder. Ese interrogante será el punto de partida para una decidida
ofensiva que el Senado impulsará sobre la Opinión Pública, intentando avasallar su
autonomía y propiciando drásticos cambios en su contenido y competencias.

2. Las ofensivas sobre la Opinión Pública

La ofensiva del Senado Nacional se descargará sobre una Opinión Pública que presenta
un amplio grado de autonomía en su formación. La confirmación de su voluntad por
incidir activamente en los juicios de la Opinión Pública no fue bien recibida en los
medios. Los primeros intentos de los senadores por alcanzar un rol protagónico en la
formación de la Opinión Pública, como la redacción de sueltos conteniendo leyes
sancionadas y la publicación de un periódico propio, fracasaron. Ante el escaso rédito
obtenido, la certeza de que sólo a través de la prensa sería posible establecer un contacto
adecuado entre legisladores y Opinión Pública traía a la palestra la necesidad de
controlar la difusión del discurso propio, ante la manifiesta desconfianza inspirada por
los editores.

El debate sobre la libertad de imprenta de 1864

Los inicios de 1864 encuentran al Estado Nacional en una decisiva ofensiva sobre los
últimos reductos federales del Interior. Sin embargo, ante las características
vergonzantes de la ejecución del líder alzado, el Chacho Peñaloza, y, sobre todo, de la
reacción negativa recogida en el Interior e incluso dentro de la prensa porteña, Mitre
concluirá en la necesidad de establecer un pacto electoral con el alsinismo a in de
asegurar su respaldo local, pacto denominado la transacción. Esta negociación habrá de
provocar tanto un debilitamiento de los vínculos facciosos como la profusión de críticas
adversas de los medios gráficos. Este debilitamiento de solidaridades facciosas y un
tensionamiento de las relaciones entre poderes provinciales y prensa serán las
condiciones en las que un hecho aparentemente trivial logre desencadenar un conflicto
de extrema gravedad entre dos ámbitos que se reclaman como formadores de la Opinión
Pública: el Senado Nacional y los medios escritos [Ver, debate Calvette sobre los límites
a la libertad de expresión]. Más que un conflicto faccioso, el debate del ’64 se revelará
sobre todo como un conflicto entre ámbitos formadores. Progresivamente, los medios
irán profundizando aún más sus caracteres facciosos, su acercamiento con los actores
políticos más relevantes, no sólo a fin de viabilizar su financiamiento, sino sobre todo
para obtener protección para su continuidad.

La subordinación de la Opinión Pública al ritmo del estado de sitio


Al año siguiente, con motivo de la incorporación argentina a la Triple Alianza, tanto la
prensa como otro de los ámbitos formadores característicos de la Opinión Pública, la
movilización popular, recibirán golpes decisivos. En efecto, la rigurosa aplicación del
articulado del Estado de sitio, suspendiendo el derecho de reunión, hará el resto,
admitiendo únicamente el poco efectivo mecanismo de la petición colectiva. Los medios
gráficos recibirán el inicio del conflicto desgranándose en dos grupos aparentemente
irreconciliables: los “proaliancistas” y los despectivamente denominados
“paraguayistas” u opositores al establecimiento de una alianza con el “imperio
esclavócrata”. “Causa nacional” que ahora se erige como criterio excluyente dentro del
nuevo estatuto que la prensa se impone. A esta altura de los hechos, la libertad de prensa
es imposible, y se concluirá por desgarrar el endeble frente interno opositor a la guerra.

3. ¿Una nueva Opinión Pública?

Las ofensivas de los poderes públicos consiguieron instalar en el seno de esa Opinión
Pública relativamente autónoma de los inicios, formada en la libre competencia de
persuasores, un elemento coercitivo, la presión oficial, profundizando los caracteres
facciosos de su naturaleza. Su contracara será la reticencia a una participación más
activa. La mutilación de una expresión característica de la Opinión Pública -la
movilización popular- y el alineamiento de los medios gráficos detrás de las políticas
oficiales durante el conflicto paraguayo, han ido trazando distancias decisivas entre
ámbitos formadores y público, concebido este último como un espectador circunstancial
con capacidad predominantemente aclaratoria. La instalación de juicios en el público
pasará a ocupar -cada vez más- el lugar del debate público. ¿Es posible sostener, a fines
del período la existencia de una Opinión pública políticamente significativa?
Efectivamente; con un contenido mucho más restringido, es la que incluye a aquellos
grupos que cuentan dentro de la sociedad, actores políticos y económicos destacados,
editores de periódicos, líderes de colectividades y asociaciones, etcétera. Esta
modificación en el contenido de la Opinión Pública requerirá de la imposición de dos
“falacias sectoriales”: la periodística y la institucional. La falacia periodística postulará
una identidad entre prensa y Opinión Pública, reclamando para sí el carácter de tribunal
de la moral y verdadera representación del pueblo, en desmedro de las competencias
legales de las instituciones públicas. La falacia institucional, por su parte, cuestionará
esa identidad, sosteniendo al mismo tiempo la suya propia. Como correlato de esta
pretensión el Congreso Nacional desconocerá aquella tesis sobre representación política
propuesta por V. Alsina en los albores del período.

A pesar de su lógica conflictual las falacias periodística e institucional confluyen en


legitimar la acción de minorías capaces de reformular el derecho y las normas de la
moralidad política.

4. Conclusiones

La construcción de un consenso entre los nuevos poderes nacionales y la Opinión


Pública porteña durante el período 1862-1868 demandó un progresivo disciplinamiento
del criterio público y la depuración de sus ámbitos formadores, limitados finalmente a
aquellos que se subordinasen voluntariamente a las condiciones del nuevo juego
político. Incapaz de construir un consenso en condiciones de libre competencia de
persuasores, la restricción de garantías que acompaño a la incorporación a la Triple
Alianza habrá de simplificar decisivamente la definición, favoreciendo un avance
decidido del poder político sobre la sociedad civil. Las nuevas condiciones para el
intercambio político permitirán asestar un golpe de gracia sobre el ejercicio del disenso,
al estimular la consagración de dos movimientos convergentes: a) el disciplinamiento de
la prensa porteña; y b) la reformulación de la significación social y política de los
contenidos de la Opinión Pública efectivamente relevante, asimilada progresivamente
con las estrechas minorías capacitadas para liderar redes de opinión.

[Lettieri Alberto, “Formación y disciplinamiento de la opinión pública en los inicios del


sistema político moderno. Argentina 1862-1868”, en Entrepasados, Nº 6, 1994, pp. 33-
48]

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