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CIENCIA VERSUS

CIENTIFICISMO:
DOS ESTILOS DE PEDAGOGICOS
Gabriel Gyarmati K.1

El aspecto central de los planteamientos que tendré el agrado de


exponer en esta oportunidad es que el problema del aporte de la
investigación a la docencia universitaria excede los limites de lo
propiamente pedagógico. Este aporte afecta no sólo las funciones cognitivas
de la educación superior. Intentaré demostrar que se trata de un asunto
cuyo análisis debe ubicarse dentro del contexto de una teoría general de la
sociedad.

La intención final de la enseñanza universitaria es capacitar al


individuo a pensar en forma creativa dentro de una determinada área del
saber. Para lograr este objetivo no es suficiente presentar el avance de las
ciencias y las humanidades como datos, o productos finales terminados.
Limitar la enseñanza a la transmisión de conocimiento ya completados
puede servir para preparar enciclopedias ambulantes, individuos que saben
de memoria fechas, fórmulas, definiciones, etc. Pero las enciclopedias
acumulan, no crean conocimiento. Reducen la aventura intelectual de la
humanidad a un montón árido de teoremas.

La creatividad se aprende solo creando. Luego, lo realmente medular


de la enseñanza debe centrarse en el conocimiento como proceso; un
proceso de creación y de elaboración. El conjunto de conocimientos ya
elaborados y sistematizados que se entrega al estudiante debe considerarse
sólo como el punto de partida de la docencia.

Hay dos caminos pedagógicos, que idealmente se complementan


para llevar a la práctica este enfoque. Uno consiste en que estudiantes
realicen las mismas cosas que hacen los científicos y los humanistas:
investigar en laboratorios y en el terreno, intentar el desarrollo de teorías,
escribir ensayos, etc. Otro camino de igual importancia consiste en entregar
al estudiante una visión en profundidad de cómo otros individuos, con
mayor experiencia, desarrollan su labor creativa. Que conozcan el proceso
humano detrás de los logros en las ciencias y las humanidades que
aparecen descritos en los textos de estudio. Que tengan la oportunidad de
analizar a fondo los criterios que emplearon los creadores del conocimiento
para establecer prioridades entre los problemas que debían ser estudiados,
cómo problematizaron los fenómenos que veían, cómo dieron con la
metodología adecuada para encontrar respuesta a las preguntas que se
planteaban, y cómo, con frecuencia, tuvieron que reformular estas mismas
preguntas a medidas que trataban de solucionarlas. Que conozcan las
partidas falsas, las hipótesis erradas que había que descartar, hasta que,
1
Docente Investigador. Jefe programa de postgrado del Instituto de
Sociología. Facultad de Ciencias Sociales Pontificia. Universidad Católica de Chile.

Conferencia dictada en el Seminario “Innovaciones en la Enseñanza


Superior”. Spet 1983
casi diría de tumbo en tumbo, lograron acercarse a alguna solución que, en
un momento dado, parecía satisfactoria.

La manera de presentar los conocimientos en los textos y las clases


lectivas generalmente tiene muy poco que ver con la manera de cómo ellos
han sido producidos. La supuesta racionalidad pura de la ciencia se
encuentra no en el laboratorio, en el trabajo de terreno, o en el proceso
mental de creación de ideas, sino en el informe que posteriormente se
prepara sobre la investigación. Este es un texto reconstruido en que el
cientista en buenas cuentas actúa como literato. El verdadero proceso de
creación, dominado por intuiciones y corazonadas analógicas, e impulsado
por una excepcional capacidad imaginativa, se convierte en un proceso de
nitidez metodológica sólo en retrovisión.

Lamentablemente, es esta manera distorsionada, reconstituida, de


presentar el conocimiento la que tiende a predominar en la enseñanza,
cuando ella no está complementada con la información. Al alumno se le
enseña todo pulcramente organizada, sin cabos sueltos, siguiendo un rigor
sobrehumano las secuencias preestablecidas del método científico, hasta
llegar a la solución definitiva: “ quod erat demostrandum ”. De esta manera,
la ciencia y, en general, los conocimientos “oficialmente” reconocidos como
válidos, llegan a representar una forma de ortodoxia. La ciencia se convierte
en fenómeno autoritario y dogmático, precisamente por su racionalidad.

El espíritu dogmático y autoritario que es el legado de esta


presentación distorsionada de las actividades científicas (trátese de la
ciencia social o natural) se traslada con facilidad a los diversos ámbitos del
quehacer social. Los que adquieren sus conocimientos sólo a través de la
lectura de libros o de la exposición lectiva de sus profesores, fácilmente
llegan a creer que la ciencia tiene recetas seguras para resolver todos los
problemas del mundo. Pasan por la vida convencidos de que hasta los
asuntos más complejos y conflictivos podrían ser, en principio, resueltos por
el “método científico”, si no fuera por la actitud recalcitrante de los
ignorantes y los malintencionados. En otros términos caen en los vicios del
cientificismo, vale decir, en el dogmatismo pseudocientífico.

Cuando se incorpora la investigación en la enseñanza, se produce un


cambio radical en el sitio del pensamiento. Todo se pone en tela de juicio,
todo debe ser repensado. Nada ni nadie merecen confianza; el mismo
concepto de autoridad cambia de sentido. Este es un abismo psicológico
que el estudiante a menudo encuentra muy difícil de zanjar. Lo que en los
textos aparecía como algo absolutamente lógico, preciso, impersonal y
autoritario, a nivel de la investigación se convierte en algo intuitivo,
bastante desordenado e inseguro, y generalmente controvertido. Los
grandes y permanentes debates en torno a asuntos científicos dan
abundante testimonio de este hecho. Es casi imposible dar a conocer el
lego, tan impresionado por el poder de la ciencia establecida, las
confusiones, los errores y especialmente las motivaciones afectivas y juicios
de valor envueltos tanto en la creación del conocimiento como en su
aceptación y aplicación.

Los efectos de la investigación sobre el estilo del pensamiento no sólo


intelectuales o profesionales. Moldean al individuo como ente social. La
investigación es el método de enseñanza a vivir con la confusión y la
incertidumbre; a aceptar la coexistencia de soluciones alternativas porque
revela que todo conocimiento es sólo una aproximación, sujeta a distintas
interpretaciones; a ser consciente de la ambigüedad incluso de cosas tan
racionales como es la aplicación del método científico. Ayuda a reconocer el
sentido profundo de las palabras del escritor Romain Rolland: “La verdad no
existe. Existen sólo hombres que la buscan”. Estas palabras, que resumen la
esencia del espíritu de investigación, encierran no sólo un planteamiento
intelectual, reflejan toda una manera de ser.

En resumen, el cientificismo, dogmático y autoritario, y la ciencia


representan no sólo dos estilos opuestos de pensamiento, sino también dos
estilos opuestos de insertarse en la sociedad. Ellos son la consecuencia de
distintas maneras de adquirís el conocimiento o, mirado desde otro ángulo,
de distintas maneras de enseñar. Pero no se trata simplemente de los
métodos pedagógicos que formalmente se emplean. El estilo de
pensamiento que se inculca a los estudiantes está relacionado con el
concepto de “doble currículum”.

La gente aprende cosas muy diversas a través del proceso de


enseñanza. Adquiere determinadas destrezas e informaciones. También se
le instruye acerca de los valores, actitudes y tipos de comportamiento que
los educadores desean fomentar. Todas estas cosas constituyen el
“currículum manifiesto”, visible y oficial. Pero hay también un “currículum
oculto” o latente: son los conocimientos y los sentimientos que se inculcan
por medio de la manera de cómo se enseña y dependiendo del contexto en
que este proceso se realiza. Hay consenso casi general entre los expertos
acerca de que el currículum oculto tiene un efecto similar, a menudo incluso
mayor, sobre las ideas, valores y acciones del individuo que el currículum
manifiesto.

Al nivel del currículum manifiesto, ambos estilos pedagógicos, el


lectivo y el organizado en torno a la investigación, se basa en la misma
metafísica de la racionalidad. Aparentemente, también fomentan los
mismos valores, relacionados con el método científico de observación y
experimentación para conocer la realidad. Pero los currículos ocultos
transmiten mensajes muy diferentes. Organizar la enseñanza del
conocimiento como un dato, insistiendo, al mismo tiempo, en la racionalidad
formal del método científico desvinculado del proceso humano y social de la
producción de dicho conocimientos, predisponen, tal como lo he señalado,
al pensamiento autoritario, al dogmatismo y a la intolerancia. Este
fenómeno se ve reforzado por la relación jerárquica entre el profesor y el
estudiante que inevitablemente impone el sistema de enseñanza sin
investigación. Se forman así los caballeros andantes del cientificismo que
conocen la “verdad” como un paquete cerrado y que tienen una respuesta
“científica” para todos los problemas bajo el sol… y hay de los que
discrepan.

En cambio, el currículum oculto de la enseñanza centrada en el


conocimiento como proceso de búsqueda fomenta un estilo totalmente
distinto. Influye en ello también, igual que en el caso anterior, la relación
social entre profesor y el estudiante ya que, durante la investigación, la
relación jerárquica tiende a dar lugar a una relación intelectualmente más
igualitaria que se establece entre colegas que colaboran.

En los países relativamente modernos la gran mayoría de los puestos


de importancia, en los que se originan y toman las decisiones de
envergadura en lo económico, político y social, son ocupados por egresados
del sistema de enseñanza superior. Ellos constituyen en forma
preponderante las elites que encabezan y orientan las diversas instituciones
y procesos de la sociedad global. Luego el efecto de sus actitudes y de su
estilo de pensamiento afecta directa o indirectamente la vida de toda
población.

Es por eso que la decisión en cuanto al rol que se le asigna a la


investigación dentro de los currículos universitarios no es un problema
exclusivamente académico, es también un asunto social y político en el
sentido más profundo y estricto de la palabra. Por lo tanto, debe
considerarse como parte integral de una teoría de la sociedad.

Hay quienes piensan que asignar, dentro de la enseñanza, una


importancia tan crucial a la investigación y al análisis del proceso de
creación de conocimientos podría justificarse en el caso de las carreras
propiamente científicas y humanistas. No así en las carreras profesionales
en que la práctica consiste primordialmente en la aplicación de
conocimientos ya elaborados y no en la realización de investigaciones. Me
parece que esta distinción, tal vez justifica antaño, actualmente ya carece
de validez. La diferencia entre estos dos tipos de actividades ya no es tan
grande y taxativa. Las viejas tecnologías están siendo permanentemente
transformadas por los avance en la ciencia; y las ciencias básicas dan origen
a tantas aplicaciones de uso corriente que muchos científicos de hecho
trabajan como profesionales, en la solución de problemas prácticos. Son los
mismos progresos de la ciencia que estrecharon la distancia entre ella y las
profesiones. Siendo esto así, el estudiante debe estar capacitado no sólo
para la aplicación práctica de los conocimientos que adquiere, sino también
para la innovación. Es posible que el énfasis en la investigación como
método pedagógico sea algo distinto en las carreras científicas, las
humanísticas y las propiamente profesionales. También hay diferencias
inevitables a este respecto entre la enseñanza de pre y de post-grado. Pero
creo que la tesis central es igualmente válida para todos los casos.

De los planteamientos recién expuestos se puede deducir ciertas


conclusiones acerca de la estructura universitaria. Quisiera referirme muy
brevemente a una de ellas. No basta, en palabras del profesor Francisco
Claro, que los que enseñan en la universidad sean simplemente estudiosos
y eruditos, una especie de esponjas que absorben conocimiento de los libros
para luego derramarlos sobre los estudiantes, pobres víctimas de esta
metodología. Para fomentar el estilo de pensamiento propiamente científico
y humanístico, a diferencia del cientificismo, es preciso que el profesor
tenga la vivencia de haber realizado investigaciones, que él mismo
partícipe, aunque sea en forma modesta, en la aventura de la creación de
conocimientos. Para ello las universidades necesitan contar con una
proporción cada vez mayor de profesores de dedicación completa. A veces
se argumenta que el costo que representa para la universidad mantener un
número elevado de profesores de este tipo es superior a los beneficios, si
estos últimos se miden por el aumento de investigaciones exitosamente
concluidas, por el número de libros o de publicaciones en revistas de
circulación internacional, etc. A luz de nuestro análisis previos se advierte
que este argumento toma en cuenta sólo una parte limitada de los
beneficios que aportan las investigaciones realizadas por el estamento
académico. Ciertamente, los conocimientos directos que se puede obtener
gracias a ellas son de mucho valor. Pero igualmente importante es el otro
beneficio de producen en forma indirecta, vía los estudiantes. La efectividad
de los profesores-investigadores de dedicación completa debe evaluarse no
sólo a base de los resultados inmediatos de sus investigaciones, sino
también por la contribución al conocimiento que sus actuales estudiantes
harán en el futuro. Se podría aventurar la hipótesis que mientras los
beneficios directos de la investigación crecen en forma más o menos
proporcional al aumento del número de profesores-investigadores de
dedicación completa los efectos indirectos crecen en forma exponencial. Yo
creo que éste es el criterio que debe orientar el pensamiento da las
autoridades universitarias.

Al concluir esta exposición sólo me queda por recalcar que todos los
planteamientos que acabo de hacer, no obstante el tono a veces categórico
con que han sido presentados, son apenas sugerencias que deben ser muy
matizadas en la práctica. Estoy consciente de que hay una gran diversidad
de opiniones en cuanto a los métodos más adecuados para realizar buena
docencia, y todas ellas tienen asidero en algunas experiencias concretas. Lo
único en que sí deseo insistir una vez más es que el rol que desempeña la
investigación en la docencia no puede ser analizado en términos
exclusivamente pedagógicos. Cientificistas versus ciencia es un asunto cuya
implicancia se proyectan directa y decisivamente sobre el campo social y
político. Hay una relación dialéctica entre estilo de pensamiento que
predomina en las elites educadas y la estructura y procesos institucionales
de la sociedad. Este es, por lo tanto, el contexto en que el problema que nos
preocupa debe ubicarse. El presente trabajo no pretende sino contribuir
unas pocas ideas a un análisis en ese nivel.

Gracias por vuestra atención.

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