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TEMA I - Los Paradigmas Historiográicos de Hans Küng
TEMA I - Los Paradigmas Historiográicos de Hans Küng
El teólogo católico – evangélico Hans Kung, ha escrito una obra de historia del cristianismo
denominada “Cristianismo. Historia y esencia”, en la cual ha utilizado el instrumento de análisis
denominado “los paradigmas” historiográficos.
Paradigma:
En un sentido amplio, un paradigma es una teoría o conjunto de teorías que sirve de modelo a seguir para
resolver problemas.
Es un instrumento para entender el desarrollo de una disciplina científica en su desenvolvimiento histórico
y teórico.
Existen diferentes tipos de paradigmas en diversas áreas del conocimiento, tales como la filosofía, la
historia, la educación, la lingüística, las ciencias o la programación, etc.
Paradigma social
Paradigma social son todas las creencias, términos, percepciones, actitudes y prácticas que caracterizan a
una comunidad, forman su percepción de la realidad y los ayudan a organizarse socialmente. Este término
fue creado por el físico y filósofo Fritjof Capra (1939).
Los paradigmas sociales suelen ser estables en el tiempo, son difíciles de cambiar y además pueden variar
de una comunidad o sociedad a otra. Esto significa que lo que para un grupo es aceptable socialmente, para
otro grupo puede no serlo.
Los paradigmas sociales ayudan a moldear las normas o pautas de comportamiento de un grupo, pero
también pueden generar desigualdad, discriminación o prejuicios.
Con este instrumento, el teólogo Kung presenta e interpreta las grandes etapas de la historia del
cristianismo, veamos cuáles son y a qué corresponden:
Según Hans Küng, el cristianismo surge en un paradigma muy particular, el del judaísmo del primer
siglo. Este paradigma se caracteriza por la creencia judía apocalíptica en el fin del mundo, en la
lucha por la liberación de la tierra, en la esperanza de un mesías y la necesidad de fundamentar la fe
en el Resucitado en un texto sagrado, la Biblia Hebrea.
No es un paradigma definitivo. No es que los cristianos debieran siempre ser judíos. Küng
considera que el cristianismo judío fue una etapa superada, con aspectos positivos y negativos con
los que el cristianismo debe jugar en su momento.
Pero los tiempos cambian. El cristianismo brota en un mundo que ya no es judío. Su teología es
desafiada por imágenes y metáforas que desconocía. Conceptos como los del Bien, lo Verdadero, lo
Bello y lo Justo, heredados de la filosofía de Platón desafían la constelación simbólica del
judeocristianismo primitivo. Pero también creencias como las sabidurías divinas, los espíritus
celestiales y los conocimientos secretos proponen nuevas maneras de religarse a la divinidad. Cultos
muy diversos. Filosofías muy atractivas.
Por esto la fe tiene que proponerse en categorías de la filosofía griega para hacerse entender y
también alimentarse de la cultura. Aquí aparecen pensadores como Ireneo, Tertuliano, Clemente y
Orígenes. Ellos traducen la fe apocalíptica de Palestina a un reino cosmopolita.
Küng considera que el cristianismo helenista tiene su origen en San Pablo y culmina en Orígenes de
Alejandría. Este último, nos dice el pensador suizo, es la mente más brillante que ha producido la fe
cristiana en la antigüedad.
Mediante Pablo, la misión cristiana a los gentiles (que existió antes y al mismo tiempo que
la suya) obtuvo, en contraposición a la judeohelenista, un éxito sensacional en todo el
imperio (¿hasta España?).
Mediante él se llegó a una auténtica inculturación del mensaje cristiano en el mundo de
cultura helenista.
Mediante él, lo que era una pequeña «secta» judía devino en una religión universal por
medio de la cual, como ocurriera anteriormente con Alejandro Magno, Oriente y Occidente
se conectan estrechamente.
Según Küng, el centro de la reflexión cristiana empieza a desplazarse del mundo judío al griego. Y
así surgen temas teológicos ajenos a la mentalidad apocalíptica: la vincularidad entre las tres
personas de la Trinidad, la relación entre la humanidad y la divinidad de Jesús, la existencia de Dios
antes del inicio de los tiempos.
Los cristianos son tachados del delito de lesa majestad, de alta traición o de insurrección contra el
Estado. Son llevados al circo y quemados como espectáculo. Muchos de ellos mueren declarando
que Jesús es el Señor y no el César.
Entre ellos se destacan personajes de ambos sexos como Ignacio, Policarpo y Justino, Blandina,
Perpetua y Felicidad. Así se dio un sentido más profundo a la palabra griega Mártir (testigo): testigo
con su sangre, por dar sus vidas en testimonio de Jesús. Sin embargo, muchos otros abandonaron la
fe por temor a perder la vida o ser perjudicados.
Con el paso del tiempo, el cristianismo se encuentra con el poder imperial. Con esto nace el tercer
paradigma, católico-romano de la Edad Media. El emperador Constantino hace de la fe cristiana su
arma ideológica para dominar al pueblo.
Algunos huyen al desierto y fundan la vida monacal. Ciertos creyentes se vuelven fieles defensores
del emperador. Otros, sin ser ni monjes ni servidores imperiales, buscan la manera de interpretar la
realidad histórica en la que están viviendo y proponen teologías que enfrentan preguntas de la
época, como la caída de Roma, el sentido de la historia y la realidad de la salvación.
Según Hans Küng, Agustín es el padre del paradigma católico-romano medieval, pues acuña como
ningún otro teólogo la teología y espiritualidad del lado occidental del imperio, escrita en latín y en
solidaridad con Roma. Entre las obras más importantes de Agustín se encuentran Las Confesiones y
La Ciudad de Dios. Muchos de sus mejores escritos surgen de sus controversias teológicas con
diferentes cristianos.
En cuanto a la relación entre la fe y la razón, Tomás dice que hay verdades que están al alcance de
la razón, de las cuales se ocupa la filosofía. Pero hay otras verdades más allá de la razón, y de ellas
se ocupa la teología.
Hay verdades que son reveladas, pero que la razón puede ayudar a demostrarlas. La razón ayuda a
comprender de una forma completa las cosas que se aceptan por la fe. Así, la filosofía no es una
amenaza para la fe, sino un instrumento para la confianza.
Como señala Küng, el reconocimiento de la filosofía como una “hija de Dios”, tiene un cambio
liberador en la teología:
De esta forma, Tomás de Aquino permite una revaloración de la teología. Ahora la fe dialoga con la
razón. Se interpreta la Biblia desde un sentido histórico y literario y no solamente espiritual. Se le
da importancia a la naturaleza. Se reconoce que todas las personas tienen un derecho natural. Todos
son seres humanos, no solamente los cristianos. Y enfatiza que la mujer es creada, como el hombre,
a imagen y semejanza de Dios.
Küng, a quien se le considera el más protestante de los católicos, valora con fuerza el surgimiento
de la teología de Lutero. El suizo considera que el debate del reformador alemán contra la IGlesia
puede resumirse en los siguientes factores:
A todas las tradiciones, leyes y autoridades surgidas en el curso de los siglos, Lutero contrapone el
primado de la Escritura: «la Escritura sola» (sola Scriptura).
A los miles de santos y miles y miles de mediadores oficiales entre Dios y el hombre, Lutero
contrapone el primado de Cristo: «Cristo solo» (solus Christus). Él es el centro de la Escritura y, por
consiguiente, punto de orientación para toda la interpretación de la Biblia.
A todas las prestaciones y esfuerzos religiosos devotos del hombre («obras») ordenados por la
Iglesia para conseguir la salvación del alma, Lutero contrapone el primado de la gracia y de la fe:
«la gracia sola» (sola gratia) del Dios benigno, como se ha mostrado en la cruz y resurrección de
Jesucristo, y la fe incondicional (sola fide) del hombre en ese Dios, su confianza absoluta.
La Reforma, dice Küng, tuvo muchos aspectos liberadores, pero también sus puntos problemáticos.
Lutero, como se sabe, fue defendido por algunos príncipes alemanes. En este sentido, les debía
alguna lealtad. Esta la pagó Lutero al permitir que los grupos de radicales de la reforma, liderados
por Thomas Müntzer, fueran aniquilados y maltratados en nombre de la fe cristiana. En lugar de
someterse al Papa, la iglesia de Lutero fue sometida al Estado. Esto empoderó políticamente a los
príncipes alemanes, dándoles el control no sólo de la iglesia sino también de la población mediante
una importante justificación religiosa. Como señala Küng, “el príncipe regional terminó por
convertirse en algo así como un Papa en el territorio propio”.
También valora en sentido positivo a Juan Calvino como sistematizador del protestantismo. Pero
reconoce la fuerza dictatorial que se esconde bajo sus imposiciones en ginebra. Küng nos recuerda
que el gran sistematizador protestate dirige durante varios años la ciudad reformada de Ginebra en
Suiza. Su estilo de vida rígido y sus doctrinas académicas se van volviendo la ley de aquella
comunidad. Una ley que llega a ser muy dura. Acaba con la vida de quienes reclaman la diferencia.
Este es el caso de Miguel de Servet, un médico y teólogo que había dicho que la Trinidad era un
monstruo con tres cabezas e insistía con fuerza en la unidad de Dios. Servet estaba siendo
perseguido por la Inquisición Católica y llegó a Ginebra en busca de refugio. Pero Calvino ordena
que lo decapiten:
“No se puede obviar la constatación de que también en la Ginebra reformada hay, como antes bajo
la dominación de Roma, Inquisición, torturas y muerte por el fuego, hay terribles quemas de brujas,
a pesar del aborrecimiento de muchos contemporáneos, que eran contrarios a la quema de herejes…
el jurista Calvino, con su interés especial por el orden eclesiástico y derecho eclesiástico, sucumbió
con demasiada frecuencia al peligro de equiparar su concepción del orden de una comunidad con el
orden de Dios mismo” (Küng).
De este modo se abre el paso a la reflexión de la fe no sólo desde la aceptación sino también desde
el cuestionamiento, que Küng valora como positivo. Ahora se puede reflexionar la Escritura a partir
de la razón. Así se logra superar la concepción tradicional de una inspiración literal, “casi
mecánico-mágica de la Biblia”, en favor de una hermenéutica universal que se pregunta por los
autores, contextos y situaciones en que se escribió cada uno de los textos.
Küng nos recuerda que el protestantismo, con teólogos como Schleiermacher, Rudolf Bultmann,
Paul Tillich, se venía abriendo desde hacía tiempo al pensamiento moderno. No así sucedía con el
catolicismo oficial, anquilosado en dogmas del siglo XIX impulsados por el Concilio Vaticano I en
1873.
Pero el Concilio Vaticano II, al que Küng tiene el privilegio de asistir como secretario, es diferente,
pues abre las puertas para el diálogo con otras iglesias, reconociéndolas como “hermanas”. Este
encuentro permite la participación de observadores oficiales de Iglesias no católicas y así amplia la
discusión en torno a la unidad de los cristianos del mundo. Se concluye que lo más importante es
que la fe cristiana sea puesta en práctica por los miembros de las diferentes Iglesias. La verdad del
cristianismo no es una doctrina abstracta, sino espíritu y fuerza, realidad y vida. Esta verdad se
manifiesta con tanta mayor claridad cuanto mejor la vivamos. Una verdad cristiana cuyo núcleo es
el amor.
Sin embargo, los detractores o revisionistas del Concilio llegan al poder en la Iglesia Católica. Estos
se oponen a sus consecuencias teológicas y eclesiológicas. Küng es uno de los teólogos juzgados
por estas perspectivas. Le quitan las cátedras oficiales, pero no le pueden quitar el sacerdocio, ya
que Küng no comete ninguna falta moral. Por esto continúa como teólogo católico hasta su muerte
y se concentra en el instituto para la ética mundial, defendiendo la tesis de que “no hay paz en el
mundo si no hay paz entre las religiones, y no hay paz entre las religiones si no hay diálogo entre
las religiones”. De allí que se vuelque a defender el diálogo ecuménico e interreligioso de cara a la
construcción de una sociedad común basada en los derechos humanos y en el reconocimiento del
otro. Este teólogo abre paso a un nuevo paradigma.
Como asegura Küng, los paradigmas producen sistemas de pensamientos. Estos sistemas corren el
peligro de convertirse en prisiones, de encerrarse en sí mismos y no mirar a la realidad. De allí que
sea necesario conocer la época en la que estamos y pensar la fe desde nuevas categorías. Esto es lo
que hace en sus libros “Ser cristiano” “ ¿Vida eterna?” y “Credo”. Allí Küng plantea una relectura
de la fe de cara a las críticas que hacen la filosofía, la historia y la ciencia. Pone en juego la
convicción que atraviesa el tiempo y logra afirmar, desde una óptica crítica: “yo creo”.
https://teounder.com/2021/04/24/hans-kung-una-mirada-critica-de-la-historia-cristiana/