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MÓDULO: “Indefensión Aprendida”

Dr. M.A. Pérez Nieto


Dpto. Psicología y Educación. Universidad Camilo José Cela

1. Atribuciones causales y teorías atribucionales

Entre los procesos cognitivos que más ampliamente han sido estudiados se
encuentran los procesos de atribución causal, los cuáles han dado lugar al desarrollo de
una importante área de investigación psicológica. Según Pennington (2000, p. 162), las
atribuciones se pueden entender como procesos que intentan determinar las causas de
nuestra propia conducta y también de la de los demás, determinando si esas causa son
internas o disposicionales o externas o situacionales. Para este autor, las atribuciones
causales se convierten en una ayuda a la hora de comprender nuestra propia conducta y
la de los demás, existiendo una fuerte tendencia en las personas hacia el hecho de buscar
estas explicaciones causales para distintas conductas y actos, haciéndose además esta
explicación causal de forma consciente (Pennington, 2000, p. 13). Entender que las
atribuciones causales se realizan tanto ante nuestra propia conducta como ante la de los
otros es un aspecto básico que no siempre es tenido en cuenta a la hora de definir este
concepto. En importantes manuales, como el de Baron y Byrne (1997, p. 50), se define
la atribución causal como un proceso a través del cuál se intentan identificar las causas
de la conducta de las demás personas y también el rasgo estable o la disposición general
de la persona o personas que están ejecutando esa conducta, con lo que estos autores
caen en el error de no atender a las explicaciones causales que una persona da también
para explicar su propia conducta, y que pueden desempeñar un rol fundamental en
procesos motivacionales y emocionales. Además de omitir la conducta propia como
objeto de la atribución causal, la definición de Baron y Byrne tampoco hace referencia a
la situación social o al ambiente en el que la conducta que se está analizando ocurre.
Este hecho hace que se omita otro aspecto importante si se quiere hacer una
aproximación eficaz al concepto de atribución causal, como es la diferenciación entre
atribuciones causales internas y atribuciones causales externas. Como se ha visto
Pennington recoge estos aspectos en una definición más completa de la concepción
actual de la atribución causal.

El interés por la investigación de las atribuciones causales se encuadra en la


mitad de lo que ya es el siglo pasado, vinculado a los pioneros trabajos de Heider (1958)
sobre los “determinantes situacionales” y los “determinantes personales” de la acción.
Hay que decir, sin embargo, que antes de estudiar la atribución en el marco de la
conducta, Heider (Heider y Simmel, 1944) desarrollo una primera serie de experimentos
en los que la atribución se entendía como un proceso perceptivo. En este trabajo, la
percepción de los movimientos de objetos daba lugar a una interpretación en términos
de conductas y causas de las mismas. A pesar de variables no controladas que podían
favorecer estos resultados, como el enunciado en términos conductuales de la tarea
experimental (Kassin, 1982; Shaver, 1975), estos resultados fueron suficientes para
aproximar a Heider a la conducta, y en definitiva, como apunta Pennington (2000, p.
12) al estudio de la atribución causal en el ámbito de la psicología social.

La teoría de Heider (1958) se fundamenta en la adscripción de la responsabilidad


de la conducta a dos tipos de factores: por un lado factores o fuerzas personales y por
otros factores o fuerzas ambientales. Los factores personales están compuestos por dos
tipos de factores, que son los factores motivacionales, concretamente la intención,
como elemento direccional, y el esfuerzo, como elemento cuantitativo; y los factores
relacionados con la capacidad del sujeto. Los factores ambientales son considerados por
Heider como factores que pueden ser de carácter estable, como por ejemplo la dificultad
de a tarea, o de carácter inestable como por ejemplo la suerte. La posibilidad de llevar a
cabo una tarea será función de la dificultad de la tarea más los factores personales, y la
atribución de responsabilidad sobre el resultado de lo ocurrido variará en virtud de la
contribución de los factores ambientales o de los factores personales. La teoría de
Heider, además de haber dado lugar a trabajos clásicos en este área de investigación
(Darley y Goethals, 1980; Feather, 1967; Kukla, 1978; Weiner y Kukla, 1970), ha
sentado algunas de las bases conceptuales de teorías atribucionales desarrolladas con
posterioridad y que a continuación se citarán.

Pérez García (1991) revisa las teorías más importantes sobre la atribución
causal, y distingue, siguiendo a Kelley (1982), entre teorías que centran su interés en el
estudio de los antecedentes de la atribución causal, y teorías que atienden más a las
consecuencias de las atribuciones causales. Entre el primer grupo de teorías, las que
estudian los antecedentes de la atribución causal, hay que hacer referencia a las
propuestas realizadas por Jones y Davis (1965), quienes además de realizar un análisis
más preciso de los factores personales de Heider, centran su atención en los efectos que
produce la acción o conducta. En este sentido desarrollan el concepto de “efectos no
comunes” para referirse a algunas de las consecuencias que esa conducta puede tener y
que resultan inexplicables o simplemente específicas de esa conducta, valorando
también la “deseabilidad” o no de esas consecuencias. Como indican Baumeister y
Leary (1995), las conductas con consecuencias socialmente deseables diferencian
menos a unas personas de otras, siendo aquellas conductas de carácter más hedónico las
que más pueden diferenciar a distintas personas. Los “efectos no comunes” permitirán
hacer lo que Jones y Davis denominan una “inferencia correspondientes”, de manera
que se atribuirá mayor disposición personal cuando el número de efectos no comunes
sea mayor. La mayor limitación que plantea esta teoría tiene que ver con el hecho de
que se ocupa especialmente de las atribuciones vinculadas a las variables personales o
de disposición (internas), ignorando conductas que estarían más vinculadas con
atribuciones causales centradas en el ambiente (externas) (Pennington, 2000, p.19).

Las atribuciones causales centradas en el ambiente fueron también protagonistas,


sin embargo, de otras teorías pioneras en el estudio de la atribución. Entre las teorías
que desde el punto de vista de los antecedentes de la atribución causal más desarrollaron
dicho concepto destacan las aproximaciones llevadas a cabo por Kelley a finales de los
años sesenta y principios de los setenta (Kelley, 1967, 1971, 1972, 1973; Orvis,
Cunningham y Kelley, 1975). Una de las aportaciones que este autor hace a los
planteamientos originales de Heider consistió en utilizar como objeto de estudio las
atribuciones causales sobre la propia conducta del sujeto y extender las fuerzas
ambientales que determinan las adscripciones causales (Pérez García, 1991, p. 384).
Según Kelley, las fuentes de adscripción causal derivan de tres tipos de información que
son “la consistencia”, “la distintividad” y “el consenso”. La “consistencia” se refiere a
la situación en que ocurre la acción de manera que la información que se obtiene tiene
que ver con si la respuesta ocurre en distintos momentos o bajo diferentes formas. La
“distintividad”es un fuente de información sobre los objetos, personas o estímulos que
están presentes cuando ocurre la conducta. El “consenso”, como fuente de adscripción
causal, deriva de la información sobre si, en el mismo ambiente, la respuesta ocurre ante
una única persona o se repite ante otras personas.

La idea central de la teoría se basa en el principio de covarianza entre el


resultado de la acción y las fuentes de información. Por ejemplo, un tipo de atribución
causal como pueden ser las atribuciones circunstanciales se realizarán cuando la
distintividad es alta, la consistencia es baja y el consenso es bajo. El modelo de
covariación de Kelley ha sido avalado por numerosos estudios (McArthur, 1972; Cheu,
Yates y McGinnies, 1988), aunque parece que la información relacionada con el
consenso es la menos utilizada por las personas a la hora de realizar atribuciones
causales. Según Baron y Byrne (1997), las situaciones que se producen de forma
inesperada y en las que las conductas tienen resultados negativos, son en las que con
más facilidad se utilizarán estos tres tipos de información para hacer la atribución
causal.

Sin embargo, el modelo de covariación de Kelley presenta dificultades a la hora


de explicar como se produce una atribución ante una única observación. En una
situación de este tipo, donde sólo se produce una única observación, Kelley desarrolla el
principio de discontinuidad por el que el rol que juega una determinada causa en la
producción de un determinado efecto podrá desaparecer si la conducta ocurre en
presencia de factores inhibitorios de esa causa o están presentes otras posibles causas.
Además, otra dificultad de esta teoría encontrada en algunas investigación (Alloy y
Tabachnik, 1984) mostraba la dificultad que tenían las personas para evaluar la
covariación. Kelley desarrolló en su teoría explicaciones para estos hechos
fundamentalmente desde el concepto del esquema causal que explica como se realiza la
atribución ante la ausencia de información detallada para un único evento. El esquema
causal consiste en una concepción general que las personas tienen sobre como ciertas
formas de causas interactúan provocando determinados efectos (Kelley, 1972).

Las teorías atribucionales desarrolladas hasta el momento se centran únicamente


en las adscripciones causales y no es hasta que Weiner lleva a cabo sus propuestas
cuando se desarrolla un modelo integrador tanto de las adscripciones causales como de
los efectos que las atribuciones causales tendrán a nivel cognitivo, a nivel afectivo y a
nivel conductual (Pérez García, 1991, p. 390). La teoría de Weiner (1972, 1974, 1979,
1980a, 1980b, 1982, 1985, 1986, 1992), se centra en situaciones o contextos de logro y
fracaso, indicando que las adscripciones causales podrían agruparse o clasificarse según
determinadas dimensiones. En primer lugar propone una dimensión denominada “locus
de causalidad”que tiene que ver con dónde sitúa el individuo la responsabilidad de la
acción, encontrándose en un polo de esta dimensión la causalidad interna y en el otro la
causalidad externa. La causalidad interna se refiere a las situaciones en las que la
persona cree que los resultados se explican por el esfuerzo o la capacidad propia, y la
capacidad externa se refiere a la creencia de que el resultado es debido a factores ajenos
a la persona, como por ejemplo los ambientales. Esta dimensión, con otra nomenclatura,
ya había sido propuesta con anterioridad por otros autores como única dimensión
(Heider, 1958; Rotter, 1966; De Charms, 1968). Otra de las dimensiones propuestas por
Weiner es la de “estabilidad”, que se ocupa de lo persistente o no de los factores
internos y externos, estando en un extremo de esta dimensión la inestabilidad y en otro
la estabilidad. La tercera y última dimensión que Weiner propone se refiere a la
“controlabilidad”, concerniente a la percepción o creencia que tiene una persona sobre
el hecho de si su ejecución en una tarea se encuentra bajo su control personal.

En cuanto a los efectos que las atribuciones causales tienen en el individuo, éstos
están relacionados con los tres tipos de dimensiones empleadas en la creación de esas
atribuciones. En relación a la dimensión de estabilidad, las consecuencias estarán
relacionadas con reacciones cognitivas del individuo, específicamente con las
expectativas sobre el rendimiento futuro, sobre las que se producirán mayores cambios
cuando las atribuciones sean de carácter estable (Thomas, 1983). En relación al locus de
causalidad las consecuencias que van a favorecer este tipo de atribuciones son
reacciones de carácter afectivo, de forma que las atribuciones internas para el éxito y
fracaso maximizarán la respuesta afectiva, mientras que las atribuciones externas las
minimizarán. Actualmente, las propuestas de Weiner (1995) llegan a abarcar las
atribuciones de responsabilidad y respuesta emocional de culpa. En último lugar, las
consecuencias de las atribuciones de controlabilidad que este modelo propone afectarán
a los juicios interpersonales o atribuciones sobre las conductas de las demás personas
con las que se interactúa. Esto es así debido a que el esfuerzo invertido por una persona
en la ejecución de una tarea será entendido como el grado de controlabilidad que esa
persona puede tener para alcanzar el éxito o el fracaso en la tarea. El modelo de Weiner
sobre las atribuciones para el éxito y el fracaso se ha presentado como positivo,
especialmente en el ámbito aplicado, ayudando a explicar la los conceptos de
responsabilidad y la culpa en problemas sociales (Lord, 1997; Skitka y Tetlok, 1993;
Zucker y Weiner, 1993). Un marco teórico que permite también aproximarse y explicar
las atribuciones de responsabilidad y la culpa es el ofrecido por Shaver (1985).

Das teorías recogidas hasta el momento, el modelo de Weiner se presenta como


el más completo, recogiendo tanto las adscripciones causales como los efectos de las
mismas. Sin embargo, las teorías vistas no prestan atención y no explican cómo se
producen las diferencias individuales. Este hecho nos lleva a recurrir a otras propuestas
teóricas desarrolladas en el ámbito del aprendizaje y de la tradición conductista, como la
teoría de Rotter (1966) sobre el “locus de control”, concepto al que resulta paralela la
dimensión de controlabilidad propuesta por Weiner (Pennington, 2000, p. 27-28). La
aportación del concepto de “locus de control” (LOC) se dió ya a finales de los años
cincuenta y principios de los sesenta (Phares, 1957; James y Rotter, 1958 y Rotter,
1966). Evoluciona también, como muchas de las otras teorías atribucionales, desde las
propuestas de Heider. Las dimensiones de factores internos y externos de Heider fueron
comprobadas y tomadas por Rotter (1966) en su trabajo sobre el locus de control o lugar
de control interno-externo. Rotter define esta variable de la siguiente manera: “Cuando
un reforzamiento es percibido por el sujeto como siguiendo a alguna acción personal,
pero no siendo enteramente contingente con ella, es típicamente percibido, en nuestra
cultura, como el resultado de la suerte, el azar, otros poderes, o como impredecible, por
la gran complejidad de fuerzas que afectan al individuo. Cuando es interpretado por el
individuo en este sentido, se ha dicho que es una creencia en el control externo. Si la
persona percibe que el acontecimiento es contingente con su conducta o sus propias
características relativamente permanentes, se ha dicho que es una creencia en el control
interno” (Rotter, 1966, pág.1, traducción de Pérez García, 1991, p. 348).

Las dimensiones atribucionales de contralabilidad y estabilidad desarrolladas por


Weiner se pueden encontrar también como conceptos similares y paralelos en otra de las
teorías, desarrollada también en la tradición conductista, que más investigación teórica
y práctica ha proporcionado, como es la teoría de la indefensión aprendida y del estilo
atribucional de la indefensión aprendida (Seligman, 1975; Abramson, Seligman y
Teasdale, 1978).
2. Modelo de la Indefensión Aprendida

La primera aproximación a la teoría de la indefensión aprendida surge a raíz de


una serie de estudios realizados a mediados de los años sesenta por Seligman y Maier
(1967) y Overmaier y Seligman (1967) llevados a cabo dentro del laboratorio utilizando
perros a los que exponían a shocks eléctricos inescapables o inevitables a través de unos
electrodos colocados en las patas traseras de los animales, que permanecían
inmovilizados en un arnés. Posteriormente, transcurridas 24 horas, se les sometió a una
tarea de aprendizaje de escape o evitación de una estimulación aversiva (un shock
eléctrico), indicando los resultados déficit en el aprendizaje de nuevas conductas para
evitar las estimulaciones aversivas. Esto era prueba de un claro deterioro en el
aprendizaje de nuevas conductas. Dando lugar a la propuesta por parte de los autores del
concepto de indefensión aprendida como fenómeno en el que los organismos que son
sometidos a situaciones de incontrolabilidad presentan posteriormente déficit en el
aprendizaje de nuevas respuestas (Ruiz Caballero, 1991, p. 409). Por tanto, el marco en
el que se desarrolla inicialmente esta teoría es en el del aprendizaje animal, y desde aquí
es desde donde surge la primera formulación de la teoría como tal.

En la formulación original de la teoría de la indefensión aprendida (Maier,


Seligman y Solomon, 1969) se sostiene que cuando los organismos son expuestos a
situaciones en las que las consecuencias no tienen ninguna contingencia con la conducta
y se aprende que son incontrolables se desarrollará una expectativa de no contingencia
que provocará tres tipos de déficit: motivacionales, cognitivos y afectivos. El déficit
motivacional produce una disminución del incentivo a la hora de dar respuestas nuevas;
el déficit cognitivo tiene que ver con el hecho de que el aprendizaje de no contingencia
interfiere proactivamente en aprendizajes futuros de contingencia, produciendo en ellos
un retraso; y el déficit emocional, está unido a consecuencias traumáticas e incrementa
la respuesta de ansiedad primero y de depresión después (Ruiz Caballero, 1991, p.411).

Posteriormente, Seligman (1975) y Maier y Seligman (1976) introdujeron


señalaron la percepción de no contingencia entre respuestas y consecuencias como un
componente específico de la indefensión aprendida. Así, el proceso del desarrollo de los
síntomas de la indefensión pasarían por los siguientes puntos: 1) No contingencia
objetiva entre respuestas y consecuencias; 2) Percepción de no-contingencia respuesta-
consecuencia presente y también pasada; 3) Expectativa futura de que tampoco habrá
contingencia entre nuevas respuesta y consecuencias; y 4) desarrollo de los déficits
motivacionales, cognitivos y emocionales de la indefensión aprendida.

Así, Seligman (1975) define la indefensión como un estado psicológico que se


produce frecuentemente cuando los acontecimientos son incontrolables, entendiendo
por acontecimientos incontrolables cuando no podemos hacer nada para cambiarlos, es
decir hagamos lo que hagamos siempre ocurrirá lo mismo (no puede realizar una
respuesta operante que controle cierto resultado).

Esta propuesta rápidamente fue experimentada en humanos, así Hiroto (1974) y


Hiroto y Seligman (1975) se propusieron estudiar si las personas se comportaban como
los animales en situaciones de trauma inevitable. Para ello utilizaron estudiantes
universitarios, a los que sometieron a un ruido inescapable (un fuerte trompetazo) que
era aversivo y traumático. Cuando 24 horas después pasaron por la situación
experimental se observaron los mismos déficit motivacionales, cognitivos y
emocionales que se hallaron en los experimentos anteriores realizados con animales.

Como conclusión de esta primera formulación, podemos decir que un


organismo, al experimentar una situación traumática que no ha podido controlar, verá
disminuida su motivación para responder a posteriores situaciones traumáticas, y
aunque responda y la respuesta que logré liberarle de la situación, le resultará más
difícil aprenderla y creer que ésta ha sido eficaz. Este hecho provocará la aparición de
perturbaciones emocionales de miedo y ansiedad durante el tiempo que el sujeto no esté
seguro de la controlabilidad del resultado, dando paso a la depresión si ve que la
situación no es controlable. Una aportación especialmente destacable de esta propuesta
fue la atención prestada y la descripción de los tipos de déficit que producen las
expectativas de incontrolabilidad.

En esta primera formulación de la indefensión aprendida, se propone que el


individuo aprende que ciertos resultados no dependen de sus respuestas lo que provoca
una serie de déficit, sin embargo, muy pronto se comprobó que en humanos no siempre
sucedía así (Tennen y Eller, 1977), lo que puso de manifiesto que había un cierto vacío
en la explicación de los mecanismos que hacían que de una experiencia real de
incontrolabilidad se desarrollase una expectativa futura de incontrolabilidad, dando a
entender que la indefensión aprendida en humanos supone más que el mero hecho de
aprender que los resultados son incontrolables e impredecibles. Esto dio lugar a una
segunda formulación de Abramson, Seligman y Teasdale (1978) y Alloy y Abramson
(1979) que incorpora el análisis que el individuo hace de las causas de incontrolabilidad,
proponiendo la existencia de una serie de dimensiones atribucionales que definirían la
experiencia real de incontrolabilidad por la que el sujeto ha pasado. Esto ha sido el
núcleo central de la segunda formulación de la teoría de la indefensión. Las dimensiones
que proponen como determinantes de un estilo atribucional específico son: interno
versus externo; estable versus inestable y específico versus global.
- La primera dimensión interno – externo hace referencia a la asignación de
causalidad, respecto a la autoría o responsabilidad, en dos direcciones: la de la
propia persona (totalmente debido a mi), o la de los demás (totalmente debido a
los demás).
- Con la segunda dimensión estable – inestable se tiene en cuenta la variable
temporal, diferenciando entre causas que permanecen en el tiempo
invariablemente (siempre sucederá así) y causas que no tienen porqué permanecer
a lo largo del tiempo (no siempre sucederá así).
- La tercera dimensión, global - específico hace referencia a la generabilidad a
diferentes situaciones que se verán afectadas por esa expectativa de
incontrolabilidad (influye en todas las situaciones), versus la delimitación de esta
expectativa de incontrolabilidad a un evento determinado (sólo influye en esta
situación).

Ante una situación o un evento incontrolable, un individuo se va a preguntar


cuáles son las causas de lo ocurrido (Peterson y Seligman, 1983), aunque en esta
formulación no se asume que los sujetos alcancen a descubrir de una forma lógica u
objetiva las causas de su conducta, ni tampoco que tengan una visión sesgada de las
mismas de forma sistemática (Nisbett y Ross, 1980). Los pasos que esta segunda
formulación propone en el proceso de desarrollo de los síntomas de la indefensión
serían los siguientes (Abramson, Seligman y Teasdale, 1978): 1) No contingencia
objetiva entre las respuestas y las consecuencias; 2) Percepción de no contingencia
respuestas-consecuencias presente y pasada; 3) Atribución de la no contingencia
respuestas-consecuencias según las tres dimensiones de atribucionalidad causal
propuestas; 4) Expectativa de no contingencia respuestas-consecuencias; y 5)
Desarrollo de los síntomas de la indefensión (déficit motivacional, cognitivo y
emocional).

La nueva formulación de la indefensión aprendida permitió, gracias a las


diversas combinaciones de las dimensiones atribucionales, la explicación de
fenómenos que la primera formulación no resolvía como eran la diferenciación entre
indefensión personal y la indefensión universal, así como la generalidad y cronicidad
de la indefensión. La indefensión personal sería el resultado de un estilo atribucional
interno, donde el sujeto piensa que sólo el carece de esas respuestas de
incontrolabilidad, mientras que la universal habría un estilo atribucional externo, en
el que todos pasarían por esa situación de incontrolabilidad. Por otra parte la
cronicidad vendría determinada por la dimensión atribucional de estabilidad, y la
generalidad estaría determinada por la dimensión de globalidad (Ruiz Caballero,
1991, pp.418-419). También, el planteamiento de las dimensiones atribucionales
permite el desarrollo de nuevas teorías, así Overmier (1985,1988) plantea la
importancia de distinguir entre, por un lado, la falta de control y de predicción y, por
otro, la percepción de falta de control y de predicción. Los déficit motivacionales
estarían causados por la incontrolabilidad y los déficit cognitivos por la
impredecibilidad, de manera que si el individuo es capaz de predecir el resultado de su
conducta, aun sin controlarlo, la intensidad de la indefensión será menor.

Otra importante teoría desarrollada desde la reformulación de la teoría de la


indefensión aprendida es la teoría de la “depresión por desesperanza” (Abramson,
Metalsky y Alloy, 1989). Esta teoría viene precedida por resultados de investigaciones
en los que, ante consecuencias negativas, las personas que atribuyen las causas a
factores internos, estables y globales son más propensas a síntomas de indefensión y
depresión que las personas que tienen un estilo atribucional diferente, al igual que
cuando ante resultados de éxito, las personas que los atribuyen a factores externos,
inestables y específicos incrementarán su vulnerabilidad a la depresión (Seligman,
Abramson, Semmel y Von Baeyer, 1979). Los estudios sobre el estilo atribucional
característico de la depresión han sido numerosos y en general se han obtenido y en la
actualidad se siguen obteniendo resultados que confirman la hipótesis planteadas
desde la reformulación de la indefensión aprendida y desde la teoría de la depresión
por desesperanza (p.ej. Alloy y Clements, 1998; Alloy, Hartlage y Abramson, 1988;
Alloy, Just y Panzarella, 1997; Alloy, Kelly, Mineka y Clements, 1990; Haaga,
Ahners, Schulman, Seligman, DeRubeisy Minarik, 1995; Joiner, 2001; Maldonado,
Luque y Herrera, 1999; Metalsky y Joiner, 1997; Sanjuan Suárez, 1999; Sweeney,
Anderson y Bailey, 1986; Swendsen, 1997).

Una de las aportaciones más importantes de las teorías de la indefensión


aprendida ha consistido en poner de manifiesto la importancia de los déficit de control
emocional cuando los sujetos son expuestos a situaciones incontrolables y por lo tanto
están indefensos. Las consecuencias emocionales que los sujetos experimentan al pasar
por situaciones incontrolables llevarían a respuestas emocionales negativas como la
ansiedad, la depresión y la ira. Según algunos estudios estas emociones podrían aparecer
de forma sucesiva, comenzando la respuesta emocional por la ansiedad y la ira y
modificándose, a medida que aumentan los sucesos negativos incontrolables, en la
dirección de respuestas depresivas (Seligman, 1975; Peterson, Maier y Seligman, 1993).

3. ESTILO ATRIBUCIONAL Y EMOCIONES.

Como mencionamos en puntos anteriores de este trabajo, la indefensión entre


otros déficit muestra importantes alteraciones emocionales, aspecto que se ha
convertido en uno de los más relevantes dentro del estudio de la indefensión aprendida.
En las primeras propuestas, Seligman reconocía la relevancia de dos emociones, en
concreto, el miedo y la depresión como consecuencia de la exposición a situaciones
incontrolables, siendo el miedo o ansiedad característico durante el tiempo que el sujeto
no está seguro de la controlabilidad o no controlabilidad del resultado, dando paso a la
depresión cuando el sujeto ve que la situación es incontrolable o cesando si éste piensa
que es controlable (Seligman, 1975). Posteriormente (Peterson, Maier y Seligman,
1993) recogen la idea de que la ira aparecería también en esos primeros momentos en
los que comienza a desarrollarse la indefensión.
La depresión se convierte en el déficit emocional característico de la
indefensión debido al paralelismo que se establece entre la sintomatología de ambas, así
Rosenhan y Seligman en 1989, describen las similitudes entre ambas:

INDEFENSIÓN APRENDIDA DEPRESIÓN


Pasividad Pasividad
Déficit cognitivos Triada cognitiva negativa
Déficit en autoestima Baja autoestima
Tristeza, hostilidad y ansiedad Tristeza, hostilidad y ansiedad
Pérdida de apetito Pérdida de apetito
Reducción de la agresividad Reducción de la agresividad
Pérdida de sueño Pérdida de sueño
Disminución de norepinefrina y Disminución de norepinefrina y
serotonina serotonina

La reformualción atribucional es la encargada de dar una explicación causal del


fenómeno desde las tres dimensiones anteriormente vistas, que pueden configurar
estilos característicos. La reformulación propone que la gente propensa a la depresión
interpreta los hechos en términos internos, globales y estables, esta tendencia a buscar
causas internas, estables y globales, ante sucesos negativos hace que el sujeto tienda a
deprimirse cuando éstos ocurren (Peterson, Maier y Seligman, 1993). En un metanálisis
realizado por Sweeney, Anderson y Bailey (1986), donde se trabajaba con 104 estudios,
hallaron una fuerte consistencia de la reformulación para esas dimensiones, tanto para
acontecimientos positivos como negativos, los resultados indican que los sujetos
depresivos hacen más explicaciones internas, estables y globales sobre los eventos, que
los sujetos no depresivos, estos resultados coinciden con la propuesta de Abrasom y
colaboradores.

Un desarrollo posterior ha sido el modelo de depresión por desesperanza . Como


recoge Alloy y col. (1997) se trata de un modelo cognitivo, en el cuál los individuos que
presentan una tendencia general a inferir que los acontecimientos vitales negativos que
se deben a causas estables y globales, es decir a atribuciones negativas, conducirá hacia
consecuencias negativas o implicarán la existencia de características negativas. Los
individuos que presentan estas características deberían estar más predispuestos a realizar
atribuciones negativas sobre los acontecimientos negativos que se encuentran
incrementando la aparición de desesperanza y por tanto desarrollando síntomas de
depresión por desesperanza. Según Abramson (1989), los síntomas de la depresión por
desesperanza incluirían: iniciación retardada de respuestas voluntarias (déficit
motivacionales), tristeza, actos de ideación suicida, abstemia o baja energía, apatía,
retardo psicomotor, trastornos del sueño, pobre concentración y cogniciones negativas
exacerbadas en el estado de ánimo. Adicionalmente aparecería también baja autoestima
y dependencia cuando el acontecimiento estresante es atribuido a causas internas,
estables y globales. Llegado a este punto es importante anotar como alguno de estos
síntomas, como por ejemplo la tristeza, forman parte de los criterios diagnósticos
utilizados por el DSM-IV (1995), para el diagnóstico del episodio depresivo mayor,
pero, sin embargo, no aparecerían recogidos otros como son el retardo en el inicio de
respuestas voluntarias. Por otra parte algunos síntomas asociados con depresión mayor,
como irritabilidad, baja sociabilidad y disminución del apetito, no formarían parte de la
depresión por desesperanza. Por tanto, se podría concluir que la depresión por
desesperanza es hipotéticamente un síndrome que cursa recogiendo algunos síntomas de
cada una de las distintas categorías de trastornos del estado de ánimo recogidas en el
DSM-IV, como depresión mayor y distimia, pudiendo presentarse ésta , tanto de manera
leve o subclínica o clínica. Abranson (1989) y su equipo plantean que esto sigue un
modelo tridimensional, es decir, cuanto menos negativo es el estilo inferencial de la
persona, más estresante debe ser el acontecimiento para contribuir al desarrollo de
depresión por desesperanza, por tanto incluso gente que muestre este estilo atribucional
puede desarrollar un episodio de depresión por desesperanza cuando el número o la
magnitud de los acontecimientos negativos sea suficiente para engendrar desesperanza.
Así mismo, sugieren que el aumento de acontecimientos negativos no es indispensable
para iniciar las inferencias que culminan en un síndrome de depresión por desesperanza
de los individuos que sí poseen un estilo diferencial negativo. Alloy y col. (1996)
sugieren que el hecho de que ocurran acontecimientos vitales positivos provee una
oportunidad para la gente de volverse más esperanzados y desarrollar estados de ánimo
positivio. Los individuos que tienden a atribuir los acontecimientos positivos a causas
estables y globales infieren consecuencias positivas de ellos mismos cuando tienen
lugar acontecimientos deseables, estando predispuestos a desarrollar estados de ánimo
positivo como respuesta a estos acontecimientos.

En relación con este tema, Alloy y col. (1997)realizaron un estudio con el


objetivo de ver si el estilo atribucional y su interacción con acontecimientos positivos y
negativos predice niveles de variabilidad tanto independientemente del día como a lo
largo de los días en el subtipo de depresión por desesperanza, pero no con otros
síntomas de depresión. El experimento se llevó a cabo 350 sujetos, sin depresión pero
seleccionados por un alto o un bajo riesgo para padecer síntomas de depresión por
desesperanza, basándose en sus estilos atribucionales para acontecimientos tanto
positivos como negativos. Las pruebas utilizadas fueron el BDI (Beck Depression
Inventory, Beck et al., 1961), ASQ (Attributional Style Questionnaire, Seligman et. Al.,
1979), una modificación de parte del SADS-L interview (Endicott y Spitzer, 1978) que
recoge síntomas de depresión y otros desórdenes del eje uno del DSMIII-R y por último
una modificación del Inventory for Behavioral Variation (IBV, Clplerud y Depue,
1985), que mide fluctuaciones de humor y del comportamiento. Los resultados, de
acuerdo con la teoría de la desesperanza indicaron que los participantes de alto riesgo
atribucional para la depresión por desesperanza, mostraron niveles más altos y una
variabilidad mayor independientemente del día y tendencia a mostrar un aumento de la
variabilidad a lo largo de los días de síntomas de depresión por desesperanza. Pero no
aumentaron los síntomas de depresión normal respecto a los participantes de bajo riesgo
atribucional. La variabilidad a lo largo de los días de los síntomas de depresión por
desesperanza fue predicha más allá de la interacción del estilo atribucional y los
acontecimientos totales, es decir tanto positivos como negativos, mientras que la
variabilidad, independientemente del día, resultó ser función de los principales efectos
del estilo atribucional y los acontecimientos tanto positivos como negativos. Por último
los síntomas de depresión por desesperanza se intercorrelacionaron con cada uno de
ellos de modo más alto que con los síntomas de otros tipos de depresión. Es decir, los
autores concluyen que las manifestaciones individuales de un estilo atribucional
interno, estable y global para acontecimientos tanto positivos como negativos,
mostraban una alta variabilidad de síntomas de depresión por desesperanza a lo largo
del día y en diferentes días respecto a los sujetos con un estilo atribucional adaptativo,
es decir interno, estable y global para lo positivo y externo, inestable y específico para
el fracaso.
Respecto al estilo atribucional y los síntomas depresivos encontramos estudios
recientes y bastante interesantes en los que se plantea como un estilo atribucional puede
estar más estrechamente relacionado con los síntomas depresivos en unas personas que
en otras. Haaga, Ahrens, Schulman, Seligman y DeRubeis (1995), llevan a cabo tres
experimentos en los que intentan validar esta idea. Aunque algunas investigaciones
parecen aludir al hecho de que las personas gustan de buscar explicaciones causales a
hechos inesperados y desagradables (Kanazawa, 1992), los autores se proponen probar
con estos experimentos la predicción de que aquellos que piensan mucho sobre las
causas, mostrarán amplias correlaciones con medidas del estilo atribucional con
síntomas depresivos. En el primero de los experimentos realizado con 32 sujetos
diagnosticados como pacientes depresivos y depresivos por desesperanza, subdividos a
la vez en sujetos bajo tratamiento y sin tratamiento, utilizando para medir el estilo
atribucional el índice de generalidad para hechos negativos del ASQ (Peterson y col.
1982) que equivaldría a la suma de la estabilidad más la globalidad, que es considerado
como un índice de predisposición para la depresión por desesperanza, los resultados
mostraron altas correlaciones para la generalidad de las atribuciones para los eventos y
por otra parte, con los síntomas depresivos por desesperanza. La tendencia a altas
correlaciones en el subgrupo de pacientes tratados terapéuticamente es consistente a lo
largo de tres periodos del tratamiento (inicio, cambio terapéutico y finalización). En un
segundo estudio, realizado con jóvenes estudiantes, se midió la dimensión de
generabilidad (estabilidad más globalidad) para eventos positivos en diferentes
situaciones manipuladas, trabajando además con la idea de complejidad atribucional que
hace referencia a una amalgama de características relacionadas con las atribuciones
causales, y con el concepto de pensamientos rumiativos. Los resultados encontrados,
mostraban una interacción entre la rumiación y el estilo atribucional en la predicción de
síntomas depresivos, de igual forma que los sujetos bajos en complejidad atribucional
mostraban fuertes relaciones con síntomas depresivos para estilo atribucional ante
eventos positivos. En el tercer estudio, realizado con una muestra de 67 estudiantes,
llegaban a la conclusión de que la complejidad atribucional no correlacionaba
significativamente con hechos vistos como multi causales , pero estaba asociada
frecuentemente con causas más secundarias y que tal vez no son tenidas en cuenta al
medir el estilo atribucional, ya que este suele medirse en función de una única y
principal causa normalmente.
La hipótesis de que el estilo atribucional está más estrechamente relacionado con
síntomas depresivos en unas personas que en otras, parece cierto, y concretamente, sería
en aquellas personas que piensan más sobre las causas de los hechos las que
presentarían relaciones más fuertes con síntomas depresivos, mientras que las personas
que sostienen explicaciones multicausales no presentarían estas fuertes relaciones, ya
que una multicausalidad hace que determinados hechos no sean equivalentes en
términos de dimensiones causales.

Otro punto de gran importancia en el estudio de la relación entre las emociones y


el estilo atribucional, es el estudio de las expectativas sobre acontecimientos futuros de
la vida. En este sentido, una investigación reciente, realizada por Waikar y Carke en
1997, en la que realizaron unas pruebas predictivas del modelo de
indefensión/desesperanza de ansiedad y depresión de Alloy y colaboradores (1990). De
acuerdo con este modelo la ansiedad pura surge desde un sentido incierto de indefensión
acerca de resultados futuros, resultando un incremento del arousal y de la
hipervigilancia en la preparación para acontecimientos próximos. Cuando se da la
expectativa de futura indefensión se produce un síndrome mixto de ansiedad/ depresión.
De modo que ansiedad y depresión están caracterizados por una expectativa de falta de
control, pero la expectativa de resultados negativos es específico del síndrome
depresivo. En este estudio, los autores hipotetizaron que la certeza de indefensión (ej.
descenso del control percibido entorno a que ocurrieran acontecimientos futuros) podría
estar asociada con la severidad de la ansiedad y la depresión y los afectos negativos, y
por otra parte que la certeza de expectativas de resultados negativos podría estar
relacionado de un modo más fuerte con síntomas de depresión que con síntomas de
ansiedad, mientras que los afectos positivos estarían relacionados con ambas. Para el
estudio utilizaron 113 sujetos clínicos, y para la evaluación de éstos la medida de los
acontecimientos vitales y acontecimientos futuros (FLEX), la entrevista psiquiátrica de
investigación epidemiológica (PRI-M), la lista de afectos positivos/negativos (PANAS)
y el inventario de depresión de Beck (BDI). Los hallazgos apoyaron parcialmente las
hipótesis planteadas, ya que mostraron que la indefensión si esta asociada con síntomas
de la ansiedad y de la depresión, aunque la certeza de indefensión resultó estar más
correlacionada con síntomas depresivos y la disminución de afectos positivos,
especialmente en lo referente a posibles acontecimientos futuros positivos. Las
tendencias fueron similares respecto a acontecimientos negativos, pero de una magnitud
muy diferente que respecto a los positivos. Por otro lado apoyando la hipótesis del
modelo de indefensión/desesperanza, relativamente individuos más ansiosos mostraron
menor certeza de indefensión que los individuos con depresión. En resumen, los
resultados apoyaron la especificidad de la indefensión por desesperanza para la
depresión, aunque los autores encontraron apoyo para la relación entre ansiedad e
indefensión.

A partir de este modelo de indefensión/desesperanza, Swendsen (1997) con una


muestra de 298 sujetos seleccionó 46 para el estudio según el criterio de bajas medidas
de depresión y ansiedad y bajo riesgo de estilo atribucional (23 sujetos), y otros 23
sujetos que poseían bajas puntuaciones en depresión y ansiedad y alta puntuación en
estilo atribucional de riesgo. Los resultados mostraron que el estilo atribucional predice
el tipo de atribuciones causales que hace el sujeto, pero no explican directamente
cambios de humor depresivo después del evento, además no se encontraron relaciones
entre las atribuciones de control y las diversas de ansiedad, lo que vuelve a apoyar
implícitamente la idea de que las respuestas emocionales de ansiedad pueden estar
unidas a atribuciones de incontrolabilidad.

Un artículo novedoso de Bodner y Mikulincer (1998), retoma la depresión como


respuesta característica de la indefensión aprendida, añadiendo además otras respuestas
a este fenómeno. A través de la realización de cinco experimentos se examinan
diferentes manifestaciones de respuestas similares a la depresión y a la paranoia, ante
problemas irresolubles. Implícita en la reformulación de la teoría de la indefensión
aprendida, está asumida la equivalencia entre indefensión personal y atribuciones
internas, sin embargo esta idea no es compartida por los autores del presente estudio, ya
que en algunas situaciones de fracaso personal se pueden realizar atribuciones externas
que no desembocarían en síntomas depresivos, sirviendo de ejemplo el caso de
estudiantes que atribuyen su fracaso personal (y no de los compañeros) a agentes
externos como el profesor, sin tener que desembocar esto en respuestas depresivas, es
más, puede ser que las respuestas emocionales que se eliciten estén más relacionadas
con la ira. A los participantes que pasaron por esta serie de estudios se les enfrentó a
situaciones de indefensión universal y de indefensión personal, proponiéndoseles dos
focos de atención, uno centrado en ellos mismos, y otro centrado en estímulos externos,
como elementos distractores o como atención al sujeto experimentador. Se propone que
el foco de atención cuando está centrado en el estímulo amenazante o cuando está
centrado en uno mismo tendrá significados diferentes que determinarán la naturaleza de
las reacciones consecuentes a ese fracaso personal en dos direcciones, de tipo depresivo
y de tipo paranoico, idea que ya recogen Fiske y Taylor (1984). Se han encontrado
resultados que muestran como el agente causal coincide con el foco de atención ya sea
éste ambiental o la propia persona. Basándose en esto los autores proponen la hipótesis
de que las respuestas depresivas ante fracasos personales estarán unidas a una dirección
de la atención hacia uno mismo. Además se plantea que cuando la atención está
centrada en el agente amenazante (experimentador) los sujetos mostrarán respuestas de
tipo paranoico ante los fracasos personales.

La exposición a fracasos incontrolables y la focalización de la atención en


agentes externos o en la propia persona fueron las dos cuestiones básicas que guiaron
los cinco estudios. En el estudio uno se valoraron los autoinformes de estados de tipo
depresivo y paranoico, en el segundo se evaluaron los componentes cognitivos de las
respuestas de tipo depresivo y paranoico como rumiaciones sobre la tarea, mientras se
trabajaba en ella, en el tercer y cuarto estudio se utilizaron tareas sin importancia de
aprendizaje en las que se examinaba la accesibilidad de visiones de tipo depresivo y
paranoico de uno mismo y de otros después del fracaso; en el último estudio se medía
el tiempo en que tardaban en traer a la memoria recuerdos de tipo depresivo o paranoico
como un indicador de nivel de accesibilidad a los recuerdos después de un fracaso.

En el estudio uno los resultados muestran respuestas depresivas ante fracasos


personales cuando el foco de atención es uno mismo; en el estudio dos parece
encontrarse que el fracaso personal produce déficit en la ejecución y muy
frecuentemente pensamientos irrelevantes para la tarea, encontrándose pensamientos
depresivos cuando la atención se dirigía hacia uno mismo; en el tercero los resultados
mostraron, como se esperaba, que los participantes, después de un fracaso, elegían más
adjetivos depresivos para autodescribirse cuando la atención estaba focalizada en ellos
mismos; en el cuarto estudio encontraron que si no se da feedback de su fracaso
personal se daba menor número de adjetivos positivos, lo que favorece la idea de que
una mayor incontrolabilidad provoca más indefensión; por último en el quinto estudio
refleja como las situaciones de fracaso personal favorecen la accesibilidad a recuerdos
afectivos negativos. Como conclusión general de todos estos estudios vemos que las
hipótesis planteadas están apoyadas de una forma clara por los resultados obtenidos y
que una focalización interna favorece síntomas depresivos y una externa síntomas
paranoicos. Fracasos personales junto a focos internos pueden conducir a diferentes
formas de tristeza y fracasos personales unidos a focos externos como el
experimentador, en este caso, conducirán a diferentes formas de ira, que a su vez
engendrarán situaciones más conflictivas. La ira según los autores resultará una
respuesta típica de estas situaciones de indefensión personal ante atribuciones a agentes
externos, pero que sin embargo desaparecerá si la persona es expuesta repetidamente a
esos fracasos. También se plantea la posibilidad de que la respuesta de ira pueda
aparecer expresada hacia fuera cuando el foco de atención está en el experimentador y
hacia dentro cuando el foco de atención se halle en uno mismo. Al igual que respuesta
de ira también se encontrarían respuestas de ansiedad, en forma por ejemplo de
pensamientos repetitivos y rumiaciones.

Sin embargo, en el estudio de la ira, las conclusiones nos son del todo claras, ya
que aunque la atribución externa ante el fracaso provoca ira, existen también estudios
que no se pueden obviar, en los que la ira parece estar más relacionada con atribuciones
internas. Weiner y col. (1982) vieron en niños y en adultos que la ira aparecía
claramente relacionada con atribuciones internas sobre un insuficiente esfuerzo y una
insuficiente capacidad de trabajo. Otros estudios más recientes como el realizado por
Rhodewalt y Morf (1998) muestra como individuos con personalidad narcisista,
caracterizados por atribuciones internas y especialmente agradecidos para el éxito,
presentan reacciones extremas de ira ante el fracaso. Tal vez, la distinción entre ira y
frustración podría aclarar estos resultados ambiguos, así como el hecho de que las
atribuciones típicas de esta emoción no hayan sido suficientemente estudiadas en el
marco del estilo atribucional propuesto por Abramson y col. (1978).

A pesar de que hemos visto que el estilo atribucional de la indefensión está


asociado a diferentes déficit, existen investigaciones que apoyan la idea de que en
ciertas situaciones ese estilo atribucional indefenso puede ser positivo, así Yee y col. en
un estudio realizado en 1996, se encontró que este estilo atribucional favorecía la
ejecución en ciertas tareas, lo que apoyaría la idea de que el estilo atribucional de
indefensión podía tener efectos beneficiosos en el desarrollo de tareas intelectivas. Para
realizar este estudio utilizaron una muestra de 86 sujetos, los cuales completaron tres
test: cuestionario de estilo atribucional (ASQ) , cuestionario de interferencias cognitivas
(CIQ), y encuesta de experiencias vitales LES, para las tareas de desarrollo cognitivo,
los investigadores utilizaron tareas de memoria implícita y explícita (48 palabras
divididas en dos listas de 24) y tareas de verificación entre frases y dibujos. Como
hemos dicho antes, los resultados indicaron que el estilo atribucional negativo (atribuir
acontecimientos negativos a factores estables, internos y globales) puede tener efectos
beneficiosos en determinadas situaciones.

Para terminar, creemos interesantes hacer referencia a un artículo escrito por Hill
y Larson en 1992, donde sugieren que los efectos de la memoria y los procesos
cognitivos automáticos o voluntarios necesitan ser incluidos en la redefinición de estilo
atribucional. Además los autores, basándose en diferentes estudios como el de Moore de
1979, en los que se observa que las atribuciones variaban con el tiempo, se plantean si
las atribuciones de los sujetos deprimidos versus los no deprimidos serían más internas
para un acontecimiento negativo conforme trascurre el tiempo. Por último se plantean la
importancia de utilizar en la investigación del estilo tribucional acontecimientos de la
vida real en vez de constructos hipotéticos. Los autores proponen que futuras
investigaciones deberían exploran las dimensiones apropiadas del estilo atribucional;
que otras cogniciones deberían añadirse al modelo; como deberían definirse las
dimensiones y la posibilidad de que el estilo atribucional depresivo esté latente y se
active por el estrés.

El rol que el estilo atribucional va a jugar en la respuesta emocional resulta, a la


luz de las investigaciones revisadas, considerablemente relevante, especialmente en el
caso de la depresión. Si atendemos al hecho de que la depresión presenta una alta
comorbilidad con la ansiedad (Andrade, Eaton, y Chilcoat, 1994; Blanchard, Buckley,
Hickling y Taylor, 1998), o que la irritabilidad aparece como una de las características
de la depresión en el DSM-IV (APA, 1994), no resulta extraño pensar que determinados
estilos atribucionales pueden presentarse como relevantes en desarrollo de estas otras
respuestas emocionales. Así, la ansiedad y la ira son las respuestas más frecuentes
durante el tiempo que el sujeto no está seguro de la controlabilidad del resultado, dando
paso a la depresión cuando el sujeto ve que la situación es incontrolable, o cesando si
éste piensa que es controlable (Seligman, 1975; Peterson, Maier y Seligman, 1993). En
este mismo sentido, Waikar y Carke (1997) concluyen que la ansiedad surge a partir de
una expectativa de falta de control sobre los resultados futuros, dando lugar a un
incremento del arousal y de hipervigilancia en la preparación para próximos
acontecimientos, mientras que cuando esta expectativa se hace cierta (esperando por lo
tanto resultados negativos), aparece un síndrome mixto de ansiedad/depresión. A la vez,
hay que decir que la ira ha mostrado importantes relaciones y cierta capacidad de
predicción para los síntomas de ansiedad y depresión (Bridwell y Chang, 1997. Así
pues, no resulta extraño sugerir, atendiendo a las importantes relaciones entre ansiedad,
depresión e ira, que el tipo de atribuciones causales que intervienen en la respuesta
emocional de ansiedad y de depresión-tristeza, puedan intervenir también en la ira. Los
trabajos e investigaciones realizados en esta dirección son menores en número que los
dedicados a otras emociones, pero son suficientes para asentar algunas bases sobre la
relación entre atribuciones e ira, de hecho, en un reciente trabajo (Markowitz, 2000), la
ira se muestra como un mediador significativo y que se ha de tener en cuenta en la
percepción de controlabilidad.

En este sentido, recientes estudios muestran el importante papel que la ira juega
en la indefensión aprendida y el valor que el estilo atribucional tiene en la aparición de
esta emoción. Bodner y Mikulincer (1998), en una serie de experimentos, encuentran
síntomas depresivos unidos al estilo atribucional característico de la indefensión cuando
los sujetos tienen una focalización interna de la atención, en cambio, aparece la ira
como sintomatología emocional en los primeros ensayos de la situación de indefensión
cuando los sujetos focalizan su atención en agentes externos que forman parte de esa
situación. En otro estudio, Mikulincer (1998) encuentra cómo los síntomas de ira
aparecen en aquellas personas que tienden a atribuir intencionalidad a elementos
externos que forman parte de las situaciones de fracaso. La tendencia a relacionar la ira
con atribuciones externas ante el fracaso se repite y consolida en un buen número de
estudios llevados a cabo en diferentes contextos y con diferentes tipos de población.
Estos trabajos encuentran respuestas de ira unidas a atribuciones externas de
culpabilidad y responsabilidad en situaciones de fracaso (Stiensmeier-Pelster y Gerlach,
1997; Caprara, Pastorelli y Weiner, 1997; Dreman, Spielberger y Drazi, 1997;
Wingrove y Bond, 1998).
Sin embargo, también existen estudios y resultados en los que la ira aparece en
situaciones en las que las atribuciones de causalidad implican un control personal o
interno. Por ejemplo, Rhodewalt y Morf (1998) muestran cómo individuos
caracterizados por atribuciones internas en situaciones de éxito, presentan reacciones
extremas de ira ante el fracaso. En niños, también se ha encontrado un incremento en las
respuestas de ira asociadas a atribuciones de responsabilidad y culpa personal ante
situaciones moderadamente amenazantes (Rotenberg, Kim y Herman-Stahl, 1998).
Existen, pues, resultados que parecen relacionar la ira con atribuciones internas.

Sin embargo, y de acuerdo con Mikulincer (1994), siguiendo las propuestas de la


indefensión aprendida, la combinación de expectativas de control en combinación con
fracaso es crítica a la hora de activar la ira. Así mismo, además de la relación entre
atribuciones externas e ira, este mismo autor concluye en una revisión del tema que la
ira, como respuesta al fracaso, irá unida a atribuciones inestables. También plantea que
los sujetos que puntúan alto en ira, evaluados con la escala de rasgo de ira del State-
Trait Anger Expresion Inventory -STAXI- (Spielberger, 1988a, 1991), al ser expuestos
a situaciones de éxito reaccionan ante pequeñas cantidades de fallos con ira elevada y
rumiaciones, mientras que tras un gran conjunto de fallos estos sujetos reaccionan con
elevada ira, ansiedad y síntomas depresivos, así como con rumiaciones y ausencia de
estrategias positivas de afrontamiento, lo cuál se correspondía con sus déficit de
indefensión aprendida.

Parece claro, que una de las dimensiones atribucionales que puede resultar clave
en la aparición de la ira es la que se refiere a la internalidad o externalidad de las
mismas. En este sentido, no sería bueno obviar las aportaciones al campo realizadas
desde otras teorías atribucionales que también se basan en la diferencia entre
atribuciones internas y externas, como es el caso de la teoría sobre el “locus de control”
(Rotter, 1966). Desde esta conceptualización, los trabajos realizados relacionando el
locus de control directamente con la ira no son muchos, aunque sí son más los que
relacionan el locus de control con respuestas cercanas a la ira como la agresividad. La
literatura parece evidenciar una cierta vinculación entre el LOC externo y la agresividad
(Williams y Vantress, 1969; Zainuddin y Taluja, 1990; Nay y Wagner, 1990; y Young,
1992), y en uno de los últimos trabajos publicados sobre este tema Österman,
Björkqvist, Lagerspetz, Charpentier, Caprara y Pastorelli (1999) vuelven a encontrar
una clara relación entre el locus de control externo y diferentes tipos de conducta
agresiva (física, verbal e indirecta) en niños, aunque en el caso de las niñas no aparecen
estas relaciones.

A pesar de ello y de otros trabajos que no encuentran una clara relación entre
locus de control externo y agresividad (Wann y Willson, 1996), la vinculación de la
conducta agresiva con el locus de control externo parece estar asentada en la
investigación sobre el locus de control, aunque es preciso señalar el hecho de que, en su
lugar, el estudio de la ira no ha tenido desde estos planteamientos el desarrollo que
hubiese sido deseable. Recientes trabajos (Pérez Nieto, Cano Vindel, Miguel Tobal,
Camuñas e Iruarrizaga, 2000a, 2000b)que ponen de manifiesto la relación positiva y
significativa entre el locus de control externo, medido a través de la Escala de Rotter
(Rotter, 1966; versión española de Pérez García, 1984) y la ira, medida a través del
State-Trait Anger Expresion Inventory -STAXI- (Spielberger, 1988a, 1991; versión
española de Spielberger, Miguel Tobal, Cano Vindel y Casado, 1992). A la vez, estos
mismos trabajos muestran que las personas con un mayor locus de control externo
tienden más a expresar su ira hacia fuera que los que presentan menores puntuaciones
en locus de control externo; estos sujetos altos en locus de control externo percibían
menor control de su ira.

Weiner (1980), desde los postulados de su teoría, realiza también una


aproximación a la respuesta emocional de ira en la que ésta aparece como resultado de
un fracaso y de atribuciones de ausencia de control o control externo; este control
externo estaría caracterizado también, según resultados de trabajos posteriores (Weiner,
1992), por atribuciones de responsabilidad.

Por tanto, como señala Cano Vindel (1995, p. 370) en relación a la


interpretación atribucional de las emociones, las dimensiones de las atribuciones
causales que las personas hacen ante los diferentes acontecimientos tienen un papel
importante en el proceso emocional, y cada dimensión estará relacionada con una serie
de sentimientos. Esto idea se confirma en los trabajos que se han revisado. En concreto,
en lo referente a la respuesta emocional de ira, los estudios realizados desde las distintas
teorías atribucionales coinciden en su gran mayoría a la hora de señalar que la ira va a
aparecer asociada a atribuciones de causalidad externas en situaciones de fracaso.
Antes de finalizar el capítulo es necesario hacer referencia a propuestas que
prestan atención a la relación entre atribución y emoción pero en el sentido de cómo
afectan las emociones a las atribuciones. La duración de los estados emocionales
obligan a que se den también procesos atribucionales sobre los mismos según Clore y
Gasper (2000, pp.17-19), quienes además afirman que el significado que se le da a un
sentimiento dependerá en parte del objeto al cuál éste sea atribuido. Estos autores, en
cuanto a la ira, muestran como, en el trabajo de Nisbett y Cohen (1996), en la mayoría
de los casos esta respuesta emocional aparece cuando los sujetos creen que está en juego
su honor, y a eso atribuyen su ira. En cualquier caso, la emoción se convierte también
en objeto de la atribución, y como muestra Forgas (2000, pp.270-273), las influencias
afectivas inciden en las atribuciones y pueden favorecer lo que se ha dado en llamar el
“error fundamental de atribución” que consiste en sobrestimar el rol de los factores
internos y minimizar el de los factores ambientales. Esta nueva perspectiva incide aún
más en la relación entre cognición y emoción, y permite dar relevancia en los modelos
cognitivos de la emoción al efecto y la influencia de las respuestas emocionales en los
procesos cognitivos.

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