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Entre los procesos cognitivos que más ampliamente han sido estudiados se
encuentran los procesos de atribución causal, los cuáles han dado lugar al desarrollo de
una importante área de investigación psicológica. Según Pennington (2000, p. 162), las
atribuciones se pueden entender como procesos que intentan determinar las causas de
nuestra propia conducta y también de la de los demás, determinando si esas causa son
internas o disposicionales o externas o situacionales. Para este autor, las atribuciones
causales se convierten en una ayuda a la hora de comprender nuestra propia conducta y
la de los demás, existiendo una fuerte tendencia en las personas hacia el hecho de buscar
estas explicaciones causales para distintas conductas y actos, haciéndose además esta
explicación causal de forma consciente (Pennington, 2000, p. 13). Entender que las
atribuciones causales se realizan tanto ante nuestra propia conducta como ante la de los
otros es un aspecto básico que no siempre es tenido en cuenta a la hora de definir este
concepto. En importantes manuales, como el de Baron y Byrne (1997, p. 50), se define
la atribución causal como un proceso a través del cuál se intentan identificar las causas
de la conducta de las demás personas y también el rasgo estable o la disposición general
de la persona o personas que están ejecutando esa conducta, con lo que estos autores
caen en el error de no atender a las explicaciones causales que una persona da también
para explicar su propia conducta, y que pueden desempeñar un rol fundamental en
procesos motivacionales y emocionales. Además de omitir la conducta propia como
objeto de la atribución causal, la definición de Baron y Byrne tampoco hace referencia a
la situación social o al ambiente en el que la conducta que se está analizando ocurre.
Este hecho hace que se omita otro aspecto importante si se quiere hacer una
aproximación eficaz al concepto de atribución causal, como es la diferenciación entre
atribuciones causales internas y atribuciones causales externas. Como se ha visto
Pennington recoge estos aspectos en una definición más completa de la concepción
actual de la atribución causal.
Pérez García (1991) revisa las teorías más importantes sobre la atribución
causal, y distingue, siguiendo a Kelley (1982), entre teorías que centran su interés en el
estudio de los antecedentes de la atribución causal, y teorías que atienden más a las
consecuencias de las atribuciones causales. Entre el primer grupo de teorías, las que
estudian los antecedentes de la atribución causal, hay que hacer referencia a las
propuestas realizadas por Jones y Davis (1965), quienes además de realizar un análisis
más preciso de los factores personales de Heider, centran su atención en los efectos que
produce la acción o conducta. En este sentido desarrollan el concepto de “efectos no
comunes” para referirse a algunas de las consecuencias que esa conducta puede tener y
que resultan inexplicables o simplemente específicas de esa conducta, valorando
también la “deseabilidad” o no de esas consecuencias. Como indican Baumeister y
Leary (1995), las conductas con consecuencias socialmente deseables diferencian
menos a unas personas de otras, siendo aquellas conductas de carácter más hedónico las
que más pueden diferenciar a distintas personas. Los “efectos no comunes” permitirán
hacer lo que Jones y Davis denominan una “inferencia correspondientes”, de manera
que se atribuirá mayor disposición personal cuando el número de efectos no comunes
sea mayor. La mayor limitación que plantea esta teoría tiene que ver con el hecho de
que se ocupa especialmente de las atribuciones vinculadas a las variables personales o
de disposición (internas), ignorando conductas que estarían más vinculadas con
atribuciones causales centradas en el ambiente (externas) (Pennington, 2000, p.19).
En cuanto a los efectos que las atribuciones causales tienen en el individuo, éstos
están relacionados con los tres tipos de dimensiones empleadas en la creación de esas
atribuciones. En relación a la dimensión de estabilidad, las consecuencias estarán
relacionadas con reacciones cognitivas del individuo, específicamente con las
expectativas sobre el rendimiento futuro, sobre las que se producirán mayores cambios
cuando las atribuciones sean de carácter estable (Thomas, 1983). En relación al locus de
causalidad las consecuencias que van a favorecer este tipo de atribuciones son
reacciones de carácter afectivo, de forma que las atribuciones internas para el éxito y
fracaso maximizarán la respuesta afectiva, mientras que las atribuciones externas las
minimizarán. Actualmente, las propuestas de Weiner (1995) llegan a abarcar las
atribuciones de responsabilidad y respuesta emocional de culpa. En último lugar, las
consecuencias de las atribuciones de controlabilidad que este modelo propone afectarán
a los juicios interpersonales o atribuciones sobre las conductas de las demás personas
con las que se interactúa. Esto es así debido a que el esfuerzo invertido por una persona
en la ejecución de una tarea será entendido como el grado de controlabilidad que esa
persona puede tener para alcanzar el éxito o el fracaso en la tarea. El modelo de Weiner
sobre las atribuciones para el éxito y el fracaso se ha presentado como positivo,
especialmente en el ámbito aplicado, ayudando a explicar la los conceptos de
responsabilidad y la culpa en problemas sociales (Lord, 1997; Skitka y Tetlok, 1993;
Zucker y Weiner, 1993). Un marco teórico que permite también aproximarse y explicar
las atribuciones de responsabilidad y la culpa es el ofrecido por Shaver (1985).
Sin embargo, en el estudio de la ira, las conclusiones nos son del todo claras, ya
que aunque la atribución externa ante el fracaso provoca ira, existen también estudios
que no se pueden obviar, en los que la ira parece estar más relacionada con atribuciones
internas. Weiner y col. (1982) vieron en niños y en adultos que la ira aparecía
claramente relacionada con atribuciones internas sobre un insuficiente esfuerzo y una
insuficiente capacidad de trabajo. Otros estudios más recientes como el realizado por
Rhodewalt y Morf (1998) muestra como individuos con personalidad narcisista,
caracterizados por atribuciones internas y especialmente agradecidos para el éxito,
presentan reacciones extremas de ira ante el fracaso. Tal vez, la distinción entre ira y
frustración podría aclarar estos resultados ambiguos, así como el hecho de que las
atribuciones típicas de esta emoción no hayan sido suficientemente estudiadas en el
marco del estilo atribucional propuesto por Abramson y col. (1978).
Para terminar, creemos interesantes hacer referencia a un artículo escrito por Hill
y Larson en 1992, donde sugieren que los efectos de la memoria y los procesos
cognitivos automáticos o voluntarios necesitan ser incluidos en la redefinición de estilo
atribucional. Además los autores, basándose en diferentes estudios como el de Moore de
1979, en los que se observa que las atribuciones variaban con el tiempo, se plantean si
las atribuciones de los sujetos deprimidos versus los no deprimidos serían más internas
para un acontecimiento negativo conforme trascurre el tiempo. Por último se plantean la
importancia de utilizar en la investigación del estilo tribucional acontecimientos de la
vida real en vez de constructos hipotéticos. Los autores proponen que futuras
investigaciones deberían exploran las dimensiones apropiadas del estilo atribucional;
que otras cogniciones deberían añadirse al modelo; como deberían definirse las
dimensiones y la posibilidad de que el estilo atribucional depresivo esté latente y se
active por el estrés.
En este sentido, recientes estudios muestran el importante papel que la ira juega
en la indefensión aprendida y el valor que el estilo atribucional tiene en la aparición de
esta emoción. Bodner y Mikulincer (1998), en una serie de experimentos, encuentran
síntomas depresivos unidos al estilo atribucional característico de la indefensión cuando
los sujetos tienen una focalización interna de la atención, en cambio, aparece la ira
como sintomatología emocional en los primeros ensayos de la situación de indefensión
cuando los sujetos focalizan su atención en agentes externos que forman parte de esa
situación. En otro estudio, Mikulincer (1998) encuentra cómo los síntomas de ira
aparecen en aquellas personas que tienden a atribuir intencionalidad a elementos
externos que forman parte de las situaciones de fracaso. La tendencia a relacionar la ira
con atribuciones externas ante el fracaso se repite y consolida en un buen número de
estudios llevados a cabo en diferentes contextos y con diferentes tipos de población.
Estos trabajos encuentran respuestas de ira unidas a atribuciones externas de
culpabilidad y responsabilidad en situaciones de fracaso (Stiensmeier-Pelster y Gerlach,
1997; Caprara, Pastorelli y Weiner, 1997; Dreman, Spielberger y Drazi, 1997;
Wingrove y Bond, 1998).
Sin embargo, también existen estudios y resultados en los que la ira aparece en
situaciones en las que las atribuciones de causalidad implican un control personal o
interno. Por ejemplo, Rhodewalt y Morf (1998) muestran cómo individuos
caracterizados por atribuciones internas en situaciones de éxito, presentan reacciones
extremas de ira ante el fracaso. En niños, también se ha encontrado un incremento en las
respuestas de ira asociadas a atribuciones de responsabilidad y culpa personal ante
situaciones moderadamente amenazantes (Rotenberg, Kim y Herman-Stahl, 1998).
Existen, pues, resultados que parecen relacionar la ira con atribuciones internas.
Parece claro, que una de las dimensiones atribucionales que puede resultar clave
en la aparición de la ira es la que se refiere a la internalidad o externalidad de las
mismas. En este sentido, no sería bueno obviar las aportaciones al campo realizadas
desde otras teorías atribucionales que también se basan en la diferencia entre
atribuciones internas y externas, como es el caso de la teoría sobre el “locus de control”
(Rotter, 1966). Desde esta conceptualización, los trabajos realizados relacionando el
locus de control directamente con la ira no son muchos, aunque sí son más los que
relacionan el locus de control con respuestas cercanas a la ira como la agresividad. La
literatura parece evidenciar una cierta vinculación entre el LOC externo y la agresividad
(Williams y Vantress, 1969; Zainuddin y Taluja, 1990; Nay y Wagner, 1990; y Young,
1992), y en uno de los últimos trabajos publicados sobre este tema Österman,
Björkqvist, Lagerspetz, Charpentier, Caprara y Pastorelli (1999) vuelven a encontrar
una clara relación entre el locus de control externo y diferentes tipos de conducta
agresiva (física, verbal e indirecta) en niños, aunque en el caso de las niñas no aparecen
estas relaciones.
A pesar de ello y de otros trabajos que no encuentran una clara relación entre
locus de control externo y agresividad (Wann y Willson, 1996), la vinculación de la
conducta agresiva con el locus de control externo parece estar asentada en la
investigación sobre el locus de control, aunque es preciso señalar el hecho de que, en su
lugar, el estudio de la ira no ha tenido desde estos planteamientos el desarrollo que
hubiese sido deseable. Recientes trabajos (Pérez Nieto, Cano Vindel, Miguel Tobal,
Camuñas e Iruarrizaga, 2000a, 2000b)que ponen de manifiesto la relación positiva y
significativa entre el locus de control externo, medido a través de la Escala de Rotter
(Rotter, 1966; versión española de Pérez García, 1984) y la ira, medida a través del
State-Trait Anger Expresion Inventory -STAXI- (Spielberger, 1988a, 1991; versión
española de Spielberger, Miguel Tobal, Cano Vindel y Casado, 1992). A la vez, estos
mismos trabajos muestran que las personas con un mayor locus de control externo
tienden más a expresar su ira hacia fuera que los que presentan menores puntuaciones
en locus de control externo; estos sujetos altos en locus de control externo percibían
menor control de su ira.