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Libro - Generación Del 27 - González Briz 2011
Libro - Generación Del 27 - González Briz 2011
Índice
1. Introducción………………………………………………………………..4
Introducción
de 1927”, para detenerse en la recepción crítica que sus respectivas obras suscitaron en
Uruguay y en las relaciones literarias que entablaron con escritores de la región. El
resultado pone en evidencia un contacto estrecho y productivo entre Uruguay y España
en el período, del que la poesía es apenas un territorio privilegiado, pero no el único. Sin
embargo, ni Salinas ni Cernuda visitaron nunca el Uruguay; el contacto se produce
gracias a la circulación fluida de libros y revistas, las mutuas lecturas, tanto como a la
posibilidad de correspondencia. Pero en los años treinta del pasado siglo, el factor
político estrechará más que nunca los vínculos: Segunda República, Guerra Civil y
derrota republicana agudizaron en pocos años la atención prestada por los
hispanoamericanos hacia lo que ocurría en España, y el interés mezcló a menudo la
política y el arte, en un registro de “engagement” que gozó de gran fuerza en esa
década. La presencia de tantísimos hispanoamericanos en el territorio español en días
republicanos y durante la Guerra Civil, fue asimismo un factor preponderante de
acercamientos. A partir de 1939, el exilio español, como se sabe, tuvo en
Hispanoamérica el destino más frecuente. Después de México, fue Argentina el país que
recibió mayor número de integrantes, pero Uruguay, a escala de su pequeño territorio y
población, abrió las puertas a muchísimos exiliados de todas las profesiones y oficios. 1
El impacto de la permanente inmigración y exilio español en el área literaria durante el
siglo XX ha sido materia de un estudio anterior (González, 2008). De los miles que
llegaron, muchos eran escritores o artistas, pero es indudable que la huella más señalada
y perdurable que se registra en los años 30 es la de José Bergamín, quien vivió durante
años en Uruguay, y la de Rafael Alberti, radicado en Argentina durante dos décadas,
quien veraneaba en las costas uruguayas y era asiduo visitante de Montevideo,
conferencista y colaborador en la prensa periódica. Además de relevar esos contactos,
los últimos capítulos del libro intentan acercarse a la poesía albertiana, buscando en ella
las marcas del exilio.
Una presencia no menos querida en Uruguay fue la esposa de Rafael Alberti, la
también escritora María Teresa León. Trazaremos el recorrido humano e intelectual de
María Teresa durante sus años rioplatenses, sólo muy recientemente atendido por sus
biógrafos. Y así como Góngora sirvió de territorio común para el comienzo de estas
indagaciones, Cervantes servirá para cerrarlas, porque unas notas cervantinas de Rafael
Alberti y María Teresa León darán lugar a repensar el problema de la autoría y la
1
Véase Schwarzstein, Dora. Entre Franco y Perón. Barcelona: Crítica, 2001
5
colaboración, pero también la posibilidad de recuperar los intereses vigentes en los años
cuarenta en torno a la figura y la obra de Cervantes permiten acercarnos desde otro
ángulo a la producción tardía de la “Generación del 27” y a sus preocupaciones.
II
La encrucijada de entresiglos
2
En su Antología poética en honor a Góngora, Madrid, Alianza, 1979 (1ª ed. 1927), Gerardo Diego
considera al siglo XIX español como “totalmente refractario a Góngora” (52).
3
De hecho, hasta donde sabemos, no ha sido revisado en conjunto, el interés de los ultraístas españoles,
de Juan Ramón Jiménez y –con menos fervor– de los escritores de la llamada “generación del 27” por
Herrera y Reissig. Sobre el último punto puede decirse, al menos, que Rafael Alberti, Federico García
Lorca, Luis Cernuda, Gerardo Diego y brevemente Pedro Salinas, han dedicado alguna nota, y hasta
algún poema al uruguayo. Una guía imprescindible para estas relaciones es la poblada bibliografía de
Ángeles Estévez en el volumen de Poesía completa y prosas, de Julio Herrera y Reissig (1998).
8
excusa» Antonio Machado, con la protesta y casi el insulto (para el poeta) Valle-
Inclán” (Alonso, 1955).
En cambio, para los ultraístas, Góngora había representado un ideal estético que
aunaba el poder innovador y transgresor del lenguaje a la preeminencia de la metáfora,
por lo que lo convirtieron en el paradigma de la pureza poética y de la
antirreferencialidad. Algunas revistas ultraístas nacen en España –según afirma Emilio
Carrilla– “bajo el signo de Góngora (Carmen, Lola, Verso y Prosa)”, mientras que, en
Argentina, “la revista Libra parecía apuntar en simpatía –a juzgar por aquel excelente
primer número– hacia el poeta español” (Carrilla, 1946).
Con el tiempo, el propio Dámaso Alonso se encargaría de rever lo equívoco de
este deslumbramiento, al destacar que la poesía de Góngora “está apoyada sobre un
proceso lógico normal”, y bastante lejos de la pura ocurrencia arbitraria y
antiargumental que ellos creyeron ver en los entusiastas años de juventud (Alonso,
1955). Si finalmente el ultraísmo tiene en su haber la liquidación del modernismo, en
sus inicios abreva –como aquel– en los poetas franceses finiseculares, especialmente en
Verlaine y Mallarmé. Por esta vía el rescate de Góngora sobrevive desde el modernismo
hasta el ultraísmo, para llegar intacto y aun fortalecido, a la “generación del 27”.
moderna en el siglo XX, la poética de Mallarmé resultó clave y definitiva para “leer” a
Góngora con otros ojos (Sánchez Robaina, 1993).
Parece bastante claro, entonces, que la lectura devota y la escritura trazaron sus
caminos imperceptibles anticipándose a las disputas críticas. Rubén Darío menciona a
Góngora en las “Palabras Liminares” a Prosas Profanas (1896) y hay algunas
referencias directas e indirectas en algunos versos, homenajes o préstamos que estudió
Arturo Marasso, señalando que la simpatía por el gongorismo y cierta asimilación de
este con el simbolismo, eran manifiestas en los poetas franceses de fines del XIX que
influyen en Darío, como Verlaine y Moréas, aunque nunca predominantes. Lo mismo
ocurriría en Darío (Marasso, 1954: 230).
Sin embargo, leída en conjunto la poesía de ambos, puede afirmarse que el
gongorismo encuentra en la época, y en el campo de las letras hispanas, un campo más
fértil de incidencia en el poeta uruguayo Julio Herrera y Reissig (1875-1910) que en el
propio Darío. Herrera había leído a Verlaine, a Mallarmé, se había visto tentado por la
imitación de Samain, entre una larga hilera de poetas parnasianos y simbolistas
enumerados maniáticamente en carta a Edmundo Montagne, del 1º de junio de 1902 (en
Herrera, 1998: 817). El montevideano había recibido, también, el poderoso influjo que
Darío sembró en toda la poesía de habla hispana. Quizá lo que tiene Herrera de
gongorino sea también consecuencia secundaria de la admiración de Verlaine, sumada
al descubrimiento de las innovaciones que, entre otras, Mallarmé imprimió a la sintaxis
poética. Tampoco debe descartarse el conocimiento temprano de la poesía de Lugones
en el “efecto” que alcanza el verso de Herrera, en ocasiones parnasiano, a menudo
simbolista, por momentos “gongorino”. 4
Por la asimilación casi simultánea de estas lecturas, por su propio temperamento
volcado exclusivamente a la poesía y al cultivo de un refinamiento casi siempre
esteticista, Herrera y Reissig estaba llamado a llevar el lenguaje modernista hasta el
4
La relación entre la poesía de Herrera y Lugones dio lugar a una extensa polémica en la que
intervienen Rufino Blanco Fombona, acusando a Lugones de imitar a Herrera (Prefacio a Los peregrinos
de piedra, de J. Herrera y Reissig, París, S/f, 1913). José Pereira Rodríguez sale a la defensa de Lugones
en Una audacia de Rufino Blanco Fombona. Salto: Imprenta Margall, 1914. (y luego en “El caso
Lugones-Herrera y Reissig”, en Repertorio Americano. San José de Costa Rica: t. XI, nº 1, 7 de setiembre
de 1925: 10-11 y otros). Por un repaso de la cuestión, véase “La vieja querella entre Herrera y Reissig y
Lugones”, Jorge B. Rivera, en Brecha, Montevideo, 26 de junio de 1992: 23. El pleito Lugones-Herrera
así como la polémica entre Guillermo de Torre y Vicente Huidodro han sido resumidos y estudiados por
Vicente Granados y Ángeles Estevez en “Modernismo versus Creacionismo”(en Herrera y Reissig: 1998:
932).
10
5
Borges definió la lírica de Herrera como “la subidora vereda que va del gongorismo al
conceptismo”. El antigongorismo borgiano que, en buena medida, fue una reacción contra el ultraísmo y
el creacionismo, le impidió el gusto por Julio Herrera, pero detectó en la obra del uruguayo un eslabón
para el despliegue de la metáfora del que harían caudal las vanguardias. Por otra parte, los más
importantes poetas de la llamada “generación de 1927”, tan seducidos por Góngora en sus inicios,
reconocen el deslumbramiento frente al primer contacto con la poesía de Herrera y Reissig. Las huellas
gongorinas en Herrera bien podrían trazar una línea de afinidades que, teniendo como eje a Góngora y
pasando por Francisco Villaespesa y Juan Ramón Jiménez, lo une a los poetas del 27.
11
6
Aunque se trate de casos posteriores, puede aplicarse aquí la hipótesis que antes se mencionó
de Sánchez Robaina, para quien Guillén y Ungaretti leen a Góngora a través de Mallarmé. Robaina
considera que en la poesía moderna es imposible a los poetas sustraerse de esa forma de lectura. Ver “Un
debate inconcluso (Notas sobre Góngora y Mallarmé)” (Sánchez Robaina, 1993: 57-74).
7
Se trata de “Conceptos de crítica I” y “Conceptos de crítica II”, artículos aparecidos en La
Revista, Montevideo, año I, t. I, nºs. 5 y 7, 20 de octubre y 20 de noviembre de 1899: 139-150 y 208-221,
respectivamente. Director Julio Herrera y Reissig (Herrera, 1998).
12
crítica ecléctica que juzgue sin preconceptos, teniendo en cuenta que el arte es
“expresión del estado social, la epidermis que revela el estado de adolescencia o
decrepitud de los pueblos: en el charco: inmoralidad; en el convento: estagnación; en
el hacha revolucionaria: incendio; en el renacimiento: ascensión; en las decadencias:
orgías” (Herrera, 1998: 552). Para comprender el arte de su época, Herrera se detiene a
repasar los momentos de “crisis” del arte, que corresponden a sociedades
“crepusculares”. El juicio es, en principio, adverso: “La demencia imaginativa, la
frivolidad pasajera, el oropel de mal gusto, la fraseología insustancial y el desaguisado
de construcciones raras y atrevidas fueron los frutos de esa demagogia artística que le
arrebató los lauros al genio” (Herrera, 1998: 554). Saltando épocas llega a la crisis del
arte renacentista, donde, dice:
programa en el que, da algún modo, entra lo que Herrera llamó “la teoría gongoriana”
del arte (Herrera, 1998: 558).8
8
Américo Ferrari entiende que este juicio de Herrera sobre la poesía de Góngora –“una visión
que cambia de forma a cada momento, como una serpentina en medio de la sombra”– es el modelo al que
él mismo aspira en la expresión poética (“El modernismo de Julio Herrera y Reissig”, en Herrera y
Reissig, 1998: 1009).
14
por el signo y por el sonido,9 es tan fuerte como la que Herrera siente por presentar una
realidad encubierta, al modo gongorino, si bien pocas veces la pieza herreriana pierde el
contacto con una “realidad”, sea esta sensible o espiritual.
El juego encubridor de Herrera es bastante evidente, y a veces pueril, en los
sonetos de Los peregrinos de piedra o El teatro de los humildes, como puede
ejemplificarse en algunos versos de “La casa de la montaña”:
En un bostezo de horror,
tuerce el estero holgazán
Su boca de Leviatán
Tornasolada de horror...
o
Ríe el viento confidente
Con el vaivén de su cola
Tersa de gato de Angola,
Perfumada y confidente...
El mar inauditamente
Se encoge de sumisión,
Y el faro vidente, en son
de taumaturgas hombrías,
Traduce al torvo Isaías
hipnotizando un león.
9
Considérese el método de trabajo de Herrera en sus cuadernos manuscritos. El primer esquema
del poema consistía en anotar una serie de rimas y luego agruparlas de acuerdo a campos semánticos.
15
Roberto Ibáñez se aplicó con rigor a desentrañar los pasajes más herméticos de
“Tertulia lunática” (Ibáñez, 1975), buscando correspondencias de sentido enmascaradas
en la sintaxis abstrusa, donde otros críticos, como Sabat Ercasty, se habían rendido,
afirmando que “ningún análisis ni penetración lógica [valían] la pena intentar en estas
alucinaciones”.10 Ibáñez considera estos versos:
Un crítico había visto en ellos “un gato estrangulado” y otro “un gato poeniano
[...] que intenta simultáneamente un enlace con los astros y el gratuito y repugnante
10
Citado en Roberto Ibáñez, 1975
16
11
Loc. cit. Ibáñez se refiere a interpretaciones desacertadas de críticos anteriores, pero no
menciona los nombres ni la fuente.
12
Impromptu: Composición de forma libre. Improvisado.
13
En este poema se usa esa retórica del artificio para atenuar/ desformar sugerencias eróticas, se
“culturiza” el instinto: “gemí en tu casta desnudez rituales/ artísticos de eróticos fervores” (Luna de
miel).
17
aparecer en Herrera: “Él ordeña la pródiga ubre de la montaña/ para encender en oro el
pobre altar de pino” (“El cura”).
4) Siguiendo este mismo sistema, a menudo la metáfora está radicada en el verbo: “El
céfiro delinque en los olfatos” (“Octubre”); “Llovió. Trisca un sol convaleciente” (“El
almuerzo”); “Vibra el chasquido de su adiós violento” (“El enojo”); “La tarde suda
fuego” (“Canícula”). Alguna de las imágenes gongorinas siguen parecido sistema:
“Arde la juventud, y los arados/ Peinan las tierras que surcaron antes” (Góngora,
Fábula de Polifemo y Galatea, s/f: 24).
5) En la poesía de Herrera, los elementos comunes son enrarecidos, subjetivizados por
el adjetivo, generalmente antepuesto: “ecuménico amasijo”, “flamígera corte” (8),
“cromáticos ayes” (9), “elípticos galopes” (14).14 De paso se observa en Herrera la
predilección por los adjetivos esdrújulos, por los términos esdrújulos en general, incluso
por la rarísima rima esdrújula. Este régimen de adjetivo esdrújulo antepuesto es también
muy frecuente en el Polifemo y en las Soledades de Góngora: “astronómicos presagios”
(Soledad 1ª, 1939: 38), “náutica doctrina” (38), “émulo vago” (39), “próvida mano”
(Soledad 2ª: 70), “líbico desnudo” (Góngora, s/f: 31). 15 Y hasta podría advertirse un
gusto por los sintagmas que combinan un término esdrújulo antepuesto a uno grave,
independientemente de la función gramatical y muchas veces en el segundo hemistiquio
del verso.16
Queda anotada la necesidad de explorar más las coincidentes elecciones de
algunos términos entre ambos poetas, como “púrpura”, “lascivo”, “rosicler”; 17 los
adjetivos “codiciosa”, “unciosa”, “adolescente”, la incorporación de neologismos
técnicos y cultismos.18
14
Otros ejemplos serían “áspera sonrisa” (19),“sórdida nieve” (38), “hierático crepúsculo” (52),
“místicos cencerros” (80), “místico perfil” (80), “gárrulas comadres” (40), “lóbrega pestaña” (173),
“áspero responso” (84). Cito número de pagina por la edición de 1998.
15
Otros ejemplos serían “astronómicos presagios” (Soledad 1ª, 1939: 38), “náutica doctrina”
(38), “émulo vago” (39) “prolija rústica comida” (50), “próvida mano” (Soledad 2ª: 70), “líbico turbante”
(82), “bárbara mano” (83), “húmidas espumas” (86?), “llanto métrico” (aquí el adjetivo enrarecedor
pospuesto: 75), “retórico silencio” (Fábula, S/f: 27), “sacrílego deseo” (S/f: 20), “Bárbara choza” (S/f:
21), “líbico desnudo” (S/f: 31), “mórbidos cristales” (Panegírico al duque de Lerma, S/f: 66), “cerúleas
señas”, “político serrano” (Soledad 1ª, S/f: 84)]
16
En Herrera: “vírgenes curiosas” (40), “piélago informe” (8), “tálamos nupciales” (502),
“cúpula gigante” (5), “síncope furtivo”, “pájaro cautivo” (84).
17
“Rosicler” es término frecuente en ambos; en Herrera parece admitir las dos acepciones
castellanas (1. del francés: rose-clair: “rosa claro, color claro y rosado de la aurora” y 2. “metal precioso,
plata roja”), mientras que en Góngora predomina la segunda de ellas.
18
Hay otros lugares comunes, como el uso del adjetivo “libio” o “líbico” aplicado a la
sensualidad de Oriente, o “bárbaro”, recurrente en el modernismo hispanoamericano.
18
19
Este capítulo es una reformulación de un primer trabajo, “El tricentenario de Luis de Góngora en el Río
de la Plata”, en Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, setiembre-octubre de 2004, Nº 651-652.
20
Colaboran en el homenaje a Góngora de Martín Fierro (Buenos Aires, Año IV, Nº 41, 28 de mayo de
1927), los siguientes autores: Jorge Luis Borges, Arturo Marasso, Ricardo Molinari y Pedro Henríquez
Ureña.
21
“Góngora, hijo del Renacimiento”, en Martín Fierro, Buenos Aires, Año IV, Nº 41, 28 de mayo de
1927.
20
el elemento luminoso”.22 Algo así propone Arturo Marasso cuando –en la misma entrega
de Martín Fierro– evoca “la espiritualidad, la elegancia, el capricho y la travesura” de
quien, aunque “de no muy hondo pensamiento”, es “artista siempre”. El escritor
argentino comienza centrando su valoración en el poeta de las letrillas, quien, de
acuerdo al precepto horaciano (“odi profanus vulgus” ) hace suya la voz popular.
Marasso desdeña algunas críticas reiteradas a Góngora en cuanto pudo imitar, o aun
traducir a Tasso, nutriéndose de influencias antiguas y contemporáneas, porque “tendía
a la originalidad”, y así “empezaron a aparecer las palabras aristocráticas, las frases
ingeniosas y adorablemente amaneradas”. De este modo legitima la apropiación que
hace el poeta de los materiales múltiples de que dispone, y atribuye su genio al
“inusitado estilo” como a sus ocurrentes imágenes que lo convierten en un “pintor de
frescos llenos de color y de gracia”. Marasso radicaliza estos conceptos con un artículo
que sale en Nosotros, revista que se pliega a los homenajes dando a conocer, por lo
menos, dos artículos sobre Góngora en 1927.23 En la oportunidad afirma que no hay
“creación” en las Soledades, porque no hay “composición, relato” sino,
exclusivamente, “palabras nuevas, metáforas, imágenes”. Esta opinión radical paga el
precio a la circunstancia y es coincidente con la reivindicación que hace de Góngora el
ultraísmo español como poeta “puro”.24
En cuanto al mencionado número de Martín Fierro, se complementa con
poemas del propio Góngora y dos sonetos en su homenaje. Pero la piedra de toque la
aporta una breve nota de Borges, que figura en primera página haciendo de contrapeso
al tono de los restantes artículos. La ironía borgiana apunta primero a la condición
misma de los homenajes del momento: “Yo siempre estaré listo a pensar en D. Luis de
Góngora cada 100 años. El sentimiento es mío y la palabra centenario lo ayuda.
Noventa y nueve años olvidadizos y uno de liviana atención es lo que por centenario se
entiende”.
22
“Anatomía de mi Ultra”, Jorge Luis Borges, en Ultra, Madrid, 20 de mayo de 1921. Recogido en
Schwartz, Jorge (2002, págs. 132-133).
23
“Luis de Góngora, apuntes para un estudio”, Arturo Marasso, en Nosotros, Nº 217, Buenos Aires, junio
de 1927, págs. 293-315. Simultáneamente al artículo de Martín Fierro había publicado Marasso “El tercer
centenario de Góngora”, en Nosotros, Nº 216, mayo de 1927. [Reediciones y estudios en su homenaje].
Con gran generosidad, Carlos García me señala que Reyes, conoció a Marasso en Buenos Aires, por
intermedio de Molinari, y estaba previsto, incluso, que él tradujera el famoso (pero casi desconocido)
libro de Zidlas Milner sobre Góngora. Le agradezco y tengo en cuenta su opinión acerca de que la
"gongorización" de la juventud de Buenos Aires, debe ser en parte atribuida a don Alfonso.
24
Emilio Carilla releva un artículo posterior de Arturo Marasso, “Menéndez y Pelayo crítico de
Góngora”, publicado en Nosotros en 1942, en la que este “morigera juicios tan severos”, op. cit. pág. 13.
21
25
“Examen de un soneto de Góngora”, Jorge Luis Borges, en Inicial, Buenos Aires, Nº 10, mayo de
1926. Recogido ese mismo año en El tamaño de mi esperanza, Buenos Aires, Proa, 1926 (2ª ed.: Buenos
Aires, Seix Barral, 1993: 111-116, de donde se lo cita aquí).
22
26
“Gongorismo”, Jorge Luis Borges, en Humanidades, Publicación de la Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación, Universidad de La Plata, Tomo XV, Letras, 1927. Y además en La Prensa,
Buenos Aires, 17 de enero de 1927, con el título “El culteranismo”. Recogido en El idioma de los
argentinos. Buenos Aires, Manuel Gleizer, 1928 y luego en Textos recobrados, 1919-1929, Jorge Luis
Borges. Buenos Aires, Emecé, 1997, págs. 327-329. (Edición de Sara Luisa del Carril).
27
Síntesis, Buenos Aires, Año I, Nº 1, junio de 1927. Un año después aparece en la misma revista, y en el
marco de la moda gongorina, una reseña sin firma de la Revista de Filología Española, en el cuaderno 4ª
del tomo XIV (sin más datos), dedicado a Góngora. Se detallan los títulos y algún breve comentario sobre
trabajos de Dámaso Alonso, Miguel Artigas, Eduardo María Torner, etc.
23
publica un artículo de Pablo Rojas Paz sobre Góngora, a quien considera “una de las
personalidades más curiosas de todas las literaturas”.28 Para sopesar su legado, se
permite el crítico remontarse a la influencia latina en la lírica española del
Renacimiento, desde Garcilaso a Fray Luis, “su fruto más alto”. Después de ellos, la
exploración por nuevos caminos conduce a la búsqueda de la disonancia, cuando no a la
ruptura lógica. El verso se distancia de la idea, en procura de otros medios expresivos,
fundamentalmente plásticos. Aunque Rojas Paz no lo explicite, los argumentos tienden
a desmoronar la opinión de que Góngora es un poeta intelectual: el común de los
lectores quiere “que el canto lírico nazca de la presencia de [...] ideas”. Precisamente
en la ruptura de esa expectativa radica la originalidad de Góngora, porque era necesario
en el seiscientos un espíritu “que anarquizara toda la lógica preceptista”.
El artículo aporta opiniones de pretendida universalidad, por lo que se proyectan
al presente histórico: “El arte vive de revoluciones. El original comienza efectuando un
movimiento anárquico, que origina protestas de quienes creen que el arte se aprende en
los museos, bibliotecas y conservatorios”. Rojas escribe también en una época de
rupturas, y advierte el peligro de la asimilación anodina de los cambios: “Es así que
llegará la turba de imitadores afanosos de transformar lo que fue revolución en
tradición artística”. Estamos frente a un discurso crítico tentado de renegar de sí
mismo. Porque la propia conmemoración de un centenario convertía al escritor en una
pieza de culto, anulando su potencial renovador.
En las últimas páginas de la revista hay una breve nota redactada por Borges,
que ha sido recientemente recogida en la publicación de textos primerizos.29 El texto en
cuestión vierte, en rigor, con un tono más moderado, las mismas ideas que en el artículo
firmado en Martín Fierro y que saliera por esos mismos días. Las ideas que se exponen
parecen comenzar en el punto en que termina el artículo de Rojas. En primer lugar se
advierte sobre la formalidad del centenario, el obligado recuerdo, el panegírico
profesional y a destiempo. Experto en la ironía, el autor de las líneas considera bien
28
“Góngora y el clasicismo”, Pablo Rojas Paz, en Síntesis, Buenos Aires, Año I, Nº 1, junio de 1927,
págs. 85 a 89.
29
“Para el centenario de Góngora”, en Síntesis, Buenos Aires, Año 1, Nº 1, junio 1927, pág. 109. [Textos
recobrados, 1956-1986, Jorge Luis Borges, Buenos Aires, Emecé, 2003 (Edición de Sara Luisa del Carril
y Mercedes Rubio de Zocchi), págs. 385-365]. La nota de Borges se publica junto con una extensa reseña
del autor sobre Reloj de Sol, de Alfonso Reyes. Hay un comentario que las enlaza: Borges emparienta allí
la actitud de Reyes ante el arte –su escepticismo– con la de Quevedo, por lo que manifiesta su
incomprensión frente a “sus miramientos con Góngora” y niega la posible cercanía del mexicano con
aquella “tan laureada escritura” del sevillano, que, como se sabe, Reyes tanto admiró y a quien estudió
especialmente.
24
ganada la fama de Góngora “por el escándalo y el misterio”, aunque su obra “no [fuese]
coronada por la obtención indiscutible de una hermosura”.
Nótese que se deja la posibilidad de una fisura en el sentido, una interpretación
oculta, clandestina, cuando se introduce el “indiscutible” en la frase. Justamente lo que
no puede decirse de Góngora es que su producto artístico sea indiscutiblemente bello.
Pero, en virtud de este adjetivo filtrado, no está diciendo el autor que no sea bello.
Juegos verbales, conceptismos, que el lector incorporará como una apertura o que dejará
pasar. En todo caso, salvan al crítico del juicio fácil y homogéneo. En todo caso,
siempre parece elogiable al autor del ensayito mínimo, el hombre que suscitó
“admiraciones fervientes y odios fervientes”.
La consideración aguada de un centenario se redime, una vez más, con la
discusión del presente a partir de Góngora: “Su nombre, ahora, es un símbolo. Hemos
vinculado con él toda poesía laberíntica y pudorosa, toda poesía que yace obscura en el
demasiado brillo [...] según los versos de Shelley acerca de Coleridge”. La mejor
herencia es la discusión y la rebeldía. Y, paradójicamente, la nota honra al español y
proporciona la fórmula de su posteridad: “Disputemos de Góngora: nuestra polémica es
su inmortalidad”.
Simultáneamente, en su número de mayo-junio, y en Montevideo, la revista La
Cruz del Sur hace su particular homenaje a Góngora en un solitario pero extenso
artículo a cargo de Emilio Oribe –ilustrado por una xilografía de Melchor Méndez
Magariños– que recupera y sintetiza las aspiraciones de la época.30 También este poeta
y filósofo uruguayo examina las resistencias históricas que suscitó la obra del sevillano,
reivindica la necesidad de un acercamiento disciplinado a Góngora –casi una
iniciación– para sortear su aparente oscuridad, así como su peculiar condición de “poeta
de poetas” y “la presencia cada vez más ajustada de los procedimientos gongorinos en
la poesía moderna [...] desde los ultras”. Oribe cita a Dámaso Alonso, del que, muy
probablemente ya hubiera leído el prólogo a la edición de las Soledades publicada por
Revista de Occidente en ese mismo año 27. Por lo pronto, en el mencionado número de
Martín Fierro, del mes de mayo, aparece un aviso anunciado la venta de este
volumen.31 Si estaba en Buenos Aires, es seguro también que estuviera en Montevideo,
30
“Góngora”, Emilio Oribe, en La Cruz del Sur, Montevideo, Año III, Nº 17, mayo-junio de 1927, págs.
13-14.
31
En Martín Fierro, Buenos Aires, Año IV, Nº 41, 28 de mayo de 1927, pág. 11, puede leerse el siguiente
recuadro de la Librería y Editorial “La Facultad”: “Tercer Centenario de la Muerte de Luis de Góngora.
Ofrecemos a los lectores de Martín Fierro los mejores libros del inmortal poeta español, cuyo Tercer
25
donde la circulación de los libros nuevos, y no sólo de la lengua castellana, era muy
fluida. Sea como fuere, sí se puede afirmar que Oribe estaba bien documentado y no es
nada incauto cuando afirma, en una inteligente fórmula: “Nos halla el tercer centenario
de Góngora en el momento en que podemos comprenderlo mejor”. Porque el crítico
venía interesándose en el tema, por lo menos, desde su lectura de la Fábula de Polifemo
y Galatea, que poseía en edición de Índice (dirigida, en Madrid, por Juan Ramón
Jiménez), fechada en 1923. Hoy es posible comprobar esto, y aun leer las notas
manuscritas por Oribe en los volúmenes que le pertenecieron, que se conservan en la
Biblioteca Central de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de
Montevideo (Universidad de la República). Por lo pronto, en el ejemplar de la Fábula...
hay recortes pegados por el autor, que revelan el seguimiento del tema y la temprana
pasión gongorina, tanto en América como en España. Si se piensa, por ejemplo, que
Emilio Carilla da como primera fecha la de 1925 para el rescate del poeta –porque en
ese año se publica la biografía de Miguel Artigas–32, esta edición crítica de 1923
anticipa en dos años el interés de esta generación. Un apéndice a cargo de Alfonso
Reyes recuerda ya entonces las polémicas recepciones históricas a la obra de Góngora.
El propio Reyes fue autor de un temprano estudio sobre Góngora, cuando tenía sólo
veinte años, y quizá el primero en emparentarlo con Mallarmé, advirtiendo en el español
“una conciencia artística más pura que los otros contemporáneos”.33
Otros recortes pegados por Oribe registran notas de Francis de Miomadre, de
Guillermo de Torre, así como un artículo de Dámaso Alonso, todas con motivo del
tricentenario, todos tan minuciosamente recortados que no puede detectarse en esos
impresos el origen de su publicación. Lecturas de esta clase le permiten a Oribe trazar
un cuadro de las vanguardias europeas vigentes–34 y, de paso, esbozar un pronóstico
acerca de su dudoso futuro en las Academias– mencionando al futurismo, el
surrealismo, el expresionismo y “en tierras de Hispanoamérica, los ultras y sus
derivados” para asemejarlos al marinismo, el eufuismo, el preciosismo y el gongorismo
Centenario de la muerte se celebra en el orbe entero como homenaje a la memoria de tan excelente
poeta”. Los volúmenes anunciados son las Obras Completas, las Soledades, editadas por Dámaso Alonso,
Las mejores poesías de Góngora y la Biografía y Estudio crítico de Miguel Artigas.
32
Don Luis de Góngora y Argote, Biografía y estudio crítico, Miguel Artigas. Madrid, 1925.
33
“Sobre la estética de Góngora” (1910), Alfonso Reyes, Cuestiones estéticas (París, 1911) en Obras
completas, tomo I, México, FCE, 1956, págs. 61 a 85.
34
Oribe no habla, claro, de vanguardias: “Signos de decadencia, de anarquía, en todos los países,
movimientos convergentes y afines de generaciones en desorientación e indisciplina, que explicarán y
condenarán los Cascales, Cañetos y Menéndez y Pelayos de la posteridad, acompañados por una corte
de académicos y repetidores”.
26
del seiscientos. Como se ve, entonces, las preocupaciones eran las mismas de las dos
orillas del Plata, aunque Oribe se sitúa en una posición más equilibrada o, si se quiere,
“clásica”, mientras que Rojas Paz desde una mirada más proclive a lo novedoso,
asociado a lo raro o lo rupturista. El crítico uruguayo pensando en Góngora se expresa
sobre la poesía de su tiempo, con más cautela que Borges y que Rojas, y su veredicto
funciona como un balance del vanguardismo hispano: “El ultraísmo y el creacionismo
hasta hoy se valen de las imágenes como los globos del lastre para elevarse. Las
imágenes arrojadas un poco a azar hacen que el globo ascienda, cada vez más liviano
que el aire. Sin embargo, las imágenes deben ser las alas, los radiadores y las hélices
de la poesía. [...] Elevarse por otros medios que no el fácil y primitivo recurso de
arrojar imágenes [...]; elevarse bajo la acción dinámica e imperativa de las imágenes.”
Por eso Oribe teme los perjuicios de un nuevo gongorismo, que no esté a la altura de la
“verdad” de Góngora, y se quede en los ornatos estériles. El arte de su generación debe
asumir el desafío de crear “una forma del arte más alto,[...] para cantar con ritmo de
eternidad, en el siglo de los aviones.” En el propio lenguaje del crítico uruguayo –
auxiliado por hélices, radiadores y dinamismos– se percibe la seducción que ejercían
por entonces el futurismo y el ultraísmo, y que diera sus frutos en tres libros
vanguardistas publicados en Montevideo durante ese mismo 1927: El hombre que se
comió un autobús, de Alfredo Mario Ferreiro, Palacio Salvo, de Juvenal Ortiz Saralegui
y Paracaídas, de Enrique Ricardo Garet.35
Repasa también, a efectos de enterar sintéticamente al lector montevideano, la
reconquista de Góngora desde el modernismo, sin olvidar ningún nombre en ese
proceso salvador (Mallarmé, Darío, Alfonso Reyes, Francis de Miomadre, Zdislas
Misler). Siendo Góngora “el más grande de los líricos españoles”, no gozó de fortuna
porque los críticos de los siglos anteriores juzgaban desde su propia mediocridad, del
mismo modo que sus contemporáneos, “no están al ritmo de la época”. Partiendo de
estas afirmaciones, debe contestar a las críticas de Menéndez y Pelayo, quien empieza
un ensayo sobre el poeta en cuestión diciendo que “Góngora se ha atrevido a escribir
un poema entero sin asunto, sin poesía interior, sin afectos”. Es el filo por el cual
35
La importancia de ese año como eje de la poesía de vanguardia en Uruguay ya fue señalada por Pablo
Rocca, quien también advierte sobre la fuerte relación del fenómeno con la visita de Marinetti a
Montevideo ocurrida el año anterior, fugaz pero productivo pasaje del italiano, quien se demoró bastante
más tiempo en Brasil y en Argentina. Véase: El hombre que se comió un autobús, Alfredo Mario Ferreiro.
Montevideo, Banda Oriental, 1998. (Edición y prólogo de Pablo Rocca) [1927]; “Marinetti en
Montevideo (Idas y vueltas de la vanguardia)”, en Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, Nº 631, enero
2003, págs. 45-57. El editorial del primer número de la revista montevideana Izquierda, propugnando “un
arte nuevo” lleva como título “1927” (Izquierda, Montevideo, Nº 1, 1927).
27
36
En Martín Fierro, Buenos Aires, Año IV, Nº 42, 10 de junio de 1927. Para seguir las repercusiones y
acceder a buena parte de la polémica basada en este tema, consúltese Alemany Bay, Carmen (1998). Este
volumen estudia casi todas las alternativas de la polémica en América y Europa. Antes, algunas de las
piezas, revistan en Schwartz, Jorge (1991; 2002), quien, además, escribe una presentación de la misma.
28
37
Frugoni, Emilio, La Sensibilidad americana, Montevideo, Maximino García, 1929: 7.
38
“Compás poético”, Alfonso Reyes, en Sur, Buenos Aires, Año I, Nº 1, 1931.
29
todo caso, con un ambiente apto para que el gongorismo se propagara, gracias, sobre
todo, a la sensibilidad impulsada por el ultraísmo porteño.39 Y casi puede afirmarse que
el modesto ultraísmo oriental tuvo también sus empujes gongorinos. Por lo menos, así
lo entiende Ildefonso Pereda Valdés en una reseña publicada en la revista Síntesis, sobre
un libro de poemas de Vicente Basso Maglio,40 en la que destaca la factura primorosa de
este libro premiado en Uruguay por el Ministerio de Instrucción Pública, “profundo en
firmeza espiritual y rico en imágenes de colores brumosos”. Desde esta observación
considera al autor como “un Góngora y un Mallarmé nuestros, dentro del pequeño
círculo de Montevideo y del gran horizonte del Río de la Plata”. Pereda declara a Basso
como poeta valioso en la medida que elude precisamente “pintorescos
descripcionismos”, con lo que se convierte en “poeta puro”. Por eso, y porque “la
poesía de Basso Maglio tiene esa delicadeza gongorina de nácares, caracoles marinos,
y a veces el salobre gusto del mar sobre el esmalte del cielo” recibe del crítico –en
sintonía con las exigencias del momento– los mayores elogios, “los más altos que a un
poeta puedan hacérsele”. Además de Pereda Valdés, el granadino José Mora Guarnido,
amigo de Lorca desde la primera juventud y radicado en Montevideo desde 1925,
advierte el inmediato eco de los homenajes españoles a Góngora, a quien califica –en un
artículo de La Pluma– como “más alto poeta en lengua castellana”. Pero no se detiene
en la mera repercusión, sino que lo entronca directamente con el ultraísmo, y aun más,
lo califica como “el primer ultraísta del mundo”, cayendo en un curioso anacronismo o
en un ejercicio de argumentación a posteriori: “de ahí que no lo comprendieran sus
contemporáneos ni muchos de los que han venido después”.41
Queda fuera de este trabajo el rastreo de la influencia gongorina directa sobre la
creación de los poetas rioplatenses de los alrededores del 27. O el discernimiento que dé
la medida de esa influencia, si es que existe. Esto es, si se trata sólo la aplicación de
39
Por otra parte, Alfonso Reyes va más lejos, en ese mismo artículo, y con el afán de equilibrar su juicio,
al explicar el acercamiento americano a Góngora como una sintonía casi natural: “Caña, banana, piña y
mango, tabaco, cacao y café son ya palabras aromáticas, como para edificar sobre ellas otro confitado
Polifemo”
40
“Canción de los pequeños círculos y de los grandes horizontes, por Vicente Basso Maglio” (reseña),
Ildefonso Pereda Valdés. Buenos Aires, Síntesis, Año II, Nº 15, agosto de 1928: 402.
41
El pasaje completo del texto de Mora, dice: “De Góngora al ultraísmo, es un salto que parecerá a
primera vista más violento de lo que en realidad supone. En el fondo, por las imágenes de sus poemas,
especialmente Polifemo (sic), Góngora es el primer ultraísta del mundo, y de ahí que no lo
comprendieran sus contemporáneos ni muchos de los que han venido después. Durante muchísimos años,
Góngora ha sido considerado por los maestros de historia literaria de España como una extravagancia
enfermiza, como un caso «pernicioso» de perversión del gusto. Distinguían dos Góngoras, el de las
letrillas, que era en su sentir, el buen Góngora, y el de las Soledades y el Polifemo, que era el malo”
(“Los poetas andaluces”, en La Pluma, Montevideo, Nº IV, enero de 1928).
30
categorías de moda en España a los productos locales para prestigiarlos –como quizá
sea el caso de lo hecho por Pereda Valdés en el referido artículo–, o de un verdadero
reflejo que se trasunta en la elaboración poética, o de una incidencia más general, “que
estaba en el aire”.42 En este artículo, sólo se releva la reacción crítica rioplatense al
tricentenario. Discutir hoy las formas de recepción, asimilación, reproducción o
modificación creativa de un autor como Góngora es también una forma de revisar su
vigencia. El discurso crítico –más que otros discursos literarios– paga un duro tributo a
las circunstancias, y más de setenta años después de estas polémicas el gongorismo
quizá no resulta materia discutible. Aunque esto tampoco signifique que Góngora se
haya convertido en inevitable modelo. En todo caso, “nuestra polémica es su
inmortalidad”, como dijera Borges en el más breve nota sobre el tema. 43 Y, todavía:
“séanos belicosa su fama”.
Bibliografía
Borges, Jorge Luis. “Herrera y Reissig”, en Inquisiciones. Buenos Aires: Seix Barral, 1994:147-
153. [Originalmente en Inicial, Buenos Aires, 1924: 31-34. 1ª edición, 1925].
Cano, José Luis, Antología de los poetas del 27 (selección e introducción José Luis Cano).
Madrid, Espasa-Calpe, 1982.
Carilla, Emilio, El gongorismo en América. Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1946.
Diego, Gerardo, Antología poética en honor a Góngora. Madrid, Alianza, 1979. [Madrid,
Revista de Occidente, 1927]
Diez Canedo, Enrique, “El centenario de Góngora en América y en España”, en Revista de las
Américas, Madrid, 1927, II.
42
Como se dijera de la influencia del surrealismo en la “Generación de 1927” española. Ver La poética
de la generación del 27 y las revistas literarias (1918-1936). De la vanguardia al compromiso, Anthony
L. Geist. Barcelona, Labor-Guadarrama, 1980: 173.
43
“Para el centenario de Góngora”, en Síntesis, Buenos Aires, Año 1, Nº 1, junio 1927: 109.
31
Góngora, Luis de. Obras Poéticas. París: Sociedad de Ediciones Louis Michaud, s/f.
González, María de los Ángeles. De España al Río de la Plata. Escritores migrantes del siglo
XX. Montevideo: Rebeca Linke, 2008.
Herrera y Reissig. Poesía completa y prosa. Madrid: Scipione Cultural/ Colección Archivos de
la Unesco, 1998. Edición crítica de Ángeles Estévez. [Incluye correspondencia con diversos
corresponsales].
Marasso, Arturo. Rubén Darío y su creación poética. Buenos Aires: Kapeluz, 1954.
Poggioli, Renato, The theory of the avant-garde. Cambridge, The Belknap Press of Harvard
University Press, 1997. (Translate from the italian by Gerald Fitzgerald) [1962].
Schwartz, Jorge, Las vanguardias latinoamericanas. Madrid, Cátedra, 1991. (2ª ed. ampliada y
corregida: México, Fondo de Cultura Económica, 2002).
Vilariño, Idea. “Prólogo” a Poesía completa y prosa selecta de Julio Herrera y Reissig. Caracas:
Biblioteca Ayacucho, 1978. (Edición, notas y cronología de Alicia Migdal).
___________. Julio Herrera y Reissig, en Número. Montevideo, año II, nº 6-7-8, enero-junio de
1950.
32
III
Otros –Jorge Guillén, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Cernuda– han tenido
seguidores indeclinables, aunque no alcanzaran la difusión mayoritaria de los primeros.
Un caso diferente es el de Pedro Salinas. De formación académica, estilo
personal serio aunque mundano y cosmopolita, se vincula al gobierno de la República
cuando esta se instala en España; más tarde deja sus responsabilidades universitarias por
un ofrecimiento del mismo tipo en Estados Unidos y allí lo sorprende el comienzo de la
Guerra Civil. Entonces comienza su exilio definitivo (Estados Unidos primero, Puerto
Rico después) y su culminación literaria. Al prestigio académico obtenido por su
trayectoria y sus ensayos sobre literatura, se le agregaba una conducta personal ejemplar
y atildada. Por esto, pero sobre todo por la alta calidad de su poesía, durante las décadas
del treinta y el cuarenta Salinas fue un nombre obligado en la literatura de lengua
castellana, y ha sido permanentemente reeditado y estudiado. En 1968 fue, quizás
resignificado, un poeta icono más del mayo francés, porque su temática básicamente
amorosa y el tratamiento que hace del tópico consiguen una vigencia que se sobrepone a
una circunstancia o una época.
44
Esta opinión archicitada de Salinas sobre su poética corresponde a Poesía española. Antología 1915-
1931, de Gerardo Diego, Madrid, Ed. Signo, 1932.
36
cierto relevante, emplea en el siguiente Razón de amor (1936), título que viene de un
verso de la tradición cortesana medieval, y también en Largo lamento (escrito entre
1936-1939), que en este caso deriva de una cita de la Rima XV de Bécquer. Juntos
componen una especie de trilogía que, incluso, puede leerse como un largo poema.
La voz a ti debida representa un intento por lograr una síntesis que exprese el
desamparo del hombre y la necesidad de la unidad en el amor como solución
existencial. La armonía de lo humano parece alcanzarse, provisoriamente, en Razón de
amor, tal vez el momento más pleno y sensual de esta poesía.
un consuelo radicado en una forma de la fe. Aunque en los últimos versos hay ecos de
Quevedo –en “Amor constante más allá de la muerte”– la apuesta de Salinas es más
arriesgada y evanescente: la supervivencia del amor en una esfera inmaterial, intemporal
y perfecta.
En síntesis, puede decirse que Salinas revitaliza ciertos mecanismos presentes en
la tradición, que permanecen reconocibles, y que insertan su poesía en el sustrato de una
concepción amorosa que la literatura occidental elaboró durante siglos, que se conecta
por eso mismo, por momentos, con el lugar común, adaptándola a la visión del mundo
más desengañada y recelosa del hombre del siglo XX. Y otro elemento que tiene un
lugar preponderante en ese sistema lírico de Salinas, y que está en directa relación con
lo planteado antes es el papel del azar, que aparece como sustituto laico de la voluntad
divina, “hermosas máscaras / que la realidad pone y quita / sobre la faz de lo adrede”.
Ese Seguro azar (1929), título de un temprano libro de poemas, dispone del hombre, y
este vive en el vértigo permanente de la posible caída. La duda, la inseguridad, están
marcadas en los rasgos de la poesía saliniana, en la que es frecuente el uso de la
pregunta retórica, el paréntesis, los guiones, las disyunciones, los puntos suspensivos,
todas estas vacilaciones conscientes de una escritura que también abunda en rupturas
inusuales del verso. Estos procedimientos apoyan la alternancia de elementos emotivos
y pausas reflexivas, el uso de la ironía y la paradoja, que contribuyen al equilibrio entre
la pasión y la lucidez. Por cierto que hasta él esto no era usual en la poesía castellana,
aunque sí muy frecuente en la lírica anglosajona, de la que Salinas pudo haber
aprendido ese tono, esa tendencia a la asepsia.
Imágenes de la modernidad
Salinas llega en esta etapa a concretar una tendencia que estaba en forma larvaria
desde sus inicios, que puede rastrearse en la importancia atribuida a la mirada y al tacto
(“El alma no se acuerda,/ está dolida/ de tanto recordar./ Pero en las manos/ queda el
recuerdo de lo que han tenido”); la seducción de los objetos, el deslumbramiento
sensual frente al mundo, como cuando en la ausencia las almas aparecían “heridas por
una gran nostalgia de materia”, o “deseosas de carne”. Frente a la circunstancia del
amor, como frente a la realidad cualesquiera sean sus manifestaciones, el poeta ha
oscilado entre la atracción por lo efímero, que se presenta a los sentidos como un
engaño (los “bienes engañosos” de los que hablaba Manrique), y la posibilidad de
descubrir, detrás de todo, otra realidad más duradera. Pero en el libro póstumo
Confianza (1955), esa conformidad con el mundo ha dejado de buscar un sentido
trascendente y el propio ejercicio poético parece volverse inútil: “Por la visión de lo que
está delante,/ dejo el proyecto./ ¿A qué darle palabras al poema,/ si lo estoy viendo?”.
La escritura llega, de esa suerte, a postularse como un acto casi innecesario. Y eso algo
antes, tal vez, de que Pedro Salinas pudiera prever su propio prematuro final.
43
I
En su casa de Baltimore
Dámaso Alonso
(1951)
44
II
La alegría de vivir
Por de pronto he ahí la calle, las calles. ¡Cuántos paseos a pie después de
apearse del tranvía, del tren, del automóvil! Había una razón –razón diaria– para el
paseo a pie: los escaparates. En la calle –sobre todo si es española– ocurren innúmeros
espectáculos. Ante Pedro Salinas no predominaba este aire libre. ¿Y el museo de los
escaparates, suma condensación de la época? Había que escrutar incesantemente, y
comprar si fuese posible. [...] Así he conversado con Pedro en todas las ciudades que
nos han reunido, y el diálogo –sobre temas, a pesar de todo emergentes– se arrastraba
mientras curioseábamos comercios provincianos o grandes almacenes. «¿Estará aún
en tal calle –recuerdo el nombre– aquella tienda?» Era durante su última estancia en
Sevilla, que Pedro adoraba. (Él me comunicó su entusiasmo por Andalucía). Fuimos. Y
con alegría volvió a ver aquel singularísimo escaparate de objetos litúrgicos e insignias
de mando civil y militar. En Nueva York me llevó a examinar en un escaparate la
Exposición del Sueño. Y me enumeró –deleite renovado– aquellas mecánicas artes de
dormir.
Jorge Guillén
(1952)
III
si los resultados finales no son equiparables, [...] el movimiento del alma que crea
poesía o que crea crítica es el mismo.
IV
Idea Vilariño
(1952)
Vengan a decirme –porque se dice por ahí– que Salinas cae en el conceptismo
de lo amoroso, que juega con la idea de lo erótico [...] como si después de Dante o el
Shakespeare de los sonetos o John Keats o Apollinaire no fuera transparente que en
46
Julio Cortázar
(1970)
VI
Javier Varela
(1991)
47
IV
Las relaciones de la generación española del 27 con Uruguay han sido atendidas
básicamente en función de las visitas de escritores o a su radicación. El estrecho
vínculo de este grupo poético con la América hispana se produce en virtud de la
diáspora de intelectuales posterior a la Guerra Civil Española, aunque hay casos
notorios de visitas y aun de radicaciones anteriores al conflicto (García Lorca en 1934,
Amado Alonso en 1931, Margarita Xirgu en sucesivos pasajes por distintos puntos de
América, etc.). En Uruguay, la marca más fuerte de esos vínculos está dada por la
radicación de Margarita Xirgú y también por la de José Bergamín, a lo que debe
sumarse el fluido trato directo de Rafael Alberti con algunos escritores locales, ya que
residió en Buenos Aires durante casi veinticinco años y frecuentó Punta del Este y
Piriápolis en temporadas de veraneo. Antes, en 1934, el pasaje de Federico García Lorca
había consolidado la admiración por su obra y la atención a una generación que
tempranamente –y luego en virtud de la trágica muerte del poeta andaluz– se identificó
con la causa republicana, que recogía aquí una adhesión casi unánime.
Una vez instalada la dictadura en España, en julio de 1939, Montevideo es un
lugar privilegiado para el exilio español, aunque son pocos los escritores que consideran
a Uruguay como una plaza que les permita vivir de su trabajo intelectual, dadas las
limitaciones editoriales y académicas de este país. El caso más notorio será el de José
Bergamín, quien reside en la capital del país entre 1947 y 1954.
Sin embargo, se ha atendido menos las relaciones con otros escritores de la
generación que no visitaron Montevideo, pero que pudieron verse en cierta época como
“modelos” o referencias necesarias. El objetivo de este trabajo es destacar el lugar que
ocupa Pedro Salinas, como escritor y como ejemplo intelectual, en las décadas del
cuarenta y cincuenta, en la formación de una generación de escritores uruguayos y en el
diálogo con ella.
Nacido en Madrid en 1891, Salinas inicia tempranamente una carrera académica
brillante. A los 23 años es lector de Literatura Española en la Sorbona; a los 28 se
convierte en catedrático de Lengua y Literatura Española en Sevilla; a los 30 en
Cambridge, Inglaterra. A partir de 1927, de regreso a Madrid, sus actividades
48
45
Solita Salinas, “Cronología biográfica”, en Poesías Completas de Pedro Salinas, Barcelona, Seix
Barral, 1981: 43.
46
“¿Será mucho decir que una carta encierra en sí una triple potencia de alcance? En su función normal
y más simple llega a su destinatario, sin más acá ni más allá. pero hay un más acá anterior a él. El
propio autor, el primero que lee la carta y que puede ser el primer alcanzado por sus efectos. Y sobre
todo un más allá, el alcance máximo de la carta, que apuntaba a un blanco cercano y definido –tal
persona- lo sobrepasa y llega muy lejos, a todos, al gran público”. Así se expresaba Salinas en “Defensa
de la carta misiva y la correspondencia epistolar”, en El defensor, Madrid, Alianza, 1954. Tomamos la
cita del artículo de Mercedes Sárraga, “Una perspectiva de Salinas desde las cartas conservadas en la sala
Zenobia y Juan Ramón Jiménez”, en La Torre, Revista de la Universidad de Puerto Rico, Año VIII, Nº
32, Octubre-diciembre, 1994. p. 646.
49
4
Guido Castillo, “Tu duca, tu segnore e tu maestro”, en Homenaje a José Bergamín, Madrid, Comunidad
de Madrid/ Consejería de Educación y Cultura, 1997. Gonzalo Penalva Candela (ed.), pp. 168-171. Rosa
María Grillo, “La prehistoria de un poeta: Bergamín en Uruguay (1947-1954)”, en Homenaje a José
Bergamín..., pp. 198-207. P. Rocca, “Los años uruguayos de José Bergamín”, en Homenaje a José
Bergamín.., pp. 227-233. Debe considerarse, además, el ya citado libro de Rosa María Grillo.
5
Carlos Maggi divide a sus cogeneracionales entre “lúcidos” y “entrañavivistas” en un artículo “Bueno,
yo les dije”, en: Marcha, Montevideo, 25 de junio de 1948.
50
toman, al decir de Ángel Rama, como un “ansiado maestro”.6 Enfrentado a este grupo
aparece otro, en torno a la revista Número, integrado por Emir Rodríguez Monegal, Idea
Vilariño, Mario Benedetti, Manuel A. Claps y Sarandy Cabrera, atraídos por la cultura
anglosajona, de la que se hacían eco y por una concepción autónoma de la literatura. En
este contexto parece natural que el grupo de los “lúcidos” resistiera la influencia de
Bergamín, quien contribuye a formar el “entrañavivismo” en relación a la literatura;
esto es, el supuesto hecho de comentar la literatura desde el sentimiento, la recreación
viva, decididamente asistemática, disparadora de reflexiones que exceden el propio
texto a partir de una lectura abierta, paradójica, unamuniana. La posdata de la carta
inédita de Rodríguez Monegal a Juan Ramón Jiménez, datada en 1949, que se incluye
en el Apéndice documental a este artículo, da suficiente testimonio de ese rechazo a
Bergamín. Muchos años después, en una entrevista concedida en 1997, Idea Vilariño,
Manuel A. Claps y Mario Benedetti exponen sus diferencias con Bergamín, en la que
Claps señala que “no comulgábamos con él” y que “estaba en una decadencia muy
grande, estaba agotado”.7 Los otros dos interlocutores no lo desmienten.
Ya se ha estudiado el aporte de Bergamín a las revistas de la época, como
Escritura, Clinamen, Asir, y aun sus irregulares contribuciones a Marcha, así como sus
difíciles relaciones con Emir Rodríguez Monegal.8 De todos modos ambos grupos
aparecen deslumbrados con los españoles del 27, cuya difusión en Montevideo, aunque
data desde fines de los veintes, repercute como influencia directa, por su valor
insoslayable y por razones históricas y políticas, en esta generación.
6
Ángel Rama, citado por Rocca, “Las revistas: una respuesta de emergencia cultural”, II, Brecha Nº 459,
Montevideo, 24/1/1997.
7
“Con Idea Vilariño, Manuel A. Claps y Mario Benedetti. De revistas literarias y otros quehaceres”
[entrevista], en Brecha, Montevideo, Nº 459, 24 de enero de 1997, pp. 16-17.
8
AAVV. Homenaje a José Bergamín, Madrid, Comunidad de Madrid, Consejería de Educación y
Cultura, 1997.
51
que irá perfilándose como modelo deseable. Aunque no hubo encuentros personales con
Salinas, sí se mantuvo un intercambio epistolar del que, aparentemente, sólo se conserva
la correspondencia a Idea Vilariño, que se republica en el Apéndice documental de este
trabajo. Presumiblemente existirían vinculaciones con Ricardo Paseyro, quien frecuentó
en Europa a varios españoles del 27, y sobre cuya poesía Salinas se ha expresado.9
Otro capítulo representa las reseñas de los libros del poeta español. La primera,
hasta donde pudimos investigar, es del año 1942, puesto que nada puede ubicarse en las
revistas de los años veinte y treinta de mayor incidencia en el “campo literario”
uruguayo (Teseo, La Pluma, La Cruz del Sur, Cartel). Esa nota pionera corresponde a
Felipe Novoa y se da a conocer en Alfar: se trata de una reseña el volumen de Salinas,
Poesía junta10. El silencio anterior es curioso, por lo menos tomando en cuenta que
Salinas había publicado ya los siguientes libros de poesía: Presagios (Madrid, 1923);
Seguro azar (Madrid, 1929); La voz a ti debida (Madrid, 1933) y Razón de amor
(Madrid, 1936). Resulta sorprendente que éstos no se hayan reseñado en las revistas
mencionadas o en Albatros, todas desaparecidas a comienzos de la década del treinta,
más aun cuando en Montevideo vivía el granadino José Mora Guarnido, quien en las
páginas de La Pluma había publicado poemas de García Lorca y de Rafael Alberti aún
antes de que se dieran a conocer en Buenos Aires.
Otro es el panorama en Buenos Aires, donde se registra la publicación de
poemas de Salinas en la revista Sur en 1938 y 1945, así como varias reseñas de
Literatura española siglo XX y de Razón de amor,11 y principalmente importa destacar
por temprano, un estudio de Guillermo de Torre sobre “La obra poética de Pedro
Salinas”, de 1934, en la misma revista.12 En las publicaciones periódicas montevideanas
9
Según consta en el artículo de Alejandro Monetti sobre Ricardo Paseyro en el Nuevo Diccionario de
Literatura Uruguaya, Montevideo, Banda Oriental/Alberto Oreggioni editor, 2001. En “La poesía
uruguaya en los años cuarenta”, de Wilfredo Penco, en Historia de la literatura uruguaya
contemporánea, Tomo II. Montevideo, Banda Oriental, 1997, hay una fotografía de Paseyro en la que
alterna con Jorge Guillén.
10
Felipe Novoa, “Poesía junta, por Pedro Salinas, Edit. Losada, Buenos Aires, 1942”, en Alfar,
Montevideo, Nº 82, 1943, s/p.
11
Pedro Salinas, “Pareja, espectro” (poema), en Sur, Buenos Aires, Nº 45, junio 1938. Idem, “Lamparilla
a Paul Valéry” (poema), en Sur, Buenos Aires, Nº 132, octubre 1945.
12
Guillermo de Torre, “La obra poética de Pedro Salinas”, en Sur, Buenos Aires, Nº 9, julio 1934.
Guillermo de Torre, “Pedro Salinas, Literatura española del siglo XX, México, Séneca, 1941”, en Sur,
Buenos Aires, Nº 82, julio 1941. Guillermo de Torre, “Pedro Salinas. Reality and the poet in the spanish
poetry. Baltimore, The John Hopkins Press, 1940”, en Sur, Nº 82, julio 1941. Enrique Anderson Imbert,
“Pedro Salinas, Literatura española [...]”, en Sur, Buenos Aires, Nº 91, abril 1942. Roberto di Pasquale,
52
Pero esta intensa presencia, marcada por la realidad pasmosa del mar de Puerto
Rico, donde el poeta vivió parte de su exilio –lugar que eligió para que descansaran sus
restos, en un cementerio frente al mar–, es tomada por la crítica como un aspecto más de
“Literatura española[...] en Sur, Buenos Aires, Nº 178, agosto 1949. Julio H. Urtubey, “Pedro Salinas.
Razón de amor, Buenos Aires, Losada, 1952”, en Sur, Buenos Aires, Nº 215-216, setiembre-octubre
1952.
14
Testimonio de la autora en entrevista que nos concediera en su casa, Montevideo, junio de 2001.
15
Ola O. Fabre (seudónimo de Idea Vilariño), “El contemplado, Pedro Salinas, Edit. Nueva Floresta,
México, 1946”, (reseña), en Clinamen, Año II, Nº 5, Montevideo, mayo-junio, 1948, pp. 58-59.
53
la forma en que Salinas se relaciona con el cosmos. Así, destaca Vilariño que “en la
obra de Salinas, el mundo ha estado siempre en tal situación de dependencia con
respecto al hombre”; la condición de “contemplado” resulta un atributo del universo
que supone la mirada humana de quien contempla. Pero si el mundo exterior, en el
conjunto de la obra de Salinas, es una apariencia engañosa a la que sólo el amor otorga
sentido, aquí el mar trasciende esa condición para ser una experiencia ineludible y
necesaria, una verdadera experiencia amorosa.
También se alude a un tema no menos importante –y que podría reencontrarse en
los propios textos de Idea– que es la concepción de la poesía como la capacidad de dar
nombre a las cosas. Baste como ejemplo el extremo al que acude en el último breve
poema de No “Inútil decir más/nombrar alcanza” (Buenos Aires, Calicanto, 1980).
Mirar y nombrar, como ejercicios poéticos requieren “un sujeto y un objeto”; de ese
vínculo entre el poeta y el mundo surge la palabra como única herramienta para
aprehenderlo, que es también crearlo. Se insinúa la aspiración de eternidad del hombre
que emerge frente a la contemplación del mar, despertando la posibilidad de llegar a
captar el ser, libres de la contingencia del tiempo. Tema clásico saliniano, aquí la
temporalidad se materializa como “variedad inagotable”.
De acuerdo a su temperamento y a su formación, Vilariño repara en la métrica
de este libro de poemas y en el ritmo de esta poesía, no sólo en cuanto regularidad
numérica de sonidos sino en relación estrecha con el tema poetizado. De este modo
explica la utilización del verso largo “tan raro en su obra anterior”, la variedad métrica,
como una necesidad temático-expresiva para dar las múltiples variantes del mar. En una
parte de la nota, la joven poeta uruguaya replica a la crítica de Juan José Domenchina,
escritor español, que ve en Salinas un “poeta del amor intelectual” para elogiarlo como
“un gran poeta amoroso”. Cabe señalar que a esta misma acusación respondería Julio
Cortázar en el Prólogo de 1970 a una antología de Salinas16:
“Vengan a decirme –porque se dice por ahí– que Salinas cae en el conceptismo de lo
amoroso, que juega con la idea de lo erótico [...] como si después de Dante o el
Shakespeare, de los sonetos de Jonh Keats o Apollinaire no fuera transparente que en
todo gran poeta la pasión suscita y alimenta un sistema de intuiciones trascendentes, un
16
Julio Cortázar, “Prólogo (1970)” a Pedro Salinas, Poesía, Madrid, Alianza, 1980.
54
desasosiego existencial, una metafísica que sólo los prejuicios y los vocabularios (que
es lo mismo) disocian falsamente del río de la sangre enamorada”.
17
Ricardo Paseyro, “La poesía de Rubén Darío, por Pedro Salinas”, Escritura, Montevideo, Año II, Nº 5,
setiembre 1948, pp. 106-110.
55
18
Ricardo Paseyro, Hojas de hierba, Madrid, Índice, 1961.
56
19
Emir Rodríguez Monegal, “La crítica literaria en el siglo XX. El ejemplo de Pedro Salinas”, Número,
Montevideo, Año 1, Nº 1, Montevideo, marzo-abril 1949.
20
Rodríguez Monegal, Emir, “La obra en prosa de Pedro Salinas”, Número, Montevideo, Año 4, Nº 18,
enero-marzo 1952, pp. 66-92. Recogido íntegramente en Pedro Salinas, el escritor y la crítica. Madrid,
Taurus, 1976, pp. 229-248 (Andrew Debicki, ed.). En la mencionada entrega especial de Número aparece
un texto inédito de Salinas, la obra de teatro Ella y sus fuentes, dato al que no se ha dado la relevancia que
merece, en lo que atañe a las relaciones del español con el Uruguay.
21
Emir Rodríguez Monegal, Emir, “Pedro Salinas (1882-1951), en Marcha, Montevideo, Nº 604, 21 de
diciembre de 1951.
57
querer como agónica vocación del ser”. Como se ve, otra vez lo agonístico unamuniano
pesa en esta valoración. Así, llega a lo que es el centro de su estudio: que Salinas
descubre en esos poetas “ese querer, esa querencia que es la cifra de su propia poesía”;
de ahí la profunda unidad del crítico con la materia tratada. Salinas propone que la
poesía agrega otra realidad al mundo, “la de su poesía, realidad mayor e
imperecedera”; es siempre un acto creador, trasmutador de la realidad. Gracias a esta
nueva realidad poética se llega a una concepción particular del mundo.
En los poetas estudiados por Salinas se destacan dos concepciones esenciales: la
muerte en Manrique, el erotismo en Rubén Darío, que Monegal se ocupará en demostrar
que no son preocupaciones contradictorias, sino que revelan ambas aspectos del “tema”
esencial del propio crítico. Si el propósito inicial en su primer artículo era referirse,
mediante el ejemplo de Salinas, a la crítica literaria del siglo XX aquí se revela la
conciencia de sus límites. Como Salinas, “sabe bien que toda realidad es inagotable”,
así como ambos respetan esa “última zona de misterio, de milagro” que encierra toda
obra de arte. Esto equivale a reconocer las limitaciones de una tarea que, si bien debe
ejercerse rigurosamente, jamás puede aprehender cabalmente su objeto.
Esta preocupación por dotar a la crítica de un método “científico” puede verse
también en otros cogeneracionales. Idea Vilariño, quien atendería especialmente las
ideas estéticas de Pius Servien22 como una posible herramienta para el estudio de los
ritmos en poesía, manifiesta, sin embargo, en su estudio sobre la métrica su
descreimiento respecto a las pretensiones “cientificistas” de la crítica.23 Aun en el caso
de aquellos aspectos de la lírica que pueden sistematizarse con cierto rigor científico, no
queda muy clara la utilidad de dichos procedimientos por sí mismos a la hora de develar
el sentido del poema.
De algún modo puede establecerse en la crítica del 45 esa búsqueda del
equilibrio entre rigor académico y “creación”, el libre juego entre la documentación y la
opinión. Por otra parte, la capacidad de hacer una labor crítica creadora sólo puede darse
a partir del respeto a esas zonas de misterio inexplicable que tiene toda tarea humana. Y
en estos escritores aparece, en consecuencia, un respeto, a la vez que una lúcida
desconfianza por el lenguaje, herencia también borgiana. A este respecto, el abordaje
crítico de los dos grupos del 45 –cuyo enfrentamiento puede reducirse, en última
22
Idea Vilariño, “Una ciencia de la poesía. Pius Servien y los ritmos”, en Número, Montevideo, Año 4,
Nº 20, julio-setiembre 1952, pp. 230-241.
23
Idea Vilariño, Grupos simétricos en poesía, Montevideo, Facultad de Humanidades y Ciencias, 1958.
58
24
Esta opinión archicitada de Salinas sobre su poética corresponde a Poesía española. Antología 1915-
1931, de Gerardo Diego, Madrid, Ed. Signo, 1932. La misma es transcripta por Rodríguez Monegal en el
artículo que se considera en este sector del trabajo.
59
25
Sarandy Cabrera, “Todo más claro y otros poemas por Pedro Salinas”, Número, Año I, Nº5,
Montevideo, noviembre-diciembre 1949, pp. 474-476.
26
El 23 de setiembre de 2001 consultamos a Sarandy Cabrera a propósito de su visión actual de Salinas, y
su opinión sobre la posible influencia en su generación. El escritor uruguayo opinó respecto de Salinas
que su “falta de hondura y exterioridad” lo han hecho envejecer; “no volvería a leerlo [...] me queda poco
tiempo. Puesto a gastar ojo, caminaría por otros caminos”. Rescata, sin embargo, a Luis Cernuda, por
sobre el resto de la “Generación del 27”. Respecto a la importancia dada a Salinas por Número admite
60
un tema externo le impone: “una urgencia exterior, temática si se quiere, lleva implícita
(en la factura del poema) la condición de ser fondo y forma simultáneamente”. Ya sea
para seleccionar, descubrir los temas esenciales o cuestionar una obra, el crítico no hace
sino hablar desde sí mismo, desde su propia concepción poética. Es ésta la que hace a
Cabrera decir que Salinas “no consigue cabalmente una presencia poética”. Y, si bien
en las últimas líneas del artículo circunscribe las opiniones a este libro, en otros
momentos parece comprometer una opinión general y temeraria, o por lo menos
apresurada, cayendo en una soberbia maliciosa: “A Salinas, meritorio y válido estudioso
de asuntos de literatura de habla española, la poesía no parece haberle tocado
esencialmente”. En todo caso, el balance que hace del libro es desfavorable: acusa al
verso de “agregados ripiosos para alcanzar la medida”, por ejemplo; pero, sobre todo,
cuestiona el uso de “argumentaciones racionales” dentro del poema, la especulación de
ideas que, según él, carecen de fundamento en la experiencia real. Concluye con la
opinión de que la poesía de Salinas ha envejecido y no se adapta a los nuevos asuntos,
en lo que él estima “del la crisis instrumento idiomático”.
Todo más claro y otros poemas se revela hoy en su condición de libro del exilio.
Esa extrañeza del idioma que Sarandy Cabrera siente como envejecimiento de la
herramienta o inadaptación, resulta una consecuencia del choque con un mundo distinto
y una lengua ajena, en su experiencia norteamericana; así como El contemplado surge
de su vida en Puerto Rico. Un poema como “Nocturno de los avisos” responde a una
línea poética que bien puede entroncarse con el Juan Ramón de Diario de un poeta
reciencasado o el García Lorca de Poeta en Nueva York, y que responde a la
impersonalidad, el acoso de la publicidad, la cosificación de los seres que se dan en la
ciudad contemporánea, pero que se perciben agudamente cuando se es extranjero.
Detrás de las paradojas, las angustiosas preguntas retóricas que el poeta se formula
frente a los luminosos publicitarios, aparecen las obsesiones salinianas, como el tema de
la angustia frente al devenir, la esencia –el alma, la muerte– frente a la apariencia, que
no deja de ser frivolidad. En el poema “El cuerpo, fabuloso” aparece, por momentos,
esa caída en lo discursivo que disgusta a Cabrera. El poeta recorre tópicos ciudadanos –
maniquíes de los escaparates, “a cuyos pies las almas sin amante/ rezan por un
que es probable que se debiera a Rodríguez Monegal, del que hoy afirma que es “otra figura que, con el
tiempo, se me ha ido desmereciendo, dada su perspectiva literaturizante”. Al preguntarle si las
diferencias obedecen a razones políticas responde que “lo político y lo literario no son fenómenos que
podamos desgajar, si nos atenemos al precepto maoísta de que hay que caminar con las dos piernas”.
61
Como este, hay otros en Todo más claro y otros poemas que merecen salvarse
del juicio fácilmente demoledor de Cabrera. En “Pasajero en Museo” también hay breve
anécdota que sostiene el poema: el yo lírico recorre las salas de un museo y enfrenta el
clausurado estatismo de esos cuadros, su segura quietud de ser pasado, o estricto
presente siempre, con su condición de paseante inmerso en la temporalidad, en el riesgo
del vivir. Se destaca el ritmo que sostiene el tema del devenir, así como la fidelidad de
la preocupación de Salinas por la “vida fugaz” y la provisoriedad de la vida como fuente
de angustia a la vez que desafío. Su propia concepción de la poesía, vinculada a
urgencias temáticas externas que determinarían la forma misma le impide al crítico
reconocer el valor de estos versos.
Salinas muere en diciembre de 1951 y la siguiente entrega de Número, que
corresponde a enero-marzo de 1952, está dedicada enteramente a su homenaje. En un
editorial sin firma, los directores de la revista montevideana, anotan al referirse al poeta
español: “todo lo que escribía [...] nacía del centro de sí mismo y estaba conforme con
todas las actitudes posibles de su ser [...] Así aparece a los que sólo lo conocimos por
su obra o por algunas cartas afectuosas”. Efectivamente Salinas intercambió
correspondencia con Idea Vilariño a propósito de colaboraciones suyas para Clinamen y
62
27
En el Archivo de Emir Rodríguez Monegal, hoy en poder de la Princeton University (Manuscripts
Division, Department of Rare Books and Special Collections) no existe correspondencia, de acuerdo con
la consulta electrónica a dicho acervo. En cambio sí hay textos manuscritos del autor, incluidos en la
sección Paper of others, caja 19, carpeta 4, que puede suponerse sean los textos publicados por Número
(debo a Nicolás Gropp el acceso a esta información). En una carta a Juan Ramón Jiménez sí se menciona
a Salinas (ver Apéndice documental)
28
“Don Luis de Góngora o la exaltación poética de la realidad”, en op. cit., pp. 40-53. En nota al pie al
texto se añade: “Este capítulo pertenece a Reality and the Poet in Spanish Poetry (Baltimore, The John
Hopkins Press, 1940) [...] El texto inglés de las mismas fue obra de Miss Edith Fishtine Helman. La
presente versión en castellano ha sido efectuada para Número por E[mir] R[odríguez] M[onegal]”
29
Idea Vilariño, “La poesía de Salinas”, en Número, Año 4, Nº 18, Montevideo, enero-marzo 1952,
pp.54-65.
63
poética a la hora de crear, y aun con su propia concepción del mundo. Puede
considerarse, incluso, la posible huella de Salinas en la poesía de Idea Vilariño –como
se insinuara antes–, eco que se irá desdibujando en la medida en que ella logra afianzar
la depuración verbal como el rasgo distintivo de su poesía. El juicio con que sintetiza la
poética saliniana bien puede aplicarse a su propia poesía:
“Hay como vergüenza del verso pleno, del poema de gran aliento, del
sentimentalismo, un pudor del lirismo que le busca formas coloquiales, que busca
parecerse al simple pensamiento lógico, que a veces se parece a la impotencia”.
30
Mario Benedetti, “Pedro Salinas. La bomba increíble. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1950, 244
pp.”, en Número, Año 3, Nºs 13-14, Montevideo, marzo-junio 1951.
64
31
Ángel Rama, “Ensayos sobre literatura hispánica, de Pedro Salinas” (reseña), en Marcha, Nº 984,
Montevideo, 6 de noviembre de 1959.
32
Ángel Rama, “Pedro Salinas. La responsabilidad del escritor, Barcelona, Seix Barral, 1961, 269 pp.”,
(reseña) en Marcha, Nº 1098, Montevideo, 2 de marzo de 1962.
65
pudo ver los puntos débiles de Salinas que a otros escapaban: “Le falta instrumental
sociológico o filosófico para analizar la situación del escritor o sus poderes, o la
política de la lengua”, algo que, según él, “lo hace muchas veces candoroso”. Ya en
1961 el panorama cultural uruguayo aparecía conmovido por cismas de otros órdenes,
que afectaban y comprometían la relación del intelectual con el arte, con la sociedad,
con el poder y en la que ya nadie podía sustraerse de tomar partido. La revolución
cubana, la crisis política, económica y social uruguayas, parecían exigir una actitud
cultural que escapara a las medias tintas.
Si Pedro Salinas había representado una actitud de pureza poética, una vigilancia
crítica sensible y profesional, un compromiso con la derrotada República española y sus
intelectuales en un exilio ya demasiado prolongado, los sesentas exigían más del
escritor. Por eso Rama lanza, desde las páginas de Marcha, la revisión del autor en
relación al panorama político y cultural del momento. En efecto, La responsabilidad del
escritor parece un texto a destiempo, políticamente conservador en la medida que sigue
viendo al escritor injertado en una sociedad que le es adversa, deudor de aquella
concepción orteguiana de las masas, despectivo respecto al público, peligrosamente
inclinado a la literatura elitista, fijado en conceptos anquilosados en cuanto a la pureza
castiza de la lengua.
33
María Inés Silva Vila, “Montevideo era una fiesta, era la unión de los contrarios”, en Cuarenta y cinco
por uno, Montevideo, Fin de Siglo, 1993, pp. 41-44.
66
nuestra juventud era tan tonta que creía que eso era la realidad”.34 Aunque los jóvenes
intelectuales presenten quejas acerca de la falta de editoriales y revistas y de la política
cultural oficial, hay en ellos una pretensión cosmopolita de signo optimista, que los
impulsa a poner nuestras letras en relación con la literatura francesa o anglosajona, a
renovar una cultura estancada según lo preconizara Onetti desde la sección “La piedra
en el charco”, que publicara en Marcha en 1939-41. El empeño con el que se abocaron a
hacerlo, lleva a pensar que semejante tarea era entendida como posible. Con la
agudización de la crisis nacional que se perfilaba desde mediados de los cincuenta, las
actitudes generacionales se polarizan en lo político y, por ende, en su concepción y
valoración de la literatura. La actitud crítica y renovadora, así como el sello del quiebre
político posterior, los acerca, curiosamente, a ciertos escritores españoles del 27 o a
algunas de sus actitudes.
En las dos generaciones, la española y la uruguaya, se da la búsqueda de la
profesionalización de la escritura, la integración del grupo por poetas que son también
profesores, críticos, traductores, lo que redunda en la autoexigencia. Cumple a las
generaciones el papel de actualizar y universalizar sus literaturas nacionales. Rilke,
Eliot, Proust influyen en las renovaciones del 27, aunque éstos no reniegan de la
tradición hispánica, antes bien la integran formal y temáticamente. En el 45 la ruptura
con la tradición cercana supone el progresivo alejamiento del tema rural o de las formas
del realismo rural, el desprecio crítico por los autores que lo cultivan, a los que asocian
a una actitud estética esclerosada, y de los que sólo salvan a Espínola y Arregui y,
parcialmente, a da Rosa.35 Asimismo, la preocupación por lo ciudadano y el mundo
moderno es una constante temática del 27, mientras en Uruguay los grupos dominantes
del 45 se mostraron como los que lograron superar el regionalismo. Dicho en otros
términos, su labor consistiría en la búsqueda de una literatura urbana que “fundaría”
Montevideo y permitiría alcanzar una pretendida universalidad literaria.
El acercamiento a un poeta como Salinas, a través de su influencia en el medio
intelectual o más específicamente literario montevideano, permite detectar las
preocupaciones estéticas de los críticos que lo atendieron y su evolución. A la vez, abre
34
Manuel Flores Mora, “Cultura uruguaya de los 40”, en Homenaje a la Cámara de Representantes,
Montevideo, 1986, p. 284.
35
Debe dejarse constancia que bien otra es la posición del grupo contemporáneo vinculado a la revista
Asir, que no hemos considerado en este artículo, básicamente porque nada se dice sobre Salinas en esta
publicación periódica aparecida en Mercedes y, luego, en Montevideo, entre 1948 y 1959.
67
Se incluye a continuación tres cartas, dos remitidas por Pedro Salinas a Idea
Vilariño y una de Emir Rodríguez Monegal a Juan Ramón Jiménez. Las dos primeras
fueron publicadas por Pablo Rocca en El País Cultural, Montevideo, Nº 205, 9 de
octubre de 1993: 2-3. La última se encontraba inédita. En ella, el crítico uruguayo alude
a Salinas de un modo enigmático, aunque –por lo que puede deducirse– sin mucha
simpatía respecto de su persona o de su obra. Debo a la generosidad de la prof. Tania
Ramos González las gestiones para la obtención de la copia de este documento, que se
encuentra en el archivo de Juan Ramón Jiménez en la Universidad de San Juan de
Puerto Rico. En el archivo de Emir Rodríguez Monegal, custodiado en la Princeton
University (Manuscripts Division, Department of Rare Books and Special Collections)
hay cartas de Jiménez que no hemos podido consultar. A continuación se incluye el
poema “Jardines este y aquel”, publicado en la revista Número (Montevideo, Nº 9, julio-
agosto, 1950).
Pedro Salinas
3521 Newland Road
Baltimore, Maryland
29 de agosto de 1948
Pedro Salinas
II
Generosa amiga:
Primero: no he recibido esas dos cartas a que V. se refiere; les mandé ya hace mucho un
poema, y no sé siquiera si llegó a su poder, ni se ha publicado. No le veo mencionado en
sus “próximas colaboraciones”. Ya me pensaba si me habrían Vs. olvidado. De suerte,
que en este caso no me sabía en deuda epistolar con Vs.; más bien creía lo contrario.
Vamos a lo de mi teatro. Antes que nada: muchas gracias por su oferta. Tengo
ese teatro, sofocado, aletargado, en un cajón de la mesa. Deseando verlo, vivo, en
escena y saber si existe o no, en la realidad hablada y corporeizada. Este año se va a dar
una pieza en New York, por un grupo de Barnard College, gente de toda confianza,
Paco García Lorca y su mujer, los del Río, etc. Y unos mozos de aquí que tienen un
teatrito de aficionados, de gran decoro literario, pero muy pobre de recursos (aquí las
cosas cuanto más exquisitas, menos dinero tienen) prepara dos piezas, en inglés. Pero
me va a dar pena, ver, por vez primera mi teatro en lengua extraña. También en La
Habana puede que se dé algo. Por eso me alegró mucho su carta, porque parece un signo
más de que este año, por fin, en una u otra forma, va a expresarse mi teatro,
coincidiendo la oferta de Vs. con esas obras de que le acabo de hablar. Claro, que si
llegara a montar alguna ese Teatro del Pueblo, yo no podría verla [,] V. me haría el
favor de verla por mí, de decirme, de verdad, lo que es. Imposible ir por ahí, ahora,
aunque mucho lo deseo. Vivo de mi trabajo universitario, y no tengo dinero –mucho se
necesita– para llegarme a esas tierras. Y las posibilidades de conferencias, que habrían
de combinar Argentina-Uruguay son escasas, y de poco rendimiento. El precio del
pasaje aéreo es fabuloso. De modo que confiaría a Vs. mis obras, con el dolor de no
mandar para allá a mi persona, la responsable, y que allí debía de estar, para dar cara al
público.
Bueno, vamos a lo inmediato. Estoy muy mal de copias de mis comedias. Pero
da la casualidad de que ahí mismo, en Montevideo, tiene Margarita Xirgu algunas de
mis obras. Por eso, en vez de mandar a V. las únicas que me quedan, creo preferible
enviar adjunta esta carta, suplicándola que con ella vaya V. a ver a la Xirgu y que la
entregue las tres comedias: EL PARECIDO, LA ISLA DEL TESORO, ELLA Y SUS
FUENTES. Creo que con dos de ellas pueden Vs. componer un programa; las tres
serían demasiado. Lo que sí quiero es que esos originales los guarde V. (por supuesto
leyéndolos, si tiene ganas) y se los trasmita al director del Teatro del Pueblo, pero sin
dar lectura de ellos a nadie más. En sus manos, pues, los pongo.
Respecto a publicación, bien quisiera darlos a la estampa. Pero por el momento
en revistas, no. Me han hecho varias propuestas, que he declinado. Mi deseo sería hacer
70
tres tomitos cada uno con tres piezas. Pero no me atrevo a proponérselo a ninguna casa
editorial, porque me temo que no quieran teatro, es el género que menos venta tiene. Por
eso, la ruego aplacen por ahora su amable propósito de dar alguna en NÚMERO. Otras
cosas les mandaré para la revistas.
Supongo que pronto andará por ahí mi “fabulación” LA BOMBA INCREÍBLE,
que edita la Sudamericana. Tengo curiosidad por saber qué acogida tiene, entre un
grupo como el de Vs. esa nueva aventura de novelar, en que me he metido. Ahora he
terminado una colección de cuentos largos; y me encuentro con igual dificultad de
publicación. Son demasiado extensos para NÚMERO: por eso no les envío ninguno.
Créame, mi joven amiga, la mayor dificultad de los desterrados españoles, es la
publicación. Yo no puedo quejarme, hasta ahora. Pero no quiero fatigar a la
Sudamericana, y Losada es muy lento. ¡Si V. sabe de alguna editorial que no repare en
arriesgar dinero publicando teatro, cuentos o poesía míos, dígamelo; de todo tengo,
inédito!
Termino, como empecé. Con mis gracias, y el mejor recuerdo de su poesía, y de
su atenta amistad.
Pedro Salinas
III
Estimado amigo:
literatura gauchesca por Jorge Luis Borges. Quisiéramos que Ud. nos autorizara a
publicar sus conferencias sobre el Modernismo y la generación del 98 (Unanumo, Valle
Inclán, Machado); o que nos enviara algunos de sus magníficos cuentos para hacer un
volumen delgado (unas ochenta páginas). Sería muy importante para nosotros. En caso
afirmativo, ¿podría mandarnos los textos?
Dos: el Número 6 estará dedicado a la Literatura uruguaya del 900. ¿No quisiera
evocar Ud. para nosotros sus lecturas de muchacho, de Rodó, de Julio Herrera y
Reissig? Constituiría un testimonio invalorable.
Ahora otra cosa. He pensado mucho lo de Salinas y, créame, espero el momento
de hablar personalmente con Ud. del tema. Algo me había anticipado ya León Felipe.
Pero como es tan hiperbólico, no le creí del todo.
Bueno, querido amigo, hasta pronto. Espero tener el placer de estrecharle la
mano el próximo año, como quien dice pasado mañana.
P.S. Escritura sigue arrastrándose. (De mensual que era se convirtió en bianual.) De
Fábula no hay nada; y es mejor, porque pertenece a Bergamín.
**
En alcázares de aires,
Puestas a salvo,
Pedro Salinas
74
Nacido en Sevilla en 1902, Luis Cernuda fue uno de los poetas más jóvenes de
la “generación del 27” española. Como en algunos de sus coetáneos (García Lorca,
Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas) en su poesía gravitan las
vanguardias; como en ellos, también, recupera sectores de la tradición literaria hispánica
(Góngora, Garcilaso y Bécquer), según lo ha explicado en varios de sus refinados
ensayos.
Cernuda acompañará el destino de la República Española: con Alberti funda la
revista Hora de España y se pone, a su modo, al servicio de la Revolución, afiliándose
al Partido Comunista, marchando como voluntario de las milicias populares. Pero su
poesía, nada ortodoxa, no convenció a la dirigencia del Partido y pronto el escritor,
desengañado, abandonó el comunismo. Sobre el final de la guerra tendrá que exiliarse
en Inglaterra. La experiencia del contacto con el idioma y la poesía de ese país marca
para siempre su obra, como antes lo había hecho el surrealismo.
Pero también inciden fuertemente en su formación y en la búsqueda de un tono
propio poetas de otras lenguas, como Mallarmé, Rimbaud, Hölderlin o Coleridge. Tales
lecturas se avienen a su temperamento de romántico a destiempo y alimentan su cultivo
de la “rareza” como sello propio, dos características que se combinan con la asimilación
de la tradición literaria castellana, todo lo cual da como resultado una singularidad nada
típica en su lengua. De estos cruces, tanto como de su desconcierto, de su incomodidad
existencial, de su homosexualidad que no oculta, resulta su poesía despojada de
mayores apoyos musicales o rítmicos, que rehuye la rima y la facilidad. Eso testimonian
sus libros de poemas, que al fin recogió en la compilación La realidad y el deseo (1936;
4ª edición ampliada: 1965).
Concluida su etapa en Inglaterra, Cernuda pasa a Estados Unidos y, finalmente,
a México, donde lo encontrará la muerte. El destierro se transforma en una condición
vital, como se evidencia en un poema de Desolación de la quimera (1962): “Mas, ¿tú?
¿Volver? Regresar no piensas,/ Sino seguir libre adelante,/ Disponible por siempre,
mozo o viejo”. Sólo en tierra mexicana pudo recuperar a España, su lengua y su cultura.
75
Son muchos los puntos de contacto que unen a Cernuda a sus coetáneos Federico
García Lorca, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre o Pedro Salinas. La poesía de todos
ellos surge a la luz de las primeras vanguardias, con su preeminencia de la imagen y su
rechazo de lo anecdótico y lo confesional, aunque también veneran la tradición literaria
hispánica y recuperan a Góngora, Garcilaso y Bécquer. Luego tendrán un pasaje
deslumbrado por el surrealismo, que al coincidir con crisis personales de los poetas
produce obras que están entre las mejores del siglo en España (Poeta en Nueva York, de
Lorca, Sobre los ángeles, de Alberti, Espadas como labios, de Aleixandre, Un río, un
amor, de Cernuda).
Como tantos otros, Cernuda acompañará los compromisos históricos frente al
advenimiento de la República Española. Funda con Alberti la revista Hora de España y
se pone, a su modo, al servicio de la Revolución: “Ninguna otra vez en mi vida he
sentido como entonces el deseo de ser útil, de servir”, dirá en Historial de un libro.
Entonces se afilió al Partido Comunista y marchó como voluntario de las milicias
populares. “Con un fusil y un tomo de Hölderlin debajo del brazo” llegó a la sierra de
Guadarrama. Pero su poesía, nada ortodoxa, no convenció a la dirigencia del Partido y
pronto el escritor, desengañado, abandonó el comunismo aunque se mantendría para
siempre fiel a la República.
Sobre el final de la guerra deberá exiliarse en Inglaterra. La experiencia del
contacto con el idioma y la poesía de ese país marca para siempre su obra. Es cierto que
también pesan en él lecturas muy dispares de otras lenguas: Mallarmé, Rimbaud,
Hölderlin, Coleridge. Estas influencias se avienen a su temperamento de romántico a
destiempo y alimentan su cultivo de la “rareza” como sello propio, dos características
que se combinan con la asimilación de la tradición literaria castellana, todo lo cual da
como resultado una singularidad nada típica en su lengua. De estos cruces, tanto como
de su desconcierto, su incomodidad existencial, resulta también la extrañeza de una
poesía despojada de mayores apoyos musicales o rítmicos, que rehuye la rima y la
facilidad.
Suele dividirse la obra cernudiana en etapas definidas básicamente por las
marcas que determinaron sus contactos y lecturas, tanto en su periplo vital como en su
poesía: 1) El purismo; 2) El contacto con el surrealismo; 3) La rebelión moral y estética;
4) El contacto con la poesía inglesa y 5) El rencor del exilio y del aislamiento.
Los temas más reiterados en el universo poético de Cernuda, desde Los placeres
prohibidos (1931), serán la entrega amorosa y el anhelo de juventud, lo que conlleva la
76
angustia temporal y la exaltación del cuerpo. La mirada puede volverse hacia el pasado
idealizado y entonces el recuerdo de breves momentos de dicha sostiene una ilusión. O
bien los versos se inclinan hacia el escepticismo, entonces el dolor puede llegar al
sarcasmo. En todo caso, lo mejor de la vida –lo que se ha tenido o lo que se espera–
siempre corresponde a la plenitud del deseo y del gozo.
“Apenas concibo un tipo de hermosura donde no entre la desdicha”, dice
Baudelaire, y Cernuda hace suya la frase en Poesía y literatura (1960). La base del
dolor es la atracción que ejerce sobre él la belleza del mundo, tanto como la
imposibilidad de aprehenderla. Para dar oxígeno a ese mundo tormentoso en que se
debate, en conflicto permanente con los otros, la mirada se vuelve al pasado o se funda
la esperanza en el futuro, ambos filtrados de fugaz idealismo. Pero Cernuda siempre
logra un equilibrio entre lo emotivo y lo intelectual, condición que salva a sus versos del
sentimentalismo. Ese apoyo racional le dicta la desconfianza en el recuerdo, puesto que
es un espejismo o, en el mejor de los casos, el pasado feliz desenmascara un presente
mezquino: “Goce o pena es igual/ Todo es triste al volver”. Sólo queda “un instante
feliz entre tormentos”, y lo mejor parece el olvido de esas mentiras: “morir aún más/
Arrancar una sombra/ Olvidar un olvido”. Quizá la raíz de esta insatisfacción deba
hallarse en esa infancia de Sevilla –melancólico paraíso perdido, fuente de toda
frustración y de toda culpa–, que recrea en el volumen de poemas en prosa Ocnos
(1942). En esos pequeños relatos de sabor arcaico puede advertirse la opresión que
produjo en su ánimo hipersensible la estricta educación católica de su familia, así como
la tendencia precoz al refugio en la introspección y el ensueño.Una herida nunca cerrada
proviene de la nostalgia de la fe: el cristianismo, vivido en la niñez de un modo absoluto
y consolador, dejará su huella en el adulto que reniega de esa doctrina. Esta se traduce
en permanente frustración, porque nunca el hombre se repone de la pérdida de la
trascendencia: “Pero a ti, Dios, ¿con qué te aplacaremos?/ Mi sed eras tú, tú fuiste mi
amor perdido,/ Mi casa rota, mi vida trabajada, y la casa y la/ vida”.
En los comienzos, Cernuda está más cerca de Jorge Guillén y de Salinas, por una
cierta comunidad de lenguaje y de elecciones temáticas. Los puntos de contacto con
Salinas –quien fuera su profesor de literatura–, vienen por el lado del escepticismo vital.
En Salinas hay desconfianza en los datos de los sentidos, pero su mundo lírico –cuyo
pilar es el amor– se sostiene en un idealismo último aunque carente de trascendencia.
En Cernuda –materialista confeso– la rebeldía y la frustración frente a la realidad
posibilitan otros registros, como la ira. La firme sospecha de la vacuidad del mundo le
77
provoca una reacción más ética que estética: la poesía se convierte en denuncia del
dolor y la soledad. Cernuda se va distanciando progresivamente de estos modelos para
adquirir una voz solitaria y radical como ninguna otra en la lengua de su tiempo.
Si bien a lo largo de los años y de las páginas su escritura va perdiendo brillo y
ganando en concisión y en hondura, sus grandes líneas permanecen sin mayores
variaciones. Así desde Perfil del aire (1927) hasta la última versión de La realidad y el
deseo (1964), título que reúne la poesía completa y al que va sumando nuevos libros,
desde 1936 hasta el abrupto final de su vida, ocurrido en 1963.
seguir libre adelante,/ Disponible por siempre, mozo o viejo”. Sólo en tierra mexicana
pudo recuperar de algún modo a España, su lengua y su cultura.
Al lector actual, sobre todo después de las perspectivas de Jaime Gil de Biedma
y de Octavio Paz, la obra de Cernuda le puede resultar más interpelante y productiva
que la de algunos de sus contemporáneos, porque manifiesta el desgarro del sujeto entre
su identidad individual y su ser social. A la vez, denuncia las máscaras de ciertas formas
de poder –llámese “tradicionalismo”– apostando a cualquier costo por la coincidencia
entre ética y estética. Su marginalidad es una posición frente a la vida, es el resultado de
la forma radical con que asume su homosexualidad y su condición de poeta, como un
destino sagrado, como un martirio, “contra todo”.
Tradición y novedad
47
Cernuda, Luis. Estudios sobre poesía española contemporánea. Madrid, Guadarrama, 1975: 11.
48
Pichon Riviére, Marcelo. “Los márgenes del surrealismo” (Prólogo), en Maurice Nadeau, Historia del
surrealismo. Montevideo, Altamira, 1993.
79
49
“Entrevista de Fanny Rubio a Rafael Alberti”, en Anthropos, Barcelona, Julio-Agosto, 1984.
80
50
de Llera Esteban, Luis, “José Ortega y Gasset y las vanguardias”, en Morelli, Gabriele, Treinta años de
vanguardia española. Sevilla, Ed. El Carro de Nieve, 1991.
51
Para una interpretación general de la época y sus contrastes, véase: Historia de la Literatura Española.
El siglo XX, vol.6, S.S. Brown. Barcelona, Ariel, 1980.
81
52
Las vanguardias en general se caracterizaron por la estrecha relación e intercomunicación entre las
artes. En España, la “Generación de 1927” representó la cima de los vínculos creativos entre poesía,
música, plástica y cine. Algunos de los poetas del 27 fueron también pintores, como Alberti y Lorca, y
todos ellos frecuentaron, con distintos niveles de intimidad, a Luis Buñuel, Salvador Dalí y Manuel de
Falla.
53
Cernuda, Luis. “Generación de 1925”, en Estudios sobre poesía española contemporánea, citado de
Prosa Completa. Barcelona, Barral, 1975: 427.
54
Cernuda, Luis, op. cit: 427.
55
Cernuda, op. cit.: 427.
56
Geist, Anthony L. La poética de la generación del ‟27 y las revistas literarias (1918-1936). de la
vanguardia al compromiso. Barcelona, Labor-Guadarrama, 1980.
82
gloria. “La gloria del poeta”, como titula a uno de sus poemas, es la que se encuentra la
consagración en la obra y no en la vida. Entonces, busca la “complicidad con lo
irregular, lo fuera de la norma, y, en fin, con aquello que Baudelaire llamaba lo bizarro
–esa hendedura por la que asoman el vacío, la muerte, lo horrible, lo innominable”
(Paz, 1992: 42). El ideal cernudiano es el de una cadena de lectores-poetas unidos por
hilos secretos de relaciones: “Soñó muchas veces con ese lector todavía sin nombre y
sin rostro. En un poema lo invoca y le pide, casi imperiosamente, que lo ame «como yo
he amado la verdad del poeta bajo nombres ya idos»” (Paz, 1992: 43). A su vez, “se
cumple en un oyente que comprende y recrea lo oído y lo leído. Participación activa. La
obra no termina en ella misma; no es un monumento, es una intersección: prolonga las
verdades de los poetas ya idos, asume las formas que sus lectores sucesivos le infunden
y anuncia la aparición de un poeta futuro y su verdad. La gloria se llama tradición: no
la mentida inmortalidad de un nombre sino la continuidad de una palabra común”
(Paz, 1992: 43).
El surrealismo o la anti-pureza
del amante, la confesada necesidad de otro. Por ejemplo, en este poema, del que voy a
leer un pasaje:
En cambio, en el libro publicado sólo dos años después, Los placeres prohibidos
(1931), el surrealismo desborda como subversión moral y desafío. El poeta encuentra en
la escuela francesa la conexión que lo une a una línea que se remonta al romanticismo –
pasando por la pretensión de Rimbaud de que “la poesía debe servir para cambiar la
vida”– y que terminará fatalmente en la condena de la poesía pura.
Una marca definitiva de pureza del discurso cernudiano –ya no estética sino
moral– despierta en este libro. En él se atiende desde el título al conflicto entre
individuo y sociedad, poniendo el énfasis en la represión y en la condena, de modo que
la respuesta sea la rabia y el desafío. Evidentemente, su contacto con el psicoanálisis
freudiano le permite adquirir un instrumental apto para trabajar estas preocupaciones,
que bien podrían sintetizarse en el título que eligió para sus poesías completas: La
realidad y el deseo. Desde luego, esta indagación en el psicoanálisis es un punto de
contacto con las investigaciones ya planteadas por Breton en el Primer Manifiesto
85
surrealista respecto del mismo campo, a las cuales Cernuda estilizará, reformulará
durante toda su trayectoria creativa.
Por eso no es casual que Cernuda reivindique el placer y la intensidad corporal,
incluso como una forma de indagar y hasta de afirmar su condición homosexual. Parte
aun de aquello que escandaliza a la mayoría para enfrentarlo –con ventaja– a tantas
corrupciones y suciedades de los hombres:
Hölderlin. A partir de ese camino, que lo conduce a veces al borde de la prosa, del giro
discursivo, que evita la musicalidad y el ingenio, el poema apelará antes a la razón que a
la sugestión y “el poder de las palabras [...] sustituye al poder de las imágenes”57.
Entonces, irá para siempre unido a la verdad. De ahí proviene, entre otras cosas, el
carácter ético y aun revolucionario que el escritor asigna al arte. En 1937 escribía: “El
poeta es fatalmente un revolucionario”,58 pero ya en ese momento la opinión –que
podría parecer trivial y a la que cientos de poetas de entonces podrían plegarse– tenía,
en realidad, un alcance más existencial que político, porque daba cuenta de un modo de
entender la función social de ése a quien Cernuda llama “el artista” y que también
fatalmente será un marginal, un inadaptado, un “extravagante” en el sentido con que él
pudo designar a Góngora o a Larra;59 ese artista, tal como lo concibe, siempre expresará
una u otra forma de desacomodo con la realidad. Una condición de esa forma extrema
de entender al creador –y que en parte ha llevado a Octavio Paz a definirlo como un
“moralista”– estriba en la independencia del poder, en la ruptura de todo otro
“compromiso” que no sea con el arte, como puede verse en este poema de la década del
cincuenta en el que testimonia su relación difícil y ambivalente con “La poesía”, que así
se llama:
57
Amat, Jordi. “Lección de la placa en Camdem Town”, en Cuadernos Hispanoamericanos, Nª 625-626,
Madrid, julio-agosto 2002. En el mismo pasaje afirma Jordi Amat –y esto complementa la idea
desarrollada– que la poesía de Cernuda “significa la liquidación del simbolismo”.
58
Recogido por Amat Jordi en art. cit. Se refiere a un artículo publicado por Cernuda en la revista Hora
de España.
59
Cernuda se refiere a este punto en la conferencia “Góngora y el gongorismo” de 1937, publicada en
Prosa completa. Barcelona, Barral, 1975: 1422-1434.
87
Desde ese sitio llega Cernuda a otra forma de pureza. El ejercicio poético es
noble por sí mismo, pero sin concesiones ante nadie, ni ante el lector (“No he escrito ni
una sola línea pensando en el público”, dijo una vez) ni ante la crítica. Así, sin
doblegarse, “contra todo”. Según Luis Cernuda, el poeta solo escribe para una línea
invisible que traza el tiempo, para el secreto círculo de iniciados, para el poeta futuro,
para una minoría. Quizá, la misma “inmensa minoría”, de la que habló alguna vez Juan
Ramón Jiménez.
60
El muy posterior poema de Carlos Barral que lleva este título, “La dame á la licorne. Estudio de
ademanes. A una muchacha desnuda de medio cuerpo, que, creyéndose sola, se quita los blue-jeans junto
a una bicicleta”, puede leerse, creo, en sintonía con la obra cernudiana o como implícito homenaje en el
88
VI
Lecturas encontradas en textos de Salinas y Cernuda
Yo fui.
Columna ardiente, luna de primavera.
Mar dorado, ojos grandes.
sentido de la prevalencia del instante, la glorificación del cuerpo joven y de la eternidad en tanto
repetición incesante del deseo. El poema “narrativo” es una forma típica de la poesía de la década de
1950. Este de Carlos Barral admite la comparación, a su vez, con el de “Venus surgiendo de las aguas”,
de Rafael Alberti (en Poemas de Punta del Este).
89
He sido.
En ese caso el recurso del verso cortísimo, de solo tres sílabas, tiene fuerte valor
enfático. En el poema hay dos versos en el poema –el primero y el último– de sólo tres
sílabas: “Yo fui” y “He sido”.
Con ellos contrasta el despliegue del dodecasílabo: “Columna ardiente, luna de
primavera”. En este caso, el verso sirve para dar amplitud a la primera afirmación
contundente y acentúa la idea de libertad juvenil, desarrollándola en un verso largo. El
mismo recurso funciona en la segunda estrofa. Y el resto del poema es una combinación
de pentasílabos, heptasílabos y alejandrinos. Aunque está lejos de ajustarse a una forma
clásica, el resultado no deja de ser una combinación libre de versos de medida
tradicional. La noción de coloquialismo asume, en la poesía de Cernuda, la ruptura con
la función eufónica de la poesía, pero eso no significa que la métrica no siga estando en
función de la estructura total y sobre todo, de la idea.
Los versos pentasílabos también tienen una función específica. En “Canté, subí”,
el final agudo y la medida breve ayudan a sugerir lo inacabado, la aspiración de elevarse
por medio de las grandes aspiraciones juveniles y de la poesía que las expresa.
En cambio, “Caí en lo negro” utiliza la misma medida pentasilábica para sugerir
la idea contraria, de anonadamiento interior. Tal vez por eso se opta por el final grave,
descendente.
En este poema se anticipa otra actitud muy cernudiana y de gran desarrollo
posterior en su obra, que puede definirse mediante la franqueza casi cruel y el
voluntarismo a contramano del mundo. También está la inevitable idealización de la
adolescencia como etapa de pureza, de definición de la identidad y, por tanto, de
apertura inaudita y libertad, que coloca al individuo en la esfera de lo posible. La
adolescencia es la etapa de la posibilidad, que en la poesía de Cernuda debe asociarse
con imágenes de apertura y desamparo, que sin embargo se anhela repetir
incesantemente.
90
No decía palabras,
Acercaba tan sólo su cuerpo interrogante,
Porque ignoraba que el deseo es una pregunta
Cuya respuesta no existe,
Una hoja cuya rama no existe,
Un mundo cuyo cielo no existe.
92
Un roce al paso,
Una mirada fugaz entre las sombras,
Bastan para que el cuerpo se abra en dos,
Ávido de recibir en sí mismo
Otro cuerpo que sueñe;
Mitad y mitad; sueño y sueño, carne y carne;
Iguales en figura, iguales en amor, iguales en deseo.
A su vez, planea por debajo de estos versos una melancolía –un ligero
escepticismo- que sólo se vislumbra al final; la sospecha de lo ilusorio coloca al amor
en el plano de la invención individual, donde nace y queda atrapado sin salida. Cernuda
conecta esta insatisfacción amorosa con la inseguridad intrínseca al deseo en sus
términos más amplios, que es apertura permanente, actitud que privilegia el poeta en
casi todos los aspectos de la relación entre el individuo y el mundo.
El amor puede ser un engaño que presta luz al objeto amado, pero la
insatisfacción amorosa es concebible, asimismo, como necesidad de expresar anhelos
más altos que el sujeto no acierta a explicar:
“La misma incertidumbre, según Aristófanes en El banquete, manifestarían los
andróginos seccionados si les preguntaran qué desean el uno del otro: «el alma de cada
uno es evidente que desea otra cosa [que los placeres sexuales] que no puede decir con
palabras, sino que adivina lo que desea y lo expresa enigmáticamente».” (Basso, 2003).
Como se dijo, si el deseo en Cernuda involucra un sueño ideal de pureza, una
aspiración ascensional, el amor y el recuerdo, a la inversa, involucran decididamente el
cuerpo, lugar en que confluyen las distintas manifestaciones del yo en el tiempo. El
tiempo duele sobre el cuerpo, porque en él dejó su marca: por eso pasado bello,
placentero, duele “sobre el cuerpo de hoy”. El propio cuerpo exaltado (o dolorosamente
humillado) es la medida del narcisismo. Esa confusión o imbricación cuerpo-alma se
93
registra en muchos versos que superponen “historias como cuerpos”, y cuerpos que
registran marcas de “un sueño más alto que la vida”.
El recuerdo, como destino fatal de todos los amores, es elevado a culto y
purificado como único resto que sobrevive a la exaltación del goce efímero: “Perder
placer es triste/ Como la dulce lámpara sobre el lento nocturno”. La comparación
ayuda a materializar el recuerdo del placer en esa luz mortecina que prolonga el brillo
del día. Algunas metáforas bastante sencillas se reiteran en esta poesía para referir al
deseo que aprisiona o a la constricción del mismo (como los muros) y para referir a la
apertura siempre renovada, que también supone desposesión (las manos abiertas, las
manos vacías). También reaparece la obsesión por la búsqueda del yo y por la
autodefinición, y el rechazo catártico a todo lo que restringe al yo (la base de todos sus
odios y todas sus iras) desde el orden social a la familia tradicional:
La muerte, por su parte, vendrá a buscar una verdad, la que él haya encontrado,
es decir, su verdad. Significará, entonces, la única fijación definitiva del yo. Mientras
hay vida, devenir, no hay tal cierre, el sujeto es una historia abierta. La única conclusión
es la fidelidad a sí mismo en la búsqueda siempre insatisfecha, que en Cernuda, se
transforma en actitud vital.
El mismo tema, la misma obsesión por la autoafirmación en la posibilidad
permanente, en el rechazo a ataduras o moldes rígidos, puede leerse, en otro registro, en
el poema “Peregrino”:
No.
Tengo que vivirlo dentro,
me lo tengo que soñar.
Quitar el color, el número,
el aliento todo fuego,
con que me quemó al decírmelo.
Convertir todo en acaso,
en azar puro, soñándolo.
Y así, cuando se desdiga
96
¿Serás, amor,
un largo adiós que no se acaba?
Vivir, desde el principio, es separarse.
En el primer encuentro
Con la luz, con los labios,
El corazón percibe la congoja
De tener que estar ciego y sordo un día.
Amor es el retraso milagroso
De su término mismo:
Es prolongar el hecho mágico,
61
“A una paseante”, el poema de Baudelaire, puede tomarse como emblema romántico de exaltación del
instante, encuentro fortuito a la vez que predestinado, pero sin consecuencias más que como una huella,
reminiscencia platónica que registra la psiquis. En la desarticulada relación del romántico con el mundo,
el encuentro platónico predestinado al absoluto se deja pasar.
100
“El primer saber, triste saber, que la conciencia y su descubrimiento del vivir en el
tiempo traen a Darío, es la insuficiencia de lo erótico para conducir al hombre a lo
cimero de su dicha y al perfecto cumplimiento de su ser. Desengaño de lo erótico, que
sin embargo no determina la renuncia al erotismo. Pacto con la derrota;
descubrimiento tras la sed, siempre mal pagada, de una sed más que sensual [...] lo
erótico insuficiente,[...] lo erótico como fatalidad [...] lo erótico [como] lucha por no
morir” (Salinas, 1957 [1948]).
carnal, puede ser sublime, pero no es una fuerza que desencadena una mujer sino la
mujer genérica. Es posible que, a través del análisis de la poesía de Darío, el español
esté aportando también datos para el armado de su propia concepción erótico-amorosa.
Como para Darío, el terror a la muerte da sentido a la vida, para Salinas la
separación es la medida del amor. Para el último verso de “¿Serás, amor, un largo
adiós…?”, se reserva la “moraleja” o consejo: la conciencia siempre vigilante del adiós,
el estar despidiéndose, el vivir a término, atenuará el sufrimiento.
El optimismo saliniano lo es sólo en apariencia. El amor es una ruptura
irresistible del yo que, por su efecto, se reconoce incompleto. Entonces, debe apelarse a
una construcción racional para soportarlo. El gesto material de despedirse, a despedida
física (“Si se estrechan las manos, si se abraza,/ nunca es para apartarse”) es el acto
material más intenso de expresión amorosa.
“¿Fue como beso o llanto?”, poema de Razón de amor (1936) registra, como el
anterior, una construcción en dos tiempos:
iluminado el mundo,
sin que nada se toque?
Ninguno lo sabemos.
Ni el dónde. Aquí en las manos,
como las cicatrices,
allí, dentro del alma,
como un alma del alma,
pervive el prodigioso
saber que nos hallamos,
y que su donde está
para siempre cerrado.
Ha sido tan hermoso
que no sufre memoria,
como sufren las fechas
los nombres o las líneas.
Nada en ese milagro
podría ser recuerdo:
porque el recuerdo es
la pena de sí mismo,
el dolor del tamaño,
del tiempo, y todo fue
eternidad; relámpago.
Si quieres recordarlo
no sirve el recordar.
Sólo vale vivir
de cara hacia ese donde,
queriéndolo, buscándolo.
Bibliografía consultada
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91, abril 1942.
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Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002 [1977].
Basso, Eleonora. “La tradición animista”, en Actas de las Jornadas Luis Cernuda. Buenos
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Cernuda, Luis. Antología. Madrid: Cátedra, 1984. (Edición de José María Capote Benot).
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Derek Harris y Luis Maristany.
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Cortázar, Julio. “Como quien espera el alba, Luis Cernuda”, en Cabalgata, Año II, Nº 15, enero
de 1948. Publicado luego en Obra crítica/2, Madrid, Alfaguara, 1994: 101).
_______________. Historia de la poesía española del siglo XX. Madrid: Gredos, 1997.
De Torre, Guillermo. “La obra poética de Pedro Salinas”, en Sur, Buenos Aires, Nº 9, julio
1934.
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Gullón, Ricardo. “La poesía de Luis Cernuda”, en Luis Cernuda. El escritor y la crítica.
(Edición de Derek Harris). Madrid: Taurus, 1977: 83-84. [Originalmente en Asomante, VI, Nº 3,
1950].
Harris, Derek (editor). Luis Cernuda. El escritor y la crítica. Madrid: Taurus, 1977: 83-84.
107
La Torre, Revista de la Universidad de Puerto Rico, Año VIII, Nº 32, Octubre-Diciembre 1994,
Primer Centenario del nacimiento de Pedro Salinas (el artículo de John Crispin, de la Vandebilt
University, incluye cinco poemas del autor inéditos en libro).
López Vidriero, María Luisa. Pedro Salinas, 1891-1951, Madrid, Ministerio de Cultura, 1992
[contiene una exhaustiva bibliografía de y sobre el autor]
Maristany, Luis. “El ensayo literario en Luis Cernuda”, en Luis Cernuda. Prosa I. Obra
Completa. Volumen II. Madrid: Siruela, 1994. Edición a cargo de Derek Harris y Luis
Maristany.
Paz, Octavio. “La palabra edificante (Luis Cernuda)”, en Cuadrivio. México, Joaquín Mortiz,
1976 [1965].
__________. “La pregunta de Cernuda”, en Al paso. Ensayos. Barcelona, Seix Barral, 1992.
Salinas, Pedro. “El romanticismo y el siglo XX”, en Ensayos de literatura hispánica. Madrid:
Aguilar, 1958.
Salinas, Pedro. La poesía de Ruben Darío. Buenos Aires: Losada, 1957 [1948].
Salinas, Pedro. Jorge Manrique o tradición y originalidad, Buenos Aire: Sudamericana, 1947.
___________. Poesías Completas, Barcelona, Lumen, 2000. Prólogo de Jorge Guillén. Edición
al cuidado de Solita Salinas de Marichal [Este libro se basa en la edición de 1956, pero en la
reedición –aunque ampliada– no comparecen algunos poemas póstumos publicados en revistas
durante los últimos años, como los de La Torre, 1994 (ver Algunas fuentes). Las
incorporaciones son detalladas por la hija del escritor en la “Nota a la 2ª Edición”, destacándose
las composiciones de juventud, entre las que figuran algunas muy tempranas como las de la
revista Prometeo (1911), o las que se extraen de la correspondencia con su entonces novia
Margarita Bonmatí, u otros poemas póstumos no recogidos en libro, además de sus traducciones
en verso de escritores de lengua francesa].
108
Sotelo Vázquez, Adolfo. “Luis Cernuda ante la crítica y la tradición literarias”, en Cuadernos
Hispanoamericanos, Nº 625-626, julio-agosto de 2002.
VII
Luis Cernuda62
Algunos poetas españoles del pasado siglo han obtenido en Uruguay el lugar
indiscutido de los clásicos. Factores estéticos y políticos contribuyeron a la afortunada
recepción inicial de Antonio Machado, Federico García Lorca, Rafael Alberti o Miguel
Hernández –aunque tal vez deba agregarse León Felipe–, y la permanencia quedó
asegurada por su incorporación al canon que, en este país, adopta su forma más
cristalizada y se refuerza considerablemente en los programas de Literatura de la muy
difundida enseñanza media. No es este el caso de Luis Cernuda (Sevilla, 1902- México,
1963).
En este trabajo se intentará demostrar que desde las primeras noticias sobre la
generación del 27 española se establecieron dos vertientes: la marcada por García
Lorca, esto es, popularismo-vanguardia-compromiso frente a la persistencia en la poesía
pura remozada por los ismos que representaba el polo Pedro Salinas/Jorge Guillén.
Hasta donde sabemos, cuando Cernuda ingresa al discurso crítico uruguayo ha quedado
atrás su primer libro y las acusaciones de imitar a Guillén que tiñeron las opiniones de
la primera hora. De todos modos, es claro que está más cerca de los segundos que de los
primeros y ya es percibido como un poeta para minorías.
62
“Historial de un libro”, Luis Cernuda, en Prosa Completa, Barcelona: Barral, 1975: 898-939.
110
Un poeta raro
La cita aporta una clave, ya que Cernuda se inmola frente a ese conflicto entre la
sociedad y el poeta. Es el chivo expiatorio, el homosexual asumido y pregonado,
desafiante; el español acusador y despiadado, la otra cara oculta necesaria para que
brillaran un Lorca o un Alberti.
Para él, la poesía no deja de ser nunca una condena y un orgullo, cuyo precio es
la soledad y la incomprensión, por eso optó –a la hora de establecer preferencias– por
los escritores difíciles o transgresores, olvidados o polémicos, para lo que basta el
ejemplo de Góngora:
63
“Peregrino”, en Cernuda, Luis, Antología, Madrid: Cátedra, 1984: 339. Edición de José María Capote
Benot. Desolación de la quimera (1ª edición: México, Mortiz, 1962) compone después la onceava y
última serie de La realidad y el deseo, volumen que se publica aumentado con este libro en México: FCE,
1964.
112
También pesan en él, como en ningún otro de sus coetáneos, lecturas muy
dispares en otras lenguas: Mallarmé, Rimbaud, Hölderlin, Coleridge. A estas influencias
–que se avienen a su temperamento de romántico a destiempo, y alimentan su cultivo de
la “rareza” como sello propio– combinadas con su conocimiento de la más pura
tradición literaria castellana, se debe en gran medida su originalidad. De estos cruces,
tanto como de su asombro, su desconcierto, su incomodidad existencial, resulta también
la extrañeza de una poesía que rehuye la rima y la facilidad.
Los temas más reiterados desde La realidad y el deseo serán la juventud siempre
añorada, el pasado que –sin embargo– no está idealizado, antes bien es miserable,
ofreció poco, porque nada estuvo a la altura. Al recordar, lo que se añora es la plenitud
del deseo y del gozo corporal, pero una vez frente a frente el deseo no alcanza tampoco,
se ansía algo más que ya se sabe de antemano imposible. Por eso la única actitud vital
es la aspiración, siempre insatisfecha, el ruego, la espera, la mendicidad. En muchos
poemas aparece el reclamo ante un otro, de ese ideal que a veces se llama amor, pero
también la apelación puede estar dirigida a la muerte:
Por otra parte, el recuerdo del placer duele en el cuerpo, mas aún, “sobre el
cuerpo de hoy”. El yo lírico intuye el espejismo del pasado, oscila entre la nostalgia y el
desprecio: “Goce o pena es igual/ Todo es triste al volver” (127) Lo que queda de ese
pasado es tan solo “un instante feliz entre tormentos”(127), y lo más indicado es olvidar
también esas mentiras: “morir aún más/ Arrancar una sombra/ Olvidar un olvido” (127)
En el panorama de su generación, está en los comienzos más cerca de Guillén y
de Salinas, por su lenguaje poético, por sus temas. Los puntos de contacto con Salinas –
además de la formación inicial, la comunidad de lecturas– vienen por lado del
escepticismo vital. En Salinas hay desconfianza en los datos de los sentidos, pero el
mundo lírico –cuyo pilar es el amor– es sostenido sin embargo por un idealismo último.
De todos modos, Cernuda se va distanciando progresivamente de estos modelos para
113
adquirir una voz propia, solitaria y radical como ninguna. Sobre esta diferencia, que se
intentará demostrar aquí, se verá su tratamiento de la crítica uruguaya.
64
Para profundizar en estas cuestiones puede verse Ardao, 1971 y el abarcativo artículo de Halperin
Donghi, 1987.
65
La primera noticia sobre escritores de la generación parece ser un artículo: “Dos poetas andaluces:
Federico García Lorca y Rafael Alberti”, José Mora Guarnido, en La Pluma, Montevideo, vol.4, enero de
1924.
114
66
Para el caso de Pedro Salinas, otro poeta de escasa incidencia “popular”, en Alfar sólo se registra una
reseña a su libro Poesía junta, firmada por Felipe Novoa, en Alfar, Montevideo, Nº 82, setiembre de
1943.
67
Hemos podido detectar cuatro colaboraciones de Luis Cernuda en la prensa montevideana. La primera
es un artículo sobre el pintor español Gregorio Prieto, a quien lo unió un largo vínculo (Cernuda, 1943).
Ha sido recogido en la edición de Harris, Derek (editor). Luis Cernuda. El escritor y la crítica. Madrid:
Taurus.
En segundo lugar, en 1945 la revista Cultura, editada por el Instituto Anglo de Montevideo, publica una
rareza: una nota de Luis Cernuda sobre Julio Herrera y Reissig que, según parece, no salió en ninguna
otra publicación de ninguna otra parte (Fue luego reproducida en Ínsula, año XXII, Nº 362: 1-12, Madrid,
enero de 1977, bajo el título “Un texto rescatado de Luis Cernuda: Julio Herrera y Reissig”, a cargo de
James Valender). Difícilmente puedan imaginarse dos poetas más distintos. Sin embargo, la admiración
que Herrera recogiera durante el periplo modernista parece haber pasado intacta a la generación del 27.
Octavio Paz acerca en parte la estética cernudiana al modernismo al postular que se debe a este la primera
incorporación del prosaísmo en la poesía hispanoamericana moderna. La tercera nota es un “Recuerdo de
García Lorca”, aparecido en Marcha, en 1950 (Cernuda, 1950) ya publicado en versión inglesa, en Left
Review, Londres, vol. 3, Nº 16, mayo de 1938.
Por fin, la cuarta reproducción de un texto del español se da a mediados de los setentas. El popular
suplemento de El Día de los domingos recoge un poema de Cernuda –definitivamente incorporado a los
grandes nombres de la lírica más reciente–, cuando Wriothensley reseña la Antología de poetas andaluces
contemporáneos, de José Luis Cano (Cernuda, 1975).
115
68
“Retórica literaria”, Juan Carlos Onetti, en Réquiem por Faulkner y otros artículos. Montevideo: Arca,
1975: 20.
69
“Literatura y política”, Juan Carlos Onetti, en Réquiem por Faulkner y otros artículos. Montevideo:
Arca, 1975: 36.
116
consideración actual por sobre toda su promoción poética.70 Con todo, tampoco en las
publicaciones del 45 Cernuda es una presencia asidua.
El lugar de Cernuda
70
El 23 de setiembre de 2001 consulté a Sarandy Cabrera a propósito de su visión actual de Salinas, y su
opinión sobre la posible influencia en su generación. El escritor uruguayo opinó respecto de Salinas que
su “falta de hondura y exterioridad” lo han hecho envejecer; “no volvería a leerlo [...] me queda poco
tiempo. Puesto a gastar ojo, caminaría por otros caminos”. Rescata, sin embargo, a Luis Cernuda, por
sobre el resto de la “Generación del 27”. Otros detalles en “Recepción e incidencia de Pedro Salinas en la
«generación del 45»”, María de los Ángeles González, en Boletín de la Academia Nacional de Letras,
Montevideo, Tercera Época, Nº 11, Enero-Junio 2002: 119-143.
117
prosaísmo en relación con su obra anterior. El propio poeta dice en Historial de un libro
que se ha llegado a decir que en Inglaterra “dejó de escribir poesía” (Cernuda, 1975). En
1950 Ricardo Gullón llama la atención sobre lo que considera altibajos en Como quien
espera el alba, “una tendencia a razonar dentro del poema, a plantear debates a espaldas
de lo propiamente poético” (Gullón, 1977: 83-84). Este juicio refleja una tendencia
seguramente consciente en Cernuda, que marcará el rumbo de toda su producción
posterior y permitirá aflorar el gusto por la prosa poética de los últimos años. Pocos
años atrás, Mercedes Estramil observó que “cuando esos temas [el placer, el amor] son
nucleares en su poesía esta se aproxima más al «canto», y que el prosaísmo más
descarnado está en los textos donde crece la mirada agria, el rencor” (Estramil, 1996).
También respecto al lenguaje de este “poeta de alma radicalmente triste”, advierte
Gullón que
[…] Cada uno tiene su voz propia y diferenciada. Cada uno se vincula a sus
mayores de distinto modo. Apenas si hay en algunos un punto de partida común:
un resabio de poesía pura, una asepsia ante cualquier arrebato subjetivo, una
objetividad y una preocupación formal que lo sitúa nítidamente en la línea
juanrramoniana. Pero cuando, con la madurez llega el domino de la materia
poética, lo «demasiado humano» vuelve por sus fueros y vitaliza aquellas
estructuras de donde se le quería desterrar, restableciendo el misterioso
equilibrio.
La nota revela, aunque en pocas líneas, una penetración crítica alerta a las
posibilidades del lenguaje cernudiano, tan fiel a lo esencialmente poético como a su
verdad humana:
Cernuda, y en 1936 el mismo sello publica La realidad y el deseo. Una vez en México,
Bergamín volverá a editarlo en la editorial Séneca (1940), en una versión aumentada, y
también dará a conocer en ese sello las pocas pero exquisitas traducciones cernudianas
de la obra de Hölderlin, en 1942. La importancia que le concediera al poeta de Sevilla
no pudo ser mayor.
Bergamín se radica en Montevideo en 1947, donde ocupará la cátedra de
Literatura Española en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la
República. Allí lo escuchan y frecuentan Ángel Rama, Ida Vitale, José Pedro Díaz,
Amanda Berenguer, Manuel Flores Mora, entre otros. Es posible suponer la fertilidad
del contacto, no sólo en cuanto recuperar una “memoria viva” de la tradición española,
sino también en lo que tiene que ver con la actualización frente a la poesía del 27 y la
mexicana más contemporánea.71
Debe señalarse, también, el acierto de Vitale cuando ubica a Cernuda en “el arco
que une los dos extremos”: cultiva la depuración poética pero resulta más apasionado,
conflictivo, antes una voz personal que un sistema poético perfectamente coherente. Ahí
quizá radica la diferencia mayor con Salinas, el otro gran poeta del amor. Mientras este
se mantiene más o menos fiel a ciertas formas constructivas y aun a ciertas imágenes,
Cernuda cambia permanentemente, se desplaza, busca, se contradice. “Estamos ante un
hombre –dice Octavio Paz– que en cada palabra que escribe se da por entero y cuya voz
es inseparable de su vida y de su muerte” (Paz, 1965).
En 1963, Ángel Rama escribe un artículo de Marcha ante la muerte de Luis
Cernuda (Rama, 1963). Advierte el crítico uruguayo la condición extemporánea y
lateral del poeta respecto a su generación, a la que llegó “tarde para gozarla y demasiado
pronto para no sufrirla”. A esa altura Rama tiene claro que Cernuda abre un nuevo
cauce en la lírica española, “sometida –dice– al imperio de Federico, Guillén, Salinas,
Alberti, Diego– [...], para tratar de forzarle la mano a la posteridad”. La nota refiere una
anécdota –contada por Pedro Salinas en un artículo de madurez– sobre su experiencia
71
La crítica literaria bergaminiana se basaba precisamente en la sintonía “vivencial” con los textos. Hay
varios testimonios de la adhesión personal e intelectual que el español suscitaba en los jóvenes alumnos,
sobre todo los de María Inés Silva Vila, Guido Castillo y Ángel Rama. Al respecto, véase: 45 X 1, María
Inés Silva Vila. Montevideo: Fin de Siglo, 1993. (Prólogo de Mario Benedetti); “Tu duca, tu segnore e tu
maestro”, Guido Castillo, en Homenaje a José Bergamín. Madrid: Comunidad de Madrid/ Consejería de
Educación y Cultura, 1997. Gonzalo Penalva Candela, ed.: 168-171; José Bergamín en Uruguay. Una
docencia heterodoxa, Rosa María Grillo. Montevideo: Cal y Canto, 1995. (Prólogo de Pablo Rocca).
Rosa María Grillo, “La prehistoria de un poeta: Bergamín en Uruguay (1947-1954)”, Rosa María Grillo,
en Homenaje a José Bergamín, op. cit.: 198-207. “Los años uruguayos de José Bergamín”, Pablo Rocca,
en Homenaje a José Bergamín, op. cit.: 227-233 [Incluye un fragmento de un testimonio de Ángel
Rama].
120
como profesor de Cernuda, siendo este un tímido jovencito. La relación entre ambos no
fue sencilla. Salinas fue generoso y estimulante con su alumno, le consiguió un cargo
como lector de español en Sorbonne, propició y consiguió su primera publicación en
libro. Sin embargo, una y otra vez Cernuda –probablemente en forma injusta– se
manifestó rencoroso con el maestro, soberbio e ingrato. Nunca le perdonó que lo
calificara –debido a su timidez y vulnerabilidad– como “el más licenciado Vidriera de
todos” (Salinas, 1958: 373), le dedicó un amargo poema (“Malentendu”) y un juicio
crítico en el que lo califica de poeta burgués, en el sentido de que no es todo lo rebelde y
disconforme que, a su juicio, debe ser un poeta.72 Probablemente Rama, al escribir este
artículo, esté más cerca de la visión de Cernuda que la de Salinas, aunque en su
concepción de poeta burgués puedan pesar más las premisas marxistas que el
malditismo cernudiano.73 En todo caso, prefiere destacar al Cernuda que desacomoda, el
de los amores condenados y “los deseos que se equivocan”, al homosexual que “no
escondió como otros”. Pero, aunque ofrece una interpretación, esto sólo no alcanza para
explicar “el incansable deseo sensual que vivifica el cuerpo por un instante y que al
mismo tiempo lo condena”.
Quizá la raíz de la insatisfacción deba hallarse en esa infancia sevillana que el
escritor recrea en Ocnos, melancólico paraíso perdido, fuente de toda frustración y toda
culpa. Hay en ese mundo poético una herida nunca cerrada, que corresponde a la
nostalgia de la fe religiosa. El cristianismo –que en la niñez es vivido de un modo tan
absoluto y consolador y del que el poeta adulto reniega– deja luego esa huella que se
traduce en insatisfacción permanente. Nunca el hombre se repone de la pérdida de la
trascendencia:
72
“Pedro Salinas (1891-1951) y Jorge Guillén (1893)”, Luis Cernuda, en Prosa Completa, Barcelona:
Barral, 1975: 431-442.
73
A efectos de fundamentar esta afirmación, se remite a un artículo anterior de Rama en Marcha, en el
que manifiesta su discrepancia hacia la concepción saliniana respecto al arte y al público, que se le
antojan elitistas y burguesas. Véase: “Pedro Salinas. La responsabilidad del escritor, Barcelona, Seix
Barral, 1961, 269 pp.”, (reseña), Ángel Rama, en Marcha, Montevideo, Nº 1098, 2 de marzo de 1962.
121
1964), dado que en este se encuentra un estudio sobre el nicaragüense y puesto que
habla de “los trabajos de reciente circulación, entre nosotros” del poeta latinoamericano
y del español. La nota juzga, en rigor, la poesía de Darío. Pero, al atender la crítica de
Cernuda, debe referirse también a su poética. Opone la preeminencia del ritmo en el
modernista a la obra del sevillano que “en los poemas de Desolación de la quimera,
alcanza una articulación casi prosaica y una sonoridad opaca, llena, recatada. Toda su
obra es un ejemplo de atención a la condición significante de la palabra”. Del mismo
modo, se concentra en el tema del amor y el erotismo:
[En Darío el] amor es un juego de máscaras tras el cual el poeta presiente a cada
instante un gran abismo. En Cernuda, su complejo amor, su puro rostro y cuerpo,
naturaleza visible y palpable o en tránsito de olvido.
En Darío, pues, el erotismo natural precisa siempre su máscara y se cubre de
metáforas para cubrir su horror al vacío. En Cernuda, el erotismo antinatural se
asume a pleno rostro, a pleno sol y con palabra llana (Puig, 1967).
Al referirse a Cuadrivio, también queda claro que Puig lee a Cernuda a través de
Paz, ya que el libro tiene un capítulo titulado “La palabra edificante (Luis Cernuda)”. Y
la valoración de este ensayo tiene que ver con el lugar dado a esta poesía por parte de la
crítica. Paz se detiene en la idea del Cernuda que deja de incomodar porque está muerto;
el crítico de los valores y creencias burgueses; el que hace suya “la verdadera
significación del surrealismo como movimiento de liberación”; el continuador de una
tradición transgresora que honra a la poesía de Occidente (Mallarmé, Baudelaire,
Nerval). En esa línea interpretativa que desarrolla el mexicano, que de algún modo
repite los gestos de Ángel Rama y Juan Goytisolo al referirse a su muerte, que esboza
Salvador Puig, los años sesenta recuperan la imagen de Cernuda y le devuelven la
necesaria proyección universal. Aunque probablemente al mito del poeta minoritario
contribuyó el propio sevillano como una forma de demanda narcisista de quien siempre
necesitaba más elogios, de quien siempre desconfiaba de los otros, actitud que le valió
tantas enemistades a lo largo de la vida. Quizá nunca se repuso de la fría recepción
crítica de su primer libro. Quizá nunca encontró una seguridad autosuficiente en el
ejercicio de la poesía. Quizá la insatisfacción con la crítica formara parte de una
disconformidad más genérica con la realidad.
123
Lo cierto es que también en España, por la misma fecha, Jaime Gil de Biedma,
escribe sobre Cernuda un poco en nombre de su generación. Fundamenta la vigencia y
magisterio de este sobre los más jóvenes –que, según él, perdurará sobre las voces más
reconocidas del 27– en su arraigo en la existencia, su “modernidad” en la vida vivida
como un conflicto: Cernuda representa la síntesis del conflicto del hombre
contemporáneo entre su identidad individual y su ser social (Gil de Biedma, 1980). La
muerte del poeta sevillano coincide con la búsqueda de un nuevo tipo de pureza en el
arte por parte de las generaciones críticas de los sesenta: la estrecha coincidencia entre
ética y estética. Y en esa vertiente Cernuda ofrece un camino. Su marginalidad es el
resultado de la forma radical con que asume su homosexualidad y su condición de
poeta, como un destino sagrado, como un martirio, “contra todo”:
Bibliografía
Cernuda, Luis. Antología. Madrid: Cátedra, 1984. (Edición de José María Capote
Benot).
Cernuda, Luis. “Un pintor español que triunfa en Inglaterra: Gregorio Prieto”, en El
Día. Suplemento Dominical, Montevideo, 2 de mayo de 1943.
Chartier, Roger. El juego de las reglas: lecturas, México: F.C.E., 2000. [1998].
Gil de Biedma, Jaime. El pie de la letra. Ensayos 1955-1979. Barcelona: Crítica, 1980.
Gullón, Ricardo. “La poesía de Luis Cernuda”, en Luis Cernuda. El escritor y la crítica.
(Edición de Derek Harris). Madrid: Taurus, 1977: 83-84.
Harris, Derek (editor). Luis Cernuda. El escritor y la crítica. Madrid: Taurus, 1977: 83-
84.
Onetti, Juan Carlos. Réquiem por Faulkner y otros artículos. Montevideo: Arca, 1975.
Paz, Octavio. “La palabra edificante (Luis Cernuda)”, en Cuadrivio, México: Joaquín
Mortiz, 1965.
Vitale, Ida. “Como quien espera el alba. Luis Cernuda. Ed. Losada, 1947” (reseña), en
Clinamen, Montevideo, Año II, Nº 5, mayo-junio de 1948.
En Uruguay
Fabre, Ola O. (seudónimo de Idea Vilariño). “El contemplado, Pedro Salinas, Edit.
Nueva Floresta, México, 1946”, (reseña), en Clinamen, Año II, Nº 5, Montevideo,
mayo-junio, 1948, pp. 58-59.
Novoa, Felipe. “Poesía junta, por Pedro Salinas, Edit. Losada, Buenos Aires, 1942”, en
Alfar, Montevideo, Nº 82, 1943, s/p.
127
Rodríguez Monegal, Emir. “La crítica literaria en el siglo XX. El ejemplo de Pedro
Salinas”, Número, Montevideo, Año 1, Nº 1, Montevideo, marzo-abril 1949.
____________________________________.
“La obra en prosa de Pedro Salinas”, Número,
Montevideo, Año 4, Nº 18, enero-marzo 1952, pp. 66-92. Recogido íntegramente en
Pedro Salinas, el escritor y la crítica. Madrid, Taurus, 1976, pp. 229-248 (Andrew
Debicki, ed.). En la mencionada entrega especial de Número aparece un texto inédito de
Salinas, la obra de teatro Ella y sus fuentes, dato al que no se ha dado la relevancia que
merece, en lo que atañe a las relaciones del español con el Uruguay.
Vilariño, Idea. “La poesía de Salinas”, en Número, Año 4, Nº 18, Montevideo, enero-
marzo 1952, pp.54-65.
Vitale, Ida. “Como quien espera el alba. Luis Cernuda. Ed. Losada, 1947” (reseña), en
Clinamen, Montevideo, Año II, Nº 5, mayo-junio de 1948.
128
VIII
Los pasos uruguayos de Rafael Alberti
74
Ver Noticia de los corresponsales al final de esta Introducción.
75
Vitureira, Cipriano Santiago, “Saludo a Rafael Alberti” (poema), en Boletín de A.I.A.P.E., Nº 30,
enero-marzo de 1940: 4.
129
que Alberti iniciara con Juvenal Ortiz Saralegui, depositada en el Archivo Literario del
Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional. Este acervo cuenta,
también, con cartas del poeta andaluz a Julio J. Casal, a Enrique Amorim y a Emilio
Oribe, así como algunas misivas de María Teresa León a Giselda Zani. La
correspondencia de Alberti con Alejandro Laureiro se encuentra en el Archivo del
Instituto de Letras de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Asimismo, otras cartas enviadas por el poeta a amigos uruguayos permanecieron en
manos de los familiares de Ángel Rama, Carlos Rodríguez Pintos y Cipriano Santiago
Vitureira. Del mismo modo, han sido ubicadas fotografías desconocidas del poeta en
sus visitas al país, grabaciones de conferencias y lecturas de poemas 76 y algunos cuadros
pintados por Alberti, estos últimos en colecciones privadas.
En abril de 2003, la Embajada de España, la Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación (UDELAR) y la Biblioteca Nacional, organizaron un
Homenaje al poeta andaluz en su centenario, centrado en la Exposición de muchos de
estos materiales –que nunca habían sido reunidos– y a la que se sumaron recitales,
conferencias, una muestra de teatro, serie múltiple que se concibió como la mejor forma
de dar cuenta de la actividad polifácetica de Alberti y de los lazos de amistad e
incidencia que lo unieron con Uruguay.77
76
Las grabaciones de 1960 y 1991 se conservan en el Archivo de la palabra (S.O.D.R.E.) y fueron
reproducidas para la exposición por gentileza de la Lic. Ingrid Rodríguez Fontes, responsable de ese
repositorio público.
77
La curaduría técnica, reunión y selección de materiales, correspondió a Eleonora Basso y María de los
Ángeles González.
130
otros sectores de la sociedad uruguaya durante la Guerra Civil y en los largos años de la
dictadura franquista, encontró en Alberti –permanente protagonista de estos actos– una
encarnación viva de la resistencia y, desde una mirada más ortodoxa, de la revolución.
78
Los repositorios documentales relevados para este trabajo son: Archivo Literario, Departamento de
Investigaciones de la Biblioteca Nacional (Montevideo), en el que se encuentra la correspondencia
remitida a Enrique Amorim, Emilio Oribe, Juvenal Ortiz Saralegui y Jesualdo Sosa, así como tres cartas
de María Teresa León a Giselda Zani y a varios de los corresponsales mencionados; Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación (Universidad de la República), donde se depositan las cartas a
Alejandro Laureiro; archivo del poeta Carlos Rodríguez Pintos, en manos de su viuda la Sra. Simone
Hautbourg de Rodríguez Pintos; archivo de Ángel Rama, en poder de su hija, Amparo Rama Vitale;
archivo de la poeta Ida Vitale; archivo de Cipriano Santiago Vitureira, resguardado por su hijo el Sr.
Santiago Vitureira. Es necesario agradecer la generosa autorización de los herederos que nos permitió
hacer uso de los materiales que se encuentran en su poder.
Es seguro que Alberti mantuvo intercambios epistolares con otros uruguayos, como Jules Supervielle y
Danilo Trelles, entre otros, lo cual se desprende, incluso, de las cartas consultadas para este trabajo. Sin
embargo, y pese a los esfuerzos realizados, no hemos podido encontrar estos materiales.
79
Ángel Rama. Cronología y bibliografía, Álvaro Barros-Lémez y Carolina Blixen. Montevideo, Arca,
1986.
80
Se trata de las siguientes publicaciones: Boletín de Teseo, La Cruz del Sur, La Pluma, Cartel, Alfar (2ª
época montevideana), Vanguardia, Tinta China, La Gaceta de Montevideo, España Democrática, España
Republicana, Boletín de A.I.A.P.E., Acción (semanario, 1931-1939), Hiperión, Revista Nacional, Marcha
(semanario, 1939-1962), Boletín Antinazi, Apex, La Razón (página literaria “Martes Literario”, 1945-
1947), Clinamen, Letras, Sin Zona, No, Anales del Ateneo (2ª época), Escritura, Asir, Marginalia,
Número, Entregas de la Licorne (2ª época montevideana), Resalto, Nombre, La Veleta, Azul, Agón,
Cuadernos Julio Herrera y Reissig, Mito, La Gaceta Uruguaya, Deslinde, Cuadernos Uruguayos, El
Popular (diario, 1962), Época (diario, 1962)
131
(1926) y El alba del alhelí (1927). En la fecha postrera, 1962, Alberti decide volver a
Europa para establecerse en Roma, a poco de la salida de la segunda edición de sus
Poesías completas –otro acontecimiento– por el sello argentino Losada, la casa editorial
de su amigo y compatriota Gonzalo Losada, en la que trabajó como asesor y director de
colecciones a lo largo de casi todos sus años rioplatenses. Coincide la publicación de las
obras y la decisión del retorno –que se procesa al año siguiente–, con el sexagésimo
cumpleaños del escritor. Esto moviliza un gran homenaje a Alberti, de proporciones
tales como nunca se había visto en Montevideo frente a un intelectual que en realidad
no era percibido como extranjero.
81
“De ayer para hoy”, de Entre el clavel y el aire, en Obras Completas, Poesía 1939-1963, tomo II,
Rafael Alberti. Madrid, Aguilar, 1988: 69. [En adelante: O.C., con indicación del tomo correspondiente]
132
Alberti se radica en Buenos Aires a los 38 años. Había huido de España en 1939,
cuando se produjo la derrota de la República, instalándose una temporada en París, de
donde vuelve a escapar ante la amenaza de la invasión nazi. La decisión, tomada al
calor del peligro, se debió en parte a las gestiones de Pablo Neruda. Buenos Aires sería
un puerto intermedio para la radicación definitiva en Chile. Pero al llegar a Argentina,
Alberti y María Teresa León se enteran de que Neruda partía para México, ya que había
sido designado cónsul de Chile en ese país82. Cerrada esa posibilidad, deciden quedarse
en la ciudad porteña, donde fueron recibidos con verdadera admiración y cuidados.
Aunque tienen dificultades para obtener del gobierno argentino la residencia legal,
Gonzalo Losada consigue ubicarlos temporalmente en una hacienda que pertenecía a
Araoz Alfaro, en Totoral, lejos de Buenos Aires, en la provincia de Córdoba. No es
propósito de esta introducción ocuparse del largo exilio albertiano en Argentina83, sino
precisamente de las relaciones que entabló rápidamente –como atestigua la fecha de las
cartas que transcribimos– con la orilla oriental del Río de la Plata. Esto no es raro, dada
la vigilante atención uruguaya a los problemas de España y el nexo cultural permanente
entre Montevideo y Buenos Aires. Antes de su arribo el español tenía sólidos vínculos
en el ambiente cultural montevideano, como Julio J. Casal. En La arboleda perdida,
Alberti se refiere al antiguo conocimiento de Casal, que se remontaba a su juventud:
El constante director y editor de Alfar era un claro y férvido poeta uruguayo, Julio J.
Casal, cónsul además de su país en aquella ciudad gallega. Él y su compatriota, el
pintor Barradas, un ser verdaderamente de genio, “antes de tiempo y casi en flor
cortado”, dejaron en España, junto a su imborrable recuerdo, la honda semilla de su
trabajo generoso84.
82
Véase Neruda: el viajero inmóvil, Emir Rodríguez Monegal. Caracas, Monte Ávila, 1977: 130. (2ª ed.
ampliada y corregida).
83
Sobre exilio español en Argentina y el lugar de Alberti y María Teresa León en el mismo, puede
consultarse “Letras españolas en la revista Sur”, Emilia de Zuleta, en Revista de Archivos, Bibliotecas y
Museos, Buenos Aires, enero-marzo de 1977: 113-145. “Relaciones literarias entre España y la
Argentina”, Emilia de Zuleta. Madrid, Ediciones Cultura Hispánica/I.C.I., 1983. “La literatura del exilio”,
Rosa María Grillo, en Autores Varios, El último exilio español en América, Luis de Llera Esteban
(coord.). Madrid, Mapfre, 1996: 315-515. Entre Franco y Perón. Memoria e identidad del exilio
republicano español en la Argentina, Dora Schwarzstein. Barcelona, Crítica, 2001.
84
La arboleda perdida, Rafael Alberti. Barcelona, Bruguera, 1980: 143-144 (1º edición de 1942).
133
85
“Saludo a Rafael Alberti” (poema), Cipriano Santiago Vitureira, en A.I.A.P.E,Nº 30, enero-marzo 1940:
4. Publicado posteriormente en Océano, Poemas sobre la tragedia de España, Cipriano S. Vitureira.
Montevideo, A.I.A.P.E., 1943 (Portada con dibujo de Rafael Barradas): 25-27.
134
poco desarrollado aún, dado que sólo existían construcciones en la propia península y
en el sector llamado San Rafael. Allí, en la zona de Cantegril 86, el escritor y su esposa
planean una construcción a dos cuadras del mar, que encargan, en 1945, al arquitecto
catalán exiliado Antonio Bonet87. La casa tendrá el mismo nombre que una de sus obras
de teatro: “La Gallarda”. Por ella, entre otros, pasarían los poetas Pablo Neruda, Jules
Supervielle, Oliverio Girondo –quien tenía una casa muy próxima a la de Alberti–, Raúl
González Tuñón y el artista brasileño Cándido Portinari, quien pintó un mural en una de
sus paredes. Esto no sólo prueba la hospitalidad del andaluz, sino también el cuadro de
sus relaciones muestra el prestigio ya consolidado que lo ubica entre los nombres más
influyentes del exilio americano.
Hasta 1946, Alberti alimentaba la esperanza del retorno a España, luego del
desfavorable fin de la Segunda Guerra Mundial para las potencias fascistas. Frustradas
las expectativas de una intervención de los aliados contra el régimen de Franco, el
destierro se vuelve inevitable. Entonces Alberti se resigna a ser actor en el mapa cultural
rioplatense. Su ira, su impotencia ante los acuerdos que facilitan la continuidad del
régimen franquista, dispara un poema que habría salido simultáneamente en Buenos
Aires y Montevideo: ¡Pueblos libres! ¿Y España? (1946). La recaudación de esta
edición en papel de lujo, fue destinada íntegramente –gracias a la donación del material
y de la impresión– a los campos de refugiados de Francia, donde tantos republicanos
españoles soportaban condiciones durísimas88.
Desde 1946 a 1953, fecha esta última en que probablemente los Alberti
vendieron la casa de veraneo en Punta del Este, fueron tiempos de camaradería y
86
Actualmente corresponde a la Parada 15 de la Playa Mansa. En ese entonces era una zona totalmente
despoblada. Sobre el nombre de este paraje saca Alberti sus conclusiones en Poemas de Punta del Este
(En “Calles, barrios, casas” se burla de los nombres anglófilos y se refiere a Cantegril diciendo: “El
nombre más gracioso y fácilmente pronunciable entre todos los imposibles de Punta del Este”), Poemas
de Punta del Este, en O.C., II: 434.
87
Antonio Bonet alcanzó fama por sus construcciones en Argentina y Punta del Este, como por ejemplo
el Hotel Solana del Mar, en Portezuelo.
88
La edición uruguaya se publicó en un tiraje limitado a cargo de la Alianza Democrática de Ayuda a los
españoles refugiados en Francia. Wilfredo Penco señala que “sus Comités de honor, Femeninos y
Masculinos estaban integrados, entre otros, por Luis Batlle Berres, Carlos Stajano, Leopoldo Agorio,
Paulina Luisi, José Pedro Cardozo y Juana de Ibarbourou”. La noticia y descripción de este volumen,
que no hemos podido consultar, se encuentra en “Adiós a Rafael Alberti. Marinero en tierra”, Wilfredo
Penco, en Brecha, Montevideo, Nº 727, 5 de noviembre de 1999: I-IV [Separata]. En la Biblioteca
Nacional de Montevideo existe una ficha que da cuenta del volumen, pero el libro se extravió, según se
nos comunicó en mayo de 2002. De acuerdo con Horacio J. Becco, en Buenos Aires existiría una edición
del mismo poema, de doce páginas, editado por la “Comisión de ayuda al español demócrata”. Véase
“Bibliografía de Rafael Alberti”, Horacio Jorge Becco en Poesías Completas, Rafael Alberti. Buenos
Aires, Losada, 1961: 1113. La misma información, seguramente tomada de esta fuente, se repite en
“Bibliografía de y sobre Rafael Alberti”, Sin Firma, en Anthropos, Barcelona, Nº 39-40, [Extraordinario,
5], 1984: 41.
135
Días quizá felices –dirá el poeta años después– cuando Aitana era como un
duende que desaparecía en los pinares o sin ningún temor acariciaba al lobillo
marino que se entraba en la playa rendido de cansancio. Ahora ya no estoy allí.
En el momento de escribir estas líneas veo el Mediterráneo desde mi ventana
luchando por subir al Museo Picasso, alzado en los “ramparts” de la ciudad
francesa de Antibes. Y por encima de las olas se van mis ojos a las otras orillas,
esas que me entregaban su sonrisa y volvían dichosos mis estíos allá en Punta
del Este. (1967)89
89
Introducción de Rafael Alberti a Poemas de Punta del Este, en O.C., II: 433.
90
“Los paraísos perdidos de Rafael Alberti”, Solita Salinas, en Rafael Alberti (Edición de Manuel Durán.
El escritor y la crítica), Madrid, Taurus, 1975: 63.
136
verde, amarilla, roja, cárdena, negra –y pinta, pinta a la luz de un sol invisible,
que está rielando por las playas de Cádiz.91
Hoy quiero decírselo a ustedes para que lo hagan saber a los demás camaradas.
Espero que la ancha cinta del Río de la Plata no nos aislará demasiado y que
repetiremos alguna vez y con más espacio de tiempo esta amistad que bajo tan
buenos auspicios comenzó.
91
Vicente Aleixandre, prólogo de A la pintura, de Rafael Alberti, en O. C., II, Aguilar, Madrid, 1988:
269-279.
92
Publicado en el volumen Primeros encuentros, Serafín J. García. Montevideo, Arca, 1983: 17-21
93
El programa aporta algunos datos biográficos de la artista. Informa que nació en Besarabia, estudió en
Milán y “actuó en los más famosos teatros de Europa”.
94
Se trata de una organización barrial adherida a la causa de la República Española y la resistencia
antifranquista.
137
95
Afines). María Teresa León, por su parte, el día 2 dicta en la A.I.A.P.E., la
conferencia “La nueva caballería andante. Hacia una ética impuesta”, al tiempo que
Alberti recita algunos poemas. Este, dos días después, pronuncia otra conferencia sobre
la canción popular antigua en España (“Canción de Canciones”). La nutridísima agenda
se cierra con una gran cena “ofrecida por la intelectualidad uruguaya” en el restaurante
“El Águila”, junto al teatro Solís.
En agosto de 1942 Alberti visitó nuevamente Montevideo. Impartió una
conferencia el día 13 en la sede de AEIJA, al igual que el año anterior, esta vez sobre
“Aire y aires de Lope de Vega”, cuya preparación comenta in extenso en cartas a Ortiz
Saralegui. Según informa el Boletín de A.I.A.P.E, el 14 y el 15 del mismo mes se
trasladó a San José de Mayo, donde en el Teatro Macció leyó “Ejemplo y esperanza de
España” y “Canción de Canciones”96. Una nota del periódico La Idea, de San José,
informa de la visita de Alberti a una escuela primaria de la pequeña localidad de
Rodríguez, junto a los escritores Ortiz Saralegui, Julio J. Casal y Guillermo García
Moyano. El periódico transcribe un poema, “Canción para los niños de la Escuela de
Rodríguez”, escrito por el español en el álbum de visitas de la escuela, con una
dedicatoria:
Que no me digan a mí
que el canto de la cigüeña
no es bueno para dormir.
Si la cigüeñita canta
arriba en el campanario,
que no me digan a mí
que no es del cielo su canto.97
95
La Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE) “por la defensa de la
cultura”, dedicada a promover la literatura, las artes plásticas y la cultura en general, era la principal
organización que en Montevideo trabajó activamente a favor de la causa republicana y contra el fascismo.
Además de montar exposiciones de artes plásticas, editar libros, organizar ciclos de conferencias y
promover acciones de ayuda a exiliados llevaba adelante una publicación: el Boletín de A.I.A.P.E. Sofía
Arzarello, Juvenal Ortiz Saralegui, Alejandro Laureiro, Jesualdo Sosa, Gervasio Guillot Muñoz,
Guillermo García Moyano, Roberto Ibáñez, fueron algunos de los escritores vinculados a la revista en la
mayor parte de su historia (1936-1943).
96
“Rafael Alberti en San José. Una voz de España”, Salvador Fernández Correa, Boletín de A.I.A.P.E.,
Montevideo, Año VI, Nº 35, setiembre 1942.
97
“De Rodríguez. El poeta Alberti en la Escuela Nº 47”, Sin firma, La Idea, San José, 2 de setiembre de
1942. El poema corresponde a Marinero en tierra, en O.C., I: 102.
138
También en 1942 se produce un doble agasajo que los amigos de la revista Alfar
ofrecen al poeta español y a Santiago Dossetti. En 1944 se estrenó en el teatro Cervantes
de Montevideo la adaptación que hiciera Alberti de la Numancia, de Cervantes, bajo la
dirección de Margarita Xirgu. Un prólogo de Alberti a la obra está fechado
precisamente en Montevideo, en 194398. Al año siguiente, según su propio testimonio,
el poeta viaja por Uruguay y Argentina 99 dando conferencias y presentando un
espectáculo, en compañía del laudista Paco Aguilar y del pianista Donato O.
Colacelli100.
Entretanto, las colaboraciones en revistas continúan. En 1943 se había publicado
un estudio de Alberti sobre la poesía de Julio Herrera y Reissig, en Alfar101. En el
mismo año, Alberti participa como jurado en el Concurso de sonetos en honor al mismo
poeta uruguayo del Novecientos, organizado en Uruguay por A.I.A.P.E 102. En el correr
de esa década y de la siguiente se hace frecuente la publicación de poemas o citas suyas
en los Cuadernos Julio Herrera y Reissig, colección de poesía llevada adelante por
Juvenal Ortiz Saralegui103. En Escritura, exponente de un núcleo de la generación que
emerge a mediados de los cuarentas, se divulgan dos textos 104, así como en la elegante
revista Entregas de La Licorne, que dirigía Susana Soca, se registra una colaboración de
98
Numancia, Rafael Alberti. Buenos Aires, Losada, 1943.
99
Rafael Alberti (estudio), Jerónimo González Martín. Madrid, Ediciones Júcar, 1980: 127.
100
El dato es proporcionado por Alberti en la Introducción a O.C., I: CL.
101
“Julio Herrera y Reissig”, Rafael Alberti, en Alfar, Montevideo, Año XXI, Nº 83, 1943. Reproducido
en Boletín de la Academia Nacional de Letras, Montevideo, Nº 6, julio-diciembre 1999:153-155.
Presentación de Wilfredo Penco.
102
En el Boletín de AIAPE se notifica sobre el resultado de este concurso: “En el Salón de Actos del
Ateneo, el 21 de Junio ppdo., presidiendo la ceremonia el señor Ministro de Instrucción Pública Dr.
Adolfo Folle Janicó, se dio a conocer el fallo del Jurado del Concurso de Sonetos dedicados a Herrera y
Reissig, que organizara la A.I.A.P.E. Dice así el acta:
«En la ciudad de Buenos Aires, a los 13 días del mes de Junio de 1943 , reunidos los miembros
del Jurado del Concurso de Sonetos a la memoria de Julio Herrera y Reissig, procedieron a estudiar las
composiciones presentadas y decidieron conceder el primer premio al soneto que lleva el lema “Azar” y
que comienza “Despeñado en tu perla el mar reluce”. Decidieron además conceder menciones
honoríficas a los sonetos que comienzan “Qué hazaña de marfil tu frente fía” (Lema: Zemí), “Dame el
pan de tu viña, la morada” (Lema: Estuario) y “Lanza de miel traspasa su armadura” (Lema: Alice).–
Firmados: Rafael Alberti, Guillermo de Torre, Pedro Henríquez Ureña”.
Abiertos los sobres [...] Azar [correspondió a] Sara de Ibáñez, menciones: Roberto Ibáñez,
Juvenal Ortiz Saralegui y Álvaro Figueredo”.
103
En Cuadernos Julio Herrera y Reissig, hay colaboraciones de Alberti en el Nº 1, de 1948; una cita
suya aparece en el Nº 2; en el Nº 8, de 1949, aparece otro poema manuscrito; en el Nº 13, de 1950, se
publica otro poema. Años después, en el Nº 41, de 1956, se publica una cita de Aitana Alberti, tomados
de Poemas de Aitana Alberti, Buenos Aires, 1956.
104
“Dos poemas. A la pintura”. I, “A la pintura” (O.C., II: 278), II, “Delacroix” (O.C., II: 351), Rafael
Alberti, en Escritura, Nº 2, noviembre 1947: 18-20.
139
Alberti105. También aparece un poema suyo, “Muelle del reloj” –recogido luego en
Entre el clavel y la espada106– en Hiperión107, un pequeño cuaderno de escasa
circulación. La ausencia de fecha en ese número no permite afirmar que se trate de una
colaboración entonces inédita, aunque es probable que lo sea. En un libro editado por la
revista, el poemario Bosque sin horas, de Jules Supervielle (1947)108, se recogen las
traducciones de Emilio Oribe, Luisa Luisi, Sabat Ercasty y en mayor número, de Rafael
Alberti. En España ya se había dado a conocer una versión castellana del libro, en 1932,
y ya las traducciones a cargo de Alberti excedían al resto 109. La edición montevideana
conserva, además, las versiones de Pedro Salinas, Manuel Altolaguirre y Jorge Guillén.
A su vez, una sección del libro, “El espejo de los muertos”, está dedicado “A Rafael
Alberti”. Dedicatoria e iniciativa de la traducción habrían nacido en el París de fines de
los años veinte y principios de los treinta, donde coinciden Altolaguirre, Alberti y Jules
Supervielle. En cartas al poeta uruguayo Carlos Rodríguez Pintos –quien alternó con
todos ellos en esa ciudad, entre 1927 y 1937–, Alberti nombra al francouruguayo y
revela un trato bastante cercano aun con su familia.110
A la hora de referirse a las apariciones públicas de Alberti –dejando de lado, por
el momento, las visitas informales– deben consignarse las oportunidades en que se
presenta su obra plástica. Un recuadro del semanario Marcha, ilustrado con un poema-
dibujo, anuncia la inauguración de una exposición de libros y autógrafos de Rafael
Alberti, en mayo de 1947. La muestra se había abierto con unas “Palabras en caricatura”
de Toño Salazar, “respondió Alberti con la lectura de sus poemas, grandes cartulinas
de colores, colgadas de los muros de la sala”.111 La amistad y el trabajo conjunto con
Salazar continuará y dará otro fruto: en 1949, la editorial Pueblos Unidos de
Montevideo publica las Coplas de Juan Panadero, con dibujos del “gran caricaturista
salvadoreño desterrado en el Uruguay”, en cuya compañía recuerda Alberti haber
105
“Corot”(poema), Rafael Alberti, en Entregas de La Licorne, Nº1 y 2, Montevideo, noviembre de 1953
(O.C., II: 349)
106
O.C.,II:105.
107
Revista montevideana cuyo director y redactor responsable es René M. Santos. Roberto Ibáñez y
Emilo Oribe colaboran en este número 65, sin fecha, aunque es claro por su contenido que corresponde a
la primera mitad de los cuarenta.
108
Bosque sin horas, Jules Supervielle. Montevideo, Hiperión, 1947. Un poema de Supervielle, “Alta
mar”, traducido por Alberti, a su vez, se publica en Escritura, Año II, Nº 3, marzo 1948: 13-15.
109
Bosque sin horas, Jules Supervielle. Madrid, Plutarco, 1932. Traducciones de Rafael Alberti, con
versiones de Manuel Altolaguirre, Pedro Salinas y Jorge Guillén.
110
María Teresa León nombra a Supervielle como “tan amigo nuestro”, en Memoria de la melancolía,
Barcelona, Bruguera, 1979: 370.
111
Recuadro sin título y sin firma, en Marcha, Montevideo, Nº 378, 9 de mayo de 1947: 14.
140
pasado “días inolvidables”112. De sus incursiones por esas fechas informa también una
nota de Marcha acerca de una lectura de La Gallarda a cargo de su autor113.
De la correspondencia que hemos consultado, fechada en los años cincuenta, se
desprende que las estadías en Uruguay han sido menos frecuentes en esa década, debido
a los permanentes viajes que lo alejan de América, aunque también debió pesar la
prohibición de cruzar la frontera a este país desde Argentina, impuesta por el gobierno
de Juan Domingo Perón a partir de 1953 y que rigió hasta su derrocamiento en 1955.
Alberti consolida un renombre mundial y sus ocupaciones se multiplican. De igual
modo, contribuciones suyas siguen apareciendo en Alfar114, en Marcha115, en Entregas
de la Licorne, en La Gaceta Uruguaya,116 a la vez que la crítica reseña algunos de sus
títulos117. Desde fines de los veintes la consideración e importancia de la crítica a
Alberti en Uruguay había ido creciendo, sostenida luego por la cercanía y por el propio
peso de una obra que había alcanzado su madurez.
Este crecimiento llega a su punto culminante en el homenaje que se ofrece al
poeta en Montevideo, en 1962, de notables repercusiones fuera de fronteras uruguayas.
Según manifiesta Ángel Rama, de él habría partido la iniciativa de atender de un modo
especial el sexagésimo aniversario de Rafael Alberti118. Lo cierto es que la convocatoria
obtuvo un eco quizá mayor al esperado, desde el momento en que numerosos poetas y
artistas de diferentes países adhirieron a los festejos previstos para diciembre del 62. El
programa tiene un “Llamamiento” –fechado en octubre de ese año– en el que pueden
leerse los varios motivos del particular interés que suscitaba Alberti:
112
Rafael Alberti, O. C., I: CLI.
113
“Rafael Alberti leerá «La Gallarda»”, Ángel Rama, en Marcha, Montevideo, Nº 506, 2 de diciembre
de 1949.
114
“Canción inicial de Primavera” (Poema), Rafael Alberti, en Alfar, Montevideo, Año XXX, Nº 90,
1952-1953.
115
“El rostro del crimen” (poema), Rafael Alberti, en Marcha, Montevideo, Nº 726, 2 de julio 1954: 15.
116
“Retorno de Paul Eluard”, Rafael Alberti, en La Gaceta Uruguaya, Montevideo, Nº 4, 17 de junio de
1954.
117
“Retornos de lo vivo lejano. Rafael Alberti, Losada, Buenos Aires, 952”, Ariel Badano, en La Gaceta
Uruguaya, Montevideo, Nº 2, 16 de mayo de 1953: 3. Véase este artículo en la sección Crítica.
118
“Homenaje a Rafael Alberti. Poeta hispano-americano”, Ángel Rama, en Marcha, Montevideo, 7 de
diciembre, 1962. En este artículo Rama se refiere a uno anterior, del que parte la convocatoria:
“Homenaje a Rafael Alberti: 60 aniversario”, Ángel Rama, en Marcha, Montevideo, 26 de octubre, 1962.
141
119
Se trata de José Luis Cano, Vicente Aleixandre, Jorge Guillén, Carmen Conde, Gabriel Celaya, Juan
Antonio Bardem, Carlos Barral, Juan Cervera Sánchez, Antonio Saura, Juan Ruiz Peña, José María
Castellet, Camilo José Cela, Marcos Ana, Gabino Alejandro Carriedo y Leopoldo de Luis.
142
120
“Alberti y la crítica”, Ida Vitale, en Época, Montevideo, 7 de diciembre de 1962.
121
Debe referirse a las opiniones de Salinas sobre Alberti en Literatura española siglo XX, Pedro Salinas.
México, Séneca, 1941, o en Ensayos de literatura hispánica, Pedro Salinas. Madrid, Aguilar, 1958.
143
refiriendo algunos momentos emocionantes del cierre de las jornadas, como la lectura
de unos poemas de Marcos Ana, por María Teresa León, o la evocación de Rafael
Alberti del escritor Enrique Amorim, quien había fallecido dos años atrás.
Tres cartas posteriores a diciembre del 62, una de ellas a Vitureira, cuando
todavía estaba en Buenos Aires, y otras a Rama, desde esa ciudad y luego desde Italia,
exteriorizan el agradecimiento por las efusivas manifestaciones como la conciencia de
todos los actores de que se trataba también de una despedida más o menos definitiva.
Un poco exigido por las circunstancias, otro poco seducido por su reciente viaje a Italia,
fiel a su vocación cambiante y multifacética, así cerraba Alberti su etapa americana.
122
Carta de Rafael Alberti a Julio J. Casal, fechada en agosto de 1948.
123
Rafael Alberti se refiere a este punto de encuentro de varios poetas amigos en cartas a Juvenal Ortiz
Saralegui, del 13 de diciembre de 1941 y del 15 de enero de 1942. El nombre puede ser un homenaje al
balneario español.
144
Tu libro de poemas me gustó mucho,[...] lo leí en alta voz con María Teresa, hallándole
un temblor y una transparencia, una levedad y madurez –dentro de lo breve...124.
El andaluz era lector asiduo de Alfar, de la que había sido colaborador. Sobre
ella opina que “es la revista más vieja del mundo, la que ha visto morir, nacer y morir
otras muy buenas”125. En anterior oportunidad anunciaba: “te enviaré cosas para tu
Alfar, nuestra Alfar”126. Porque la revista representaba para él la continuidad con el
pasado ibérico: “Llegaron ejemplares de tu hermoso Alfar. Antes nos llegaba a Madrid
desde Galicia; ahora a Buenos Aires desde Montevideo. ¡Fijáte!”127. En efecto, habían
corrido casi dos décadas de existencia de la revista. Por entonces, Casal se desempeñaba
como cónsul de Uruguay en La Coruña, donde fundó Revista de Casa América-Galicia,
que se difundió con ese nombre desde sus inicios en setiembre de 1922 hasta octubre de
1923 y que a partir de esa fecha, desde el número 24, pasó a llamarse Alfar. Durante ese
período español publican en sus páginas muchos escritores del 98 o sus alrededores,
como Unamuno, Ortega y Gasset, Gómez de la Serna, Manuel Machado, Antonio
Machado, así como de la siguiente promoción: Guillermo de Torre, Enrique Diez
Canedo, José Bergamín, Gerardo Diego, Pedro Salinas o Adriano del Valle, del mismo
modo que muchísimos nombres uruguayos poco o nada conocidos en España, como
Luisa Luisi, José Monegal o Adolfo Montiel Ballesteros. Alfar profundiza su política
ecléctica y su apertura a todas las posturas estéticas cuando se instala en Montevideo a
fines de 1926, momento en el cual se inicia una tercera etapa de la publicación, que
Casal dirige hasta su muerte (1954). En España, por otra parte, se abre en 1926 una
breve etapa dirigida por J. G. del Valle, que no pasará de algunos números 128.
González Martín ha advertido sobre la temprana publicación en Alfar de tres
poemas inéditos de Alberti anteriores a Marinero en tierra, recogidos en 1922, bajo el
título común de “Balcones 1,2 y 3” 129. El propio Alberti se refiere a estos tiempos en La
arboleda perdida:
124
Esta carta está fechada en 1948, por lo que puede suponerse que el libro de poemas de Casal al que se
refiere Alberti sea Cuaderno de otoño, publicado en Buenos Aires por Losada, 1947. En cartas anteriores,
Alberti parece servir de nexo a Casal con el editor español Gonzalo Losada.
125
Carta de Rafael Alberti a Julio J. Casal, fechada en agosto de 1948.
126
Carta de Rafael Alberti a Julio J. Casal, fechada el 14 de diciembre de 1941.
127
Carta a Julio J.Casal, encabezada: “El Totoral, 12 de marzo 1942”.
128
Sobre esta revista en particular, consúltese Panorámica de las revistas literarias españolas durante las
tres primeras décadas (1900-1936), César Antonio Molina. La Coruña, Ediciones Nos, 1984.
129
Rafael Alberti (estudio), González Martín. Madrid, Ediciones Júcar, 1980: 31.
145
130
“Iniciación poética. Revistas. Grecia, Ultra, Horizonte y Alfar. Una nueva generación, etc.”. Programa
de la conferencia en la Universidad de la República, 27 de noviembre, 1941.
131
“Así nació Alfar”, Julio J. Casal, en Mi padre Julio J. Casal, Selva Casal. Montevideo, Biblioteca
Alfar, 1987: 18.
146
132
Alfar, Montevideo, Año XX, Nº 80, 1942.
133
Sofía Arzarello (Montevideo, 1897-1981). Poeta y crítica. Estuvo muy vinculada, en los años treinta, a
la causa de la defensa de la República española, desde publicaciones e instituciones diversas.
134
Esta serie poemática, posteriormente recogida en Baladas y canciones del Paraná (1954), apareció
simultáneamente en La Verónica, revista dirigida en La Habana por Manuel Altolaguirre, en el Nº 2, del 2
de noviembre de 1942. En esta revista habanera, además, aparecen dos poemas de Ortiz Saralegui, quien
tuvo intercambio epistolar con Altolaguirre –al igual que Carlos Rodríguez Pintos–, correspondencia que
se encuentra inédita aún. Los poemas de Ortiz, como señala Valender, son los únicos en “abordar la
guerra [civil]” (Cfr. “La Verónica (1942): una revista del exilio”, James Valender, en Cuadernos
Hispanoamericanos, Madrid, Nº 473-474, noviembre-diciembre 1989: 221-240.
147
135
Véase: “La República española y las izquierdas uruguayas”, Mario Dotta, en Ediciones del Quinto
Centenario. España y América Latina en el siglo XX, 3, Autores Varios. Montevideo, Universidad de la
República, 1993: 163-280.
136
O. C., I: CL
137
Santiago Dossetti (Minas, 1902-1981), narrador y periodista, animador cultural siempre vinculado,
básicamente, a su región. Su archivo está depositado en el Programa de Documentación en Literaturas
Uruguaya y Latinoamericana (PRODLUL), Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación,
Universidad de la República, hay una nota del periódico El Pueblo, de la localidad de Batlle y Ordóñez
(departamento de Lavalleja), que lleva como título “Alberti y Dossetti”. El impreso contiene un poema de
Juan Silva Vila, entonces subdirector de la Biblioteca Nacional, escrito especialmente con motivo de la
cena ofrecida por Alfar, y fechado en “Montevideo, Agosto de 1942”. El poema es una pieza
circunstancial que interesa para medir el grado de aceptación y popularidad de Alberti: “I// Rafael y
Santiago./ Junto a ellos estamos./ Uno viene del mar./ Otro, del campo./ En la ciudad se dieron/ y nos
dieron las manos./ Verde mar y el campo verde/ están en el gris urbano.// II// Cuánta luz en la frente./
Llama serena, hermanos/ Cuánto amor en los ojos/ de nostalgia mojados./ Cuánta fraternidad/ de
corazones claros/ en el júbilo simple/ de este comer callado.// III// Alberti busca chopos/ de su paisaje
esclavo./ Se le escapan del alma/ doble de desterrado/ Y Dossetti recuerda/ sus años de muchacho,/ la
sombra campesina/ de los molles minuanos. // Soledades que tienen/ hondo latido humano./ Oteros que
se encuentran/ en un balcón atlántico,/ junto a amigos que entregan/ la fronda de sus cantos.// IV//
Saluden al marinero/ que tiene un clavel sangrando/ como banderín de proa,/ en su pecho, barco
humano./ Y que corran el saludo/ hasta el espíritu gaucho/ que no cabe en las ciudades,/ viajero de alcor
y llano./ Saludemos esta noche,/ lo español, lo americano/ que están en el verso y prosa/ de Rafael y
Santiago”.
148
esos hombres que “nos enseñaron a creer y a cantar”. Inevitablemente, debe tocarse,
también, el tema del exilio, de “aquellos, que siempre errantes, en su angustia, como
Bergamín, continúan llevando la empresa de España por todos los caminos del tiempo,
cada vez más ásperos y sordos, sin marca de cielo”. Es seguro que el vínculo de Alberti
con Dossetti no fue íntimo ni frecuente. En el archivo de este último, no constan cartas
de Alberti, aunque debió existir intercambio epistolar, a juzgar por manifestaciones del
propio escritor en carta a Juvenal Ortiz Saralegui. Es probable que Dossetti fuera un
nombre clave para establecer contactos que redundaran en conferencias rentadas, dadas
sus condiciones de promotor cultural en el interior del país.
Otra amistad juvenil del poeta se reaviva en Montevideo. En 1930 había
conocido en París al ya mencionado Carlos Rodríguez Pintos, quien cursaba estudios en
La Sorbonne. Varias décadas después, el poeta uruguayo recordó ese primer encuentro
como un episodio descabellado y divertido en casa de Mathilde Pomés138. Casi
inmediatamente representaron juntos –y con María Teresa León– la pieza Santa
Casilda, de Alberti139. Juntos publicaron, en 1931, un cuaderno con poemas y dibujos:
Dos oraciones a la Virgen140. La primera carta que se conversa de Alberti a este antiguo
amigo, corresponde a 1932, cuando le escribe desde Berlín, en forma casi conjunta con
María Teresa y el artista Gregorio Prieto. Por los comentarios es posible conjeturar que
el uruguayo se encontraba, entonces, de paso por su país. También puede deducirse de
la siguiente misiva de 1932, que Alberti haya reunido firmas importantes del ambiente
cultural parisino y español, a fin de que Rodríguez Pintos gestionara alguna beca o
cargo en Uruguay que le permitiera volver a Francia. En el 33 Alberti escribe desde
España y el tema, aunque en forma de breve apunte, es la literatura.
138
“Mi encuentro con Rafael Alberti”, Carlos Rodríguez Pintos, en Boletín de la Academia Nacional de
Letras, Montevideo, Julio-Agosto 1997: 83-86. Presentación de Wilfredo Penco.
139
Gracias a la gentileza de la Sra. Simone Hautbourg hemos visto la invitación a una conferencia de la
época francesa, cuando el uruguayo confraterniza con Alberti, en la que se anuncia la representación de
La pájara Pinta. En ella consta: Institut d’ Études Hispaniques de L’ Université de Paris. 31, rue Gay
Lussac. Jeudi 7 janvier 1932, à 17 heures. Poesía y comentario. Conferencia sobre su obra poética, par
Rafael Alberti. Programa. Teatro: La pájara pinta. Con Mme. Alberti, Rafael Alberti, Denise Supervielle,
y otros.
140
Dos oraciones a la Virgen, Nuestra Señora de la Cinta & Nuestra Señora de la Buena Leche, Carlos
Rodríguez Pintos/ Rafael Alberti. París, Imprenta de Carlos Rodríguez Pintos, 1931. El libro se imprimió
en una pequeña prensa que el uruguayo compartía con Manuel Altolaguirre. (Cfr. Wilfredo Penco, art.
cit.) El colofón del cuaderno dice: “Carlos Rodríguez-Pintos imprimió 325 ejemplares de estas
Oraciones, en su prensa particular, de los cuales 25 fuera de comercio, sobre papel Holland Pannekoek y
cubiertas de Japón, numerados de I a 25 y 300 sobre papel Ronsard numerados del 26 al 325. – Paris
Nov. 13. 1931”. Sobre las actividades de Altolaguirre editor, véase: Un poeta español en Cuba: Manuel
Altolaguirre, Gonzalo Santonja. Madrid, 1995.
149
Esta amistad, como tantas de esa época, se vio sometida a las idas y venidas de
la historia y de la geografía. La inocente época de la bohemia parisina parecía más
lejana porque el mundo (y sus seres) habían cambiado demasiado en esos pocos años.
Ahora la guerra europea volvía a acercarlos, esta vez en el sur. La necesidad de
adaptarse a permanentes mudanzas era justamente el signo de los tiempos, en particular
para la pareja de españoles, que no encontraba la ansiada estabilidad. La situación
141
Pedro Salinas/ Jorge Guillén. Correspondencia (1923-1951), Barcelona, Tusquets, 1992. Edición y
notas Andrés Soria Olmedo.
142
Alberti dedica un poema al hijo de Rodríguez Pintos en Poemas de Punta del Este: “Don Carlos frente
a la mar/ Aire que lo está mirando...” (O. C., II.: 451). Conviene aclarar que el tratamiento protocolar no
corresponde al poeta sino a su hijo porque, según nos comentara la Sra. Simone Hautbourg de Rodríguez
Pintos –y lo refrenda alguna carta del propio Alberti al poeta uruguayo–, de esa manera le llamaron
familiarmente a su hijo, para evitar que lo nombraran con el diminutivo.
150
política argentina se complicaba cada vez más. Durante los primeros años de exilio el
ingreso a los españoles era restringido: Alberti se queja en sus cartas de que sólo los
vascos fueran bien recibidos, lo que atribuye al origen euskera del político y
expresidente de facto José F. Uriburu. Pero, en realidad, la desconfianza hacia los
comunistas era creciente143. Aun cuando obtienen el permiso de residencia, las
relaciones entre Argentina y Uruguay impiden la libre circulación de ciudadanos de un
país a otro, extremando las exigencias de permisos. Ese tipo de obstáculos, sumandos a
las limitaciones económicas –los Alberti no tenían casa propia en Buenos Aires, y
deciden adquirir un apartamento para lograr una mayor estabilidad– obliga a la pareja,
en 1953, a poner en venta la casa de Punta del Este, seguramente a causa de la
comentada medida restrictiva impuesta por Perón. Así, en la siguiente comunicación a
Rodríguez Pintos, esta vez de 1954 –distanciada trece años de la anterior– se suma otra
nostalgia: “esos aires de nuestro primoroso Cantegril los tengo siempre en el oído.
¡Qué pena! las cosas más bellas, hasta las más pequeñas, esta maldita época las
rompe”144.
La correspondencia con Emilio Oribe que se conserva en Montevideo –cinco
cartas firmadas por Alberti145– nos remite nuevamente a los comienzos del exilio, en
1941. En ellas puede advertirse un tratamiento de menor intimidad aunque una mayor
admiración. No se opta por el tuteo y los temas que predominan, son estrictamente
profesionales o, si acaso, abarcan aspectos más generales. Como en otros casos, el tono
de Alberti oscila entre las manifestaciones de afecto, la renovación permanente del
contacto con los uruguayos, y con cuestiones prácticas que tienen que ver con el oficio
intelectual y una condición de animador cultural en las dos orillas. En una oportunidad,
se refiere a la corrección de pruebas de un libro de Oribe, al que Alberti parece haber
143
Véase, al respecto, Los años de la ilusión de masas. La Argentina, de Irigoyen a Perón (1930-1955),
Alcides Beretta, Cristina Contera, Susana Mallo, Alicia Morón. Montevideo, Universidad de la
República, 1997.
144
Rodríguez Pintos dedica a Rafael Alberti su “Canción ronca en verde y azul”, publicada en Entregas
de la Licorne, Montevideo, Nº 1-2, noviembre de 1953: 90. El texto es el que sigue: “Verde oropel,/ verde
laurel/ y lirio azul/ de su pincel./ (Verde y azul/ es Rafael)./ ¡Llorad, llorad,/ España y él!// Lejano azul/
del Bulevar/ y verde orilla/ de la mar./ (Lento morir/ largo llorar).// Azul mantel,/ azul perfil./ Pino
doncel,/ perdido añil/ y verde fiel/ del cascabel./ (Verde y azul/ es Rafael)./ ¡Llorad, llorad,/ España y
él!”
145
En la Colección Emilio Oribe, Archivo Literario de la Biblioteca Nacional, constan cartas del 9 de
diciembre de 1941 ( a Maruja González Villegas de Oribe); 21 de enero de 1943; 25 de marzo de 1943 y
mayo de 1944. Los registros del mencionado acervo incluyen, también, una fotografía de Alberti con
Oribe hacia 1945.
151
[...] No tenía Ud. que repetirme las gracias. Yo sí, a todos ustedes, a ese país –mirlo
blanco en medio de la odiosa geografía de hoy– que tan bien se porta con nosotros.
146
Se trata del volumen La lámpara que anda, publicado en Buenos Aires, en 1944, por la Editorial
Schapire, en la colección “Rama de Oro”, que dirigía Rafael Alberti.
147
Incluido en Pleamar, en Obra Completa, tomo I. Poesía 1920-1938, Rafael Alberti. Madrid, Aguilar,
1988: 218.
152
[...] Dentro de seis días me iré –horror– para Buenos Aires. Quisiera salir de allí. No se
respira. Pero, por ahora, ¿dónde vivir? Si lo de Barcelona se extendiera... ¡Qué gente
valiente!149
148
Un recorte de diario, sin fecha ni identificación, que se encuentra en la colección de Juvenal Ortiz
Saralegui da cuenta de un homenaje público a Rafael Alberti y María Teresa León, a cargo del Ministro
de Instrucción Pública, doctor Cyro Giambruno. A dicho acto asistieron Jules Supervielle, Emilio Oribe,
Sabat Ercasty, Alberto Zum Felde, Cipriano Vitureira, Roberto Ibánez, Sara de Ibáñez, Rodríguez Pintos,
Clotilde Luisi, Ortiz Saralegui, García Moyano, Leónidas Spatakis, Juan Silva Vila, Enrique Amorim,
Losada, Paco Espínola, Alfredo M. Ferreiro, entre otros. Según el suelto, “la mayoría de los asistentes
interpretaron poesías en honor de los ilustres huéspedes”. Se transcribe el poema elegido en esa
oportunidad, firmado por Sabat Ercasty:
Asimismo se transcribe el poema “A mis amigos los poetas uruguayos”, afirmando que había sido
compuesto esa mañana en el barrio de Pocitos.
149
Se refiere, probablemente, a una huelga llevada adelante en esa ciudad.
153
Fugacidad es grandeza.
Tu fugacidad yo quiero.
II
tu flor...
Y cante de nuevo.
150
Incluido en Señal de vida. Poesía inédita, Tomo I, Juan Cunha. Montevideo, Academia Nacional de
Letras/ Cal y Canto/ Ediciones de la Banda Oriental/ Feria Nacional de Libros y Grabados, 2000: 251.
151
La papelería de Jesualdo Sosa (1905-1985) se encuentra depositada en el Archivo Literario,
Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional (Montevideo). Sus herederos cancelaron la
consulta pública hasta tanto no transcurran cuarenta años de la muerte del mencionado escritor, a efectos
de salvaguardar la intimidad de las personas vinculadas a su correspondencia.
152
María Carmen Portela, Rafael Alberti. Buenos Aires, Losada, 1956
155
uruguayo, una entrevista que Jesualdo le hace a Alberti en Roma, en 1969, de lo que
resulta un librito de valor testimonial y afectivo 153.
Pero de todos los vínculos entablados en sus visitas y veraneos uruguayos,
probablemente el de mayor intensidad personal y el más prolongado en el tiempo, sea el
que unió a Alberti con el escritor salteño Enrique Amorim. Los dos mundanos y
amantes de la buena vida, afiliados al Partido Comunista, y con un importante sentido
de la amistad y la camaradería, intercambiaron, sin embargo, pocas cartas, aunque por
ellas puede advertirse el seguimiento atento del otro. En la Colección Enrique Amorim
de la Biblioteca Nacional se encuentran siete cartas de Alberti154 y dos de María Teresa
León155. El trato manifiesta claramente la confianza mutua, la complicidad masculina
que se permite bromear aun con temas íntimos o reservados, con secretos compartidos
(“Escríbeme a Buenos Aires –escribe en diciembre de 1946–. Pero, ya sabes: ¡ojo con
lo que dices, pues... ya sabes”). En el mismo estilo se da el ofrecimiento a Amorim de la
casa de Punta del Este, cuando acababa de construirse. La descripción de las
comodidades también parte de supuestos compartidos y valoraciones comunes: “No se
trata de la mansión de Victoria Ocampo, pero sí, de una casita decente”. En este caso la
burla es inofensiva, pero en ocasiones posteriores, en las que Alberti será mucho más
severo, la confianza en el testimonio y en la adecuada interpretación del otro, así como
en su discreción, resultará imprescindible. Un ejemplo de esto es el intercambio de
opiniones a propósito de una declaración del poeta uruguayo Ricardo Paseyro en
Marcha, en polémica mantenida con el poeta y crítico Sarandy Cabrera a propósito de
Neruda y la edición de Versos del Capitán (1953), anónima pero atribuida sin
vacilación, casi, al chileno. Atacando a Neruda por “poeta burgués” y falso mito,
Paseyro antepone a lo que entiende como una conducta reprobable los casos de sus
correligionarios de Partido:
153
Reencuentro en Roma con Rafael Alberti, Jesualdo Sosa. Buenos Aires, Losada, 1970.
154
Fechadas en 1946, 1951, 1953 (2), 1954 (2) y 1956.
155
Existe un filme documental “Galería de escritores”, realizado por Enrique Amorim. Una copia del
mismo está en Cinemateca Uruguaya; y en la Colección Amorim del Departamento de Investigaciones
Literarias de la Biblioteca Nacional, se halla un documento mecanografiado en el que se detallan los
nombres de los escritores y artistas que aparecen en la película. Allí constan estos datos: “Rafael
Alberti.1945” y “María Teresa León. Buenos Aires”. María Teresa León nombra a Amorim, a su vez, en
su Memoria de la melancolía. Barcelona, Bruguera, 1979: 312.
156
[...] el ejemplar Pablo Picasso, el ejemplar, solitario Rafael Alberti. No pretenden otras
altezas que las muy magníficas del destino y oficio de artistas, más la intachable,
purísima falta de concesiones, de compromisos, de sus obras156.
Se trataba de hijos, sobrinos o padres [...]; [y] de intelectuales que prometían a otros
intelectuales que, si volvían, ellos ayudarían en lo posible a protegerles y a que su obra
fuese reconocida, etc.159.
156
“Pablo Neruda y su mito”, Ricardo Paseyro, en Marcha, Montevideo, Nº 711, 12 de marzo de 1954: 2.
[Respuesta a Sarandy Cabrera].
157
La agresividad privada de Alberti fue contestada por el agredido en 1968, cuando Paseyro publica un
volumen de epigramas, en los que se refiere a muchos de sus contemporáneos en forma burlesca e
hiriente. Alberti no se libra de sus versos maliciosos: “No es león el Rafael/ aunque lleve la melena,/
doméstico perro fiel/ casado con una hiena!”, en Epigramas Nacionales, compuestos por D. Julián del
Toro (seudónimo de Ricardo Paseyro). Nueva edición aumentada con muchos nombres y seguida por un
amplio “Suplemento Americano”. Madrid, Ed. Laurel, 1968.
158
Revisados los años 1953 y 1954 de Marcha, hasta la fecha de redacción de esta carta (29 de abril de
1954, no se encontró ninguna declaración de Paseyro en el sentido planteado por Alberti. Puede ser que se
trate de otra publicación periódica, de Montevideo o de otro lugar, puede que lo que “dice” Losada no sea
correcto o que Alberti no lo haya entendido bien.
159
“Ir o volver o estar como en destierro: Emilio Prados frente a los cantos de sirenas”, Carlos Blanco
Aguinaga, en Ínsula, Madrid, Nº 627, marzo 1999: 16-18.
157
Yo he de decirte que tengo contacto con algunos que se han atrevido a escribirme,
muchachos que no conocieron nuestra guerra, despistados, ahogados, pero entusiastas
de la poesía, buena rendija para ir entrando en ellos. Tengo algunas cartas admirables,
tristes, enternecedoras, demostradoras de que en España no es Franco todo lo que
reluce.
160
Al respecto véase: José Bergamín en Uruguay. Una docencia heterodoxa, Rosa María Grillo, op. cit.
161
Fue publicado por primera vez en el libro Abierto a todas las horas, Edición Afrodisio Aguado,
Madrid, 1964. En O.C., III: 895-896. De Enrique Amorim se ha extraviado un libro inédito, Por orden
alfabético, en el que eventualmente podría haber una entrada sobre Alberti.
158
Luego, como se dijo, Alberti recordará otra vez al amigo en sus discursos
pronunciados en los actos de 1962.
¿Soy hombre –poeta– de soledad, de soledades, como para vivir lejos del mundo
de los hombres? Antes pensaba que lo era. Ahora, cuando me quedo solo
demasiado tiempo, perdido el choque de mi vida con la demás, siento que en mí
se paraliza algo, remordiéndome. Y entonces vuelvo de mis soledades con más
ímpetu, más renovadas ansias de contacto.162
162
Poemas de Punta del Este/Buenos Aires en tinta china, Rafael Alberti. Buenos Aires, Seix Barral,
1979: 27.(O.C., II: 449)
159
163
“Mirando en la memoria las señales...”, Francisco Caudet, en Ínsula, Madrid, Nº 627, marzo de 1999:
18.
164
“Galope”, de De un momento a otro. Poesía e historia (1932-1938), en Poesía (1924-1944), Rafael
Alberti. Buenos Aires, Losada, 1946: 244.
165
“Galope”, Rafael Alberti, en Boletín de A.I.A.P.E., Montevideo, Nº 30, enero-marzo 1940: 4.
166
Incluido en Pleamar, Antología poética, Madrid, Alianza, 1983: 187. (O.C., II: 229)
160
testigo, símbolo de la felicidad, el lugar donde todo es posible, pues su ritmo cíclico
representa el renacer. También, siguiendo a Caudet, pueden leerse
[...] los lexemas peregrinaje, mar, naufragio, orilla” como metáforas “de la experiencia
traumática que conlleva la privación del suelo patrio. Experiencia que a su vez
metaforiza lo que es la vida misma: abandono de la seguridad del útero materno [...]
para caminar unos inciertos caminos que conducen siempre inexorablemente a la
muerte” (art. cit.: 20).
167
Rafael Alberti. De lo vivo y lejano, María Asunción Mateo. Madrid, Espasa-Calpe, 1996: 196.
161
Amistades uruguayas: Emilio Oribe, Julio J. Casal, Juvenal Ortiz Saralegui, Giselda
Zani, Sara y Jaime Ibáñez, Carlos Rodríguez Pinto(sic), Jesualdo... Visita a Juana de
Ibarbourou”168.
En la otra orilla del Río de la Plata, otra gran poetisa nos recibió sentada en un salón,
como dentro de su caracol sonoro, bajas las cortinas, moderada la luz y tal vez los
espejos, como los de casa de mi hermosa abuela, vueltos contra la pared. Se rehusaba a
sí misma Juana de Ibarbourou muchas de las ventajas del crepúsculo. Apenas si salía
de casa. Tal vez la molestaban los ojos comentadores de las vecinas: ¿Te acuerdas lo
linda que era nuestra poetisa nacional? El caso es que Juana había decidido vivir
dentro de su caracol sonoro reclinada en su pasado como en un diván de terciopelo.
Y es que su juventud y su talento habían sido saludados con todas las palmeras
americanas en alto, y por eso, cuando entramos en su casa a conocer a la cien veces
coronada Juana de América, la encontramos cubierta de veladuras de luz y de gloria,
abandonada voluntaria y simplemente a su renombre. Era su momento entre dos luces.
Puede que hoy, ya pasados inexorablemente los años que nos sacan del tiempo, haya
vuelto a recobrar la calle y su amor al sol, a las golondrinas, a las abejas, a los
serafines, espigas y nardos, aceptando Juana de Ibarbourou que la miren de nuevo los
ojos de los hombres y la saluden con toda reverencia.170
168
En realidad se trata de Roberto Ibáñez (y no Jaime), poeta, profesor e investigador nacido en
Montevideo en 1907 y fallecido en la misma ciudad en 1978, esposo de la poeta Sara Iglesias de Ibáñez.
(O. C., I: CLI).
169
Los papeles de Juana Fernández Morales de Ibarbourou (Melo, 1892 - Montevideo, 1979) en
repositorios públicos, hasta donde sabemos, se encuentran en la Biblioteca Nacional de Montevideo y en
Stanford University. Copias parciales de la documentación del acervo universitario estadunidense existen
en el Programa de Documentación en Literaturas Uruguaya y Latinoamericana (Facultad de Humanidades
y Ciencias de la Educación, Universidad de la República). Pero no hay en ellos ninguna carta de Alberti
ni de María Teresa León a Juana de Ibarbourou. Si es que sobreviven, quizá se encuentren en manos
privadas.
170
Memoria de la melancolía, María Teresa León. Barcelona, Bruguera, 1979: 332 [1970]
162
171
De la relación con el decisivo historiador de la literatura y la cultura Alberto Zum Felde (Bahía
Blanca, Argentina, 1889-Montevideo, 1976), queda, entre la papelería del crítico, esta solitaria postal
fechada en Piriápolis, febrero de 1943: “Sr. Alberto Zum Felde: Le saluda cariñosamente. Rafael
Alberti”. (Colección Alberto Zum Felde, Archivo Literario, Departamento de Investigaciones de la
Biblioteca Nacional, Montevideo)
172
Original en poder de la poeta Ida Vitale, quien generosamente nos permitió fotocopiarlo.
163
los más constantes intérpretes del español. El músico narra aquel primer encuentro en
Montevideo, en el que Alberti, “ese toro poético”, le obsequió
Ante la noticia de su muerte, Viglietti aporta la visión del lector y la del músico,
afirmando también que
[...] hemos perdido a un gran maestro de la segunda edad de oro de la poesía española,
cuya ancha sensibilidad abarcó la pintura, la dramaturgia, entre otras vetas. Una
poesía que parece a veces llevar música dentro y que se vuelve letra mayor en las
canciones de Paco Ibáñez o en las versiones de Soledad Bravo [...] Este inextinguible
marinero en tierra, ha pedido que sus cenizas de noventa y seis años sean esparcidas en
la bahía de Cádiz. Quizás ahora, desde un caballito de mar, nos siga diciendo: ¡a
galopar!.
173
“A través de los mares y el recuerdo”, Daniel Viglietti, en Brecha, Montevideo, Nº 727, 5 de
noviembre de 1999: III. [Separata]
164
174
“Dos poetas andaluces: Federico García Lorca y Rafael Alberti”, José Mora Guarnido, en La Pluma,
Montevideo, Vol.4, enero de 1928.
165
175
No se conserva en la Colección Ildefonso Pereda Valdés del Archivo de la Biblioteca Nacional
correspondencia de Alberti con el escritor, pese a lo cual no pueden sacarse conclusiones definitivas,
porque dicho acervo no es exhaustivo. De todos modos, Pereda Valdés es uno de los dos uruguayos que
Alberti recuerda en La arboleda perdida (el otro, como se dijo, es Julio J. Casal), como uno de los
nombres que descubrió hojeando las páginas de la revista Ultra (La arboleda perdida, Rafael Alberti,
Barcelona, Bruguera, 1980: 134)
176
Cancionero de la Guerra Civil Española, Ildefonso Pereda Valdés (comp.) Montevideo, Claudio
García & Cía, 1937, 114 págs. Bajo el título se lee: “Publicación del Comité Pro-Defensa de la República
Española”. En la contratapa se advierte: “Esta obra de solidaridad hacia España, se vende a $ O,50 en la
Casa Editorial y en el Centro Pro-Defensa de la República Española. “LA BOLSA DE LOS LIBROS” ha
obsequiado al Comité de Damas de Protección a la Infancia con cien ejemplares para ser vendidos a
beneficio de los huérfanos, hijos de los soldados que lucharon en el frente de batalla”.
177
Poeta fusilado [Antología], Juvenal Ortiz Saralegui (comp.) Montevideo, Ediciones del Pueblo, 1937.
166
178
El primer poema había sido publicado en el volumen De un momento a otro (Poesía e historia), (O.
C., I: 673), en el que también se encuentra “Madrid-Otoño” (O. C., I: 671) y “El último Duque de Alba”,
este último recogido en El poeta en la calle (O. C., I: 560).
179
Alberti se refiere a esta experiencia en el prólogo de su Romancero General de la Guerra Española.
Buenos Aires, Patronato Hispano Argentino de la Cultura, 1944. Otro modelo posible, aunque su
aparición fue casi simultánea, puede ser el volumen Poetas de Guerra (Edición tomada de los
documentos históricos del 5º Regimiento), Madrid, 1937. Ese libro circuló en Montevideo, ya que hay una
reseña conjunta de las dos compilaciones, la española y la uruguaya, firmada por Gervasio Guillot
Muñoz, “Dos antologías de la Guerra de España”, en Ensayos, Montevideo, Nº 12, junio 1937: 239-240.
180
Signos del día se publicó por primera vez en Poesías completas, Rafael Alberti. Buenos Aires, Losada,
1961. En O.C., II: 398.
167
181
Cuarenta y cinco por uno, María Inés Silva Vila. Montevideo, Editorial Fin de Siglo, 1993. Prólogo de
Mario Benedetti.
182
Se refiere a Francisco Espínola (San José, 1901-Montevideo, 1973).
168
Alberti podía incomodar a esos escritores que irrumpen hacia el medio siglo,
porque, más allá de convertirse en un emblema de la resistencia a la dictadura
franquista, la preocupación política se encontraba al margen de sus intereses inmediatos
de este grupo. Eso hasta que llegó la Revolución cubana, en 1959, para cambiar el arco
de sus intereses, desviándolos de la estricta geografía literaria. Pero para los alrededores
de 1950 su plan, su lucha, su proyecto, más allá de las disidencias internas y de los
matices, se focalizaba en la estética, en la modernización de la literatura uruguaya,
vinculada por un lado a lo anglosajón (lo cual explicaría el respeto y la reverencia por la
obra de Pedro Salinas por parte del grupo Número, según se verá en próximo
capítulo183) y, por el otro, a la tradición francesa, aunque la frecuentación del otro sector
con José Bergamín les daba la posibilidad de reencontrarse con el mundo de la literatura
española ya mitificada (el conocimiento personal de Bergamín con los escritores del 98,
la actitud discutidora en las clases de este en la Facultad de Humanidades). Por eso,
cuando en 1959 Ángel Rama hace un extenso y temprano balance de las actividades de
su generación, destaca la comparecencia de tres maestros extranjeros: Jorge Luis
Borges, Pablo Neruda y Bergamín. Ni siquiera menciona a Alberti. No podía ser un
maestro para ellos –aunque en 1962 se probará que muchos lo respetaban–, además,
porque su imagen estaba demasiado ligada a los poetas de la promoción anterior,
especialmente a Carlos Rodríguez Pintos y al grupo Alfar y a Juvenal Ortiz Saralegui,
sobre quienes unos y otros no cesaban de disparar munición gruesa por considerarlos
practicantes de una poesía demasiado tributaria del 27 español –quizá del mismo Alberti
y, mucho más, de Lorca– y, en especial, por ver en ellos una política crítica de mano
blanda, de generosidad sin límites que desembocaba en carencia de discernimiento y
que tejía una trama contactos personales (y de vínculos oficiales), que debilitada al
extremo el espíritu crítico184. Una muestra aun anterior de esta actitud, puede verse en la
183
Ida Vitale opone, como ya se ha señalado, la poética de Alberti a la de Salinas en su artículo “Alberti y
la crítica”, ya mencionado.
184
“Testimonio, confesión y enjuiciamiento de 20 años de historia literaria y de nueva literatura
uruguaya”, Ángel Rama, en Marcha, Montevideo, Nº 966, 2ª sección, 3 de julio de 1959: 16-b-30-b. Este
largo artículo puede ser reconocido como el antecedente más remoto del libro La generación crítica,
1939-1969. I. Panoramas (Montevideo, Arca, 1972), en el que Rama repasa la vida cultural uruguaya en
el período señalado. Alberti vuelve a estar ausente, salvo para ejemplificar, a través del primer poema del
libro Entre el clavel y la espada (“Después de este desorden impuesto, de esta prisa,/ de esta urgente
gramática necesaria en que vivo [...]”) un nuevo estado de ánimo, el de los jóvenes de alrededores del
169
¿Cuántos son algo más que ecos de los poetas españoles de este siglo o, peor,
ecos de los ecos nacionales de esos poetas? ¿Cuántos dependen sólo de una
utilería ya fatigada anterior (corzas y gacelas, éxtasis y desmayos, liras y
sonetos)?185
Dos artículos bastante extensos pueden tomarse como ejemplos del giro operado
en los escritores del 45 y del interés tardío por la poesía de Alberti. El primero de ellos
corresponde a Ida Vitale, y se publica en ocasión de la aparición de las Poesías
Completas de Alberti en 1961.186 La poeta repasa toda la producción albertiana
tendiendo nexos entre uno y otro período, reconociendo hasta en los primeros romances
gongorinos el germen del interés social que despertará después, cuando el poeta mira a
su alrededor y se convierte al “compromiso”, porque “en vísperas de la República había
mucho que ver en España”. Y encuentra una coherencia, porque esas
[..] cosas contradictorias van integrando una voz que aunque tironeada por
tentaciones diversas tiene ya un acento propio; una voz que aunque coexista con
otras, aunque de pronto circunstanciales urgencias la posterguen, no
desaparecerá nunca totalmente, resurgiendo como un manantial de puro canto
aún en libros cuyos temas serían tratados por otros con mayor gravedad formal.
cuarenta, contrarios a la “falsedad, [el] engolamiento, sobre todo [la] retórica” (op. cit.: 116) de los
mayores instalados en los centros de poder cultural.
185
“Un programa a posteriori (II)”, Emir Rodríguez Monegal, en Marcha, Nº 739, 1º de octubre de 1954:
15. [Respuesta a carta del lector Roberto Falca]. Un estudio más extenso sobre la situación de las letras
uruguayas: Literatura uruguaya del medio siglo, Emir Rodríguez Monegal. Montevideo, Alfa, 1966.
186
“Madurez americana de un poeta español”, Ida Vitale, en Marcha, Montevideo, Nº 1088, 13 de
diciembre de 1961: 26-27.
170
187
“Homenaje a Rafael Alberti. Poeta Hispano-americano”, Ángel Rama, en Marcha, Montevideo, 7 de
diciembre, 1962.
171
El último tramo
Pero recuerda con agradecimiento sus días argentinos, y los árboles del totoral
en los que grabó nombres queridos. El encuentro termina abruptamente cuando el poeta
le dice a la periodista: “El resto te lo inventas”.
Desde los años setenta, la poesía de Alberti popularizada a través de las letras de
canciones –interpretadas, sobre todo, por Viglietti189– perdura en su faz militante,
adherida ya definitivamente a la causa republicana y a cualquier reivindicación por la
libertad. En 1991, ya recuperada la democracia el poeta visita el Río de la Plata. El 23
de abril se lo homenajea en el Teatro Cervantes de Buenos Aires. La multitudinaria
concurrencia obligó a los organizadores a colocar una pantalla gigante en la calle para
que el público –que había desbordado las veredas vivando al español– pudiera seguir el
acto. Una nota de Washington Benavides proporciona estos detalles 190 y comenta para
el medio montevideano el encuentro con el famoso andaluz.
Recordaba muchas cosas del Uruguay, sus poetas amigos, Sara y Roberto
Ibáñez, Emilio Oribe, Jesualdo, Julio J. Casal, Giselda Zani, la casa que, en
otra Punta del Este, creó para él,[...] Antonio Bonet.
El saludo con que Benavides rinde tributo a Alberti en esa oportunidad podría
representar el sentir de la última generación que conoció personalmente a Alberti, y lo
despidió del Río de la Plata en 1991:
188
“No reniego de nada. Rafael Alberti”, María Esther Gilio, en Entrelíneas. Montevideo, Ediciones de
Brecha, 1996: 41-43.
189
Viglietti musicaliza e interpreta “Remontando los ríos” y “Se equivocó la paloma”, incluidos en su
fonograma Canciones para el hombre nuevo (1969).
190
“Homenaje a Rafael Alberti en Buenos Aires. Un rayo plateado que no cesa”, Washington Benavides,
en La República, Montevideo, 28 de abril 1991: 50.
173
IX
“Crear siempre implica transgredir una norma; seguir una norma es mera rutina, más
de lo mismo, no un acto de creación. Para el exiliado, transgredir las normas no es
resultado de una libre elección, sino una eventualidad que no puede evitarse. [...] La
marca distintiva de todo exilio, y particularmente del exilio de un escritor (es decir, el
exilio articulado con palabras, convertido en experiencia comunicable), es el rechazo a
ser integrado –la determinación de sobresalir del espacio físico, de conjurar un lugar
propio, diferente de aquel en el que los demás están establecidos, un lugar diferente de
los lugares que se han dejado atrás y del lugar de destino–. El exilio no se define en
relación con cualquier espacio físico en particular ni con la opción entre una cantidad
de espacios físicos, sino por medio de una postura autónoma con respecto al espacio
como tal. [...] La resolución de permanecer no-socializado, el consentimiento a
integrarse con la condición de no integrarse, la resistencia –con frecuencia dolorosa,
aunque victoriosa en última instancia– a la aplastante presión del lugar, viejo o nuevo,
la dura defensa del derecho a juzgar y elegir, la aceptación o la generación de la
ambivalencia, éstos son, podríamos decir, los rasgos constitutivos del exilio” (Bauman,
2003: 218-219).
para eso, dos cuestiones. En primer término, el cuidado con que debe distinguirse la
palabra poética de la vida. En todo caso, la primera puede interpretarse como discurso
en sí mismo, o adoptarse como insumo para entender avatares biográficos e itinerarios
psicológicos o espirituales. Sin necesidad de optar por los dos aspectos como
disyuntivos, puede argumentarse que la publicación de un libro de poemas y su
incidencia, así como la responsabilidad frente a la palabra impresa, es un hecho
biográfico e histórico indudable, y como tal se toma. Esto es, el libro de poemas es una
forma que tiene el escritor –la más importante– de vincularse con el medio cultural en el
que lo da a conocer.
Luego, se atenderá a la relación ambivalente del escritor con el medio social,
político y geográfico, en aquellos textos en los que este aspecto es enunciado
explícitamente. De las obras del período argentino interesan, en especial, Buenos Aires
en tinta china y Baladas y canciones del Paraná, pero la ambigüedad también está
presente, aunque en menor medida, en otros libros del período. La producción de esta
época –veinte años de la madurez del escritor– da cuenta, más allá de la variedad, de la
búsqueda y la movilidad estética y de las fluctuantes relaciones con el medio.
A efectos de recomponer el vínculo con el país y la sociedad que acogen al
escritor a principios de 1940, pueden repasarse algunos hechos conocidos. El primero,
la decisión de los Alberti de quedarse en Argentina es tomada al tocar puerto, frente a la
noticia de que Pablo Neruda, quien había gestionado su radicación en Chile, había sido
sorpresivamente nombrado cónsul de su país en México. 191 La presencia de amigos, las
promesas de trabajo, y la cálida recepción de los escritores y artistas, favorecen esta
rápida decisión. Sin duda, las posibilidades del mercado editorial argentino y la
situación económica general del país rioplatense hacían de este un lugar casi
inmejorable.
También es sabido el contraste al que se enfrentaba el inmigrante español de
posguerra al llegar a Buenos Aires, una ciudad que por entonces, según afirma Félix
Luna, “recuperaba el impulso que la había animado el siglo anterior” luego de los
efectos de la crisis de 1929. Argentina “era una nación pujante imaginativa y robusta
[...] un país con un futuro aparentemente abierto, inagotable” (Luna, 1992: 59-61).
Los testimonios recogidos posteriormente, confirman en todos los casos la
impresión de prosperidad, de holgada abundancia, de crecimiento de los sectores
191
Véase Emir Rodríguez Monegal, El viajero inmóvil, Caracas, Monte Ávila, 1977, p. 130 (2ª edición
ampliada y corregida).
176
medios, que percibían los inmigrantes, al llegar, como un fenómeno muy extendido. 192
Pese a esas relativamente buenas condiciones económicas y al recibimiento de los
círculos intelectuales, puede proponerse la hipótesis de que Alberti nunca se siente
realmente adaptado ni integrado a la sociedad argentina. La incorporación en el plano
social y cultural es indiscutible, así como el reconocimiento de que gozó su figura y su
obra, pero es dudosa su aceptación plena de las formas de convivencia, su recelo o
reserva, su necesidad de marcar siempre una diferencia: su condición de extranjero en
tránsito. Esto no es nada raro, si se tiene en cuenta las expectativas y los objetivos que
suelen tener los exiliados políticos en casi cualquier circunstancia. En ese sentido, suele
compararse la situación de la que parte, para su inserción, este tipo de exiliado respecto
al inmigrante económico, que había ido llegando a los países del Plata en forma masiva
e ininterrumpida desde fines del siglo XIX. El inmigrante tradicional buscaba un lugar
donde instalarse y reiniciar su vida y, de un modo u otro, podrá estar agradecido a la
nueva tierra, que le ofrece lo que la suya le niega. Aunque ambos tienden a idealizar el
pasado, especialmente la niñez, el exiliado guarda siempre el rencor de un destierro
involuntario, de vivir en un lugar que no ha elegido y alimenta a diario el deseo de
volver. Alberti asume públicamente ese lugar: nunca deja ni quiere dejar de ser, en el
Río de la Plata, el poeta de la España peregrina. La realidad social, el paisaje, el
vocabulario platense, ingresan a sus textos como exotismo o como contrapunto del
recuerdo de España.
Si, como dice Bauman, la mayor oposición para un ciudadano había sido, por lo menos
hasta mediados del siglo XX, “la existencia entre la obediencia y la desviación”, en la
sociedad actual la alternativa es entre “asumir la responsabilidad o buscar un refugio
donde la responsabilidad por las propias acciones no sea propia” (Bauman, 2003 :223).
De algún modo, la disyuntiva puede aplicarse al tránsito del exiliado político, rebelde en
su país de origen, quien, sin embargo, una vez instalado en el país de acogida, cede a la
tentación de “buscar un refugio”. A muchos de los españoles que habían combatido
directamente en los frentes de guerra les cuesta asumir otras formas de rebeldía en los
192
Puede accederse a una enorme cantidad de testimonios de refugiados españoles en Argentina, en
Schwarzstein, 2001.
177
países en los que se insertan. La principal causa de lucha seguirá siendo la derrotada
república española, a la que dedican la tarea editorial, la publicación de revistas, la
propia creación literaria.
De todas maneras, debe tenerse en cuenta también el tránsito doloroso e incierto
que media entre la salida de España y el establecimiento más o menos definitivo en otro
lugar. De ese movimiento físico y emocional da cuenta, en el caso de Alberti, el
poemario Entre el clavel y la espada. Escrito, como se sabe, entre Francia, la travesía
hacia América y los primeros tiempos de residencia argentina, es un libro de agitación
interior y de exorcismo. En sus páginas hay más espadas que claveles, aunque la
combatividad ha perdido el valor de arenga y se ha transformado en lamento amargo.
Allí debe procesarse la huida, la derrota, el temor a la muerte, el alivio del fin y la
desolación del fin, la esperanza de América y la desesperanza de América. Alberti ya se
considera entonces un poeta sin raíces, quien buscará su arraigo en el lenguaje, en la
resurrección de la poesía: “Y echaré mis raíces/ de manera que crezcan hacia el aire”.
193
193
Todas las citas de poemas de Alberti se toman de la siguiente edición: Alberti, Rafael, Obras
Completas, Madrid, Aguilar, 1988, tomo II.
194
Luis García Montero señala la imagen del árbol desarraigado como figura recurrente de la poesía
albertiana del exilio. García Montero, Luis, “Alberti, poeta del exilio”, en Cuadernos
Hispanoamericanos, Madrid, 485-86: 177-188.
178
Pero la serie se cierra con la esperanza cifrada en las voces que se alzan en el
destierro americano, que se convierte en la otra España posible:
El único consuelo es estar vivo, y no sin cierta culpa, pero ya se perfila la extrañeza de
la gente y el entorno y el tiempo “trastocado” es expresión de esa extrañeza, porque el
verdadero tiempo ha quedado al otro lado del Atlántico.
Por otra parte, la distancia espacio-temporal de los hechos políticos que llevaron a los
exiliados a jugarse enteros y luego al destierro, los va enrareciendo y desrealizando,
aunque indelebles en el recuerdo, conforme pasa el tiempo. Las reglas del juego político
en los países de radicación son diferentes a las del país que dejaron atrás y la situación
de la propia España lejana es también cambiante y plantea nuevos desafíos. Al
desacomodo que produce la ruptura con el mundo propio, en el exilio se agrega al
escritor el desconcierto de tener que adaptarse a un “campo intelectual” 195 que resulta
ajeno y cuyas reglas de relacionamiento responden a otra lógica.
En muchos casos, la causa republicana se transforma en una bandera poco encarnada,
cada vez más ideal e idealizada de la dignidad. Las distintas etapas vividas –la Guerra
Mundial y la esperanza de la presión internacional aliada para derrocar el gobierno
franquista; la larga posguerra; los hitos de la aceptación norteamericana y la paulatina
recuperación económica de España– pueden rastrearse en las publicaciones del exilio,
así como en la creación literaria de los exiliados. Alberti, que se mantiene siempre firme
en la convicción de no volver a España, aun cuando otros empiezan a dudar, 196 registra
en su poesía muchas referencias concretas a la circunstancia política española e
internacional.197
195
Tomo el concepto en el sentido que le da Pierre Bourdieu (ver Bourdieu, Pierre, Las reglas del arte,
Barcelona, Anagrama, 1997).
196
Un enfrentamiento entre José Bergamín y Margarita Xirgu ocurrido en 1949 en las páginas de la
prensa montevideana, en las que el primero acusa a la actriz de hacer buena letra para reanudar relaciones
con el franquismo y volver a España, puede dar una idea del clima de sospecha que se vivía también en el
exilio, de las presiones que ejercía en algunos españoles el deseo de regresar, los “cantos de sirena” –tal
como les ha llamado Carlos Blanco Aguinaga– que desde la península invitaban a hacerlo, así como la
intransigencia de otros más firmes. Al respecto, puede consultarse José Bergamín en Uruguay, una
docencia heterodoxa, Rosa María Grillo. Montevideo, Cal y Canto, 1995 (Prólogo de Pablo Rocca). (1ª
ed.: Salerno, Edisud, 1990). “La prehistoria de un poeta: Bergamín en Uruguay”, Rosa María Grillo, en
Homenaje a José Bergamín, Madrid, Comunidad de Madrid, 1997: 198-207. “Los años uruguayos de
José Bergamín”, Pablo Rocca, en op. cit.: 227-233. “García Lorca: obra, símbolo y discordias en
Montevideo”, Pablo Rocca, en América en un poeta, Edición de Andrew A. Anderson, Sevilla,
Universidad Internacional de Andalucía, 1999: 193-209.
197
Especialmente en Signos del día (1945-1963) se recogen poemas circunstanciales, como “¡Pueblos
libres! ¿Y España?”, “A España vendida”, “A Cádiz, base extranjera”, entre otros.
180
en Montevideo, y lee por primera vez el poema “A mis amigos los poetas uruguayos”,
luego recogido en Pleamar. Según dice una nota de prensa, había sido compuesto esa
misma mañana en una casa del barrio residencial de Pocitos. 198 El poema, ofrecido
espontáneamente en prueba de amistad, las recurrentes visitas, lo acercan a los
uruguayos. Otra cosa tenía Uruguay para ofrecerle: el mar, en el que encontraría
similitudes con los paisajes gaditados. Los veraneos en Punta del Este serán, a partir de
entonces, oasis de la agitada vida de la urbe argentina. En ese poema a los poetas
uruguayos, la amistad aparece como un bálsamo que salva al hombre de la desazón
absoluta del trasplante. Sin duda, el encuentro con intelectuales y escritores afines, la
facilidad para la amistad y la camaradería, le ayudó a transitar los años del exilio. Pero
esa diferente relación que entabla con Uruguay, obedecía a que no dejaba de ser allí una
visita y sus temporadas en Punta del Este o Montevideo, acontecimientos excepcionales.
Sin embargo, Buenos Aires representaba la rutina de la vida, las dificultades
económicas, la batalla diaria. Así puede entenderse en la correspondencia que se ha
publicado con los uruguayos (Rocca/ González, 2002: 36).
Por otra parte, en los libros del período argentino, emerge con frecuencia el
sentimiento de ajenidad y extrañeza, de búsqueda de una identidad perdida, e incluso las
dudas acerca del lenguaje y la inspiración poética, se exacerban en esta etapa como en
ninguna otra. América no dio, como el exilio italiano, un libro exultante como Roma,
peligro para caminantes.199
La ciudad
198
Una copia manuscrita del poema se conserva en el Archivo Literario de la Biblioteca Nacional de
Montevideo, dedicado a Maruja Villegas de Oribe, pero es probable que existieran otras copias
entregadas a otros de los asistentes a las tertulias en Pocitos.
199
Algunos críticos han considerado A la pintura como una cima de la poesía albertiana, pero, en todo
caso, es un libro de plenitud formal y de inspiración más estética que vital.
182
Buenos Aires en tinta china da paso al referente paisajístico real casi a modo de
catálogo, cuando no es filtrado por una experiencia claramente subjetiva de
comparación o de nostalgia. El hecho de que la ciudad sea vista indirectamente, a través
de los dibujos de Atilio Rossi, ya resulta significativo, más allá de la evidente atracción
del poeta por la plástica:
200
María Teresa León también hace referencia a los cafés de la Avenida de Mayo: “¡Qué Buenos Aires
aquel de nuestra primera amistad con la vida nueva! En las mesas de los cafés de la Avenida de Mayo se
183
La ciudad abierta y moderna sólo puede ser Barcelona, porque Buenos Aires es
la impenetrable, la ajena, apenas una imagen que se llevará cuando regrese. También
aflora en estas páginas un desprecio por la monumentalidad y pretensión de sus
edificios y la fealdad del Obelisco, procurando un distanciamiento a medias consciente:
discutía y se gritaba como si aún Madrid estuviese defendiéndose. Hubo un periódico, Crítica, que no
admitió ni la caída de Madrid el 7 de noviembre de 1936, ni el fin de la guerra de España en 1939”.
(León, 1979: 289). Según parece, dos cafés enfrentados congregaban a españoles de uno y otro bando.
Afirma Goldar que “Los rebeldes han instalado su cuartel general en el café «Español», al lado del
teatro Avenida, por Avenida de Mayo y Salta. Enfrente están los leales, en el «Iberia», y la policía
dispone entre café y café, por el medio de la calzada, una fila de seguridad para evitar encontronazos”
(Goldar, 1986; 209)
184
representa la idea del viaje, la posibilidad del retorno. En los poemas dedicados a los
barrios costeros aparece esa ciudad que es ventana al mar. Alberti asume la dualidad
rioplatense de llamar indistintamente río y mar al estuario del Plata, demasiado ancho
para río, demasiado quieto y barroso para mar, cuestión que ya advertía el nombre
indígena guaraní, anterior a la conquista española: “Paraná Guazú”, que significa “río
como mar”. En Ora Marítima lo llamará “mar de Solís”. En el poema “Sur” se expresa
esa atracción –“de nuevo y con ancha voz me reclama el río”–, y en la “Boca” se alegra
pensando “que tus balcones puedan zarpar un día”. Incluso en una pieza dedicada al
“Río”, la visión del puerto se contamina del recuerdo azul de Cádiz y para él la
Argentina –por entonces el “granero del mundo”– fue sembrada de trigo por vocación
marinera, para llenarla de olas. En todo caso, las imágenes que atañen a lo argentino se
nutren de los arquetipos, hasta de los emblemas nacionales, y está ausente la experiencia
directa de la gente y la asimilación entrañable con el paisaje. Al referirse al barrio Norte
afirma “yo vivo en él”, que no es lo mismo que decir “es mi barrio”. Hay, por lo tanto,
un buscado distanciamiento, un “estar” sin “pertenecer”. El tono sugiere, además, otro
conflicto, que explica la preferencia por la costa porteña: el barrio Norte es un barrio de
gente rica, mientras la Boca y el barrio Sur son reductos populares. Y al poeta le
interesa marcar ese contraste, atacando en la distinción geográfica, las diferencias de
clase:
201
Aplícase al león u otro animal que está en el campo del escudo de armas con la mano abierta y las
garras tendidas en actitud de asir. fig. Trepador, ambicioso, sin escrúpulos. fig. ascendente, creciente
(Diccionario de la Lengua Española. RAE, 21ª edición, Madrid, 1994).
185
cuyas casas los Alberti viven durante algún tiempo. Frecuentan también, las animadas,
famosas y selectas fiestas en casa de Oliverio Girondo y Norah Lange, en su casa de
Buenos Aires, o en el Delta del Tigre. Ricos, brillantes, todavía jóvenes, el matrimonio
representaba para María Teresa León, “la encarnación del placer de existir” (León,
1979: 358). Aun había grupos de la izquierda argentina que pertenecían a un sector
económicamente privilegiado de la sociedad y que gustosamente protegían a los
exiliados españoles. Sin una especial protección, ganarse el sustento en Argentina
únicamente del oficio de poeta no era cosa sencilla. Jorge B. Rivera afirma que, en los
años cuarenta,
Como se sabe, este fue el camino que debieron emprender Rafael Alberti y
María Teresa León, quienes se manejaron en proyectos culturales muy variados. De
cualquier forma, esas posibilidades dependían, en buena medida, de la posición que se
ocupara en el campo intelectual y de la trama de relacionamientos dentro del mismo. Y
la adaptación suponía, muchas veces, la concesión y la ubicuidad respecto a diferentes
grupos de poder. Puede suponerse que Alberti vivió incómodamente esa situación que,
si no se enuncia claramente, parece filtrarse en ese recorrido por los barrios porteños y
en la necesidad de adoptar una posición que sosiegue sus “latentes nostalgias populares”
(“Norte”). A la hora de abrir juicio, adopta la voz local, usando la palabra “pituco” que
es una forma despectiva con la que “los de abajo” definen las pretensiones de “los de
arriba” en la escala social, en las dos márgenes del Río de la Plata. Conscientemente, el
hablante se ubica en el lugar del pobre, del que no tiene recursos en un medio que
prospera de manera vertiginosa, motivo que lo hace sentirse cada vez más extranjero:
El campo
Baladas y canciones del Paraná fue publicado por primera vez junto a Ora
marítima, en 1953, y nace, según testimonio del propio poeta, a partir de sus estancias
de veraneo en un campo, frente a las barrancas del caudaloso río. Alberti se enfrenta allí
a otra faceta del país y al paisaje, para él inédito, de la Pampa. El vacío humano y la
planicie, la desolación agreste del lugar, exigen nuevas respuestas estéticas y vitales. Si
en Buenos Aires en tinta china se produce el choque del individuo solo y desprotegido
frente al agresivo empuje urbano de un país nuevo y rico, en Baladas y canciones... se
plasma la experiencia de la búsqueda interior, la interrogación por el tiempo, el sentido
de la vida y de la creación poética, siendo, quizás, el volumen que registra la crisis
espiritual más honda de los años de exilio.
Desde otro punto de vista, se manifiesta el clásico –y muy americano– conflicto
entre campo y ciudad, que es otra forma del enfrentamiento entre riqueza y pobreza.
Porque frente a la prosperidad de la oligarquía porteña que vive de la explotación de las
tierras, se ofrece al extranjero la comprobación del atraso cultural y económico del
hombre de campo: una nueva dimensión de América, la otra cara de las contradicciones
del “continente mestizo”.
Raymond Williams advierte que el crecimiento explosivo de las ciudades de los
países subdesarrollados, durante el siglo XX, se dio como respuesta a las demandas y
fijación de precios de los países más industrializados, y en función de la expoliación del
mundo rural:
202
La llegada del barco a puerto, el primer contacto con la ciudad es un tópico de los relatos de
inmigrantes.
188
¿Qué miran?
No miran nada.
¿Qué escuchan?
No escuchan nada.
¿De qué hablan, cuando hablan,
sin hacer nada?
La pereza les ha puesto
la soledad en su cara;
y el tener quieta la frente
y siempre flojas las manos,
ese fijo
trozo de piedra en la cara.
203
La frase pertenece a una carta dirigida a Gretel Adorno, con relación a un artículo de Roger Callois en
la revista Sur (“Naturaleza del hitlerismo”, Sur, Nº 61, octubre de 1939). Citado por Nora Pasternac en
Sur: una revista en la tormenta, Buenos Aires, Paradiso, 2002, p. 23.
189
Otras manos
ya se cansaron por ellos.
Y ellos, ahora, descansan.
Todo es claro.
Pero si en mí está lo oscuro,
¿cómo he de cantar lo diáfano?
“Vuelven de nuevo a mí, con tanta intensidad como en los más claros momentos
de Marinero en tierra, las canciones de corte musical, de repetidos estribillos,
pero de contenido diferente. Como por transparencia, entrelazados al río y raro
paisaje que las provocan, se ve latir en ellas todos los años de dolor y nostalgia
que andan dentro de mí, al mismo ritmo de la sangre” (Alberti, 1988: 675).
Los versos cortos, y por lo tanto aligerados, de Baladas son “de contenido
diferente” porque significan el temor balbuceante de perder el don del canto pleno, la
inanidad del presente y la incertidumbre del futuro. Por eso, en la “Canción 2” se apela
al modo imperativo, en su valor de demanda o de deseo:
204
María Teresa Pochat ha localizado algunos términos regionales en La Arboleda Perdida, como
“jacarandá”, “estrella federal”, “gomero”. Ver Pochat, María Teresa, Rafael Alberti en la Argentina
192
“Mas América –dice Salinas– no puede ser el paraíso porque en ella el poeta ha
derramado demasiadas lágrimas. Sólo podrá llegar a serlo después de perdida y
alcanzada de nuevo en el recuerdo”.
“Lo que dejé por ti”, el poema que abre Roma, peligro para caminantes presenta
ya a esa América perdida y, por eso, revalorizada. Pero ya en la época de creación de las
Baladas, el poeta anticipa su conversión positiva como recuerdo. Todo el libro refleja
una tensión de espera, o más aun, un deseo de fuga. Pero cuando realmente pueda irse,
194
entonces las “Barrancas del Paraná” podrán levantarse originales, por sí mismas, en
todo su verdor, y convertirse en algo propio: “conmigo os iréis el día/ que vuelva a
pasar la mar”.
“En ese territorio sólo pueden encajar cosas o personas fluidas, ambiguas, en un estado
de devenir, en un constante estado de autotransgresión. El «desarraigo» sólo puede ser
dinámico: debe ser reexpresado y reconstruido diariamente... precisamente por medio
de la repetición del acto de «autodistanciamiento», ese acto fundacional e iniciático
que es «seguir viaje», estar en camino. [...] [Los nómades] necesitan acostumbrarse a
un estado de constante desorientación, a viajar por caminos cuya dirección y duración
desconocen” (Bauman, 2003: 220).
El nómade no ve delante suyo más que un corto trayecto, el que lo separa del
anochecer. Así, se corre el riesgo de confundir “suerte” y “destino”. La suerte le depara
ese pequeño tramo; el destino sólo surge de la posibilidad de “tomar distancia” y
visualizar el trayecto y su finalidad (Bauman, 2003: 221). Desde esta perspectiva, todos
compartimos la suerte móvil y la inseguridad del exiliado. Pero el sentimiento de vacío
y sinsentido no afecta con la misma intensidad toda clase de exilio. El de escritores,
intelectuales y artistas que emigraron al final de la Guerra civil española se caracteriza
por la construcción de un discurso común, un lenguaje y símbolos que otorgaron
cohesión y alentaron hasta el final la seguridad de un retorno. Esa capacidad de
“construir” lingüística e ideológicamente la noción de exilio, de transformarlo en
palabra creadora, si bien no ayudó a la integración plena a los países receptores,
contribuyó a discernir entre “suerte” y “destino”, a ver más allá del corto trayecto del
presente e imaginar un trazado que, además, excede la suerte individual para
comprender un destino colectivo. En esa capacidad de mirar más lejos, pudo significar
una distancia afectiva, un desligamiento involuntario del medio. En buena medida, los
otros conflictos responden a la tensión que supone conciliar las ideas políticas, la
concepción de la poesía, el lugar que debe tener el poeta en la sociedad.
195
Bibliografía
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los cantos de sirenas”, en Ínsula, Madrid, Nº 627, marzo 1999, págs.16-18.
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Durán, Manuel (editor), Rafael Alberti, El escritor y la crítica, Madrid, Taurus, 1975.
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Salinas, Solita, “Los paraísos perdidos de Rafael Alberti”, en Rafael Alberti, El escritor
y la crítica, Ed. de Manuel Durán, Madrid, Taurus, 1975.
mediaba un conocimiento personal. Sin ir más lejos, María Teresa había visitado
Argentina en 1928. Por otra parte, desde 1938 se escuchaba diariamente en Buenos
Aires a las diez de la noche, la retransmisión para Hispanoamérica del programa “La
voz de España”. En la programación, junto a los “cancioneros del frente” y a las voces
de los argentinos que enviaban mensajes desde Madrid, donde estaban combatiendo, se
había podido oír a Alberti y León leyendo poemas.205
En buena medida, la posición y la suerte de los intelectuales españoles aceleró
en el Río de la Plata una tendencia al compromiso social del escritor con los problemas
de su época. En el caso de Uruguay, al finalizar la Guerra Civil Española el país vivía
un período de fragilidad institucional206, pero en las elecciones de 1942 el electorado se
volcó a votar una fórmula que consolidase la democracia y alejara cualquier sospecha
de fascismo207. Sobre todo en las ciudades, y en particular en el sur, una clase media
bastante extendida gozaba de un considerable bienestar. El compromiso político de los
escritores se manifestaba principalmente en las campañas de solidaridad con
perseguidos de otras latitudes, y se expresaba tanto en manifiestos como en ayuda
económica.
Argentina, por su parte, vivió una sucesión de gobiernos militares, aunque
amplios sectores sociales vivían una situación económica favorable. A pesar de la
simpatía de mucha gente por la República Española, para los gobernantes de turno los
exiliados eran un problema, cuando no una amenaza. Eso explica que la dificultad de
Rafael y María Teresa para obtener sus papeles de residencia los llevara a vivir casi
clandestinamente en una quinta de Totoral, cercana a la ciudad de Córdoba, que
generosamente les cedió su propietario, Aráoz Alfaro. Pero rápidamente la pareja se
integra a la vida cultural porteña. Buenos Aires era una ciudad acogedora para el
extranjero, no sólo por su vocación cosmopolita, su prosperidad económica, su
205
Vid. Goldar, Ernesto, Los argentinos y la guerra civil española, Buenos Aires, Contrapunto, 1986, p.
191.
206
Si bien el gobierno saliente había sido elegido en las urnas, las elecciones que lo consagraron habían
sido polémicas y algunos sectores de los partidos tradicionales (Colorado y Blanco) no comparecieron.
Sólo en las elecciones de 1942 se retorna a la normalidad institucional democrática. Para una visión
global del período, véase Benjamín Nahum, Manual de Historia del Uruguay 1903-1990, Montevideo,
Banda Oriental, 1995.
207
En una carta sin fechar, dirigida al escritor Juvenal Ortiz Saralegui, María Teresa León se refiere a las
elecciones uruguayas y a la posibilidad auspiciosa para ellos del triunfo de la fórmula Juan José de
Amézaga-Alberto Guani. La preocupación inmediata de la pareja era obtener una documentación
definitiva que les permitiera viajar libremente a Uruguay, donde tenían concertadas conferencias.
(Originales en el Archivo Literario, Departamento de Investigaciones de la Biblioteca Nacional,
Montevideo. Transcribimos el material de fotocopias generosamente proporcionadas en 1995 por Silvia
Ortiz Zerpa).
199
“¡Qué Buenos Aires aquel de nuestra primera amistad con la vida nueva! En las
mesas de los cafés de la Avenida de Mayo se discutía y se gritaba como si aún
Madrid estuviese defendiéndose. Hubo un periódico, Crítica, que no admitió ni
la caída de Madrid el 7 de noviembre de 1936, ni el fin de la guerra de España
en 1939”210.
208
Zuleta, Emilia, Españoles en la Argentina, Buenos Aires, Atril, 1999: 40.
209
Según parece, dos cafés enfrentados congregaban a españoles de uno y otro bando. Afirma Goldar que
“Los rebeldes han instalado su cuartel general en el café «Español», al lado del teatro Avenida, por
Avenida de Mayo y Salta. Enfrente están los leales, en el «Iberia», y la policía dispone entre café y café,
por el medio de la calzada, una fila de seguridad para evitar encontronazos” (op. cit: 209)
210
León, María Teresa, Memoria de la melancolía, Barcelona, Bruguera, 1979: 289.
211
Véase Schwarzstein, Dora, Entre Franco y Perón, Barcelona, Crítica, 2001:157.
200
afirma en una carta a la uruguaya Giselda Zani, que Argentina será siempre para ella
tierra bendita.218 Un hijo español de María Teresa, Gonzalo de Sebastián, eligió
Argentina para quedarse y formar familia.
Esos primeros años de exilio están marcados por la esperanza del retorno
inminente, ilusión que dura hasta 1945 y es común a todos los españoles. Para María
Teresa son épocas de gran inestabilidad: problemas con los gobiernos militares
argentinos que niegan documentación para la residencia permanente, cambios
frecuentes de vivienda: de Totoral pasan a Buenos Aires, donde viven un tiempo en la
calle Tucumán 677, en un apartamento prestado por Victoria Ocampo, la célebre y
acaudalada directora de Sur219. Finalmente, en 1941, alquilan una casa también en el
centro de Buenos Aires, en la calle Santa Fe, que se adapta a sus necesidades.
Entretanto ella trabaja sin pausas. La correspondencia de la pareja con el poeta
uruguayo Juvenal Ortiz Saralegui220, conservada en Montevideo, permite reconstruir
casi mes a mes cómo fueron los años 1941 y 1942 para los Alberti. En carta del 19 de
febrero de 1941, dice Rafael: “María Teresa está dando estos días, en Córdoba, unos
conciertos-conferencias con la gran cantante judía Isa Kremer”221. Téngase en cuenta
que durante esta gira la escritora ya llevaba un embarazo de tres meses222. Pocos días
después aparece Contra viento y marea. En setiembre del mismo año la correspondencia
con Ortiz se reanuda a efectos de ajustar detalles de las conferencias que aspiran a dictar
218
En carta a Giselda Zani, fechada el 27 febrero 1945, afirma: “seguiremos viendo crecer a Aitana en
estas tierras, para mí, y para ella, benditas”. (Original en poder del Archivo Literario, Departamento de
Investigaciones de la Biblioteca Nacional, Montevideo).
219
León, María Teresa, Memoria de la melancolía, Barcelona, Bruguera, 1979. Alberti, Rafael, La
arboleda perdida, Barcelona, Bruguera, 1980: 79.
220
El poeta uruguayo Juvenal Ortiz Saralegui (1907-1959) alcanzó cierta fama en 1927 cuando publica el
libro de poemas Palacio Salvo, de corte vanguardista. Integrado pronto a la vida intelectual
montevideana, participa en conferencias, actos colectivos y mantiene correspondencia con escritores de
todo el mundo. Su nombre aparece siempre ligado a la solidaridad humanitaria y política con los
perseguidos. En 1931, obtiene el Premio del Ministerio de Instrucción Pública por el libro Línea del alba.
Desde entonces realiza una poesía de fuentes hispánicas, muy vinculada a la tradición clásica y, en
particular, a la “generación del 27”, con la que estuvo en fluido contacto personal. Casi toda la vida
intelectual de Ortiz está ligada a Alfar, en la que publicó poemas y notas sobre libros y a otra “empresa”
fundamental en su trayectoria: los Cuadernos Julio Herrera y Reissig (1948-1959). Escribió, además,
para Diario Uruguay (1931), Mundo Uruguayo (1931-1955), creó el Boletín Antinazi (1942), fue uno de
los fundadores de la institución cultural Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores
(A.I.A.P.E), muy marcada por el apoyo a la República española.
221
Según consta en el programa de conferencias-conciertos celebradas en Montevideo en 1941, Isa
Kremer “nació en la Besarabia y estudió canto en Milán con el gran profesor Ronci, actuando en los más
famosos teatros de Europa. Cruzó el mundo para estudiar los cantos populares de cada país. Más tarde,
fue repitiendo, como un verdadero juglar, por todas partes las canciones aprendidas de la tradición”.
222
Aitana nacería en julio de 1941.
202
en Montevideo. Con Aitana de pocos meses, María Teresa le ofrece a Saralegui cuatro
posibles disertaciones223.
A fines de 1941 la familia pasa una fructífera temporada en Montevideo donde,
además de consolidar el vínculo profesional con aquella orilla, fortalecen los lazos de
amistad. En seguida, se suceden las ofertas amicales de casas de veraneo, que se
concretan en largos días pasados en el elegante balneario de Piriápolis el año siguiente.
Asimismo, en 1942 Rafael y María Teresa repetirán su ciclo de conferencias en
Uruguay. Por esa fecha, la revista Alfar ––la revista siempre atenta a lo español, que
dirigiera Julio J. Casal y que había nacido en Galicia, mientras este se desempeñaba
como cónsul uruguayo224– dedica un espacio importante a ambos escritores españoles.
Allí aparece una reseña de Ortiz Saralegui a Contra viento y marea, y una encendida
semblanza de María Teresa a cargo de Sofía Arzarello. A partir del artículo es posible
imaginar el efecto que tenía su presencia para quienes la trataron personalmente:
223
Según consta en carta de Alberti a Ortiz Saralegui en setiembre de 1941, los temas propuestos son: El
actor, la escena y el pueblo. La nueva caballería andante (Hacia una épica impuesta). Tres sentimientos de
amor en la canción popular. (Conferencia-concierto. Ilustraciones musicales a cargo de Isa Kremer). La
guerra y la paz (Conferencia-concierto. cantante: Isa Kremer).
224
Julio J. Casal fundó la revista Revista de Casa América-Galicia en 1922, mientras se desempañaba
como cónsul en La Coruña. En 1923 la revista pasó a llamarse Alfar y siguió publicándose en Galicia
hasta 1926, cuando Casal se traslada a Montevideo y en esta ciudad la dirige hasta su muerte (1954).
203
color rojo que acelera el pulso de la visión, fuerza y finura exactas de España,
yo las saludo en ti y de ti las tomo ávidamente225.”
225
Arzarello, Sofía. “María Teresa León”, en Alfar, Montevideo, Año XX, Nº 80, 1942, s/p.
226
León, María Teresa, “La tierra arrasada”, en España Democrática, Montevideo, 17 de junio de 1942:
2.
227
León, María Teresa, “El barco”, en España Democrática, Montevideo, 11 de noviembre de 1942: 1.
228
Debo el dato a Francisco Torija Zane, quien posee un archivo particular riquísimo, donde cuenta con la
voz de María Teresa recitando Platero y yo en un viejo LP.
229
Por lo menos anuncia en una carta que dedicará a un programa a Julio Herrera y Reissig, en el marco
de los homenajes que se vienen cumpliendo al poeta en Montevideo.
230
Schwarzstein, Dora, Entre Franco y Perón, Barcelona, Crítica, 2001: 158.
204
231
Tomo la información de un recorte sin data de Sin Firma, “España Peregrina triunfa en el micrófono
de CX 22 Radio Universal”, Cine, Radio, Actualidad, Montevideo, s/d.
232
En carta sin fecha a Ortiz Saralegui.
233
León, María Teresa, Nuestro hogar de cada día. Breviario para la mujer de su casa, Buenos Aires,
Compañía Fabril Editora, 1958. El ejemplar firmado que vimos en la Biblioteca Nacional Argentina, lleva
esta dedicatoria: “Ascensión querida: dejo en tus manos de ama de casa este libro, que tú no necesitas.
Con un abrazo. María Teresa León, 1959”. Probablemente fue obsequiado a la esposa de Gonzalo Losada,
ya que todos los libros de la autora ingresaron a la Biblioteca como donación de la colección particular
del editor.
205
Según un testimonio muy cercano a ambos, Rafael era como un niño, y cuando
ella percibía que “se le caía mucho el poeta, se le ponía mustio”, “llamaba a unos u
otros amigos y le organizaba una fiesta”236. Otras veces eran ellos los invitados,
especialmente a las animadas y famosas fiestas en casa de Oliverio Girondo y Norah
Lange, en su casa de Buenos Aires, o en el Delta del Tigre. Ricos, brillantes, todavía
jóvenes, eran para María Teresa “la encarnación del placer de existir” 237. En parte
gracias a esta aceptación de la que fueron objeto por parte de distintos sectores de la
vida cultural rioplatense, Rafael y María Teresa también supieron hacer del exilio una
época amable.
Entretanto, Aitana crecía y los Alberti tienen en Buenos Aires su primera casa
con jardín: a fines de 1943 se mudan a la calle Las Heras 3783. Esta época parece haber
sido más estable y feliz que los primeros años, aunque no menor el trabajo, para el que
María Teresa tenía una increíble resistencia.
También en Argentina, por esos años, María Teresa experimentó por primera
vez “cómo era eso de ganar dinero”. Así contó la experiencia de escribir el guión de la
película La Dama Duende, en base a la comedia homónima de Calderón de la Barca.
234
Mateo, María Asunción, op. cit., p. 157.
235
León, María Teresa, Memoria de la melancolía, Barcelona, Bruguera, 1979, p. 131.
236
Las citas corresponden a la opinión de Gonzalo de Sebastián, el hijo mayor de María Teresa, quien
convivió varios años con la familia.
237
León, María Teresa, Memoria de la melancolía, Barcelona, Bruguera, 1979, p. 358.
206
Escrita en 1944 y dirigida por Luis Saslavsky, fue estrenada en Buenos Aires al año
siguiente, con tal éxito y tal grado de identificación con la comunidad de emigrados
españoles, que el gobierno español decidió prohibir su representación en España.
Cuenta María que Saslavsky le propuso hacer juntos una película de tema español, “y de
este modo aprovechar a los excelentes actores españoles que blasfeman en la Avenida
de Mayo delante de una taza de café, hablando todavía de la guerra”238. Con el producto
de ese trabajo la escritora adquiere el terreno en Punta del Este, sobre el que planifica la
construcción de la casa que después se llamará “La Gallarda”. Debe decirse que el
proyecto de la casa es exclusivo de María Teresa; ella imagina la disposición de los
ambientes, se entiende con los obreros, consigue aquí o allá un sobrante de ladrillos con
algún amigo generoso, compra objetos decorativos en algún “derribo”, según puede
comprobarse en la amigable correspondencia con Giselda Zani.
Durante ese lustro casi paradisíaco se alternan los veranos en Punta del Este con
los activos inviernos bonaerenses. No es quizá la época de mayor producción narrativa,
aunque en 1942 publica una colección de cuentos, Morirás lejos239, y en 1944 un
volumen ensayístico La historia tiene la palabra240. Sin embargo, su vinculación al cine
argentino se afianza: en 1942 escribe el guión de Los ojos más bellos del mundo; en
1945 se estrena, como se dijo, La dama duende y mientras esta se filma, ya está
escribiendo El gran amor de Gustavo Adolfo Bécquer, texto que publica Losada en
1946 y con el que inicia sus biografías literarias.
En 1951 llega a Buenos Aires el joven médico Gonzalo de Sebastián, hijo mayor
del primer matrimonio de María Teresa. Dejaba atrás una España pobre y sin
oportunidades, venía con la ilusión de un futuro americano, pero sobre todo traía la
esperanza de reencontrarse con su madre después de veinte años de ausencia 241.
También un gran temor de no reconocerla. Pero la identificación fue inmediata desde
que vio un grupo de cuatro personas en el puerto: una niña, dos hombres y una mujer
rubia, su madre. La niña era Aitana y los hombres eran Rafael y Gonzalo Losada, quien
también para él fue un ángel protector. Hoy, Gonzalo de Sebastián está retirado de su
profesión y se ha convertido él mismo en escritor de novelas sobre la guerra civil 242,
238
León, María Teresa, Memoria de la melancolía, Barcelona, Bruguera, 1979: 301.
239
León, María Teresa, Morirás lejos, Buenos Aires, Américalee, 1942.
240
León, María Teresa, La historia tiene la palabra, Buenos Aires, Patronato Hispano-Argentino de
Cultura, 1944.
241
Según nos contara en una entrevista efectuada el 7 de marzo de 2003 en su elegante apartamento de la
calle Montevideo, en Buenos Aires.
242
de Sebastián, Gonzalo, El morisco de Lara, Madrid, 1996.
207
para hacer honor a una tradición de los españoles que protagonizaron la conflagración:
la necesidad de contar, tanto como la tendencia a la autobiografía. Actualmente prepara
un libro sobre su madre, en el que reúne documentos y correspondencia entre Alberti y
León durante las ausencias del poeta de Argentina, sus estadías en el Paraná, su viaje a
Moscú. Gracias a su testimonio que recogimos poco atrás243, puede recuperarse la
imagen de la vida cotidiana de una mujer de casi cincuenta años en el esplendor de su
carrera y del reconocimiento social. Afirma que en Argentina todos los españoles
exiliados le han hablado alguna vez de María Teresa León, quienes –a través de los años
y en un país extranjero– recordaban su figura eternizada para siempre recorriendo el
frente de batalla, valiente y fuerte, con un discurso que enardecía a los soldados. Él
mismo la recuerda de otro modo, escribiendo todas las mañanas desde muy temprano en
unos cuadernillos escolares; “por la tarde escribía también un poco, pero mientras
cocinaba, se ocupaba de la casa, del teléfono, de las cosas de Rafael”. Era una “típica
castellana, laboriosa y enérgica, y tenía tiempo para todo”– dice. Tuvo que ser muchas
veces secretaria, correctora, ejerciendo según parece una guía invisible pero eficaz.
Debe decirse que la situación de los exiliados tiene una inflexión particular al
finalizar la Guerra Mundial, y el interés y la pasión con que se vive el problema de
España en estos países sufre un descenso en la década del 50. Una carta enviada por
María Teresa al filo de la victoria aliada revela lo que era el sentir de todos los
españoles confinados en América, comienza de este modo:
¿Cómo habéis entrado en el año 1944? ¿Os gusta la forma de los números? Le
llamamos el año de la Victoria. No sé si se lo merecerá. Los augurios son sin
embargo prometedores. ¡Qué cerca de Polonia! Estoy deseando ver cómo saltan
aquella línea ideal que cuando yo la crucé estaba erizada de caballos de frisa y
alambradas. Ese día habrá grandes y sincerísimas borracheras. Los escritores
amigos de aquel país nos han puesto un telegrama de felicitación de Pascua.
Están en todo. Son grandes de a Dios rogando y con el mazo dando”.
___________________, Cuando ardió la piel del toro, Ediciones del valle, Buenos Aires, 2001.
243
La entrevista a Gonzalo de Sabastián fue realizada en la ciudad de Buenos Aires, en marzo de 2003.
244
Publicada en Calandrajas, papeles de arte y pensamiento, Toledo, Nº 26, abril de 1992.
208
245
Para mayor información sobre el período y sus conflictos, véase: Grillo, Rosa María, José Bergamín
en Uruguay, Montevideo, Cal y Canto, 1995. de Zuleta, Emilia, Españoles en la Argentina, Buenos
Aires, Atril, 1999. Schwarzstein, Dora, Entre Franco y Perón, Barcelona, Crítica, 2001.
246
León, María Teresa, Juego Limpio, Buenos Aires, Goyanarte, 1959. El ejemplar dedicado y firmado
existe en la Biblioteca Nacional Argentina.
247
León, María Teresa, Memoria de la melancolía, Barcelona, Bruguera, 1979: 29.
248
Emilia de Zuleta da cuenta de la colaboración de María Teresa en la revista Criterio, con un cuento
(“Flor de romance”) en una fecha anterior a su radicación en Argentina (1929) y por la misma época es
209
tenida en cuenta. Su presencia en las revistas argentinas puede ser cuantificada sólo en
las publicaciones vinculadas a españoles, las que atendieron especialmente las obras de
éstos. Aún en estos casos, su nombre no es relevante249. En Correo Literario, una
revista fundada por españoles exiliados (Arturo Cuadrado, Luis Seoane y Lorenzo
Varela), se publica su cuento luego recogido en libro, “Madame Pimentón” 250. En la
misma revista aparecen noticias sobre el estreno de La Dama Duende251. En el primer
número de la revista Cabalgata, dirigida por el crítico de arte y editor barcelonés Joan
Merli, y que de algún modo sustituye a Correo Literario, María Teresa escribe una nota
sobre El último amor de Bécquer, película sobre guión suyo y de Alberti, que se
estrenaría pocos días después. También en 1946, da a conocer un cuento en la misma
publicación252.
En Montevideo no pueden encontrarse reseñas en Marcha, para mencionar a otra
brújula de la crítica rioplatense. Sin embargo, como se dijo, Alfar publica una reseña de
Ortiz Saralegui de Contra viento y marea253. En ella la novela se encomia, ante todo,
por su denuncia y eficacia política, tanto como por su estilo literario directo. Sin duda
así sería para el crítico, quien fuera desde estas tierras un luchador por la causa
española. La nota fusiona el valor de obra y persona como una misma cosa; era
imposible juzgar la creación sin tener en cuenta los padecimientos y el coraje de la
exiliada:
reseñada una obra suya, en Relaciones literarias entre España y la Argentina, Madrid, Ediciones Cultura
Hispánica, 1983:.
249
Hemos consultado para este relevamiento el estudio pionero de Emilia de Zuleta, Relaciones literarias
entre España y la Argentina, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1983.
250
León, María Teresa, “Madame Pimentón”, en Correo Literario, Buenos Aires, Nº 23, 15 de octubre de
1944: 3. Recogido en Las peregrinaciones de Teresa, Buenos Aires, Botella al mar, 1950.
251
Márquez, Antonio, en Correo Literario, Buenos Aires, Nº 37, 1º de junio 1945.
252
León, María Teresa, “Tres pies al galgo”, Cabalgata, Buenos Aires, Nº 3, 1º de noviembre de 1946, p.
4. Recogido en Las peregrinaciones de Teresa, Buenos Aires, Botella al mar, 1950.
253
Ortiz Saralegui, Juvenal, “«Contra viento y marea, novela por María Teresa León, Ediciones AIAPE,
Buenos Aires»”, Alfar, Montevideo, Nº 80, 1942.
210
254
Jurado Alicia, “María Teresa León, Juego limpio, Buenos Aires, Goyanarte, 1959”, en Sur, Buenos
Aires, Nº 264, mayo-junio 1960, pp.74-75.
255
León, María Teresa, Doña Jimena Díaz de Vivar. Gran Señora de todos los deberes, Buenos Aires,
Losada, 1960.
211
“meditación demorada, tranquila, [una forma de] decirnos lo que fue viendo, espejismos
de Castilla, recuerdos y vocación de la sangre de España”256.
La vinculación de los Alberti con Uruguay dio también su fruto cinematográfico
en el corto Pupila al viento, donde el matrimonio recitaba textos propios mientras la
cámara jugaba con imágenes de Punta del Este, en una especie de “relato poético”
experimental. La revista montevideana Clima publica una interesante valoración del
resultado257. En lo que tiene que ver con la participación de Alberti y León, quienes
recitan textos del primero como acompañamiento de las imágenes, Hintz opina que los
textos y su forma de recitado, “sumamente enfático y grandilocuente, no combina en
ningún momento con el clima del film y llega, incluso, a oponérsele.”
Aunque anterior a todas estas referencias, mencionaré para terminar la nota que
otro escritor amigo de los Alberti, Cipriano S. Vitureira, dedicara en 1942 a Contra
viento y marea258. Afirma que “es un hermoso libro que, además de plantear [...] los
hondos sentidos trágicos de la lucha y de la trascendencia histórica del problema,
constata el dilatado desorden humano, el caos moral por donde empieza a desarmarse el
ser, quizá como primera etapa de su cambio definitivo”. Y encuentra en María Teresa la
encarnación de una idea pura que imaginaba en su juventud, cuando cantaba el primer
verso de una canción de milicia, de las tantas que también se divulgaron en Uruguay:
“Eres la más salada del Regimiento”.
También era imprescindible referirse a las relaciones entre España y América
que traban la novela. A propósito piensa que: “mientras la historia y la civilización
deben venir de allá para nuestra América, henos aquí que desde Cuba van los
voluntarios hacia la fragua más honorable que el mundo conociera”. Aunque el juicio no
está libre de prejuicios colonialistas, explica el pensamiento de una generación que se
sentía, en su rincón americano, salvaguarda de un tesoro cultural y moral.
Está claro que la acogida de brillantes exiliados compensó a los escritores
rioplatenses más “comprometidos” de la pérdida simbólica de España y fructificó en
una idealización de ciertas figuras que adoptaron el rostro ya mítico del combate y la
patria peregrina. Hasta donde hemos investigado ese recuerdo se mantiene intacto en los
sobrevivientes y aún en generaciones posteriores que vieron en esa promoción una cifra
256
Guasta, Eugenio, “Una biografía novelada”, en Sur, Buenos Aires, Nº 266, setiembre-octubre 1960,
pp. 69-70.
257
Hintz, Eugenio, “Pupila al viento”, en Clima, Montevideo, Julio de 1950, pp. 47-48.
258
Vitureira, Cipriano S., “María Teresa León definitivamente entre nosotros”, en España Democrática,
Montevideo, 10 de setiembre de 1941, p. 7.
212
de su propia lucha contra otras tiranías más recientes. Así, en los años 70, la relación
migratoria se invirtió. Esa “protección solar americana [a los] españoles de las manos
vacías, sin pan y sin techo”, que agradeció María Teresa 259, debió devolverla España
cuando fueron los latinoamericanos quienes debieron emigrar.
Apéndice documental
Cuaderno de Apuntes
Orilla
(fragmento)260
Orilla es el lugar incierto donde quedan muchos de los hombres que buscan el
paraíso americano. La raya o límite del pasado con el presente. En ella hay de todo:
resaca de aflicciones, cartas de olvido, horas de los tiempos oscuros, trabas... La orilla
debe ser el lugar lustral, pasarla es ingresar en el futuro negado, en el tiempo de luz [,]
porque los hombres sueñan en su terca esperanza. La orilla es la prueba, la iniciación
a otro mundo[.] El que lo traspasa se incorpora a formas de vida diferentes donde,
poco a poco, lo pasado anterior se clarifica o se diluye. Es la tortura del emigrante, se
necesitan varios baños de iniciación como en el culto a Mitre 261, dolores, sorpresas y
misterios.
América es uno de los pocos mitos vivos actuales. Casi pertenece a la revelación
de los años sagrados, es la última revelación tardía del paraíso. Los que llegamos a sus
costas no podemos verla como es en sí, con datos geográficos a la vista, sino con la
carga de leyenda y luz con que la vestimos interiormente como mater aflictorum.
259
León, María Teresa, Memoria de la melancolía, Barcelona, Bruguera, 1979, p. 288.
260
El texto que a continuación se transcribe pertenece a un cuaderno de notas de tipo escolar, que María
Teresa León dejó en Argentina cuando emigró a Roma. Es un cuaderno de rulos, de 100 páginas,
enteramente manuscrito en todas ellas, no sólo con notas para artículos o posibles textos más extensos,
sino también con recetas de cocina, listas de invitados, direcciones de particulares y editoriales. Presenta
tachaduras y enmiendas, así como algunas palabras ilegibles. Desde que María Teresa dejara Argentina,
en 1962, quedó en manos de su hijo, Gonzalo de Sebastián, quien gentilmente me lo obsequió en la
mencionada entrevista. Se transcribe aquí un fragmento de un texto de largo aliento. Se omiten algunas
palabras ilegibles, que han sido sustituidas por puntos suspensivos entre paréntesis rectos. Evidentemente
se trata de un borrador, proyecto de novela o incluso de guión cinematográfico.
261
Probablemente se refiera a Bartolomé Mitre, militar, estadista y escritor argentino (Buenos Aires,
1821-1906).
213
Un tranvía corre por las calles de Buenos Aires que dan a los muelles. Sube un
viejecito vivaracho. Sirenas. El viejo se acomoda, alarga sus centavos, habla con el
vecino. En la ciudad con tráfico, con dificultades de circulación, no lo atienden. Baja,
corre. El barco ha entrado. Lo dirigen hacia el Hotel de Inmigrantes.
–Voy a buscar a mi sobrino.
El sobrino no ha podido entrar. Creyó fácil estirar los brazos y ser libre en una
tierra libre. Nada, mitos. Le han hecho bajar con todos y como a Atilio Magari lo
214
reclama su familia[,] ha tenido que sentarse junto a los otros y esperar. Esperó a que
dispusieran de él.
De pronto el altavoz gritó: –Atilio Magari.
Duda un momento y, mientras[,] el que come a su lado le pregunta: –¿Y qué ha
sido usted en la otra vida? Él contesta irónico: –Pues, ya ve usted, Atilio Magari.
–Qué suerte. Con la gana que tengo yo de entrar en la ciudad.
–Y yo también.
Trámites. Le espera el viejecito, nervioso y cordial detrás de la reja. –
¿Italiano?, dice el del control policial– Pero qué bien habla usted el español, por
primera vez en mi vida me he equivocado.
Por fin salen. Colas. Gentes malhumoradas. Los dos hombres silenciosos entre
la multitud. ¡Buenos Aires! Vías de tren. ¡Buenos Aires! Trenes.
–Ya verás qué ciudad hay más allá de esta orilla, sobrino.
–Yo no soy su sobrino.
–Ya lo sé.
Y acentuó más su máscara vieja y arrugada para reírse estrepitosamente.
Risas. Fiesta. Patio adornado. ¡Ya está el sobrino! Vengan presentaciones: –
¡Doña Santa, Don Fulgencio, Julián, Isaac, Doña Salud!
Baja aparatosa la andaluza Doña Salud Romero, aparece Doña Santa. Le tocan
para mirarlo y cada una de las viejas le augura algo. ¡Qué venga la prima! ¿Dónde
está? ¿Componiéndose? Que beban. Llega el gallego Cástulo María con sus vasitos
temblando en la bandeja, el fotógrafo. Retrato que se vuelve luz! ¿Y la sobrina? Sale
Francesca, es grácil, muy niña, muy pálida. Los ponen en el centro. Aire, aire! ¿Foto?
No, un momento, una mujer grita: –¿Es verdad que ha llegado Atilio Magari? Es
Simonetta[,] llevando rastras dos chiquillos. Se acercó a Magari tocándole la frente. Yo
era tu novia de niña, ¿no me recuerdas más?
La apartan. ¿Foto? El gallego del bar con más vasitos de vino quiere estar en la
foto. Se arrodilla ante A. con el vaso en alto. Simonetta se va ofendida. En la puerta dos
mozos se separan para que pase.
–¿A las once?
–Sí, murmura Simonetta.
Luego se acercan a brindar con Atilio. ¡Salud!
Francesca recibe la foto y grita asombrada:
–Pero no está.
215
–¿Quién?
–Atilio Magari.
–Pero estoy aquí, Francesca.
¿Hubiera Magari hecho otra cosa?
Barrio. Faroles. Muros. Silbido de trenes, queja del día disuelta en la noche.
galpones de chatarra marinera. Puerta justo entreabierta para que pase un hombre. Al
fondo del galpón, entre el poco espacio que dejan tablones y cadenas, una mesa y
vasos. Algunos hombres contestan del viejo:
–¿Y el sobrino?.
–Necesita descansar.
Entra silbando un hombre castizo, guapo, seguro. Trata con despego al viejo:
–¿Qué trae Atilio Magari?
Pero el viejo dice que no habla, debe esperar, no está seguro. Hay alguien de
[bajo], los guapos que acompañaron a Simonetta. Riñen, el hombre sentado de
espaldas prohibe la discusión. Hay que darle confianza. Salen a las sombras. Don
Pascuale aprieta el brazo a Simonetta. Se entera que Simonetta ha dado la
documentación del novio muerto en Abisinia para traer a Atilio Magari, enlace, vivo.
–No sabía que de verdad había sido su novio, perdón.
–Sí, verlo es ver vivo a un muerto.
La besó en el cuello y se diluyó en la oscuridad.
Amor noche
Noche en el patio. Los niños comen los pálidos tallarines; el padre, amarillento
y consintiendo la mala vida de Simonetta.
–Cállense, no me dejan oír la radio.
Y Simonetta apoya la oreja en la pared; del otro lado Doña Santa,
beatíficamente oye la radio y rasca a su gato. Le golpean en el techo con una escoba.
Es la andaluza que no puede dormir. Sale a su trabajo de pegador de carteles el Julián
y se cruza con el chispero que entra y sube a casa de Simonetta sigilosamente.
Encienden un cigarrillo. Entra, le dice al marido:
–Vete. Acuesto a los chicos...
Ella se le acerca, cariñosa, pero se trata de negocios.
¿Ha dicho algo? Nada. ¿Quién nos maneja? Tiempo perdido averiguarlo. Su
negocio está hecho de silencio, de aceptaciones, de [...] ¿Quién habla en el patio?
Julián y Atilio. ¿Porqué ríen? A la mañana siguiente lo llevarán al elevador.
Silencio, hay que hablar de negocios, callen las mujeres. Bebe el Birojo, ríen la
grosería del Chispero. Todos generan algo indescriptible. Pasa una mujer. El Chispero
le rasga la blusa al detenerla. Ella le muerde la mano. Le escupe. Atilio se levantó y
todo lo que estaba reflejado en el espejo le dio vueltas. Sintió náuses. Se apoyó, tirando
un estante de botellas. El Birojo lo tomaba del brazo.
–Largo, la policía!
218
Girándole los pasillos, moviéndosele las puertas, en medio de una música que se
alargaba, consiguieron allegarse por un pasadizo. Sintió lluvia en la cara, estaban en
el patio.
–Nos la han pegado hoy, decía el Birojo. Atravesaron galpones con chatarra.
Dentro de Magari las cadenas colgadas se convertían en monstruos. Trajes de buzo
colgados, farolas. Eran ellos los que se acercaban a embestirle. Salieron. Agua en la
frente, huesos, árboles de un patio. Llanto infantil. Plantas en la escalerilla. Abrió una
puerta y se encontraron en el cuarto de doña Salud Romero.
Está envolviendo a un niño. Es su negocio. Pasa niños, angelitos a perra gorda.
Bromea: –¿Quiere usted uno?
Magari quiere sentarse, cerrar los ojos. Los abre cuando [...] la andaluza un
niño en los brazos. Habla, habla, se cree una benefactora de la humanidad.
Sirve jerez al Birojo. Se nota que se entienden. ¿Es legal su comercio? La
andaluza se enfurece. ¿Con que le parece mal? Será más honrado el del [...] de su tío y
la gazmoña de la tísica.
Magari se levanta, para salir. Se toca el pecho. ¿Y la caja?
–Se la ha quitado el Chispero.
–¿Porqué?
–Vamos. Usted pregunta mucho.
Salió a la calle, quiso hablar al Birojo, pero había desaparecido.
Se quedaron solos. Sí, estaba vacía. Del fondo llegó don Pascuale. ¡Vacía,
allore!
–¿Quiénes son ustedes? ¿Qué había ahí dentro?
El viejo lloriqueó convulsivamente entre italianismos ininteligibles. Antes iba la
mercancía segura de un lado a otro de la orilla y ahora, válgame, mamma mía!
–¿Quiénes son ustedes? Baba de puerto, desperdicios, basura. ¿Qué esperaban?
–Tú lo sabes bien, mientras entonces tú no eres...
Cuenta entrecortado su vida de campo de concentración, de hambre, mientras la
hija y el padre se quedan absortos.
–No es verdad, estás preparando el salto de carnero para llevarte todas las
ganancias. Pasarte por mí. Dame la clave, maldito.
Lo callaron súbitamente. La canción del Chispero, silbada, les confirmaba que
estaban de guardia.
Miró la cortina. Sombras, sombras, sombras.
–Antes de irte, recuerda que yo sé que tú no eres Atilio Magari, susurró el viejo.
Bibliografía
Autores Varios, El último exilio español en América, Luis de Llera Esteban (coord.).
Madrid, Mapfre, 1996.
Goldar, Ernesto. Los argentinos y la guerra civil española. Buenos Aires, Contrapunto,
1986.
León, María Teresa, Contra viento y marea, Buenos Aires, Ediciones AIAPE, 1941.
220
León, María Teresa, Doña Jimena Díaz de Vivar. Gran Señora de todos los deberes,
Buenos Aires, Losada, 1960.
Mateo, María Asunción, Rafael Alberti. De lo vivo y lejano, Madrid, Espasa Calpe,
1996.
XI
“Es éste el tipo de drama clásico del que hubiéramos podido decir, en
otros tiempos, que en él moría hasta el apuntador. Pero ahora toda ironía nos
es vedada. Los acontecimientos no nos permiten sonreír. El simple cable de la
prensa diaria ha vuelto a poner de actualidad la obra de Cervantes, con todo su
formidable aporte de humanidad doliente. El contenido latente del drama ha
surgido, pujante, tremendo, después de siglos de silencio” (Carpentier, 1985:
73:75).
Se sabe que toda obra puede resignificarse en cualquier época por causas
sociales o culturales que actualizan el texto o lo hacen funcional a un nuevo sentido
histórico. Tanto más ocurre con el teatro, en la medida que una puesta en escena
produce un nuevo texto, esta vez espectacular, siempre imbricado con el contexto de su
elección y representación. La tragedia en verso que Cervantes había compuesto entre
1580 y 1587, El cerco de Numancia –y que fue publicada sólo en 1784– trata de la
destrucción de la ciudad celtíbera por Escipión Emiliano en el 133 a.C. Ante la negativa
del ejército romano a aceptar una rendición honrosa de la ciudad y la decisión de
tomarla por las armas, los numantinos queman sus bienes, matan a sus mujeres e hijos y
luego se suicidan. Cuando los romanos entran a Numancia encuentran un único
sobreviviente, Viriato, que se arroja de una torre. El tema fue retomado por Lope de
Vega (La Santa Liga, 1609), Rojas Zorrilla (Numancia cercada y Numancia destruida),
222
entre otros, pero en especial la pieza cervantina interesó a los románticos, como Shelley,
los Schegel, Humboldt, Goethe y Schopenhauer (Valbuena Prat, 1960: 145-146).262
En lo referente a la representación más atada a los acontecimientos de la política
española, Rafael Alberti recordó el rescate de la Numancia en 1809, cuando Zaragoza
estaba cercada por las tropas napoleónicas y él mismo escribe una versión en
circunstancias de la Guerra Civil (Alberti, 1943: 12). Esta fue estrenada en el Teatro de
la Zarzuela de Madrid el 26 de diciembre de 1937, dirigido por María Teresa León y el
texto fue editado en noviembre del mismo año (Jiménez León, 2001: 1181). La pieza
era una versión bastante libre del texto cervantino, con muchos versos suprimidos y
otros tantos agregados por Alberti para lograr un lenguaje y un verso que permitiera una
comunicación más directa y ágil con el espectador de la primera mitad del siglo XX.
Las modificaciones buscaban, a su vez, actualizar el drama a los hechos políticos del
momento. Algunos pasajes referían explícitamente a los invasores extranjeros en el
territorio español y el vestuario carecía de cualquier ambigüedad: los soldados romanos
vestían uniformes fascistas y saludaban con el brazo en alto.
Una nueva edición de la Numancia albertiana vio la luz en Buenos Aires en
1943, simultáneamente a su estreno en el Teatro del Sodre de Montevideo, dirigido por
Margarita Xirgú. Marcelino Jiménez León ha estudiado en detalle las diferencias
significativas en los textos de las dos publicaciones, así como en los prólogos de Alberti
a cada una de ellas. Pertenecen a momentos históricos distintos, y si una estaba
destinada a ser representada ante los milicianos, como arenga al servicio de la
resistencia y de la lucha, la otra estaría más teñida por los tonos sombríos de la causa
perdida y por una esperanza de victoria histórica más lejana e incierta. Como bien
rastrea Jiménez, Alberti habría eludido, en la versión de 1937, un pronóstico directo de
segura derrota en relación con la conflagración del presente: los madrileños serían los
herederos, transformándose en los vengadores de Numancia. En 1943, el paralelismo
era más cabal, el único triunfo posible venía precisamente de una derrota digna y
valerosa. La obra representada en Montevideo por primera vez terminaba con las
palabras de la Fama asegurando la victoria en el renombre futuro y después de su
alegato, España cerraba “el libro de su historia” y en la escena “se hace el oscuro”
(Alberti, 1943: 116).
262
Valbuena Prat, en la introducción a El cerco de Numancia repasa la historia del tema en la literatura,
antes y después de Cervantes. No menciona la versión de Rafael Alberti. Se refiere a las adaptaciones del
siglo XIX y luego anota: “Todavía ha habido otras derivaciones de inferior calidad” (Valbuena Prat,
1960: 146).
223
263
Tomamos mito en el sentido que le asigna Roland Barthes de “un uso social que se agrega” al sentido
preexistente de un objeto, una imagen o un discurso. Esta acepción se sujeta a una circunstancia histórica,
emerge al servicio de una interpretación para luego desaparecer. En ese sentido, la noción de mito sería
aceptable en aquellos discursos y en aquel segmento de tiempo, en que la figura se fosiliza al servicio de
una práctica ideológica, opacando la polivalencia de signo (Barthes, Roland. Mitologías. México, Siglo
XXI, 198: 200). María de los Ángeles Varela Olea ha estudiado la apropiación nacionalista del Quijote
entre la Septembrina y la II República como mitologema (Varela Olea, Ma. de los Ángeles. Don Quijote,
mitologema nacional. Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 2003).
225
264
Las oraciones coincidentes se señalan en negrita en ambos textos, que se transcriben a continuación.
265
Juan Manuel de Prada emprende la difícil tarea de dilucidar aspectos creativos de uno y otro en la
creación de los guiones de cine, llegando a interesantes conclusiones en torno al buen dominio de León en
el terreno de la prosa y los aciertos poéticos de Alberti (de Prada, J.M. “María Teresa León y el cine”, en
Homenaje a María Teresa León en su centenario. Madrid, Sociedad Estatal de Conmemoraciones
Culturales, 2003. Gonzalo Santonja editor: 331-340).
266
Entrevistamos a Gonzalo de Sebastián en su casa de Buenos Aires, en 2001.
267
En un cuadernillo escolar, de los tantos que Gonzalo de Sebastián guarda con anotaciones de su madre,
se encuentra el diseño de una colección de clásicos españoles, con proyectos para prólogos, y tantas otras
anotaciones prácticas relativas a relaciones públicas que documentan mi hipótesis. Por gentileza de su
propietario el cuaderno obra en mi poder.
226
Apéndice documental
La tierra arrasada268
¿Han pensado, hemos pensado alguna vez en ello? La tierra arrasada significa
que tardarán años en ser habitables las casas, cultivables los campos, dulces los
hombres. Sobre esta costra, enferma por nuestra presencia, del planeta Tierra no
brotarán espigas de buen pan, ni fruto, ni ganado. Los campos, después de las batallas,
son estériles. Campos de sangre. Haceldama. Campos como aquel donde Judas, el
entregador, se entregó a la desesperada muerte. Dicen que en los campos de batalla
sucede que la composición química de la tierra, con los explosivos, seca su entraña.
Nos amenaza un mundo seco. Una tierra arrasada, sin niños que arrojen piedrecillas
en los estanques, sin estanques. Otras veces, ya el mundo se había visto juguete de la
desventura. Dijeron que cuatro caballos, velocísimos y siniestros, marchitaban la
floración vital con las herraduras de sus cascos. Se agitaba la crin de un dios
enloquecido, y el viento, soplando por las rendijas, dejaba al mundo, razonable,
bondadoso, colgado de tinieblas, como un teatro trágico. Era costumbre creer que el
destino de los hombres se cumplía con morir matando, contando los tiempos históricos
por fechas de batallas. Todo ello es bien triste. Cientos, miles de veces se han quedado
los lugares ocupados por la paz desordenados por el manoteo de la guerra. Pocas han
sido causa de destrucción de la riqueza de las manos mismas de los ejércitos que se
retiraban. Tan es así, tal hazaña representa esto, que ha quedado, dando su nombre a
la destrucción voluntaria, el heroico hecho de Numancia.
Numancia, tierra arrasada por los ibéricos, sus moradores, hacia el año 133
antes de Cristo, por no entregarse rendida a Publio Scipión Emiliano, era una ciudad
situada a unos siete kilómetros de la actual Soria castellana. Más de dieciséis años, los
romanos, en su ambición de dominar a todos los iberos, sostuvieron el cerco de la plaza
fuerte. Tanto duró, que ya eran dos ciudades enfrentándose: el castro ibérico,
268
Publicado en el periódico España Democrática, Montevideo, 17 de junio de 1942: 2. Recogido en
María de los Ángeles González, “María Teresa León: una biografía del exilio” (Homenaje a María
Teresa León en su centenario. Madrid, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, 2003. Gonzalo
Santonja editor: 59-60). En 2011, realizando otras búsquedas, encuentro el mismo texto firmado por
María Teresa y publicado bajo el mismo título en España Republicana. Buenos Aires, 23 de mayo de
1942. Al finalizar el artículo se lee: Prohibida la reproducción. Derechos reservados por Phac.
227
Rafael Alberti
¿Quiénes mejor que nosotros, españoles leales, errabundos ahora por tan
distintos rincones de la tierra, tirados hoy aquí, temidos allá; quiénes mejor que nosotros
para amar y entender la grande y golpeada vida –cuerpo y espíritu– de Miguel de
Cervantes?
Sí, nadie mejor que nosotros, porque Miguel de Cervantes nos corresponde, nos
pertenece por entero. Sus desgracias son semejantes a las nuestras; su alma justa e
ilusionada, pareja a la que, sangrante y llena de esperanzas alienta en nosotros. Nos
reconocemos en el Miguel heroico y mutilado de Lepanto; en el resistente prisionero de
Argel, soportador durante largos años de los más crueles tratos, las más horribles
vejaciones, comparables en cierto modo a aquellas a que fuimos sometidos tantos leales
compatriotas suyos en los campos de concentración de la desgobernada Francia de
1939; nos reconocemos en el Miguel delatado y traicionado por los propios españoles,
en el andariego Miguel clamante de justicia y reconocimiento de sus nobles servicios,
prestados en sangre a la patria, recibiendo tan solo como pago portazos, falsas promesas
o la heladora encogedura de hombros de los canallas, los mediocres, los enfundados en
sus títulos, sotanas, uniformes, frivolidad y corrupción cortesanos; nos reconocemos, en
fin, en el Miguel tenaz e ilusionado, corazón encendido, sin fatiga, hombre de buena fe,
hechura de su propio ingenioso hidalgo, loco de amor, caballero errante de la libertad,
su más heroico, su más fantástico, su más genial y eterno combatiente.
Sólo a este soldado Miguel, a este Quijote de la milicia, se le pudo ocurrir
también relatar la quijotesca y trágica aventura de Numancia, aquella pequeña ciudad
celtíbera de enardecidos quijotescos pastores que durante más de dieciséis años
269
Publicado en España Democrática, Montevideo, 16 de octubre de 1947:5. Lo que se dijo en la nota
anterior respecto al artículo de María Teresa ocurre también con el de Alberti, publicado en España
Republicana. Buenos Aires, 27 de setiembre de 1947. Al finalizar el artículo se lee: Prohibida la
reproducción. Derechos reservados por Phac.
229
sostuvieron arrodillada a Roma ante sus formidables muros. Y puesto que asimismo nos
reconocemos en aquel inexpugnable espíritu de resistencia numantino-cervantino,
vamos a dedicarle un homenaje, aunque muy breve, a esta sacrosanta, a esta inmortal
quijotada española, elevada hasta el altar de la escena por aquel combatiente Miguel,
aquel pobre soldado Miguel, recién salido de los campos de tortura de África...
...¡Numantinos!, ¡libertad! ¡Españoles, libertad! Es el grito, no sólo de unas
madres, sino de todo un pueblo. Imaginad, los que no tuvisteis la gloria de presenciar
los años grandes de la defensa de Madrid, cómo sonaría en medio de su asombrosa
resistencia el clamor de esas madres, de estas viriles mujeres, ansiosas de morir al lado
de sus hombres antes que consentir el ser esclavas de sus enemigos. Era el mismo grito,
el mismo nuestro de aquellas horas decisivas. ¡Morir de pie, antes que vivir
arrodillados! Allí en Madrid, frente a aquella escena real de Numancia, presenciándola,
con esa sencillez inocente de los héroes del pueblo, al lado de sus madres, novias,
esposas, hermanas, estaban los milicianos, nuestros soldados de Usera, los de la Casa de
Campo y el Puente de los Franceses, los de la Ciudad Universitaria, Vallecas, el Puente
de Toledo, los del ¡No pasarán!, ese grito que Madrid, nuestra capital de la gloria,
ostentó grabado sobre su baleada frente durante casi dos años y medio, y que para
pasarlo tuvo que recurrir la traición española al auxilio de fuerzas extranjeras, sufriendo,
pero ahora en el hazmerreír de un pobre Escipión de libre y miedo, su primera derrota
bélica, el fascismo italiano. ¡Oh, inolvidables campos de Guadalajara!
La fórmula del heroísmo de Numancia nos pertenece íntegra. Cuando nos
sentimos los españoles acorralados por la desgracia, volvemos hacia ella nuestros
ojos. Y entonces, para sentir su ejemplo de una manera viva y grande, nos encontramos
con esta obra que Miguel de Cervantes había sentido en carne propia y escrito con su
sangre, aquella misma que en Lepanto le había corrido por un brazo inundándole el
pecho. Por eso, en 1809, cuando Zaragoza se ve cercada por las tropas napoleónicas, el
general Palafox, defensor de la plaza, ordena se represente para exaltar con su ardoroso
patriotismo el ánimo de sus soldados. Y por eso también –como ya sabéis– en 1937,
cuando Madrid vivía su gloriosa epopeya, se eleva el alto ejemplo de Numancia en
medio de los más horribles bombardeos, adquiriendo entonces la tragedia su verdadero
significado, pues se vio actualizada –nunca lo olvidaremos– por la presencia en tierra
hispana de tropas extranjeras.
230
Numancia270
Hace pocos días, la Escuela Teatral del Estado del Uruguay estrenó en Montevideo
“Numancia”, tragedia de Miguel de Cervantes, en una versión mía, modernizada. Los
más duros y amplios versos de esa hermosa y mal conocida obra resonaron por primera
vez en tierra americana. Y fue, como era natural, una ilustre actriz de la España
expatriada, Margarita Xirgú, quien elevó a la escena –mejor, en este caso, al altar- el
inmenso sacrificio del gran suceso histórico.
Durante más de dieciséis años, Numancia, la pequeña ciudad celtíbera, hoy a siete
kilómetros de la actual Soria, soportó el asedio de Roma. De desastre en desastre
pasaron ese tiempo sus ejércitos, antes de que aquellos muros, fuertes como la patria y
el honor, se derrumbaran.
Tendría que venir para lograrlo Escipión Emiliano, joven general que ambicionaba el
triunfo entre palmas y vítores que Roma concedía a los que entraban en ella vencedores.
Y para que contase tan memorable hazaña llevó como historiador a Polibio, su gran
amigo, que ya lo había visto vencedor en Cartago.
Antes del siglo XVI, el glorioso suceso solo había sido exaltado por los poetas e
historiadores latinos. Tuvo que pasar el tiempo deshilvanando centurias y centurias para
aquellos sobrehumanos iberos fueran alabados en su atroz valentía por una pluma
española. Y fue Miguel de Cervantes quien lo hizo en esta rara y admirable tragedia,
que tituló “El cerco de Numancia”.
La obra empieza cuando el general romano acaba de llegar frente a los murallones de la
pequeña plaza fuerte. El ejército estaba desmoralizado, “con Venus y con Baco
270
Publicado en España Republicana, Buenos Aires, 4 de setiembre, 1943: 6.
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actualizada la tragedia por la presencia en nuestra patria de las tropas invasoras del
Duce –un romano bien distante, por cierto, de aquel Escipión vencedor de Cartago y de
la pequeña ciudad celtíbera. Y se cumplió lo que Cervantes pone al final en boca de la
Fama, augurando la bravura de los descendientes de aquellos orgullosos numantinos:
Indicio ha dado esta no vista hazaña
del valor que en los siglos venideros
tendrán los hijos de la fuerte España
hijos de tales padres herederos.
Estos hijos fueron los mismos soldados que Machado viera “con cara de
capitanes”, brotados de la más profunda entraña de la tierra.
En el siglo XIX, un gran actor liberal, Isidoro Márquez, retratado por Goya, hacía
retemblar los escenarios, gritando las tremendas imprecaciones de Teógenes, el caudillo
de la libertad numantina.
En el siglo XX, y aquí, en suelo americano, Margarita Xirgú, llamada para
dirigir la Escuela Teatral del Estado uruguayo, ha hecho resonar por primera vez la obra
de Cervantres, encarnando, con merecidos títulos, la figura simbólica de “España”.
Bibliografía
León, María Teresa. Cervantes, el soldado que nos enseñó a hablar. Madrid, Atalena,
1978.
Martínez Moreno, Carlos. “Otro año para el teatro”, en Crítica teatral. Tomo I.
Montevideo, Homenaje de la Cámara de Senadores, 1994: 351-352.
Pignataro, Jorge y María Rosa Carbajal. Diccionario del teatro uruguayo. I. Autores y
directores. 1940-2000. Montevideo, Cal y Canto, 2001.
233