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Eric Laurent

Psicoanálisis y Salud M ental

E23
TRES HACHES
Usos actuales posibles e imposibles
del psicoanálisis

Señoras, señores organizadores; señoras, señores del público. ¿Cómo


presentarme ante ustedes, que tendrán que afrontar las problemáticas
del siglo XXI, cuando el saber del psicoanalista freudiano consiste, fun­
damentalmente, en un saber sobre el fracaso, el fallido, el sufrimiento del
síntoma? Sólo en estos fallidos puede él percibir un saber que se revela a
través de dicho fracaso. Esto que percibió Freud a partir de su práctica,
caso por caso, lo presentó después de una larga práctica como lo fallido
del programa mismo de la civilización, de su orden, de sus reglas. En este
programa, Freud aísla un malestar fundamental, para el cual no promete
ningún remedio, ninguna calidad de vida, más bien una calidad de males­
tar, una manera de hacer con este malestar.
Este irreductible de la experiencia freudiana fue así puesto por la
lógica como un imposible y, en este sentido, el mensaje de Freud se
separaba de cualquier sabiduría precedente; todas tenían un único reme­
dio: separarse del deseo, de su tiranía, para alojarse en el programa de la
civilización. Si esto es un punto central del aporte freudiano, entonces
¿qué puedo ofrecer para pensar el siglo XXI, desde este final del siglo
XX inmortalizado en la definición del tango “Cambalache”, como lo re­
cordaba el doctor C. Berger, como “problemático y febril”? Me parece
una predicción válida también para el siglo XXI, que vale tanto como la
de Malraux, que anuncia que va a ser religioso; sin embargo me parece
más probable que vaya a ser “problemático y febril”.
¿Qué puede decir el psicoanálisis sobre lo que nos espera, lo que ya
se presenta ante nosotros, cuando, precisamente hay tantas cosas en el
psicoanálisis que huelen a siglo XIX en los discursos, en los conceptos
que vehiculiza su discurso?
Desde el momento en que se inició este Encuentro, el Decano
Schejter presentó muy bien lo que significa para nosotros el siglo XXI.
Lo que ya nos llama, lo que ya nos presenta, es una bonificación en
profundidad de todo lo que habíamos conocido hasta ahora, como civili-

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zación, por los avances técnicos de la Biología. Y no es suficiente decir
que es una consecuencia más de los avances de la ciencia, porque se
trata de otro régimen de funcionamiento de la ciencia, a partir del mo­
mento en el cual la Biología se unió con la Biología molecular, es decir
con la Física molecular. Con el desciframiento del ADN y de su estruc­
tura algo ha cambiado en el régimen de la ciencia; no estamos ya en la
misma epistemología en la cual se fundaba la Física, porque hay muchas
cosas, ustedes lo saben, en la Biología, que se producen sin que se sepa
exactamente cómo. El clonaje, las reproducciones múltiples, cultivos de
tejidos -cada vez más vinculados a un estado fundamental de las célu­
las- se hacen sin que haya una teoría perfectamente establecida y, pre­
cisamente, esto no impide de ninguna manera las incidencias de estas
técnicas, y es la razón por la cual no solamente hablamos de ciencia, sino
de tecnociencia, como lo decía muy bien el Decano Schejter.
El régimen de la Biología nos introduce en un estatuto epistemológi­
co del saber que cambia y que no puede pensarse, precisamente, sin la
efectividad técnica como tal. Tan es así que no pasa una semana sin que
se añada, entre las noticias de las barbaridades que se cometen en el
planeta, una noticia sobre un nuevo descubrimiento, una nueva técnica
biológica.
La última que apareció en la tapa del Times magazine fue el descu­
brimiento de los transmisores de una proteína y de su función en la me­
moria que produce inmediatamente las denegaciones habituales: ¡no, no
se inquieten, no hemos descubierto el gen de la memoria!, cuando, preci­
samente, el investigador está seguro de haber descubierto una vía de
acceso al gen de la memoria y de la inteligencia. Es la última experiencia
que tuvo este auge; pero otras nos esperan, por supuesto.
El campo de la salud pública -no digo sólo el de la salud mental-
está ahora sumergido en noticias y anuncios sobre las nuevas moléculas
y sus hazañas. Y en el campo de la salud mental, después de 40 años de
prescripción masiva de los psicotrópicos, vemos hasta qué punto toda la
práctica ha sido cambiada, reorganizada, y cómo modifica en profundi­
dad la disposición central o la disposición de todos los dispositivos de
asistencia. La salud, la salud pública, se ha convertido ahora en la prime­
ra industria de servicios del mundo occidental, apoyada en una industria

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pesada que, al final, ha tocado algo en el real del cuerpo. ¿Cómo no estar
sumergido en los efectos de la esperanza técnica? El humanismo médi­
co, que fue renovado por los aspectos dinámicos o psicodinámicos -como
nos mostró de manera convincente el Decano Schejter al inicio del En­
cuentro-, vacila, busca aliados nuevos; entonces gira hacia la Facultad
de Psicología, que está representada por el Decano Courel, que constata
la diversidad, la pluralidad, la no unidad de los saberes que están ahora
acogidos dentro de las Facultades de Psicología.
Es difícil encontrar en esta dispersión aliados nuevos, y el médico
se pregunta si, en definitiva, los trastornos de la relación enfermo-médi­
co no podrían ser tratados por el fármaco -d e l antidepresivo al
antidelirante, del Imipramine al Aldol- y con contratos firmados por el
paciente que protejan de los pleitos y los juicios ulteriores. La dificultad
de encontrar aliados nuevos para sostener, precisamente, la figura del
humanismo médico, está en que la pluralidad de los saberes, acogidos en
la disciplina de la psicología, se sostienen gracias a una hipótesis, la hipó­
tesis de la unidad de la psyché, la palabra griega que insiste en nuestra
psicología.
La hipótesis griega que atravesó la escolástica, que se transformó
por el cognitivismo moderno, viene sólo a asegurarse de la unidad de
corrientes de lo más diversas. La disciplina está al límite de una sobre­
extensión que plantea problemas insuperables o difícilmente superables.
Por ejemplo sobre qué hay que enseñar a aquellos que vienen a plantear­
le a la Universidad una pregunta angustiosa sobre el tema de la cultura.
Habría que acoger en psicología, como se acoge ahora cada vez más en
medicina, un saber sobre la Biología molecular. Hasta cuándo la hipóte­
sis de la unidad de la psyché será útil y necesaria, si en pocos años,
como dice la sociobiología, no tendremos nada más que enseñar que la
psicología darviniana.
Estas preguntas existen también dentro del psicoanálisis; hay algu­
nas corrientes que piensan que la mejor manera de separarse de lo que
huele a siglo XIX dentro del psicoanálisis, sería transformar su retórica y
su vocabulario con el vocabulario y los conceptos de las neurociencias.
Hay publicaciones que se dedican a esto, a reasegurarse de que lo inicia­
do por Freud ahora encuentra su fundamento en las neurociencias, y que

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el inconsciente está bien alojado en el hemisferio derecho o izquierdo,
dependiendo de la tendencia del investigador. Pero para esto deberíamos
estar verdaderamente seguros de que el hombre piensa con su cerebro y
con su conciencia, lo cual no está tan claro. Por lo tanto, no significa que
hay una materialidad del órgano como tal, no somos espiritualistas. En la
efectividad, la práctica del psicoanálisis pasa por una cosa: la interpreta­
ción, y la práctica de la interpretación no necesita del pensamiento, del
cerebro como tal o de la hipótesis de la psyché. Lo que necesita la
interpretación son sólo los saberes de las disciplinas interpretativas. Me
gustó el hecho de escuchar durante este Encuentro, en colegas de distin­
tas tendencias, que no conocía previamente, que, enfrentados a las difi­
cultades actuales de la conceptualización, están los que se refugian en la
certidumbre de las neurociencias, y hay otros interesados en leer, por
ejemplo, al gran hermeneuta de nuestra época, Emmanuel Levinas, quien
nos introduce precisamente, en la problemática de la interpretación al
suponer no tanto un pensamiento y una psyché, sino al intérprete, el
Otro, la presencia del Otro y, en el horizonte, el amor del Otro como
evidencia.
La hipótesis psicoanalítica es que no es el pensamiento el que con­
tiene lo que el Otro no consigue contener. Lo que se busca en este Otro
es alojar en el sentido sexual, pero no contenerlo -contenido y continente
siempre se exceden. Esto fue explorado por nuestros amigos kleinianos,
quienes desarrollaron las contradicciones de una topología así definida,
del contenido y del contenedor. Pero puede ser que, más allá de esta
topología de dos, necesitemos una topología de tres: entre el sentido, el
cuerpo y lo real, que no podemos pensar sino como un anudamiento de
tres consistencias. Esta fue una problemática desarrollada en otro ámbi­
to por Jacques-Alain Miller.
Sólo diría que lo único que me permite dirigirme a ustedes es el
hecho de que el psicoanálisis es una terapia, una terapia eficaz, lo cual ha
sido demostrado en una serie de estudios hechos en países donde les
gusta realizar estudios técnicos, como en los Estados Unidos. Hay gene­
raciones de analistas que se dedicaron a hacer estudios estadísticos téc­
nicos perfectos. En Europa, por razones múltiples, no tenemos el mismo
encanto con estos estudios, pero se hicieron también y se verifican, lo he

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constatado al escuchar a mis colegas en este Encuentro.
Que el psicoanálisis sea una terapia justifica que participe en las
problemáticas del siglo XXI en salud mental; por lo tanto, no justifica la
hipótesis de la unidad de la psyché. Es uno de los aportes del psicoaná­
lisis a estos desafíos, el deshacerse de las consecuencias funestas de
esta hipótesis. El psicoanálisis no es una terapia de la psyché sino del
sentido. Es un hecho que el sujeto produce muchos más sentidos de los
que necesita para vivir. Y, efectivamente, ordenar estos sentidos, estos
sentidos y este sentido -para nosotros, psicoanalistas- fundamentalmente,
el sentido sexual, es una problemática política que alcanza el programa
de la civilización.
Al final del siglo XVIII el horizonte de la política fue definido por
Saint-Just como el horizonte no del bienestar sino de “le bonheur” -no
voy a traducirlo inmediatamente. Fue Saint-Just quien definió el horizon­
te de la Revolución Francesa: “la révolution de ne s’arrêtera qu’au bonheur
de tous les citoyens”; programa terrible porque anunciaba el terror. Esta
búsqueda de la felicidad fue inscripta en la constitución del primer estado
deducido de la Revolución o de las Luces, los Estados Unidos, hasta
ahora el único estado que se construyó sobre las hipótesis de las Luces,
basado en que la política es esencialmente una política de la felicidad.
Pero ahora se ha convertido en otra dimensión, que aisló muy bien la
Señora de Clinton, de quien todos conocemos la capacidad intelectual y
moral. La Señora de Clinton definió la posición del sujeto moderno como
“en búsqueda de sentido”. Efectivamente, la posición fundamental es la
búsqueda de sentido, en la misma medida en que la ciencia hace callar el
sentido en la civilización. En el lugar del sentido se instala la certidumbre
de la causalidad científica, en esa misma medida surge la búsqueda del
sentido. En la globalización, la importancia de Levinas está vinculada a
esto, al hecho de que ahora estamos todos en la búsqueda de un comple­
mento de sentido.
Ahora bien, como dijo Jacques-Alain Miller, un uso fundamental del
psicoanálisis, un uso actual y fundamental, es que el encuentro con el
analista se transforme en la instalación de un paréntesis, en el cual el
sujeto sometido a la tiranía de la causalidad transforme, busque, el senti­
do de su identificación. El sujeto que se esfuerza en identificarse para

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definir su posición en la civilización, por lo menos, en el encuentro con el
analista puede experimentar la falta en ser, un espacio en el cual se
reintroduce la necesidad de la producción del sentido, presentándose como
contingencia. Es uno de los usos fundamentales del psicoanálisis, y esto
supone primero a los psicoanalistas. El objeto psicoanalista; es funda­
mental partir de esto. Los usos del psicoanálisis dependen de la produc­
ción de psicoanalistas; así como el Decano Courel, presentando la psico­
logía, constataba que en lugar de partir de la definición general de la
psicología, tan difícil de establecer, por lo menos había un objeto que
existía, que era el psicólogo clínico argentino -objeto del cual no es tan
claro definir para qué sirve, para qué puede servir. La esencia de este
objeto no está muy claramente definida, pero lo que está claro es que el
objeto mismo se inventa con esto una multiplicidad de usos, de los cuales
incluso el Departamento de Psicología Clínica de Argentina no podía
tener la menor idea. Se inventaron usos de este objeto, no sólo en Argen­
tina, sino en Latinoamérica, en Europa, en los países globalizados. Lo
que se inventó con este objeto es también lo que se inventa con el psi­
coanálisis.
Primero hay que partir de la existencia de este objeto producido por
un discurso, que es el analista, y después se encuentran los usos. Diga­
mos, entonces: hay que partir de esto, de este objeto, incluso del hecho
de que este objeto es embarazoso para la civilización. Hay demasiados
psicólogos clínicos, hay demasiados psicoanalistas, nadie sabe qué hacer
con esto; pero el régimen fundamental del objeto en nuestra civilización
es que hay siempre demás -la función no está exactamente a la altura
de poder asignar un lugar al objeto, nos supera-; con los analistas es
igual que con los coches: hay demasiados. Lo fundamental es que así se
percibe la experiencia profunda de nuestra civilización, la separación
entre existencia y esencia. Lo principal es el hecho de que primero está
la existencia, hay este objeto, y esto que se percibió al inicio del siglo con
Husserl -cambió el régimen fundamental entre existencia y esencia- se
ha reformulado ahora con la definición de Wittgenstein: meaning is use,
“el sentido es el uso”.
Hay que encontrar usos de lo que hay, es la única cosa que nos
queda, porque del lado de las esencias la cosa está perdida, no hay más

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esencia; y cada vez más vemos que hay existencias de estos objetos a
los cuales hay que encontrarles usos. Esto ahora lo percibimos de mane­
ra más y más clara. Es la razón por la cual he constatado también, entre
colegas de otras tendencias, que la definición de psicoanálisis que Jac-
ques Lacan introdujo en los años 50: “el psicoanálisis es el tratamiento
que se puede esperar de un analista”, que parecía un escándalo en ese
momento, está cada vez más aceptada como apuntando a esta verdad.
Primero está la existencia del psicoanalista y después vienen los usos
posibles de este objeto. Lacan encontró otras maneras divertidas de ha­
cer percibir el divorcio existencial, cuando decía: “Viva Polonia, porque
sin Polonia no habría polacos”. Pero esta disyunción entre existencia y
esencia es, probablemente, una de las llaves que hace a este uso funda­
mental del analista, que se transforma en un instrumento para experi­
mentar la falta en ser del sujeto moderno.
Si en la sesión analítica la tiranía de la identificación se relaja, ello
no tiene nada que ver con las medicinas dulces, la relajación, el cariño, la
bondad. El espacio analítico es un espacio en el cual se juega un destino
fundamental del sentido en la civilización.

Quiero ahora destacar siete puntos que se deducen de este uso


fundamental del encuentro con el analista en nuestra civilización:
El primer punto es que la hipótesis psicoanalítica del Otro y de la
imposibilidad de contener el objeto de goce o el objeto pulsional, implica
buscar la hipótesis del Uno en otra parte que en la unidad psíquica. Esto
entonces implica que donde está, el psicoanálisis modifica el mapa, el
territorio de los saberes. El psicoanálisis lleva consigo, en su práctica, un
enjambre de saberes que lo rodean y que no tienen nada que ver con la
clasificación universitaria actual o la clasificación de la ciencia. Digamos
que las ciencias de la interpretación de una época acompañan el queha­
cer del analista -y lo que tiene que saber y transmitir- de una manera
que hace que ningún recorte organizativo de los saberes en la civilización
sea satisfactorio desde el punto de vista de lo que tiene que sostener. De
modo que una de las cuestiones en el siglo XXI va a ser el tratar de
convencer a los demás, a los que pueden influir sobre la distribución de

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los límites de los saberes en la civilización, del porqué hay una necesidad
de constituir nuevas agrupaciones y desconfiar de viejas costumbres.
El segundo punto: es verdad que el psicoanálisis es una práctica
eficaz y puede sostener esta posición en el siglo XXI -porque es verdad
que en el siglo XXI si no se es eficaz no se tiene ningún lugar. Incluso
habrá que sostener cómo esta eficacia, al presentarse como el revés del
lugar del sentido dentro de la civilización, tiene su importancia sobre el
síntoma. Esto se puede verificar con estadísticas y es verdad que ten­
dremos que tener, como los colegas norteamericanos, una zona dedicada
a medir, a verificar. El hecho de que no tengamos el mismo afán que
ellos por estos estudios se debe a que la historia de la psicología cuanti­
tativa en Europa siempre ha tenido un matiz policial. La psicología cuan­
titativa sirve en general para producir segregaciones -selecciones di­
cen—, clases de sujetos según su capacidad para hacer tal o cual cosa,
incluso podrían ser clases de sujetos que podrían analizarse -la
analizabilidad. Estas producciones, en general, llevan a selecciones que
se transforman en segregación y en instrumentos de exclusión; por esto
le tenemos desconfianza a un afán cuantificador demasiado satisfecho.
En nombre de medir la eficacia para verificar la profesionalidad, lo que
se puede producir son catástrofes; lo hemos visto en la historia de la
psicología con el coeficiente intelectual. El resultado de la historia del
coeficiente intelectual produjo una segregación brutal entre niños inteli­
gentes y no inteligentes. Y las medidas que después vinieron en ayuda
de los no inteligentes tienen poca validez, si se comparan con los desgas­
tes producidos por U selección y la exclusión. Ni hablar de lo que ocurrió
en los Estados Unidos; el libro de Steve J. Gould sobre “la mal medida
del hombre”, es uno de los libros que testimonian, como dice el autor
mismo, la necesidad de cuidarse de las consecuencias de las medidas.
Tuvo un efecto distinto porque la segregación en los Estados Unidos
tiene una función distinta; la producción de ghettos, de comunidades
distintas, no llevó a las mismas consecuencias funestas ocurridas en
Europa. Es la razón por la cual el pasado tan horrible de Europa, la
dimensión tan catastrófica de la historia allí ocurrida, lleva a medidas aún
más prudentes que en los Estados Unidos. No queremos producir nue­
vas segregaciones cuando entramos en esta justificación de la eficacia.

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Hay que producir justo lo necesario para seducir al amo moderno; ya
que quiere que seamos eficaces, podemos demostrarlo, pero sin ningún
afán excesivo por entrar en esta lógica que conlleva en sí misma, o pue­
de conllevar, consecuencias terribles.
El tercer punto que quería subrayar, en lo que hace a la distancia en
nuestra civilización entre esencia y existencia y la prevalencia del uso
pragmático y eficaz, es el nuevo estatuto de toda la clínica. La clínica fue
definida durante toda una época por la creencia que tenía el practicante
frente a la clínica. Incluso la clínica en la salud mental tenía su consisten­
cia según los Estados, las lenguas; tenía una consistencia nacional. Aho­
ra, la creencia del practicante en la clínica se ha transformado -lo he
escuchado muchas veces en las mesas de este Encuentro. No solamen­
te trabajamos ahora, de hecho, con las clínicas de Freud, la clínica que se
deduce de la primera tópica, la clínica que se deduce de la segunda,
después las clínicas de los postfreudianos, la de Melanie Klein, la prime­
ra clínica de Klein, la última, la de Winnicott; y para los lacanianos tam­
bién: la clínica del primer Lacan, la clínica del Lacan clásico, la clínica
del Lacan último. Todo esto se yuxtapone y así la creencia del practican­
te que hace uso de todo -todo lo que parece necesario- y las clasifica­
ciones aparecen más bien como un artefacto. Pero esto no está vincula­
do solamente con la vieja sabiduría médica hipocrática de que las enfer­
medades no existen y sólo existe el enfermo. Ahora estamos en otra
época en la cual, como sólo está la existencia -y la esencia no es para
nosotros más que un paraíso perdido- entonces es en otro sentido que no
hay clasificaciones: lo que hay es la existencia singular de la demanda
del paciente. En este punto se anuda un uso pragmático de las clínicas en
el cual nadie cree mucho. Cree lo suficiente como para ordenarse la vida
y justificar su práctica en nuestro ámbito, es decir, para tener el ánimo, el
deseo, de hacer lo que se tiene que hacer, levantarse a la mañana. Se
cree en las clínicas solamente para ordenarse un poco el mundo. En esto
hay un cruce con lo que es la pragmática, el nominalismo moderno, el
individualismo contemporáneo. Se cruzan en un nudo para producir efec­
tos de descreimiento que, al mismo tiempo, pueden alcanzar cierto nivel
en el cual uno no cree más que en su propia clínica. Se podría llamar el
“narcisismo de la clínica”. Está profundamente anclado en nuestra sub-

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jetividad, y es una consecuencia fundamental en el estatuto del síntoma.
Esto voy a desarrollarlo en el Congreso que tiene lugar mañana y tomaré
más tiempo para explorar sus consecuencias.
El cuarto punto es que, en la medida en que la consistencia de estas
clínicas está animada por el nominalismo del sujeto moderno, hay un
realismo que se impone. Este realismo se manifiesta cada vez más en las
patologías del objeto. A medida que el estatuto del sujeto se problematiza,
se independiza del Otro, están estas patologías que van desde los trastor­
nos alimenticios -tipo anorexia, bulimia- a las prácticas compulsivas en
general, los trastornos obsesivos compulsivos, los trastornos como las
toxicomanías y las adicciones múltiples, que sólo con su carácter de epi­
demia nos aseguran la consistencia de un realismo del cual el nominalismo
contemporáneo no puede escapar.
El quinto punto es la confluencia en la clínica psicoanalítica de los
cuatro primeros puntos. Esto, entonces, implica una consecuencia en la
clínica. Para conjugar el nominalismo subjetivo y el realismo del objeto
estamos empujados a producir una clínica no estándar que, al mismo
tiempo, incluya los resultados obtenidos en la práctica analítica sobre las
neurosis, es decir, todo lo que hemos aprendido de la identificación del
sujeto en su relación con la identificación paternal, con el Edipo, con el
Nombre del padre. Incluye también todo lo que hemos aprendido de las
psicosis, en las que hemos constatado cómo se las arreglan en el mundo
los que no pueden identificarse con el significante paterno. Se yuxtapone
con lo que estamos aprendiendo sobre las patologías del objeto. Esto nos
empuja a producir ufaa clínica “no estándar” que efectivamente forma
parte del siglo XXI.
El sexto punto: la clínica no estándar es una clínica consumidora de
nuevas ficciones jurídicas. Estas patologías o este nuevo estatuto clínico
necesita armar ficciones que permitan ordenar la coexistencia de goces
múltiples. Las viejas formas de ideales que organizaban la coexistencia
ya no consiguen hacerlo. Sirve de ejemplo el hecho de que la definición
de Servicio Público de Salud ahora se fragmenta en instancias de asis­
tencias dirigidas a públicos especializados, como asistencia para ano­
rexia, asistencia para adicción, etc. Esto desmonta el viejo universo o la
concepción universal del sistema público, para fragmentarse en comuni­

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dades de goces distintos, sintomáticos, a los cuales hay que dirigirse. En
la especialización afirmada por la biotécnica como una esperanza de
mejor productividad, se va cada vez más en este sentido a la fragmenta­
ción de ese universo. Esto hace reflexionar sobre la definición misma de
lo público, de la salud pública. ¿Cómo hacer existir dentro de nuestro
campo una forma que permita pensar esta tensión entre las comunida­
des distintas y un universo común? Eso es sólo una forma más limitada
de una cuestión muy general; Jacques Lacan lo decía, ¿cómo nuestro
universo de segregaciones iba a poder soportar estas segregaciones?
Pero no es sólo Lacan, hay que decir que un autor como Waltzer es
efectivamente muy lacaniano en la manera de plantear el problema. He
visto en la librería que está afuera de esta sala una traducción de su
Tratado sobre la tolerancia. El plantea que el problema d. nuestra
civilización es cómo hacer -como hacían los imperios que podían yuxta­
poner los goces distintos de las múltiples etnias y culturas que incluían-,
cuando no hay más imperio, cuando no están más los significantes del
imperio; a esto Waltzer lo llama tolerancia, es muy útil leerlo, pero es una
problemática que refiere, diría, a todo el pensamiento contemporáneo.
Cuando Lacan enuncia esto como aquello que iba a surgir, lo anun­
cia en el 60, y surge, efectivamente. Ahora nos rodea en el pensamiento
contemporáneo y, como analistas, tenemos que leer a Waltzer, a Rorty, a
Charles Taylor, a los que tratan de pensar las contradicciones que modi­
fican la noción misma del espacio público. En este sentido, somos consu­
midores de ficciones jurídicas para adaptarnos a estas modificaciones.
Es una de nuestras tareas en el siglo XXI.
El séptimo punto es que tenemos también que aprender, en tanto
analistas, cómo se están transformando aquellos goces que eran margi­
nales, que no estaban en las normas, cómo se incluyen produciendo nor­
mas nuevas. Este es otro tipo de problema diferente del de la clasifica­
ción de los síntomas, la patología del objeto o las ficciones jurídicas. Por
ejemplo, vemos cómo la homosexualidad se transforma en una norma
nueva y lo hace con paradojas.
Tenemos que aprender efectivamente, de la biopolítica, cómo ha­
cen los grupos gay en los distintos países en los cuales buscan el recono­
cimiento de normas que incluyan la homosexualidad. ¿Qué sería una

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norma que los incluyera? Produce efectos sobre las normas. Y sobre la
clínica. Tenemos que pensar, desde el punto de vista de la investigación
clínica, todo un abanico de consecuencias que van desde las preguntas
sobre la fecundación artificial en las parejas homosexuales, la adopción
o no, hasta qué punto puede llegar este reconocimiento, etcétera, etcéte­
ra. Todas estas preguntas que son anecdóticas, hasta cierto nivel, tienen
un fundamento profundo: este esfuerzo contemporáneo por transformar
las reglas para inscribir un objeto nuevo en la norma.

Querría mantener unos minutos el debate, así que voy a ir directa­


mente, una vez enunciados estos puntos, a lo que me parece esencial
para la conclusión: el porvenir. ¿Cuáles son las peleas que nos esperan,
los combates que merecen que intervengamos en ellos, las decisiones
públicas en las cuales los analistas tienen que hacerse escuchar?
Diría que primero tenemos que ayudar a despertar los espíritus y
luchar contra el sueño de la razón, contra estas consecuencias de la
supuesta hipótesis de la psyché. Esto produce una evaluación inadecua­
da al considerar en qué reside el mind-body problem. En el problema de
la relación entre el espíritu y el cuerpo no es cosa de saber si la concien­
cia es explicada o no, como lo piensa Daniel Denett; el problema no es
saber si se explica esta conciencia, y si ya hay sólo una sustancia, o si se
va a naturalizar la intencionalidad. El problema no es éste, el problema es
que, a medida que se afirma la hipótesis del cognitivismo -en tanto que el
pensamiento se vuelve localizado en el funcionamiento del órgano como
adaptación-, el cuerdo se encuentra deshabitado, maquinizado. La con­
secuencia inesperada de esta fascinación por el funcionamiento del apren­
dizaje es el hecho de que el cuerpo va por su lado. Se le puede hacer
cualquier cosa. Tenemos el tráfico de órganos, el recorte de los cuerpos
que se hace ahora a una escala global y que implica una vigilancia muy
particular sobre las consecuencias éticas que tienen todas las cuestiones
acerca de los órganos, su circulación, los transplantes, etcétera.
La otra consecuencia sobre el mind-body problem de los despla­
zamientos, los avances de la Biología, es que el cuerpo como tal va a
psiquiatrizarse como nunca. La intervención que va a tener la Psiquiatría

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no es tanto como salud mental sino como salud corporal. La introducción
de la Psiquiatría ahora va a ser no sólo en la mente, sino en el cuerpo
como tal. Es decir, se va a buscar el auxilio de los psiquiatras en múltiples
niveles, por ejemplo, en los transplantes, las determinaciones del sexo
biológico de los casos indefinidos, las indicaciones sobre toda la medicina
cosmética, sea en el nivel de prescripciones de psicotrópicos como con­
fort o como medicación de felicidad. Las operaciones quirúrgicas, ahora
que los avances técnicos permiten operar tan fácilmente lo que parecía
imposible de realizar hace muy pocos años, se multiplican. Así, la exten­
sión de los poderes de la medicación y del quehacer, del saber-hacer con
el cuerpo, va a hacer que los psiquiatras sean convocados, como nunca
en la historia, para dar un aviso sobre el funcionamiento de los órganos.
En este sentido, los psicoanalistas tienen que despertar la comuni­
dad a los problemas éticos que, en un nivel global, se van a plantear.
Vamos a ser convocados también para incidir sobre esto, y tendremos
también que enfrentar un desafío que va a ser fundamental para la próxi­
ma época, el de los peligros del eugenismo. Porque los hemos conocido
en Europa en los años 30. Incluso en los Estados Unidos un gran demó­
crata como Roosevelt ha tenido declaraciones eugénicas increíbles. Hay
que leer los discursos de Roosevelt, en los cuales considera el eugenismo
como un deber de las democracias modernas. El eugenismo puede ser
una de las segregaciones más catastróficas que pueda conocer la época
que viene, y es verdad que el mind-body problem va a pasar por esto.
Necesitamos aliarnos con todos los que están desempeñando un papel
en el espacio público. Los analistas con otros, no aislados, sino colabo­
rando en mantenernos en la escucha de estas consecuencias. En la ver­
tiente del saber del lado no del cuerpo, sino del mind, como veremos,
dialogar, incluso con los cognitivistas mismos, sobre los peligros del
cognitivismo y del supuesto arreglo entre el lenguaje y la vida -las pala­
bras y la vida. Es el peligro de un darvinismo ideológico supuesto como
la llave fundamental que arregla todo: cognitivismo más darvinismo como
explicación fundamental. Yo diría que, precisamente, tendremos que aliar­
nos con las escuelas de filósofos como Putnam, como Rorty, que presen­
tan, y aconsejo la lectura de una obra de Putnam Words and life, en la
cual muestra cómo el ajuste de lo que hemos aprendido en el siglo XX

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sobre los lenguajes y la vida no puede satisfacerse con el darwinismo.
O pensamos a partir del cuerpo y de su adaptación, o pensamos a
partir de la no-adaptación fundamental del cuerpo al sexo. Y esta “no-
adaptación” nos lleva a un reto: cómo incidir sobre la tendencia profun­
da, que es la evidencia de la adaptación con el saber que tenemos sobre
esto. En este punto creo que, con los filósofos de la ciencia, con los
matemáticos, con los practicantes que luchan contra toda concepción
formalista de un sujeto sólo definido por las reglas a las cuales obedece,
tendremos una posibilidad de actuar.
También tendremos que definir en el futuro nuestra inserción en los
dispositivos de asistencia. El problema es también aliarse con todos los
que luchan dentro de la psiquiatría, dentro de la salud pública que desbor­
da el problema, o que está más allá del problema de la técnica médica
como tal, para construir estructuras menos crueles -como decía Rorty-
, para incluir precisamente en el imperativo kantiano algo de lo que sabe­
mos es sadiano. Necesitamos estructuras menos crueles, y esto supone
tener una idea de los goces en juego en las organizaciones y en su fun­
cionamiento. El objetivo de participar en estas instituciones menos crue­
les no es conseguir la cura analítica para todos; se trata más bien de que
sea posible para los sujetos, uno por uno. Es una perspectiva abierta por
la modificación de la clínica misma y la modificación de las indicaciones
del psicoanálisis -m e remito a las perspectivas abiertas por Jacques-
Alain Miller en la revista Mental sobre este punto.
Hay en esto una responsabilidad del lado de las instituciones analí­
ticas y del lado de la Responsabilidad de las escuelas que forman la AMP
(Asociación Mundial de Psicoanálisis). Hay que formar analistas que
puedan dedicarse a este objetivo; precisamente, no ofrecer la cura ana­
lítica para todos, sino poder instalarse en un lugar de un “uso posible”
para todos. En este sentido, tendremos en el futuro que participar en una
red de especialistas que se va a extender siempre más. Ya conocemos
nuestra red de funcionamiento con los psicólogos, con los psiquiatras;
pero -si es verdad lo que digo de la extensión de la psiquiatrización del
cuerpo o, al mismo tiempo, de la multiplicación de las relaciones que
vamos a tener con las disciplinas médicas-, vamos a tener más y más
contactos con una red de especialistas. No vamos a tener en esto una

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posición de organizadores, sólo de participantes, y esta red es lo que
llamamos una conversación. Ese es el porvenir: para afrontar los retos
del siglo que nos esperan tendremos que alargar las reglas de conversa­
ción y, en este sentido, no hay que obnubilarse sobre la identidad del
psicoanalista -el problema no es su identidad, son sus usos y los usos
definidos a partir de la conversación. En este sentido este Encuentro,
que es el Primer Encuentro Internacional en la Ciudad de Buenos Aires
que agrupa a tantos profesionales, es parte de las formas nuevas que va
a tomar la conversación en el futuro. Agradezco a los organizadores, a
mis colegas, al público por contribuir a las nuevas formas de organiza­
ción que indican el porvenir. Este es el primer Encuentro, habrá segura­
mente otros. La eficacia de estos encuentros, estos encuentros siempre
charlatanes, se puede perfectamente medir por la eficacia para causar
el deseo decidido de los que han participado. Si se produce esto, un más
de deseo, entonces habrá sido eficaz. Tendremos que salir de esta sala
más vivos que cuando entramos; es la única eficacia que ubica en el
lugar correcto el deseo de otra cosa que siempre nos mueve*.jes

*Conferencia pronunciada en el Encuentro Internacional de Salud Mental de la Ciudad de


Buenos Aires, el 20 de septiembre de 1999. Texto corregido sobre un establecimiento de
Nora Alvarez y Mauricio Tarrab, revisado por el autor.

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