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¿Querés tener un millón de amigos?

Sucede así: me levanto con la certeza absoluta de que no quiero tener más amigos. Tengo 901.532 amigos de
todos los rincones del mundo, y sé que si acepto uno más (incluso el más fantástico, el más difícil, el más amigo) mi
cabeza explotará por sobreamistad, si es que eso existe. Como un enchufe al que han sobrecargado y un día, por
conectar cualquier tontería, la que menos consume, dice basta y te estalla en las manos.

Jin-Loo-Piu te ha agregado como amigo el día 8 de noviembre de 2035. ¿Quieres ser amigo de Jin-Loo-Piu? IGNORAR.

Kuaria Neveduul te ha agregado como amigo el día 8 de noviembre de 2035. ¿Quieres ser amigo de Kuaria
Neveduul?

¡No! ¡No quiero! Ignorar ignorar ignorar.

La red social a la que pertenezco yo y el resto del mundo me persigue. Ocho, doce, cincuenta, cien pedidos de
amistad cada día. Se me va la vida en leer lo que piensan y hacen mis amigos, en lograr pensar algo que valga la pena
ser pensado y escrito.

—Emma —las palabras de mamá aparecen en la pantalla minutos más tarde de haber tomado la decisión—, me dice
tu tía, con quien estoy conectada, que rechazaste la amistad de un chico divino que ella te sugirió como amigo. ¿Es
verdad?

—Supongo que sí —le escribo—. No acepto más amigos, así que estoy rechazando todos los nuevos pedidos de
amistad.

—¿Qué? —tipea mamá—. ¿Vos estás loca? Con lo popular que sos en la red...

—Mamá... hace tres días que no me conecto a la escuela por responder a lo que piensan todos mis amigos.

—Bueno... vos sabés que a mí me importa más que tengas una vida social sana que la escuela. Si uno sabe buscar un
tema en Internet, ya lo sabe todo. Y además... ya casi alcanzabas a Laurita, tu prima, que tiene un millón de amigos.

—¿Acaso es una competencia? —le pregunto y me pregunto.

—No, claro que no. ¿Pero no ilusiona tener un millón de amigos?

—¡No! Y tampoco me imagino cómo Laura puede ser feliz. ¡En absoluto! Además... no sé quién es ninguno de ellos.
Nunca los escuché reír realmente, nunca los abracé... ¿Y sabés qué? No me importa quién está y quién no. Ni siquiera
me doy cuenta de si alguno deja de ser mi amigo.

—No te entiendo... —escribe mamá—. ¿Qué es lo que querés? ¿Contacto corporal? ¿Con todas las pestes y virus
nuevos que acechan hoy en día?

—No sé mamá... ya no sé lo que quiero... Tal vez una única amiga a quien pueda hablarle de verdad...

—¡Emma! ¿Podés imaginarte en la red con una única amistad? Eso es tan triste...

Sí, pienso (pero esta vez no lo escribo en la red), sería patético. Vergonzoso. A menos que exista otra forma
de amistad...

Pasa otro minuto (la vida en la red es vertiginosa, te atropella), y recibo una nueva invitación de amistad que
se amontona a las que aún no tuve tiempo de rechazar.

Aceptar-Ignorar. La vida ofrece dos opciones y yo elijo. Ignorar ignorar ignorar.

Aceptar. ¿Clikeé en aceptar? ¿Eso fue todo lo que aguanté? ¿Un par de horas de rechazos y un chat con mamá,
y vuelvo a ser la misma de siempre?

Releo el pedido de amistad y entonces me doy cuenta de que no es como siempre, que dice otra cosa. Vaya.
¿Qué acabo de aceptar?

Laura te ha agregado como amiga real. ¿Querés dejar la computadora, salir y conocer a Laura? ACEPTAR.
Laura, mi prima, me doy cuenta. La del millón de amigos. Me río y me angustio al mismo tiempo: no conozco
a Laura. He chateado con ella desde siempre pero nunca nos vimos.

Dios mío. Salir.

Hace años que no salgo. Todo viene a mí: el médico, las vacunas, las compras del supermercado, la ropa que
elijo on-line.

Y ahora, de pronto... salir... ¿Salir a dónde? ¿Salir para qué?

—Mamá —la busco de nuevo y le escribo—. Voy a salir.

—Me parece excelente, que lo hayas meditado y sigas aceptando amigos.

—Escribí salir, no aceptar.

—Ah, perdón, es que estoy chateando con tantos a la vez... ¿Qué? ¿Salir de dónde?

—De casa. Supongo que es el único lugar de donde se puede salir.

—No, no te lo permito.

—¿Vas a venir hasta acá a prohibírmelo?

—No me pruebes, Emma. ¡Estoy haciendo miles de cosas! ¡No puedo cortarles a los demás como hacés vos!

—Hasta luego mamá...

Levantarme no fue difícil. Me levanto a cada rato. Pero llegar hasta la puerta, y abrirla... Una luz tibia de sol
verdadero me inunda. Y el olor del aire... la brisa... y esa mano, esa mano que me acerca y que agarro fuerte, porque
estoy mareada de aire libre... y esa risa y, por fin, ese abrazo. Tengo una amiga.

Verónica Sukaczer

“Nunca confíes en una computadora”

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