Gilles Lipovetsky (capítulo 7 de La felicidad paradójica) INTRODUCCIÓN
Penia (personificación en la mitología griega de la
pobreza y la necesidad) es la metáfora que Lipovetsky emplea para afirmar que el descontento y la decepción son elementos que, como un fantasma que no se va, permanece a menudo como telón de fondo del bienestar alcanzado por el consumo. La ‘felicidad comercial’ propagada por la promoción del consumo no suprime las múltiples críticas al consumismo.
Religión, doctrinas políticas, racionalismo
económico, aristócratas elitistas y teóricos marxistas no dejan de cuestionarlo. DE LA DECEPCIÓN
¿Porqué frente al creciente bienestar material el homo
consumericus no se siente satisfecho? ¿Porqué el ciudadno de países ricos se siente frustrado?
Tesis de un economista (Scitovsky):
Es inevitable el conflicto entre el placer y el confort, ya que el segundo no puede ser total si se quiere sentir el primero. De ahí el dilema que se le plantea al consumidor. O el placer en detrimento del confort o el confort en detrimento del placer.
No confundir la búsqueda del placer con la evitación del
sufrimiento.
Nuestra vida confortable es pobre en satisfacciones positivas.
positivas DE LA DECEPCIÓN
Albert Hirschman:
A mayor deseo de proximidad emocional, más intensa
es la decepción.
Para Hirschman la decepción sería un elemento
consubstancial a la naturaleza humana: todo se vuelve trivial con el acostumbramiento. Placer: bienes no-duraderos e infinitamente renovables.
Según Hirschman los ‘bienes realmente no duraderos’
aportan placeres intensos e infinitamente renovables (comer y beber, p.e). Después dan un confort sin alegría. Los bienes duraderos no causan decepción, simplemente indiferencia. Esto es tangible en el uso de servicios, pero también es un termómetro para medir las tendencias del comportamiento colectivo.
Se nota menos el hastío con las mercaderías en la
medida en que éstas se estructuran por la lógica de la moda y la novedad. Los nuevos vectores de la decepción
La multiplicación ad infinitum de las fuentes de
información, su velocidad y el bombardeo publicitario no llevan sin embargo a desaparecer la decepción. Los bienes (o servicios) públicos tienden a causar más decepciones que los privados. La vida pública se hace menos soportable. En la fase III del consumo el descontento se proyecta más hacia lo cultural (televisión- basura, reacciones ante el arte, p.e.) mientras en la fase II se dirigía más hacia los objetos materiales tangibles (calidad). Los nuevos vectores de la decepción
En sociedades tradicionales había (hay) mucha
pobreza con una vida material difícil y accesos de temor y furia (obsesión con la carestía, miedo a morir de hambre, revueltas) pero con una gran sumisión al orden cultural establecido.
Ahora esa situación parece invertirse: a mayor
satisfacción de necesidades materiales, mayor decepción cultural. Vida profesional, vida sentimental, vida fracasada
Quizá el consumo no sea el mejor lugar para estudiar la
decepción postmoderna. Se presenta quizá con más claridad en la vida profesional y la vida afectiva. La desregulación del empleo y la flexibilidad de los mercados (como veremos en el texto de Richard Sennett) generan una ola de sentimientos de inseguridad y de dudas sobre sí mismo. En la medida en que las identidades sociales se han ido destruyendo así como las culturas de clase, todo remite a la responsabilidad individual: los reveses se sienten como ineptitud propia y fracasos personales. La época ve consolidarse la individualización del fracaso social. DESEOS, FRUSTRACIONES Y PUBLICIDAD. La publicidad prometeica
La historia de la publicidad está estructuralmente unida
a la del consumo masivo.
La publicidad se presenta como un dispositivo
esencialmente modernista. Se ha pensado a la publicidad como una señal de empoderamiento de la sociedad, de una capacidad para decidir sobre sí misma. Así en las fases I y II la publicidad es vista como un poder prometeico y constructivista, comparable a los proyectos políticos revolucionarios. La ampliación del dominio publicitario En la fase III ese dominio permanece. Actualmente sólo el 30% de la inversión en comunicaciones de las empresas se dirige a publicitar productos (o servicios). La mayor parte se destina a campañas de promoción, a marketing directo y personalizado, sponsoring, a comunicación corporativa, mecenazgo, responsabilidad social, etc.).
La inversión publicitaria mundial crece más rápido que el PBI, igual
que el de los EstadosUnidos.
Ahora se trabaja en un mercado planetario de la denominada
mercancía-espectáculo.
Promueve menos productos que ‘ideas’, ‘experiencias’ o ‘principios’ a
través de marcas. La ampliación del dominio publicitario En la fase III la publicidad se introduce en todos los rincones de la vida.
Se establece una especie de ‘tiranía de la belleza’, lo
cual ocasiona trastornos de ansiedad y de imagen corporal, sin contar la proliferación de ‘comida chatarra’.
Este auge publicitario se acentúa en particular con la
digitalización, pues la inversión publicitaria en Internet ha superado a la televisiva superado a escala mundial. La ilusión de omnipotencia
Hay quienes consideran a la publicidad actual como un
‘fascismo cultural’, un dominio mental totalitario. Según el autor hay que rechazar esta idea pues el consumidor conserva cierto poder de decisión (no es ‘hipnotizado’).
Esto no impide que prolifere el consumo compulsivo y
en muchos hogares haya un sobreendeudamiento. Fenómeno patente con en el uso extendido de tarjetas de crédito y en la hegemonía del capitalismo financiero. La ilusión de omnipotencia
No obstante, los niveles de ahorro siguen siendo
relativamente altos. La inquietud por el futuro, la incertidumbre por el trabajo, la necesidad de ahorro para imprevistos y la financiación de las jubilaciones tienen más peso que las incitaciones publicitarias.
Después de todo, las grandes ideologías y las religiones
han tenido más éxito en volver ‘locas’ a las sociedades. La publicidad-reflejo ¿TRAGEDIA DEL SOBRECONSUMO?
No debe haber un enfoque ‘trágico’ del consumo, como
si estuviésemos hipnotizados. No hay un ‘horror’ consumista puesto que no necesitamos cosas o seres con cualidades excepcionales para sentirnos satisfechos.
El placer y la comodidad son posibles fuera de lo más
bonito o lo más caro. Prima la adaptación de la intensidad de las aspiraciones a las circunstancias vividas. La carencia, la acción y los demás
A pesar de los deseos de mayor poder adquisitivo, lo
que acarrea las mayores alegrías y las peores desgracias no son las cosas, sino la relación consigo mismo(a) y con lo(a)s demás. El ideal humano no se reduce a comprar o con seguir cosas, sino en producir, crear, luchar, transformar, para lograr una imagen positiva de sí mismo(a). La obsesión consumista no ha aniquilado la exigencia antropológica de hacer, que es una fuente de autoestima t reconocimiento social.